Bajo la rambla Nunca está de más repetir que las películas de Woody Allen son en primera instancia una garantía de calidad, más allá de la vertiente específica de su carrera que prefiera cada espectador en particular, y en segundo lugar una suerte de “antídoto” contra el sustrato anodino y profundamente impersonal de gran parte del cine contemporáneo, ese cuya idiosincrasia pasa por reproducir hasta el hartazgo las mismas fórmulas narrativas de siempre pero ya sin la pasión ni el talento ni la valentía de otros tiempos más heterogéneos. Por supuesto que el regreso al pasado -tanto al propio como al pasado propiamente dicho- es una constante en la producción de las últimas dos décadas del mítico director y guionista, no obstante esta recurrencia trae a colación una nostalgia que se sitúa muy lejos de su homóloga procesada y “en pose” del mainstream actual porque de hecho hablamos de una melancolía de primera mano que abarca a la vez los rasgos positivos y negativos de antaño. Su nuevo opus, La Rueda de la Maravilla (Wonder Wheel, 2017), sigue el mismo derrotero dramático de sus trabajos previos, Hombre Irracional (Irrational Man, 2015) y Café Society (2016), con personajes extasiados que se ven obligados a tomar una decisión en un momento crucial del relato y con una puesta general en la que se combinan detalles varios del teatro y de las tragedias griegas. Ahora cuatro son los personajes principales, un número relativamente austero para los estándares de Allen, aunque la verdadera protagonista es Ginny (Kate Winslet), una mujer que en la Coney Island de la década del 50 del Siglo XX subsiste como camarera de un restaurant de la zona, mientras su esposo Humpty (Jim Belushi) se desempeña como operador de un colorido carrusel de la feria pegada a la playa. Ella arrastra un hijo pequeño de su primer matrimonio, Richie (Jack Gore), que se la pasa generando incendios, y él una hija veinteañera, Carolina (Juno Temple), cuya madre murió. El enredo existencial/ romántico clásico del neoyorquino se desencadena cuando Ginny comienza una aventura con Mickey (Justin Timberlake), un guardavidas que la lleva en repetidas ocasiones bajo la rambla para “intimar” en paz, lejos del conventillo de la feria y los turistas circunstanciales. La cosa se complica aún más por la atracción entre Mickey y Carolina, quien a pesar de estar distanciada de su padre se presenta en la casa de Humpty y Ginny buscando un refugio donde esconderse de su marido, un mafioso del que huyó y al cual traicionó contándole sus secretitos sucios al FBI. Desde ya que este entramado de esperanza, celos y frustración calará hondo en la estabilidad mental de Ginny, una heroína a la que podemos describir como una versión exacerbada y trágica de la Mia Farrow de films como La Rosa Púrpura del Cairo (The Purple Rose of Cairo, 1985) y Alice (1990), léase esposo obtuso, insatisfecha emocionalmente y con “sueños de liberación” que antes pasaban por el cine y la fantasía y ahora están condensados en la relación que entabla con Mickey, a su vez un muchacho culto que aspira a convertirse algún día en un dramaturgo. Aquí el octogenario realizador construye una propuesta exquisita y meticulosa, jugando de manera permanente con el carácter e ideario de cada personaje y en especial subrayando el poderío de las actuaciones del elenco, ya que los cuatro intérpretes centrales están perfectos cada uno en su rol, un cast que por cierto corrige aquellos desniveles de Café Society. Como siempre en el cine de Allen, la película retrata con una enorme inteligencia el choque entre la voluntad individual de los personajes y las misteriosas fuerzas del destino/ la aleatoriedad social, un esquema que analiza los límites del control que uno tiene sobre su propia existencia y ese vasto mundo circundante que ejerce su presión. Ginny, una mujer constantemente al borde de la histeria, acumula el peso de un matrimonio roto por una infidelidad suya, un hijo problemático por el que tuvo que renunciar a su carrera actoral y para colmo un marido abusivo a quien ya ni siquiera ama: la maestría del director queda de relieve en la gloriosa estructuración dramática y en el manejo de tanto sentir agridulce, uno que parece morderse la cola todo el tiempo cual condena asumida con sutil resignación…
Una tragedia veraniega Woody Allen continúa año a año filmando y entregando films de gran calidad representativos de su estilo sardónico y cínico que cuestiona las convenciones formales de los géneros y la narración cinematográfica combinando experimentación, psicoanálisis, un tono intelectual y mucho atrevimiento. En su último film, La Rueda de la Maravilla (Wonder Whell, 2017) Allen propone una estructura similar a la de las tragedias griegas, genero con el que ya había trabajado de forma completamente diferente en Poderosa Afrodita (Mighty Aphrodite, 1995), por dar un ejemplo, para construir una obra de carácter estrictamente teatral en la que la mezcla entre actuación, iluminación y fotografía se funden para ofrecer una alegoría sobre las miserias que anidan en el corazón de la humanidad. Con paralelismos a films representativos de lo mejor de Allen como La Rosa Purpura del Cairo (The Purple Rose of Cairo, 1985) La Rueda de la Maravilla narra a través de un estudiante de dramaturgia europea, aspirante a poeta y guardavida de profesión de Coney Island, una playa de Nueva York, Mickey (Justin Timberlake), una serie de historias en las que él es protagonista en la década del cincuenta. Cuando Carolina (Juno Temple), una joven recientemente divorciada de un capo mafia, llega a Coney Island escapando después de haber declarado a la policía en contra de su ex marido, la vida de su padre Humpty (James Belushi), un operador de un vivaz carrusel, con quien no se hablaba desde hace cinco años, cambia radicalmente y la estabilidad de su afligida vida cobra una nueva luz. La chica busca en la casa de su padre un escondite de la persecución de los mafiosos, dos protagonistas de la aclamada serie sobre la mafia de Nueva Jersey Los Soprano (The Sopranos, 1999-2007), ya que cree inocentemente que nadie la buscará allí. Mientras tanto, la esposa de Humpty, Ginny (Kate Winslet), la gran protagonista de la historia por su papel y versatilidad, mantiene una relación amorosa con Mickey a sus espaldas, pero la misma languidece por culpa de Carolina. Entretanto, el hijo de Ginny, Richie (Jack Gore), con su primer marido incendia cosas en cualquier lugar donde encuentra un poco de privacidad. De esta forma, la obra introduce un caleidoscopio de personajes enmarañados en sus obsesiones. Mientras Ginny está marcada por sus fracasos como pareja, Humpty busca redimirse de su fracaso como padre para Carolina, a la vez que esta última intenta resarcirse de su fracaso matrimonial. El personaje de Richie funciona como un comodín cómico e impredecible que busca en el fuego la contemplación poética y la destrucción que condensa las relaciones intrincadas en la que los protagonistas quedan atrapados a través de sus sentimientos. Woody Allen construye de esta manera una película escenográfica en la que cada acto parece cuidadosamente trabajado, tanto desde el set como desde la iluminación y las actuaciones, buscando con los cambios de luces transformar los primeros planos de las gesticulaciones de los actores, creando así una obra de carácter teatral en la que las actuaciones buscan indagar en la neurosis y los enredos en lo que los personajes se ven envueltos en una madeja que parece complicarse cada vez más. La fotografía a cargo de Vittorio Storaro (Reds, 1981) es exquisita y marca con sus primeros planos los cambios de iluminación y de coloración de esta pintoresca película. Al igual que con su ciclo de las ciudades europeas, La Rueda de la Maravilla continúa con los pequeños dramas que Allen plantea a partir de Blue Jasmine (2013). Con una Kate Winslet brillante el opus mantiene la premisa de la creación de un personaje femenino complejo y atribulado que se debate entre un marido al que no ama, un amante que no la ama, los remordimientos respecto de relación anterior y la imposibilidad de controlar a su hijo piromaníaco. Así, a contrapelo de la mayoría del cine actual, Woody Allen mantiene con vida un cine de autor de calidad que le permite filmar sin restricciones películas de gran profundidad, que plantean distintos cuestionamientos sociales desde una visión intelectual, ya sea a través del drama o del humor, pero siempre con agudeza e ingenio.
Cada año, Woody Allen nos prepara una cita obligada. Con resultados dispares a lo largo del tiempo, pero la punta afilada de quien lleva décadas de oficio, el director estrena una cinta anual. Este año es el turno de La rueda de la maravilla, un film irregular con buenas actuaciones y estridencia visual. ¿De qué se trata La rueda de la maravilla? Mickey (Justin Timberlake), un guardavidas de Coney Island cuenta los sucesos ocurridos en la playa durante los años ’50. Allí, Ginny (Kate Winslet) trabaja como mesera, tras haber dejado atrás sus sueños de ser actriz. Es madre de un hijo y vive con su esposo Humpty (Jim Belushi), aunque es bastante infeliz. Un día aparece en Coney Island, la joven y bella Caroline (Juno Temple), la hija de Humpty. La muchacha está escapando de la mafia tras haberse separado de su marido, un mafioso con el que le habían recomendado no meterse. Woody Allen y el paso en falso Como fanática de Woody Allen, no solo me encantan sus películas, sino que, reconozco, al momento de hacer una crítica puedo ser un poco más generosa. Pero, ay, esta vez me ha decepcionado. No se puede decir que La rueda de la maravilla sea una mala película, para nada, pero está lejos de la calidad de sus últimos films (digo sus últimos films, no sus grandes films). En 2016 se estrenó Cafe Society, un film afilado, entretenido, que fluía. Sin ser una obra maestra, estaba muy bien. Pero con La rueda de la maravilla eso no pasa. Nuestro chico Woody opta por una puesta en escena que en buena parte de la película roza lo teatral. Eso está muy bien y hasta es parte de su estilo. El problema pasa por el tono. ¿Es una comedia? ¿Es un drama? La rueda de la maravilla no termina siendo ninguna de las dos cosas. Solo las escenas del pequeño hijo de la protagonista -un pelirrojo piromaníaco- logra sacar risas apelando a ese humor absurdo tan propio del director. El resto, no llega demasiado lejos. El drama no es tan drama y los enredos no se enredan lo suficiente. Algunas de las obsesiones de Woody Allen no dejan de decir presente, como los amores cruzados y los artistas frustrados. Pero le falta esa cuota de ingenio y lucidez que caracteriza su cine. Ay, lo que me cuesta escribirlo. Lo bueno de La rueda de la maravilla Las actuaciones, eso sí, están muy bien. Kate Winslet es una ficha segura que desborda naturalidad, complementándose muy bien con Jim Belushi. Justin Timberlake aporta mucho carisma y Juno Temple cumple con creces su rol de niña tonta. Vale destacar la estridente dirección de fotografía de La rueda de la maravilla. Colores y más colores, luces que aportan a la narración en ese Coney Island de ensueño por fuera y drama puertas adentro. En ese sentido, el póster de la película grafica eso a la perfección… incluso mejor que la película 🙁 Un tropezón no es caída. La película se deja ver. No estará entre lo mejor de Woody Allen, pero siempre es buena idea cumplir con la cinta anual. Puntaje: 6/10 Título original: Wonder Wheel Duración: 101 minutos País: Estados Unidos Año: 2017
El primer logro de la nueva película de Woody Allen es reconstruir de manera sorprendente Coney Island en la década de los 50, con su esplendor ya decadente al igual que los personajes que protagonizan la propuesta. Una mujer obsesionada por su familia ve cómo de un momento a otro un fugaz romance con un bañero mucho menor la hará salir de su rutina, hasta, claro está, ese amor de verano se trunque por la aparición de un personaje que la transformará en una fría y calculadora asesina. Kate Winslet deslumbra en un rol verosímil y creíble, al igual que el resto de los protagonistas que se dejan seducir por un guion previsible, pero efectivo.
Ahórrame el melodrama “Ahórrame el melodrama,” le dice un personaje a otro durante una de las numerosas peleas a gritos en La rueda de la maravilla (Wonder Wheel, 2017). Si le ahorrara el melodrama nos ahorraríamos la película entera. La costumbre con cada estreno es celebrar cuántos años tiene Woody Allen y cuántas películas lleva dirigidas, pero cuántas más hace más crece la sombra de sus mejores obras. Esta no es una de ellas. Una película mediocre de Woody Allen es mejor que el promedio de muchos otros directores. Aún sus obras menos inspiradas suelen contar con un excelente elenco, actuaciones enérgicas, buen diálogo y una puesta en escena económica pero versátil. La rueda de la maravilla incluso signa la segunda colaboración consecutiva con el legendario director de fotografía Vittorio Storaro, quien tiñó de sepia Café Society (2016) y dota a La rueda de la maravilla de unos preciosos matices rojos, azules y dorados. La técnica de la película es un gusto e inmejorable. El guión, por otra parte, parece un borrador de una historia que jamás fue desarrollada más allá del nivel conceptual. En varias ocasiones Allen ha demostrado su fascinación por conflictos paradójicos y los actos inmorales de los que sus protagonistas se valen (si se animan) para romperlos, pero aquí está tan fascinado por el concepto de su propia historia que los personajes no tienen nada más para hacer que describirla una y otra vez en vez de vivirla. Se gritan, pelean y describen con improbable clarividencia por qué hacen lo que hacen y sienten lo que sienten. El resultado es parecido a un ejercicio teatral que mantiene la distancia entre una obra y su audiencia al señalar cada operación que lleva a cabo, pero la historia es mucho menos inteligente de lo que se cree, apenas redimida por la excelente interpretación de Kate Winslet, un buen reparto - al margen de la sobreactuación - y la impecable labor de Storaro, cuya belleza contrasta marcadamente con una historia tan lúgubre sobre personajes tan mezquinos y volátiles. Presentada cual obra de teatro y narrada por el aspirante a dramaturgo Mickey (Justin Timberlake), la trama trata sobre su amorío con una mujer casada, Ginny (Winslet), el cual se convierte en un triángulo amoroso cuando la hijastra de Ginny, Carolina (Juno Temple), regresa a casa tempestivamente huyendo de un pasado mafioso. Mickey será el narrador pero la perspectiva es principalmente la de Ginny, quien empieza a tener celos de la hija de su marido (James Belushi) y a competir discretamente por Mickey. Pero la película es pura premisa y nada de evolución: reitera una y otra vez lo mismo. Qué apropiado que el gran gesto de la historia termine viniendo de una inacción en particular más que de la acción de la heroína. El film está ambientado en la carnavalesca Coney Island de los 50s, lo cual sirve de consigna para la iluminación intensa y multicolor de Storaro. Como Café Society, la película es un retrato melancólico de un sitio anticuado de una era desvanecida, pero en ningún momento se justifica narrativamente. Este melodrama, rallando la telenovela, podría ocurrir en cualquier sitio, en cualquier momento (por no decir en cualquier otra película del director). Por otra parte, muchos de los elementos que recurren a lo largo de la historia no parecen tener un saldo final, como el rol doble de Mickey como narrador omnisciente y personaje actante, o el hijo pirómano de Ginny. En cualquier otro tintero La rueda de la maravilla pasaría por un experimento llamativo; dentro de la filmografía de Woody Allen es demasiado parecido a otras películas del mismo autor más exitosas y destacadas como para no evocar decepción a pesar de todos los buenos elementos con los que cuenta, o quizás a raíz de ellos. Hay una mejor película debajo de esta.
