Un niño espera. La película de Carlos Sorín tiene un comienzo intenso y a la vez delicado. De forma minuciosa explora la incertidumbre, la emoción, el miedo, la felicidad y todo lo que produce decidir adoptar a un niño de nueve años. No es fácil, no es lo que la pareja protagónica esperaba, pero igual van para adelante porque desean adoptar a un niño. La pulcra minuciosidad que el realizador utiliza para explorar los primeros encuentros es digna de admiración. Cecilia y Diego, los padres adoptivos, viven en un pueblo en Tierra del fuego. Antes de la adopción oficial deben pasar por un período de prueba. Con idas y vueltas parece que las cosas van bien, dentro de lo razonable. Pero entonces desde el colegio llegan los primeros problemas. El pasado del nene, vinculado con una familia complicada que incluye un padre preso, pondrá en alerta a los padres del lugar donde él estudia y tensará el vínculo entre todos. Sorín, director de larga trayectoria, mantiene sus constantes como director, acertando con el retrato realista y respetuoso, pero cambiando el tono cuando se nota la intervención del guión para subrayar personajes o situaciones. Confiando en el poder del cine, opta en varias situaciones dejar afuera los conflictos de los cuales solo recibimos las consecuencias. En eso Joel hace la diferencia, en eso se vuelven una película conmovedora. La protagonista, Victoria Almeida, da con el tono siempre, aunque la película se desvíe por los mencionados recursos de guión. Y Joel Noguera, el niño protagonista, también esté impecable, sin dar nunca la impresión de un niño actor, sin construir un personaje frente a nuestros ojos, sino simplemente siendo ese personaje. Es inevitable para muchos, tomarse esta película desde su tema sin prestarle atención a lo cinematográfico. El tema tiene mucha fuerza y seguramente miles de personas lo verán desde su propia experiencia o de casos de los que han sido testigos. No está mal que así sea, pero para un espectador de cine no se trata solo de discutir el tema sino de ver la película. Y en todo caso ir más allá de lo puntual y pensar hasta qué punto la sociedad tiene miedo de integrar a todo aquello que puede ser una posible amenaza. La integración y el rechazo tienen consecuencias. La película busca aferrarse al amor, no el que nos viene de nacimiento sino el que nos comprometemos a dar. Más allá de la adopción, apostar por la lealtad y la valentía es un una decisión que nos define. Joel, con sus virtudes y defectos, habla de eso.
Siempre tarde. Verdad de perogrullo a esta altura convencerse de que en este país la palabra inclusión supone per se a otra que también es muy utilizada: integración. Si se piensa a la sociedad como un organismo, y en la misma dirección a una comunidad como un cuerpo, el diagnóstico de enfermedad está a la vuelta de la esquina. El nuevo opus de Carlos Sorín, Joel, recupera esa pureza de las historias mínimas sobre los grandes temas sociales. La simpleza para narrar desde las imágenes, la puesta en escena y un puñado de diálogos creíbles, léxicos sumamente familiares y la naturalidad de los que frente a cámara la vuelven invisible. Al igual que en otras películas del director de El camino de San Diego, la idea de un personaje desamparado o al menos desprotegido vuelve transformada en el terreno de la adaptación que se le exige a un niño de nueve años, cuyo pasado se relaciona con el abandono y su presente, tan incierto como su sonrisa frente a los extraños, con la chance remota de encontrar padres adoptivos, siempre que una vez vencido el plazo de la guarda los nuevos tutores decidan continuar con el proceso de adopción legal y definitiva. Ese desamparo del niño de 9 genera la conflictiva en el seno íntimo de una pareja joven instalada hace poco en la comunidad, Cecilia (Victoria Almeida) y Diego (Diego Gentile), su deseo de ser padres, sus ansiedades, miedos y nulas herramientas para defender posiciones ante las primeras complicaciones con la adaptación de Joel (Joel Noguera), su retraso en el aprendizaje y el rechazo por no ser un niño de esa comunidad. El paisaje patagónico, los escenarios desolados de Tierra del Fuego, transmiten además desde lo visual el complemento ideal para remarcar las sensaciones de aislamiento, soledad ante una inmensa nada blanca. La ausencia de un Estado o al menos la demora de décadas para generar políticas educativas de largo plazo son el talón de Aquiles que plasma las fisuras de un sistema obsoleto, alejado de la realidad y volcado al corto plazo cuando la problemática supera todos los estamentos institucionales y de la propia comunidad, que encuentra en el pretexto del chivo expiatorio su indiferencia y rasgos de individualismo que ocultan prejuicios y prácticas de discriminación polémicas. El cine de Carlos Sorín es aquel que nos mira no como espectadores sino como cuerpo social; es aquel que nos interpela desde los ojos de Joel en el espejo retrovisor de la historia, la chiquita y la escrita con letras mayúsculas. En definitiva, un cine que nos muestra sin juzgarnos: humano, cruel, realista, poético y político.
Una pareja de treintañeros se instaló hace pocos años en Tolhuin, un pequeño pueblo de Tierra del Fuego. Incapaces de poder tener sus propios hijos, Cecilia (Vicky Almeida) y Diego (Diego Gentile) se inscriben en el sistema de adopción para poder formar una familia. La llegada repentina de Joel, un chico de nueve años con una historia muy complicada de fondo, cambiará sus vidas para siempre. “Joel”, la nueva película de Carlos Sorín (“Historias Mínimas”), es uno de esos relatos intimistas que abordan problemáticas sociales complejas, como es el caso de la adopción tardía, la discriminación, la adaptación a un nuevo entorno y la situación de vulnerabilidad de los niños que no tienen una contención. El film logra visibilizar este contexto del cual no se suele hablar ni en el cine ni en la sociedad en general, provocando una reflexión en el espectador. Si bien la adopción es una temática complicada, la tardía lo es aún más, porque muchas veces los nuevos padres fantasían con criar a un bebé o niño pequeño desde cero y no a un chico que ya trae consigo una personalidad definida. Asimismo, la discriminación escolar no está tratada comúnmente, como el típico bullying que se aborda en el cine, sino que se incluye también a los docentes y padres como parte de este aislamiento y falta de tacto. Es decir, que la película no solo logra mostrar lo que sucede, sino la forma de hacerlo resulta muy efectiva y original. Al tener un más conflicto interno que tangible, la cinta se sostiene sobre todo por la construcción de sus personajes. Joel Noguera (Joel) es quien más se destaca en su interpretación, sobre todo porque carece de experiencia anterior. Aún así logra captar la esencia de aquel niño que viene de una familia disfuncional y que de un día para el otro su vida cambia para siempre: se muda de lugar, conoce a sus nuevos padres, empieza una nueva escuela (con un retraso en la currícula), y tiene un nuevo hogar. Con pocas palabras, el pequeño centra su actuación en las miradas y los gestos para cautivar al público. Almeida y Gentile acompañan muy bien a Noguera, encarnando a padres con distintas perspectivas y miedos. Uno se adapta mejor que el otro, uno se siente más frustrado que el otro. Consiguen mostrar de una buena manera las expectativas previas y la realidad concreta, a partir de situaciones inesperadas. También se destaca la participación de Ana Katz en el rol de una mamá del colegio. Por otro lado, el contexto en el cual se sitúa la historia también es muy importante. No ocurre en ningún centro urbano, sino en un pequeño pueblo de la Patagonia. Su clima crudo y desolado influye en el comportamiento de los personajes y genera un lugar propicio para el desarrollo de la narración. En síntesis, “Joel” es una película que consigue visibilizar problemáticas poco tratadas tanto en el cine como en la sociedad, a partir de una forma cuidada, sutil, con pasajes dramáticos y otros un poco más cómicos. El elenco logra ensamblarse muy bien para transmitir el lugar que ocupa cada uno de ellos en la historia.
Enamorado desde hace décadas de la Patagonia, el director de La película del rey, Historias mínimas y El perro se fue hasta el pueblo de Tolhuin, en Tierra del Fuego, para filmar un intenso drama familiar con la adopción, las diferencias de clases, la doble moral y la hipocresía social como temas principales. Cecilia (Vicky Almeida), una profesora de piano; y Diego (Diego Gentile), un ingeniero forestal, están cerca de los 40 y, como no han podido concebir hijos, se inscribieron en un programa de adopción. Cuando reciben una llamada del juzgado saben que sus vidas cambiarán para siempre. Si bien sus expectativas estaban puestas en que la criatura a su cargo tuviese 4 o 5 años, les informan que Joel tiene 9. Y no solo eso: viene de una dura existencia llena de carencias, descontención y hasta un reciente paso por un instituto de menores. “¿En qué nos estamos metiendo?”, se pregunta ella y la película de Sorín se encargará de dar algunas respuestas (y de abrir nuevos interrogantes). Padres primerizos (angustiados, dedicados y sobreprotectores), Cecilia y Diego se ocuparán de que a Joel no le falte nada, pero cuando lo anotan en la escuela pública del lugar comenzarán a percibir resistencias, prejuicios y estigmatizaciones varias. En este sentido, más allá del indudable sentido de denuncia que tiene el film respecto de las comunidades cerradas y conservadoras, el guión del propio Sorín maneja algunos interesantes matices, como las posturas “grises” (un poco acomodaticias y políticamente correctas) del director y la maestra, o las actitudes de una madre que intenta terciar en el conflicto que interpreta Ana Katz. La película por momentos peca -en el marco de una mirada humanista que intenta no caer en la crueldad y reivindicar las segundas oportunidades- de cierta simpleza e inocencia que le quita algo de profundidad a la trama. De todas maneras, con una narración sólida que saca provecho visual y en la construcción de climas de los paisajes sureños en el desolador invierno y con un impecable elenco, Sorín termina consiguiendo un film noble y riguroso.
El cine de Carlon Sorín es sinónimo de sencillez y eficacia narrativa al plasmar historias que tienen que ver con los vínculos y los personajes que habitan zonas aisladas e inhóspitas. Caben como ejemplos La película del rey, Historias mínimas y Días de pesca, entre otras. En Joel, Cecilia -Victoria Almeida- y Diego -Diego Gentile- conforman una pareja de treinta y pico que vive en Tolhuin, un pueblo de Tierra del Fuego, donde ella es profesora particular de piano y él trabaja como técnico forestal. Entre la nieve y el calor del hogar, ambos reciben la noticia tan esperada: Joel -Joel Noguera-, un niño de nueve años, será el nuevo integrante de la familia luego de iniciar un largo y agotador trámite de adopción. La película aborda sin golpes bajos y con sensibilidad los temas de la paternidad, el aprendizaje y la reinserción social, y hasta pone en juego la relación de pareja porque no todo lo que reluce es oro en este "pueblo chico, infierno grande". El ingreso a la escuela pública a la que concurre Joel, quien arrastra un pasado complicado debido a su situación anterior, es el puntapié para tensar el clima de la historia que trae debates y enfrentamientos entre lugareños a partir de la discriminación que sufre el pequeño en el ámbito educativo. Sorín cuenta con un elenco sólido para que la historia funcione: Almeida brillla en su papel de la madre ocupada y preocupada que sacará sus garras en el momento indicado; Gentile -después de su exitoso paso por la obra Toc Toc y Relatos salvajes- construye al papá inexperto pero empeñado en lograr la felicidad del niño como sea y Joel Nogueras, que habla cuando es necesario, y conquista el corazón del espectador. Por su parte, Ana Katz también convence como la vecina que decide "ayudar" a Cecilia cuando todo estalla por los aires. Joel es ilusión, cambio y propone recorrer senderos inexplorados, aún cuando parezca que todo es intransitable.
Pueblo chico, infierno grande Lo último de Carlos Sorín nos lleva al sur de nuestro país a retratar un suceso de la vida de Joel (Joel Noguera). El niño, criado en Buenos Aires, se queda sin familia tras la caída en prisión de su tío, único familiar responsable. El matrimonio que lo recibe, además de lidiar con la adaptación del niño, se debe enfrentar la doble moral del pequeño núcleo social en el que viven, donde ninguno de sus vecinos es lo que aparenta. Cecilia (Victoria Almeida) y Diego (Diego Gentile) se mudaron a un pueblito del sur buscando una nueva vida, a la espera del llamado para tomar la guarda preadoptiva de algun niño, ya que no han podido tener hijos biológicos. Profesora de piano ella, ingeniero forestal él, un día les llega la noticia de un niño en espera. A pesar de sus miedos e inseguridades, y la diferencia de edad, pues esperaban uno de 4 o 5 y Joel tiene 9, deciden aprovechar la oportunidad. Joel no entra en confianza rápidamente, ni con ellos ni con el resto del entorno. Algunas anécdotas sobre pequeñas travesuras que rozan la delincuencia cometidas en su guarda anterior son un alerta para los padres de sus compañeritos, que empiezan una cruzada para desterrar al niño. Desterrarlo de manera literal, sin metáforas. La propuesta parte de la base de un relato interesante que en primera instancia me recordó a El sacrificio de Nehuen Puyelli, de José Celestino Campusano. Pero la reminiscencia se quedó solo en el paisaje sureño. Uno no debería hacer comentarios en primera persona en las reseñas, por más absurdo que suene, porque las reseñas son siempre una percepción personal. Pero salí de la sala decepcionada. No por la película, sino conmigo misma, por no haber empatizado con los personajes, por no haberme metido en su mundo, por no haber tenido un mínimo sentimiento movilizado. En contraposición a la sensación que le dejó a muchos colegas, no logré empatizar en ningún momento con los personajes. La inestabilidad emocional de Cecilia me alejó radicalmente de ella. La dinámica de la pareja en relación a Joel, de la madre exigente enfocada en educarlo y el padre que le da todos los gustos, la maestra dulce e inocente, las autoridades escolares que forman parte de un sistema burocrático que lo último que genera es contención a los chicos, la madre chismosa que quiere quedar bien con todos, los fanáticos de la iglesia que vinculan todo con dios, la mujer sumisa que tiene su pensamiento propio pero no lo manifiesta porque quien “se ocupa de las cosas” es su marido… todos se constituyen como estereotipos y no se logra dar una mirada crítica sobre ellos. La prolijidad de la narración es tal que parece buscar retratar de modo objetivo las acciones, sin tomar partido por ninguno de los personajes. La base llama la atención, el modo de narrar atrapa pero el ritmo lento termina jugando en contra si no te identificás con ningún personaje. Terminás sintiendo que sos espectador de un desfile de estereotipos y dudo mucho que la intención del director haya sido esa. Véanla, si no tienen una piedra en el corazón como quien suscribe la van a pasar bien.
