Tras debutar en la pantalla grande con una película estudiantil (Caídos del mapa, de 2013), los directores Nicolás Silbert y Leandro Mark incursionan ahora en una fórmula que tan bien funcionó en la nueva comedia norteamericana y que tiene como mayor exponente a la saga de ¿Qué pasó ayer? y derivados como Proyecto X. Esto es: un grupo de amigos "adultescentes" con perfiles bien claros (el canchero, el looser, el freak) organiza un fiesta repleta de excesos, cuyas consecuencias derivan en robos, engaños y persecuciones.
De los realizadores de "Caídos del mapa", llega este pasatiempo que no sólo dispara la risa y los toques escatológicos, sino que toma otro rumbo cuando sumerge a los protagonistas en un mundo lleno de peligros. El universo infanto-juvenil es nuevamente el foco de los realizadores Leandro Mark y Nicolás Silbert -Caídos del mapa- en La última fiesta, un relato que se apoya en los gags y en una historia que combina humor y algo de acción, emparentándose con el estilo de las comedias salvajes norteamericanas. Tres amigos, Alan -Nico Vázquez-, Dante -Alan Sabbagh- y Pedro -Benjamín Amadeo- crecieron juntos y cuando uno de ellos queda sin novia, los otros deciden organizar una megafiesta en la lujosa casa de un hombre misterioso que debe salir de viaje. El problema estalla cuando un cuadro valioso desaparece y el inseparable trío deberá recuperar la obra de arte durante tres días delirantes. Sin otras pretensiones que las de armar un pasatiempo ágil , que no sólo dispara la risa y los toques escatológicos en la esperada noche de descontrol, la película toma otro rumbo -y se vuelve más efectiva- cuando sumerge a los protagonistas en un mundo peligroso habitado por una banda rapera y dealers. Tampoco faltan a la cita un padre -Roberto Carnaghi- preocupado por su ya crecido hijo Alan, el vendedor de bienes raíces; una actriz porno -Eva de Dominici- que acude a la fiesta y se convierte en la principal sospechosa del robo y un asesino a sueldo que es interrumpido por los llamados de su esposa. Todo hace de La última fiesta un producto liviano, que alcanza buenos momentos, y tuerce su rumbo sobre la mitad del metraje para agregar más desenfado y delirio a la trama. Nico Vázquez explota su carisma y lidera el trío, mientras que Alan Sabbagh -un rostro ya acostumbrado dentro del género- aporta gracia con su guardia de seguridad que sueña con convertirse en un dibujante, pero quien más se destaca es Benjamín Amadeo, con un Pedro divertido y situaciones que aquí no adelantaremos. El resto suma una persecución, un tiroreo y una vista al "cine dentro del cine" con un rodaje muy particular. Todo narrado al ritmo de la música tecno y con un frisbee que consolida un vínculo que parece eterno.
Ningún ritual se compara con el de una buena fiesta. ¿Qué mejor oportunidad para distenderse entre buena compañía, música, tragos y diversión? Pero incluso en esos contextos suelen desatarse conflictos. No por nada el cine se nutre de estos eventos, aunque sea como punto de partida para el resto de la trama. La Última Fiesta (2016) va por ahí. Alan (Nico Vázquez), Dante (Alan Sabbagh) y Pedro (Benjamín Amadeo) son grandes amigos desde chicos. Aun siendo distintos entre sí, los une un vínculo muy fuerte, y saben darse apoyo mutuo en las malas. Cuando Dante tiene problemas con su pareja (Paula Carruega), Alan aprovecha para organizar una fiesta y levantarle el ánimo. Pero no una fiesta cualquiera: su trabajo como vendedor inmobiliario le permite acceder a la residencia de un acaudalado y detallista individuo (Fabián Arenillas). Aprovechando su ausencia durante un fin de semana, se lleva a cabo el jolgorio. Una noche de alegría, de descontrol… Al día siguiente, notan que falta un cuadro de aparente valor incalculable. Pronto descubrirán que, sin quererlo, se metieron en un ámbito repleto de criminales que no dudarán en eliminarlos si no recuperan lo que se perdió. Una situación que pondrá a prueba el lazo que une a Alan, Dante y Pedro. El regreso del tándem Nicolás Silbert-Leandro Mark sigue la línea temática de su film anterior, Caídos del Mapa (2013) en la que un grupo de compañeros de colegio debían estar unidos para sortear problemas externos dentro de un colegio. Para La Última Fiesta se inspiraron en las comedias con excesos que Hollywood estrena de manera continua. Especialmente, las películas de Todd Phillips, y no sólo por ¿Qué Pasó Ayer? (The Hangover, 2009) y sus secuelas: desde Viaje Censurado (Road Trip, 2000) hasta la reciente Amigos de Armas (War Dogs, 2016), Phillips siempre habla de amistad. Sin embargo, así como los films de Ariel Winograd se inspiran mucho en la obra de Judd Apatow, sin llegar a calcarla, a Silbert y Mark les cuesta un poco más despegarse de ciertos tópicos de aquellos largometrajes, como determinados escenarios y la caracterización de algunos personajes. De todo modos, esto no afecta el funcionamiento de la película, que nunca deja de ser una intensa y desopilante odisea. El trío de protagonistas se lleva los aplausos. Nico Vázquez interpreta al galán, al líder, al que sigue adelante aun cuando todo se complica; un papel a la medida del actor. Alan Sabbagh encarna a un guardia de seguridad de un museo que vive atemorizado de mostrar su talento como dibujante, y Benjamín Amadeo se luce como un muchacho bondadoso con ciertas limitaciones, aunque suele tener arranques dignos de Adam Sandler en algunos de sus films. Por su parte, Eva de Dominici es una femne fatale de buen corazón; Roberto Carnaghi, el libidinoso padre de Alan; César Bordón compone a un asesino con oscuros secretos (y problemas matrimoniales), y la hermosa Paula Carruega brilla en sus intervenciones. Hasta los personajes más secundarios tienen su lucimiento. Además de ser muy divertida, La Última Fiesta es otra prueba de que la comedia argentina está pasando por un momento de frescura gracias a una indispensable renovación. Dan ganas de ver nuevamente a estos tres amigos sorteando nuevos problemas, pero siempre demostrado que la amistad todo lo puede.
La gran parranda Si bien ya hemos visto muchas veces en producciones extranjeras propuestas similares, hay que destacar la capacidad del film de Nicolás Silbert y Leandro Mark para aggiornar al uso nostro el subgénero de “películas de fiestas”. No sólo eso, es un hallazgo la elección del elenco donde no únicamente el trío protagónico compuesto por Nicolás Vázquez, Alan Sabbagh y Benjamín Amadeo trabaja con solidez las características que describen a cada uno de sus personajes (la moral, el impulso, la inocencia), sino que se suma una serie de actantes periféricos que terminan potenciando el ofrecimiento. La trama de La última fiesta (2016) es simple: dejando atrás una relación de años, Dante (Alan Sabbagh), un gris empleado de museo, se deja convencer por sus amigos Alan y Pedro (Nicolás Vázquez, Benjamín Amadeo) para realizar una fiesta en una lujosa mansión. Como epicentro de la celebración está la excusa de su ruptura amorosa, producto de la incapacidad de Dante para asumir nuevos compromisos exigidos por su novia (Paula Carruega). Esa noche de excesos, vicios, y locura total, consolida la amistad con sus compañeros de la infancia, aquellos que siempre estuvieron a pesar del noviazgo y las actividades de cada uno. En el medio la confusión: una bella mujer (Eva de Dominicci) atrapa desde un primer momento la atención de Alan y termina por llevarse un valioso cuadro de la mansión, por lo que deberán encontrarla antes de devolver el lugar en condiciones al verdadero dueño con la mayor resaca de sus vidas y con la mitad de la fiesta olvidada en sus memorias. En la búsqueda se topan con maleantes, traficantes, mafiosos y actores pornos, que impiden que el objetivo sea conseguido rápidamente. Así, el hábil guión de Nicolás Silbert, Lucas Bucci, Tomás Sposato y Agustina Tracey prefiere que el gag y el punchline para reforzar la línea narrativa, y ahí es en donde todo confluye en una lograda comedia en la cual el objetivo planteado inicialmente, se cumple con creces. La última fiesta continúa afianzando la labor de los directores, quienes repiten tras Caídos del mapa (2013) en el cine de género, e incorporan al panorama argentino algunos usos y costumbres de la comedia americana. Si bien posee algunos vicios de este tipo de films (bromas escatológicas, ralentíes, flashbacks innecesarios), logra sortear lugares comunes con las impecables actuaciones en clave de género del trío protagonista y el impresionante cast secundario con labores únicas de Roberto Carnaghi, como el padre de Alan, un viudo adicto al porno, Graciela Pal, una mafiosa que debe sortear los errores de su hijo (Julián Kartún), o las participaciones especiales de Luciano Rosso y Sebastián Presta, César Bordón, por nombrar sólo algunos. La película cumple con su premisa -introducirnos en una fiesta inolvidable- mientras empatizamos con sus personajes con situaciones memorables (el latiguillo Alan, Alan, Alan, Alan que dice el personaje de Amadeo es sólo una de ellos) y nos hace creer que podemos todavía, entrar al cine y reírnos sin prejuicios del reflejo patético de nosotros mismos en la pantalla grande.