La Rueda de la Maravilla: Los trágicos colores del amor Como ya es usual, Woody Allen nos trae un particular romance de época con un elenco estelar: Kate Winslet, Justin Timberlake, Juno Temple y Jim Belushi. Pocos directores combinan un estatus de icono intocable con una prolífica filmografía que se extiende durante varias décadas. Sin duda alguna Woody Allen es sinónimo de cine en todo el mundo, e incontables colegas (en todo rol cinematográfico) se mueren por colaborar y sacar provecho de uno de los nombres más importantes de la industria. Así es como cientos de productores, cineastas y actores, continúan protegiendo, minimizando y haciendo la vista gorda ante las tan serias acusaciones. Uno juzga películas como el objeto que son, pero también se puede tomar el atrevimiento de señalar que por más bueno que un producto sea, la normalización de tales crimenes es quizás un precio demasiado alto a pagar. Polémico el artista, polémica la obra, es importante saber cuando (y hasta donde) separar las cosas. Queda en cada uno como hacerlo. Como en los últimos años, Allen vuelve a crear un romance de época que (como incluso en sus clásicos de antaño) decide mostrar un amor agridulce. No cuesta mucho ver el aprecio del cineasta por el momento y lugar retratados: los muelles de Coney Island en los ’50 transmiten de forma impecable la nostalgia de sus realizadores. El vestuario, la música y por supuesto las locaciones realmente lo llevan a uno a perderse en una ambientación tan colorida como atrapante. Aunque la realización del proyecto sea de especial calidad, es realmente difícil obviar el hecho de que la verdadera estrella de la película es su estelar elenco: mientras Justin Timberlake y Juno Temple hacen un gran trabajo al ser casteados en papeles casi ideales, es imposible estar a la altura del brillante trabajo que Kate Winslet (esperable) y Jim Belushi (pequeña sorpresa) entregan. Pero por supuesto, por más buenas que sean las interpretaciones, deben estar sostenidas no solo por un buen guión sino también por una visión técnica. La colaboración con el genio de la fotografía Vittorio Storaro (Apocalypse Now) sin dudas le devolvió al trabajo de Allen la chispa que hace mucho tiempo le estaba faltando (sacando Blue Jasmine, Midnight in Paris y si quieren Match Point, hace décadas que el trabajo del iconico director es más yerros que aciertos). Cafe Society marcó la primera vez del dúo trabajando juntos, y aunque obtuvo buenos resultados visualmente es en esta ocasión cuando finalmente la maestría cinematográfica de ambos conspira en unisono para entregar una experiencia excepcional. Aunque suenen a palabras mayores, es una colaboracion que recuerda a los grandes clásicos realizados junto al enorme Gordon Willis. En su anterior film Vittorio convenció a Woody de que no era un pecado grabar en digital en lugar de fílmico, y en esta segunda ocasión resulta impresionante ver que se utilizan técnicas tan modernas que incluso hacen posible señalar un punto de comparación entre Woody Allen y David Fincher (por más bizarro que parezca). En la casa que resulta casi protagonista del fin, la de los personajes de Winslet y Belushi, nos encontramos no solo con brillantes colores de neón bañando de emociones las escenas, sino también con fondos realizados por computadora y levemente fuera de foco para engañar al ojo y la mente, muy ocupados con la narrativa desarrollándose. Como mínimo, en la película destaca además de los colores un elegante trabajo de cámara que siempre tiene detrás un propósito narrativo, no hace más que agregar o elevar la historia llena de gangsters y desamores. Por más nombres que haya en el poster, un gran elenco no seria tan alentador si no estuviesen interpretando una variedad de interesantes personajes. Las actuaciones e interpretaciones con acierto tras acierto en casi todos los casos, si de algo sufre la cinta es con una decisión casi tradicional del director: la narración. A diferencia de la repetición de música de época, tan insistente como la narración por parte del personaje de Timberlake, los monólogos del guardavidas no terminan de funcionar. Mientras que la música es breve y nunca intrusiva, la labor del joven actor y musico encuentra en sus recurrentes diálogos a cámara el único punto débil en una performance realmente solida de su parte. Una lástima ya que muchos rápidamente pondrán toda la culpa en él y señalándolo negativamente entre el resto del talentoso cast. Pero por supuesto, como suele ocurrir en los grandes éxitos del cineasta emblemático de Nueva York, la gran estrella es sin dudas su protagonista femenina: en este caso interpretada por una intensa Kate Winslet. No por nada ha declarado que este es “uno de los personajes más estresantes” que le tocó interpretar en su carrera. Un personaje errático y explosivo que sirve como un volátil centro de la historia, encargándose de unir una trágica historia que habla de las tantas veces que el amor sale mal. Como segunda guitarra esta un inmenso Jim Belushi, entregándose por completo en un papel que le pide estar a la altura de Winslet en varias escenas, y dándolo todo para que ella pueda brillar como se debe. En un film de relaciones y decepciones humanas, los personajes de Winslet y Belushi realmente hacen a la película. Algunos tendran sus dudas, pero La Rueda de la Maravilla puede ponerse a la altura de lo mejor del Woody Allen moderno. Una realización brillante que sirve para que la trágica y atrapante historia llegue a su mayor expresión gracias a personajes y actores que entregan algunas de sus mejores interpretaciones. Es un placer ver trabajos de este director en los que, aliado con un director de fotografía más allá de los mortales, entrega una experiencia cinematográfica a la altura de sus guiones y personajes. Suerte por él, ya que su habilidad como cineasta es lo que por ahora lo protege de enfrentar cargos y acusaciones realmente serias desde hace ya muchos años. La rueda de Hollywood sigue girando.
Sombras de melancolía Woody Allen acostumbra retomar algunas ideas de sus películas anteriores cuando prepara otro proyecto dando un sentido circular a su ideario fílmico. En su nueva propuesta, titulada Wonder Wheel, su película número 48, ocurre algo parecido, donde se observan similitudes con Blue Jasmine. Los dos personajes principales se parecen, con matices, en su carácter inconformista e insatisfecho, provocado por frustraciones de diferente índole. Wonder Wheel está ambientada en la Coney Island de los años 50, donde un joven vigilante de la playa que quiere ser escritor, llamado Mickey Rubin (Timberlake), narra la historia de Humpty (Jim Belushi), operador de una de las atracciones del parque y de su esposa Ginny (Kate Winslet), una actriz frustrada que trabaja como camarera. El matrimonio pasa por una crisis debido a los problemas con el alcohol de Humpty. Dicha crisis se acentúa cuando aparece Carolina (Juno Temple) la hija de Humpty que huye de la mafia. En la película se observan dos referencias muy claras. Una corresponde al dramaturgo Tennessee Williams, con respecto a la estructura teatral y el contenido de algunas de sus obras en relación al tratamiento del universo femenino. Y la otra referencia corresponde a Eugene O’Neill, el dramaturgo estadounidense continuista con el realismo dramático iniciado por Anton Chejov, Henry Ibsen y August Strindberg. En las obras de O’Neill se exploran comportamientos de la condición humana a través de personajes marginados socialmente que luchan por mantener vivas sus esperanzas y aspiraciones cayendo en la desilusión cuando estos no alcanzan los sueños añorados. Junto con las influencias mencionadas sobre los comportamientos de los personajes que están cerca del abismo, Allen también busca un acercamiento a los autores de tragedias griegas, como Sófocles o Eurípides. El personaje de Ginny, inmerso en una crisis de ilusión y desesperanza, interpretado perfectamente por Kate Winslet, es una mezcla de todas las influencias que atesora Wonder Wheel. Como viene siendo habitual en la filmografía de Woody Allen, la mujer juega un papel privilegiado con respecto al hombre. Los hombres aparecen en momentos de cierto peligro y las mujeres en situaciones emocionalmente dramáticas. Wonder Wheel no alcanza el nivel máximo de otras obras de Allen, aunque contiene aciertos y desaciertos. En el apartado de aciertos se observa una buena dirección de actores, donde destaca Kate Winslet; algunos aspectos del guión, como el retrato social de la mujer bajo un estado emocional en crisis; y la fotografía de Vittorio Storaro, donde sorprende de forma positiva la utilización de los colores con respecto a otras películas, utilizando distintos tonos según el estado emocional, algo parecido a lo que hacía Kieslowski en La doble vida de Verónica o en la trilogía de los colores. Y en el apartado de desaciertos se observa una estructura teatral que utiliza la figura de un narrador (Timberlake) que está incluido de forma impostada en un guión carente del ingenio mostrado en otras películas, como Delitos y faltas, Midnight in Paris, Blue Jasmine y Café Society. Siendo exigentes, como debemos ser con directores de la talla de Woody Allen, la película está un escalón por debajo de las mencionadas en el párrafo anterior. Allen alcanza el máximo de su inteligencia cinematográfica cuando mezcla comedia y drama, esta es su gran virtud. Pero Woody Allen siempre ofrece un nivel de exigencia mínimo que aporta al espectador una dimensión intelectual que no está al alcance de la mayoría de directores actuales. Como cada año este octogenario estrena una película, esperaremos impacientes el parón de la noria de Wonder Wheel para que nos cuente su estado mental circular llegado el momento.
El 47º largometraje del mítico realizador neoyorquino no se ubica entre lo mejor de su filmografía, pero al menos regala una intensa actuación de la protagonista de Titanic. El drama no le sienta demasiado bien a Woody Allen, sobre todo cuando la apuesta es bastante teatral como en el caso de La Rueda de la Maravilla. Esta historia de (des)amores y -otra vez- engaños ambientada en la por entonces esplendorosa Coney Island de los años '50 nos muestra al prolífico director neoyorquino -y a los actores, claro- en su faceta más ampulosa, sentenciosa y recargada. En mi caso, siempre preferiré al Woody leve, cuyo cine fluye con ligereza y espíritu lúdico. El film está narrado en off -y a veces a cámara- por Mickey (Justin Timberlake), un guardavidas con aspiraciones de dramaturgo y poeta que trabaja en la playa de la zona y que será -no le resulta complicado- el galán que enamorará a las mujeres del film. Por un lado está Ginny (Kate Winslet), actriz frustrada a punto de cumplir 40 años y sufrida esposa de Humpty (Jim Belushi), un tipo bastante elemental y con problemas con el alcohol que trabaja como empleado del tradicional parque de diversiones de Coney Island donde está la Rueda de la Maravilla del título y cuya principal pasión parece ser ir a pescar con amigos. Por otro, aparece Carolina (Juno Temple), la hija de Humpty que llega al lugar escapando de un marido mafioso que quiere matarla. Más allá de la atractiva reconstrucción de época (con la producción de Amazon Allen parece haber conseguido mayores recursos) y del valioso nuevo aporte del célebre director de fotografía italiano Vittorio Storaro, La Rueda de la Maravilla nunca logra trascender los límites de lo ampuloso, lo subrayado y una llamativa autoindulgencia. Y seamos por demás benévolos también con ese Woody ya bastante poco riguroso que se permite unas cuantas “licencias ¿poéticas?”, como el caso del ensordecedor ruido de disparos (el stand de tiro al blanco está justo debajo de la vivienda de los protagonistas) que retumba en la escena inicial, pero que luego... ¡desaparecerá por completo en el resto de la película! Aún tratándose de un Woody Allen menor -algo moroso y con ciertos diálogos torpes, muchas veces a puro grito, que acercan el film al grotesco- esta suerte de versión devaluada de Manhattan, Match Point o Blue Jasmine al menos regala ciertos momentos de intensidad emocional en los que es Kate Winslet quien saca el mejor provecho. No es mucho, pero quizás alcance para que los fans del ya octogenario director salgan mínimamente satisfechos tras ver su 47º largometraje.
Otro año y otra película de Woody Allen desembarca en las salas argentinas para el público asiduo a la obra del realizador. A pesar de que su calidad narrativa en lo que va de la década es bastante desigual (con la notable y Oscarizada excepción de Medianoche en París), La Rueda de la Maravilla tiene suficientes méritos para entrar en la columna de los aciertos, por modestos que estos puedan ser. Caballo de Calesita: Coney Island, 1950. Carolina (Juno Temple), la esposa de un mafioso, regresa a la casa de su padre, Humpty, quien vive con su esposa Ginny y su hijo. Aunque la relación no está en los mejores términos, acceden a acogerla pues a la mafia no se le ocurriría buscarla en la casa del padre que supuestamente la rechaza. Las cosas se complicarán cuando empieza a nacer un romance entre Carolina y un salvavidas que resulta ser el amante de Ginny. La Rueda de la Maravilla es un guion decente tanto en estructura como en desarrollo de personajes, indagando tanto en debates morales y frustraciones humanas. También apuesta en algunas instancias a que el espectador sume dos y dos en su cabeza, en particular con la resolución de la historia. No obstante, tampoco es lo que se dice un guion sobresaliente debido a tres detalles que no le llamaría defectos pero tampoco virtudes. Primero, la subtrama con el hijo pirómano de la protagonista no tiene mucho peso en la trama más allá de generar una ocasional humorada. Segundo, el salvavidas encarnado por Justin Timberlake se otorga un rol de narrador que conforme avanza la trama pierde relevancia y consistencia. Tercero, si bien trama y subtrama se terminan entrelazando para proveer a la película de un clímax satisfactorio, no pocas veces se siente que la segunda le gana terreno a la primera en cuanto a cantidad de escenas. En materia actoral, los cuatro actores protagonistas entregan dignos trabajos. En esta ocasiónJustin Timberlake es el alter ego de turno del director, entregando una performance muy capaz, mientras que Kate Winslet realiza una labor a la altura de una actriz de su categoría aunque está lejos de sumarse a la galería de sus trabajos más destacados. En materia visual, estamos ante una de las películas más coloridas de la carrera de Woody Allen. La Rueda de la Maravilla ratifica la solidez de ese gran matrimonio creativo iniciado en Café Society con el legendarioVittorio Storaro. El contraste del colorido parque de diversiones y los tonos desaturados del hogar de los protagonistas, no podrían reflejar más el estado de ánimo de los mismos. Un color, que como todo lo que lleva la firma de Storaro, es utilizado con ingenio. Claro ejemplo de ello es una escena en el muelle que tiene Kate Winslet junto a Justin Timberlake: esta le cuenta su historia y, a medida que progresa su narración, la luz y el color de su rostro van dando lugar a un tono pálido y desaturado. Un momento único donde actuación, fotografía y guión están en la misma página; el espectador puede apreciar el deseo y la frustración del personaje de Winslet. Conclusión: A pesar de algunos rellenos innecesarios, La Rueda de la Maravilla es un drama muy logrado en el papel, complementado por actuaciones decentes y un abanico visual de tremenda riqueza poco frecuente en la filmografía del director. No va a formar parte ni por asomo de lo mejor que hizo Woody Allen, pero tampoco junta los suficientes errores para figurar entre lo peor.
