La bicicleta rebelde. Haifaa Al-Mansour, de 39 años, es una mujer nacida en Arabia Saudita que se dedica a la dirección de cine. Parecería un dato informativo más, pero no lo es. Su primer largometraje, La Bicicleta Verde (Wadjda, 2012) tiene la particularidad de ser el primer filme realizado por una directora en este país. Logro que toma total dimensión cuando se lo analiza junto a aquella cultura y además teniendo en cuenta que no hace tantos años atrás las salas de cine estaban completamente prohibidas allí. La historia que nos cuenta es pequeña, simple, fácil de entender y entretenida en ciertos aspectos. Por otro lado, la directora ofrece también una mirada crítica a la sociedad conservadora de la cual forma parte, haciendo especial acento en el rol de la mujer, tanto en su niñez como en su etapa de madurez. Esto le valió varias críticas locales muy fuertes, sin embargo el reconocimiento a nivel mundial no tardó en llegar. La Bicicleta Verde nos introduce en la vida de Wadjda (Waad Mohammed), una inteligente niña de 10 años que desea con todo fervor comprarse una bicicleta verde que ha llegado hace unos instantes a una tienda de su ciudad. El uso de este medio de transporte es monopolio del hombre y no es bien visto que una mujer lo utilice. Pero a la pequeña no le preocupa su cultura, ni tampoco acata las palabras de su madre (Reem Abdullah), quien encuentra en el deseo de su hija algo totalmente indigno, capaz de hacerle perder su buena condición de mujer e incluso su santa virginidad. Wadjda entonces comenzará su carrera por conseguir su objetivo. Para ello tratará de obtener dinero de diversas formas. Trabaja preparando pulseras que las vende a sus compañeras y realiza favores a cambio de dinero, como la entrega de cartas de amor entre adolescentes. Todo siempre al margen de las buenas costumbres y lo permitido, lo cual muchas veces la coloca en una grave situación de riesgo. La autoridad a la que más teme y respeta está representada en la imagen de la directora de su colegio, Ms. Hussa (Ahd): "la voz de una mujer es su desnudez", le dice con tono amenazante para amedrentarla. La pequeña es acompañada en su camino por su vecino Addulah (Abdullrai Iman Algohani), que en cierta forma la alienta a continuar con su difícil empresa e incluso le presta su bicicleta para que comience a aprender. Haifaa Al-Mansour no podrá evitar que se lea su filme en términos de una crítica al rol de la mujer en la sociedad. Duramente reprimida y limitada en sus actividades, el papel de la madre de Wadjda simboliza esa noción. Una mujer sin perspectivas mayores, completamente sumisa a un marido que nunca está en la casa; una madre que expresa su tristeza cuando se encierra sola en su casa para llorar. Esa angustia acumulada muchas veces se trasladará a su pequeña hija en forma de retos y prohibiciones. La Bicicleta Verde es una historia de rebeldía inocente. El amor y la valentía son valores que se expresan en esta obra. Wadjda es su exponente máximo. Sin ellos no podría ni siquiera haberse animado a tratar de conseguir sus objetivos, colocando al coraje y el esfuerzo como motor del alma y escudo que protege de lo imposible. Más allá de vestir jeans, usar zapatillas y escuchar "canciones satánicas" -tal como le dice su madre- Wadjda representa la oportunidad de, a través de pequeñas luchas, plantearse una oportunidad para pensar y reflexionar acerca del orden establecido de las cosas.
Un canto a la igualdad sencillo y emotivo De entrada un pequeño tirón de orejas a quien decidió titular, tanto en España como ahora en Argentina, la original Wadja por La bicicleta verde. Si partimos de la base que nos hallamos ante un film en el que se reivindica la figura de la mujer en una sociedad como la saudita donde el machismo campea a sus anchas, que menos que mantener en lo más alto de las críticas el nombre de la niña protagonista, y no derivar en el que durante buena parte de la trama se convierte en su obsesivo objeto de deseo, una bicicleta con la que poder echarle una carrera a su mejor amigo. Wadja representa un futuro que por desgracia todavía está a años luz de materializarse en Arabia Saudí. Si bien es cierto que soplan vientos de cambio, estos todavía se encuentran en fase iniciática, ahogados por una serie de tradiciones arcaicas que todavía están demasiado arraigadas en la población (y para muestra un botón, pues debido a las estrictas normas del país, en algunas de las locaciones del rodaje la directora tuvo que dirigir a los hombres desde una camioneta con un walkie-talkie, pues aún hoy en día existen zonas en el país que no permiten la mezcla de hombres y mujeres). El film se beneficia a la hora de su valoración poco objetiva del hecho de ser la primera producción realizada por una mujer en Arabia Saudí, lo que sin duda es un mérito incuestionable dado que en Arabia Saudí las salas de cine estuvieron prohibidas durante treinta años y sólo desde hace 5 empezaron a abrirse algunas, a tientas tímidas y, obviamente, plegadas a la segregación que impone la ley nacional entre hombres y mujeres. Por eso tan sólo nos queda aplaudir la valentía y el arrojo de Haifaa Al Mansour -hija del poeta Abdul Rahman Mansour, quien la introdujo en las películas de vídeo-, a la hora de levantar un proyecto como éste en unas circunstancias tan complicadas. Por supuesto los Festivales que han tenido la oportunidad de proyectar el film se han apresurado a recibir con entusiasmo tan atípica propuesta, y resulta extraño que no reciba algún premio en cualquiera de los certámenes en que se presenta: en 2012 recibió el premio CinemAvvenire a mejor película; premio CICAE y premio Interfilm en la Muestra Internacional de Arte Cinematográfico de Venecia; el premio Muhr Arab a mejor película y mejor actriz en el Festival Internacional de cine de Dubai; y el premio Netpac junto a una mención especial de la directora, en el Festival de Cine Noches Negras de Tallín. El desarrollo de la trama se beneficia de una historia que sorprende por sus constantes apuntes sociológicos, salpicados por una crítica soterrada que encuentra su máxima expresión en los jugosos diálogos que se establecen entre los niños que aparecen en el film. La conversación que mantienen los dos amigos sobre lo idóneo de ser un mártir para poder ganarse la bendición de Alá y vivir en el más allá rodeado de lujo y comodidades no tiene precio, así como la incomprensión por parte de la heroína de la función cuando los mayores sufren los avatares de unas leyes que parecen dictadas en épocas prehistóricas. Aunque no interesará a todos los públicos, La bicicleta verde resulta una película muy recomendable ya sea por sus cualidades cinematográficas, que las tiene, o para conocer otro mundo. Además huye de dramatismos presentando la realidad de forma alegre y con cierta esperanza, sin caer nunca en el aburrimiento ni en la reiteración.
Recitando en la oscuridad. La vida de Wadjda (Waad Mohammed), una jovencita alegre en Arabia Saudita con inclinaciones occidentales, no sigue los mandatos de la moral musulmana al pie de la letra. Criada por una madre que debe trabajar como maestra en una escuela muy lejos de la casa y un padre ausente de una familia tradicional, la niña que se va convirtiendo en adulta (según los cánones árabes) comienza a sufrir las férreas reglas sociales que la religión musulmana le impone a la mujer. El padre se encuentra en una encrucijada. La madre de Wadjda no puede tener más hijos pero la familia paterna y el honor le exigen un heredero masculino para continuar con el apellido, el linaje y la tradición. Mientras la madre intenta mantener su matrimonio seduciendo a su idolatrado e idealizado marido, el padre de la niña se ausenta por semanas para volver cada tanto y pasar muy poco tiempo con Wadjda y su madre. En el colegio, la situación es aún peor. Wadjda raramente usa el velo islámico mientras va por la calle despreocupada en una ciudad cuyos gobernantes se interesan más por los grandes hoteles y los exuberantes shoppings que por la pavimentación, la iluminación y el bienestar de sus ciudadanos. En este contexto a las niñas se les enseña a sentir vergüenza de ser mujeres, a vivir de forma recatada según los antiguos mandatos de El Corán y se las castiga públicamente por su transgresión pecaminosa. Obsesionada con tener una bicicleta para jugar con su vecino, Abdullah, Wadjda intenta por diferentes caminos conseguir la suma que le permita adquirirla y la oportunidad se le presenta en un concurso sobre conocimiento general y recitación de El Corán de la escuela. La película expone los abusos psicológicos a los que las mujeres musulmanas son sometidas desde pequeñas para construir un retrato sobre una situación en permanente tensión en el mundo islámico. La obra es una crítica sobre la condición femenina en la sociedad árabe actual que retrata la situación de desigualdad que va exactamente en el camino opuesto al de occidente y es una de las causas más importantes de la falta de democracia en la región. La diferencia entre el occidente agnóstico, protestante cristiano, lugar del surgimiento y consolidación de los movimientos feministas que lograron instaurar el voto femenino, la igualdad de derechos, obligaciones y salarios, y el oriente árabe es cada vez más pronunciada a los ojos occidentales y decanta en circunstancias cada vez más ignominiosas. La pretendida costumbre o tradición es solo una justificación perversa de una dominación masculina que representa el temor de los hombres musulmanes a perder su estatuto despótico y autoritario. La calidad estética, la claridad ideológica, las actuaciones extraordinarias, la calidez de los personajes y la valentía de Wadjda la convierten en un manifiesto contra la injusticia que realza la vitalidad e inocencia de la niñez para enfrentar un sistema que no debe ser aceptado ni tolerado en ninguna parte del mundo.
