Racionalidad a primera vista. Desde el debate entre el racionalismo y el empirismo y los enfrentamientos religiosos por las concepciones metafísicas, el pensamiento de la humanidad en la contemporaneidad ha pasado por diversos estadios, modas y paradigmas que se han abierto camino a través de la investigación y la reflexión. En todos estos debates la magia del amor ha sido la más estigmatizada en sus potencialidades. Con un espíritu similar al de Medianoche en París (Midnight in Paris, 2011), Woody Allen se sitúa en Europa en 1928 para contar una historia sobre el debate abierto entre la racionalidad científica, la magia y lo paranormal y espiritual. En un homenaje al mago inglés William Ellsworth Robinson, más conocido por su nombre artístico Chung Ling Soo, Colin Firth interpreta al ilusionista Wei Ling Soo, un mago inglés conocido también como Stanley, que recorre el mundo con su espectacular acto de magia. En Berlín se encuentra con su colega Howard Burkan (Simon McBurney), quien le solicita que desenmascare a una médium que esta residiendo en la casa de una familia de aristócratas millonarios en la Costa Azul, en el sur de Francia. De esta manera comienza un debate extraordinario entre la racionalidad y el mundo físico, representado en el discurso del egocéntrico y pesimista Stanley, y la magia del mundo espiritual metafísico, representado por los poderes psíquicos de la bella y alegre médium Sophie (Emma Stone). En Magia a la Luz de la Luna, el mundo de Woody Allen sigue intacto con sus caracteres tipográficos Windsar y su música de charleston, music hall y jazz, en la que siempre encontramos alguna canción de Cole Porter. También podemos disfrutar de varias obras clásicas y apreciar la intención vanguardista del espectáculo artístico ilusionista de carácter obsesivo de Wei Ling Soo, con la interpretación del Bolero de Ravel, obra estrenada a fines de 1928, y la composición vanguardista de Igor Stravinsky de 1913, La Consagración de la Primavera. Infaltable en esta oportunidad es la mención melómana a la séptima sinfonía de Beethoven y la intensidad sentimental de sus últimos cuarteros de cuerdas. También podemos ver una breve escena en un cabaret de Berlín en la que Ute Lemper interpreta la canción Alles Schwindel de Mischa Spoliansky y Marcellus Schiffer, y otras composiciones extraordinarias como Moritat de Kurt Weill y Bertold Brecht, interpretada por Conal Fowkes, y Remember Me de Sonny Miller, interpretada por la increíble voz de Al Bowly. Las descripciones psicológicas de las personalidades, la reconstrucción del lenguaje coloquial culto, la fotografía de la extraordinaria Costa Azul de Francia, la hermosa escenografía aristocrática de fines de la década del veinte del Siglo XX, los inigualables paisajes, los profundos e intempestivos diálogos filosóficos, los debates interminables entre Nietzsche, Freud, el ocultismo y la religión, y el incomparable humor cáustico de Woody Allen, convierten a Magia a la Luz de la Luna en una película de gran belleza estética y de gran valor para introducir a la comprensión de un debate que aún sigue vivo.
El truco del estilo. El hombre que estrena una película por año desde hace décadas, mejor conocido como Woody Allen, retoma la senda de la “comedia de salón”, luego del coqueteo misántropo de Blue Jasmine. Aunque no es solo un regreso a un tono sino también a tierras europeas, donde encontró cobija financiera y artística para extender su cine. Nuevamente, Woody recurre a varios de sus rasgos temáticos más utilizados: la magia, el espiritismo y otras creencias intangibles, lo que sucedía en las no tan lejanas Conocerás al Hombre de tus Sueños, Scoop y otras un poco más afortunadas, como Sombras y Niebla. Aquí, un mago clásico, de trucos mecánicos, esos que pueden ser probados, busca desenmascarar a una médium, que tiene el poder (aparente) de leer el futuro y también de contactar a los muertos en sesiones de espiritismo. El contexto entre guerras contribuye para que el director saque a relucir una de sus mejores armas, la capacidad de recrear una época a través de varios rasgos: el vestuario, el diseño de producción y especialmente la fotografía, la cual ya no luce como un peldaño más en la construcción de sus films, sino que evidencia cierta rigurosidad para componer sus planos y jugar con diferentes capas lumínicas. En Magia a la Luz de la Luna aquellos que acusaron a Medianoche en París de ser una película turística, desempolvarán esas afirmaciones ya que el enamoramiento del director para con Provenza no se disimula como así tampoco las escenas de music hall y jazz en las que Emma Stone muestra un aura particular (resulta inevitable su comparación con otras chicas Allen como Mia Farrow o Diane Keaton). El paseo que ofrece este legendario director tiene escalas en la literatura, en las citas melómanas y en las discusiones filosóficas (ineludibles las menciones a Nietzsche), las cuales marcan el terreno de una historia tensionada entre la fe y la ciencia, lo tangible y la magia, pero con el estilo de sus mejores comedias, las que combinan ironía, cinismo y efectivos oneliners. La película de Woody Allen de este año tiene como un único truco el de presentar recurrencias de un autor que logra, nuevamente, seducir a partir de variaciones de las temáticas y de un estilo que ya lo excede, porque a esta altura el director de Manhattan dialoga solo con sus propios discursos (sin preocuparse en absoluto por el estado del cine de su país), demostrando que nunca será mejor director que de películas de Woody Allen.
Woody Allen, el más europeo de los directores norteamericanos Con notable precisión, Woody Allen viene estrenando desde hace veintidós años una película anual. Pero además “Magia a la luz de la luna” (“Magic in the Moonlight”) es su opus número 44 en casi igual número de años, desde “Robo, huyó… y lo buscaron”, su opera prima como realizador en 1969. Lo que ha cambiado en los últimos años es la localización de sus filmaciones, fenómeno que se inició en 2005 cuando “Match Point” fue rodada en Inglaterra. Justamente la que ahora nos ocupa también transcurre en dicho país y sobre todo en Francia, pero el desplazamiento de parte de su producción a Europa incluye a España (“Vicky Cristina y Barcelona”), Francia (“Medianoche en Paris”) e Italia (“A Roma con amor”). Claro que las tres antes mencionadas transcurrían en bellas ciudades icónicas mientras que en esta oportunidad serán la campaña británica y francesa los lugares elegidos, siendo además los actores menos acreditados. De todos modos Colin Firth ya es un intérprete consagrado y se recuerdan su interpretaciones en “Valmont”, “Sólo un hombre” y sobre todo su caracterización de Jorge VI en “El discurso del rey”, la que fue distinguida con el Oscar al mejor actor. Aquí es Stanley Crawford, un mago que descree en efectos paranormales. Su amigo Howard (Simon McBurney) lo convence en ir a la residencia de los Catledge en la Costa Azul. La madre (Kati Weaver) ha contratado a la vidente Sophie (Emma Stone) para contactar a su marido muerto. El hijo (Hamish Linklater) está perdidamente enamorado de Sophie, pero no logra que ella quede prendada. Stanley es un ser totalmente escéptico y extremadamente arrogante por lo que tratará de demostrar que los poderes de la joven son ficticios. La única capaz de doblegar su soberbia será su tía Vanessa, una excelente caracterización de Eileen Atkins (“Regreso a Cold Mountain”), protagonizando algunos de los momentos más emotivos y dramáticos de la película. Puede perfilarse en el personaje de Colin Firth algunos rasgos del propio Woody Allen y si bien es poco probable que haya sido ésta una decisión del director de “Manhattan”, quizás sea su subconsciente quien lo haya traicionado. “Magia a la luz de la luna” es, en opinión de este cronista, una pequeña perlita de Allen que lo muestra nuevamente como el más europeo de los directores norteamericanos en la actualidad.
