Podríamos decir que este film es un pariente cercano de Soy Leyenda (la de Will Smith), ya que ambas cuentan la historia de un hombre junto a otro compañero (perro/hijo), pero ésta es más comercial que La Carretera que es ...
Es difícil encontrar algo para decir sobre una película en la que no pasa nada. Basada en la novela de Cormac McCarthy, autor también de "No Country for Old Men" que adaptaron los hermanos Coen, es la historia de un padre e hijo tratando de sobrevivir en un mundo que ha sido destruido. Por que fue destruido? Nunca se sabe. Por que son de los pocos sobrevivientes que quedan? Nunca se sabe. Hacia donde se dirigen y en busca de que? Nunca se sabe. Viggo Mortensen interpreta al padre, quien encara un viaje con su hijo a través de ciudades destruidas y abandonadas, dirigiéndose al Sur. Su esposa, interpretada por Charlize Theron, supuestamente se suicida dejándolos solos. Sucios y muertos de hambre, recorren kilómetros y kilómetros en busca de comida e intentan escapar de bandas caníbales que quieren asesinarlos. Esto es la película, ellos caminado, caminando y caminando. Perdí la cuenta de cuantas fogatas hacen. Los pocos momentos de tensión se dan cuando se cruzan con las bandas caníbales, pero fuera de esto es un film lento y sin ningún sobresalto. Osea, no estamos hablando de "Children of Men". Esta dirigida por John Hillcoat, quien antes realizo "The Proposition" que tenia un ritmo similar a esta. Visualmente es impecable. Todos los escenarios creados de las ciudades desiertas y destruidas son muy reales. Hay participaciones pequeñas de Robert Duvall y Guy Pearce, a quienes cuesta reconocer debajo de tanta mugre. Son de esos films que le sacas media hora y no se nota. Seguramente hubiera resultado mejor hacer eso.
Un ánimo profundamente desolador emana de esta película basada en la novela homónima de Cormac McCarthy, que con esta adaptación y la de No country for old men, exhibe una particular impronta autoral y cierta variación narrativa entre un relato y el otro. En los últimos años nos hemos encontrado con muchas películas post-apocalípticas, muchos autores y realizadores se han dedicado a observar la descomposición actual del planeta y del ser humano. La virtud principal de The road es la de no hacer foco en las circunstancias del fin de la humanidad, asumiendo que ese aspecto lo podemos ver en muchas otras obras. La película nos muestra el esfuerzo de un padre por encontrar un lugar seguro para sobrevivir junto a su hijo. Durante todo el film vemos al padre y al hijo vagando por lugares inhóspitos, luchando contra todo aquel que se presenta delante de ellos y revelando una desconfianza suprema en lo que se ha convertido el hombre. Los sobrevivientes viajan en busca de alimento, y mientras el padre deja aflorar su violencia contenida en pos de cuidar a su hijo, éste le pide constantemente que sea solidario con el sufrimiento de los demás. The road narra el final de la humanidad desde un lugar distinto, sin preocuparse por subrayar el contexto, encarnándolo en la unión entre un padre y su hijo. Viggo Mortensen se muestra tal vez más expresivo que nunca, con una interpretación de un enorme compromiso físico, y Kodi Smit-McPhee, quien interpreta a su hijo, sólo por momentos desentona frente al resultado actoral de Mortensen. Al cerrarse al tortuoso viaje del padre y el hijo, este drama por momentos amenaza con sumergirse en su lentitud, y los flashbacks, lejos de imprimirle más dinamismo, demoran la evolución del relato. A su vez, semejante nivel de desolación, sólo templada por un tierno desenlace, la vuelve una película difícil de digerir. Sin embargo, es su abstracción narrativa lo que la convierte también uno de los relatos más esencialmente humanos que se hayan realizado sobre el mundo después del fin de la humanidad. Una película que merecía un mayor equilibrio, pero que posee enormes méritos, tanto en lo interpretativo, como en una ambientación, carente de subrayados inútiles.
Recuerdo haber visto el trailer de esta película hace varios meses atrás, y realmente me había parecido una película interesante por lo que se veía en esos pocos minutos. Pero lamentablemente, y como sucede muchas veces, el trailer poco tenía que ver con lo que finalmente fue la película en sí. "La carretera" cuenta una historia que no es para nada nueva, pero que por momentos nos plantea otros puntos de vista sobre el tema del futuro, y del "fin del mundo". De todas formas creo que daba para que tuviera varias escenas de suspenso, y que sea un poco más "rápida", y con esto no me refiero a que pretendía ver una película de acción, sino que por momentos se torna un poco densa, la historia no es muy sólida, y tiene a aburrir al espectador. Visualmente es una película bastante oscura, lo cual puede molestar a algunos, pero que también guarda cierta relación con lo que está sucediendo en la historia, así que me pareció bastante acorde al tema. Las actuaciones en general están bien, cada uno cumple con su rol dentro de la película, pero no creo que haya alguna en particular para destacar. "La carretera" es una película que prometía mucho en su trailer, pero que terminó presentando otra historia.
La Carretera está basada en la novela homónima ganadora del premio Pulitzer y escrita por Cormac McCarthy en el 2006. Como otro trabajo de McCarthy - No es Pais para Viejos - fue adaptado exitosamente al cine por los hermanos Coen en el 2007, Hollywood posó su mirada en el premiado libro del autor. Luego de varias idas y vueltas el director australiano John Hillcoat logró plasmarla y ponerla en cartelera en el 2009, recibiendo múltiples elogios de la crítica aunque - para variar - pasó desapercibida a la hora de las nominaciones al Oscar. Es un relato realmente amargo. Si hay algo que se le puede asemejar es la segunda parte de Threads (1984) o algunos momentos de The War Game (1965), que pintaban un mundo post apocaliptico con esperanza cero. Aquí el origen del holocausto es desconocido - es probable que se trate de algún tipo de plaga, ya que dejó a la tierra estéril, fulminó animales y plantas en todas partes del mundo -, y lo que queda es la lucha por la supervivencia. En el fondo La Carretera es un estudio sicológico sobre la gente frente al desastre. Cuando la catástrofe no tiene arreglo, persiste en el tiempo, lo que termina por suceder es que las personas empiezan a deshumanizarse. Sin esperanza, hambrientas, desconfiadas de las demás, las personas se transforman en depredadores de sí mismos. Este es un futuro para nada elegante. No hay héroes ni luchas épicas al estilo Mad Max; ni siquiera hay un atisbo de alguna luz al final del tunel. Frente a semejante cuadro, la gente reacciona como puede (o como le sale). La esposa que compone Charlize Theron no soporta la realidad, y abandona a su familia en busca de una muerte rápida que ponga fin a su sufrimiento. El padre - Viggo Mortensen - se aferra a la idea de que su hijo debe sobrevivir y que hay esperanza en algún lugar al sur; y el hijo, ajeno a la mayoría del horror que lo rodea, aún mantiene ciertas premisas de moralidad y humanidad que muchas veces terminan por frenar los impulsos desesperados de su padre de cometer una atrocidad con tal de sobrevivir. En ese estudio de caracteres es donde residen las mejores bazas de La Carretera, pero son a su vez el defecto de nacimiento que le impide llegar a algo más. Al ser el apocalipsis un escenario, el relato no le presta atención en explicarlo, justificarlo o lamentarlo. Al centrarse exclusivamente en los personajes y en las temibles decisiones diarias que deben enfrentar - Mortensen está siempre preparado para ponerle una bala en la cabeza a su hijo si las cosas se ponen feas -, la historia se limita a sensaciones y a algunas reflexiones, y por ello cuando llega el final no se siente como tal. Esto ni siquiera es la versión apocalíptica de La Vida es Bella, ya que Mortensen cuida a su hijo pero no le camufla el horror del mundo que lo rodea. Y lo que se le podría reprochar es que está tan ensimismado en sobrevivir cada día, que olvida entrenar a su hijo para el día en que deba manejarse por su cuenta. La Carretera es un filme que emociona a partir de la visión de los lazos entre los protagonistas. Pero también es cierto que es un filme que no va a ningún lado - cuando llega el climax, todo el trabajo de Mortensen no se pierde por una mera casualidad -, y que funciona mientras dura, por el hecho de que es una crónica de experiencias de viaje a la cual asistimos. Es triste, conmovedora, pero creo que le falta un punto final - ¿para qué sirvió todo lo que vimos y vivimos? - como para redondear una historia muy amarga pero muy bien contada.
El cine, quizás, haya nacido para anunciar el fin del mundo. Quién sabe. Melies iba a la luna e imaginaba, ayudado por la literatura finisecular, ese largo viaje que despedían las chicas del follies bergeres como una aventura posible. Para volar a otros mundos, seguro. El cine nació para eso. Para predecir el fin, quién sabe. Con el siglo XX, el cine se fue poniendo más serio, no es cuestión de historiarlos dentro de este comentario crítico, pero el desencanto, ausente en la obra de Melies, abarca buena parte de la historia de la ciencia ficción: el hombre mecanizado, dominado por la máquina, alienado en un mundo alienado. Ver Metrópolis si no. Hasta el gran desencanto que significan las grandes guerras. El futuro comienza a ser posible sólo en términos de distopiass. A poco menos de un mes del fracaso que significó el gran encuentro por el cambio climático de Dinamarca, y la escandalosa ausencia de compromisos concretos de las grandes potencias para reducir el efecto invernadero y los gases que amenazan al planeta, se estrena The road, completando un listado cada vez más frecuentado de las apocalysis movies: esta vez un cataclismo climático (terremotos más lluvias permanentes) y acentuando algo que no estaba tan claro en películas anteriores, quizas por el contexto en el que se desarrolla: la hipocresía hacia esos grandes temas. Exterminio estaba bien, Children of men, también. Hasta Leyenda está bien, al menos es conscientemente espectáculo. En cambio, en The road, Hollywood aparece preocupado. Atención. Dos horas de un gris predominante, como el mundo que se viene? Esta película al menos nos ahorra, la estatua de la libertad semienterrada, o la Casa Blanca destruida. Al menos eso. El libro original es del mismo autor de Sin lugar para los débiles, obra maestra en mano de los hnos. Coen. En cambio, este libro, que, como aquel, pone el acento en un escape se equivoca en el tono cursi, melodramático y sostenidamente vacuo: le falta “fuego interior”. No se entiende muy bien por qué este padre se empecina en viajar hacia el sur, siguiendo el mandato de su esposa muerta como si allí hubiera algo distinto a lo que lo rodea: el peligro la locura y la amenaza de hombres comiéndose entre ellos. Muchas escenas realmente efectistas con respecto a eso, lugares bastardeados: un sótano lleno de gente que espera ser canibalizado, por ejemplo, por una banda de ¿maleantes?. Muchos restos humanos. Es la última de Viggo Mortensen, con Charlize Theron, por ahi aparece Robert Duval y Guy Pearce, que según parece pretendía el protagónico. Una road movie, llena de flashbacks hacia un pasado feliz y colorido, con una voz narradora que después desaparece, y con un final que resulta peor que peor. No perderse la publicidad interna de la bebida cola más famosa of the world.
Bajoneante drama apocalíptico: Viggo Mortensen sobrevive a un inexplicado pero terrible holocausto ambiental con su hijo y deambula sin rumbo por el mundo devastado, donde los sobrevivientes se comen entre sí y de verdad no hay futuro. Perseguido por el recuerdo de su esposa muerta de manera trágica, el tipo trata de salvar lo único que le queda: su hijo. Mas triste que las últimas campañas de River.