Regreso a lo grande de Carlos Sorín. Un cuento sobre la familia y el amor, pero también sobre el dolor de creer que los demás, y la mirada del otro, pueden atravesar cuerpos y tomar decisiones autoritarias. Sorín filma como los dioses, y enmarca a la dolorosa historia de un niño y sus padres adoptivos que sufren el rechazo de una comunidad entera en paisajes agresivos pero bellos a la vez, dotando de una textura única a las imágenes. Victoria Almeida ofrece un trabajo de una enorme verdad como esa madre que luchará hasta el último aliento por aquello que cree mejor para su hijo Joel.
El Director Carlos Sorín, nuevamente desde el sur de nuestro país presenta una historia que ahonda en un tema pocas veces tratado en nuestro cine, como es la adopción. Diego (Diego Gentile) y Cecilia (Victoria Almeida) están casados pero no pudieron tener hijos, él es Ingeniero Forestal y por su trabajo se fueron a vivir a Tolhuin, en Tierra del Fuego. Ella es Profesora de Piano y es la que al comienzo recibe el llamado del Juzgado, diciéndole que hay un niño esperando una familia. Es más grande de lo que hubieran querido (habían pedido que tuviera 4 0 5) y Joel tiene 9, pero lo aceptan igual. Quieren ser padres, se les nota en los ojos y en cada una de las acciones que realizaron para esperarlo (el cuarto preparado, cada juguete pensado, la comida de bienvenida, etc), cuánto amor tienen para dar. El encuentro no será fácil, Joel viene arrastrando un pasado de abandono que no conviene develar. Esos problemos le generaron un atraso escolar que devienen en serios inconvenientes a la hora de afrontar las clases. También le cuesta vincularse con sus compañeros y eso será un problema con los padres de todos los alumnos, que hacen más difícil la convivencia de Joel en la escuela. Los adultos no comprenden hasta que punto Joel es una víctima, por el abandono en el pasado y por el sistema educativo en el presente. Sus padres deberán sortear los obstáculos que vienen con la paternidad repentina, esa mezcla de amor, felicidad e incertidumbre sumado al dolor que trae Joel en su historia. Las actuaciones de Joel Noguera, Diego Gentile y Victoria Almeida son conmovedoras, el niño sorprende con su naturalidad y los padres acompañan increíblemente bien el proceso de la adopción con detalles muy bien trabajados, los silencios y las miradas dicen todo, de repente son una familia. También quiero destacar la fotografía y la música. Bien por el cine argentino. ---> https://www.youtube.com/watch?v=KbE9VtxXuIg TITULO ORIGINAL: Joel ACTORES: Victoria Almeida, Diego Gentile, Ana Katz. GENERO: Drama . DIRECCION: Carlos Sorín. ORIGEN: Argentina. DURACION: 100 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años FECHA DE ESTRENO: 07 de Junio de 2018 FORMATOS: 2D.
En Joel, Carlos Sorín plantea una abundancia de temas, sin por ello menospreciar o desdeñar alguno. La falsa moral, la hipocresía y los temores de padres primerizos van de la mano en esta historia para nada mínima del realizador de El perro e Historias mínimas. Tras una primera escena esplendorosa en el exterior de un pueblito en Tierra del Fuego, descubrimos que Cecilia y Diego están aguardando la resolución de un Juzgado. No pueden concebir, y desean adoptar a un niño. La llamada llega, pero el chico en cuestión no es pequeño. Tiene 9 años. Joel no ha tenido una infancia feliz, con penurias y privaciones, y ha pasado por un instituto de menores. Joel es retraído, y esa mezcla de introvertido y solitario le va a jugar no muy a favor en la escuela pública donde sus padres, padres en período de prueba, lo inscriben. No importa el amor que Cecilia y Diego sientan y expresen. Algo no está sucediendo de la mejor forma, o de la más adecuada. Joel, decíamos, plantea la hipocresía, no de esa familia en formación, sino de una sociedad cerrada y conservadora. Es allí donde Cecilia, Diego y Joel parecen no caber. Los padres de los compañeritos del niño, en su gran mayoría, lo ven, más que con prevención, con recelo y desconfianza. Algunas actitudes, dicen, no ayudan. Joel, la película, va girando sobre su eje y sincerando y desarropando a Cecilia y Diego. Ella, que en un primer momento se pregunta “¿No debería estar más contenta?”, es la más combativa frente a la embestida de afuera. El, ingeniero forestal, prefiere mantener las formas. Teme que una conducta inapropiada o una postura firme pueda repercutir de manera negativa en su trabajo en la empresa del lugar. A la conocida predilección de Sorín por los paisajes abiertos del Sur argentino se le suma otra: el retrato humanista. Sea con no actores -el caso de Joel Noguera, el protagonista que el director conoció cuando éste le pidió una medialuna para comer en una panadería- o con profesionales, como Vicky Almeida y Diego Gentile, o Ana Katz en un pequeño pero significativo papel, el realizador evidencia la intimidad de los personajes que crea. Chica en su forma, pero no en su concepción y sus planteos, Joel es muestra del talento que Carlos Sorín tiene a la hora de enfrentarnos con el doblez y la falsedad de ciertas personas. Y que, con su final, fija posición, necesaria e inapelable.
La cámara de Carlos Sorín recorre el frío espacio de la Patagonia siguiendo el andar de Cecilia (impecable Victoria Almeida) mientras se dirige al encuentro con su marido (Diego Gentile) para comunicarle una importante noticia. Instalados desde hace poco tiempo en un pequeño pueblo de Tierra del Fuego, el deseo de ser padres se entreteje con la inquieta espera por la adopción, con la tensa expectativa por el recibimiento del recién llegado. La aparición de Joel, un chico de nueve años derivado desde Buenos Aires, con un pasado de desamparo marcado por la detención de su tío, no solo será un aprendizaje para esa familia, sino para todo el pueblo, entorno aislado que concibe lo desconocido como amenazante. La mirada humana de Sorín se concentra en los vínculos entre sus personajes, en las relaciones que se tejen en sus silencios y esperas. El lento descubrimiento de las emociones de Joel, sus gustos, sus recuerdos emergen gracias a las decisiones del director de acercarse a ese universo sin desmoronarlo. Cuando intenta retratar posiciones colectivas -o institucionales- se perciben con más evidencia los hilos de la construcción, como en el debate de los padres sobre la permanencia de Joel en la escuela pública. Sin embargo, el universo de Sorín se torna más complejo en los pequeños trazos, en la dimensión moral que adquieren las acciones sin necesidad de juicio, en la consciente cercanía que nos inspira sin hacer alarde de su presencia.
Historia no tan mínima Por méritos propios, consecuentes con el paso de los años y las obras, los términos “Patagonia” y “Sorín” pueden convocar en la mente la figura retórica del pleonasmo. El director de La película del rey, Historias mínimas y La ventana regresó una vez más al sur de la Argentina para rodar su nuevo largometraje, tocando esta vez el límite más meridional en toda su filmografía: Tolhuin, una localidad de 6000 habitantes en la provincia de Tierra del Fuego. Podrá pensarse que la geografía es un dato, si no menor, al menos secundario en sus películas, pero cada uno de esos relatos confirma exactamente lo opuesto, ya que solo pueden desarrollarse dramáticamente de determinada manera en ciertos contextos. Joel no es la excepción: si bien la historia de una pareja que decide adoptar a un chico de ocho años –con los consecuentes miedos, desafíos, satisfacciones y frustraciones– puede ser mudada a cualquier otro ámbito, las características sociales de un pueblo pequeño, sumadas a un clima extremo que conjuga la belleza con la desolación, aplican tal presión sobre los personajes y sus dilemas que terminan delimitando una singularidad difícil de trasplantar. “Llamaron del juzgado. Tienen un nene”, le dice Cecilia (Victoria Almeida) a Diego (Diego Gentile), luego de ubicar a su esposo en medio de un pequeño bosque, interrumpiendo con las buenas nuevas su jornada laboral. En ese momento y en el diálogo que sigue a bordo de la camioneta, camino a casa, se intuye que la espera ha sido extensa, más de lo deseable. Por otro lado, existe un detalle nada menor, delicado incluso: la edad del chico no coincide con la esperada, más cercana a los tres o cuatro años, esos dígitos mágicos que suelen coincidir con el inicio de la memoria total. Los primeros minutos de Joel, con su viaje al centro urbano más cercano y una charla con la jueza encargada de entregar al chico en pre-adopción (el paso previo a la adopción plena, literalmente una etapa de prueba) confirman la confianza de Sorín en una clase de construcción narrativa que comenzó a afianzarse en la mayor parte de su obra luego de Historias mínimas: el naturalismo de las actuaciones como brújula estética y la construcción de un verosímil realista que empapa las psicologías, las formas del habla y los trasfondos sociales. El problema más profundo de esa búsqueda –un riesgo del cual la película no siempre logra escapar– es la transformación del relato en una ilustración didáctica de ciertas ideas. En este caso, las dificultades de los trámites de adopción en nuestro país y la necesidad de la comprensión y la empatía como primeros pasos en la consecución de ese ideal tan difícil de alcanzar llamado inclusión. De no ser por una férrea seguridad a la hora de mantener bajo control las emociones (las de los personajes y las que la película intenta transmitirle al espectador), la película corría el riesgo de derrapar y perderse por completo en la mera declamación de las más bellas intenciones. Son Almeida y Gentile quienes sostienen en gran medida el equilibrio, aunque no es nada menor la presencia del debutante Joel Noguera, ese chico cuya mirada triste y actitud silenciosa –apenas cortada por algunos monosílabos– desnudan rápidamente un pasado complicado. Y una perspectiva de futuro que su escasa pero dura experiencia de vida le impiden ver con optimismo. Cecilia, una profesora particular de piano, comienza a adquirir un lugar central en la trama cuando la escuela le hace saber que su hijo, algo atrasado en los estudios, no podrá seguir cursando diariamente. Un comentario sobre pequeños crímenes supuestamente cometidos en aquella vida previa –algún hurto, el uso de la palabra “paco”– disparan la preocupación e indignación de un grupo de padres y madres, dispuestos a enfrentar a las autoridades escolares, si ello es necesario, para deshacerse de una posible mala influencia. A partir de ese momento –con el apoyo casi único de otra madre, interpretada por la actriz Ana Katz–, Cecilia ingresa en un universo narrativo y ético semejante al de los hermanos Dardenne: la heroína deberá visitar a algunos de sus vecinos y convencerlos de la impertinencia, hipocresía e injusticia de su accionar, antes de que una reunión en la escuela defina el futuro inmediato de Joel. Luego de una decisión consensuada por los padres llegará otra –personal, íntima–, que dibuja la silueta de un personaje y de una manera de pensar y sentir. De la defensa de una ideología como forma de construcción individual, familiar y comunitaria.
La convivencia familiar es una cuestión que muchos enfrentamos cotidianamente. Pero el hecho de que uno de sus componentes no haya surgido del mismo seno biológico suma -al menos desde el punto de vista narrativo- un elemento dramático capaz de generar más tensión de lo usual. En este marco se inscribe Joel, la más reciente película de Carlos Sorín. Familia Elegida Después de años de burocracia y espera, Cecilia y Diego, una pareja de Tierra del Fuego que no puede tener hijos, son informados de un niño de 9 años llamado Joel que necesita una familia. A pesar de la complicada historia de vida que tiene el niño, aceptan el desafío de ser sus tutores provisionalmente. Las cosas se complicarán cuando Joel empiece las clases y la interacción con sus compañeros despierte preocupación en los otros padres de la comunidad. El guion de Joel es uno sólido por escapar al lugar común de demonizar al personaje titular, y no limitarse solamente a ser una historia sobre el amor incondicional como requisito fundamental de la paternidad. El tenso proceso de adaptarse padres e hijos adoptivos, los unos con los otros, es solo un punto de partida. La carne de esta historia no pasa tanto por cómo Cecilia y Diego aceptan (y enfrentan) el problemático pasado de Joel para poder conformar una dinámica familiar saludable, sino por cómo ellos lidian con ese pasado al salir al mundo: ante la mirada de los otros. Unos otros que no quieren hacerse cargo del problema y/o quieren apartarlo, ya sea por falta de recursos o de solidaridad. Es también necesario aclarar que la película le escapa al lugar común de retratar a esta fuerza opositora más allá de la caricatura de una muchedumbre iracunda. Una postura que puede no compartirse, pero si comprenderse. Con esto en mente, nos adentramos en un duelo constante: entre sinceridad e hipocresía, entre intereses personales y los intereses del niño, entre dar la imagen de padre y verdaderamente serlo. Un comportamiento que será crucial para Cecilia y Diego en cuanto al desarrollo del arco de sus personajes, y que como corresponde a las buenas historias, los pondrá en polos opuestos para sumar todavía más al drama. En materia visual, la puesta en escena que propone Sorín es una dinámica, con movimientos de cámara fluidos, pocos planos por escena y un montaje prolijo que no llama la atención sobre sí mismo. Es una propuesta visual que le da a la locación el protagonismo necesario, cuando muchos otros se excederían al punto de convertirlo en un anuncio turístico. Aquí hay sutileza y la elección de locación no podía ser más acertada, porque también podría decirse, a riesgo de sonar cursi, que esta es una historia sobre ofrecer calidez en respuesta a la frialdad. Por el costado actoral tenemos una gran labor interpretativa de Victoria Almeida, que responde con sensibilidad y valentía a cada desafío que el guion le arroja en su camino, conforme la historia descansa más y más sobre sus hombros. Diego Gentile tampoco se queda atrás como este padre con intenciones nobles que se ve superado cuando ese ideal se enfrenta a la realidad. Ese amor que se convierte en duda está presente en la sincera expresividad del actor. Respecto al niño protagonista, Joel Noguera, entrega una buena interpretación, con las palabras y gestos justos para que su personaje despierte el cariño y la preocupación necesarios de sus padres (y de los espectadores) Conclusión Joel es una mirada de gran solidez dramática sobre la paternidad adoptiva. Si a esto le sumamos notables labores interpretativas y una puesta en escena tan sutil como dinámca, nos encontramos ante una disfrutable propuesta del cine nacional.
