El Absurdo de Existir (Parte de esta crítica se puede encontrar en un Dossier sobre el último BAFICI) En Los Paranoicos, su ópera prima, Gabriel Medina construyó una comedia negra que tenía bastantes chistes internos relacionados con los estudiantes de la FUC y tuvo buena repercusión por el carácter patético y perdedor de su protagonista a cargo de Daniel Hendler. La Araña Vampiro es mucho más difícil de definir. ¿Una comedia negra? ¿Una aventura existencialista?. No sé. Lo cierto es que me hizo recordar a dos obras que me encantan: The Shooting de Monte Hellman y El Aura de Fabián Bielinsky. Un padre (Awada) con su hijo (Piroyanski) viajan a una cabaña en medio de las sierras cordobesas. La misión es alejar al veinteañero del caos urbano y si es posible curar su hipocondría. Sin embargo, todo empeora cuando al pibe lo pica una araña vampiro. Según los médicos no es nada, pero el chico se siente realmente mal y acude a un tipo de chamán local que le advierte que si no le pica nuevamente otra araña vampiro se va a morir. Por lo tanto, parte inmediatamente con un guía (Sesán) rumbo a las montañas para ubicar el nido de la famosa araña. A partir de ahí, Medina sigue a los dos protagonista a través de los bosques. A pesar del silencio y la monotonía, a diferencia de otras obras del último BAFICI como El Espacio entre los Dos o Igual si Llueve, en este recorrido sí se empiezan a manifestar extraños síntomas en los personajes. La locura, paranoia y esquizofrenia se va apoderando de ellos. La sensación de perdición se transmite lógicamente al espectador; la tensión crece, pero todo parece formar parte de un chiste delirante. Ese extraño humor es lo que caracteriza al cine de Medina. Los climas son sublimes gracias a la notable fotografía de Lucio Bonelli. Es un relato de suspenso, un drama algo esotérico. Piroyanski es uno de los actores más expresivos y divertidos que hay en este momento en Argentina. Se le puede criticar cierta repetición, pero su carácter introvertido y miedoso funcionan perfecto con la historia de La Araña Vampiro. Es notable el trabajo de Jorge Sesán, que evoluciona y tiene picos de violencia que hielan la sangre. Por último, Alejandro Awada está muy contenido y logran una actuación natural y realista. Como en The Shooting o El Aura, existe la duda de estar realmente entendiendo si lo que sucede es real o no. Hay una caminata muy extensa, un deambular que parece eterno hacia ningún lugar y se genera la incertidumbre: ¿por qué el personaje realiza esto? ¿A esta altura lo que le sucede es real o producto de su imaginación? ¿Cuánto de charlatanes tienen los personajes locales, el guía, el chamán y la chica que lo llevan a su meta? Todo tendrá una justificación en la resolución. La Araña Vampiro se construye en sensaciones, no en contenido. Así como en el segundo film de Bielinsky, la geografía argentina toma protagonismo como una suerte de brújula que decide el destino de los personajes.
Sobre el espectador de Cine Después de Los paranoicos, su ópera prima, Gabriel Medina vuelve a aparecer en escena con una película... No. No, no y no. No nos va a servir hablar de Los paranoicos, y no nos sirve de nada hablar ahora y aquí del concepto de autor. Empezemos de nuevo, La ruta. Un auto. Y La araña vampiro, el título en rojo sangre; sin rodeos, con la simpleza más simple. Un joven que llega con su padre a una casa perdida en la montaña, en un primer nivel de búsqueda: el de encontrar la tranquilidad que no se encuentra en la ciudad; el de poder así despejar un poco los cuerpos y los problemas -o los problemas de los cuerpos-, tanto psicológicos como físicos. Cuál es el problema específico, realmente no lo sabemos. Y por qué no lo sabemos; porque no se nos da cuenta de ello. Sólo vemos personajes distantes, que dialogan poco y que parecieran estar levemente preocupados; personajes buscando en medio de una búsqueda apagada y monótona, como si esperaran que este nuevo contexto salvaje y boscoso, cambie algo de lo que hasta ahora fue; en la gran ciudad. Y no sabemos mucho más. Jerónimo; el joven se llama Jerónimo; eso sí lo sabemos. Y que se llevó su computadora portátil y que en vez de salir a recorrer o a cambiar de aire, mata el tiempo matando gente en los videojuegos. Y que también tiene a su madre, que los llama para preguntasr si está todo bien, y que por alguna rázón se quedó en la ciudad. Y que la primera noche, al dormir, lo pica una araña. La araña vampiro, a la que termina matando después, al despertar. Y punto. Todo eso por un lado. ??? "Ve a la montaña, busca tu guía y vuelve a la ciudad" Jack Kerouac; con esta frase abre la película. ???Por el otro estamos nosotros, como espectadores recibiendo información, enfrascados en la misma aventura y atravezando el mismo viaje laberíntico que el protagonista, sufriendo con él, padeciendo, siendo picados, y mirando. Mirar. Esa es la cuestión. Porque de eso pareciera hablarnos indirectamente esta historia. Del acto de aventurarse, de quebrar con el estado actual y rectilíneo de las cosas e inmiscuirse en un nuevo ritmo, vertiginoso y ascendente. Sea en la ficción, sea en la vida del espectador como parte última de la ficción -la recepción del mensaje como estadío fundamental de la comunicación-. Del acto de aventurarse, inclusive desde la activa pasividad que implica el mirar. Sin hacer absolutamente nada, el espectador es llevado imagen tras imagen, de un lugar a otro, viviendo y reviviendo constantemente el mundo de la ficción. Ficción que existe en él mismo porque sin espectador no sería nada. Y sin hacer nada, el espectador vive lo mismo que el protagonista. Y así es como la normalidad, puede volverse de una forma casi absurda, en una historia de película; o en una película en sí, porque durante esas dos horas de sala a oscuras, nuestra realidad no es otra que la de la pantalla. Y es en esta misma normalidad, que caduca para dar paso al desarrollo del conflicto, donde nos enteramos que la picadura de Jerónimo es mortal. Lo que hasta recién había sido el simple acto urbano de matar una araña, ahora se convierte en un momento de tensión crucial. Para salvarse de las secuelas mortales de la araña, dicen algunos de los habitantes de la zona que hay que ser picado una vez más, por una araña de la misma especie. Así pasó una vez con una niña que se salvó. Y así creen que ha de ser siempre. Lo que mata, cura, y lo que cura, mata. Un bicho de ciudad, picado en su literalidad, por un bicho de campo. El hombre en su condición animal, en medio de una atmósfera reventada y de un color definidamente desaturado. Con la minería a cielo abierto de fondo, como paisaje en clara descomposición. Dentro de una frase que pareciera funcionar como guía, que es la de "creer o reventar". Para no morir, Jerónimo necesita confiar; se ve obligado a creer y a seguirlo a Ruíz (una especie de Stalker, de conocedor del lugar) por la montaña, en una búsqueda casi a ciegas. Es en estos momentos en donde el relato adquiere mayor intensidad, y en donde el dilema del protagonista se vuelve efectivo: seguir siguiendo a un borracho desconocido o volver a la seguridad insegura de los brazos de su padre. Estos cruces desencontrados en la montaña, entre Ruíz y Jerónimo por un lado y el padre (Alejando Awada) acompañado del policía de la zona por el otro, se vuelven cruciales; son los que denotan la transformación del protagonista, el crecimiento en su búsqueda en su afán de salvarse. Él cree internamente en todo eso (como nosotros creemos en las historias que el cine nos cuenta, durante el momento en que son contadas) y eso lo hace seguir. Y la tesis sobre la espectación sigue su mismo rumbo, porque todo lo que Jerónimo va viviendo y todo lo que la estructura del film nos va mostrando, está ligado intimamente al proceso mismo de la recepción. Cuando Jerónimo deja de buscar es cuando finalmente encuentra lo que busca. Cae rendido entre las piedras, y las arañas empiezan a aparecer, una a una, saliendo de sus escondites y yendo hacia él. Es el previo manejo de los tiempos, en esa búsqueda casi interminable y dilatada, lo que potencia precisamente este encuentro final, lo que le da valor a este azar no tan azaroso que se explica en la profundidad del deseo. Llegar al objetivo final. Desenlazar. ??Párrafo aparte y digresión mediante merece la caracterización de Jorge Sesán (Pizza, birra, faso; Okupas) en su rol de Ruíz. Un hombre solitario que ahoga literalmente sus penas y su soledad de montaña en alcohol etílico. Un conocedor del terreno que no conoce otra forma de canalizar su dolor. Que sufre por la montaña, pero que sobre todo sufre por él mismo. Un loco en su cordura, que se habla por no tener a quién hablar. Un personaje tan complejo como contradictorio; valerosamente temeroso por un lado, peligrosamente bondadoso por el otro. Actuación a la que me gustaría personalmente posicionar en un nivel teatral, por el nivel de profundidad y los matices graduales que Sesán le regala al personaje, en una construcción detallista y dedicada, distinta a la de los tiempos de la industria cinematográfica, distante del trabajo actoral interrumpido que el cine en su forma y realización suele provocar (con los cambios de planos, con los cortes, con las repeticiones infinitas de una misma toma, etc.). Y es en este desarrollo donde su personaje se despega del de Piroyansky, que a mi modo de ver, termina quedando inacabado e incompleto: con un principio y con un final marcados, pero con un espacio mediante que no termina de procesar el proceso que el personaje protagonista se merece. ? ? La araña vampiro es un gran híbrido en donde géneros como el terror, el western, el suspenso y la comedia, se prenden y se apagan constantemente. ? ???Sea por el tipo de propuesta, sea por su contrariedad tan disonante, de Gabriel Medina y su historial sólo podemos agregar, satisfactoriamente, la sensación de que La araña vampiro sea o parezca ser algo así como su segunda ópera prima. Del Daniel Hendler que se armaba un cigarrilo de marihuana en la soledad de su departamento, subía el volúmen de su equipo y se ponía a bailar impulsivamente en Los Paranoicos, a la historia y al relato que acabamos de analizar, sólo encontramos -en la superficie, y sin intentar bucear en la profundidad análoga de los dos relatos- un pequeño y divertido símil: la canción del final (La Niebla, de Shaman y los hombres en llamas), que vuelve a constituirse como aquel tema de Farmacia (Nada de nada), en una nueva memorable y pegadiza banda sonora. Otro sencillo pero aplaudible acierto. ??En síntesis y a modo de cierre final, hablemos de La araña vampiro como aventura que, fiel a su estilo estructural clásico, termina con un cambio, que es interno pero que también, cobra peso en su exteriorización simbólica. Porque Jerónimo vuelve en su auto con una semi-sonrisa -nada más y nada menos que la sonrisa de haberse pensado muerto y de haber vuelto milagrosamente a la vida- pero también, como comprobamos cuando nos muestra su otro perfil, con una marca en el ojo; la secuela de la picadura sanadora de la araña. Dejando librado, cualquier tipo de símbolo, a la subjetividad de cada espectador, lo importante es saber que el protagonista, lo que hace es volver; volver a la ciudad, volver a su vida. Y la importancia está en que precisamente eso, es lo mismo que hacemos también nosotros. Volver a nuestras vidas y a nuestro devenir cotidiano y cotidianamente estrambótico. Luego de habernos sentido morir por un rato, luego de habernos reincorporado milagrosamente. Quizás sonriendo, quizás no tanto. Pero eso sí: con la marca de una nueva aventura; la marca de La araña vampiro. Con la marca en los ojos.
