El director de El concierto (2009), Radu Mihaileanu, vuelve con esta película sobre una aldea en Medio Oriente en el que las mujeres, cansadas de perder sus embarazos a causa de traer agua desde una fuente arriba de la montaña, deciden realizar una huelga de sexo. La temática recuerda mucho a "Lisístrata", la comedia clásica de Aristófanes donde la huelga de sexo era para evitar que sus maridos fueran a la guerra. Aquí la cuestión de los hombres guerreros también es importante, pero desde la óptica de un pueblo que ya no está en lucha, sino en período de paz. Frente a la sequía (con su consecuente falta de trabajo, ya que la tierra no produce nada) y frente a la ausencia de batallas, los hombres no tienen nada que hacer, mientras las mujeres mantienen las tradiciones de épocas bélicas. En ese contexto, Leila (Leïla Bekhti) propone defenderse con el único arma que las mujeres poseen: su cuerpo. Al igual que en la pieza de Aristófanes el tono cómico es mantenido en gran parte del film, pese a lo profundo y trágico de la temática. No es la primera vez que Mihaileanu trabaja con personajes femeninos fuertes que militan por la vida y defensa de sus familias. Aquí esa batalla está asociada a la metáfora del agua: sin agua no hay vida. Y también destaca que aunque los hombres esgriman ese argumento, la religión no es un obstáculo para la igualdad de las mujeres en el Islam, sino que fueron interpretaciones anquilosadas por los años, pero que el Corán no habla en ningún momento de la inferioridad de la mujer. En cuanto al casting, contaba el director en la rueda de prensa de la 8ª edición de Pantalla Pinamar, que fue un desafío la cuestión idiomática. Él buscaba una unidad y dado que el árabe clásico ya nadie lo habla se decidió por el árabe de Marruecos. Pero no todos hablaban ese dialecto, e incluso los actores marroquíes hablaban con tonos y acentos diferentes a los de la gente común, por lo que tuvieron que adaptar su lengua a la de los actores no profesionales del pueblo donde filmaron. Durante tres meses ensayaron entonces esta lengua unificada, al estilo de los cuentos tradicionales árabes. Doble desafío por el hecho de que él mismo no habla esa lengua, lo cual supuso un conflicto a la hora de dirigir. Otra cuestión fundamental ligada a la dirección de actores fue la importancia del canto femenino. Mihaileanu pasa, antes de rodar, mucho tiempo en la cultura en la cual va a realizar su film: entrevista a los pobladores, asiste a fiestas, se reúne con antropólogos y especialistas. En ocasión de La fuente de las mujeres, llamó su atención una mujer anciana que –al estilo de los rapsodas antiguos en la época ágrafa- improvisaba con su canto historias ficcionales y noticias de la actualidad, mientras insertaba de manera metafórica denuncias acerca de las injusticias sufridas por las mujeres de la aldea. Esas ancianas tienen mucha notoriedad y los hombres no se atreven a enfrentarlas. Mihaileanu rescata que las mujeres carecen de educación formal pero que tienen un valor poético mucho mayor que el de nuestras sociedades letradas. Ese es el espíritu que se desprende de la película, cuando a través del canto que las mujeres exponen para el resto y entre ellas, el sufrimiento que padecen. En este sentido es que ha tenido que trabajar el director para que la música expresara dramáticamente lo que el guión necesitaba y a la vez respetara la cultura a la que hace referencia.
Revolución femenina en Medio Oriente En estos tiempos modernos en los que cada vez se encuentran menos desigualdades entre el hombre y la mujer, en ciertas partes del mundo todavía se sigue tratando al sexo femenino con inferioridad producto de la religión, la cultura o las tradiciones de determinada zona geográfica. En La Fuente de las Mujeres, nuevo film de rumano Radu Mihaileanu, se expone esta problemática en un pueblo de Medio Oriente.
La mujer, conceptualmente, es fuente de vida. Símbolo de amor y entrega. El hombre suele estar más ligado a la idea de fuerza, poder y dominio. El patriarcado está aún presente en muchas culturas (y aunque cueste aceptarlo en la nuestra también), y en algunas mucho más que en otras. No es casualidad que Radu Mihaileanu haya decidido situar su película en un pueblo árabe sin identificar, film que en su depuración nos deja una historia de amor “a la mexicana” con pinceladas de cultura musulmana, denuncia social y violencia de género.
Inteligente mirada sobre la condición femenina La última película del aclamado director rumano Radu Mihaileanu ofrece, una vez más, una mirada personal y de denuncia a través de un cine profundo que nunca deja de lado su costado visceral y entretenido. Así lo demostró en Ser digno de ser y en La ceremonia, sus trabajos anteriores, cuyas historias giraban en torno a personajes relegados u olvidados. En La fuente de las mujeres se repiten sus tópicos en una trama ambientada en un pequeño pueblo del Norte de Africa, cuyas mujeres siguen la tradición de ir a buscar agua a las montañas. Sin embargo, ellas sufren en carne propia esa dura travesía y, Leila, una joven casada, propone una huelga a sus compañeras: se niegan a mantener relaciones sexuales con sus maridos hasta que ellos hagan ese duro trabajo. Otro destacado film en la carrera del realizador que muestra la situación de la mujer en circunstancias sociales y familiares poco favorables, el aislamiento y la búsqueda de un progreso que nunca llega por diversas cuestiones (no tienen agua potable, ni electricidad pero hablan por celular). Esta co-producción entre Bélgica, Francia e Italia no deja de ser una fábula que contrasta la cultura autóctona con los avances del mundo occidental (Coca Cola dice presente) en una historia impulsada por mujeres humilladas que colocan los cánticos como señal de denuncia contra las injusticias que las aquejan. Por la pantalla también desfilan relatos de amor y desamor, cartas que van y vienen, y un periodista que está en el ojo de la tormenta. Sometimiento y sumisión versus rebeldía e imposición son los pilares en los que se apoya esta realización que se mueve entre Alá, tules, apariencias engañosas (sobre el desenlace) y cantos de salvación. Y el sólido elenco hace que el agua llegue a buen puerto.
Mujeres en huelga (de amor) Estrenada en el último Festival de Cannes, la nueva película del director de El tren la vida, Ser digno de ser y El concierto se sitúa en una pequeña comunidad del norte de África en la que las mujeres inician una huelga de amor para que reclamarme a los hombres que se hagan cargo del largo camino hasta la fuente del título, única forma de conseguir agua. Los mandatos sociales, la presión del entorno, las vicisitudes de esta medida y las consecuencias emocionales son los ejes principales sobre los que Mihaileanu pivotea durante las más de dos horas que dura el film. Cimentada sobre un mar de buenas intenciones, La fuente de las mujeres es un dispositivo en el que todos los mecanismos deben confluir necesariamente en la redención del género. El problema es que el film tiene una liviandad discordante con la temática y el tono propuesto, valiéndose de los mismos estereotipos que supuestamente crítica. El resultado es noble y llevadero, pero también contradictorio.
