El absurdo neokafkiano Unos cuantos años pasaron desde que se dejaron de estrenar religiosamente en Argentina las películas del talentoso director y guionista surcoreano Kim Ki-duk, un romance que se inició con sus dos films más interesantes de comienzos de siglo, Primavera, Verano, Otoño, Invierno… y otra vez Primavera (Bom Yeoreum Gaeul Gyeoul Geurigo Bom, 2003) e Hierro-3 (Bin-jip, 2004), y que finiquitó por los caprichos de la cartelera argentina y los empresarios locales del sector. Lo cierto es que durante el último lustro y monedas el señor continuó con el mismo derrotero de siempre, una producción marcada por un promedio de un opus anual, lo que asimismo supuso que sus típicos desniveles cualitativos -los que lo acompañan desde sus primeros trabajos de la década del 90- también dijeran presente a lo largo de los años y en la idiosincrasia altisonante de cada una de sus aventuras en pantalla. Aclarado el punto anterior, hoy podemos afirmar que la espera no podría haber valido más la pena porque este regreso es francamente memorable. De hecho, La Red (Geumul, 2016) es una pequeña obra maestra, una epopeya humanista como el propio Kim no entregaba desde hace bastante tiempo. Más allá de la eficacia del convite en sí, en esta oportunidad suma mucho la sorpresa que genera que nos encontremos ante una suerte de drama deudor de los engranajes del thriller político y no con lo que ha sido el producto paradigmático del asiático a la fecha, nos referimos a esa conjunción de lirismo, visceralidad expresiva, detalles costumbristas, naturalismo y algo -o mucho, depende de la ocasión- de filosofía budista. Es decir, aquí retorna el minimalismo al que nos tiene acostumbrados pero en vez de estar vinculado hacia el espíritu individual, el mismo busca un espacio de alcance social. Como suele ser habitual en el cine del realizador, la premisa de La Red es sencilla y su desarrollo muy enrevesado y acorde con su pretensión de construir retratos complejos del alma humana: al pescador Nam Chul-woo (Ryoo Seung-bum), padre de una nena pequeña y casado con una mujer tan humilde como él, un día se le rompe el motor del bote que utiliza para ganarse el sustento cuando fuerza la ignición para que se libere su red de pesca de entre las hélices, circunstancia que deriva en que abandone involuntariamente las aguas de Corea del Norte, donde vive, hacia el sector surcoreano. Desde el primer momento en que toca tierra, es interpelado por las autoridades bajo la sospecha -y posterior acusación- de ser un espía enviado por el estado comunista, lo que provoca un martirio de sesiones de interrogación, más algunos detalles de tortura, para que se incrimine a través de falsedades. A partir de esta simple excusa, Kim analiza el odio enraizado en ambas naciones y cómo los dos modelos son injustos, absurdos y neokafkianos debido a su obsesión con desautorizarse de manera recíproca y substituir la confianza con mucha paranoia: como si se tratase de una propuesta testimonial de Gillo Pontecorvo o Costa-Gavras, la trama se concentra en los intercambios entre Nam y dos de sus captores, el oficial interrogador (un hombre de tendencias fascistoides y una crueldad extrema, cual militar estadounidense) y su “cuidador” personal (un joven que se solidariza con los atropellos que padece Nam y se termina enemistando con el anterior). El cineasta hace foco en la estrategia -popularizada en la caza de brujas y las purgas durante la Revolución Cultural China- orientada a obligar a la víctima de turno a redactar una y otra vez su “historia de vida” en una hoja en blanco. Con ecos lejanos de Joint Security Area (Gongdong Gyeongbi Guyeok, 2000) de Park Chan-wook, el otro gran análisis acerca del atolladero de la partición geográfica y la animadversión entre hermanos, La Red se hace un festín con las diferencias entre el modelo capitalista (superficial, plutocrático, manipulador, delirante, plagado de inequidades, etc.) y su homólogo comunista (autoritario, burocrático, tan manipulador como el precedente, menesteroso, con una supremacía fanática del culto a la familia gobernante, etc.), sacando a relucir la triste verdad de que las miserias humanas se parecen en todos lados y que las supuestas desigualdades insalvables son en el fondo una mascarada para que los parásitos de siempre de ambas administraciones sigan enquistados en la cúpula del poder político con el fin de mantener -mediante la fuerza- la pirámide social sin la más mínima modificación. Kim logra una vez más ir del caso aislado hacia las conclusiones generales, una faena muy difícil de conseguir en el séptimo arte contemporáneo porque hoy predominan un esquema exasperante volcado al entretenimiento para adultos infantilizados y una perspectiva profundamente individualista que evita tratar las resonancias sociales de cada acción sobre nuestro presente. Esta apertura de nuevos terrenos para el director llega en el momento justo para salvar las papas del alicaído cine arty, ahora con un retrato brillante del ridículo detrás de toda la parafernalia bélica, gubernamental y de los servicios de inteligencia. El maravilloso nivel de diálogos y actuaciones nos devuelven al mejor Kim, el que sí sabe articular su existencialismo en opus de emociones a flor de piel, personajes porfiados, mucho dolor y una dosis exacta de ese preciosismo de sustrato crepuscular y casi onírico…
Al otro lado del río Kim Ki-duk, director de Primavera, verano, otoño, invierno... y otra vez primavera vuelve a los cines de Argentina con La red (Geumul), una pequeña obra maestra. Lleva adelante un film más sobrio en el que se introduce en el conflicto entre Corea del Norte y Corea del Sur. La historia nos lleva hasta un pescador norcoreano llamado Nam Chul-woo (Ryoo Seung-bum), padre de una niña y casado con una mujer humilde como él. Un día el motor de su lancha se rompe y la corriente arrastra su transporte de las aguas de Corea del Norte, donde vive, hacia tierras surcoreanas. Inmediatamente es acusado de espionaje por las autoridades del país vecino y deberá someterse a un interrogatorio para probar su inocencia, además de una serie de torturas. El foco en el film no está tanto puesto en la violencia humana sino en el odio arraigado en ambas naciones y cómo los dos modelos se comportan de forma ridícula, además de dejar a la vista las diferencias entre el modelo capitalista y su semejante comunista. La red es una maravilla difícil de encontrar estos días en la pantalla grande, donde el nivel de actuaciones y diálogos puestos al servicio de los protagonistas, nos reconcilian con ese cine que muchos gustamos de ver.
El director de Primavera, verano, otoño, invierno... y otra vez primavera abandona la truculencia tan habitual en su cine para un film bastante más austero en el que se mete de lleno en el conflicto político (e ideológico) entre las dos Coreas. El autor surcoreano, que en 2012 consiguió el León de Oro en la Mostra de Venecia con Pietà, estrenó en la nueva sección Cinema nel Giardino de la edición 2016 del festival italiano su primer drama político sobre la reunificación imposible de las dos Coreas. El protagonista de La red es un pescador norcoreano que termina en Corea del Sur por una broma del destino. El motor de la lancha de Nam Chul-woo (Ryoo Seung-bum) se avería durante una de sus redadas matutinas en el Mar del Sur. Tras el incidente, la corriente arrastra la barca del comunista patriótico hacia el país vecino, sembrando el conflicto político entre las dos naciones. Acusado de espionaje, el norcoreano tendrá que someterse a un interrogatorio para probar su inocencia. Llama la intención que este gran experto en filmar torturas sin pudor haya rodado el 90 por ciento de las agresiones del interrogatorio en fuera de campo. Si bien la filmografía tardía de Kim Ki-duk se ha caracterizado por el grado excesivo de violencia que contenían sus imágenes, en La red ocurre lo opuesto. El autor de Hierro-3 se reconcilia con su anterior etapa, apostando por una representación de la brutalidad humana que ya no es un elemento principal, sino secundario; diríamos, incluso, auxiliar para desarrollar otro tema de mayor trascendencia. Sin ese componente violento que monopolice la ficción, La red deviene una interesante ridiculización de la dictadura de Corea del Norte y, a su vez, una denuncia de la falsa libertad en la que se fundamenta el sistema capitalista. Kim Ki-duk hace cristalizar dicha idea en un diálogo que mantendrán una prostituta surcoreana y el pescador forastero. La mujer confiesa que, en un país capitalista como el suyo, la ‘libertad’ –aquello de lo que carece el norcoreano– es menos útil para sobrevivir que tener dinero.