Trucos y más trucos En la última película de Woody Allen, Stanley Crawford (Colin Firth) y Sophie Baker (Emma Stone) pasean por la Costa Azul francesa en un Alfa Romeo deportivo. El auto se rompe en el camino y él cree poder repararlo pero, su condición de intelectual lo ubica más cerca de las bibliotecas que de los talleres mecánicos. Para peor, una tormenta eléctrica complica los intentos de ponerlo en marcha y los obliga a refugiarse en una construcción cercana, que resulta ser un observatorio. Las horas pasan, el cielo se limpia y ambos quedan capturados por el cosmos que se impone desde el mirador: ante el mismo universo, Stanley contempla el peligro y Sophie lo sublime. Ya en Manhattan, película en blanco y negro que estrenó en 1979, la pareja protagónica se protegía de la lluvia bajo el amparo del Planetario, en el Central Park. Pero la fuerza de esta secuencia no es la simpatía de citarse a sí mismo, sino su contundente poder de síntesis: dos cosmovisiones enfrentadas, el asunto que gira alrededor de todo el relato. Lo mejor es arrancar por el principio: La primera escena de Magia a la luz de la luna tiene lugar en Berlín, donde Stanley, un escapista famoso, presenta sus trucos bajo el seudónimo de Wei Ling Soo. Allí, un colega suyo, mago menor y amigo de la infancia (Simon McBurney), lo desafía a descubrir y ridiculizar a Sophie, una espiritista, que asociada con su madre (Marcia Gay Harden), lucra con el engaño. ¿Quiénes son las víctimas? La respuesta elemental, una familia rica: Los Catledge, dueños de una mansión en la Riviera francesa. Así, vestidos con telas carísimas, entre salones de hot jazz y planes de viajes a Bora Bora, el director narra las contingencias de una clase privilegiada, como lo hace una y otra vez, pero ahora en la Europa de 1920. El protagonista es un burgués misántropo y arrogante, atento lector de la filosofía nietzscheana –y de Charles Dickens, quien, curiosamente, escribió varias líneas sobre lo fantasmagórico y sobrenatural–. Un absoluto nihilista y un verdugo del pensamiento mágico: “Dios ha muerto”, es la frase del filósofo alemán con la que empatiza el personaje, y gusta de citar. En ella se resume el impulso antirreligioso y antimetafísico, con que Nietzsche intentó demoler las bases del pensamiento occidental. Stanley, este fundamentalista de la racionalidad –en su magia todos son trucos probados–, deberá recorrer más de una vez el camino de la revelación para cuestionar sus propias ideas: tendrá que luchar contra Sophie, la pelirroja clarividente y descocada, sin sucumbir bajo su hechizo. La película dedica algunos planos secuencia que siguen a los personajes por jardines refinados, fotografiados por Darius Khondji, el mismo de Medianoche en París. A la par, entrega diálogos lúdicos, reflexivos y absurdistas, siempre fluidos. Esta ficción del guionista y director norteamericano muestra la comprensión que tiene del género comedia romántica, y hasta se permite alguna licencia para parodiarla. Sólo un poco, no mucho, de forma sutil y conservadora. La académica e intelectualista, interpretada por Diane Keaton en Manhattan, advierte: ¿dónde estaríamos sin el pensamiento racional? Mientras tanto, en La rosa púrpura del Cairo, una estrella de cine traspasa la pantalla para vivir un romance con una mujer que lo admira desde la butaca. Estos polos opuestos siempre estuvieron en el cine de Allen y con Magia a la luz de la luna, se confirma que la inquietud sobre lo extraordinario y lo racional todavía funcionan como resorte de su creatividad
Woody Allen regresa con Magia a la Luz de la Luna, una comedia liviana y de brillante ejecución. Stanley Crawford (Colin Firth) es un ilusionista conocido artísticamente como Wei Ling Soo. Egocéntrico, cascarrabias y arrogante, dedica su tiempo a desenmascarar fraudes perpetuados por supuestas mediums. Es por eso que un amigo lo contacta para viajar al sur de Francia e investigar a una joven llamada Sophie Baker (Emma Stone) quien dice poder adivinar el pasado de las personas y comunicarse con sus seres queridos en el más allá. It´s a kind of magic Magia a la Luz de la Luna es la película número 44 en la extensa y envidiable filmografía de Woody Allen. Habiendo comenzado a filmar en seguidilla y casi sin parates desde el año 1966, se siente lógico que esta comedia romántica protagonizada por Colin Firth y Emma Stone llegue en este determinado momento de su carrera. Algunos podrán decir que el guionista y director neoyorquino se repite a si mismo desde hace años. Otros dirán que, como todo autor, indaga una y otra vez sobre los temas que lo inquietan. Lo cierto es que con esta película Allen vuelve plasmar su particular visión del mundo, aunque esta vez se siente como la obra de una persona que está llegando a los 80 años y logró sacar sus propias conclusiones de la vida. Magia a la Luz de la Luna resulta como una suerte de acompañamiento espiritual de su exitosa Medianoche en París. Ambas transcurren a comienzos del siglo (o por lo menos una gran parte de Medianoche...) en Francia y ambas tratan sobre amores imposibles. Mientras que en la película protagonizada por Owen Wilson la gran imposibilidad para el romance con Marion Cotillard era el tiempo, aquí lo que divide a los intérpretes son sus mismas filosofías de vida. Obviamente la magia a la que hace referencia el título también juega un papel primordial en este film, pero puede no llegar a ser como lo imaginamos. Como suele ocurrir en casi todas las comedias dirigidas pero que no protagoniza por Woody Allen , siempre hay un actor que se pone en la piel de ese neurótico personaje "allenezco". Muchos hicieron un gran trabajo (como Jason Biggs en Anything Else o Larry David en Whatever Works) y otros no lograron captar su sentido del humor (como un desdibujado Kenneth Branagh en Celebrity). Aquí Colin Firth se luce como Stanley Crawford, con una divertida interpretación que saca a relucir su gran timing para la comedia y logra conquistarnos a pesar de interpretar a un personaje sumamente arrogante y egocéntrico. Al mismo tiempo Emma Stone le aporta todo su encanto a la pitonisa Sophie Baker, aunque no es nada muy alejado de los roles en la que la solemos ver. También debemos destacar que si Magia a la Luz de la Luna funciona, es en gran medida gracias a como se ve en pantalla. El vestuario, los escenarios y los paisajes naturales están hermosamente iluminados por Darius Khondji, director de fotografía nominado al Oscar por Evita quien tambien trabajó con David Fincher. El film resulta una verdadera delicia para nuestros ojos y se ubica fácilmente como uno de los trabajos más pintorescos de Allen. Conclusión Magia a la Luz de la Luna no será una de las comedias más recordadas de la carrera de Woody Allen, pero es una película que, aunque sin grandes pretensiones o aspiraciones, logra sobresalir en todos y cada uno de sus aspectos. Colin Firth y Emma Stone forman una adorable pareja de opuestos que se atraen y ayudan a darle vida a un guión que propone apartar a un lado racionalidad y dejar entrar algo de magia a nuestras vidas.