El tema del mundo post-apocalíptico es trillado y conocido, casi siempre usado como excusa para recrear historias de samuráis o luchas entre clanes en un ámbito que sorprenda por poder desligarse del realismo histórico. ¿O me van a decir que películas como ‘Waterworld’ o la saga de ‘Mad Max’ no son eso mismo? En ese sentido ‘La Carretera’ me sorprendió mucho porque el novelista Cormac McCarthy (el mismo autor de ‘Sin lugar para los débiles’) y el guionista Joe Penhall usan el recurso para contar la relación entre un padre y su hijo. El adulto es un hombre cansado, desgarbado y paranoico mientras que el hijo, que nació en este “nuevo mundo” y no conoce ningún otro, tiene esperanzas y fe en el resto de la gente. Un optimismo que choca cada día con la dura realidad, esa donde la gente solo puede elegir entre morir de frío, de hambre o ser devorados por sus pares. Donde la mayor preocupación de su padre es que si los agarran, tener al menos dos balas, una para el niño y otra para él mismo. Un duro ambiente que el director John Hillcoat retrata con tanta crudeza como lo permite su fotografía pero con un dejo poético y melancólico sostenido por la banda de sonido de Nick Cave, ideal para el film. Los momentos de tensión son aislados pero muy efectivos y las actuaciones de Viggo Mortensen (totalmente entregado en cuerpo y alma al personaje, por lo que uno se preocupa por la salud del actor) y el niño Kodi Smit-McPhee son muy buenas y convincentes. Si no le doy más puntaje es porque así como me pareció un gran logro técnico y de actuaciones, tiene una trama que me parece que hace agua por todos lados. No es el hecho que sea simple sino que no termina de definir a que genero pertenece. Esa mezcla de ficción con drama y algo de suspenso es efectiva si se maneja bien pero cuando aparecen personajes y situaciones que solo duran unos minutos en pantalla es como que la historia se pierde, no se sabe bien a que quiso llegar ni el autor ni el guionista. Pero fuera de esa sensación, ‘La carretera’ es un drama crudo y realista que vale la pena ver.
Salvar a una pequeña gran porción del mundo salva a un hijo. A la 1:17 hrs. los relojes se detuvieron, un resplandor de luz convirtió al mundo en un lugar sin fe, ni esperanzas y la vida dejo de ser lo que conocíamos como tal. Cuesta creer que desde el año pasado se tome como referencia en tantos films la era post apocalíptica y apocalíptica. Comenzando con superproducciones como 2012, películas más chicas y de acción como es el caso de El Libro de los Secretos o de animación como cuando los muñecos de trapos y algunas máquinas eran el único legado del ser humano en Número 9, al igual que otros films que muestran virus mortales o la llegada de los zombies a este mundo. Esta vez, La Carretera, nos relata una historia aun más pequeña pero no menos importante. Un padre y su hijo deben recorrer un largo camino con menos de lo necesario para subsistir. Una carretera hacia el sur llena de peligros, gente hambrienta y una naturaleza que no existe. Un padre interpretado por Viggo Mortensen que intentará por todos los medios salvar a su hijo (Kodi Smit-McPhee) de lo que parece inevitable, la muerte. El director John Hillcoat realiza una eficaz adaptación de la novela de Cormac McCarthy, ganadora del Pulitzer y muestra a través de flashbacks como era la vida de una familia común antes del cataclismo. Un pasado lleno de luz y color que luego se transforma en un paisaje donde los árboles se encuentran muertos, la vegetación no aflora, todo es de color ceniza y tabaco e íntegramente todo parece amenazador como el mismo cielo que simula un sembradío de relámpagos. Y mientras el suicidio familiar es la solución para muchas familias, como bien dice la ganadora del Oscar, Charlize Theron, “Todas las familias lo hacen” este padre intentará mantener vivo el fuego interno de su hijo y al mismo tiempo del espectador. Además de Theron (Monster), La Carretera cuenta con la presencia de un desfigurado Robert Duvall, a quién cuesta reconocer detrás de su impecable maquillaje y que pese a su muy pequeña participación deja su huella en el film.
Un padre y un hijo, juntos contra el Apocalipsis Now Para empezar, una advertencia: aquellos que busquen en La carretera, adaptación fílmica de la célebre novela de Cormac McCarthy, un equivalente cinematográfico de la audaz y contundente poética de la obra original estarán alimentando una segura e innecesaria decepción. En este sentido, cabe advertir que los hallazgos de la película se sitúan lejos de su escritura. No en vano, su guión, obra del televisivo Joe Penhall, responde a un elemental principio de literalidad. Sin embargo, un análisis más detallado del trabajo de dirección llevado a cabo por el australiano John Hillcoat (director del western Propuesta de muerte / The Proposition) permite destilar los interesantes logros de este elegíaco film. Así, con pulso firme y esquivando hábilmente la tentación del sentimentalismo, Hillcoat abraza con naturalidad la iconografía genérica que ponía en juego la novela de McCarthy: el escenario fantástico de un mundo post-apocalíptico, el aroma a western del relato crepuscular, el terror que asoma cuando el ser humano revela su más salvaje animalidad (una pesadilla hobbesiana habitada por aprendices de zombi) y, en el corazón de la propuesta, el drama de un padre sumido en el desesperado intento por garantizar la supervivencia de su hijo. Un majestuoso Viggo Mortensen, que exhibe aquí su perfil más instintivo y melancólico (combinando lo mejor de sus trabajos para Peter Jackson y David Cronenberg), da vida a este padre que lucha por sostener el bastión moral que da sentido a la relación (de amor y respeto) que le une a su hijo. Privilegiando la acción, en detrimento de la meditación, Hillcoat aprovecha cada giro argumental para tensionar la narración y mantener en vilo al espectador, desgranando los múltiples niveles de lectura de la obra literaria (su dimensión social, filosófica, ecologista…). Como ejemplo, resulta interesante observar el modo en que el director pone en escena el ambivalente tratamiento de la religiosidad en la obra de McCarthy. Si por un lado resulta evidente que las atrocidades que rodean a los personajes (el canibalismo por encima de todas) parecen negar la existencia de Dios, la película no deja de apelar a la iconografía cristiana, de las cruces de las iglesias a la recreación de la Pietà que forma el abrazo entre padre e hijo. Comentario aparte merecen el extraordinario diseño artístico del film y las magníficas interpretaciones de los secundarios: de los irreconocibles Robert Duvall y Guy Pierce, a la sobria Charlize Theron, pasando por el siempre entonado Michael K. Williams (el Omar Little de The Wire). Mientras, en el bando de las debilidades, resulta inevitable advertir el uso excesivamente enfático de la banda sonora de Nick Cave y Warren Ellis, así como un cierto abuso del flashback. Finalmente, La carretera termina imponiéndose como una película que, consciente de sus limitaciones, sabe sacar el máximo partido de sus virtudes. (El presente texto es una extensión de lo escrito por el autor a raíz de la visión de la película en el Festival de Venecia de 2009).
“Pienso que la razón por la que estas películas empezaron a surgir tiene que ver con que nos dimos cuenta, por primera vez desde el 11-9, de que somos mortales. Vimos nuestra debilidad, vimos que no pudimos agarrar a Bin Laden, que no pudimos hacer nada. Entonces este tipo de cosas te hacen pensar que esta mierda realmente podría pasar, que realmente podemos caernos en pedazos”. Esta cita pertenece Allen Hughes, co-director de El libro de los secretos, cuando el periodista Sebastián Tabany le preguntó por la moda de films postapocalípticos, entre los que se destaca La carretera. Antes de ser una película, fue y sigue siendo la novela de Cormac McCarthy que ganó el Pulitzer en 2007. No es la primera vez que la obra de McCarthy es llevada a la pantalla grande. Espíritu salvaje fue dirigida por Billy Bob Thorton y protagonizada por Matt Damon y Penélope Cruz. Más recientemente, Sin lugar para los débiles (basada en No es país para viejos), a cargo de los hermanos Coen, ganó toda clase de premios, incluyendo el Oscar. Si bien formó parte de la Competencia Oficial en Venecia y en Toronto, La carretera hubiera merecido mejor suerte en la entrega de premios de la Academia, ya que ni siquiera fue nominada en ningún rubro. En La carretera, el mundo ha cambiado. Una guerra indeterminada lo convirtió en un cementerio de polvo, frío, horror y desolación. Un hombre (Viggo Mortensen) y su hijo (Kodi Smit-McPhee) recorren los Estados Unidos rumbo al mar. En el trayecto deberán recolectar comida, abrigo, y escapar de otros sobrevivientes, muchos de ellos devenidos en salvajes caníbales. La película es, primero que todo, un drama. Un drama acerca de un padre y un hijo tratando de salir adelante en un mundo infestado de adversidades. Incluso el contexto podría haber sido otro que la esencia de la historia no cambiaría. Por supuesto, hay momentos de tensión extrema cuando los protagonistas se topan con los otros poco amigables sobrevivientes. Viggo Mortensen tiene uno de los papeles de su carrera. Su personaje es una especie de guerrero estoico, un luchador que sigue adelante para proteger a su primogénito. Como pasaba luego de ver a Denzel Washington en la mencionada El libro..., es posible pensar que Viggo hubiera sido (o podría ser) el Robert Neville definitivo en alguna adaptación de Soy leyenda. El resto de elenco no desentona. Robert Duvall, Charlize Theron y Guy Pierce aparecen durante muy pocos minutos, pero sus actuaciones son vitales y contundentes. La revelación: Kodi Smit-McPhee. Un pequeño actor con un futuro interesante, ya que pronto lo veremos en la versión estadounidense de Criatura de la noche, aquel excelente film sueco estrenado el año pasado. Ni el guionista John Penhall ni el director australiano John Hillcoat traicionan el material de McCarthy, ya que la película parece el libro filmado. Incluso aquí tampoco se explica por qué sucedió lo que sucedió. Hillcoat también cuenta la historia sin estridencias, poniendo énfasis en el padre y el hijo, en el mencionado drama. Es verdad que un director como Michael Bay la hubiera filmado fiel a su estilo, plagado de acción y explosiones. También es verdad que el Steven Spielberg de La guerra de los mundos o el Alfonso Cuarón de Niños del hombre hubieran hecho, con ese mismo material, una de las mejores películas de todos los tiempos. Con esta afirmación no se pretende desmerecer el trabajo de Hillcoat (de hecho, su desempeño detrás de cámara acaba de ser elogiado). Sin embargo, el uso de música incidental —a cargo de Nick Cave—, y de flashbacks y de voz en off, restan a la hora de plasmar la desolación absoluta. ¿Un comentario caprichoso por parte de un servidor? Es posible. Lo cierto que, aún en medio de un Mundial, La Carretera merece ser vista. De paso, sirve para pensar en cómo este mundo podrido puede hundirse más y más si no hacemos algo al respecto.