Radu Mihaileanu. Tengo un gran afecto por este sujeto ya que en 1999 cuando era estudiante de periodismo tuvo la humildad y amabilidad de darme una larga entrevista sin importarle que sus declaraciones fueran para un trabajo práctico. En ese momento vino a Buenos Aires como invitado de la primera edición del BAFICI donde, si no recuerdo mal, competía en la selección oficial con El tren de la vida, una gran película que abordaba con humor el tema del Holocausto. Mucho más profunda que La vida es bella, de Roberto Benigni, que también trabajó de una manera similar ese hecho histórico Lo cierto es que conseguir la entrevista con él en ese momento fue un golazo y Radu me hizo un enorme favor para un trabajo importante. Desde entonces siempre seguí sus filmes que realmente están muy buenos. Lo que me gusta del cine de Mihaileanu es que a diferencia de otro colegas suyos no confunde el arte con el aburrimiento y las historias que cuenta suelen ser muy emotivas. El tipo logra engancharte con los conflictos y sus personajes y además trabaja muy bien con el humor. Las otras películas de él como El concierto y Ser digno de ser estuvieron muy buenas y llegaron al cine en Argentina. Esta semana se estrena La fuente de las mujeres que en mi opinión es uno de sus mejores trabajos desde El tren de la vida. En un pueblo que nunca se especifica cuál es y se encuentra entre el norte de África y Oriente Medio, por una cuestión de tradición las mujeres tienen que llevar cabo tareas pesadas, como subir a una montaña para traer agua a la comunidad, ya que no cuentan en el lugar con luz o agua corriente. Mientras los hombres se encargan de sus negocios y pasan literalmente horas al pedo sin hacer nada, muchas mujeres pierden bebés al sufrir abortos y accidentes en la tarea de conseguir el agua. Un día Leila, una joven de la aldea entonces propone hacer una huelga de sexo que consiste en suprimir las relaciones entre las parejas hasta que los hombres decidan colaborar con ese tipo de tareas. Esto genera una enorme revolución en el pueblo donde las mujeres se atreven a cuestionar las tradiciones y el funcionamiento de la sociedad en la que viven. Más allá del humor y las historias de amor con el que el director encara este relato La fuente de la mujeres no deja ser una historia contundente que denuncia la manipulación de la religión por parte del hombre y las injusticias aberrantes que sufren muchas mujeres en estas culturas por cuestiones que en el fondo no resisten análisis. En este caso varios personajes femeninos sufrieron abortos trabajando en esas tareas por la simple razón que lo dicta la tradición y eso se mantiene desde hace muchos años. Lo interesante del film es que tampoco el hombre es el enemigo y la trama muestra como hay tipos que comprenden a sus mujeres y están dispuestos a generar un cambio en la comunidad y mujeres que son más machistas que sus propios maridos y les aterra la idea de desafiar la tradición. Otro aspecto notable del film es el papel que juega la música dentro del argumento, donde las protagonistas denuncian lo que viven a través de cánticos que exponen abiertamente las cosas que suceden en el pueblo y de las que nadie quiere hablar. El director Mihaileanu construye muy bien las distintas tramas que forman parte del conflicto y sumado al excelente trabajo de los actores logra que uno se preocupe e interese por las situaciones que viven las protagonistas. La fuente de las mujeres es una gran película que merece su visión.
Mucha agua bajo el puente De antemano, el director rumano Radu Mihaileanu advierte que la historia que se verá a continuación obedece a un relato o cuento para habilitar el tono y registro de fábula que operará como condicionante en el film La fuente de las mujeres. Si nos remontamos a épocas antiguas, el antecedente de esta historia se remonta a Aristófanes y a su obra Lisístrata del 411. Las semejanzas entre aquella obra teatral de la Grecia clásica a la versión moderna orquestada por el director de El concierto son varias. Todo sucede en el marco de un pueblo en el norte de África, de fuertes raíces islámicas, donde las diferencias entre mujeres y hombres son más que evidentes al tener ellas que buscar el agua que emana de una fuente, soportando el peso de baldes que deben cargar a diario en un terreno atravesado por piedras y muy riesgoso para su contextura física. El accidente que sufre una joven embarazada al tropezar en el camino y así sufrir la pérdida de su bebé despierta la indignación de la joven Leila (Leïla Bekhti), quien se niega a celebrar el nacimiento de otro niño hasta que no cambien las condiciones de sometimiento de las mujeres con los maridos y hombres de la comunidad. Ellos se amparan en la tradición para no hacer el trabajo pesado y depositan en las mujeres esa responsabilidad hasta que la protagonista de la historia, que se diferencia de sus pares por saber leer y escribir, propone hacer una huelga sexual hasta que la situación no se revierta y los hombres carguen con la tarea de la búsqueda del agua. Su rebeldía primero recibe un mínimo apoyo de las mujeres del pueblo, cuyo único esparcimiento es la posibilidad de ver novelas mexicanas por televisión y soñar con esas libertades que no tienen, aunque luego con el correr de los días el apoyo es casi unánime. La situación por un lado desencadena un conflicto entre hombres y mujeres, cuyas resonancias atraen otros conflictos de mayor envergadura y no previstos como por ejemplo la disolución de varios códigos que dejan de tener peso entre las mujeres, entre ellos casarse con un hombre para reproducción o la obligación de tener relaciones sexuales porque así lo establece la diferencia de géneros; la ausencia del gobierno en materia de generar mejores condiciones para que el pueblo tenga el agua que necesita y no dependa de la fuente. Como toda fábula, el peligro que debe sortear Radu Mihaileanu, más allá de sus buenas intenciones de denuncia sobre la penosa situación de las mujeres árabes, es el verosímil de lo que se está contando y más aún de cómo ese relato puede sostenerse sin que resulte ingenuo o forzado en sus acciones. Por ese conflicto -sin resolución- que genera ruido entre un corte realista más centrado en el costumbrismo y con una fuerte mirada ingenua para enfatizar la idea de fábula, el film rebalsa de metáforas y alegorías fáciles que pueden resultar un tanto chocantes así como el poco sutil constaste entre modernidad y tradición, primitivismo y tecnología. Así las cosas, esa fuente donde el agua fluye no es otra que la fuente de las ideas que cambian y chocan contra la piedra de la tradición; contra la rigidez de los dogmas que aprisionan el pensamiento o lo dirigen por un único cauce como es el caso de la interpretación de las sagradas escrituras del Corán por parte de los Imanes que son hombres y no precisamente imparciales. El atractivo del film lo constituye la fuerza de la protagonista al enfrentarse desde su condición de mujer a un universo machista y retrógrado como parte de la expresión del deseo de libertad, a pesar de los exabruptos y licencias poéticas de Mihaileanu, quien también al igual que en la obra teatral clásica de Aristófanes utiliza la danza y el canto para dejar en claro las ideas.
