El pasado se impone Justo como Asghar Farhadi, el gran director iraní de A Propósito de Elly (Darbareye Elly, 2009) y La Separación (Jodaeiye Nader az Simin, 2011) que decidió mudarse a Europa con motivo de El Pasado (Le Passé, 2013) y Todos lo Saben (2018), ahora el japonés Hirokazu Koreeda hace lo propio en ocasión de La Verdad (La Vérité, 2019), su última película y en términos prácticos la sucesora del mejor trabajo de su carrera, Somos una Familia (Manbiki Kazoku, 2018), un astuto melodrama que estaba fuertemente vigorizado por ingredientes del policial, la comedia y hasta el cine testimonial: resulta lamentable pero hay que reconocer que la propuesta que nos ocupa rankea como una de las más flojas y aburridas de la trayectoria del realizador y guionista, aquí complementando su gran obsesión de siempre, léase los análisis familiares lánguidos a lo Yasujirô Ozu, con una arquitectura dramática muy semejante a la de Sonata de Otoño (Höstsonaten, 1978), la obra maestra de Ingmar Bergman acerca del encuentro entre una madre y su hija (Ingrid Bergman y Liv Ullmann). Aparentemente ya finalizado el período del derrotero artístico del nipón centrado en los engranajes del drama criminal prosaico, ese que abarcó The Third Murder (Sandome no Satsujin, 2017) y la citada Somos una Familia, en esta oportunidad volvemos a la región estilística previa de obras varias como las visiblemente inferiores De tal Padre, tal Hijo (Soshite Chichi ni Naru, 2013), Nuestra Hermana Menor (Umimachi Diary, 2015) y Después de la Tormenta (Umi Yori mo Mada Fukaku, 2016), aunque con el trasfondo bergmaniano de fondo: Fabienne Dangeville (Catherine Deneuve) es una actriz francesa que supo gozar de una enorme fama que hoy en la vejez está perdiendo y por ello mismo decide publicar sus memorias con vistas a tratar de recuperar algo de la atención de antaño, lo que genera que su hija guionista, Lumir (Juliette Binoche), y su familia, su esposo estadounidense y actor Hank (Ethan Hawke) y su pequeña hija Charlotte (Clémentine Grenier), lleguen de visita a su casona de París para felicitarla por el lanzamiento del libro. Sin lugar a dudas el mayor problema de la realización es que suele perderse en demasiadas escenas repetitivas en las que el desarrollo narrativo esperable, centrado en los secretitos sucios de otros tiempos y las rencillas jamás resueltas, se estanca en el núcleo del dolor compartido por las mujeres, ahora en relación al fallecimiento de una amiga de Fabienne, la también actriz famosa Sarah Mondavan, quien hizo de madre sustituta de Lumir ante el abandono de una hiper narcisista Dangeville que le robó un papel decisivo a su colega y así la llevó a la depresión y a una muerte con mucho de suicidio a cuestas. La amistad traicionada, los celos no reconocidos y el hecho bastante poco digno de que el personaje de Deneuve durmió con el director de turno para obtener el mencionado rol, el cual luego la hizo ganar el César a la Mejor Actriz, flotan en el devenir retórico sin que se produzca una verdadera confrontación entre madre e hija en medio de diálogos trillados y un tanto banales alrededor de la máscara de fortaleza de una Fabienne que vive confundiendo la realidad y la ficción al actuar/ ponerse en pose frente a su familia y ya casi no poder hacerlo delante de las cámaras por sus inseguridades en torno a la vejez, la parentela y su profesión. Koreeda recurre a latiguillos del rubro confesional como los reclamos de la hija ante las mentiras y omisiones que encuentra en la autobiografía y hasta el formato de “film dentro de film”, en esta ocasión con Lumir acompañando a su progenitora en el rodaje de una película existencialista de ciencia ficción sobre una mujer que no envejece y protagonizada por Manon Lenoir (Manon Clavel), una actriz que todos vinculan con aquella Sarah Mondavan por su parecido y talento, reviviendo el trauma latente que Fabienne desea evitar y Lumir traer a colación aunque sin demasiado ímpetu. A medida que avanza La Verdad todo el asunto se va volcando insólitamente hacia una comedia semi costumbrista y bastante light en la que Dangeville recibe un perdón tácito de su primogénita sin méritos a la vista o algún tipo de aprendizaje moral de su parte, lo que nos habla de un automatismo discursivo que no se condice con el progreso del relato. Si bien la actuación de Binoche es correcta, lo mejor del film está condensado en esa excelsa Deneuve y su maravillosa naturalidad para ambos registros, las risas y los llantos, haciendo que las imposiciones del pasado se sientan verdaderas aun a pesar de la abulia y lentitud de la obra en su conjunto…
La interpretación de su vida. Tras algunos años distanciadas, Fabienne (Catherine Denueve), una aclamada actriz francesa que acaba de publicar un libro autobiográfico, vuelve a recibir en su casa a su hija Lumir (Juliette Binoche), quien regresa a París junto con su esposo e hija pequeña. El argumento principal de la visita es ni más ni menos que para festejar la publicación de “La Vérité (La verdad)”, el libro que a decir verdad es absolutamente todo lo contrario a su título, ya que está plagado de incongruencias y hechos totalmente inexistentes. Es así como ya en las primeras escenas, este film marca una clara distancia entre madre e hija, quienes reviven sus problemas del pasado a medida que Lumir avanza en la lectura del libro. En sus encontronazos, regresa a la vida la figura de Sarah, una actriz aclamada a la par de Fabienne que supo ganarse el corazón de Lumir. Es así como este film, dirigido por Hirozaku Koreeda, comienza a tejer un melodrama que encuentra sus mejores momentos en el descanso cómico pero sobre todo en la poética de la imagen, quien no solo captura el aura sentimental de cada secuencia sino que consigue que esta funcione como un recurso narrativo de gran valor para la cinta. Esta es una historia sencilla y personal, que busca tratar sobre todo la sensibilidad que nace de cada recuerdo, y como cada uno de estos depende a la vez de quien los trae al presente. Es así entonces como esta película propone un viaje sentimental en donde el recorrido estará plasmado de diferentes tipos de ego que habitan en el mundo de la actuación; interpretados espléndidamente por Catherine Denueve y Juliette Binoche, quienes le insuflan vida a este íntimo drama familiar.
La familia es el tema que obsesiona al realizador japonés Kore-eda Hirokazu (Nuestra hermana menor, Después de la tormenta, Nadie sabe, Somos una familia) y si bien Fabienne Dangeville, la estrella que compone Catherine Deneuve y Lumir, su hija guionista -a cargo de Juliette Binoche-, distan mucho de los personajes comunes del resto de la obra del realizador japonés, los chispazos entre ambas esconden y a la vez explicitan una historia de desencuentros, malos entendidos y secretos. Mientras la célebre actriz está transitando el último tramo de su carrera -mientras rueda una película donde ya no es protagonista- y se dedica a hacer comentarios venenosos sobre todo y todos los que la rodean, llega su hija de Estados Unidos a visitarla junto a su esposo Hank (Ethan Hawke como un actor con una carrera mediocre) y su pequeña hija. Lo cierto es que además del drama, el tono de la película también contiene una parte de liviandad, así que se adivina un divertido juego entre Deneuve como una arrogante madre tremenda -cada escena que la incluye pone irremediablemente en segundo plano al resto del elenco- y Binoche como la hija a la sombra del mito. Leve y sin pretensiones, en su primera incursión en el cine fuera de Japón, el irregular Kore-eda concreta un buena película sin la gravedad de trabajos anteriores. LA VÉRITÉ La verdad. Francia / Japón, 2019. Dirección y guión: Kore-eda Hirokazu. Intérpretes: Catherine Deneuve, Juliette Binoche, Ethan Hawke, Clémentine Grenier, Manon Clavel, Alain Libolt, Christian Crahay, Roger Van Hool, Ludivine Sagnier. Fotografía: Eric Gautier. Montaje: Hirokazu Koreeda. Música: Alexei Aigui. Diseño de producción: Riton Dupire-Clément. Dirección artística: Riton Dupire-Clément. Vestuario: Pascaline Chavanne. Distribuye: Maco Cine. Duración: 106 minutos.
