Cuando se quiebran los límites de lo moral Las relaciones humanas que se tornan muy intensas pueden traer muchas satisfacciones como complicaciones ante situaciones no deseadas. Ginger and Rosa, nuevo film de la aclamada realizadora británica Sally Potter narra la historia de dos adolescentes, que de familias amigas se fueron criando juntas de chiquitas y fueron compartiendo diversos momentos de sus vidas para crear entre ambas un vínculo tan vehemente que va más allá de la amistad. Ginger (gran actuación de Elle Fanning) es sumamente celosa de lo que pueda hacer Rosa (Alice Englert), en tanto que todo se complica de manera extrema cuando la primera observa que su padre – recientemente separado de su madre – esta teniendo una relación amorosa con su mejor amiga...
Para todos aquellos que gustan de ver en el cine historias de vida contadas y actuadas en forma conmovedora y cautivante, Ginger & Rosa es una muy buena oportunidad que no pueden dejar pasar para poder disfrutar de un excelente e inolvidable film de gran calidad. La arrolladora interpretación de Elle Fanning hace que uno se olvide completamente de que está viendo...
En términos visuales, Ginger y Rosa es una película estéticamente llamativa, con una fotografía interesante y por supuesto, con la incomparable fotogenia de Elle Fanning. Pero en términos narrativos y dramáticos, Sally Potter no tiene la más mínima idea de dónde está parada. Hay un caos narrativo tan grande que se me hace difícil empezar por algún lado. Entonces, lo mejor es por el principio: los primeros planos que se asoman, son primero el de dos madres y amigas a punto de dar a luz que se toman las manos. Luego, esa acción se ve espejada en el siguiente plano de sus respectivas hijas, Ginger y Rosa tomadas de la mano en una hamaca. Hasta ahí, todo muy lindo y prometedor. Lo que pasa después, es que la película se convierte en una seguidilla de planos estilizados y bellos encuadres, haciéndose cada vez más evidente la falta de un conflicto principal. Está la amenaza de la bomba nuclear de fondo, pero eso no basta...
Antes de que estalle la bomba Desde el comienzo, la vida de Ginger y su inseparable amiga Rosa (Alice Englert) ha transitado por los carriles normales de la adolescencia. La contemplación secreta de Ginger en todo lo referente a las actitudes desinhibidas de su compañera de aventuras se irán disipando paulatinamente al descubrir un aspecto un tanto oculto en ella y que está estrechamente vinculado al padre de la protagonista, Roland, un hombre recién separado de su esposa -la madre de Ginger- que abraza el liberalismo en todos los órdenes de la vida tras haber permanecido un tiempo en prisión, con un pasado algo oscuro y varios misterios detrás. Roland no tarda en seducir con su aparente tristeza a Rosa, aspecto que genera en ambas amigas un distanciamiento agudo y para Ginger la confirmación que su percepción de las dos figuras idealizadas, su padre y su mejor amiga, son producto de su incipiente inseguridad y tal vez de un avanzado estado de locura. Si la adolescencia como etapa conflictiva se entrelaza con un contexto adverso tanto en lo interno como en lo externo, sugerido desde este interesante melodrama intimista, Ginger y Rosa, de la directora británica Sally Potter (que no tiene nada que ver con el mago Harry) y a eso se le agrega una fuerte carga psicológica que no deviene catarsis, es porque el relato se encarga de desarrollar de manera sutil tópicos elementales para el cine, léase los celos, las inseguridades y los deseos reprimidos. Sin embargo, lo que puede parecer un pretexto histórico e incluso un capricho encierra su fuerte connotación dramática e imprime en el derrotero de la conflictuada Ginger (brillante actuación de Elle Fanning) un camino lo suficientemente sinuoso para conducirla a un precipicio emocional que con absoluta destreza narrativa se va gestando a lo largo de los noventa minutos. Para aquellos que pretendan como siempre un cine digerido y explicativo de las conductas o actitudes de los personajes, este film demuestra precisamente lo contrario y requiere por parte del espectador un esfuerzo extra para ir atando los cabos en la trama, atravesada por momentos de ambigüedad, personajes funcionales a esa ambigüedad y ciertas escenas perturbadoras, aunque no gratuitas. El opus de Sally Potter no es una película de fácil digestión dado que transita por los reveses morales sin una mirada acusadora o educativa pero sin abandonar los aspectos humanos detrás de cada conflicto o conducta manifiesta de sus personajes, muy bien escritos desde el punto de vista narrativo y con rasgos distintivos para enriquecer la fauna suelta en esta selva en que se debaten el ser y el deber ser; el deseo y la represión del deseo, la identidad y la libertad, antes de que la bomba del conformismo estalle.
Implosiones El comienzo de Ginger y Rosa es prometedor. Apenas iniciado surgen ante nuestros ojos imágenes del año 1945 referidos a la bomba atómica de Hiroshima. El impacto del visionado de ese terrible y trascendental acontecimiento no es casual, ambas niñas nacen en ese año, y diecisiete años después, su amistad continúa impávida durante la escalada nuclear de la crisis de misiles de Cuba en el apogeo de la guerra fría. Las dos chicas deambulan con su adolescencia a cuestas. Ginger (Elle Fanning, la hermana menor de Dakota) ve con ojos ansiosos a la resuelta Rosa (Alice Englert, la de Hermosas Criaturas) y no puede dejar de acompañarla en cada una de sus deseos. Ginger se encuentra atravesada por la situación mundial, para ella la destrucción del mundo está más cercana que nunca y cree en el poder del activismo político para poder revertir la situación. Rosa se considera un espíritu libre y deja todo en manos de Dios a través de un catolicismo conveniente y sin convicciones reales. Ambas adolecen en medio de familias partidas. Rosa sin padre (los abandono en su infancia) y Ginger con un padre (Roland) cada vez más distante de su madre (interpretada por la voluptuosa Christina Hendricks). Tanto Fanning como Englert cumplen con sus papeles, la primera con su rostro fotogénico y con una mirada que parece no abandonar la infancia y la otra, con un personaje determinado y sensual. Roland es el detonante para el desarrollo de la historia, él representa el patrón a seguir por Ginger (personaje que se va desmoronando hacia su interior). Su padre pregona una actitud contra las estructuras sociales que le sirve como perfecta excusa para comportarse como desea. Por eso su comportamiento resulta en más de una ocasión desconsiderado hacia su familia y, aunque se escude dentro de su búsqueda de libertad, es de una evidente cobardía. El papel interpretado por Alessandro Nivela (Jurassic Park 3) resulta seductor porque da margen para que dudemos de esas convicciones de las que tanto hace gala. Nunca logramos desentrañar que es lo que pasa por su cabeza. Durante la hora y media que dura Ginger y Rosa vemos como la amenaza atómica domina la escena de la turbulenta relación de las amigas. Sirve como estructura y referencia, pero todo lo que se ve en pantalla suena forzado, con una carga de emotividad que encuentra su lugar en las imágenes pero que se pierde en la palabra. Las situaciones se ven venir tanto como su intención, dejando la sensación de una falsedad construida por frases calculadas para el drama. Una buena puesta en escena (con una bella banda de sonido) por parte de la directora Sally Potter que no logra escapar a un predecible viaje iniciático donde se muestra que el pasaje a la madurez está cargado de dolor y decepción, ponderando una explosión que cuando llega, no es digna de arrasar con todo.
