Un topo naif, con pollera La Espía Roja (Red Joan, 2018) es una de las propuestas más frustrantes que haya ofrecido el cine británico reciente, aquí más que nunca empardado a lo que sería la típica interpretación hollywoodense simplona de una faena verídica con un enorme potencial: como ocurrió con tantas otras epopeyas históricas similares de las últimas décadas, el séptimo arte actual en su versión mainstream vuelve a demostrar que carece de la astucia para leer los hechos originales en toda su complejidad y ni siquiera logra redondear un lienzo maniqueo aunque entretenido como aquellos yanquis/ europeos de antaño. En esta ocasión estábamos ante la oportunidad de construir un thriller de espionaje old school basado en el muy interesante derrotero de Melita Norwood (1912-2005), la agente soviética con más años en servicio dentro del aparato de inteligencia inglés, léase tres décadas de pasarles secretos a los rusos en el contexto más álgido e impredecible de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. El director Trevor Nunn y la guionista Lindsay Shapero erigen una pobre mixtura de drama romántico y seudo relato de suspenso testimonial que consigue la “proeza” de licuar el sustrato ideológico comunista de la mujer real en pos de consideraciones vanas hermanadas al corazón y a una perspectiva extremadamente naif por parte del personaje que representa a Norwood en pantalla, nuestro topo. Joan Stanley (Judi Dench en su faceta anciana, Sophie Cookson en sus años mozos) es una bella señorita que estudia física en Cambridge y allí entra en contacto con Sonya (Tereza Srbova) y su primo Leo (Tom Hughes), dos militantes comunistas pegados a la doctrina oficial de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Stanley comienza un romance con Leo y con el tiempo le pasa datos secretos británicos a Sonya cuando empieza a trabajar en la misma división de Max Davis (Stephen Campbell Moore), cabecilla del equipo de científicos que desarrollan la teoría para la bomba atómica. La trama pronto se pierde en sonseras románticas interminables y se pasa casi toda la primera hora de los 101 minutos totales planteando una especie de triángulo amoroso entre la chica, el siempre esquivo Leo -ese que desaparece de un momento a otro por viajes que quedan flotando en la nebulosa- y el aburridísimo y casado Davis. Así cuando por fin el film se decide a regalarnos un mínimo de tensión en torno a los arcanos que la protagonista le entrega a Sonya, el asunto en su conjunto ya cansó de tal manera al espectador que poco importa el resto del metraje, el cual para colmo se la pasa abusando de una catarata de flashbacks y flashforwards redundantes asentados en un presente en el que la Joan veterana está siendo interrogada por esbirros gubernamentales, ya con su máscara revelada por completo, y soportando los devaneos del histérico de su hijo, el caricaturesco Nick (Ben Miles), quien le suelta de lleno la mano porque traicionó a su país allá lejos y hace tiempo. Sinceramente La Espía Roja parece armada por un equipo creativo que jamás vio ninguna de las cientos de películas de espionaje que inundaron los mercados mundiales a lo largo de la segunda mitad del Siglo XX, ahora además optando por “justificar” a Stanley desde la sonsera marca registrada de la actualidad: en vez de ser una comunista sin nada que acotar o explicar, el personaje es una especie de pacifista ingenua que afirma haber compartido el avance del programa atómico inglés para que los rusos estén en iguales condiciones tecnológicas/ armamentistas y así no se produzcan abusos entre los dos bandos, por un lado contrapesándose mutuamente y por el otro evitando flamantes masacres en sintonía con Hiroshima y Nagasaki. La noción, que por supuesto es muy linda en el papel y desde el oportunismo del tiempo transcurrido, no tiene nada que ver con los ideales contrapuestos de aquel entonces y con el yugo concreto de los anglosajones y los soviéticos sobre sus respectivos imperios títeres. Lo mejor que se puede decir de la obra es que Cookson -la verdadera protagonista, considerando la generosa duración del racconto- está bastante bien y llegando el final hay algunas escenas eficaces, no obstante el remate mismo es muy simplón y el arco de desarrollo de Stanley es burdo a más no poder, con ella gritando a los cuatro vientos que los rusos deberían tener acceso a los secretos británicos y a posteriori pretendiendo mantener un perfil bajo institucional o fugándose cuando las papas queman…
Las estrellas americanas de la edad de oro de los estudios bailan, nadan, patinan, pero caminan poco; atraviesan los decorados, donde se ofrecen inmóviles al objetivo, el mundo se desplaza a su alrededor y no al contrario Jacqueline Nacache, El actor de cine Hay tres elementos jalonando La espía roja hacia lo retrógrado: la visión de la vejez, el rol de la mujer y las características tradicionalistas del género de espionaje. ¿Para qué necesitamos entonces otro film de espías? Joan Stanley (Judi Dench y Sophie Cookson), simpatizante del partido comunista, es contratada por el gobierno británico, y a escondidas la recluta la KGB para que ella extraiga información gubernamental. Ella transfiere datos sobre la bomba nuclear a los soviéticos, lo que les permite a estos mantenerse a la par con Occidente en el desarrollo de armas atómicas. Permanece de bajo perfil durante más de medio siglo hasta que es descubierta a sus 87 años. Sin duda, uno de los ganchos de esta cuarta película de Trevor Nunn, presentada en el Festival de San Sebastián, es Judi Dench, actriz inglesa respetadísima por su larga carrera de actuaciones donde su carácter deja una impronta en la historia. Desde el afiche hasta el tráiler, ella representa el foco de atención. Acumula además siete nominaciones al Óscar en dieciséis años, desde 1998 hasta 2014, aunque empezó trabajando en cine en 1964 en El tercer secreto. Sabemos que ha colaborado con directores como James Ivory, Stephen Frears, Kenneth Branagh y Richard Eyre, y se destaca en el teatro y en la televisión también. Nadie que diga conocerla puede olvidar a su M en varias películas de la saga de James Bond. Con personajes que imponen cierta autoridad, su carácter maleable no se cuestiona. Ahora, así como su único Óscar es por una actuación de reparto en un papel de siete minutos cuando todos la alabaron el año anterior por su protagonismo en Mrs. Brown; su actuación como tal en La espía roja, está reducida a escenas brevísimas donde su rostro vacante es interrogado sobre los actos pasados de la espía. Dench es tratada como una excusa para volver a la historia de juventud (Sarah Cookson), cuando se vio inmiscuida en la creación de la bomba de Hiroshima. El descaro llega a ser tal frente a esto que la reacciones de la actriz a las preguntas que le hacen en el interrogatorio no tienen casi ningún peso. La edición de Kristina Hetherington opta por volver al pasado antes de que algún gesto nos exprese algo significativo. A esta decisión se suma que muchas de las tomas son planos medios o primeros planos de su rostro. Hay poco movimiento de su cuerpo en la película, que se puede justificar al menos superficialmente con la edad de la actriz y del personaje que interpreta. El problema es que cuando por fin tiene un discurso armado sobre sus decisiones de vida, tiene que venir su hijo abogado para apoyarla y que los demás la reconozcan; cuando minutos antes la había abandonado frente a toda su confesión. ¿Dónde queda su valía como personaje independiente? Los problemas no terminan acá. Las mujeres en la historia se reducen a ser las segundonas en todo el proceso histórico. Nos queda claro que en esa época la mujer era vista así. Ellas eran quienes asistían, quien cocinaban, quienes asentían. Es tan claro esto que los momentos donde Joan es relegada a su ‘rol femenino’ son casi vergonzosos en su obviedad: enamora a dos hombres pero ninguno se la toma en serio como para entablar una relación estable con ella, sino con la finalidad de aprovechar su cargo (Max Davis) o su conocimiento (Leo Galich). Entendemos: tal vez el guion haya sido fiel en parte del retrato de la vida de Melita Norwood, el nombre de la espía en la vida real, pero entonces nos preguntamos para qué estamos viendo la película si no pone en perspectiva el rol femenino en un momento clave de la historia, ni le permite escenas a Judi Dench para destacarse. Esto llega al colmo en dos puntos. Primero, en la escena que requiere el mayor movimiento físico y anímico para la actriz (cuando habla con su hijo en casa), su personaje se derrumba por debilidad y lo hospitalizan. Dench está en sus 84 años, pero hasta donde se sabe, camina lo más bien. Después, el guion la hace débil incluso para decidir suicidarse. Shapero, la guionista, cae en cada una de las trampas posibles para las decisiones de su personaje. Si efectivamente Melita Norwood fue la espía más importante de la KGB y la más longeva como señala el libro de Christopher Andrew*, amigo de la espía en la Universidad de Cambridge; la película nos retrata a una mujer frágil y manipulada. Por otro lado Hitchcock decía, en la famosa entrevista que le hizo Truffaut, que las películas para descubrir el asesino adolecían de un problema central: todo el enfoque estaba sólo ahí, en advertir quién era el culpable. Se podría decir que en las películas de espionaje pasa algo similar: sabemos que el espía será descubierto. El interés está concentrado en cuándo y cómo pasará. El acierto y desacierto del guión de La espía roja es que desde el comienzo sabemos cuándo ella fue descubierta. El foco recae entonces en qué hombre la enamoró finalmente para encubrir su rol como espía. Es un acierto porque nos pone en expectativa con respecto a las vueltas de la historia. Es un desacierto por el ya mencionado retrato manido de la feminidad. Todos los hombres la controlan. Uno de esos detalles pequeños que rescata la película del fracaso total es cierta recurrencia de planos generales donde la figura humana está minimizada frente a obras arquitectónicas de gran envergadura. Nunn no olvida que estamos ante un evento histórico que supera al hombre (¿y a la mujer?), si bien no concreta otros elementos para que haya una historia visualmente atractiva de narrar. Al final, algo insinúa el film: en la sala de cine se nos dicen verdades. Ello nos permite una breve reflexión sobre la fuerza de la experiencia cinéfila. Las dos primeras veces que Joan va al cine, ella advierte los estragos de la guerra, y en especial de la bomba, por las noticias. Sin embargo hay una tercera vez; aquí escuchamos fuera de campo que Joan le habla claro a Leo Galich (Tom Hughes) sobre las diferencias entre ambos, y hasta sale intempestivamente de la sala. A la escena siguiente, de todos modos, se retracta y va a casa de él. El subtexto es tan confuso aun para el rol del cine dentro de los confines de la historia que terminamos desistiendo. Nos han querido engañar a nosotros también: en este caso ni siquiera a Judi le queda el beneficio de las estrellas norteamericanas de la edad dorada. * The Mitrokhin Archive: The K.G.B. in Europe and the West
Para pasar un rato ameno y olvidarla rápidamente. En este caso no estamos frente a una biopic o biografía en estado puro, por lo tanto, si bien gran parte de lo que tiene que ver con el espionaje es verdad, no lo es todo aquello que...
