Una película no tan grande Esta comedia fantástica es una adaptación muy libre de la novela del irlandés Jonathan Swift escrita en 1726, que mezcla una historia moderna con otra que tiene a reyes y princesas como protagonistas. El actor de Escuela de Rock, Jack Black, es Gulliver, un repartidor de correo en un periódico de Nueva York que sueña con convertirse en editor de viajes. Para ello, engaña a su jefa (Amanda Peet), y se embarca en una aventura hacia al Triángulo de las Bermudas, pero llega a la isla Lilliput, un lugar habitados por personas muy pequeñas. La película, pensada en clave infantil y realizada por Rob Letterman (Monsters vs aliens y El Espanta tiburones) echa mano a los recursos de las escalas y diferentes tamaños para sorprender al espectador. Pero la fórmula se agota rápidamente y Jack Black (también productor) está obesionado por citar La guerra de las galaxias y Titanic en una historia que hace referencia también a King Kong y Transformers. Esto no resulta funcional y mucho menos divertido. Este "gigante" entre enanos es elegido rey y combate al villano de turno, pero sin sorpresas. Todavía se recuerda la versión televisiva protagonizada por Ted Danson o la que hizo Richard Harris, que aquí tiene calcada la escena de los barcos. Esta no es una película tan grande como su protagonista.
Deslucida adaptación de un clásico La nueva versión del clásico de Jonathan Swift tiene como figura central al comediante Jack Black, también productor. Al finalizar el film, no sabemos si es más irritante el deslucido guión o el poco atractivo de los efectos visuales. Ya lo sabemos: Hollywood suele encasillar a sus figuras. Sobre todo, si son cómicos. Le pasó a Jim Carrey, aunque alterna sus morisquetas con algún papel “serio”. Algo similar ha ocurrido con Ben Stiller y Adam Sandler. Como en el caso de Carrey, suelen aparecen de tanto en tanto en algún producto de riesgo, en donde las más de las veces pueden destacarse. Exceptuando la genial Escuela de rock (The School of Rock, Richard Linklater, 2003), la comicidad de Jack Black siempre fue así, autosuficiente, como si sus muecas y torpezas varias bastaran para darle autenticidad a los relatos. Pero, ¿qué ocurre frente a un film como Los viajes de Gulliver? Solventada en su enorme figura, magnificada aún más por el personaje que interpreta, poco puede hacer para levantar esta película plagada de lugares comunes. La adaptación lleva al torpe encargado de correo de una editorial a la tierra de los pequeños hombres, vista desde su perspectiva. Del otro lado queda la medianía de una vida deslucida, la incapacidad de declarar su amor a una bella e inteligente periodista (interpretada por Amanda Peet), y un futuro no demasiado prometedor. En el nuevo mundo, en cambio, lo esperan aventuras. Hay una elemental intriga en las altas esferas de este reinado, e incluso hay “otro hombre pequeño”, al que instruirá para que se anime a hacer lo que él no hace en su mundo: enfrentar los problemas, sobre todo los amorosos. La realización de Rob Letterman utiliza el material original con poco vuelo. Orientada al público infantil, Los viajes de Gulliver hace uso y abuso de la comicidad gestual de Black y de escatologías varias. En la senda de la saga de Shrek, los diálogos recurren a otros productos culturales (la serie 24 o las películas taquilleras más recientes) como herramienta paródica. Es decir: frente a un rico material literario elige el camino más sencillo. Es poco probable que la versión 3D (quien escribe estas líneas vio el film en 2D) le aporte encanto al relato. A esta altura, se exige por lo menos inspiración en el tratamiento visual. El poco atractivo diseño de arte y algunos desniveles técnicos (el pobre uso del chroma) poco colaboran en ello. Sin dudas el histrionismo de Black, paradigma del gordo bonachón y torpe, suerte de nuestro “Catrasca” yanqui, puede ser fuente de una de las mejores tradiciones en materia de comicidad: el slapstick. En este caso, Los viajes de Gulliver es un gran error en su aún pequeña filmografía. Cuestión de tamaño.
Una cuestión de tamaño Jack Black recrea, en parte, la obra de Swift. ara que nadie se haga falsas ilusiones: Los viajes de Gulliver es una comedia de aventuras amable, simpática -si es que a uno le resulta simpático Jack Black-, con imágenes digitales impactantes (aunque no nuevas) en 3D. Pero del clásico de Jonathan Swift (publicado en 1726) sólo se utiliza la carcasa o la excusa. El motor, el alma de aquella obra, la feroz e imaginativa sátira sobre la estratificación humana, no fueron trasladados en esencia a la película. En definitiva, el filme se centra en un perdedor enamorado de una mujer que parece fuera de su alcance, convertido -con poca justificación argumental- en héroe accidental. Punto. La película empieza en tiempos actuales, sin demasiado apego por la verosimilitud, como si todas las expectativas se centraran en las aventuras por venir. Jack Black -que hace una suerte de introducción con su transitado show antiheroico- es un oscuro empleado del correo de un diario, un hombrecito conformista en la base de una pirámide laboral. Inmaduro, ama a una mujer que parece inalcanzable: la editora del área turismo (Amanda Peet), que, engañada por un tosco copy/paste de Lemuel Gulliver (Jack Black), le ofrece hacer un viaje al Triángulo de la Bermudas: solo, para escribir una crónica, sin que él sepa siquiera navegar. El hombre cruza el mar y, de pronto, es tragado por un remolino que lo escupe en el universo lilliputiense: allí, inesperadamente, su “pequeñez” se transforma en gigantismo: un problema inicial, una ventaja a futuro. Desde entonces, la película, basada sólo en la primera parte de la novela de Swift, apunta al gag y a la acción, por momentos de un modo lavado, acaso en su intento de abarcar a un público demasiado diverso. En resumen, en medio de la guerra entre el reino de Lilliput y los invasores de Blefusia, “La bestia” se transforma en héroe, en mito, con traspolaciones entre el pasado y el presente, chistes (a veces) efectivos y, de paso, alusiones a éxitos de la Fox, como Titanic o Avatar . Hay secuencias, como la de la batalla entre Gulliver y la armada de Blefusia, muy bien logradas desde lo visual. Otras ingeniosas, como la construcción de una Times Square lilliputiense, en homenaje al nuevo prócer, con todos sus carteles luminosos con gigantografías de Gulliver. Tampoco faltan, típico de las películas con Jack Black, referencias al rock; esta vez a través de un grupo de mini Kiss. Hay, además, algún chiste escatológico. Pero, en realidad, todo es muy correcto, nada memorable. Y así el hombrecito pasa a gran hombre, aunque su ego enorme tal vez lo devuelva a su condición de hombre a secas. Cuestiones más propias de Swift. Los autores de esta película se conformaron con una fábula término medio.
