De la poética infantil a la crudeza de los adultos Con Francia, Israel Adrián Caetano da un giro inesperado en su carrera. Se trata de una producción modesta (casi en la línea de sus primeros trabajos), que vuelve al drama familiar intimista (con algo de Un oso rojo, pero sin elementos del thriller) y que sorprende con una vuelta de tuerca -no del todo lograda- hacia el happy-end y el crowd-pleaser. Un vuelco que el público marplatense agradeció con fuertes aplausos, pero que termina en la película más complaciente y autoindulgente de toda su filmografía. Familia disfuncional, padres separados, una niña con serios problemas escolares, de conducta y de atención (interpretada por la propia hija del director), dificultades laborales, crisis económica, hombre golpeador, diferencias de clase... Esos son algunos de los elementos sobre los que Caetano construye un film que pendula (sin encontrar muchas veces el eje) entre la fantasía infantil y el drama adulto, entre el relato narrado desde el punto de vista de esta chica de 12 años o desde la mirada angustiosa y desesperada de sus padres. Es cierto -casi no hace falta reiterarlo- que Caetano es un narrador consumado, un sólido director de actores y un cineasta con buenas ideas visuales y dramáticas, pero Francia está lejos de ser una película sólida y redonda. Casi podríamos decir que se trata de un film fallido en relación con su obra previa. Igual, no deja de ser un trabajo con ciertos hallazgos, muy sentido (con cierto sesgo autobiográfico) y, por qué no, valioso.
En líneas generales, el film presenta el retrato de una familia escindida. Los padres, separados, comparten la custodia de la niña, mientras intentan sobrellevar sus respectivas dificultades económicas. En un momento determinado, se plantea la posibilidad de que el padre, Carlos (Lautaro Delgado), implicado en un caso de violencia doméstica, ocupe una habitación libre de la casa en que viven su hija, Mariana (Milagros Caetano, hija del director), y su ex-mujer, Cristina (Natalia Oreiro) ¿Cómo reaccionará la niña ante este nuevo escenario? ¿Sabrán los padres sostener este pacto antinatural? Caetano se propone descifrar las claves de este microcosmos familiar combinando dos estrategias aparentemente incompatibles. En primer lugar, abordando la acción desde un realismo crudo, cronológico y en plano fijo. Y en segundo, planteando una lúdica, fragmentaria y experimental aproximación a la subjetividad de la pequeña Mariana. Es en esta segunda vertiente del film, que subvierte por completo los pilares de la narrativa clásica, donde Caetano encuentra la verdadera personalidad de Francia. Para sumergirse en el particular universo de Mariana, una niña con problemas de conducta y aprendizaje, la película se aproxima a la estética pop, tomando prestados elementos del videoclip -como, por ejemplo, la traducción literal en imágenes de un discurso-. Hay también en la película poemas sobreimpresos en la imagen, pantallas partidas y series fotográficas, con la aparición esporádica de la voz en off de Mariana, que actúa como fuerza demiúrgica de su universo imaginario. El resultado final se asemeja a un collage, construido a retazos, en el que la realidad grisácea de los adultos convive con la mirada candorosa de la joven protagonista. En realidad, la pulsión experimental de la "mirada infantil" de la película termina contaminando a la "mirada adulta". Así, el retrato de la cotidianeidad de Carlos y Cristina también se ve afectada por las agresiones a la ortodoxia fílmica. La conflictiva realidad laboral de Cristina (como asistenta doméstica) se ilustra mediante un largo plano-secuencia a cámara lenta, con el sonido no sincronizado, en el que afloran las tensiones de clase, marcadas por la neurosis de una burguesía decadente (no muy lejana a la de las películas de Lucrecia Martel). Luego, la reunión que mantienen los padres con las maestras de Mariana se convierte en un juego de "cambio de posiciones" de los personajes que remite al Godard de los años '60. En conjunto, cabe decir que Francia es una película irregular, afectada por numerosos problemas. En primer lugar, existe un muy marcado desequilibrio actoral: Natalia Oreiro y la pequeña Milagros Caetano brillan muy por encima de Lautaro Delgado. Además, los personajes secundarios están poco perfilados y merman la fuerza de una película que aspira a vibrar como una pieza de cámara. Aunque el problema más importante tiene relación con el hecho de que el director parece no atreverse a apostar de forma clara por la cara más experimental e iconoclasta del film. No hay duda de que Caetano es un buen narrador (es probablemente su mayor cualidad); sin embargo, en Francia, la interesante construcción de una poética infantil anti-académica no termina de cuajar con el abordaje más convencional a una realidad mundana (que de algún modo, ya late en la mirada de Mariana). Así, la película termina resultando una experiencia cuya indudable fuerza emotiva termina algo diluida en la dispersión de puntos de vista y de propuestas formales.
Nadie duda de que Israel Adrián Caetano es uno de los directores más importantes del cine nacional de los últimos diez años. Sus obras son personales, intimistas, pero sin nunca perder de vista el hecho de contar una historia ni llenar la imagen de estridencias. Lo suyo es la narración clásica, como un Howard Hawks o un Clint Eastwood latino. Y, al igual que los mejores narradores cinematográficos, jamás temió partir del cine de género para plasmar su visión de las cosas: Un Oso Rojo (el western urbano), Crónica de una Fuga (el suspenso y hasta el terror). Mariana (Milagros Caetano, hija del director), una niña de doce años, vive una época especial. Para empezar, es hija de padres separados. Cristina (Natalia Oreiro), su madre, se las arregla trabajando como empleada doméstica para gente bien. Carlos (Lautaro Delgado), su padre, es un gris empleado de fábrica que se queda sin nada, debe tratarse psicológicamente por problemas de abuso contra sus mujeres, pero igual trata de hacer feliz a la niña. Si bien Mariana también debe lidiar con sus propios problemas —tiene inconvenientes escolares y no aprende a escribir bien porque se la pasa escuchando música en vez de leer, y se ofende cuando no la llaman Gloria—, aprenderá . Pese de todo, los tres hacen lo que pueden para seguir adelante, más allá de que, como reza el poema que aparece al principio en la película, no hay posibilidades de ir a Francia. Como en sus anteriores películas, Caetano vuelve a mostrarnos personajes sobreviviendo en un mundo que los golpea de manera constante. Hay un paralelismo concreto con la mencionada Un Oso Rojo: la familia rota intentando recuperar lazos afectivos, un padre con cargos de conciencia, un grupo humano que n ose queja de su situación y continúa peleándola. Claro que aquí el tono es el de una comedia dramática (o, mejor dicho, un drama con elementos de comedia). No hay género más delicado que éste, y el director uruguayo supo estar a la altura y nos dio un film pequeño, con momentos muy duros y otros muy graciosos, siempre en el equilibrio exacto. Por otra parte, en Francia hay una fuerte crítica al sistema educativo nacional, sobre tod en lo referente a colegios privados. Muestra cómo los directivos y los docentes suelen culpar a los alumnos de sus propias incapacidades en las aulas. Y cómo pretenden solucionar los problemas mediante psicopedagogos. Otros daros van dirigidos a las clases más altas, con su hipocresía y puntos oscuros que apenas pueden esconder. Natalia Oreiro tiene el rol más naturalista de su carrera. Es muy creíble como una madre joven que debe criar a su hija prácticamente sola, aunque para ello deba limpiar los inodoros de los ricos (ricos aunque con problemas emocionales y tendencias suicidas). Y si bien se muestra estoica, suele sucumbir a los efectos del alcohol cuando la situación es desesperanzadora. Lautaro Delgado también le da credibilidad a Carlos, un hombre vago y golpeador, pero que ama a su hija. Tanto él como Oreiro dan actuaciones invisibles, en el sentido de que parecen estar viviendo los acontecimientos, no representando un papel. Pero la revelación pasa por Milagros Caetano. Se nota que el personaje fue pensado para ella: tierna, algo salvaje, muy imaginativa. Mariana / Gloria nunca supo el por qué de la separación de sus padres, ya que nunca nadie le explica las cosas. Pero no por eso dejará de querer averiguarlo. También se destacan Mónica Ayos como una ex pareja de Carlos; Daniel Valenzuela en el papel del inefable psicólogo de Carlos; Violeta Urtizberea haciendo de maestra con pocas pulgas y Lola Berthet como directiva del colegio. En definitiva, Francia está a la altura del o mejor de Caetano. Se sabe que para el futuro prepara un film de terror. Ya genera expectativa.
Cómo aislarse del mundo adulto El director Israel Adrián Caetano dejó su huella en el cine con títulos como Pizza Birra Faso, Bolivia y Un oso Rojo, entre otros. Su nuevo trabajo, Francia, es quizás el escalón más flojo de su filmografía. Mariana (Milagros Caetano, hija del realizador) es una niña como muchas otras, pero logra aislarse del mundo adulto. No le gusta la situación que atraviesan sus padres separados (Natalia Oreiro y Lautaro Delgado), quienes se ven obligados a convivir bajo el mismo techo por cuestiones económicas. Ni siquiera su nombre: se hace llamar Gloria. Su mejor aliado es el disc-man que la ayuda en su "tarea diaria" de "no escuchar" lo que sucede a su alrededor. El film se titula Francia, pero se podría haber llamado Italia o España. Da exactamente lo mismo, ya que es el lugar a donde nunca podrián viajar los personajes de esta película. Caetano construye la historia a partir de la mirada infantil y se mueve en un mundo cotidiano que se vuelve amenazante. Natalia Oreiro, a cara lavada, logra transmitir el conflicto que arrastra y resulta lo mejor de esta propuesta. El resto se mueve apenas con corrección. Francia no crece con naturalidad y su visión provoca escaso interés, a pesar de la lograda escena final en un largo pasillo y con música de Rafaella Carrá. Esta no es precisamente una fiesta.