Queremos tanto a Elle... No soy demasiado afecto al cine de Sally Potter. Más bien todo lo contrario. Pero con Ginger & Rosa -sin llegar a ser una gran película- me reconcilié bastante con la directora de Orlando y La lección de tango. Claro que en esta historia sobre las desventuras de dos chicas adolescentes en la Londres de 1962 la realizadora inglesa tuvo un as en la manga, una de esas actrices que con su sola presencia son capaces de salvar, sostener o mejorar cualquier escena: Elle Fanning. Con apenas 15 años, la hermana de Dakota (otro diamante en bruto) ya había demostrado en films como Súper 8 y Somewhere que estábamos frente a algo serio. En el papel de Ginger, despliega -con acento inglés y con un personaje de más edad que ella en la vida real- un arsenal de recursos y técnicas que la convierten en una interpretación deslumbrante, perfecta (porque además de virtuosa es siempre funcional al relato). Ginger y Rosa son mejores amigas. A los 17 años, están en plena etapa de experimentación: fumar, beber, salir de noche, seducir a los hombres y hasta militar en los movimientos pacifistas. Es que el film transcurre en plena crisis de los misiles en Cuba, cima de la paranoia de la Guera Fría. Como en Los soñadores (Bernardo Bertolucci), Los amantes regulares (Philippe Garrel) o Something in the Air (Olivier Assayas), Potter quiere que el contexto socioeconómico, el "espíritu" de época, tenga mucha incidencia en los conflictos íntimos de los personajes y, en este sentido, esa imbricación resulta un poco obvia, subrayada. Pero por cada torpeza de la directora surge como generosa compensación Fanning, quien condensa todos los sentimientos y contradicciones (idealismo, frustración, curiosidad, celos, descontención) de esta aspirante a poetisa. Bien acompañada por Alice Englert como Rosa y por el sólido elenco de grandes actores que dan vida al universo adulto de la historia (el inmaduro padre de Alessandro Nivola, la inestable madre de Christina Hendricks, Timothy Spall, Oliver Platt y Annette Bening), Fanning es no sólo el principal atributo del film sino también la gran razón que justifica su visión.
Algo está por estallar Ginger & Rosa (2013) traza un paralelo entre el despertar adolescente de una joven en la Inglaterra del año 1962, y la crisis de los misiles nucleares entre Estados Unidos y la Unión Soviética a punto de estallar. Oliver Platt, Annette Bening y Timothy Spall acompañan al elenco protagónico. Desde el punto de vista de Ginger (Elle Fanning), la película de la inglesa Sally Potter (Orlando, 1994) describe las vivencias adolescentes de dos chicas en un período de crisis mundial. Desde ese lugar construye los vínculos familiares a flor de piel de Ginger, con su madre artista frustrada, su padre pacifista, mujeriego e idealista a quien admira, y su fiel amiga Rosa (Alice Englert) con quien experimenta el pasaje al mundo adulto. No conviene adelantar mucho de la trama pero la crisis nuclear representa sus sensaciones cuando los personajes mencionados se relacionen entre si. De esta manera Potter arma un drama familiar lo más alejado posible del culebrón mexicano: la cámara toma distancia y registra siempre desde el punto de vista de Ginger, como buen cine independiente de observación que pretende ser. El paralelo obvio (demasiado por lapsos) entre la crisis nuclear y la crisis familiar es interesante pero no logra adquirir otra lectura más atractiva al respecto. Lo cierto es que las vivencias adolescentes están muy bien retratadas. El momento específico de la vida donde todo adquiere una relevancia cósmica, el futuro no importa –total el mundo está por acabar-, en donde las alegrías y tristezas son absolutas, toma resonancia con la guerra nuclear a punto de estallar. La película abre con un plano de la explosión de la bomba atómica. Le sigue la destrucción que trajo consigo y, en ese marco, se empiezan a narrar las experiencias de Ginger y su amiga Rosa. Un dato curioso es la estética independiente (como recurso y como modo de ver el mundo) en la que la directora parece abstraerse del problema político para desarrollar un episodio personal. Sin embargo, es el punto de vista y focalización en la protagonista adolescente aquello que le permite optar por la neutralidad del tema. Y es en ese punto, donde Ginger & Rosa toma forma apocalíptica y justifica las vivencias de su protagonista adolescente. Aunque hacia el final los hechos se tornen inverosímiles.
Prefiero que el mundo no se acabe. Para encontrar el amor verdadero. Aquel que dura para siempre. Si es que existe el para siempre. Ginger y Rosa son mejores amigas. Una, interpretada magistralmente por Elle Fanning, es colorada; la otra, Alice Englert (la vimos hace poco en "Beautiful Creatures"), es morocha. Una escribe y quiere ser poeta. La otra quiere encontrar el amor. Viven casi en un mundo separado del resto, pero no pueden evitar sentirse amenazadas por lo que pasa afuera, por esa bomba que amenazan con explotar y que moviliza a Ginger a hacer algo. Cualquier cosa. Una es tímida, la otra sutilmente atrevida. La directora Sally Potter se centra principalmente en el personaje de Ginger, sigue todo lo que sucede con sus ojos. Cómo el matrimonio de sus padres se derrumba y al no llevarse bien con su madre se va a vivir con su padre, con quien siente que tiene más cosas en común. Pero también está Rosa, ella siempre está, que tampoco se lleva bien con su madre y se la pasa cada vez más cerca de Ginger y de su padre. La amenaza de la guerra nuclear que la lleva a protestar. Léase el tránsito de la adolescencia, aquella complicada etapa de la vida en que uno deja de ser niño pero todavía no es adulto. Sentimientos volcados en poesías. Y es que, mientras a Rosa en esa búsqueda del amor se la ve más precoz sexualmente, Ginger no piensa en muchachos, sino en el mundo, en el futuro de un planeta que está amenazado con terminar. Las dos jóvenes protagonistas están muy bien, pero claro, destaca no sólo por su mayor protagonismo sino por su talento y magnetismo, Elle. Los secundarios quedan un poco opacados y no cobran vuelo en el relato, a pesar de ser jugados por los prestigiosos Annette Bening y Oliver Platt. El film se divide principalmente entre la actividad de Ginger como protestante y la problemática que sucede con Rosa y su cercanía con su padre. Y si bien ambos son conflictos importantes, la película nunca termina de ahondar lo suficiente en ninguna de ellas. Al fin y al cabo, Ginger perdona, antes llora y estalla en su miedo a que se acabe el mundo, o a que se derrumbe el suyo propio. Una búsqueda poética, pero sabor a poco.
Una mirada de niñas en los años '60 La directora Sally Potter presenta una historia sobre la iniciación de dos chicas (Elle Fanning y Alice Englert) en plena época de la crisis de los misiles en Cuba. Una crítica a las consecuencias del amor libre en los más chicos. Ambientada en los comienzos de la década del '60 en Londres, la última película de la realizadora inglesa Sally Potter –que alcanzó una desmedida notoriedad por Orlando (1992)– es un relato sobre la iniciación de dos jóvenes en el mundo adulto, un futuro lleno de decisiones a tomar en el contexto de la Guerra Fría, más exactamente para la época de la crisis de los misiles en Cuba y la posibilidad de una escalada nuclear entre Estados Unidos y la desaparecida Unión Soviética. Esta amenaza, que a la distancia puede parecer exagerada pero que en ese momento era real, pauta la historia de Ginger (la extraordinaria Elle Fanning), que en plena adolescencia empieza a interesarse y a preocuparse por el estado del mundo mientras comparte sus días con Rosa (Alice Englert), su amiga inseparable con la cual vaga por la ciudad, incursiona en aventuras amorosas y se cuentan las miserias de su respectivas familias. Mientras que Ginger asiste al derrumbe del matrimonio de sus padres, Roland y Natalie (Alessandro Nivela y Christina Hendricks), Rosa fue criada solo por su madre cuando las abandonó su padre. Es decir que ambas chicas recorren la ciudad que está cruzada por la liberación de los años '60, y la historia demuestra que no fueron tan gloriosos para algunos. Es el contexto entonces lo que en cada minuto del film marca la conducta de los personajes, entre el crecimiento de las protagonistas, el "espíritu libre" de Roland que pronto seduce Rosa, sin reparar en el daño que le produce a su hija y al resto de su mundo afectivo –su ex esposa y los padrinos de Ginger, una pareja gay que comprende y apoya, interpretada por los sólidos Oliver Platt y Timothy Spall– y el compromiso con causas que exceden a los personajes de ese universo chico, casi provinciano, frente a la magnitud de los procesos históricos. Con más de un punto de referencia con Todos juntos, el film del sueco Lukas Moodysson que planteaba una mirada feroz y crítica sobre las consecuencias que producían en los niños el amor libre y el compromiso político de los mayores, Sally Potter construye un relato sereno que aunque se acelera al final en un crescendo dramático esperable, deja en claro que su apuesta está al servicio de pensar las razones y las conductas de sus criaturas, una mirada humanista que evita juzgar y por el contrario, se esfuerza por comprender.