DELIRIOS Y DIVERSIÓN A GRAN ESCALA Cuando a los directores de la película se les pedía una definición de la comedia decían que es “una mezcla de “los Bañeros” con “Que pasó ayer”. Y así como tenían muy claro el concepto, eso se refleja en su film: delirio, ritmo, enredos, entretenimiento sostenido y muy buenos personajes con indisimulable toque argento. El equipo de guionistas formados pro Silbert junto a Lucas Bucci, Tomas Sposato y Agustina Tracey es realmente efectivo. A partir de una fiesta con excesos comienzan a tirar de la cuerda: cuadro robado, casa ajena, plazo perentorio para resolver el estropicio y complicaciones sobre complicaciones. Un trío muy bien elegido, Nicolás Vázquez, Alan Sabbagh y Benjamín Amadeo (la sorpresa) actores de distintos estilos de actuación combinan con gran química y lucimiento, para este entretenimiento que solo tiene la pretensión de la diversión y el ritmo sostenido y lo logran con creces. Tanto que hasta ya pueden fantasear con una secuela. Cine pochoclero de buen nivel.
Tres amigos de toda la vida (Nicolás Vázquez, Benjamín Amadeo y Alan Sabbagh) vivirán una cadena de sucesos disparatados que te harán divertir muchísimo. “La última fiesta”, es una película que te invita a formar parte de este grupo de amigos desopilante comandado por Alan, personaje interpretado por Nicolás Vázquez, que por un cuadro terminan viviendo distintas situaciones bizarras, una tras otra. Dante (Alan Sabbagh) se separa de su novia y Alan le organiza una fiesta. Una fiesta a todo trapo. Todo sale bárbaro pero alguien se roba un cuadro. Un cuadro que será reclamado por alguien pesado, y los tres amigos tendrán que recuperarlo, cueste lo que cueste. Allí se producen una serie de situaciones desopilantes. Gran trabajo, para destacar de Benjamín Amadeo, con su personaje Pedro, un joven bastante particular y especial. Los personajes secundarios como el de Cesar Bordón, Eva De Dominici y Ezequiel Campa están a punto, con escenas destacables. Una película para ver con amigos, pasarla bien y morir de risa.
Nicolás Silbert y Leandro Mark debutaron en el cine con Caídos del mapa. Este 2016 los vuelve a juntar para La última fiesta, un formato de comedia que no se suele filmar en Argentina con el trió protagonico de Alan Sabbagh, Benjamin Amadeo y Nico Vazquez. La última fiesta nos presenta a tres amigos de toda la vida: Dante (Alan Sabbagh), un frustrado empleado de seguridad en un museo,Alan (Nico Vazquez) un mujeriego vendedor de bienes raíces, despreocupado de la vida y con ganas de siempre dar las mejores fiestas, y por ultimo Pedro (Benjamín Amadeo) con algunos problemas cognitivos, leal y siempre junto a sus dos amigos. Dante esta en medio de una separación y Alan usa eso de excusa para armar un gran fiesta en donde, como es de esperarse, las cosas se van de control y a la mañana siguiente deberán afrontar las consecuencias de esa noche. A raíz de que esa noche desaparece un cuadro valioso de la mansión donde hicieron la fiesta, los tres amigos empiezan a buscar a los invitados para reunir pistas de donde y quien se lo llevo. Lo que Alan mas recuerda y da puntapié a la búsqueda es una mujer (Eva de Dominicci). Como ella irán aparecieron los personajes mas inesperados y sorprendentes interpretados por Luciano Rosso, Julian Kartun, Presta y muchos mas. La última fiesta se podría decir que es una película de postas, a medida que avanzan tienen que ir resolviendo nuevos problemas que se le presentan hasta finalmente , si tienen suerte, encontrar el cuadro y salvar sus vidas. Existen muchos factores para rescatar de la película, como su fotografía, su montaje, el guion. Pero hay dos cosas fundamentales para que funcione La última fiesta. Ningún personaje esta por que si, todos tienen su sentido, su momento y su trabajo. Acá son importantes los protagonistas, pero los secundarios lo son por igual y eso se debe a un guion bien pensado. Lo otro mas rescatable es que La última fiesta se la juega y sale bien parada en su apuesta. Digo que se la juega, por que no va a medias, apuesta por un tipo de humor que no solemos tener en nuestro cine nacional, y si bien podría haber resultado bizarra y chabacana, nada de eso pasa. Se la puede comparar con películas norteamericanas como Proyecto X o The Hangover, pero la realidad es que lo único que comparten es que en las tres películas hay fiestas, destrozos, personajes inesperados y situaciones para resolver, pero La última fiesta es nuestra, es nacional y es para nosotros.
Una desopilante y lograda comedia juvenil El cine argentino ha explotado poco un subgénero muy popular en todo el mundo como la comedia juvenil. Tras la propuesta infantil de Caídos del mapa, la dupla Nicolás Silbert y Leandro Mark construye con más aciertos que carencias una película con ciertas búsquedas que ya aparecían de forma más tímida en films de Ariel Winograd (Mi primera boda, Vino para robar, Permitidos), pero que remiten todavía más al desenfreno de los españoles Alex de la Iglesia y Santiago Segura, y sobre todo a modelos hollywoodenses como Proyecto X, la trilogía de ¿Qué pasó ayer?, la saga de Harold & Kumar, el Judd Apatow de Ligeramente embarazada o el Greg Mottola de Super cool. La película tiene un prólogo ambientado un par de décadas atrás con tres preadolescentes que sufren la desilusión de una celebración a la que no concurre prácticamente nadie. A la hora de pedir los deseos antes de soplar las velitas de la torta, uno de ellos dice: "Yo quiero hacer fiestas increíbles". Ya en la actualidad, la situación de los ahora treintañeros es muy disímil: Alan (Nico Vázquez) es un arrogante vendedor inmobiliario; Dante (Alan Sabbagh) es un dibujante frustrado que trabaja como guardia de seguridad en un museo, y Pedro (Benjamín Amadeo) es el típico freak que sostiene cierta normalidad con la ayuda de una amplia gama de medicación. Cuando Dante es abandonado por su novia "de siempre", Alan no tiene mejor idea que organizar la fiesta del título para levantarle el ánimo en una mansión que está a punto de vender. El multitudinario evento tiene todo lo imaginable (sexo, drogas y... música tecno), muchos excesos (escatología de vómitos y excrementos incluida), un grupo de patéticos raperos y la aparición de una bella joven (Eva de Dominici) que parece ser la ladrona de una valiosa pintura que el poderoso y "pesado" dueño de casa (Fabián Arenillas) no querrá resignar fácilmente. Tras ese arranque, lo que sigue es una típica estructura de enredos cómicos y pasajes de suspenso con el trío tratando de recuperar el cuadro, mientras tiene que lidiar con mafiosos, narcotraficantes y asesinos a sueldo en secuencias que transcurren desde un enorme buque hasta en el set de filmación de una película porno "con argumento". Si bien la acumulación de subtramas, la adrenalina, el bombardeo permanente de estímulos primarios y cierto déjà vu en la aplicación de fórmulas de la comedia "guarra" limitan los logros de La última fiesta, hay que indicar que la película está bien narrada, tiene un amplio despliegue de recursos de producción, un impecable acabado técnico y actuaciones convincentes dentro del espíritu lúdico y absurdo de la propuesta general. En el actual contexto del cine argentino, al menos, no se trata de méritos menores.