Entre los muros Volviendo a un formato mucho más pequeño en relación a su anterior film (Crónica de una fuga, 2006), Israel Adrián Caetano entrega con Francia (2009) una mirada sobre la clase media baja que oscila entre la sordidez del mundo adulto y el optimismo infantil. Mariana (Milagros Caetano) tiene problemas de conducta en la escuela. Pero no se trata de cualquier escuela, sino de una escuela que predica (desde su discurso pedagógico-institucional) cierta impronta progre que el mismo film se encarga de parodiar. Puertas afuera, existen los otros problemas: una madre (Natalia Oreiro, en una interpretación sutil) con un sueldo de mucama que no llega a cubrir todos los gastos y un padre (Lautaro Delgado) que acaba de perder su trabajo y debe volver a vivir con su ex mujer y su hija, porque se ha quedado literalmente en la calle. Desde su estreno en San Sebastián y su paso por la Competencia Oficial de Mar del Plata, Francia ha sido tildada de “película irregular”, algo que debemos admitir pero no necesariamente como un defecto. Al menos, no a partir de la forma en la que la película está construida. El realizador optó por distanciar el punto de vista de la niña de la sordidez del mundo adulto que no siempre logra comprenderla. La sobreimpresión de un poema al comienzo del film pareciera presentar esta dualidad, reconfirmada a partir de otros procedimientos narrativos (el discurso en off de Mariana, el decoupage, y el final con una resolución marcadamente elíptica al compás de una canción pop que vuelve a enfatizar el optimismo infantil). Esa voluntad de quiebre del relato clásico pone en evidencia la naturaleza irregular del film. En relación al mundo adulto, la película señala un tiempo de incertidumbre en el que se cruzan reproches y recriminaciones variopintas. El eje está puesto en la “poca atención de la nena”, problema que puede ser comprendido –por el espectador- en la fragilidad del vínculo de los padres y sus respectivos entornos particulares. Él está terminando la relación afectiva con una mujer (otra más) que lo denuncia por golpeador, mientras que ella soporta estoicamente la rutina como empleada doméstica en el departamento de una mujer rica y deprimida. Estas notaciones son en las que Caetano no se muestra tan eficaz, como si su afinidad por el mundo interior de Mariana le diera encanto al film al mismo tiempo que lo pone en una encrucijada. Hay cierta tendencia al estereotipo, al trazo grueso, que le resta verosimilitud al relato. Esto es evidente en el retrato de la familia para la que trabaja la madre, en la que conviven el snobismo y la insensibilidad. El problema es que Caetano lo resuelve en una secuencia que pareciera renegar de la sutileza y el realismo crudo con el que sí se narra el vínculo entre los padres. También hay una excesiva carga paródica en el tratamiento de los empleados de la escuela. ¿Pueden estos padres pagar la cuota de dicha institución? Tal vez sí, afectados por un neoliberalismo que degrada la imagen de la educación pública, necesitados de imaginar para su hija un porvenir mejor. ¿Es Francia una película de “espíritu proletario”? Más que eso, es el reverso de un relato filo-peronista, en donde el Estado y la multiplicidad de entidades de regulación del individuo (la escuela, la familia, la policía, etc.) los expulsan y obligan a unirse ante un enemigo invisible. En efecto, ¿cuál sería la solución a los problemas? ¿A qué tipo de trabajos más redituables pueden aspirar los padres? ¿Qué necesidades intelectuales deben ser fomentadas en la mente de la niña? Más que ofrecer una tesis, el film de Caetano se acerca con sensibilidad al terreno de la comprensión. Comprensión hacia el sugerido alcoholismo de la madre, la personalidad violenta del padre, la necesidad de la nena de llamar la atención, etc. El director es ágil y no carga demasiado las tintas en torno a estas cualidades, porque hacerlo implicaría anular la empatía con estos padres desesperados que –pese a todo- necesitan persistir para que la niña tenga un porvenir mejor, aunque sea difícil imaginar cómo.
Israel Adrián Caetano es uno de los cineastas nacionales de mayor predicamento en los últimos años, dueño de un estilo contundente con el que presenta intensas pinturas sociales, mostradas desde ángulos y temáticas diferenciadas. Su impactante debut junto a Gabriel Stagnaro con Pizza, birra, faso tuvo cierta correlación con su notable film siguiente, Bolivia, pero muy poco que ver con su formidable -aún su mejor obra-, Un oso rojo. Menos aún se pueden vincular estos títulos con su posterior Crónica de una fuga, su único pero épico acercamiento a los años de plomo. Quizás su excepcional miniserie Tumberos tenga más relación con algunos de sus largometrajes por su vibrante mirada marginal. En el caso de Francia, su última pieza, se interna nuevamente en una búsqueda, aún más alejada de sus anteriores trabajos. Una trama que gira alrededor de una niña que es depositaria de numerosos conflictos de los adultos que ejercen su tutela, en medio de subhistorias que sobrevuelan el costumbrismo y la comedia ácida. Las vivencias de esa niña son volcadas a través de su propio y peculiar relato, observando básicamente a sus padres y ese extraño comportamiento de estar separados y al mismo tiempo estar viviendo bajo el mismo techo. La historia incluye miradas escuetas pero incisivas acerca de la violencia, tanto en el seno familiar como el escolar, junto a trazos sobre despectivas familias pudientes y dudosos tratamientos psicológicos judiciales. Un notorio riesgo artístico, sin dudas, del que Caetano no sale del todo bien parado, pero está claro que se trata de un realizador que no opta por ir a lo seguro. Cierto estatismo y falta de convicción de algunas escenas se alterna con otras muy logradas, conformando un film interesante en el que se destacan más algunos roles secundarios como los de Mónica Ayos, Daniel Valenzuela y Violeta Urtizberea, que los protagónicos.
Juntos, pero no revueltos En apariencia menos ambicioso, el nuevo filme de Adrián Caetano se centra en las relaciones familiares. Como si la vida fuera un libro abierto de oportunidades, Francia plantea desde sus personajes protagónicos la esperanza y los temores ante situaciones comunes de cualquier mortal. El amor funciona como bálsamo o motivo de sana discordia. Si Francia se asemeja a alguna otra película de Adrián Caetano -largo, no cortometraje- es a Un oso rojo . Padre, madre e hija, el primero alejado de las segundas -en el filme con Julio Chávez, por estar preso; aquí, Carlos se separó de Cristina cuando Mariana era muy pequeñita- y enfrentando una difícil convivencia. Las comparaciones deberían terminar allí, ya que en Uno oso rojo a la relación padre-hija se sumaba un aliento de thriller que Francia está lejos de ofrecer. Francia es una película, en apariencia, menos ambiciosa que otras realizaciones del director de Bolivia o Crónica de una fuga . Carlos regresa al hogar más que por amor -nada se descarta- por penurias económicas compartidas: Cristina pensaba alquilar la piecita de arriba, a él le viene bárbaro y a Marianita, ni qué hablar. Es que, en verdad, la película está contada en buena parte desde lo que ve y absorbe como una esponja Mariana. A sus doce años la niña tiene problemas de conducta y de relación, vive como enfrascada con sus auriculares y el tema Gloria le fascina tanto como para querer que la llamen así. Pero el tener al padre bajo un mismo techo no le asegura que su mundo de relaciones cambie demasiado. Cada vértice del triángulo que conforman tiene asuntos por qué preocuparse, y Caetano les da su espacio propio. Al margen del tema familiar, al director le interesa la inclusión social -Cristina no la pasa bien como empleada doméstica- y el maltrato contra la mujer -Carlos golpeaba a su nueva pareja-. Caetano sorprende por el tono que utiliza, por la musicalización y hasta por elegir a su propia hija Milagros en el papel protagónico. Donde no hay lugar para el asombro es en el ya acostumbrado timing y rigor narrativo. Cuenta en planos secuencias -la escena en la que Mariana hace los deberes, con su mamá al lado- y es un gran director de actores. No es común ver a Natalia Oreiro en un papel como éste, y ganarse la simpatía del espectador. Chica de producción, Francia es más grande en su planteo que lo que parece a simple vista.