Rotas cadenas Sobre la opresión de género en una aldea musulmana. En jerga futbolística, La fuente de las mujeres podría ser definida como tribunera . Una película de estética cuidada, centrada en una premisa con amplio y creciente consenso (igualdad de derechos de género), que denuncia una opresión ancestral -supuestamente ajena, desde luego- con tono simpático, sin perder amabilidad. Cine de qualité europeo ambientado en un impreciso, reconocible, pintoresco, bárbaro tercer mundo, al que hay que aleccionar sin crudeza, apelando a la sensatez, las buenas intenciones, el subrayado y las moralejas. Pues bien, así surgen filmes como éste: esquemáticos, maniqueos, políticamente correctos, orgullosos de sí mismos, con mucho más barniz que alma, en el fondo inofensivos. Aclaremos que La fuente... fue seleccionado para la competencia oficial del último Cannes y que ha sido celebrado por sectores del público y de la crítica que lo consideran en las antípodas del cine de Hollywood. Concepto por lo menos discutible. Radu Mihaileanu ( El tren de la vida , Ser digno de ser , El concierto ), realizador rumano que se formó en Francia, hace eje esta vez en el sometimiento a la mujer en la cultura musulmana. Inspirado en Lysistrata , de Aristófanes, y en la noticia de que un grupo de mujeres había hecho una “huelga de sexo” en Turquía, el director rodó esta tragicomedia que de trágica sólo tiene el tema y de cómico, algunos gags poco convincentes. La fuente... transcurre en la aldea de un país nunca mencionado y está hablada en dajira, dialecto árabe. Apoyada en clichés con los que los occidentales simplificamos el mundo islámico, la trama hace eje en mujeres que, obligadas a cargar baldes de agua como mulas, se rebelan negándose a tener sexo con sus maridos. Algunas absorberán los golpes, otras reclamarán “ingeniosamente” la emancipación y el amor. La construcción de personajes, que opta por la chatura icónica antes que por lo complejidad humana, genera una paradoja: que el intento de “liberar” a las mujeres de estereotipos se ejerza a partir de mujeres estereotipadas. Las de esta película, en general, parecen no querer ni poder separar amor de sexo. Sólo un ejemplo. El abordaje es retórico, poco genuino. Basta pensar en películas como El círculo , del iraní Jafar Panahi -condenado en su país por su valentía cinematográfica-, para comprobar la distancia entre un gran filme y otro demagógico.
El camino de la lucha femenina Al igual que en el resto de las películas del director Radu Mihaileanu (El tren la vida, Ser digno de ser, El concierto), La fuente de las mujeres comienza con una tragedia que determina un cambio radical en los personajes y en el contexto en que se mueven. En este caso, el aborto de una mujer –que como todo el resto de las madres y esposas de los hombres de una aldea ubicada en el norte de África–, todos los días debe transportar el agua que consume su familia desde un manantial, donde su vida corre peligro diariamente en un camino casi inexistente en la empinada montaña. En un relato donde el drama y el humor se combinan equilibradamente, Mihaileanu emprende la tarea de narrar la historia de estas mujeres que un día declaran una huelga de sexo –la clausura del cuerpo, la única arma a blandir frente al machismo imperante– hasta que los hombres tomen su lugar en la peligrosa tarea, el primer paso para cambiar las condiciones de vida del pueblo. En suma, la apuesta arriesgada y si se quiere valiente del realizador rumano es intentar comprender cuáles son las características de la cultura árabe, atravesada por la religión musulmana, y en ese contexto, cuál es lugar de las mujeres. En ese sentido, la puesta logra su cometido. Pero necesariamente en el camino de limar cualquier arista sutil y compleja de una realidad ajena al mundo occidental en una historia centrada en la épica de estas mujeres que luchan por torcer las costumbres de una cultura patriarcal, la película pierde sustento. Sin llegar a banalizar el conflicto, la sensación es que luego de las más de dos horas que dura La fuente de las mujeres, el esfuerzo por eludir los inevitables estereotipos de la mirada ajena resultan efectivos a medias, en un film noble que rebalsa de buenas intenciones. Pero que no alcanza.
De lo que se trata es de las luchas por la emancipación de la mujer en países árabes férreamente atados a sus tradiciones, pero La fuente de las mujeres está más cerca de la fábula (inspirada en la Lysistrata de Aristófanes) que del testimonio o la denuncia. La aldea árabe en la que transcurre la acción, situada en un incierto lugar del mapa entre el Norte de Africa y el Oriente Medio, se parece más a las comarcas legendarias de las mil y una noches que a los territorios no hace mucho sacudidos por vientos primaverales. En medio de esa tierra áspera y desértica, castigada por una prolongada sequía, la vida sigue la rutina de siempre: a falta de sembradíos o animales que cuidar y de guerras que combatir, los hombres pasan las horas conversando, fumando y tomando té, mientras las mujeres, además de atender sus labores domésticas, se encargan (es una tradición) de ir a recoger el agua de la fuente, la única que hay en los alrededores, en lo alto de la montaña. Diariamente, pues, deben abrirse paso, con los baldes a cuestas, por un terreno pedregoso y escarpado que ya se ha cobrado alguna víctima. Las más avispadas, entre ellas la bella e ilustrada Leila, están convencidas de que ha llegado la hora de promover algunos cambios. ¿Cómo lograr que los hombres comprendan (como lo comprende Sami, maestro de escuela y tierno marido de la muchacha), que así como está, la división del trabajo es injusta y que deben abandonar sus privilegios? Leila propone declarar una huelga de esposas por tiempo indeterminado: no habrá sexo hasta que ellos asuman la pesada tarea. Pero esta émula árabe de Lysistrata que, como ella, desata otra guerra -la de hombres v. mujeres- tiene objetivos más ambiciosos. El film ratifica a cada rato su carácter de fábula, con sus personajes coloridos, sus abundante pintoresquismo, su abundancia de momentos musicales (de Aristófanes y de los antiguos rituales viene el enfrentamiento de los coros femenino y masculino que da lugar a un par de escenas) y su artificialidad. Y es mejor que así se la considere no sólo porque abunda en moralejas explícitas y obviamente edificantes, porque sus personajes son poco más que estereotipos y porque en términos de construcción dramática, la historia es excesivamente ingenua para abordar un asunto tan complejo como el lugar de la mujer en las comunidades islámicas. El rumano Radu Mihaileanu busca complacer al público; de ahí que su fábula haga hincapié en el atractivo visual y musical, que se torne grandilocuente cuando exprese por boca de sus personajes la simpatía por la causa feminista y que alterne -sin reparar demasiado en lo verosímil- escenas románticas, humor, color, baile y un mínimo de drama. Aún con varios minutos de más, el film contagia su brío y cierta energía y expone sus buenas intenciones. Dos intérpretes de Cous cous, la gran cena -Hafsia Herzi y Sabrina Ouazani- añaden el atractivo de su belleza.
Una fábula con encanto, donde las mujeres musulmanas de un pequeño pueblo hacen una huelga de sexo para conseguir que los más tradicionales de la aldea intenten leer el Corán con una mirada menos cerrada, menos brutal, con la última intención de evitar que los fundamentalistas las vuelvan a soguzgar. Tiene encanto, interesa, aunque es un poco larga.