Para llorar más que reír Cuesta encontrar un gag que despierte, al menos, una sonrisa. No da ni para reírse de la película. Desde La fiesta inolvidable (1968) hasta Proyecto X (2012), pasando por Despedida de soltero (1984), las fiestas descontroladas son todo un subgénero dentro de la comedia americana. La última fiesta intenta trasladar esa tradición a la Argentina, tomando ideas prestadas de aquí, de allá y de más allá también. Ocurre que algunas de esas ideas ya están gastadas, otras requieren un timing que sólo los yanquis pueden lograr, y la mayoría de ellas ni siquiera resultaron graciosas cuando fueron filmadas por primera vez. Si a eso le sumamos una realización pobre, el resultado es penoso. Como en Superbad y Proyecto X, aquí hay tres amigos de la infancia metidos en una fiesta que los lleva a situaciones disparatadas. Está el canchero –Nicolás Vázquez-, el perdedor gruñón –Alan Sabbagh- y el loquito –Benjamín Amadeo-, unidos desde la primaria. Con la excusa de que el gruñón acaba de separarse, el canchero organiza un bailongo que se desborda. Y es el disparador para el resto de la película, porque al día siguiente, entre los retazos de memoria que les quedan –aquí la referencia es ¿Qué pasó ayer?-, descubren que desapareció un cuadro que deben recuperar, porque la casa donde se armó la juerga no era de ellos. Esa búsqueda los lleva a meterse en enredos forzadísimos, carentes de cualquier tipo de justificativo. Hasta el humor más absurdo o delirante necesita apoyarse en un guión sólido; con éste, los actores hacen lo que pueden. El que sale mejor parado es Sabbagh, mientras Vázquez la rema con tics francellescos y Amadeo queda anulado por un personaje infantil y una peluca lamentable. Los actores secundarios tampoco acuden al rescate de estos tres náufragos. Cuesta encontrar un gag que despierte, al menos, una sonrisa. En cambio, los chistes fallidos abundan, y en todas las variantes: escatológicos –hay vómitos y mierda-, sexuales –se repite la aparición de penes de utilería, como si la película estuviera hecha por niños que ríen diciendo “culo, teta”-, físicos o paródicos. Sólo resta desear que el título se cumpla y que esta fiesta sea, de verdad, la última.
Hace rato que el cine argentino necesitaba una película que rompa los esquemas del humor y La última fiesta lo hizo a la perfección. No solo por cuestiones escatológicas y situaciones sexuales bien construidas sino por el muy buen uso de vocabulario (vulgar, coloquial, bien moderno) tan certero y práctico. El paralelismo fácil para hacer con una franquicia bien conocida es con ¿Qué pasó ayer? y Proyecto X (2012) pero aquí no hay una reconstrucción de hechos sino una documentación de vivencias de los personajes en una noche y sus consecuencias. Por ese lado también la cinta gana porque el laburo de los actores es muy bueno si no nos ponemos en intelectualoides buscando algo que definitivamente no vamos a encontrar en una propuesta así. Tanto Nicolás Vázquez como Alan Sabbagh están muy bien en sus roles y les creés la amistad que mantienen desde la adolescencia pero es Benjamín Amadeo el que se lleva todos los aplausos por lo rico de su personaje y lo bien que lo interpreta. Definitivamente es él el que tiene las mejores líneas de diálogo y secuencias. También un aplauso para Roberto Carnaghi como el padre fan del porno cuyas escenas te hacen reír mucho. Y hablando de porno, sorprende la inclusión de muchos términos de esa industria a modo de “chistes para entendidos” que dejarán afuera a una parte del público pero harán estallar a los que manejen el código. Los directores Nicolás Silbert y Leandro Mark, quienes vienen de hacer la genial Caídos del mapa (2013) plasman muy bien la fórmula de comedia de Hollywood en idioma criollo con todo lo que ello implica para bien y para mal, pero sin innovar mucho. La última fiesta es una opción ideal para reírse a carcajadas en el cine y esta vez con un gran sello argentino.
Tres amigos de la infancia arman una fiesta en casa ajena en la que todo se desmadra. Las consecuencias de la noche loca, que a duras penas logran reconstruir en totalidad, incluyen la desaparición de un cuadro valioso. La premisa de La última fiesta remite, directamente, a varios ejemplos de la comedia zarpada estadounidense de los últimos tiempos. Y no deja de ser notable la propuesta de hacerlo acá. Lo cierto, como también pasa en varios ejemplos del cine de allá, es que no toda la broma funciona, y no todo el tiempo. La última fiesta se la pasa vendiendo una diversión enorme que no llega a tanta, y hay problemas de timing, de duración de las secuencias, como la de la fiesta misma, que atentan contra el necesario punch. Por otro lado, los chistes se repiten innecesariamente, como si los libretistas se hubieran quedado sin ideas o necesitaran machacar sobre las mismas, con la consecuente sensación de tedio. De todas formas, tiene buenos momentos y los tres actores -Benjamín Amadeo, Nicolás Vázquez y sobre todo Alan Sabbagh- aportan toda su gracia.
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LA GRAN ESTAFA Alan, Dante y Pedro son, mediante circunstancias particulares, amigos desde la infancia y se han mantenido inseparables hasta el presente. Ante la crisis de pareja de uno de ellos, los dos restantes armarán una fiesta de grandes proporciones para levantarle el animo. Con La Ultima Fiesta, Nicolás Silbert y Leandro Mark encaran su segundo largometraje en conjunto, después de Caídos del Mapa (2013), en el cual cuentan las desventuras de este trío de jóvenes adultos a partir de la perdida de un cuadro en el evento del titulo. Es tan previsible como irresistible afirmar que La Última Fiesta es un promedio exacto entre Proyecto X (Nima Nourizadeh, 2012) y ¿Qué Pasó Ayer? (Todd Phillips, 2009), pero aún así absolutamente necesario, especialmente con esta última. Nicolás Vázquez (Alan) y Benjamín Amadeo (Pedro), en sus reinterpretaciones de Phil (Bradley Cooper) y Alan (Zach Galifianakis), cometen el error insoportable de querer hacer reír en cada intervención. Y si bien, nobleza obliga, en algunas oportunidades logran una fluidez en sus intenciones humorísticas, también arruinan aquellas que podrían haber funcionado. Repasen sino la escena de la espera en la esquina donde Alan le pide a Pedro que confié en él y vean como Silbert y Mark pasan de un plano cerrado a uno totalmente abierto con el claro objetivo de que nadie se pierda el chiste (visto mil veces). Y como Vazquez y Amadeo, La Última Fiesta se convierte desde temprano en un cúmulo de situaciones insólitas cuyo únicos objetivos son ser mas ridículas y zarpadas que la anterior y, de este modo, forzar la risa con recursos que van desde el mal gusto hasta lo escatológico. Que de por sí no está mal (sino revean Borat), pero atenta contra la propia película cuando se convierte en un fin en cada acto al disponer toda su estructura narrativa al servicio exclusivo del chiste y el gag. Irónicamente, el largometraje encuentra sus momentos mas agradables cuando disipa esa cortina de humo eufórica, se tranquiliza y quiere contar algo. Las peripecias de ese artista frustrado que es Dante, el personaje del cumplidor Alan Sabbagh, el énfasis que por momentos le pone a la amistad del trío o las dinámicas de pareja. Mas allá de una sana apuesta a la renovación de ciertas figuras del humor local, las intervenciones de Julián Lucero (Cualca!), Ezequiel Campa (del standup homónimo), Sebastián Presta (Duro de Domar) y Julián Kartun (Por Ahora) aunque logran darle cierta frescura, no pueden salvarla de su propia misoginia, y obsesión sexual y escatológica. Como en una mala película de terror, Silbert y Mark buscan el estimulo constante y efectivo, el problema es que pocas veces lo encuentran.