Es complicado escribir críticas de películas así. Sería políticamente correcto decir que es una película arriesgada y una muestra de un cine argentino más audaz. Que es distinta… Pero la realidad es que es igual a la mayoría de las películas argentinas estrenadas. En lo que va del año, solo el 8% de los estrenos argentinos lograron generar un interés del público. Y Francia va en ese camino… en el del 92% ¿De qué trata? ¿Por qué se llama así? ¿Cuál es la historia? Me enteré de que trataba leyendo la sinopsis después de ver la película. Ojo, no es muy complejo. No es Memento… aunque quizás si fuera al revés tendría más sentido. Es una historia minúscula, sobre una ex pareja que tiene que volver a vivir juntos por cuestiones económicas. Y en el medio pasan algunas cosas… como problemas con el colegio de la hija, o que el sicólogo del marido termina haciendo su tarea en una comisaría de Corrientes (si mal no recuerdo) y que tiene como ventaja la pizza gratis. Quiero un cine argentino que seduzca al espectador… y que si no lo logra desde el vamos, el boca en boca lo logre. Francia debe estar hecha para que 5 críticos y 4 jurados de algún festival perdido en el mundo, digan que es una película arriesgada… Y el cine argentino mayormente vive en la cornisa, pero con el viento, casi siempre se cae al vacio. La película tiene buenas actuaciones, está bien filmada… y eso a mi me duele aún más, porque pienso en los recursos desaprovechados. Creo que Francia será recordada por la fuerza que Natalia Oreiro le da a su personaje, y lo bien que compone su papel. Pero realmente la película se podría haber llamado Persia, Pretoria o Francia. Daba lo mismo… No te pido una El secreto de sus ojos. Pero Carancho, como muchas otras buenas películas argentinas que lograron seducir y encontrarse con el público cinéfilo argentino, te cuenta una historia. Cuando Francia terminó me dejó pensando sobre varias cosas… ¿faltó un rollo? ¿me perdí en alguna parte? ¿no la entendí? ¿no estoy preparado todavía? Reitero, quiero un cine argentino que genere interés de los argentinos que van al cine a pagar su entrada y que salgan satisfechos como quien va a ver su banda de rock nacional favorita. Francia no va en ese camino.
Cerca y lejos Allá por 1998, en los comienzos de lo que dio en llamarse Nuevo Cine Argentino, Adrián Caetano estrenó su primer largometraje, Pizza, birra, faso. Más de diez años después, con el estreno de su última película, Francia, retoma ciertas líneas que habían quedado de lado en su filmografía posterior: el trabajo sobre una historia mínima e íntima, personajes al borde de la caída (en lo personal y en lo social) y desprotegidos, un acento muy claro sobre el contexto socioeconómico en el que se mueven sus criaturas. Esta película representa una vuelta al origen, pero a la vez marca un cambio en uno de los directores clave para el cine argentino. Francia es el retrato de lo que queda de una familia de clase media baja, compuesta por la madre (interpretada por Natalia Oreiro), el padre (Lautaro Delgado), que se ha ido de la casa y al principio de la película tiene una nueva pareja, y la hija (Milagros Caetano). No hay un contexto más allá de este nucleo familiar. Cada personaje se nos va presentando de a poco, sumando detalles a la vez claros y característicos. El padre, obrero en una fábrica, bien al principio se queda sin trabajo. La madre, que cuida a una mujer mayor de clase alta, también se queda sin trabajo. La hija, que se la pasa escuchando música con los auriculares, tiene problemas en la escuela, tanto por su actitud en clase como por sus dificultades para aprender ciertas materias. En algún momento, las circunstancias llevan a que el padre alquile el cuarto de arriba de la casa que solía ocupar con su mujer y su hija, y esta cercanía pondrá nuevamente a prueba las relaciones entre los personajes. Hay, creo, dos problemas fundamentales que traban esta película. Uno es la sucesión de "cosas" que le pasan a esta familia (un despido, al cual sigue un despido injusto, al cual sigue una denuncia en la policía, al cual siguen conflictos en la casa, a lo cual se suman los problemas de la nena con la escuela privada progre a la que asiste), que huelen a denuncia social de la más superficial y simplista. Si bien la película no asume un tono tremendista y se aleja de lo melodramático, hay algo de un naturalismo que no se termina de procesar. Pero el mayor problema, diría, es que con una propuesta tan mínima y costumbrista, la suerte de la película está librada a sus personajes y estos no terminan de cuadrar. Habrá quien quede fascinado con la pequeña Milagros Caetano, pero para los que no nos enamoramos de su personaje todo se cae muy fácilmente a pedazos. Caetano quiere reflejar esa mirada un poco inocente, supuestamente efevescente de la nena y prestarle sus aires a la película. Para eso juego un poco con la puesta en escena, satura la banda de sonido con la canción "Gloria", narra a través de secuencias de fotos, imprime texto sobre la imagen, juega con el montaje, como para hacer entrar un espíritu lúdico que Francia no respira de por sí. Los personajes de Oreiro (una de las mejores actuaciones de su carrera) y Delgado son bastante apáticos de por sí y todo se vuelve, a pesar de los esfuerzos de la nena, demasiado pesado y gris. Esto no quiere decir, por supuesto, que no haya secuencias que funcionen, rincones agradables o por lo menos logrados en esta película. Caetano es un buen director, uno que explora, que busca nuevos caminos (como ese ligero godardismo con el que coquetea ahora), pero hay algo que falta. Ese algo es lo que podría hacer que esta historia que debería resultarnos tan cercana terminara de interesarnos.
Algo sucedió camino a Francia Carlos (Lautaro Delgado) ve que su vida se desbarranca en cuestión de días cuando su pareja (Mónica Ayos) le acusa de maltrato y lo deja fuera de una vida bastante desahogada, además de llevarlo al consultorio de un psiquiatra (Daniel Valenzuela, extraño y descolocado acierto de este filme) para que se cure de sus problemas de temperamento. Acuciado por la necesidad, vuelve a vivir a la casa de su ex pareja, Cristina (Natalia Oreiro). Esto pone alegría en la vida de su hija, Mariana (Milagros Caetano); una pequeña de conducta ambivalente en el colegio, por momentos abstraída y por momentos agresiva. Al igual que su ex esposo y su hija, Cristina tiene sus propios dramas bien sublimados. Asiste en calidad de mucama a una familia disfuncional y paqueta durante casi todo el día e incluso algunos fines de semana. Pronto, Cristina deberá enfrentar su propia crisis y, más cercana a Carlos en la situación límite, tendrán la posibilidad de unirse para resolver la situación de Mariana, cercada por sus profesores y compañeros de colegio, cada vez más aislada e incomprendida. El cine de Adrián Caetano ha ofrecido auténticas joyitas a la industria nacional y se trata indudablemente de un talentoso creador y director. Pero algo pasó con esta película, que se presta al desengaño casi de inmediato. La alusión a Francia es tan metafórica y suena tan forzada en la trama que se vuelve una excusa para un título ganchero. La elección de Milagros Caetano para el rol principal es, cuando menos, desafortunada; le falta presencia escénica, convencimiento, ángel. Si no viéramos las escenas del parto en un insert del último tercio del filme, se podrían sobreentender muchas cosas sobre su personaje; desde la posibilidad de que sea adoptada a que tenga algún tipo de trastorno (TGD, hiperactividad, autismo, retraso emocional). Por lo menos esto sumaría interés a su caracterización. Pero no, todos estos supuestos son generados por una interpretación deficiente y algunas tomas que no la favorecen espacialmente. No alcanza el esfuerzo de Oreiro, que busca palanquear su personaje por momentos irritante, aunque en ese esfuerzo se vuelva meritoria. Los gestos de Lautaro Delgado (el mejor en su papel, injustamente desplazado de los créditos y críticas por el resto del elenco) y sus transiciones personales, en cambio, alcanzan para generar en el espectador la mínima empatía requerida para encontrarle gracia a esta película que por lo engañosamente sencilla parece más retorcida de lo que es, y en ese tránsito se vuelve pesada, eterna.