Al término del invierno boreal de 1999, años después de que un ex agente de la KGB la deschava como informante clave, la octogenaria Melita Norwood inspira varios artículos periodísticos y el documental The spying game, producido por la BBC. Casi dos décadas más tarde, Jennie Rooney convierte a aquella atípica bisabuela inglesa en protagonista de la novela Red Joan. Enseguida, la misma autora, la guionista Lindsay Shapero y el director Trevor Nunn adaptan la ficción para la pantalla grande. La espía roja podrá serle fiel a la pieza literaria, pero no a la asistente del director de la Asociación Británica de Investigación de Metales No Ferrosos, que filtró documentación clasificada hacia la Unión Soviética entre fines de los años treinta y principios de los setenta. La protagonista del film guarda silencio cuando un cronista le pregunta cuánto dinero cobró por la entrega de información. En cambio, según el diario New York Times, la mujer de carne y hueso respondió: “Hice lo que hice, no por dinero, sino para ayudar a impedir la derrota de un sistema que se esforzaba por costearle al ciudadano común los alimentos y tarifas que pudiera pagar, y un buen servicio de salud y educación”. La mención de este contraste entre ficción y realidad ilustra la descomunización que Norwood sufrió a manos de Rooney, Shapero, Nunn. Su alter ego Joan Stanley hace lo que hace, no por convicción política, sino por amor (a un novio y a la Humanidad). La espía roja parece haber sido producida en plena Guerra Fría. Winston Churchill habría disfrutado de este largometraje donde los británicos lidian con aliados peligrosos y a la vez inferiores: los comunistas por manipuladores, traicioneros, desestabilizadores; los yankees porque –además de ambiciosos– se comportan como monos con gillette. El Primer Ministro y pintor aficionado habría valorado la impecable reproducción de época, sobre todo la reconstrucción de los interiores de la British Non-Ferrous Metals Research Association, a juzgar por las fotografías disponibles en The Oldcopper Website. La siempre convincente Judi Dench encarna la versión octogenaria y la dúctil Sophie Cookson (algunos espectadores la habrán visto en la serie Gypsy), la versión veinteañera de Joan. El desdoblamiento recuerda aquél dispuesto para la adaptación de otra novela “inspirada en la vida real”, la multipremiada Iris de Richard Eyre. En aquella película de 2001, Dench interpreta la versión veterana y Kate Winslet, la versión joven de la escritora irlandesa Iris Murdoch. La sensación de déjà-vu vuelve a aparecer ante la decisión narrativa de recrear el pasado de la protagonista en el marco de una interpelación realizada en el presente. Joan recuerda por exigencia de los policías que la interrogan; Iris intenta hacerlo a instancias de un marido empecinado en rescatarla de las garras del Alzheimer. Por distintos motivos, la memoria está en juego en uno y otro film. El amor (verdadero) también interviene de manera decisiva en ambas películas. En La espía roja, libera a la protagonista de una tela de araña casi tan viscosa como aquélla que la enfermedad del olvido les tejer a sus víctimas desprevenidas. El largometraje de Nunn invita a una aventura con pocos riesgos. Acaso el toque feminista consecuente con nuestra época sea la característica más innovadora de esta apuesta, contemporánea pero absolutamente convencional, al espionaje de antaño.
Cuando la ficción se aproxima a la realidad. Esta encantadora película es la increíble historia, real, aunque el cine es el cine, de Melita Norwood, una espía británica del KGB, agente doble que respondía al apodo de «Hola», acusada con 87 años cumplidos de compartir secretos nucleares británicos con la Unión Soviética cuando, recién licenciada en Física, trabajaba en la Asociación Británica de Metales No Ferrosos. Realizada por Trevor Nunn (conocido director teatral de montajes como Los Miserables o Noche de reyes) a partir de un guion adaptado de la novela del mismo título de Jennie Rooney (Red Joan se llama la versión original de la película), está protagonizada por la insuperable Judi Dench (Oscar a la mejor actriz secundaria por Shakespeare apasionado en 1999), en el papel de la espía anciana, y Sophie Cookson (Kingsman: el servicio secreto) en el de la joven Melita, que en la ficción se llama Joan. «Yo no era más que una sombra en ese universo dominado por los hombres. Invisible… y finalmente poderosa». En un pueblo de Inglaterra, Joan Stanley, la típica ancianita inglesa de la que nadie sospecharía nunca que pudiera ser enemiga del Estado, pasa sus días cuidando el jardín. Una mañana, llaman a su puerta unos agentes de los servicios secretos MI5 que se la llevan detenida por traición. Acaba de salir a la luz uno de los mayores casos de espionaje del KGB en el Reino Unido, y Joan es una de las sospechosas. Un salto hacia atrás en el tiempo revela la manera en que Joan fue captada cuando era estudiante en la Universidad de Cambridge y se enamoró de Leo (Tom Hughes), un ruso seductor y manipulador que fue influyendo en la visión que la joven tenía del mundo. Terminada la guerra, Joan entra a trabajar en un centro secreto de investigación nuclear y enseguida se verá obligada a traicionar a su país para salvar al mundo de una catástrofe. La teoría de Joan era que si «todos saben todo» no habrá razones para apretar el botón rojo. Lo que finalmente le incita a pasar información es la devastación causada por las bombas atómicas estadounidenses en Japón. La realidad es que Melita Norwood —quien después de pasar información al KGB se casó, se marchó a vivir a otro país, adoptó un hijo, se quedó viuda y regresó a Inglaterra— pasó desapercibida hasta que en 1999, durante una investigación del catedrático de la Universidad de Cambridge Christopher Andrew en varios archivos desclasificados del KGB, apareció el nombre de la espía «Hola». La investigación acabó descubriendo que correspondía a Melita, una simpática anciana que a los 87 años fue descubierta públicamente como uno de los principales enlaces con Moscú. Aquel día su hijo se enteró de que su madre había sido espía. En 1937, cuando tenía 25 años, Melita entró a trabajar como secretaria en la Asociación Británica de Metales no Ferrosos, una tapadera de los experimentos nucleares británicos. Tras la segunda Guerra Mundial se levantaron sospechas al comprobar que algunos logros de los soviéticos coincidían con los británicos, pero nadie pensó nunca en Melita. En una improvisada rueda de prensa, en el jardín de su casa de Bexleyhead, al sur de Inglaterra, una vez que la dejaron en libertad teniendo en cuenta su avanzada edad, explicó que había tomado la decisión de compartir los documentos secretos que pasaban por sus manos con los rusos «para ayudar a impedir la derrota de un nuevo sistema que había, a un alto coste, dado a la gente de a pie alimentos y precios que podían permitirse, ofreciéndoles educación y un servicio de salud». Historia de espionaje que incluye dos historias de amor, el marco de una relación madre-hijo y algunas consideraciones éticas sobre el armamento nuclear, bien interpretada por las dos mujeres que generan una corriente de empatía en el espectador. Los personajes masculinos, en cambio, son bastante tópicos. La belleza de la historia se encuentra precisamente en el hecho de que no se trata de espías que saltan de helicópteros ni devoran kilómetros en deportivos biplaza rojos, sino de ciudadanos «ordinarios» que podríamos haber tenido de vecinos en algún momento.