Carlos Sorín esta de regreso y es una buena noticia para el cine de autor. Con su estilo que se nutre de la sencillez, de las situaciones pequeñas, de la delicadeza, se mete en un tema muy fuerte. Nada menos que la adopción legal de un niño que finalmente es un poco más grande que el rango de edad que deseaban sus futuros padres. Tiene 9 años. Pertenece al grupo de los que nadie quiere. Los que suelen vivir hasta la mayoría de edad en instituciones y luego son libres, generalmente con un destino marcado. Pero la película también se centra en la mama adoptiva, sus dudas, el crecimiento y fortalecimiento del instinto maternal, el aprendizaje acelerado de una nueva vida. Y finalmente la plena conciencia de sus derechos y convicciones. Y además una situación donde el bullyng lo ejercen los adultos sobre un niño. Como es el estilo de Sorín no existen discursos ni moralinas. Sin juzgar a nadie en un mundo sin malos ni buenos. Una protagonista encarnada por Victoria Almeida que lo tiene todo: un aspecto menudo y frágil, la emoción a flor de piel y la contención sabiamente medida de sus reacciones. Diego Gentile y Ana Katz aportan su solidez. El resto, el niño incluido, son vecinos del lugar que bajo las premisas del director se entregan a un juego de verdades dolorosas. los profundos pliegues de la complejidad humana. Las caras ocultas del conformismo, las hipocresías ocultas, los miedos que siempre buscan soluciones en el otro. No se pierda esta película tan interesante y profunda.
Hacerse cargo Joel (2018) aborda el universo de la adopción con todo el entramado de complejidades que acarrea. Los vericuetos burocráticos y emocionales que debe atravesar una joven pareja para adoptar al niño del título, son el tema de la nueva película de Carlos Sorín que regresa al cine tras varios años de ausencia desde Días de pesca (2012). Narrada desde la óptica de la pareja de clase media, el film opta por construir un sólido relato sobre el significado de ser padres. Cecilia (Victoria Almeida) y Diego (Diego Gentile) son una pareja que recibe el llamado anhelado por años: hay un niño para adoptar. No es lo que esperaban, el niño tiene 9 años, muchos más de lo que suponían, y un pasado delictivo. Sin embargo, el ansia de ser padres los lleva a aceptar a Joel (Joel Noguera). Mientras se conocen con el chico, comienzan a tener problemas con su entorno a raíz de la discriminación que Joel sufre en el colegio. Entre aceptarlo con todos los problemas que implica o rechazarlo en pos de una vida de mayor comodidad, está el dilema del film. Otra vez Carlos Sorín demuestra su don para contar pequeños y trascendentales relatos de personajes aislados en un paisaje extenso y hostil. El contundente pulso del director de Historias mínimas (2002) para captar las emociones confirma su capacidad para conmover con recursos mínimos. El drama adquiere condimentos de suspenso y mantiene en vilo al espectador hasta el final. Un factor fundamental es el tiempo. El tiempo para aprender a ser padres, para conocerse, para aceptar al otro, difiere del tiempo social, del colegio y del sistema de adopciones. La actitud sumisa de Cecilia, la madre de Joel, la lleva a tener que aceptar ese tiempo como las reglas del juego. Reglas del juego a las que se suman la burocrática y fría distancia que impone el sistema de adopciones primero, y el rechazo discriminatorio de los habitantes de su pueblo después. En su reacción o no reacción, sucede la tensión de la película. El otro gran personaje, como en el resto de las películas de Sorín, es el espacio geográfico donde suceden los hechos. La historia transcurre en Tolhuin, un pueblo de Tierra del Fuego, con nieve constante que le agrega a nivel sensorial, mayor frialdad a las relaciones humanas, un obstáculo mayor que sortear. El espacio, las distancias y el frío expresan las emociones atragantadas de los protagonistas. Joel se suma así a Romper el huevo (2012) y Una especie de familia (2017), otras dos incursiones nacionales en la problemática de las adopciones. El foco está en las familias que, ante ese panorama, recurren a la resistencia y tenacidad para sortear el conflicto. Las películas mencionadas son muy distintas entre sí, Joel aborda el tema desde el drama intimista, con varios de los tópicos recurrentes del cineasta tales como el viaje al sur, las características de los lugareños y las decisiones trascendentales tomadas en este caso, en el fin del mundo.
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Se tomó su tiempo Carlos Sorin, después de aquella joyita que realizó hace ya seis años, "Días de pesca". Y el tiempo trae sus cambios. La nueva película es menos risueña que las anteriores, tiene algunos personajes menos simpáticos, y va de frente contra algunos males de nuestra sociedad. Aún así, es el Sorin de siempre, y siempre bienvenido: tierno, muy buen observador, muy buen contador de historias sencillas y emotivas, notable retratista y director de actores y no actores, y cálido pintor de un territorio famoso por el frío: la Patagonia. Esta vez, todavía más al sur, a las afueras de Tolhuin, en plena isla de Tierra del Fuego. Allá viven un ingeniero forestal y una profesora de piano, ya medio grandes. Los conocemos justo el día en que pareciera concretárseles el sueño de adoptar una criatura. La emoción, las expectativas, todo está descripto con precisa belleza. Y la perplejidad. El chico que les dan pasa de ocho años, viene de San Justo y, como dice la jueza, "no tiene ninguna familia... funcional". Cuando empiece la escuela y se dé corte hablando de drogas, pandillitas y armas blancas, algunos padres van a poner el grito en el cielo. Entonces se desata el conflicto, bien actual y concreto. Y bien expuesto, sin discurso ni bajada de línea. El final, ahí sí, provoca un gesto de admiración, y una sonrisa de emoción. Intérpretes, Victoria Almeida, Diego Gentile (revelación de "Relatos salvajes"), el niño Joel Nogueira, fueguino, bien natural, Ana Katz, Gustavo Daniele, Emilse Festa. Música, Nicolás Sorin. Coproductor, Juan Pablo Buscarini.
Carlos Sorín vuelve a filmar en el duro invierno del sur, en Tierra del Fuego, esta historia intimista de una pareja que adopta un chico de ocho años, y debe enfrentar las dificultades de adaptarse. Primero, los unos a los otros, pero luego también a un sistema -la escuela- poco preparada para incorporar al diferente. Una mirada humana, y sensible, que no siempre acierta con el tono y no logra despegarse de sus intenciones. Pero que redondea, en conjunto, un film valioso que invita a pensar en el tema de la adopción tardía, frente a tantos niños y niñas que ya no son bebés y esperan una familia.
Unas botas inscriben sus huellas en la nieve. Es la primera imagen que nos ofrece Joel, la película que se estrena el 7 de junio y que dirige Carlos Sorín: la nieve no puede ser de otro lugar que la Patagonia. Los pasos son de Cecilia (Victoria Almeida) en cuyo andar anida la prisa. Se nos presenta de espaldas, acompañada por la suavidad de una steady cam que respira en su nuca. Este plano se repetirá en Joel incesantemente, aunque la prisa de los siguientes planos-nuca ya no está motivada por la felicidad que sí la apodera en este momento inicial. Acá Cecilia se apresura para poder llegar a comunicarle a su esposo Diego (Diego Gentile), quien trabaja en los bosques, que por fin les fue asignado el niño en adopción que venían aguardando. Luego, ya el motor de su prisa no será tan alegre. - Publicidad - El paisaje árido patagónico es el escenario de un drama mucho más ambicioso que las anteriores historias mínimas de Sorín, pero su concisión narrativa y su eximio talento en la dirección de actores son el soporte con el que cuenta el director, que garantiza así un film compacto en su articulación de la trama y certero en su intensidad dramática. El énfasis en las personalidades de perdedores, que generalmente erran por las rutas patagónicas por un objetivo banal, en Joel está puesto en una madre que debe combatir el linchamiento social que la comunidad de Tohuil le propina a su hijo adoptivo. Joel se crió bajo el ala de la criminalidad y la desigualdad en Buenos Aires y a sus nueve años encuentra cobijo en la confortabilidad de Cecilia y Diego. Su infancia traumática no va a ser pasada por alto por parte de los padres de sus compañeros de curso de primaria, quienes denunciarán la mala influencia que él ejerce en el aula. La incomodidad inicial de una pareja que busca ganarse la confianza de un niño de 9 años, con el correr de los minutos es vencida por el conflicto que surge ante la intolerancia por parte de los pueblerinos hacia el niño. Sin alcanzar la sinceridad minimalista de obras anteriores, Sorín conserva su predisposición a acercarse a sus personajes a través de una mirada frágil que destila amor y compasión. La confesión del director acerca que su interés, a los 70 años, ya pasó de la cámara a la actuación indica el tendiente humanismo de esta película que, aunque navega muy cerca de un virtual miserabilismo en la construcción de los antagonistas, se abstiene de hundirse en ese remolino. En un momento climático del film, en lugar de profundizar en el egoísmo por parte de los padres de los alumnos, Sorín opta por relegar al fuera de campo una reunión escolar y darle una pausa al espectador sentándolo junto a Cecilia que aguarda en un banco bajo la nieve. Previamente ella le confiesa a Diego su carencia de argumentos ante las opiniones de quienes quieren a Joel fuera de la escuela, lo que refuerza la intención del director de evitar el camino fácil de la demonización de estos padres y madres. Joel no cae ante el esquematismo binario de confrontar un personaje heroico ante una caterva de personajes detestables. Con la colaboración de Iván Gierasinchuk como director de fotografía, José Luis Díaz en la dirección de sonido, Nicolas Sorín en la música y Mohamed Rajid en el montaje, Sorín aborda con paciencia cada subtrama y personaje. La relación asimétrica entre una madre de orígenes aborígenes con su esposo carnicero, quien la exhime de cualquier opinión sobre el tema que concierne a su hijo, compañero de Joel, es acatado con la misma nobleza con que se narra la lucha de Cecilia. Joel es una película que respira a costa de evitar maquinaciones de un guion que busca forzar un desenlace. Sorín pone al servicio de su cámara, y de la historia, el naturalismo de sus actores, quienes con sus inseguridades y decisiones van modulando un relato amable pero también incómodo ante la hipotética situación que nos ubica la película, tan cercana a la discusión actual sobre la victimización del delincuente.