En su segunda película, el director de Los Paranoicos, se manda con un correcto despliegue de cine clásico que llega a ser un ejemplo de libro. Fueron las casualidades de la vida, o las presiones de un calendario apretado sobre mi editor-en-jefe, las que determinaron que me haya tocado en suerte ver la otra ganadora del último BAFICI como Mejor Película Argentina (esta vez de la competencia internacional). Si bien el punto que tiene en común con Papirosen es que es una película que viene a decir presente, este título se anima a enseñarnos que con un guión, realización y actuaciones como la gente, pueden traer como resultado un buen cine de género nacional. ¿Cómo está en el papel? Si hay algo que no se le puede criticar a esta película es el que no tenga un conflicto y un personaje claros. La película como que se enseña a sí misma y, más importante todavía, nos enseña a nosotros, los espectadores, lo que necesita un guión de una película de género (en este caso de aventuras) para funcionar bien. Alcanzan dicha meta a través de evitar meterse en cosas grandilocuentes y limitándose a proveer a la narración de los elementos indispensables: un personaje protagonista, con una personalidad peculiar (es hipocondriaco) y con un backstory complicado (no sabe comunicarse con la gente; ni siquiera con su padre), se le presenta un problema (lo muerde una araña) que debe resolver (que lo muerda una araña similar), para lo cual necesitara la ayuda de un compañero (un guía, tan alcohólico que es capaz de tomar alcohol etílico). En el primer acto recibimos esta información, pero una cosa es recibir la información, y otra muy distinta es involucrarse con la misma. Una cosa es la sutileza, otra cosa es la sinceridad y otra cosa es la sequedad con la que le comunican al personaje de Martin Piroyansky lo que le está pasando. Le dicen “Te estás muriendo, pibe”. Más de uno tacharía esto de simplicidad, pero viendo y considerando que es un hipocondriaco al que se lo están diciendo, una persona que está en constante temor y preocupación por su estado de salud, el que alguien le confirme que su peor miedo se está por materializar, lo que nos involucra indefectiblemente como espectadores con la historia. El segundo acto es lisa y sencillamente la travesía que hace el personaje junto con su guía, sin otro antagonista o conflicto más que el tiempo que cierra su puño cada vez que pasa el mismo y el trayecto del veneno se empieza a hacer más notorio en el personaje. Es acá donde nos adentramos en su punto de vista, a tal modo que palpamos junto al personaje la desorientación, la incertidumbre y la desesperación que está sufriendo. Del tercer acto no entrare en detalles sino más que decir que es donde la película deja en claro una máxima insoslayable del guión cinematográfico: Toda buena historia es sobre una transformación. ¿Cómo está en la pantalla? La película a la hora de ser filmada sigue el mismo clasicismo que el de su guión, pocos planos por escena, iluminados en lo mínimo indispensable, yuxtapuestos por un atento montaje. El trabajo de cámara también establece marcadas diferencias entre acto y acto. En el primero y tercero la cámara es estable y fija, correspondientes a los momentos de mayor calma y seguridad de la historia; mientras que en el segundo acto predomina una cámara en mano, correspondiente no sólo a la tensión sino a la naturaleza en la que están expuestos los personajes donde la flexibilidad permite un amplio rango de cobertura. El trabajo de sonido también es notorio, los diálogos y sonidos de la película, al menos aquellos cuyo entendimiento es menester para la historia, son claros y precisos. También cabe destacar la utilización de la música. El rango actoral es decente, no a la altura de los galardones que le dieron, pero con la convicción, credibilidad y emoción suficiente para transmitir la historia que quiere contar. Conclusión Un cuento de aventuras narrado sin mayor grandilocuencia acarreado por un realizador que no tiene miedo en abordar la sencillez y que cumple con todo lo que se propone. No es una obra maestra, pero es un paso adelante y un testimonio más que claro del cine de género, sin mensajes ni política, pero con historias bien hilvanadas y narradas con oficio; puede ser una regla más que una excepción en el cine nacional.
Un viaje transformador Un joven con problemas (Martín Piroyansky, cara reconocible en el panorama del nuevo cine nacional) es llevado por su padre (Alejandro Awada) a una cabaña en medio de la montaña, pero las cosas se complican cuando el chico es picado por una araña venenosa. Con este inquietante comienzo, él va hacia una muerte segura salvo que una araña de la misma especie lo vuelva a picar. Y Ruiz (Jorge Sesán), un ermitaño alcohólico, parece el único capaz de salvarlo porque conoce como nadie el camino hacia la zona donde habitan las arañas. La araña vampiro, de Gabriel Medina (el mismo de Los Paranoicos), es un viaje iniciático, es una road movie, una película de aventuras y también de terror. Todo junto porque el cineasta juega con la conjunción de géneros para contar esta historia particular sobre la recomposición familiar (madre presente a través del teléfono) y la salvación personal. Extraña y difícil de clasificar, ya que quizás no sea del gusto popular, pero la película tiene sólidos rubros técnicos (prima la cámara en mano) y está construída con mínimos elementos. El film se torna tedioso y reiterativo en la caminata que emprenden los personajes a través de la montaña. Da la sensación de que pocas cosas más van a suceder en este verdadero trabajo de "autor" cuyo mérito consiste en contar una historia original. Y llega el desenlace: inesperado, efectivo y cíclico.
Los vagabundos de Calamuchita El chiste podría comenzar así: “¿Cuál es el colmo de un hipocondríaco?”. La respuesta, claro, dependerá del hipocondríaco en cuestión, pero que te pique una araña venenosa en el medio de la nada y que después te tenga que picar otra más, idéntica, para salvarte la vida, puede ranquear entre las más votadas. Ese “colmo” (de la hipocondría, la ansiedad, la fobia, la paranoia y varios etcéteras) es lo que dispara la acción, el movimiento y la aventura a la que se somete, reticente, el protagonista de La araña vampiro. Es que Jerónimo ha viajado con su padre a pasar lo que parece ser un fin de semana en una cabaña en una bastante desolada zona de las sierras cordobesas. Queda evidente, de entrada, que tienen una relación un poco seca, cortada, y que el objetivo de esa escapada es, por un lado, mejorarla. Y, por el otro, es un intento -o intervención- del padre por ayudar a un hijo que toma bastantes pastillas y parece tener severos trastornos de ansiedad. Cuando una araña enorme y amenazante entra a su cuarto, Jerónimo desespera, pero logra matarla y termina durmiendo en el auto, lo más parecido a un espacio seguro que hay en el lugar. Al despertar nota que la araña en cuestión logró picarlo y allí empieza la pesadilla. Cuando uno dice pesadilla puede imaginarlo literalmente, porque luego de una visita a una médica de la zona que le dice que no es nada grave y le receta corticoides, la película entra en una zona entre onírica y terrorífica. Jerónimo no se queda conforme con la explicación, una misteriosa chica del lugar (Ailín Salas) le recomienda visitar a una especie de curandero, y el hombre le da el más cruento de los diagnósticos: la araña que lo picó es mortal y sólo puede curarse si lo pica otra igual. “Te estás muriendo, pibe”, le espeta. Jerónimo se une allí a Ruiz (Jorge Sesán), suerte de baqueano, alcohólico, que le sirve de guía durante este extraño camino a una posible curación. Allí la película del director de Los paranoicos pasa a centrarse en la relación entre estos dos problemáticos aventureros, no del todo aptos para la epopeya que implica subir a una montaña a buscar otra araña igual. Jerónimo, por ser un fóbico chico de ciudad, y Ruiz, porque se queda sin su “combustible”. Así, uno podría definir La araña vampiro, de ahí en adelante, como las complicadas desventuras de un borracho sin alcohol y un hipocondríaco sin Rivotril. Medina se arriesga a meterse en un terreno sin mapas, literal y cinematográficamente hablando. Así como los protagonistas se pierden sin saber bien donde están yendo, La araña vampiro se juega a hacer como película un recorrido similar. Y se agradece. No hay fórmulas que permitan imaginar adonde la historia va a ir a parar y mucho menos cuando contamos con dos guías poco confiables. No es un film de aventuras ni uno de terror propiamente dichos, si bien esos elementos están en el relato. Es un film de personajes, un periplo de (auto)descubrimiento que usa como metáfora y disparador narrativo a la araña en cuestión, pero que en el centro no es tan diferente como parece serlo a Los paranoicos: es también una historia de alguien que debe enfrentarse a sus miedos e inseguridades, y tratar de vencerlos. Lo original del largometraje -lo que lo saca de la clásica historia de “autoayuda”- es que al ganar algo se pierde también algo, se deja de ver las cosas de una manera para empezar a verlas de otra. En ese sentido, reviendo la película en su nueva versión (dura unos 5 minutos menos de los que tenía en el BAFICI y tiene una banda sonora mucho más presente, además de una breve escena nueva), queda muy claro el eje puesto en la relación entre Jerónimo y Ruiz, en cómo la extrañeza y las diferencias iniciales (uno es todo intento de control, el otro todo caos) van dando paso al descubrimiento de que comparten más cosas de lo que imaginan: el miedo a enfrentar la realidad y, sobre todo, a ese extraño universo que son los otros. Los murmullos alucinados de Ruíz (que habla entre dientes del Apocalipsis) y la casi mística subida al Monte de los dos peregrinos ponen a la película en un territorio casi bíblico: el de la trascendencia, la Revelación. Al combinar la frase de apertura del film (una cita a Kerouac, poeta que experimentó con el budismo) y la dedicatoria que Medina hace al final al propio Buda, La araña vampiro invita a ser leída desde esa perspectiva. No hace falta ponerse a leer los haikus del autor de En el camino para notarlo. La película es eso: una aventura hacia el descubrimiento interior.