Hay géneros cinematográficos que combinan muy bien. El melodrama romántico y el cine de espionaje, por ejemplo, funcionan muy bien. La tensión entre lo personal y lo político, el conflicto entre los sentimientos y el bien común puedan dar mucha tela para cortar y un conflicto excelente para la trama de una película. Cuando una película no funciona, muchas veces creemos que es por culpa de su género o la combinación de géneros, pero esto no necesariamente es así. La espía roja cuenta la historia de una mujer anciana que vive sin mayores sobresaltos en Londres cuando en el año 2000 agentes del MI5 la detienen por espionaje, por pasarle información vital de su país a la Unión Soviética décadas atrás. No es cualquier tipo de información, es material sensible sobre la construcción de la bomba atómica. A partir de ese arresto comenzará la investigación y con ella la película construirá su historia volviendo a ese pasado donde Joan Stanley recordará sus años en Cambridge y su posterior trabajo en la investigación de la bomba atómica para el Reino Unido. Los argumentos de Stanley serán que hizo lo que hizo para salvar a la humanidad, ya que si los dos bandos de un conflicto (hablamos del comienzo de la Guerra fría) tienen el mismo poder, lo más probable es que ninguno se atreva a ser quien lance la primera bomba conociendo sus consecuencias. Todo lo interesante de la película está en la idea. Las historias de amor, el drama, los argumentos políticos y las tensiones de Joan ya anciana con su hijo no están a la altura del melodrama anunciado o del film de espionaje que se podría esperar. La película no consigue nunca la tensión deseaba y se desdibuja hasta su final, que tampoco conmueve o interesa.
“La Espía Roja” (“Red Joan” en su título original) es un largometraje basado levemente en la vida de Melita Norwood, aquí rebautizada Joan Stanley, una científica británica que se convirtió en la espía más longeva de la KGB. Joan Stanley (Judi Dench en su vejez y Sophie Cookson durante sus primeros años) es una encantadora científica y especialista en física que trabajó al servicio de Inglaterra en la carrera por la elaboración de la bomba atómica. Tuvo una vida tranquila y en apariencia pacífica hasta una mañana del año 2000 donde agentes del MI5 la detienen, bajo la acusación de proporcionar información a la Rusia comunista. Ha salido a la luz uno de mayores casos de espionaje del KGB y Joan es una de las sospechosas. Durante el interrogatorio, Joan vuelve a recordar el año 1938, cuando estudiaba física en Cambridge y se enamoró de un joven comunista, Leo Galich (Tom Hughes), el mismo que tiempo después, durante la Segunda Guerra Mundial, la puso ante una difícil encrucijada: elegir entre traicionar a su país o salvar al mundo de una catástrofe nuclear. La película dirigida por Trevor Nunn comprende una mezcla de géneros donde se cruza el thriller de espionaje con el melodrama más clásico, predecible y plagado de lugares comunes. Si bien la historia real resulta atractiva e intrigante aquí se nos invita a ser testigos de un film que se queda en el molde e intenta alternar flashbacks y flashforwards poco motivados donde la protagonista va rememorando todos los acontecimientos que la pusieron en aquella difícil situación a los 87 años de edad. La intriga alrededor de la culpabilidad o inocencia de la mujer se diluye tempranamente y luego quedamos sumergidos en un drama romántico bastante cliché donde la mujer es manipulada por uno de sus intereses románticos y también relegada por medio del otro. A su vez resulta un poco naif el hecho de que se da cuenta que su trabajo hizo que se provoque un desbalance en el orden mundial a partir de la utilización de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki, llevándola a filtrar información a los soviéticos para que se produzca un nuevo estado de equilibrio o paridad. Es como que la cinta se dedica principalmente a mostrarnos el romance dejando en un segundo plano al componente de espionaje que era mucho más seductor. El guion escrito por Lindsay Shapero resulta ser un clásico ejercicio de este tipo de films y nos remite más a las películas fallidas del estilo de la reciente “The Aftermath” que a grandes exponentes del género. No obstante, la cinta goza de algunos buenos pasajes que la salvan del fracaso estrepitoso mediante el compromiso de Sophie Cookson (“Kingsman: The Secret Service”) y su motivada interpretación de la espía en su juventud. Por el lado de Judi Dench (“Philomena”), si bien es una enorme actriz en esta situación se la ve un poco desaprovechada con una escasa participación y con escenas que no tienen un atinado tono dramático respecto de lo que está aconteciendo. En síntesis, “La Espía Roja” se presenta como un film regular, genérico y poco atractivo que desaprovecha un gran talento interpretativo y estilístico por medio de un guion bastante esquemático y predecible. Una historia que tenía mucho potencial por su trasfondo basado en hechos reales aunque esto no se vio reflejado en el producto final.
La espía rosa Una anciana que pasa sus días cuidando el jardín de su casa en los suburbios es arrestada por traición a la patria. El punto de partida de La espía roja (Red Joan, 2018) es auspicioso, pero su director Trevor Nunn se encargará de arruinar la expectativa generada. La historia se “inspira” en hechos reales: Melita Norwood (Judi Dench) era una funcionaria inglesa cuya simpatía por el comunismo la llevó a entregar secretos nucleares a la Rusia de Stalin, en plena Guerra Fría. Muchos años después, es arrestada por estos hechos, siendo bautizada por los medios de comunicación como “la abuela espía”. Sin embargo, en la adaptación de los hechos que hace la película, Melita no es una espía con fuertes convicciones ideológicas, sino una mujer enamoradiza cuyas motivaciones parecen surgir más de su corazón que de su postura ideológica. Todo resulta apático en La espía roja y nada nos genera empatía. Ninguno de los diversos temas que trata la historia es tratado con rigor por el director, todo está edulcorado, suavizado para no escandalizar a al audiencia. La Guerra Fría, el amor, el feminismo, las convicciones ideológicas, las relaciones filiales, la lealtad, la verdad y la mentira... todo está tamizado por un filtro de superficialidad, lo que asemeja a esta película a una novela televisiva. Incluso, el relato está mal estructurado en base a infinitos flashbacks, sumado a la pésima decisión de revelarnos a los pocos minutos de iniciada la película, los motivos por los que arrestan a una pobre viejita. En definitiva, Trevor Nunn desperdicia una gran historia y desperdicia a la gran Judi Dench, que en su papel podría haber mostrado el padecimiento de vivir todos esos años en ese silencio, en esa tensión originada por su oculto pasado y la tranquilidad de su vida cotidiana; lejos de la novela rosa que terminó filmando.
La espía roja es una típica película de cable que logró colarse en la cartelera y trabaja una premisa argumental que era muy prometedora. La trama está vagamente inspirada en la historia real de Melita Norwood, la espía inglesa que durante más de 30 años le proporciono a la Unión Soviética todos los secretos relacionados con el programa atómico británico. Estos hechos recién se hicieron públicos a fines de los años ´90 cuando Norwood fue detenida a los 87 años por los servicios de inteligencia de su país. Una caso apasionante que lamentablemente es más interesante de conocer a través del perfil de Wikipedia de esta mujer que en la soporífera película que ofrece el director Trevor Nunn. Un realizador asociado con el mundo de Broadway, cuyo último antecedente para el cine había sido la excelente adaptación de la comedia de Shakespeare, Noche de reyes (1996), con Helena Bonham Carter. La decepción con La espía roja pasar por el hecho que los productores eligieron tomar como fuente una novela de ficción, inspirada en este caso, en lugar de concentrarse en la trama real que era tan interesante. La obra de Nunn se enfoca más en el melodrama y el romance y no desarrolla con demasiada solidez las causas concretas que motivaron a una joven científica a involucrarse en tareas de espionaje peligrosas. El director elige el recurso del flashback extendido para explorar los orígenes de una estudiante de Cambridge que eventualmente se convirtió en una figura clave para la KGB. Sophie Cookson ( Kingsman) interpreta con solidez la versión juvenil del papel que luego encarna en el presente Judie Dench, quien tiene un rol muy limitado a lo largo del film. En ocasiones la trama retrata algunas situaciones interesantes, como el sexismo de los años ´40 en el ambiente académico y científico, que convertía a las mujeres en figuras claves para el espionaje, ya que todo el mundo descartaba que pudieran dedicarse a esas actividades. Desde los aspectos técnicos el film es impecable y todo el reparto ofrece una labor decente, sin embargo la narración de Nunn nunca llega a explotar a fondo los aspectos más intrigantes que despierta el caso real. No queda claro por qué optaron por maquillar con un drama monótono una historia verídica que era apasionante. Una oportunidad desperdiciada que podía haber brindado un film muy superior.