Una transformación personal que coincide con otra más amplia, abarcadora y tal vez trascendental. Dicho de otro modo: la crisis de la adolescencia vivida por una chica de 17 años en el momento en que la Guerra Fría llega a su punto crítico con el conflicto entre los Estados Unidos y la Unión Soviética por las bases de misiles en Cuba. Lo individual y lo político se entrecruzan repetidamente en Ginger & Rosa , quizás el mejor film de Sally Potter en años y seguramente el más accesible que ha rodado hasta hoy. La realizadora de Orlando ha volcado muchas de sus experiencias personales al exponer la historia de Ginger y Rosa , las amigas nacidas en los días de Hiroshima que han vivido juntas y compartido todas las etapas del crecimiento, y ahora intentan definir su identidad, la relación con los suyos (en entornos familiares dominados por el descontento) y su vínculo con el mundo cuando éste corre peligro cierto de desaparecer. Ante esa perspectiva, las chicas reaccionan de diferente modo.En un principio, Rosa opina que todo está en manos de Dios y prefiere rezar. Ginger -como lo hizo Sally en su momento- se vincula con otros activistas y sale a la calle, a sumarse a la protesta. También como Sally, Ginger es hija de intelectuales bohemios y tiene el apoyo de un trío de amigos de la familia -sus padrinos, una pareja gay, y una radical militante feminista a la que toma de modelo-. Y por supuesto, el ejemplo de su admirado padre, un profesor pacifista que estuvo preso por negarse a ir a la guerra y en general se opone a todas las reglas y convenciones. Es tan egoístamente fiel a sus principios que no parece reparar en que sus actitudes causan muchas veces la infelicidad de quienes lo rodean. Incluso la de su propia hija, a quien trata con más respeto que gestos cariñosos. En esos días de confusión y alarma, la idea de oponerse al uso de armas nucleares concentra todo el interés de Ginger, que se vuelca al activismo con tanta dedicación como la que hasta entonces solo reservaba para la amistad de Rosa y para escribir sus poesías. El conflicto sobre el que la radio entrega informes alarmantes es para ella una amenaza real, pero también un símbolo sobre el cual puede proyectar su disgusto con el mundo. Un disgusto que aumentará mucho más cuando padezca profundos desencantos venidos precisamente de las personas a quienes más ama. Superar el drama es doloroso, pero precipita en ella, quizá de modo algo forzoso, una suerte de reconciliación y le abre camino hacia una comprensión adulta de las realidades de la vida. Sin una actriz tan prodigiosa como Elle Fanning hubiera sido imposible para Potter desnudar a tal punto este doloroso proceso de crecimiento. Lo cual no resta mérito al sensible trabajo de Potter, al desempeño de un elenco de lujo ni a la notable selección de la banda sonora..
Apenas el fin del mundo Lo más notable de Ginger & Rosa, una drama sobre dos adolescentes que crecen en los suburbios de Londres en tiempos de la Guerra Fría -1962, año de la Crisis de los misiles en Cuba-, es la actuación de Elle Fanning. Formidable. Más, si tomamos en cuenta que la hermana de Dakota tenía apenas 13 años cuando interpretó a Ginger, un personaje (un poco más grande que ella) nacido a fines de la Segunda Guerra, igual que su amiga Rosa (Alice Englert). En la película, ambas chicas cargan, cada una a su modo, con cierto estigma bélico, con cierta angustia de que el mundo pueda volar a pedazos de pronto; lo que ocurre en el salto de la infancia a la adultez. Sobre todo si se forma parte de un familia disfuncional -quién no, ¿no?- y se vive en una sociedad paranoica por las amenazas nucleares. Fanning/Ginger transmite estados de ánimo ambiguos, cambiantes, incluso antagónicos, típicos de su edad y su época (recreada con una eficacia sin estridencias). Por un lado, la euforia juvenil, el despertar sexual, la primera militancia, el futuro ilimitado, la credulidad y la utopía. Por otro, la tristeza heredada: una madre frustrada y depresiva; un padre bohemio, mujeriego, melancólico y a la vez libertino (que presagia el espíritu del Mayo francés). La desdicha del mundo adulto: lo que se ignora o se logra ignorar de chico. El crescendo dramático del filme, la creciente percepción apocalíptica de Ginger, girará en torno de la atracción mutua entre su padre y Rosa. Los personajes principales no son, felizmente, maniqueos: tienen sus claroscuros, sus razones y sus miserias, sus puntos de vista. No intentan dar lecciones: viven como pueden, son amargamente creíbles. Sally Potter (Orlando, La lección de tango) optó esta vez por un estilo sencillo, directo, alejado del formalismo (con sus fuera de foco y sus tomas cámara en mano). La música, en general diegética, incluye joyas interpretadas por Thelonius Monk, Django Reinhardt y Miles Davis. El tramo final tal vez puede resultar un poco enfático o melodramático, No está mal: se trata, después de todo, del punto de vista de Ginger, de su íntima idea del fin del mundo.
Ahora es más fácil ser progre Ginger (Elle Faning) y Rosa (Alice Englert), están juntas desde siempre, literalmente, nacieron una al lado de la otra, ya que sus mamás dieron a luz en el mismo hospital en camas contiguas. De ahí en más fueron amigas inseparables. Durante su adolescencia, en Londres a principios de los 60, estas amigas que pasan todo el día juntas y parecen disfrutar de las mismas cosas -hasta se visten igual-, comienzan a cambiar, y esto probablemente tenga que ver con su entorno. Ginger viene de una familia con la cabeza más abierta, una madre (Christina Hendriks) que dejó de lado su carrera como pintora para cuidarla, y un padre (Alessandro Nivola) músico, escritor, que ha estado preso por ser objetor de conciencia, y que básicamente hace lo que quiere; además de unos padrinos gays (Timothy Spall y Oliver Platt), que hospedan a una escritora estadounidense (Annette Benning) que se convierte en una especie de mentora para Ginger. Rosa, en cambio, viene de un hogar roto, con un padre abandónico y una madre limpia casas que tuvo un par de niños más a quienes Rosa debe cuidar. Obviamente, ahora que son mayores, la visión que tienen del mundo es diferente, a Ginger le interesa la poesía, y quiere ser una militante pacifista, mientras el único objetivo de Rosa es encontrar un hombre que la quiera y no la abandone. Ginger esta preocupada por el afuera, por la amenaza de una bomba nuclear, y al ser atea, casi por obligación, cree que el futuro de la humanidad depende de la acción del hombre; pero Rosa prefiere dejar las cosas en manos de dios, y preocuparse por no tener una vida igual a la de su madre. Irremediablemente, en algún momento las cosas explotan, y tal vez de un modo tan melodramático que desentona con el modo en que se venía construyendo el relato. Elle Fanning ofrece una actuación extraordinaria, con una sensibilidad increíble para mostrar sin excesos todas las emociones que la desbordan, al igual que Alessandro Nivola, cuyo personaje camina sobre una línea muy delgada entre la libertad de pensamiento y el egoísmo, y aunque parece alguien incapaz de sentir remordimiento, es en el fondo una persona que encierra muchísima tristeza y frustración. La estética es excelente, los ambientes bohemios están mostrados de forma delicada, realista, para nada estereotipada. Es una historia narrada con muchísima sensibilidad, con personajes complejos, de una generación que vivió una guerra, que se comprometió con sus ideales, que rompió moldes, y que quiso una vida diferente que, en ese momento, parecía incompatible con la familia y la paternidad.
Ginger y Rosa es esa clase de películas que tiene la originalidad de una secuela del Vengador Anónimo (Charles Bronson) pero se termina por disfrutar debido al trabajo de los actores. La verdad es que historias como estas se hicieron a patadas en las últimas décadas a tal punto que se terminaron por volver completamente predecibles. Adolescentes que tienen que lidiar con los problemas de esa edad y viven en tiempos convulsionados como la década del ´60. De hecho, hace poco se estrenó la comedia de Julie Delpy, Verano del ´79, que con una propuesta más encarada por el lado del humor exploraba temáticas sociales similares a las de Ginger y Rosa. La virtud de esta película es que pese a ser una propuesta trillada la trama se vuelve llevadera gracias a las interpretaciones de las protagonistas. Muy especialmente Elle Fanning (Super 8), quien es una de las grandes revelaciones juveniles de estos últimos años. La verdad que la hermana menor de Dakota Fanning tiene un futuro enorme y en este trabajo brinda una labor excelente que representa la principal razón por la que vale la pena recomendar esta película. La espontaneidad con la que encaró su personaje logra que te olvides de todos los momentos trillados y melodramáticos que tiene el guión. En este caso las típicas situaciones que genera la angustia adolescente se mezcla con la crisis de los misiles cubanos de 1962 que puso al mundo al borde de un conflicto nuclear, algo que le dio un condimento especial al film y al contexto en el que se mueven las protagonistas. Sin embargo es Elle Fanning quien gracias a su trabajo genera que el espectador se pueda conectar con las emociones que vive su personaje y de esa manera disfrutar con más profundidad la película. No tengo dudas que con otra actriz Ginger y Rosa hubiera sido otro drama adolescente olvidable. Especialmente por el hecho que la narración de la directora Sally Potter por momentos se vuelve algo monótona si bien en términos visuales el film es excelente. Ante tantas producciones tontas que se han hecho con estas temáticas por lo menos esta brinda un drama llevadero que se disfruta gracias al trabajo del elenco, donde se destacan también veteranos como Timothy Spall, Annette Benning y Oliver Platt. Una buena película para tener en cuenta.