Las historias de personajes de ciudad que la pasan mal en bosques/montañas/desiertos son recurrentes en el cine. Clásicos como Deliverance, de John Boorman, y El Loco de la Motosierra, son dos buenos ejemplos de choques culturales con nefastas consecuencias. Wes Craven lo expresó muy bien en una entrevista: “La idea de ir de la ciudad al campo es un paradigma antiguo. Se trata de irse al bosques, lejos de las apariencias de la civilización, lejos de las leyes escritas en libros y dictadas en juzgados. Es adentrarse en la ley de la selva, donde rige la supervivencia del más apto. Es meterse en el mundo de la bestia”...
Los Fóbicos La araña vampiro (Gabriel Medina, 2012) es un película sobre la silenciosa conversión de Jerónimo, joven que pasa del miedo y la fobia a la búsqueda de su salvación. Con un notable trabajo de Martín Piroyansky, la segunda película del director de Los Paranoicos (2008) es una rara avis del cine argentino que vale la pena ver. Al comienzo sólo hay un paisaje virgen, casi sin marcas humanas. Las sierras ofician como telón de fondo, es difícil imaginar que tendrán implicancias mucho más serias para el desarrollo de la trama. En un automóvil viaja Jerónimo junto a su padre (Alejandro Awada). La luz solar descubre, de a poco, el rostro del joven. Hay algo de apático en él, preanunciando su personalidad anti-social y fóbica. Tal vez, el motivo del viaje busque hacer más cercana la relación entre ambos. En el final de la película, el mismo plano nos mostrará al personaje con un cambio notable. La narración de ese cambio es lo que nos presenta La araña vampiro. Tras ser picado por una araña, Jerónimo es atendido por una médica que le aplica corticoides. Pero él sabe que no hay solución. “Cosas de neuróticos”, podría decirse. Pero lo único que queda claro es que la situación va a empeorar, sobre todo cuando la pequeña herida se transforme en algo mucho peor. Luego, un lugareño le advierte que fue picado por la araña mala, que por algunos es conocida como “la araña vampiro”. “Pibe, te estás muriendo”, le dice. Y allí la película se internará en un espacio en donde coexiste lo mental y la acción. Algo que el joven ha hecho –deducimos- pocas veces en su vida: actuar, dejar de preocuparse para empezar a ocuparse. Gabriel Medina entrega, desde ese momento, un relato que tiene mucho de film de horror, pero en donde lo que es verdaderamente siniestro pasa por la procesión interior, casi como si se tratara de un film de David Cronenberg. Aparecerá Ruiz, un personaje marginal, alcohólico, mezcla de delirante místico y voz de la consciencia a-cultural que compone Jorge Sesán . Será el encargado de llevar al joven hacia su singular cura: para evitar la muerte, tendrá que ser picado por una araña de la misma especie. Hay algo religioso en la película de Medina. No en forma explícita, ni mucho menos referido a alguna religión en particular. Sino religioso en el sentido de re-ligar al protagonista con un estado de conciencia más pleno, menos material, más vinculado a la búsqueda de valores internos que prescindan del rivotril al que se ha acostumbrado. En consonancia con esta zona, el film hace de la peripecia un hecho trascendental y no tanto un sub-trama de acción propiamente dicha. Los personajes son pocos (a los ya mencionados, se agrega una joven de pocas palabras, enigmática, interpretada por Ailín Salas) y sirven como un contrapunto de Jerónimo. Mientras transita su lenta, ardua, penosa búsqueda, asistimos a una conversión. La naturaleza del converso, sabemos, implica la revisión y superación de los valores que lo definen. Por fortuna, Medina no explicita nunca esos valores, los hace evidentes en las marcaciones actorales y en la banda sonora que acompaña y acompasa el trayecto de Jerónimo. Cuenta, claro está, con Martín Piroyansky, uno de los mejores actores de su generación que ha sido el justo ganador del premio al Mejor Actor en el último BAFICI.
El aguijón interior Cabe aclarar que esta película fue presentada en el Bafici de este año, resultó ganadora, con una versión distinta a la final que se estrena comercialmente pero que más allá de esos cambios o retoques finales del propio director la esencia de uno y de otro film quedó intacta. El agregado de una banda sonora diferente y la introducción de una escena sumada a la supresión de 5 minutos del metraje original son los cambios de la nueva película de Gabriel Medina, La araña vampiro. Casualidad o no que el director de Los paranoicos comience a armar su relato en base a una estructura precisamente paranoica o en su versión remozada hipocondríaca que no es otra cosa que un aspecto visible de un tipo de paranoia. La premisa es muy sencilla: Jerónimo (Martín Piroyansky, premiado por su actuación en Bafici) realiza un viaje junto a su padre (Alejandro Awada) para descansar en una cabaña en las sierras cordobesas, alejada del mundanal ruido y la dinámica citadina. El viaje parece contemplar dos objetivos que de cierta manera se relacionan, por un lado el acercamiento con su padre para romper una distancia y comunicación débil evidente y por otro el cambio de aire para mitigar sus ataques de pánico y atemperar una conducta signada por el temor, la inseguridad personal y el miedo al cambio. Con cierta desconfianza, el protagonista realiza el esfuerzo de acomodarse a su nuevo escenario y entorno hasta que un accidente provocado por la picadura de una araña, a quien Jerónimo logra identificar y matar, detona una serie de eventos desafortunados que modifican el rumbo de la historia y el registro paranoico del comienzo se convierte o vampiriza en una travesía caótica, errática, por momentos asfixiante y en otros sumamente hipnótica y de autoconocimiento. Al empezar a experimentar cambios en su cuerpo por la picadura, Jerónimo busca respuestas primero en la medicina tradicional y luego acepta transitar por caminos alternativos a los que lo lleva primero una misteriosa joven del lugar (Ailín Salas) y luego un extraño baqueano de apellido Ruiz (Jorge Sesán) con quien emprende una travesía de ascenso y descenso espiritual impresionante. Casualidad o no esa es la pregunta que no tiene respuesta en La araña vampiro, sugerente opus donde se habla muy poco pero se dice desde el silencio, o el soliloquio de un baqueano que delira (gran actuación de Jorge Sesán) que las transformaciones personales requieren enormes sacrificios o por lo pronto pérdidas materiales o simbólicas que nos atan a la inercia de nuestro propio temor al cambio o modifican considerablemente nuestro punto de vista en relación a la percepción de la realidad. No es nada justo encasillar en un género a esta película audaz dedicada al budismo por su director aunque en ella se jueguen constantemente con elementos y códigos del fantástico o del terror. En resumen estamos en presencia de un film inclasificable, hipnótico, profundo y atractivo desde su concepción cinematográfica.
Entre lo místico y lo apocalíptico A cuatro años de su urbana ópera prima, la promisoria Los paranoicos, Gabriel Medina regresa con una película opuesta en todo sentido, pero que ratifica sus cualidades como guionista y director dentro del cine de género. Se trata de la agreste La araña vampiro, historia de aventuras construida con mínimos y muy bien trabajados elementos. Antonio (Alejandro Awada) y Jerónimo (un notable Martín Piroyansky) llegan a una casa ubicada en un ámbito serrano y boscoso para pasar allí un tiempo juntos, sin la presencia de la esposa de uno y madre del otro, en lo que en principio será un viaje reparador. El muchacho veinteañero sufre constantes ataques de pánico y ése parece ser, por lo tanto, el entorno ideal para combatir los trastornos de ansiedad y para el postergado reencuentro padre-hijo. Sin embargo, durante la primera noche, el protagonista es picado en su cama por la araña del título y, a partir de ese momento, el relato toma otro rumbo. En el hospital le aseguran que no es nada grave y sólo le inyectan corticoides, pero el brazo comenzará a infectarse rápidamente y los síntomas, a incrementarse. Así, nuestro antihéroe terminará en manos de unos baqueanos que le explican la situación: o es picado otra vez por una araña similar o morirá. Comienza, entonces, un largo periplo por una montaña en el que el joven es acompañado por Ruiz (Jorge Sesán), un explorador hosco y alcohólico, en una carrera contra el tiempo que Medina resuelve -en buena parte del relato- con inteligencia y convicción. Es cierto que la narración se resiente un poco en el segundo acto (la travesía se hace un poco larga y algo monótona), pero en el tramo final los personajes -y el espectador, claro- recuperan el aliento. Además, Medina trabajó en un nuevo corte respecto del que se vio en el último Bafici (donde el film ganó los premios a mejor película argentina y mejor actor de la Competencia Internacional), agregando una pequeña escena, reduciendo en cinco minutos la duración final y renovando la banda sonora. Las mejoras son notorias. En definitiva, Medina sale más que airoso del desafío de una segunda película con esta épica minimalista concebida con un puñado de personajes, mucha cámara en mano, locaciones y luz naturales y con un simpático coqueteo con diversos géneros (el cine de aventuras, el western, la buddy-movie, la comedia, el terror, etc.). Un film pesadillesco, apocalíptico y con un dejo místico que logra atrapar y, en sus mejores pasajes, fascinar al espectador.