La huelga del amor El realizador de Ser digno de ser (Va, vis et deviens, 2005) y El concierto (Le concert, 2009), Radu Mihaileanu, entrega con La fuente de las mujeres (La source des femmes, 2011) una película que a partir de un caso particular reflexiona sobre el sentimiento de libertad y la lucha por él. A varias mujeres de un poblado ubicado en algún punto del mundo árabe las reúne un ritual (heredado desde tiempos antiquísimos): ir a buscar el agua de una fuente, situada en la cumbre de una montaña. Tanto el sol, como el mismo esfuerzo, atentan contra su salud. Pero, estoicamente, ellas cumplen su labor. Hasta que un día Leila, una joven y enérgica mujer, propone un cambio, que consiste en dejar de tener sexo a modo de protesta. A partir de ese entonces, ellos también tendrán que hacerse cargo de la recolección del agua. Esa anécdota extraída de un caso real es la que cuenta La fuente de las mujeres, una película que en buena parte de su metraje cumple con el objetivo de generar compasión por estas mujeres explotadas. Pero al mismo tiempo surge la pregunta: ¿podría ocurrir lo contrario? Desde ese punto de vista, el relato es en buena medida tautológico, apela a lo consabido para generar un espectador que ratifica lo que allí mismo emerge como justa protesta. La zona más atractiva del film radica, entonces, no tanto en el mensaje de emancipación, sino en las zonas de ambigüedad. Ubicada en un contexto indeterminado, esa abstracción le provee al relato la posibilidad de que su planteo alcance mayor universalidad, al mismo tiempo que en algunas secuencias se esboza un exotismo for export. Es indudable la capacidad de generar climas que tiene Radu Mihaileanu, entregando momentos de tensión entrelazados con otros un poco más decorativos, que ayudan a construir un sentimiento de empatía con esas mujeres. Un verdadero personaje coral, si bien a medida que la trama avanza comienzan a aparecer matices y contrafiguras. Al mismo tiempo, el realizador ha tenido la habilidad de contar con una banda sonora de mesurado pintoresquismo, y una fotografía que va hacia el mismo sentido. Poco a poco la figura de Leila (interpretada por Leïla Bekhti, actriz de potente carisma) irá fluctuando entre su rol de emergente político hacia el de mujer enamorada, que sufre por los desajustes matrimoniales. Sobre todo porque su marido es mucho más abierto al diálogo que la “media” del pueblo. Tal vez por su condición extranjera, ella sabe que su voz se destaca, aunque la llegada de un viejo amor (nunca termina de “encuadrar” dentro de la trama) ponga a tambalear su mundo interno. Como dijimos anteriormente, más allá de los méritos formales, La fuente de las mujeres se termina encerrando en su propia espiral, como si se tratara de un simposio de ideas sobre oriente en donde prima un debate de larga data al que el cine tan sólo ilustra. Si el resultado termina arrojando un saldo a favor, es por esas zonas de confrontación que revelan al director como un narrador de oficio, capaz de dosificar el conflicto central con las contradicciones que todo proceso político y social introduce en cada persona.
Más que reivindicación “de género” «Seguramente un cuento, porque, ¿qué verdad existe en esta tierra?», se ataja el autor al comienzo de este film, como aquel tango reo que dice «yo solo quiero contarte un cuento» y termina acogotando a la mina. En este caso, no habrá muertes, pero sí unos estiletes amablemente clavados en las tercas cabezas de machistas y fundamentalistas de variada especie, ya que el asunto se ambienta en algún pueblo islámico pero la moraleja le cabe a cualquiera. Ese pueblo podría quedar en algún rincón del norte africano (el famoso Magreb) o de la península arábiga. Difícil encontrarlo, pero el autor nos da una clave. Es un lugar «donde una fuente brota y el amor se seca». Aunque tampoco hay que seguirlo a pie juntillas. La fuente brota, el amor amenaza secarse, pero a fin de cuentas esto es una película y todo tiene solución. El autor es Radu Mihaileanu, el mismo de «Tren de vida», sobre la ingeniosa fuga de un pueblo entero bajo el nazismo, «Ser digno de ser», sobre el niño etíope que su madre entrega con falsa identidad para salvarlo de la hambruna, y «El concierto», gozosa reivindicación de unos viejos músicos frente a la criminal burocracia del Estado. Vale decir, un hombre que toca temas fuertes, nos enfrenta con ellos, y nos enseña a desarmarlos con imaginación y buen humor. En este caso, el tema también es fuerte. Empieza con un accidente que causa un aborto espontáneo. En un lugar de la aldea festejan el nacimiento de un niño, en otro lloran una pérdida. Encima, una pérdida que hubiera podido evitarse. Así es como las mujeres del lugar, víctimas de innumerables sufrimientos, se ponen firmes frente a los varones dominantes y las tradiciones aplastantes, y entre firmezas, cantos, bailes y dolores logran imponerse, discutiendo de paso con cualquier interpretación interesada del Corán. El relato abreva en «Lisistrata», y también en un episodio real acontecido en una aldea turca hace apenas diez años. Pero como en ningún caso se trata de mujeres estricta y modernamente feministas, pues bien, acá también tienen sus sueños románticos, ven telenovelas mexicanas y mandan cartitas, hay varones reflexivos que terminan de su lado (incluso quien menos se espera, lo que hará rabiar a prejuiciosos y superadas), etcétera. Aparte, no es reivindicación ni reconciliación lo único que veremos. Junto al asunto principal, florecen unos apuntes sencillitos pero bien filosos acerca de otros temas vecinos, apuntes que sorprenden, causan gracia, y dejan pensando. Todo lo cual vale la pena y se disfruta con gusto, porque este director, lo único que tiene difícil es el apellido.
De sexo, nada hasta nuevo aviso Basta ver las primeras escenas de La fuente de las mujeres para saber por qué el francés de origen rumano Radu Mihaileanu hizo hincapié en varias entrevistas sobre Las mil y una noches como vertiente basal de éste, su opus cinco: tono fabulesco, estilización visual, clishés y geografía identificable a la vez que inexacta (“una población árabe o africana”, dirá el intertítulo inicial) están a la orden del día. Esa tradición literaria, que marca el rumbo durante las más de dos horas de película, lega en el espectador la extraña condición de ser simultáneamente defecto y virtud. Porque las fábulas rayan lo ingenuo, incluso lo mágico, pero también la simplificación, el trazo grueso y el maniqueísmo. Y en todo eso acierta y peca, respectivamente, La fuente de las mujeres. El panorama para ellas es por demás desalentador. Como si no fuera suficiente con la endebilísima situación económica de la comunidad, la tradición eminentemente machista las obliga, entre otras cosas, a caminar decenas de kilómetros diarios en busca de agua potable. El ripio y la piedra son terrenos poco aptos para ellas, y ni hablar cuando los transiten con un embarazo a cuestas. Embarazo que muchas pierden por los golpes y las caídas, como bien se encarga de remarcar el poco sutil primer plano de un hilo de sangre recorriendo una entrepierna. Cansadas del menosprecio masculino y de las consecuencias físicas del esfuerzo, las damas organizan un reclamo mancomunado a sus maridos, quienes obviamente dicen que no, que ésa es una tarea del hogar, que ése es su ámbito de trabajo. El hartazgo, entonces, devendrá en acción. O más precisamente en su negación. Esto es: nada de sexo hasta que ellos estén dispuestos a calzarse los baldes al hombro y patear tierra durante horas. Las consecuencias en las relaciones con los maridos van desde forcejeos para algunas hasta aceptación para otras. Son las menos, entre ellas la foránea Leila (la francesa Leïla Bekhti, vista también en Un profeta), quien cuenta con el beneplácito en apariencia incondicional de Sami (Salek Bakri). Bonita y aguerrida, resiste estoica los embates de sus congéneres opositoras. El, simpático, docente, querido por la comunidad, es un paladín de la alfabetización infantil, entre otras bondades. Son, en fin, dos criaturas de trazo grueso a las que podría excusárselas por ese tono fabulesco que alcanza sus puntos máximos en la expresión emocional a través de canciones, dialectos y danzas autóctonas, y en la caricaturización de los líderes comunales como seres casi monstruosos, sexópatas y esclavistas. Pero incluso esto último es perdonable: al fin y al cabo, la construcción maniquea de buenos muy buenos contra malos muy malos es un mecanismo habitual de cualquier narración. El director de Ser digno de ser y la más reciente El concierto prestidigita las acciones al compás de una trama en constante expansión, haciendo del conflicto original apenas una expresión metonímica de un problema macro. “¿Qué querés? ¿Agua o algo más?”, le espetará Sami a Leila cuando la medida raye lo físicamente insoportable. La decisión de Mihaileanu no tendría nada necesariamente negativo, a no ser por el soslayo total de la génesis de la conflictividad y la desaprensión por las tradiciones fundamentales en el núcleo socio-cultural árabe. El resultado es el anquilosamiento de una idiosincrasia milenaria atravesada por la religión, el peso de la palabra escrita, el legado familiar y un larguísimo etcétera, hasta dejarla chiquitita como postal turística de bolsillo.