Poemas de Guerra y Paz El regreso de la directora británica Sally Potter, célebre en los noventa por títulos como Orlando y La lección de tango y perdida después en producciones de menor repercusión como Vidas furtivas y Rage, trae a la pantalla una historia donde se entrelazan las vínculos de amor, familia y la búsqueda de la paz en un mundo que parece a punto de desaparecer. La joven promesa de Super 8 y del film Somewhere de Sofia Coppola, Ellen Fanning, (dato menor: hermana de Dakota Fanning) es quien protagoniza este relato bajo el nombre de Ginger, donde dos amigas de la infancia se ven envueltas en la dramática Londres de 1962. Época donde palabras como Cuba, Unión Sovietica, Estados Unidos y Bombas, eran las más escuchadas en la radio. La infancia de Ginger y Rosa (Alice Englert) se ve interrumpida por la adultez combativa en busca del desarme y la paz, tarea nada simple para aquellos años. Mientras intentan ser parte de esta contracultura, sus vidas e ideas se verán atravesadas por un padre bohemio, una madre infeliz y una amistad al borde de la disgregación. Ginger y Rosa posee la suma de ingredientes como una música que es partícipe y protagonista, la literatura como voz y esperanza de un posible mañana y los pacifistas que de a poco buscan encontrar un lugar en una Londres sin ilusión. La realizadora Potter vuelve a encausar sus ideas en este film donde se van cuidados los momentos, y fotografiados de una manera sumamente cuidada, además de un reparto de expertos intérpretes de la talla de Alessandro Nivola, la espléndida Annette Bening y Christina Hendricks.
Días de bunkers y desamores. El tiempo pasa, la Tierra gira, y las cosas cambian. Esas verdades universales no parecen demasiado importantes para Ginger (Elle Fanning) y Rosa (Alice Englert), dos chicas londinenses unidas desde que nacieron. Hasta los 17 años, ellas escapan a compartir juegos, verdades y sueños, en particular el de crecer en una forma más libre que sus madres, esclavas del rol de amas de casa, pudieron. Saben que es un tiempo de vueltas, para bien y para mal: mientras ellas descubren el gusto de los labios de un chico o alguna rutina para conseguir un aventón tardío, los capitalistas y los comunistas se enfrascan en una decisiva discusión por los misiles soviéticos descubiertos en Cuba. Pero poco a poco, sus placeres las inclinan a rutas distintas. Mientras la callada Ginger se fascina por la poesía y la protesta, Rosa prefiere probar el audaz camino de la revolución sexual. Sin embargo, las grietas en la amistad se marcan con Roland (Alessandro Nivola), el padre intelectual de Ginger, que se aleja más y más de su devastada esposa (Christina Hendricks), todo mientras Rosa toma un interés especial en él. Desesperada por la traición de su compañera y su familia, Ginger sentirá que su mundo está a punto de acabarse, lo que la impulsa a tratar de hacer lo posible para evitar la catástrofe. Aunque sin importar lo que pase, ella no puede dejar de sentir el ritmo del Reloj del Apocalipsis, que se acerca con certeza a la medianoche. La intención principal del drama de Sally Potter (Orlando, Las lágrimas de un hombre) es aprovechar un recurso narrativo clásico, que es mezclar las consecuencias de un evento histórico (en este caso, la crisis de misiles de 1962, el punto más candente de la Guerra Fría) con el despertar de un individuo, creando una unión entre contexto y sociedad. El problema en el enfoque de la directora es que ella se estorba al forzar sin resultados interesantes la relación entre la crisis personal y la crisis global, lo que va en contra del ritmo de la historia introspectiva de Ginger, quien es lentamente arrastrada sin querer hacia el desastre. Pero al menos Potter tuvo la habilidad de elegir a alguien que pudiera cargar el film en sus espaldas, y esa persona sin dudas es la joven Fanning. Si bien ella ya había mostrado su talento en Somewhere – En un rincón del corazón y Super 8, en Ginger y Rosa prueba más, poniéndose en la piel de una persona varios años mayor que ella y llevando acento británico, pero por sobre todas las cosas, dominando la pantalla con su capacidad para contener con sutileza un océano de emociones, pasando de la despreocupación y felicidad adolescente a la desolación de un presente sin claridad. El hecho de que ella eclipse a intérpretes como Annette Bening, Timothy Spall y Oliver Platt es una señal del gran futuro que tiene en el séptimo arte. Si no fuera por el grupo de actores liderado por la fotogénica Fanning, Ginger y Rosa sería un intento completamente obvio y calculado. Pero el elenco logra encontrar el aspecto cálido del relato, haciendo que uno no pueda evitar meterse un poco. Después de todo, cuesta no lamentar como el planeta marcha, sin tiempo para preocuparse por la vida de una pequeña poetisa.
Sally Potter escribió el guion y dirigió este film ambientado en los 60, en el que dos jóvenes se rebelan contra sus madres, se fascinan con el descubrimiento de la sexualidad y la militancia y se enfrentan a un juego de pasiones y seducción con adultos que pueden destruirlas. Con un gran trabajo de Elle Fanning, (la hermana de Dakota), un film de buenos climas, perturbador, interesante.
Historias de jóvenes y crecimiento personal. Nunca terminarán de inventarse y reciclarse para adecuarse a la necesidad de cada director. Incluso al cambiarle el trasfondo social, cultural y temporal, el esqueleto temático se mantiene intacto. La cineasta inglesa Sally Potter toma como recursos la crisis de los misiles del '62 y empuja a sus dos protagonistas, amigas y rivales, a un torbellino de emociones con la amenaza nuclear como paralelismo de una explosión inminente. Ginger es introvertida y callada, mientras que Rosa es impulsiva y visceral. Ambas comparten la impasible determinación de no convertirse en sus madres, mujeres que por una u otra razón se presentan ante sus ojos como frágiles y fracasadas amas de casa. Potter se vale de una edición fracturada, casi nerviosa, para representar los cambios bruscos de una adolescencia efervescente. Entre diferentes escenarios, mayormente interiores en penumbras y exteriores en decadencia -ese baldío con una fábrica en ruinas es hermosamente devastador- transcurre esta amistad tormentosa que se redefine cuando la vida de ambas toma un rumbo que ninguna de las dos esperaba. De una cadencia lenta y pausada, Ginger & Rosa se sostiene mediante su elenco, mas no por su historia. La trama pergeñada por la realizadora no avanza dando tumbos, sino que mantiene un vuelo raso, sin elevarse y apenas arriesgando a un conflicto interno que, cuando finalmente encuentra su solución, deja un sabor amargo en el espectador. La conclusión llega tarde y disparada a bocajarro, es confusa cuando quiere ser profunda y reflexiva, no aporta ni suma. De no ser por la más que convincente actuación de Elle Fanning, el film estaría en problemas. Elle tiene todo el potencial que alguna vez su hermana mayor Dakota demostró y más, siempre con su semblante impenetrable que sólo se quiebra en el mejor momento de la película, cuando un secreto se hace paso y explota, causando mucho más daño en los personajes que los misiles o la bomba nuclear. Hemos visto a su contraparte, Alice Englert hace poco en Beautiful Creatures, y tiene una presencia entre interesante e intrigante. hay buena química como amigas, pero este es el show de Fanning, y la otra funciona como soporte. Es una pena que actores de la talla de Annete Bening, Timothy Spall y Oliver Platt se vean reducidos a prácticamente cameos. Ayudan a llevar la narrativa a buen puerto, junto con los jóvenes Christina Hendricks y Alessandro Nivola, pero básicamente están de relleno para el lucimiento de las adolescentes -bueno, una de ellas-. Entre manifestaciones pacifistas, traiciones, jazz, y liberación sexual, Ginger & Rosa apenas sobresale no tanto por su fábula moral y social sino por el estilo visual de la directora y por Elle Fanning. Sólo por eso aprueba raspando.