ESPEJOS "Cuánta realidad se refleja en una obra, es decir, cuánto en ella se sustenta en lo real y cuánto en la ficción. Pero esto nunca ha sido tan extremo como lo es hoy, donde todo parece estar al revés, donde la ficción se ha convertido en realidad y la realidad en ficción. O más delicado aún, donde la verdad se ha convertido en mentira y la mentira en verdad. Otra lección de guion para el espectador amante del cine oriental. Fabienne (Catherine Deneuve) es una estrella de cine que reina entre hombres que la aman y admiran. Cuando publica sus memorias, su hija Lumir (Juliette Binoche) regresa de Nueva York a París con su marido (Ethan Hawke) y su pequeña hija. Pero el reencuentro entre madre e hija se transformará rápidamente en confrontación: se contarán verdades, se saldarán cuentas pendientes y se confesarán amores y resentimientos. KORE-EDA HIROKAZU explota todos los recursos disponibles, La paleta de colores inspirados en la naturaleza, un crisol de verdes y amarillos, árboles y hojas. Todos los planos y movimientos de cámara, acompañarán al espectador activo hacia el descubrimiento de la verdad y de manera sutil, al igual que sus protagonistas. Además, se destaca en montaje, iluminación, dirección de arte, locaciones, utilería, vestuario y música. Elementos que enriquecen a la trama. Sin lugar a dudas, su fuerte es el guion, del que también es responsable. Tan profundo como multidimensional y simbólico, la trama dramática simula ser sencilla, ya que, de manera astuta, cumple con los tres actos, la premisa aparenta ser sencilla, sin embargo no lo es y brinda pistas. La construcción de personajes, es realmente extraordinaria. Para nada inocente y durante todo el film, utiliza espejos que reflejan los diferentes estadíos emocionales de las protagonistas. La puesta en escena es admirable. Admiro la interacción entre los personajes principales, en un juego de comunicación entre la protagonista y su antagonista. Ambas realizarán una batalla interna y descubrirán que sus conflictos internos van más allá de lo que hubiesen esperado. Decir más sería spoilear. Desde ya que el trabajo de casting es formidable, destacándose la dupla DENEUVE (La Dernière folie de Claire Darling, 2018) y BINOCHE (Copie conforme, 2010). Magníficas actrices, quienes interpretan sus roles de manera exquisita. Es notable la manera de expresar lo que el realizador quiso relatar. Empatizamos de inmediato con estas actrices y con todo el elenco. Prestar atención a la niña que saca fotos todo el tiempo y las miserias de cada familia o matrimonio supuestamente feliz, lo demás se lo dejo al público para que interprete y saque sus conclusiones. Un ejemplo entre el qué y el cómo relatar una historia simple que esconde información, como las capas de cebolla en "Citizen Kane de Orson Welles, 1941". "El cine oriental, tiene esa mágica receta que siempre funciona, porque es en el silencio, en la complicidad de miradas y gestos, en donde todos nos sentimos acompañados e identificados. Siempre sus mensajes son universales y existe un antes y un después de esa conexión entre el espectador y el respetuoso realizador que nos nutre desde un lugar natural e inherente a cada ser humano. Se agradecen estos filmes que alimentan el alma, nos invitan a reflexionar y salir de nuestra zona de confort. Es una obviedad decir que lo súper recomiendo. Paralelismo puro entre nuestra vida y la ficción representada en el trasfondo del universo cinematográfico. Demasiados motivos para verla." Clasificación: 9/10
Nada es lo que parece en La verdad, una muy inspirada aproximación al modo en que los seres humanos tendemos a construir nuestra realidad a partir de ilusiones, anhelos, mentiras piadosas, memoria selectiva y un conjunto de ficciones penetrantes, siendo el cine una de las más poderosas y embriagantes. Representaciones que, durante el curso de una vida, terminan dando forma a eso que llamamos nuestra personalidad, nuestra verdad. Construida como un festival de desdoblamientos, La verdad sitúa una de sus tramas en un rodaje cinematográfico, una película-dentro-de-la-película (un drama materno-filial de ciencia ficción) que funciona como un reflejo deformado de la tensa relación que mantiene los personajes de Catherine Deneuve (que interpreta una versión semificcional de sí misma) y su hija en la ficción, una guionista interpretada por Juliette Binoche. Las evidentes resonancias entre los diferentes niveles de ficción remiten a Opening Night, de John Cassavetes, y -a diferencia de lo que ocurría en la densa y teórica El otro lado del éxito, de Olivier Assayas, aquí las ideas y emociones fluyen con gran ligereza. Haciendo gala de su talento para crear una cierta ilusión de liviandad narrativa, Kore-eda construye en La verdad un resonante teatro de la vida en el que comedia y drama conviven de manera armónica. Por otra parte, la nueva película del director de Somos una familia puede verse como un elogio a la figura del actor. La verdad no puede evitar bromear con la imagen pública e icónica de Deneuve: su característica frialdad y altivez resplandecen humorísticamente cuando la diva atiende, desdeñosa, a un comentario sobre las iniciales repetidas de las “grandes actrices” francesas (Anouk Aimée, Brigitte Bardot, Simone Signoret… pero no Catherine Deneuve). Sin embargo, los chistes privados quedan a un lado cuando el personaje defiende airadamente que, como actriz, “no tengo que decir la verdad. Eso no es interesante”. Una sentencia que halla un bello reflejo en uno de los hilos más encantadores de la película, donde Deneuve convence a su nieta de que, al igual que una bruja, “la abuela” es capaz de convertir a las personas en animales. En su salto desde el retrato de la vida marginal japonesa hasta la realidad burguesa parisina, Kore-eda Hirokazu consigue mantener casi intacta la fuerza expresiva de su cine naturalista. En La verdad, la cámara está al servicio de los actores y pocas veces se permite un ademán virtuoso, aunque cuando lo hace la película resplandece: un largo plano de la nuca Binoche refleja una personalidad anulada por una madre insensible, mientras que la imagen de Deneuve reflejada sobre una ventana y aureolada por unas difusas luces exteriores se presenta como la perfecta representación de un estado de confusión existencial.
Texto publicado en una edición impresa.
Tras haber deslumbrado al mundo con «Shoplifters» (2018), film por el que obtuvo la preciada Palma de Oro en el prestigioso Festival de Cannes, Hirokazu Koreeda realiza la primera película fuera de su Japón natal, para seguir creando y haciendo gala de esa precisa sensibilidad con la que retrata las distintas dinámicas y relaciones familiares. Koreeda es un realizador japonés de extrema compasión y humanidad para presentar los diversos marcos familiares que suelen abundar en sus historias. Algunos advierten que su estilo tiene algunas semejanzas o puntos en común con el de su reconocido compatriota Yasujirō Ozu, pero como las comparaciones son odiosas vamos a evitar entrar en esa disyuntiva para celebrar el estilo de Hirokazu, el cual sigue presente por más que cambiemos el idioma y el país en el cual fue rodado su más reciente largometraje. «La Vérité» (título original del film) nos presenta a Fabianne (Catherine Deneuve), una gran estrella del cine francés, que parece estar en el ocaso de su carrera y, si bien todavía es amada y admirada por el público, se siente amenazada por el surgimiento de una joven actriz llamada Manon Lenoir (Manon Clavel). Toda esa admiración y afecto que despierta en la audiencia parece ir en contraposición con su vida privada, más precisamente con su familia, ya que tiene varios conflictos y disputas con su hija Lumir (Juliette Binoche). Lumir viaja con su marido (Ethan Hawke) e hija a París cuando se publican las memorias de su madre. El encuentro no tardará en convertirse en un clásico enfrentamiento donde se revelarán verdades, se ajustarán cuentas, se hablará de amor y de resentimiento. El director de «Like Father, Like Son» (2013) logra brindar un relato intimista e inspirado que si bien no alcanza la maestría o la destreza narrativa de «Shoplifters» o «After the Storm» (2016), sí resulta ser un paso más que convincente en su carrera, demostrando que el cambio de idioma no representa una barrera para poder seguir contando y/o creando esos microcosmos familiares de carácter universal, con dinámicas más que aceitadas y convincentes. Es interesante como si contrastamos este relato con los anteriores, las temáticas profundas siguen siendo parte del panorama por más que la acción se mude a Francia y pase de un clan de bajos recursos («Shoplifters») a una familia acaudalada. Las frustraciones, las miradas diferentes entre las generaciones mayores y las más jóvenes, y los desacuerdos están a la orden del día, esta vez poniendo el foco en una especie de estrella de la industria cinematográfica francesa, y cómo sus memorias parecen diferir de los recuerdos de su hija y allegados. Por otro lado, ese ejercicio meta discursivo del cine hablando sobre el cine al mismo tiempo en que se traza un paralelismo entre el personaje principal y la propia Catherine Deneuve le dan un valor añadido que enriquece y complejiza aun más a la obra. Dicho sea de paso, el duelo actoral entre Deneuve y Binoche es uno de los puntos más sobresalientes de la película que vale la pena señalar. Probablemente, vista en retrospectiva, «La Verdad» sea un relato correcto e interesante que igualmente se encuentra un escalón por detrás de los trabajos previos de Koreeda, pero aun así su sensibilidad y su talento para componer estos relatos hacen que esta película sobresalga dentro de la enorme oferta de dramas familiares que suele haber en el ámbito cinematográfico.