La huelga Radu Mihaileanu nos presenta en este film una fábula sobre el lugar de la mujer en la sociedad musulmana. Una premisa que en un principio resulta simple, las mujeres realizarán una huelga de sexo hasta que los hombres se dignen a traer agua de la fuente, una tarea que hasta ese momento estaban obligadas a realizar ellas. Esta premisa en un contexto cultural tan fuerte se llena de aristas y derivaciones hasta alcanzar un retrato completo de esa sociedad. Política, educación, religión, sexualidad, amor, todo es tocado y trastocado a raíz de la huelga de éstas mujeres. La película presenta una fotografía y un sonido impecables. Por momentos roza el musical y el director hace uso de esto para dar mediante las letras de las canciones cantadas por las mujeres una visión de ese mundo y la postura de la mujer ante ese mundo. Las aguas se dividen sin embargo, poco a poco algunas mujeres se hacen combativas, otras, resultan más machistas y reaccionarias que los hombres y todo esto transitando por el drama y la comedia de buena calidad. El guión de La Fuente de las Mujeres no tiene fisuras, la película se desarrolla inteligentemente, se ramifica por momentos recurriendo a algún que otro micro-relato que sin embargo tiene mucho que ver con el agua, con las mujeres y con el amor porque en este universo todo parece relacionarse con éstos tres ejes que la película analiza al máximo desde las acciones y no desde las palabras, en este sentido no sólo es de destacar el trabajo de su director si no el de todos los actores, protagonistas y secundarios que realizan un excelente trabajo. La Fuente de las Mujeres es una película interesante que sobre todo relata una historia interesante, con más de realidad que de fábula, que pudo haber caído en un ritmo lento y analítico transformándose en sociología fílmica pero que por el manejo del humor y el drama de la mano de un muy buen director se convierte en un film muy recomendable a pesar de tener algunos minutos de más.
Radu Mihaileanu es uno de esos realizadores dedicados al “crowd-pleaser” (films que agradan a todo el mundo) internacional. Es también un narrador competente, aunque lo que parece personal en sus films es apenas la pátina de exotismo que les imprime. Aquí, las mujeres de un pueblo deciden no tener más relaciones sexuales con sus parejas hasta que éstos ayuden a acarrear agua. Comedia de costumbres, lección de vida y paisaje son los componentes. No es mucho, pero alcanza para no aburrir.
Radu Mihailenau tiene una forma de contar historias que es casi palpable. Mientras otros sólo la ven y escuchan, a mí se me da por sentir los olores de las especias, de sentir el calor sofocante y es que la maestría del director está en la manera de armar el ambiente y decirte que frente a todo drama hay alegría y en toda alegría hay algo de drama. Ya nos ha emocionado hasta la médula en "Ser digno de ser" y "El concierto" y hoy nos trae un cuento un poco más liviano pero que no deja de mostrar una problemática y un momento particular. Basada en un hecho real de 2001 en el que las mujeres negaron sus encantos en la cama a los hombres que no estuvieran dispuestos a caminarse la distancia espantosa y eterna entre la aldea y la fuente de agua, el director retoma esta situación pero la lleva a un lugar cuasi universal. Si uno se abstrae de la poca ambientación, la verdad es que no es tan loco que en cualquier aldea de este mundo aún las mujeres sean trofeos. Los actores y actrices son caras conocidas pero siempre en secundarios. De todas maneras, Leila lleva la historia a los hombros y con su belleza y calidez termina pintando parte de la atmósfera que luego se respirará. Me gusta la elección de la música para contrastar el drama con la fiesta (que hace que combinen magistralmente música clásica con otros sonidos de la zona), que las mujeres son pensantes y pasionales (porque no todas están dispuestas a dejar de tener relaciones. Son mujeres que disfrutan del sexo) y que no todos los hombres se ven amenazados porque su mujer use la cabeza. Estamos de acuerdo que es un poco rosa, pero nada indica que no pueda serlo. No me rompe la idea de verosimilitud y trae a la mesa de nuevo el hecho de que seguimos hablando de un deseo de igualdad que no llegamos a tener. Si realmente es posible, deseable o no, va por otro lado. Por otro lado, un guiño genial es cuando llega el turismo y la escena que se monta. Para alquilar balcones. Ahora bien, la película es simple y por lo tanto se excede en tiempo. Por momentos hay subtramas que se sugieren pero que todo gira sobre lo mismo. Se hace un poco lenta e intermitente con grandes sugerencias pero poco que se vaya del eje central. Al final, no se trata de la mujer versus el hombre, siempre se trata de lo que uno cede por alguien que ama. Es un canto al amor, un muy buen rato, pero no es la mejor propuesta de Radú.