Llega otra vez esa semana al año en el que los estándares cinematográficos se elevan para recibir la película anual de Woody Allen. ¿Qué el hombre ya no entrega aquellas enormes obras de los ’80 y ’90? Sí, puede ser. ¿Qué aún en un plan tranquilo y haciendo un film promedio se eleva por encima de muchos de sus colegas? Sin ninguna duda. Tal parece que la tendencia ahora es alternar entre un drama y una comedia; el año pasado llegó la dramáticamente punzante Blue Jasmine, ahora es el turno de la sórdida comedia “Magia a la luz de la luna”. Woody nuevamente no está en pantalla, pero en su lugar oficia como alter ego Collin Fith (que se las ingenia para lograr un mix entre imitar las tribulaciones de Allen y hacer el personaje que hace siempre de caballero bonachón) en el papel de Stanley, un mago que se dedica a desenmascarar farsantes – como Cillian Murphy en Luces Rojas pero en la Francia de los años ’20 –. Su próxima presa es Sophie (Emma Stone, simpática, pero Woody Allen le queda grande), una mujer que dice ser médium. Claro, Stanley asegura que todo tiene una explicación racional, que no existe la magia sino el truco de magia, lo terrenal; pero en el encuentro con Sophie comenzarán a suceder todo tipo de hechos, digamos extraños, y así la situación se convertirá en un creer o reventar. Por supuesto si hablamos de un film del neoyorquino más psicoanalizado sabemos que siempre son films casi corales, y en el medio aparecerán todo tipo de personajes que también se verán envueltos de un modo u otro por la magia alrededor. Es una comedia típica de Allen, cercana a “Scoop” o a “La maldición del Escorpión de Jade”; de ritmo lento, puesta cuidada, diálogos filosos e inteligentes y una entrega actoral total. Casi un debate rítmico. Si hablamos de años ’20 sabemos que son los años de auge de Jazz, y ya sabemos el gusto del director trompetista por ese género, así que de más está hablar de la banda sonora. Todos los elementos Allenianos (¿Existe esa palabra? Debería incorporarse) están presentes, no esperemos a esta altura que las cosas cambien. Hay romance, hay magia, hay mucha diversión y hasta humor negro. Alguna vez Woody Allen dijo que él no ve el medio vaso vacío, que él lo ve vacío del todo; y algo de eso hay en “Magia a la luz de la Luna”, encuentros entre el pesimismo casi paródico y el misticismo en el que las cosas sino se las explica, mejor. No va a ser recordada como la gran obra maestra de su director, pero “Magia a la luz de la Luna”, aun siendo consecuencia de alguien que ya filma como de taquito y en una rutina que se autoimpuso, se ubica entre lo mejor de los estrenos de este año… es la costumbre.
Un testarudo Stanley (Colin Firth) en plan Houdini se dedica no solo a deslumbrar al mundo con sus trucos sino que además se siente responsable de liderar una cruzada anti inescrupulosos farsantes en "Magia a la luz de la luna" (USA, 2014) ultimo opus de Woody Allen tras el huracán Jasmine. Convocado por su amigo Howard (Simon McBurney) deberá intentar desenmascarar a Sophie (Emma Stone) y su madre (Marcia Gay Harden) quienes tienen obnubilados a la familia Linklater con sus sesiones de espiritismo y adivinación. Sophie (Stone) se pasea por la mansión con sus vibraciones mentales que le sugieren ideas del pasado de los presentes, al punto de hacer rever a Stanley (Firth) todos sus preconceptos e ideas sobre la magia y el mundo. Allen vuelve a la comedia más sarcástica en la que profundiza una vez más sobre el engaño como motor de la acción y en la que un alter ego funciona como narrador de la historia a pesar que su sentido común le indique que todo lo que le está pasando no puede ser cierto. Los bellos paisajes de la costa de Francia, filmados con una sugerente delicadeza, al igual que la tradicional música que envuelve a los actores, retoman la línea de un Allen que explora las relaciones sociales y principalmente las amorosas con grandes dosis de ironía. La película posee un acto inicial en el que la maestría de Stanley como Luei Ling Soo, un ancestral mago del oriente sugiere las particularidades del personaje de Firth, con una reconstrucción de época y atmósferas notables, para luego entrar en una segunda instancia en la que la vulnerabilidad y el desconcierto avanzan para terminar en una situación de total ignorancia. Sophie avanzará sobre Stanley como un huracán, y a pesar que él se encuentra en pareja, la frescura de la joven, y principalmente, sus habilidades de ilusionismo harán trastabillar al estoico e inmutable mago. “Magia a la luz de la luna” es una película entretenida con diálogos mordaces y frescos y que potencian una vez más la verborragia de un Allen guionista que decide una vez más dar un paso al costado y regalarle el personaje a Firth, quien está a la altura de la circunstancia. Hay cierto esquematismo y estereotipo en la generación de los personajes, pero gracias a una soberbia dirección actoral este punto queda solapado, potenciando la fluidez en una trama simple pero contundente. En el hecho de desenmascarar a un espiritista, de revertir su poderosa atracción sobre la familia Linklater, hay también una historia que es la del propio Stanley luchando contra sus miedos e inseguridades. “El mundo no es racional y predecible” dice luego de presenciar una revelación de Sophie, algo que se contrapone a ideas como: “no existe el pensamiento mágico” o “no necesitamos ilusiones para vivir” y que a lo largo de su estadía en Francia se va trastocando. “Magia a la luz de la luna” es un viaje sin escalas a comienzos del siglo pasado, a una época en donde la ingenuidad y la ilusión aún eran posibles, pero también un espacio para que varios Stanleys demostraran que a veces más allá de las pruebas el amor puede cambiar el sentido de lo real.
Woody Allen malacostumbró a su platea usual con las excelentes Midnight in Paris y Blue Jasmine, y es por eso que quizás se esperaba mucho de Magic in the Moonlight, su flamante nueva película, de esas que estrena todos los años, llueva o truene. Difícilmente pase a los anales propios del autor como un éxito, pero el encanto innato de las historias de Woody le juegan a favor en esta pequeña historia, que encaja perfecto en la definición de "amable". A partir de la base recurrente de la creencia versus el escepticismo, el protagonista masculino recae en el siempre perfecto Colin Firth desparramando clase a partir de su mago de gran fama con porte inglés clásico -un papel que no puede salir mal en manos de un experimentado actor como él- que es invitado a las hermosas costas francesas para desenmascarar a una supuesta médium americana. Una vez presentados los deliciosos personajes que tendrán su momento durante la trama, poco a poco el sinuoso camino del cínico que se vuelve creyente va siendo transitado por el director. Quizás en manos de otro la trama se hubiese visto trillada y hasta gastada, pero Allen logra sacar adelante un material pasado de moda con el virtuosismo que caracteriza a sus historias, a sus personajes y a sus diálogos. Incluso trabajando a media máquina -como es el caso, sabemos que es capaz de mucho más- sus comedias tienen identidad propia y logran no fatigar al espectador. Casi a punto de convertirse en una nueva musa para el cineasta, Emma Stone le presta el encanto de su presencia a la americana Sophie. ¿Es una gran farsa su poder para comunicarse con el más allá o realmente tiene un nexo ultraterrenal? Mejor no adelantarlo, pero la calidez que despliega en pantalla hace que la historia sea aún más liviana. Firth y Stone son soberbios actores pero es imposible creerles un romance, sobre todo por la diferencia de edad que se llevan, que si bien no es muy notoria en la trama, es algo inevitable de percibir. Hay un gran trabajo de los secundarios, desde una elegantemente aristocrática Eileen Atkins hasta el abobado Brice de Hamish Linklater, aunque desperdicia bastante a las magníficas Marcia Gay Harden y Jacki Weaver, que con más dimensión hubiesen logrado momentos magníficos pero se quedan en encomiables trabajos de acompañiamiento. Las vacaciones en la Riviera Francesa sientan bien en Magic in the Moonlight. Hay un gran protagonista mordaz y ácido en Firth, hay momentos que producen carcajadas, la ambientación está logradísima -dan ganas de viajar en el tiempo a los años '20- y, en general, es un visto bueno para Woody, que aunque entregue una versión aguada de su talento, es garantía de calidad siempre.