Catherine Deneuve y Juliette Binoche son madre e hija con reclamos en la ficción Una película donde ficción y realidad se mezclan, donde el paso del tiempo es un aditamento más a los conflictos presentados, y en donde la esencia de la actuación se transforma en la verdad. En un momento de La Verdad (La vérité, 2019), la cámara de su director, Hirokazu Koreeda (Somos una familia), se reposa en el escritorio del personaje central, Fabienne Dangevile (Catherine Deneuve), lo recorre, describe sus muebles con la lente, sus paredes, y en una de ellas el afiche enmarcado de una película, The Belle of París, nos hace dudar acerca de la verdad del relato, una película de cine, sobre cine, con una madre que priorizó su carrera artística, desatendió sus vínculos y, principalmente, no acompañó a una colega, un fantasma que la sigue acechando, en un momento transcendental de su vida, en donde el paso del tiempo y las nuevas generaciones vienen amenazando su futuro. Son muchas las películas que toman al universo del cine para apropiárselo y narrar otras historias, pero, en el caso de La Verdad, hay un adicional que tiene a Deneuve como eje del relato e ícono del cine, y ese afiche remitiendo a una de sus máximas interpretaciones en Belle de jour (1966), no hacen otra cosa que transformar el metadiscurso en la verdad de la película, y en la que la publicación de las memorias de Fabienne, es la excusa perfecta para que su hija Lumir (Juliette Binoche), junto a su familia (Ethan Hawke, Clémentine Grenier) viajen a París a visitarla. Claro está que a los pocos minutos de realizado el reencuentro, los conflictos aflorarán, y más aún cuando Lumier lea el libro de Fabienne, un relato sobre su vida con muchas licencias, y más ficción que autobiografía. Desde ese punto, la película convierte ese encuentro en el alimento para que el cine, sea por las anécdotas del libro, las entrevistas que Fabienne de a la prensa especializada, o su retorno a la pantalla en una producción en la que deberá compartir escena con una joven actriz (Manon Clavel) a la que todos la comparan con esa amiga a quien no ayudó y terminó muerta en una playa, sea el principal vector del relato. Pero también hay espacio para ideas sobre la familia, el amor, la pareja, los hijos, la vocación, el esfuerzo, tópicos que ingresan para potenciar el relato y el duelo entre Deneuve y Binoche, las que, en sus respectivos roles, permiten, además, volver a disfrutarlas haciendo lo que mejor saben hacer, deslumbrar interpretativamente. La reflexión sobre el momento actual del cine, en donde las plataformas impulsan figuras como estrellas, incluyendo a su yerno (Hawke), “cualquiera puede ser actor en una serie”, dispara Fabienne, o sobre el rol del actor, como cuando Lumir le reclama a su madre el no contar la verdad en el libro que acaba de editar, “soy actriz, no voy a contar la verdad”, son algunos de los puntos más altos de esta entrañable historia potente y sólida, disfrutable de principio a fin.
¿La verdad? No. Podría hablarse del Teorema de Binoche para explicar que varios reconocidos autores contemporáneos hayan confiado en ella a la hora de filmar en Francia. Krzstof Kieslowski en Bleu, Michael Haneke en Code Unknown y Caché, Hou Hsiao-Hsien en El vuelo del globo rojo, Abbas Kiarostami en Copia certificada y ahora Hirokazu Kore-eda en La verdad, que hoy se estrena en cine argentinos. Ninguno de ellos fracasó del todo, alguno ya venía llevando bien la transculturación (Haneke) y otro parecía incapaz de filmar nada que no fuera una obra maestra, en el idioma y país de los que se tratara (Kiarostami). Kore-eda choca y vuelca. En Still Walking (2008) el realizador de After Life encontró en las dinámicas familiares una zona de confort. Más que instalarse cómodamente, dentro de esa zona se expandió en todas las direcciones posibles, hasta el punto de imaginar una familia de pequeños ladrones en su película previa, Shoplifters (2018). Si algunas de esas películas (la propia Still Walking, Our Little Sister) orillaban una versión oriental de famiglia unita, en La verdad, basada en un cuento ajeno (lo cual no es frecuente en su obra), al realizador de Nobody Knows se lo siente así: ajeno, desconectado, sin poder morder un roll de sushi que lo devuelva a la patria de su cine. Comedia dramática benevolente, no cuesta imaginar una versión con Shirley McLaine en el papel de Catherine Deneuve, Julia Roberts en el de Binoche, Ethan Hawke en el de Ethan Hawke, Juliette Lewis en el de Ludivine Sagnier y John Goodman en el del esposo buenazo y servicial. Deneuve se representa obviamente a sí misma (y se burla un poco de sí misma) en el rol de Fabienne, diva veterana en tren de comenzar a ensayar película nueva. Viene de escribir sus memorias y en esa circunstancia la visita su hija Lumir, guionista radicada en Hollywood (Binoche) junto a su esposo actor, Hank (Hawke) y la hija de ambos. ¡Ah, qué sería de cierto cine si no existieran las reuniones familiares! En casa también está el nuevo marido de Fabienne, que antes de que se sepa que es tal más parece el cocinero, y en algún momento cae de visita (si no se juntan todos no hay reunión) el papá de Lumir, un colgado sin un peso en el bolsillo. Lumir, que no lo ve hace siglos, le da poca bola, y Fabienne, que en sus memorias miente que el tipo murió, lo trata como tal. Cuando llega a los ensayos, a Fabienne no le gusta nada encontrarse a la sub-40 que hace el papel de ella cuando joven (Ludivine Sagnier), recela de la que hace de su hija y desparrama veneno en todas las direcciones. Sí, créase o no la gran dama del cine es vanidosa, caprichosa, egoísta, competitiva y pendiente de su imagen. Si no me lo decía jamás lo hubiera imaginado. Los otros personajes son menos cliché por la sencilla razón de que no son personajes. Salvo, póngale, la hija comprensiva, habituada a que mamá es como es, y el resignado nuevo marido, actor secundario en su vida. Hay un suicidio que pesa en la conciencia, un personaje que recuerda a la suicidada, la confesión de Fabienne de que sentía celos de otra actriz, un ex alcohólico que vuelve a tomar, el previsible enfrentamiento y presunta catarsis entre madre e hija, y todos terminan siendo felices y comieron la comida italiana que prepara el marido-cocinero. Las escenas en las que Deneuve y Binoche quieren mostrarse “graciosas” y “espontáneas” parecen ejercicios teatrales berretas. De acuerdo, es de suponer que no sólo la transculturación habrá afectado a Kore-eda, sino también el hecho de filmar con tres stars, Deneuve, Binoche y Hawke. Lo más preocupante no es que la película le haya salido mal, porque eso le puede pasar a cualquiera, sino que haya aceptado no sólo filmar, sino encima adaptar, un cuento irredimible. En vista de los antecedentes vamos a hacer la vista gorda, don Kore. Pero eso sí: que no se repita.
“La verdad” de Hirokazu Koreeda. Crítica. Entre la realidad y la ficción. Ricardo De Luca Hace 21 horas 0 33 La película del realizador, guionista y productor japonés tendrá su estreno en salas de cine el próximo 8 de julio. El director de “De tal padre, tal hijo” y “Un asunto de familia” vuelve a introducirse en el drama familiar, género que maneja con gran habilidad, para explorar los lazos familiares, las diferencias entre sus miembros, la aceptación y la necesidad de recuperar el tiempo perdido. Esta vez en su primer film fuera de su país natal. Protagonizada por la extraordinaria Catherine Deneuve en el papel de Fabienne Dangeville, una célebre actriz que acaba de publicar sus memorias. Y Juliette Binoche quién se pone en la piel de Lumir, hija de Fabienne. Lumir llega de visita a la casa de su madre junto a su esposo y su hija con la intención de celebrar la publicación del libro. Cuando una copia de la edición cae en manos de ella, esta no podrá evitar enfrentar a su madre al observar la cantidad de inexactitudes que el escrito contiene. Asimismo, Fabienne una madre atormentada por los recuerdos y el inevitable curso del tiempo, busca refugio en su adicción al alcohol y equivoca constantemente, de manera inconsciente o quizás intencional, tanto la realidad de su presente como la de su pasado. Una mujer que desconcierta a propios y ajenos, que parecen girar durante todo el relato en torno a ella. En “La verdad” los personajes se mueven entre la realidad y la impostura, en busca de la supervivencia. La falsedad parece ser condición necesaria para no caer en fuertes asperezas dentro de las diversas vertientes, que se generan en los lazos familiares. Una película que navega entre las diferentes relaciones, principalmente en el vinculo entre madre, hija, nieta y abuela. Dentro de una atmósfera, que de a poco va tornándose pesada debido a situaciones del pasado que salen a la luz y que derivan en momentos incómodos que manifiestan la cercanía de un estallido. En definitiva, dos sublimes actrices que se lucen en sus interpretaciones, con actores que acompañan a la perfección, junto al enorme pulso en la conducción de Koreeda. Un director que se caracteriza por ser un relator de historias cotidianas, que surca por las emociones de los protagonistas y sus conflictos internos. Con un particular estilo narrativo, claramente influenciado por uno de los mayores cineastas del cine clásico japonés, Yasujirō Ozu.