A los 73 años Carlos Sorínsigue comportándose como un pugilista con capacidad de recuperación,aunque inestable. Triunfa estentóreamente (en los 80 con La película del rey, en los 2000 con Historias mínimas y El perro), cae poco más tarde de modo igualmente drástico (a fines de los 80 con Eternas sonrisas de New Jersey, que no quiso ni estrenar aquí, más recientemente con la seguidilla La ventana–El gato desaparece–Días de pesca), absorbe las trompadas recibidas y vuelve a levantarse, probando nuevos golpes. Es loable su capacidad de autocrítica implícita -o su astucia para cambiar de rumbo- que da por resultado una carrera en permanente estado de regeneración. A fines de la década pasada Sorín cortó de cuajo con la fase minimalista iniciada en 2002 con Historias mínimas (hecha de relatos pequeños, guiones apenas bocetados, producción semiartesanal y actores no profesionales) y probó un modelo cinematográfico convencional, en el que dejaba de lado, uno por uno, todos los pilares mencionados. Ese nuevo período se compuso de la mediana La ventana (2008), salvada in extremis por un magnífico plano final, el inane policial El gato desaparece (2011) y la formulaica Días de pesca (2012), que recurría por enésima vez a la remanida cuestión del reencuentro entre un padre y la hija a la que dejó atrás. Tal vez la película más ignorada de su carrera (junto con la desconocida Eternas sonrisas…), Días de pesca anunciaba una voluntad de volver a casa. En términos cinematográficos, la casa de Sorín es, como se sabe, la Patagonia. Allí transcurría Días de pesca y allí transcurre Joel, esta vez -a diferencia de Historias mínimas y El perro, por mencionar dos ejemplos- con nieve, en tanto la película tiene lugar en Tierra del Fuego. Como quien dice “vamos hasta el límite” (geográfico). Puede verse en la nueva película de Sorín el intento de fusionar la vertiente de Historias mínimas con sus películas más deudoras de una mecánica convencional. La producción vuelve a ser pequeña (ya lo era en Días de pesca), la peripecia podría ocurrirle a cualquiera, los personajes son lo que podría llamarse “gente común” (entendiendo por tales a miembros de la clase media emigrados al sur) y el modo de representación, marcado por una voluntad de invisibilización del dispositivo de producción, acentúa el naturalismo. Pero esta vez los actores no son no-actores sino actores, si se nos permite el juego de palabras. Sorín siempre fue un excelente director de actores y eso se nota, tanto cuando dirige a un Julio Chávez todavía pichón en La película del rey como cuando dirige a Alejandro Awada en Días de pesca, o aun cuando inventa como actores al paisano Juan Villegas y al entrenador de animales Walter Donado en El perro. La fusión entre él y los actores elegidos vuelve a dar los mejores resultados en Joel, donde tanto Diego Gentile como -sobre todo- Victoria Almeida entregan actuaciones notables, dentro de un estilo marcado por un naturalismo sobrio, transparente, libre de acentuaciones. Para quienes no los ubiquen, Gentile es conocido en cine especialmente por su personaje de recién casado infiel en el último episodio de Relatos salvajes, mientras que Almeida -que trabajó en la serie Educando a Nina– es una actriz de asombrosa capacidad de mutación, que empieza por lo físico. A tal punto que pasó de ser hija de Awada en Días de pesca a señora en plan de adopción aquí. Un arco de unos quince años o veinte años ficcionales en el lapso de seis años reales. Se afirmó por ahí que Joel refleja la problemática de la adopción en la Argentina, pero el matrimonio integrado por Diego (Gentile) y Cecilia (Almeida) se sorprende, al comenzar la película, de que les haya salido tan pronto la adopción, mucho antes de lo que esperaban. Muy al contrario de representar el común de adoptantes argentinos, Diego y Cecilia se asemejan a ganadores del Prode. De lo que habla Joel no es de las dificultades para adoptar sino de las dificultades tras haber adoptado. Dificultades de los padres adoptantes y del niño adoptado. Los primeros, porque no saben muy bien cómo comportarse; el chico -que es el Joel del título y tiene nueve años- porque las pasó duras y por lo tanto se defiende para no volver a sufrir. Casi no habla, cuando lo hace es de modo apenas audible y no se alegra ni cuando su nueva madre le muestra la habitación que aliñaron para él. Tras haber esperado el hijo por años, Cecilia se desespera, quiere llegarle a fondo a Joel, entender qué le pasa. No puede y encima se conflictúa, temiendo ser demasiado invasiva. Joel habla de las dificultades para superar el abismo de la distancia entre un matrimonio de clase media (Diego es ingeniero forestal, Cecilia profesora de piano) y un chico morochito, abandonado por su madre de muy pequeño, cuidado por la abuela y creciendo más tarde con un tío de mala vida. Diego y Cecilia no tienen prejuicios y reciben a Joel con los brazos abiertos. Pero cuando el pasado de Joel asome en la escuela los prejuicios de clase no tardarán en aflorar, haciendo crecer a Cecilia en su pasaje de timorata a madre guerrera, dispuesta a defender a su hijo contra viento y marea. El problema de Joel es ese naturalismo que Sorín ha elegido como modo de representación, y que tiende a disimular justamente eso: el carácter de representación, con la intención de que el espectador lo viva como “esto podría estar pasándome a mí”. Joel es la clase de película a la que en tiempos menos prevenidos de los lugares comunes se habría definido como “igual que la vida misma”. Esta voluntad especular (especular no en el sentido del dólar sino del espejo) la empobrece. El cine puede parecerse a la vida corriente como estrategia estética (neorrealismo, realismo inglés de los 60 y 80, realismo del Nuevo Cine Argentino de los 2000), pero si no ficcionaliza, si no asoma la cabeza por encima de la mera mimesis, termina siendo tan pobre como la pura cotidianeidad. Pierde el plus que la ficción puede otorgarle. Hay tres momentos en que Sorín lo hace, y allí la película se eleva. Dos de ellos son sendos travellings de seguimiento, tan largos que constituyen planos-secuencia, fluidos y nada ostentosos. Por el contrario, funcionales: las distancias en la Patagonia son largas, lo cual -a diferencia del plano-secuencia inicial de Animal, para poner un ejemplo fresco- hace necesario el recurso técnico. El otro es el plano, otra vez magnífico, como en La ventana. Un encuadre fijo sobre una figura absolutamente circunstancial, que desarma el cliché de terminar con una imagen significativa y cierra la película abriéndola al devenir.
Joel, la última película de Carlos Sorín, conecta una historia íntima con problemas urgentes. El director evita los subrayados y despierta interrogantes. La nieve del inicio de Joel impone un desplazamiento dentro del reconocible territorio argentino, clave para la ambivalencia de una historia cerrada y a la vez conectada con problemáticas urgentes. Como en la reciente Temporada de caza, la vastedad sureña y su geología climática se prestan bien para el drama íntimo y el thriller subterráneo. Entre ambos tonos y con cauto virtuosismo se desplaza Carlos Sorín en el filme, sobre todo en la primera hora, cuando la llegada del inescrutable niño adoptado de 9 años (Joel Noguera) de pasado marginal a la casa de Cecilia (Victoria Almeida) y Diego (Diego Gentile) despierta temores y prejuicios de clase con una precisión incómoda y demoledora. Fiel a la tradición naturalista, Sorín evita subrayados y multiplica interrogantes que dejan la última decodificación al espectador. De manera sutil, la pareja pasa de la esperanza a la frustración, de la autocrítica al esmero, de la rabia a la desesperación, a medida que Joel se revela imposible de adaptar primero a sus vidas acomodadas y después al pueblo, por las alusiones a drogas y actos delictivos que el niño le transmite a sus compañeros. En esa segunda instancia el filme se entorpece, avanzando demasiado rápido y con resoluciones de trazo grueso. “Tengo la imagen del cuerpo humano. Viste cuando aparece algo extraño, una infección, algo malo, el cuerpo lo encapsula, lo expulsa, lo rechaza. Es algo natural”, dice Cecilia con candor racista, sintetizando la operación de un filme que convierte el abismo cultural en terror moral.
Naturalidad, nobleza y sencillez son atributos del mejor de cine Carlos Sorín, un realizador que debutó en 1985 con un film denso y muy trabajado (La película del rey) y que a partir de allí cultivó un estilo despojado, límpido, que invita a la reflexión y a la emoción, pero en voz baja, sin gritos ni subrayados. “Historias mínimas” fue la mejor pieza de una obra que se sostiene en personajes sencillos, paisajes desolados y en esos relatos sin intrigas, hechos de miradas más que de pensamientos. Ahora vuelve al sur, a la nevada Tolhuin, en Tierra del Fuego, para hablarnos de una pareja joven –Cecilia y Diego- que se inscribe en un programa de adopción. Cuando reciben la noticia de que hay un niño de 9 años que los espera, todo es ansiedad. ¿Qué hacemos? se preguntan. Y en la respuesta hay más miedo que alegría. Ellos soñaban con un nene de corta edad, pero bueno, como su objetivo es tener un hijo, porqué sacarle el cuerpo a lo que les manda el destino. Ese comienzo es impecable. Es tocante, verosímil. Con miradas y silencios, la pareja se va entusiasmando en medio de un escenario lleno de dudas, pero también de ilusiones. No es fácil recibir a un nene de 9 años, mucho más cuando él viene del Conurbano, de un hogar con serias carencias, sin madre, con un tío preso y un pasado reciente por un instituto de menores. Ese otro que llega transformará la vida de todos. No sólo la de Diego y Cecilia. También la de los padres de los compañeros de Joel que no ven con buenos ojos a ese nuevo alumno que trae en su mochila una historia pesada y que en los recreos habla de violencia, de paco, de armas. Cecilia aprenderá a que lo difícil no es convivir con Joel sino convivir con el recelo de sus vecinos y hasta con las dudas de Diego. Pero es a partir de esa lucha donde el film tropieza. Se le nota el afán por dejar un mensaje reivindicador y por exaltar la lucha de esa madre. Sorín por suerte no recarga esos contratiempos ni se mete con sus personajes, cada uno tiene sus razones. Cecilia siente que Joel no merece ser marginado otra vez. Pero también entiende los recelos de esos padres que desconfían y no quieren exponer a sus hijos a las fabulaciones de este nuevo compañero. Humano y creíble, el film invita a pensar sobre el instinto materno, sobre los prejuicios pueblerinos, sobre la intolerancia y la hipocresía. En la secuencia final, Cecilia tiene que llevar a Joel a otra escuela. Pero se arrepiente. Su volantazo es toda una declaración. El auto y ella regresan al principio de la historia, cuando todo era miedo, preguntas y esperanza. ¿Qué pasará? Cecilia duda y lucha. Y así aprenderá a ser madre.
Con el foco puesto en la adopción tardía, el director y guionista argentino Carlos Sorín (Historias mínimas, Días de pesca) presenta Joel, una película que también aborda la discriminación constante en torno a este tema. Cecilia (Victoria Almeida) y Diego (Diego Gentile) son una pareja de treintañeros que viven en Tolhuin, un pequeño pueblo de Tierra del Fuego. Mientras él se desempeña como técnico forestal, ella da clases de piano en su casa. Debido a la imposibilidad de tener hijos, y con los deseos de formar una familia, comienzan los trámites para adoptar un chico. Luego de recibir un llamado del Juzgado de Menores, dónde los notifican que tienen un nene de ocho años (luego confirmarán que en realidad tiene nueve), la pareja acepta pasar los seis meses de prueba junto al pequeño Joel (Joel Noguera). Cecilia y Diego no sólo deberán hacer frente a los fantasmas que acompañan al menor -un padre que nunca se hizo cargo, una madre adicta que lo abandonó y un tío preso como único familiar directo-, sino que también se encontrarán con un nuevo obstáculo: la discriminación. Los padres de los chicos de la escuela a la que asiste Joel insisten en que el joven puede ser un “peligro” para sus hijos, por lo que comienzan a realizar distintos tipos de amenazas para que éste sea expulsado. Carlos Sorín visibiliza un tema del que poco se habla: la adopción tardía. Sólo el 13 % de las parejas anotadas en los registros de adopción aceptarían un niño mayor a ocho años. El 90 % de los postulantes buscan un nene recién nacido. De hecho, en la primera escena de Joel, Cecilia le manifiesta a Diego su preocupación por la edad del pequeño: “¿Te acordás que en la entrevista habíamos dicho que tenga cuatro o cinco años? Tiene ocho”. Sorín también pone en foco una problemática que parece incrementarse en la sociedad actual: el bullying. En este caso la discriminación que sufre Joel no la originan sus compañeros de clase, sino los padres de éstos. El cineasta realiza una clara denuncia al accionar de este tipo de comunidades conservadoras. El film también visibiliza la ineptitud por parte de los directivos del colegio quienes, pese a mostrar una postura intermedia, terminan aislando a un menor que busca reinsertarse en la sociedad. La película también tiene un gran peso desde lo visual. El contexto en el cual se sitúa la historia impacta de manera directa con el desarrollo de la película y de sus personajes. El paisaje patagónico que parece nunca acabar y su clima frío y por momentos desolador, acentúan las situaciones que ocurren en pantalla, sobre todo el aislamiento al que es sometido Joel.
Joel, de Carlos Sorín Por Jorge Bernárdez El cine de Carlos Sorin es un género dentro del panorama del cine nacional pese a lo cual, cada nueva producción muestra una sorpresa. En este caso es Joel, sobre un nene en situación de ser adoptado y la película empieza justo en el momento en que Ceci (Victoria Almeida) recibe la llamada en donde le avisan que hay un chico en posición de ser adoptado y que si están dispuestos a tomar la decisión junto a su esposo Rodolfo (Diego Gentile), deberían ir a buscarlo al juzgado lo antes posible. El encuentro entre los padres adoptivos y Joel (Joel Noguera), es incómodo y la guarda que le da el juzgado a la pareja es por seis meses, transcurridos los cuales si todo va bien puede ser una adopción permanente. Joel se inserta en la vida de la pareja y todo es por supuesto una prueba para los tres, que traen distintas vivencias y deben adaptarse a la vida en común. Por el lado de Joel que tiene nueve años se acumulan situaciones dolorosas, la ausencia de una familia real y un tío con el que vivió un tiempo, pero que ahora se encuentra en la cárcel. La cámara de Sorin muestra el imponente paisaje de Tierra del Fuego y la relación de esta nueva familia con gran maestría. La película logra que la incomodidad de la situación se traslade al espectador, que se vuelve testigo de una situación que se va a haciendo más incómoda en la medida que Joel fuera de la casa de su nuevos padres no es precisamente tímido, sino que se vuelve una especie de héroe de los chicos de la escuela a la que debe asistir para ir adaptándose a la nueva situación. Aparecen indicios del pasado y de las vivencias del nene que termina siendo un incordio para la comunidad colegial, en la que se empieza a temer que sus relatos de marginalidad y lo que parece haber sido una vida marcada por la presencia de las drogas y de situaciones violentas se vuelvan una “mala influencia” para los otros chicos. Allí es donde empieza una historia marcada por lo comunitario y la reacción de los otros padres que empiezan a reclamar y amenazan con sacar a los chicos del colegio. Acá aparece Ana Katz como madre de otro de los chicos como vocera de la incomodidad del resto y acaso como nexo entre la familia del chico peligroso y la comunidad. El cine de Sorin se caracteriza por lograr una mezcla de actores profesionales con gente del lugar, un método que una vez más funciona perfecto para el tono que la película busca tener. Carlos Sorín está de vuelta con una película que se atreve a incomodar al espectador con una historia cotidiana. Vale la pena sumarse a esta nueva historia mínima de un director que ojalá filmara más seguido. JOEL Joel. Argentina, 2018. Guión y dirección Carlos Sorín. Intérpretes: Victoria Almeida, Diego Gentile, Joel Noguera y Ana Katz. Fotografía: Iván Gierasinchuck. Música: Nicolas Sorín. Edición: Mohamed Rajid. Sonido: Jose Luis Díaz. Distribuidora: Buena Vista International. Duración: 100 minutos.