Todo por un sueño La bicicleta verde no sólo es la primera ficción filmada en Arabia Saudita, sino que también está dirigida por una mujer, Haifaa al Mansour. Si se tiene en cuenta que proviene de uno de los países con mayor respeto por los códigos morales y éticos del Islam vertidos en la Sharia y que, según ellos, la mujer está absolutamente atada a los mandatos del hombre, podría pensarse que se está ante un film declamatorio, más preocupado por vociferar las penurias de una sociedad patriarcal que por la articulación de una historia. Pero no: La bicicleta verde es una buena película que, sí, tiene cosas para decir, pero que jamás descuida su forma. Estrenada en Venecia 2012, de donde se llevó tres premios, y basada parcialmente en la vida de la sobrina de la realizadora, La bicicleta verde es la traducción local de Wadjda, nombre de la protagonista de 12 años cuya máxima aspiración es adquirir el transporte al que alude el título de estreno local. El problema es, claro, que el entorno no ve con buenos ojos que una niña se dedique a esas actividades “de hombres”. Pero a ella le importa poco y decide anotarse en un concurso de recitación del Corán con el único fin de destinar el premio en la compra de la bicicleta. A partir de esa pequeña anécdota, Mansour, quien filmó casi desde la clandestinidad, oculta y dando órdenes a través de radios y teléfonos, traza un panorama de las mujeres en ese contexto sin jamás recaer en la declamación. Por el contrario, y gracias al filtro de la mirada de la nena, las distintas disputas tanto con la madre como con las distintas autoridades del colegio fluyen con la naturalidad propia de un coming-of-age. Es cierto que el desenlace es abrupto y con olorcito a tribunero, pero esto no implica que La bicicleta verde no articule con armonía las coordenadas de su proveniencia con las herramientas del cine, mérito del que no muchos estrenos semanales pueden vanagloriarse.
La bicicleta verde es una muy buena película que logró hacer historia en el cine por dos motivos. Se trata de la primera producción filmada íntegramente en Arabia Saudita que además fue dirigida por una mujer de ese país, algo que no tenía antecedentes. La trama tiene como protagonista a Wadjda, una niña de 10 años, que está obsesionada con tener una bicicleta para demostrarle a su amigo Abdullah que puede ganarle en una carrera. Un deseo que prácticamente es una misión imposible de concretar para ella, ya que por el simple hecho de haber nacido mujer tiene prohibido, entre tantas otras cosas, subirse a una bicicleta, algo que en su país se considera una ofensa irreparable para la dignidad y virtud de las niñas. En ese contexto el pequeño sueño de Wadjda se termina por convertir en algo más que un simple capricho infantil. Representa un desafío a la sumisión que la cultura de esa región impone a las libertades individuales de las mujeres. A través de una historia muy sencilla la directora Haifa Al-Mainsour expone con mucha inteligencia las numerosas restricciones cotidianas que tienen las mujeres arabes y la hipocresía que existe también en esa sociedad frente a estas cuestiones. La película consigue retratar de manera contundente estos temas que vive un país que muy lentamente empieza abrirse a la posibilidad de un cambio. No es un dato menor que en este 2014 las mujeres árabes podrán acceder por primera vez al derecho al voto, con la posibilidad de presentarse como candidatas políticas en las elecciones locales. Recientemente en Arabia Saudita las mujeres, que también tienen prohibido manejar autos, salieron a las calles con sus vehículos para manifestarse frente a esta restricción. El avance es muy lento pero es claro que hoy hay una apertura al cambio que no existía hace algunos años. La concreción de esta película es otro claro ejemplo de ello. Una década atrás hubiera sido imposible esperar una producción de Arabia Saudita que trabajara estos temas. Más allá de esta cuestión, desde los aspectos artísticos la película sobresale por el trabajo de la actriz Waad Mohammed, sobrina de la directora, en cuyas espaldas reposa todo el conflicto de la historia, y sorprende con una interpretación muy espontánea. Una labor que le permite al espectador conectarse con las emociones y frustraciones que vive su personaje. Esta es una gran propuesta que se suma a la cartelera esta semana y recomiendo tener en cuenta.
Relato elíptico con potencia simbólica La realizadora Haifaa Al-Mansour describe la situación de sus congéneres en su país, pero evita la confrontación directa con la historia de una chica cuyo objeto de deseo es una bicicleta, en un mundo donde su uso está vedado a las mujeres. El primer largometraje producido en Arabia Saudita es, también, el primero dirigido allí por una mujer. Esa es la noticia que circuló ampliamente desde el estreno de Wadjda en el Festival de Venecia, hace casi dos años. Dadas las particulares circunstancias del rodaje –con la realizadora encerrada en una combi durante las escenas de exteriores– y la situación de la mujer en general en ese país árabe, se trata no tanto de una línea anecdótica que sirve para publicitar el film, como de un hecho de la realidad que tiene (y mucho) que ver con el tema y el tono de la historia que narra. “Quería filmarla en mi país, porque me interesaba particularmente mostrar cómo son las cosas allí. Mostrarlas no sólo a público de otros lugares, sino al de mi propio país, que hasta ahora no tenía imágenes cinematográficas de sí mismo”, confesó la realizadora Haifaa Al-Mansour en una entrevista publicada en estas mismas páginas. Irónicamente, Wadjda nunca será estrenada en salas sauditas por la sencilla razón de que éstas no existen, aunque sí ha sido exhibida en la televisión de cable y se espera un lanzamiento reducido en DVD. Con el título local de La bicicleta verde, la película –que contó con un importante apoyo económico alemán, como así también de técnicos de ese país en rubros como la fotografía y el montaje– evita de lleno la confrontación o la denuncia directa, optando, en cambio, por un relato elíptico, no exento de cierto vuelo metafórico, un poco a la manera del cine iraní protagonizado por niños. Algo lógico, teniendo en cuenta el deseo de Al-Mansour de llegar a sus coterráneos sin sufrir problemas de censura. Uno de los momentos de mayor potencia simbólica, que puede pasar inadvertido si el espectador está algo desatento, encuentra a la niña protagonista –la Wadjda del título original– encerrada en el baño público de un shopping junto a su madre: todo parece indicar que no existen los probadores femeninos en las tiendas sauditas, por lo que la mujer debe recurrir a ese truco para probarse un nuevo vestido. En un plano que no dura más de un par de segundos, la cámara se detiene sobre un afiche publicitario donde una modelo –sin dudas extranjera– fue fotografiada de cuerpo entero, pero la ley islámica dispuso varios rectángulos negros sobre su cuello, los brazos, las piernas y el ombligo. En Arabia Saudita, una de las pocas monarquías absolutas que siguen rigiendo en el mundo, el cuerpo de la mujer no es cosa pública. De hecho, parece ser en gran medida propiedad privada. Eso es lo que va aprendiendo la joven Wadjda (interpretada por Waad Mohammed, quien nunca antes había actuado frente a una cámara) en los pasillos y aulas de la escuela. Siendo todavía una niña, no está obligada a portar el chador y mucho menos el nicab, aunque la rectora del establecimiento ya la ha reprendido en varias ocasiones por salir a la calle sin un pañuelo, con la cara totalmente descubierta. No se trata de una obligatoriedad impuesta por la ley, sino de una serie de usos y costumbres de las cuales es casi imposible escapar, transmitida de madres a hijas, de docentes a alumnas. El machismo no es sólo cosa de hombres y la opresión empieza por casa. No hay ambivalencias en la representación de la madre de Wadjda, atrapada en el tradicional rol de madre y esposa, angustiada por la posibilidad de que su marido despose a otra mujer (la poliginia es admitida en Arabia Saudita, siempre y cuando el hombre demuestre tener los medios económicos para mantener a varias esposas), atenta y preocupada por las pequeñas rebeldías de su hija. Allí es donde hace aparición la mentada bicicleta, objeto de deseo en un mundo donde su uso está vedado a las mujeres por las convenciones sociales. Deseo que, eventualmente, llevará a la niña a anotarse en un concurso de recitación del Corán, casi una paradoja en sus propios términos. En poco tiempo más, Wadjda no podrá jugar ni pasear libremente con su vecino, por lo que las prácticas con una bicicleta prestada se sienten como una carrera contra el tiempo. Sin abandonar nunca el registro realista de casos y cosas, Haifaa Al-Mansour va sin embargo incorporando al relato un componente de fábula. Si ese elemento esperanzado es simplemente expresión de voluntarismo o una señal cinematográfica de que algo –lenta, gradualmente– está cambiando para las mujeres en la sociedad saudí es algo que sólo el tiempo podrá dilucidar.