Una mansión desocupada durante un fin de semana es la oportunidad justa para que tres amigos organicen La Última Fiesta, un evento que, como debe ser, se les irá de las manos y los meterá en problemas al día siguiente. La fiesta inolvidable: La última fiestaTres niños compartieron los deseos en un cumpleaños fallido, pero ya de adultos sólo a dos de ellos se les cumplió lo que pidieron y Dante (Alan Sabbagh), quien soñaba con convertirse en artista profesional, lo máximo que logró acercarse a su sueño es trabajando como guardia de seguridad en un museo donde puede indignarse a diario con los comentarios que escucha sobre las exposiciones que custodia. Como es esperable, la frustración que todo esto le provoca se filtra a su vida personal y su relación se resiente hasta que es forzado a volver a la soltería, dándole así a su mejor amigo Alan (Nico Vázquez) la excusa que está buscando para organizar una enorme fiesta en la mansión que un excéntrico millonario dejó libre el fin de semana. Para Alan no es importante que Dante no tenga interés en una fiesta, es la oportunidad con la que soñó por años y no se la va a perder. La mañana siguiente se despiertan en un estado lamentable pero confiados de haber vivido la fiesta de sus vidas, hasta que descubren que en algún momento de la noche alguien se llevó una obra de arte de la casa. Conociendo el carácter explosivo del dueño de la mansión, se embarcan en una misión desesperaba por recuperarla antes de que regrese de su viaje, aunque para eso necesiten relacionarse con absurdos y peligrosos personajes del bajo mundo. ¿Qué pasó ayer?: La comedia siempre tiene un factor extra que complica cualquier análisis y es algo tan simple como que no todos nos reímos de las mismas cosas. La Última Fiesta es una película de género y como tal, tiene una meta bastante específica que cumple con bastante éxito y se mantiene dentro de las fronteras que el mismo estilo le marca. Su búsqueda es principalmente hacia un humor directo con pocas vueltas y no tiene pretensiones de contar una historia compleja ni de deslumbrar con actuaciones remarcables o una propuesta visual novedosa, por más que se mantiene en los límites de la corrección en todos esos campos durante toda la película. Nico Vázquez es el mismo canchero exagerado de siempre, Benjamín Amadeo es un Coqui Argento con problemas psiquiátricos y Alan Sabbagh hace un poco de contrapeso a sus caricaturizados compañeros poniendo algo de acidez al trío de protagonistas. Toda la primera parte de la película hasta que termina la renombrada fiesta es prácticamente una seguidilla de gags anticipables y escatológicos que ya vimos un centenar de veces, pero para los que nunca falta público. Hay un pequeño pero interesante cambio de tono hacia el absurdo cuando se desata la búsqueda del cuadro perdido, agregando algunos ridículos personajes secundarios que, al menos para los que dejamos de verle la gracia a un borracho vomitando hace muchas repeticiones, resultan más carismáticos que los protagonistas. No dejan de ser caricaturas bastante unidimensionales pero no necesitan más que eso para robar alguna risa entre tanto rechinar de dientes, porque están bien construidos e interpretados y explotan con eficacia lo absurdo de sus personalidades. A la película le siguen sobrando lugares comunes y la historia fluye a fuerza de algunos giros forzados, pero el mundo de La Última Fiesta es coherente en su ridiculez y se hace cargo de no tener intenciones de cuidar el realismo en una historia donde conviven un director de cine porno con muchas aspiraciones, una banda de músicos un tanto farsantes, un sicario vigilado por su esposa y un traficante de pocas luces pero que sabe hacer su trabajo. Y este punto me parece algo rescatable de la película: aunque claramente está dirigida a un público específico que se divierte con ese humor adolescente y poco rebuscado del que pueden empezar a reirse antes del remate porque ya lo escucharon una docena de veces, tiene una segunda capa paralela un poco más sutil que la puede hacer viable para otro público un poco más amplio. O al menos que no salgan indignados. Conclusión: Nadie va a ver La Última Fiesta por accidente y seguramente las opiniones van a ser polarizadas. Quienes disfruten del humor directo y escatológico definitivamente van a pasar un buen rato, pero quienes prefieran otra clase de comedia se van a quedar afuera y hasta van a sentir vergüenza ajena durante varias escenas. Todo esto me impide ser más duro con una película que seguramente no elegiría ver, porque más allá del gusto personal me parece innegable que cumple efectivamente con lo que se propone y promete.
No será una película inolvidable pero es un paso interesante y bien realizado para el lado al que la comedia internacional está yendo. Hay un tipo de comedia que en los últimos años se escurrió de a poco pero sin detenerse en las pantallas de todo el mundo: la fiesta descontrolada. En su momento, American Pie era una película única entre un montón de su género que poco descontrol tenían para ofrecer, pero pronto la cosa cambió. La fórmula planteada en esa saga comenzó a afinarse, mejorarse, y adaptarse a la actualidad. Ahora la comedia de descontrol está claramente definida y casi tiene suficientes ejemplos como para ser considerada un subgénero. La más famosa de las recientes es ¿Qué pasó ayer? (The Hangover, 2009). Movió tanto al público que terminó convirtiéndose en una trilogía; concluyó en 2013 luego de generar más de un billón de dólares alrededor del mundo. Luego de la separación de Dante (Alan Sabbagh), sus dos mejores amigos Alan (Nicolás Vázquez) y Pedro (Benjamín Amadeo) deciden hacer una gigantesca fiesta para animarlo. Alan es vendedor inmobiliario, y eligió una mansión que iba a estar vacía el fin de semana para llenarla de gente, alcohol y música. A la mañana siguiente descubre, para su sorpresa, que una de las pertenencias más queridas del violento dueño de la casa, desapareció. Los tres amigos deberán combinar lo poco que recuerdan de la noche anterior con todas las pistas que puedan encontrar para recuperar este preciado objeto y la sospechosa, interpretada por Eva De Dominici. La comedia argentina está resurgiendo de a poco. Cada vez son más actuales y menos familieras, dejaron de intentar repetir fórmulas del pasado. La dirección de La Última Fiesta está a cargo de dos personas: Nicolás Silbert y Leandro Mark, juntos ya habían dirigido Caídos del Mapa (2013). El reparto tiene algunas caras conocidas y otras no tanto. Los tres protagonistas son interpretados por Nicolás Vázquez, Alan Sabbagh y Benjamín Amadeo. Los acompañan Eva de Dominici (Los Ricos no Piden Permiso, 2016) y Julián Kartún, conocidísimo por su personaje Caro Pardíaco. Las actuaciones son poco comprometidas pero entonan perfectamente con el conflicto ridículo que el film plantea en su trama. Es como un sketch muy largo, y eso es tal vez lo que más compre al público. A pesar de ser un subgénero bastante nuevo, esta comedia descontrolada llena de fiestas llegó muy rápido a la cima. Películas como 21 Jump Street (2012) o The Hangover (2009) se alejaron del combo simple de ‘amigos + fiesta’ y lo convirtieron en casi una comedia noir, si puede hacerse esa combinación. Al estilo de Lock, Stock and Two Smokin’ Barrels (1998) o Superbad (2007), los personajes van de mal en peor de forma constante, casi siempre en el transcurso de una sola noche, y es ahí de donde La Última Fiesta toma prestado. El toque argentino, sumado a lo actual del slang de los personajes hacen de esta una comedia bien redondeada y hasta mejor que muchas producciones millonarias del extranjero.