Temores de una madre adoptiva. Aunque el título y el afiche –por cierto, bastante poco imaginativos– se centran en Joel, el niño de esta historia, la verdadera protagonista es Cecilia, la mujer que afronta con miedos y contradicciones la difícil tarea de ser madre adoptiva, más ardua aún porque el chico que recibe tiene nueve años y toda una vida previa. Como la Alicia (Norma Aleandro) de La historia oficial (1984), Cecilia también es bienintencionada, toca el piano y parece algo incómoda con los buenos modales que se impone ante los demás, poniendo a prueba su amor por el niño ante sospechas sobre la familia biológica y presiones de la sociedad. Desde ya, en el film de Sorín la protagonista no carga con el peso de la metáfora ni debe lidiar con intereses en juego durante la dictadura en retirada o con un marido perverso, según proponía la guionista Aída Bortnik en el film de Luis Puenzo: Joel transcurre en la época actual, en la Patagonia, y la adopción se realiza sin infringir la ley, de manera más que deseable. Sin embargo, hay también intolerancia agazapada y derechos del niño en peligro. Ocurre que Joel parece tener un tío preso y habla de droga con sus compañeros: eso basta para que los padres de la escuela se alarmen y no duden en discriminarlo. Así, una sencilla escuela o un nevado pueblo del sur terminan siendo algo mucho más hostil de lo que sugiere su benigna apariencia. Sorín (a quien alguna vez tuvimos oportunidad de hacerle una entrevista, que puede leerse aquí), es uno de los pocos realizadores de cine argentino de ficción de los ’80 que continuó su obra con dignidad hasta el presente, apostando desde Historias mínimas (2002) a relatos con pocos personajes atravesando conflictos nada extraordinarios. Continuando esa línea, ofrece ahora un film sobrio y honesto, con una estructura narrativa excesivamente simple y un tono algo apagado. Lo que cuenta podría resumirse en una o dos oraciones, lo cual puede ser un obstáculo cuando se trata de un film sujeto al conflicto. Pareciera que Joel avanza temeroso y sin correr grandes riesgos, como sus personajes, asomando lo dramático (e incluso lo polémico) sin que nadie levante demasiado la voz. La verosimilitud flaquea de a ratos: sorprende que nadie sugiera un psicólogo como ayuda para el niño o para sus padres adoptivos, así como hay algunos descuidos en el tratamiento que le da la institución educativa al problema (la legislación actual impide que los directivos de una escuela adopten una medida como la que aquí afecta finalmente a Joel, por más bravos que parezcan los reclamos de los padres). Sus mejores momentos son aquéllos en los que no se apoya en las conversaciones, por ejemplo cuando la cámara busca la mirada y las esquivas sonrisas de Joel (Joel Noguera, gran hallazgo del director) o cuando muestra a Cecilia mirando la nieve por la ventana del gimnasio vacío mientras escucha el aplauso de la reunión de padres finalizando. En otro orden, resulta atinada la manera con la que se expone –sin juzgar, sin subrayar, dejando en el espectador la posibilidad de darle relevancia o no– la convivencia del director de la escuela con la joven que había señalado como su mejor maestra, la confiabilidad tal vez dudosa de una de las madres, o la resignación de otra que revela haber sido adoptada. Defrauda, en cambio, que cuando director y supervisora le comunican a Cecilia la decisión a la que se arribó tras la reunión de padres, no se haga un primer plano de su rostro, o que en algún momento el pastor y su mujer “desparezcan” de la trama. El propio desenlace, acertado en términos de efecto, podría haberse resuelto de modo menos blando, más conmovedor. En cuanto a los actores, no pueden ponerse en duda la eficacia de Victoria Almeida (que ya había trabajado con Sorín en Días de pesca) como Cecilia, Diego Gentile (el novio de Érica Rivas en Relatos salvajes) como su paciente marido, y Ana Katz (actriz y realizadora de Mi amiga del parque, entre otros trabajos) como una madre de apariencia amistosa. Pero hay también escenas como la de la reunión de padres, en las que queda en evidencia el esfuerzo por conseguir naturalidad. Algo que viene advirtiéndose en varias películas argentinas (como la reciente Animal), como si tras el progreso que significó la soltura en el habla de los personajes en el primer cine de Caetano, Martel, Burman y otros, el cine argentino estuviera volviendo ahora a un estado anterior. Por Fernando G. Varea
CONSTRUIR FAMILIA, CONSTRUIR COMUNIDAD Como en la reciente Una especie de familia, el tema de la adopción se hace presente en el marco de una producción independiente nacional con intenciones de mínima masividad. Lo diferente en este caso, y lo que la hace más atractiva, es que el proceso que aborda es el de la llegada del niño al hogar y las tensiones que genera ese choque entre extraños: la pareja adoptante y el pibe adoptado. Decimos más atractiva, porque todos más o menos imaginamos los peligros de ese mundo de adopciones ilegales, y si no lo imaginamos los noticieros de la tele nos lo remarcan para que nos horroricemos. Y porque Diego Lerman con sabiduría avanzaba el relato como un thriller a medio tiempo, generando un vínculo inmediato con el espectador. Por el contrario, Carlos Sorín en Joel se mete con algo más complejo y lo hace desde un drama despojado de toda remarcación de emociones, sobre todo en su perfecta primera parte: si la adopción va dejando de ser un tema tabú en la sociedad, a la vez eso trae aparejada cierta liviandad en la mirada, como si no se tratara de un proceso con sus dificultades. Sobre ese nervio y esos miedos, un tanto relativizados socialmente (porque todos además conocemos el buen marketing de la paternidad), se montan los mejores pasajes de la nueva película del director de Historias mínimas. Claro que hay otro detalle no menor: Joel está filmada en Tierra del Fuego, en la Patagonia, esa región que es ya la patria cinematográfica de Carlos Sorín. Por lo tanto, el sur argentino y Sorín forman una comunión que parece atravesar diferentes etapas y que en esta nueva película alcanza un grado de honestidad mayor, como de pareja que, pasados los años, logró la confianza suficiente como para aceptarse en todos sus pliegues y decirse sus cosas sin generar una crisis. Si con Historias mínimas el director encontró una apuesta estética que tuvo una impensada asimilación con el espectador (guiones sostenidos en relatos nimios, naturalismo extremo, un clima de bondad evidente en personajes que parecían el vecino de al lado), también es cierto que sin resultar artificial o falso, había en ese procedimiento una depuración del costumbrismo y del cine como forma de hablar del “así somos” que resultaba un poco simplista. Nadie puede dudar de la efectividad del recurso, ni tampoco de cierto discurso demagógico que piensa el “interior” en oposición a la “gran ciudad” como un reducto lleno de “buena gente”. Pero en Joel las cosas mutan y a la par que Sorín cuenta cómo esa pareja interpretada por Victoria Almeida y Diego Gentile va asimilando la presencia de Joel (notable debut del niño Joel Noguera), y viceversa, el relato observa también cómo la comunidad reacciona ante la presencia de lo desconocido: se destaca, además, que el matrimonio no es nativo del lugar. Sin excesos -tal la marca autoral del director- pero lejos de la bonhomía de otrora, aparecen terrores sociales, dudas, inseguridades, tensiones, que resquebrajan la aparente tranquilidad. Por lo tanto Sorín construye un relato que se divide en dos partes y que se vinculan a partir de reflexionar sobre la relación entre lo interno y lo externo, y en cómo afecta e impacta lo diferente en un universo autosuficiente. Joel es una película sobre los miedos y cómo reaccionamos ante ellos, tanto en lo familiar como en lo social: es una película sobre individuos y comunidades. De esas dos películas en una la que mejor funciona es la que hace centro en la llegada del pibe al hogar: en primera instancia, porque el chico es más grande de lo que la pareja estaba buscando, porque evidentemente arrastra una experiencia de vida de lo más difícil y porque la pareja no sabe cómo hacerle frente a la situación. La manera en que Sorín trabaja formalmente el conflicto, en cómo va construyendo lo global a partir de pequeños episodios, en cómo la tensión de la convivencia entre la pareja y el niño se resuelve por el lado de la incomodidad, se hace evidente la presencia de un director que conoce perfectamente las herramientas expresivas y discursivas con las que cuenta, para edificar una película que fluye como pocas en el contexto del cine nacional. No hay en esos momentos una línea de más y Sorín se respalda en un elenco notable, donde sobresalen especialmente el joven Noguera y la extraordinaria Almeida en un personaje que va teniendo sutiles modificaciones en su carácter, hasta la implosión del final. La otra película aparece pasada la mitad del relato y tiene que ver con un conflicto que se da con el menor y la escuela a la que asiste. Y ahí aparece Sorín mirando con otros ojos ese sur de comunidades cerradas y algo restrictivas, aunque el director tiene la inteligencia suficiente como para evitar el retrato de héroes y villanos: es notable cómo Cecilia (Almeida) se enoja ante lo que considera una injusticia aunque no deja de ver la lógica en la otra parte, porque en definitiva ella misma ha sido diseñada por esa mirada que ahora la repele. Si bien aparecen en estos pasajes algunos parlamentos algo dirigidos a señalar los problemas del sistema y queda atrás cierta sutileza (fundamentalmente en la asamblea que se da en el colegio, aunque tampoco ayudan actuaciones algo deficientes), Sorín nunca deja de lado a sus protagonistas y justifica todas sus decisiones al demostrar que todo lo que ocurre termina impactando en los protagonistas: en ese sentido es notable la construcción de la pareja protagónica, representando cierta idea de lo masculino y lo femenino ante la adversidad. El, más concesivo; ella, más luchadora. Y en última parte aparece con mucha fuerza una referencia explícita al cine de los Dardenne (el recorrido que emprende la protagonista de Joel es similar al de la Marion Cotillard de Dos días, una noche), especialmente por una puesta en escena que se vale de travelings que acompañan el andar de los personajes pero también por una fábula social diluida en un realismo amable aunque -esta vez- sin concesiones. En la decisión final de Cecilia parece haber una definición del relato sobre la única manera posible de actuar en estos casos.
El desamparo hace foco en "Joel". Desde el pulso siempre sensible de Carlos Sorín, se desanda una historia tan cruda y a la vez tan cercana que obliga a que el espectador se interpele todo el tiempo. Cecilia (Vicky Almeida, sorprendente) y Diego (Diego Gentile, siempre eficiente) es una pareja de treintañeros que viven en Tolhuin, un pueblo de Tierra del Fuego donde la nieve parece más cálida que algunos de sus habitantes. Un día los llaman para hacer una guardia preadoptiva de un niño de 9 años, y parece que las cosas empiezan a acomodarse. Pero no tanto. La aparición de Joel (Joel Noguera, inmejorable) en sus vidas exigirá a la pareja encauzar un nuevo rumbo, no sólo para la intimidad, sino también para el afuera. La película muestra, sin juzgar, cómo es el tejido social de un pueblo del interior, y cómo los prejuicios juegan sus cartas. Pero hay algo que va más allá. Sorín invita permanentemente a ponerse en el lugar del otro. Es allí donde en medio de un paisaje nevado y despojado del sur, se ve la frialdad y la hipocresía del sistema educativo argentino, la falsa calidez de algunos docentes y cómo los padres suelen ponerse en lugares no tan agradables para defender lo que más aman: sus hijos. Pero claro, Sorín también muestra los lazos afectivos en una familia que empieza a tomar forma, la solidaridad y un retrato muy argento de cómo se trata al que es diferente. Para verla, disfrutar y reflexionar.
A los protagonistas los vemos expectantes, ansiosos, entusiasmados y están a punto de ser padres adoptivos, aunque el niño tenga 9 años, y no era lo que ellos esperaban, lo aceptan igual y admiten el periodo que rige la ley de una pre-adopción de 6 meses. Ellos quieren darle amor, ser una guía, desean un hijo, a Joel le compran ropa, le preparan un buen cuarto, se interesan por sus gustos, intentan hacerlos feliz y juntos ir aprendido el uno del otro. El conflicto surge cuando Joel ingresa a la escuela pública que es la única del lugar. Joel comienza a contar cosas, sin saber que hay de cierto, los padres de los otros alumnos no lo aceptan. Este film toca varios temas, habla de la paternidad, de la adopción, de la inclusión, de la discriminación, de los prejuicios, de la convivencia, de los temores, de las dificultades del niño adoptado de ser aceptado en la sociedad y de los valores, algo que algunas personas están perdiendo. Sorin (un enamorado de la Patagonia, recordemos “Historias mínimas”) es un gran director, todas sus películas te dejan algo y te llevan a la reflexión. Sabe darle matices a la narración, en un relato intimista que va contrastando con los pobladores, con su paisaje, ante un invierno crudo, desolado, casi similar al comportamiento de algunos personajes. El elenco se luce. Para Joel Noguera es su primera participación en el cine y tiene un gran futuro, Almeida, Gentile y Ana Katz están muy bien en sus interpretaciones son grandes actores.