Cada nueva película de Woody Allen despierta entre sus seguidores argentinos una expectativa especial porque aun sus películas consideradas menores- esta no lo es- o aquellos imperfectos siempre están por arriba de la media y tienen su porción de encanto que solo él sabe lograr. Este film no llega a las alturas de “Blue Jazmin” pero tiene un homenaje a lo Eugene O Neil, con sus criaturas sin esperanza, llenas de amargura que transitan su largo viaje hacia la noche. Es lo que le pasa al personaje de Kate Winslet que ya de por si justifica con creces ver la película. Una mujer con un hijo piromaniaco, con sueños de actriz casi olvidados, con un marido que cuando toma es un peligro violento y su cura es inestable. Es una empleada en un restorán de almejas que vive con migrañas y con una disconformidad profunda por su presente, que apenas puede soportar. Un equilibrio delicado que se rompe con la llegada de la hija de su marido, una vampiresa que fue esposa de un gangster que se la tiene jurada por colaborar con el FBI, que se instala en su casa. Ella se aferra a un amante que sueña con ser dramaturgo, que estudia para ello, y que se gana la vida como guardavida. Ese amor que para el es una “experiencia” y para ella la última tabla de salvación, entra en zona de riesgo por la joven hija de su marido. Y en ese triángulo, Ginny el personaje de Kate, sacará afuera toda su oscuridad y locura. Este drama esta ambientado en Coney Island, en el parque de diversiones abierto todo el año, donde la familia vive mirando el esa festival de ruidos y colores estridentes que le permiten los lujos de iluminación al mítico Vittorio Storaro, mas un efecto dramático un momento clave. Además de la entrega conmovedora y rotunda de Winslet, Juno Temple esta perfecta en es mezcla de vamp e ingenua, Jim Belushi cumple muy bien como el marido y el padre que no sabe que hacer con las mujeres que rodean su vida. Justin Timberlake correcto. Un drama espeso que solo se atenúa con la ambientación perfecta de los años 50 y ciertas escenas llenas de encanto. El grueso de la acción es casi teatral, claustrofóbica, sin escape.
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Allen regresa con los colores de un amor de verano En el comienzo de Annie Hall, Alvy Singer -uno de los tantos álter ego de Woody Allen- comparte algunos recuerdos de su temprana infancia. "Mi analista dice que exagero, pero les juro que crecí bajo la montaña rusa de Coney Island, en Brooklyn. Tal vez ello fue lo que provocó que tuviera una personalidad tan nerviosa". La voz en off, con ese inconfundible acento neoyorquino, se imprime sobre la imagen de un niño pelirrojo que intenta tomar la sopa mientras el plato, y la casa entera, se sacuden al ritmo del parque de diversiones. Pasaron cincuenta años desde el estreno de aquella película y hacía tiempo que Allen no filmaba una historia tan autobiográfica. Es que en La rueda de la maravilla también hay un niño pelirrojo que vive en un parque de diversiones -ahora canaliza sus nervios provocando incendios-, también estamos en los años 50 en pleno Brooklyn, y también el mundo de los adultos resulta un compendio de fracasos, mezquindades y fabulaciones. Aquí el narrador es Mickey (Justin Timberlake), un bañero con aspiraciones de dramaturgo que sueña con ser Eugene O'Neill y enamora a la frustrada Ginny, ex actriz y mal casada camarera, que pena sus frustraciones en ese verano de ensueño en el que realidad y representación han perdido sus límites.Sin bien se la ha comparado con Café Society por la ambientación en ese pasado imaginado desde el recuerdo del propio Allen y por los colores de la extraordinaria fotografía de Vittorio Storaro, es con Blue Jasmine con la que tiene más puntos en común. La Ginny de Kate Winslet desborda de aquel malestar que embriagaba a Cate Blanchett, ahora concentrado en un ambiente opresivo y asfixiante, inmerso en una puesta en escena de notable filiación teatral que Allen conjuga con calculados movimientos de cámara que fijan a sus personajes en los interiores como ratas de un exquisito laboratorio. Es claro que el último Allen no simpatiza demasiado con las mujeres maduras, histéricas y siempre al borde del estallido -a diferencia de las más jóvenes, como aquí Juno Temple, que nunca estuvo tan luminosa-, pero Winslet consigue darle a su personaje una complejidad emocional que no está en el texto, tal vez uno de los más débiles del cine de Allen de la última década. Pese a los altibajos narrativos y al ambiguo filtro melodramático que proyecta la mirada del Timberlake narrador, La rueda de la maravilla irradia una luz inusual, amarga en esos tibios atardeceres de Coney Island que Allen conoce demasiado bien.
Combinación de drama, tragedia, romance, más algo de comedia y un costado de thriller gangsteril, tiene a Kate Winslet como una mujer rota. El humor agridulce es una de las marcas distintivas de Woody Allen. Como si a esta altura de su extensa carrera combinara la risa disparatada que tenían sus primeros guiones y la tragedia de sus películas más serias. La rueda de la maravilla tiene por protagonista a Ginny (Kate Winslet), una mesera, camarera o moza, como quieran llamarla, que trabaja en Coney Island a mediados de los años ’50. Vive con Humpty, su nueva pareja, alguien que “la salvó” (Jim Belushi, en esos extraños cruces de género que a Allen le gusta hacer al trabajar con actores en los que nadie pensaría en el casting) de un pasado que no revelaremos. Los dos, con el hijito pirómano de ella, viven ahí, en medio del parque de diversiones en un semidestartalado departamento, al que llega Carolina (la ascendente Juno Temple), la hija de Humpty, huyendo de su ex que es un mafioso. La atormentada vida de Ginny sufre un vuelco cuando se cruza con un salvavidas -en más de un sentido-, que interpretado por Justin Timberlake tiene un halo entre mágico, naif y aprovechador. Mickey sueña con ser escritor, y vaya uno a saber por qué Ginny, que supo serle infiel al baterista de jazz que era su esposo, planea serlo de nuevo con este hombre. Ah, al guardavidas también lo ve con buenos ojos Carolina. Si Humpty se asemeja por momentos al Kowalsky de Un tranvía llamado Deseo es también porque la puesta en escena se concentra dramáticamente en el reducido departamento y en los diálogos entre Ginny y él. Ginny, una Kate Winslet que siempre puede dar más, es una romántica que se quedó sin nafta al llegar a los 40. No es una perdedora, sí una mujer rota. Allen volvió a escribir un protagónico como el que le dio a Cate Blanchett en Blue Jasmine. No hay duda. Pero el entorno es otro. La rueda de la maravilla es eso: una combinación de drama, tragedia, romance, algo de comedia, un costado de thriller gangsteril -los secuaces del ex de Carolina la están buscando-, protagonizada por un puñado de seres desesperanzados. Si la esperanza es lo último que se pierde, imaginen lo que pueden llegar a hacer estos personajes a los que la falta de una perspectiva feliz, tengan la edad que tengan, 10 años, 30, 40 o 50, no les permite que la rueda de la fortuna se les detenga donde más quisieran.
Más clásico que las juntadas familiares en las fiestas, Woody Allen presenta su nueva obra como todos los años. Con Wonder Wheel, el director no se mueve del confort de las cercanías de Nueva York, ubicando su narración en la década de los ’50 de Coney Island; con la excepción de que vuelve a trabajar en el melodrama, dejando de lado su ecléctico estilo personal que lo caracteriza. Kate Winslet, Justin Timberlake, Jim Belushi y Juno Temple son quienes protagonizan esta película, en donde extrañamente no se respira tanto del sello de su realizador.
No siempre han de ser comedias existenciales o románticas. La nueva película de Woody Allen es un drama. Muy bien actuado, bien ambientado, con la luz de media tarde que le pone el maestro Vittorio Storaro, y con esa tradición a lo Tennessee Williams o Arthur Miller de narradores melancólicos, un poquito culpables, familias alteradas y gente que arrastra a los demás en un sueño egoísta. Lo que no quita que haya también algo de romance, y ocasionales pizcas de humor. Esto último lo brinda un gordito piromaníaco, hijo de una mujer que vive lamentando sus errores y esperando nuevas oportunidades, e hijastro de un gordo bueno y ordinario que se banca al chico, a la madre, a los amigos, y a la hija bonita que viene escapando de un mal matrimonio. El gordo tiene fama de alcohólico. La chica, un marido mafioso. Y la mujer tiene un festejante, como todavía se decía a comienzos de los '50, época en que esto ocurre. El lugar es Coney Island, barrio, playa y parque de diversiones. Por allí giran la calesita, la enorme "vuelta al mundo", y dos enviados del mafioso. Por allí anduvo Woody Allen cuando era un muchachito. Conoció de cerca ese ambiente, y personas como esas. Y conoció en el teatro el modo de representarlas. Y si, considerando alguna escenografía, ciertas escenas, el estilo, casi diríamos que esto es teatro filmado. No importa. Kate Winslet encabeza el reparto con una caracterización y una interpretación admirables. Con ella, James Belushi, la tierna Juno Temple, Justin Timberlake, que por suerte acá no canta, y el dúo Tony Sirico-Steve Schirripa, reconocidas figuras de reparto de "Los Soprano". También, para destacar, el trabajo de Santo Loquasto, habitual mano derecha de Allen, y la dirección de arte de Miguel López-Castillo, parcialmente inspirado en los cuadros de Reginald Marsh y bien apoyado en los efectos digitales para fingir multitudes que los productores de Allen jamás pagarían.
Regreso con las herramientas conocidas. Aun disfrutable, el film hace uso de ejes temáticos conocidos: será difícil que se lo considere entre lo mejor del director. Anunciada como el regreso de Woody Allen a Nueva York tras el exilio de siete películas fuera de su hábitat natural, La rueda de la maravilla vuelve a tener a la Gran Manzana como telón de fondo. La anterior fue Que la cosa funcione, comedia que representa uno de sus trabajos menos consistentes, aunque tuvo en su protagonista Larry David a uno de sus mejores alter ego en pantalla. Se trata en todo caso de un regreso incompleto, periférico, en tanto la trama del film no se desarrolla en el central barrio de Mannhattan, auténtico hogar de Allen así en la vida como en el cine, sino en Coney Island, que en la actualidad es algo así como el suburbio de los suburbios de la ciudad más populosa de los EE.UU. Sin embargo el asunto se encuentra aligerado por tratarse de una de las películas de época del cineasta neoyorkino, ambientada en los años ‘50, cuando tras la Segunda Guerra Mundial ese barrio, famoso durante la primera mitad del siglo XX por sus parques de diversiones y sus atracciones turísticas, comenzaba a perder de a poco su popularidad. Una joven todavía veinteañera (Juno Temple) vuelve a buscar cobijo en casa de su padre, a quien no ve desde hace cinco años, cuando decidió casarse con un mafioso italiano sin su aprobación. El padre es un hombre tosco que trabaja en la calesita de un parque de diversiones (Jim Belushi luciendo como un mini John Goodman), que intenta despreciarla pero a quien se le cae la baba por su hija. Que ahora está divorciada y a quien la mafia busca por los mismos motivos por los cuales la mafia suele buscar a la gente en el cine. El padre se ha vuelto a casar con una mujer (Kate Winslet) que tiene un hijo de 12 años con problemas de conducta serios y que además es amante de un joven aspirante a poeta (Justin Timberlake) que trabaja como guardavidas en la playa, quien acabará enamorado de aquella hija pródiga. La rueda de la maravilla es una historia de amores y desamores cruzados que responde a la estructura clásica de las comedias dramáticas de Allen, esas que avanzan con gracia amarga pero rara vez, por no decir nunca, acaban con la felicidad de sus protagonistas. Historias donde sentimientos negativos como celos, infidelidad o egoísmo difícilmente conviertan a sus dueños en malas personas sino que, al contrario, hacen de ellos individuos insatisfechos, agobiados por la carga de la culpa. Como suele suceder con los autores, la obra de Allen vuelve a girar acá sobre los mismos ejes de siempre. Y eso que puede ser una virtud, como cuando Borges utiliza tres o cuatro veces la misma idea para escribir cuentos distintos, aquí se vuelve casi un trámite. Lo cual no significa que la película no pueda disfrutarse, aunque será difícil que alguien la considere entre las mejores de la vastísima obra del director. También hay algo de recargado y empalagoso en la fotografía de Vittorio Storaro, quien repite tres o cuatro veces el truco de cambiar la iluminación de un mismo plano durante su transcurso, aprovechando (o abusando de) la luz artificialmente cambiante del parque de diversiones. Párrafo aparte merece la traducción del título original, Wonder Wheel, que de tan literal acaba resultando torcida. Se trata del nombre con que históricamente se conoce al juego tipo vuelta al mundo del Deno’s Wonder Wheel Amusement Park, el parque de diversiones más popular de Coney Island, escenario en el cual transcurre el relato. Allen utiliza ese nombre como metáfora cercana al concepto de lo que en la Argentina se entiende por la expresión “las vueltas de la vida”, esas que permiten que a veces uno se sienta muy arriba, pero que inevitablemente también acaban llegando hasta lo más bajo. Ese es el recorrido por el que transitan, algunos más y otros un poco menos, todos los personajes de La rueda de la maravilla.