Realizada por el famoso cineasta coreano Kim Ki Duk ( El de “Primavera, verano, otoño, invierno”, “Hierro 3”, “Piedad”) sorprende con un film distinto que reflexiona sobre las realidades irreconciliables de las dos Coreas, Norte y Sur. Un modesto pescador del norte que tira sus redes en aguas limítrofes, por un accidente, termina del lado sur. Allí sospechoso de ser un espía y cuando comprueban que no es así, y por presiones de la prensa, antes de permitirle el regreso intentan constantemente tentarlo con que viva en el Sur. Un lugar que lo deslumbra con el consumo y el lujo pero que descubre tiene sus lados terriblemente oscuros. Sus convicciones que se sospecha tienen más ver con la protección de su familia. Y cuando regresa, como en un espejo perverso todo su repite. En especial ese método de escribir interminablemente su vida, en copias y copias que buscan contradicciones y terminan diluyéndola. Siempre bajo sospecha. Solo queda como rescate un policía “bueno”, del Sur, que se conmueve con ese pescador que trata de ayudarlo contra un desquiciado interrogador y un jefe acomodaticio. Un caso que muestra más la posición del cineasta. Lo demás es un destino individual irremediable frente a las locuras ideológicas de estados que simplemente se desentienden de cualquier atisbo de piedad frente a un ser humano perdido. Interesante.
La red: Kim Ki-duk y la historia del pescador atrapado entre las dos Coreas Atrapado, como los peces en las redes, con los que se gana el sustento y da de comer a su pequeña familia. Así se descubre a sí mismo una mañana el pescador surcoreano Nam Chul-woo (Ryoo-Seung bum), protagonista de este nuevo film del creador de Primavera, verano, otoño, invierno... y otra vez primavera, cuando el azar quiere que su red quede enredada en el motor de su modesta embarcación y lo deje varado en aguas norvietnamitas, allí donde la corriente del río que corre entre una y otra Corea lo arrastra hacia el Sur. ¿Cómo convencer a sus desconfiados y acérrimos rivales del Norte de que todo esto no ha sido sino obra de la casualidad y de que el pobre Nam tiene poco y nada que ver con un espía, como sospechan ahora: lo suyo no ha sido -como suponen los más maliciosos- sólo una estratagema para introducirse en territorio enemigo y husmear en busca de vaya a saber qué valiosos secretos. Nam sólo quiere reparar su nave y volver a casa, donde lo esperan su mujer y su pequeña hija. Como puede apreciarse en una muestra más de la variedad de sus intereses y de su versatilidad formal, en este caso Kim ki-duk apunta a la realidad política de su país. Pero la accidental experiencia del pescador no conduce al gran director coreano a tomar partido por una u otra parte. Al contrario. La experiencia accidental que Nam vive entre sus vecinos del Norte lo presenta frente a situaciones que pueden ir desde un innecesario y brutal interrogatorio hasta la actitud comprensiva y cálida de uno de los encargados de su custodia, que lo protege hasta donde le es posible, sin prestar demasiada atención a las sospechas de algunos de sus jefes. Con el regreso al Norte, Kim-ki-duk prefiere establecer una suerte de juego de espejos: también en el Norte surgen y se multiplican las sospechas. Y son similares. Por algo el hombre ha cerrado fuerte los ojos cuando la situación lo llevó a andar unos pocos metros por las calles de Seúl. No quería ver lo que ellas le mostraban ni quería guardar en la memoria nada que azuzara la curiosidad de los interrogadores que lo esperarían del otro lado de la frontera. Tampoco le interesaba ver tanto derroche ni guardar en la memoria lo que se presume que querría mirar con ojos de envidia. Porque él sabe que lo más valioso lo tiene en su propia casa.
El que quiere pescado, que se moje... La reiteración en los diálogos, más imágenes chocantes, no traen al mejor Kim Ki-duk, el de "Primavera, verano..." e "Hierro 3". A comienzos de este siglo, los principales festivales (Cannes, Venecia, Berlín, Locarno), la crítica y el público entendido aguardaban las nuevas películas del surcoreano Kim Ki-duk. Tal vez Primavera, verano, otoño, invierno… y otra vez primavera (2003) fue su obra más acabada. Y la que despertó ese fanatismo -que se vio potenciado con Hierro 3 (2004)- que luego comenzó a decaer. Como la propia producción del realizador, que hoy tiene 56 años. Esta vez, en La red, la historia cobra actualidad –aunque las tensiones entre las dos Coreas vienen de antaño-. Un pescador norcoreano en la frontera sufre un desperfecto de su pequeña barca, y sin desearlo termina en Corea del Sur, arrastrado por la corriente. La red se atascó en la hélice. Las autoridades militares de Corea del Sur no saben si es un espía , un disidente o qué. Cierto funcionario –pérfido, como corresponde- está empecinado en sostener que ha llegado hasta la costa para infiltrarse como espía, y lo somete a torturas físicas y psicológicas (le hace escribir de puño y letra su vida, una y otra vez). Por suerte para Nam (Ryoo Seung-bum), le asignaron un custodio joven, que tratará de impedir el maltrato. No siempre lo logrará. Tal vez uno de sus filmes más políticos, Kim Ki-duk llega a plantear, sin ponerse de un lado o del otro, que no hay buenos ni malos, que los sistemas represivos son similares en las dos Coreas, la “democrática” del Sur y la “dictatorial” del Norte. Cinematográfica y artísticamente, en La red confluyen una elaboración visual que no siempre es acorde con los diálogos que se escuchan. Hay cierta composición estética y una reiteración (y machacación) en los diálogos, esto último extraño en Ki-duk, ya que los silencios habían sido algo como su marca registrada en aquellas, sus mejores películas. Pero también hay imágenes chocantes –a Ki-duk parece gustarle paladear y graficar momentos shockeantes, sean torturas o excrementos-. El estiramiento de las escenas apunta más al padecimiento que al disfrute.
La red, de Kim Ki-duk Por Mariana Zabaleta El tan esperado regreso de Kim Ki-duk, a los cines argentinos, se concreta con creces. El maestro nos entrega, nuevamente, un episodio inolvidable. El lado oscuro de la humanidad brilla con su eterno y cruel resplandor sobre la gran pantalla. Casi como si fuera una historia antigua, el inicio del relato nos encuentra con un pescador tirando su precaria red sobre las aguas del rio. Un límite natural, entre ambas coreas, se alza como zona de constante conflicto. Las aguas arremolinadas, también estancas, su flora y fauna nada saben de límites. Son sus habitantes, humildes pescadores y pueblerinos, como también ruidosos y apurados citadinos, quienes encarnan la división como principio ideológico. Esta historia habla de una herida, donde Kim Ki-duk ejerce una tensión que desarma, asfixiante como el dolor mismo. Dicho ejercicio desgasta, tanto psicológica como físicamente a los personajes, donde increíbles actuaciones hacen de soporte para semejante empresa. El espectador también se encuentra atrapado, en la red, donde todo lentamente perece. Asistimos al brutal espectáculo, donde el pescador Nam Chul-woo es acusado de “presunto espía comunista”, luego de que un accidente en su bote lo condujera hacia tierras desconocidas. La odisea, de dicho personaje, está marcada bajo el signo de la tragedia. En escala de tensión los escenarios, simples por naturalistas y austeros, ofician de mudos testigos. La interrogación tiene como premisa primera el sometimiento, y en un claro registro kafkiano volvemos a compadecernos del señor K. Atrapado en la rabiosa, y esquizofrénica maquinaria burocrática, solo el retorno al hogar parece ser un posible escape a semejante martirio. Dentro de la red primero se lucha, física y mentalmente, luego la carne cede y solo resta pensar. Se muestra magistral la reflexión sobre antiguas (pero reales) polaridades, entre lo civilizado y lo bárbaro, la novedad y la tradición, etc. Cine verdaderamente político. Cabalgando la aporía de un pueblo que, en un gesto de extrema incorrección y humanismo, se recuerda ancestralmente unido. LA RED Geumul. Corea del Sur, 2016. Guión, fotografía y dirección: Kim Ki-duk. Intérpretes: Ryoo Seung-bum, Lee Won-gun, Kim Young-min y Choi Guy-hwa. Música: Park Young-min. Edición: Park Min-sun. Duración: 114 minutos.