Después de 6 años de silencio cinematográfico, tras su filme de 2012 Días de pesca, regresa a nuestras salas el prestigioso cineasta argentino Carlos Sorín, realizador de películas como Historias mínimas, La película del Rey, El gato desaparece y El perro, por mencionar las que quizás sean las más relevantes. No hay duda alguna de que cuando hablamos de Carlos Sorín, estamos refiriéndonos a uno de los directores claves del cine argentino, y esta nueva producción suya será un claro ejemplo de ello. Joel trata sobre la historia de Cecilia (Victoria Almeida) y Diego (Diego Gentile), una pareja que no puede tener hijos y decide adoptar. Tras un tiempo corto de espera, reciben una llamada para una posible adopción, con una contrariedad inicial; el niño tiene 9 años, cuando la edad aproximada que habían requerido la pareja para tal caso, sea de 4 o 5. No obstante deciden dar un paso adelante y optan por ir a conocer y posteriormente aceptar la llegada de Joel (Joel Noguera), del cual tampoco saben mucho de su pasado, exceptuando una madre desaparecida, una abuela fallecida hace un tiempo y un tío que está en prisión. Ya embarcados en la decisión, se percibirá desde el comienzo las diferencias claramente palpables, entre el mundo del cual proviene Joel, más de tinte marginal, y el de la joven pareja, que tratará de tomar con total naturalidad lo que el devenir les ofrece, intentando brindar amor y confort al nuevo integrante. Será ya cuando el chico comience a ir al colegio del barrio, donde progresivamente irán surgiendo inconvenientes más complicados de sobrellevar, quedando a flote elementos como la discriminación, la hipocresía y el egoísmo. Parece que valió la pena esperar tanto, porque después de seis años Carlos Sorín se despacha con una de las mejores películas de su nada despreciable filmografía. La sensibilidad está al caer, con elementos más bien tradicionales, que evocan a su concepción misma de hacer cine, logra una historia perfectamente delineada, con todo en su lugar, y que inevitablemente nos toca, porque la discriminación es un elemento visible de nuestra sociedad, así como el querer tapar situaciones que nos atraviesan, y que más de una vez se evaden, sin buscarle una solución real a los problemas. Sin duda Sorín hace foco sobre elementos de índole social que siempre están presentes, pero a la vez con un tacto sobre la actualidad misma que vivimos, dejando en claro un férreo trabajo desde el armado del guión. Vale aclarar que la intención del director no trata en contar una historia de buenos y malos, de víctimas y victimarios, sino de reflejar los problemas que transitan cada una de las familias, como grupos sociales y sus temores varios; el duro escenario que presenta el colegio de trasfondo, las limitaciones del mismo sistema, y desde ya, la exclusión. Otro punto a resaltar, es la idea de reflejar una pareja que toma una decisión que representa un bien general, más aún que personal, porque la duda latente de adoptar a un niño que dobla la edad estipulada se percibe desde el comienzo tanto en la madre, como el padre, termina siendo desfavorable, ante la presión de los padres de los chicos que asisten al colegio. Quizás la palabra no sea denuncia, pero Sorín resalta de esta manera otra realidad, ya que generalmente los chicos que tienen edades avanzadas, no son tomados en adopción, dejándolos a la deriva, con un futuro poco prometedor. Las actuaciones sin duda refuerzan a la historia, no solo Victoria Almeida y Diego Gentile, y en los momentos que aparece Ana Katz, sino también Joel Noguera, cumpliendo con creces cada uno con sus roles, también dejando en claro una notable construcción de los personajes. En cuanto a lo demás, referido a fotografía, trabajo de cámara, tiempos narrativos y demás elementos, todo está donde tiene que estar, dejando en evidencia un trabajo sin asperezas, que vale la pena en sus poco más de 95 minutos de duración.
Crítica emitida en Cartelera 1030 por Radio Del Plata (AM 1030) el sábado 9 de Junio de 19-20hs. Joel el último filme de Carlos Sorin, una película sobre un tema poco tratado antes en el cine nacional, la adopción legal, si hemos visto películas entorno a la adopción ilegan sobre todo vinculados a la dictadura militar. En este caso un Matrimonio Joven (Almeida-Gentile) que vive en el sur espera ansiosamente un niño para adoptar. El filme comienza justamente con ese esperado llamado, pero resulta que el nene es más grande de lo que habían planeado. Aún así con incertidumbre deciden aceptarlo y recibirlo en su casa. A pesar de preguntarse En qué nos estamos metiendo? interrogante que será respondido por la película inmediatamente. El conflicto comienza cuando el niño asiste a la escuela pública en donde otros padres lo discriminan debido a su procedencia marginal. Entonces el filme no sólo habla de la adopción y lo complejo que es adoptar un niño ya crecido puesto que este posee un pasado, sino también habla sobre la los perjuicios, la falta de inclusión y pedagogía e incluso el egoísmo. Además de poner en evidencia lo poco expeditivo que es el sistema de adopción actual. Con respecto a las actuaciones un buen nivel general aunque falta más verosimilitud en la pareja en cuestión a mí parecer. Una propuesta interesante que deja pensando al espectador pero que no deslumbra.
La nueva película escrita y dirigida por Carlos Sorín está enmarcada en un pueblo de Tierra del Fuego donde una pareja de treintañeros esperan que los trámites de adopción puedan por fin brindarles un hijo. Cuando se les da la oportunidad, primero se encuentran ante algo que no esperaban: un niño más grande de edad de lo que tenían pensado, unos nueve años. Mientras las estadísticas demuestran que un porcentaje notablemente mayor no aceptaría un niño de esa edad, Diego y Cecilia aceptan y deciden darle un hogar y una familia a este niño que no tiene padres pero sí un tío preso, por lo tanto un pasado acercado a situaciones complicadas. El film va transitando por diferentes emociones y cuestiones. Primero la incertidumbre ante la nueva familia, desde el niño pero también para ellos que de un día para el otro se convierten en padres de un nene, un nene al que además no pueden criar desde cero, sino que carga un pasado en el cual no influyeron; y además todo lo relacionado a ser padres primerizos, cómo tratarlo, cómo retarlo si hay que retarlo. Pero después de comenzar a amoldarse y que las cosas parezcan bastante resueltas, llega el momento de anotarlo en la escuela, y la cuestión pasará por otros costados fuera de la adopción propiamente dicha. Y ahí entra en juego la discriminación y los prejuicios, porque los otros padres no quieren que sus hijos se junten, ni compartan clase, con este “villero”, un nene que en su afán de jugar y divertirse hace mención a supuestas relaciones con la droga o la delincuencia. El gran acierto de esta película radica quizás en el punto de vista que elige tomar, el de Cecilia (interpretada por Victoria Almeida), esta mujer que se convierte en madre y se va encontrando con situaciones mucho más complicadas de las que esperaba. Enfrentándose a directivos de la escuela o a los otros padres, algunos más amables y otros tantos muy hostiles. Después está ahí a su lado también Diego (Diego Gentile), su marido, que si bien siempre se muestra dispuesto no terminará de comprender y pasar por todo lo que transita ella. Sorín retrata la temática de la maternidad de una manera simple y genuina, aunque gran parte del mérito también lo tiene Almeida con su actuación. Cecilia se encuentra en ese terreno, ese pueblo que luce frío y desolado y se le va tornando cada vez más hostil. “Joel” es una película pequeña y simple y al mismo tiempo arriesgada a la hora de plantear una temática quizá sí tratada varias veces (la adopción) pero desde una perspectiva distinta (la adopción tardía). Y lo hace desde la perspectiva femenina, desde el personaje de la mujer ahora madre y su compromiso. A nivel técnico, estamos ante un Sorín pulido y maduro.
El nuevo film de Carlos Sorín, "Joel", aborda una temática difícil con la clásica naturalidad y simpleza que ya son marca registrada del director. Hay realizadores que tienen la capacidad de filmar con el piloto automático puesto, y aquellos a los que siempre le veremos el rastro personal detrás de cada obra que dirijan. Carlos Sorín se destacó desde su ópera prima en 1986, "La película del rey", como un director muy atento a las historias particulares dentro de contextos simples. Alguien capaz de convertir la rutina en una anécdota, y la anécdota en un gran evento. Quizás el mayor exponente de ese estilo sea su regreso al cine en 2002, tras un larguísimo parate de más de diez años, "Historias Mínimas". Un clásico instantáneo del cine nacional, reflejo de una época que necesitaba mirar hacia las historias pequeñas, de la gente común. Vernos a nosotros mismos. Desde ese momento, Sorín (salvo por esa maravillosa e incomprendida rara avis que es El gato desaparece) se convirtió en el director oficial del naturalismo, imponiendo dentro de su estilo el trabajar con “no actores”. "Joel", su décima película (contando el telefilm clásico del falso documental "La era del ñandú"), recurre a ese mismo esquema pero para abordar una historia que pasará de la típica cotidianeidad a algo más escabroso e incómodo. Cecilia (Victoria Almeida, quien ya trabajó con Sorín en su último film Días de Pesca con la que comparte cierta calidez) y Diego (Diego Gentile) son un matrimonio que acaba de mudarse a Ushuaia, Tierra del Fuego. Mientras él trabaja cortando leña en el bosque, ella es profesora de piano. Tienen una vida tranquila, sin lujos, pero sin presiones económicas. Algo les falta, un hijo. Al comienzo del film nos enteramos que los trámites de adopción están en un nivel avanzado, y que ya hay un chico que pueden adoptar. No tiene la edad que ellos habían pedido, ni siquiera tiene la edad que les dijeron en un primer momento, tiene nueve años, y se llama Joel. Cecilia y Diego aceptan el desafío con gusto – ella mucho más que él – e intentan lograr la adaptación del chico, que viene de Buenos Aires como ellos, a una nueva familia y a un nuevo territorio. Joel (Joel Noguera) es un chico retraído, de mirada pícara pero callado, y que tiene una historia difícil detrás. Fue criado por una abuela que falleció, y un tío que ahora cumple condena en prisión. Para Cecilia y Diego ese no es un problema, pero deben adaptarse a la circunstancia. El guion del propio Sorín maneja dos tramos bien diferenciados. En un primer momento, veremos la difícil integración de esta pareja con un chico que ya tiene sus mañas y costumbres, un chico callado y al que habrá que entrarle con paciencia. El realizador plantea este primer tramo con la naturalidad propia de sus films, haciéndonos creer que estamos frente a un film de adopciones más, pero con la mirada tierna del director. Habrá sonrisas, y mucha conexión entre los tres personajes, en medio de un ritmo que no se apura y deja fluir en medio de la cotidianeidad. Cuando ya pareciera que nada más puede suceder en Joel, y comenzamos a aceptar la integración parcial de esta nueva familia armada, miramos el reloj, y observamos que aún falta un tramo para que todo finalice. Sorín nos tiene preparado un vuelco que quizás no vimos venir, y que ni siquiera es el típico que nos amagaron en aluna instancia que llevaría la historia por un lugar común. A Joel le falta una integración más. Será en este tramo que toda la historia se resignifique, y que lo que ya habíamos visto, que tenía su propio valor, adquiera una nueva fuerza, para ubicar al espectador en otro lugar, incómodo. Sorín nos interpela y nos obliga a tomar posición. Sí, el propio film tiene su postura, y no hay necesidad de que la disimule. Pero no lo hace desde un lugar de buenos y malos, lo hace sutilmente, y en todo caso, nos hace pensar si más de una vez nosotros no actuamos como aquellos que ahora consideramos que actúan mal. Joel abre el panorama, nos muestra la película completa que muchas veces no vemos, y así será más fácil ver en dónde está el error. Quizás, nunca deberíamos tener esa mirada parcial. Un último punto sobre el final, vuelve a resignificar en una culminación brillante que aporta otro matiz más. Es así que Joel termina siendo una obra más inmensa de lo que creíamos. Diego Gentile se sale de sus personajes habituales (la repetición de "Relatos Salvajes") y establece un personaje en el medio, correcto, con complicidad y cruces con su contrapunto femenino. Su postura también es controversial. El pequeño Joel Noguera es el elemento naturalista. Un chico encontrado “de casualidad” y que actúa sin actuar, con gestos, palabras a medio decir, y unas miradas que pueden ablandar hasta el corazón más duro. Victoria Almeida se carga el film al hombro y otorga una interpretación brillante. Su personaje transita el film y realiza una propia mutación. Almeida sabe aprovechar muy bien su cúmulo de gestualidad entre la inocencia y la garra. En un papel más chico pero trascendental, Ana Katz también se luce como lo hace habitualmente. "Joel " es otro paso adelante en el estilo Sorín. Una película que aporta una mirada diferente a su estilo naturalista, y que a su vez como un camino ida y vuelta, no imaginamos dirigida por otro director que no sea el mismo que tan bien sabe mirar el interior de los menos observados. Imperdible.