La nueva película de neoyorkino Woody Allen, La rueda de la maravilla, confirma que el octogenario director sigue siendo uno de los mejores talentos del cine actual. Hay épocas del año que para todo cinéfilo deben ser un símbolo de festejo. Sin lugar a dudas, el estreno del film anual de Woody Allen es uno de ellos. Más allá de todas las polémicas que su vida privada genere alrededor, negar su talento como realizador es inútil. Hace décadas que sus películas se ubican cómodas entre lo mejor del año, creando una marca distintiva, y unas expectativas siempre superadas. Luego de un viaje alrededor de distintas ciudades del mundo, Woody volvió a su amada Nueva York hace ya algunas películas, y ahí está para plasmar su amor en historias ambientadas en épocas antiguas pero con problemáticas universales y atemporales. El viaje esta vez nos lleva a Coney Island en los años ’50. Cuatro personajes, enredos amorosos entre sí, preponderancia de personajes femeninos fuertes, lo de siempre ¿Para qué cambiar lo que funciona a la perfección? Ginny (Kate Winslet) es una camarera frustrada, casada con Humpty (Jim Belushi) el maquinista del carrusel de la feria costera. Ella tiene un hijo pequeño de un matrimonio anterior, Richie (Jack Gore) con cierta tendencia a la piromanía. Él también tiene una hija por su lado, Carolina (Juno Temple), una veinteañera que huye de su marido mafioso al que delató, lo que la llevará a terminar en la casa de su padre aunque no se lleven bien. Ginny carga con la sombra de un matrimonio que no funcionó, y ahora se encuentra atada a otro matrimonio que tampoco la hace feliz. Eso la lleva a conocer a Mickey (Justin Timberlake) un guardavidas con el que comienza un romance, o mejor dicho un fuego, a escondidas de la sociedad. Las infidelidades siempre han sido un asunto de interés para el director de Maridos y esposas, y los traumas familiares también. Por eso, no nos podemos sorprender cuando Mickey comience un juego de seducción con Carolina. Como siempre, las premisas y el desarrollo de las mismas en las películas de Woody Allen nunca son complicadas, sí complejas, porque presentan idas y vueltas, personajes que entran y salen cual vodevil moderno, y diálogos que superan cualquier promedio. Pero siempre logra que se comprenda todo, se lo lleve a un terreno de sencillez sin entregar ni un poco de complejidad psicoanalítica. Es cine de autor, más no experimental. La rueda de la maravilla es un film simple, que a su vez despliega muchísimas capas, y puede ser analizado desde varias vertientes. Es una comedia, como lo son habitualmente, pero también un profundo drama solapado, como lo son habitualmente. Ginny se irá desbordando a medida que avance la historia, es una mujer que pide socorro sin mucho disimulo, y a la que todo se le complica cada vez más. Su personalidad irá en un declive de melancolía y desesperación de complejo retorno, más allá de sumergirse en la fantasía esperanza. Así como Allen cuando no actúa encuentra los actores para que hagan sus alter ego; en este caso, Ginny es el arquetipo de los personajes que supo interpretar Mia Farrow en la época dorada de la pareja. Entre naif, desbordaba, conflictuada, y con una sombra oculta. Kate Winslet de por sí, es siempre una gran actriz, es capaz de entregar grandes actuaciones aún en cosas como Más allá de la montaña, El poder de la moda, y hasta Movie 43. Si a esto le sumamos que Woody Allen es capaz de logar buenas labores aún en los casos más complicados como Kristen Stewart en Café Society o Scarlett Johanson en Match Point; tenemos un dúo perfecto. A Winslet hay que aplaudirla de pie, es imposible no amar a Ginny y lo formidablemente interpretada que está. Con gestos que van de sutiles a notorios, con momentos leves, y estallidos. Un gran personaje en los papeles, que consiguió quien mejor le preste el cuerpo. El resto del elenco no desentona, todos en un nivel parejo, como siempre Allen haciendo notar a secundarios con grandes momentos. Como venimos diciendo hace años de las películas del director. ¿Es La rueda de la maravilla lo mejor de Woody Allen? Muy probablemente no ¿Se ubica tranquilamente muy por encima de la media de cualquier cosa que se estrene en cartelera? Claramente sí. Con permanente ritmo movedizo, zumbante entre lo alegre y lo melancólico, dinámica, excelentemente interpretada, y con rubros técnicos acertados. La cita anual obligatoria vuelve a entregar una película para el total disfrute.
La Rueda de la Maravilla, de Woody Allen Por Jorge Barnárdez - Cuando Woody Allen escribió el guión de Match Point lo hizo pensando en Kate Winslet pero la actriz rechazó la invitación porque acababa de ser madre y no tenía tiempo para dedicarle al gran director, por más que el guion la tuviera como musa inspiradora. Durante muchos años quedó pendiente ese encuentro porque a partir de aquel momento Scarlett Johansson no sólo tomó el lugar de Winslet para ese film sino que siguió trabando durante un tiempo para Allen. Finalmente y tras varias películas, llegó el momento en que Woody Allen y Kate Winslet se unieran en el set para llevar adelante una historia que tiene a la actriz inglesa como inspiradora y motor del proyecto. Ya sabemos de memoria la mecánica que ha relatado el creador más de una vez. El hombre que hubiera querido ser Norman Mailer o alguno de esos dramaturgos pero se tiene que conformar con ser ¿apenas? Woody Allen, abre el cajón donde tiene desde hace décadas sus ideas en papelitos, saca una la evalúa y si piensa que sirve la convierte en guión. A un ritmo envidiable de una película por año -ya quisieran muchos tener tantas ideas filmables en un cajón-, Woody llama a su equipo y a sus ayudantes para el tema de conseguir elenco. No todo lo que rueda es genial, pero todo tiene un piso de partida que es bastante bueno. La Rueda de la Maravilla se desarrolla en 1950 y si bien sale del centro de la ciudad de Nueva york, la historia se ubica en Coney Island. Un guardavidas seduce a una mesera que está casada y tiene un hijo. A su casa llega la hija de su marido, fruto de una pareja anterior, escapando de unos mafiosos que la buscan porque ha sido testigo de un delito. La mesera es Kate Winslet, el guardavidas es Justin Timberlake y el marido es Jim Belushi. La película es una demostración de lo bien que filma Woody Allen, pero también es la demostración que se pueden tener todos los rubros bien cubiertos y a la vez no terminar de encontrar el tono justo. Woody Allen no necesita demostrar nada a los ochenta y dos años y hay que decir en La Rueda de la Maravilla están presentes todas las obsesiones del director y esa mirada trágica que asoma casi siempre. Cuando termina la película queda un sabor un poco amargo y no hay dudas de que muchos lo vamos a extrañar cuando deje de sacar ideas de su cajón y decida qué es filmable, mientras tanto seguiremos viendo todos los años una nueva producción, esperando que la chispa siga encendida o que al menos, aparezca cada tanto. LA RUEDA DE LA MARAVILLA Wonder Wheel. Estados Unidos, 2017. Dirección y Guión: Woody Allen. Intérpretes: Kate Winslet, Jim Belushi, Juno Temple, Justin Timberlake, Max Casella, Jack Gore, David Krumholtz, Tommy Nohilly, Tony Sirico, Steve Schirripa. Producción: Erika Aronson, Letty Aronson y Edward Walson. Distribuidora: Digicine. Duración: 101 minutos.
Si hay un director de cine que hoy está más allá del bien y del mal, ese es justamente Woody Allen. Desde su debut en 1971 ha filmado una película por año, disponiendo una filmografía extensísima en la que existen –al menos– media docena de obras maestras. Es algo que hasta sus detractores deberían aceptar como prueba de su trascendencia, de su marca indiscutible en la historia del cine. Prácticamente desde sus inicios, el director neoyorquino alterna comedias con dramas, pero es más bien en sus últimos años que viene tocando un espectro de notas especialmente graves. Tomando sólo películas de cinco años atrás, Blue Jasmine (2013), Un hombre irracional (2015) y Café Society (2016) fueron obras especialmente amargas, cuando no directamente desencantadas y nihilistas, en las que el octogenario director se explayaba en debilidades y mezquindades humanas, dramas en los que las fatalidades acababan recayendo sobre sus personajes, barriendo de un plumazo con momentos humorísticos previos e instalando una intensa amargura como último sabor para su audiencia. Algo de esta nota pesimista puede percibirse ya en la ambientación en los años cincuenta y en Coney Island, centro de esparcimiento ubicado en el extremo sur de Brooklyn, Nueva York, y que en sus mejores momentos supo estar plagado de parques de diversiones, cines, helados y playa, entrando en decadencia justamente por esas fechas. A partir de la década del 50, en los terrenos previamente ocupados por los parques de diversiones comenzaron a edificarse viviendas colectivas de interés social, que permanecen hasta nuestros días. Hoy en día el área se ha revitalizado, pero cierto es que, luego de esa decadencia, se deprimió convirtiéndose en foco de criminalidad. La elección está dominada entonces por la nostalgia, y la película ambienta su acción en ese preciso momento en que los parques todavía existen, pero algunas familias de escasos recursos comienzan a asentarse justo allí. Si bien vivir pegados a un parque de diversiones podría parecer un sueño colorido e idílico, la muchedumbre y el bullicio permanente se vive como una maldición difícil de aguantar. Y ese parece ser sólo uno de los infortunios que atraviesa Ginny (Kate Winslet), actriz frustrada devenida mesera, con fuertes migrañas, un hijo pirómano a su cargo y juntada más bien por inercia con Humpty (James Belushi), un ex alcohólico que trabaja en una de las calesitas. Con lo que ganan entre los dos a duras penas les alcanza para pagar el alquiler, pero dos sucesos trastocarán su ya ardua existencia: la súbita aparición de Carolina (Juno Temple), hija de Humpty, perseguida por su ex marido mafioso, y el encuentro casual de Ginny con Mickey (Justin Timberlake), salvavidas de la playa, narrador de esta historia y con el que ella se involucra en un apasionado affaire. Es curioso que en la película no haya ni una escena filmada dentro de la noria referida en el título; algo elocuente acerca de la austeridad de recursos de la que se vale Allen y de su voluntad de evitar los ambientes festivos. De hecho, en torno a apenas cinco personajes, la playa y unas pocas locaciones se construye la mayor parte de la anécdota, dándole una mayor carga teatral que al resto de sus películas. Pero es justamente aquí donde entra en juego la maestría de Allen, tanto en la dirección de actores como en la puesta en escena. Los personajes están perfectamente definidos, cada uno con sus claroscuros. A través de ellos y la suma de sus conflictos, la película alcanza ciertos picos de dramatismo. En una escena clave de Sed de mal (1958), de Orson Welles, en el interior de un hotel las luces cambiantes que llegan de un cartel del exterior refuerzan el dramatismo de un diálogo, recargando la atmósfera con acompasados destellos. De forma similar, las luces del parque que aquí alternan del rojo al azul o simplemente se apagan lentamente, refuerzan el estado emocional en los soliloquios de Ginny, virando al rojo en los momentos de mayor cólera, al azul cuando demuestra mayor vulnerabilidad, y apagándose y devolviendo la penumbra cuando le toca volver a la monotonía que tanto aborrece. Si hay algo que sabe hacer Allen es lograr que sus protagonistas femeninas brillen: le tocó a Diane Keaton y a Mia Farrow, a Dianne Wiest, a Scarlett Johansson, a Cate Blanchett. Esta vez es el turno de Kate Winslet: diálogos que prácticamente son monólogos y una cámara centrada puntualmente en ella son la oportunidad para que la actriz despliegue aquí un convincente abanico emocional. James Belushi, por su parte, logra un secundario a la altura, con una interpretación emocionalmente recargada, una figura tan cándida y paternal como proclive a los arrebatos de violencia, si es que por azar se cruza una botella en su camino. En tercer lugar, Justin Timberlake logra un personaje ambivalente con el que se puede simpatizar durante un rato, hasta que un giro de guión lo vuelve merecedor de un contundente rechazo. Pero La rueda de la maravilla no es solamente una de las obras más pesimistas de Woody Allen, sino además la más impiadosa. La empatía solía ser uno de los rasgos característicos del director, siempre empeñado en acompañar y en comprender a sus criaturas, aun en los momentos en que ellos se equivocaban rotundamente. Esta vez, en cambio, Allen se acerca a ese cine más distante y austero, cercano al de los hermanos Coen de Simplemente sangre (1984) o Fargo (1996), en el que vemos a un montón de personajes cometiendo errores, desesperándose, destruyéndose entre sí, y alcanzando puntos de extremo patetismo. Esta decisión no es en sí criticable: un autor tiene pleno derecho de volcarse del optimismo al más profundo pesimismo y viceversa cuantas veces se le cante, pero el problema es que aquí los tramos finales son bastante predecibles, de acuerdo con los indicios que venía presentando la historia. La aparición de los gánsteres se ve venir, así como el declive de la protagonista, quien quizá merecía tocar fondo con mayor dignidad. En este caso, Allen parecería identificarse con el hijo de Ginny, ese niño cinéfilo y pirómano que observa todo desde afuera, deseoso de prender fuego a todo y a todos, de destruir y así purificar. También cabe preguntarse si esta puesta en escena y este guión teatral con toques de tragedia griega, en los que hasta hay gritos catárticos, no termina boicoteando la credibilidad del cuadro. Es verdad que La rueda de la maravilla es una obra que mantiene a su audiencia expectante durante todo su metraje, pero no llega a alcanzar el vuelo de películas del mismo tenor en el que se ha hecho uso de mayores libertades y juegos cinematográficos, como Un tranvía llamado deseo (Elia Kazan), Encrucijada de odios (Edward Dmytryk), La huella (Joseph Mankiewicz), Antes que el diablo sepa que estás muerto (Sidney Lumet), Secretos y mentiras y Todo o nada (Mike Leigh), e incluso las del iraní Asghar Farhadi –nuevo maestro en lo que refiere a este tipo de dramas psicológicos–. En este sentido, es probable que el registro del que se vale Allen sea una limitante, y quizá la razón de que esta película no llegue a los picos de intensidad que logró en El sueño de Casandra, Match Point o Blue Jasmine. Se entiende, de todos modos, que una obra “mediana” de un gran autor es muy superior a la amplia mayoría de los estrenos de la cartelera, y que Allen siempre puntúa alto en todo tipo de recuentos y resúmenes de temporada. La rueda de la maravilla es un cine inteligente, notablemente logrado; y un digno reencuentro en las salas con uno de los más grandes.
¿Qué certezas puede tener la esposa de un mafioso que huye de éste? ¿Qué necesidades pueden ser satisfechas en una mujer que abandonó su sueño profesional? La nueva película de Woody Allen explora tales interrogantes. En ella, Carolina (Juno Temple) visita a su padre Humpty (Jim Belushi), quien vive junto a su esposa Ginny (Kate Winslet) en un apartamento en Coney Island. Mientras, Ginny tiene un romance con Mickey (Justin Timberlake), el salvavidas de la playa con pretensiones literarias, y es madre de un niño aficionado a iniciar incendios. Así, Woody Allen traza los enredos entre personajes principales a los que nos tiene acostumbrados. En el filme se detecta una cierta impostura, la cual impide, en particular, que el hastío del personaje de Ginny sea orgánico. La iluminación en algunas escenas, como el encuentro nocturno bajo el muelle entre Ginny y Mickey, está repleta de una pretendida significación sobre el pasado prometedor de ella. No obstante, la vacuidad se devora la química entre ambos. La relación rutinaria entre Ginny y su marido, asimismo, está retratada con las nimiedades del día a día. No hay hallazgos en estas relaciones cotidianas, sino apenas en Richie (Jack Gore), ese personaje aislado que es el hijo de Ginny. Con su deseo de iniciar fuegos y detenerse a observar algunos de ellos, asoman indirectamente las pasiones que desataba su mamá en la juventud cuando intentaba ser actriz. Es como si Richie fuese la torpe insistencia de lo que ella no logró. Si hay algo fascinante en la película es el diseño de arte. Los sets y las locaciones ambientan una época colorida y ruidosa. Se destaca aquí el departamento de Ginny y Humpty, con sus amplios ventanales que permiten ver el parque de diversiones y la playa más atrás, sus ambientes que albergan conversaciones y discusiones, sus curiosos detalles de época (siendo el más evidente la grabadora que le regala Humpty a Ginny en su cumpleaños). Probablemente por este detenimiento en los decorados, en los interiores y en los diálogos, la película resulta tan teatral. Esto no hace más que recordarnos los clásicos del teatro adaptados al cine como Un Tranvía Llamado Deseo o El Gato sobre el Tejado de Zinc Caliente. Ciertamente ya sólo la referencia empobrece un poco al filme de Allen, pero los temas están presentes. Deberíamos detenernos en la actuación de Kate Winslet. La actriz británica retrata con franqueza a una mujer descreída, pero al habernos acostumbrado desde sus inicios a actuaciones con presencia enérgica, varios de aquellos roles pasan por debajo. Si así ocurre con éste, lo hace mediante un gesto previo de cuestionamiento sobre nuestra rutina. En ese recordatorio final de tener que lavar su uniforme de camarera, tan cercano a varias realidades cotidianas, se encuentra el reconocimiento de la manera en que el día a día devora las angustias y urgencias más profundas del ser humano. No se trata sólo de las palabras dichas por Winslet como mecanismo de defensa ante el caos, sino más bien de su mirada desamparada y disconforme avizorando el destino.