Los viajes de Gulliver Un desbordado Jack Black protagoniza esta pobre actualización de la novela de Swift Rob Letterman, director de dos films animados como El espantatiburones y Monstruos vs. Aliens , incursiona en el cine con actores de carne y hueso con esta muy libre transposición de la clásica y satírica novela escrita por Jonathan Swift en 1726 sobre las desventuras de un hombre común en Liliput, una comunidad habitada por gente de 15 centímetros de altura (lo que lo convierte en un gigante todopoderoso). En este caso, es Jack Black el encargado de interpretar a Lemuel Gulliver. Ambientado en la actualidad, el prólogo nos presenta al protagonista: un típico antihéroe, un hombre gris, sin ambiciones y con demasiados traumas, que trabaja desde hace diez años como encargado de repartir el correo en la redacción de un diario. Negador y fabulador, este eterno adolescente obsesionado por los videojuegos está enamorado de la bella editora de la sección Turismo (Amanda Peet), pero a pesar de la simpatía de ella hacia él, no se anima ni siquiera a invitarla a salir. Luego de una serie de enredos, Lemuel recibe un encargo: viajar hasta el Triángulo de las Bermudas para escribir una nota. Luego de soportar una fuerte tormenta, aparecerá en el reino de Liliput, inmerso en todo tipo de conflictos bélicos y románticos, pero dueño de un inédito poder. Hasta aquí el planteo inicial de este film que intenta aprovechar el histrionismo de Black (un actor que sin un director, un personaje y una buena historia que lo contengan es afecto a todo tipo de excesos y desbordes) y los dispositivos visuales que permiten confrontar a Gulliver con los diminutos liliputenses. El problema es que ni la sobreactuación de Black ni el despliegue de efectos generados por computadora (que no van más allá de lo que ya se vio en, por ejemplo, Una noche en el museo y que quedan a años luz de una producción como Avatar ) alcanzan a sostener un mínimo interés del espectador. La película repite una y otra vez los mismos gags, obliga al desbordado Black a ciertos parlamentos solemnes y bienpensantes que no lo favorecen, evita el interesante costado político que tiene la obra original de Swift y dilapida los posibles aportes de los buenos actores contratados para los desdibujados papeles secundarios (la princesa de Emily Blunt, el rey de Billy Connolly, el malvado de Chris O'Dowd y el enamorado e inseguro Jason Segel). Así, la película apela a los anacronismos -utiliza con fines humorísticos temas de Kiss ("Rock and Roll All Nite"), Prince ("Kiss") o el clásico "War" en pleno siglo XVIII- o a las referencias obvias a la cultura popular (en casi todos los casos, a éxitos de la 20th Century Fox, productora, claro, de este film, como Star Wars , Titanic o la propia Avatar ). Recursos desesperados como para sostener un film que resulta tan pequeño como las criaturas concebidas por la prosa de Swift.
Cuestión de tamaño... y de dejadez Los viajes de Gulliver era una elección obvia a la hora de pensar en algo para procesar en esa máquina de contraponer tamaños que es el formato tridimensional. Pero es posible que en el futuro esta nueva versión de cinematográfica de la serie de novelas de Jonathan Swift sea recordada, más que como “la Gulliver en 3D”, como “la Gulliver de Jack Black”. Eso, en caso de que sea recordada. Esta es la segunda ocasión, después de King Kong, en que el actor de Escuela de rock debe afrontar cuestiones de escala. Y Black repite aquí el que a esta altura da toda la sensación de ser su monopersonaje: el del adolescente crecido, que supo hallar en el rock la razón de su vida y se lo aúlla al mundo, con gestos y sobreagudos dignos de Angus Young. Al ser uno de los guionistas Joe Stillman (histórico de Beavis & Butthead y de Shrek), no llama la atención que Lemuel Gulliver no sea aquí un ex cirujano del siglo XVIII, sino un oscuro empleado de The New York Tribune, en la más crasa actualidad. Enterrado en la sección Correspondencia, con tal de hacer contacto con la soñada editora de Turismo (esa linda por definición que es Amanda Peet), Lemuel hace lo que cualquier periodista de raza: acepta una nota sin tener idea de cómo escribirla. El problema es que la resuelve apelando al más estricto copy & paste. Alucinada con los talentos del farsante, la chica lo premia con una nota en Bermudas. A la altura del Triángulo, el yatecito de alquiler de Lemuel (temerariamente llamado Titanic) se extravía, el muchacho es arrastrado por un tornado y pierde el conocimiento. Cuando lo recupere, estará tendido en una playa y atado de pies a cabeza, con un ejército de liliputienses sobre él. Apuntada en primera instancia al público infantil, esta nueva versión de Gulliver apela sobre todo al anacronismo a la hora de resolver la coexistencia entre el tipo del siglo XX y el mundo posmedieval de soldaditos al que ha ido a parar, lleno de intrigas palaciegas, generales conspirativos y guerras entre reinos. Al más puro estilo Shrek 2 y Shrek 3, la pereza impera a la hora de construir ese mundo, limitándose a dar de él un borrador elemental y poniendo toda la pólvora en chistes esporádicos y ocurrencias circunstanciales. Hay un incendio y el gigante lo apaga orinando; a la mañana, dos liliputienses llenan su cafetera eléctrica, paleando granos de café como si fuera carbón. Y así. En medio de esa dejadez, tres grandes escenas. En una de ellas, suerte de bonus track de Escuela de rock, Gulliver le enseña a un plebeyo (el inane Jason Siegel) a seducir a la princesa (desabrida Emily Blunt), haciéndole repetir la letra de “Kiss”, de Prince. Otra roza la genialidad, pero la deja ir: en un escenario que remeda una pantalla de tele, Gulliver se hace representar sus películas favoritas (La guerra de las galaxias, Titanic), haciéndoles creer a sus anfitriones que esas proezas son su vida. Finalmente, la gran escena en la que los tamaños se invierten y el gigante, ahora pequeño, es usado (vejado) como muñeca por una siniestra niña rubia. Pero es tanta la indiscriminación que dichos hallazgos se ponen en pie de igualdad con la infeliz idea de recrear esa tontería llamada Transformers.
De la Sátira Monárquica a la Moralina Autosuperadora ¿Qué diría Jonathan Swift si viera lo que Jack Black le hizo a su obra más trascendente e inmortal? Adaptar “Los Viajes de Gulliver” a los tiempos que corren no es una mala idea. Las monarquías y los regímenes antidemocráticos siguen existiendo, y muchos países viven bajo un estado de seudo democracia, donde la autarquía supera al clamor popular. La intención de Swift siempre fue ridiculizar al gobierno francés e inglés, demostrando que un lider político que no escucha las intenciones del pueblo no puede dirigir un país. En las novelas, Gulliver era una suerte de periodista que entre personas diminutas y gigantes, enseñaba y aprendía sobre el funcionamiento de diversos gobierno, a la vez que ayudaba a crear la paz entre los mismos y sus enemigos. Obra inteligente, pacificadora, de claras intenciones republicanas. ¿Cuánto quedó de eso en esta adaptación de Rob Letterman (que proviene de la animación con Monstruos Vs Aliens, El Espantatiburones) con guión Joe Stillman (las primeras Shrek, Planeta 51) y uno de nuevos “genios” de la comedia estadounidense, Nicholas Stoller (director de Cómo Sobrevivir a mi Ex y Como Sobrevivir a un Rockero, editadas lamentablemente director en DVD)? Poco y nada. ¿Por qué? Porque la monarquía del sistema de estudios, ve en la novela de Swift un vehículo para atraer al público, mediante el uso de efectos especiales, el 3D… y especialmente Jack Black. Cualquier atisbo de subordinación o trangresión que permita al público reflexionar sobre el funcionamiento de los políticos hoy en día debe erradicado o sino exhibido de manera tan obvia y banal que termine pasando inadvertido. ¡Sí, la monarquía sigue teniendo influencia en el mundo! ¿Entonces sino se trata de una crítica socio política de que trata esta adaptación Gulliver? Del sueño americano, obviamente: si superas tu fallas y tenes confianza en vos mismo, te convertirás en un “gigante”, metafóricamente hablando, conseguirás a la chica de tus fantasías y ascenderás en tu trabajo… y todos felices para siempre. Honestamente pienso, que Gulliver podría ser llevada con más originalidad a los tiempos que corren, incluso con Jack Black, que de vez en cuando, (como demostró en Margot en la Boda, por ejemplo) puede sorprender con un rango dramático diferente a lo que estamos acostumbrados a ver de él. No tengo absolutamente nada en su contra. Me parece un comediante nato, el descendiente natural de John Belushi, con toda su desenfreno y expresividad gestual. Pero también, Black ha quedado encasillado. El personaje de Escuela del Rock, por un lado lo ha puesto en un trono de honor dentro de la comedia, pero también no lo deja avanzar actoralmente. Y esta vez, ni siquiera hay pequeñas variantes en su comportamiento (casos El Descanso, King Kong e incluso la decepcionante Año Uno), directamente Dewey Finn vuelve a la pantalla: este especie de adicto al rock, que vive decepcioando de su estado físico y que utiliza el humor para contrarrestar su vagancia y