Familia en tiempos de crisis Por su modelo de producción, Francia remite a Bolivia, donde Caetano también retrataba personajes cotidianos enfrentados a circunstancias adversas. Pero si Bolivia era un modelo de síntesis, Francia en cambio trabaja una materia mucho más dispersa. En Bolivia (2001), segundo largo de Israel Adrián Caetano después de la fundacional Pizza, birra, faso, toda la acción transcurría en un bar-parrilla del barrio de San Cristóbal. Bolivia era no sólo el país natal del protagonista, sino también la esperanza tácita, imaginaria, de recuperar su lugar de pertenencia ante una realidad hostil como la porteña, donde la discriminación y la xenofobia tienen más fuerza de lo que se admite. En su película más reciente, presentada el año pasado en los festivales de Venecia, San Sebastián y Mar del Plata, Caetano también apela a un título que desde la enunciación de un país habla de una imposibilidad: Francia. Los personajes de Francia nunca van a llegar a conocer París ni pasear por la Costa Azul. De hecho, ni siquiera se lo proponen o lo piensan. Viven el día a día como pueden, tratando de mantener apenas su fuente de trabajo. Allá afuera la realidad viene dura y ellos tampoco la hacen más fácil: Cristina (Natalia Oreiro) y Carlos (Lautaro Delgado) están separados hace años, pero el tiempo no parece haber limado los roces y las discusiones. La que paga los platos rotos es Mariana (Milagros Caetano), la única hija del ex matrimonio, que a los doce años tiene problemas de conducta y aprendizaje en el colegio. Y serán su voz y su mirada las que conduzcan el relato, un relato por momentos deliberadamente errático y fragmentario, pleno de digresiones, como suelen ser los de algunos chicos. El propio Caetano ha contado en Página/12 la génesis de Francia. Casi cuatro años después de su película inmediatamente anterior, Crónica de una fuga, producida por Oscar Kramer, sentía la necesidad de volver a filmar y recurrió a un proyecto que tenía archivado y que él mismo podía producir en condiciones “clandestinas”, no sólo por su bajo presupuesto, sino también por su carácter casero, familiar. Se trataba de hacer una película de cámara, con pocos personajes y locaciones reales, protagonizada por su propia hija, a quien le sumó algunos nombres muy populares en la televisión (Oreiro, Mónica Ayos). Por tamaño y modelo de producción, Francia también parece remitir a Bolivia, quizá su mejor película, donde Caetano también retrataba personajes cotidianos enfrentados a circunstancias cada vez más adversas. Pero acá terminan las similitudes. Allí donde Bolivia era un modelo de síntesis, capaz de ganar en fuerza y crescendo dramático, Francia en cambio trabaja una materia mucho más dispersa y heterogénea, en todos sus flancos, que termina debilitando el resultado final. Es verdad que el punto de vista elegido es, en principio, el de la mirada fantasiosa de Mariana, pero Francia no siempre lo respeta y por lo tanto pierde en rigor y concisión. La película entra y sale constantemente de ese punto de vista y esa desprolijidad se extiende a todo el relato. A su vez, en una película que se pretende realista y que se ocupa de personajes de todos los días en sus ámbitos de trabajo, el verosímil cinematográfico deja mucho que desear. La grotesca reunión de burgueses “progres” a la que asiste Cristina como mucama, por ejemplo, va más allá del estereotipo para convertirse en un retrato elemental y redundante, filmado con recursos (distorsión de la imagen y el sonido) que parecen propios del viejo cine argentino y no de quien fue uno de los fundadores de la nueva guardia. La sutileza nunca fue el fuerte del cine de Caetano, pero en Francia lo es menos que nunca, como lo ratifican las reiterativas escenas en el colegio privado al que asiste Mariana, donde directivas y docentes aparecen filmadas como meros monstruos. En un elenco desparejo, que tiende a un naturalismo falso y televisivo, es paradójicamente Natalia Oreiro quien aporta la mayor cuota de verdad y presencia cinematográfica. No importa qué haga la cámara (que suele abusar del gran angular), hay siempre una nobleza y una dignidad en su rostro que son también a las que aspira la película toda y que encuentra solamente en ella.
Entre los sueños y la resignación Israel Adrián Caetano vuelve al cine independiente genuino, con una gran interpretación de Natalia Oreiro Israel Adrián Caetano vuelve al cine independiente genuino, es decir, a aquel que no alardea de esos tics que suelen valorarse como imprescindibles e incuestionables para lucir esa categoría, y a pesar de sus muchas veces fanfarrona distancia con buena parte del público. Para el cineasta uruguayo, autor de obras como la transgresora Pizza, birra, faso , clonada hasta el cansancio desde entonces, y del excelente western urbano Un oso rojo , las historias con gente común metida hasta las rodillas, o más aún sumergida en dramas que tienen que ver con las puestas a prueba de la vida y cómo se puede sobrevivir a ellas, lo siguen entusiasmando. Francia es, afortunadamente, una historia de gente común. La anécdota que sirvió de base a este cuarto largometraje como autor en solitario es mínima: Mariana (Milagros Caetano), una niña en edad escolar, cuenta en primera persona el mundo de sus padres (Natalia Oreiro y Lautaro Delgado), separados cuando ella todavía era muy pequeña, y cómo a partir de una circunstancia (él acaba de abandonar el departamento de su actual pareja y piensa que una alternativa es alquilarle un cuarto a su ex), su idea de familia puede, si eso es posible, cambiar en positivo. La perspectiva de la cámara pasa a ser la de la pequeña Mariana, a quien no le gusta el nombre que le pusieron sus padres y prefiere que la llamen Gloria, como el título de la famosa canción de Laura Brannigan. Así, Mariana -o Gloria-, con sus auriculares siempre listos para escabullirse de lo malo, recorrerá el pasado y el presente, la violencia que siempre asoma entre Cristina y Carlos, las historias de unos y de otros, y el amor incondicional que ambos sienten por ella. Desde su mirada se ven también los esfuerzos de sus padres por salir de la angustiante situación económica, el viejo amor entre ellos que a esta altura parece una ilusión óptica, sus pocas alegrías y muchas tristezas más allá de que Gloria siempre los sorprenda con una sonrisa compradora. Oreiro confirma no sólo su versatilidad, ya descubierta por el cine en sus últimas películas, sino además su rigor para papeles que implican un compromiso cada vez más grande. Si bien la historia es narrada por el personaje de la niña, que se calza a medida Milagros Caetano (hija del director), es Cristina, es decir, Oreiro, quien a su vez mejor aparece recortada en el relato. Escenas como la del parto y la de la descompostura tras un exceso de alcohol son memorables. Sobresalen también Delgado como Carlos, el padre que a pesar de su inestabilidad emocional y laboral sabe cómo poner los puntos sobre las íes en una reunión en el colegio de su hija, y Daniel Valenzuela, que se destaca con su impar psiquiatra, que de atender en un hospital público termina, muy feliz, asistiendo a policías. Caetano vuelve por sus fueros y lo hace sin vueltas, como él mismo dice "desde cero", pero con la experiencia a cuestas de grandes títulos de la pantalla local, una buena manera de que el público pueda reconocer, una vez más, que todavía le queda mucho por andar.
Con ciertas reminiscencias al film Bolivia, Caetano amalgama estilos y experimenta con este drama de familia disfuncional intimista al que agrega para romper la densidad de la narración, diferentes recursos cinematográficos con resultados dispares. Sin embargo, en su conjunto, pese a la digresión constante como parte de una estética fragmentaria que respeta el punto de vista de una niña de 12 años, el relato tiene cohesión y el poder de síntesis habitual de este realizador. Natalia Oreiro entrega una performance ajustada y demuestra (aunque ya no es necesario) que es una muy buena actriz, capaz de salirse de los moldes televisivos que tantas veces se le achacaron...
La realidad busca su horizonte Un film de Caetano siempre es una grata noticia. Su cine tiene identidad nacional y representación social. Después de Crónica de una fuga (2006), su nuevo film tiene como protagonista a su hija Milagros. La película, según su director “ tiene un tono realista, con algo de humor, muy distinto a todo lo que hice hasta ahora. Yo diría que esta es una historia costumbrista, que muestra cómo es la vida hoy para una familia de clase media, trabajadora. Y también indaga sobre los afectos en ese ámbito". Todo comienza con Mariana (Milagros Caetano). Tiene 12 años. Espera a su mamá, Cristina (Oreiro) a la salida del colegio. Un travelling hacia la vereda enmarca al colegio que la excede, en todo sentido. Ella se aísla detrás de su walkman hasta, incluso, dentro de su casa. Allí, en un plano fijo se sintetizan varios núcleos dramáticos: la separación de sus padres. El aislamiento de Mariana y los problemas laborales y económicos. La madre es empleada doméstica y su padre, Carlos (Lautaro Delgado) trabaja en una fábrica. El dinero no alcanza y es un tema frecuente de discusión; sumado a las demandas del colegio por el comportamiento de su hija. Bajo un realismo cotidiano y una mirada cercana a sus personajes, Caetano construye un relato sobre el mundo adulto (padres y maestros) desde el punto de vista de Mariana, pero también narra con sutilezas y acciones precisas la vida cotidiana de los observados. Como es habitual en su cine, hay un claro registro de la influencia del contexto socioeconómico sobre el desarrollo de cada uno. En Francia está presente el conflicto y la no pertenecía. Los personajes no logran encajar del todo en lo que hacen, o con quien se relacionan, no se sienten cómodos y necesitan hallar su lugar. Mariana está a disgusto en el colegio privado al que asiste y la institución tampoco siente que la niña pertenezca a ese lugar. Hay resistencia y discriminación. Caetano subraya las acciones que hacen al rol docente y a los estereotipos y a la responsabilidad educativa. A Cristina tampoco le gusta trabajar para una familia de clase alta que la ignora y humilla hipócritamente. Y así todos. Sin embargo, decidirán cambiar y/o romper con esas relaciones conflictivas, entre las cuales, Mariana, por ejemplo, pasa a estudiar a un colegio estatal, donde en primer plano se la verá contenta y presente, como nunca antes. Tal vez, el lugar de equilibrio, al que infiere Caetano, se logra si el vínculo se da entre grupos de pares, entre sectores sociales homogéneos. Por lo menos, así lo demuestra. A pesar de los conflictos, se logra un tono optimista. Los personajes luchan como pueden, sin bajar los brazos y enfrentando la realidad que les tocó en suerte o en desgracia, pero siguen soñando. Esos sueños aluden al significado del film. Francia, equivale a aquel lugar que enarboló la libertad, igualdad y fraternidad como principios y, al que difícilmente se pueda y puedan llegar los protagonistas, aunque sostenido como un deseo, un horizonte. Como también soñaron y buscaron sentirse libres de cualquier opresión Claudio Tamburini en Crónica de una fuga (2006), el Oso en Un oso rojo (2002), Freddy en Bolivia (2001), etcétera. Si en Francia el tema vincular es el foco, una de las formas elegidas por Caetano, es reflejar la fragilidad de los vínculos a través de la comunicación por celular. El sonido del teléfono forma parte de los planos, como un elemento más. Los mensajes de textos funcionan como traductores de lo no dicho, un puente que acorta las distancias reales. La diferencia de Francia, en relación al resto de su obra radica en la forma y en la estética que eligió para contarla. Los puntos de vista se van desarrollando no a través de una la linealidad narrativa sino de un rompecabezas que, si bien responde a la manera en que una niña arma y/o comprende su propia historia, esa misma forma se traslada a todo el film innecesariamente. La elección estética resulta un tanto heterodoxa e inusual para abordar ciertos temas, un tanto complejos. Es probable que para el conocedor de las habilidades narrativas de Caetano, la película sea un tanto mezquina. Sin embargo, hay en Francia una capacidad discursiva, una coherencia ética y representativa. Lo que no es para nada poca cosa.