La clásica comedia argentina descontrolada y escatológica inicia un nuevo capítulo en su historia con la película de Nicolás Silbert y Leandro Mark, quienes potencian ciertos elementos del humor que ya se mostraron de manera más tímida en las comedias románticas de Ariel Winograd (Mi primera boda, Vino para robar, Permitidos) y le dan su propia impronta absurda (también tiene algo de la ironía de Judd Apatow). La película protagonizada por Nicolás Vázquez, Alan Sabbagh, Benjamín Amadeo y Eva de Dominici, cuenta la historia de tres amigos de la infancia que organizan una gran fiesta para animar a uno de ellos, después de que su novia de toda la vida lo abandona. En este mega fiestón hay sexo, drogas, personajes bizarros (muy similar a la clásica Despedida de soltero con Tom Hanks) y finalmente una sensual mujer que, aparentemente, roba un costoso cuadro de la casa prestada en la que se celebró el evento. Al mejor estilo de ¿Qué pasó anoche? (The Hangover, 2009), los tres amigos deben averiguar cómo recuperar el cuadro antes de que el dueño de la mansión, quien tiene conexiones con la mafia, se cobre venganza. Pronto se involucran en una serie de divertidas y alocadas situaciones que los llevan desde un enorme buque hasta la filmación de una película porno. Abundan las subtramas y los gags, pero a pesar de esto el filme es una bomba de estímulos que entretiene y en más de una ocasión te deja riendo a carcajadas por pequeñas idioteces o frases, porque básicamente es eso, tres idiotas que se aman y se conocen desde siempre, pero que por momentos se sacan de quicio entre ellos. La calidad técnica es impecable y ojalá más directores se animaran a hacer este tipo de trabajos, pero la crítica es feroz y pude ver como grandes medios la tildaban de “penosa” o “más para llorar que para reír”. En mi humilde opinión, no es una obra de arte y nunca pretendió serlo. Es una comedia de enredos muy bien llevada y con actuaciones convincentes que es ideal para ir a ver con un grupo de amigos despreocupados. No es una película de Darín para reflexionar, pero tampoco es una de Suar para tirarse por la ventana (a la que casualmente los grandes medios no crucificaron).
Siga el baile, siga el baile Con un esquema muy parecido al de ¿Qué pasó ayer? (The Hangover, 2009), el film de Nicolás Silbert y Leandro Mark, La última fiesta, nos traslada a un sinfín de problemas que tienen tres amigos de la infancia después de un fiestón sin control alguno. No se puede decir que la película es una maravilla porque definitivamente no lo es. Está realizada simple y llanamente para poder ir un rato al cine, sentarte en tu butaca, reírte un rato y volver a la cama a dormir. No busca complicar tu mente con retoricas o una trama filosófica, busca divertirte y lo logra, los chistes funcionan y los personajes están armados para su propósito. Uno de los directores, Nicolás Silbert, comentó de qué otros films se alimentaron y qué referencias tuvieron en cuenta a la hora de hacer el guion: “ Nos alimentamos de la comedia, básicamente. En sí no es una película sobre una fiesta, no transcurre mucho tiempo ahí. Sí tiene mucha peripecia, personajes y situaciones, entonces nos pusimos a ver comedias de acción, de aventuras, a los hermanos Coen y al mismo Fincher, porque nos gustan sus encuadres y los colores de las situaciones de sus películas. A diferencia de Hangover, en donde el exceso no te lo muestran, acá sí te mostramos lo que es un poco la fiesta. Pero la otra parte divertida es todo lo que sucede con estos tres idiotas intentando resolver el problema que también es una idiotez. Tenemos muy en claro que es una premisa bastante idiota que utilizamos como base para hacer la comedia y lucirnos con los actores. No es la historia en sí lo más importante. Nosotros teníamos como premisa hacer una comedia popular que estéticamente esté muy cuidada, visualmente con mucha calidad, que tenga fotografía, color, planos, efectos de sonido, todo un laburo creativo e ideas que uno, usualmente, no relaciona a este tipo de género. La gente invierte dinero en el ticket y hay que darle un producto a la altura de las circunstancias. Queríamos poder combinar ambas cosas, un chiste con la bola en la ingle y una fotografía con encuadres y dirección de arte, un trabajo creativo que se vea”, comentó al sitio El Lado G. También habló sobre la actualidad de la comedia argentina: “La vara está alta. Somos un país de buena comedia, no solo en el cine. La gente responde muy bien en la comedia, le gusta, ha funcionado comercialmente. Además, también tenemos todo el cordón audiovisual de la UNTREF, de la internet, Instagram y de toda la gente que está generando su propio contenido audiovisual con buenos resultados y autogestión. Hay mucho talento dando vueltas. Es un buen momento para que aparezcan películas como estas. Es un síntoma de algo que merece llegar a una pantalla grande”. ACTORES: Nicolás Vázquez: a este actor argentino no lo tenemos en muchas películas y en esta, considerando que es un papel cómico, no está mal, sostiene bien el personaje y logra ser gracioso de vez en cuando. Alan Sabbagh: a Sabbagh sí lo tenemos mucho del cine, pero en este film no tiene su mejor performance, su comicidad no es la más indicada, se queda algo corto. Benjamín Amadeo: por ser el personaje más “tonto” termina siendo el personaje más gracioso, a pesar de la exageración, te llega a sacar un par de risas.
A partir de una idea de los productores de Buffalo Films (Resurrección, Gato negro, Socios por accidente, El abrazo de la serpiente), Nicolás Silbert y Leandro Mark capitanean La Última Fiesta. A diferencia de Caídos del mapa -que es una comedia juvenil ATP-, lo erótico, escatológico y el humor negro se apoderan del segundo film de esta dupla, que logra acoplarse a los buenos directores y títulos que hacen quedar bien a la comedia argentina actual.
La última producción nacional Inspirada en exitosas comedias estadounidenses como la trilogía ¿Qué pasó ayer? o Proyecto X (2012), La última fiesta (2016) sigue con esta misma fórmula con personajes típicos del género: el loser, el freak y el ganador. Aquí es cuando comienza el conflicto, Dante (Alan Sabbath) es abandonado por su novia por no ver un futuro con él y sus amigos de la infancia Alan (Nicolás Vázquez) y Pedro (Benjamín Amadeo) deciden organizarle una fiesta sorpresa en una mansión que pertenece a un hombre peligroso.
Crítica emitida por radio.