Ya sea incorporando el cine negro o un brutal realismo, el mayor estigma de la península coreana es provocado por esa frontera que separa a dos estados, dos sistemas económicos, dos ideologías cuyas diferencias son directamente proporcionales al parecido. Más de medio siglo de conflictos y confrontamientos no hicieron mella en los milenarios años en que Corea del Sur y Corea del Norte conformaban la Gran Corea, un sueño todavía lejano. La nueva obra de Kim Ki Duk propone hurgar en una herida abierta que excede a lo estrictamente político. Accidentalmente el pescador norcoreano Nam se ve traspasando la frontera y de un momento a otra pasa a estar de su amada patria a un lugar grotescamente capitalista y traicionera, Corea del Sur, donde los valores se han perdido. Previo a ello, Nam mantiene una relación sexual con su esposa, decidido a seguir sus impulsos animales. Kim Ki Duk, también autor del guión, en los pocos minutos que transcurren desde el punto de ataque al detonante antecede lo que sucederá con Nam: a pesar de su entrega patriótica no podrá resistirse a la influencia extranjera donde encuentra nuevos estímulos para la mirada, pero también la ceguedad y el malestar por el que pasa cierta parte de la población, un lugar donde la libertad es aparente. El director invierte los roles presupuestos por los medios contemporáneos. El sistema es más cruel y carcelario en donde más se intenta esconderlo. Es este rol de los medios donde Kim Ki Duk halla la forma de quebrar con todos los estereotipos capitalistas y comunistas. El servicios de inteligencia surcoreano, ataviado de fracasos en casos de espionaje entre ambos países, se propone crear en Nam la imagen de un espía, y como imagen, venderla a una industria de comunicaciones donde aquello que se ve es lo verídico. El único contacto que el encarcelado protagonista mantiene con su hogar se da mediante televisaciones de los noticiarios provenientes de allí en donde se le pide su regreso y otorga el perdón. En virtud de toda la perversidad que experimenta Nam creer en las imágenes es solo el primer paso para su transformación. El culto a ellas que hacen los países son solo prueba del engaño al que las dos poblaciones se ven sometidas desde los puestos más altos del gobierno. El director realiza una inteligente puesta en escena en que los dos espacios, Norte y Sur, son diametralmente diferentes en cuanto a lo visualmente referente; lo que comparten es más importante, la descreencia, violencia y melancolía, una atmósfera que influencia a un Nam que pasa de la ingenuidad a la reflexión y la congoja, ante toda la pena y la crueldad que presencia ya no hay patria ni enemigo, solo desarraigo. Geumul, La red, en su versión traducida es un film donde la trama está al servicio de algo mucho más profundo, inherente a la Gran Corea. En su tragedia realista desesperanzadora se entreven ciertos mensajes de una pequeña esperanza, porque lo que los une es una emoción que comparte todos los sere humano: la pena; y la injusticia, lo que padecen los desafortunados dominados por el sistema. El plano final refleja todo ello, en un final exquisito y humano digno del Neorrealismo Italiano.
Un pescador algo tosco y primario de Corea del Norte sale con su bote pero la red queda atascada en la hélice. Mientras intenta en vano arrancar el motor, cruza sin querer hacia aguas limítrofes, vigiladas por autoridades de Corea del Sur. Detenido, encerrado en una especie de largo trámite policial, kafkiano pero capitalista, recibe buen trato, comida y duchas calientes,mientras es interrogado como sospechoso de espionaje. El director Kim Ki-Duk (Hierro 3, Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera) dirige, esta historia mínima que es evidente retrato de cosas más grandes: una dictadura, un capitalismo mercantilista y paranoide, una sociedad sometida a los absurdos de la política. Y lo hace con vigor, buenas ideas y un gran ritmo para contar, uniendo momentos esenciales, una historia que en sus manos atrapa sin distracciones.
Vecinos en guerra Kim Ki-duk escribe y dirige esta producción proveniente de Corea del Sur que cuenta con la particularidad de que su protagonista es oriundo y vive en la vecina nación de Corea del Norte, con todo lo que eso significa. La historia sigue los pasos de Nam Chul-woo aunque más preciso sería referirnos a su naufragio, en todas las acepciones del término. La literal es una de ellas dado que el personaje es pescador de profesión y la serie de eventos que lo tendrá como protagonista empieza una mañana como cualquier otra en la que, previo saludo a su mujer e hija, se sube a su lancha para ganarse el pan (o el pescado) de cada día. Y en este punto es donde comienza el naufragio en su sentido más dramático dado que la red que utiliza para la pesca se atasca en el motor de la lancha y le produce una seria avería. Después, la corriente se encarga del resto y sin poder hacer otra cosa más que atestiguar el cruel giro que el destino le tenía preparado, Nam termina cruzando la línea de boyas que marca el límite entre su Corea del Norte con la vecina del Sur. Uno de los aciertos del director, mezclado con su doble rol como guionista, tiene que ver con saltarse cualquier tipo de explicación histórico social sobre el conflicto que actualmente mantienen las dos Coreas. Valiéndose en parte del conocimiento popular que existe sobre el enfrentamiento y con apenas unas cuantas imágenes de soldados en las fronteras (porque siempre hay algún espectador fanático del pacifismo que hasta evita las noticias sobre la guerra), el contexto de la historia que está a punto de desarrollarse queda perfectamente establecido y, lo que es más importante, libre de cualquier interpretación o acercamiento a alguno de los dos bandos porque justamente ese es el ángulo con el que la película aborda el tema. Y las decisiones técnicas también se alinean a ese fin. Tanto los encuadres como la continuidad, el uso de la luz, la estructura narrativa y la música (incidental y sutil en todo momento) son todos elementos marcados por un minimalismo total orientado a poner en primerísimo primer lugar al guion y al mensaje que toda la obra propone. Porque el pequeño acto de cruzar una frontera es apenas el desencadenante de ese mencionado naufragio que el protagonista emprenderá mientras es interrogado por todos los medios posibles tanto por su gobierno norcoreano como por el del enemigo sureño. Las acusaciones de espionaje y traición están a la orden del día y el equilibrio entre los autores de esos alegatos no puede dejar de ser perfecto para que la reflexión acerca de que las crueldades y malignidad de la guerra no conocen de bandos quede plasmada en pantalla. La Red, un relato ficcional acerca de una cruenta realidad que poco tiene de ficticio, podría conformarse con ser una obra cuasi documental que se excusa en una historia y sus pequeños personajes para vomitar un punto de vista sobre la guerra de Corea y es exactamente lo opuesto: una película con todas las letras que se vale de ese contexto para ir sobre lo universal, con diálogos crudos y libres de todo filtro y un puñado de pequeñas parábolas (como la de la prostituta o la de la hija del protagonista y su osito de felpa) con un altísimo valor artístico y testimonial que redondean así una perfecta oportunidad para animársele a un cine tan rico como es el surcoreano.
Alejada de sus productos más reaccionarios y reflexivos, esta nueva película de Kim ki-duk trabaja con la historia de un hombre atrapado entre las dos coreas mientras intenta reencontrarse rápidamente con su familia. Maltratado en ambos lugares, la búsqueda de la felicidad en uno sin atender finalmente a cuestiones políticas, termina por deconstruir el imaginario del mundo que el hombre poseía antes de queda expuesto a torturas y reclamos, y en el aprender a barajar y dar de nuevo, la mirada centralista y occidental que se plantea en la propuesta resiente el resultado final.