Terror, mito y aventura El opus 2 del director de Los paranoicos logra generar un malestar casi imperceptible pero certero. El malestar que da el no saber del todo qué es lo que a lo largo del recorrido les sucede al protagonista y, con él, también al espectador. En el primer plano de La araña vampiro, el protagonista despierta. Pero no parece hacerlo del todo. En el último plano, simétrico al primero, su expresión deja traslucir que ha vuelto a despertar, pero ahora de modo más hondo, más pleno, más duradero seguramente. Entre un plano y otro, algo sucedió. Jerónimo ha navegado entre la realidad y el sueño, sin saber del todo dónde termina una y empieza otro. Y con él el espectador, que tampoco sabrá a ciencia cierta hasta qué punto se halla frente a un film realista o uno fantástico, un drama disfuncional o una comedia alleniana, un relato de iniciación o uno de aventuras, un western del criollo oeste o una de terror con monstruo y todo. Sin el menor énfasis o subrayado, sin “inflar” el sentido o la tensión mediante golpes de efecto, La araña vampiro –opus 2 de Gabriel Medina y ganadora de dos premios en la última edición del Bafici– logra generar un malestar casi imperceptible, pero certero. El malestar que da el no saber del todo, el andar medio a tientas, que es lo que a lo largo del recorrido les sucede a Jerónimo y el espectador. Lidiar con la neurosis, vencer el miedo, salir al mundo, crecer, parecen ser los temas de Medina, a la luz de su nueva película y de la anterior, Los paranoicos (2008). Por suerte no los plantea confundiendo cine y psicoanálisis, ficción y autoayuda, sino echando mano de herramientas específicamente cinematográficas. Tradicionalmente cinematográficas, se diría, teniendo en cuenta el carácter sistemático con que este treintañero, graduado de la FUC, recurre al cine de género. Pero lo hace de un modo que no tiene nada de tradicional. En Los paranoicos, la comedia romántica aparecía virada al negro, trabajando el tema del Otro desde un lugar pesadillesco. Ahora se trata de cruzar géneros, hibridarlos y confundirlos. Pero no con el gesto veleidoso del que quiere recibirse de moderno, sino de modo estrictamente funcional. Un veinteañero (Martín Piroyansky, ganador del Premio al Mejor Actor en el Bafici por este papel) y su padre Antonio (Alejandro Awada) llegan a una cabaña para pasar unos días. Antonio quiere acortar distancias con Jerónimo que, además de consumir psicofármacos, parece visiblemente ansioso, temeroso, seguramente sin una razón concreta. Enseguida la tendrá: una araña, demasiado grande y peluda como para no tenerle miedo, lo pica en su cama. La picadura, anuncia un vecino de la zona, es mortal. Un primer mérito del guión, escrito por Medina junto a Nicolás Gueilburt (que ya había colaborado con él en Los paranoicos), es su manejo de las elipsis, que dan mucho lugar al espectador para llenar los agujeros de información. No se sabe a qué se dedican Jerónimo ni su padre, ni por qué motivo el muchacho no las tiene todas consigo, ni por qué no viajaron hasta allí con la mamá, ni cuánto tiempo piensan quedarse, ni dónde están exactamente. El paisaje de piedra y sierra, la sequedad, la vegetación achaparrada hacen pensar en Córdoba o San Luis. No importa, como no importa nada de todo lo otro que “falta”. Como en un western de Budd Boetticher (representante de la sequedad por excelencia en el género), lo único que importa es lo esencial. Y lo esencial es el viaje que Jerónimo deberá hacer. Viaje literal, en busca de una araña igual a la que lo picó, única cura según la gente del lugar. Viaje metafórico, en el que deberá enfrentar sus peores miedos, recurriendo a los métodos más extremos: la araña deberá picarlo en el ojo para curarlo. Y el ojo es, en cine, el órgano más vital y más frágil. “Subir a la montaña, buscar un guía/Bajar de la montaña, volver a la ciudad”, dice la cita de Jack Kerouac que abre la película. El guía, el baqueano, es Jorge Sesán, el rubio de Pizza, birra, faso, enorme acierto de casting de Medina & Cía. Huraño hasta la mudez más tozuda, de físico tan rotundo como para cargar al herido (o cagarlo a trompadas, según el caso), lo suficientemente agresivo como para que su sola presencia sea temible y, encima, alcohólico que también deberá atravesar su propio vía crucis cuando la botella se le termine, Ruiz es, seguramente, el personaje más de western de La araña vampiro. Puede ser que Medina se ciña tanto a lo mínimo que en algunas zonas (el personaje de Ailín Salas, parte del viaje hacia el nido de arañas) el relato adelgace demasiado. Pero es tan bueno e inusual el final de La araña vampiro, tan infrecuentemente primario para el urbanizado canon del cine argentino, tan lanzado al terror, el mito y la aventura (la caverna, las arañas, esa que monta de a poco el cuerpo exánime del héroe, todo remeda una versión seria de Indiana Jones), tan redondo el remate, en sentido visual y filosófico (para conservar la vida habrá que ceder algo esencial), que esos reparos quedan definitivamente atrás.
Viaje iniciático por una araña Extraño y sugestivo segundo film de Gabriel Medina, el mismo director de la urbana Los paranoicos. En La araña vampiro el paisaje se modifica por otro agreste y primitivo, rocoso y selvático, agresivo y peligroso. Como el insecto que pica a Jerónimo (Martín Piroyansky, gran trabajo), con una picadura mortal que sólo podrá ser neutralizada con la de otra araña, razón por la se deberá explorar un territorio ajeno, plagado de dificultades, donde surgirá un personaje clave, el guía baqueano (Jorge Sesán) que le da duro y parejo a la bebida y que conoce aquello de explorar tierras precarias. Extraño por extrañeza es el segundo opus de Medina, conformado por una primera parte singular sin demasiada información y nada subrayada (la relación entre el padre –Alejandro Awada– y su hijo adicto a las pastillas) para después dirigirse a una zona mística donde el paisaje y su recorrido actúan como protagonistas. Allí aparecerá el baqueano, sumergido entre cavilaciones sobre el Apocalipsis y su eficacia laboral como guía del protagonista. La araña vampiro fluctúa entre esos dos mundos, el urbano y el primitivo, convergiendo hacia un film de no-aventuras, donde la imperiosa necesidad de Jerónimo por salvar su vida se convierte en pretexto para emprender un viaje iniciático, de descubrimiento permanente entre preguntas sin respuestas y silencios prolongados. Sugestiva por sugestión termina siendo La araña vampiro, una película de sensaciones más que de respuestas concretas. ¿A qué se debe el comportamiento inicial de Jerónimo? ¿Qué rol cumple su padre como tal? ¿Qué representa esa araña mortal para el protagonista? ¿El guía es sólo eso o representa un personaje-símbolo? Gabriel Medina, por suerte, confía en el espectador y recurre a él narrando una historia donde los climas y las atmósferas interesan más que el mero esqueleto argumental. Es que su film transmite una sugestiva extrañeza, una bienvenida incomodidad.
Búsqueda en círculos Jerónimo (Martín Piroyansky) y su padre (Alejandro Awada) deciden pasar unos días en una cabaña en las montañas para fortalecer su relación. En la primera noche de su estadía, una extraña araña pica a Jerónimo en el brazo, provocándole una fea reacción. En el hospital les dicen que no es venenosa, pero un lugareño le explica al muchacho que está en peligro su vida y le señala qué debe buscar para que actúe como antídoto. Así, acompañado de un baqueano, Ruiz (Jorge Sesán), parte en búsqueda de la cura prometida, que es, nada más y nada menos, que otra picadura de una araña igual. La cuestión se complica al romperse la botella de alcohol indispensable para Ruiz, y al presentarse los síntomas de locura que el síndrome de abstinencia comienzan a provocarle. El film, escrito y dirigido por Gabriel Medina, si bien comienza prometedor, se pierde en el camino. La historia no se sostiene como para justificar un filme tan largo, y los personajes no están lo suficientemente desarrollados como para poder llevarla adelante a pesar de eso. Por otra parte, es indiscutible el cuidado de los rubros técnicos. La película está muy bien fotografiada, filmada en las sierras cordobesas, con un buen aprovechamiento de la luz natural. Piroyansky pone mucho para sostener lo poco que hay. Su personaje está desesperado por vivir, y se sobrepone a todos sus miedos, fobias y angustias con tal de curarse. Luego llegará la resolución, coherente y concisa, sí, y más profunda que la simple picadura de la araña. Sin embargo la búsqueda para llegar hasta ahí es circular: no sólo se pierden los personajes en la ficción, también el espectador siente que vio pasar una y otra vez la misma piedra hasta el hartazgo.
Del mismo director de “Los paranoicos”, Gabriel Medina, llega este film que ganó el premio al mejor en el ultimo Bafici. Una historia de fascinación, con elementos fantásticos, terroríficos, preocupaciones ambientales y un camino de desesperación y conocimiento. Realmente original con un gran trabajo de Martin Piroyansky en la piel de un joven torturado.
El escozor de un insecto El filme tiene un interesante punto de partida, pero luego se vuelve monótono y no queda claro si se pretendió contar una historia fantástica, o el relato de iniciación de un joven, que impone su valiosa templanza ante la adversidad. El nuevo filme de Gabriel Medina, del que en 2008 se vio su muy lograda "Los paranoicos", elige una trama más intimista, de un carácter épico-existencial para contar lo que sucede con la vida de un joven, en una circunstancia especial de su vida. "La araña vampiro" tiene algo de relato de iniciación, de ese tránsito de la adolescencia a la adultez, que a veces se hace muy difícil de atravesar para cualquier chica o chico. En este caso, al comienzo sus protagonistas son dos: Jerónimo (Martín Piroyansky) y su padre Antonio (Alejandro Awada). ALGO TEMEROSO El muchacho de veinte años no se sabe bien por qué está medicado, se lo ve introvertido, temeroso y no demasiado a gusto de vivir a solas en una cabaña alejada de la ciudad, junto a su progenitor. Pero a poco de comenzar la historia, aparece un elemento que dispara el conflicto del relato. Durante la noche, Jerónimo se despierta de improviso y descubre que una araña de gran tamaño camina lentamente sobre su almohada. El muchacho se levanta rápidamente y el temor se apodera de él a tal punto, que decide irse a dormir a un auto. A la mañana siguiente su padre lo lleva a un puesto sanitario y una médica le aplica una inyección. Poco después Jerónimo entra en un estado de inquietud que lo lleva a consultar a una chica del lugar, Camila, una silenciosa mujer que le aconseja ir a ver a un curandero y éste a su vez lo lleva a conocer a un baqueano, conocido como Ruiz (Jorge Sesán), el que le dice que la picadura de ese insecto es mortal, porque se trata de una especie rara en el lugar y que la única forma de curarse es que lo pique otra araña. EN EL CAMPO A partir de ese momento Jerónimo y Ruiz comienzan una travesía atravesando campos de pastos secos, rocas y tierra. El chico teme de ese extraño ser, que de a ratos bebe o habla solo. En un momento Ruiz bebe algo extraño y pierde el control del lugar al que se dirigían, por lo que Jerónimo parece ser el único que conserva la cordura. El filme de Medina tiene un interesante punto de partida, pero luego se vuelve monótono y no queda claro si se pretendió contar una historia fantástica, o el relato de iniciación de un joven, que impone su valiosa templanza ante la adversidad. Martín Piroyansky le aporta una valiosa actuación a esta película que adolece de una mayor dosis de suspenso.
Elije tu propia aventura Para quienes vieron la cada vez más grande Los Paranoicos, primera película de Gabriel Medina, y esperaron con ansias su segundo film, La Araña Vampiro puede generar cierto desconcierto inicial, debido en parte a su aparente distancia con su ópera prima, principalmente por su casi total ausencia de humor. Quien parece desconocer la palabra desconcierto es el propio Medina, que vuelve a narrar (esta vez, con un relato mucho menos “hablado”) con una convicción que arrastra al espectador, casi como por hipnosis fílmica, dentro de una historia extraña, árida y perturbadora, y con un manejo del género (los géneros, más bien) que no se parece a prácticamente nada de lo que se filma actualmente en nuestro país. Es indudable que ya estamos ante un artista consumado: uno que apuesta al riesgo, pleno de libertad y vigor para contar exactamente lo que quiere contar y de la manera en que quiere hacerlo...