Nueva Comedia Americana, pero made in Argentina. Un treintañero, vigilante de un museo de arte y eterno aspirante a ilustrador, se separa de su novia. La respuesta de sus dos mejores amigos, con quienes comparte un vínculo forjado en la más tierna infancia, no es apoyarlo ni prestarle el oído, sino organizar una fiesta a todo trapo en la mansión que uno de ellos debe vender. La velada incluye, entre otras delicias, hectólitros de alcohol, decenas de gramos de marihuana y muchas, muchísimas minas lindas. Una de las ellas (Eva de Dominici, objeto de deseo de Leonardo Sbaraglia en la reciente Sangre en la boca) se volverá primero obsesión de uno y, después, de todos: resulta que el anfitrión le regaló un cuadro que ahora, aparición de un asesino a sueldo mediante, deberán recuperar. Si todo lo anterior suena a típico núcleo argumental de una de esas comedias norteamericanas que hacen del rompan todo y el reviente sus mandatos rectores, con ¿Qué pasó ayer? como referencia más cercana, se debe a que, efectivamente, la historia se contó mil veces antes. La particularidad de La última fiesta es que el desahuciado vigilante no es Ed Helms, ni el amigo medio tonto Zach Galifianakis, ni el galán Bradley Cooper, sino Alan Sabbagh, Benjamín Amadeo y Nicolás Vázquez, respectivamente. Dirigido por Nicolás Silbert y Leandro Mark (Caídos del mapa), el film es plenamente consciente de ese marco referencial exportado de uno de los modelos narrativos más trajinados en la esfera cómica del Hollywood moderno. El problema es que éste sirve simultáneamente como base y límite, convirtiendo aquello que debería ser su plataforma de despegue en el punto de llegada, como si sus mismísimos creadores hubieran establecido que el techo de su trabajo era conseguir “que se parezca a” en lugar de apostar por un relato con vuelo propio, sostenido y de anclaje argento. En ese sentido, La última fiesta, igual que varias de las comedias románticas nacionales más exitosas en términos de taquilla de los últimos años, resigna particularidades en pos de sostener su filiación angloparlante. Tanto así que la historia podría transcurrir en Buenos Aires, el Distrito Federal mexicano o Bangkok que el resultado final no sería muy distinto, más allá de los modismos propios de cada escenario. Debe reconocerse, sin embargo, que la copia es módicamente eficaz, entendiéndose por ello que, en sus mejores momentos, maneja los resortes humorísticos con soltura y firmeza. Sucede sobre todo cuando el guión confía en esos personajes secundarios que son partes iguales de absurdo y deformidad. Sometidos a una sucesión de situaciones deliberadamente inverosímiles –otra norma del subgénero: recordar sino las apariciones de un tigre de bengala o Mike Tyson en ¿Qué pasó ayer? –, el dealer con un Edipo más grande que el barco que le sirve de guarida (Julián Kartún), el hitman pollerudo (César Bordón) o el guardia siempre dispuesto a contar sus penurias diarias (Atilio Pozzobón) son pequeños lapsus de originalidad dentro de un universo que, paradójicamente, de original tiene poco y nada.
"¿Qué pasó ayer?" en versión vernácula AUNQUE ELEMENTAL Y POCO SUTIL, "LA ÚLTIMA FIESTA" HACE REÍR - Más que inspirada en la saga estadounidense de amigos juerguistas, la comedia arranca carcajadas gracias a que el dúo de directores saca el mejor comediante de adentro de cada uno de sus intérpretes. Esta comedia guarra tal vez imite demasiado el estilo de "¿Qué pasó ayer?", y sin dudas es tan elemental como poco sutil, pero tiene un gran punto a su favor: hace que el público ría a carcajadas. Nicolás Vásquez es un agrandado vendedor de importantes propiedades que suele utilizar para armar grandes fiestas, lo que viene de perillas cuando su apocado mejor amigo Alan Sabbagh, guardia de seguridad de un museo que nunca se anima a mostrar sus trabajos como artista plástico, se separa de su novia. La gran fiesta se realiza en la impresionante casa de un excéntrico millonario coleccionista de arte, e involucra a un grupo de impresentables músicos de hip hop drogones que se hacen amigos del hermanito del anfitrión (Benjamín Amadeo), un chico con algunos problemas mentales que debe estar medicado todo el tiempo. En medio del jolgorio Vásquez conoce a una bomba sexy (Eva de Dominici) con increíbles poderes de seducción a la que, ya totalmente borracho, le regala uno de los cuadros de la mansión. Y la desaparición del cuadro provoca que el trío protagónico se involucre en todo tipo de enredos peligrosos con mafiosos y narcotraficantes. Si bien el ritmo es desparejo y algunas situaciones son cantadas, una cualidad de "La última fiesta" es que cada personaje tiene algo divertido que aportar, por ejemplo el padre adicto al porno por internet que encarna Roberto Carnaghi. Y el dúo de directores, que no filma nada mal, saca el mejor comediante de adentro de cada uno de sus intérpretes. El estilo de humor adolescente esta tan plagado de juguetes eróticos que por momentos toda la película parece estar producida por alguna cadena de sex shops, lo que no impide que algunos de los chistes más zarpados sean eficaces. Sutil o no sutil, lo cierto es que es una comedia muy graciosa en general, y al final eso es lo que vale en una comedia.
Points: 4 When you need four screenwriters and two directors to make a crowd-pleasing mainstream comedy, something has got to be wrong. Because the saying “the more, the merrier” doesn’t apply here. Either nobody has a clue as to what sort of film they want to make, or there are far too many ideas tossed in just to make sure one or two of them actually work. Or both apply. In any case, it’s a dead end alley. Argentine comedy La última fiesta (“The Last Party”), written by Lucas Bucci, Nicolás Silbert, Tomás Sposato, and Agustina Tracey, and directed by Nicolás Silbert, and Leandro Mark, rather than a joint effort, is a collective disaster. And that’s an understatement. Alan (Nicolás Vázquez), Dante (Alan Sabbagh) and Pedro (Benjamín Amadeo) are three grown-up lifelong friends who love each other dearly. When Dante ends a long term relationship, he’s devastated. So his friends decide to throw a huge party to cheer him up. Too bad that despite the party being a success, an expensive painting is stolen. What is even worse is that both the house and the painting belong to a man of dubious and dangerous behaviour. So now the three friends must recover the painting at all costs and against all odds. La última fiesta faces two major unmistakable problems: it’s cinematically flavourless and its sense of humour can’t get any more basic — it’s hard to figure out which one is worse. It’s filmed as though it was a long and very glossy TV commercial with no texture, no depth, no tangibility, and no aesthetic criterion other than making everything look picture-perfect. So forget all sense of atmosphere because regardless of the different settings and locations where the scenes are set, they always look pretty much the same. Camerawork and editing are equally generic, so no wonder the film feels so static, so inert. As for the narrative, don’t think of La última fiesta as an organic film, but instead as a string of poorly assembled skits with lousy timing. As for the sense of humour, for starters let’s say what it is not: it’s not subtle, witty, or parody-bent. There’s no irony, self-loathing, or sarcasm either. It’s not that physical and it’s not remotely intellectual or discursive. Basically, it’s just gross. But even within this vein, it could’ve been effective — I’m thinking of some Farrelly brothers’ films. But that’s not the case of La última fiesta. What you have here is a series of gags depicting people puking on themselves and on each other, scattered faeces, toying with blood sausages, weed bongs, and dildos. The most sophisticated ones involve unfunny innuendos and moronic word fencing. Maybe if there were just one screenwriter and one director, the total mess of a film that is La última fiesta could have been avoided to some degree — or maybe not. As is, it’s definitely the kind of party you don’t want to crash. Production notes La última fiesta (Argentina, 2016). Directed by Nicolás Silbert, Leandro Mark. Written by Lucas Bucci, Nicolás Silbert, Tomás Sposato, Agustina Tracey. With Nicolás Vázquez, Alan Sabbagh, Benjamín Amadeo, Eva de Dominici, Julián Kartún, César Bordón, Roberto Carnaghi, Julián Lucero, Sebastián Presta. Running time: 105 minutes. @pablsuarez