Frente al filme número 47 del octogenario Woody Allen muchos vamos al cine en busca de reeditar alguna experiencia ya vivida en su filmografía, a la vez que esperamos encontrarnos con alguna sorpresa agradable fresca o distinta en algún toque particular. Esto nos pasa una y otra vez, cada 365 días, en estas apuestas anuales que sostiene el icónico director neoyorkino cuando nos convoca con su nombre hacia su reencuentro en la pantalla. Esta apuesta incluye algunos atractivos indiscutibles, la presencia protagónica de Kate Winslet y la dirección de fotografía del maestro del color Vittorio Storaro. Son sin duda los ganchos para pensar que si el resto del viaje sale mal Kate y Vittorio nos garantizan una buena dosis de placer cinematográfico de alta calidad, ese que te deja un buen sabor en cada plano y que elegimos para guardar en el arcón de los mejores recuerdos. Desgraciadamente eso es un poco lo que pasa con La rueda de las maravillas, solo algunos aciertos ayudan a transitar los 100 minutos del filme. El resto de la propuesta es pantanosa y densa dramáticamente en el peor de los sentidos. Woody, tan lejos de la comedia y tan cerca del melodrama acartonado, pierde lo mejor de su pluma y no gana nada en especial. La historia ubicada en Connie Island en la década del 50 presenta una figura de 4 lados, por una parte el clásico narrador Alleniano que rompe la cuarta pared y nos relata la trama siendo a la vez parte de ella. Ese es Mickey (Justin Timberlake) un guardavidas con aspiraciones a dramaturgo, joven galán y seductor que será la piedra de la discordia entre las féminas de esta película. Al otro lado de la playa vive Ginny (la magnética Kate Winslet) una ex actriz cuarentona devenida en camarera que actúa como una neurótica femme fatal decadente con un historial amoroso complicado, una pila de frustraciones y un hijo piromaníaco (detalle encantador de la película). Su esposo Humpty (Jim Belushi) un tipo básico y simplón, que va de la ternura a la violencia, con el tipo de trauma obvio del ex alcohólico que vive atrapado por las locuras de las mujeres que lo rodean, la plata que le falta y el trago que se querría tomar. Y finalmente Carolina (la bella Juno Temple) que es la que abre la acción de la trama cuando llega al parque de diversiones donde trabaja y vive su padre. Está huyendo de su marido, un mafioso peligroso que quiere matarla. Por lo tanto se despliega entre las mujeres y Mickey un triángulo amoroso que se va desarrollando a lo largo del relato, donde Ginny deposita todas fantasías incumplidas como volver a las tablas y que el joven sea el verdadero amor de su vida y Caroline juega su juego, el de “joven/bella y seductora”. Mientras Humpty se entusiasma con la tarea de darle cobijo a su hija con quien hacía años había cortado toda relación, para resguardarla de la muerte y convertirla en la mujercita que el soñó siempre que fuera. Aunque a Caroline no le interesa esto tanto como los pantalones de Mickey y sus ojos azules. La trama no desborda originalidad ni brillo autoral, y aunque intenta homenajear de manera indirecta a Eugenne O Neill , en especial por lo visceral de los carácteres y sus vínculos – hasta agrega el detalle de que O Niell sea tema de conversación, entre otras pinceladas– ni los diálogos , ni el tono de los personajes, ni la línea de actuación grotesca o artificial, logran un clima atractivo si no fuera por el despliegue de Winslet que se impone y nos lleva de la mano con sus cabellos rojos y su mirada intensa, junto a la joven Temple que con figura angelical de rubia inmaculada, pero sexy, agrega un toque de frescura y precisión a su Carolina de fantasía. No hay risas, pues lo grotesco de las escenas no parece apuntar al efecto de ironizar sobre lo que sucede, entonces los acontecimientos se hacen clichés en su mayoría, previsibles y ostentosos en vano. Alguna escena rescata de a segundos lo tragicómico, como aquella de Ginny y Mickey en el muelle o la puesta en escena de diva enloquecida que hace Kate en otros momentos claves del filme, pero no lo suficiente como para que la riqueza del relato le termine de dar sustancia y variantes a la película completa. La mano de Vittorio Storaro –otro octogenario que hizo historia en el cine- pinta con una amplia paleta de colores todo el filme, haciendo algo que solo una vez vi, en Golpe al corazón (One from the Heart, 1987) de Francis Ford Coppola, que él mismo fotografió. El juego es cambiar la iluminación en toma y crear como en un espacio teatral, un arco de cambio de tiempo, color, contraste e intensidad, en un movimiento de luces dentro del plano que generan una belleza plástica que solo pocos pueden llevar a la escena. La excesiva teatralidad y el drama exaltado con pocos matices son algunas de las mayores debilidades de esta historia que da sus mejores notas con la fuerza actoral de las mujeres que la habitan y la luz que las envuelve plano a plano hasta el fin. Por Victoria Leven @victorialeven
Woody Allen, genio indiscutido, cada año nos trae una nueva propuesta. Algunas mejores y otras no tanto. Pero todas con diálogos brillantes y personajes muy interesantes. Con 82 años y más de 50 películas en su haber, el director no pierde peso en su pluma para la creación de universos y sus giros. En esta oportunidad nos presenta un relato situado en la década del 50’, en una Feria (parque de diversiones) en Coney Island, New York, donde la protagonista central es una actriz frustrada al borde de cumplir 40 años, divorciada de un gran amor, un hijo piromaníaco y un esposo violento y alcohólico. Y todo se complica cuando entran dos nuevos personajes… La composición de Kate Winslet es abrumadora. Tiene escenas formidables. Por su parte, Justin Timberlake sigue demostrando lo buen actor que es y Jim Belushi sorprende. Los modismos de todos son geniales y van muy bien con la recreación de época, resaltada por la gran fotografía de Vittorio Storaro, quien ya había trabajando con Allen su película anterior. No es su mejor film pero sin dudas está arriba de la media de cualquier drama estrenado en los últimos meses. Tiene su sello, lo vemos y escuchamos en los diálogos y reconocemos su voz en los off del personaje de Timberlake. Incluso rompe la cuarta pared, un recurso que no utilizaba desde hace unos años. La rueda maravilla es un buen drama pero no descubre nada nuevo, será disfrutado más por los seguidores de Allen y no tanto por el público ocasional.
Un tranvía llamado deseo El pequeño gran genio neoyorquino ha regresado, no sólo con su habitual producción anual, sino también a su ciudad, más específicamente a Coney Island, una de las más famosas playas, en la finalización de un verano de los años ’50, allí donde todo era alegría, en apariencia al menos, pero que de manera oculta se va construyendo el infierno personal. La decadencia general. No es casual que el director ubique las acciones de su relato en el tiempo que el espacio iba perdiendo su predominancia de elección en las familias de Manhattan, algo así como el principio del fin. Narrada por Mickey Rubin (Justin Timberlake), un atractivo y apuesto guardavidas del parque de atracciones, su deseo es ser escritor, ganas no le faltan, talento no le sobra, nos cuenta la historia de Humpty (Jim Belushi), operador del carrusel del parque, de la relación con su segunda esposa Ginny (Kate Winslet), una “casi” actriz con un estructura psíquica hondamente depresiva, perfil de personalidad demasiado etéreo, que trabaja como camarera. Ginny y Humpty pasan por una crisis porque ambos tienen problemas con el alcohol, mientras Richie (Jack Gore). el hijo de Ginny, un niño literalmente abandonado que se va transformando en un piromaniaco profesional, más allá de la metáfora que se establece. Pero la rueda de la vida sigue girando y todo se complica cuando aparece Carolina (Juno Temple), la veinteañera hija de Humpty, sus errores del pasado la alejaron del padre, una madre ya fallecida y escapándose de su esposo, un mafioso de peso investigado por el FBI. Así planteada esta producción, cuyos primeros segundos parece querer instalarse en un hibrido tipo comedia dramática, deja paso al drama en vías de convertirse irremediablemente en tragedia. Deudora a primera vista de “Blue Jazmíne” (2013), con mucho que otorgarle, o agradecerle, al escritor Tennessee Williams, cuyo relato se hace visible en el filme nombrado por la circulación de los personajes dentro de la historia, en cambio en ésta última se agrega el hecho de que todos y cada uno de los personajes completan un catalogo humano atravesado por los inadaptados, los marginados, los perdedores, los desamparados, tan elocuentemente descritos a lo largo de su obra por el autor de “El zoo de cristal”. El mismísimo Woody Allen aparece desdoblado en dos personajes: el verborragico Mickey Rubin y la depresiva a ultranza Ginny. De estructura narrativa clásica, de progresión dramática lineal, sin rupturas temporales, o elipsis, la transforma en una película en punto casi de perfección, sin lograrlo, con un guión maravilloso pero lejos de la acidez a las que nos acostumbro a lo largo de los años, no encontraran la gran frase, por supuesto, pero excelentes diálogos, pero en plena función narrativa. Todo apoyado por la maravillosa puesta en escena y la dirección de arte, donde la vedette es la dirección de fotografía del genial Vittorio Storaro, acompañado por el diseño y la banda de sonido, por momentos de manera empática, en otros contrapuntistico. Nada de esto podría valorarse en tal magnitud sino estuviese de por medio las actuaciones del cuarteto principal: James Belushi no será descubierto ahora, Juno Temple ratifica lo demostrado en producciones anteriores, mientras Justin Timberlake confirma la permanencia en el pedestal de los elegidos al director en tanto selección y dirección de actores. Mientras que al filme se lo fagocita con su increíble, extraordinaria, interpretación Kate Winslet, decir que es la mejor actuación de su carrera seria absurdo, pero que está entre las mejores, seguro. La historia indaga los lugares recónditos del corazón humano, en tanto cuestiones amorosas, allí donde el deseo de ser amado es más avasallador que la lógica, lo que deriva en perder lo que nunca se tuvo: el control de uno mismo. “El corazón es un músculo muy, pero muy elástico” Woody Allen, (*) Realizada por Elía Kazán, en 1951.
Más trágica que esperanzada. Así es La rueda de la maravilla, la obra número 48 de Woody Allen que vuelve a la nostalgia situando la acción en la mitad del pasado siglo. Coney Island, 1950. Mickey Rubin (Justin Timberlake) es un guardavidas de la playa junto al parque de atracciones y tiene aspiraciones de escritor. El es quien cuenta la historia de Ginny (Kate Winslet), una actriz con un carácter bastante volátil que trabaja como camarera. Su esposo es Humpty (Jim Belushi), un operador de calesita. Ginny y Humpty atraviesan una crisis porque además él tiene problemas con el alcohol. Por si fuera poco, la vida de todos se complica cuando aparece Carolina (Juno Temple), la hija de Humpty, distanciada de su padre desde hace cinco años, que está huyendo de la mafia por haber declarado en contra de su marido. A la vez, Ginny tiene un hijo de su primer matrimonio, al que lo único que le importa es ir al cine y prender fuego cualquier cosa. La nueva y puntual cita con el cine de Allen es aguda e ingeniosa en la manera en que entreteje las relaciones entre los personajes y en la forma en que el azar hace encajar piezas en un escenario (el parque de diversiones) en el que los protagonistas sufren, mientras otros se divierten. Un lugar en el que priman los colores y las risas, el estar distendido en la playa o el disfrutar de una comida o una vuelta en un carrusel o una noria, pero quienes trabajan en ello (la camarera, el operador de la calesita o el guardavidas) viven atrapados en sueños perdidos y desilusiones amorosas. Coney Island es un escenario en el que se persiguen sueños y se consiguen frustraciones. El lugar que, alguna vez, fue el balneario preferido de la clase alta de New York y luego de las guerras mundiales y del colapso financiero del ‘29 se transformó en refugio de malvivientes y tierra de perdedores. Fue mutando con el tiempo, como los sentimientos. Es un espacio que sirve también de metáfora del caer y volver a levantarse. Y su Wonder Wheel (tal el título original) es su ícono más famoso, junto a la montaña rusa de madera, Cyclone, que aparece en una escena de la película. Un artefacto (la Wonder Wheel) que da vueltas como la circularidad del (des)amor entre el puñado de personajes de este film y una montaña rusa con sus subidas y bajadas emocionales, melancólicas y desesperadas. Si en un período de la filmografía de Woody Allen sus cintas estaban cargadas de referencias cinéfilas, el realizador de Blue Jasmine elige, en este caso, menciones explícitas, o no tanto, al teatro: Chejov, Eugene O’Neill y fundamentalmente Tennessee Williams, con sus personajes perdedores y desamparados y la “heroína loca” de Un tranvía llamado deseo y El Zoo de cristal. Hay un guardavidas aspirante a dramaturgo y una ex actriz (Ginny), al borde de la locura, que sobre el final amenaza en convertirse en Blanche DuBois, cuyo marido (Humpty) por momentos parece un remedo de Kowalski. Ambos siempre al borde de la explosión, de un “clímax” teatral que Allen prefiere que no explote, para transformarlo en algo más larvado, para llevarlo al terreno cinematográfico. En La rueda de la maravilla, el octogenario realizador neoyorkino se apoya en un poderoso elenco, así como también lo es el equipo técnico. Comenzando con una espléndida Kate Winslet, que despliega toda una paleta de emociones. Jim Belushi está la altura que exige la actuación de Winslet, así como la hermosa Juno Temple. La superestrella Justin Timbelake es la rareza de esta cinta, sin que desmerezca el alto nivel de actuaciones de un elenco más acotado que el de la anterior realización de Allen: Café Society. Brillan la reconstrucción de época del diseñador de producción Santo Loquasto y la fotografía de Vittorio Storaro.
Critica emitida el 1-6-2018 en Cartelera1030 de 20-22hs. por Radio Del Plata (AM 1030).