falta de autoestima. Su meta es conseguir la chica, no la paz nacional. Encallado en Liliput, es amarrado por este pueblo en miniatura y los protege de una posible guerra. En agradecimiento, le proporcionan todos los lujos posibles: incluido su propia Madison Square Garden donde Gulliver aparece en variantes de afiches de Broadway y de tanques hollywoodenses (de la Fox, claro) como Wolverine, Avatar, Titanic, etc. Pero dentro del guión, también Gulliver juega una suerte de Cyrano de Bergerac, cuando tiene que dar las claves a un campesino que lo ayuda con sus “batallas” a conquistar a la princesa de Liliput. Por lo tanto, esto debería ayudarlo a conquistar a su propia amada, Darcy, que se ha quedado en Manhattan. El guión de Stillman / Stoller, no solamente apela a todos los lugares comunes y clisés estructurales de los peores films industriales, sino que además carece humor ingenioso, apelando a chistes escatológicos tan vistos que carecen de gracia. La obra de Letterman apunta sin duda al público infantil (de ahí que se estrene doblada al castellano), pero se toma al niño como ingenuo e ignorante con una trama insulsa, personajes poco creíbles y números musicales que dan vergüenza (y encima doblados, mucho peor). De hecho el doblaje es uno de los puntos más flojos. Como en la trama se satiriza al lenguaje protocolar de los siglo XVII y XVIII, muchos términos en realidad son imcomprensibles para el oído argentino porque fueron traducidos al mexicano. Si bien, hay algunos momentos simpáticos (las representaciones en teatro de escenas de Titanic o La Guerra de las Galaxias, así como un imitación a Kiss), el resto de la películas es obvia, absurda (en el mal sentido), previsible, inverosimil (en el sentido no fantasioso) e incoherente narrativamente. Tiene un discurso tan directo que al finalizar, deja con una sensación de vacío angustiante. Algunos buenos comediantes y actores secundarios como Jason Segel (aburrido), Emily Blunt (parodiando a la Reina Victoria, pero sin encontrarle la vuelta al personaje: ¿es estúpida o se hace?), Amanda Peet (lejos, muy lejos de su mejores interpretaciones) y principalmente Billy Connolly (excelente actor británico que se deja humillar de esta manera es muy triste) están desaprovechados, tanto su talento como sus personajes. El mejor, en este sentido es el desconocido Chris O Dowd, que en el rol del villano, se pone la película sobre los hombros. Este muchacho tiene futuro, y en su austeridad logra una interpretación aceptable. Black provoca alguna que otra risa, pero su humor ya carece de sorpresa. Es una lastima que hayan desaprovechado una historia tan rica en una obra tan superficial, donde ni el protagonista, los efectos especiales o el 3D, que debían ser lo más destacable, tampoco resultan admirables. Esta adaptación de Gulliver, se centra demasiado en la primera parte del libro, y es una lástima que apenas le otorgue 5 minutos (o menos) a toda la segunda en la que el protagonista viaja a tierra de gigantes. Si quieren ver realmente de que trataba Los Viajes de Gulliver, recomiendo una mini serie canadiense que también puede ver toda la familia pero que no descuida el aspecto político de la obra original, es entretenida y los efectos especiales, son exactamente iguales, a pesar de haber sido filmada hace más de diez años (1996). Tiene el mismo nombre, se encuentra en DVD y la protagonizan Ted Danson, Mary Steenburguer y Edward Fox. A comparación de estos nombres, Jack Black se queda chiquito.
Cuando ves a Jack Black como protagonista de una película, que tiene el mismo nombre de una obra ya conocida por el común denominador, no es de adivinos saber que es una comedia dirigida a la audiencia de un domingo familiar. Los papeles de Jack Black tienen algo en común, la interpretación de un hombre algo frustrado por la vida que tiene, pero que dentro de todo, la lleva con algo de “picardía y humor”. En este film personifica al encargado del correo de un gran periódico de Nueva York, en el cual también trabaja su gran amor Darcy Silverman (Amanda Peet), editora de la sección de viajes. Su falta de valentía hace que no avance en su trabajo y mucho menos dirigir alguna palabra a la chica que lo hace suspirar. Su escape es jugar a Guitar Hero en la oficina de correos, y con muñecos de colección de Star Wars. De pronto se da una oportunidad de ascenso y de enamorar a su chica; acepta realizar una nota del Triángulo de las Bermudas. Esta decisión lo lleva a Liliputh (lugar también descripto en el cuento) donde comienza siendo esclavo y termina siendo héroe (metáfora para publico infantil, donde el protagonista es un total fracasado, que por medio de obstáculos y el destino, va teniendo cambios en su personalidad que lo convierten en un autentico hombre de valor). En síntesis la “historia” es esa, donde se da mayor paso a los gags y los chistes algo desgarbados y clichés, al mejor estilo Jack Black, donde también es explotado su talento musical. Si es seguidor del tipo de comedia de este actor estadounidense, adelante, de lo contrario compre el boleto para otra película, pues aunque Los Viajes de Gulliver tiene el guiño de ser en 3D, para que sea mas atrayente para todo tipo de público, los efectos visuales (como toda película nueva de temporada) están predestinados a ser el fuerte del film. Aunque el exceso de estos, ya no generen alguna sorpresa en el espectador. Cabe recalcar que en el trascurso de la película hay algunas escenas divertidas, donde hay parodias hacia films como Titanic, La Guerra de las Galaxias, y al grupo “Kiss”, tambien se hacen acotadas referencias a algunas películas taquilleras de Fox. No espere encontrarse con la fiel adaptación de la novela de Jonathan Swift, ni con cuestionamientos mentales o la moraleja al final. Pues lo común que encontramos en las películas que son para “tarde de domingo en casa” es saber que puede sentar tranquilo sin pensar….solo dejarse llevar, al final todo tendrá una explicación….
Los Viajes de Gulliver (Gulliver’s Travells, 2010) es una nueva puesta al día cinematográfica de la imperecedera novela del británico Jonathan Swift. Esta nueva versión, dirigida por Rob Letterman (Monstruos vs Aliens, El espanta tiburones), nos narra la historia de un Lemuel Gulliver (Jack Black) del siglo XXI. Gulliver es jefe de la sala de correos de un periódico neoyorkino, y sus días se suceden entre una importante carencia de ambiciones y una absoluta timidez para con su compañera de trabajo, Darcy Silverman (Amanda Peet), de quien se halla perdidamente enamorado. Pero un día todo en la vida de Gulliver se trastoca. Su nuevo empleado, con solo un día de antigüedad es ascendido y los roles de ambos se invierten. Ante esta nueva situación, busca con urgencia replantear su vida, acto que lo lleva a un desesperado acto de cortejo en el que simula ser un importante viajero con el sueño de convertirse en escritor, hecho que lo lleva a El triángulo de las bermudas a investigar las recientes desapariciones de barcos. En dicha travesía, una feroz tormenta lo arrastra al pequeño e inverosímil pueblo de Liliput. La película, como la mayoría de la última hornada comedias hollywodenses, cuenta con un altísimo presupuesto y una gran puesta en escena, siendo la tromba marina y la llegada de Gulliver al pueblo de Lilliput los momentos en que dicha afirmación se percibe con mayor claridad. Por otra parte, el trabajo tras las cámaras de Letterman puede tildarse simplemente de “correcto”, ya que el realizador no hace alardes de calidad técnica en ningún momento del film, limitándose a los encuadres más tradicionales y, en su mayoría, a los planos fijos. Habiendo afirmado que el apartado técnico de la película no trasciende pero tampoco desmerece, es preciso referirse a la propia narrativa de la misma. Y es precisamente el guión el aspecto más irregular de todos, y este es un hecho prácticamente intolerable, dado que tenía como base el escrito de Swift. El problema, como se puede adivinar, no es de estructura (aunque la película solo abarque una pequeña porción del libro), sino que radica en los diálogos, los cuales suponen una sucesión de frases incoherentes en la búsqueda del chiste fácil, y solo unos pocos conseguirán arrancarle la sonrisa al espectador quien, de todas formas, terminará saturado. No es exagerada la metáfora de expresar al guión como una ametralladora que no cesa de disparar, pero aun así sus proyectiles no ocasionan daño alguno, puesto que son de salva. Los Viajes de Gulliver es una película prescindible, de la cual el espectador la olvidará pronto al salir de la sala. Pero a su vez, no es imposible de ver, y hasta quizás, mantenga a más de uno entretenido durante un rato. Film errático durante la mayor parte del metraje, a la cual unas pocas escenas propias bien resueltas (el rescate del castillo de Lilliput envuelto en llamas) ni el soberano esfuerzo de Jason Segel, ni el hiper histriónico humor de Jack Black consiguen salvarla. Y es una pena, sobre todo para este último, a quien una buena comedia le habría dado un respiro luego de la enorme decepción que supuso Año Uno (Year One, 2009) -la cual, de paso, es inferior a esta- .