Kore-Eda Hirokazu es un director consagrado en Asia que desde su éxito en Cannes y su nominación al Oscar en 2018 con «Shoplifters», tenía el visto bueno de la industria para probarse en el cine occidental de primera línea. Condiciones, no le faltan, para tal desafío. Su visión de los entramados familiares y las dinámicas vinculares, son su tema y en «La verdad», desembarca con una propuesta similar y con tres actores que serían la envidia de cualquier cineasta: Catherine Denueve, Juliette Binoche y Ethan Hawke. Sin embargo, estos sobresalientes todoterreno, no parecen cómodos en este film de Hirokazu. Es cierto que la cinta es entretenida y tiene algunos momentos simpáticos, pero está lejos de lo que potencialmente podría ser, teniendo en cuenta los tres ases con los que cuenta el director. La historia es la de una aclamada actriz francesa, Fabianne, dos veces ganadora del premio Cesar (Denueve lo ganó… en 14 oportunidades en la vida real!), que está a punto de publicar sus memorias en este tiempo. Es una mujer vanidosa que entiende que ella es el centro del mundo, o debería serlo… Está a punto de lanzar sus memorias y esa publicación la entusiasma, si bien es cierto que tiene otros proyectos (rueda una película de bajo presupuesto), pero ese parece ser el más convocante para su ego. Es así que en su cómoda y lujosa mansión parisina, recibirá a su hija Lumir (Binoche) quien llegará con su pequeña hija y su marido Hank (Hawke), un actor de segunda línea que completa el colorido cuadro familiar. El corazón del film se estructura sobre la filosa relación entre Fabianne y Lumir, quienes tienen muchas cuentas que saldar de tiempos pasados (realmente, unas cuantas). Lo cierto es que en esa trama tejida con cierto esfuerzo por Hirokazu, todo parece un poco impostado, los diálogos pretenden un humor sutil pero no aciertan a veces con el tono y la cinta sólo se hace fuerte en los momentos críticos que se generan de las distintas perspectivas que tienen madre e hija sobre temas centrales en la vida… Hawke juega de un secundario con pocas luces y acompaña al dúo protagónico con oficio y experiencia, sin notas destacadas. La cadencia habitual del cineasta parece no funcionar demasiado en la relación Denueve-Binoche pero la calidad de las intérpretes alcanza para sostener el relato a flote a lo largo de toda la extensión del film. Podemos decir que «La verdad» es un film elegante, con notas sutiles de drama familiar, quizás un poco desparejo y que nos hace pensar que al prestigioso Hirokazu todavía le falta para mostrarse sólido en un escenario distinto a los que domina en su geografía.
Catherine Deneuve, Juliette Binoche y Ethan Hawke La máscara del ego puede esconder una pátina suave (o no tanto) de inseguridad y eso es lo que le sucede, y se ve en las expresiones que llevan al personaje de Catherine Deneuve (Fabienne Dangeville), a mostrarse dura en La verdad, cuando en realidad su destello de estrella no es más que luminosidad inmanente. Respecto de las cuestiones técnicas primarias parece que uno se repitiera cada vez en el desmenuzamiento de la mirada y presentación estética, pero siempre es bueno e interesante hacer un punto de mención con la cuidadosa fotografía. El vínculo entre madre e hija parece estar basado en una disociación de las acciones y emociones que habitan ambas. Sumemos a eso que el círculo, las parejas de Fabienne y Lumir (Juliette Binoche), son apenas satélites del conflicto inicial y de quienes lo protagonizan. De alguna manera eso ayuda a resaltar las muestras de diferencia en el ser, los reproches que sobrevuelan los encuentros (que tienen la poesía que Fabienne pide para los guiones) y las conexiones con las figuras simbólicas de miedo de la infancia tejen una red de contacto generacional y transmisión de la comprensión entre cada una de las partes. La verdad, la nueva película de Hirokazu Koreeda, es una excelente opción para ver en esta posibilidad de regreso al cine como se debe vivir, en las salas, y es, sobre todo, narración sobre la familia y los vínculos que deja sentadas las bases para el lucimiento de un muy buen elenco.
Fabienne (Catherine Deneuve) es una de las grandes estrellas del cine francés, una actriz legendaria amada por todos y admirada. El mundo y los hombres se han rendido a sus pies. Lumir (Juliette Binoche) viaja con su marido (Ethan Hawke) e hija a París cuando Fabienne publica sus memorias. La famosa actriz ya no está en su esplendor y el reencuentro con su hija traerá reclamos y tensiones. Las memorias de Fabienne están muy lejos del pasado real de ambas y al mismo tiempo la vejez de la diva anuncia lo que podría ser una última oportunidad de hacer las paces. El director Hirokazu Koreeda tiene una larga trayectoria con grandes títulos en su país de nacimiento, Japón. Nadie sabe, De tal padre, tal hijo y Somos una familia son algunos de los títulos más famosos de su carrera. Aquí por primera vez filma fuera de su país y en un idioma que no sea japonés. Aunque los vínculos familiares son una constante en su obra no habría manera de reconocer este título como dirigido por él si no lo supiéramos de antemano. Más bien resulta una serie de lugares comunes del cine francés, tanto en la construcción del relato como en los vínculos y hasta las locaciones. La misma película que ya hemos visto docenas de veces con mejores o peores resultados. El lujo actoral suma un poco de atractivo, pero no hace milagros. La menos personal y atractiva de las películas de Hirokazu Koreeda.
Es la primera película en el exterior y con un idioma que no domina para el famoso director Hirokazu Kore-eda (Somos una familia, La hermana pequeña, De tal padre tal hijo). Esta suerte de debut de la mano de Catherine Deneuve y Juliette Binoche nos regala un film entrañable. La historia de una actriz en decadencia, con fallas en su memoria, pero con agudas miradas sobre el cine y su actualidad que tiene a la Deneuve en una actuación brillante, es también un homenaje al cine, y a la gran actriz, y la particular sensación que mucho de lo que expresa su personaje parecen sus propias ideas. Pero además de ser una película que analiza y observa al cine, la profundidad del realizador indaga con precisión sobre las “verdades” de nuestra vida, las objetivas, las que nos inventamos para seguir adelante con menos dolor y las que propone la actuación. No necesariamente en la ficción. El talento de la Deneuve en contrapunto con Juliette Binoche es una delicia para el espectador. Son actuaciones que se saborean en cada situación y llegan a la emoción genuina cuando se ponen al descubierto de que manera urdieron esos personajes una trama para amarse y odiarse al mismo tiempo. Complejas inteligentes miradas para un vínculo que nunca es simple. Especialmente certeras en lo específico del mundo femenino. No hay que perderse esta película.
"La verdad": recuerdos de una madre estrella. El estreno en salas de la película más reciente del director japonés confirma que Kore-eda logra hacer propia su vertiente francesa de los dramas familiares de su país sin perder nada en la traducción. Si hay una temática, tan vasta como inextinguible, que recorra gran parte de la obra del japonés Hirokazu Kore-eda (ver nota aparte), esa es la de los lazos familiares, usualmente atravesados por conflictos de toda índole, desde lo muy íntimo a lo social. Luego del éxito internacional de Somos una familia (2018), que le valió la Palma de Oro en el Festival de Cannes, el director de Nadie sabe y After Life... la vida después de la muerte, entre otra docena de títulos, se enfrentó por primera vez con un rodaje fuera de su país natal. El destino elegido fue Francia, con un reparto encabezado por dos de las actrices más relevantes de varias generaciones: Catherine Deneuve y Juliette Binoche. Pero más allá de las diferencias culturales y, posiblemente, de idiosincrasia en los estilos de producción, La verdad es un film tan personal como los anteriores en su filmografía, guiado una vez más por los vínculos problemáticos entre miembros de un mismo clan. En esta ocasión, los personajes tienen una vida pública además de una privada, elemento vertebral del guion escrito por el mismo Kore-eda. La vérité encuentra a Fabienne Dangeville –diva del cine galo encarnada por la Deneuve, sin señales autobiográficas a la vista– en plena entrevista con un periodista, visiblemente nervioso ante la presencia de la leyenda. La actriz está a punto de publicar su autobiografía, un volumen lleno de anécdotas personales que, como se verá, no necesariamente se condicen con los recuerdos de su hija Lumir. Guionista en Hollywood, el personaje interpretado por Binoche cae de visita en la casa materna acompañada por su esposo Hank (Ethan Hawke) y una pequeña hija, de unos seis o siete años. A poco de atravesar el umbral y cruzar un par de palabras, ambas entran en chisporroteo verbal; queda claro, bien de entrada, que la infancia y la adolescencia de Lumir no fueron etapas sencillas. Aunque la película no cae en exageraciones a la hora de construir ese divismo, el ego de la veterana es difícil de sobrellevar: fumadora y bebedora empedernida a sus sesenta y largos, la anciana de cabellos rubios y ojos transparentes todavía es atacada por celos profesionales, incluidos aquellos disparados por el recuerdo de una actriz (y amiga personal) fallecida décadas atrás. Hank, “actor de segunda línea en series de tevé”, según su propia definición, observa y escucha todo desde cierta distancia, en parte por su desconocimiento del idioma francés, en parte para no meter la mano en el fuego y salir quemado. Fabienne se encuentra en pleno rodaje de una película de ciencia ficción metafísica titulada, no casualmente, “Recuerdos de mi madre”, en el cual interpreta un papel secundario de gran importancia junto a una estrella en ascenso, a quien todos comparan con aquella otra actriz legendaria. Hay por allí algún que otro eco lejano de los Sudores fríos de Boileau-Narcejac –la novela que dio origen a Vértigo–, pero La verdad nunca deriva en el thriller, optando en cambio por un tono dramático apuntalado en un bienvenido sentido del humor, como ocurre con la pequeña subtrama de la tortuga Pierre y los supuesto poderes de hechicera de la matriarca. En tanto, un personaje menor, el asistente de toda la vida de Fabienne, suma puntos en una historia engañosamente simple, construida meticulosamente desde el guion y sostenida por la excepcional presencia y talento de todo el reparto. Ya en los tramos finales, los conceptos de verdad y simulación, de emociones genuinas e interpretaciones, adoptan un rol mucho más central del que podría suponerse en un comienzo. La escritura de un par de “líneas de diálogo”, que los personajes repiten en la vida real como si surgieran de su interior y no de un titiritero entre las sombras, le aporta a la película una nueva capa de complejidad, que resuena tanto en la historia que se desarrolla en pantalla como también en el pasado, que el espectador debe imaginar y reconstruir. Con La verdad, Hirokazu Kore-eda, uno de los practicantes más talentosos de ese terreno cinematográfico llevado a las cumbres artísticas por Yasujiro Ozu –los dramas familiares cotidianos, pero nunca triviales–, logra hacer propia su vertiente francesa sin perder absolutamente nada en la traducción.