El descreído Magia a la luz de la luna (Magic in the moonlight, 2014) reflexiona sobre la racionalidad y la magia como su contra cara, poniendo de manifiesto la necesidad humana de creer en algo. Colin Firth es un mago famoso, el mejor de su época, que se dedica a desenmascarar a gente que se hace pasar por médium. Por pedido de un amigo y ex colega, viaja a encontrar la farsa tras el enigmático personaje de Emma Stone. Tal premisa convierte al relato en una fábula acerca de la necesidad de la fantasía para endulzar la gris realidad. La nueva película de Woody Allen es sumamente pesimista en su densidad temática. Pero el gran Woody, le brinda ese carisma y simpatía que la transforma en una suerte de comedia romántica. En ella el director de Manhattan (1980) realiza mediante su alter ego (Colin Firth en esta oportunidad) una detallada declaración de principios sobre su escepticismo religioso y moral. Hace no mucho aparecieron declaraciones del director neoyorkino asegurando que no hay vida después de la muerte, aludiendo al sombrío futuro de la existencia humana. Al ver Magia a la luz de la luna uno puede contextualizar sus palabras y entender que estaba promocionando su último film. La película tiene una narración clásica, un tanto lenta en cuanto a los ritmos frenéticos del cine contemporáneo. Sin embargo se presta como un agradable relato sobre la manera de mirar el mundo y el porqué de las cuestiones sobrenaturales. Mediante el personaje de Firth, Allen se critica, se parodia a sí mismo, y reflexiona sobre la necesidad de las creencias. No estamos ante una de sus grandes obras, pero Woody es Woody, y comparado con el resto de los estrenos de la cartelera, el tipo siempre está un paso adelante.
Si uno se deja llevar por las críticas que suelen recibir en este país los filmes de Woody Allen parecería que el director es la encarnación del Rey Midas. Todo lo que hace es brillante y sólo filma obra maestras a las que no se les puede objetar nada. Un asunto ridículo que no resiste mucho análisis. La verdad que es admirable la pasión de Woody por seguir contando historias en el cine. Cuando otros artistas piensan en el retiro, él a los 78 años sigue gestando proyectos de manera ininterrumpida. Un realizador que no perdió su magia y todavía ofrece películas de gran nivel, como pudimos ver hace poco en Medianoche en París y Blue Jasmine, que claramente sobresalieron entre sus últimos trabajos. Ahora bien, si no comulgás con los seguidores obsecuentes del director seguramente tenés claro que no todas sus películas son brillantes. Creo que Woody Allen tiene una segunda selección dentro de su filmografía que se diferencia de los títulos esenciales de su carrera. Ni siquiera digo que sean filmes malos, simplemente no están a la altura de sus grandes obras, algo que es natural y comprensible. En esta línea podemos citar producciones recientes del director como Conocerás al hombre de tus sueños, Que la cosa funcione y A Roma con amor que difícilmente serán recodadas entre sus grandes clásicos. Magia a la luz de la luna pertenece a este grupo y deja cierto sabor amargo porque la historia era muy prometedora. La trama está ambientada en París durante los años ´20 y se centra en un ilusionista (Colin Firth) que se propone desenmascarar a una supuesta psíquica (Emma Stone) a la que considera una estafadora. Un tema que en la vida real brindó debates memorables entre el escritor Sir Arthur Conan Doyle, un profundo creyente del espiritualismo, y el mago Henry Houdini, quien desconfiaba de estas cosas y solía desafiar a los parapsicólogos para demostrar que engañaban a la gente. La discusión que plantea esta cuestión es realmente apasionante y la película de Woody aborda el tópico de un modo superficial. El film no deja de ser otro trillado relato sobre un hombre pesimista que encuentra una visión diferente de la vida al enamorarse de una chica más joven. Magia a la luz de la luna carece precisamente de magia y romance porque es un gran déjà vu en la filmografía del director. Los chistes suenan gastados y viejos debido a que Allen ya trabajó historias similares en otras oportunidades. No ayudó tampoco que el film presente a una de las parejas cinematográficas con menos química de los últimos años. Es absolutamente imposible comprar la relación entre Colin Firth y Emma Stone porque no hay chispas entre ellos y los personajes tampoco se conectan entre sí. La película hubiera sido mucho más interesante si se enfocaba especialmente en el misterio de la psíquica. Firth y Stone tienen momentos simpáticos en el film pero el romance entre los dos personajes es completamente inverosímil. Todo el humor de esta producción resulta trillado porque Allen ya presentó diálogos similares en otros trabajos. Por consiguiente, el interés inicial que generaba la trama se desvanece enseguida y la película se vuelve aburrida con el paso del tiempo. Más allá de la fotografía de Darius Khondji y la recreación de época que tiene sus puntos fuertes en la ambientación y los vestuarios, la última película de Woody Allen no será recordada como una de sus labores más inspiradas.