Son Leyenda Estrenada en el último Festival de Venecia, La Carretera (The Road, 2009) se podría encuadrar dentro del cine apolíptico más tradicional. Pero la concepción de héroe involuntario y mundano cuya única lucha es por la supervivencia propia y de su hijo la ubican más cerca de las tragedias y distopias más importantes de la literatura mundial. Basada en la novela ganadora del premio Pulitzer 2007 The Road, la quinta película del australiano John Hillcoat - el mismo de la muy interesante The Proposition (2005), editada aquí en DVD un par de años atrás como Propuesta de Muerte – transcurre en un futuro atemporal aunque no demasiado lejano donde el mundo tal como era es apenas un recuerdo: Gris, desolador, embadurnado de pestilencias, Estados Unidos es el imperio del libertinaje y de la supervivencia a toda costa. Allí andan un padre y su pequeño vástago, desprovistos de todo materialidad que los vincule con ese pasado cercano aunque de imposible retorno. Parecen caminar sin rumbo, atentos a los caprichos del camino, pero no. La concreción del objetivo particular y constante (sobrevivir) los llevará hacia la meta: la costa este. Al igual que el libro de Cormac McCarthy, La Carretera hace culto al racionamiento de información como elemento fundamental de la narración: Apenas sabemos la existencia del vínculo filial entre el hombre y el nene, seres sin nombres ni apellidos, sin oficios ni gustos, sin explicaciones que construyan un backgroud de su actualidad; y que alguna vez el padre estuvo casado con una bella mujer, la madre de su hijo. Ese pequeña porción del pasado se corporiza mientras el hombre duerme en un relación sueño-soñador al menos extraña: esa vida que se vislumbra colorida y feliz, bien distinta a la gris monocromática que rige el sentido visual actual, no funciona para él como un escape a la lucha diaria por la supervivencia sino que, por el contrario, es una auténtica pesadilla: se despierta sobresaltado y agitado, con la pesadumbre propia del que tiene un subconsciente activo y la certidumbre de que los recuerdos son un lastre emocional. Es el primer síntoma de la aceptación de esa nueva vida, la del itinerante eterno desarraigado de su origen. Ese resignación al nuevo estatus hace que La Carretera trabaje la empatía entre personaje-espectador fuera del cánones tradicionales del género. A diferencia de Soy Leyenda (I Am Legend, 2007) o El día después de mañana (The Day After Tomorrow, 2004) donde el conflicto narrativo giraba en probidad del protagonista de turno a la hora de la salvación o no del mundo, McCarthy y Hillcoat saltean esa etapa y la ubican como parte de ese pasado que el protagonista anhela evadir. Es así que éste no es un héroe tradicional en cuanto a la no-ocupación de un lugar fundamental en la salvación del mundo. Tanto el destacado científico militar que era el Robert Neville de Will Smith como el prestigioso meteorólogo Jack Hall de Dennis Quaid sabían que el futuro de la sociedad tal como lo conocían dependía de sus sapiencias y habilidades, aceptaban con valentía y orgullo esa posición que implica la concepción más griega y literata de héroes voluntarios. Aquí esto no ocurre: el hombre pugna, lucha y llora movido no por el bienestar mundial sino por la integridad física de su hijo, sabe que su condición mundana y terrenal le impide un accionar concreto con el inexorable discurrir de la realidad, es un héroe que reniega de su condición y que presumiblemente nunca quiso ocupar esa desdichada posición. Sí en cambio, La Carretera bebe de la vertiente más tradicionalista de la concepción del héroe cuando el protagonista marcha hacia un desenlace cuya conocimiento previo no impide su variación. El destino trazaron su destino y él tan solo debe marchar hacia él, el corrimiento es imposible: sabe que se dirige hacia un final tan inexorable como predecible pero poco puede hacer para evitarlo, tan sólo debe marchar hacia él con el pecho erguido y el orgullo en alto. Gran parte de esta interpretación es posible gracias a ese gran actor de tardía aparición que es Viggo Mortensen. Descubierto una década atrás con el protagónico en la trilogía de El señor de los anillos, el “chaqueño” (vivió entre los 2 y 11 años en aquella provincia del norte argentino) que explotó a la inversa que la parquedad de sus personajes implosionaban en Una historia Violenta (A History of Violence, 2005) y Promesas del Este (Eastern Promises, 2007) ambas del canadiense David Cronenberg, entrega una actuación tan intensa como verídica, es un hombre otrora pacífico devenido en fiera salvaje que se guía más por instinto que por la mente, más por el corazón que por la razón. Viggo Mortensen es el último gran héroe.
El viaje hacia ninguna parte Viggo Mortensen es un padre que recorre con su hijo las rutas de un mundo post-apocalíptico en esta adaptación de la novela de Cormac McCarthy. Cada día es más gris que el anterior y cada semana más fría, mientras el mundo lentamente muere”, dice El Hombre en la voz en off que recorre La carretera , la post-apocalíptica película de John Hillcoat basada en la premiada novela de Cormac McCarthy, el escritor de Sin lugar para los débiles . El texto ha sido modificado del original –la prosa de McCarthy es en extremo poética, imposible de ser puesta en palabras-, pero la idea es clara: el mundo muere y hay muy poco que El Hombre y su Hijo pueden hacer más que sobrevivir. Pero, ¿cómo?, ¿por qué?, ¿a qué precio? La carretera imagina un mundo devastado por algún tipo de cataclismo no explicado. Puede haber sido natural o causado por el hombre, lo cierto es que las ciudades están abandonadas, los árboles caen y mueren, el sol casi no sale y la raza humana se ha prácticamente extinguido. Los pocos sobrevivientes siguen recorriendo rutas casi sin destino: buscando comida, tratando de evitar a lo que consideran la mayor plaga, los caníbales, escapando del fin del mundo o acaso yendo hacia él. El Hombre y el Niño (Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee) han dejado atrás, hace años, una vida familiar que el filme pinta como idílica en escenas que no están en la novela y que sirven, si se quiere, para alivianar un poco el denso y fatalista recorrido del filme, además de dotar de un rasgo humano y reconocible al drama. Hubo un tiempo que fue hermoso, con una Madre (Charlize Theron) y un futuro posible, pero todo eso concluyó. Y ahora sólo queda seguir el viaje hacia ninguna parte. Para el padre, hay dos objetivos: llegar hasta la costa esperando encontrar allí algo, y proteger al hijo, aunque eso implique matarlo antes que entregarlo a potenciales zombies que comen todo lo que encuentran a su paso. Y un tercero: hacer ese recorrido siendo parte “de los buenos”, de los que “llevan el fuego”, los que conservan eso que los hace humanos. Con el paso del tiempo y las complicaciones del viaje, será difícil saber cuál es el límite que separa a “buenos” de “malos” en una descarnada y paranoica lucha por la supervivencia. El australiano John Hillcoat, director del western Propuesta de muerte , consigue trasladar visualmente –con la ayuda del director de fotografía español Javier Aguirresarobe y de los diseñadores de producción- el clima ominoso de la novela de McCarthy. El mundo es un lugar desolado y desesperante, desprovisto de luz y de color, frío, amenazante y gris, siempre gris. Y también es muy respetuoso del laconismo de la novela. Pocas palabras, pocos incidentes: con transmitir la angustia y lograr que el espectador se conecte con ese padre y ese hijo alcanzará para que el asunto funcione. Hillcoat no llega a transformar a La carretera en una obra maestra (alguien decía que haría falta un Tarkovsky para lograrlo) ni para convertirla en una película amable o accesible. Se puede decir que es una película de terror, pero sin casi ninguno de los elementos típicos del género. Es un terror palpable, de miedo a la soledad, al silencio, al fin de las cosas. Pura angustia. Pero en el fondo, y más allá de la circunstancia, se podría decir que el filme y la novela tratan sobre la relación entre un padre y su hijo, sobre lo que uno está dispuesto a hacer por el otro, sobre ese lazo de protección que puede transformarse, sin quererlo, en una trampa. Viendo enemigos en todos lados, eligiendo la confrontación como ideología para sobrevivir, el padre intenta llevar a su hijo a través del desierto hacia la Tierra Prometida, pero sabiendo que el destino es incierto y aún más para él. Si hay un futuro -y quien sabe si lo hay-, será para los que logren ver el mundo con ojos nuevos.
A fines del año pasado cuando surgieron las primeras noticias de La carretera se genéro una gran expectativa por esta adaptación de la novela de Cormack McCarthy. Inclusive se la mencionó como una de las grandes candidatas para los Oscars de este año algo que no llegó a suceder, ya que no tuvo repercusión en las entregas de premios y su estreno en Argentina se demoró varias veces. La película encuentra sus virtudes en el trabajo de fotografía y la interpretación de Viggo Mortensen, quien es el que más se destaca en el reparto. Al margen de estos puntos el film es un bodrio que califica entre las peores historias apocalípticas que se conocieron en el último tiempo. La trama no tiene tanto que ver con el fin del mundo, sino con el fin de la sociedad tal cual la conocemos. Una temática que George Romero y John Carpenter trabajaron en el pasado pero como hacían películas plagadas de acción o escenas violentas a la crítica tradicional le llevó una vida tomarlas en serio. Dentro de este estilo de relatos estos directores brindaron propuestas que al menos lograban engancharte con los problemas que atravesaban los protagonistas y el conflicto en general. El tema es como que no tiene acción o grandes momentos de suspenso para algunas personas es más artística, cuando en realidad es un embole pretensioso que te deja totalmente indiferente ante las situaciones que atraviezan los personajes principales. La carretera es una larga tortura de 111 minutos donde se presentan a los buenos, los malos (los caníbales) y una serie de situaciones que no tienen explicación, ya que la historia tampoco brinda mucha información sobre lo que ocurrió en el escenario donde se desenvuelven los aburridos personajes de McCarthy. Es una película que no va a ninguna parte. No es entretenida, tampoco aborda ninguna reflexión en particular y por eso desde lo emocional no genera nada porque es difícil conectarse con los personajes por la manera en que se encaró el relato. De todas maneras, para los que se enganchen con una historia densa y ultra deprimente esto es como pasar un día en un spa.
Darwin en tonos grises. Las películas post apocalípticas habitualmente rescatan la épica de su personaje central, tomemos un ejemplo cercano, el Robert Neville que interpreta Will Smith en Soy Leyenda la novela de Richard Matheson adaptada al cine con elegancia y poderío visual por Francis Lawrence en la cual se pone en juego la ilusión de su personaje de encontrar una cura y poder rescatar al mundo, los casos de héroes familiares como Dennis Quaid en El Día Después de Mañana o Tom Cruise en Guerra de los Mundos y defensores de su grupo de pertenencia como Cillian Murphy en Exterminio nos indican que el cine siempre busco a un protagonista masculino que rescate la epopeya para relatar una historia de lucha contra una situación adversa. Generalmente el personaje triunfa, convirtiéndose en paradigma de la esperanza ante momentos que parecen no tener salida. El australiano John Hillcoat definitivamente rompe ese modelo y en La Carretera nos entrega un panorama totalmente desalentador y desolador como su imponente fotografía gris lo indica (un enorme trabajo visual de Javier Aguirresarobe) donde Hillcoat eliminó la barrera de toda moral en un mundo ya sin salida alguna. El momento cero de la narración remite al ultimo momento previo al Apocalipsis, un momento colorido, lleno de vida, con la rubia cabellera de Charlize Theron iluminada y Viggo Mortensen acariciando el pelaje de un caballo es la única gota de esperanza que muestra Hillcoat a lo largo del film, el Australiano quiere hacer una película triste y llena de muerte, pero quiere recordarnos que un mundo que el hombre amó existió alguna vez. Tras un plano de una puerta que se cierra a ese mundo, a esa vida, nos sumerge en el más profundo de los terrores, en el miedo a la nada misma. Aquí los protagonistas son anónimos, la decisión del director de que no existan nombres no es en vano. Padre e Hijo sobrevivientes de la familia deambulan por los restos de una sociedad que ya no existe (vemos en un momento como caminan sobre dinero, ejemplo claro del fin de la sociedad) y solo pretenden ir hacia el sur y no sufrir mas del extremo hambre. Aquí el proteccionismo del padre hacia el hijo no pasa por la épica de los ejemplos de películas anteriormente mencionadas, aquí el sentimiento de defensa pasa por promesas de asesinatos y suicidios para no caer en manos de hordas de caníbales arrasados por el hambre. Es impactante el momento que con total naturalidad el padre le explica al hijo como debe suicidarse. El hambre devasta y rige el comportamiento de los protagonistas, Hillcoat decide filmar una película de una fisicidad extrema, expone los cuerpos de padre e hijo como piel y huesos (increíble el esfuerzo físico de los actores para encarar estos roles) y muestra la degradación corporal en la ausencia de limpieza y de cuidados mínimos. La falta de alimentación supone una degradación completa de los deseos. Recién luego de encontrar un bunker lleno de comida y tener una buena cena el padre fantasea en su memoria con una escena sexual con su esposa muerta. Es imposible concebir el deseo estando famélico, el director australiano filma la pirámide de Maslow en estado puro. La road movie avanza, los personajes buscan un mar que no saben si será o no azul, buscan salir del gris perpetuo pero sin esperanzas, sin certezas mas allá de que morirán inexorablemente, a pesar de diálogos entre padre e hijo sobre quienes son los buenos y los malos no hay ambigüedad moral posible: todos matan para sobrevivir al menos un tiempo mas y sobrevive el mas fuerte y el que pudo comer algo. La visión final de angustia y muerte mantienen el registro de la puesta en escena, no hay momento feliz solo dolor físico, agudo y desencarnado y un sufrimiento perpetuo. A esta cita cinematográfica falta la épica, esta ausente y esa ausencia convierte a esta película en una interesante rareza dentro del género digna de ser mirada y pensada. Quizás el poder observar como el cine vuelve a sus fuentes y también el genero post apocalíptico puede convertirse en un registro casi documental sobre la supervivencia humana.