Período de prueba Carlos Sorín, director de films como La Película del Rey (1986), Eterna Sonrisa de New Jersey (Eversmile, New Jersey, 1989), Historias Mínimas (2002) y El Perro (2004), regresa en su último opus con un duro drama social sobre la adopción de un niño de nueve años de origen humilde por parte de una pareja de clase media que no ha podido engendrar hijos en una pequeña comunidad de Tierra del Fuego. Diego (Diego Gentile), un ingeniero forestal, y Cecilia (Victoria Almeida), una profesora de piano, viven desde hace poco en la provincia más austral de Argentina y deciden adoptar un niño pequeño para completar sus vidas. A poco de anotarse son sorprendidos con la noticia del Estado provincial de que un chico de nueve años los espera y les pueden otorgar la custodia provisoria de Joel (Joel Noguera), un joven taciturno y evasivo que creció en una familia humilde, cuidado por su abuela en la localidad de San Justo, cabecera del partido de La Matanza, en la Provincia de Buenos Aires, y por su tío, que cumple una sentencia en un penal por un crimen. Rápidamente la ilusión de la pareja se trastoca en preocupación y en cuestionamientos pero la lenta adaptación comienza y tanto la pareja como el niño se encariñan poco a poco. El choque cultural entre los padres y el pequeño se extiende más allá del ámbito familiar cuando es enviado a una escuela pública como oyente para que no pierda el año y los padres de los otros niños se quejan con las autoridades escolares de las historias marginales que Joel relata, por lo que amenazan con no enviar más a sus hijos al colegio si el joven conflictivo continúa asistiendo. Joel (2018) construye una historia sobre la adopción legal en Argentina y las salidas posibles a la marginalidad con una estética realista que raya el género documental y con buenas actuaciones que logran interpretar a personajes atribulados e indignados que toman distintas posiciones activas y pasivas sobre un tema delicado para toda la sociedad. Joel Noguera se destaca en una interpretación muy cándida y tímida que se contrapone con las actuaciones de los adultos, exhibiendo las diferencias entre los problemas que los padres ven y crean y la inocente y lúdica mirada infantil. Con excelentes primeros planos y una gran fotografía de Iván Gierasinchuk, quien trabajó en el extraordinario film Los del Suelo (2015), el guión de Sorín indaga en las reacciones de los padres provisorios y de los habitantes del pueblo ante el niño humilde que irrumpe en la vida de la comunidad de clase media de Tierra del Fuego para exponerlos a sus miserias, sacando lo mejor y lo peor de cada uno, pero principalmente enfrentando a los adultos a su nueva condición de ser responsables por otra vida. La música de piano melancólica y lacrimosa de Nicolás Sorín añade una cuota de calidez a un opus emotivo y sensible que se basa en diálogos creíbles, planos que expresan las distancias entre los personajes y una gran reconstrucción de las peripecias institucionales y burocráticas. Sorín logra nuevamente crear una obra sobre las contradicciones sociales, en esta oportunidad alrededor del tema de la adopción y de la asimilación del chico a una nueva vida como elemento extraño y disruptivo para la mezquina -y pobre de argumentos- mentalidad de los padres reaccionarios que creen que sustrayendo a sus hijos de la realidad lograrán educarlos para evitar los peligros que los rodean.
Una pareja no puede concebir hijos y optan por la adopción de un niño. Sucede que este niño no tiene 8 años (como les habían dicho en la agencia de adopción) sino 9, y además tiene un pasado bastante turbulento para su edad. Los choques en la familia y en la comunidad no tardarán en llegar en este sólido paso de Carlos Sorín quien demuestra ser un director con tacto cinematográfico para la sensibilidad. Joel transcurre en Tierra del fuego, una zona alejada y con mucha nieve, tan fría y distante como el niño que bautiza al film. Es entonces allí, en el sur argentino donde ocurre el drama humano, el desencuentro y el egoísmo (el famoso cada uno por su lado). Sorín no hace más que diseccionar las relaciones humanas y la introspección ¿Cómo? Con escenas en las que el pueblo está en contra de la familia de Joel “porque es un villero” o dotando de fuerza a Cecilia (notable Victoria Almeida) como una madre dispuesta a todo con el correr del metraje. Una curiosidad: el niño protagonista se llama Joel Noguera. Si ahondamos en la filmografía de Sorín, ya podían verse sus dotes en Eversmile, New Jersey (1989) ese curioso drama en el que dirigió a Daniel Day Lewis o en su elogiada El perro (2004), por lo tanto hay pruebas y no es casualidad que no haya hecho un film de psicópatas o extraterrestres. Sorín hace films humanos por su “empatía fílmica” por así decirlo, sus personajes son solitarios tanto como esos vastos paisajes que parecen dar la sensación de una falsa tranquilidad. No será pasión de multitudes pero tiene material para entretener e incluso puede dejar a más de un espectador en reflexión por los temas que toca: familia atípica, discriminación y ausencia del estado.
Adopción, maternidad y discriminación “Joel” es una película dramática argentina dirigida y escrita por Carlos Sorín. El reparto incluye a Victoria Almeida, con quien ya había trabajado en “Días de Pesca” (2012), Diego Gentile (Relatos Salvajes), Ana Katz, Joel Noguera y numerosos fueguinos que trabajaron como extras. La cinta se filmó entre agosto y septiembre del año pasado en la localidad de Tolhuin. Fue presentada por primera vez en “Cine en Grande”, el 4º Festival de Cine Nacional en Tierra del Fuego. La historia gira en torno a Cecilia (Victoria Almeida) y Diego (Diego Gentile), una pareja que hace un tiempo inició el trámite de adopción ya que no pueden concebir hijos. Ellos habían expresado su deseo de que se les otorgue un chico de cuatro o cinco años, pero cuando el juzgado de menores finalmente llama, les comunica que tienen a un niño un poco más grande (primero dicen que tiene ocho años, pero en realidad tiene nueve). Cecilia y Diego, en un principio indecisos con la respuesta que darán, aceptan. Joel (Joel Noguera) carga con un pasado que lo marcó y su asistencia al colegio del pueblo no será aceptada por la mayoría de los padres. En su noveno film, Carlos Sorín explora la temática de la adopción tardía así como los variados prejuicios que hay en el ámbito educativo. El resultado es una película bellísima gracias a las excelentes interpretaciones, la fotografía nevada a cargo de Iván Gierasinchuk y las diversas situaciones que se van dando que, gracias al guión, atrapan desde la primera escena. Que el relato se desarrolle en un pueblo pequeño, donde prácticamente todos se conocen entre sí, hace que sea aún más acertada la decisión de usar a habitantes de allí para actuar. Se nota cómo Sorín sabe dirigir a personas que no tienen experiencia en el ámbito actoral ya que ninguna se siente fuera de lugar, por el contrario, aportan un realismo perfecto en cada momento. En especial con el caso del chico interpretado por Joel Noguera: el director lo vio de casualidad en una panadería de Tolhuin y por su accionar supo que ese era el protagonista que estaba buscando. El nene resulta ideal para el papel: arisco, de pocas palabras, con la cabeza casi siempre gacha y una mirada particular, tiene todas las características para hacernos ver que en su infancia no tuvo el amor y enseñanza necesarios. Párrafo aparte para lo espléndida que está Victoria Almeida en el rol de Cecilia. Maestra de piano, la mujer de un día para otro debe convertirse en una madre para Joel. De las variadas inseguridades e indecisiones, la evolución de su personaje resulta muy satisfactoria, generando que den ganas de que la película continúe y muestre qué es lo que pasa después de esa escena final. Otro acierto del film es el de no tener a una figura a la cual culpar por lo que sucede en la escuela. Sí, podemos enojarnos porque la manera de proceder del director no es la más adecuada o porque algunos comentarios de los demás padres son realmente crueles, pero como espectador uno puede ponerse tanto en el lugar de Cecilia como de los que están en su contra y entender las preocupaciones de cada bando. “Joel” se enfoca en lo humano y también en lo cotidiano, algo primordial para que una cinta logre llegar con más facilidad al corazón. Muestra con claridad lo diferente, como también necesario, que es adoptar a un chico aunque ya esté grande. La reinserción en la sociedad es difícil, no obstante sin una familia a la cual pertenecer, el destino inevitablemente será la marginalidad.
Un drama sobre las complicaciones de un proceso de adopción, el nuevo filme del realizador de “Historias mínimas” —que transcurre en Tierra del Fuego— es también un homenaje al amor y los sacrificios de una madre y una dura crítica a la hipocresía social. La nueva película de Carlos Sorin rodada en la Patagonia cuenta una historia simple pero efectiva acerca del proceso que una pareja atraviesa para adoptar a un chico. Cecilia (Victoria Almeida) y Diego (Diego Gentile) viven en Tolhuin, la bella pero también fría población de Tierra del Fuego. El trabaja en una maderera y ella da clases de piano. Desean, pero no pueden, tener hijos y están en lista para adoptar. Apenas comienza el filme tienen una posibilidad de hacerlo. Pero si bien el proceso legal resulta sumamente eficiente, la adaptación no será tan fácil. Joel, tal es el nombre del niño, es más grande que la edad habitual de las adopciones (tiene nueve años) y tiene un pasado familiar y una historia personal aparentemente complicadas que lo han vuelto un tanto hosco y silencioso. Para los nuevos padres —que atraviesan un periodo legal de seis meses de adaptación y prueba— no es sencillo lidiar con esa distancia que él parece imponer. Y el chico, si bien se muestra tranquilo y hasta sumiso, parece extrañar su probablemente más intensa vida previa. Sorín centra esta primera parte del relato en las vivencias de la madre, que debe lidiar con la confusión que le generan el deseo y el cariño mezclados con la sensación de qué tal vez el niño no sea exactamente como lo imaginaba. Pero cuando eso parece estar empezando a encaminarse surge otro problema por el lado de la escuela a la que va en la que se genera también otra complicado proceso de adaptación—tanto para el nuevo alumno como para sus compañeros, maestros y autoridades— que no se puede resolver solo con el “amor de madre” ya qué hay otras fuerzas —y otros prejuicios— que entran en juego. JOEL es una historia, sino mínima, bastante sencilla. Un cuento casi familiar sobre los esfuerzos y peleas de una madre para incorporar a su hijo adoptivo, primero a su vida y luego a la de su comunidad. En relación a otras películas del realizador de EL REY DE LA PATAGONIA, por lo general más amables con sus criaturas, aquí llama la atención la dureza con la que pinta a la comunidad fueguina que pone reparos a la inclusión del niño de maneras que resultan quizás realistas pero llamativamente incómodas y hasta inhumanas. Es esa tensión, de todos modos, la que permite que Cecilia se convierta finalmente en una verdadera madre, alguien con el corazón y la fuerza para enfrentar las adversidades como sea, y que se respete y se acepte su decisión de adoptar a un chico “diferente” a la mayoría. Nadie, ni siquiera del todo su propio marido —un personaje con menor desarrollo—, parece dispuesto a dar las peleas necesarias. Más allá de esa potencial zona maniqueísta del guion, JOEL es un honesto retrato de las complejidades de un proceso de adopción. Y, gracias a la excelente actuación de Almeida, también un tocante homenaje a las madres que es creíble y sincero sin ser grandilocuente ni perder la humanidad y el perfil bajo característicos del cine del realizador.