Tiene razón, pero marche preso Nadie en su sano juicio podría manifestarse en contra de lo que propone La fuente de las mujeres. Obviamente, el conservadurismo rancio, el machismo, la discriminación contra las mujeres y la violencia de género son cuestiones repudiables y sobre las cuales se debe militar y combatir. Pero el cine no es sólo un muestrario de buenas intenciones: además hay que saber contar, construir personajes interesantes y trazar conflictos que puedan resolverse lejos de la vía de la manipulación. En el caso de La fuente de las mujeres nos encontramos ante un nuevo film bienpensante del rumano Radu Mihaileanu, alguien que evidentemente ha caído de maravillas en la industria europea y que sabe cómo construir un producto donde temas importantes son retratados con cierto tono didáctico y fusionados con una mirada aleccionadora, con el objetivo de potenciar un punto de vista unidireccional sobre el conflicto de base. Y todo esto, claro, con una factura técnica irreprochable y una estética que se asemeja a aquello que denominamos cine qualité: refinamiento vacuo, temas importantes totalmente trivializados, cierta pomposidad, sentimentalismo básico. Gran parte del cine europeo que más se consume en el mundo, es como el cine de Radu Mihaileanu. Así lo fueron, con sus bemoles, El tren de la vida, Ser digno de ser o El concierto. La fuente de las mujeres es una nueva variante de su cine, siempre impersonal aunque aquí con algunas aristas atractivas más allá de las fallas habituales. En primera instancia, es interesante que por una vez el director pretenda darle un aire fantástico al relato: lo presenta casi como una fábula, y en cierta manera la narración pretende ser tan cristalina como la de los cuentos, con sus villanos de cartulina y su mal y bien enfrentados casi simbólicamente. Más allá de que la analogía es bastante evidente, el tono exacerbado de algunas situaciones pone las cosas por fuera del terreno de solemnidad o pretenciosidad. Por otra parte, los momentos dramáticos más interesantes son contados a la manera del musical, sin una puesta en escena demasiado lúcida -es cierto-, pero sorprendiendo con una serie de canciones que mantienen la estética de la música tribal y autóctona de esta aldea arenosa y de ficción que es el centro del film. Sin embargo, Mihaileanu se concentra tanto en la levedad del tono fabulesco que se olvida de presionar alguna tuerca, más aún si tenemos en cuenta que el tema es bastante complejo: cómo es el entramado de religión y tradición, de deseos y obligaciones, que constituye a los habitantes de Medio Oriente. En cierto sentido la resolución del conflicto será más digna de una novelita rosa que de un film político, con sus villanos encontrando el castigo y los buenos logrando sus objetivos. No obstante, el problema de la película no es este, sino que transita sus excesivos minutos con cierta parsimonia y falta de energía, para nada correspondida con la actitud de la protagonista del relato (Leila, esa mujer que decide iniciar una huelga de amor para que sean los hombres los que vayan a buscar agua a la montaña). Es curioso cómo en un film donde el sexo y la pasión deberían convertirse en un elemento político, se lo muestra tan lavado y amable, si es que se lo muestra. Esa inmovilidad que evidencia el film, impide que nos identifiquemos con los protagonistas y que no dejemos de ver las costuras del guión, demasiado manipulador y tramposo. La fuente de las mujeres se parece un poco a Agora, de Alejandro Amenábar, en eso de que no se puede contradecir la tesis que los directores exponen, con la diferencia de que Amenábar posee un imaginario visual y un talento de narrador, capaz de impactar al espectador aún en el marco de un film apenas correcto como aquel. Mihaileanu, por su parte, es nada más que un hombre que pone la cámara y que ama contar historias políticamente correctas y sentimentaloides, sin mayor virtud cinematográfica.
Un interesante debate entre tradición y modernidad, la cultura oriental está llena de sensualidad y no deja de ser un choque de civilizaciones entre oriente medio y occidente. Este es el quinto largometraje del elogiado director rumano Radu Mihaileanu (nacido el 23 de abril de 1958), que nos ofrece una vez más una historia profunda,la misma estuvo nominada a la Palma de Oro en el Festival de Cannes 2011, como ya lo demostró en trabajos anteriores: “Train de vie (1998)”; “Ser digno de ser (2005)”; “El concierto (2009)”, se compromete en tratar distintas historias. Esta se desarrolla en un pequeño pueblo, en algún lugar entre el norte de África y Oriente Medio, como dice la tradición las mujeres van a buscar agua a la fuente que nace en lo alto de una montaña, bajo un sol ardiente, pero las cosas cambian porque sucede algo y una joven casada Leila (Leïla Bekhti), propone al resto de mujeres una huelga de amor: nada de sexo hasta que los hombres colaboren en el traslado del agua hasta la aldea, lo que sucede es como una contradicción donde brota tanta agua, y el amor se seca. Esta historia en parte tiene alguna similitud con “Lisístrata” que es una famosa obra de teatro de Aristófanes, dramaturgo de la Grecia Clásica, donde plantea la huelga sexual de las mujeres, para que los hombres terminen con las guerras; esta se representó en el teatro y el cine. Es una historia emotiva, estos hombre solo hacen negocios y no hacen mucho más que eso, aquí las mujeres tienen la obligación de realizar todas las tareas domésticas, entre las cuales está ir a buscar agua, en un camino rocoso, los tropiezos son fáciles y las mujeres embarazadas que van a buscarla sufren caídas que provocan abortos, se van marcando las reacciones de los hombres, los problemas de rechazo que se enfrentan las mujeres y su desenlace. Tiene un interesante trasfondo histórico y político, con situaciones que pueden ser algo revolucionarias, relatos de amor y desamor a través de las cartas, escenas románticas y algo de humor, cuenta con una maravillosa fotografía, un colorido vestuario, entretenidas coreografías, esto la hace más atrayente, aunque a mi parecer le sobran algunos minutos, es relativamente previsible, trascurre sin sorpresas y resulta una atractiva fábula.