Jack Black protagoniza esta versión de la famosa novela de Jonathan Swift (1667 – 1745), escritor anglosajón caracterizado por el sarcasmo y critica a la sociedad tanto en sus prosas como en los textos poéticos y políticos. Publicada originariamente como “Viajes a Varios Lugares Remotos del Planeta” (1726), siempre se la consideró un clásico de la literatura infantil, por ser de ligera lectura y muy imaginativa, cuando la realidad es que luego de innumerables traducciones y adaptaciones se fue transformado en un cuento para niños, ya que lo que hacia Swift era una dura critica contra la corte inglesa, su arrogancia y sus modos; un análisis de la sociedad ácida un poco cruel... En ella un aventurero llega a tierras extrañas. Las más conocidas, son las de Liliput, habitada por personas más pequeñas que un dedal, Brogdingnagg habitada por gigantes y un país donde viven caballos pensantes en contraposición con los Yahoos, seres decadentes e irracionales. Los Viajes de Rob Letterman (Monstruos Vs Aliens y El Espanta Tiburones) se reduce a una comedia fantástica (con varios bien logrados efectos visuales) y no contiene ni una pizca del ácido ataque a estadistas y políticos. Sí, algo de reflexión sobre la sociedad (mensajes directos hacia el protagonista como “no hay personas pequeñas, sino pequeñas personas, jugate por lo que querés, valora lo que tenes” etc). Este Gulliver no es médico sino un estancado encargado de correo de oficinas el cual sufre el no poder invitar a salir a Darcy, una atractiva periodista interpretada por Amanda Peet. Pero un día toma coraje y se acerca, pero no lo logra. En cambio, se ofrece como colaborador en la sección viajes del periódico, es así como se embarca por tres dias en el océano atlántico adentrándose a la enigmatica zona del Triangulo de las Bermudas, donde una salvaje tormenta lo hace viajar a Liliput, donde comenzará una nueva vida. Alli J. Black luce su enormidad, va consumiendo todo su artillería gestual ya recurriendo a lo escatologico. No hay nada extraordinario en Liliput: una mini Inglaterra del siglo XVIII, donde la princesa Mary (la bella Emily Blunt) es cortejada por el cuadrado General Eduard ( Chris O ´Down ) quien se ve amenazado por la bestia y no por Oratio (un desaprovechado Jason Segel) que intenta conquistarla aconsejado por Gulliver. Los Viajes... fueron llevados a la pantalla grande, desde Gulliver Mickey (1934) hasta la maravillosa versión rusa El Nuevo Gulliver (1935) de Alexander Ptushko film que combina stopmotion, animación, marionetas y una lectura contemporánea a la Unión Soviética, sobre el marxismo y el capitalismo. Japón también le rindió homenaje a Swift con Gulliver´s Travels Beyond the Moon o Gulliver del Espacio (1965) el simpático cartoon de Kuroda... y como olvidar la lucha con el lagarto en tierra de gigantes,con el héroe interpretado por Jack Sher en The Three Worlds of Gulliver o Los Viajes de Gulliver (1960) . En 1977 llega el híbrido live action - animación: Gulliver´s Travels de la mano de Peter Hunt, un clásico del video club. Y este año llega Jack Black haciendo lo que puede, un director que parte de una obra rica e inolvidable para hacer de ella, una historia simple, sin compromiso alguno, partiendo de un lugar maravilloso para terminar en un no-lugar.
Carisma y levedad Antes que nada conviene llamar a las cosas por su nombre y no andar con eufemismos: Los Viajes de Gulliver (Gulliver´s Travels, 2010) es el típico producto hollywoodense que toma prestada una premisa cualquiera, en este caso extraída de la inmortal obra de Jonathan Swift, con vistas a explotarla en tanto vehículo a la medida de la estrella de turno. En un contexto de estas características el éxito o el fracaso depende de la capacidad de los responsables de mantener una mínima dignidad y no traicionar a un público ATP adepto a los lugares comunes, los chistes previsibles y esa recurrente catarata de efectos digitales. Otro factor importantísimo para poder disfrutar del convite pasa el simple gusto personal de cada espectador: si el protagonista no resulta simpático la experiencia en su conjunto puede volverse en extremo insoportable. Por cierto actualmente no debe existir intérprete que divida más las aguas que Jack Black, un verdadero “tómelo o déjelo” cinematográfico. El actor de maravillas como Escuela de Rock (The School of Rock, 2003), Nacho Libre (2006) y Rebobinados (Be Kind Rewind, 2008) es en sí mismo un cúmulo de referencias musicales, televisivas y de cultura pop en general que no siempre son aceptadas por todos. Como la trama es archiconocida sólo diremos que ahora Lemuel Gulliver (Black) es un triste empleado de correos que -fruto de su amor por Darcy Silverman (Amanda Peet)- termina con el encargo de escribir una nota acerca del Triángulo de las Bermudas. Desde ya que pronto se pierde con su embarcación en medio de una terrible tormenta y sin quererlo arriba a Lilliput, una tierra en la que será un gigante entre diminutos seres humanos. El limitado guión de Joe Stillman y Nicholas Stoller deja bastante que desear y los mejores momentos del film dan la sensación de que han sido improvisados por el estupendo elenco. De hecho, Emily Blunt como la Princesa Mary y Chris O´Dowd como el malvado General Edward colaboran contrapesando el carisma visceral de Black. El anodino Rob Letterman, en su tercer opus luego de Monstruos vs. Aliens (Monsters vs Aliens, 2009) y El Espanta Tiburones (Shark Tale, 2004), sustituye el tono satírico del original por una prudente levedad que no molesta pero tampoco despierta demasiado entusiasmo. Si bien los CGI cumplen para el nivel contemporáneo, el doblaje al castellano es paupérrimo: aún así se agradecen las hilarantes alusiones a Star Wars (1977), Titanic (1997) y Kiss de Prince…
Colonizando Liliput Lemuel Gulliver es un personaje creado por Jonathan Swift para su novela publicada en 1726, donde narra una serie de viajes apócrifos, todos realizados por el capitán Gulliver. En uno de esos viajes el capitán llega a Liliput, un reino habitado por seres diminutos. Ese es el tramo de la historia que nos cuenta el director Letterman, claro que con algunas modificaciones no menores. Con su histrionismo habitual -para tomarlo o dejarlo- Jack Black toma el nombre de Gulliver pero no su rango de capitán sino que en realidad es un empleado mediocre en una empresa editorial. Desde hace años se dedica a repartir el correo entre el personal, y nada indica que deje ese puesto. Treintañero pavote, fanático de "Star Wars" y adicto al Guitar Hero, es incapaz de invitar a salir a una de las empleadas del lugar, de quien está enamorado. Su torpeza en cuestiones amorosas lo llevan a engañarla y hacerle creer que es capaz de hacer una crónica de un viaje. Y es entonces cuando el buenudo de Gulliver emprende una travesía que obviamente cambiará su vida. La película es simpática, tiene momentos graciosos y tecnicamente está a la altura de lo que hoy en día ofrece la tecnología digital aplicada al cine. El punto es que de la ironía de la obra original no hay ni rastros y mucho menos de su trasfondo crítico. Por el contrario, en el filme Liliput es absolutamente colonizada por Gulliver, quien no demuestra el más mínimo respeto por las costumbres del lugar y hasta les impone su "american way of life" a los pequeños habitantes del reino. Se crea un Guitar Hero de Kiss pero con personitas, crea un Times Square a su gusto y hasta les cuenta como propias las aventuras de Luke Skywalker. La aculturización en máximo grado, y sin vergüenza alguna. Para matizar el asunto y que las cosas sean como dicta el manuel de género, hay un villano que por obvio hace que el protagonista sea un héroe. Con todo, se trata de una aventura entretenida para gusto de los más chicos.