Joel es la mejor película de Carlos Sorin –Historias Mínimas, Días de pesca, El caminos de San Diego– y una sorpresa para el cine argentino en el periodo de clausura. Cuando recién comienza a asomarse los estrenos del año, Sorin da un puntapié y le pega al ángulo y filma una película cuya primera hora es impecable. Pero el director argentino tiene un “az” en la manga que le juega a favor toda la película y es Joel, el protagonista, un hallazgo azaroso, del director, que no sólo hizo que la película sea homónimo – se iba a llamar José pero usaron el nombre verdadero del niño-si no que permite que el relato sea creíble y emotivo. A decir, Cecilia (Victoria Almeida) y Diego (Diego Gentile) son una pareja de treinta y pico que reciben el llamado del Juzgado para darles la tutela de un niño. Cecilia – Almeida es una actriz infernal- corre por un camino de nieve, en algún lugar paraje del sur argentino, se la ve agitada y llama con ansiedad a Diego que está trabajando con unos hombres en el bosque. Lo mira con emoción pero también con miedo, desde allí Sorin nos introduce en una película en donde el espectador se conecta con los sentimientos más íntimos de la pareja, esa noche se llena de emoción y de inquietudes “Como nos verá él” plantea la mujer, y Sorin llena de intriga una película en donde las miradas y los silencios son el eje narrativo. Diego y Cecilia le preparan la “piecita” con un amor y las mariposas en el estómago se convierte en una celebración cinéfila. Hay algo interesante y es que la “prerotota” legal acerca de la custodia del niño es descripta con un suspiro, el director elige hacer una narración taxonómica, rápida, pero en cambio se adelanta y se toma su tiempo para meter la cámara en ese “encuentro” de la nueva familia. “Joel saludá” le dice la cuidadora y ese túnel lleno de paradoja y desconocimiento es mostrado con alegría. Joel despeinado, con una sonrisa tímida, saluda a Cecilia y a Diego quienes lo miran con una ternura que aún hoy a la distancia y, ya en mi proceso de escritura, me conmueve. Esa “primera” vez en donde padres e hijo se conocen, se prolonga en ese recorrido por la casa, por el barrio y por ese paraje nevado que es construido poéticamente. El nene se pasa, pocas veces he visto este nivel actoral en una película nacional, y eso es mérito de Sorin. Joel comienza a adaptarse a esa nueva vida. Pero un nuevo rollo comienza cuando Joel va al colegio, “Pueblo chico infierno grande”, dicen. La segunda parte presa de un conflicto interesante no alcanza para supera ese primera hora en donde uno mira embobado a Joel relacionarse con miradas, apenas con suspiros, con sus papas adoptivos. Con actuaciones brillantes, Joel de Sorin es una película que resulta inspiradora. Valoración: Muy Buena
Después de cinco o seis años, nuevamente en pantalla un film de Carlos Sorin, realizador de “La película del rey” (1986); “Historias mínimas” (2002); “El perro” (2004); “La ventana” (2009); “Días de pesca” (2012). “Joel”, su trabajo más reciente, es una propuesta pequeña, relativamente sencilla, un relato casi familiar, sobre los esfuerzos y las luchas de una madre para lograr incorporar al hijo adoptivo primero a su vida, y luego a la comunidad. La producción, como es clásico en la obras de Sorin, conforma su elenco con actores profesionales, Diego Gentile (Diego) y Victoria Almeida (Cecilia), y otros amateur, como es el caso de Joel Noguera (Joel), respecto de quien el director comentó: “Me encontré con Joel en una panadería de Tolhuin, Tierra del Fuego, y desde ese momento supe que era a quien estaba buscando “. El entramado de “Joel” es una historia muy simple: Diego y Cecilia, viven en Tierra del Fuego, él es ingeniero forestal que labura en una maderera, y ella profesora de piano, en Tolhuin, comunidad cerrada y conservadora, que desean ser padres primerizos y reciben en adopción a Joel, un niño de 9 años (ellos esperaban una criatura de entre 4 ó 5 años), hosco y silencioso, quien no sólo tendrá que acostumbrarse a sus nuevos padres, sino que ellos también lo deberán hacer respecto de él. La historia centra la primera parte de la narración en las vivencias de la pareja que deberá lidiar con principios, deseo, cariño, en la nueva situación de convivencia familiar, en la cual se generarán sutiles problema de intercomunicación padres-hijos. El segundo tramo del relato se abre con la incorporación de Joel al tercer grado en la escuela local, y por el hecho de que estuviera cursando un grado inferior al que por edad debería cursar. A poco andar se genera un conflicto con los compañeritos por comentarios de Joel respecto de su vida anterior y vinculaciones de experiencias con robos y drogas. Convocados Diego y Cecilia por la dirección de la escuela, y los padres de los chicos, les piden el retiro de Joel del establecimiento, pues la comunidad está libre de la droga, y sea inscripto en otro colegio ubicado a una decena de kilómetros, a lo que se niegan, asumiendo Cecilia el protagonismo en la defensa del hijo. En un paso posterior interviene una representante del ministerio de educación provincial, y en una asamblea con padres ratifican lo resuelto por la dirección, lo que determina que la pareja deba tomar decisiones al no haber podido lograr una solución satisfactoria del problema en cuestión.. Varios son las temáticas que pone en juego Sorin en esta realización, entre ellas la paternidad deseada, la discriminación, el bullying escolar (*), la burocracia tras la adopción. Se trata de una obra plena de sentimiento que invita al espectador a la reflexión. Una narración sólida, hermosa visualmente aprovechando los paisajes sureños en época de invierno, ratificando su capacidad infrecuente en el cine argentino contemporáneo como director de actores logrando en perfecta comunión el trabajo entre los experimentados y aquellos sin mayor experiencia en la materia, incluso sin ningún antecedente logrando equilibrar un trabajo de buen nivel como equipo actoral. Una obra pequeña, franca, dinámica, inquieta, inteligentemente planeada para abrir el diálogo sobre aspectos que afectan el normal desenvolvimiento de la sociedad internacionalmente considerada. (*) Palabras del director: “Me encontré con casos de chicos discriminados al punto de pedirles que se vayan del colegio, pero no por ser adoptados, sino por ser extranjeros. La escena final esta sacada de un hecho real”
Joel es un chico de unos ocho o nueve años, la ha pasado mal en la vida y termina siendo la única alternativa de adopción, en un lugar perdido de la Patagonia, de una pareja en sus treinta. Los problemas son varios: la adaptación mutua, la conducta del chico -que no ha pasado por manos demasiado responsables-, la posibilidad de que no funcione, la discriminación, la propia escuela. El film se narra sin ripios, y tiene a Joel Noguera como un verdadero polo alrededor del que gira el resto de los intérpretes. A veces el asunto tiene una distancia demasiado excesiva, como si Sorín viera todo con más ironía que empatía. Pero eso no sucede siempre y ese desbalance suele ser corregido por los actores, que entienden a sus personajes. El paisaje patagónico -ya un tropo en la obra del realizador- tiene un rol funcional en la historia: hay una soledad en todos los personajes que se refleja en ese universo aislado, entre la belleza y la desolación que es, también, el de las propias criaturas de la fábula.
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Han pasado 33 años desde aquel filme radical que dejó una huella en el cine argentino, La película del rey (1985), y el septuagenario Carlos Sorín entrega su noveno filme como realizador vigente en su tierra. Joel es una historia en su apariencia y varias otras a la vez escondidas entre los personajes y los puntos de vista con la que puede ser abordada. La historia directa y explícita narra como un matrimonio de treinteañeros que viven en un pueblo de la Patagonia reciben la noticia de que les ha sido designado un hijo adoptivo en guarda provisoria, algo que esperan claramente hace largo tiempo. Hay miedos y ansiedad, pero ante todo la fantasía de ejercer lo que ellos creen es y será el acto de la paternidad. Pero este niño llamado Joel, no es un infante de 4 años níveo y angelical como un invento de Disney. Ya ha cumplido 9 años, ha nacido en el conurbano bonaerense, es huérfano y con un tío en prisión hecho que lo ha dejado sin tutores de ningún tipo. Joel no mira como si la realidad fuera un sueño feliz, mira como quien ya vio muchas cosas de este mundo hecho de puro desamparo. La trama se explaya sobre esta familia en construcción y todo gira sobre la tarea de inserción de Joel en este cuadro familiar y en ese pueblo pequeño del sur. Cecilia y Diego ponen en juego lo que creen es ejercer el rol de padres dejando ver los prejuicios que ambos tienen sobre este niño lleno de marcas del pasado. Lejos de ser una página en blanco Joel es una pequeña historia viviente compleja y singular. Cecilia se dedica a dar clases de piano y a las tareas del hogar, su imagen es casi al extremo la de una madre que pareciera dulce y contenedora, blanda y emocional. Pero más que eso en ella se evidencian las marcas de modelo maternal lleno de preconceptos sobre lo que el niño debe ser o no debe ser, lo que le debe gustar o no, lo que debería ser Joel y no lo que él es. Un pasaje muy significativo es cuando ella le dice a Diego -en una escena diurna en la plaza mientras Joel se hamaca solitario- “No debemos hablar de su pasado, ahora es todo borrón y cuenta nueva”. La forma de la maternidad no aparece como un gesto de amor a otro que es “otro” y a quien buscamos guiar en este espacio llamado realidad, Cecilia lo plantea como el acto de domesticar, palabra que infiere más a la idea de civilizar lo salvaje o humanizar lo animal. Con suave mano firme la joven madre en construcción intenta doblegar las resistencias del niño como si allí se jugara toda la magnitud de la tarea de la crianza. Y obvio, Cecilia hace lo que la sociedad le ha enseñado que debe hacer una madre en la llamada “institución familiar”. Diego, que trabaja en el bosque fuera de la casa, cumple un rol de mediador involucrado en la educación tanto ejerciendo el control sobre los hábitos del niño como buscando un nexo de identificación que lo pueda hacer parte de su vida de padre para poder sentir realmente que Joel podría ser su hijo. De lo poco que habla Joel sale un día el dato que certifica su fantasía al niño no le gusta el fútbol como el resto de sus pares, a él le gusta el taekwondo, deporte que Diego practicó durante toda su juventud “es que le va a dar disciplina y confianza en sí mismo” le dice a su mujer cuando descubre la potencial conexión entre ambos. Diego es en especial quien se preocupa por preservar la imagen que llega de ellos al pueblo, allí donde vive y trabaja deben mostrarse respetuosos de la mirada de los otros, una moral determinante de la institución familiar más tradicional. Pero Joel es singularmente no tradicional, tiene más carencias que certezas, más preguntas que conocimientos escolares, y un pasado que no coincide ni con el piano que hay en la casa, ni con la lecto escritura obligatoria, ni con las reglas de las buenas costumbres burguesas. Joel no sabe como unir este presente de familia tipo con camioneta y hora fija para la cena con el celular robado que guarda en un cajón, la foto de su abuela y un encendedor de quien sabe qué cosa habrá encendido con él. Y claro de su pasado no hay relato porque “de eso no se habla”. El pueblo oscila entre idolatrar a la pareja de buenos samaritanos que han adoptado un niño de casi una década a pasar al otro polo entrando en un terreno de tensión por la presencia perturbadora del niño diferente, y por distinto, peligroso para el establishment social. La película permite en su lectura que nos quedemos en la superficie humanitaria y noble de una historia de adopción y de inclusión donde una pareja lucha por consolidar una familia y ser reconocidos como pares en su micro mundo. Pero esa es la parte más obvia del filme, la apuesta arriesgada es encontrar la crítica a las instituciones que aún hoy intentan mantenerse en pie con recetas caducas. Y no solo la familia en su versión más esquemática se percibe vetusta, sino también otro gran paradigma de la infancia y del ideal de aprendizaje: la escuela. La película inquietante es otra, es la de la imposibilidad de los padres de ser padres en el sentido más amplio de la palabra. Como los griegos intentaron definir el amor familiar “ágape” que habla de un ideal de amor hacia el otro, pues no solo de reglas vive el hombre ni solo con ellas se construye una identidad. Y junto a ese imposible modelo parental cohabita la imposibilidad de la institución educativa que no alcanza a ser un espacio libre, de aprendizaje y de integración. Para cerrar vuelvo al inicio de la película que expone el filme en una de sus primeras escenas en la que la jueza recibe a la pareja de adoptantes y les repite una frase que de tan dicha tal vez habrá quedado vacía de sentido, pero no por eso es menos verdadera y necesaria: “Acá lo prioritario es el niño. Nosotros buscamos padres para un niño y no un niño para unos padres”. Por Victoria Leven @levenvictoria
La nueva película de Carlos Sorín lleva por título un nombre propio, hecho que nos da la pauta de que esta será una historia centrada alrededor de una persona en particular, su protagonista. Sin embargo en Joel, el libreto se enfoca más en todo lo que rodea a este personaje, el cual es un niño de nueves años. Aquí es donde se empiezan a dibujar ciertos paralelismos entre ficción y realidad, ya que el actor que encarna Joel Barrios, también lleva ese nombre de pila, sólo que su apellido real es Noguera. Así también como su contraparte ficticia, Joel vive en Tolhuin, un pequeño pueblo de la provincia más austral de Argentina, Tierra del Fuego. Joel trata entonces sobre una pareja conformada por Diego y Cecilia, quienes luego de años de burocracia sin fin finalmente son concedidos con la guarda preadoptiva de un niño, del cual sin embargo no saben nada. Desde un principio podemos sentir la incomodidad de ambos al llegar al final del camino por el cual lucharon tanto; es decir, el peligro de que tus deseos más grandes se vuelvan realidad. El primer problema llega cuando se enteran sobre la avanzada edad del niño en cuestión. Considerando que sus expectativas estaban en los cuatro o cinco años, encontrarse con una persona de nueve años les resulta algo alarmante, pero deciden seguir con el procedimiento. Por supuesto, el tópico principal que toca la película es el de la adaptación de alguien a una familia nueva, teniendo ya un pasado que puede recordar vivamente. La tensión que se vive las primeras escenas que los tres personajes principales comparten como familia llega a niveles estresantes por momentos. Joel se muestra callado, taciturno y extremadamente tímido, como se esperaría de cualquier chico en esa situación. Como espectador uno espera situaciones en las que Joel se desenvuelva y ría o hable más de tres palabras, más esto nunca llega a suceder, por lo que en ningún momento podemos establecer una conexión real con su personaje. No obstante, este hecho no puede ser considerado como una crítica negativa, ya que si pretendemos encontrarnos con una historia con personajes reales y verosímiles, Joel Noguera es irreprochablemente auténtico en su interpretación. Por otro lado, aunque suene extraño, se siente como si a la película le faltara tiempo de desarrollo. En muchos casos se puede objetar que a un film le sobren minutos, pero en el caso de Joel se da lo contrario. Hay personajes secundarios que en un principio parece que van a tener una injerencia que finalmente no tienen (como el vecino dentista que también es pastor), y a su vez la historia finaliza una vez que se ha alcanzado el punto cúlmine del conflicto, lo cual se podría haber solucionado añadiendo diez minutos en donde hubiera una resolución. Es posible que varias escenas donde se profundizan estas cuestiones hayan quedado fuera del corte final, por lo que sería una decisión consciente de Sorín (quien también escribió el guión) el dejarnos con la duda de qué sucede una vez que termina la película. Acorde va avanzando la trama, uno no puede evitar pensar en aquellas personas que se autodenominan “pro vida” y sostienen que el aborto legal, seguro y gratuito no es necesario cuando fácilmente se puede dar un bebé en adopción. En un año tan crucial para la sanción de la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, Joel sirve para darle un rostro a un sistema tan desgastante y que suele dilatarse hasta límites insostenibles como es el de la adopción. Después de todo, en la Argentina existen más de 5000 familias inscriptas para adoptar, según datos del Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos. Del total, solo el 15% está dispuesto a adoptar a niños de 8 años y el 0,8% a chicos de 12. Si bien en la película no se muestra tanto del procedimiento en el sentido más burocrático, se ve en los rostros, en las acciones y en la sobreprotección de Diego y Cecilia, que la orfandad y la adopción suelen ser más cercanos a Oliver Twist que a Chiquititas. Por momentos entrañable, por momentos incómoda, Joel es en defintiva un buen ejemplo de como hacer una película entretenida y a la vez con contenido social relevante para la coyuntura actual.
Crítica emitida por radio.