La trágica amplitud de una fábula. Un pescador de Corea del Norte tiene un inconveniente en su bote y aparece del otro lado de la frontera. A partir de allí, sufre dificultades por un problema político que lo excede. La visión en espejo, de sociedades presuntamente tan antinómicas, no deja de ser provocadora. Si bien no deja de aspirar a las amplias resonancias de la alegoría, La red representa un ejercicio de contención por parte de Kim Ki-Duk, que como su protagonista –un humildísimo pescador de Corea del Norte– desvía los ojos ante las tentaciones que le ofrece el lujoso shopping técnico-cinematográfico de Corea del Sur, su país, para concentrarse en lo esencial: relato y sentido. No es que La red sea una fábula novedosísima, pero su visión en espejo de esas sociedades presuntamente tan antinómicas no deja de ser provocadora. Y la provocación es, se sabe, una de las marcas de fábrica del autor de La isla y Bad Guy. Pero ahora –caída tal vez la ilusión de provocar a alguien, perdida quizás la fe en el valor de la propia provocación– ese gesto no se lanza a la cara, como podía ocurrir en las películas previas (vaginas cosidas, mujeres apaleadas, colegialas voluntariamente prostituidas) sino que se diluye en la amplitud de la fábula, cuyo arco es tan trágico como suele serlo en el realizador de Hierro 3. El cine de Kim Ki-duk se movió hasta ahora entre dos polos: el cuerpo y la abstracción. El primero sufre, es herido, en ocasiones mutilado. La segunda es a lo que el cine del realizador aspira. Ambos valores no dejan de estar presentes en La red, pero –tal vez de modo ventajoso– con menor potencia. La historia es la de un pescador norcoreano, Nam Chul-woo (Ryu Seung-bum), que una mañana al alba deja su choza, su esposa y su hija para salir a pescar, como todas las mañanas. Pero no como todas: la hélice de su bote a motor se le traba con la red de pescar y queda del lado de Corea del Sur, sin poder moverse. El río es tan estrecho como una avenida urbana (las enciclopedias no dan cuenta de ningún río fronterizo; vaya a saber) y el botecito alcanza la costa surcoreana, donde el hombre recibe el tratamiento de un potencial espía, oscilante entre los interrogatorios de rigor (en el sentido débil y fuerte de la palabra) y ofrecimientos de trabajo, casa y comida, con intención de “convertirlo”. Lo único que quiere Nam Chul-woo es volver a su vida anterior. Y es hasta aquí donde debe contarse, ya que la trama admite variedad de consecuciones y no sería de buena gente quitarle al lector la chance de descubrirlo por sí mismo. La red es algo así como una sátira cruel. Siempre y cuando se tenga en cuenta que Nam Chul-woo es antes el agente que el objeto de la sátira, del mismo modo en que –a diferencia de otras de sus películas, de inocultable regodeo– Kim Ki-duk es el testigo y no el generador de crueldad. La odisea de Nam Chul-woo es pequeña y kafkiana, y el pescador es un trágico que se revuelve furioso contra un destino y unos antagonistas que lo exceden, de uno y otro lado de la frontera. Son su cuerpo y su psiquis los que padecen, frente a paranoicos agentes del estado, preparados para dos cosas: enfrentarse con espías del otro lado y quebrarlos, mediante el acoso y la tortura. Alto, apuesto y bien pensante, el vigilante que tiene a su cargo a Nam Chul-woo desentona dentro de este panorama, introduciendo un cierto matiz homoerótico que no halla desarrollo. Estéticamente es bienvenida la ¿circunstancial? despedida del realizador a los vacuos relumbres fotográficos, con unas oficinas de los servicios de seguridad que recuerdan, en su aplastante grisura burocrática, a las que pueblan las novelas de John Le Carré. El plano fijo en el que Nam llega en bote de una costa a otra –ambas cubiertas de tristes pajonales– tal vez constituya, del más inadvertido de los modos, la moraleja de esta fábula. Dos territorios tan próximos (tan próximos que hace poco más de medio siglo fueron el mismo país) y tan irreconciliablemente enemigos.
Crónica de una muerte anunciada El director surcoreano Kim Ki-duk vuelve a las pantallas argentinas con una clara misión: denunciar a través de La Red (Geumul, 2016) las atrocidades cometidas -y silenciadas- por las fuerzas especiales de la península coreana y evidenciar la inexistencia de la unidad asiática. Aquí no hay grises: se es Comunista (Norte) o Capitalista (Sur). Dos polos, antagónicos, que coexisten en la República Oriental y utilizan el cine como herramienta propagandística para amurallarse -aún más- y (trans)formar la ideología vecina. Como es sabido, en un principio Corea del Norte tuvo las de ganar en el séptimo arte mediante el revolucionario ex líder Jucge, Kim Jong-il, que incursionó exitosamente en la materia pero quedó trunco cuando su obsesión por alcanzar reconocimiento y poner en un pedestal al cine norcoreano lo llevó a secuestrar dos actores de renombre para rodar sus películas. El caso salió a la luz y el tablero se inclinó a favor del cine surcoreano que retomó la partida de la mano del realizador vanguardista Ki-duk, que en 2003 subió a la cresta de la ola cuando se estrenó Primavera, Verano, Otoño, Invierno…. y otra vez Primavera (Bom yeoreum gaeul gyeoul geurigo bom, 2003), con sus personajes practicantes del budismo que promovían “Paz y Amor” bajo el lema “Namasté”. Hoy su amplia trayectoria, que tiene como íconos los thrillers La Isla (Seom 2000) y Piedad (Pieta, 2012), marcaron el pulso de su carrera. Ahora es el turno de La Red, que a diferencia de los trabajos precedentes, no se destaca por la fotografía ni la creatividad del guión, pero encuentra brillo propio. Por primera vez, Ki-duk incursiona el terreno político. El guión es claro y conciso: intenta ir contra el dicho “El pez por la boca muere” y apela, netamente, a mostrar cómo un ciudadano asiático queda atrapado en una red monstruosa que, a toda costa, lo acusa de espía. Muestra cómo, a veces, el destino desgraciadamente se manifiesta en detrimento a los más débiles. El realizador intenta desenmascarar las dos caras de la misma moneda: en ambos extremos hay corrupción y nulo respeto a los derechos cívicos. La trama gira en torno a cómo un pescador norcoreano, Nam Chul-woo (Ryoo Seung-bum), de arraigado patriotismo comunista, sobrevive en plena jornada pesquera a una tormenta brutal que rompe el motor de su lancha; la da vuelta, lo deja semiinconsciente y es arrastrado por la corriente al Mar del Sur. Al despertar en terreno capitalista, decide reparar su lancha y regresar lo más pronto posible, junto a su familia. Pero las fuerzas adversas -“Seguridad Estatal”- lo descubren y acusan de espionaje, sometiéndolo a constantes interrogatorios y torturas para que declare cómo llegó allí. ¿Podrá Nam cumplir su anhelo? En esta línea, monótona, avanza el film: Nam, falsamente acusado, queda atrapado en la red del capitalismo. Recorre sus imponentes calles plagadas de cosplayers –fieles al estilo Pokémon– y, abrumado por las vidrieras plagadas de objetos electrónicos, inimaginables, en su acotado universo, intenta huir. Aquí es interesante el parate que hace el realizador: cuando las luces se apagan y el sol se esconde, desaparece la lujuria y con ella nace el lado oscuro. Emerge la noche, y con ella sus vicios, las drogas y los innumerables excesos, como la prostitución. Ki-duk materializa en una escena donde Nam conoce, fugazmente, a una joven que -al igual que él- también está atrapada en la red y vende su cuerpo para salvar a su familia. Ella le deja una inolvidable lección: “El dinero no es todo. El mundo desarrollista no implica felicidad para el pueblo”. Acto seguido, podría haberse echo una elipsis y ponerle punto final a la cuestión, pero el realizador va por más y, pese al ritmo lento que acompaña el relato, mecha mensajes que estratégicamente funcionan. La Red intenta rescatar al pez que, erróneamente, fue cautivo. En efecto, esta pesadilla que vive el norcoreano mientras sueña con la libertad deja un sabor amargo y abre una incógnita: ¿Es, quizás, otro ataque a las reglas del líder Kim Jon-Un? O simplemente, ¿Querrá calmar las aguas entre la península occidental? Lo cierto es que logra que el público se ponga los zapatos de Nam y sienta compasión por él mientras desliza la idea que ningún extremo de La Red es bueno. El relato tiene impronta: incomoda, inquieta y abruma frente a las injusticias que padece Nam para probar su inocencia ante la “autoridad” que se abusa de su “poder” en el centro clandestino de detención. Los personajes interpelan a la perfección la psiquis del espectador unidireccionalmente para ridiculizar la compleja y alocada política ideológica que promulgan los dos bandos de Corea mediante una dictadura absurda. Kim-duk logra su objetivo: atrás quedó el universo plagado de violencia explicita visto en Hierro 3 (Bin-jip, 2004), y abre paso a la violencia implícita, focalizado en un grito de socorro, para derribar la eterna muralla que afecta la península coreana que no ve que en conjunto está provista de armas para reinar y atemorizar a Occidente. Esperemos que La Red no corra con la misma suerte de su colega Dan Sterling, director de The Interview (2014), quien fue demandado por el líder Kim Jon-Un al sentirse burlado por la industria hollywoodense, y pueda ser vista metafóricamente como un intento más de abrir la puerta al diálogo y la reflexión. Esta claro que si hay algo para rescatar de esta trama es que es, gracias a los medios, y en este caso el cine, esta cuestión se visibiliza. ¿Servirá para tender puentes entre el régimen de Kim Jon-un y el mundo?