Nunca es tarde para amar Los críticos tendemos a dividir las películas de Woody Allen (una por año desde hace ya varias décadas) entre “importantes” y “menores”, aunque es cierto que se pueden hacer (y WA los ha hecho) malos films que buscan la trascendencia con temas “profundos” y buenos largometrajes que una apuesta más superficial, lúdica y fluida. En ese sentido, y sin querer contentarme con una mera categorización, Magia a la luz de la Luna es una buena película “menor”, cuyo principal problema es que viene después de un “importante” film “mayor” de la carrera del mítico director como Blue Jasmine. Magia a la luz de la Luna es una comedia romántica de época que trabaja sobre personajes, elementos, dualidades y contradicciones bastante elementales y que en muchos casos están muy cerca del estereotipo, apelando a cuestiones como el amor vs. el cinismo, el escepticismo vs. la espiritualidad, la razón vs. la superstición, con escalas obligadas en los paradigmas de las segundas oportunidades, los conflictos del cazador-cazado y un largo etcétera. No es precisamente de los films más inspirados ni sorprendentes de WA (la vuelta de tuerca se adivina desde el inicio), pero hay que admitir que el director y sus intérpretes (desde la magnética pareja protagónica hasta cada uno de los impecables secundarios) cuentan el cuentito de una manera inobjetable, simpática e irreprochable (al menos si no se hacen paralelismos con su vida personal como el ofuscado crítico de The New York Times A.O. Scott). Colin Firth (el alter-ego de WA en esta ocasión) es Stanley, un sarcástico mago británico que se sube al escenario como el chino Wei Ling Soo para trucos tales como hacer desaparecer un elefante o cortar a una muchacha en dos. De la Berlín de 1928 (allí Ute Lemper hace un homenaje a Marlene Dietrich en un cabaret) la acción salta a la luminosa y veraniega Costa Azul francesa, adonde Stanley es convocado para “desenmascarar” a Sophie (Emma Stone, radiante), una joven y bella médium estadounidense experta en telepatía y espiritismo que ha seducido (¿engañado?) a una familia aristocrática y, más precisamente, a la viuda (la gran Jacki Weaver) y al heredero de la fortuna (Hamish Linklater), que sin pensarlo demasiado le propone matrimonio. No conviene adelantar nada más, aunque el lector ya habrá adivinado el tono (leve, ligero) y el resultado de una película que, aun siendo demasiado previsible e ingenua, se disfruta como quien presta más atención al cómo antes que al qué. A veces, la forma resulta tan o más importante que el contenido. El viejo Woody lo hizo de nuevo…
Es curioso lo que pasa con Woody Allen. O, tal vez, lo que me pasa a mí. Es un hecho que con tanta información que circula respecto a las películas antes de su estreno local, ellas ya vienen cargadas de una cierta expectativa previa: “dicen que está buena”, “anduvo muy bien”, “ganó tal o cual premio”, “parece que es pésima”. Lo mismo que recibe cualquier espectador de parte de amigos o conocidos, los que vivimos más cerca del mundo del cine lo vivimos de manera doble. O triple. Con Woody Allen esto, encima, incluye hasta elementos extracinematográficos. Todo esto viene a cuento de que la prensa norteamericana maltrató MAGIA A LA LUZ DE LA LUNA como no lo hacía hace tiempo con películas de Allen. En Estados Unidos, de hecho, tras una época en la que se lo criticaba bastante duramente, volvió a ser celebrado por películas que para mí están sobrevaloradas, como la mayoría de las que hizo en Europa, empezando por MATCH POINT (que no está mal pero tampoco es una obra maestra) y llegando al extremo con VICKY CRISTINA BARCELONA y MEDIANOCHE EN PARIS, dos éxitos de público y crítica para películas, en mi opinión, absolutamente mediocres. Solo coincidí en la apreciación de BLUE JASMINE, para mí la única película de sus últimos años que se acerca (hasta ahí) a la altura de sus mejores. magic3Y ahora vuelvo al desacuerdo. Me doy cuenta que tiendo a apreciar las películas de Allen más livianas y simples. Las que más parecen ser un pasatiempo que, digamos, “hace de taquito”, las que no generan mucha excitación, entusiasmo ni potencial sorpresa. Me da la impresión que cuando intenta ponerse serio/filosófico o se vuelve guía turístico la cosa se le complica: o quiere ser algo que ya no es, o entra a un subgénero de postales de viaje que está al borde de lo patético. Lo curioso es que esta película tiene su dosis de esas dos cosas, pero en grageas pequeñas. No son tantas y, al menos durante buena parte de su metraje, no agotan. MAGIA… es una historia sencilla. Es la de Stanley Crawford, un mago famoso en los años ’20. Un escéptico que no cree en la existencia de ningún tipo de “magia real”: mediums, sanadores, nada relacionado con lo espiritual o que no pueda ser probado o analizado. Un clásico personaje “woodyallenesco” que aquí tiene una interesante variante ya que lo encarna Colin Firth sin hacer, como muchos otros, una imitación del propio Allen. Sí, la neurosis es más o menos la misma, pero las formas son otras. Un amigo suyo, mago también, le pide que viaje a la Riviera francesa a observar a una joven mujer estadounidense que está fascinando a varias familias millonarias que viven ahí haciéndolos hablar con sus muertos, adivinándoles el futuro y conociendo secretos de su pasado. Decidido a descubrir sus trucos, empieza a sorprenderse con los conocimientos y habilidades de esta mujer (Emma Stone), al punto de dudar de sus fuertes convicciones y de su escepticismo. En paralelo, claro, lo que empieza a pasar es que se enamora de esta chica, más allá de sus obvias diferencias (es una norteamericana del Medio Oeste) y de su desprecio profesional. magic1A lo que va Allen en esta liviana construcción de comedia romántica de los años ’20 no es muy distinto a lo que va siempre: a enfrentar cierto escepticismo racionalista de sus protagonistas a un mundo de posibilidades que se abren a partir de la aparición de “lo mágico”, pero no en el sentido “hay vida después de la muerte” sino en cómo algo tan misterioso como el amor se introduce y aparece en las vidas de personajes lógicos y racionales haciéndolos actuar de maneras impensadas. Y la película, si bien carga las tintas sobre el final poniendo en palabras de los protagonistas una y otra vez esa dualidad, trata el asunto la mayor parte del tiempo de una manera discreta y casual, casi pudorosa, que la vuelve por momentos encantadora. Gran parte de ese encanto, es obvio, se logra gracias a la brillante Emma Stone, cuyos ojos enormes atraviesan estos ejes temáticos casi obvios del guión para transformarlos en cuestiones más o menos creíbles. O, al menos, agradables de ser explorados. Es, sin duda, una de las actrices –y de los rostros– más memorables de la última generación de estrellas de Hollywood, uno que hace recordar a las grandes comediantes de la época de oro, más aún con el vestuario que usa en esta película. Ella es un elemento fundamental para que “la magia” aparezca “bajo la luz de la luna”. magic2Es claro que esta temática que incluye la aparición inesperada del amor de un cincuentón con una mujer mucho más joven –en apariencia simple y de “otro mundo”–, relación que pone en duda y hace temblar su noviazgo con una mujer de su edad, no iba a ser del todo bien recibida en Estados Unidos. Allí, especialmente, todavía se lo critica mucho por hechos pasados de su vida personal (haberse enamorado de la hija adoptiva de su ex esposa) y por las repercusiones que eso tuvo. Encima, justo antes del estreno de la película, reaparecieron las acusaciones personales de abuso de otra hija de Farrow hacia Woody que volvieron a poner a buena parte de la prensa en su contra. Siendo un caso muy poco claro y sin ser la labor del crítico la de juzgar la vida personal de los artistas, me da la impresión que la crítica allí equivocó el camino y aprovechó la oportunidad para caerle encima con todo a Allen. Lo cierto es que MAGIA A LA LUZ DE LA LUNA no merecía ese maltrato. Es una película pequeña, menor, un pasatiempo/divertimento o como quieran llamarla, y no se sumará a la lista de sus obras maestras pero, al menos en esta etapa irregular de su vida profesional, prueba que todavía al viejo Allen le quedan unos conejos en la galera. Haber sumado a Emma Stone a su lista de grandes actrices (Stone protagoniza también la siguiente película de Allen junto a Joaquin Phoenix, actor que puede llevar al cine de Woody hacia lugares insólitos) es, tal vez, el último pequeño gran truco de su carrera.
Abracadabra según Allen El amor, a veces, es una cuestión mágica. Otro año y una nueva película de Woody Allen - la número 44- cuyo comienzo está ambientado en Berlín de la década del ´20, con un exitoso mago "oriental" que hace desaparecer a un elefante del escenario. Magia a la luz de la luna explora nuevamente las relaciones amorosas narrando la historia de Stanley Crawford (Colin Firth, de El discurso del Rey), quien se esconde detrás del ilusionista de grandes bigotes y trenza, y por pedido de su amigo Howard (un estupendo Simon McBurney) viaja a la residencia de los Catledge en la Costa Azul con el objetivo de desenmascarar a Sophie (Emma Stone, de El sorprendente hombre araña), la medium de la que todos hablan, y que fue contratada para "contactar" a un marido muerto. El mayor encanto de la comedia romántica del cineasta neoyorquino son los paisajes capturados como grandes pinturas por el director de fotografía Darius Khondji, el vestuario y los personajes secundarios que empujan el relato aún cuando la pareja protagónica, Firth-Stone no tenga siempre la química necesaria. Un amor casi imposible, deseos cruzados, tías que toman el te, gags que dan en el blanco gracias a la verborragia del protagonista (alter ego del realizador, arrogante y escéptico de los sucesos paranormales) y una relación que se va construyendo como por arte de magia. No es la mejor película de Allen pero tampoco desencanta.