Siete diferencias Las de Gabriel Nesci y y Gabriel Medina son dos películas argentinas en cartel que han recibido mayoría de críticas positivas. Con esta columna sumaremos una crítica positiva hacia una sola de ellas. 1. Las dos películas se relacionan con los géneros y la narrativa del cine americano. Mientras Días de vinilo lo hace desde la mímesis y el querer ser, La araña vampiro lo hace desde la comprensión de una tradición. Días de vinilo imita, no procesa, pero intenta esconderlo detrás de la supuesta autoconciencia genérica de los personajes de Gastón Pauls e Inés Efrón. La araña vampiro entiende que toda trama cabal es mucho más una red que una serie de líneas, y que en la herencia americana se debe ir más allá de lo que se cuenta para elevarse hacia el plano simbólico. 2. En las dos películas hay efectos especiales. La araña vampiro los necesita, aunque no abusa de ellos. En la utilización de esos efectos hay una perfección llamativa para el cine argentino: la herida y la picadura se ven reales, no se duda sobre esas imágenes; así, el efecto genera imágenes verdaderas. A los pocos minutos de empezar, Días de vinilo usa un efecto: los vinilos que caen desde una ventana son digitales (¡!), y el efecto se nota: así, sin necesidad, Días de vinilo genera una imagen no solo fea sino además falsa. Las imágenes falsas, se sabe, tiñen de falsedad al resto. 3. De todos modos, Días de vinilo no necesita extraer falsedad de una horrible imagen digital. Le sobran elementos que no se sienten verdaderos, ni verosímiles, ni lógicos: hay un guionista que escribe un guión a máquina, sí, ahorita mismo (en Ruby Sparks el protagonista también escribe a máquina, pero no pasa lo que les relato a continuación): por supuesto, el personaje guionista tiene una única copia. Por supuesto, la pierde. La recupera. Pero, por supuesto, la vuelve a perder. Y por supuesto, ¿saben qué?, en algún momento las hojas del guión vuelan. También, ahorita mismo, vemos que llega a una radio un simple de una canción, con tapa impresa y todo. Pero, digamos, esos son detalles, como esa banda de rock del personaje de Emilia Attias, unos tipos muy pesados para finalmente hacer pop melódico. Días de vinilo es una película de personajes, y falla en eso también: así, por ejemplo, vemos que el personaje de Spregelburd y su prometida no se quieren para nada, que no son compatibles, etc. Decimos: ah, qué obvio, me lo están subrayando una y otra vez. Bueno, según vemos al final, lo que importa no es la descripción de los personajes sino lo que está escrito para ellos. Y no importa si parecen vivir y sentir para otro lado. Subordínese, personaje, que esta película termina como termina. En La araña vampiro los personajes parecen estar vivos, desarrollarse, dudar y actuar en consecuencia con lo que nos muestra la película: el relato cuenta el cambio. Sin volantazos, sin alardes, sin torpezas. La araña vampiro sabe que el final de una película debería poder acordarse con lógica del principio. 4. En Días de vinilo se nos cuenta un poco del pasado de los personajes. Ya sabemos: el barrio, los amigos, larrrgentina, los muchachos. Las mujeres, por supuesto, no cultivan estas cosas: o son “buenas minas” o son “peligrosas malvadas seductoras frías”. Los varoncitos, por supuesto, tienen nostalgia de vaya a saber uno qué (no parece haber grandes momentos en ese pasado compartido). En fin, el peor flashback está sobre el final. Es un flashback de “diez años atrás”. Interesante: ninguno de los actores parece diez años más joven en esas imágenes; se destaca el caso de Inés Efrón, actriz de 27 años –y que aparenta menos– que en ese flashback aparece igualita al presente del relato. En La araña vampiro el pasado está integrado en los personajes: sabemos que la relación entre padre e hijo no es la mejor, que el hijo tiene problemas, sabemos que no es intrépido, etc. Medina cuenta lo que tiene que contar: su película es segura, narrativamente hablando. Los balbuceos del relato de Días de vinilo tal vez pertenezcan –desconozco ese mundo– a una telecomedia de producción local. 5. Las referencias musicales de Días de vinilo intentan pasar por sofisticadas: ah, Pink Floyd y Elvis Costello. La musicalización tiene detalles como usar una canción también presente en Alta fidelidad (“Let’s Get It On”) como para declarar inspiración mal llevada. Y el grupo de covers de Los Beatles hace playback y se nota; pero la película no narra el playback, narra que cantan. La musicalización de La araña vampiro, como pasaba con la anterior película de Medina, Los paranoicos, es un trabajo pensado: las canciones no se acumulan, cuando entran son enormemente significativas. El final de La araña vampiro, con una canción potente, es un modelo de eficacia: con gran economía se logra sentido, emociones, cambios. 6. En La araña vampiro a las emociones se llega, en Días de vinilo se nos dice que estamos ante una película “de amores”, “de sentimientos”. Y, claro, la inteligencia debe separarse de eso: así, la crítica de arte interpretada por Peleritti, dado que es inteligente, es cerebral y fría. 7. Días de vinilo no es ni sobre vinilos, ni sobre música. No parece ir más allá de un intento de hacer “a la argentina” una comedia romántica con muchos personajes y muchas referencias y muchas acciones. Es un relato sin espesor alguno. Sí, podría haber sido una linda película superficial, pero para eso hace falta por lo menos lógica y amor por los personajes. Las burbujas no aparecen sin nada de aire. La araña vampiro es –como Los paranoicos– un relato sobre la maduración, sobre animarse a tomar decisiones, sobre el despertar de un aspecto de un personaje: así, tanto Los paranoicos como La araña vampiro comienzan con el protagonista abriendo los ojos.
Sangre de mi sangre La película comienza con una curiosa relación padre-hijo. Y sigue con la búsqueda de una picadura de araña para salvar una vida. En los títulos de La araña vampiro se cita a Jack Kerouac: "Ve a la montaña, elige un guía, baja de la montaña, regresa a la ciudad". Y así, con tan pocas palabras, puede resumirse buena parte de lo que pasa en este segundo filme de Gabriel Medina (Los paranoicos). Un adolescente y su padre llegan a una cabaña en La Cumbrecita. "Yo sé que es raro todo esto. Pero tenía muchas ganas de estar así, solo con vos, para ver si de verdad te puedo ayudar", le dice el papá durante la primera cena. No se menciona un problema puntual del chico, pero se nota que le so- bran, y que la relación no está en su mejor momento. Esa misma noche, una araña horrible le pica el brazo. Jeróni- mo va a la guardia de un hospital donde le aseguran que no tiene nada. Se siente mal y, preocupado, consulta a un lugareño. "Te estás muriendo, flaco", le dicen y le explican que sólo sobrevivirá si lo pica pronto otra 'araña vampiro'. No son muchos más los diálogos en esa primera media hora que sienta las bases de la película. Medina no necesita demasiadas palabras y es uno de los pocos cineastas argentinos que, con la música o una canción, puede transmitir lo mismo o más que con un diálogo. El antihéroe Jerónimo queda en manos de un baqueano alcohólico y los dos deambulan por la montaña en busca de una redentora picadura arácnida. Como en Los paranoicos, el protagonista debe enfrentar los miedos de toda su vida en un momento crucial. Pero La araña vampiro no es una comedia romántica y aquí Jerónimo se juega la vida. La araña vampiro es una pelícu- la de terror con la particularidad de que su protagonista necesita identificar y enfrentarse con sus miedos en lugar de escapar de ellos. Y Jerónimo ni siquiera está en un hábitat amable. El parece sentirse seguro nada más que encerrado en el auto de su papá. La naturaleza es un universo desconocido al que este bicho de ciudad parece temerle. Su compañero no lo ayuda demasiado en esta aventura: el guía Ruiz se pierde en la montaña, sufre la abstinencia del alcohol y musita sobre la llegada del Apocalipsis. El viaje parece tomar la forma de una peregrinación. La ascen- sión a la montaña se transforma en algo sagrado, como si fuera una metáfora de la realización. La fe es importante desde el comienzo. La picadura es inocua para la medicina, pero es letal según el folclore. ¿A quién debería creerle el hipocondríaco Jerónimo? El protagonista no tiene ami- gos ni enemigos. No hay buenos ni malos en un filme donde las arañas son, al mismo tiempo, la causa de todos los males y la salvación. La araña vampiro es una película de crecimiento. Jerónimo ya no es un chico y necesita convertirse en hombre. Como en los grandes westerns, él tiene que sobreponerse a un terreno indómito y transformarse en un tipo duro.
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Esa maldita araña Cuatro años después del estreno de Los paranoicos, el director Gabriel Medina presenta su segundo largometraje, una propuesta afortunadamente diferente que se vio en el último BAFICI con muy buen repercusión: La araña vampiro. El film, protagonizado por Alejandro Awada y Martín Piroyansky, se mete con la naturaleza, los mitos y las relaciones paterno-filiales. A través de un relato clásico, la historia se sitúa en las sierras cordobesas, lugar al que acuden un padre y su hijo un tanto conflictuado (los mencionados Awada y Piroyansky) para compartir un tiempo a solas. A los evidentes conflictos psicológicos por los que está atravesando el adolescente, se le suma la picadura letal en el brazo de la “araña mala” o “araña vampiro”. Este episodio es el quiebre donde los personajes comienzan una carrera contra el tiempo en la búsqueda del antídoto (ser picado nuevamente), debiendo el personaje ser guiado por un lugareño alcohólico (Jorge Sesán) por los bosques deforestados de una montaña. Con un estilo preciso, el director sabe manejar con inteligencia los tiempos de cada escena, y las situaciones dramáticas son abordadas desde lo cómico más de una vez.