Sexo, pudor y lágrimas Tomar éste último filme del director rumano, formado en Francia, Radu Mihaileanu, realizador de la muy buena “Ser digno de ser” (2005), la genial “El Concierto” (2009), o la extraordinaria “Tren de vida” (1998), como una simple fabula sería dejar por fuera todo aquello del orden de la esperanza se pone en juego a través del relato. El punto es que tampoco puede ser considerada como una gran metáfora, ni se encuadra dentro del registro que se podría llamar metonímico, no, acá lo que se despliega es una esperanza de cambio. Si bien la forma de registro del filme cierra en el orden de realidad, no hay desde la imagen, la actuación, el espacio físico donde se desarrolla la acción, la escenografía, el vestuario, y los diálogos, ningún resquicio de cuento que de lugar a creer que estamos frente a una ficción elaborada por la simple imaginación de su autor. Desde lo estético – narrativo, si bien nunca lo dice, ni lo es, no parece ser la traspolación de un hecho real en ficción. En cambio es clara la influencia de Aristófanes y su obra “Lisistrata”, comedia que narraba las vicisitudes de las mujeres atenienses que se declaran en huelga de sexo con el fin de lograr la paz anhelada, siendo esta obra parte de la trilogía del autor en contra de las guerras, con “La Paz” y “Los Acarnienses” que la completan. En “La fuente de las mujeres” todo transcurre en un país norafricano, o del Medio Oriente sin especificar. La religión y cultura que impera es la musulmana, las mujeres de ese pueblo son las encargadas de dirigirse a una fuente natural alejada de la aldea para recoger agua, en ese lugar no hay agua corriente, ni luz eléctrica y menos aun gas. La tarea es ardua, pesada, sin ninguna consideración por parte de los hombres hacia las mujeres, con el sector masculino sumido en una desidia total, no tienen nada que hacer y nada nada, ya no son soldados, no hay guerra, tampoco hay trabajo, los cambios climáticos han transformado sus tierras en un árido desierto, matan el tiempo jornada a jornada reunidos todo el día en el bar bebiendo y hablando.No importa si las mujeres están enfermas, embarazadas, o lo que fuere, siempre fue así, esa es su tarea, es tradición oral, no escrita. Entre ellas surge una líder, Leila (Leïla Bikhti), la esposa letrada y extranjera (esto no es casual) del maestro del pueblo, (esto tampoco es fortuito) Sami (Saleh Bakri). Ella es quien plantea y propone una huelga de sexo para con los maridos hasta que hagan algo para que ellas dejen de tener que ir a recoger el agua, uno de los cuatro elementos vitales para la vida, (agua, tierra, aire, fuego). Primero encuentra resistencia entre las mismas mujeres. Luego de superar el pudor temático y secándose las lagrimas resuelven un apoyo casi unánime al reclamo incondicional, cuando Fátima (Hiam Abbass), mujer respetada por todos los habitantes de la aldea, respalda fervientemente la huelga. Sami será el primer hombre, casi el único, que apoya en esa lucha a las mujeres. Tampoco esto es aleatorio. Guionistas y realizador utilizan el texto para dar cuenta de las deformaciones del Corán, como ocurre también en las otras religiones, por malas interpretaciones en que se basan los hombres islámicos para subyugar a la mujer y colocarlas en un segundo plano, inferiores al hombre, situación que no aparece en el texto religioso. Trabajada desde el humor, pues de lo contrario sería casi una tragedia, con una estructura narrativa clásica muy allegada al drama, sin descartar tintes románticos, se da tiempo y lugar para, tal como sucedía en las obras griegas, los coros sean emulados por los cantos de las mujeres, quienes de esa manera se hacen oír, contando, lo que les sucede y sus deseos al respecto. Si bien todos los personajes están construidos desde el estereotipo, la dirección les otorga candor, color, son extremadamente reconocibles, pero no por eso dejan de ser efectivos, ya que la empatia con esas mujeres es casi inmediata por parte de los espectadores, esto esta buscado y esto logra. Todo lo bueno del filme se sustenta de maravilla por la selección de actores profesionales, que además de la muy buena actriz francesa de origen semita (Leïla Biknti) es acompañada por la también francesa Hafsia Herzi (Esmeralda) y la israelí, musa del director, Hiam Abbass. Están en orden de lo correcto todos los rubros técnicos, la dirección de arte, la fotografía, el diseño de sonido, la muy bien dosificada presencia de la música, acompañan al texto y a los actores de forma eficiente. Hay aires de cambio también en estos lugares, se nota,. Las mujeres luchan por lo que consideran que es lo justo. La esperanza esta puesta, en este cuento se cierne sobre sí misma. Como cantaba la Negra Sosa: “Cambia lo superficial, / Cambia también lo profundo, / Cambia el modo de pensar, /Cambia todo en este mundo...”.
La fuente de las mujeres mira desde la superioridad y así le hace flaco favor a las justas luchas de las mujeres árabes y de cualquier lugar del mundo. Así como todo enunciado dicho desde el sentido común no tiene validez alguna como conocimiento científico, toda historia construida sobre supuestos válidos universalmente no alcanza para hacer una buena película. Ni siquiera una interesante. Ni siquiera una sincera. La fuente de las mujeres es la historia de la lucha de las mujeres de un pueblo en el cual son ellas las encargadas de trasladar baldes llenos de agua, desde lo alto de un cerro hasta el pueblo, llevándolos sobre sus espaldas, como burros de carga. Muchas de ellas han perdido embarazos en el cumplimiento de su labor y será por ello que se desencadenará una batalla que pondrá en juego no solo quien portará el elemento vital, sino todo un conjunto de desigualdades de género instaladas en aquel pequeño poblado árabe. El particular modo de llevar a cabo la batalla de las mujeres será lo que suponen su única arma: no permitirán a los hombres tener relaciones sexuales con ellas, hasta tanto el tema del agua no quede solucionado. Parece poco atinado criticar las loables intenciones del realizador, quien pretende visibilizar el modo en que las mujeres son sometidas en nombre de un conjunto de creencias y tradiciones dentro de aquel conjunto de países y culturas. Sin embargo el simplismo del rumano Mihaileanu, director cuyo estilo melodramático especulativo es ya conocido, es la marca que anula cualquier sentido de justicia del discurso. En el propio comienzo del film presenta un epígrafe que explica que la historia a contar puede suceder en cualquier lugar del Magreb o del mundo árabe, sin necesidad de especificar el lugar y el tiempo. Inmerso de pies a cabeza en el mecanismo estereotipante conocido como Orientalismo (claramente desarrollado hace años por Edward Said), el realizador permite generalizar el conflicto que en la película está fundado en la tradición coránica, a todo el mundo árabe – musulmán. Mecanismo injusto, inculto y banal de la mirada eurocéntrica, la narrativa del sentido común, instalada en la Europa xenófoba y en la cultura occidental pro norteamerica post 2001, incluye a cualquier poblado, tradición o corriente islámica en “la misma bolsa”. No es que se ponga en dudas en esta nota la condición desigual de la relación de géneros en gran parte del mundo árabe, lo que es cierto que en muchos casos no proviene de una tradición religiosa, sino de la misma tradición material de la que proviene la desigualdad en el mundo occidental judeo cristiano. La operación que realiza el director es relatar una alianza indudable y generalizada entre atraso, corrupción estatal y dominio religioso como una constante a-histórica (sin momento ni lugar). Todo el mundo árabe (repito, tengan en cuenta el epígrafe inicial) constituye sus relaciones de poder del mismo modo y basada en el mismo origen. Pero para quienes creen que la película es una acertada defensa de los derechos de las mujeres y de la igualdad, Mihaileanu no se priva de proponer una clara diferenciación entre el amor de madre y mujer, frente al amor de padre y hombre (salvo en aquellos educados, lo que permite pensar la mirada eurocentrista del realizador). Y si todo esto fuera poco, la película no se priva de apelar al pintoresquismo de los bailes y los cantares supuestamente populares y los paisajes áridos. Larga, aburrida, simplista, La fuente de las mujeres ve al otro con la vieja mirada caritativa del que mira desde la superioridad. Flaco favor le hace a las justas luchas de las mujeres árabes y de cualquier lugar del mundo.