Un acto de magia La primera escena de la nueva película de Woody Allen es un acto de magia: el ilusionista oriental que encarna Colin Firth hace desaparecer un elefante del escenario ante la extasiada audiencia que colma un teatro de Berlín. La propia personalidad del mago es una ilusión: detrás de la máscara del chino Wei Ling Soo está el rostro de Stanley Crawford, un pomposo misántropo inglés que es convocado para, justamente, desenmascarar a una autoproclamada vidente que seduce con sus presuntos poderes a una aristocrática familia afincada en la glamorosa Riviera Francesa de la década del 20. Nada de lo que se ve en la superficie de este relato es del todo confiable. Y si bien las pequeñas intrigas que Allen plantea a lo largo de su desarrollo pueden ser resueltas tempranamente por un espectador medianamente entrenado y atento, la película tiene el magnetismo necesario para mantenerlo atrapado al módico precio de entregarse al juego. Estamos en el terreno de la comedia amorosa, y todo lo que cuenta para que el sistema funcione luce sólido y aceitado: los diálogos son chispeantes, teñidos de gracia y agudeza, están plagados de sutiles claves que revelan el espíritu de la historia; las actuaciones de los protagonistas son formidables: Colin Firth consigue una particular precisión en su interpretación del caballero racionalista y petulante que esconde una larga serie de frustraciones detrás de su arrogancia; es especialmente notable la evolución de su personaje a medida que va cediendo a la seducción de la joven Shopie Baker, encantadora aún en los pasajes donde sospechamos con más intensidad que puede ser una embustera. Emma Stone compone su papel equilibrando con maestría candor, charm, fragilidad y astucia, en un trabajo memorable. Se desplaza con notoria comodidad en ese ambiente que remite a algunas novelas de F. Scott Fitzgerald (a El Gran Gatsby, como se ha señalado con más insistencia, pero también a Suave es la noche) y tolera con entereza, y sin perder del todo el humor, los embates de un hombre que la dobla en edad y en cantidad de certezas. Son las seguridades que siempre tambalean ante los misterios de la vida amorosa las que aquí están en primer plano. Un tema del que la agitada biografía del propio Allen, próximo a cumplir los 79 años, da sobrada cuenta. Con una banda sonora que combina Stravinsky, Ravel y Beethoven con Cole Porter y Rodgers & Hart marcando el pulso, el veterano neoyorquino sostiene durante más de una hora y media un ritmo narrativo envidiable, logra que la liviandad opere como pasaje al disfrute y estimula la imaginación del director de fotografía iraní Darius Khondji, un colaborador habitual, para que aproveche a pleno la luz natural de la Costa Azul con un criterio evocativo de inspiración impresionista. No se trata de una película que pueda ubicarse entre las cimas de su carrera (Annie Hall, Manhattan, Broadway Danny Rose, Crímenes y pecados), pero sí en el grupo de las más entrañables (en el mood de Todos dicen te quiero y Medianoche en París, por ejemplo). Es, sobre todo, una demostración contundente de lucidez y vitalidad que doblega al riesgo de agotamiento con la autoridad que otorga la consolidación de un estilo.
Romance en la Riviera Francesa Su diseño de producción es como una cita en un jardÃn inglés a las 5 de la tarde con té y muffins. Elegancia, hermosos paisajes, buena música y excelentes actores, Colin Firth, de "El discurso del rey", la deliciosa Emma Stone y Eileen Atkins como la tÃa Vanessa. Estamos en la época de los magos. Houdini, el escapista; Hanussen, tan relacionado con las técnicas de control de masas de Hitler, actúan en los años "20. Para no ser menos Woody Allen cuenta de uno que se llama Stanley Crawford (Colin Firth) y se presenta como el ilusionista chino Wei Ling Soo. Como Houdini, no cree en nada que no pueda ser interpretado racionalmente. Por eso es un desafÃo para él tratar de descubrir a la que supone una gran embaucadora que se refugia en el espiritismo para engañar. Es norteamericana, se llama Sophie (Emma Stone) y esta deslumbrando a los ricos de la Riviera Francesa. BELLOS PAISAJES Por supuesto que Stanley va a conocerla y se sorprende, no sólo porque le parece que tiene un poder especial. Encantadora y especialmente bella, la joven señorita empieza a emanar efluvios mágicos sobre el corazón del bueno de Crawford. Rodeado de bellos paisajes y personajes nobles, aristocráticos o simplemente ricos, la magia demuestra una vez más su poder inefable. La pelÃcula es un Allen atemperado, lejos, muy lejos de "Blue Jazmine", cerca muy cerca de "Medianoche en ParÃs" conversa mucho. Se dice poco y se reitera bastante. Pero "Magia a la luz de la luna" es algo asà como un divertimento con fondo de violines en la Riviera Francesa con mucha estética y buen romanticismo. Esa Riviera tan bella como cuando Hitchcock la mostraba con Cary Grant y Grace Kelly en "Para atrapar al ladrón". Su diseño de producción es como una cita en un jardÃn inglés a las 5 de la tarde con té y muffins. Elegancia, hermosos paisajes, buena música y excelentes actores, Colin Firth, de "El discurso del rey", la deliciosa Emma Stone y Eileen Atkins como la tÃa Vanessa.