La fábula de las sierras Alguien despierta, sus ojos sin embargo aún parecen estar dentro de un sueño, un camino sinuoso, un paisaje áspero en el que la mano del hombre se ve en un alambrado en la parte inferior de la pantalla y el camino mismo, seguimos desde la distancia el transitar de ese auto que a su vez sigue las curvas del camino, sobre esa imagen, distante y estática y con letras rojas como la sangre se lee La Araña Vampiro. No hay mejor manera de sintetizar la historia que ese prologo. El que recién despierta es Jerónimo y de él no vamos a saber mucho más que su nombre, el camino sinuoso será la síntesis del que el va a tener que transitar para volver a despertar, quizás volver a nacer, el paisaje áspero se convertirá en un protagonista más, una naturaleza que va a marearlo y oprimirlo hasta rendirse y darse cuenta que una gran parte de conquistar la naturaleza es rendirse ante ella, el titulo y sus letras rojas finalmente lo dotan de una remite tan fuertemente al cine fantástico clase B sólo ese detalle tiñe a todo de un halo fantástico. La Araña Vampiro es una película en cuya trama, a simple vista simple, se esconden muchas más cosas que repercuten y "pican" al espectador por la manera en que Gabriel Medina decide contarla y sobre todo por la manera en que a veces decide no contar. Las elipsis y la extrema dosificación de la información hacen de la película una experiencia que no puede separarse de la que vive el protagonista, la misma desesperación de no saber (estamos tan acostumbrados a que el cine nos explique todo), la misma asfixia de un paisaje que parece imposible y la confusión entre realidad y fantasía. Hay algo sin embargo que nos separa del protagonista, él está en una situación en donde le es imposible ver las cosas con objetividad, esa posibilidad es sólo nuestra pero esa ventaja no va a durar mucho porque la película nos va a hacer una advertencia despojándonos por medio del protagonista de nuestro bien más preciado, el ojo. Accedemos a todo este contenido sin (aparentemente) nada y es justamente por ese despojo de información por el que Gabriel Medina puede contarnos esta fabula en donde existe una araña que puede ser el peligro y la salvación al mismo tiempo, en donde superar el miedo a la muerte implica cambiar el punto de vista. Párrafo aparte para la actuación de Jorge Sesán en el papel de Ruiz y para la banda sonora que llena de psicodelia y oscuridad al paisaje.
LO QUE MATA, SALVA Jerónimo necesita curarse. Es un adolescente con dificultades. Es ansioso, toma psicofármacos, es solitario y tímido. Y va a pasar unos días a la sierra con su padre, que tiene esperanzas que este encuentro sirva para mejorarlos (hay mucha distancia entre ellos). En la primera noche en la cabaña, lo pica una araña. Y ya nada será igual. En el Hospital lo curan, pero la cosa es más grave. Unos lugareños le avisan: es una picadura mortal, si no lográs que otra araña te pique, morirás. Y entonces hay que salir a buscar una araña. Un doble viaje de iniciación que promete horror o salvación y que redondea el dibujo existencial de un chico con poca confianza en los otros, temeroso y desconfiado, que le cree más a los desconocidos que a su padre y que en esa fuga aprenderá que vida y muerte están tan cerca que una misma araña -como el amor por ejemplo- pueden llevarte al abismo o pueden salvarte. El filme juega con los contrastes (el baquiano quiere curarlo, pero también lo ataca; la chica lo besa, pero sólo a su picadura; el padre aprenderá que ir el encuentro de un hijo extraviado es una empresa difícil). Es una película minimalista, sutil y monótona, inteligente y reiterativa.
Hace cuatro años, Gabriel Medina presentó su opera prima, Los Paranoicos, un soplo de aire fresco en el cine independiente donde el realizador tomaba las constantes de la comedia romántica, les aplicaba una vuelta de tuerca y generaba una película original e inteligente. Con La araña vampiro, Medina hace lo mismo con el cine fantástico, el de aventuras y el terror. Jerónimo (gran trabajo de Martín Piroyansky) es un joven perturbado que viaja a un paraje montañoso con su padre, suponemos que para reponerse de una dolencia nerviosa. Una araña monstruosa lo pica; convencido de que va a morir en pocas horas -idea basada en un mito de las personas del lugar- parte con un guía alcohólico e imprevisible a la montaña en busca de una mitológica cura. El espectador se ve inmerso en esa naturaleza que fascina y amenaza al mismo tiempo, mientras la tensión entre ambos personajes crece con el correr de la aventura. Detrás, hay mitos, un estudio psicológico preciso, un suspenso sostenido que crece hasta al impecable final, y la combinación de lo alucinado con lo real. También la idea de una mano humana transformando el mundo de un modo catastrófico. La habilidad técnica de Medina, que no dispone de una sola imagen de más y utiliza con enorme gusto y precisión cada uno de los elementos de la puesta en escena hacen del film una de esas raras experiencias: una película absolutamente personal que llega a todos los públicos sin caer en la demagogia de la solución fácil.
Aracnofobia Resulta que probablemente me equivoqué con Los paranoicos. Cuando vi la primera película de Gabriel Medina hace cuatro años escribí esto, un poco sorprendido por las alabanzas prácticamente unánimes que no se cansaba de recibir. Los paranoicos daba entonces toda la sensación de ser algo así como una fortaleza diseñada a prueba de cuestionamientos, una pieza de cine de naturaleza inexpugnable, que hacía de sus apelaciones a los géneros cinematográficos, de su evidente solvencia técnica y narrativa y de la fluidez más o menos invisible de sus escenas los argumentos de una genialidad que no terminaba de parecerme tan obligatoria. El caso es que la mayoría de la gente sigue amando Los paranoicos, yo fui cediendo a mi vez, con el tiempo, y en mi cabeza, esa película que vi solo en una ocasión y de la que creí tener una idea acabada para toda la eternidad, fue perdiendo fuerza como para continuar siendo un motivo de disputa hasta pasar sin más a la zona de las batallas que abandonamos de a poco, quizá con una sonrisa de cansancio, mitad de condescendencia, mitad de disculpas por una obstinación que no creímos vergonzante pero que lo pareció con el correr del tiempo: ya no nos peleamos por una película. Yo no lo hago, de todas formas. La aparición de La araña vampiro, cuatro años después de aquel debut de Medina como director, viene tal vez a resignificar su cine. O a dotar de una fuerza nueva lo que ya estaba en germen. La película es tan ferozmente extraña como la criatura de su título, y debería llevarnos a revalorizar –en un giro que no alcanza a remediar del todo la torpeza inicial con la que recibimos Los paranoicos– la fuerza esencial que habita en el corazón del cine del director. La araña vampiro podría ser una variación de la película anterior, una modulación nueva de ideas parecidas, que retoma un tema principal ampliándolo y reformulándolo. Medina retoma fragmentos genéricos para hacer un cine decididamente moderno con una pericia y una convicción sin concesiones hacia el potencial público de su cine. Un chico llega con su padre a una casita incrustada en un paraje perdido de las sierras de Córdoba. El chico no las tiene todas consigo, luce como alejado del mundo y de quienes lo rodean. El actor Martín Piroyansky –más eficaz y felizmente controlado que nunca– se las arregla para imprimirle a sus clásicas zancadas de eterno adolescente torpe un tono de desolación cósmica que devela de inmediato su grado de ensimismamiento sin que sea necesaria una sola palabra. En esos primeros minutos de película el malestar no se nombra pero aparece doblado sobre los personajes de un modo que el director disimula con infinita nobleza con los modales casi imperceptibles de una comedia agridulce. Enseguida queda claro que el plan familiar es que el hombre pase unos días a solas con su hijo para ocuparse debidamente de él. Sin embargo, al chico lo pica una araña en medio de la noche y lo que se proponía en principio como un viaje terapéutico para una familia en crisis termina siendo un furioso trip por la conciencia en el que el paisaje interior y el exterior parecen cruzarse e intercalarse como en una cinta de Moebius. El hipocondríaco que hace Piroyansky podría representar una versión más joven y apocada del personaje que encaraba Daniel Hendler en Los paranoicos. Una vez más, el universo se modifica con breves golpes de voluntad –se modifica para uno, por lo menos– acicateada por el temor y la incertidumbre, pero también de un azar que juega a favor de la epifanía y de las abruptas fluctuaciones de una conciencia en estado de alerta. En La araña vampiro se trata de despertarse en un mundo cuyas reglas se desconocen, de ser sacudido, golpeado por el miedo, y de iniciar un camino de aprendizaje y dolor. Medina filma las ondulaciones de las sierras cordobesas como si fueran parte de un territorio mental pero sin ceder nunca a la tentación de un onirismo al paso. Su tremenda habilidad como cineasta consiste, en parte, en conseguir que el relato se enrarezca mediante una progresión implacable de señales dramáticas obteniendo al mismo tiempo imágenes nítidas y perfectamente legibles. El guía del protagonista por los parajes de las sierras, un alcohólico lúcido interpretado por el nunca valorado como corresponde Jorge Sesán –en otra actuación inmensa y amenazante– intercambia roles con el chico y ofrece destellos de una vulnerabilidad cuya pudorosa manifestación se convierte, acaso, en el núcleo secreto de la película. Medina construye una contundente fábula de iniciación y conocimiento personal dejando que el misterio de la araña que pica con marcas como las de un vampiro permanezca flotando en los intersticios de los planos, irresuelto e inasible: una pieza recóndita en la maquinaria de la ficción.
(Parte de esta reseña fue publicada en ocasión de la presentación de "La araña vampiro", en el BAFICI de este año) Se esperaba mucho este trabajo de Gabriel Medina. Vimos “Los paranoicos” hace ya,…cuatro años? y luego de ese promisorio debut, esperábamos un opus que profundizara y definiera su perfil como realizador, confirmando sus potencialidades. Esta vez, el joven realizador elige mudarse al campo y traernos desde la sierra cordobesa, una película extraña, austera y enigmática, que el público recibió con entusiasmo en sus proyecciones. "La araña vampiro” es la historia de un joven (Marín Piroyanski) con problemas psicológicos (o emocionales, si quieren), llevado por su padre (Alejandro Awada) a una cabaña solitaria y aislada, lejos de la civilización. No viven juntos, parece, y a partir de un par de llamados telefónicos, pronto nos enteraremos de que esta convivencia vacacional no es casual. La primera noche, el adolescente (aquí parece eso Piroyanski) es picado por una araña en el brazo y ahí se desata el conflicto principal. Una vez atendido desde un centro médico, le dicen que la picadura no es venenosa y que está todo bien. Por otro lado, los baqueanos de la zona afirman lo contrario, e incitan al lastimado a iniciar un camino en busca de la solución local a su problema: le dicen que esa herida se infectará y será mortal sino da con otra araña similar a la que lo atacó. Facilitarán un guía (Jorge Sesán) que lo acompañará en ese trayecto en busca de los arácnidos agresores... El camino será duro… Habrá montañas, lagos, llanuras y un vasto recorrido a pie para encontrar la cura… Para Medina, sin dudas, lo importante es el viaje iniciático hacia una nueva etapa de la vida, donde el protagonista deberá enfrentarse a sus propios miedos y doblegarlos, si quiere salir victorioso de la contienda. Piroyanski encarna al dubitativo y temeroso personaje principal, en una sólida composición. Seguramente sin su carisma, habría sido difícil sostener el relato por las características planteadas (la austeridad en la escena, los silencios, etc…). Y si bien la historia es lógica, cinematográficamente consistente y estupendamente fotografiada, lo cierto es que por largos períodos, me hizo acordar a “Gerry”, de Gus Van Sant. Demasiado recorrido por territorios inhabitados, muchos planos de caminatas extensos y pocas líneas de diálogo. Bellos paisajes pero, como recorrido turístico, hubiese preferido otro destino. En ese sentido, mi impresión es que “La araña vampiro” es una película correcta pero que de alguna manera, agota al espectador casual. No es una película larga pero en cierta manera, su manera de presentar el relato la hace sentir extensa. Por lo demás, y con respecto a la versión que vimos, tiene algunos pequeños cambios y una banda de sonido más presente y acorde al relato, lo cual le suma en relación a su conexión con su público potencial.