La cuarta película dirigida por Trevor Nunn y y con guión de Lindsay Schapero basada en la novela de Jennie Rooney relata cómo en 1999 Joan Stanley (Judi Dench en la etapa adulta y Sophie Cookson en su juventud)esdescubierta a sus 87 años luego de mantener una vida de bajo perfil habiendo sido una espía que transfirió datos sobre la bomba nuclear a los soviéticos durante muchos años. Basada en la vida de Melita Norwood (1912-2005) la agente rusa que destinó la mayor cantidad de años dentro del Servicio de Inteligencia Inglés comienza cuando entra a la Universidad de Cambridge para estudiar Física. Allí conoce a Sonya (Tereza Srbova) y ella a su vez le presenta al seductor Leo (Tom Hughes), su primo, de quien inevitablemente se enamora. Los mencionados anteriormente son militantes comunistas y convencen a Joan a unirse a sus filas. Ella le pasa datos a Sonya cuando comienza a trabajar para Max Davis (Stephen Campbell Moore), casado, pero quien, a su vez se enamora de Joan y es su jefe y comanda el grupo de científicos que desarrolla la mencionada bomba. El guión recorre su vida mediante flashbacks que nos retrotraen a su juventud para luego volver al interrogatorio con todo lo que éste momento conlleva (la relación con su hijo, etc).Tiene algo de romance, thriller y espionaje pero nunca llega a tener la dosis de suspenso necesaria para que logre atrapar al espectador. Ni que fuera presentada en el Festival de San Sebastián ni que contara con una actriz nominada al Óscar siete veces fue suficiente para lograr una película atrapante.
Una historia real la de Melita Norwood , que brinda un caso apasionante durante la segunda guerra cuando las potencias en conflicto corrían una carrera contra el tiempo para obtener la bomba atómica y entre los aliados competían y recelaban para ser los primeros. En ese tiempo una joven científica, enamorada de un militante comunista decide no dejar afuera a los soviéticos de los adelantos en la carrera armamentista. Así se transforma en una espía oculta hasta que circunstancialmente, y ya anciana, es descubierta y encarcelada. La gran Judi Dench aporta su talento pero no tiene muchas escenas, el peso del recuerdo está en la joven Sophie Coolson que sale airosa de este desafío exigente. El tema es que la película que pudo ser una apasionante entrega de vida de espías desaprovecha esta oportunidad porque ni el guionista Lindsay Shapero ni el director, el reconocido Trevor Nunn, logran imprimirle ese nervio y apasionamiento que el género pide y se quedan en la corrección y muy cercanos a un melodrama cursi. Con una muy buena reconstrucción de época y con las actuaciones del elenco, nos quedamos con las ganas de más Judi Dench, pero alcanza para un entretenimiento que pudo ser una joya y se quedó a mitad de camino.
Joan Stanley aparenta ser una anciana igual a tantas otras que dedica su tiempo al cuidado de su jardín, tal como muestra la primera escena. Pero, cuando una mañana llegan varios oficiales del servicio secreto británico con una acusación de espionaje bajo el brazo, queda claro que esa señora adorable tuvo un pasado muy distinto al que siempre contó. Basada en el caso real de Melita Norwood, La espía roja muestra el recorrido que llevó a aquella por entonces joven veinteañera a involucrarse con la KGB. Todo comienza cuando, mientras estudiaba Física en Cambridge a fines de la década de 1930, se enamoró de un joven comunista convencido de las bondades del sistema soviético. Un sistema necesitado de información sobre el desarrollo tecnológico de los británicos y los norteamericanos, cuestión de no quedar rezagado en la carrera armamentística que empezó incluso antes del fin de la Segunda Guerra Mundial. Con una narración que va y viene entre el presente y aquel pasado, la de Trevor Nunn es una de esas películas que deja la sensación de que podría haber sido mucho mejor. Su tono académico está lejos de la intriga del espionaje, la música omnipresente de George Fenton (que incluye violines de fondo en una escena de sexo) intenta guiar las emociones del espectador y el elenco –con la notable excepción de Dench– se mueve en un registro apesadumbrado. Melodrama bélico antes que thriller político, La espía roja sobrevuela aquel largo periodo de tiempo de modo superficial y estilizado, sin explorar las contradicciones de una mujer tironeada entre el deber patriótico y sus mandatos éticos. Distinto es el caso de la pata del relato apoyada en el presente, donde Dench logra insuflarse a su mirada cristalina un aura culposa pero reposada ante el pedido de explicaciones de las autoridades y principalmente de su hijo. Su trabajo es de un nivel de excelencia muy por encima del de la película.
Así como cada tanto aparecen vecinos con un pasado criminal inimaginable, algo de esto ocurrió en Bexleyheath (Londres), cuando una mañana, la del 11 de setiembre de 1999, una guardia de periodistas esperaba en el jardín de entrada de su casa que saliera Melita Norwood, que había sido espía para los rusos entre 1937 y 1973. Las diferencias de la película que estrena hoy con la historia real es que Melita Norwood había sido formalmente reclutada por la KGB, y aquí al personaje -llamado Joan Stanley- se lo pinta con un altruismo tal que justifica el robo y traspaso de la información (secretos de Estado) a la Unión Soviética en pos de impedir que se desatara una guerra nuclear… La película del veterano Trevor Nunn (79 años ya, director de Lady Jane, y también, músico y productor musical) va y viene en el tiempo para contar la historia de Joan, que es interpretada en la actualidad del año 2000 por Judi Dench, y en su juventud por una mucho más impulsiva Sophie Cookson. Claro que para acomodarse a los parámetros del thriller, hay una subtrama de amor entre Joan y Leo Galich (Tom Hughes, quien, atención, será Corto Maltese). El, joven comunista, rojo como la sangre de sus venas, fingirá o no estar enamorado de esta física que estudió en Cambridge, para obtener cierta información crucial para que los soviéticos pudieran construir su propia bomba de plutonio. “Mi pequeña camarada”, le dice Leo cada vez que se (re)encuentra con ella. Lo cierto es que Joan es más buena que el pan, que Lassie y que cualquier ciudadano británico que honre a su país. Como Joan cree que ha hecho pasándole data a los rusos. El filme se sigue con atención, entre tantas idas y vueltas, y al final uno termina descubriendo que Sophie Cookson trabaja mucho más que Judi Dench, aunque la ex M de las últimas películas de James Bond tenga los mejores momentos. O será que los brinda, porque la letra no siempre la ayuda, y es solamente cuestión de temple, talento y presencia. La música, un tanto melosa de George Fenton, acompaña los momentos más melodramáticos de este thriller, que sin ser totalmente fidedigno a la historia en la que se basa, le alcanza para mantener la curiosidad del espectador por cómo se irán desarrollando las acciones.
Inspirada en la historia de Melita Norwood, la británica que fue descubierta como colaboradora de la KGB tarde, demasiado tarde, La espía roja habla de traición, convicciones, contexto, amores, anhelos, decisiones en tiempos convulsionados, complejos (como todos, pero estos quizá más). Y va desde un presente del relato bastante anodino y con poco despliegue de tensión a un pasado que promete emociones -al fin y al cabo, ahí están los nazis, la Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría para dotar de atractivos a la historia de la joven Joan del título original-, pero que, lamentablemente, no se concretan. Porque en el cine, otra vez, el "qué" es el "cómo". No basta con temas apasionantes a priori: el a priori no se ve en la pantalla. Y lo que se percibe en esta película de Trevor Nunn -director de la obra musical Cats en su puesta original y coautor de "Memory" con Andrew Lloyd Weber- es un quietismo muy particular y diversas fallas (o desinterés) en la concepción del suspenso, del melodrama y de casi cualquier atractivo cercano al film de espías, e incluso al mero film biográfico. En La espía roja hay una progresión narrativa anestesiada (propia de telefilms de hace décadas), actuaciones correctas en el sentido menos creíble de la corrección y el intento de hacer una película desde una "mirada de personaje femenino", pero Joan empieza y termina definida por los hombres; entre ellos, claro, papá Stalin.
Siempre hay que tener cuidado en las películas basadas en hechos reales. Ya sea casos que siguen los sucesos a rajatabla que desafían la imaginación de las mentes más inventivas, o se toman licencias artísticas para ensalzar historias insulsas y volverlas más verídicas, es una balanza sensible cuyos elementos desequilibrarían el punto medio fácilmente. Films que entrecruzan el drama y el espionaje no escasean en el medio, por eso es que la inconsecuencia de Red Joan golpea con dureza el suelo cual saco de papas, en donde un proyecto frío y desapasionado desperdicia una historia sacada de la primera plana de los diarios que prometía.