El viejo juego entre razón e ilusión El director estadounidense propone una comedia romántica en la que vuelve sobre tópicos habituales en su filmografía: retrocede hasta las doradas primeras décadas del siglo pasado para retratar una relación entre un señor maduro y una muchachita. En Magia a la luz de la luna, Woody Allen no sólo retrocede en el tiempo. Venía de Blue Jasmine, su mejor película en vaya a saber cuántas décadas (con ayuda extraoficial de Tennessee Williams), y no hay por qué exigirle que en la siguiente mantenga inexorablemente el nivel. Sí cabe esperar, de quien es seguramente el cineasta vivo de obra más vasta, que no caiga en el teatro filmado, en la ñoñería dramática, en el esquematismo elemental, en la resolución sacada de la galera. Esto último podría justificarse por el hecho de que, tal como el título lo indica, Magia a la luz de la luna tiene al ilusionismo como tema. El problema es que Woody trata este asunto según más le conviene. Lo refuta primero y echa mano finalmente de él, por la mera razón utilitarista de que necesita cerrar la película con el broche que, se supone, el género exige. ¿Qué género? La comedia romántica. Las buenas películas de género son aquéllas cuya lógica interna sostiene la convención. No es el caso de Magia a la luz de la luna, opus mil de Woody Allen. No sólo la música de Cole Porter y los clásicos títulos en letras blancas sobre fondo negro –con la misma tipografía que viene usando desde los años ’70– denotan de entrada que estamos de regreso en Allenlandia. No es la primera vez que Woody retrocede hasta las doradas primeras décadas del siglo pasado (recordar La rosa púrpura de El Cairo, Disparos sobre Broadway, Dulce y melancólico). Tampoco la primera en que opone razón e ilusión, magia y crasitud cotidiana (Interiores, Alice, la propia La rosa púrpura...) ni el primer caso en que recurre a una pequeña intriga (lo había hecho en Un misterioso asesinato en Manhattan). Ni mucho menos, claro, la primera ocasión en que pone en escena una relación entre un señor maduro y una muchachita, tema híper risqué tratándose de quien se trata. La acción tiene lugar casi enteramente en el norte de Francia. Un mago poco exitoso, Howard Burkan (Simon McBurney), lleva hasta allí a un maestro del ilusionismo teatral, que es más inglés que el five o’clock tea pero en sus shows se hace pasar por chino exótico (Colin Firth). La intención es desenmascarar a Sophie, una chica con poderes que ambos presuponen falsos (Emma Stone). Howard está convencido de que Sophie y su madre (Marcia Gay Harden) quieren embaucar a su prometido y la madre de éste, británicos podridos en plata (Hamish Linklater, Jacki Weaver). Para que Stanley pueda cumplir su misión, todos deberán convivir un tiempo en la residencia de verano de los candidatos a embaucados. De paso, y por una coincidencia de teleteatro, cerca de allí vive una tía de Stanley (la veterana Eileen Atkins), a quien éste quiere como si fuera su mamá y cuyo rol en la trama es descaradamente instrumental. Aunt Vanessa está allí para permitir que Stanley ponga en palabras el “tema” de la película, que no es lo que se dice original y que opone romanticismo y racionalismo a ultranza. Tema encarnado por la perturbación que la frescura y ojazos de animé de la pelirroja Emma Stone generan en esa acabada representación de la “flema inglesa” (otro cliché, que conecta a Magia... con los estereotipos nacionales de Vicky, Cristina, Barcelona y Amor a Roma) que es Colin Firth. Quien se guíe por la opulencia campestre de los ambientes, la fotografía acaramelada del especialista en caramelos visuales Darius Khondji, la fluidez narrativa que Allen indudablemente tiene, la calidad inobjetable de las actuaciones y el pertinente “You Do Something to Me”, de Cole Porter hallará agradable y hasta encantador al nuevo Woody. Es por demás sabido que el allenismo a cualquier precio es uno de los credos más inerradicables del porteño medio. Un espectador algo más imparcial no podrá evitar percibir que en Magia a la luz de la luna no sólo todo se pone en palabras, sino que éstas están sobreescritas y recitadas. ¿Alusión, tal vez, a la condición de representación y engaño sobre la que la trama trabaja? Si fuera así, por qué entonces después de que la minúscula treta se devela todo se sigue recitando igual (y todo sigue igual, de paso, como si nada hubiera pasado). El espectador no-convertido, si es que lo hay en estas pampas, advertirá seguramente la arbitrariedad con que las cosas entran y salen, de acuerdo con las necesidades del guión: la tía Vanessa, la intriguita alla Amadeus & Salieri, la veleidosidad de la bella Sophie. Veleidosidad que no se desprende del personaje, sino que se le impone. Cuestión de que la trama romántica llegue, como un barco carguero, al puerto asignado.
Deliciosa comedia romántica de Allen con ecos de Wilde Corre 1928. El famoso mago chino Wei Ling Soo, que no es chino, recibe el pedido de un colega que lo admira: debe acudir en ayuda de unos incautos americanos fascinados por una dulce y hermosa mentalista. Esa chica es capaz de leerles la mente, adivinarles pasado y futuro, convocar a los espíritus y, sobre todo, vaciarles la billetera. Ella está en ascenso social, tomándole el gusto a la buena vida, ellos son unos nuevos ricos instalados en el sur de Francia, él es un inglés descreído y muy inteligente. Será fácil mostrar el engaño. De paso podrá visitar a su querida tía Vanessa, que vive por ahí cerca. Pero, ¿será de veras tan falsa esa linda chica? ¿No será que, de veras, hay otro mundo rodeando este que vemos? El mago conoce todos los trucos, a él no van a engañarlo unos ojitos hermosos. Ni esas percepciones que lo dejan perplejo. Ni esas charlas filosas donde, muy educadamente, ella y él se sacan chispas y se tiran lances. Ni eso que en algún momento le sugiere su encantadora y anciana tía: "El mundo puede tener lógica o no, pero no está exento de un poco de magia". Y está en lo cierto. La prueba, es que esta comedia romántica tiene magia. Encanto. Fascinación. E ingenio, elegancia, gracia, belleza, precisión y demás virtudes que sólo se alcanzan con trabajo, dedicación, buen gusto, experiencia e inspiración. Woody Allen tiene todo eso, y aquí lo aplica, casi diríamos, mejor que nunca. En su ayuda tiene también un elenco perfecto encabezado por Colin Firth y Emma Stone, una música que nos hamaca con suaves melodías, como "You do something to me", o nos hace guiños con Ute Lemper cantando a Kurt Weill en un cabaret berlinés, y también hogares exquisitos, jardines preciosos y otros atractivos que un buen director de arte puede conseguir y diseminar, etcétera. Y, por si alguien cree en esas cosas, diremos también que lo acompaña el espíritu elegante, irónico y fino de un buen teatro a lo Oscar Wilde. Eso es fundamental. Y si no cree en esas cosas, diremos simplemente que Woody Allen ha sabido releer a Oscar Wilde. Nada como los clásicos para rejuvenecer el alma y alegrar delicadamente los corazones.
Woody de salón, leve y eficaz El último opus del director neoyorquino pone de manifiesto la coalisión de dos mundos en una historia de amor: el pragmatismo nihilista de uno y los poderes ocultos de la otra. Woody Allen le dio un año de licencia a su mirada misantrópa para contar una historia leve, atractiva y de un perfil bajo que no necesita de sus dardos envenenados sobre el mundo y los individuos. Por allí transcurre el comienzo de Magia a la luz de la luna, con el falso ilusionista chino que en realidad esconde al cáustico Stanley (Colin Firth, descargando todo su flematismo ultrabritánico), en un cabaret berlinés pre-nazi de los años 20. Pero esto no es Sombras y niebla, con el huevo de la serpiente a punto de romper la cáscara, sino una comedia romántica que viaja de aquella Alemania a la Costa Azul francesa, momentos en que la acción se ubica en una familia de aristócratas donde mora la médium Sophie (Emma Stone, gran trabajo), un universo en que se conjuga la elegancia de las costumbres y el afán por contactarse con el más allá. En la última década Allen ya había experimentado con la magia y la ilusión en las tontas fábulas de Scoop y La maldición del escorpión de Jade, además de la anterior Alice, tres puntos flacos de su extensísima y anual filmografía. El peligro estaba al acecho, pero Allen, desde la verborragia pesimista de su protagonista, desplaza la historia del incipiente amor entre Sophie y Stanley hacia otras zonas, más relevantes y transparentes en su obra. Ocurre que dos mundos entran en colisión: el pragmatismo al borde del nihilismo de Stanley frente los poderes ocultos de Sophie quien, por supuesto, irrita al recién llegado. Como si pretendiera resucitar el tono melancólico de aquella Comedia sexual en una noche de verano, otro de sus olvidados films de los 80, en su último opus Allen deja lugar a discusiones filosóficas sobre el amanecer del nuevo siglo, la incidencia del psicoanálisis y las citas a Nietzsche, todo ello en un paisaje bucólico que atempera el histerismo habitual de sus mejores películas. Magia a la luz de la luna no lo es porque no va más allá de su parsimonia narrativa, con un sólido reparto actoral (notable Eileen Atkins como la tía del protagonista) y una historia de amor que poco a poco les gana la partida a las irónicas discusiones sobre temas de alto prestigio cultural. En ese punto se percibe la astucia del guión, ya que el director se siente cómodo al describir a un marco social que parece detenido en el tiempo, sin reparar en un contexto político y social a punto de explotar. Por esa razón hasta puede considerarse a Magia a la luz de la luna como un recreo menor, o acaso, se trate de una película de descanso que hace olvidar por un rato a la humillada Cate Blanchett de Blue Jasmine para elegir un happy end, con beso incluido y Cole Porter como fondo musical.