No. No es que el cine esté redefiniendo los géneros. Están todos en su lugar y gozan de buena salud. A lo mejor a nosotros como comunicadores nos pasa que terminamos hilando mucho más fino en nuestras interpretaciones de acuerdo a lo que se ve. Como si quisiéramos, estando en el bosque, acercarnos al árbol que termina por taparlo. Decir que “La araña vampiro” es un thriller, es un error gramatical. Emparentarla con el género fantástico o de terror (salvo que hablemos en términos simbólicos) lleva a la confusión. Estamos ante un drama del cual obtenemos imágenes que cuentan por sí solas, y a veces hasta logran aislarse como hecho artístico tomando distancia de un relato que deja más preguntas que respuestas al término de la proyección. Por otro lado, es cierto que “La araña vampiro” instala una circunstancia que vive un personaje y logra despertar interés por lo que (le) sucede. Jerónimo (Martín Piroyanski) llega con su padre a un lugar de bosques y sierras en estado prácticamente natural. El celular parece ser la única tecnología que funciona, aunque más no sea para dejar algunas pistas de las razones por las que están allí. El espectador deberá saber que no hay ninguna intención explícita de que esto se sepa, con lo cual hay mucho para suponer luego, lo que nos queda vivir el presente entonces. A Jerónimo lo pica una araña de esas que dan asquito pisar con una alpargata. La picadura es letal y el antídoto es una nueva picadura de otra araña, porque la primera queda embarrada por un pisotón en el suelo de la cabaña en donde se instalan. Así conoceremos al único personaje que tiene introducción, desarrollo y desenlace. Se trata de Ruiz (Jorge Sesán), quién llevará al atribulado protagonista hacia lo más recóndito del paisaje en busca de la desesperada solución. Ácida la situación si se piensa que, para salvar su vida, el protagonista debe no sólo enfrentar un peligro desagradable del cual cualquiera huiría; sino también hacerlo con alguien cuyo desequilibrio mental, por causa de su propia abstinencia, representa un latente estado de incertidumbre. Mientras tanto, el realizador Gabriel Medina juega sus cartas transitando por una línea muy fina entre lo aceptable y lo inverosímil, a juzgar por las acciones de cada uno de los personajes. Si en estas líneas intentara decodificar lo visto, sumado a otras posibilidades de interpretación, quitaría de raíz la intención de Medina., más bien prefiero ceñirme a mi propia experiencia de vivir el cine como un lugar al que uno asiste para que le cuenten una historia. Hoy estamos ante una cinematografía que, como arte universal, sigue siendo el resultado del esfuerzo de muchas personas. La que se produce en nuestro país está pasando por un momento singular, quizás el más diverso y polémico en términos de búsqueda de identidad. En el universo de la producción "independiente" puede que estemos más cerca del ser humano como habitante de la tierra que el de un país. Hay poco mate, truco y fútbol en nuestro cine. En otras palabras, y para intentar una explicación "con manzanas", nada de "argentino" hay en “La araña vampiro”, con la excepción de la gente que la hizo y el acento con que se habla. Lo mismo sucede con “Abrir puertas y ventanas” (2011), “Nosotras sin mamá” (2011) y otras producciones que vimos últimamente. Con esto no se intenta señalar aspecto negativo alguno, porque del otro lado están las películas con más intención de compromiso coyuntural como “El dedo” (2011), “Industria Argentina” (2012) o “La cola” (2012), por mencionar algunos ejemplos, bien o mal realizados, bajo esa premisa. ¿Dónde está la identificación si los personajes del cine independiente pueden plantarse en cualquier geografía? ¿Cuanto hay de "intención festivalera" a la hora de hacer cine acá o en cualquier parte del mundo? ¿Cual es la diferencia sustancial entre la araña de esta película y el espectro de la reencarnación que aparece en “El hombre que podía recordar sus vidas pasadas” (2011)? ¡Es más...! ¿Qué separa la cabaña de Boonmee (en la obra mencionada) de la que vemos en la espesura de nuestra geografía cuando Jerónimo se asoma (por caso un plano brillante)? Ambas confrontan al hombre con la naturaleza, la creencia en la reencarnación y el trascender más allá de lo material... Aún con barreras culturales, después de todo debe despojarse de algo para poder seguir adelante en lo que le toca vivir, no resultando conviene revelar qué. Una forma de ver las cosas que se transforma, literalmente, en otra. Todo muy lindo. Entre colegas hablamos de cine todo el tiempo con la misma pasión con la que se discute de fútbol. Como nunca se parecen: Los grandes estudios / clubes grandes, vs productoras independientes / equipos chicos. ¿A qué juegan?... ¿Y el espectador... en ambos casos?
Partiendo de una interesante idea que confronta a un joven personaje urbano, algo perturbado, con un extenso e inquietante ámbito natural, La araña vampiro lleva adelante una trama con toques de aventura, suspenso y hasta terror. En su segunda película, Gabriel Medina, director de Los paranoicos, cambia totalmente su temática, contexto, búsqueda expresiva y estética, y en lo único que se acerca a la impronta de su primer film es en su caracterización de personajes. El cineasta se vuelve a apoyar no sólo en su inventiva y sólidas herramientas técnicas, sino en la peculiaridad de los roles, y aquí tanto el protagonista como los sujetos que lo rodean tienen extraviadas características. Llevado por su padre a una alejada cabaña en un paraje montañoso para pasar unos días, este principiante en excursiones agrestes es atacado por una araña, que, según afirman los lugareños, tiene una picadura incurable. Esto será el punto de partida de una travesía –o una carrera contra la muerte- junto a un descarriado guía, en pos de un presunto antídoto natural. La mezcla de géneros mencionada no resulta obvia ni evidente, y va envolviendo lentamente al espectador hasta hacerlo partícipe del drama. Con un desenlace más misterioso que feliz, La araña vampiro cuenta con una convincente labor de Martín Piroyansky junto a un intenso y extremo Jorge Sesán.
Leyenda sobre un mal bicho Jerónimo, joven urbano al borde de un ataque de nervios, es llevado por su padre a pasar un fin de semana en las sierras, a unas cabañas alejadas de todo, en un ambiente tan saludable que bordea lo mágico y misterioso para el atribulado protagonista (el siempre eficaz Martín Piroyansky, ganador del premio al mejor actor en el último Bafici por esta película). Lo que podría ser una cura para la ansiedad y un reencuentro padre-hijo se transforma en una pesadilla cuando Jerónimo es picado por una araña sobre la que pesa una leyenda. Lo que sigue es un viaje a pie por terrenos inciertos para encontrar un improbable antídoto, en compañía de un guía que carga con sus propios demonios internos. Gabriel Medina, cuya anterior película fue la notable “Los paranoicos”, sabe como imprimir su sello saltando de un género a otro. En su primer trabajo apuntó a la comedia romántica y en este se pasa de drama a comedia, suspenso, terror y road movie, con una saludable apuesta por el riesgo. El problema es que la suma de las partes no termina de cuajar y una premisa original se transforma en un híbrido cargado de aciertos parciales.
La segunda película de Gabriel Medina viene a formar junto a su opera prima un especie de díptico no anunciado sobre la paranoia o los males de la modernidad. Su primera película, explícitamente titulada Los paranoicos (2008), contaba la historia de un aspirante a guionista de cine paralizado por la indecisión y el miedo. Ahora, con el estreno de La araña vampiro, Medina retoma, o mejor dicho continua, los temas con los que se había iniciado trasladando a sus personajes a un paisaje todavía más hostil que la ciudad. Para tratar de mejorar la situación psíquica del protagonista, su padre lo lleva a pasar unos días a una cabaña en medio de las sierras. Pero lo que pretende ser un lugar de descanso rodeado de naturaleza se vuelve una pesadilla para alguien que carga consigo sus fobias a cualquier lugar al que vaya. Podría haber sido la luz mala o una fruta venenosa, en el caso de Jerónimo es la picadura de una araña la que desata la suma de todos los miedos, que siempre da como resultado el miedo a la propia muerte. El terror paraliza, pero si la parálisis desemboca en la expiración no hace otra cosa que obligar a moverse. Por eso Jerónimo se mueve para alcanzar la cura, que como le dicen los lugareños, está en la cima de la montaña. Se mueve para sobrevivir. Como la historia está contada en todo momento desde la perspectiva del protagonista, nunca queda claro si la picadura es mortal, si los lugareños que se dedican a ayudarlo en su búsqueda son supersticiosos o conocen mejor el mundo de las sierras que cualquier médico de la ciudad. El guión de Medina y Gueilburt ubica al espectador a uno y a otro lado de la verdad y no decide. Lo vuelve paranoico al dejarlo pensar que todo puede ser una maquinación del protagonista mientras lo pone del lado de Jerónimo en ese arduo ascenso de la montaña. En su primera película también era difícil distinguir si el personaje que interpretaba Walter Jakob era un villano o un amigo que intentaba darle una mano. Todo pasaba en la cabeza de Gauna como ahora todo pasa en la cabeza de Jerónimo. Ambas son películas de aprendizaje en las que se representa el transito de un joven hacia la madurez. Como ocurre muchas veces en el cine y la literatura, en La araña vampiro ese recorrido toma la forma explicita de un ascenso peliagudo por una zona agreste. En Stromboli, tierra de Dios (1950) de Rossellini, el complejo personaje de Ingrid Bergman también necesita subir hasta la cumbre y atravesar los aires calientes del volcán para obtener su revelación. El Zarathustra de Nietzsche tiene que alejarse a la montaña para poder bajar más sabio a compartir sus descubrimientos. Jerónimo también asciende, pero no lo hace solo como estos dos personajes. Es acompañado por un Virgilio alcohólico y montaraz interpretado por Jorge Sesán (Pizza, birra, faso; Okupas) que va a ser a la vez salvación y amenaza. Jerónimo no necesita un maestro, apenas necesita un guía que lo lleve a encontrar el antídoto para la picadura. Pero lo que verdaderamente le hace falta es enfrentar sus miedos y tener a alguien ahí para confrontarse, para demostrarle que puede ser más valiente, para que tome la forma del otro, que es a lo que realmente le teme. Ya se notaba en Los paranoicos que Medina era un amante de los géneros. Ya se notaba que era un virtuoso de la técnica cuando componía los planos o usaba la luz junto al fotógrafo Lucio Bonelli. La araña vampiro puede ser una buddy movie, una road movie de a pie, western, cine de aventuras, de fantasía o todo junto y a la vez. El paisaje rústico de las sierras se vuelve central, rebalsa la pantalla con su verde y demuestra que Medina puede jugar en diferentes paños con las mismas cartas y ganar.