El filme de Trevor Nunn está basado en la novela de Jennie Rooney, que toma como protagonista la historia real de Melita Noorwod, considerada como la espía británica más veterana de la KGB. "La espía roja" sigue la historia de la mujer, descubierta en 1999, a los 87 años, por el Servicio Secreto británico y a través de flashbacks cuenta las circunstancias que la convirtieron en un personaje peligroso para la seguridad nacional. A partir de la captura de Joan, con Judi Dench en el papel de la veterana señora acusada de espionaje, vamos al pasado en el prestigioso universo de Cambridge donde Joan estudia Física (ahora la actriz es Sophie Cookson). Allí asistimos a su deslumbramiento ante gente diferente como pueden ser Sonya (la modelo Tereza Srbova) y Leo Galich (el también modelo y actor Tom Hughes), atractivo joven que cambia la mirada de la joven Joan y comparte con Sonya la ideología comunista. De ahí a la historia amorosa hay un paso. Lo que sigue es todo lo que estamos acostumbrados a ver en una película que mezcla espionaje y amoríos, pero en un tono más cercano a la modorra que a la acción, con argumentos en cuanto a la conversión en espía de Joan Stanley un tanto ingenuos. En cuanto a Judi Dench, como siempre estupenda, pero, a no engañarse: su presencia es mínima. La actriz, junto al director Trevor Nunn y Ian Mc Kellen, protagonizó hace unos años una versión inolvidable de "Macbeth" en teatro, pero la dupla en cine con "La espía roja" no parece haber dado los mismos resultados.
La espía roja, en tonos grises Reclutada por la KGB en 1937, Norwood es la figura femenina más destacada en la ajetreada historia del espionaje y contraespionaje británicos, pero el film del veterano Nunn no le hace honor. “Asistente personal” y “espía” son las ocupaciones que Wikipedia asigna a Melita Norwood. Reclutada por la KGB en 1937, Norwood cuenta con un doble record. Es la figura femenina más destacada en la ajetreada historia del espionaje y contraespionaje británicos, y es también la agente de ese país que durante más tiempo sirvió secretamente al enemigo soviético. Dirigida por el octogenario director teatral y realizador cinematográficoTrevor Nunn (Lady Jane, Noche de reyes), La espía roja se inspira libremente en la historia de Norwood, trocando su nombre por el de Joan Stanley. La película narra lo que narra sin adoptar ningún punto de vista, con lo cual la posible implicación del espectador se ve irremisible obturada: imposible participar de lo que más que un relato de ficción (o no tanto) parecería un informe “objetivo”. Con Judi Denchinterpretando a Stanley en su versión octogenaria, y la bonita Sophie Cookson --que curiosamente había dado vida a una agente secreta en Kingsman-- encarnándola en sus años mozos, La espía roja va y viene en dos tiempos. En el presente (año 2000), esta abuelita dedicada a sus tareas de jardín es arrestada bajo cargo de espionaje, sospechándosele vinculación con un ex Ministro de Relaciones Exteriores, presunto ex agente soviético. El interrogatorio espolea sus recuerdos, como la magdalena de Proust, para que éstos sean visualizados por ese voyeur irredimible llamado espectador. De acuerdo a lo que muestra la película, a Mrs. Stanley la política le entra por vía del atractivo Leo Galich (un fervoroso practicante del camelo actoral llamado Tom Hughes), compañero de estudios en Cambridge (se habla del “círculo de espías de Cambridge”, para referir a lo que en los años 30 fuera todo un centro de reclutamiento para la KGB). No más mirarla, este apuesto integrante del Comintern (Comunismo Internacional), de cabello desordenado y aire de rock star antes del rock, flecha a la sensible veinteañera. Para qué decir cuando ella lo ve perorar en actos públicos, con la elocuencia con la que sólo un (sobre)actor puede hacerlo. De ahí a informar al servicio secreto de la URSS sobre las investigaciones nucleares de la patria de Churchill hay un solo paso, y a la película parece no importarle demasiado si la protagonista lo hace por bronca, despecho, berretín revolucionario o qué. En la realidad, Norwood era hija de padres de izquierda, resueltamente comprometidos con la Revolución de Octubre. Lo cual debe haber incidido en su pasión por sacar fotos, elaborar informes y pasar datos. Su trasunto ficcional resulta ser sin embargo apolítica, ejerciendo el espionaje como si se tratara de un trabajo de escritorio, en el que se puede estar tanto de un lado como del otro. Una banal de la indiferenciación política, que tal vez hubiera interesado a Hannah Arendt. No tanto al espectador, entre otros motivos porque la película echa sobre ella una fofa mirada abstinente.
Hay veces que el cine logra atrapar al espectador con historias biográficas y su puesta en escena ficcional. El caso de esta propuesta no es uno de ellos, configurando un simple repaso a la vida de una acusada de ser espía y las idas y vueltas en su memoria con las que se quiere representar de una manera liviana y fútil un pasado comprometido con una causa, el que nunca termina por hacer honor al personaje que refleja.
Una propuesta más interesante por sus ideas que por cómo las ejecuta. Lo que motivó a quien escribe estas palabras a ver La Espía Roja es lo mismo que puede motivar a un espectador promedio a verla: la solidez actoral de Judi Dench en el marco de una trama de espionaje. Una vez contemplado el producto final, debe decirse que el poster no mentía… hasta ahí nomás: la gran dama del drama británico está efectivamente ahí desplegando su talento, y el espionaje también hace su acto de presencia. Sin embargo, el bulto de la trama se lo cargan encima una actriz diferente y un género diferente. Idea y Ejecución La Espía Roja tiene, en apariencia, dos claras virtudes: el desarrollo con altibajos de la vida romántica de la protagonista, y la idea controladora de que la única manera de alcanzar la paz (de cara a la separación del átomo) es el temor a la retaliación, siendo la traición a la patria un mal necesario. Uno no puede evitar preguntarse por qué la sensación a la hora de repasar lo visto no es lo que se dice positiva. La respuesta no tarda en llegar: esta es una película de espionaje que no ahonda mucho en el mismo; el planteamiento de sus ideas dice una cosa, pero su ejecución dice otra. Si bien es cierto que lo que motiva a la protagonista a traicionar es precisamente el amor y no podía dejarse ese tema de lado, también es cierto que al aspecto romántico goza de más desarrollo del que realmente merece: se le dedican secuencias enteras, mientras que el espionaje es reducido a escenas sueltas y, cuando no, a montajes apresurados. Como si lo que estamos viendo es una historia de amor que “oh, casualidad” está ambientada en el mundo del espionaje; y visto por cómo está construida, había una posibilidad minúscula de que se saliera con la suya… si se hubieran limitado a la línea temporal que transcurre en la segunda guerra mundial. Pero no, no es el caso. Donde más queda expuesta esta carencia de espionaje es precisamente en la línea temporal del presente, que es donde arranca la historia. Donde la protagonista, en su versión de mayor edad, está de cara a una acusación de alta traición y donde el espionaje domina en cuanto a clima más no a narrativa. Aquí no hay romance que sostenga el relato, y la otra historia de amor, la de madre-hijo, no está desarrollada con la suficiente fuerza y hasta adquiere ribetes anticlimáticos. Ni siquiera los interrogatorios a los que el MI6 somete a la protagonista otorgan algo de tensión. La sola existencia de esta línea temporal (por simple fidelidad a los hechos reales de los que parte), sumado a su superficialidad, es lo que revela todas las cartas mal jugadas de la película. Donde más claro queda que su intención era ser una película de espionaje con algo de romance, y el saldo final quedó en lo inverso.
La espía roja: Agradezcan a Judi Dench. No se sabe qué tan necesario puede ser realizar una película de espionaje, donde lo único que sobresale es el nombre de Judi Dench en cartelera. Con esa premisa, llega la cuarta película del director Trevor Nunn. Presentada en el Festival de San Sebastián, “La espía roja” mezcla la biopic, con el thriller político y demasiado romanticismo; lo que da como resultado un licuado retrato de la ideología comunista y la mujer. De origen británico, es una propuesta chata para semejante personaje verídico, como lo fue Melita Norwood, convertida aquí en Joan Stanley, la espía que se dedicó a pasarle datos secretos de los ingleses a los rusos, en contextos como la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. Joan Stanley (Judi Dench) es una anciana bibliotecaria que está siendo interrogada por su colaboración, cuando joven, con la KGB soviético, filtrando información confidencial británica. La historia es narrada a partir de flashbacks y flashforwards continuos para, al mismo tiempo, contar lo sucedido cuando Joan (Sophie Cookson) era una joven estudiante de física en Cambridge. En la Universidad conoce a Sonya (Tereza Srbova) y su primo Leo (Tom Hughes), dos militantes comunistas, que influirán en su manera de pensar y actuar. Luego, siendo parte del equipo que investigaba para crear la primera bomba nuclear, contratada por Max Davis (Stephen Campbell Moore), se dedica a pasar datos sobre los proyectos de armas atómicas a los soviéticos. El personaje principal, como se dijo, cuenta con 2 caras: Judi Dench en la actualidad y Sophie Cookson en el pasado. Sin duda, Dench, es el “gancho” de esta película, gracias a su prestigiosa carrera, aunque no sea quien más tiempo aparece en la cinta. La actriz con 7 nominaciones al Oscar, es por todos conocida por ser M en varias entregas de la saga James Bond. Es de destacar que su único Oscar es por una actuación de 7 minutos en “Shakespeare apasionado” (1999). En “La espía roja” sólo tiene breves escenas, como justificando los 2 tiempos de la narración, mediante el interrogatorio. La cámara se centra en primeros planos de ella, casi siempre pensativa, como para dar pie a ir y volver en el tiempo. Sophie Cookson tiene una participación extensa (se podría decir que es la verdadera protagonista) y aceptable, no llama la atención su actuación, al igual que la del resto del reparto. Dirigida por Trevor Nunn, famoso director teatral, pero con sólo 4 películas en su carrera, a “La espía roja” le falta fuerza; toca el tema de espionaje tan superficialmente que no se puede decir que ese sea su género. El énfasis está puesto en el triángulo amoroso de Joan y sus amantes, que tampoco logra subyugar al espectador porque, además de tibias, son historias donde queda en evidencia que todos los hombres la controlan y menosprecian, además de diluir la posible mirada histórica sobre los hechos. En conclusión, es un melodrama que no aporta nada novedoso, uno más del montón. Se termina perdiendo en momentos romanticones lentos en los que ninguno de los hombres tiene genuino interés en Joan. Es frustrante que la historia sea aburrida y fría, cuando se contaban con tantos elementos a su favor para generar contenido interesante y con la presencia de Dench.