Crítica publicada en la edición impresa.
El protagonista de esta historia Chul-Woo Nam (Seung-bum Ryoo, una gran interpretación) un pescador de 37 años vive humildemente en Corea del Norte junto a su esposa y una hija de 7 años. Todos los días sale a pescar para poder sobrevivir, pero el día que el motor de su bote se atasca, vive momentos crueles en Corea del Sur lo tratan como un espía, sufre varios interrogatorios, malos tratos, soporta distintas tentaciones y solo logra la compresión de una persona en ese lugar. Logra volver a su hogar le dan la bienvenida pero vuelva a sufrir un duro interrogatorio, una tortura psicológica y juzgamiento, por lo tanto nota que no hay mucha diferencia entre el Norte y el Sur. Una historia para reflexionar, una crítica social y política, la corrupción siempre esta, en un punto no tiene mucha diferencia entre el Sur y el Norte. Este protagonista en algún punto se encuentra atrapado en una red, con sus ojos perdidos, tristes, cansado, hundido en el dolor y asfixiado.
Un país divididocritica de la red the net kim ki-dak Cuando hay un país dividido, cada lado convencerá a sus habitantes que el mal, si existe, está del lado opuesto. Con esta premisa, el director Kim Ki-Duk expone su opinión sobre el continuo conflicto entre Corea del Sur y Corea del Norte con su nueva película La Red. Nam Chul-Woo es un pescador norcoreano que sale todos los días al rio para poder mantener a su familia. Un día su red de pesca se traba en el motor de su bote, inutilizándolo y dejándolo a la deriva. El flujo del rio termina haciéndole cruzar la línea divisoria que separa a Corea del Norte de Corea del Sur. Tu país son los tuyos: El asunto se complica cuando las autoridades lo arrestan y lo someten a un extenso interrogatorio, creyendo que su llegada -más que ser un accidente- es en realidad el accionar de un espía que viene a perturbar la paz. El guion de La Red es sólido por los cuatro costados. Tenemos un protagonista con un objetivo y un conflicto claro, ambos sostenidos con un gran uso de la tensión. Lo que no hay que perder de vista es la manera en que Kim Ki-Duk ilustra el tema de la lealtad, y la crítica severa que hace respecto a la separación de un país: ni el Norte ni el Sur quedan bien parados ya que ambos obligan al protagonista a ser algo que no quiere ser. El Sur está convencido de que es un espía, mientras que su amado Norte asegura que es un traidor. La película, por lo menos en sus puntos más fuertes, abarca esta dicotomía, sobre todo en el ciego y dañino fanatismo que pueden llegar a tener ambos lados. Las dos caras de la verdad: Naturalmente, hay un énfasis en ilustrar las diferencias entre los dos pueblos en materia de libertades socioeconómicas, aunque Kim Ki-Duk las expone solo en lo necesario. Sabe reconocer la línea entre hacer que cualquier público alrededor del mundo lo entienda, y enfatizarlo a tal punto que le estás diciendo a la audiencia de tu país cosas que ya sabe. Lo más logrado de La Red es cómo elabora el tema sin hacer que el protagonista sucumba a un cambio forzado, propio del cine Hollywoodense. Entre el Norte y el Sur, el protagonista clara y vehementemente se alinea con el Norte. Pero entre el Norte y su familia, claramente elige a su familia. Es este ítem en particular el que le permite a Kim Ki-Duk expresar su postura (ajena a cualquier partidismo) a lo largo del metraje, sin la necesidad de mandar el mensaje equivocado o hacer que su protagonista se traicione. Desde lo actoral, Seung-bum Ryoo da contenida vida al protagonista de esta historia, donde cada expresión, cada ataque de impotencia o desesperación, son trabajados paulatinamente en vez de ser reacciones histéricas. Por el costado visual, en La Red no hay mucho que destacar más allá de que se trata de una labor sobria. Hay algún que otro encuadre que está desbalanceado, pero no son tantos para achacárselo como una contra. Aunque la dirección de arte consigue crear un ambiente claustrofóbico propio del turbio contexto en el que se mueve la historia, Kim Ki-Duk no insiste en preciosismos; esta es una película que descansa fuertemente en lo interpretativo, en esas expresiones que dicen mil cosas con una sola mirada. Ahí está la cámara del realizador. Conclusión: No conforme con abarcar con profundidad un tema muy complejo, Kim Ki-Duk se anima a hacerlo en el marco de una narración que engancha al minuto que empieza el conflicto. Apoyado por una labor protagónica conmovedora y una puesta técnica sobria, el resultado es recomendable no sólo para los seguidores del cineasta coreano, sino para todos aquellos que simplemente les gusta que les narren una buena historia.
El actor que se pone al hombre el papel protagónico, Ryu Seung-beom, lleva a cabo una de las mejores actuaciones que tendremos la posibilidad de ver en la pantalla grande. La red, la nueva película del director coreano Kim Ki-duk (el mismo de Primavera, verano, otoño, invierno... y de Hierro 3), es uno de sus trabajos más refinados y subversivos, y presenta el tema tomando distancia de la crueldad y la literalidad donde suele caer fácilmente. Y el actor que se pone al hombre el papel protagónico, Ryu Seung-beom, lleva a cabo una de las mejores actuaciones que tendremos la posibilidad de ver en la pantalla grande. El protagonista de esta red vive una vida tranquila, muy modesta pero suficiente, en Corea del Norte. Tiene una casa, un barco para pescar y cuidar de su familia y una nacionalidad que lo define. Como cada mañana Chul-woo sale de su hogar, presenta sus documentos en la guardia y se sube a su barco para recoger la red. Todo esto sucede al borde del río Imjin, cuya corriente, que no respeta fronteras, desemboca en las aguas del río Han de Corea del Sur. Y así es como el barco de este pescador se rompe y aparece, muy a su pesar, en las fronteras del Sur. Comenzará una interminable y agotadora serie de procedimientos para definirlo como espía, desertor o, simplemente, desafortunado. Corea es un país que son dos. En guerra desde 1950, activamente hasta el ‘53 (cuando el país se divide) y en continua tensión hasta la actualidad. El Norte es comunista y dictatorial y se define en contraposición al Sur capitalista que es, para muchos, sinónimo de libertad y de posibilidades. Sin embargo, Chul-woo no es de los que desean cambiar de vida. Todo lo contrario, parece feliz y contenido dentro de su patria. Pero ¿qué es la patria? ¿Nuestro país? ¿Nuestros compatriotas? ¿Lo que cae dentro de unas fronteras o, quizás, compartir los mismos enemigos? ¿Es la patria una identidad? Y esa identidad ¿es el resultado de una búsqueda o el producto de una bandera, un himno, unas consignas? Porque la patria incorpora, hace cuerpo, definiciones, maneras de ser y de estar que, cuando se caen, dejan un cuerpo incompleto. Porque el peor exilio imaginable es perder la patria adentro de uno, que el sentido de hogar quede vacío de significado y que todo lo que se sostenía en ese concepto se caiga.