Que La bicicleta verde sea el primer film producido en Arabia Saudita ya constituye toda una curiosidad. Y lo es doblemente si se tiene en cuenta que se trata de una obra realizada por una directora y que además aborda un tema tan polémico como la situación de la mujer en una sociedad monárquica que adhiere de la manera más rigurosa y completa a los preceptos islámicos. Así y todo, lo que por sobre todo llama la atención en esta suerte de fábula realista son sus valores cinematográficos, el encanto y la inteligencia de su historia, la naturalidad con que desliza sus observaciones sobre la rutina diaria y la sutil delicadeza con que filtra sus pinceladas tenuemente críticas. Porque Wadjda, la protagonista, muestra a pesar de su corta edad (12 años) una personalidad definida: ella es la única que lleva la cabeza descubierta entre sus compañeras de estudios vestidas con largas túnicas negras; la única que en lugar de zapatos calza zapatillas de básquet, y por supuesto la única capaz de abrigar un sueño imposible para las de su género: quiere tener una bicicleta y sabe muy bien por qué. Se lo ha dicho a Abdullah, el vecino que montado en la suya le gana todas las carreras; "Cuando tenga mi bicicleta, te ganaré: entonces seremos iguales". Difícil exponer con mayor claridad el problema central que padece por el solo hecho de ser mujer y, por ello tener un destino restringido a ser esposa y madre. Wadjda es muy inteligente y sabrá valerse de ese don para resolver la cuestión. Porque además cuenta, como bien saben sus padres, con una invencible tenacidad. Y cuando en su escuela se establezca un certamen de recitación del Corán decide participar. Quien gane se llevará un premio suficiente en riyales saudíes para concretar su sueño. Es decir que el mismo sistema teocrático que le niega el derecho a conducir podría proporcionarle el acceso al ansiado vehículo. Es uno de los grandes aciertos del guión, que no se reduce a la peripecia de Wadjda para exponer las diferencias que hay entre los privilegios de que gozan los varones y las restricciones que limitan a las mujeres. El film muestra la vida de una familia saudita de clase media, incluidos la intimidad familiar, el conflicto que genera la decisión del padre de reincidir en el matrimonio, la coexistencia de antiguas tradiciones y la rutina de las mujeres que trabajan en una ciudad moderna de estos tiempos de globalización y TV omnipresente. En su sencillez y su verdad despojada de artificios, el film de Haifaa Al Mansour , colmado de apuntes inesperados, trae cierta reminiscencia de las primeras películas de Kiarostami. Waad Mohammed tiene la desenvoltura y la pizca de malicia que pedía el personaje de la encantadora Wadjda y en general puede decirse que todo el elenco (el sector femenino en especial, que con tanta precisión y tanta sutileza define el ceñido espacio concedido a la mujer) fue tan bien seleccionado como dirigido.
Directo desde Arabia Saudita nos llega La Bicicleta Verde -Wadjda en su idioma original- una transgresora cinta basada en la historia real de una de las sobrinas de la directora Haifaa Al-Mansour. Wadjda tiene diez años y vive en una sociedad tan tradicional que ciertas cosas como ir en bicicleta están totalmente prohibidas. A pesar de todo, es una niña divertida y emprendedora que bordea siempre el límite entre lo autorizado y lo prohibido. Wadjda desea tener una bicicleta para poder competir con su amigo Abdullah en una carrera, pero su madre no se lo permite porque las bicicletas son un peligro para la dignidad de una chica. Pequeñas revoluciones La Bicicleta Verde cuenta con la particularidad de estar basada en una historia real. ¿Que tiene eso de particular en una época donde las biopics y cintas que se jactan de ser adaptadas de hechos que realmente ocurrieron son moneda corriente? Básicamente la sencillez de su historia. Pero el hecho de ser una historia sencilla no la hace menos importante, incluso es todo lo contrario. La película está contada a través de los ojos de Wadjda (personaje que le da el título original a la película), una niña de 10 años que vive junto a su madre en Arabia Saudita y que inicia, casi sin quererlo, una pequeña revolución. Para entender esto, primero debemos comprender la idiosincrasia del lugar en donde habitan. Viviendo bajo las tradiciones de la religión musulmán, las mujeres ocupan un lugar relegado en la sociedad. En algunos casos, como se ve retratado en el film, las niñas son obligadas a casarse con hombres diez años mas grandes que ellas y, en caso de no poder a luz a un hijo varón que continúe el linaje, los hombres pueden contraer matrimonio nuevamente con otra mujer. Dentro de estas tradiciones hay una en particular que es la que da comienzo a este pequeño acto de revolución del cual les hablo. Las mujeres, para no correr el riesgo de perder su virginidad, no acostumbran a andar en bicicleta. Pero Wadjda, con la curiosidad de cualquier niña de su edad, quiere una bicicleta para poder correr una carrera con uno de sus amigos varones. Quizás esta metáfora de la bicicleta sea un tanto obvia, pero poco importa a nivel relato. Esta bicicleta termina convirtiéndose en un símbolo de igualdad que no solo desafiará a los hombres de una sociedad que en el mundo occidental podríamos catalogar como “machista”, si no que también desafiará a muchas mujeres que están acostumbradas a ocupar su lugar relegado en esa sociedad y que lo aceptan como tal. El gran acierto de Al-Mansour, su directora, está en contar esta historia como si fuera simplemente una anécdota de la infancia de Wadjda y mostrando como sus actos, de manera involuntaria, incomodan y desafían a todos al rededor. Wadjda está interpretada por Waad Mohammed, quien hace su debut cinematográfico con este film. Lejos de parecer una improvisada, Mohammed se desempeña con total soltura y encanto, y su personaje nos recuerda mucho al de Marjane Satrapi en la cinta de animación Persepolis. Conclusion La Bicicleta Verde, a pesar de la sencillez de su historia, es una película sumamente crítica hacia una sociedad y una religión que oprime a las mujeres al punto de que incluso andar en bicicleta está prohibido para ellas. Con un gran trabajo de fotografía, un guión que nunca se aparta de lo que quiere contar y siempre tiene presente su tema principal y actuaciones justas por parte de todo su elenco, La Bicicleta Verde es una de las películas mas importantes y transgresoras que van a poder encontrar en los cines este año.
Infancia bajo el Corán Wadjda está obsesionada con una bicicleta verde porque quiere jugar con su amigo. Tiene 10 años, va a la escuela, habla con su madre, pero no tiene dinero. Vive en Arabia Saudita y planea competir y ganar en un concurso sobre lectura y rezo del Corán y así conseguir la bicicleta. Pero claro, Wadjda vive en un contexto que no la favorece: es una niña y recibe retos de la maestra y la mamá por su carácter indócil, que oscila entre una inicial rebeldía y una simpatía que sorprende a propios y extraños. Wadjda está obsesionada con una bicicleta verde porque quiere jugar con su amigo. Tiene 10 años, va a la escuela, habla con su madre, pero no tiene dinero. Vive en Arabia Saudita y planea competir y ganar en un concurso sobre lectura y rezo del Corán y así conseguir la bicicleta. Pero claro, Wadjda vive en un contexto que no la favorece: es una niña y recibe retos de la maestra y la mamá por su carácter indócil, que oscila entre una inicial rebeldía y una simpatía que sorprende a propios y extraños. El panorama se completa con la ausencia del padre, que de vez cuando aparece por la casa según las reglas impartidas por Alá. La bicicleta verde ganó premios en festivales y fue la primera película dirigida por una mujer, quien se basó en la historia de su sobrina. Por lo tanto, el marco geográfico cobra protagonismo en la historia, resultando invasivo e incómodo, de acuerdo a las reglas del Corán. La narración fluye sin caer en golpes bajos o escenas miserables que critiquen con énfasis a ese paisaje donde la mujer es un objeto decorativo, tal como se observa cuando la mamá llora a solas, acaso planteando un presente y futuro sin salida. La directora muestra astucia para describir a un personaje y un contexto determinado, sin cargar las tintas, ofreciendo a esa bicicleta como disparadora de la trama. La forma en que la realizadora se acerca a la historia recuerda a las películas iraníes donde la infancia es analizada bajo el rígido reglamento de un contexto: ¿Dónde queda la casa de mi amigo?, El globo blanco y Offside, entre otros títulos, reflejaban historias similares a la que cuenta La bicicleta verde. De allí la lógica premiación en festivales y la admiración que se le tiene a esta clase de relatos humanos con la niñez como protagonista.