Anexo de crítica: Haciendo hincapié en ciertos reparos, como por ejemplo las limitaciones en cuanto al público al que va dirigida la aventura (que no supera la franja de los 10 años), puede decirse que la adaptación sobre la novela clásica infantil de Jonathan Swift es una película hecha a la medida de Jack Black. Este eterno adolescente, exponente acérrimo de la cultura pop norteamericana, saca a relucir lo mejor de su histrionismo en este relato que no aprovecha las ventajas del 3D como podía esperarse. El director Rob Letterman se limita simplemente a lo que el actor pueda ofrecer en cámara cuando se le da rienda suelta (lamentablemente en el doblaje español se pierde mucha de su gracia) y los guionistas Joe Stillman y Nicholas Stoller apenas sacan algunos chistes –más allá de todas las referencias cinéfilas- de la galera porque saben que delante tienen la presencia de un mago: Jack Black...
Anexo de crítica: Cada tanto la inmortal novela de Jonathan Swift vuelve a ser llevada al cine o la televisión para las nuevas generaciones con resultados por demás dispares. Esta versión libre que acaba de estrenar la 20th Century Fox debe ser la peor de la historia por lejos. Nada funciona en esta comedia si de ingenio, ideas y buen gusto hablamos. No es divertida, no entretiene en lo más mínimo y ni siquiera está bien filmada. Da mucha pena ver a los actores debatirse a capa y espada con parlamentos de una pobreza franciscana y perder irremediablemente una y otra vez. Si a eso le añadimos un doblaje al español realizado en México con una cantidad exorbitante de modismos lingüísticos de ese país, la catástrofe queda sellada a fuego y no la salva ni el histrionismo ya cansador del aquí también productor ejecutivo Jack Black. Un bodrio por donde se lo mire...
Ni respetuoso con el estereotipo En este Hollywood tan falto de ideas, el anuncio de una adaptación a la pantalla grande del siempre vigente Los viajes de Gulliver no sorprendía, aunque si generaba ciertos prejuicios de antemano. Pues bien se sabe que el contenido de la novela que creara Jonathan Swift en 1726 era –muy a pesar de su considerado contenido infantil- una cruda crítica sobre la realidad política europea y una sátira evidente respecto a la condición humana. Vale decir entonces que esta edulcorada versión no sólo no es más que una sombra de lo que representa el título en su totalidad, sino que incluso utiliza el nombre Gulliver con la extraña herencia que los años le han dado a la historia: el famoso navegante que despierta en una isla rodeado por pequeños hombres y vivirá algunas aventuras junto a ellos. Quedan de lado entonces las visitas a Brobdingnag (sólo se le otorga cinco minutos en el film), Laputa o la ciudad de los Houyhnhnms, por citar algunos. La película que dirige Rob Letterman, con antecedentes exclusivos en el mundo de la animación (realizó El Espantatiburones y Monstruos vs. Aliens) cuenta como principal atractivo con el protagonismo de Jack Black (mucho menos histriónico que en sus mejores películas) acompañado de un gran –y desperdiciado- elenco: Emily Blunt. Amanda Peet, Jason Segel, Billy Connolly y Chris O’Dowd. Aquí Lemuel Gulliver no será un doctor amante de los viajes, sino un encargado de correo que, decidido a conquistar a una mujer, emprende un viaje hacia el Triangulo de las Bermudas con el fin de escribir una nota para un periódico. Perdido tras una tormenta, el personaje despierta –cómo no- atado de pies a cabeza en Lilliput, un reino habitado en su totalidad por diminutos seres humanos. Precisamente la historia se encarga de tomar sólo los pasajes más conocidos de Los viajes de Gulliver para readaptarlos y mezclarlos con gags sobre ciertos temas de la cultura popular moderna (desde chistes con Avatar y Titanic, hasta unos Kiss lilliputienses). Pero el problema es con el guión de Joe Stillman y Nicholas Stoller, que parece no dejar afuera ningún lugar común, moralina sobre el sueño americano del “hazte valer por ti mismo” incluida. Los inconvenientes alcanzan incluso para avalar al Gulliver yanqui como un colonizador capaz de transformar a la noble capital del reino en un Times Square neoyorquino, que cambiará no sólo las conductas de los habitantes sino también su forma de hablar y vestir. Toda una muestra de principios. La película intenta ser una simpática exposición de las capacidades actorales de un Black que no logra demasiado entre tanto metraje estructurado. Pero deja tan de lado las vanidades de la historia original, que ni divierte ni invita a la reflexión. Los viajes de Gulliver se centra en el estereotipo más superficial de la novela de Swift, a punto tal que bien podría ser comparada con una película del Quijote, en la que el noble caballero hidalgo sólo se la pase peleando contra molinos de viento. Ojala nunca pasemos por –otra- experiencia semejante .
La historia es harto conocida: un hombre de estatura normal se pierde y aparece como náufrago en una isla, Liliput, habitada por gente diminuta. Jonathan Swift, el autor de la célebre historia original, dotó de magia y aventuras a su trama, pero no inocencia: había, detrás de los ínfimos liliputenses, una enorme sátira política. Pero eso ocurrió en 1726, año en el que se conoció "Los Viajes de Gulliver", y de ese punto en la historia a éste actual, han pasado (léase, se han perdido) muchas cosas. Una de ellas, acaso la más importante, fue el costado satírico, aquí completamente ausente y sustituido por referencias a la cultura pop actual, así como chistes livianos e inocentes, de esos que quitan una sonrisa sin ofender a nadie. Las críticas, a nivel global, no fueron demasiado benevolentes: se ha dicho que Jack Black repite su papel de siempre (lo cual es cierto, ¿pero acaso actores más "serios" no hacen lo mismo, a menudo en pos de ganar un Oscar?), que la "esencia" del original se ha perdido (es discutible: "Gulliver..." fue siempre una fábula principalmente orientada a los más pequeños, y eso es algo innegable que mantiene esta megaproducción de la Fox), y que el resultado final de esta película es tan pequeño como sus habitantes: puede que así sea, pero desde un principio los realizadores del film no parecen tener mayores pretensiones. Así y todo, las andanzas de este nuevo Gulliver tienen un indiscutible punto a favor, que han perdido muchas producciones infantiles recientes: no traiciona a su target principal (6 a 12 años, seguramente) con implícitos chistes para adultos, no hay muertes trágicas o momentos dramáticos al estilo Disney, ni se hace gala del ya insoportable cliché "para chicos y grandes": aquí los que disfrutan son los niños, y no hay nada de malo en que por una vez alguien piense inocentemente en ellos.