Letanía del hombre que está solo y pelea En un mundo devastado por un evento catastrófico del que no hay muchas noticias ni explicaciones, un hombre (Viggo Mortensen) y su hijo (Kodi Smith-McPhee) transitan las carreteras desoladas de un país que ha quedado reducido a cenizas, en busca de la costa. Hace ya mucho tiempo que el hombre olvidó lo que era una existencia feliz, rutinaria, el proyecto de un futuro. Hace apenas unos meses que se ha decidido a caminar para buscarle un futuro a esa criatura a la que a veces trata con cierto desapego, pero que le es animalmente propia, como una extensión de esa antigua vida que se hizo cenizas. Fuego, polvo, oscuridad y silencio son los elementos que acompañan a los personajes a lo largo de un camino donde cualquier alteración de la rutina constituye una potencial amenaza. Ante todo, el hombre lucha con sus propios demonios para mantener la cordura y sostener en su hijo el embrión de una cultura que se perdió después del holocausto. Los extraños en el camino pueden ser orates o caníbales, casi sin excepción; la premisa será sobrevivir pero no al costo de perder la propia humanidad. La única salida para una vía cerrada debe ser la muerte. Padre e hijo se han preparado para ese día que esperan que nunca llegue. Mortensen confirma que sus nominaciones recientes a diferentes premios no son en vano, en un rol que desafía de una forma compleja su capacidad en tanto él mismo es padre; puede parecer una observación menor, pero si tenemos en cuenta el tono del drama, el argumento y el devenir de los protagonistas, se revela lo más crudo de la historia de Cormac McCarthy como un poderoso motor de evolución y cambio a lo largo de la trama. Con una solvente puesta en escena y un par de clímax bien graduados que contribuyen a una visión más amena (recordemos que ante todo se trata de un relato durísimo de supervivencia, que apela a lo más profundo de la conciencia y la ética humanas), el realizador John Hillcoat consigue transmitir al espectador angustia e interés en la medida justa. Hacia la mitad, se pierden los únicos vestigios de efectismo y la historia tiene que sostenerse por la plena labor de los actores. Caminar con ellos por este mundo de pesadilla puede volverse una experiencia abrumadora y reveladora al mismo tiempo. Muy recomendable.
Padre e hijo en el post-Apocalipsis Lo mejor del film hay que buscarlo en la magnífica composición de Viggo Mortensen, cada vez mejor actor. En el principio, fue la novela. Celebrada unánimemente por la crítica estadounidense y premiada con el Pulitzer, La carretera llevaba marcado a fuego en sus páginas su inminente destino cinematográfico. Sobre todo después del salto a la popularidad que dio la literatura de Cormac McCarthy a partir de la adaptación de los hermanos Coen de Sin lugar para los débiles, premiada a su vez con la estatuilla de Hollywood. La combinación Oscar-Pulitzer debe haber sido, sin duda, muy tentadora a la hora de armar el proyecto. Es verdad que la novela, con su impiadoso retrato de un mundo post-apocalíptico, surcado por un padre y su hijo al borde de sus fuerzas, que tratan apenas de sobrevivir el día a día, no es el tipo de material que prefiere la gran industria del espectáculo. Pero a veces el prestigio también paga. Lo que quizá no se tuvo demasiado en cuenta fueron las dificultades intrínsecas de la novela, que son más de las que parecen. Hay algo engañoso en The Road, la novela: su prosa seca, despojada, lacónica; sus diálogos cortantes como cuchillos; su trama lineal con apenas dos personajes y su precisa descripción de un paisaje agónico pueden hacer pensar, en primera instancia, que es relativamente fácil de adaptar al cine, que basta apenas con agarrar el libro tal como fue publicado y filmarlo página por página, sin necesidad de pasarlo por el tamiz de un guión o de una idea de puesta en escena. La paradoja de la novela de McCarthy, sin embargo, es que esa materialidad esencial de su texto, contrastado con un escenario correspondiente al género fantástico, provoca un efecto metafórico: lo concreto aspira a representar lo universal. Con el film dirigido por el australiano John Hillcoat sucede exactamente lo inverso: al preocuparse antes por su contenido que por su estilo, la película termina desnudando aquello que quizá sea el aspecto más discutible de la obra de McCarthy, esa suerte de humanismo trasnochado que trasunta la novela, ese lastre simbólico-religioso que el relato carga como una penitencia. En una adaptación por lo demás fiel, las pocas variaciones que introduce el film en relación al texto no parecen las más felices. La novela transcurre en un agobiante tiempo presente que hace aún más angustiante la travesía de ese padre y su hijo en busca de abrigo y alimento, en un mundo cada vez más frío, yermo y hostil. La película no pretende aligerar la gravedad de ese viaje, pero lo matiza con una serie de flashbacks donde el padre (Viggo Mortensen) sueña con su mujer (Charlize Theron), la madre de su hijo (el debutante Kodi Smit-McPhee). Esos recuerdos tienen la función de darle mayor información al espectador, de completar la historia que McCarthy había dejado, deliberadamente, librada a la imaginación del lector: ¿cómo empezó el Apocalipsis?, ¿había nacido ya el niño?, ¿cuándo y por qué desapareció la madre? Ese trabajo la película ya lo entrega hecho de antemano. Lo mejor del film hay que buscarlo en la magnífica composición de Viggo Mortensen, que se revela cada vez mejor actor. Desde sus dos excelentes protagónicos con David Cronenberg (Una historia violenta, Promesas del este) se sabe que Mortensen es mucho más que el héroe de Hollywood que comenzó siendo. Pero aquí, desprovisto de un director de la talla de Cronenberg y enfrentado a un personaje que corre el riesgo de ser apenas una idea (nunca se sabe su nombre, por ejemplo), Mortensen se ocupa de infundirle verdad, sustancia y carnadura, mientras sus ojos glaucos parecen reflejar el terror de tener que abandonar a su hijo a un mundo sin futuro. Una fugaz aparición de Robert Duvall, casi irreconocible en la piel de un viejo harapiento que también recorre La carretera en busca de un día más de vida, aporta a su vez su propio momento de bravura. Para quienes se sientan sorprendidos por el final de la película y piensen que se trata de una concesión de Hollywood a su público hay que advertirles que es igual al de la novela, solamente que la literalidad que supone la puesta en imágenes de ese repentino optimismo lo vuelve aún más inverosímil.
Una película cruda y perturbadora La carretera, con Viggo Mortensen, es también un tratado filosófico y ecologista Uno de los temas predilectos de Hollywood son las historias apocalípticas: Niños del hombre, Exterminio, Guerra de los Mundos, Soy leyenda, Cloverfield: Monstruo, El día que la Tierra se detuvo y 2012 son sólo algunos de los múltiples ejemplos recientes. En esa misma línea, pero con una apuesta estética y narrativa completamente distinta, se inscribe La carretera , transposición de la novela de Cormac McCarthy ganadora del premio Pulitzer 2007. En las antípodas de Sin lugar para los débiles , adaptación de otro libro de McCarthy que le permitió a los hermanos Coen obtener varios Oscar, La carretera es una película sin la veta irónica de aquel thriller y con una propuesta visual y una estructura formal mucho más arriesgada. En un futuro cercano y bastante reconocible, el planeta ha sufrido todo tipo de cataclismos que han arrasado con prácticamente cualquier vestigio de vida. Casi sin agua y sin comida (la contaminación ha hecho estragos), en medio de un invierno desolador, los escasos sobrevivientes (y aquellos que no han optado por el suicidio) deambulan en grupos armados sembrando el caos y el terror: ya no hay reglas, límites ni moral. Un hombre (Viggo Mortensen) y su hijo de 11 años (Kodi Smit-McPhee) viajan a pie con un carrito de supermercado cargado con unas pocas pertenencias, entre ellas un rifle con sólo dos balas. A partir de una narración en off (tan lúgubre como el tono del relato) y de varios flashbacks, iremos conociendo la trágica historia que han tenido que soportar. El amor que todavía se profesan y el deseo de sobrevivir incluso frente a las situaciones más extremas son lo único que los mantiene unidos. Tras su debut con el interesante western Propuesta de muerte , el talentoso director australiano John Hillcoat se arriesga aquí en todos los terrenos con muchos más logros que traspiés. A partir de una sólida estructura narrativa que pendula en el tiempo, va deconstruyendo la historia de esa relación padre-hijo y el contexto en el que se desarrolla. A nivel estético, el realizador prescinde prácticamente del color para utilizar junto al notable director de fotografía español Javier Aguirresarobe una paleta dominada por los grises y los tonos sepias a-lo-Alexander Sokurov. El diseño visual a la hora de presentar el universo posapocalíptico de esta fábula es extraordinario (siempre funcional al relato), al igual que la climática banda sonora de Nick Cave y Warren Ellis. En el terreno dramático, prefiere concentrarse en la construcción psicológica de los personajes y prescinde de las grandes escenas de acción con los habituales golpes de efecto del cine de Hollywood. Y, en cuanto a la dirección de actores, Hillcoat consigue un conmovedor trabajo de Mortensen y de cada uno de los intérpretes secundarios (Charlize Theron, un irreconocible Robert Duvall, Guy Pearce y Molly Parker, entre otros). La película -cabe la aclaración- es cruda, por momentos muy perturbadora en su exposición y reflexión sobre la degradación moral (hasta aborda cuestiones extremas como el canibalismo), pero también resulta un tratado filosófico, sociológico y ecologista con un dejo esperanzador sobre los rasgos de humanidad, sobre los sentimientos más profundos e intensos que surgen incluso en las circunstancias más aterradoras, allí cuando parece que todo está perdido.