Simpático film (y también casi épico) de una directora saudita Una nena quiere tener su bici para jugar con su amiguito. La historia es ésa. Un día una nena, graciosa, despabilada, un tantito irrespetuosa, ve, casi como una revelación, una bicicleta verde en el negocio cercano a su casa. Y quiere comprarla. Al cambio actual, sale poco más de 2.000 pesos argentinos. La madre no quiere saber nada. No hay plata, y además el asiento de las bicicletas puede ser un peligro para la integridad de las niñas. La mamá, además, tiene sus propias aflicciones, porque parece que el marido quiere casarse con otra. Pero la nena se las va a ingeniar, ya veremos cómo. Qué duda cabe, ella se dará maña, fingirá con artes infantiles, comerciales y femeninas, no va a parar hasta tener su bicicleta. Y después, por la carita que pone, no va a parar hasta meterle la primera a un auto. El mundo es suyo. Esa es la anécdota, pequeña, sencilla, simpática, tan agradable como la pequeña intérprete, y tan linda como la actriz que hace de madre. El detalle, que la vuelve casi épica, y le da categoría de símbolo sin restarle encanto, es que la historia transcurre en los suburbios de Ryad, capital de Arabia Saudita, donde las mujeres no pueden manejar en público, y es indigno y deshonroso que una nena ande en bicicleta, encima con lo peligrosos que son esos asientos. Tampoco pueden hacer muchas otras cosas, pero algunas lo hacen, aunque sea a escondidas y bajo serios riesgos. Y tampoco pueden filmar, pero hay una que se las ingenió, y seguro que después vendrán otras cuantas, porque ésta que vemos es la primera película hecha por una mujer saudita. Y es muy simpática. Pequeño detalle: la autora, Haifaa (con doble a) Al-Mansour, es de buena familia, que la mandó a estudiar literatura a El Cairo y artes combinadas a Sydney, mujer de 39 años, casada con un diplomático norteamericano, dos hijos, casita en El Quatar, cortometrajista aficionada y documentalista ocasional. Hizo "La bicicleta verde" gracias a un príncipe saudí que puso la plata, una empresa alemana que aportó los técnicos, y otras de Abu Dhabi, Munich y Dubai que le dieron respaldo. El gobierno no quería saber nada, pero cuando empezaron a llover premios internacionales terminó aceptando los hechos y hasta la anotó como representante oficial a los Oscar. Así se avanza en la vida.
Eso no es cosa de nenas La directora Haifaa Al-Mansour se basó en la historia de una de sus sobrinas para crear esta película. La niña se llama Wadjda (Waad Mohammed), tiene diez años, y quiere comprarse una bicicleta; pero donde ella vive las nenas no pueden andar en bici. Esta trama, aparentemente tan simple, sirve para mostrar de forma íntima cómo es la vida de las mujeres saudíes. Con detalles que van mas allá de un velo o de la obediencia al marido, muestra como ve la vida una nena inteligente, creativa y graciosa que va a utilizar todo su ingenio y sus pocos recursos para lograr su objetivo. Hay muchos puntos en común entre la pequeña protagonista y la directora quien también tuvo que utilizar su ingenio: por ejemplo, para dirigir a los técnicos en zonas donde hombres y mujeres no pueden trabajar juntos, y entonces lo hizo desde adentro de una camioneta. Ambas mujeres pertenecientes a la misma cultura y con la misma educación opresiva no se han victimizado, y fueron capaces de cumplir su objetivo y de ganar pequeñas batallas. Wadjda quiere una bici para ganarle una carrera a su amigo, y para eso venderá pulseras, cobrará por llevar mensajes a sus compañeras de colegio, y hasta tratará de ganar un concurso sobre el Corán. A pesar de sus esfuerzos por conseguir dinero, Wadjda no es una niña pobre, su familia tiene una hermosa casa y muchas comodidades, pero es su cultura y especialmente las mujeres que la rodean las que le impiden lograr su deseo, tanto su mamá como sus maestras le dicen que es indigno para una nena andar en bicicleta. Son las mismas mujeres que no pueden tener la libertad de conducir hasta su trabajo, o usar el transporte publico, las que le impiden cumplir su propósito. Mientras ella hace todo lo posible por conseguir su anhelada bici, su mama (Reem Abdullah) hace todo lo posible para retener a su esposo, que ante su incapacidad por concebir un varón decide tomar una segunda esposa, aconsejado por su madre. La película no denuncia, solo muestra la realidad de las mujeres de ese país, desde los ojos de una niña poco común. La naturalidad y la gracia de la protagonista, combinan con la simpleza y dinamismo con que esta realizado el filme, logrando una hermosa historia, con una mirada realista, crítica, sin melodramas ni lugares comunes.
Una coproducción árabe alemana que le permitió a Haifaa Al Mansour convertirse en la primera directora de Arabia Saudita, en cuya capital transcurre este film inteligente y tierno. Una niña que desea la bicicleta del título luchará con todas sus fuerzas contra la discriminación a la mujer, el conservadurismo de sus padres, las rígidas reglas del colegio, la hipocresía de la sociedad en que vive para cumplir su deseo. Y esa lucha desde su inocencia conmueve con su contundencia.
Dentro del misógino y hostil ambiente que le aguarda a la mujer en lugares tan temerosos de Dios como ser Arabia Saudita, los logros de una película como Wadjda relucen, y mucho. Ya suficiente con ser la primera de su clase en ser filmada íntegramente en Arabia Saudita, pero también el primer largometraje de Haifaa Al-Mansour, convirtiéndola en la primera mujer en su país en dirigir. Por si esto no fuese poco, el cuento que nos narra el film es uno lleno de sutiles llamadas de atención a un régimen religioso que empuja a la mujer a ser un mero objeto, a la vez que una pequeña preadolescente se fuerza por cambiar su situación a toda costa. El poderío narrativo de Wadjda, además de su simple pero directa historia, es su protagonista. En su primer papel, Waad Mohammed entrega una deliciosa construcción muy fresca y pícara como la protagonista absoluta del film, una jovencita que no se detiene ante nada ni nadie para conseguir lo que más anhela: una bicicleta verde. Lamentablemente, está muy mal visto que una chica de su edad juegue con una bicicleta, así que a los problemas de reunir el dinero suficiente para comprarla se le suman el de una sociedad que la tiene bajo la mira por ser un poco diferente, sobretodo la mirada adusta de Ms. Hussa, la directora -una correcta y creíble Ahd-. Como si fuese poco, Wadjda debe lidiar y ser testigo ocular de los problemas entre su madre y su padre, él estando en la posición de elegir tener una segunda esposa que le otorgue un heredero varón, ya que su actual mujer no puede concebir más hijos. Con una mirada lo suficientemente ácida para atacar el epicentro de las ridículas costumbres de la sociedad en la que se crió, Al-Mansour dirige Wadjda con sapiencia y aplomo. A partir de un guión de su propia factura, el relato es lo suficientemente cálido frente a situaciones tan severas como humillantes para la mujer, todo desde la visión de nuestra entrañable protagonista. Wadjda es una joven común y corriente, pero simplemente no encaja dentro de los férreos preceptos de su sociedad, lo cual causa un sinfín de reprimendas que la joven soporta con honor y los enfrenta con total dignidad, lo que implica los momentos más deliciosos de la película. La tarea de la directora no fue para nada fácil en su afán de construir un realismo absoluto. Al no poder mezclarse con el género masculino, hubo momentos en el que la directora tuvo que filmar desde el interior de una camioneta, detalles que resultan totalmente significativos y enaltecen el mensaje del film aún más. Wadjda es un gran canto de libertad e igualdad, que no llegó a ser seleccionada oficialmente para los últimos Oscars -quedó en semifinales- pero que vale la pena disfrutar, a pesar de que el tópico y las vicisitudes de Medio Oriente enerven, enojen y enfurezcan. Amamos a Wadjda, ¿ustedes no? Esperen a conocerla.