No hay mucho para ver este verano en el cine, entre la animada y la nueva de Woody Allen elegí esta última ya que algunas cosas de él me han gustado, y el elenco era atractivo para ver. Voy a comenzar por decir lo que más me gustó de este film: la excelente actuación de Winslet, pasa por todas las emociones, una actuación colorida y que te dan ganas de ver más y más, de hecho verla a ella era lo único que, para mí, levantaba el ritmo de la película. Listo, eso fue lo mejor. Una película lenta. Un guion vacío y nada original. Una banda sonora repetitiva, a lo mejor Allen buscaba destacar lo monótono que era vivir en Coney Island en esa época, pero no hacía más que cansar. Cuando una película te hace cabecear más de una vez, dormitar más de una vez y mirar la hora más de una vez quiere decir que no es una buena película para la persona que está mirando. Y eso me pasó a mí. Me aburrí mucho durante el film. Diálogos vacíos que no llegaban a ningún lado. Levantaba muchísimo con los monólogos que hacía Winslet que parecían eternos pero llenos de gracia y una vorágine que te invita a subirte a ella y te dejas llevar como si ella fuese una ola y vos surfeas alegre en ella. Eran interesantes las tomas en la cual la luz cambiaba sin previo aviso, pero marcando algo. Una luz brillante que se apagaba a casi un blanco y negro, como si fuese una obra de teatro en donde hay apagones entre algunas escenas. Y el teatro está muy presente en esta película ella es una actriz retirada, el joven Mickey que se jacta de dramaturgo y le da una obra a Caroline para que lea. Las actuaciones de los otros tres personajes principales están bien, no sobre salen, son cuasi una sombre ante la gran performance de Winslet. Timberlake parece dar lo mejor de sí, pero no es un papel que le queda bien, suena a veces monótono, pero como dije antes da lo mejor y está bien. Mi recomendación: Para los amantes de Allen y los que gustan de películas melancólicas.
La nueva película del realizador de “Manhattan” se centra en un triángulo amoroso entre una mujer casada y frustrada con su vida, la hija de su marido y un guardavidas de la playa de Coney Island en la que viven en los años ’50. Un melodrama en clave retro con una gran actuación de Winslet y una temática ya clásica, con tintes autobiográficos del cada vez más controvertido realizador neoyorquino. Como sucedió con I LOVE YOU, DADDY, la reciente película de Louis CK, LA RUEDA DE LA MARAVILLA (WONDER WHEEL en el original) pide –aunque uno no quiera hacerlo– ser leída de manera autobiográfica/terapéutica, como si Woody Allen lidiara en público y a través de su obra, con asuntos de su vida privada. Si bien esto es casi una regla que puede utilizarse para analizar la carrera de casi cualquier artista en cualquier disciplina (y la temática recorre la obra del propio Woody), cuando ciertos acontecimientos se hacen públicos es muy difícil que no distraigan, que no lleven a hacer permanentes paralelos. En el caso de Allen, la incomodidad de la trama la puede generar la hoy renacida discusión de su matrimonio con Soon-Yi, hija adoptiva de Mia Farrow, no las acusaciones de acoso. No quiero ni pensar qué pasaría si hiciera él una película titulada como la de Louis CK… Lo que le está pasando a Allen con este filme en Estados Unidos es similar a lo que le sucedió a CK con su película. La crítica ha destrozado a WONDER WHEEL porque, convengamos, allí hoy parece casi imposible escribir a favor de cualquier cosa que él haga. Y más cuando la película tiene como trama principal un triángulo amoroso entre un hombre, una madre y su hijastra, con un niño que es testigo silencioso de este caos y desarrolla una particular y peligrosa obsesión. Uno no sabe si Allen vive tan alejado de todo lo que se dice sobre él y su obra que no se ha enterado de nada. O bien, que está conciente o inconcientemente provocando al espectador a hacer este tipo de lecturas. Nace claramente de eso el trato brutal que ha recibido la película, ya que LA RUEDA… está lejos de estar entre lo más flojo de Allen. De hecho, muchas películas del director de MANHATTAN que son notoriamente inferiores han sido mejor recibidas por la crítica (hasta la impresentable CONOCERAS AL HOMBRE DE TUS SUEÑOS rankea más alto en los puntajes de sitios como Metacritic). Pero en estos momentos da la impresión que nada ni nadie puede escapar del contexto y ni siquiera una película sobre una frustrada mujer de 40 años que no sabe qué hacer con su vida puede ser vista desde el punto de vista compasivo y comprensivo que seguramente fue la intención de darle al personaje de Kate Winslet por parte de Allen. La película no se escapa de los formatos conocidos del cine del director de HANNAH Y SUS HERMANAS. Se podría decir que es un remix de varios de sus escenarios y de sus temáticas favoritas: la nostalgia del Nueva York de los ’50 (en este caso especifico, Coney Island), los ya citados triángulos románticos con mujeres de distintas edades y/o relacionadas entre sí, las referencias a clásicos literarios, el amor de sus personajes por “el mundo de las películas”, sus personajes femeninos fuertes y complicados y su algo más reciente interés por trabajar temática y formalmente asuntos del teatro clásico norteamericano, de Eugene O’Neill a Tennessee Williams pasando por Edward Albee y varios otros. Lo que sí llama la atención en este filme, más aún que en CAFE SOCIETY, es el trabajo de fotografía de Vittorio Storaro. Allen ha colaborado con notables fotógrafos, desde Gordon Willis a Vilmos Zsigmond pasando por Carlo DiPalma o Sven Nykvist, pero el trabajo de Storaro siempre tiende a llamar más la atención sobre sí mismo y, con Allen seguramente dejándolo manejarse a su antojo, el italiano creó una pieza de luces y colores casi expresionista que luce como una postal pintada a mano de Coney Island, con sus playas y las luces del parque de diversiones inundándolo todo. Es ese trabajo, esos movimientos casi manieristas de la cámara y la artificialidad de la luz, los que transforman al filme en un melodrama con reminiscencias casi “sirkianas”: la ampulosidad de las actuaciones y los diálogos encuentran un marco adecuado en la propia ampulosidad de la forma, dándole al filme una coherencia estético/temática que muchas de otras películas recientes del realizador no tienen. El filme tiene como protagonista a Ginny (Winslet, actuando a conciencia como en una película de los ’50), una mujer a punto de cumplir los 40 que de más joven quiso ser actriz, se casó y tuvo un hijo con un baterista de jazz, pero debido a ciertas complicadas circunstancias terminó separándose y recomenzando su vida en pareja con otro hombre en busca de una segunda oportunidad: Humpty (Jim Belushi), un viudo con una hija grande llamada Carolina (Juno Temple) a la que dejó de ver cuando ella se casó con un mafioso. El otro personaje de la trama –y el narrador admitidamente grandilocuente de la historia– es Mickey (Justin Timberlake), un veterano de la Segunda Guerra que hoy es guardavidas en una de las playas de Coney Island donde esta familia vive. La historia comienza con el regreso de Carolina a lo de su padre tras meterse en problemas con los mafiosos, quienes la buscan. El no quiere saber nada con ella pero la chica termina convenciéndolo de que necesita quedarse allí, entre otras cosas, porque es un lugar donde nunca la encontrarán ya que su ahora ex marido sabe de su pésima relación con él. Humpty, un ex alcohólico y un tipo simple, “de barrio”, vive con Ginny y con Richie, el hijo de su anterior matrimonio, un silencioso chico de unos 10 años que es un pirómano hecho y derecho. Pero el centro gravitacional del filme pasa por Ginny y su affaire con el guardavidas, un hombre más joven que ella que la saca de la depresión y las migrañas de su vida cotidiana, que consiste en trabajar de mesera en un restaurante y vivir en un pequeño departamento dentro del parque de diversiones, en medio de un caos sonoro que no es capaz de soportar. El drama sube un escalón cuando el apuesto Mickey –que es un aspirante a escritor e incipiente hipster que vive en Greenwich Village— se fija en Carolina y Ginny no tarda en darse cuenta que la hija de su marido puede ser una competidora temible por el afecto del hombre. Como se dice en casi todas las películas de Allen –y, uno imagina, es algo que se repite en su cabeza como filosofía de vida– “el corazón quiere lo que el corazón quiere”, más allá de lo que dicta la razón. Y eso es lo que lleva a los tres a cometer esos “errores” que no tienen manera de terminar bien. El filme –que no tiene ni una pizca de humor, al menos no intencional– atrapa en un principio por su llamativo tratamiento visual más que por otra cosa, ya que los temas, los diálogos y situaciones son más que previsibles si uno ha visto toda la filmografía de Allen. Y de ahí va cayendo en un pozo narrativo durante su “segundo acto” (el filme es tan teatral en muchos de sus aspectos que sus actos casi son de manual) del que parece que no se levantará jamás. Pero su resolución, más allá de su inevitabilidad narrativa, está llevada a un extremo melodramático que es inusual en el cine de Allen, como si a BLUE JASMINE le agregaran una pizca de SUNSET BOULEVARD y vieran qué sale de todo eso. Esta suerte de pieza teatral iluminada como si siempre fueran las 7 de la tarde y las puestas de sol inevitablemente naranjas tiene, si se quiere, un elemento intrigante que la saca del mundo más previsible de Allen. Y son los comportamientos del pequeño Richie, cuyos bizarros y peligrosos hábitos incendiarios solo se explican como una forma un tanto peligrosa de llamar la atención, pero al que Allen deja funcionar casi en paralelo, sin juzgarlo ni sobreanalizarlo. Alguno podría pensar que es un toque autobiográfico más metido en la trama del filme. Y quedará para los psicólogos o psiquiatras que vayan a ver la película entender o analizar el comportamiento (auto)destructivo del pequeño en relación a la vida del director. Más allá de eso, WONDER WHEEL seguramente no decepcionará a los fans de Allen ya que se cuenta entre lo más digno y aceptable de lo que lleva haciendo en este siglo. Al asumir el carácter retro de la película –y con Winslet como la abanderada, a lo Blanche Dubois, de esa decisión estilística–, Allen no intenta ser relevante ni hablar sobre un mundo como el actual, que no parece entender demasiado. Un personaje como Ginny, que solo logra sacar la cabeza del pozo a partir de ser mirada y deseada por un hombre, solo puede existir tomando la distancia temporal y formal que tiene la película. Y cuando la película funciona lo es más que nada gracias a una actriz como Winslet que, dejada a su criterio por el habitual acercamiento no comments de Allen a la actuación de sus elencos, saca verdades emocionales donde solo hay figuras retóricas.
Cuarteto de personajes con más de un triangulo El cine de Woody Allen se ha caracterizado casi siempre por el rol central y relevante de algún personaje femenino. Hubo una época lejana en donde la actriz que la interpretaba era siempre la misma, primero fue Diane Keaton y luego Mia Farrow. Pero cuando la relación con esta última terminó bruscamente (para decirlo de manera suave) a principios de los ‘90, comenzó una nueva etapa en su filmografía que coincide con su decisión de dirigir estrictamente una película por año. Todo esto viene a colación de que si uno repasa los films de los últimos 25 años comprueba que casi todas las grandes intérpretes femeninas han participado en alguna oportunidad (muy a menudo una sola vez) en una de sus películas. Este mecanismo de alternancia hizo que ahora la elección recayera en Kate Winslet, precedida recientemente por Kristen Stewart, Emma Stone (dos veces) y Cate Blanchett. Es justamente el personaje en “Blue Jasmine” (homenaje a la Blanche Dubois de la célebre obra de Tennessee Williams) el que más se acerca a la Ginny (Winslet) de “La rueda de la maravilla” (“Wonder Wheel”). Ambientada en la década del ’50 en Coney Island, donde ella trabaja de moza (mesera), su vida es un caos. Casada con Humpty (Jim Belushi), un hombre simple como lo es su trabajo en la rueda gigante (“vuelta al mundo”) y con predisposición al alcoholismo, añora su época de actriz. Pero todo cambiará cuando entren en escena los restantes intérpretes del cuarteto. Por un lado la aparición de Carolina (Juno Temple), a quien su padre no veía desde hace varios años y que, al ser buscada por unos gangsters, el progenitor acepta resguardar. Y por el otro un joven salvavidas (Justin Timberlake), que a su vez hace de narrador, con pretensiones de escritor. No es casual que su ídolo sea Eugene O’Neill, en otro homenaje de Woody a un escritor admirado. Hay varios elementos a destacar en la película número 47 del gran director de “Manhattan”, donde el guion de su autoría resulta ser el sostén mayor de su nuevo opus. A ello se agrega la elección de Vittorio Storaro (ya estaba en la inmediatamente anterior “Café Society”) en un puesto que ocuparan en el pasado grandes directores de fotografía como Vilmos Szigmond, Sven Nikvist y sobre todo Carlo Di Palma. Pero es principalmente la notable interpretación de Kate Winslet la que definitivamente saca a flote a “Wonder Wheel” pese a cierta teatralidad en algunas escenas y a las actuaciones menos logradas de los personajes masculinos. Basta recordarla en su debut en “Criaturas celestiales”, su consagración en “Titanic” o su Oscar en “El lector” y pensar que esas son apenas tres de las más de treinta películas en sus veinte años de carrera cinematográfica. Si bien la película presenta más de un triángulo, que preferimos el espectador descubra aunque alguno es fácil de imaginar, hay también un quinto personaje que resulta toda una incógnita. Se trata del pequeño hijo de Ginny, que podría tildarse de piromaníaco y que aunque no textualmente remite a algún recuerdo de la infancia (acaso autobiográfico) del propio Woody. No puede ignorarse que Coney Island está en Brooklyn, lugar donde se crio y a cuya montaña rusa subió más de una vez.