El fin de los días Basada en la novela "The road" del escritor estadounidense Cormack Mc Carthy y ganadora del premio Pulitzer en el año 2007, La carretera puede encuadrarse dentro del ámbito de los relatos post-apocalípticos como la reciente El libro de los secretos, aunque trasciende –narrativamente hablando- ese terreno para abrazar un combo de géneros cinematográficos bastante ecléctico: el melodrama familiar, el western urbano y ciertos tópicos del cine de terror. A partir de una puesta en escena concentrada en las ruinas que ha dejado un cataclismo de dimensiones importantes destruyendo a casi toda la civilización, la trama se enfoca en las peripecias que debe sobrellevar un padre (sensacional Viggo Mortensen) junto a su hijo (Kodi Smit- Mc Phee) en una constante lucha por la supervivencia, que tras la muerte de su madre (Charlize Theron, sobria) se hace aún más problemática y conflictiva frente a un entorno plagado de hostilidad y peligros. El director John Hillcoat, quien ya había demostrado una interesante desempeño en el atípico western The proposition (2005) concibe un film desolador y emotivo que no necesita de espectaculares efectos ni de coreografías de acción para sostener una atmósfera de gran tensión dramática, en la que la amenaza del canibalismo siempre llega como indicio más que como idea medular para no recaer en la morbosidad gratuita. Por otro lado, pueden encontrarse en esta suerte de lucha dialéctica entre la fe y el nihilismo planteos acerca de la religión y la existencia humana. El tiempo adecuado para la reflexión y la sobria elección de los diálogos para despojar de parlamentos altisonantes a una historia trágica que no precisa de grandes golpes de efecto, es otra de las virtudes de esta película. En algunos tramos las reminiscencias a las películas de zombies resultan más que evidentes así como la incursión de ciertos tópicos afines al western como la territorialidad, la autodeterminación y el constante coqueteo entre lo instintivo y la razón, sin dejar desprovisto el melodrama que hace hincapié en la relación padre-hijo por sobre todas las cosas. A esa sumatoria de aciertos que se reflejan gracias a la buena elección de un elenco encabezado por Viggo Mortensen pero que cuenta con grandes secundarios como Robert Duval y Guy Pearce, entre otros, se le debe sumar un final poco complaciente y de una honestidad que para los tiempos que corren parece difícil alcanzar sin realizar concesiones o estar sujeto a los humores de una industria cada vez más conservadora y errática como el Hollywood de hoy día.
Todos aquellos que esperen de La Carretera (The Road, 2009) una suerte de western apocalíptico saldrán sumamente defraudados de la sala: más bien estamos ante un drama humanista que por ambientación se acerca a los relatos más amargos de postguerra. Muy lejos de la parafernalia hollywoodense aunque recuperando todos los lugares comunes del formato, la película apenas si propone un viaje mínimo de supervivencia que demarca la delgada línea que separa a la fuerza vital del colapso psicológico. La gran actuación de Viggo Mortensen compensa los tropiezos de Kodi Smit-McPhee y le da sentido a un film bastante lánguido que en manos de un equipo creativo más talentoso podría haber sido extraordinario…
Sos mi dios The road es una película marrón. Marrón y polvorienta. El mundo, tal como lo conocemos, el mundo de las sociedades organizadas y de las ciudades y las comunicaciones y de la relativa disponibilidad de cosas materiales se terminó. El punto de partida de The road ya es atrapante, porque sugiere que como no hay más comida, no hay más moral. O por lo menos que la moral por momentos, a fuerza de abstracta, se vuelve ridícula (“Papi, ¿nosotros somos los buenos?”). Como una contracara realista, física, de 2012 (que me parece gloriosa, pero en 2012 los cuerpos no estaban expuestos al peligro más que visualmente; John Cusak podía correr delante de una grieta que se abría en el suelo y pegar un salto para subirse a una avioneta, siendo un hombre común, y a fuerza de exageración todo era verosímil), The road es un relato tan agarrado a contar la supervivencia de los cuerpos con escenas casi mudas que toda la posible mística-moral bobalicona y trillada es expulsada para afuera. Porque The road podría ser una película sin diálogos, y no estaría mal: no haría otra cosa que reforzar la idea de que acá se trata de contar algo que es mucho más serio. Un padre y un hijo sin nombre, abandonados por la madre en un fin del mundo que se prolonga demasiado, salen a la ruta. “Vamos al sur”, es la consigna, pero en el sur muy probablemente no haya nada. Se trata de moverse porque la que viene pisando los talones es la muerte, en la forma de bandas armadas que se comen a los que encuentren vivos o de falta absoluta de comida. Ellos, concientes de que en cualquier momento se termina y de que es mejor meterse un tiro en la boca que dejarse comer vivos, llevan un revolver con dos balas. El padre, como todo padre, trata de preparar al hijo para cuando no esté, pero preparar en este caso quiere decir saber cómo matarlos a los dos si llega a ser necesario. La intensidad de la relación entre ellos dos, de más está decirlo, es absoluta, unidos por ese poco de vida que persiguen y por esa muerte que llevan encima. Ellos están sucios, tienen la ropa destrozada y están un poco locos (¡la mirada de Viggo, santo desquiciado!). El desamparo es absoluto, y por si el espectador se acostumbrara a verlos mugrientos y al borde del desmayo en ese mundo destruido, una serie de flashbacks que son recuerdos del padre muestran a la mamá. O mejor dicho, muestran en el cuerpo de ella, tirado al sol o acurrucado en un auto, una calidez que se perdió para siempre. Entonces tenemos al padre y al hijo que se cuidan y tenemos una película de un suspenso terrible, que logra intensidades sorprendentes a fuerza de contrastes. Porque el mundo de The road está tan bien establecido y es tan nítido que en un momento, cuando los vagabundos encuentran un sótano y en el sótano estantes llenos latas de comida que iluminan con un encendedor, ese pedazo del mundo nuestro y cotidiano se vuelve totalmente extraño, y es el paraíso. Y cuando el padre prende un cigarrillo después de la cena, de pronto parece humano. Ahí, por primera vez, medimos el espesor del drama en el hecho de que alguna vez esos pordioseros que vagan en un mundo hostil fueron nosotros. Chapeau, Monsieur Hillcoat, por meternos en el mundo de su película, no con piedad, sino con detalles de cine. Pero la piedad también está, y está muy bien porque se sostiene en la cara de loco de Viggo Mortensen, que llora todo el tiempo, él, que a diferencia del hijo también carga la mochila del recuerdo. Porque el personaje es todo el tiempo padre pero también es un hombre, y en unos pocos momentos que la película le concede para estar en soledad, lo vemos hacer un camino que es acaso el inverso al del hijo. Primero, cuando se deshace de la foto de la mujer y del anillo en una autopista gris –olvidarse de ella también es cuestión de supervivencia- y después cuando se encuentra con la casa en la que creció, hecha una ruina, cubierta de cenizas. Ahí, da vuelta uno de los almohadones floreados que quedó sobre un sillón, y la sorpresa más increíble espera del otro lado: un poco de color que sobresale de ese mundo gris, el verde y el dorado del estampado de esa tela que quedó boca abajo, conservados intactos. Y con ese color, un testimonio irrefutable de que el pasado estuvo ahí, y de que fue mejor, y la sonrisa de él ante el recuerdo. Una disgresión: la relación con el pasado y con la pérdida es ambigua. Hay cosas que necesitan olvidarse, porque iluminan tanto que el contraste es demasiado doloroso; hay en cambio un nivel de brillo tolerable que es el de la infancia. Acá, como en Camino, existe una vitalidad en la imaginación del hijo -que se pregunta cómo será el mar- que al padre le está vedada, porque para él el paraíso quedó en el pasado. Pero hay que seguir viaje. El camino del padre es hacia atrás, entonces. Primero, el olvido de la mujer, después la infancia, y finalmente una muerte tranquila, hechos los ritos que había que hacer, en una playa. Lo digo una vez más: The road es buen cine porque logra que la felicidad sea un poco de color en el estampado de un almohadón, o la sensación de abrigo del pullover de una mujer que se acurruca en el asiento de un auto. También es una película al ras del suelo, en la que el amor es envolver al otro, y la poca moral que sobrevive se reduce a decidir qué como y qué no como, al punto de que al padre, que había dicho algo así como que el hijo era todo para él, que era su dios, el hijo le dice a su vez, cuando ya es un cadáver, como última despedida: “Te prometo que te voy a hablar todos los días”. Porque en esta película sin dios, cada uno es el dios del otro, un dios que sostiene a su vez esa otra cosa –sí, la vida- que importa más que nada porque no necesita justificación en este mundo sin ideas.
La película "La carretera" es el extraño caso de un excelente filme, sobre todo porque supo hacer una adaptación fiel de la novela en que se inspiró. Es, también, una película que resulta pesada, cargada de pesadumbre, difícil de asimilar y, sobre todo, un canto a la dignidad humana sintetizado en el vínculo entre un hombre y su hijo recorriendo la carretera de un país (¿o planeta?) desvastado no sólo en términos geológicos sino también humanos. Estas mismas sensaciones son disparadas sobre el lector por la novela del estadounidense Cormac McCarthy. Por esto, seguramente, la novela del autor de "En la frontera" y "Ciudades en la llanura" más que una fuente de inspiración fue para el director Hillcoat una joya literaria a traspasar al lenguaje del cine tomando el mayor de los recaudos a fin de que ni siquiera sufra un rayón en el intento. Así, la película que uno se imagina mientras lee la novela de Cormac McCarthy será, casi con seguridad, la que verá en la pantalla grande. La atmósfera minimalista, el aire sucio, los bosques grises o gélidos, los suelos ásperos y la frialdad de los movimientos distanciada del melodrama pero, página a página y cuadro a cuadro, siempre al servicio de la historia: es decir de un futuro de pura incertidumbre ligado al presente sólo por el miedo y el deseo de llegar a, quizá, ninguna parte. Los temores del padre en esta historia pueden ser los mismos miedos de nosotros como padres: el peligro y la muerte acecha al más pequeño. Y ese lazo tan fuerte que une al padre con el hijo en un contexto de situación límite –la más cruda supervivencia– hasta puede ser un duro cachetazo a los padres e hijos de hoy, inmersos, muchas veces, cada uno en su propio mundo virtual y egoísta. "La carretera" trata de la odisea de un padre y un hijo (Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee) vagabundos y sobrevivientes en una tierra devastada por un cataclismo, de cómo luchan por mantenerse vivos –anto frente al hambre como a las bandas de caníbales– o por retrasar la inevitable muerte, y también por llegar a la costa marítima del sur. Con un argumento parecido, cabe señalar, el cine produjo varios bodrios futuristas, con escenas desmedidas de acción y lacrimógenas. Para quien no leyó la novela de Cormac McCarthy, la película le resultará también tan excelente como pesada, cargada de pesadumbre, difícil de asimilar y gris, muy gris, bajo las tristes melodías de Nick Cave. Muy buenos trabajos del dúo protagónico y de Charlize Theron en los varios flashbacks con su contraste luminoso y colorido.
Cuidada adaptación de la novela de Cormac McCarthy, sobre la odisea de supervivencia de un padre y un hijo en un futuro no demasiado remoto, en medio de un cuadro postapocalíptico. “Se trataba de reflejar una relación muy íntima y muy intensa entre un padre y un hijo en una situación desesperante”, aclara el australiano John Hillcoat. El libro original se basó en la propia experiencia de McCarthy con su hijo. Se filmó en condiciones climáticas muy duras, con exteriores en Luisiana, castigada por el huracán Katrina, las minas abandonadas de Pensilvania y el Mount St. Helens, sitio donde una montaña voló en pedazos. Todas locaciones en las que ocurrieron reales catástrofes. La película tiene pocas líneas de diálogo, porque de lo que se trata es de sobrevivir. No es un film espectacular en la línea de los que suele dirigir Roland Emmerich, pero había que darle al espectador la imagen de un mundo en el ocaso, donde la luz del sol puede extinguirse, con las consecuencias que produce esta atmósfera final en los sobrevivientes. Viggo Mortensen demostró en “Una historia violenta” y “Promesas del Este”, que es un actor de intensidad contenida. Su economía de recursos, indican que la procesión va por dentro. Esa carretera del título parece indicar que hay que seguir andando, aun sin saber qué habrá al final del camino. Da la impresión de que importan más los efectos que las causas. Sabemos poco del pasado de los personajes, pero lo suficiente saber lo que han venido padeciendo y lo que les falta aún. El niño Kodi Smith-McPhee, una verdadera sorpresa.