¡El horror! Los viajes de Gulliver empieza con los títulos más feos que haya diseñado un hombre, hechos de letras blancas con una tipografía horrible sobre edificios y calles de la ciudad de Manhattan. Lo que sigue después de esa presentación no es mucho mejor. Se trata de la historia de un señor apellidado Gulliver que termina accidentalmente en la tierra de unos hombres pequeños llamada Liliput. Este Gulliver no es, como en la novela original de Swift, un médico y aventurero de principios del siglo XVIII, sino un hombre del siglo XXI que se ha quedado estancado durante años en un mismo e insignificante trabajo como repartidor de correo, que está enamorado de una mujer pero apenas se anima a dirigirle la palabra, y que llega a esa tierra de fantasía a partir de una asignación laboral. En medio de esta trama hay situaciones forzadas (un empleado que logra ascender con apenas un día de trabajo), no una sino dos historias de amor en donde las parejas no tienen la menor química, chistes viejos y estúpidos capaces de plantear que un tipo apagando un incendio con meo es gracioso, y efectos digitales de mala calidad que llenan la pantalla de feísmo visual. Dentro de esta sucesión de desaciertos se destaca un solo momento cómico (el de Gulliver siendo obligado por una nena gigante a ser su muñeca) y la curiosidad malsana de ver a actores talentosos trabajando de una manera groseramente desganada: a Jason Segel limitando sus actitudes cómicas a poner caras de idiota o a Amanda Peet limitándose a sonreírle tímidamente a Jack Black como si eso bastara para convencernos de que está enamorada de él. Párrafo aparte merece Jack Black, que no parece estar interpretando algo de manera desganada sino decadente, como un cómico que está en sus últimas instancias y repite de la peor manera posible las cosas que hicieron de su forma de hacer comedia un sello propio. Ver a Black haciéndose el rockero exaltado una y otra vez (en una película en la que, por otro lado, el rock no tiene nada que ver con nada), imitando a aquel Dewey Finn de Escuela de Rock en versión destrozada y carente de energía, se ha transformado en el momento cinematográfico más penoso en lo que va de este joven 2011. Si uno aguanta hasta el final puede ver incluso un verdadaro monumento a la verguenza ajena: el número musical antibélico liderado por el propio Black, una canción con mensaje final antibelicista de una puerilidad espantosa que viene acompañada de una coreografía consistente en un conjunto de actores dando dos o tres saltitos y haciendo la ola de vez en cuando. Por cierto, el doblaje al castellano que se hizo de esta cosa es tan malo como la película. En conclusión: una mierda.
Los viajes de Gulliver me decepcionó, mucho. A pesar de que el avance no prometía demasiado, yo creía que podía ser una buena película, incluso una gran película. Por lo menos así lo dictaba la premisa con una historia que se dedicaba a explotar al máximo el cuerpo de uno de los cómicos norteamericanos más físicos en mucho tiempo: Jack Black. Sí, es verdad que en el horizonte de la Nueva Comedia Americana también están el gigante Ferrel, el deportista Sandler o el gordito Hill, por nombrar algunos cómicos que también construyen su actuación desde lo físico, pero siempre hubo algo difícil de explicar en la interpretación de Jack Black que lo distanció de los estereotipos más comunes. Rechoncho pero no gordo (“chubby”, en inglés, sería la palabra justa para definirlo), freak y a mucha honra, adolescente capaz de ver por los pliegues de la madurez de otros personajes, humillado pero siempre altivo y belicoso, fiaca aunque con una energía contenida que liberada hacía estallar la pantalla en mil pedazos. Y los viajes de Gulliver iba a ser la película que aprovechara plenamente ese cuerpo anfibio y poderoso, pero al final, lo físico se reduce solamente a un par de ideas simplonas que se repiten a lo largo y ancho de la historia. Black es gigantesco, los liliputienses son chiquitos; tomando esos elementos como punto de partida, la película juega siempre a lo mismo: poner en cortocircuito esos dos tamaños distintos y mostrar el desfase entre el gigante y los hombres pequeñitos. Poca cosa, la verdad. Fuera de eso, de a ratos hay escenas con canciones de rock totalmente gratuitas, como si el director nos estuviera diciendo: “che, miren que esta es una película de Jack Black, hay rock y el tipo hace que toca la guitarra en el aire”. Pero no alcanza. Para colmo, la película relee el libro original desde un lugar bastante feo. En Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift lo que primaba eran la sátira a personajes y temas de la época y la referencia a gobernantes, cuestiones de política y otras naciones. Pero si Swift ponía en tela de juicio al mundo de su tiempo a través de una fábula con un costado fantástico, el director Rob Letterman hace exactamente lo contrario. Más allá de las idas y vueltas del guión y de sus lecciones (el personaje de Black enseña, los liliputienses aprenden, después pasa al revés, etc.) la película se apoya en Liliput como si fuera un trampolín ya no para criticar el mundo conocido del que viene el personaje de Black (un mundo construido sobre el trabajo asalariado en donde el bienestar depende casi exclusivamente del puesto laboral que se ocupa) sino para enaltecerlo, como si al final el regreso de los personajes a Manhattan estuviera teñido de una irritante autoafirmación de sus ideas y de su visión de las cosas. Era claro que no hacía falta seguir al pie de la letra la propuesta del libro de Swift. Después de todo, el escritor interpelaba a una minoría de lectores capaces de decodificar con éxito el montón de referencias camufladas a la sociedad de la época (quizás esa rabiosa actualidad sea lo que hoy hace de su lectura una experiencia críptica y aburrida), mientras que la película le habla a un público masivo, y por eso las referencias ya no cumplen un rol satírico sino más bien uno que oscila entre la parodia y la cita, como se ve con Titanic, Avatar, Kiss, X-Men orígenes: Wolverine, Transformers, Star Wars, etc. Es decir, que muchos de los cambios que hace la película en relación al libro son necesarios. Pero que la crítica de la sociedad y la política se convierta en un saludo complaciente a la época, eso ya da cuenta de otra cosa muy distinta a un ajuste de propuestas. Más bien parece el cierre obvio de una película tibia y complaciente que nos dice que el mundo en el que vivimos es el mejor de los mundos posibles, y que a fin de cuentas uno se realiza subiendo de puesto en la oficina.