PELÍCULAS HECHAS POR PERSONAS ORGULLOSAS DE SER PERSONAS QUE HACEN PELÍCULAS El dúo de actrices francesas Catherine Deneuve y Juliette Binoche protagoniza el drama familiar La verdad, que trata sobre la visita de una guionista, junto a su esposo y su hija, a la casa de su madre, una famosa actriz de cine francesa. La película posee un importante componente autorreferencial y hasta autobiográfico (Deneuve, actriz famosa por sus papeles protagónicos en décadas pasadas encarna a una actriz famosa por sus papeles protagónicos en décadas pasadas, que, al igual que ella, lleva el nombre de Fabienne). Alrededor del personaje de Deneuve gira tanto la trama narrativa como los temas que aborda la película, siendo el principal la vejez como punto de inflexión en la vida de las personas. La famosa actriz parisina Fabienne ha llegado ya a una etapa de su vida en la que se siente amenazada por el talento y la belleza de las actrices más jóvenes. Sus roles son ya los de mujer adulta, y si bien sostiene a modo de defensa contra el paso del tiempo una imagen cuidada y glamorosa, y una mueca pedante e irónica, la llegada de la vejez la obliga a reflexionar sobre su pasado y su presente, y sobre la relación por momentos conflictiva entre su carrera profesional y su vida personal. Si la vejez como umbral es el centro de la exploración temática de La verdad, el cuerpo narrativo que sostiene esta búsqueda es el regreso de la hija de Fabienne a su vida. La trama oscila entre la casa de la protagonista, donde la familia de su hija se está quedando, y el set en el que se está filmando su nueva película. Un vaivén entre la esfera de lo público y lo privado, y en el centro, la publicación de la autobiografía de Fabienne, quien se ha tomado más de una libertad a la hora de narrar su vida a sus seguidores. Se inaugura así otra problemática que la película aborda, al igual que las demás, con tacto y humanidad: los límites entre lo verdadero y lo falso (entre Fabienne como actriz y como madre). La película encara esta cuestión trabajando la complejidad emocional de sus personajes, cuyas relaciones son atravesadas por lo verdadero y lo falso, no ya como categorías excluyentes sino como dos partes de un flujo vital único. Es difícil encontrar cosas para reprocharle a La verdad. Se trata de una película sencilla en sus pretensiones, dedicada absolutamente a sus personajes y que, paradójicamente, tal y como la propia Fabienne, peca por momentos de mirarse demasiado el ombligo. Es, después de todo, un film cuyos personajes son actores, productores y guionistas. Sin embargo, si hemos de categorizar a La verdad dentro de ese grupo tan criticado de “películas hechas por personas orgullosas de ser personas que hacen películas”, hay que decir que no por ello pierde humanidad, lo cual la vuelve un relato sincero y, por momentos, verdaderamente cálido.
Desde los tiempos de la fundación de Hollywood, a mediados de los años ’10 del pasado siglo, como esquema solvente y con una clara orientación hacia el espectáculo, que reditúe en buenos negocios a la hora de colocar un producto en cartelera, la industria instauró el denominado ‘Star System’, un diagrama de contratación de actores y actrices a largo plazo, al que echaban mano las grandes majors (estudios de filmación) del momento. Bajo tales fines, se identificaba, con pretexto puramente comercial, a determinado intérprete con una película en particular, lo cual garantizaba el éxito de la misma y tipificaba cierto tipo de audiencia cautiva, para la que tal actor o actriz cobrara el valor de auténtica deidad. Definiendo la imagen del film de modo indisociable, había nacido el término estrella de cine. Las celebridades adoraban ver sus nombres escritos en la marquesina o sus relucientes siluetas ilustrar el póster publicitario de determinado film. Así es como, mal que le pese a la crítica especializada y a su corriente de Teoría de Autor -aquella que buscaba devolver, con honestidad, al director todo rol preponderante sobre los designios de cada obra-, a menudo la figura del realizador se veía empequeñecida al lado de las radiantes estrellas que protagonizaban los mismos. Esas estrellas que cimentaron el viejo latiguillo que, de boca en boca y generación tras generación, se esparció a través de millares de cinéfilos: ‘vamos a ver la última película de…’ Coloquemos, a continuación, el apellido de aquel galán o aquella diva que nos cautivara. Estrellas del celuloide, actores haciendo de sí mismos o cine dentro de cine para que podamos viajar con aquellos intérpretes, lo más profundo posible, a través de mundos extraordinarios. En palabras del especialista Edgar Morin, filósofo y sociólogo francés, <<las estrellas cimentaron el legado imaginario y colectivo de un territorio ficticio que nació con el fin de establecer una normativa funcional a las relaciones que contrajeron cada intérprete con las empresas bajo las cuales éstos trazaron ligazón comercial>>. Cabe aclarar, que el fenómeno no fue exclusivo a Hollywood y que, a la llegada del cine sonoro, incipientes industrias cinematográficas europeas (Francia, España, Italia) adoptaron los cánones genéricos del modelo. Así llegamos a “La Verdad”, el debut fuera de Oriente del director Hirokazu Koreeda, laureado, a nivel mundial, por su anterior obra “Shoplifters” (2018). La presente película nos cuenta la historia de Fabienne, una de las grandes estrellas del cine francés en franca decadencia, aunque su ego le permita mantenerse intacta en la admiración que despierta en su entorno. Sin embargo, a la publicación de las memorias de la actriz y a punto de interpretar un nuevo papel, su mundo interior se sacudirá dejando en evidencia la conflictiva relación que mantiene con su hija, así como las numerosas cuentas pendientes de dicho vínculo. “La Verdad” posee una poderosa matriz metatextual. Es cine que dialoga con su esencia, interpelando al espectador desde el título mismo. ¿Cuánto hay de verdad y autenticidad en el comportamiento de esta actriz, para quien la cámara parecería no apagarse nunca? ¿Qué hay de verdad en las líneas de un argumento que se pronuncian en boca de aquella actriz? ¿Qué hay de verdad en la ligazón emocional que despierta ese rol que se interpreta? ¡Qué hay de verdad en la vida real que refleja la ficción? O viceversa. Que hay de falible, de falaz, de embuste, de falacia y engaño. Allí, detrás del maquillaje, la identidad y la máscara. Y allí está la verdad que suponemos como tal y el instante en el que mundo interior de Fabianne que acaba por derrumbarse en pleno set: está rodando una ficción que recrea una relación conflictiva con su madre, que por esas razones extrañas de la ciencia ficción luce físicamente como una hija, más que como su progenitora. Y allí está Fabianne, en permanente pose, pero enamorada de su oficio y vocación, dice, sabiamente, que el cine no debería olvidar la poesía. Koreeda, condescendiente con su estrella, no deja detalle librado al azar e inunda al film de una serie de metáforas interesantes de discernir, que vinculan el comportamiento de sus falibles seres de carne y hueso a la conducta animal. Tramando una suerte de fábula, cuyos simbolismos se vertebrarán a través de múltiples interpretaciones, el desarrollo de la trama recurre, de modo llamativo, a diversos ejemplares de la variopinta fauna que puebla la cotidianeidad (real o imaginaria) de sus criaturas. Y allí está Deneuve, haciendo equilibrio con su propio narcicismo y jamás escatimando una gota de autoestima. Quien, con todo su esnobismo a cuestas, repite de memoria, en voz alta, los nombres de las grandes actrices de todos los tiempos que llevan la inicial repetida como un talismán de éxito. Pero, curiosamente, no nombra a Briggite Bardot. Y supera la enésima afrenta familiar para afirmar que continúa orgullosa de ser antes actriz que madre. Y allí está Binoche, radiante, sutil e intensa como siempre, haciéndole saber a la actriz que antes debería preocuparse, en realidad, por aprender el papel que indica la forma correcta de afrontar el deber de ser madre. Desde recreaciones de la ficción como “El Crepúsculo de los Dioses” (1950), “Fedora” (1978), “Conociendo a Julia” (2004) o “Las Estrellas de Cine Nunca Mueren” (2018), la historia del séptimo arte se ha poblado acerca de mitos intocables, leyendas vivientes, fenómenos fugaces o tragedias inexplicables que conforman ese enorme mosaico de estrellas, constituyentes en un pilar sobre el cual la gran pantalla testimonió parte de su profuso andar, tendiendo un puente imaginario que abraza tres siglos. Recreando grandezas y miserias de quienes, por derecho propio, marcaron el rumbo, iluminaron el camino y nos hipnotizaron con su magia, cada vez que la cámara se posó sobre sus siluetas. Divas o femme fatales, protagonistas o intérpretes de reparto, el mundo siempre gira alrededor de ellas, al menos durante un par de horas de proyección. Y aquí están Binoche y Deneuve, esperando nuestro aplauso de pie. Entendiendo la actuación como el oficio que nace desde la interiorización del ser, llega hacia lo más profundo de sí y se transforma en un personaje íntegro que deslumbra nuestro asombro, como un principio