UNA ANOMALIA Hasta el momento, cuatro eran las comedias destacadas durante el 2016 en el panorama del cine argentino: Me casé con un boludo, que evidencia nuevamente que el ego de Adrián Suar sólo es equiparado por la impunidad de la que goza entre el público y los críticos; Permitidos, que expone las vacilaciones de la dupla Winograd-Piroyanski a la hora de seguir consolidando su universo cinematográfico; Inseparables, que confirma que Marcos Carnevale es el referente máximo del mensajismo nacional; y El ciudadano ilustre, donde Gastón Duprat y Mariano Cohn profundizan en ese choque entre la civilización y barbarie que habían comenzado en El hombre de al lado. Si nos ponemos a pensar cada una de estas películas, es difícil encontrar algo novedoso: hay sólo repeticiones y confirmaciones. La novedad dentro del año -e incluso cuando analizamos el cine argentino a nivel más general- la viene a aportar el estreno de La última fiesta. Será una novedad, pero la fórmula de la cual parte la película es, paradójicamente, algo ya visto muchas veces, aunque en otras latitudes: un trío de amigos, bastante distintos entre sí, pero unidos por una especie de pacto desde la infancia, que arman una fiesta donde el descontrol es la norma y que después deben afrontar las consecuencias como pueden. Lo de las celebraciones como ámbitos atravesados por los códigos de la amistad masculina y el imaginario machista es algo que Hollywood viene abordando desde hace rato, en films como Despedida de soltero, ¿Qué pasó ayer?, 21, la gran fiesta o Proyecto X, pero que en la Argentina sólo ha aparecido a cuentagotas en el terreno publicitario. Es decir, se puede pensar a La última fiesta como la traslación del discurso publicitario a la comedia argentina. Y lo cierto es que en buena medida el film se hace cargo de estos referentes y posibles pertenencias, pero sólo en la medida en que le conviene y estableciendo otras conexiones a lo largo de su relato. En verdad, lo que más le cuesta a La última fiesta es plantear el conflicto, porque implica establecer un orden narrativo -incluso desde el caos algo impostado de la celebración del título- con el que el film no se termina de sentir cómodo. Ahí tenemos a Alan (Nicolás Vázquez), que se dedica a vender propiedades inmobiliarias pero que lo suyo es enfiestarse cada vez que puede; Dante (Alan Sabbagh), quien no termina de darle el puntapié inicial a su carrera como dibujante y está estancado en su trabajo como guardia de seguridad en un museo; y Pedro (Benjamín Amadeo), que… bueno no sabemos qué demonios hace o le pasa a Pedro, y la verdad que no importa. El segundo está deprimido porque la novia lo echó de su casa y los otros dos (bueno, sólo Alan, aunque Pedro acompaña) prácticamente lo arrastran a una fiesta en la mansión de un tipo muy violento interpretado por Fabián Arenillas. Todo irá fenómeno, pero el robo de un cuadro en medio del descontrol forzará al trío a hacer todo lo posible por recuperarlo, zambulléndose en una trama policial cada vez más complicada y enrevesada. A partir de allí, de lo policial y la estructuración de road movie, es que la película irá adquiriendo una mayor solidez. Esa solidez se sostiene, por más que parezca una contradicción, en un rumbo narrativo y hasta formal que roza lo anárquico, pero que le sirve a la película para ir expresando unas cuantas ideas sumamente interesantes y hasta instancias estéticas que denotan una imaginación poco acostumbrada en el panorama del cine nacional. Es llamativo cómo, por ejemplo, el film consigue correr de los lugares esperados al rol de la mujer, en especial con el personaje de Eva De Dominici, que al principio parece cumplir con todos los estereotipos objetuales para luego poner en crisis la mirada masculina de Vázquez. También es cuando menos saludable la manera en que se naturaliza el universo pornográfico a través de una visión paródica pero no exenta de cariño. Del mismo modo, se percibe una puesta en escena ambiciosa, que hasta se permite un plano secuencia en un set de filmación que tiene plena pertinencia por cómo va delineando las fuerzas en pugna y las motivaciones de los distintos personajes. Pero todo lo anterior puede sustentarse y cobrar sentido porque, aun con sus fallas, La última fiesta tiene algo para contar y muestra una sana preocupación en lo que se refiere a la construcción de personajes: como pocas veces en sus carreras, Vázquez, Sabbagh y Amadeo encuentran un campo fructífero para explotar sus respectivas virtudes cómicas. Y esto se nota no sólo en los protagonistas, sino también en los roles de reparto: personajes como el padre adicto a la pornografía interpretado por Roberto Carnaghi; el trío de músicos siempre en pose encabezado por Luciano Rosso; el dealer (Julián Kartún), con su relación cuasi edípica con su madre (Graciela Pal); o el asesino a sueldo (César Bordón) en constante comunicación con su esposa son pequeños hallazgos de comicidad, piezas esenciales en los no pocos momentos de felicidad que entrega la película. A La última fiesta se le podrá reprochar, no sin razón, sus desniveles narrativos, su arranque titubeante, una banda sonora que remarca demasiado algunos pasajes y algunas resoluciones como mínimo apresuradas. Pero no deja de ser un gran paso adelante para los directores Nicolás Silbert y Leandro Mark, luego de la fallida ópera prima que fue Caídos del mapa, donde casi nunca conseguían encontrar el tono preciso. Acá hay un tono bien definido, en base a una enorme cantidad de ideas y unas cuantas ambiciones llevadas a buen puerto. La última fiesta es una pieza rara, una anomalía dentro de la comedia nacional actual: quizás no sea la concreción, pero sí puede llegar a ser el comienzo de algo nuevo. Difícil saber si esa novedad terminará de plasmarse, si Silbert y Mark podrán ratificar el rumbo, puliendo lo insinuado aquí, o si alguien más tomará la posta. Mientras tanto tenemos este film, que sin ser una maravilla es sincero en todo lo que propone y de lo más feliz que ha entregado el cine argentino este año.
El gran mérito de "La última fiesta" es su osadía Comentario de la comedia argentina protagonizada por tres tipos sin cerebro metidos en una aventura peligrosa. A La última fiesta hay que tenerle paciencia para poder entrar en su juego. Si bien cae simpática de entrada, recién en la mitad de la trama se comprende su descabellada lógica y su desvergonzada propuesta. La película empieza con un prólogo ambientado unos años atrás en el que se ve a tres niños: Alan, Dante y Pedro. Están esperando a los invitados en el cumpleaños de uno de ellos. Como no llega nadie, lo festejan solos y piden un deseo en voz alta para sellar su amistad. Alan quiere que sus fiestas sean increíbles; Dante anhela ser un dibujante; y Pedro, el lelo del grupo, sólo pide ser su amigo. Pero en la actualidad sus vidas son muy distintas. Alan (Nico Vázquez), el más canchero de los tres, es un vendedor inmobiliario con cierto éxito. Dante (Alan Sabbagh), el pusilánime, es un dibujante frustrado y guardia de seguridad en un museo. Y Pedro (Benjamín Amadeo) es el freak bueno que tiene que estar medicado para no descontrolarse. Dante se pelea de su novia y Alan aprovecha que se queda a cargo de una mansión por un fin de semana y le organiza una fiesta para levantarle el ánimo. En la casa hay un cuadro importante que roban y los tres amigos tendrán que recuperarlo. La excusa perfecta para dar rienda salta a una seguidilla de gags comandados por el mal gusto. Brutal osadía El principal mérito de La última fiesta es su bruta osadía, su atolondrada libertad. Rocambolesca, grosera, ordinaria, absurda, escatológica, ambiciosa, desenfadada, falocéntrica, sexista, mediocre, pornográfica, torpe, incómoda, atrevida, onanista, ridícula, estúpida. ¿Cómo abordar una película que reúne todas estas características? La dupla conformada por Nicolás Silbert y Leandro Mark (los mismos directores de Caídos del mapa) vuelve a demostrar interés por la mezcla de géneros y elementos tan disimiles como irreconciliables. En este caso, conjugan la comedia de adolescentes al estilo Proyecto X con el subgénero de guantes blancos y mafiosos. Increíblemente el resultado es aceptable: un filme simpático que hace reír más por lo tonto que por lo inteligente. Hay muchas subtramas y muchas vueltas de tuerca. La película se oscurece pero luego se aclara y sale adelante, mientras desfilan una serie de personajes tan desopilantes como patéticos. Si la forma cinematográfica hubiera sido arriesgada como su contenido, quizás estaríamos ante una película de culto. Pero La última fiesta termina siendo un alegre desliz del cine argentino. Reír para no llorar.