La felicidad. No se conoce un manual que dé indicaciones al respecto: dónde encontrarla, cómo conseguirla. Ni siquiera se puede saber de forma cabal en qué consiste. En un ambiente difícil, en donde campean los trabajos precarios, la violencia y el abandono, para Mariana, la felicidad puede obtenerse, también, un día cualquiera en el que desembarca en un colegio nuevo, con guardapolvo inmaculado y dos trenzas, junto a sus padres vestidos de punta en blanco mientras se oye una versión instrumental de la canción Gloria. Así descripta, toda la secuencia podría ser una estampita animada surgida de la iconografía peronista sino fuera porque está filmada en cámara lenta; porque mientras el espectador escucha Gloria los alumnos y sus maestros cantan evidentemente alguna canción patria y porque durante buena parte de la película Mariana ha dicho que no le gusta su nombre y que en cambio decidió llamarse Gloria. Caetano hace una película política cuyas implicancias finales terminan constituyendo un fondo de ambigüedad prácticamente única. Es que lo suyo es la potencia del cine y sus posibilidades expresivas, ni más ni menos. Siempre sus películas se trataron de eso, en definitiva: de producir un realidad plástica, poética, para sembrar allí el asombro, el fastidio o el escozor. Como en Tumberos, su primera incursión televisiva, el elemento político es parte del diseño final de la película, un hilo dorado que dibuja ribetes aquí y allá a través de los planos: un modo de lectura incompleto pero de una riqueza secreta e implacable. El director hace el esbozo de una degradación argentina, en la que una pareja asiste impertérrita a su descenso en la escala social, con la distancia extrañamente luminosa que proviene de un acercamiento ligero y desprejuiciado que puede lindar con el pop, Milagros pop. Mariana (o Gloria) es Milagros Caetano: un auténtico milagro, la chica. En algún punto parece como si Caetano padre hubiera concebido la película para el lucimiento de Caetano hija. Como una serie de variaciones sobre el rostro, el andar y el habla de la niña, Francia despliega sus diversas zonas de intensidad y esplendor casi siempre sujetas a los desplazamientos del personaje que encarna la actriz. Ella es la idea de gloria, en Francia. También, la idea de la música pop, de las películas y del juego en general como última frontera contra el dolor del mundo exterior. En la modesta tragedia Nac & Pop de la película, la palabra Francia es la cifra clave en la que se deposita el concepto de lo otro, lo lejano; lo deseable pero acaso inalcanzable. Una palabra que está ungida con tres colores. En la película probablemente nadie irá a Francia, pero tampoco hace falta. La fe poética que Caetano desgrana, desencantada y poderosa a la vez, insiste en una redención paradójica, forjada en el hábito de agachar la cabeza y sobrevivir como un burro (un poco a merced de la tómbola cósmica que se encarga de regir el destino de todos), y la fuerza de Mariana, que parece operar el milagro de un final en el que los padres se reconcilian y la prosperidad aparenta renacer para todo el mundo. Gloria o muerte. Es que Mariana/Gloria es finalmente el sujeto sobre el que el director hace residir la ética de la película. De la llama que Gloria representa es desde donde se irradia el particular espesor político que distingue a Francia, mucho más que el que podría elucidarse a partir de esa imagen de país reconciliado que se mencionó al principio si no se la observa con atención. Porque resulta que del personaje a cargo de Milagros Caetano se predica también una estética: arrastrado por el sorprendente fulgor de la chica, desapegado e indomable a un tiempo, el relato se fragmenta, se disloca, adopta la forma vaga de un juego en el que el dolor no puede reclamar un sitio preferencial sino que debe resignarse a estar en pie de igualdad con otras contingencias de la vida. Si Gloria saca fotos con su celular, Caetano detiene cada tanto los planos y los enmarca como si fueran una fotografía; si la maestra y las autoridades del colegio privado le parecen ridículas a Gloria, sus padres terminan viéndolas del mismo modo. Y nosotros también: notamos la caricatura, el detalle en la actuación que las hace salir del costumbrismo (siempre bajo sospecha de fraude) para ingresar en el terreno de la subjetividad, de la verdad poética. Como Gloria en su cabeza escucha Gloria, en fin, su primer día de clase en la escuela pública (en una mañana radiante, peronista) es, también, un derivado de su fe y de su felicidad. Pura Gloria en movimiento.
Los dos lados de Caetano Francia cuenta la historia de Mariana - Milagros, la hija del director - una niña de doce años entre los vaivenes económicos y sentimentales de sus padres. La madre - Natalia Oreiro trabaja como mucama y el padre - Lautaro Delgado - busca empleo mientras su nueva pareja - Mónica Ayos - lo echa de su casa acusándolo de golpeador. En el retrato de esta familia escindida, el punto de giro está planteado ante la posibilidad de que el padre ocupe una habitación libre de la casa en donde vive su ex-mujer con su hija. La interpretación, por naturaleza abierta, posee al menos dos lados en esta obra de Caetano. En el lado A, Francia es un film sencillo que cuenta una historia pequeña. Las peripecias del mundo adulto (problemas de pareja, económicos, de relación en general), son tópicos habituales en el cine y su abordaje no pretende muchas novedades. La idea de un film simple es apoyada por las declaraciones del director que afirma que es "lo más sencillo que he hecho", a lo que remata luego diciendo que es una película de la que no se va a salir de la sala diciendo “me rompió la cabeza”. En este sentido, en las escenas finales, los personajes explican el nombre del film. “Francia” constituye aquel imaginario inalcanzable para personas que no deben aspirar a ser más de lo que son. Idea que se desliza hacia las pocas ambiciones que parece tener a priori la película y en los escasos – aunque efectivos – recursos de producción. El lado B es el más atractivo y arriesgado. Francia es una obra que apuesta a cierta experimentación. En esta segunda vertiente del film, subvierte los pilares de la narrativa clásica para sumergirse en el universo imaginario de Mariana. Con elementos extradiegéticos incluye con naturalidad, toques de videoclip como la traducción literal en imágenes, poemas sobreimpresos, pantallas partidas y series fotográficas. La utilización de la voz en off de la niña potencia su visión personal. Otras escenas asumen esa propuesta más ecléctica. En el contexto de la historia, marcado por la pelea de una clase social que busca no caerse y sortear las penurias económicas del día a día, vemos a Oreiro como una mucama que acumula las humillaciones de una decadente familia burguesa. A través de un largo plano-secuencia, cámara lenta y sonido sin sincro, luego de una cena fallida, afloran las tensiones de clase con recursos cercanos a Lucrecia Martel, por ahí a Géminis de Albertina Carri y hasta el memorable final de La ceremonia de Chabrol. Otra escena se da en el marco del sacrificio de ambos padres para mantener a Mariana en un colegio privado. En una reunión con las maestras quejosas por la conducta de la niña, al mejor estilo Nouvelle Vague, se tuerce el punto de vista de los personajes, focalizando en la subjetividad de Mariana, dejando en segundo plano a los adultos y reforzando la crítica a las instituciones de encierro que acostumbra trabajar Caetano. Estas situaciones, mientras se descifran las claves del microcosmos familiar, combinan estrategias narrativas contrapuestas: la clave clásica y la poco ortodoxa. Un registro aborda la acción desde un realismo crudo - bien estilo Caetano –, cronológico, casi gris y en plano fijo para contar las circunstancias que rodean a los grandes; y el otro, despliega una mirada más lúdica y fresca, un collage pop, casi experimental y poco alienado para aproximarse a la perspectiva de la niña. Felizmente, el lado B de Francia se impone. La pulsión experimental e infantil, escuela pública y ritmo 80’s de la pegadiza “Gloria”, vencen al dogma adulto y al corset mercantilista del colegio privado. El significado del título, puestos en este plano, adquiere un sentido más metafórico donde el nombre “Francia” es la configuración de un mundo interno y algo iconoclasta que nos conduce al placer de una gloria íntima. Es el triunfo de Mariana quien en un bautizo propio, ahora se llama Gloria. El punto más bajo del film es la performance despareja de los actores: Natalia Oreiro y Milagros Caetano vibran en la pantalla bastante por encima de Lautaro Delgado – aunque protagoniza una escena excelente con Daniel Valenzuela de policía - . Este desnivel, por momentos, amenaza con traspasarse a la obra en general. Adrián Caetano se caracteriza por tener una filmografía fuerte. Películas con ideas rectoras que lleva adelante muy consecuentemente y con indudable arte de narrar. Tras los comienzos más independientes de Pizza, birra, faso y Bolivia, sus incursiones en un cine más crispado y con más producción como Crónica de una fuga y hasta sus interesantes interludios televisivos (Tumberos o Disputas), lo convierte en uno de los referentes más importantes del cine argentino que siempre propone algo más. Ahora con Francia ingresa nuevamente en el melodrama familiar, - ya lo había hecho en clave de western en Un oso rojo -, pero luego la película se revela en el intenso mundo de la infancia en el que conviven, a veces algo desordenados, hallazgos formales y narrativos.