irrenunciable, nos dejamos llevar hacia mundos de ficción insondables, mimetizándonos con actores y actrices que nos maravillan a través de interminables viajes, de sumo placer y regocijo cinéfilo. Ser parte del acto interpretativo es visitar mundos de imaginación. Abandonar toda lógica posible y sumergirse en paradigmas de ficción, colocándonos bajo la piel de personajes que nos permiten vivenciar situaciones que en nuestra vida cotidiana no atravesaríamos jamás. Una gran actuación nos convida de aquella magia intransferible, al sentirnos subyugados por historias que desafían los límites de nuestra fantasía. Desliguémonos por un momento de la trama narrativa y su eje de disfuncionalidad familiar que nos ofrece “La Verdad”. Intentemos comprender la actuación en su génesis y la valía de un intérprete: allí, en el reparto del film, está el notable Ethan Hawke retratando a un actor mediocre, subestimado, postergado y frustrado. Resignificando ese ‘actuar para vivir’ que despliega sobre nosotros la gloriosa faena camaleónica, a la hora de colocar cuerpo y alma al servicio de su arte, en la suma de experiencias que brinda el hecho de encarnar roles tan alejados de sí mismos como sea posible. Esto requiere la esencial capacidad de observación que otorga aquel bagaje tan valioso, fundamento técnico insoslayable a la hora de contar con recursos para extraer la mayor cantidad de matices y tensiones de determinado personaje. Si el abrazo inicial que, durante los primeros minutos de metraje, se dieron Binoche y Deneuve derritió nuestra memoria cinéfila y vale oro, el hecho destaca en tanto aquel instante reunía por primera vez en pantallas a dos de las más grandes actrices de todos los tiempos. Y si las realidades espejadas de ambas van tejiendo una sugestiva y atractiva subtrama, que dialoga con la historia del cine mismo, no podríamos obviar la mención a una serie de guiños insoslayables. Binoche y Deneuve atravesadas por la esencia de la Nouvelle Vague. La primera, descubierta por Godard en “Yo te Saludo, María” (1985). La segunda, estableciendo una relación sentimental con Truffaut, la cual se prolongaría al plano profesional, a través de la inolvidable “El Último Metro” (1980). Los mundos de metaficción no son ajenos a ambas. Binoche había interpretado, hace algunos años, a una actriz en pleno punto de inflexión creativo en “Cloud of Sils Maria” (2014, de Olivier Assayas). Mientras que de Deneuve, recordamos su rol plagado de autorreferencias en “Mis Estrellas y Yo” (2008, Laetitita Colombini). La curiosidad de inspeccionar sendas trayectorias nos lleva a comprobar que, las aquí protagonistas, realizaron una eximia transición desde el cine francés al cine internacional, llegando Deneuve a rodar con directores de la talla de Roman Polanski (“Repulsión”, 1965) y Luis Buñuel (“Belle de Jour”, 1967) o Binoche bajo la lente de Anthony Minghella (“El Paciente Inglés”, 1996) y Lasse Hallström (“Chocolate”, 2000). Vidas íntegramente dedicadas al acto de interpretar. Como un pintor con en su lienzo o un escritor con su pluma, un actor ejecuta su arte corporal y la manifestación adquiere mayor dimensión: un rito simbólico que se reitera desde la Grecia Antigua hasta el Teatro Isabelino. De allí a la pantalla de cine y TV. Del Método Stanislavski a los Sistemas de Jerzy Grotowski o Antonin Artaud. Actuar como una forma de vida y convencernos de la ilusión. Ofrenda al espectador que descubre aquello apasionante de vivir una vida disímil a la propia, en el ejercicio constante y superador del propio instrumento creativo. La habilidad y el control que determinado actor o actriz posea sobre dichas herramientas, favorecerán la naturalidad y espontaneidad a la hora de transmitir a su papel, una variada gama de colores en cantidad de emociones. Como la adorable cinéfila Cecilia, interpretada por Mia Farrow en el film “La Rosa Púrpura del Cairo” (1985), de Woody Allen. Aquellas luminarias que nos esperan, esplendorosas, al otro lado de la pantalla, o de ser necesario atravesándola…siempre dispuestas a entregarnos esa línea de diálogo inolvidable o ese sutil gesto que guardaremos en nuestro corazón, por siempre. Estrellas incandescentes y brillantes en un cine a oscuras, tan eternas e inasequibles como en el infinito firmamento.
Estreno potente para una nueva etapa de cine presencial en Argentina. El primer film realizado en Occidente de este director japonés que viene de larga incursion en festivales internacionales como Venecia y San Sebastián pero que tuvo su primer reconocimiento esplendoroso hace más de 20 años con After life, luminosa metáfora sobre la muerte. Hace menos tiempo, en Cannes se llevó el premio mayor con Un asunto de familia (la recomendamos, se puede ver en Netflix), reflexión sobre los lazos familiares y sociales, los bienes materiales, las pertenencias y la propiedad privada en el interior de una de las sociedades más exitosas y materialistas del mundo contemporáneo. De aquel Japón y sus costados marginados, Kore-eda pasa en La verdad al corazón mismo de la cultura francesa. El cine francés retratado a través de dos actrices emblema: Catherine Deneuve y Juliette Binoche, y voy a decir algo poco inteligente: si no estuvieran ellas en los protagónicos, tal vez hubiera sido otra la pelicula de la que estamos hablando ahora. Aún cuando desde su título poderoso instala una pregunta sobre la verdad, concepto siempre vigente, siempre actual, central en la filosofia occidental, pocas veces la palabra “verdad” se menciona a lo largo de la pelicula. En uno de esos momentos la pequeña hija de Lumir se pregunta si eso es verdad porque su abuela hace magia y convierte en animales las personas que no le gustan. Resuena curioso que la mirada de la niña, que no ocupa realmente un papel menor en la historia, sea la que nos trae la cuestión sobre qué cosa de la verdad le interesa a Kore-eda. Voy a decir otra obviedad y es que el mundo del cine, el cine dentro del cine apela al duelo mentira-verdad para merodear el tema de la maternidad, tal vez la verdadera verdad de la que la pelicula quiere hablar. En todo caso, el egocentrismo de una diva, el rechazo que siente su hija, los castigos y los premios de esas relaciones tampoco son dechado de originalidad, y hay muchas más peliculas màs profundas sobre el tema. El papel del marido estadounidense, actor de cuarta categoria, que entiende poco y nada el francés que se habla a su alrededor, en la parodia que hace Ethan Hawke se convierte en una critica al status quo norteamericano. Aca no tiene nada que hacer porque es el cine frances el que importa. La verdad, en definitiva, se presenta vestida con un ropaje poco ambiguo, extremadamente claro, pero con sutilezas que la acercan más al cine de Ozon que al del mismo Kore-eda
Para todo gran cineasta, la jugada de saltar de su cinematografía de origen a la de otra cultura, supone una operación de riesgo. El japonés Hirokazu Koreeda (Casi una familia, After Life, Nadie sabe y De tal padre, tal hijo; entre otras), supera el desafío con una joyita hecha a la medida de sus protagonistas, Catherine Deneuve y Juliette Binoche. Si bien La verdad no alcanza el vuelo de la superlativa Casi una familia, el director se las ingenia para desarrollar su habitual mirada minuciosa, exenta de juicios morales, para sacarle brillo a un relato que adapta de un cuento ajeno que podría agotar sus posibilidades en cuestión de minutos, pero que Koreeda sabe potenciar con un arsenal de detalles tan precisos como sutiles. En el centro de la escena tenemos a Fabienne Dangeville (Catherine Deneuve), una diva del cine que está a punto de presentar una autobiografía que tiene más de ficción que de realidad, y su hija Lumir (Juliette Binoche), una guionista que viaja desde Estados Unidos con su marido (Ethan Hawke) y su hija; para ser parte del evento. La tensión entre madre e hija carga un largo historial de silencios y omisiones, que podría estar lista para detonar en su reencuentro. Lejos de la atmósfera ominosa que suelen tener este tipo de historias en el cine francés, Hirokazu Koreeda construye una exquisita variante, siempre desde la discreción y sin opacar a las estrellas protagónicas, pendulando con gracia entre el drama intimista y los destellos de humor. Más allá de que entre otras cosas flota el fantasma del trágico final de una colega a quien Fabienne no supo ayudar en un momento clave, La verdad logra esquivar la solemnidad a puro motor de una creciente confidencia entre sus personajes. La película privilegia la amabilidad por encima de la catarsis, en una atinada apuesta contra el cinismo. En su primera incursión occidental, el director japonés conserva el habitual encanto de las calles de París, sin renunciar a la mirada naturalista de sus trabajos previos. Una vez más, la empatía y la conquista de algunos momentos cristalinos, ubican a Koreeda entre los referentes para seguir confiando en el poder del cine. La vérité / Francia-Japón / 2019 / 106 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Hirokazu Koreeda / Con: Catherine Deneuve, Juliette Binoche, Ethan Hawke, Clémentine Grenier, Manon Clavel. Se exhibe en Cine Universidad-Nave Universitaria.