Se vino la pachanga "La última fiesta" aggiorna un género tan hollywoodense como es la comedia de aventuras y sin negar las referencias a películas como “¿Qué pasó ayer?” pone ingredientes autóctonos de nuestra cultura, gags y comentarios bien argentinos, para crear un producto interesante y sin dudas pionero en la industria nacional. "Pasame más tinto, se vino la pachanga” dice una de las canciones de "Vilma Palma & Vampiros” y una de las más “fiesteras” de nuestro país. Y qué mejor que aggiornar un género tan hollywoodense como es la comedia de aventuras y fiesta que con un símbolo de diversión nacional. Con esta canción, larga desde los créditos iniciales el filme dirigido por Nicolás Silbert y Leandro Mark, casi un golpe bajo al apelar a un catalizador de tantas noches entre amigos y predispone a pasarla bien desde el inicio. Alan (Nicolás Vázquez), Dante (Alan Sabbagh) y Pedro (Benjamín Amadeo) son tres amigos inseparables que crecieron juntos. Dante se separa de su novia el mismo fin de semana que a Alan, agente inmobiliario, le entregan una mansión para mostrar. En la noche pasa de todo y ellos se coronan como reyes de la fiesta, hasta que en la mañana posterior se dan cuenta de la ausencia de una valiosa obra de arte. Por la locura de la celebración, los tres padecen lagunas mentales sobre lo que sucedió, pero con esfuerzo se dan cuenta de que pueden encontrarla. Un grupo de música muy extraño, una fan hermosa (Eva de Dominici) que enamoró a Alan, un dealer con problemas mentales y un sicario transformarán esa búsqueda en una misión casi imposible. Sin negar las influencias y referencias a películas como “¿Qué pasó ayer?” y otras de temática similar, y parados sobre esa estructura, “La última fiesta” pone ingredientes autóctonos de nuestra cultura, gags y comentarios bien argentinos, para crear un producto interesante y sin dudas pionero en la industria nacional. Aquí no hay pretensiones más que la de hacer que el público pase un buen rato. Allí gana también con la incorporación de Martín Campa, Julián Kartun y Luciano Rosso, que vienen del nicho humorístico teatral, un acertado cameo con texto de Sebastián Presta (Préstico -“Duro de domar”), y la presencia de Graciela Pal, César Bordón y Roberto Carnaghi, que están siempre a la altura. Otro logro del largometraje es el equilibrio en el trío protagónico, que entona en forma coral una afinada armonía humorística, aunque Amadeo sobresale por correrse de todos los lugares comunes en los que con otras propuestas podría caer (cómo galán y cantante) y demuestra un gran tino para la comedia. “La última fiesta” es una de las marcas de un tiempo de cambios drásticos para el cine nacional, en un año en el que el cine de género recibió numerosas nominaciones en los Cóndor de Plata, por ejemplificar con el evento más cercano, pero en el que hace años los directores de esta -relativamente nueva- forma de hacer películas vienen trabajando para ser reconocidos de la misma forma que sus pares y no ser enjuiciados por reinterpretar influencias extranjeras.
¿Qué pasó ayer? Alan, Dante y Pedro son tres amigos inseparables desde la infancia que ahora andan por los treinta y pico. Cuando Dante se separa de su pareja, Alan (el galán canchero) decide organizarle una fiesta para levantarle el ánimo. El problema es que la fiesta en cuestión se descontrola en excesos y los amigos terminan involucrados en una historia que incluye a pandilleros, dealers y mafiosos. En “La última fiesta” los directores Nicolás Silbert y Leandro Mark (“Caídos del mapa”) intentaron hacer una suerte de “¿Qué pasó ayer?” a la argentina, pero ya se sabe que el género comedia no es fácil, aunque en el cine nacional viene en crecimiento. La película tiene un guión bien narrado, un trío de protagonistas bien definidos y algunos gags logrados, que casi siempre están relacionados con las características de los personajes. Pero por otro lado también abusa de los chistes escatológicos y sexuales (que se repiten sin gracia ya de entrada) y los enredos se alargan demasiado en la última media hora, donde la comedia se desinfla sin atenuantes. Alan Sabbagh se luce como un dibujante frustrado que trabaja como guardia de seguridad y Benjamín Amadeo responde bien al estereotipo de freak. Nicolás Vázquez, en cambio, sólo repite tics.
Podría decirse que ésta realización argentina no es otra cosa que la traslación de lo peor de la mal llamada comedia hollywoodense actual, con ejemplos como la saga de "¿Que pasó ayer?" (2009, 2011,2013), o todas esas producciones (de alguna manera hay que llamarlas) que creen ponerse como fuera del sistema para dar cuenta de una originalidad que no tienen, sólo cruzar la línea de la comedia hacia la estupidez, herederas del filme "Porky's" (1981), que hoy por hoy, y a la distancia en comparación con lo actual, es casi una joya del cine. De hecho, en éste ejemplar autóctono se observan dos segmentos muy diferenciados, casi con los mismos personajes, pero tanto desde la estructura narrativa como desde las imágenes, no diría en las antípodas, pero si muy alejados, uno de otro. Abre con la idea de instalar el perfil de los personajes, tres amigos de la infancia, uno más perdedor que otro, con el padre de uno de ellos, tan idiota como su progenie. la historia hace una elipsis temporal de 20 años, más o menos,. Dante (Alan Sabbagh) es echado del hogar conyugal por una esposa que se canso de sostener su inoperancia. Él, con su compañero de tareas (Nicolás Vázquez), sigue siendo guardia de seguridad de un museo, artista frustrado, en realidad, comienza a organizar una fiesta de recepción a la soltería, o de despedida del matrimonio, que parece lo mismo, pero no lo es, y no queda demasiado claro. Para ello contará como ayuda con el tercer integrante del trío de amigos, Pedro (Benjamin Amadeo), quien termina produciendo la mejor construcción de entre todos los personajes. Esa primera mitad incluye la fiesta, realizada en una mansión que cae en manos de Alan para que la venda, ya que su ocupación es la de agente inmobiliario. Como era de suponerse, la fiesta se va de control, todo lo que se ve está en función de intentar reproducir gags de filmes yankees que ya en los originales causaban menos gracia que el discurso de un político argentino. No faltaran escenas del orden de lo chabacano, pueril, cuando no escatológico, con casi toda una iconografía pornográfica del mal gusto. Cuando la narración empieza a tener efectos soporíferos al extremo, se produce un corte estilístico, y se podría decir hasta de género. Durante la fiesta desaparece un cuadro de inmenso valor, pecuniario, afectivo, o de otra naturaleza. Con intención de recuperarlo los tres amigos comienzan una investigación que deriva, en cuanto al filme, en uno que se circunscribiría en comedia de acción. Es en este momento en que los directores tienen mejor pulso para los tiempos de cada escena y cada plano, también parece haber un cambio en los guionistas, en total cuatro, dando lugar a personajes muy interesantes y risueños, como el de César Bordón con un doblez muy efectivo. No mucho mas, levanta un poco en esa segunda mitad, las actuaciones son buenas a lo largo de toda la historia, pero el resultado final deja mucho que desear.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030
Nicolas Vázquez, Alan Sabbagh y Benjamín Amadeo en una desopilante comedia de enredos para recibir esta primavera a pura adrenalina.