En el país del cine En el Facebook de Fancinema se dio un debate muy interesante con respecto a Francia, la nueva película de Adrián Israel Caetano. Todo comenzó con Mex Faliero saliendo a proclamar a viva voz su defensa del filme. Le siguieron unas cuantas réplicas afirmando que Mex bancaba a la película por Natalia Oreiro y no más que eso, además de compararla desfavorablemente con Crónica de una fuga, el anterior opus del director. Luego intervino Javier Luzi, destacando la variedad de ideas en Francia, su apartamiento del género, que contribuía a generar estereotipos en Crónica…, además de su negación del miserabilismo. Faliero reforzó esta argumentación, subrayando el trabajo plástico y estético del filme, la actuación de Natalia Oreiro, la personalidad y los riesgos de la película. Incluso apareció por ahí la mirada de Daniel Cholakian, recalcando la sensibilidad que percibía en el relato y hasta opinando -a contramano de muchas apreciaciones- que Francia era mejor que Bolivia, uno de los grandes hitos del director. Finalmente, una lectora, Mailen, brindó un punto que intentó un balance, un equilibrio, enumerando virtudes -una contemplación más optimista dentro de un contexto en crisis-, pero también defectos -referidos a los desniveles narrativos-. Toda esta polémica, que nació de una frasecita en Facebook, es rica y atractiva porque se fueron sumando toda una serie de conceptos pertinentes que, sumados, constituyen una construcción crítica, que aporta bastante más que muchos de los textos que se vieron en diarios y publicaciones similares. Sin embargo, muchos críticos que trabajan en medios gráficos siguen observando con elevado desprecio la contribución realizada por páginas, blogs y redes sociales en Internet. Allá ellos con su ceguera. El caso es que Francia es bastante más compleja de lo que aparenta. No es sólo la vuelta a un formato más pequeño por parte de un realizador como Caetano, que supo alcanzar grandes alturas de ambición en filmes de sesgo independiente, además de trabajar con un amplio presupuesto, en lo que fue el relato cinematográfico del escape de la Mansión Seré durante la última dictadura. Con este drama familiar, el co-director de Pizza, birra, faso concibe su filme más íntimo y personal, donde más se nota su recorte propio e identificable del mundo, con especial énfasis en la institución Familia. Y la verdad es que la gran mayoría de las aseveraciones que se vertieron en ese debate en Facebook son verdaderas. Porque este relato acerca de una niña hija de padres separados, que contempla cómo el padre vuelve al hogar para una convivencia forzada con su ex esposa, posee tantas fallas como aciertos. Por un lado, hay varios baches en la narración, la progresión de los hechos no se da de forma muy fluida, ciertas decisiones en las resoluciones de los conflictos son un tanto arbitrarias y complacientes. Del mismo modo, el poco desarrollo de algunos personajes termina conspirando contra los intérpretes que los encarnan. Por el contrario, también hay un acercamiento por parte de Caetano hacia el relato que es altamente saludable. Si un director como Trapero en numerosas ocasiones se aleja (y casi que juzga) a sus protagonistas desde la tesis social, Caetano utiliza el género como fuente de distanciamiento, estereotipando a algunos personajes, como en el caso del interpretado por Soledad Villamil en Un oso rojo. En Francia, Caetano pierde esa cohesión narrativa que le daba su clasicismo, pero a cambio realiza un doble camino: vuelve a ponerle el cuerpo a sus criaturas, como en los mejores momentos de Pizza, birra, faso, Bolivia y Un oso rojo, a la vez que deja de lado una aproximación degradada y miserabilista. Referido a esto último, Natalia Oreiro, como actriz y como estrella, es clave. Caetano le permite adentrarse en el ámbito dramático a una actriz más reconocida por sus trabajos en comedia. A la vez, en momentos determinantes, la filma como una estrella. En ambas vertientes, el aporte realizado por Oreiro es significativo: su actuación es realmente muy buena (basta de subestimarla por favor, es una gran artista) y encima funciona como vehículo estético. La observamos como una madre que, cuando quiere, cuando la ocasión lo amerita, se viste bien, se presenta ante el mundo (y ante ella misma) de forma elegante. Por primera vez, el cine argentino más reciente contempla con ojos fascinados a la clase trabajadora argentina, le permite ser bella, la eleva por encima de lo objetual, de la mera herramienta para una proposición sobre el estado de la sociedad. Francia es una película más importante de lo que parece. Lo es dentro de la filmografía de Caetano -a pesar de los significativos títulos que lleva acumulados- y del contexto del cine argentino actual, aunque quede medio tapada por el suceso de Carancho o los ecos que sigue generando El secreto de sus ojos. Merece, por lo tanto, ser analizada y pensada como corresponde.
Francia y Argentina 1. Recién esta semana, unos minutos después de que la selección de Francia quedara eliminada del mundial, vi la película argentina Francia, del uruguayo Israel Adrián Caetano. Caetano nació en Uruguay pero es un cineasta de temas netamente argentinos, alguien que hace –felizmente– cine argentino. Francia es una película osada: una película sobre la familia, sobre la niñez, sobre la pareja, sobre la educación, sobre los sueños, sobre las posibilidades y las imposibilidades, sobre la libertad, la igualdad, el peronismo, la fraternidad y otros tembladerales. Mariana (Milagros Caetano, la hija del director) es una nena que va a un colegio privado, sus padres están separados y tienen –entre otros– problemas laborales. Mariana se hace llamar Gloria. Toda una expresión de deseos (La expresión del deseo es un mediometraje de Caetano de 1998, y así se llama su productora). Mariana-Gloria busca más, busca mejor: tiene la edad del fin de la niñez y por eso es tozuda y encantadora aunque sabe que el desencanto está a la vuelta de la esquina. Sus padres (Lautaro Delgado en un papel dificilísimo, y la gran actriz y hermosa mujer Natalia Oreiro) saben de desencantos, de un mundo, de unas vidas y de un país golpeados. Francia está compuesta por retazos de vidas cotidianas, tocados por la mano extraordinaria de uno de nuestros cineastas más osados y talentosos. Aquí y allá hay juegos con poemas sobreimpresos, con planos compuestos de forma artificiosa que se integran perfectamente con el tono de realismo de sueños y pesadillas individuales, familiares y sociales de la película. En Francia se habla de la utopía de la igualdad y, a la vez, del deber de seguir buscándola. De la dificultad de encontrar momentos extraordinarios y luminosos y de la necesidad de tenerlos. Sobre estos últimos asuntos, hay que prestar atención (o, mejor dicho, dejarse enamorar) por el personaje del psicólogo interpretado por Daniel Valenzuela (uno de los más grandes y entrañables personajes secundarios del cine argentino en mucho tiempo) y por el extraordinario e inteligentísimo final. Un final que está bien enlazado con toda la película y que la pone en perspectiva, para que la revivamos desde otro ángulo. Ese final, de una lógica poética inapelable, está musicalizado con gloria (y con una versión de Gloria, de Umberto Tozzi y Giancarlo Bigazzi) por Iván Wyszogrod, que hace la música y también el diseño de sonido de la película. Con ese final, igualitario, soleado, esperanzado, luminoso, Caetano –un cineasta singular, valiente, de mirada amplia; “nuestro John Huston”, como bien se lo definía en el blog “La espada vengadora”? cierra una película argentina singularmente perdurable y no apta para espectadores que no quieran apartarse de las seguridades. Caetano y sus personajes buscan la gloria con tozudez, mediante un cine cargado de la frescura de sentirse al margen pero con los sueños vigentes. 2. Luego de ver Francia, en el Gaumont-INCAA Km 0, salí caminando para el Cinemark Palermo, para ver en el cine el partido de Argentina-Grecia, gracias a una invitación de la gente de Tiff Prensa & Comunicación. No había visto estas transmisiones televisivas en digital en el cine, y la experiencia fue impresionante: la imagen es de una definición incomparable, y la inmersión en el partido es inigualable. Y si a eso le sumamos la entrada de Palermo y su gol y los festejos con las dimensiones de una pantalla de cine, se redondea un día de gloria. Ojalá que la selección siga así, no sólo ganando sino además –y sobre todo– en esta versión de contagiosa alegría que emana desde la felizmente recuperada faceta luminosa de Maradona. Y ojalá que el precio de las entradas para ver los partidos en el cine baje un poco (está $60), así más gente puede disfrutar de la experiencia.