Dirigido por Hirokazu Koreeda, ganador de la Palma de Oro en el Festival de Cannes 2018 con Somos una familia (Manbiki kazoku), el filme La verdad pone en juego los visos de verdad y ficción que se pliegan y despliegan tanto dentro del ámbito privado, el de la intimidad de la familia de Fabienne Dangeville (Catherine Deneuve), una diva en esplendoroso ocaso, así como en el ámbito público dentro de un set de filmación donde ella interpreta un rol secundario en un filme de ciencia ficción. LA VERDAD Lumir (Juliette Binoche) llega a visitar a su madre, Fabienne Dangeville, junto con su marido norteamericano Hank (Ethan Hawk) y su hija. Su llegada coincide con la publicación de las memorias de la diva. Lumir, guionista de cine, encontrará en las memorias de su madre mucha más ficción que realidad, como si las historias que contara Fabienne sobre su vida íntima tuvieran poco que ver con su vida real y mucho más, con una ideal pero falsa, es decir, como si la diva hubiera falseado ciertas verdades con el fin de dar una buena imagen, una versión mejorada de sí misma a sus lectores/espectadores. Lo que hace Fabienne es falsear ciertas verdades en la reescritura de sus memorias transformándolas en una ficción que no es más que la otra cara de esa verdad oculta que su hija, más tarde que temprano, sacará a relucir. A partir de estas ficciones que contrastan con la verdad residirá el núcleo del conflicto en el que madre e hija colisionarán a veces con gracia y liviandad, mostrándose comprensivas la una con la otra. Y otras, se cruzarán de manera más áspera y dramática lo que desembocará en revelaciones o confesiones que darán lugar a nuevos acercamientos… Fabienne se muestra en la esfera pública como en la privada tal como es, una mujer acostumbrada a reinar y a concitar atención y ser el centro de gravitación del mundo familiar, es decir que todos sus miembros, que giran en torno a sus inquietudes y necesidades se convierten en sus espectadores, al igual que un periodista que viene a entrevistarla, y que es intimidado por la espléndida presencia de la mujer y que deberá soportar ser vapuleado con elegancia por su falta de profesionalidad y pertenencia. Ya que durante la entrevista deja al descubierto su monumental ignorancia con respecto a los códigos de esa comunidad artística a la que no conoce ni pertenece. De ahí su desconcierto y su incomodidad por ser un sapo de otro pozo. Su torpeza será puesta al descubierto de inmediato cuando la misma Fabienne le indique que esa pregunta que él hace al principio del reportaje en realidad se hace al final. Harto conocido resulta el manejo que hace la prensa con las declaraciones de sus entrevistados. Sacando de contexto, recortando de manera siniestra y manipulando la verdad valiéndose de los dichos no dichos de sus reporteados. Otro de los satélites que giran en torno a Fabienne es su actual marido, una especie de empleado full time que está a su servicio empeñado en complacerla al cocinar sus platos favoritos a tal punto que da la impresión que cumple mejor su rol como chef que como marido. O su asistente que le ha dedicado toda su vida a su carrera, pero al que ella en retribución olvidó mencionar en sus memorias, y por eso al verse cruelmente dejado de lado amenaza con abandonarla para ir a cuidar a sus seis nietos. Y ni hablar de su ex, el padre biológico de su hija Lumir, que aparece inesperadamente de visita con una apariencia de homeless dando una muestra de lo que ha quedado de ese hombre, ahora convertido en despojo, luego de haber compartido años al lado de la diva. Tanto así, que, en algún momento mágico y lúdico del filme, la niña, su nieta, creerá, por algo que ha escuchado, que su abuela es una bruja con poderes mágicos que convierte a los hombres en animales. El tortugo Pierre es un ejemplo de ello… SOMOS UNA FAMILIA Si en Somos una familia Koreeda muestra los rebusques a los que deben recurrir los pobres en el Japón actual, entre otros, el robo a supermercados y el cobro de pensión de un familiar muerto, lo que mantiene unida a la familia de mecheros, ni siquiera llegan a ladrones, es el vínculo afectivo, la necesidad de pertenecer a ese grupo de contención que se mantiene unido a pesar de o debido a las carencias materiales… En La verdad, la matriz del filme reproduce la dinámica de la cinta anterior pero reescrita en otra cultura, la francesa, y en otro ámbito, el de la clase alta y snob de los actores cinematográficos. Si bien la familia de Fabienne es una familia casi privilegiada en todos los sentidos, las carencias afectivas saldrán a la luz a través de las revelaciones más o menos verdaderas y más o menos ficticias apuntadas en las memorias. Haciendo hincapié en el vínculo entre madre e hija, que ha sufrido los embates de la distancia, la incomprensión, los malentendidos y la ambigüedad. Si en Somos una familia las carencias pasaban por lo material más que por lo afectivo, Koreeda con su último filme, levanta la apuesta, invierte la matriz, y nos revela lo que pasa en una familia donde las carencias son más bien afectivas, y que el vínculo que la mantiene unida es material a través del ámbito laboral. No resulta azaroso que Lumir sea guionista de cine, ni que el ex marido se haya convertido en homeless sin el odioso consorte, Fabienne, que aparentemente lo sostenía en más de un sentido. Tampoco es casual que su secretario y marido revoloteen a su alrededor como dos perritos falderos. Fabienne, con toda su petulancia y soberbia, con su lengua bífida y su displicencia, a veces casi imposible de tolerar, no es más que el alma mater y fuente nutricia de su familia. Es el centro y el núcleo que mantiene unidos, para bien o para mal, a todos sus miembros. Sí, a veces escucharla produce repulsión, pero quizás no sea más que una manera de responder al entorno en el que se mueve. Tal vez su manera de ser y de expresarse tenga que ver con el modo en el que la diva es consumida por los espectadores de la esfera pública, pero sobre todo con la voracidad de los miembros de su propia familia. Esa crueldad y hasta a veces grosería encubierta bajo gruesas capas de encanto quizás no responda a otra cosa que a un gesto defensivo ante la inminencia de una intolerable verdad. Si en el filme Somos una familia el grupo familiar se mantenía unido por lo afectivo a pesar de sus propias carencias materiales y de la complicidad criminal tejida en torno a la infracción a la ley a través del robo o el cobro ilegal de una pensión; en La verdad el grupo familiar atado a lo material girará en torno a la opulencia que personifica Fabienne, atacada, denostada, enfrentada y desmentida, sin reparar que ella misma encarna ese excedente del que el resto de los miembros de la familia abrevan, el mismo excedente que sus espectadores han venido consumiendo…
En algún momento de La Verdad, la película del japonés Hirokazu Koreeda (ganador de la Palma de Oro en Cannes por la estupenda Asunto de Familia/Shoplifters), alguien evoca, con melancolía, el olor de su madre. Es un comentario, dicho casi al pasar, pero que cala hondo en el espectador. Porque La Verdad es —entre otras cosas— una película sobre madres e hijas o sobre una madre y una hija. Y sin embargo, la frase no refiere a ellas, que son dos mujeres incapaces de decirse que se quieren, aunque se quieran. En su primera película europea, Koreeda se dio el gusto de trabajar con las dos más grandes divas del cine francés: Catherine Deneuve y Juliette Binoche. Con un guion escrito en base a un relato breve ajeno, material sensible y retrato de personajes plagados de sutilezas y complejidades, que solo dos grandes actrices pueden dotar de una vida tan intensa —tan de verdad— como la que trasciende la pantalla. Binoche es Lumir, una guionista que vive en Nueva York con su marido (Ethan Hawke, casi parodiando su persona de americano en París post Linklater) y su pequeña hija. La pequeña familia que llega para acompañar a Fabienne (Deneuve), que es una famosa actriz, en el lanzamiento de sus memorias. En buena medida, La verdad es un festival de Deneuve. Con la diva interpretándose a sí misma, ¿homenajéandose?, parapetada en el rol de esa otra estrella del cine, acostumbrada a que el mundo se rinda a sus pies, pero ya veterana. Acaso más libre y más impune en en la juventud, aunque no hay antídoto contra la vulnerabilidad que implica enfrentar los signos del ocaso. Así, mientras lanza su arbitrario libro de memorias, plagado de injustas y maliciosas omisiones hacia los que la acompañan de cerca, Fabienne choca con el desafío de interpretar un rol secundario en una película llamada La Verdad que, como en un juego de cajas chinas, tiene a otra estrella, más joven, más “del método”, como protagonista. Koreeda y su elenco construyen un film amable y delicado que hace gala del naturalismo excepto en algunas tomas, notables en su misterio, como la que muestra a Fabienne de espaldas, con su rodete como un espiral cerrado sobre sí mismo. Ese estilo, casi transparente, potencia todo el influjo de esa mujer, poderosa en su pequeño reino. Que parece haber negado el paso del tiempo y hasta jactarse de haber sido una mala madre, consecuente con su destino de gloria individual. Pero su hija y su nieta, como la joven actriz de moda, están ahí para recordarle su otro lugar en el mundo. Para acompañarla hacia un desenlace que, sin salirse del minimalismo general, emociona.