En la adolescencia de una década Octubre de 1962 fue el mes en el que el primer single de Los Beatles y el primer film de la saga dedicada al Agente 007 vieron la luz en el Reino Unido. Pero también fue el mes de la bomba, de los misiles cubanos apuntando a los Estados Unidos. El riesgo real de que las potencias mundiales terminaran reducidas a cenizas radiactivas es el trasfondo del último largometraje de la británica Sally Potter, en lo que seguramente sea su proyecto cinematográfico más clásico y frontal, al menos desde un punto de vista narrativo. En cuanto a sus aspiraciones, las de Ginger & Rosa no son menores, pero resultan bien diversas a las de su film más reconocido, Orlando, que jugaba el juego de las múltiples temporalidades con un personaje eterno y cambiante. La otrora artista experimental, miembro de la famosa cooperativa London Film-makers’ Coop durante los años ’70, intenta aquí un retrato de época que se siente autobiográfico, no tanto por los detalles de la trama sino por el particular zeitgeist que la película intenta replicar y que la realizadora vivió en aquellos tiempos, con apenas trece años recién cumplidos. Coming of age en épocas difíciles (¿qué épocas no lo son?), Potter ambiciona cruzar lo personal con lo político y social, con el devenir de la Historia. “1962 es antes de nuestro concepto de ‘los años ’60’, pero está más allá de los ’50. Es casi como la adolescencia de una década”, declaró Potter en una entrevista a la revista Sight&Sound luego del estreno de Ginger & Rosa en el Festival de Toronto. Y adolescentes son, precisamente, sus dos protagonistas, amigas desde la más tierna infancia. Desde el parto, para ser precisos, según revelan las primeras imágenes. Si Ginger (Elle Fanning teñida de violento naranja, como corresponde a su nombre) es un poco más cándida que Rosa (Alice Englert), desconocedora todavía de las pulsiones sexuales y cuyos primeros contactos con el alcohol y el tabaco sólo pueden provocar tos y borracheras, ello no impide que su interés por el estado del mundo la empuje a relacionarse con un grupo de activistas pro desarme nuclear. Generando, de paso, las primeras fricciones en una amistad que se suponía eterna, inviolable. La vida en casa de Ginger tampoco es fácil: su madre pide a gritos una vida hogareña más “normal”, mientras su padre (interpretado por Alessandro Nivola), un profesor universitario de espíritu libre, no termina de comprender las consecuencias que trae aparejada su irrefrenable pasión por sus jóvenes alumnas. Extraño que Potter haya optado, en un film tan british, por actores americanos (es de suponer que habrán luchado bastante para pulir sus acentos), pero más allá de este detalle circunstancial, que sólo puede quebrar la apariencia de verosimilitud para un espectador de habla inglesa, el mayor obstáculo que encuentra el desarrollo de Ginger & Rosa es su obsesión por los detalles de época, que terminan convirtiendo a sus personajes en meros portavoces de ideas, creencias e ideologías. No se trata de un film maniqueo en sentido alguno, pero la carga simbólica de cada línea de diálogo, parece dispuesta para tensar alguna línea de discusión sobre la era retratada. Potter se apoya en una fotografía demasiado majestuosa, que destaca la fotogenia no sólo de los actores sino de cada una de las locaciones, sea ésta una playa frente al mar o una parada de ómnibus suburbana. En una propuesta de representación naturalista, el resultado es una narración que termina virando hacia los excesos melodramáticos y que reemplaza la posibilidad de la empatía por una superficial nostalgia vintage.
Sobre el dilema entre ideal social y egoísmo personal
Un café tibio El cine de Potter es como un café tibio. Se toma rápido y se olvida pronto, o directamente se lo desecha. Esta película, sin embargo, es más inofensiva y en todo caso disimula mejor los vicios de la realizadora inglesa: feminismo básico de manual (donde los hombres son muy tontos y las mujeres muy sensitivas e inteligentes), una supuesta independencia formal que se diluye rápidamente y una cierta tendencia a la falsa calidad. Los dos personajes cuyos nombres se leen en el título son adolescentes que crecen como pueden en Londres durante los sesenta. Potter se esfuerza por mostrar que detrás hay una directora y brinda una primera hora bien física, cerca de los rostros, de los cuerpos, desenfocando los fondos y acentuando la fotogenia de las jóvenes, principalmente la de Ginger, interpretada por Elle Fanning, quien se muestra espléndida y misteriosa en el rol que le toca, sobre todo, cuando sonríe. Si bien el film no se distingue de cualquier otro que haya explotado antes la veta del aprendizaje y del descubrimiento sexual, parece interesante, en primera instancia, la forma en que se derriba el mito de la felicidad y de la libertad de una década casi siempre mostrada desde un optimismo consagratorio. Es así que las dificultades que las dos amigas padecen en sus vidas hogareñas, estallan en sus pretendidos roles activistas en contra de una virtual guerra nuclear. La confusión es verosímil y Potter cree conveniente mostrarlo a través de una tensión entre encuadres incómodos con planos cerrados y descansos lumínicos con planos generales más cercanos a un aura que envuelve con sus claros a las protagonistas. Esta saludable idea de llevar una historia personal a un plano político, se pierde lamentablemente con la innecesaria filtración discursiva a través de la radio y las líneas de diálogo de los personajes acerca del desastre mundial inminente. A la subrayada reconstrucción de época, se le añade una desconfianza progresiva en el potencial de la pareja en cuestión, y ahí vuelve a aparecer lo peor del cine de la directora: los hombres vuelven a ser tontos y culpables, terminan pidiendo perdón por sus pecados y las mujeres ingresan en el ansiado mundo de la telenovela rosa con sus conocidos clisés (cruces amorosos prohibidos, embarazos, celos, reproches). Es decir, más de lo mismo. Un párrafo aparte merece Elle Fanning. Con su roja cabellera dignifica la pantalla. Su mirada y la sonrisa que esboza por segundos en cada escena, justifican tomarse el café al que se hizo referencia en la primera línea.
La amistad adolescente en un film intimista y profundo La amenaza de una guerra nuclear flotaba en el aire en el mundo. En ese Londres de 1962 dos adolescentes tienen una amistad inseparable desde la niñez. Ginger y Rosa van juntas por la vida pero ambas tienen diferentes visiones. Mientras que Rosa, hija de madre soltera que trabaja limpiando casas, es quien le muestra el mundo joven de los primeros besos, de los primeros cigarrillos y de la fe a Ginger. Ginger, hija de una pintora frustrada, siguiendo los pasos de su padre, esta más comprometida en los peligros de la bomba nuclear convirtiéndose en una activista del desarme. El padre de Ginger, Roland, va y viene en la relación con su esposa y mientras Ginger lo ve como un bohemio idealista, Rosa lo mira como un hombre y no como el padre de su amiga. Sally Potter, directora y guionista, le da su impronta a una historia de amistad pero que por momentos se convierte en conmovedora, desafiante, profunda, intimista y con una honestidad brutal en una época muy especifica de la historia, con una narración realista y visceral del mundo adolescente de los 60. Indudablemente aunque Alice Englert realiza un excelente trabajo en el papel de Rosa, es Elle Fanning quien sorprende por su interpretación de Ginger, rayana en la perfección actoral. Indudablemente, si Fanning a esta edad es capaz de componer de esa manera este papel, uno no puede vislumbra hasta que nivel puede llegar en su carrera. Gracias al plus especial que le otorga Elle Fanning al film es que “Ginger y Rosa” se confiere en una de las mejores películas de la aclamada directora.