Melodrama y romance se entremezclan en una historia de espías, intrigas políticas inspirada en una historia real sobre una mujer que para salvar al mundo traicionó a una nación. Por Bruno Calabrese. Joan Stanley (Judi Dench) es una encantadora anciana que jamás ha levantado ningún tipo de sospecha… hasta que una mañana del año 2000 agentes del MI5 la detienen, acusada de proporcionar información a la Rusia comunista. Ha salido a la luz uno de mayores casos de espionaje del KGB y Joan es una de las sospechosas. Durante el interrogatorio Joan vuelve a recordar el año 1938, cuando estudiaba Física en Cambridge y se enamoró de un joven comunista, Leo Galich (Tom Hughes), el mismo que tiempo después, durante la II Guerra Mundial, le puso ante una difícil encrucijada: elegir entre traicionar a su país o salvar al mundo de una catástrofe nuclear. Y es que, trabajando en unas instalaciones de alto secreto dedicadas a la investigación nuclear durante la guerra llega a la conclusión de que el mundo está al borde de una destrucción garantizada, y deberá elegir entre traicionar a su país y a sus seres queridos o salvarlos. Película basada en la vida de Melita Norwood (Joan Stanley en el film), la espía británica que estuvo más tiempo al servicio de la KGB. La premisa principal resulta un interesante punto de partida. La aparente inocencia de la supuesta espía, en conjunto con la perfecta elección de Sophie Cookson (Kingsman) para interpretar a Joan de joven hacen presagiar que nos vamos a encontrar con un buen producto. Pero todo se termina diluyendo con el transcurrir de la película. Interminables flashbacks que terminan haciendo confusa la narración, sumado a que a poco de comenzado ya habremos dilucidado los motivos por lo cual arrestan a la anciana. Intriga, espías y romance se entremezclan en una película donde el principal atractivo era ver en pantalla a Judi Dench pero que todo el peso actoral termina cayendo en Sophie Cookson y cuyo resultado final termina dejando sabor a poco a pesar de un comienzo prometedor. Una oportunidad perdida para una historia interesante que merecía un tratamiento mejor. PUNTAJE: 55/100.
“La espía roja”, de Trevor Nunn Por Mariana Zabaleta MI6 opera en el imaginario cinematográfico desde hace décadas, sus protagonistas han entregado episodios que muestran la minucia que recubre a los grandes poderes. Jefes, estados y mafias confluyen en escenarios glamorosos donde los agentes encarnan los múltiples tentáculos del poder. Judi Dench ha resultado, a lo largo de su prolífera carrera, la preferida para interpretar la cabeza de MI6 en la franquicia de James Bond. Esta decisión nunca fue una casualidad, más bien se basa en Stella Rimington, la reconocida escritora y ex directora del Servicio Secreto de la Reina. En La Espía Roja el registro de acción se traslada desde las extremidades al corazón, la trama privilegia contar la desobediencia como conflicto entre el corazón y la razón. Su protagonista nos lleva del presente al pasado continuamente, construyendo del film un solo y extenso recuerdo. El feedback de las líneas temporales expuestas es tan ameno y acartonado que no pone en ningún vericueto o intriga al espectador. Gran factor ausente del film. La sombra de Hiroshima pesa sobre la protagonista, la ciencia en contextos de guerra pone la banalidad del mal sobre la mesa. Lo encargado se descubre como arma mortal cuando ya es demasiado tarde. Allí la agende es doble (porque su persona ocupa dos espacios de poder) el de la capacidad científica de crear el arma, como también el de ser emisora de los datos conformados en información. La vieja y cristalizada, al absurdo, disputa entre los Rusos y Occidente se repite como episodio de barbarie. Este relato presenta una historia compleja como un episodio más de la banalidad del bien; una sola decisión tomada por una sola agente es capaz de trocar su vida sentimental a favor de la paz del mundo. LA ESPÍA ROJA Red Joan. Reino Unido, 2018. Dirección: Trevor Nunn. Guión: Lindsay Shapero. Intérpretes: Sophie Cookson, Judi Dench, Stephen Campbell Moore, Tom Hughes, Freddie Gaminara, Laurence Spellman. Films. Duración: 101 minutos.
Por esos azares de la distribución, nos encontramos en la cartelera con “LA ESPIA ROJA” un producto más cercano a una película de streaming o las que anteriormente se realizaban para las empresas de cable, que de un estreno cinematográfico. Es el típico producto que adapta un hecho real, llevándolo al terreno del guion cinematográfico (así como existe en literatura ese subgénero que es la historia novelada) cumpliendo con todos los esquemas y la receta típica para lograr un producto digno pero desapasionado. En este caso, “LA ESPIA ROJA” –que a su vez está basada en una novela que ha tomado los hechos reales de la vida de Melita Norwood, fallecida en el 2005 y recordada como la agente soviética que ha tenido más años prestando servicios para la inteligencia inglesa- arranca con la detención de Joan Stanley, ya una anciana de 87 años e irá yendo y viniendo en el tiempo para reconstruir su historia e ir aportando elementos a la narración. En ese juego de ida y vuelta en el tiempo, el guion de Lindsay Shapero –en su primer trabajo cinematográfico que evidentemente está teñido de la estructura esquemática de sus trabajos para televisión- basado en la novela de Jennie Rooney, alterna la detención de la anciana y sus consecuencias, con la historia de una joven Joan, estudiante de Cambridge en donde conoce a dos militantes comunistas: Sonya y su primo Leo. No tardará en aparecer el romance de la protagonista con Leo, este joven estudiante ruso que ha escapado a Alemania. Pero la verdadera trama de la historia comienza a desarrollarse cuando, contratada por el gobierno británico, ella misma será quien comience a pasar datos sobre los avances del equipo de científicos que se encuentran trabajando en la bomba atómica. Sumado a esto, es innegable que el director de su proyecto dentro los laboratorios Cavendish, Max Davies, también está deslumbrado por ella y por lo tanto Joan sumará otro punto de conflicto al sentir esta atracción por dos personalidades tan diferentes. Navegando a dos aguas entre una historia de espionaje y el romance de la protagonista en su juventud, “LA ESPIA ROJA” opta por desarrollar más fuertemente la historia de amor y el melodrama histórico, que internarse en el esquema de la típica película de espías al clásico estilo de John Le Carré. Con una buena reconstrucción de época y una cuidada producción el film de Trevor Nunn en ningún momento se aparta de los esquemas más clásicos que la emparentan con una producción netamente televisiva y los puntos más sobresalientes del filme son, indudablemente, sus actuaciones. Las dos caras de Joan Stanley son Sophie Cookson (“El Cazador y la reina del hielo” “Kingsman”) para la etapa de su juventud y Dame Judi Dench, para la Joan anciana. Ambas, cada una en su momento, logran una composición que es perfectamente funcional a la propuesta de “LA ESPIA ROJA”, lo que hace percibir, sobre todo en el caso de Dench, que es un papel que ella puede componer “de taquito”. Por su parte, Cookson logra dar con la imagen de ingenuidad y candidez que en cierto modo le permite la verosimilitud dentro de la estructura de su personaje, de que todo el mundo no se diera cuenta de que bajo esta impronta, se escondía otra faceta completamente desconocida. Sobre todo, en un mundo donde tanto desde lo académico como desde lo científico, las mujeres estaban programadas para ejercer otros roles en ese momento. De esta forma, y en cierto modo tanto desde el guion como desde la dirección se trata de enmarcar la historia dentro de un rol femenino típico de la época, tan diferente al que plantea el cine actual, con el empoderamiento femenino y el avance en tantas otras áreas. Es por esto que justamente un estilo tan tradicional y poco innovador en el tratamiento del tema, hace pensar más fuertemente cuáles pueden haber sido los intereses de que esta película (que incluso ha participado de un festival tan prestigioso como el de San Sebatián) llegase a la cartelera porteña. La influencia del cine de Ivory, Frears o Richard Eyre, se nota muy concretamente en la puesta de Nunn, siendo una especie de homenaje y legado de aquellos directores con los que él ha colaborado a lo largo de su carrera, marcando en la puesta ciertos detalles de diseño de arte y vestuario que son lo más atractivo del filme y que remiten indudablemente al estilo de esos directores. Si bien sabemos que Dench puede lucirse en cualquier papel, los vericuetos del guion no le permiten ningún lucimiento y la historia se muestra sumamente convencional en el tratamiento del desarrollo de sus personajes. En una cartelera donde estamos ávidos de un cine diferente, “LA ESPIA ROJA” tiende a decepcionar porque cuenta con una historia que, llevada a la pantalla con otras ideas de dirección y por sobre todo con un entramado en el guion que jugase más con los saltos temporales y ciertas intrigas, le hubiese permitido tener muchísimo más vuelo.