“LA RUEDA DE LA MARAVILLA” Fuiste mía un verano Ignacio Andrés Amarillo iamarillo@ellitoral.com Alguno puede pensar que la obra de Woody Allen es una cita anual en la que el neoyorquino revisita tópicos, manías y obsesiones (hace poco se pusieron a investigar sus obsesiones más oscuras, por cierto). Allen ha confesado que lo intenta una y otra vez a ver si logra la trascendencia con una gran obra, pero quizás en algún fuero íntimo sepa, como alguna vez Jorge Luis Borges descubrió, que su gran obra sea el conjunto de su obra. Así que una vez al año sus seguidores se aprontan para ver aparecer esas letras en tipografía Windsor, que esta vez en lugar de Sony Pictures Classics dicen Amazon Studios (Jeff Bezos quiere quedarse con su tajada del show business, es así). Este nuevo capítulo en la saga se titula “La rueda de la maravilla” y hace referencia a la Wonder Wheel, imponente vuelta al mundo del parque de diversiones de Coney Island, escenario de la acción: nuevamente Woody regresa a las décadas que recuerda como un mundo más sencillo y acogedor: en este caso, a los ‘50, cuando ese balneario estaba en pleno esplendor. Y le cede el relato, con ruptura de la cuarta pared (mirada a cámara desde el primer plano abierto de la playa y Justin Timberlake en el centro) a Mickey, guardavidas estacional, ex marino durante la guerra y estudiante de dramaturgia. Con ese formateo del drama clásico, Mickey nos introduce en la historia de Ginny, una camarera a punto de cumplir los 40, con un hijo y un marido bueno cuando no toma, que maneja una calesita. Pero a su vez no entramos por ahí: arranca con la toma de Carolina (la hija de Humpty, el marido de Ginny) bajo la omnipresente rueda: el cartel en la rueda es el cierre de créditos de la cinta. Porque como en el teatro americano (Eugene O’Neill es leído en algún momento), es la ruptura de la normalidad lo que desencadena la acción dramática. Carolina busca a su padre porque huyó de su marido mafioso, al que ha denunciado. Humpty sigue resentido porque ella se haya ido con el malandra, incumpliendo una promesa a su esposa moribunda, y Ginny ha sido un soporte para él en estos años de pérdida de familia. Pero Ginny es el centro del relato. Dijo Penélope Cruz, en “Woody Allen: el documental”, que el cineasta “ha escrito algunos de los mejores personajes femeninos, conoce a las mujeres neuróticas”. “Descubrí que la mirada femenina era más interesante; se lo debo a Diane Keaton”, acotó Allen en la misma cinta. Y Ginny es todo un caso. Está harta de su vida: recuerda su pasado de aspirante a actriz y cómo lo arruinó, y no se resigna a lo que tiene. Sabe que su relación marital es de mutua gratitud en el sostén, pero que el amor es otra cosa. Por eso se traba en un romance de verano con el bañero Mickey, que para ella se va poniendo más intenso que para él, que al mismo tiempo posa la mirada en la juvenil Carolina. Contrastes Las cartas están bastante echadas, no profundizaremos (sólo le estamos dando una probada, estimado lector, como cuando le calaban la sandía para que se lleve la entera). Pero ya podemos ver aparecer los tópicos allenianos, construidos en tensiones: por un lado la crisis entre su típica muchachita herida, pero todavía con aspiraciones (como en “Magia a la luz de la Luna”, “Match Point”, “Vicky Christina Barcelona”, sólo para quedarnos en el “último ciclo” de su obra) contra la mujer madura que ve irse la vida sin concretar sus ilusiones, como una Jasmine proletaria; pero si Jasmine era Blanche DuBois, Ginny es una Emma Bovary, entre el recuerdo del teatro, el radioteatro y las revistas de cine: empieza a percibir su vida como una obra. Mickey encarna al burgués bohemio y un poco irresponsable (no tanto como otros jóvenes en cintas previas), que se contrapone al “noble bruto”, representado por Humpty. En su cabeza también hay tensión: entre el amor carnal y el amor platónico idealizado. Como todo protagónico masculino, tiene que tener algo de alter ego del director: quizás esté en sus dilemas sobre la racionalización del amor, los mismos que Allen no supo definir cuando le preguntaron alguna vez por su relación con Soon-Yi Previn: “El corazón quiere lo que quiere (...) Estas cosas no siguen ninguna lógica. Conoces a alguien, te enamoras y ya está”. Y está cierta recurrente “banalidad del mal”, o del daño, como en “Match Point” o “Blue Jasmine”: no contaremos nada aquí, pero pequeñas decisiones pueden ser definitivas en términos de destino, uno de los ejes de la cinta. Destino en el sentido de la tragedia griega clásica: cuanto más quiere alejarse uno de él más lo realiza. Cuanto más quiere Ginny emerger, más se hunde en lo mismo. Sueños de juventud En “Primeros materiales para una teoría de la Jovencita”, el grupo Tiqqun (autodenominado órgano consciente del Partido Imaginario) afirma: “A comienzos de los años ‘20, el capitalismo se da perfecta cuenta de que no puede mantenerse como explotación del trabajo humano, a no ser que también colonice todo lo que se encuentra más allá de la estricta esfera de la producción. Frente al desafío socialista, le será preciso socializarse igualmente. Deberá entonces crear su cultura, su ocio, su medicina, su urbanismo, su educación sentimental y sus costumbres propias, así como la disposición a su renovación perpetua. (...) Desde ese momento, la sociedad mercantil buscará sus mejores sostenes entre los elementos marginalizados de la sociedad tradicional (...). Los jóvenes, porque la adolescencia es el “período de la vida definido por una relación de puro consumo con la sociedad civil” (...). Las mujeres, porque es precisamente la esfera de la reproducción, que aún dominaban ellas, la que en ese momento se trataba de colonizar”. Así nace la Jovencita como ideal, que se expandirá luego al resto de la sociedad, más allá de la mujer joven. O en pérdida de juventud: “La Jovencita es vieja ya por el hecho de saberse joven. En consecuencia, para ella todo radica siempre en sacar provecho de este aplazamiento, es decir, de cometer los pocos excesos razonables, de vivir las pocas “aventuras” previstas para su edad, y esto con vistas al momento en que habrá de sosegarse en la nada final de la edad adulta”. Como decíamos, ahí hinca el diente la cinta: Carolina puede ser más que una moza, Ginny parece condenada a servir ostras. “La Jovencita no envejece, se descompone”, afirma Tiqqun, y podemos pensar en Ginny viéndose degradada exteriormente, cuando por dentro es aquella jovencita aspiracional del pasado, irritada por la competencia de una jovencita todavía aspiracional. “El amor de la Jovencita es sólo un autismo para dos”, acotan los pensadores franceses, y vemos la desconexión entre las percepciones relacionales de las tres puntas del triángulo romántico. Luces y sombras Como en casos anteriores, la realización está lograda en la reconstrucción de época, aunque los espacios están bien delimitados: el parque, la casa, la playa. Los planos abiertos de ambientación se vuelven cercanos para sostener las actuaciones en secuencias largas sin cortes, dejando que la química actoral fluya. Es destacable la presencia de la luz cambiante de la Wonder Wheel al anochecer, en especial en el dormitorio: así, con esa luz roja que vira al azul suave de a ratos, tendría que filmarse alguna vez la conversación del periodista y el coronel en “Esa mujer”, de Rodolfo Walsh” (en ese caso era un cartel de Coca Cola). La música no está tan tematizada como en otros casos, pero se destaca la presencia de “Kiss of Fire” (“Beso de fuego”), que no es otra cosa que la versión anglosajona de “El choclo”. El buen Woody nos invita a reconstruir su proceso de casting para los protagonistas: arriesgar qué película o programa de televisión vio para fichar a sus actores. Alguno dirá que en algún momento vio “Red social”, ya que eligió consecutivamente a Jesse Eisenberg y Justin Timberlake en cintas consecutivas; pero Timberlake tiene por momentos la ligereza de sus apariciones en “Saturday Night Live”. Y Jim Belushi parece aquí la versión trágica de su padre de familia en “According to Jim”: ya no causa gracia, quizás un poco de ternura en algunos momentos (alguno pensará que ese papel podría haber sido para Louis CK, pero no fue convocado esta vez). A Kate Winslet parece haberla estudiado durante un buen tiempo, por lo que puede extraer de ella muchos matices, en un crescendo de alteración que quizás puede bordear el exceso sin caer definitivamente: la energía actoral de la británica es intensa y no es una pavada canalizarla. Del otro lado, Juno Temple estaba esperando una película donde asentarse y puede ser esta: su vocecita aniñada contrasta con la hondura de Carolina: el corazón dispuesto a pesar de todo. Para muchos (quizás para usted, amigo lector) hubo algún verano que trajo la promesa de una vida diferente. Para la mayoría, el otoño trae la vuelta a territorio conocido. Afuera y adentro de la sala de cine. Muy buena * * * * “La rueda de la maravilla” “Wonder Wheel” (Estados Unidos, 2017). Guión y dirección: Woody Allen. Fotografía: Vittorio Storaro. Edición: Alisa Lepselter. Diseño de producción: Santo Loquasto. Elenco: Kate Winslet, Justin Timberlake, Juno Temple, Jim Belushi, Tony Sirico, Jack Gore, Steve Schirripa y Max Casella. Duración: 126 minutos. Apta para mayores de 13 años. Se exhibe en Cine América.
A esta altura, con casi cincuenta películas en su haber, Woody Allen no sorprende a nadie. Esto no es algo malo. Uno va a las películas de Woody con la incógnita de qué Woody toca este año, dentro de un abanico de posibilidades variadas pero conocidas. Puede tocar el Woody de comedias puras (que va desde Bananas a Que la cosa funcione), el más dramático (que va de horrores como Match Point a la gran Blue Jasmine), el romántico (un Annie Hall, un Medianoche en París) o el existencialista (Crímenes y pecados, Hombre irracional). Hay por supuesto temas y formas constantes que se conectan entre estos diferentes Allens, pero el espectador entra siempre con la incógnita de cuál de las opciones ya conocidas va a primar en esa ocasión. En La rueda de la maravilla, el Allen cosecha 2017 es el peor de todos: el misántropo. Como muchas de sus películas que podían inspirarse en base a otros artistas como Chéjov o Fellini, La rueda de la maravilla se inspira en las obras de un dramaturgo, Eugene O’Neill. Sus personajes habitan los márgenes de la sociedad, condenados al fracaso de igual forma los optimistas y los pesimistas. Lo más curioso, sin embargo, es que tanto se inspira en las obras del dramaturgo que la película, sin estar basada en un obra de teatro, peca de construir una puesta en escena sumamente teatral. Limitada a pocos escenarios, con solo cuatro personajes, tranquilamente podría ser teatro filmado. Esto se vuelve notorio desde la primera escena, cuando Juno Temple llega al departamento de su padre, en una secuencia demasiado larga con interpretaciones particularmente exageradas de Jim Belushi y Kate Winslet, que golpean muebles y gritan como si no hubiese sistema de sonido en la sala de cine. Justin Timberlake, que completa el cuarteto protagónico, se distancia con un optimismo y gracia que agrega la única frescura a una película agotadora por la impostada expresividad de sus compañeros. Allen envuelve a estos personajes en una trama de romances y mafiosos que, en su lectura de este teatro americano, resuelve con una crueldad enorme. Ahí aparece el Allen misántropo, que utiliza a sus personajes como avatares de una total carencia de fe en la humanidad. Por vueltas del guion, la desolación absoluta se presenta como la única opción posible. En oposición directa al tono ligero y amable de la narración que cumple el personaje de Timberlake, esta visión del mundo queda como un capricho disruptivo y forzado. Como con los vinos, la calidad de las películas de Woody pueden variar enormemente de año a año, pero siempre las tenemos. Esta llegó picada, pero siempre podemos esperar mejor suerte para la próxima.
La fábrica Woody Allen alterna entre comedia y drama (o su peculiar híbrido de ambos) y sigue sin detenerse a ración de un estreno por año. El de 2017, que le toca a este 2018 en pañales, es La Rueda de la Maravilla, que tiene más puntos en común con la reciente y multipremiada Blue Jasmine que con Match Point, como algunos críticos han señalado. Las similitudes, no obstante, radican en el género y la temática, y no tanto en la calidad del film, lamentablemente. Pero conviene aclarar algo: aunque La Rueda de la Maravilla no es ninguna gran obra allenesca como sí lo fueron algunas esporádicas excelentes películas de los últimos años de su carrera, sí es una entrada más que decente en una filmografía que no para de agigantarse. El elenco aporta mucho para llegar a este resultado (más allá de Kate WInslet y Jim Belushi, brilla especialmente Justin Timberlake), y la imponente fotografía de Vittorio Storaro completa un relato que se siente teatral, pero sin dudas se beneficia de ello. Allen narra aquí la desdichada vida de una mujer viviendo un matrimonio ensamblado (su marido es también un padre soltero que hace años no ve a su hija, mientras ella tiene un niño con tendencias piromaníacas), que parece haber quedado detenida en el pasado. Alguna vez actriz, esta mujer llamada Ginny (WInslet) añora tiempos mejores, y no termina de aceptar su presente: asegura, siempre que puede, que ella no es una simple camarera, sino que apenas está interpretando ese papel. El conflicto entra en juego cuando un mal día aparece Carolina (Juno Temple), la hija distanciada de su actual marido (Belushi), que escapando de la mafia busca refugio en el último lugar donde cree que los maleantes podrían buscarla: el techo de su padre. Para complicar las cosas, conocemos también la versión de los hechos a través de Mickey (Timberlake), un guardavidas que se enamora del patetismo de Ginny, y encuentra románticas las tragedias y penurias de los protagonistas. Es, se entiende, un aspirante a escritor, y voz y ojos de Woody Allen mismo. Ambientada con un preciosista cuidado por el detalle en los años 50s a las orillas de Coney Island, La Rueda de la Maravilla es posiblemente un capítulo menor en el gran libro de películas de Woody Allen, pero aún así presenta todas las características que hacen a sus films tan disfrutables: excelentes actuaciones, diálogos inteligentes y crudos, y un desenlace que no se interesa por las convenciones del happy ending de Hollywood ni pretende una gran revelación con vuelta de tuerca.
Es en gran medida gracias a la colorida paleta de Vittorio Storaro que muchas de las secuencias de esta película cobran una especie de belleza decorativa (Storaro, y verán la huella, fue quien fotografió Golpe al corazón, de Coppola) para contar una especie de melodrama con cuatro personajes: una ex actriz que se ha convertido en mesera, su marido, operador de una vuelta al mundo en el parque de diversiones de Coney Island, un bañero y la hija del operador, perseguida por mafiosos. Todo tiene un aire absurdo, y más allá de que hay muy buenas actuaciones (Kate Winslet, sobre todo), hay un aire complicado, de ya visto, de burla a los personajes. Una especie de degradación de Blue Jasmine y una mirada impiadosa sobre las mujeres -tampoco es demasiado amable respecto de los hombres. Pero la misantropía no es necesariamente un pecado contra el cine. El problema no consiste, entonces, en que seamos testigos del costado miserable de un puñado de personajes, sino que -incluso contra su propia voluntad, incluso con el uso del contraste entre colores de la imagen y oscuridades de las criaturas- Allen ve a esta gente desde arriba, casi con desprecio. Inventar un mundo para rechazarlo, digamos, y hacer sufrir a quienes lo habitan para mostrar que es está por encima de ellos. Quizás sean todos avatares del propio Allen (en el hablar nervioso de Winslet, por ejemplo, se nota ese rasgo de estilo del director), pero se trata de un film sin empatía, donde lo que más se recuerda, paradójicamente, son sus efectos digitales.