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Tiempo de cambios Wadjda es una chica rebelde criada en uno de los espacios más complejos para la aventura humana; o sea, un hogar estrictamente devoto del Islam. La pregunta surge inmediatamente: ¿se tolera la rebeldía en tal contexto? La bicicleta verde muestra que en lugares cercanos al capitalismo trasnacional, como es el caso de Arabia Saudita, el respeto a rajatablas del mandamiento religioso está cambiando y a ritmo acelerado. Allende este mensaje, dicho con estilo, cuidado y sensibilidad, lo más preciado del film es el hallazgo de Waad Mohammed, la protagonista, una chica pre púber que conoce el manual de las expresiones pícaras y lo usa con gran precisión. Las tareas de rebeldía que acomete Wadjda (muchas, con la finalidad de ahorrar dinero para comprarse una bicicleta) son diversas: desde vender chucherías en su colegio religioso hasta ser celestina de encuentros adúlteros, sin decir jamás la culpa es mía. Un dato extra: La bicicleta verde es la primera película enteramente filmada en Arabia Saudita. La directora, Haifaa Al-Mansour, envuelve al film en una prodigiosa sensibilidad femenina. Y desde luego, lo hace sin pudor.
En 1994, Moufita Tlatli se convertía en la primera directora tunecina al animarse a llevar a la pantalla grande la vida de las mujeres recluidas tras las rejas en Los Silencios del Palacio. Este grupo de mujeres (inspirado en la vida de ella y su madre), eran destinadas para ser las sirvientas y amantes del príncipe de la casa. Su vida se resume solo a realizar las actividades domésticas y cantar. En la 69º edición del Festival de Venecia, se presentaba la película Fill the Void de la directora Rama Burshtein. Ella, con supervisión de su esposo y la aprobación de un rabino, retrató los pormenores alrededor del matrimonio dentro de una familia ortodoxa jasídica. Con algunas fallas y desprolijidades, esta cinta es una apertura al mundo, una mínima ventana y solo observadores (sin lugar a crítica) de una sociedad claustrofóbica. Una bicicleta como símbolo de libertad. Ahora, se estrena La Bicicleta Verde, otro film dirigido por una mujer, la saudí Haifaa Al-Mansour. En esta película –inspirada en la sobrina de la directora-, la pequeña Wadjda rompe con su estilo y actitud todas las prohibiciones impuestas por una sociedad regida bajo el Corán. Cada movimiento, sonrisa o pensamiento, es secundada bajo la acusación o negación. Wadjda, siente la reducción de su género en el exterior pero también percibe las diferencias y limitaciones en el interior de su casa. Un cine hecho por mujeres de sociedades regidas bajo fuertes creencias religiosas y costumbres. El despertar de una nueva mirada que se manifiesta detrás de una cámara.
Una niña puede cambiar su mundo "Me entregué a dios y tiene un lugar para mí", rezan las niñas en una escuela de Riad (capital de Arabia Saudita). Rezan con fruición, salvo Wadjda, la protagonista de La bicicleta verde. La niña de 10 años con uniforme rigurosamente negro, calza zapatillas tenis y es reprendida porque no sabe la oración. En la mochila lleva tesoros que descubren un mundo privado que contradice las sujeciones de la escuela, el estado y la religión. La pequeña es una chica inteligente y libre de espíritu. El filme de la saudí Haifaa al Mansour desarrolla una historia que, a los ojos occidentales desprevenidos puede parecer costumbrista: Wadjda sueña con una bicicleta. El dato cobra intensidad y riesgo emocional cuando se sabe que en esa sociedad está prohibido que las mujeres, de cualquier edad, monten en bici. A partir de ese objetivo se descubre su entorno familiar, la relación con un padre ausente y una mamá (Abdullrahman Algohani) que es maestra y, entre otras cosas, no se corta el cabello porque a él no le gusta. La mujer observa las reglas de una sociedad en la que los hombres tienen todas las libertades. Como los demás personajes femeninos, anticipa con gestos y miradas la disociación entre deber y deseo. Ellas, aun la rígida directora (impactante Ahd) viven en permanente contradicción cuando enseñan aquello que las hace padecer. Invisibles en lo social, educan para sostener ese orden injusto. Wadjda desafía los mandatos y comparte juegos con su amigo Abdullah. La relación entre los chicos supera cualquier impedimento de género. La película está narrada sin subrayados lacrimógenos. Tampoco hay discursos en uno u otro sentido. La realidad se desprende de las imágenes y su edición. Cuenta la directora que tuvo que filmar desde adentro de una camioneta con vidrios polarizados y nunca pudo salir a la calle con la cámara porque en su país, los cines están prohibidos, así como la convivencia de hombres y mujeres en el espacio público. La crítica está planteada sin virulencia. De ahí que sea tan efectiva la actuación de la niña Waad Mohammed en el rol de Wadjda. Jirones de conversaciones entre mujeres, los planes del padre, el comportamiento del chofer, los castigos en la escuela, el Corán bellamente dicho en un contexto de opresión femenina, arman el mosaico de la película. La historia breve de una niña y su proyecto se amplía al vínculo madre e hija, y el espacio de libertad entre ambas. La película se disfruta por la naturalidad con que evita el dramatismo y recuerda grandes momentos del cine nacido en la cultura de Medio Oriente, como Los niños del cielo (Mayidí, 1997, en persa); El espejo (Panahi, 1997); la sublime Persépolis (basada en la obra de la historietista Marjane Satrapi, 2007), entre otros.
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VOLAR EN BICI El objetivo es pasar lista la mala vida de las mujeres en Arabia Saudita. El filme se vale de una nena de 10 años para desnudar las prohibiciones a las que el integrismo islámico somete a las chicas desde la mismísima escuela. La nena no puede ni andar en bicicleta, pero tampoco la madre no puede trabajar y deberá aceptar la poligamia y una nueva esposa de su marido. Todo es tapado. Todo es de negro, todo huele a polvo y miedo. El film evale porque lo hizo una artista de allí, atrevida y corajuda, que se anima a poner un ladrillo en la infranqueable pared de un sistema injusto y bárbaro, que oprime y discrimina a sus mujeres. La escuela, el hogar, la calle todo sirve para reflejar los contornos de una tradición y una religión que las margina y las descalifica. Y trae el mensaje esperanzado de que son los chicos, desde sus gustos y sus pequeñas rebeldías, los únicos que se atreven a cuestionar y desafiar el sistema. Desde ese punto de vista el filme importa, aunque su valor artístico no sea tan apreciable. Por supuesto, es algo ingenua y prefiere adoptar un tono de fábula edificante, pero es valiente y creíble y tiene como protagonista a una pícara que impone su frescura entre tantos velos y tantas caras enojadas. Y nos dice que, a veces, con una bici se puede volar bien lejos.
Un cambio de actitud Al ver un film que refleje costumbres de vida en Medio Oriente, es común encontrar una serie de imposiciones sociales para los individuos relacionadas con la cultura y la religión. Más aún, si la protagonista de la película es una mujer, pues su género se encuentra bastante relegado en relación a occidente, y desde este lado del mapa no queda otra que sentir compasión e indignación en el sufrir del personaje femenino. La bicicleta verde (Wadjda, 2013) se corre de la victimización de la mujer en oriente (lugar común y bastante trillado a esta altura), a través de la niña protagonista quien pese a todo, mantiene una actitud activa y positiva con respecto a sus limitaciones sociales. Wadjda (Waad Mohammed) dejará su inocencia de lado para tratar de comprender cómo funciona el mundo en que vive y desde ahí alcanzar su principal objetivo: adquirir una bicicleta verde. Sin embargo el film de Haifaa Al-Mansour no deja de describir las represiones que recibe la mujer en su país (la película está rodada y transcurre en Arabia Saudita, donde además el cine está prohibido). Cuestiones relacionadas con la religión que la historia grafica en los personajes secundarios, tanto en la madre de la niña como en sus compañeras de colegio. Represiones traumáticas para las mujeres saudíes pero aún más terribles para los ojos de occidente. La película juega con la mirada occidental burguesa receptora del relato (el film es coproducción alemana), algo habitual en los relatos de la temática. Por suerte La bicicleta verde va más allá de la simple delineación de un drama cotidiano ante lo incomprensible de una cultura ajena, y lo hace mediante el clima esperanzador y optimista de su personaje central. Está mal visto para la cultura saudita que una mujer ande en bicicleta, o por la calle sin el velo sobre su rostro, o incluso utilice zapatillas en vez de sandalias. La niña lo hace, un poco por desobediencia -producto de la edad-, y otro poco por discrepancia con normas que encuentra sin sentido. En la búsqueda de su objeto preciado, Wadjda cambiará de actitud y seguirá los códigos de su sociedad como si se tratase de un juego: será la mejor participante de un concurso donde una suma importante de dinero será el premio (ideal para adquirir su bicicleta) que consiste en leer, cantar y aprender la sabiduría del Corán. Así, de modo lúdico -la compra del juego de preguntas y respuestas lo demuestra- la niña cuestionará las normas culturales de su sociedad y, con su juicio e ingenuidad, hará ver a los adultos que peor que las represiones sociales es el castigo auto impuesto.