Nick (Ben Miles) es un prestigioso abogado que nunca pensó que su mayor desafío profesional fuese la de defender legalmente a su madre de 87 años, acusada de entregar secretos nucleares al gran enemigo de entonces. Lo que parecía increíbl, o una gran confusión, no lo fue. Su dulce madre tiene un pasado oculto, dos caras pertenecientes a una misma moneda. Sólo sabía que había trabajado como física para el gobierno hasta su jubilación, pero eso fue la parte "oficial" de su vida, la otra, explotó en el año 2000. Trevor Nunn dirigió esta película basada en una historia real, cuyo comienzo se remonta a la época de la Segunda Guerra Mundial y lo que sucedía en esos tiempos en Inglaterra, donde una adolescente Joan (Sophie Cookson) estudia y se recibe de licenciada en física y comienza a trabajar en un laboratorio nuclear dependiente del gobierno británico. La producción de la bomba atómica es un hecho, y ella que se enamora de un joven comunista para seguirlo se involucra pasivamente en las actividades del comité. Cuando en el comienzo del nuevo siglo estalló el escándalo Joan (Judi Dench) es una pacífica anciana, pero su legajo la condena. Mientras la protagonista responde ante los investigadores que llevan adelante este curioso caso, porque ella supo ganarse un lugar de gran importancia dentro de un ámbito poblado por hombres. Allí fue respetada y considerada. Nunca se sospechó de ella porque la misión encargada fue realizada con eficiencia y sigilo. El relato va y viene en el tiempo. La mayor parte transcurre en el pasado para justificar los cargos presentados en el presente. Con una muy buena ambientación, detalles estéticos, una atmósfera inquietante, tanto por el tema político como por el erotismo que embarga a la joven pareja y el amor no correspondido, enmarcan a una historia atrapante desde el comienzo. El género de la película oscila entre el thriller y el melodrama, según sea necesario. El dinamismo, la música incidental y un sólido elenco sostienen eficazmente lo escrito en el guión redactado a partir de una novela literaria. Lo que hizo Joan no fue por dinero o por traicionar a su patria, sino por cuestiones humanitarias, es por ese motivo que entregó una importante información confidencial a los rusos, una acción imperdonable que se descubrió recién varias décadas más tarde. El caso podría haber prescripto, pero la memoria no.
Película aburrida, a pesar de que la materia prima debería indicar lo contrario. Cuando conocemos ciertas historias, decimos que deben ser una película. Porque el cine es el hogar de lo extraordinario, una fantasía. Y que una mujer viva muchísimos años, tranquilamente, en Gran Bretaña siendo al mismo tiempo una de las mayores espías de la KGB ciertamente es extraordinario. Para ese material hace falta que dirija una mano extraordinaria. Si no, incluso si todo se basa en hechos ciertos, el espectador no puede creerlo. Y aquí todo estaría bien si alguien supiera unir las piezas. Judi Dench es una gran actriz y está bien, la historia es muy buena, y está bien, y la ambientación es precisa, y está bien. Pero la dirección hace de todo el conjunto una especie de vidriera de “cosas que están bien” sin que se logre algo coherente y entretenido. Película aburrida, a pesar de que la materia prima debería indicar lo contrario. Aún así, el cuento no deja de ser interesante.
LA ESPÍA QUE ME DESENAMORÓ Inspirado en la historia real de Melita Norwood, una anciana que en 1999 fue detenida en Inglaterra tras confirmarse que había sido espía para la KGB durante los años 40’s, este thriller de Trevor Nunn avanza sobre múltiples conflictos pero sin nunca encontrar el tono adecuado como film de misterio. Por el contrario, el director opta por centrarse en la historia de amor de Joan Stanley (la Melita que el relato imagina) y en el melodrama como forma genérica, simplificando demasiado una historia por demás apasionante. La espía roja arranca con una Joan anciana (Judi Dench) que es detenida y sometida a una serie de interrogatorios, situación que la lleva inmediatamente a pensar en sus tiempos de estudiante universitaria y en cómo terminó involucrándose con sectores que militaban en el comunismo. Pero que no sólo militaban, sino que además actuaban como espías en pleno territorio británico, llevando a Rusia secretos militares y demás datos fundamentales en tiempos de guerras mundiales. La forma en que velozmente el relato termina recurriendo al flashback hace dudar inmediatamente sobre la calidad de lo que vamos a ver, cuestión que se termina de confirmar a medida que avanza el relato. Como mucho del cine contemporáneo que pretende aferrarse a cierto clasicismo, el melodrama romántico parece ser una superficie prestigiosa y, además, una que es funcional a los vaivenes emocionales de los personajes: Joan queda así tironeada entre dos hombres, que representan intereses e ideales diferentes. Para la película eso solo alcanzaría para explicar por qué motivo la protagonista terminó colaborando con los rusos, algo que resulta excesivamente maniqueo, como la horrible escena en la que ve por televisión cómo la bomba atómica destruye Nagasaki y eso le hace recapacitar sobre aquello que está haciendo en su trabajo. En todo caso no está mal que La espía roja se convierta en un folletín, el problema es que como tal no logra emocionar, o al menos le falta un carácter más prosaico para apelar a sentimientos básicos y perderle el miedo al ridículo. Y tampoco funciona en el territorio del thriller de espías, ya que carece de todo misterio. Así las cosas, el film de Nunn se pretende reflexivo y político, poniendo bajo su lupa cuestiones como el patriotismo, la traición, la ideología y sus contradicciones. Y sin embargo no deja de ser un melodrama apenas prolijo, actuado con solvencia por un grupo de intérpretes con oficio, y narrado con la pericia de un artesano que sabe poner la cámara y no mucho más. Desapasionada y banal, La espía roja pide a gritos alguien que la despeine un poco y le quite el almidón de qualité que la coloca en la estantería de los dramas buscadores de un prestigio que nunca le llegará.
La Segunda Guerra Mundial también se libró y se escribió en las oficinas de las potencias, ya sea con criptografía o entre espías, traidores y héroes. Inglaterra fue uno de los epicentros de esos esfuerzos y así lo muestran películas como "El código Enigma" o la serie "The Bletcheley Circle". Trevor Nunn, realizador de adaptaciones como "Noche de reyes" y "Rey Lear", recupera en "La espía roja" la historia real de Melita Norwood. Alterando en parte la realidad, los guionistas transformaron a Norwood, una empleada calificada de una oficina gubernamental, en Joan Stanley, una brillante científica. Ambas, en la realidad y la ficción, están unidas por su legado: proporcionar a la ex Unión Soviética información sobre las armas atómicas que desarrollaba Inglaterra y que permitió a la URSS avanzar en el mismo sentido. La trama se matiza con dos historias de amor y proponen que Stanley (Judi Dench) actuó no como una traidora a su país, sino a favor de la paz y en contra de una posible tercera guerra mundial. Dench, de manera magistral, se encarga de profundizar la duda sobre la verdad histórica.