FRANCIA: LA PATRIA PERONISTA 1. Francia es sin dudas una pequeña película feliz, y tal vez una feliz pequeña película. El mejor film de Caetano hasta la fecha (aquel en cuyos medios y fines por fin se encuentran, maduros) es una fábula (un relato íntimo e intimista contado para y por una niña), pero una fábula política: acaso la película más “peronista” de un cineasta “popular”, y –tal vez por eso- la película menos popular de un director peronista… En ese sentido puede decirse –como lo hizo Quintín en su reseña durante el festival de Mar del Plata- que Francia es una película paradójicamente kirchnerista (pues será vista como tal por los antikirchneristas como Quintín, y no asumida así por peronistas como el mismo Caetano). Francia es un film sobre la voluntad: ya no una voluntad setentista, sino post-noventista (como la que contradictoriamente encarna el kirchnerismo). Si Caetano contó siempre la derrota con un dejo de esperanza (bajo la dictadura en Crónica de una fuga o bajo el menemismo en Pizza, birra, faso), en Francia el final feliz se impone como instante en la patria de la felicidad (esa que el peronismo siempre sueña encarnar). Cuando al final del film, luego de acechar los innumerables problemas de una familia quebrada, suena “Gloria” –canción pop que replica el nombre con el que se identifica la hija- mientras vemos la recomposición socio-familiar bajo la iconografía feliz de un cuento de hadas nac & pop, asistimos a un triunfo de la voluntad (tal vez tan ilusorio como inocente): donde un asumido crítico antikirchnerista ve ecos del fascismo, y un hipotético crítico kirchnerista una referencia nada cínica a los deseos imaginarios del peronismo, un espectador menos extremista puede ver un simple sueño realizado (en la imaginación de una niña o de su padre cineasta…). En la consulta del psicólogo policial encarnado por Daniel Valenzuela, se ven dos fotos ensimismadas: Freud y Perón (un solo corazón). Y en esa mixtura que propone Francia (entre retrato de familia y pintura de época), Caetano reencuentra un cine de larga tradición que sin embargo hace rato se extraña en el cine argentino, como si –en el mejor de los casos- debiera quedar en manos de cineastas más convencionales. Pero allí donde Campanella o Burman (desde la independencia de la industria o el mainstream del NCA) caracterizan una clase media siempre redimida, Caetano prefiere -como buen muchacho peronista- la satirización feroz de esa clase (siempre contradictoria, o directamente traidora) y la exaltación idealizada de la clase media baja (a través de personajes amables hasta en sus miserias, para lo que cuenta con un trío de actores notable, en el que sorprende la encantadora Milagros Caetano, hija del director y notorio motor -ficcional y real- de Francia). Este film confirma el lugar particular que ocupa Caetano en el campo del cine argentino, por su relectura heterodoxa del realismo (que nunca condesciende al mero costumbrismo o al drama sensiblero, pero tampoco al recato minimalista y la vaguedad vergonzante). 2. El crecimiento de un cineasta está generalmente ligado (para los críticos, siempre en busca de la ontogénesis) a una profundización temática y formal (lo que llamamos “estilo”), pero también puede haber desarrollo en un avance exploratorio aparentemente azaroso e incierto. Hay directores que parecen mutar todo el tiempo, lo que en cierto modo representa un desafío mayor (porque los experimentos pueden fallar, y porque la crítica y el público siempre prefieren que una obra sea medianamente previsible). No sé si es el caso de Caetano (y no porque su apertura “genérica” se agote en una pura voluntad narrativa), si bien es claro que trata de no repetirse (algo muy loable en un medio que usualmente busca no defraudar las expectativas) y que sólo es fiel a la ética protestante del cine clásico americano (la moral está en el hacer). Pues a pesar de su aparente dispersión, el cine de Caetano tiene un tema definido: sus films siempre son “crónicas de una fuga”, centrados en personajes que luchan por ingresar al sistema, o a lo sumo recuperar una estructura familiar: algo que los haga –simplemente- parte de una comunidad (y los aleje de la inmoralidad del “sálvese quien pueda”). Pero si bien ese hilo invisible une Pizza, birra, faso, Bolivia, Un oso rojo, Crónica de una fuga, y –por fin- Francia, ahora es el mismo Caetano quien parece por fin liberado de su propio mandato (de su necesidad de demostrar su pericia narrativa o su conocimiento de los géneros, que parecía todo su horizonte formal). Francia logra ser un ensayo narrativo: un film libre, sobre la igualdad y la fraternidad (aunque no es -ni pretende ser– revolucionario). Podría decirse que Francia es de algún modo la contracara de Bolivia: Ambos títulos remiten a un país deseado, pero si en Bolivia el anhelo era incumplible por la asfixia del inhospitalario país real (y la muerte terminaba clausurando toda salida), en Francia la esperanza se vuelve real en el propio país (sin importar que los personajes nunca vayan a Francia…). Pues lo que está en juego son también dos modelos de cine: si en Bolivia el drama parecía sobredeterminar a los personajes, en Francia los personajes se sobreponen al drama… Y lo mismo sucede con ambos films: mientras uno estaba preso de su previsible final, el otro se permite abrirse a lo inesperado. Francia está –como los sueños- hecho de restos diurnos, de fantasías tejidas sobre lo real (eso es también el cine, para bien o mal): De la realidad al sueño, del drama intimista al melodrama social, del menemismo al kirchnerismo, Francia culmina con el regreso de la política. O la política como sueño… Pero, claro, se trata de un sueño peronista. 3. Hay una gran diferencia entre “ocultar el abismo social y la tragedia argentina” (como planteaba Quintín en su reseña) y “no profundizar en el problema social de este momento después de plantearlo como nadie lo planteó en el cine argentino hasta ahora” (como decía luego en otro comentario sobre Francia). Tal vez ese planteo sea pedirle demasiado a Caetano, vista la historia del cine argentino: Pues la repetida paradoja es que sólo un cineasta de origen “popular” (sinónimo de “peronista” en el contexto del cine argentino, salvo la notoria excepción de Campanella) parece poder tocar “el problema social de este momento” (es decir, buscar el núcleo de su tiempo), pero a la vez sólo puede hacerlo dentro de las limitaciones políticas del peronismo (lo que no deja de ser coherente con la realidad, visto que lo mismo le pasa a la política argentina…). Si se revisa la historia del cine argentino, se percibe que los cineastas “populares” (es decir: los que más conectaron con su tiempo, como Del Carril y Favio) surgieron del peronismo, mientras que la izquierda nunca tuvo un representante “popular” (ni siquiera con Gleyzer, cuyo mayor logro fue una película “peronista” como Los traidores), y el “modernismo reaccionario” (invariablemente antiperonista) nunca generó más que experimentos fallidos o sin alma (a pesar de sus inagotables intentos…). Ante esto, la opción sigue siendo un modernismo no reaccionario (no me atrevo a escribir “revolucionario”…). Es decir: salir del peronismo por izquierda, no por derecha (así en el cine como en la política). Claro que es más fácil de decir que de hacer… Y casi ningún cineastas (sea minoritario o popular) se plantea ya algo más que hacer su película (y, con suerte, algunos miles de espectadores). Es claro que el cine argentino hace mucho tiempo no es popular (salvo por sucesos esporádicos), pero eso no significa que la decadencia sea un destino ineluctable. Si ello llegara a pasar, sería por dos motivos: o bien porque el cine (no sólo el argentino) se habrá convertido definitivamente en un arte menor (necesariamente “minoritario”). O bien porque la brecha social (incluido el acceso a la producción, no sólo a la recepción) se habrá vuelto definitivamente irremontable. Lo segundo hablaría de una sociedad definitivamente escindida y desigual, así que esperemos que si el destino del cine es el museo, lo sea por cuestiones que vayan más allá de lo meramente socio-económico… Sea como sea, para el cine es muy difícil imaginar un final feliz (incluso en una utópica patria peronista).