Cuando la hora del cambio llega Esta película del director francés de origen rumano Radu Mihaileanu ofrece una mirada refrescante de un conflicto ancestral, ambientado en una aldea africana de población islámica, ubicada en algún punto del norte de ese continente y tal vez próximo a Medio Oriente. La ubicación no demasiado precisa obedece al estilo narrativo elegido y también quizás a la voluntad de no apuntar directamente a ninguna región en particular, con un tema tan sensible. Lo que Mihaileanu pone en escena es un conflicto que se suscita en esa pequeñísima población, cuando las mujeres deciden rebelarse ante una costumbre tradicional a la que consideran no sólo injusta sino peligrosa para la misma subsistencia. La cuestión es que, precisamente por tradición, son las mujeres las encargadas de traer el agua al poblado, de una fuente surgente que está en lo alto de un cerro. Al lugar se llega a través de un estrecho sendero pedregoso y el regreso, con los baldes cargados, suele provocar accidentes. La pérdida de un embarazo a raíz de una caída, es la chispa que enciende la protesta. El relato está presentado como una fábula, inspirada en una comedia griega (“Lysístrata” de Aristófanes) y los cuentos de las “Mil y una noches”, en una evidente intención de aunar culturas y poner el eje en un tema que de algún modo es universal. En esa aldea perdida entre áridas colinas, vive un pequeño grupo de seres humanos con escaso contacto con los avances de la civilización. Si bien, tiempo atrás, los hombres estaban ocupados en hacer la guerra (no se especifica cuál, pero la región está signada por conflictos interminables), ahora están la mayor parte del tiempo ociosos, en un bar, tomando té, jugando a las cartas, mirando el tiempo pasar. Y las mujeres son las encargadas de hacer todos los trabajos, aun los más pesados como el que dispara el conflicto. Microcosmos El tono de fábula hace que tanto los personajes como las situaciones sean tratados como arquetipos. Esa pequeña comunidad es vista como un microcosmos en donde cada rol, presentado con grandes rasgos, representa uno de los valores en juego: está la matriarca, el imán, el maestro, la dulce esposa que no es bien vista por la celosa suegra, el maestro y fiel esposo, el patriarca que debe poner orden, la adolescente presa de las angustias de su primer amor, el enamorado perdido que regresa, el mercader y mensajero... y allá, afuera, el mundo, la ciudad, la civilización, cuyos beneficios tardan en llegar. La mirada de Mihaileanu es amable y si bien la tensión crece en algún momento, ya que las mujeres deciden mantener una huelga de sexo hasta que los hombres entiendan que tienen que colaborar con la tarea de traer el agua, la violencia no alcanza niveles inmanejables. El guión pone en el tapete la interpretación del Corán, que autoriza a los maridos a castigar físicamente a sus mujeres, por lo tanto, más de una sufrirá en carne propia la ira de su esposo rechazado. Están en juego también el orgullo, la vergüenza, la humillación, la amenaza a las tradiciones, el temor al cambio. En algún momento se produce una confrontación coral entre mujeres y varones, pero finalmente la jugada femenina dará sus frutos, el reclamo trascenderá los límites del pueblucho, llegará a oídos de las autoridades de la ciudad y se resolverá. “La fuente de las mujeres” es un canto al amor y a la solidaridad y una apuesta por la difusión del conocimiento y por las soluciones negociadas para superar los conflictos. Y pretende mostrar cómo los cambios vienen a partir de la necesidad y no por una imposición coercitiva, aunque a veces, alguna presión parece ser necesaria.
La mujer dispone "La source des femmes" es la nueva película del director rumano Radu Mihaileanu, el mismo que estuvo a cargo en 2009 de ese gran film llamado "El Concierto". El tipo sabe en lo que es bueno, repite su fórmula de humor-drama-emoción para entregarnos un trabajo bueno, que interpela, que denuncia una dura realidad ambientada en medio oriente, locación escogida por supuesto, por la gran represión y la violencia de género que se produce contra las mujeres. En realidad es un comportamiento que está presente en muchas culturas a lo largo del globo, pero como todos sabemos, en las culturas musulmanas las limitaciones para el género femenino son de lo más variadas. La historia cuenta como un grupo de mujeres de un pueblo decide declararse en huelga sexual hasta que los hombres las tengan en mayor estima y respeto. Por supuesto, ésto generará una gran convulsión en una sociedad tan cerrada y conservadora como la musulmana donde la mujer es prácticamente una pertenencia. La temática es de interés internacional, ésto sumado a una buena dirección, hacen del film un producto disfrutable para un público más general y no tan del palo "independiente". ¡Ojo! quizás a algunos pueda resultarle larga (dura 135 minutos) y tediosa en algunas escenas, sobre todo en las que son cantadas... confieso que me exasperó un poco la parte de la puesta musical ya que no soy un gran admirador de los cánticos cinematográficos. Hay momentos duros, momentos emotivos y algunos diálogos divertidos, pero también hay algunos espacios de relleno que a mi criterio podrían haberse recortado tranquilamente. Una película para salirse un rato de la senda "mainstream" y disfrutar de una trama que denuncia con simpatía y efectividad un realidad penosa que deberíamos repensar como sociedad. El director es benevolente con el trato que da a este tema y por eso fue criticado por muchos, para mí acierta en amenizar el guión para llegar mejor a los distintos segmentos cinéfilos.
Solidaridad femenina, indignación masculina "¿Leyenda o realidad? Leyenda, por supuesto. ¿Existe la realidad?" Con este cartel se inicia esta película del cineasta rumano Radu Mihaileanu, formado y radicado en Francia, de quien se conocieron en nuestro país El tren de la vida, Ser digno de ser y El concierto. Pero más que una leyenda, la película es una fábula reivindicatoria contra la discriminación y el sometimiento de la mujer en la cultura musulmana. El Islam rige la vida del musulmán y la familia es el centro de las normas sociales. El matrimonio representa el estado ideal y la mujer está destinada a cumplir el papel de esposa, madre y educadora de los hijos. Y aunque el Corán obliga al hombre a respetar a la mujer, en la realidad es considerada, por muchos, "una ciudadana de segunda categoría". La fuente de las mujeres está ambientada en una aldea de un país innominado, a medio camino entre el Magreb y Oriente Medio, donde se habla un dialecto árabe. Es una tierra áspera, desértica y castigada por una prolongada sequía. Mientras los hombres holgazanean, las mujeres deben ocuparse de los quehaceres de la casa, criar a sus hijos y buscar agua desde una única fuente, situada en una montaña cercana, a la que se accede por un camino escarpado y pedregoso. Cansadas de esta tarea, se rebelan. Una de ellas, llamada Leila --bella, ilustrada y casada con el maestro de la aldea--, propone una "huelga de amor" o "huelga sexual". Varias mujeres se escandalizan y se resisten, pero poco a poco se van sumando a la rebelión, inclusive a riesgo de tener que soportar palizas de sus maridos. La propuesta de las mujeres es que los hombres se hagan cargo de transportar el agua. La historia está inspirada en Lisístrata , de Aristófanes, representada por primera vez en el año 411 a. C., sobre un grupo de mujeres griegas que consideran que la mejor forma de terminar la guerra del Peloponeso es decretar la abstinencia sexual. También en un episodio ocurrido a comienzos de 2001 en un pueblo de Turquía. Y mientras se rodaba el filme, las mujeres de Barbacoas, al suroeste de Colombia, se declararon en "huelga de piernas cruzadas" con el fin de obligar a sus maridos a presionar al gobierno para que se construya una carretera que permitiría conectar al pueblo y salvar vidas. El relato incluye secuencias de danzas populares, escenificación de rituales, algunos toques de humor y una ajustada descripción de la solidaridad femenina y de la indignación de los hombres, que oscilan entre la ira y la incomprensión frente a la rebeldía de sus esposas. Pero a pesar de esas bazas y que el guión es el fruto de una investigación en la que intervinieron sociólogos, antropólogos y filólogos, el resultado es una historia ingenua para un tema tan complejo, algo esquemática, desordenada y cargada de tópicos sobre la cultura musulmana.