Paradojas La bicicleta verde llega a cartelera con cierto ruido debido a las circunstancias en las que se ve envuelta la nula producción cinematográfica de Arabia Saudita y la situación de las mujeres en este país. A veces, esos vientos revueltos de la prensa no le juegan necesariamente una buena pasada a los realizadores porque hacen perder de vista los logros o fallas que pueda tener un film. En este caso, las nobles intenciones éticas (poner en evidencia desde el punto de vista femenino, con una niña de diez años como protagonista, cómo se padecen estrictos códigos religiosos y culturales) obnubilan la mirada crítica y se pierde el foco sobre algunas discusiones formales que nunca vienen mal, al menos, plantearlas. Se ha destacado como signo positivo la moderación discursiva para eludir la denuncia explícita. Es cierto en parte. Desde el comienzo, el primer plano detalle de las zapatillas de la niña ya marca una diferencia y una transgresión. Ese camino de indicios visuales es opacado prontamente por sentencias proferidas por los personajes: “la voz de la mujer es su desnudez”, “esas canciones traen el mal”, entre otras, que señalan un camino obvio y fácil donde la voluntad por enumerar todo lo que está prohibido recién asoma. Enseguida, el recurso se agota. En alguna declaración, la directora Haifaa Al Mansour expresó su interés por “mostrar cómo son las cosas allí”, no sólo al público en general sino al de su propio país, “que hasta ahora no tenía imágenes cinematográficas de sí mismo”. Sin duda, el propósito resulta loable, sobre todo si se filma prácticamente desde la clandestinidad. No obstante, cabría preguntarse si esas imágenes se corresponden con dicha intención o estamos ante la paradoja de que lo que vemos son imágenes conocidas ya desde un paradigma rector, industrial y universal. Me inclino por esta segunda opción. La película es correcta y no perturba ninguna mente bienpensante del mundo porque aporta contenido ya sabido. Su valentía ética no logra ser, en todo caso, compensada formalmente ya que nos muestra convenciones por doquier. Estéticamente, no recurre a ningún signo de inestabilidad y se refugia en una paleta de colores bien cuidada y en encuadres elegantes; narrativamente, repite esquemas clásicos. Wajda es una niña cuyo deseo pasa por comprarse una bici en un contexto que condena esa elección y tratará de vencer obstáculos para lograrlo. Su vida no es nada fácil: su padre está a punto de desposar a una nueva mujer y su madre hace lo que puede. En el colegio, las cosas tampoco son fáciles, con una maestra nada permisiva. En ese mundo de restricciones se mueve la pequeña, sin dramatizar y con la firme convicción de acceder a su objeto de deseo: la bicicleta. Como puede apreciarse, el viejo esquema actancial trillado de héroe/objeto/ayudante/oponente. A todos nos gusta que los niños en el cine triunfen, pero hay una gran distancia entre el pequeño Antoine de Los 400 golpes de Truffaut huyendo de la ciudad en ese maravilloso travelling y la pequeña Wajda con su bicicleta en un marco digno de video clip. Mucha agua ha corrido bajo el puente (además del apoyo económico de los alemanes para que el film sea posible). Ahora bien, que la premisa con que nace este proyecto caiga simpática y genere complacencia crítica a priori, o que la misma situación de clandestinidad en que se filmó no se revele nunca como mecanismo (como sí hace Panahi en Esto no es un film), no significa que no se pueda obtener placer al mirarla, sobre todo si uno se permite rendirse ante la gracia y la potencia cinematográfica de la criatura protagonista.
“LA BICICLETA VERDE”: CUADRADOS POR TODAS PARTES Imagínense un mundo que nada tiene que ver con el nuestro. El mismo es machista en extremo, carácter que de ninguna manera se asemeja con nuestra sociedad. Además, un Dios domina los valores de la gente e impone el orden cultural, y en nuestras tierras la religión nada importa. En ese mismo planeta, reinan las marcas y todos trabajan para que se venda cada día más. Y a pesar de lo injusta que es la vida con ellas, las de sexo femenino van igual de compras al shopping. Acá no pasa nada de eso, únicamente en Arabia. Ahora, pensemos a este mundo como una máquina, manejada por un imperio que a partir de sus propias creaciones estereotipa las actitudes de la gente y los hace ser cada vez menos humanos. Pero esta vez el estudio para rodar la película lo ubican en un lugar diferente: Medio Oriente. La mujer, que se somete a ser dominada, está representada bajo sus hábitos y velos oscuros. Por otra parte, para crear un idioma genérico se hace desaparecer el alfabeto que nosotros conocemos y directamente se escribe con signos raros que a nosotros no nos representan nada, pero que sí los vemos junto a un paquete de comida podemos asociar a qué es lo que hacen referencia. Las personas no hablan, balbucean y no se entiende nada de lo que dicen. Los subtítulos podrían ser modificados y nadie se enteraría del crimen. Sólo reconocemos cuando se llaman por su nombre, y en este caso, el de la pequeña protagonista es Wajda, pero se pronuncia “guachita”. La pantalla se enciende una vez más y se convierte para esta ocasión en una ventana que nos invita a viajar a un mundo aparentemente desconocido para la mayoría, pero no por ello fantástico: Arabia Saudita. El mundo es verosímil ya que todos viven sumamente adoctrinados pero en el fondo los mueve el objeto y el placer. Amoríos prohibidos entre los grandes y para la menor un único deseo: tener una bicicleta verde, o mejor dicho, la bicicleta verde. Todos en el mundo anduvimos alguna vez en bicicleta y eso nos hizo felices, ya sea de pequeños con nuestras familias o de más grandes andando por la ciudad. Pero ese simple acto a ella no se lo permiten. Algo tan sencillo pero tan emocionante como andar en bicicleta le es prohibido debido a lo cuadrado que es el lugar donde habita. La niñita se propone una meta y va por ella. Traicionando su forma de pensar, deja de ser una muchachita rebelde para dejarse adoctrinar cada vez más y así cumplir con lo que le imponen. Así, va en búsqueda del tan ansiado ‘diez’ que le permitirá obtener mayor reconocimiento por parte de sus mayores. Ese cuadrado ‘diez’ o aceptación del otro pasa a ser más un medio para conseguir otra cosa que una meta específica. La malvada directora de su colegio es su mayor contrincante pero también es la que deja ver un poco más su piel (guiño para el público masculino). La fotografía es perfecta, sumamente cuadrada y regida a todo momento por la ley de los tercios. Buenos detalles y muy buena la construcción para intentar llevar al ojo del espectador por el camino correcto. Por otra parte, las actuaciones son lo que más dejan que desear, justamente porque son bastante cuadradas, como si todo el reparto hubiese practicado con videos de “Baywatch”. Seguramente, faltó la mano del director. Por último, el guion es redondo, o mejor dicho, cuadrado. Ustedes sacarán sus deducciones y adivinarán cómo termina esta película. Serán por eso los encargados de ir al cine y enterarse si “buachita” logra obtener su tan ansiada bicicleta verde. En fin, dicen que si algo emerge de estas tierras debe ser bueno, así que tan sólo con algunos pequeños chistes, unas sonrisas y algunas pizcas de amor, ya se podrá convencer a todo el público internacional. A mi criterio: un seis para la película y un diez para el séptimo arte. Es algo diferente, te lleva de viaje y te abre la mente. Una excelente invitación para no ser un cuadrado.