Lemuel Gulliver es un personaje creado por Jonathan Swift en 1726. Se trata de un médico cirujano, muy culto, aficionado a aventureras travesías marinas en cuatro de las cuales vive extrañas experiencias. Swift “disfrazó” de novela para niños a una ácida crítica al reinado de Jorge I de Inglaterra al describir, en el primer viaje, a dos reinos de seres pequeños que están en pie de guerra por un insignificante motivo y donde Gulliver es un ser inmenso. En el segundo viaje el autor se animó a criticar a la autoproclamada magnificencia de la Reina, al ubicar al médico en un país de gigantes donde él es un ser diminuto. La novela fue llevada por primera vez a la cinematografía en el año 1939 por Dave Fleischer, en la que se respetaba el sentido de la historia aunque fue filmada con soporte de dibujo animado y la voz de Sam Parker (ver Información complementaria). Más reciente, del año 1996, es una versión televisiva que realizó Charles Sturridge con un elenco multiestelar conformado por figuras de primerísimo nivel actoral, en la que se hicieron algunas adaptaciones a la historia original sin desvirtuarla en su esencia (ver Información Complementaria). En 2010 Rod Letterman terminó de rodar una nueva versión cinematográfica a la que los guionistas Joe Stillman y Nicholas Stoller con un innecesario afán de actualizar, alejaron casi por completo de lo que escribió Swift. Se ha conservado el mar y sus furiosas tormentas, el reino de Lilliput y sus enemigos, muy fugazmente el reino de gigantes Brobdingnag y nada más. En esta oportunidad Lemuel Gulliver es un empleado sin ninguna categoría de una importante editorial neoyorquina, con una personalidad tan diminuta que es vapuleado hasta por los nuevos empleados de la firma. Además está enamorado de la editora de la Sección de Viajes, pero su apocado carácter le impide declararle su amor. Finalmente se anima a acercarse a la dama en cuestión y como consecuencia ella lo envía en una misión periodística al Triángulo de las Bermudas, donde una tormenta lo arrojará a las playas de Lilliput y comenzarán sus singulares aventuras. La trama principal tiene como base argumental la endeble personalidad de Gulliver y su modificación es el soporte de toda la historia. Las subtramas son confusas debido a las adaptaciones que han sufrido. Los viajes son sólo dos que parecen nada más que uno. La princesa no está prometida al príncipe del país vecino sino al general lilliputiense aunque no está enamorada de él. El conflicto entre los dos reinos no es la elección de la canción de bodas de los príncipes, sino que está tan difuso que no queda claro su origen. Sin embargo el mensaje es fiel a la novela original. Gulliver es un gigante entre enanos y un enano entre gigantes, lo que da una sublectura referida a los países intervencionistas y corrobora la idea de lo innecesario de actualizar la historia que Jonathan Swift escribió hace cerca de 300 años. Y dentro de las “actualizaciones” el espectador puede ver directas referencias a los personajes de “Star Wars” (1977) y “Transformens” (2007), a la película “Titanic” (1997) con una alusión a la próxima secuela de la misma y, llamativamente, hay una “lluvia dorada” que puede interpretarse como una travesura del guión para no remitirla a otro género cinematográfico. Técnicamente está realización tiene un deslucido uso del chroma y los efectos digitales son casi imperceptibles, por lo tanto no se destaca en el aspecto visual. El famosísimo, en la actualidad, Jack Black en la piel del protagonista hace uso de todos los recursos de sobreactuación con los que tiene acostumbrados a sus seguidores, desde las primeras escenas el espectador entiende que está ante un personaje muy distinto al que se leyó en la novela o se vio en las versiones anteriores. Black, en muchas escenas hace recordar al personaje televisivo de dibujos animados Homero Simpson. El resto del elenco también sobreactúa, pero esto no es grave en personajes que piden una afectada composición. Aunque Chris O´Dowd como el General Edward se destaca al tener momentos de creatividad en un personaje bastante lineal en cuanto a la exigencia de elaboración. El espectador se encuentra ante un producto cinematográfico destinado directamente al público infantil, hasta tiene una moraleja en su final. Los niños pueden verla desde los seis años y seguramente los adolescentes también la disfrutarán.
Los viajes de Gulliver dista de ser una película perfecta. Muchos incluso dirán que dista de ser una buena película. Y la verdad es que si uno no logra sentir empatía por los personajes, seguramente no va a salir muy contento del cine. Por mi parte, logré tomarle cierto cariño a ese eterno perdedor que es Jack Black (a esta altura, hablar del actor o el personaje es casi lo mismo) y por eso disfruté, en menor medida, de la película. Basándose muy libremente en el clásico de Johnathan Swift (apenas la idea de un gigante en una tierra de gente diminuta) el director de Monstruos vs. Aliens cuenta la clásica historia de un hombre que, en nuestro mundo, vive desapercibido. Ese es Jack Black, un rockero, un nerd, o un geek. O las tres cosas al mismo tiempo. Es el “tipo del correo” que ama en secreto a su superiora. Para impresionarla, termina aceptando un viaje al Triángulo de las Bermudas. El destino hará que termine en Lilliput, atado en la playa por esos pequeños seres. Esa imagen sí es parte del universo del autor (cuyas cuatro obras tienen una densidad que la película obvia) y es fácil de reconocer porque hasta se encuentra en los afiches promocionales. La “bestia” (como prefieren llamarlo los lilliputenses) en un principio será recibido con hostilidad, hasta que un acto casi involuntario de valentía lo convertirá en su salvador. Entonces, este hombre “pequeño” en el mundo real pasará a ser un verdadero “gigante” en Lilliput. Clásico y efectivo, en este caso. A partir de esta premisa, se desarrollan algunos gags muy buenos, como aquellos donde Gulliver recrea películas como Star Wars o Titanic en una suerte de anfiteatro para los lilliputenses. Incluso hay referencias para Avatar (Gavatar aquí) y West Side Story. Tampoco podían faltar los chistes con los videojuegos y la música (Black jugando al Guitar Hero con temas de Kiss, interpretados por personitas diminutas). Él es como una suerte de Dios protector, que pronto encontrará afecto en Horacio y la princesa de Lilliput. Interpretada por la belleza británica Emily Blunt (la protagonista de El hombre lobo, o la modista de El diablo viste a la moda) cuyo escote generoso parece ser el único interés de su prometido, el General Edward (Chris O’Dowd, sobreactuando como debe ser). Claro que la llegada de Gulliver moverá las cosas de lugar y entonces Horacio empezará a expresar su verdadero amor a la princesa. Los viajes de Gulliver va a lo seguro. Hay algunos chistes con el físico de Black, pero no demasiados. A decir verdad, la película tampoco es tan larga: apenas unos 85 minutos. Sí: tiene defectos (sin ir más lejos, los efectos visuales por momentos son mediocres) pero en general se disfruta. Eso, claro, siempre que nos hayamos creído lo que nos están contando. Yo de verdad creo que Jack Black se sentiría a sus anchas en Lilliput.
Técnicamente está muy bien lograda, pero se puede decir que los efectos visuales son lo mejor que puede ofrecer esta película, ya que el guión es bastante flojito. De todas formas es bastante amena y los más chicos de la familia se van a divertir bastante al igual que todos los...
Desfachatada y expansiva como su protagonista, Los viajes de Gulliver es una insólita nueva versión del clásico literario de Jonathan Swift, y si se dejan prejuicios de lado garantizará un momento divertido para todo tipo de público. Jack Black es un actor, cantante y músico que desde su memorable papel secundario en Alta Fidelidad se volvió una suerte de ícono de la nueva comedia americana. Y supo patentar además un personaje que lo llevó a descollar en un film que ya es un clásico de la década recién finalizada: Escuela de Rock. De todos modos también fue capaz de exponer otros matices en films como King Kong, El Descanso y Jesus’ Son. Y así como en Kung Fu Panda el animalito luchador fue creado a su medida, aquí Lemuel Gulliver gira asimismo alrededor de su particular histrionismo. Aún basado en el rol que imaginó su autor hace casi tres siglos atrás, este más que aggiornado Gulliver es un embustero y hedonista repartidor de correo de un diario newyorkino, que en un paseo en bote se internará en un remolino, suerte de pasaje dimensional al reino de Liliput. Allí se sentirá a sus anchas para hacer de las suyas, transformando a sus habitantes en sus súbditos incondicionales. Y además transgrediendo sin pausas sus tradiciones y hábitos, que es en donde reside el principal aporte humorístico de esta recreación, con algunos gags muy logrados. Más allá de alguna guarrada innecesaria y que poco y nada ha quedado en el guión de las alegorías políticas y sociales de Swift, Los viajes de Gulliver, con sus paródicos homenajes al cine y al rock incluidos, y teniendo muy en cuenta -con sus pros y sus contras- que Black es el único y auténtico eje de la propuesta, redondea un aceptable pasatiempo.