El vínculo madre-hija, entre la ambigua realidad y la ficción Nada más ambiguo que la verdad. El director japonés Hirokazu Koreeda lo sabe muy bien, porque ya había atravesado la verdad de los vínculos familiares en su anterior filme “Un asunto de familia”, disponible en Netflix, que lo llevó a ganar la Palma de Oro en Cannes en 2018 y a ser nominado al Oscar como mejor largometraje en habla no inglesa. En su primera producción en Europa, Koreeda se rodeó de dos actrices referentes del cine francés, como lo son Catherine Deneuve y Juliette Binoche, para hechar un vistazo a la compleja relación de madre-hija, para lo cual utilizó acertadamente el recurso de mostrar el cine dentro del cine. Es que Deneuve interpreta a Fabbiane, una actriz consagrada en París que mientras atraviesa los últimos años de su carrera se ve obligada a convivir con las nuevas camadas de colegas, en un recambio generacional que no le causa mucha gracia. En medio del rodaje de un filme de ciencia ficción en el que interpreta un rol secundario junto a la actriz del momento, llega su hija Lumir (Binoche) junto a su marido, que también es actor, pero de baja monta (el eterno Ethan Hawke) y la pequeña hija de ambos. Hay un momento revelador cuando Lumir le reclama a la madre sobre la falta de veracidad de un texto, en la que ella sale citada, y que acaba de salir publicado en su biografía. Y Fabbiane, muy suelta de cuerpo le dice: “La verdad no tiene nada interesante”. La frase, dicha al descuido, es como un aguijón clavado en esta historia. Porque la ficción y la verdad van cambiando de roles todo el tiempo, no sólo en la película que filma Fabbiane, sino también en lo que cuenta el libro, en las fantasías que la abuela le cuenta a su nieta, en el guiño a “El Mago de Oz” y en la relación trunca entre la mamá actriz y la hija tapada por el halo de esa fama que no le pertenece. En medio de todo eso, una sutileza del director, la inclusión de Sarah, una amiga de Fabbiane que fue como una madre para Lumir, que tuvo una muerte dudosa, que no aparece nunca en la película, pero tiene un rol fuertísimo en la historia. ¿Verdad o ficción? Habrá que creerle a Fabbiane: “La verdad no tiene nada interesante”.
La primera película en Francia del premiado realizador japonés tiene como protagonistas a Catherine Deneuve y Juliette Binoche como madre e hija con una relación bastante complicada. Una gran película con dos actrices en estado de gracia. La primera película del realizador japonés tras ganar el Oscar lo encuentra, como suele suceder, filmando fuera de su país, en este caso en Francia. Es su primer film fuera de Japón pero, a pesar de algunas diferencias específicas, el tema sigue siendo similar al de las previas: las relaciones familiares. Seguramente una familia cuya madre es Catherine Deneuve y su hija Juliette Binoche (y su yerno, Ethan Hawke) puede parecer muy distinta a las que pueblan su filmografía previa, pero el interés por describir y analizar las mecánicas de esas relaciones, por ofrecer un punto de vista crítico pero una mirada, finalmente, humanista y comprensiva con sus personajes es muy similar. Las tensiones, frustraciones y alegrías de una familia han sido siempre los temas del director de DESPUÉS DE LA TORMENTA y NADIE SABE, por momentos de maneras más cálidas y en otros más críticas y duras. En casi todas sus películas las familias son construcciones inestables, un tanto ficticias, en las que la negociación entre el interés personal y el común siempre es tema de conflicto, como sucedía en esas películas o las también celebradas DE TAL PADRE, TAL HIJO o la propia SHOPLIFTERS. Y acá eso no ha cambiado, por más que el universo se haya mudado al detrás de escena de un rodaje y tenga a una actriz como protagonista. De hecho, ese universo es ideal para plantear esos mismos temas de sus películas asiáticas. Catherine Deneuve interpreta a Fabienne, una diva del cine francés que uno podría interpretar/confundir con una versión un tanto exagerada y paródica de la propia actriz. Es una mujer olvidadiza y mentirosa, que no se hace cargo de sus raros manejos y que anda por la vida con un aire de superioridad que irrita a muchos, especialmente a su hija, Lumir (Juliette Binoche), una escritora que, por su salud, trata de mantenerse lo más lejos posible de su dominante madre. Pero si bien todo esto tiene aroma a denso drama familiar, Koreeda mantiene por lo general un tono jovial y, en la personificación de Deneuve, hasta bastante gracioso. Lumir, su marido norteamericano (Ethan Hawke, interpretando también a un actor) y su pequeña hija visitan a Fabienne en su caserón parisino para acompañarla en el lanzamiento de su autobiografía. Lumir ha llegado allí sin leer el libro y, apenas lo hace, se da cuenta que está muy lejos de contar la verdad acerca de su relación. Acerca de nada, en realidad. Esa situación empieza a tensar las cuerdas de una serie de relaciones plagadas de mentiras, pequeñas o grandes, como las que Fabianne tiene con su ex marido, el actual, su asistente personal y, claro, con su familia y hasta su trabajo. Los conflictos, recelos y momentos más amables y livianos irán surgiendo a lo largo de un rodaje de una película en la que Lumir se queda acompañando a su madre luego de que su asistente personal decide abandonarla ya que la mujer a la que dedicó su vida tampoco ni siquiera lo menciona en su autobiografía. Así seremos testigos de la siempre tirante y falsa relación de Fabianne con el resto del elenco (en especial con su coprotagonista), de sus miedos y demandas, y finalmente su habilidad para ser honesta solo cuando miente. Es decir, cuando actúa textos escritos por otros. Y eso, que hace en la ficción, querrá hacerlo también en la realidad. La verdad Para Lumir es un arma de doble filo ya que ella es una escritora y entiende muy bien los mecanismos de expresarse a través de la ficción y de los personajes, pero no es fácil cuando es su propia vida y su relación con su madre la que está en discusión. De algún modo, LA VERDAD pone en juego esas idas y vueltas entre ambos mundos. Y acaso a la conclusión a la que llegue es que, aunque en las apariencias mentira y verdad puedan ser indistinguibles, lo esencial funciona por debajo de esas capas y construcciones. Hay roles y performances en una familia, y más que negar esa realidad, la clave está en asumirlas como parte del asunto. Una de las claves está en la relación entre Fabianne y su nieta, una niña a la que llena de historias acerca de sus poderes mágicos para transformar personas en animales. Ese tipo de fantasías, celebradas en cualquier familia y amadas en este caso por la pequeña, son las que después se vuelven “en contra” en esa misma relación, cuando cualquier cosa que no sea honestidad entre padres e hijos se ve como irresponsable o negador. Lo que Koreeda construye acá es una rara fábula en donde la ficción juega un rol igual o más importante que la verdad y en el que la única conciliación posible está en aceptar esas dos caras de la misma moneda. Deneuve esta ligera como pocas veces desde su época dorada y eso ayuda a que la película se mantenga graciosa y lúdica, aún cuando la apuesta emocional, la tirantez y los conflictos crecen. Binoche, por su parte, apuesta por una personificación más de corte naturalista y muy creíble. Y lo mismo sucede con casi todo el elenco, aunque quizás al personaje de Hawke le falte más desarrollo. En su mudanza a Europa, el realizador japonés se mantuvo en la buena senda que viene recorriendo a lo largo de estos años de su carrera, acaso los más brillantes desde sus iniciales.