La travesía hacia un mundo cada vez más sombrío Si el rótulo película "maldita" se ha adherido a tantos films, tanto justificada como injustificadamente, La carretera permite retomar este adjetivo de manera feliz. Sobre todo por lo que significa el marco desde el cual ocurre; es decir, un cine norteamericano tan banal como de un coeficiente intelectual insuficiente. Por un lado, la bronca de los productores ante un film sin explosiones o boberías similares. Por el otro, las disparidades de la crítica (un buen síntoma). Y también, el desconcierto de cartelera respecto de qué es La carretera. "Es de ciencia ficción", se señala. "Porque es apocalíptica", se explica. En este sentido, también Sin lugar para los débiles es apocalíptica. Y el responsable de ello es Cormac McCarthy, autor literario de las fuentes que toman como referencia ambas películas. El fin de mundo que La carretera respira es el mismo que sofoca al sheriff que Tommy Lee Jones compone en el film de los hermanos Coen. Hay una realidad que se termina. Algo diferente -y peor y violento y malsano se cierne y consume todo lo que toca. El serial killer de Javier Bardem es su ángel negro. La administración Bush su trasfondo. "Las advertencias estuvieron" señala el viejo bueno de Robert Duvall a Viggo Mortensen en La carretera, mientras explica que "la muerte es un lujo que en tiempos como estos uno no debe permitirse". Padre e hijo escapan y viajan hacia el sur de Estados Unidos. Una historia de familia y de sociedad va quedando cada vez más lejos. La humanidad ha decaído bárbaramente. Una ventana abierta puede ser ingreso a la casa vacía, pero también aire frío que remueva el hedor. Porque los alimentos ya no existen. El color del océano sólo es recuerdo. No hay trinar de pájaros. Tampoco sol. Sólo lluvia, cielo plomizo, y nieve. Más la música de descenso con la que el gran Nick Cave acompaña la travesía fílmica, cuyos momentos más sombríos hunden al espectador en su butaca desde el horror mayor. Las fronteras que separan a buenos de malos se resquebrajan, mientras el niño pregunta para asegurarse. El padre responde. Pero el padre tampoco es el ejemplo mejor. Sólo queda la metáfora persistente del "fuego interior". El hijo deberá portarlo y encontrar dónde más comunicarlo. Viene bien pensar por contraste la decisión extrema -y reaccionaria que el "buen padre" de Tom Cruise decide en uno de los momentos más oscuros de Guerra de los mundos (2005), de Steven Spielberg, respecto de la que consume al antihéroe que interpreta Mortensen, con un apellido nunca más adecuado. Lo que en un caso es pleitesía ideológica, en el otro es falibilidad moral, sociedad caída. Mientras una bala solitaria descansa en la recámara del revólver viejo, también un aliento de calidez, un hálito de esperanza, queda en la mirada del niño. Resabios de gestos ya en desuso atisban un afecto que, parece, está perdido. Es la llama interior. El cielo, entonces, ya no parece tan plomizo.
Todos los fuegos, el fuego En el final de Sin lugar para los débiles, cuando el sheriff Ed Bell que encarnaba el más lacónico que nunca Tommy Lee Jones miraba sin esperanzas hacia el futuro y soñaba con el fuego de los viejos valores que portaba su padre ya muerto, comenzaba La carretera, basada en la novela homónima de Cormac McCarthy, premio Pulitzer 2007. Y es que vista en perspectiva, la extraordinaria película de los hermanos Coen, transposición de “No es país para los viejos” (2005), también de McCarthy, funcionaba como el largo prólogo de la próxima novela del escritor norteamericano. Cada escena, cada nuevo asesinato, cada interrogante sin respuesta ante tanta maldad de Sin lugar… preanunciaba el final devastador de un mundo en descomposición. Y La carretera es una fiel versión de ese Apocalipsis señalado. Diez años después del Día 0, cuando todo terminó por una guerra nuclear, o porque la naturaleza dijo “basta”, no se sabe, El Hombre (Viggo Mortensen) arrastra un carrito de supermercado con sus miserables pertenencias sobre un mundo sin sol, sin vegetación, sin animales. Sin comida. Lo acompaña su hijo (Kodi Smit-McPhee), El Niño. Mientras que el padre asistió al fin del mundo y al suicidio de su esposa que no soportó lo que venía, el chico perdió a su madre junto a un pasado que solo conoce por el relato de El Hombre. Los protagonistas, sin nombre, representando así a los últimos hombres sobre la Tierra, se complementan: el niño sin como reserva de la inocencia original, y el padre, portador de los valores de una humanidad que se apaga. “El canibalismo es el mayor temor” dice El hombre sobre la summa del horror, una amenaza presente en cada metro que desandan hacia el Sur, donde suponen que tienen más chances de sobrevivir. Con una realización seca, bien cercana a la poética de la famosa novela, La carretera trabaja desde una marcada religiosidad –en donde tiene mucho que ver la banda sonora de Nick Cave–, con los elementos del drama intimista (la relación padre-hijo), el cine de terror (los no-humanos dispuestos a comerse a los que aún conservan rasgos de humanidad), y hasta del western (con los personajes, en especial el niño, como protagonistas de un nuevo comienzo), y se convierte, sin subrayados innecesarios, en una reflexión sobre lo inevitable de la tragedia de la humana.
Réquiem Posmoderno Oscura, áspera y desesperanzada, esas son las mejores palabras que uno puede utilizar para definir al espíritu de esta obra del director de John Hillcoat, basándose en la reconocida novela de uno de los mejores novelistas norteamericanos contemporáneos: Cormac McCarthy. Pero no son todas sombras, tanto en la película como en el libro se evita la misantropía o el cinismo y sobrevuela un humanismo genuino que se define en sus personajes desde una perspectiva despojada y mínima (no minimalista). Es un relato que plantea preguntas filosóficas, que puede o no tener connotaciones religiosas, que cuestiona lazos y valores y que, finalmente, presenta un escenario donde lo que sea que haya ocurrido devasto de manera terminal al planeta dejando al ser humano como un despojo, luchando por sobrevivir en un escenario post apocalíptico. En ese escenario un hombre y un niño, padre e hijo, deben dirigirse “al sur” para evitar el mortal invierno en el que se sumerge ese espacio devastado. Y eso los lleva a través de la continuidad de la carretera que, infinita e indómita, los conduce a través de diversos obstáculos que son la base del film. Respecto a diferencias del texto original, hay quizá alguna que levante polémica, pero nunca resultan tan significativas como para quebrar o tergiversar el contenido de la novela de McCarthy. Está la inclusión de flashbacks donde se incluye al personaje de la “mujer” (Charlize Theron), que en algunos casos sirve para contextualizar la narración y en otros se establece como un contraste un tanto artificioso. El problema no parte sólo de la ruptura en cuanto a climas, sino también en que se trata de una ruptura estética demasiado marcada que deja en evidencia un trabajo de fotografía que se maneja con una expresividad casi publicitaria. Esto no vulnera el excelente trabajo que mantiene ese clima sombrío del film que se sostiene durante toda la película, a fuerza de una imagen prácticamente monocromática y uniforme, pero en el contraste se ve un quiebre cargado de manipulación que resulta imposible de no ver como algo artificioso y ajeno a los personajes, como un punto de vista externo y alienante. Entre los méritos se encuentra el respeto por la obra original en cuanto a omisiones: no hay un intento de explicación sino que la acción y el espacio definen el clima del relato para focalizarse en la compleja relación entre el “hombre” (Viggo Mortensen) y el “niño” (Kodi Smit-McPhee). Está relación, que evoluciona a lo largo de la trama en una dinámica que lleva al “niño” a rebatir los valores patriarcales, fluye con naturalidad a pesar de lo ingenuas que puedan ser algunas líneas. Sin embargo, también hay en esta dinámica un bache notable en el elenco: hay una distancia sustancial en la calidad actoral de Mortensen y Smit-McPhee, y el hecho de que la película se sostenga en los hombros de esta dinámica hace que ese contraste se ponga en más evidencia. Esto es particularmente notable en las secuencias dramáticas, por momentos Smit-McPhee aparece inexpresivo y poco natural para expresar el profundo extrañamiento y la congoja que le afecta. El dúo aparece complementado con eficacia en el mejor momento de la película por un Robert Duvall impresionante que marca las diferencias entre padre e hijo y que, con su corta intervención, pone en evidencia el leitmotif de la película, el maniqueísmo del padre y la pureza del niño, la corrupción generada por el sufrimiento y la inocencia de la piedad, además de plantear preguntas respecto a la naturaleza del ser humano (que, groseramente, podríamos sintetizar en ¿Dónde comienza?, ¿Dónde termina la humanidad?). Es en esta incertidumbre, en esta duda positiva, es que uno encuentra la humanidad del relato de McCarthy y la película de Hillcoat. Transmitir desolación puede parecer sencillo, pero el film es un tanto irregular al respecto. Por momentos cae en un esteticismo poético que rompe con lo rústico y sucio que aparecen otros espacios de La carretera. El segmento inicial en la carretera hasta el bosque resulta intenso y contundente desde lo visual, con líneas de fuga y estructuras urbanas destrozadas que convencen y generan proximidad con lo que se muestra. No es el caso de los postes de luz delicadamente doblados o los barcos en tierra, metáforas visuales ciertamente bellas pero que no corresponden a la película de Hillcoat o, al menos, al espíritu sucio y agresivo del relato. La música de Nick Cave y Warren Ellis contribuye con una sutileza ambiental que no se impone a la imagen, y que en el desenlace tiene algunas de sus mejores composiciones. Finales, finales…solo es preciso aclarar que no se modifico respecto al libro pero que desde lo visual, desde lo climático y desde los tiempos es casi apresurado y torpe. Faltan silencios y falta sutileza para construir algunos encuadres y, sobre todo, falta un mayor desarrollo sobre lo que termina sucediendo. Aún así, no resulta disruptivo y mantiene una coherencia loable con el resto del film, haciéndola una película imprescindible a pesar de sus falencias, para ser debatida y vista en un contexto con otros films como 2012, El libro de los secretos, Soy Leyenda o Niños del hombre ¿Se está transformando este cine en un reflejo subjetivo de la realidad o es sólo estrategia de marketing?, ¿Un poco de las dos?, ¿Ninguna? Siempre es sano plantear la duda. “He watched the boy and he looked out through the trees toward the road. This was not a safe place. They could be seen from the road now it was day. The boy turned in the blankets. Then he opened his eyes. Hi, Papa, he said. I’m right here. I know.” The road, Cormac McCarthy
En el fondo, se trata de un problema de moral: cómo hacer para que persista, cómo sostener su influjo en un mundo que se cae a pedazos. Pero no todo es tan sencillo. Porque este mundo de La carretera, literalmente, se viene abajo (no se ve tan seguido en el cine el espectáculo sobrecogedor de árboles que caen así: humanamente caen, desarrapados como cadáveres). En ese paisaje atemorizante de fin de los tiempos, construido a golpes de colores terrosos, esparcidos aquí y allá en desolados planos generales, se mueven penosamente un padre y su hijo. Van buscando el océano, que es donde parece que empezó la vida. Falta la comida en el escenario terrible que propone La carretera, por lo que no se trata tanto de que la moral no tenga ya sentido alguno sino de que se ven al fin sus límites, su carácter perturbadoramente acomodaticio. Si tengo que sobrevivir vale todo, incluso me puedo comer al vecino. Que ya no es más un vecino sino un cuerpo sucio que anda errando por ahí, concentrado en su hambre, abrazado por su propia desesperación. El padre tiene sueños recurrentes en los que el aire y la luz se cuelan en ese escenario monstruoso, sin embargo. Son recuerdos de una mujer y una vida burguesa. En el presente glacial del personaje, la calidez viene del pasado, es un eco lejano que duerme durante el día y que parece el vestigio de una vida anterior, como una reminiscencia platónica. “Sí, somos los buenos”, le informa el padre al niño para consolarlo. Todavía y a pesar de todo lo somos. No lo dice así pero lo piensa. El padre quiere que el hijo crea en ese cuento en el que él ya no cree. Una tos del hombre en los primeros minutos de película, como en un melodrama, señala la condena sobre ese cuerpo desgastado: así que se trata de legar algo (rápido, rápido, antes de que se nos cierren los ojos y se termine todo. Y no de la mejor manera), igual que en el pase del testigo. Cormac Mccarthy, el autor de la novela que dio origen a la película, estaba pensando cuando la escribió en su hijo menor, que por diferencia de edad podría ser su nieto: qué mundo espantoso que le queda cuando yo no esté. El niño de La carretera tiene que permanecer santo: es él el que se conduele cuando el padre deja a un hombre desnudo y muerto de frío en medio de la calle; el que insiste para que socorran a un viejo medio ciego que se encuentran en el camino o se queda maravillado cuando un escarabajo se le sube a la mano. El que dice más de una vez, “no dispares, papá. No lo mates”. Convenientemente, la película arropa su fábula apocalíptica con la carga de un ideario cristiano en la que el padre se ofrece como figura sacrificial para que el hijo pueda seguir manteniendo su pureza original. Que el niño siga pensando en que hay bondad, eso es lo importante. Mientras, el hombre se encarga del trabajo sucio, es decir, de la supervivencia. Una secuencia termina con un plano medio que se abre y deja ver una cruz en lo alto sobre los cuerpos de los dos muy juntos, abrazados para darse calor, uno cobijando al otro igual que en una pintura pietista. Como en ninguna otra película suya, Viggo Mortensen parece un Cristo, enloquecido y agonizante: Cristo en plena pasión, cuando ya no sabe nada y solo el cuerpo sigue andando, como si no le perteneciera, fatalmente hacia la cruz. Pero, ¿qué es en verdad lo que intenta resguardarse, lo que no debe perderse aun cuando todo lo demás se cae? Padre e hijo aluden a un “fuego interior”, figura cursi cuya fuerza retórica no se desmerece del todo, importada directamente del libro: que no se apague el fuego es la consigna. Misteriosamente, en la película la moral reside en el hijo, que no tiene nada que añorar, que se crió en ese ambiente horroroso en donde el prójimo es un caníbal en potencia y que, por su corta edad, no ha conocido tiempos mejores, aquellos en los que un hombre no valía solo por lo que se podía extraer de él. ¿O La carretera sugiere una impensada sofisticación al afirmar discretamente que sí, que siempre fue así, que no hubo nada parecido a aquellos “viejos buenos tiempos”? No lo sabremos. El director prefiere desparramar flashbacks con los que se justifica la presencia de Charlize Theron en el cast y se ratifica la idea de un pasado soleado. En el libro, en cambio, es el chico el que sueña. Pero lo hace con una criatura monstruosa que lo observa chapoteando en el barro. Después se despierta y ve que lo que está a su alrededor no es mucho mejor. La película parece adherir a la idea corriente de que el mundo es maravilloso y de que lo peor que puede pasarnos es que se acabe. En muchos de los planos de La carretera, cuya anónima majestad no logra confundirse del todo con la gramática de MTV, se consigue al menos trasmitir el dejo de una inquietud sin nombre: todo es un pasaje, tarde o temprano nos vamos, no se puede perder el tiempo.