Un gigante demasiado pequeño En esta nueva adaptación del clásico de Swift, Jack Black interpreta a un repartidor de correo que acepta ir al Triángulo de las Bermudas para impresionar a una chica. Pero los desbordes del protagonista opacan el resultado. El relato de Jonathan Swift, escrito a finales del siglo XVIII, tuvo varias adaptaciones en el cine, desde la famosa película de animación de 1939 dirigida por Dave Fleischer, realizador de Las aventuras de Popeye, hasta una versión española en 1983 a cargo de Cruz Delgado. El nuevo responsable de llevar a la pantalla grande las aventuras de Lemuel Gulliver, gigante o enano según los mundos que le toquen transitar, es Rob Letterman (Monstruos vs Aliens, El espanta tiburones) y Jack Black como productor. Y es justamente con la estrella de Escuela de rock que empiezan los problemas. La personalidad hiperquinética del actor va en contra del relato, que trasladado al presente tiene como protagonista a un hombre-niño, que vegeta como repartidor del correo en un diario, y que en un intento de impresionar a Darcy (Amanda Pett), una editora de viajes, acepta ir al llamado Triángulo de las Bermudas para hacer una crónica del misterioso lugar. Por supuesto, la travesía terminará en Lilliput, la tierra de la gente pequeña, donde lejos de su existencia gris en Nueva York, el protagonista se convierte en un héroe, acepta el mundo adulto y hasta consigue novia. Más allá del cantado final feliz y de la moraleja fácil de un gigante que en tierras mínimas se hace grande, la comicidad de Black, basada en un abanico de muecas desaforadas, aplasta todo a su paso. A esto hay que sumarle la música, que a diferencia de María Antonieta, la reina adolescente o Corazón de caballero, dos películas recientes donde la música estaba perfectamente integrada al relato, en Los viajes de Gulliver el rock está metido como un capricho del actor y productor (además de Escuela…, hay que recordar Delirios de fama: Tenacious D, una comedia más o menos autobiográfica en clave heavy metal). La película además abusa de los homenajes berretas (a La guerra de las galaxias, a Titanic, a Transformers), pero por sobre todas las cosas, la puerilidad de esta adaptación “moderna” tiene el cretinismo de presentar al gigante como un enviado del progreso, que entre otras cosas se traduce en la construcción de un nuevo Time Square en un reino de cuento de hadas, el merchandising de todo tipo de marcas, y hasta el cambio de vestimenta de los nativos. Un Gulliver que funciona como aplanadora cultural y creador de nuevos mercados. ¿Suena conocido no?
Un viaje sin sorpresas Jack Black es Jack Black. Ya no es más ese joven prometedor que soñaba con ser el rey de la comedia de Hollywood. Es el rey de la comedia, como alguna vez lo fueron Robin Williams y Jim Carrey y de tanto repetirse, de tanto hacer las mismas morisquetas, perdieron el trono y la corona, porque no hay nada que ahuyente la risa como un chiste repetido. Pierde la sorpresa. Y eso pasa con Jack Black, cuando se lo ve imitando a los pasos de baile de las grandes estrellas de la música, uno lo ve en “Escuela de rock”. Y eso fue gracioso esa vez, ya no. Pero no es eso lo único que fracasa en “Los viajes de Gulliver”, la historia es buena, quién puede dudar de las ideas de Jonathan Swift, pero el humor no. Es simplista, escatológico, y lo peor todavía, es previsible. Así y todo, los niños, que llegan al cine con la mochila ligera, disfrutan la película. A lo grande.
Un clasico de Jonathan Swift... hecho paté Lemuel Gulliver (Jack Black) es el encargado de repartir la correspondencia en una empresa, puesto que ocupa hace ya diez años y no se anima a hacer ningún cambio -ni en el terreno laboral ni en el terreno sentimental-. Es un eterno adolescente que no quiere ni asumir obligaciones ni crecer demasiado y a pesar de que está perdidamente enamorado de la escritora de la seción Viajes de la empresa no se anima a hablarle. Como para poder conquistarla y continuar con una mentira piadosa que había armado como para acercarse a ella, Lemuel Gulliver queda a cargo de un extraño viaje al Triángulo de las Bermudas. Remolino acuático mediante, su barco naufraga en la costa de un lugar muy particular: la isla de Lilliput, un reino con habitantes de 15 centìmetros de altura, en donde obviamente, Gulliver parecerá una bestia gigantesca y que luego de diversas desventuras, aprovechará el tamaño a su favor y terminá salvando al reino. Rob Letterman ha sido el director de dos films animados: "El espantatiburones" -en donde ya había trabajado con Black- y la muy buena "Monstruos vs. Aliens". Éste es su debut en el cine con actores de carne y hueso y sinceramente, creo que su carrera gana más crédito con sus films animados. "Los viajes de Gulliver" versión Jack Black - Rob Letterman, está sólo livianamente basada en la genial historia de Jonathan Swift de la que toma básicamente-y casi solamente eso- la idea del gigante en un mundo de seres dimunitos, con todas las connotaciones que ello le trae aparejado. Sin embargo, este punto solamente sirve exclusivamente para lucir un buen despliegue de efectos especiales y de situaciones propicias para aplicar la tecnología 3D, pero en cuanto el guión se aleja del liviano tono de comedia de aventuras, cae en terreno farragoso: hay algunos parlamentos muy artificiales, completamente contrastantes con la trama en general. Jack Black (también productor ejecutivo) al mejor estilo Jim Carrey, hace todas sus monerías, se extralimita en la mayor parte de las escenas y sólo en algunos momentos consigue transmitir una idea con certeza. Ante tamaña catarata de sobreactuación luce muy sobrio Jason Segel (a quien vimos en "I love you, man" "Forgetting Sarah Marshall" y "Ligeramente embarazada" un trio de comedias con muchisimo mas vuelo que ésta) y es una verdadera lástima ver en papeles secundarios de un trazo tan grueso, completamente desdibujados y casi de fiesta de egresados de algun drama project de colegio secundario a Amanda Peet y sobre todo a Emily Blunt (casi como una caricatura de la Reina Victoria que supo ser) y a Billy Connolly (quien acompañó en alguna otra producción a Dame Judy Dench dentro del mismo tono caballeresco, pero con mucha más gloria). Hay algunas situaciones divertidas, sobre todo para el público infantil que no conoce para nada el original de Jonathan Swift donde no habia construcciones en Lilliput emulando a las marquesinas neoyorkinas, ni transformers robóticos para intentar destruir a Guilliver -esta última situación, sobre todo, completamente traida de los pelos con la época histórica en que se pretende situar la acción-. Sobre el final, un clip en el que Jack Black le canta a todo el pueblo de Lilliput, a la realeza y al ejército una canción con bajada de línea políticamente correcta sobre la guerra, logra dar verguenza ajena (no se si empeorará más aún por culpa del doblaje, dejo el beneficio de la duda, aunque me pareció completamente insoportable...). Esta versión de "Los Viajes de Gulliver" tiene un trabajo de guión con una propuesta con ribetes más televisivos que cinematográficos (Hallmark, sin ir más lejos, ha hecho adaptaciones de Gulliver muchos más fieles y mñas creativas) que seguramente ha llegado a la pantalla grande, sólo alentada por la tecnología 3 D. Tal como reza el título del post: un clasico de Jonathan Swift al que Hollywood hizo paté.
Lemuel Gulliver (Jack Black) es el empleado más raso dentro de la estructura jerárquica de su empresa: reparte la correspondencia de gerentes, editores y redactores del periódico para el cual trabaja desde hace más de diez años. Malentendido mediante, es enviado a cubrir una nota de la sección turismo relacionada con el misterio del Triángulo de las Bermudas. La tormenta arrastra su pequeña lancha hasta un remolino gigante y, tras despertar de la conmoción, descubre que se encuentra siendo prisionero de los minúsculos habitantes de un tierra desconocida llamada Liliput. Tras demostrar su falta de agresión hacia los diminutos humanos, Gulliver es tomado como un héroe protector que los defenderá de todos los males que hay más allá de la “bruma” en la isla “de la que nadie ha retornado”. Pero el jefe del ejercito sospechará de la verdadera naturaleza del visitante y comenzará a indagar e el verdadero origen de Gulliver. En versiones subtituladas, dobladas al español, en dos dimensiones y en salas especializadas en tecnología 3D, el film presentado por 20th Century Fox viene con ganas de seducir a un amplio rango de públicos, y no hay duda que cuenta con potencial para hacerlo. Una colega me dijo que existen dos tipos de películas infantiles: aquellas en las cuales los adultos nos entretenemos tanto como los niños, y otras en las que solo somos simples acompañantes. “Los viajes de Gulliver” forma parte de este segundo grupo.