Vigilar y castigar Interesante el giro estético que el coreano Kim Ki-duk da en La red (Geumul, 2015), película que se concentra en una historia “pequeña” pero plena en resonancias políticas. A partir de Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera (Bom yeoreum gaeul gyeoul geurigo bom, 2003), el coreano Kim Ki-duk comenzó a ocupar un lugar de relevancia en el mapa de los festivales de cine, a escala internacional. Tal es así que se transformó en uno de los pocos realizadores coreanos en lograr ser estrenado en distintos países del mundo (Argentina, entre ellos). Pero sus sucesivos films fueron perdiendo el consenso que tuvo aquel batacazo, posiblemente a causa de ciertas reiteraciones a la hora de representar el sufrimiento de sus atribuladas criaturas. La (sobre) estetización de la violencia fue, acaso, el principal blanco de los críticos. Con La red el realizador vuelve a trabajar sobre el sufrimiento, pero esta vez elude las marcas de violencia más gráficas y toma partido por mostrar aquello que “alcanza”; esta vez, la representación del dolor se ciñe al drama y no cede ante el capricho del director. La red sigue el derrotero de Nam Chul-woo (Seung-Wan Ryoo), un humilde pescador de Corea del Norte, la Corea regida por el régimen comunista. Todas las mañanas, el hombre sale a pescar y regresa para darle de comer a su familia, compuesta por su esposa y su pequeña hija. Que sea un pescador no es un dato menor, en esta película que opone pequeñez a grandeza, pobreza a riqueza. Oposición en la que entra en juego la cuestión política, de lleno y con dureza una vez que la lancha de Nam Chul-woo se avería y –corriente mediante- termina encallado en las costas de Corea del Sur, la capitalista. A partir de ese momento, el pescador sufrirá las vejaciones propias de un relato kafkiano. Tomado prisionero por una agencia estatal que opera con violencia (física, pero también psicológica), el hombre será considerado presunto espía y ante sus ojos verá todo el fanatismo y la paranoia propia de los regímenes más crueles. La película tomará la senda de la fábula moral, más aún desde el momento en el que el prisionero es llevado a las calles de la opulenta ciudad y tendrá contacto con dos personajes-clave para comprender los vicios y las contradicciones del capitalismo. En medio de este doloroso periplo, Nam Chul-woo tendrá la defensa y comprensión de su custodio, un joven surcoreano que se propondrá mirar “más allá” de la lógica a la que adscribe su propia comunidad. La red no es una película “redonda”, claro está. Por momentos, el sesgo alegórico le pesa, porque los personajes que giran en torno al pescador parecen más “ideas”, “representaciones”. Son los riesgos de la fábula, que aquí no sólo es moral (por fortuna, jamás moralizante) sino también un tanto pesimista. Pero que ese pesimismo encuentre al realizador apelando a la comprensión de un personaje tan noble como complejo, tan comprensible, a esta altura de su carrera es un verdadero hallazgo. Kim Ki-duk nos muestra cómo el odio entre dos territorios tan cercanos y a la vez antagónicos replica en el más humilde, como si el núcleo duro de la política más nefasta se mostrara así, a lo bruto, ante la mirada menos contaminada y a la vez más perjudicada de ese enfrentamiento histórico.
La red es probablemente uno de los filmes más políticos de la filmografía del director coreano Kim Ki- duk, cuyos trabajos suelen llegar con frecuencia a la cartelera local. A través de una premisa muy sencilla la película presenta una radiografía brutal de la división que sufre el pueblo coreano como consecuencia de las ideologías extremas. Ryoo Seung-bum (The Berlin File), uno de los actores asiáticos más famosos de los últimos años, brinda una excelente labor dramática en rol del pescador que cruza accidentalmente la frontera de Corea del sur para ser tomado prisionero como presunto espía del régimen del norte. Una historia muy interesante donde el director no toma partido por ninguno de los bandos en conflicto, sino que retrata la manipulación a la que son sometidos los coreanos de ambas regiones. Por un lado el lavado de cabeza que se implementó a los ciudadanos en el régimen totalitario del norte y el capitalismo del sur, que entiende que el consumo es la fórmula de la felicidad. En el medio está el pueblo coreano atrapado en esa red ideológica a la que hace referencia el título de esta producción. Kim Ki-duk plantea un análisis muy interesante del drama que divide a su país, donde permite que el espectador saque sus propias conclusiones dentro del complejo escenario político de Corea. Quienes este familiarizados con el cine de este realizador, en La red encontrarán uno de los mejores trabajos que brindó en los últimos años y merece su recomendación.
Crítica emitida por radio.
Una red maquiavelicamente tejida para atrapar al hombre moderno Por más estacional que pueda ser el tema de una obra cinematográfica, por más aciertos que pueda tener la anécdota a contar respecto de la actual coyuntura hay algo, inherente al sello de cada artista, que hace trascender el hecho en sí más allá del presente. El estilo rompe fronteras y universaliza la cultura de manera tal que cualquiera puede verse reflejado en los dilemas planteados. Tal vez Ken Loach, cuya “Yo, Daniel Blake” se estrena dentro de poco, sea uno de los retratistas sociales más importantes de nuestro tiempo, como lo fueron los grandes autores del neorrealismo italiano y sin dudas Kim Ki Duk hace lo suyo en el cine asiático. Nam Chul Woo (Seung-bum Ryoo) es un pescador de Corea del Norte que vive casi al borde de la frontera con Corea del Sur. Sólo un puñado de planos, tan sutiles como llenos de contenido, sirven para contar la realidad de esta familia, o mejor dicho como vive esa realidad. Según de donde provenga el espectador podrá pensar que esta familia tiene lo que le corresponde o que carece de ello. En esta ambigüedad de percepción de lo cotidiano es en donde el director se apoya utilizando un solo personaje central. Así como el Alien es el personaje que Ridley Scott utiliza para describir el instrumento del mal, este pescador es el títere de los sistemas. Y vaya radiografía la que ofrece “La red”. El bote sufre una avería y nuestro protagonista, que nada quiere saber con el país del sur y su forma capitalista, termina en la otra orilla acusado de espía e interrogado de todas las maneras posibles para lograr su confesión. A partir de allí se produce el gran contraste que opera en el espectador de una manera particular. Todos los que vean esta obra pertenecen y tienen su opinión sobre los sistemas políticos que rigen el mundo, razón de más para entender la intención del director detrás de su criatura. Nam (llamémoslo por su primer nombre) será el animal de costumbres que refleja lo que el tiempo hace con las ideas políticas con las cuales se crece. El hombre no quiere mirar. Va voluntariamente con los ojos cerrados para no caer en la influencia capitalista, y si bien esto es el dibujo esquemático de la brecha que las formas de gobierno ejercen sobre los ciudadanos luego descubrimos otras capas que operan peor. Detrás de evitar la sociedad de consumo hay un miedo espantoso a las consecuencias que habrá a su regreso. Nam dice amar a su país y claramente daría su vida, pero también le tiene terror. Cuando vuelve a su país comprobamos algo parecido aún cuando su único deseo es volver a pescar para darle de comer a su familia. La red que él utiliza para su oficio sirve para que los peces queden atrapados y no puedan escapar y como siempre hay un pez mayor (aunque sea metafórico) la gran red de la cual Nam (ni ninguno de nosotros en realidad) no puede escapar, es la que está desde hace años pensada, preparada y maquiavélicamente tejida (si me permite el eufemismo) para atrapar al hombre moderno. En este punto Kim Ki Duk toma la brillante decisión de abrir los planos dejando al protagonista desamparado en medio de toda esa libertad que paradójicamente quiere y necesita escapar. No importa si es una concurrida calle, o el medio de un lago, los sistemas están listos para hacer sentir al hombre muy pequeño como para tener un grado de importancia. Ahí es donde aparece el humor ácido, corrosivo hasta la dualidad. El guión tiene la lucidez de poner al hombre con su circunstancia, a los efectos de mostrarle que fue él mismo el constructor de todo este entramado político, razón por la cual, la geografía de la acción podría ser cualquiera en distintas épocas de los enfrentamientos ideológicos de la historia de la humanidad. De seguir por este camino, no hay mucho por hacer más que repetir la historia que se ha llevado millones de vidas parece decir el mensaje del texto de “La red”, y si se puede cambiar empezará por fortificar los afectos y la familia. Hay esperanza de todos modos. Lo dice el mensaje de esa estupenda y conmovedora escena del final.