Dirigida por Trevor Nunn y escrita por Lindsay Shapero, adaptada de una novela de Jennie Rooney basada en un caso real, La espía roja tiene como protagonista a Judi Dench como una mujer que de anciana es descubierta como espía de la KGB. Judi Dench interpreta a una señora mayor cuya apacible rutina, en su casa en los suburbios ingleses, se ve interrumpida por la llegada de la policía y de detectives. Llevada a una sala de interrogatorios, la mujer se encuentra, de repente, enfrentada a su pasado, obligada a revivirlo y, al mismo tiempo, a exponerse ante su hijo, abogado, que no conocía esta parte de su historia. Sophie Cookson es quien termina llevando gran parte de la película, interpretando a la versión joven de Judi Dench. Una muchacha que estudia ciencias y pronto el mundo de la universidad le presenta diferentes ideas, amistades y amoríos. Casi sin quererlo, o proponérselo, se ve introducida, o arrastrada, por un hombre del cual se siente enamorada, a los secretos de la bomba atómica. Pero en el epicentro de esta historia, siempre está su corazón. Con unos pocos minutos de Judi Dench, el film se enfoca en esa reconstrucción de la historia de su personaje desde joven, pero lo hace con un tono y una narración demasiado melosa. La historia de la Guerra Fría y el mundo de los espías pierden su oscuridad innata ante el rosa que eligen director y guionista para retratarla, prefiriendo el drama romántico al político. La espía roja no tarda en tornarse bastante sosa, con largas e interminables escenas de amores que se prometen o que dudan o que se niegan o que la usan. Si bien siempre nos dejan bien en claro que su protagonista es una mujer inteligente y por su condición de género no siempre es tomada en serio, todo esto termina siendo relegado a un segundo plano para hacer predominar lo romántico. A Judi Dench se la siente bastante desperdiciada, sin poder siquiera aprovechar sus pocos minutos de pantalla. Lo mismo sucede con la línea narrativa que la une con su hijo, quien de repente se encuentra con que su madre es una mujer desconocida, capaz de guardar toda una vida en secreto. Todo lo que tiene que ver con el presente, con estas escenas protagonizadas por Judi Dench, apenas tiene desarrollo. Y como toda obra basada en un caso real, la leyenda final termina de acentuar y subrayar aquello que vimos.
Estrenada recientemente en las salas argentinas, La espía roja es la nueva película del director de cine y teatro británico Trevor Nunn, realizador de largometrajes como Lady Jane (1986) o Noche de reyes (1996), entre otros. Cuenta con guión de Lindsay Shapero y las actuaciones de la veterana actriz inglesa Judi Dench, la joven Sophie Cookson y otros reconocidos como Stephen Campbell Moore. En La espía roja Nunn nos traslada hasta el año 2000 para narrarnos la historia de Joan Stanley (Dench), una anciana de aspecto apacible, que repentinamente es sospechosa de proporcionar información a la Rusia comunista en las décadas del 30′ y 40′. Una vez llevada al interrogatorio, los recuerdos vienen a la mente de Stanley, quien comienza a recordar sucesos del año 1938, cuando era joven (aquí interpretada por Cookson) y estudiaba física en Cambridge, y la forma en que empieza a relacionarse con dos jóvenes comunistas; primero con Sonya Galich (Tereza Srbova), que pasará a ser su mejor amiga, y luego con su primo Leo Galich (Tom Hughes), con quien tendrá un romance. Posteriormente formará parte del servicio secreto británico, dedicado a la investigación nuclear durante la segunda guerra, conociendo allí a Max Davis (Stephen Campbell Moore), un hombre un tanto más grande que ella con quien se termina involucrando. El dilema se planteará en torno a, si traicionar a su país enviando información a los rusos para evitar una catástrofe nuclear tras los bombardeos a Hiroshima y Nagasaki, o mantenerse al margen. La historia de La espía roja está basada en la vida de Melita Norwood, la espía británica que estuvo más tiempo al servicio de la KGB. Si bien en parte el filme respeta ciertas cuestiones y sirve desde una perspectiva histórica, también ha sufrido modificaciones que quizás se podrían haber evitado y que hacen cuestionarlo desde lo fidedigno. No obstante, en los momentos que se narran los acontecimientos de Joan Stanley en su juventud, la cinta se desarrolla con una dinámica acertada y si bien hay pasajes que se desvían al romance, Trevor Nunn logra retomar el camino histórico. La actuación de Sophie Cookson puede decirse que es lo más sobresaliente de la película, dotando de los rasgos necesarios al personaje en cuestión, siendo ella la responsable de llevar la trama sobre sus hombros. Por el contrario, los momentos en que Dench aparece en pantalla no son los mejores, no tanto por culpa de la veterana actriz, sino por la falta de fuerza narrativa que se percibe, y por la forma extraña en que se relacionan la actualidad con el pasado, sumado a un final no del todo convincente.
En el caso de la mediocre pero paradójicamente interesante La espía roja también hacemos hincapié en la relación entre los recuerdos y la reconstrucción del relato, aunque lo más interesante pasa por representar oblicuamente un síntoma actual del desorden político ubicuo: la restauración del delirio persecutorio propio de la imaginación conservadora sobre una nueva amenaza comunista. (Emisión radial)
Se encuentra inspirada en hechos reales y su relato va y viene en el tiempo entre 1938 y el 2000, para conocer un poco más cuando era joven Joan Stanley (Sophie Cookson, «Kingsman 1 y 2») quien tenía información sobre la construcción de la bomba atómica. Nos muestra la sensibilidad de una mujer frente a la guerra y por ende a la muerte, con tonos más románticos y novelescos que de espionaje, desaprovecha su relato de investigación y le va sacando tensión y emoción. Una vez más logra destacarse la actriz y escritora británica Judi Dench (ganadora de un premio Oscar por “Shakespeare in Love” y nominada en distintas ocasiones) aunque actué aproximadamente unos quince minutos encarnando a una octogenaria. También se luce la actriz inglesa Sophie Cookson, quien la interpreta cuando era más joven el personaje. En conclusión resulta ser un buen pasatiempo.
La abuelita espía Si bien es de “la vieja escuela”, a La espía roja le falta nervio y sutileza para la exploración de un personaje que se imagina mucho más complicado. Si lo que se asegura en La espía roja es cierto, la historia merecía una película mucho mejor que esta. Según el film de Trevor Nunn, la célebre “abuelita espía” británica Joan Stanley (nombre real: Melita Norwood) fue prácticamente la responsable de que se haya mantenido la paz mundial entre Estados Unidos y la Unión Soviética por casi medio siglo. Pero a juzgar por el moroso tratamiento de su historia real, difícil creer que semejante aseveración sea cierta. El film, basado en una novela de Jeanne Rooney, es un cuento clásico de espionaje contado mediante flashbacks desde una sala de interrogatorio policial. En el año 2000, y tras la divulgación de ciertas informaciones secretas de la Segunda Guerra que salieron a la luz tras la muerte de un importante funcionario británico, la modosa y suburbana jubilada Joan Stanley es detenida. Encarnada por Judi Dench, da la impresión de que a la tal Joan solo se la podría acusar de hacer ruido con un secador de pelo. Pero el interrogatorio va revelando otros costados del personaje, muy alejados de su aspecto actual. La espía roja de ahí en más se va al pasado para volver solo ocasionalmente al presente del relato, convirtiendo a Dench en un personaje secundario de su propia historia. La parte central de la trama la muestra en su juventud cuando, mientras estudia en Cambridge en 1938, empieza a simpatizar con causas socialistas y a involucrarse políticamente con otros jóvenes que trabajan para la Unión Soviética. Estudiante de Física, Joan comienza a trabajar en el proyecto secreto inglés de fabricar su propia bomba atómica. Pero los soviéticos están interesados en hacer la suya propia, por lo que los amigos de la chica la presionan para que les pase información. Ella al principio no quiere saber nada, pero tras Hiroshima y Nagasaki empieza a dudar y cae en la cuenta de que la única forma de mantener la paz mundial es que la Unión Soviética esté en igualdad de condiciones con los norteamericanos en lo que respecta al poderío atómico. Jordan Judy Dench encarna a la célebre espía Joan Stanley Nunn siempre quiere que nos quede claro que la mujer llegó a lo que llegó solo motivada por intereses humanitarios y/o románticos, y que jamás simpatizó con el régimen de Stalin. Pero tampoco resulta muy creíble la operación. A lo largo de los años que la película narra se intenta mostrar que lo más importante fueron los romances (verdaderos o falsos) que la chica mantuvo con uno de los espías y con su jefe en el proyecto nuclear -un hombre casado- que cualquier cuestión geopolítica, pero es difícil creer que lo central haya pasado por allí. De hecho, el personaje, interpretado en su juventud por Sophie Cookson, está pintado de una manera tan inocente y chata que es difícil hasta imaginarla capaz de tomar los riesgos que tomó y vivir la vida secreta que vivió durante muchos años. Si bien es asumidamente una película de “la vieja escuela”, a La espía roja le falta nervio para ser un buen film de espionaje y sutileza para ser una buena exploración de un personaje que uno imagina mucho más complicado y ambiguo que el que se da a conocer aquí. Cuando la película vuelve a Dench -a sus dudas, sus confesiones, sus declaraciones, los problemas que le surgen en el presente con las revelaciones- la película crece, se vuelve más extraña e inteligente. Después de todo, hemos visto decenas de films de espías de la Segunda Guerra pero no tantas historias sobre esas mismas personas, ya octogenarias, diciendo que no tienen nada que ver con lo que se las acusan mientras vierten el te en una taza con la foto del Che Guevara.