EL FUEGO ETERNO Basado en un libro del mismo autor de Sin lugar para los débiles, La carretera plantea un mundo post apocalíptico donde el camino de un padre y su hijo es la excusa para realizar una alegoría del mundo contemporáneo y los temas trascendentes de la condición humana. Cormac McCarthy ha sido considerado por el teórico Harold Bloom como uno de los escritores contemporáneos más importantes. Su obra se ha vuelto atractiva para los espectadores de cine por las adaptaciones recientes de sus libros. La primera fue Espíritu salvaje ( All the Pretty Horses, 2000) de Billy Bob Thornton y la segunda, Sin lugar para los débiles ( No Country for Old Men, 2007) film ganador del Oscar dirigido por los Hermanos Coen. La carretera ( The Road, 2009) es una nueva novela de McCarthy que llega al cine y su vínculo con el film de los Coen es más que notable, aun cuando la estética de ambas películas sea bastante diferente. La carretera explota algo que se veía en aquel film, pero que no llegaba tan lejos: el sentido alegórico de cada uno de los personajes. Aquí nadie tiene nombre, nadie es llamado jamás por un nombre, excepto el viejo, que dice –aunque no le creen- llamarse Elías, como el profeta. En un mundo devastado por una hecatombe cuyo origen jamás es aclarado, padre e hijo recorren juntos un camino que es tanto un éxodo en busca de una tierra prometida como un viaje interior al corazón del ser humano. La madre, que eligió alejarse de ellos y entregarse a la muerte, sólo aparece en el recuerdo y toda enseñanza, toda la educación que el niño recibe viene de parte de su padre. Así, el padre le enseña reglas morales en un mundo que ha perdido todo y donde la gente de bien es, según sus propias palabras, cada vez más escasa. Perdida la humanidad, son los esfuerzos del padre y la tenacidad del hijo lo que permitirá mantener viva la llama que no es otra cosa que el fuego eterno del humanismo. Este tema no es nuevo en McCarthy, ya que al final de Sin lugar para los débiles, la descripción de dos sueños que había tenido el personaje interpretado por Tommy Lee Jones aludía a algo parecido. En el primer sueño él contaba que su padre le había dado un dinero y él lo había perdido. En el segundo él cabalgaba por la montaña y su padre lo adelantaba, cargando consigo un cuerno que portaba un fuego, y esperándolo más adelante. Estos sueños hablaban de la frustración y amargura del personaje que no había logrado mantener ese fuego, ese legado moral del padre. Acá el padre le habla todo el tiempo a su hijo del fuego, lo empuja a mantenerse humano más allá de todo. No debería de ninguna manera, y debido tanto al tono alegórico como a la forzada estética del film, buscarse literalidad o verosimilitud en esta historia. Por el contrario, la exploración acerca de las dificultades de educar a un hijo es algo que aparece con absoluta lucidez y crudeza. En la que sin duda es la mejor actuación de su carrera, Viggo Mortensen logra trasmitir la dureza de ese camino que es educar a un niño que lo mira mientras él lidia con las contradicciones de no poder llevar siempre hasta el final los principios morales que él intenta sostener y heredar. El final de la historia encuentra la reflexión adecuada acerca de esa tarea ardua y por momentos angustiante. Tarea que finalmente alcanza la recompensa de haber recorrido el camino con convicción, humanidad y genuino amor por la siguiente generación.
Al costado del camino “Es de ciencia ficción”, dice la chica que corta tickets en la cola del cine cuando se le pregunta de qué va La carretera. Y la verdad es que no. O tal vez sí. Lo cierto es que no hay en toda la película, basada en la novela de Cormac McCarthy (Sin lugar para los débiles), una sola referencia temporal más allá de la línea que tira el narrador al inicio: “Los relojes detuvieron su marcha a la 1:17”. Nada más. La raza humana en vías de inevitable extinción, a partir de un cataclismo tampoco especificado, y la vida animal en casi todas sus formas presente sólo como un vago recuerdo de quienes conservan algún rasgo de humanidad. En ese paisaje gris, atravesándolo como una grieta, un padre y su hijo de once años yendo al sur, siempre al sur. John Hillcoat emprende con notable precisión y con los recursos visuales estrictamente necesarios un viaje paralelo hacia el interior del mayor depredador del planeta, vuelto por necesidad extrema en cazador de sí mismo. Sin distracciones, centrando casi todo lo que importa alrededor de “El hombre” (Viggo Mortensen) y “El niño” (Kodi Smit-McPhee) la película arremete hasta las últimas consecuencias con su cometido, que no es otro que transmitir cruda, brutalmente, el ansia extrema de supervivencia de sus dos personajes, en un contexto en el que es tan importante para el hijo aprender a suicidarse en caso de caer en manos de los caníbales, como para el padre tener una buena historia que contarle antes de conciliar el sueño. A fuerza de ver bodrios como 2012, El día después de mañana o Soy leyenda, la mayoría de quienes ven el fin del mundo desde una mullida butaca se acostumbró a pensar que para retratarlo, el séptimo arte precisa incluso de un subgénero específico: el cine catástrofe. En cualquiera de ellas, es esencial saber cuánto más adelante en el tiempo para evaluar algo como la “credibilidad” de la historia. En La carretera, no solamente no hace falta el dato sino que es esa ausencia lo que vuelve más incómodo el relato: no se ve que suceda dentro de demasiado tiempo. Por añadidura, confirma que lo que va a llegar a su fin no es el planeta, sino la vida sobre él. El viejo mundo seguirá girando sin nosotros. Pero el hombre es un animal extraño. E incluso cuando no quede posibilidad alguna de redención, habrá esperanza mientras quede vida. Y sobre todo, amor. Finalmente, no era “una de ciencia ficción”.
Imaginemos, como lo hizo Cormac Mc Carthy en su novela homónima, un mundo destruído donde no se tiene ya qué comer ni qué beber, donde por ende unos se comen a otros, no existe ley alguna y para colmo se tiene a cuestas a un hijo púber cuya ingenuidad y pureza nos preocupa sobremanera en un mundo semejante. A tal punto vemos negro el futuro, que la única arma con la que contamos la acarreamos no sólo como defensa sino en un mientras tanto juntamos fuerzas para darle un tiro al niño y otro a nosotros. Así se planta The Road, un film extremadamente crudo donde se nos cuenta netamente un drama. La relación de un padre con su hijo en un mundo demasiado hostil. Su desesperación por hacer crecer al niño de golpe para los tiempos en que él no esté contrastan- como genialmente expresara en su artículo mi amigo Damian (léanla no tiene desperdicio)- con aquel padre de La vida es bella. Aquí un estupendo Viggo Mortenssen no hace más que querer hacer de su niño un hombre que pueda defenderse, que no confíe en nadie porque los malos son muchos y los buenos como ellos, demasiado pocos. Su tarea no es nada fácil porque su hijo, Kodi Smit-McPhee, pese a todas las barbaridades con las que se cruzan en esta carretera no puede contra su congénita bondad, no puede voltear su rostro ante un viejo decrépito y hambriento- un Duvall inmensamente irreconocible- ni dejar desnudo al hombre asustado que su padre ha perseguido para rescatar todo lo poco que tenían y les había robado. Con sus tonalidades grises, sus paisajes desiertos y fríos y con un maquillaje excelente que esconde a más de una figura que si no fuera por los créditos ni sabríamos que están en el film (como Guy Pearce! por ejemplo), La carretera es una película que va más allá de lo que aparenta. A no quedarse en las formas!, Hillcoat- o más bien Mc Carthy?- nos conduce por la pesadilla más terrible de cualquier padre: cómo sobrellevar la impotencia de saber que no se puede proteger de este mundo a nuestros hijos?; y eso es sólo la punta del inmenso iceberg pues la contraposición entre las actitudes del padre y las del hijo, la falta total de identidades en todos y cada uno de los personajes- salvo por el viejo al que se presenta como Ely- todas esas generalidades engloban una gran metáfora sobre, por qué no?, el mundo en que vivimos hoy. Como espectadora no pude dejar de sentirme angustiada y horrorizada al ponerme en la piel de los protagonistas. Y lo que muchos le machacaron con respecto a la lentitud del relato, en este caso donde el tema pasa por la relación de dos personas en aras de la supervivencia, me pareció más que acertada pues además no faltan los momentos de tensión aunque no de acción en sí. Todo lo cual, una vez compenetrado el espectador en el horror de la historia y en la piel del padre, sus razonamientos y sus porqués, no puede menos que saber a desdicha el final, quizá un poco dulce para lo que la historia plantea; si de optimismo hablamos podría haberse planteado más encubiertamente quizá. Un film recomendable, que invita a leer el libro.