Dos adolescentes se encuentran descubriendo el mundo de los adultos. La directora inglesa Sally Potter primero se sitúa mostrando el terrible estallido en agosto de 1945 del bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki. Pasamos a Londres en ese mismo año donde dos jóvenes amigas parturientas se encuentran dando a luz a sus niñas. Pasamos a Londres en 1962, una etapa difícil donde se habla sobre una posible guerra nuclear, el planeta vive la crisis con la existencia de los misiles en Cuba. La Unión Soviética, Estados Unidos y probables bombas, estos temas se escuchan constantemente por radio, (Una etapa que fue conocida como “la guerra fría”, un enfrentamiento político, económico, social, ideológico, tecnológico, militar, informativo e incluso deportivo). En medio de todo esto están Ginger (Elle Fanning de 15 años, hermana, Dakota Fanning), su madre Natalie (Christina Hendricks, “Bajo el mismo techo”),quien no se encuentra feliz y Rosa (Alice Englert, “Hermosas Criaturas”, además hija del cineasta Jane Campion), madre soltera de la clase trabajadora Anoushka (Jodhi May, “El último de los mohicanos”), son dos adolescentes amigas desde que nacieron, inseparables, pasan gran parte de sus vidas juntas y hablan: sobre los chicos, el amor, la religión y política, faltan a la escuela, coquetean y tienen sus sueños. Ginger se siente más atraída por la poesía y las protestas políticas pero Rosa le enseña a fumar, a besar a los chicos y a rezar. Roland (Alessandro Nivola, “Coco antes de Chanel”) El padre de Ginger, profesor frustrado, no cree en Dios, es un pacifista y le agradan las mujeres más jóvenes, este comienza frecuentar reuniones y manifestaciones contra la guerra y las armas nucleares. Este engaña a su mujer y luego de una fuerte discusión se separa de su mujer. Estas jóvenes van sufriendo distintas situaciones y constantemente toleran la posible destrucción del mundo, en un momento Ginger dice- “Todos podemos morir mañana” y le encanta leer Poemas de Thomas Stearns Eliot. Cada una de ellas se manifiesta diferente, sus posturas e ideologías lo son, una reza, otra es más liberal y pertenecen a clases sociales distintas. Mientras Ginger sufre por la separación de sus padres, encuentra refugio junto a una pareja homosexual formada por dos hombres (Timothy Spall y Oliver Platt), su amiga norteamericana y poeta Bella (Annette Bening, “Mi familia”). Ahora Ginger se va aferrando a otras cosas de la vida y algo pasa entre ella y Rosa. No es conveniente ir contando demasiado de la trama. La realizadora Potter ("Orlando",1992) nos introduce en un melodrama de la adolescencia que habla sobre la amistad, las traiciones, los problemas sociales, los miedos, la hipocresía, la lucha de la mujer por tener un lugar y la igualdad. Diálogos interesantes, todo acompañado por melodías de jazz, (va generando climas) y una buena fotografía, el guión tiene algunos pequeños baches (son justos los momentos que decae), la historia no es novedosa, aunque resulta ser un drama sólido acompañado por buenas actuaciones.
Apocalipsis emocional Dos amigas adolescentes, de esas inseparables y de relación simbiótica. Ginger con una familia en apariencia bien constituida y Rosa abandonada por su padre a los pocos años de edad. Todo marcha bien entre ellas hasta que los inevitables cimbronazos de la adolescencia -y porque no del destino- terminan haciendo mella en su entrañable amistad. Contexto. La historia se desarrolla en Londres en los años ´60. La amenaza de una posible guerra nuclear se torna cada vez más patente y las protagonistas (sobre todo Ginger) se ven comprometidas con la causa pacifista. El temor de que todo pueda terminar en unos segundos atraviesa el film. Y el paralelismo entre conflictos bélicos y conflictos personales, que al principio apenas se sugiere, va tomando hacia el final dimensiones insospechadas. El amor de un hombre es lo que terminará separando a las chicas. Y no el de cualquier hombre, sino el de Roland, el padre de Ginger. Casi sin solución de continuidad Roland pasará de ser un intelectual bohemio y lleno de ideales, a un hombre inmaduro, irresponsable y de notable mezquindad. Apariencia. No todo es lo que parece. “Ginger & Rosa” no es una película más sobre dos amigas adolescentes. De hecho, es más bien la historia de Ginger y de su paso de niña a mujer a través de pérdidas y dolorosas decepciones. Pero estas circunstancias no convierten a Ginger en una víctima, muy por el contrario, la transforman en la promesa de una joven luchadora e independiente. Es ella y no Rosa la que se alejará del modelo de vida doméstica y conformista representado por sus madres. Sally Potter La directora inglesa Sally Potter, quien saltara a la fama con la película “Orlando” (1992) es una de las realizadoras más virtuosas en lo que a manejo del lenguaje cinematográfico se refiere. Es dueña de una sutileza única para dotar a sus películas de un alto y personalísimo componente estético, sin perder por ello, la frescura y la capacidad de emocionar. En “Ginger & Rosa” echa mano a esa virtud y logra transmitir la vorágine emocional a la que es sometida la protagonista (si te había gustado en “Somewhere” (2010) de Sofía Cóppola, puedo asegurarte que aquí Elle Fanning la descose), subrayando el impacto que el contexto social y los avances tecnológicos -misiles soviéticos en Cuba, bomba de hidrógeno, etc.- tienen en su vida y en las del resto de los personajes. Drama. La historia de “Ginger & Rosa” fluye sin sobresaltos narrativos. A medida que nos adentramos más en el conflicto, aunque entendamos la densidad de los hechos, nada nos mueve a pensar que habrá una irrupción desmedida de los sentimientos. Por ello, en el desenlace, cuando en una misma habitación confluyen todos los personajes principales y salen a la luz los secretos guardados entre Ginger, Rosa y Roland, algo parece quebrarse. Y no me refiero a la relación de las partes en conflicto, sino a ese acuerdo tácito que nosotros habíamos creado con la directora. Es decir, esa secuencia pone en jaque el fluir natural y nada contaminado de golpes bajos, excesos o lugares comunes que el film expresó desde un comienzo. Pero por extraño que sea, ese desenlace también es el que posibilita la mejor actuación de Elle Fanning - al menos hasta la fecha- esa, cuando le falta el aire y las palabras no dichas duelen más que las que finalmente pronuncia. Hacia el final, la poesía aparece para Ginger no sólo como refugio –como en el resto de la película- sino como lugar de redención y de perdón. Ello, sumado al final abierto, no hace más que confirmarnos ya no la promesa de una joven resuelta e independiente, sino el nacimiento de una nueva Ginger.