Cuando distintas ideologías operan con los mismos parámetros Un río divide a las dos Coreas desde 1948, un río que las separa y las aleja cada vez más. Aunque, definitivamente no es la geografía quien genera la distancia sino sus ideologías políticas que las hacen mirarse de reojo permanentemente, como una partida de ajedrez donde lo que predomina es la desconfianza mutua, porque Corea del Norte es comunista y Corea del Sur es capitalista. Cada país cree que hace lo correcto, y las diferencias entre ellos son irreconciliables. Bajo ese concepto, el director surcoreano Kim Ki-duk, nos lleva hacia la frontera de las dos Coreas para contarnos una historia particular, pero que puede ser realmente factible, por tratándose de países que se encuentran en una tensión permanente. Cuando un humilde pescador llamado Nam Chul-woo (Ryoo Seung-bum), que vive con su mujer y su pequeña hija en una modesta casa en Corea del Norte, cerca del río fronterizo, cuyo medio de vida es salir a pescar todos los días con su lancha, lo que le demando diez años reunir el dinero para adquirirla, y es todo lo que posee, sale a navegar con tanta mala suerte que la red de pesca se engancha con la hélice del motor de la embarcación y la corriente lo lleva a la deriva hacia Corea del Sur. Este simple accidente, que podría quedar sólo en una anécdota más, al protagonista y a su familia les va a cambiar la existencia para siempre. La suerte es un factor fundamental para tener una vida tranquila y placentera. Estar en el lugar correcto, en el momento indicado y con las personas adecuadas, nos puede permitir crecer y evolucionar en todos los aspectos, de acuerdo a nuestras perspectivas. Pero, eso no le ocurrió a Nam, a quien detienen por considerarlo un posible espía, lo alojan en una buena habitación, le dan ropa nueva y abundante comida, para convencerlo en ser un desertor y vivir en el capitalismo. Todos desconfían de él, excepto su cuidador Oh Jin-woo (Lee Won-geun), porque quien está a cargo de la investigación, Jang (Kim Young-min), lo presiona, lo tortura física y psicológicamente para que piense realmente que es un espía, y no lo dejará en paz hasta que confiese. Cuando termina el calvario, al devolverlo a su patria, le pasa exactamente lo mismo. Ambos regímenes lo terminan agotando mentalmente y lo vacían por dentro. El relato transmite un gran duelo entre toda la rudeza y la crueldad que un obsesivo por su trabajo y sus ideales pretenden imponer, aunque no sea cierto y un ciudadano obstinado, que mantiene sus principios y convicciones férreamente, cueste lo que cueste. El director de este modo hace una crítica severa de cómo se manejan ambas naciones que, pese a que políticamente son distintos, defienden sus intereses con iguales prácticas y similares métodos.
La Red de Kim Ki-duk es una tragicomedia, la película presenta el conflicto político entre Corea del Sur y Corea del Norte de una manera irónica y por momentos absurda. Es interesante como el director surcoreano analiza el conflicto territorial: la comedia se presenta como denuncia y es en esa descripción visceral pero graciosa es donde el metraje se convierte en un hallazgo. Kim Ki-duk es un gran director, maneja el timing de la diegesis de una manera pausada pero con energía, se toma su tiempo para describir las situaciones y hacer una genealogía de los personajes. Director de grandes películas como Hierro 3, El tiempo, primavera, verano, otoño y otra vez primavera, centra la historia de La Red en la guerra diplomática entre las dos Coreas, la comunista, la del Norte, austera comandando por Kim Jong On y la capitalista, Corea del Sur, una democracia liberal. Nam es un pescador que vive en Corea del Norte: la película que arranca con un primerísimo primer plano de un lago, muestra a este trabajador en su humilde casa con su mujer y su hija pequeña. Desde allí la cámara lo seguirá en esta parábola sobre la redención. Nam –Seung-bu Ryoo- es desplazado por su red de pescador a la frontera de Corea del Sur, la desesperación por no dejar su bote, lo arrastra a la otra orilla en donde es capturado por el servicio de inteligencia que lo investigará por creerlo informante. En su estadio en el país del “consumo” contará con enemigo acérrimo, el “inspector”, un caza espías que hará lo imposible para que se auto incrimine. Pero también encontrará el apoyo en Oh Jin un joven melancólico (lo mejor de la película), que lo ayudará y lo guiará por Seúl. Porque la doble filosofía surcoreana es “Si no eres espía, quédate en este paraíso capitalista”. La insistencia de los surcoreanos por convertir a este moderado pescador en un adicto al consumo, es de una violencia que causará lástima y gracia a la vez. Los peinados modernos, los outfit prolijos – parecen todos estrellas del kpop- contrastan con la austeridad del ropaje de Nam, quien se resiste a sentir el “pecado” del dispendio. ¿Podrá Nim volver a Corea del Norte? ¿Podrá vencer el deseo de tener una tentación consumista?, estas preguntas retóricas se presentan en esta película de manera firme y elocuente. Con varias muletillas que recurren al humor, Kim Ki Duk se pone áspero en esta tragicomedia que funciona por momentos como una efectiva sátira política.