Has de cambiar tu vida En el inicio del filme, hay un pasaje clave, tan importante como la cita beat de Jack Kerouac: en un lugar supuestamente paradisíaco, donde la naturaleza se impone, Jerónimo (Martín Piroyansky), que ha viajado con su padre a las sierras de Córdoba (tal vez para un reencuentro y, según su padre, para ayudarlo), juega absorto en su computadora antes de dormir. Afuera suena la noche de un bosque, en su cabeza los tiros de una ametralladora virtual. En la escena siguiente, Jerónimo tendrá un sueño misterioso con una hermosa adolescente que cuida las cabañas donde se alojan, pero despertará para conocer a la criatura que da título al filme, la famosa araña vampiro. Estas dos secuencias no están unidas simplemente por el imperativo de un guión: hay un hilo filosófico entre ellas en el que se precipita una doble confrontación entre la naturaleza y la cultura y entre una percepción mecánica e inconsciente de sí mismo y el nacimiento paulatino de una clarividencia para observar la vida consciente. La araña, lógicamente, lo picará, y si bien una médica de una guardia les asegurará a Jerónimo y su padre que no corre riesgo, el joven, un hipocondríaco grave, sentirá que su brazo se está paralizando. Los lugareños tal vez piensen distinto, sobre todo una especie de chamán de la montaña que al examinarlo decreta: "Te estás muriendo, flaco". Pero la muerte es evitable y existe un sólo método: volver a ser picado por una araña. El veneno mata pero también cura. Lo que viene después es el ascenso a una montaña acompañado por un guía paranoico en búsqueda de una araña salvífica. ¿Cómo filmar un viaje de transformación interior sin ser mancillado por el kitsch de la iconografía y retórica esotéricas? Gabriel Medina conjura esa amenaza por una vía insólita: combinar cine de género con una inquietud metafísica difusa. El terror, la comedia y la aventura (minimalistas) funcionan como un método de extrañamiento por el cual se puede mostrar una conversión interior sin caer en la vergüenza característica del cine esotérico. La araña vampiro desconcierta: es una película demasiado inteligente y demasiado sencilla. No todos los días vemos en el cine una toma de conciencia.
LOS COBARDES DE MEDINA Más estresante que una ópera prima es la película posterior. Sobre todo si esa ópera prima fue una bendición audiovisual. La Araña Vampiro inyecta dos sentidos. El inmediato es que Gabriel Medina se animó a filmar algo diferente, desde lo temático hasta lo formal. En Los Paranoicos la cámara se asienta en un trípode y reivindica el poder del travelling. Acá el camarógrafo corre sobre piedras y yuyos, con paneos y reencuadres salvajes como los de un falso documental. En Los Paranoicos todo se impregna de maldad tragicómica, amplitud de personajes y enmarañamiento estructural. La Araña Vampiro expone una línea argumental simple y árida. Mientras Los Paranoicos estimula una risa amarga, La Araña Vampiro inspira temor. No es un espectáculo terrorífico. Nada sale de un freezer genérico. Los Paranoicos tampoco es una comedia; el cine auténtico crea normas curiosas y únicas.
Publicada en la edición digital #244 de la revista.
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Publicada en la edición digital #3 de la revista.
Publicada en la edición digital #3 de la revista.
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Hoy les entregamos la película ganadora del BAFICI 2012, La araña vampiro (mejor película y mejor actor Martín Piroyansky). El director Gabriel Medina ya había deleitado al público indie y alternativo con su ópera prima Los Paranoicos, y vuelve a hacerlo con este film que comparte algunos aspectos con el primero, pero consta de un enfoque absolutamente distinto. La innovación de Medina viene en este caso por el lado de la narrativa, nos cuenta una historia poco convencional en el cine nacional y de un modo bien particular, que ya va determinando su estilo como realizador. Jerónimo es un chico un tanto atormentado y medicado psiquiátricamente. Para encontrar un poco de paz, viaja con su padre a un lugar inhóspito en las Sierras de Córdoba; pero allí será víctima de un episodio mortal: será picado por la araña vampiro. Moribundo y lleno de miedo emprenderá un viaje acompañado de un borracho ermitaño del lugar, para lograr su salvación. La película juega principalmente con la base mítica. Todo gira en torno al mito de la araña vampiro: así aparecen personajes tenebrosos y ambiguos, la historia es conocida por todos, los lugares tan desolados e imponentes forman parte del mismo terror en el que ingresa Jerónimo, quedando así muy descolocado en ese ambiente, provocando la sensación buscada de horror. Es realmente destacable el trabajo actoral de Piroyansky, quien, con pocas palabras y con acciones concretas, logra trazar un carácter complejo y principalmente desesperado. Nunca puede guardar la calma y justamente se rodea de personajes que no se sabe hasta qué punto son confiables o forman parte del episodio venenoso. En este sentido, la narrativa tiene mucho del cine clásico norteamericano de terror psicológico, muchas veces se recurre a sus mismos esquemas. Pero Medina logró hacer uso de estos agregándole un color autóctono y un clima de cine definidamente argentino. Otro aspecto interesante de la narración es el juego con la mente de Jerónimo. Lo primero que nos muestran de él es que en algún punto está desequilibrado y que sus percepciones de la realidad pueden no ser las más atinadas. Entonces, viajamos por una atmósfera de ensueño, mito, irrealidad y terror en la que muchas veces no se puede distinguir entre lo imaginario y lo real. Esto por momentos incomoda al espectador pero le suma un condimento interesante al film. Sí se puede decir que por momentos el film pierde el ritmo, decae hasta que vuelve a instalar la tensión y la adrenalina. El ritmo pausado, el poco diálogo y las largas tomas son aspectos con los que ya nos habíamos encontrado en Los Paranoicos y que forman parte de la original estética del director. Cabe destacar que la música incidental está a cargo de Prietto viaja al cosmos con Mariano, incluyendo un tema de Shaman y Los Hombres en llamas, lo cual generó muchos adeptos a la película y al director; similar a lo que había sucedido con Los Paranoicos que contenía música de Él Mató a un Policía Motorizado y de Farmacia, entre otros.
Pocas cosas deben ser tan difíciles en el ámbito del cine como hacer una buena película después de una ópera prima excelente. En el 2008 Gabriel Medina ingresó al cine argentino con Los paranoicos, una película adrenalínica y generacional. Dentro de un esquema que bordeaba ciertos géneros como la comedia romántica y el film noir (si, aunque esa combinación parezca increíble; y hasta me atrevo a decir que tiene elementos del western, especialmente en el duelo final), el director compuso una película distinta tanto desde lo visual como desde el uso que hizo de la música. En Los Paranoicos, Daniel Hendler interpreta a Luciano Gauna, un tipo tenso que anda medio solo por el mundo, que baila solo en su casa y que se rodea de luces tenues y un arsenal de fármacos. En ese clima entre melancólico y extrañado (casi alucinógeno), la película avanza como una historia de viejos rencores y desarrolla una tensión erótica entre Hendler y Jazmín Stuart que logra grandes momentos. En La araña vampiro, algunos elementos siguen presentes. Jerónimo (Martín Piroyanski) es un adolescente encerrado en un mundo de trastornos y rivotril. Su padre (Alejandro Awada) lo quiere ayudar y se lo lleva un fin de semana a las Sierras de Córdoba. Yo sé que todo esto es raro pero quería estar así con vos, en silencio, para ver si de verdad te puedo ayudar, le dice a su hijo la primera noche. Antes de llegar a ese momento, en el que se revela un problema, la película nos ofrece algunas marcas usuales del género de terror: un trabajo envolvente con el sonido, rostros que aparecen de repente en un espejo o detrás de una ventana y un protagonista en permanente estado de alerta. A la madrugada, mientras duerme, una araña pica a Jerónimo. Aunque después su padre y una médica de guardia intenten apaciguar su desesperación, la intuición le dice que algo anda mal. La chica del hospedaje (Ailín Salas), de una extraña belleza y con la que Jerónimo se encontrará en sus sueños, le recomienda que vaya a ver a un curandero. Este último lo revisa, extrae una larva del brazo herido, lo mira a la cara y le dice: la araña que te picó nosotros le decimos la araña mala; otros le dicen la araña vampiro y su picadura es mortal; la única forma de curarte es que te pique otra igual. El punto de partida es similar al que sirve de motor para muchas películas de aventuras, pero la actitud opresiva del protagonista, no muy dispuesto a la lucha, lo entrega a lo que parece el último viaje de un hombre que agoniza. Y como ese viaje no puede ser solitario aparece Ruiz (Jorge Sesán), un baqueano alcohólico que lleva a Jerónimo hacia su posible salvación. Una de las grandes decisiones de Gabriel Medina es no acentuar, ni con excesiva música ni palabras de más, el carácter purificador del viaje. Tan sólo algunos sonidos extraños componen la banda sonora. El peregrinaje revela, por lo bajo, que la transformación que implica cualquier movimiento ya está en marcha desde el momento de la partida, no sólo para Jerónimo sino también para Ruiz. Ambos están sólos y sienten pánico de los otros. Con sólo dos películas podemos animarnos a decir que Medina quiere y respeta a sus personajes, que no los reduce a meros estereotipos de una película de género y que no se entrega al recurso demagógico de ofrecer todas las respuestas. Las victorias de Gauna y de Jerónimo son reconocibles para los espectadores, quienes fácilmente pueden sentir empatía por ellos. Pero esas victorias también pertenecen a un universo íntimo, al que no podemos entrar y del que se nos informa con uno de los últimos planos. Gabriel Medina hizo otra película cargada de tensión, y confirma que es uno de los directores más prometedores del cine argentino.