IMITACIÓN DEL MELODRAMA CLÁSICO. Pasaron ya cuarenta años desde el comienzo de la década prodigiosa de Woody Allen allá por 1977 cuando estrenó Annie Hall y hasta su película más prestigiosa hasta la fecha Crímenes y pecados en 1989. Luego vinieron los escándalos, las polémicas, el estancamiento, las promesas de resurgimiento y hasta incluso un descomunal éxito de taquilla con Medianoche en Paris en el año 2012. Desde 1969 al 2018, el director parecía resistir todo y a todos. Hasta llegó a presentarse en los premios Oscar en el 2002 y fue ovacionado de pie luego de los ataques a las Torres Gemelas en su querida Nueva York. Ahora, en paralelo con el estreno de La rueda de la maravilla (Wonder Wheel, 2017), Woody Allen ha vuelto a caer en desgracia. Antes cualquier actor, no importaba que tan famoso o prestigioso fuera, hacía cualquier cosa por trabajar junto a él. Hoy, los actores le dan la espalda y hasta el más ignoto declara haberse arrepentido de participar en sus films. No todos, claro, Diane Keaton sigue defendiendo al director, como también lo han hecho otras personas. Pero es posible que el director nacido en 1935 esté viviendo su ocaso definitivo por motivos ajenos a su obra artística. En este contexto llega este nuevo drama de Woody Allen ambientado en Coney Island en la década del 50. Toda una línea de su obra transcurre en el pasado, donde la nostalgia y una mirada poco realista del pasado juegan con su habitual mirada desencantada sobre los vínculos humanos. La rueda de la maravilla se emparenta con varios de sus films anteriores, en particular con La rosa púrpura del Cairo (1985), donde una mujer soporta la tosquedad y el maltrato de su marido, mientras ahoga sus sueños a la vez que busca una salida desesperada de su laberinto. Aunque hay un gran malentendido sobre el feminismo de Woody Allen (sí, hoy parece un chiste, pero fue considerado un cineasta feminista), lo cierto es que la mencionada Rosa púrpura, Alice y La Otra mujer eran un retrato centrado en el drama femenino. Habría que pensar hasta qué punto la protagonista de La rueda de la fortuna no es el propio Woody Allen con sus angustias y su constante frustración de no sentirse un artista total, algo que ha expresado en muchísimos de sus films. Ginny (interpretada de forma brillante por Kate Winslet) es una actriz frustrada en la crisis de los cuarenta, digno personaje de un melodrama de Hollywood dorado o de una obra de Tennesse Williams. Coherente con este personaje es su marido (James Belushi) bruto, empleado del parque de diversiones en Coney Island. El narrador y tercero en discordia es el guardavida del balneario (Justin Timberlake, no del todo a tono con la película). Estos personajes y los que se suman, conforman un melodrama que busca emular a los clásicos del género, en particular al incomparable Douglas Sirk. El esfuerzo de guión para lograr esto funciona por momentos, pero a nivel estético el esfuerzo es tan grande que parece una imitación forzada de aquellos films. Ahí se encuentra con un aliado que a la vez es un enemigo: el veterano y brillante director de fotografía Vittorio Storaro. La luz de la película pasa de brillante a abrumadora, a punto tal de que cada plano es demasiado llamativo y se apodera de toda la concentración de la escena. No es raro que Storaro haga esto cuando le dan la chance. Es muy talentoso, nadie lo duda, pero no siempre juega para el equipo. Más allá de estas objeciones, Allen entrega una película aceptable. Lo que termina de inclinar la balanza a favor es el personaje del hijo de diez años. El pequeño es un pirómano sin vueltas y la forma en la que parece desear ver el mundo arder no deja de ser inquietante. Como siempre, parece ser el clásico niño del cine de Woody Allen, desde su primer film, Robó, huyó y lo pescaron hasta Annie Hall o Días de radio. Parece haber un mensaje inquietante en ese personaje. Woody Allen, harto de todo, ya no quiere otra cosa más que ver como todo se prende fuego. Veremos como sigue su carrera.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
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Sólo un bosquejo de drama Todos (bueno, algunos) amamos a Woody Allen y crecimos con sus películas de los años 70 y 80. Sin embargo, en una filmografía tan extensa (47 películas) los tropiezos son más que probables, y "La rueda de la maravilla" es uno de esos casos. La película está ambientada en la Coney Island de la década del 50 (la infancia de Allen, ya lo sabemos por "Annie Hall" y "Días de radio"), y los protagonistas también resultan familiares: Ginny (Kate Winslet), una actriz frustrada atrapada en un matrimonio infeliz; su esposo Humpty (Jim Belushi); la hija de Humpty (Juno Temple), una joven que anda escapando de su ex, y Mickey (Justin Timberlake), un guardavidas que sueña con ser dramaturgo. Ya hay problemas suficientes, pero el lío de verdad arranca cuando se forma un triángulo amoroso entre Winslet, Timberlake y Juno Temple. El planteo es atractivo, pero "La rueda de la maravilla" avanza torpemente entre diálogos previsibles y altibajos narrativos. Es un bosquejo de drama donde los personajes quedan desdibujados y no transmiten intensidad. Ni siquiera la increíble Kate Winslet alcanza para redimir al personaje de Ginny, que hacia el final se torna grotesco. Y el personaje de Timberlake ya irrita hablando a cámara y explicando cada situación en off. Hay escenas que recuerdan a otras películas mejores de Allen, y en comparación "La rueda de la maravilla" queda en un rincón, como una versión muy devaluada.
Woody Allen es de esos directores que no paran. El realizador de joyas como “Love and Death” (1975), “The Purple Rose of Cairo” (1985) y “Match Point” (2005) nos ofrece un promedio envidiable de una película por año a la edad de 82. Incluso en estos tiempos convulsionados donde salen a relucir ciertas polémicas que rodean al autor, no influyen en su apretada agenda cinematográfica que continúa a pesar de las denuncias en su contra. Más allá de que cierto sector de la industria lo sigue encubriendo y de lo repudiable de su comportamiento, aquí no juzgaremos su desempeño como persona sino como cineasta. A principios de este año estrenó este largometraje conocido en nuestras pampas como “La Rueda de la Maravilla”, el cual nos cuenta una historia que transcurre en la Coney Island de la década de los 50. La misma está protagonizada por el joven Mickey Rubin (Justin Timberlake), un apuesto salvavidas del parque de atracciones que quiere ser escritor, Humpty (Jim Belushi), operador del carrusel del parque, y su esposa Ginny (Kate Winslet), una actriz con un carácter sumamente volátil que trabaja como camarera. Ginny y Humpty pasan por una crisis porque además él tiene un problema con el alcohol, y por si fuera poco la vida de todos se complica cuando aparece Carolina (Juno Temple), la hija de Humpty, que está huyendo de un grupo de mafiosos. Como es de esperar, el film traerá ciertos elementos dignos de una tragedia griega, donde los personajes actuarán y tomarán decisiones que serán determinantes en el resto de sus vidas. También se trabaja, como es habitual, la incidencia de las fuerzas del destino que proceden de manera definitiva en las profundas o nimias existencias de cada personaje. Es así como Mickey comenzará un romance con Ginny, haciendo que ésta se sienta querida nuevamente y produciendo un enamoramiento que para una de las partes puede ser un amor de verano y para la otra un acto de escapismo de la pesada rutina de la vida cotidiana. Romance, engaño, peligro y un destino fatídico conforman varias temáticas que se viene trabajando en la filmografía de Allen. Una comedia dramática con mayor profundidad que sus homólogas hollywoodenses, donde los enredos y los problemas que tienen los protagonistas calan más hondo que en muchas otras películas de este estilo. Este particular romance de época cuenta con un elenco envidiable, donde todos sus intérpretes logran redondear una estupenda performance. Sumado al excelente (como es habitual) trabajo de Kate Winslet, consigue ser realmente destacable la actuación de Jim Belushi, quizás una de las mejores de su carrera. Por otro lado, tanto Timberlake como Temple demuestran su joven talento al poder plasmar esa cuota de ingenuidad, producto de su floreciente amor juvenil. Si bien el largometraje transita ciertos temas y lugares comunes que vimos en tantos otros relatos del director, “Wonder Wheel” resulta una digna adhesión a su filmografía. Lo más destacable de la obra en cuestión reside en el aspecto visual del film. Desde que Woody Allen comenzó a incluir al Maestro Vittorio Storaro (“Apocalypse Now”) en sus trabajos, la fotografía y el manejo de cámara de sus películas pasaron a ser algo realmente excelso. Generalmente, las últimas cintas de Allen comprendían grandes tareas narrativas pero que se veían como teatro filmado. No es por desmerecer el compromiso del artista de turno, pero genuinamente podemos decir que se destaca el poderío audiovisual del largometraje gracias a la tremenda labor del director de fotografía italiano. Quizás haya vuelto ese gran aspecto artístico que veíamos en relatos como “The Purple Rose of Cairo”, donde Gordon Willis sacaba a relucir un trabajo estético impecable para acompañar a la usual verborragia narrativa del director octogenario. “Wonder Wheel” resulta ser una tremenda maravilla visual al exteriorizar los sentimientos de los personajes y sus destinos por medio de los colores saturados y ese mundo de fantasía compuesto por la feria que rodea/tapa las miserias de la vida cotidiana de sus trabajadores. Un film que si bien no es la mejor obra de Woody, sí podríamos decir que es realmente disfrutable.
Ambientada en la década del 50′ y enmarcada bajo el género dramático, La Rueda de la Maravilla es la nueva cinta del neoyorquino Woody Allen, que sigue empeñado con presentar una película anualmente, un hábito que sostiene desde hace tiempo. La Rueda de la Maravilla contiene, como era de esperarse, muchos de los elementos frecuentes del cine de Allen, que van desde el tratamiento y enfoque sobre el difícil entramado que conllevan tanto las relaciones amorosas, como las referidas al complejo entorno familiar, algunos diálogos ya tradicionales en su filmografía, y momentos cómicos, enlazados en medio de escenarios de índole dramático. El encargado de presentarnos e introducirnos en las historia será justamente unos de sus protagonistas funcionales, un guardavidas llamado Mickey (interpretado por un aceptable Justin Timberlake), que nos cuenta la historia de Ginny (Kate Winslet), una actriz de carácter volátil y fuerte temperamento, devenida en camarera, y Humpty (Jim Belushi), un operador de carrusel, sin muchas pretensiones, pero con problemas con el alcohol; ambos atraviesan una crisis de pareja. Él insiste con invitarla a formar parte de hábitos que conforman su rutina, pasando por alto que a ella en realidad no le interesan, y que si alguna vez compartieron, no fue más que un intento de por fortalecer el vínculo entre ellos. La aparición de Caroline (llevada a cabo por la actriz británica Juno Temple), hija de Humpty, con la cual él no hablaba desde hace unos cinco años, y había prometido no volver, representará un fuerte sobrecarga, sin pasar por alto que la joven huye de su ex marido, un hombre de perfil peligroso e involucrado en asuntos de mafia, que según ella, la busca para matarla. A esto vale añadir que en el medio, con la pareja convive el hijo más pequeño de Ginny, Richie, un muchacho fascinado con los incendios y la piromanía, con serios problemas de conducta, e inconvenientes en la escuela, a la cual a veces ni asiste, porque prefiere escaparse para ir al cine. Mickey no será de ayuda en su intervención en la historia, ya que terminará convirtiéndose en el amante de Ginny, quien demuestra una clara disconformidad con su actual pareja, y remarca su arrepentimiento por haber engañado a su primer esposo, el padre de Richie, lo cual la llevó a un inevitable derrumbamiento. No tardará Mickey en conocer a Caroline, y pese a mantener distancia con la muchacha, los acercamientos inevitablemente se darán, y el simple hecho de percibir cierta empatía entre ambos, terminará de resquebrajar la frágil instancia emocional que acongoja a Ginny y sobrelleva a duras penas, exponiendo su lado más egoísta y miserable. La historia contiene elementos teatrales, y se engloba en la naturalidad de films clásicos de Woody Allen. El sentido de la moralidad será un eje central, ya que no todos los personajes la conciben del mismo modo, y la forma de operar de cada uno, será lo que brindará ciertos matices a la narración, y también será el motor elemental que desviara las acciones hacía el lado más coherente. La actuación más destacable es la de Kate Winslet, aunque en líneas generales son parejas. Algunos excesos, muchas veces presentes en las películas del realizador neoyorquino, es su debilidad mayor, pero la cinta en cuestión logra sostenerse a lo largo de sus 100 minutos, la historia sin ser una obra maestra, está bien delimitada, y podemos resaltar una serie de momentos que son netamente acertados. Quizás fascine a los seguidores de Woody Allen, y naturalmente evadan los detractores del mismo, pero para los neutros, la propuesta es interesante.
En este drama ambientado en el Coney Island de los años 50, Woody Allen retoma algunos temas recurrentes de su filmografía como la insatisfacción matrimonial, la crisis de la mediana edad y los celos como motor de la tragedia. El carácter nostálgico del relato se potencia por la estilizada fotografía del legendario Vittorio Storaro, la cual nos traslada de lleno al verano neoyorquino, con sus playas colmadas de gente y el bullicio del parque de diversiones como música de fondo. La historia gira en torno a Ginny (Kate Winslet), una actriz frustrada y hastiada de su matrimonio, que vive y trabaja en las inmediaciones del parque de atracciones con su marido Humpty (un tosco hombre que maneja el carrusel de la feria, interpretado por Jim Belushi) y su hijo Richie, fruto de una relación pasada. La llegada de Carolina (Juno Temple), la ingenua y atractiva hija de Humpty, que escapa de su esposo mafioso que quiere matarla, complica aún más las cosas para Ginny, que no encuentra un minuto de paz en su hogar. Tras conocer a Mickey (Justin Timberlake), un joven con aspiraciones a dramaturgo que trabaja como bañero en la playa de Coney Island, la vida de esta mujer a punto de cumplir los 40 años da un giro que aviva dentro suyo la esperanza de rehacer su vida. Pero los conflictos amorosos se interponen cuando Mickey comienza una relación paralela con Carolina, provocando una ira incontrolable en Ginny, lo que la lleva a sacar a relucir lo peor de sí. Más allá de contar con algunas escenas que se extienden por demás, la película logra encauzar el argumento de manera ágil y entretenida, transitando primero por el romance ligero, para finalmente explorar el costado más oscuro de la personalidad de la protagonista, llevando el tono de la narración hacia un drama que adquiere ribetes shakesperianos. Lo más interesante del filme se halla en la exploración de los sentimientos de los personajes, tanto en lo que se refiere a la creciente angustia de Ginny (que pasa de ser una mujer rejuvenecida a otra rencorosa y vengativa) como a la indecisión amorosa de Mickey, que sale con ambas mujeres pero en el fondo sabe que no podrá sostener esa dinámica por mucho tiempo. La apuesta por revivir los últimos años de esplendor de Coney Island funciona gracias a la excelente dirección de arte pero fundamentalmente debido al minucioso trabajo sobre la imagen (el manejo de los colores y el uso del gran angular, que le otorga un carácter circense a los escenarios). Es cierto también que la estética recargada, que incluye movimientos de cámara subrayados, puede resultar molesta en algunos pasajes de la narración, en donde la forma cobra mayor protagonismo que el contenido, es decir, lo que sucede a nivel dramático. Si bien Wonder Wheel no es lo mejor de Woody Allen, es una película con peso propio que reconfirma los dotes narrativos del guionista y director neoyorquino, con un interesante acercamiento hacia la psicología humana (especialmente la femenina) y a los conflictos amorosos en relación con la tragedia.