ENREDADOS POR LO DOMINANTE Como todas las mañanas, Nam Chul-woo presenta los documentos en el puesto de vigilancia fronterizo y se acerca hasta su bote para salir a pescar. Pero esa mañana no es como las demás. Tal vez sea la conversación breve con el hombre de seguridad militar sobre las edades de sus hijos o la forma en que mira la foto de su familia; de cualquier manera, la pregunta que éste le lanza cuando se empieza a adentrar en el agua vaticina la poca fortuna del protagonista: “¿Qué harás si el barco se rompe y empieza a flotar hacia el sur?”. “Es todo lo que tengo”, responde el pescador sin convencer a los camaradas. La desconfianza se acentúa cuando la red se atora en la hélice del motor impidiéndole el dominio del bote; entonces, la tensión traspasa la pantalla: se piden refuerzos para dispararle a Chul-woo, mientras que uno de los hombres lo ve agitando los brazos en señal de auxilio gracias al largavistas; un forcejeo de ideales, deberes y gestos que se diluye como el curso lento y apaciguado de la barcaza hasta cruzar una línea no tan imaginaria y convertirse en un potencial espía según la Corea del sur capitalista. De esta forma, lo que era una mirada puramente ideológica replicada en carteles, pasacalles, imágenes y en la cotidianeidad, muta de creencia y busca contrastar las diferencias políticas entre ambas Coreas a través de un uso del espacio abierto y cerrado –primero la sala de interrogatorio con poca luz, hermética y mediada por cámaras de vigilancia, luego, el descubrimiento de ese otro mundo– y desde el propio cuerpo del pescador, que se lo despoja de su ropa por otra genérica deportiva, sumado un agotamiento mental ya que se lo obliga a escribir sobre su vida, de manera sistemática, para revelar aquello escondido. La red no sólo se trata del nombre de la película, funciona en tanto reflejo de su propia condición de ser: en principio, como sustento de la vida familiar; luego, como efecto de su propio infortunio. También, se lo puede pensar como derivación de los tres hombres responsables de las investigaciones –el joven guardaespaldas es el único que tiene una voz libre y sostenida por las acciones–, quienes intentan brindarle un pase a una nueva vida y desterrarlo de la dictadura comunista. Dicho equipo está conformado (y hasta puesto en ridículo) por un superior que duda, espera y no toma decisiones, un segundo que tampoco sabe mucho qué hacer y un tercero que está convencido de que Chul-woo es un espía y busca, por todos los medios, que asuma esa responsabilidad; una suerte de círculo de interrogatorios que retoma repetidas veces la pregunta ¿bajo qué medidas convertirlo en un sureño más? El director Kim ki- duk trabaja de forma replicada y directa interrogatorios y castigos, pero no así la violencia más cruda, en la que opta por el fuera de campo y la sugerencia. Otro de los elementos contrastados es la ideología como reflejo de la forma de vida, una más precaria, leal a la convicción dominante y desigual; la otra, más libre, tecnológica y ostentosa para unos (sin contar los numerosos regalos para el pescador) pero semejante en la desigualdad. A final de cuentas, ambas Coreas se devoran en sus premisas e ideales mostrándose más similares que nunca. Por Brenda Caletti @117Brenn
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
El cine de Corea del Sur viene creciendo en forma espectacular en lo que va del presente siglo. Prueba de ello es la cantidad de películas filmadas anualmente que ha pasado de 80 títulos en 2005 a 150 en el año 2010. En 2016 esta cantidad llegó a ser de 340 films, lo que significa que ha venido duplicándose cada lustro. Pero en Argentina este aumentó no se ha reflejado en el número de estrenos de dicho país. Muy por el contrario, mientras que en el periodo 2000-2010 se presentaron 12 films coreanos, a partir de 2011 la cantidad se redujo apenas a cuatro películas (“Poetry”, “En otro país”, “Invasión Zombie”) y la que ahora se estrena. “La red” fue realizada por Kim Ki-Duk y es la sexta, dirigida por él, que se estrena en nuestro país. Dicho en otras palabras, uno de cada tres estrenos coreanos ha sido de su autoría. Vale la pena recordar los títulos anteriores: “Primavera, verano, otoño, invierno…y otra vez primavera”, “Hierro 3”, “El arco”, “El tiempo” y “Aliento”, todas filmadas entre 2003 y 2007. Otras obras famosas (“La isla”, “Bad Guy”) se han visto aquí en Festivales de Cine y en general comparten algunas características entre las cuales una de ellas es la violencia de las imágenes. El nombre del film que ahora nos ocupa refiere a un pescador de Corea del Norte que pesca muy cerca de la frontera con el Sur. Cuando se le enreda la red en el motor de su pequeña embarcación y lo deja sin movilidad, la corriente lo arrastrará y será apresado por la policía sureña. De allí en más su vida será un suplicio y será interrogado, sospechado de ser un espía. Quien lo hace es un personaje muy vil que lo acusa de ser un espía “potencial”, vago concepto que no se corresponde con la realidad. Hacia el final será liberado, regresando a su país con la intención de reunirse con su esposa y su pequeña hija. No conviene develar lo que sigue, pero sí señalarle al “potencial” espectador que habrá un notable mensaje final. Y afirmar como acertadamente señalaba un colega (Jorge Vaccaro), al final de la exhibición en Cine Club Núcleo, lo bueno que sería que “La red” fuera de exhibición obligatoria en las Naciones Unidas. Una película imperdible.
Un pescador humilde de Corea del Norte se dirige como cada día a ganarse el pan para su familia. No tiene mucho más que un bote, pero parece estar cómodo con su vida, junto a su mujer e hija a las que indudablemente ama. Su ambición está puesta ahí, en mantener esa familia. No obstante, aquel día la red se atora en el motor y sin pretenderlo termina cruzándose a Corea del Sur. Las dos Coreas son muy distintas, y a partir de ese momento, este pobre hombre terminará luchando para poder regresar a su hogar y en el medio se expondrá un estilo de vida muy distinto al que están acostumbrados en su país. Desde que es capturado, es torturado física y mentalmente, sumido en un perverso juego mental que intenta forzarlo a confesarse como espía, seducido con cosas que nunca vio y nunca va a tener en su país, y maltratado sólo por querer seguir siendo fiel al lugar de donde proviene. Una sola persona, con una razón personal, confía en él e intenta ayudarlo sin mucho éxito. Pero a la larga las dos Coreas son dos países esclavizados, uno por un tirano, el otro por el capitalismo. El cine de Kim Ki Duk no es fácil, accesible. Y acá se toma su tiempo para desarrollarlo pero no llega a ser tan gráfico como ha sabido serlo. De hecho si algo se diferencia de lo que suele destacar a su filmografía es de eso y al mismo tiempo del uso de diálogos. El director que incluso llegó a filmar una película sin una línea de diálogo (Moebius) acá a sus personajes los hace hablar (y escribir a su protagonista) bastante. La metáfora a la que alude el título es demasiado obvia. Esa red no es sólo aquella que se traba en el motor del bote del protagonista, sino también la que lo atrapa a él en una ideología de extremos, y ningún extremo nunca es bueno, cualquiera lo sabe. El film se torna duro, extenso, reiterativo. No es el Kim Ki Duk mejor logrado, aunque sí sabe generar molestar e incomodidad. Nunca se nos es indiferente. El realizador se divide, no toma postura, muestra dos caras de la misma moneda, dos tipos de falta de libertad y sus contradicciones. Para eso también aprovecha la fotografía, oscura, sabiendo crear climas tensos y deprimentes. La red no termina siendo una de las películas más logradas del director. Al contrario, se termina sintiendo obvia, en la construcción de personajes, de metáforas y especialmente a la hora de realizar una crítica política y social. Interesante, clara, pero poco inspirada.
En La red, su último largometraje, el director surcoreano Kim Ki-duk usa la frontera entre las dos Coreas para remarcar una vez más las diferencias entre dos modelos políticos y cómo su división influye en la perspectiva de sus habitantes. Del mismo modo que son antagónicos, a lo largo del film se ven sus similitudes. La red sigue el viaje de un pescador norcoreano que llega a Corea del Sur por un inconveniente con el motor de su bote al engancharse con la red de pesca. Apenas pisa la costa Nam Chul-woo es interrogado ante la posibilidad de ser un espía. Las autoridades hacen lo posible para juzgarlo o por lo menos lograr su deserción. Lo instigan a escribir reiteradas veces su historia de vida para encontrar algún tipo de prueba y así acusarlo. Las escenas de abuso mental y físicos son difíciles de ver, pero permiten mostrar la pérdida de identidad que sufre Nam. A pesar de las constantes humillaciones, lo único que quiere es volver a su patria con su familia, algo que en el Sur no entienden. Es por eso que, como ejercicio, lo dejan solo en Seúl. En ese recorrido Nam podrá ver con sus propios ojos el falso estado de bienestar en el que viven, donde su libertad es efímera ya que son presos del consumo. El director se encarga de plantear las dos perspectivas opuestas no ahorrando en críticas para ambos estados. Por un lado el Sur con un sistema democrático que utiliza el capitalismo como sinónimo de felicidad y al otro extremo el Norte con un régimen dictatorial que apadrina el comunismo evitando las tentaciones de consumo innecesarias. Nam es testigo de la corrupción y la hipocresía de los funcionarios en ambos países, esto aumenta su desilusión y desesperación. Lo paradójico de este contexto es que, a pesar de odiarse mutuamente, Corea del Sur y Corea del Norte tienen el mismo comportamiento con sus habitantes. Mientras que el título de la película se refiere a la red atascada en el barco, también sirve como metáfora para la red ideológica en la que Nam se ve sumergido. La red cuenta una historia aparentemente simple, pero con una fuerte mirada en la realidad sociopolítica, actual e histórica, de ambas Coreas. Es la puerta para observar una amarga reflexión sobre una herida que sigue abierta: un país dividido en dos y que está lejos de pensar en una reconciliación.