Juegos prohibidos En el año 2000 tuvimos la posibilidad de ver la película “El Círculo”, de Jafar Panahi, allí se contaban tres historias en apariencia diferentes, pero que en rigor de la verdad no sólo tenían mucho en común sino que podría hasta leerse como un sólo relato circular, o en espiral, atravesando a los tres personajes. Era toda una muestra del universo de la mujer islámica, con claras intenciones de denuncia y/o didácticas para el mundo occidental. Constituida a partir de estas fábulas muy simbólicas, en el sentido de representación, de las mujeres del mundo árabe en general, y de muchas que impulsadas sólo por el coraje, encontrarían la manera de soslayar la burocracia, iniquidad y desigualdad imperante en un sistema que las ubica en un lugar de inferioridad extrema. A través de pormenores habituales en las calles, en los espacios públicos, escuelas, hospitales, y en las casas particulares, la trama iba manifestando ese universo social que le es fatalmente hostil. Esta otra película que nos convoca, tiene desde el discurso considerables puntos en común con la iraní, pero utiliza otro vehiculo para la denuncia, que si bien no la presenta de manera excesivamente evidente, se la puede sentir en cada escena. Basada en la vida de una sobrina de la guionista y directora Haifaa Al-Mansour, asimismo, por sus propios dichos, parece articular simultáneamente la suya. “Wadjda”, tal el titulo original, es el nombre de esa niña que sólo tiene diez años y vive en esa sociedad tan injusta como inmóvil, donde hay actividades que les están prohibidas a las mujeres, sin justificación y menos explicación, tan nimios como usar una bicicleta, ya sea como diversión o para trasladarse por obligación. Pero la presentan como una niña cuestionadota, al mismo tiempo divertida, sutilmente transgresora, luchadora que sabe lo que quiere, impulsada por su deseo, aunque esto la lleve demasiadas veces a vivir al limite entre lo autorizado y lo vedado. Wadjda anhela poseer una bicicleta, su vecino, amigo y compañero de escuela Abdullah tiene una, si ella la tuviese podrían compartir más tiempo, pero su madre no lo aprueba porque las bicicletas son ¿“indignas”? para una chica. Hay otras historias paralelas que van construyendo la obra, pero el personaje actancial nunca deja de ser nuestra heroína, en esas subtramas aparece la madre sometida a un lugar de impureza por parte del marido por no haber tenido un hijo varón, en otra, paralelamente, la directora de la escuela es juzgada por que la sospechan de ser amante de un hombre casado. Mientras Wadjda observa lo que sucede a su alrededor, nada se le pasa por alto, sueña con ese rodado de color verde que esta en exposición en un comercio. Necesita reunir el dinero, razón por lo cual se anota, sabiendo el sacrificio que ello le demandaría, en un concurso escolar cuyo premio en dinero es mayor al importe que ella precisa. En este punto la fábula tiene similitud con la producción, también iraní, “Niños del Cielo” de 1997 de Majid Majidi, cuyo foco se instalaba en el mundo infantil y el tema que planteaba de manera universal era “el que fracasa cuando triunfa”. Esta primera incursión cinematográfica de Arabia Saudita se presenta como muy previsible en su desarrollo, dado esto por su esquematismo narrativo, pero poseedora de una sencillez y una sensibilidad elogiables, con un muy buen uso de los recursos tanto técnicos como narrativos, sostenido por un trío de actrices memorables, empezando por la púber Wad Mohammed, siguiendo con la madre, Reem Abdullah, y terminando por la docente Ahd Sólo un par de pequeñas cuestiones que si bien no van en desmedro mueven al interrogante, por ejemplo, si las mujeres no pueden usar bicicletas: 1) ¿Porque razón se venden los modelos femeninos?. 2) ¿Era necesario ser condescendiente con el espectador al cerrar el relato y acrecentar el clima con música tan empática?
"Wadjda" es una de esas películas realizadas para trascender de la mejor manera posible. Además de ser una cinta con una calidad narrativa muy interesante y con una dura crítica social, es el primer film realizado completamente en Arabia Saudita, sin dejar de mencionar que fue dirigido por una mujer.
Hay películas que valen más por el contexto y por el peso de su trasfondo que por lo que significan en materia artística. Hecho muy común en los documentales (que se acrecientan en cantidad exponencial semana tras semana); dentro de las ficciones también suele suceder, sí, como n este caso, hablamos de algo “testimonial”, de denuncia aunque sea (a medias) solapada. "La bicicleta verde" es el primer film de la directora saudí Haifaa Al-Mansour, pero no sólo eso, es el primer film dirigido por una mujer en la historia de ese país; un Arabia Saudita en el que hasta hace nada, pocos años, las salas de cine estaban prohibidas; en el que la segregación hacia la mujer sigue vigente y hasta es apoyada por un sector importante de las propias mujeres; en el que la rebeldía puede pasar por hechos para nosotros cotidianos. Con todo este marco llega un argumento sencillo, sin demasiadas complejidades, apuntando a una cierta ternura y un mensaje claro y remarcado. La bicicleta verde puede entrar en ese subgénero “drama protagonizado por niños” y aun ahí se destaca por cierta amabilidad en el trato. Es la historia de Wadjda (Waad Mohammed), una niña de 10 años que desde el vamos pareciera diferenciarse del resto en pequeños detalles. Ella tiene un objeto de deseo, una bicicleta que se encuentra en una tienda, y con la que quiere correrle una carrera a su amigo. Claro, esto sería digno de un argumento de una película infantil de los años ’60, de no ser porque en Arabia Saudita las bicicletas son sólo para los hombres, y porque ¿qué es eso de que Wadjda tenga un amigo? La madre, convencida férrea de las tradiciones de su país, rechaza todos los “peros” de su hija, teme que esta se vuelva impúdica y hasta pierda su virginidad si monta una bicicleta. Entonces, la niña se verá “obligada” a conseguir el dinero de otras fuentes, realizando actividades que tampoco están bien vistas en ese país, como pasar correspondencia amorosa entre adolescentes. Mientras, su amigo Addulah (Abdullrai Iman Algohani) la ayuda enseñándole a usar su bicicleta y prestándosela; lo cual podría indicar una cierta esperanza de aires de cambio en generaciones futuras, casi recién nacientes. Los adultos representan el costado duro, comenzando por la madre y la directora del colegio, atemorizante y sentenciadora. No pareciera haber ahí un estímulo de cambio, por lo menos no pronto. "La bicicleta verde" es un film discreto, con algunos aciertos técnicos sobre todo en fotografía, con una puesta en escena ligera y apurada (algunas escenas fueron filmadas en clandestinidad precisamente por la prohibición de reunión entre hombres y mujeres). Si otro fuera el ambiente, hasta hablaríamos de algún exceso de fábula, de diálogos remarcados, y hasta de un ritmo algo lento que puede aburrir en ciertos tramos. Pero no estamos frente a un film más, en cierto modo el de Haifaa Al-Mansour es un hecho histórico, y desde ese punto debe ser visto para apreciarlo correctamente.
Film buenaondista de la semana: chica árabe quiere bicicleta y hace lo imposible por obtenerla. La particularidad es que esto ocurre en Arabia Saudita (donde no había cines hasta hace menos de una década), que el film cuenta con un cuento leve la marginación que sufre la mujer en ese contexto, y que además ha sido realizado por una mujer. Es mejor el telón de fondo (preciso e inteligente) que la historia en sí.