Adrián Caetano luego de cuatro años sin rodar, presenta esta realización de bajo presupuesto con la que intenta un cine de cámara. Pocos actores, locaciones reales pero ajustadas a la historia, vestuario acorde a la clase social de los personajes y un argumento intimista. La trama cuenta la mirada de Mariana, de 12 años, sobre las extrañas circunstancias que vive con sus padres separados sentimentalmente pero convivientes a raíz de problemas económicos por los que atraviesan. Ella tiene, quizá como consecuencia de esa situación, problemas de conducta y de aprendizaje, lo que provoca que sus progenitores tengan que concurrir con frecuencia a citaciones que les hacen las maestras y psicopedagogas de la niña. A esos conflictos se suma que el padre es un hombre golpeador y su madre no termina de resignarse a su tarea de empleada doméstica. Al comenzar la historia pareciera que se concentrará en las fantasías de la niña que mira un tanto desconcertada el mundo en el que viven los adultos y en el que lógicamente está sumergida, pero Caetano no mantiene ese hilo narrativo sino que se dispersa, vuelve a retomarlo y vuelve a dispersarse. Al promediar la proyección el espectador, ante esta situación, también se dispersa. Las subtramas toman, por momentos, más fuerza que la historia principal, pero quedan cerradas a medias, sin la necesaria profundidad que requiere el tomar esos agudos casos sociales. Caetano siempre había dirigido bien a sus actores. En un elenco muy desparejo Milagros Caetano logra su personaje como la niña que observa; pero se destaca Natalia Oreiro, como su madre, definitivamente alejada de sus clisés televisivos con un crecimiento actoral muy notable. En tanto que Mónica Ayos completa a medias su personaje que no es diferente a lo que se le ha visto hacer como actriz. Lautaro Delgado, con una excelente trayectoria actoral en el teatro off porteño y con valiosísimos trabajos en ese medio, no logra componer ni desde lo físico ni lo expresivo al hombre que atraviesa una mala época provocada por ser un hombre violento. En sus pocas apariciones en pantalla Violeta Urtizberea sobractúa la mayor parte del tiempo. Esta vez cuesta reconocer al realizador que es uno de los referentes del Nuevo Cine Argentino. Muy alejado de su estilo narrativo con el que se lució en “Pizza, birra, faso” (1997) o en “Crónica de una fuga” (2006).
La niña en realidad se llama Mariana, pero ha decidido ser Gloria. Sucede que en el mundo de los adultos, pleno de preocupaciones y golpes bajos, no hay suficiente espacio para los deseos y necesidades de un niño. Deseos y necesidades que serán cubiertos y cumplidos (en mayor ó menor medida) por mamá Natalia Oreiro y papá Lautaro Delgado, pero aún así, Gloria presenta desórdenes de carácter y trastornos de conducta que ponen en jaque tanto la psicopedagogía creadora de la directora de su escuela privada (Lola Berthet) como la paciencia de su maestra de psicodanza (gol de Violeta Urtizberea). Es que, básicamente, el universo de la niña se halla muy distante de todos los inconvenientes que parecen plantear(se) los adultos, y Francia nos ofrece una perspectiva poderosa e impactante -pero también fresca y simpática- que intenta matrimoniar ambos mundos (niño y adulto) y mostrarnos la forma en la cual uno afecta (y modifica) al otro, a través de la puntual y genuina voz cantante de Gloria/Mariana/La Hija de Israel Adrián Caetano, una damita que se devora la pantalla, y no precisamente por su notoria y bonita dentadura. "Costumbrismo" que no es tal, situaciones que nos aproximan a lo básico por sobre lo accesorio (amén de un plano secuencia maravilloso que expone el festejo decadente de una familia de posición económica harto holgada) y un psicólogo recién recibido que nos ofrece un acertijo de dudosa resolución para repasar por las noches (antes de dormir) y así despejar la cabeza. Todo eso es Francia, quizá el film más oxigenador del festival hasta el momento.
Narrar tanta complejidad desde la sencillez Como si se tratase de una película "chiquita", de apenas 80 minutos, con un triángulo de personajes, sin decir demasiado de todos pero con lo justo y necesario como para decir aún más, Francia se exhibe como film que traza el recorrido cada vez mejor del realizador Israel Adrián Caetano. Desde Pizza, birra, faso (1998, co dirección de Bruno Stagnaro), hasta Francia, el cine de Caetano se despliega en una especie de bio ritmo, sin entender puntos álgidos o alicaídos, sino como metáfora de un pulso vital, lleno de energía y de disfrute cinéfilo: Bolivia (2001), Un oso rojo (2002), Crónica de una fuga (2006), cortometrajes, y las incursiones televisivas mejores desde hace mucho tiempo: Tumberos (2002), Disputas (2003), Lo que el tiempo nos dejó (2010). Francia es el lugar que nunca se visitará, espacio paradisíaco, de canto poético pero vedado. Construir entonces desde donde se está, con lo que se dispone, a partir de la mirada de una niña (Milagros Caetano), que se escinde y que se reúne entre padre y madre. Hay una historia familiar que no se narra de manera explícita, pero bastan las referencias en clave, de gestos que se reiteran o de palabras que se dicen. Una parte de mentiras (Natalia Oreiro), otra parte de golpes (Lautaro Delgado). Los padres se han separado y entre medio Mariana, pero también Gloria, porque su nombre variará en función del ánimo, de acuerdo con las ganas de desmoronar y de reinventar el mundo que la circunda. Porque mejor será imaginar y escribir, más aún ante una escuela coordinada por deficientes mentales, capaces de las más extravagantes idioteces con las que intentar domar -y erradicar las ganas de los niños. Bravuconería burocrática y sígnica monetaria, sus elementos pedagógicos. Padre y madre revivirán bajo un mismo techo, otra vez intentar, pero con la excusa del piso en alquiler, camas separadas, y la hija que cuidar y querer. Para uno y otro lado se desprenden más historias, con más detalles pequeños que añadir, sin demasiado que declamar. Y una puesta en escena simple, de cara a un verosímil que se respira de modo cercano, muy veraz, con la cámara buscando el mejor lugar donde colarse y no ser vista. El montaje es el arma mejor y brillante en el cine de Caetano, aquí pensado y resuelto desde planos secuencia que conjugan varias escenas, distintos planos, con una planificación puntillosa. En suma, un cine pensado desde la cercanía, sin desbordes, con una maestría que recuerda al Favio de El Aniceto y la Francisca (1967) o El dependiente (1969). Solo faltan las explicaciones que den cuenta -inverosímilmente, eso sí de por qué a Francia debemos verla solo en DVD, habiendo sido privados de su disfrute en una sala comercial. Al cine se lo ve en el cine. Mientras tanto, es un segmento importante del público al que se está segregando cada vez más, con las debidas y honrosas excepciones que significan El Cairo, Arteón, Madre Cabrini, Cine Club.
Libertad, Igualdad, Fraternidad Asi como semanas atrás con "Carancho", Pablo Trapero subrayaba sus intenciones como cineasta con un film totalmente alineado dentro de lo que es su filmografía, otro de los grandes directores del cine nacional actual, Israel Adrián Caetano (el director de las geniales "Un Oso Rojo" y "Bolivia" en cine o sus incursiones en la televisión con "Tumberos") se aleja diametralmente del estilo impreso en su propia obra, para aventurarse en la construcción de un film totalmente intimista. "Francia" nos brinda una historia centrada en la problemática que atraviesa una pareja recientemente separada, que por motivos económicos decide volver a compartir la vivienda (él no tiene mucho dinero como para alquilar otra cosa, ella le propone alquilar una pieza que le queda libre en la casa). Los vínculos devastados tras la separación, las tensiones del nuevo esquema de convivencia, un planteo de nueva dinámica familiar y la violencia implícita o explícita de los protagonistas, está atravesada por la mirada de una niña de 12 años, Milagros Caetano -hija del director-, testigo de todo lo que está sucediendo y lógico emergente del derrumbe familiar. En las antípodas del nervio del thriller o el policial que Caetano filma magníficamente, en esta nueva película, elige deliberadamente filmar un microcosmos: una pareja quebrada y su hija, sin dejar de lado el rasgo social que acompaña a la historia y que se encuentra presente en toda su filmografía. Cuando Mariana comience a presentar problemas para relacionarse con sus compañeros, problemas pedagógicosen general será la excusa para bucear en las relaciones parejas/ex-parejas, de padres-hijos, de maestros-alumnos y sobre todo profundizar en la dificultad de la pequeña protagonista para lograr un equilibrio para poder rearmarse en tiempos de tormenta. Sin embargo, el desafío que propone una película más personal y más arriesgada, no hace salir a Caetano del todo airoso: por momentos la trama parece no tener un rumbo preciso algunas escenas demasiado "explicativas" no armonizan dentro de la trama, como si sólo estuviesen justificadas en la medida en que introducen uno de los tantos temas que la película quiere tocar. Con una mirada crítica sobre todo a la imposibilidad de contención del sistema educativo y de generar ámbitos de asistencia social para los casos de estos niños que comienzan a fracturarse, fruto de estas separaciones conflictivas, el guión opta por presentar algunas viñetas, algunas situaciones, planteando una salida -si es que los personajes la tienen- demasiado liviana respecto del nivel con el que venia trabajando la historia. Sin terminar de definir si prefiere dejar una mirada infantil sobre el mundo adulto y o un giro de la mirada del mundo adulto sobre el infantil, y contando un giro final complaciente, los resultados generales son parcialmente acertados. No sin que esto signifique que "Francia" no sólo es interesante para poder ver una faceta diferente de la filmografía de un director talentoso que siempre tiene buenas historias para contar, sino tambien por el trabajo de Natalia Oreiro y Milagros Caetano /madre-hija en el film/ y el de los actores secundarios (Lola Berthet, Daniel Valenzuela y Violeta Urtizberea, entre otros), aunque justamente el guión no logre incluirlos y poder desarrollarlos lo suficiente dentro de la trama. Caetano asume un nuevo riesgo y si bien no logra un film que sobresalga dentro de su propia filmografía, vale la pena haberse arriesgado para mostrar una nueva faceta en la que quizás "Francia" sea el embrión de algunos proyectos futuros.