'The Road' es una adaptación de la novela de Cormac McCarthy, el mismo autor de “No es país para viejos” que fuera llevada a la pantalla por los hermanos Ethan y Joel Coen (“Sin lugar para los débiles”, 2007). En este caso la historia se centra en la relación de un padre con su hijo en un mundo post. Apocalíptico. Ellos viajan hacia la costa para buscar un lugar seguro en el que vivir. En su viaje se encontrarán con los pocos seres humanos que quedan, la mayoría de los cuales, se han vuelto locos o se han convertido en caníbales. En la misma línea que muchas otras producciones, algunas ya clásicas como la australiana “Mad Max” (1979) y otras más recientes como “El libro de los secretos” (2010) o “Soy Leyenda” (2007), entre muchas otras. Lo que es una constante en estos filmes es la desolación, el deterioro del mundo, y la culpa que recae sobre nosotros, los de éste tiempo, que no sólo no lo hemos cuidado, sino que lo agredimos. Otro punto en común es que los personajes van en busca de un lugar donde lo humano todavía tiene esperanza, cosa que mucho no se entiende, ya que fue lo humano lo que dio como resultado ese futuro posible. Salvo en “Soy leyenda”, que el personaje principal busca una cura al virus que provoco el infierno. “La carretera” se sostiene por la estética, sobre todo la fotografía y la dirección de arte, y las actuaciones en la que se vuelve a destacar Viggo Mortensen, personificando al padre. Lo mejor de esta producción es la mesura con que se construye la historia y su precisa realización, una pintura exacta de la desolación.
Sin lugar para los débiles fue una buena película, basada en un libro de Cormac McCarthy, autor cuya obra es retomada nuevamente por John Hilcoat, el director de La Carretera. Desconozco la calidad literaria de McCarthy, pero quienes gustaron del film de los Cohen no deberán ver este nuevo film como su allegado. No obstante, se asemejan en dos puntos, los paisajes desérticos y la sensación constante de vivir al límite: la muerte puede llegar en cualquier momento. Esta vez, el mundo está por terminar, quién sabe por qué, aunque es un tema tan de moda, que no hace falta que se exponga teoría alguna, cual película de zombies. El apocalipsis encuentra a un padre (Viggo Mortensen) y su hijo (Kodi Smit-McPhee) vagando por el desolado y gélido territorio terrestre. Como ellos, otras pobres almas buscan sobrevivir, cayendo en atrocidades sociales como el canibalismo o el vandalismo... prácticamente una guerra civil de la miseria y las más bajas -o más elementales- pasiones humanas. La pareja protagonista busca el mar, allí debería haber, aparentemente comida, y en el recorrido se cruzarán con distintos personajes (uno de los cuales interpreta Robert Duvall), frente a los cuales habrán de posicionarse y descubrir sus propios sentimientos tras diez años de total destrucción y padecimiento. No cabe duda que el tratamiento de los paisajes y el aspecto de los actores -sumado a un montaje que incluye flashbacks que genera suspenso- son clave en este film. Ahora bien, podemos preguntarnos de qué sirve todo esto, más que para sentir dolor y angustia. Las reflexiones por parte de los personajes son demasiado estadounidenses (como corresponde, quizá, a lo que pretendía McCarthy en su libro) y bastante predecibles para el sentido común. Hay muy pocos más allá, y el más acá es, definitivamente, cursi. El amor entre un padre y un hijo puede ser conmovedor y sincero, pero no está reflejado sino en una serie de escenas dramáticas que sólo son pinceladas de ese mensaje trillado. El espectador que tenga deseos de padecer durante 111 minutos, puede ir a ver La Carretera. Porque no es más que eso, una seguidilla de situaciones horrendas. Vale, llevadas adelante con la crudeza correspondiente, aunque ¿con algún objeto?. Sí... también está Charlize Theron por ahí, algo extremista. Pues si el director y el guionista intentan que reconozcamos que "los niños son el futuro", podían ahorrarse tanto presupuesto y encargarse de los niños hambrientos de hoy. ¡Quizá los zombies venían de maravilla! Al menos, se hubiera obviado -o hubiera adquirido- la profundidad emocional e intelectual que la pelicula cree tener, de la que, en realidad, carece.
Con la muerte en los talones Desoladora. Esa es la primera impresión que genera La carretera, la nueva película de John Hillcoat (responsable también del western Propuesta de muerte) un film que genera incertidumbre desde sus primeros minutos. Enmarcada dentro del género post-apocalíptico, la cinta narra la historia de un padre y su hijo, quienes intentan llegar a pie y sin demasiados elementos disponibles hacia un destino prefijado. El planeta, azotado por una serie de sucesos no explicados, se haya desierto y ya casi no quedan seres vivos. En este marco los personajes principales –al igual que el resto de los que eventualmente puedan aparecer- tendrán un solo objetivo: sobrevivir. Es en este punto donde el director hace uso de los elementos dramáticos para enmarcar la historia. Porque si bien es cierto que las películas sobre seres humanos que intentan subsistir en un mundo desolado sobran –desde El hombre omega, hasta Niños del hombre; el cine de John Carpenter, hasta George Romero- La carretera tiene ciertos aspectos que se explotan de manera favorable para la narración de la historia. Si la sola idea del padre que intenta mantenerse con vida junto a su hijo también remite a otro tipo de cine, el desarrollo psicológico de los personajes es también otro punto fuerte del film. No sólo porque la muerte siempre estará ahí, acechando y amenazando con ser la única salida lógica en un mundo que ya no la tiene (“Si existe un Dios, ya nos ha dado la espalda” se dirá), sino también porque la frágil línea que separa la locura de la razón es cada vez más difusa. Se podría pensar que todo en este mundo apocalíptico puede causar temor, sin embargo la película de Hillcoat no deja de tener cierto halo de esperanza. Principalmente a través de los personajes protagónicos. Basado en el prestigioso libro de Cormac McCarthy (autor de No country for old men, título que permitió a los hermanos Cohen hacerse con el Oscar a Mejor Película) la cinta también se apoya en las creencias religiosas, morales y éticas del ser humano. ¿Qué distingue lo bueno de lo malo? ¿El fin justifica los medios? ¿Hasta qué límite puede ser llevada la capacidad humana? Lo cierto es que ante semejante panorama, la credibilidad del film se vería deshecha si el trabajo técnico no estuviera a la altura de lo que la propia historia demanda. Y aquí aparece – por suerte- la talentosa mano del director. Tanto la maravillosa fotografía de Javier Aguirresarobe, como la funcional banda de sonido de Nick Cave y Warren Ellis ayudan a la conformación de la historia. Párrafo aparte merece el trabajo del elenco. Viggo Mortensen muestra un trabajo tan sólido como el que supo perpetrar junto a David Cronemberg, y el joven Kodi Smith-McPhee se lleva los laureles como la revelación del film, intepretando al hijo sin nombre (dato no menor) que conforma la pareja. Charlize Theron, Guy Pearce y un irreconocible Robert Duvall completan un impecable reparto. La carretera es un film inquietante, duro en su visión pero directo en su cometido. Más allá de ciertos sesgos ambientalistas y subrayados sentimentales, el film ofrece una experiencia muy particular para la butaca. Sostenido por una tensión que no decae ni por un minuto, este título tiene los elementos suficientes para ser tenido muy en cuenta, eso hoy no es poco.
Camino a la Perdición Cuando el hombre y su hijo emprendieron su travesía en este mundo devastado, no tenían un objetivo concreto. Está bien que tienen como meta llegar lo más al sur posible, persiguiendo una esperanza incierta de encontrar la salvación al alcanzar el mar, pero no deja de ser una simple excusa para seguir adelante, para no sucumbir. Y es que en este mundo devastado, que año a año va muriendo un poco más, donde ya no hay prácticamente animales y es imposible cultivar cualquier tipo de alimento, encontrar esa fuerza para seguir, ese “fuego interior” como lo describiría el padre, es en esta realidad la diferencia entre la vida y la muerte. Es en este punto en el que la relación entre este padre y su hijo da los mayores frutos, y es por esta razón que La Carretera, basada en la novela homónima de Cormac McCarthy (ganadora del premio Pulitzer en 2007) nos transporta a una de las mejores representaciones de un futuro post-apocalíptico de los últimos años. Realizada con un presupuesto de apenas 25 millones de dólares, el director John Hillcoat (Propuesta de Muerte -The Proposition-, 2007) nos lleva a realizar este viaje en el cual, más allá de que por momentos se sientan un poco largas las casi dos horas de duración, vivimos en carne propia la desesperación del hambre, la imposibilidad de bajar la guardia y la progresiva pérdida de la humanidad que va generando lentamente este ambiente hostil. Todo esto de la mano de dos guías encarnados magníficamente por Viggo Mortensen como el padre y Kodi Smit-McPhee (protagonista de la próxima remake norteamericana de Déjame Entrar) como el hijo. La relación entre ellos va creciendo y se va profundizando de tal manera que, al contrario de lo que sucede con otros films del género, el contexto en sí pasa a un segundo plano frente a las emociones que viven sus protagonistas. Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee como padre e hijo Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee como padre e hijo El padre, duro y protector, va perdiendo su humanidad a cada paso, atormentado por un pasado que añora pero sabe que jamás volverá. Un pasado que al mismo tiempo lo transforma por momentos en un extraño frente a su hijo, un ser de otro mundo que el pequeño jamás conoció. Este último, de una enorme fragilidad y una fuerte inocencia, vive de la única forma que conoce esta vida que lo tocó, lo cual provoca un contraste y un distanciamiento entre ellos, en los cuales ambos se ven como extraños, sin poder comprender la actitud del otro. Sin embargo, es en estas circunstancias en que la realidad, ese contexto desolador con caníbales, cansancio y soledad, entra en escena para mostrarlos como dos caras de la misma moneda, unidos por el mismo propósito de no abandonar al otro, de seguir hasta el último aliento. Y nosotros avanzamos con ellos. A cada momento el film va mostrando, con una cámara predominantemente fija y un contraste de planos abiertos y cerrados, una reconstrucción de ese mundo que, sin grandes efectos, resulta abrumadoramente crudo y real. Es posible sufrir el frío y sentir el olor, el paisaje está casi al alcance de la mano, como si pudiéramos introducirnos en él con solo atravesar la pantalla. Por momentos te quita la respiración y genera incomodidad, ganas de alejarse de ese paraje desolador. Mortensen, Hillcoat y el pequeño que protagonizará la remake the "Let the right one in" Mortensen, Hillcoat y el pequeño que protagonizará la remake the "Let the right one in" Por supuesto que estos dos viajeros no están solos. Distintos individuos van cruzándose en su camino (un Robert Duvall irreconocible es el punto más alto) algunos con buenas intenciones, otros con malas, pero todos sobrevivientes de otro mundo, de otra realidad, resignados a morir en la desesperanza. Y es en estos momentos donde este padre y su hijo ponen más en crisis sus dos realidades, donde más se manifiesta su forma distinta de ver el mundo, uno con ojos de otra época, otro con ojos que no conocen otra cosa. Y es así como esta relación va creciendo, va cambiando y va evolucionando, pero por sobre todas las cosas nos va guiando en este universo en el que les tocó vivir, donde una mosca puede ser la cena, una bala la luz de la esperanza y la muerte, tal vez, la única salvación posible.