La directora inglesa Sally Potter, responsable de La Lección de Tango (película que filmó en nuestro país), regresa con Ginger & Rosa, un film honesto y maduro sobre la adolescencia y la amistad que a la vez intenta retratar las dificultades de crecer con un mundo (tanto a escala global como personal) que se viene abajo. ¿Alguien quiere pensar en los niños? Londres, 1962. Ginger y Rosa son amigas desde que tienen memoria. Ginger vive con su madre, un ama de casa y artista frustrada, y con su padre, un profesor idealista y pacifista. Rosa vive solo con su madre y sus hermanos. Las chicas hacen todo juntas, pero mientras Ginger se interesa mas por la poesía y por el activismo, Rosa parece interese en la religión y los chicos, pero en algo coinciden ambas, ninguna de las dos quiere llevar la misma vida que llevan sus madres y piensan que están destinada a algo mejor. Pero mientras tanto el mundo está al borde del desastre, la crisis de los misiles en Cuba y un posible holocausto nuclear son el tema de todos los días. Aquí las amigas comenzará a distanciare, Ginger empieza a militar por el desarme nuclear mientras que su familia poco a poco se desintegra, y Rosa comenzará a desarrollar un interés por Roland, el padre de Ginger. Inocencia Perdida Sally Potter no es una santa de mi devoción, de hecho es todo lo contrario. Nunca logré relacionarme con su cine y luego de ver solo un par de sus películas simplemente deje de preocuparme. Pero con Ginger & Rosa Potter logra lo que nunca había logrado antes, retratar a la perfección una edad y una época y de una forma más que accesible para el público. Elle Fanning, aquella divina niña de Súper 8, da vida a Ginger en más de un sentido. Es casi imposible para uno no relacionarse con ella, Fanning hace un trabajo estupendo transmitiendo sus sentimientos y emociones y vivimos con Ginger ese momento donde uno termina de perder la inocencia e inevitablemente deja atrás la adolescencia para convertirse en un adulto. Potter reflexiona de manera magistral con esto. ¿Cuándo uno se convierte en adulto? ¿Está relacionado directamente con la edad física y natural de una persona? O tal como le pasa a Ginger, ¿son las circunstancias de la vida las que llevan a uno a dejar atrás “las cosas de niños” y comenzar a comportarse de una manera un tanto más “responsable”? Es esto último sobre lo cual se explaya Potter. Ginger debe liderar con el divorcio de sus padres y con Rosa comenzando una relación con este último, es así como encuentra en la militancia un desahogo, una forma de canalizar lo que le está ocurriendo. Cuando Ginger dice que ella milita para salvar el mundo, ¿a qué se está refiriendo exactamente? ¿Al mundo tal como lo conocemos o a su propio mundo? Ese que se le está viniendo abajo. Es cierto que quizás Potter, por momentos, no tenga demasiada idea hacia dónde va la película. Pero esto está también directamente relacionado con el eje central del film, la adolescencia. Ginger & Rosa funciona como una gran metáfora sobre la misma y tal como nos sucede en esa etapa, muchas veces estamos perdidos, si saber para qué lado agarrar, comenzando cosas y dejándolas por la mitad, buscando nuestro destino. Todo por lo que pasan tanto Ginger como Rosa a lo largo del film no es más que un reflejo de esa lucha que tiene cada adolecente para encontrar quien realmente es y en quien se quiere convertir. Curiosa es la elección de Potter de contratar en su mayoría a actores norteamericanos para interpretar a ingleses. Como ya dije previamente, Fanning brilla en el papel de Ginger, y el resto del elenco secundario tampoco se queda atrás. Alice Englert también está fantástica como Rosa y lo mismo Alessandro Nivola, Timothy Spall (el único ingles del elenco principal), Oliver Platt, Annette Bening y la bella Christina Hendricks. La fotografía de Robbie Ryan es otro de los puntos a rescatar, filmada mayormente con cámara en mano y con un excelente uso de los colores e iluminación, ayuda a Potter a encontrar el tono perfecto que necesita la película. Conclusión Decir que Ginger & Rosa merece ser vista simplemente por la actuación de Fanning sería demasiado, pero no injustificado. El guión de Potter es un tanto desordenado y por momentos bastante literal, dejando pocas cosas a la imaginación, pero aun así el resultado es una película cálida y melancólica que retrata de manera casi perfecta la amistad, la adolescencia y eso gran paso que damos hacia la adultez.
Crecer de golpe en medio de la crisis Son dos adolescentes entrañables que viven su despertar a la vida en el Londres de los tempranos 60. Rosa viene de un hogar partido y es la más audaz y la menos soñadora. Ginger tiene padres, pero en casa las cosas andan muy mal. Ellas se necesitan y se consuelan: salen, llegan de noche, beben, fuman, conocen chicos y hasta empiezan a militar. La crisis de los misiles en cuba proyecta sus sombras y la vida empieza a mostrarse como lo que es: un lugar que acoge sueños y lágrimas, que nos alimenta de dulces y amarguras. Es un film sobre despertares: al sexo, a la madurez, al activismo, a los secretos y a las crisis. La radio larga noticias inquietantes y Ginger (estupendo trabajo de una enternecedora Elle Fanning) sueña con salvar el planeta para poder salvarse de una vida de secretos y sinsabores. Mientras el mundo espera un desenlace, en casa de Ginger la crisis se precipita. Los secretos estallan en mil pedazos y la realidad se encarga de pasar en limpio la historia. Ginger encontrará en la poesía, el refugio y el desahogo que buscaba. Y al final, desde el dolor, aprenderá crecer más que su avispada amiga, tocada muy pronto por la pasión y el desencanto. Buena película. Empieza con muchos lugares comunes, pero va creciendo. Es sentida, dolida, con seres en crisis que reflejan un mundo siempre amenazante.
Un mundo (ya) montado Seguido de unas primeras imágenes de la Hiroshima de 1945, dos madres dan a luz al mismo tiempo. En la escena siguiente, dos nenas (las hijas de esas mujeres) se toman la mano y se hamacan juntas mientras que, al lado de ellas, una de las dos madres consuela a la otra. En la imagen que sigue, uno de los padres de las niñas deja la casa, mientras que el otro padre levanta a su hija en brazos. Esta serie de flashbacks que de algún modo resumen la historia de la amistad entre Ginger (Elle Fanning) y Rosa (Alice Englert) también muestra, al comienzo de la película de Potter, aquello que constituye su tesis. A lo largo del film y de una u otra forma, Ginger & Rosa volverá siempre a esa serie de recuerdos, con los que intentará marcar la inevitabilidad de la separación de las amigas, una inevitabilidad que sólo puede tener lugar en un mundo de opuestos. Ginger es una adolescente alegre y apasionada de la literatura que, siguiendo el camino recorrido por su padre, comienza a interesarse en la militancia. Rosa, en cambio, está totalmente abocada a la religión y a la búsqueda del amor verdadero. Sin embargo, y al menos hasta que surge el gran conflicto que las separa —es decir, cuando Roland (Alessandro Nivola), el padre de Ginger, se acuesta con Rosa—, ambas comparten una amistad muy cercana y de mucha complicidad y el cariño. Pero, por más que los problemas comiencen con ese repentino romance entre Roland y Rosa, todo en la película deriva en lo irremediable de las diferencias no tanto morales como ideológicas que separan a las amigas. Así, y cuando Rosa finalmente le pide a Ginger que la perdone, esta le escribe en un poema en el que le explica que son diferentes, y que esa diferencia que priva la amistad es que una sueña con un amor para toda la vida, mientras que la otra sólo quiere vivir. Por ahora, sin embargo, nada de esto deja de ser coherente y verosímil; tanto Ginger como su padre y varios de los amigos que la acompañan tienen una perspectiva de lo real radicalizada y casi sin matices. Pero sí hay algo de brusco y sobre todo de forzado en la forma en que la película cuenta la historia de esa amistad, como si los antagonismos furiosos y la falta de ambigüedad entre los personajes también obligara a construir un mundo sin búsquedas y cerrado en sus propias intuiciones. Potter, así, no sólo filma los extremos sino que también toma de ellos una mirada en parte ciega y en parte fragmentada que cobra su forma más visible en el descuido de la continuidad, ya sea entre las escenas como en los personajes y sus recorridos. El resultado es una película de espasmos y explosiones entrelazadas a la fuerza, donde los personajes de repente abandonan el cariño o la consideración por el otro y se vuelven indiferentes e incluso perversos, y donde los diálogos, los escenarios y hasta la música se sujetan a las escenas como apéndices amordazados. En un universo donde la tiranía se encarna no tanto en el tiempo y en sus estragos sino más bien en la elipsis, a Ginger & Rosa no le queda más que abandonar a sus personajes al gesto superficial, vacío y forzado de la ideología que representan. Y es por eso que, en la película de Potter, las verdades no se encuentran en los personajes ni en sus trayectos particulares sino en seguidillas de imágenes caprichosamente montadas. En este sentido, el comienzo de la película es también el final, y Ginger & Rosa no podían ser más que amigas y tampoco más que opuestas. Paridas al mismo tiempo por las ruinas de Hiroshima, la creciente polarización de un mundo partido en dos le quitaba a una el padre, y le daba a la otra el suyo: en un universo de extremos donde además las madres se muestran no sólo sumisas sino también insignificantes, ese hecho no podía llevar más que hacia dos senderos contrarios.