De las múltiples miradas con las que se puede analizar una película, de La bicicleta verde prefiero rescatar su manera de comunicarse con los públicos: la película es bifronte. Tanto habla con el público occidental, como con el de su país y el mundo árabe. Esta es la primera película de ficción de Arabia Saudita, país en el que no hay salas cinematográficas. A esa novedad debe sumarse que su realizadora es una mujer en medio de una cultura extrema en términos de desigualdad de género. Wadjda es una niña que desentona con muchos de los comportamientos deseables para ella en su sociedad. Rara vez se cubre el pelo, no conoce con precisión el Corán, detesta los rituales y por sobre todas las cosas, desea tener una bicicleta. Andar en este vehículo está prohibido a las mujeres. Ella, desde su convicción e inocencia, tendrá una estrategia minuciosa y cotidiana para conseguir el dinero necesario para comprarla. Hará pulseras que venderá a sus compañeras o hará pequeños favores por unas monedas, todo lo posible y necesario para ahorrar billete sobre billete. Pero lo que cuenta la película, teniendo como centro a Wadjda y su deseo, es la historia de mujeres en la particular modernidad Saudita. La trama compleja de la vida privada y la vida pública, los modos en que ellas internalizan los dispositivos de dominación, y como con esta carga reproducen no solo las condiciones simbólicas de sus vidas, sino también las materiales, las necesarias para reproducir la vida. Lo más interesante de la película es que asume la importancia de contar la historia para contar el resto. Sin subrayar, sin pontificar, sin discursos altisonantes y sin caricaturizar los personajes que habitan el mundo de la niña, este es el modo en que Al Mansour relata este momento de pasaje de la pequeña. Entramado en ese relato que fluye sencillamente, presenta la complejidad de la vida de las mujeres, los modos de regulación y la conciencia de la sumisión. En este sentido, el reduccionismo con el que desde occidente se representa la vida de las mujeres en esta cultura extrema, se ve confrontado e interpelado necesariamente con las prácticas cotidianas que desarrollan ellas a lo largo de la película. No son todas iguales, no responden a los mandatos del mismo modo y no necesariamente reproducen en la vida privada la organización vigente en el espacio público. Además, y esto es evidente para quien lo quiera ver, Arabia Saudita, un país al que el canon occidental no pone en el centro del cuestionamiento por su aparato represivo y de control –el infierno es Irán, no parece haber dudas- es contado de modo tal que el silencio con el que se condona al régimen saudí encuentra alguna voz que permite abrir alguna puerta al conocimiento. Por otra parte Al-Mansour hace evidente para las mujeres de su propio país que puedan ver la película, los modos cotidianos y silenciosos de dominación a los que son sometidas. En el primer párrafo proponía una inteligencia bifronte de esta sencilla película. El problema es si las múltiples miradas a las que está dirigida en este lado del mundo serán tan sagaces como para entender esto o seguirán contando la historia de estigmatización que no entiende de procesos y ayudará a la reproducción permanente de ese orden injusto. Por Daniel Cholakian redaccion@cineramaplus.com.ar
A change is coming in Saudi Arabia on a green bike Wadjda (Waad Mohammed) is a ten-year-old-girl who lives with her mum (Reem Abdullah) in a suburb of Riyadh. She attends a state-run school for girls only and does pretty well in most of her classes. Her father is seldom home, and though he says he loves her mum dearly, the truth seems to be that he’s looking for a second wife because Wadjda’s mum hasn’t been able to give him a son. And while the mother can only think of her husband, the daughter is worried about something entirely different: she wants to buy a very nice green bike at a local store. Wadjda has befriended a young boy, Abdullah (Abdullrahman Al Gohani), who has his own bicycle, so now she wants to beat him on a race. But there are two huge problems. For starters, it is prohibited for girls to ride bicycles in Saudi Arabia — men fear it could jeopardize their virginity. And secondly, Wadjda hasn’t got the money to buy it. But there is a solution for the second problem: a Quran-reading contest at school with a prize in cash. As for the first problem, let’s say Wadjda is not exactly the kind of obedient girl who would simply leave aside her craving without putting up a fight. There are quite a few remarkable traits that make Wadjda an exceptional film, although not a superb one by any means. As it’s well known, it’s the first feature ever to be shot entirely in Saudi Arabia, and by a woman, Haifaa Al Mansour, who had to hide in a van and direct several scenes via walkie-talkie. Think that movie theatres are also banned, so the only screening of the film in Saudi Arabia was, in fact, in the premises of the US Embassy. So first and foremost, Wadjda is an straightforward indictment on the status and roles of women in an intolerant, repressive society. It’s a detailed account of many of the constraints and prohibitions they have to endure, a socially and politically conscious feature that cries for much-needed freedom. However, I believe the key issue here is the trust in the possibility of a change thanks to awareness: Wadjda’ story is a coming of age story, and as such it involves growing up and transformation. By the end of the film, she’s not quite the same girl you get to know at the very beginning. She’s learned quite a few things that would benefit her greatly in the years to come. She may look like a girl, but she’s going to be a woman anytime soon. Moreover, there’s the subplot involving her mom, who suffers the silent humiliation of unrequited love and not having a real place of her own in anybody’s life but her daughter’s. And here’s a minor flaw: the screenplay could have explored their bond deeper, considering how much there is to unveil. The same goes for the story of the Wadjda’s strict teacher, a hypocritical woman who seems to be too old to even hope for a change — even if she’s young in chronological years. But none of these missteps makes Wadjda, the film, any less compelling. They only make it less nuanced. Shot with remarkable gentleness, with a very inconspicuous camera and smooth editing, Haifaa Al Mansour’s feature says a lot in a low voice, with occasional touches of humour, and plenty of emotion — but not a hint of melodrama. It may be argued that it’s a bit sugarcoated at times, and perhaps that’s true. It sometimes gets too universal and a bit simplistic as to draw large audiences. But for the most part, Wadjda is the type of film that touches you and makes you think about a complex situation in very simple terms. And that’s to be celebrated.
Se muestra una vez más como son los comportamientos de una sociedad conservadora a través de la mirada de una niña. Es el primer largometraje de ficción hecho en Arabia Saudita. La película fue selecciona para representar al cine de este país por primera vez en los Premios Oscar, y sorprendentemente se encuentra dirigida y escrita por una mujer musulmana Haifa Al-Mansour (que realiza una dura crítica a esta sociedad y a su religión). Cuenta la historia de Wadjda (Waad Mohammed hace su debut cinematográfico), una niña de unos 10 años que vive en los suburbios de Riad (la capital de Arabia Saudita) junto a sus padres y no se adapta a esta sociedad tan tradicionalista, es bastante rebelde dado que suele ir a la escuela sin velo y en zapatillas y desde que vio una bicicleta verde (bellísima imagen de ese momento), la quiere comprar pero cuesta “800 ryales”, demasiado para juntar. Además uno de los inconvenientes es que en esa comunidad está prohibido para las mujeres usar bicicleta ya que pone en peligro su virginidad. Este es un sueño muy difícil de conseguir para Wadjda y todas las mujeres se encuentran sometidas a las leyes y a lo que les han designado por el simple hecho de ser mujeres, ella ira en contra de esto y se las ingeniara para juntar el dinero para comprar su bicicleta. Una de las tareas más difícil es conseguirlo y para eso comienza a vender distintos artículos elaborados por ella, pasar algún dato, todo para sumar dinero, hasta surge la posibilidad de ganar una suma mayor en una especie de concurso donde aquel que recite bien el Corán será el ganador y no duda en concursar. Pasa algunas horas con Abdullah (Abdullrahman Al Gohani), su amiguito que tiene una bicicleta por ser hombre, y ella lo desafía diciéndole que algún día le va ganar una carrera con la suya. Es una niña tenaz, inteligente, alegre, con un espíritu libre, le gusta la música que viene de América, ella sabe lo que quiere y se las ingeniará para lograr sus propósitos. Por otro lado muestra como otras mujeres se las ingenian para hacer cosas que están prohibidas, la madre de Wadjda tiene problemas con su marido porque no le puede dar un hijo varón, por lo tanto la puede dejar y casarse con otra (son como un cero a la izquierda), pese a que ella trabaja y vive preocupada por esta causa, además tiene problemas con su chofer que carece de paciencia y como ella no puede manejar (no está bien visto) para concurrir a su trabajo depende de este. A través de todas estas situaciones vemos como son los derechos de la mujer en el mundo islámico, tienen muchas diferencias con nuestra cultura y si recordamos había otras historias similares a esta como: "Offside" (Fuera de juego) de Jafar Panahi (Irán, 2006); “Persépolis” (2007) de Vincent Paronnaud y Marjane Satrapi nominada a los Premios Oscar y “El clon” (telenovela en el 2010) que muestra los problemas que tiene una joven de ascendencia árabe cuando se enamora de un cristiano, a todo lo que se expone, además de tocar otros temas. La película va mostrando varios detalles de cómo viven mujeres y hombres allí, como así también ciertas hipocresías, para reflexionar, muy buena dirección y guión, mostrando: las emociones, los miedos, los engaños, las mentiras, los deseos y lo sueños. Una estupenda fotografía, son muy buenas las interpretaciones del reparto, sobre todo de las dos actrices principales. Contiene escenas llenas de ternura que van reflejando sus propias vivencias y experiencias, al igual que su directora porque esta historia está basada en hechos reales dado que pertenece a su sobrina. La directora para filmar algunas escenas debió hacerlas dentro de un vehículo, ayudada con un monitor y walkie talkie, (para colmo rodeada de hombres) ya que a las mujeres no se las autoriza a hacer muchas cosas.