Este film de Sally Potter (recordada por una película interesante como Orlando y una invisible como La lección de tango) narra el paso por la adolescencia de dos amigas durante la crisis de los misiles de 1962. El ritmo es bueno, y la actuación de las protagonistas provoca una empatía inmediata en el espectador. Las chicas se hacen querer, aunque uno se pregunta por qué Potter tiene que mezclar tantos elementos en un film que podría, sin complejidades ni la necesidad de mostrar “cosas importantes”, darle justo al corazón del espectador. La idea de que un film sea además algo así como un manual de instrucciones o una conferencia sobre cónmo debe vivirse suele atentar contra nuestra necesidad de ver aquello que no podemos experimentar, de acompañar a esas personas imaginarias que no nos rodean todos los días. Aquí seguimos a estas dos chicas con placer, siempre y cuando la señorita Potter no saque la tiza del guardapolvos y nos subraye para qué hace la película.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Éramos unas niñas Sally Potter nunca hizo una película que valiera la pena, así que por ese lado no había que preocuparse mucho. Elle Fanning, por su parte, participó a su corta edad en algunas películas bastante estimables, como por ejemplo Un zoológico en casa, Súper 8 oSomewhere. Elle es la niña hecha para bailar por los planos más que para estar plenamente en ellos, siempre leve y tristona como un junco, la integrante de las chicas Fanning que empieza a tocar un poco de cielo en cada película, justo cuando la querida Dakota parece volverse un alma en pena, el sonido melancólico de un nombre solo, perdido en el laberinto de Hollywood. Pero Elle Fanning, tristemente, todavía no es capaz de salvar una película como la que nos ocupa. Su misión, por ahora, no es entonces la del trazo contundente de la épica sino más bien la presencia a medias, el destino de estar en la escena durante un segundo que vale oro, para después volver a la madriguera de las hadas buenas, reservando rastros de potencia como un presagio, o un espectro con cara de santa. La película de la pesada de Potter no alcanza nunca a aprovechar esa apariencia delicada y efímera, ese murmullo de la actuación que se afirma en secreto, con la consistencia indolente que se guardan los tímidos cuando se miran al espejo. Ginger & Rosa tiene el terreno con toda la fertilidad del mundo para cierta clase de película que al final no hace, porque no sabe, no puede o no quiere. El principio de los años sesenta, con su clima de guerra nuclear en ciernes, le servía en bandeja a la directora la posibilidad de una biografía del desconcierto: la adolescencia es la década, la crisis personal es la agitación del mundo, el pasaje hacia una forma difusa de adultez es el modo en que la vida social londinense de esa época preciosa se desembaraza, no sin turbación, de los restos queridos de un victorianismo que está todavía en el aire con ganas de quedarse un tiempito más. Ginger y Rosa son dos chicas amigas en medio de la turbulencia de esos años de cambio, hermosos y malditos en partes iguales. Potter filma los primeros pasos en el departamento de la marea sentimental, la pantomima de la guerra fría en el hogar, el trance de la amistad y la conciencia digamos que política, acaso como una forma de evasión y afirmación personal más que otra cosa. Pero la directora inglesa decide convertir todos esos fantasmas deliciosos en reliquias y meterlos en un almanaque. Ginger & Rosa es más fría que la muerte aunque juegue por momentos con los pasos de un melodrama sin convicción. Allí no habla una película de verdad, con su propia voz y su vitalidad, sino la Historia contada a los chicos. En realidad su ambición es el detalle mobiliario, la representación de la vida por la vía de la mímesis permanente, la idea por encima del mundo y el texto por arriba del cine. De pronto, para hacer que filma una película, se distrae con planos preciosistas y con pedazos de música que no alcanzan para disimular la irrelevancia desoladora del conjunto ni su falta de una ambición verdadera, aunque sea modesta, en el terreno del cine. Cuando se le ocurrió una película basada en la novela Orlando, se veía a la legua que a Potter tampoco le importaba nada el asunto llamado cine, pero el costado más o menos riskée con bolitas de naftalina del libro le ofrecía, quizá, la posibilidad de una simulación más enfática para entretener a la gilada con los manierismos prestigiosos de Woolf como coartada. - See more at: http://www.housecinemaescuela.com.ar/estrenos/item/254-ginger-y-rosa#.Ue5ou23OA15
1962. Londres. Ginger y Rosa son dos jóvenes de diecisiete años que son mejores amigas desde que nacieron en pleno bombardeo a Hiroshima. Esa trágica y desoladora explosión parece haber unido su historia pero la amenaza de un posible ataque nuclear en su presente parece dividir los caminos que seguirán. Ginger es divertida, entusiasta, poetisa (aunque todavía no con estilo propio ya que se inspira demasiado en T. S. Eliot) y comprometida (está muy preocupada por la sola idea de la imposibilidad de vivir un futuro); en realidad su verdadero nombre es África pero Ginger, su apodo, parece encajar con su figura y personalidad ya que significa pelirrojo y jengibre (raíz con excelentes condiciones curativas). Rosa, es más apagada y precoz (está más interesada que Ginger en el despertar sexual). Ginger tiene aspiraciones de una vida bohemia e independiente. Rosa sólo quiere encontrar el amor verdadero y convertirse en esposa. Ginger no es creyente, Rosa sí. Ambas tienen una vida familiar compleja que las marca en sus expectativas. Ginger es hija única, sus padres vienen del mundo del arte y se están separando. Rosa, tiene hermanos y fue abandonada por su padre de pequeña. Sally Potter (Orlando, La lección de tango) dirigió y escribió Ginger & Rosa; el film es en gran parte autobiográfico, principalmente en lo que respecta a las vivencias de la directora en los años 60 en relación al activismo y la psicosis por la virtual arremetida nuclear; así lo expresó: "Tuve pesadillas recurrentes. Habría tres minutos de advertencia y lo que podía hacer para salvar a la gente, corriendo de aquí para allá. Ahora tenemos una sensación mucho más prudente de la destrucción del mundo por el cambio climático, etc. No es una sensación de muerte inminente y total. No pasó tanto tiempo desde la Segunda Guerra Mundial. Así que había una sensación estar bajo el apocalipsis”. Si bien la cinta cuenta la relación entre dos amigas, se centra en la perspectiva de Ginger, en su volcán interior que está también a punto de explotar. Ellen Fanning, quien ya maravilló con sus queribles e inolvidables personajes en Somewhere (reseñada en El Sur de Febrero de 2011)y Super 8, volvió a encandilar en Ginger & Rosa ya que logró dar vida a Ginger de un modo magistral, proveyendo inmensa credibilidad a su personaje con sólo 13 años de edad. Alice Englert, hija de la prestigiosa directora neozelandesa Jane Campion (El piano, Retrato de una dama,Holy Smoke) encarnó a Rosa. Sólo hay dos decisiones de Potter que no se comprenden: la elección para los roles secundarios de célebres actores como Annette Bening, Oliver Platt y Timothy Spall, quienes son totalmente desaprovechados y el hecho de que la mayoría del elenco no sea británico. Ginger & Rosa, cuya banda sonora es exquisita con referentes del jazz como Sidney Bechet y el Dave Brubeck Quartet, es una historia con defectos pero muy interesante ya que describe el espíritu de una época a través de un relato intimista y por momentos existencialista que se hace preguntas cómo: ¿qué es ser pacifista? Para finalizar una frase de Bertrand Russell citada en el film: “Con la vida que nos quede no cesaremos de hacer lo que esté en nuestro poder para evitar la mayor calamidad que jamás haya amenazado a la humanidad”.
Entre el amor y el temor a la bomba Coreógrafa, compositora, directora y guionista, Sally Potter es una de las figuras más notables de la escena performática londinense. Hermana de Nic Potter, bajista y miembro fundador de Van Der Graaf Generator, Sally se inició en el colectivo de cineastas experimentales LFMC, en 1969, y pronto combinó sus experiencias con la danza en la London School of Contemporary Dance; colaboró y militó en agrupaciones feministas y grabó con destacados improvisadores como Fred Frith y Lindsay Cooper hasta alcanzar la fama internacional con la dirección de Orlando, en 1992. Las curiosidades de su CV incluso tienen color local: en 1997 dirigió La lección de tango, protagonizada por el bailarín argentino Pablo Verón. Ginger & Rosa, su séptimo largometraje, indaga en fuertes intereses personales, como todas sus películas, pero es la de mayor tinte autobiográfico. Ambientada en 1962, durante la crisis de misiles en Cuba, Ginger y Rosa son amigas íntimas, gemelos espirituales que comparten el devenir desde la sala donde nacieron hasta el deslumbramiento edípico por Roland, padre de Ginger y objeto de deseo para Rosa. Un desertor de la Segunda Guerra, Roland las apoya cuando deciden alistarse en la CND (Comisión para el desarme nuclear, organismo presidido por Bertrand Russell y clave en la contracultura británica); así empiezan con manifestaciones por la paz hasta descubrir impensadas y por momentos incómodas libertades. Con la sombra de la bomba en cada fotograma, Ginger es el verdadero sujeto de esta Inglaterra que puede desaparecer. Potter filma como una Loach existencialista, sin juzgar los límites entre el inconformismo y el vale todo. Ginger & Rosa es una gran adición al de por sí impecable catálogo del British Film Institute.
Publicada en la edición digital #251 de la revista.