Siempre que se estrena una peli del genial Woody Allen estamos todos atentos... ¿Qué habrá hecho ahora? En esta oportunidad "Magia a la luz de la luna", por lo menos a mí, no me generó ningún tipo de magia. Colin Firth y Emma Stone son excelentes actores, pero sentí durante toda la película que nunca llegaron a tener feeling. Los diálogos, como nos tiene acostumbrado Woody, son riquísimos, inteligentes y con un humor muy particular, pero la trama de la peli, a los 10 minutos, ya se resolvió... lo que queda a partir del minuto 11 es ver que sucede en los 80 minutos restantes. No defrauda, pero a mi gusto no es lo mejor de Allen. Se deja ver, pero el ingrediente mágico que suelen tener muchas de sus pelis, en esta no lo encontré.
Ojos que no ven, corazón que sí siente Allen está cada vez más sentimental y romántico, y su nueva comedia, que parece un relato ligero, encierra profundidad. Da gusto verla y disfrutarla. Woody se nos está poniendo más y más romántico con el pasar de los años. No es que hayamos olvidado cómo corría por las calles de Manhattan rumbo a los brazos de Mariel Hemingway en aquel filme de 1979, pero tras estos 35 años que pasaron, el director de Blue Jasmine ha aplacado en sus guiones el humor y se ha vuelto más sentimental. O, de ser eso posible, como si quisiera más a sus personajes hoy que antes. Magia a la luz de la luna es de esos títulos que parecen poco ambiciosos, de tono ligero, pero que encierran una profundidad que pasa más por el corazón que por la mente. Es una historia de amor en la que el protagonista masculino se debate entre la razón y el sentimiento, entre conquistar -y dejarse conquistar- más allá de la lógica. Y eso que Stanley (Colin Firth) forma con su prometida una pareja “hecha en el Cielo”, y ella tiene todo lo que él, un ilusionista en los primeros años del siglo XX, ansía: lógica, sentido común y belleza. Stanley es un mago inglés que posterga unas vacaciones con Olivia llamado por un amigo (Simon McBurney), para desenmascarar a la que entienden es una impostora. Sophie (Emma Stone) dice ser una médium, y ha seducido y embaucado, creen, a una familia aristocrática, al punto de que el hijo (Hamish Linklater) le ofrece matrimonio mientras le recita con el ukelele y la madre (Jacki Weaver) va a financiarle una Fundación. Y allí va, de Berlín a la Costa Azul, a descubrir a esa falsa espiritista. Más que en otras películas, Allen remarca las diferencias entre Stanley (que, como mago, se hace pasar por el chino Wei Ling Soo en sus actos) y Sophie. Pero el espectador que conoce al director sabe que algo los unirá. Y pese a intuirlo, como otras tantas veces, se deja llevar. Con las referencias a Nietzsche bien a mano, Allen juega con las palabras. Stanley es irónico, pero también un tipo muy, pero muy simple. No cree que en la vida haya más que lo que aparenta, ni que exista el sexto sentido. “¿Soy la única persona cuerda que queda en la Tierra?”, se pregunta. Los problemas que conlleva estar embelesado -o léase directamente enamorado- son el nudo del relato, amable, pero no pasatista. Si hay lugar para la magia y el romanticismo, también lo hay para el disparate. O qué es eso de preguntarle a una chica “¿Experimentás sentimientos románticos hacia mí?” Aquí Firth es el alter ego del realizador, y por supuesto no para de hablar, razonar y mostrarse tal cual es. Emma Stone de a poco va ganándose al espectador (por algo Allen la llamó para la que será su próxima película) y los papeles secundarios están uno mejor que otro. Si, como dice un personaje, los seres humanos necesitamos “engañarnos para seguir adelante”, el final de Magia a la luz de la luna es de los más poéticos que se le recuerden al director de La rosa púrpura de El Cairo. Sí, es como una brisa y no tiene el peso de Blue Jasmine, pero da mucho gusto verla y disfrutarla.
La coherencia de un artista Woody Allen empezó a filmar cuando terminaba la década del 60. A sus comienzos de comedia pura le siguió su etapa más ambiciosa, aquella que se desarrolló entre 1977 y 1989, es decir entre Annie Hall y Crímenes y pecados. Luego de aquellos años, su vida cambió, su cine cambió, su público cautivo se fue alejando y el cine en general también cambió. Desde hace ya más de veinte años, que no existe unanimidad acerca de cuáles son las mejores o peores películas de estas dos décadas del cine de Woody Allen. Pero acá, en su película número cuarenta y siete, Allen sigue cumpliendo sin pausa con su film anual. Y filma tan seguido porque le gusta y porque puede hacerlo, lo que seguramente afecta, a esta altura de su carrera, la calidad de su cine. Sin embargo, es lo que le gusta hacer a Allen. Y es justo recordar que no hay muchos directores de la historia del cine que se hayan mantenido independientes y a la vez leales a sí mismos durante tantos años. Woody Allen jamás se traicionó, nunca buscó ser algo diferente de lo que es. Esa coherencia no es necesariamente señal de buen cine, pero en Woody Allen sí es algo a destacar. Magia a la luz de la luna es uno de esos films del director que no están llamados a ser tomados particularmente en serio. No lleva desde su confección, el aura de obra importante como lo han sido –más allá de lo que nos parezcan- Match Point o Blue Jasmine, dos obras que el propio Woody Allen buscó que se volvieran importantes. Tampoco el encanto protector de Medianoche en Paris cuya adorable indulgencia la convirtió en la más taquillera de las películas de Woody en toda su carrera. Magia a la luz de la luna recuerda se parece, en algunos aspectos, a La maldición del escorpión de Jade, un film que pasó sin pena ni gloria por la carrera del director. Es como aquel film pero con un espíritu más romántico. Stanley (Colin Firth) es un mago que aunque es inglés, en sus shows se disfraza de mago chino. Es un profesional maniático y brutal, cuya sinceridad es inversamente proporcional a su diplomacia. Enemigo de quienes dicen que existe verdadera magia en el mundo o elementos extrasensoriales o vida más allá de la muerte, Stanley se dedica a desenmascarar a quienes dicen tener poderers capaces de conectarse con los muertos. Cuando su viejo amigo Howard le pide ayuda para que exponga la falsedad de una médium que amenaza quedarse con la fortuna de una familia millonaria, Stanley acepta el desafío. Pero al conocer a Sophie Baker (Emma Stone), el encanto que ella tiene y la inquietante certeza de sus adivinaciones, empieza a complicar el mundo de certezas de Stanley. Allen no realizada acá un trabajo particularmente inspirado con la puesta en escena. Claramente para mantener el ritmo de una película al año, muchas veces Woody Allen se dedica a filmar con oficio y prolijidad, sus guiones. Lejos está la sofisticación de la década del ochenta. Pero para compensar este trabajo eficiente pero sin particular brillo, Allen aprovecha que la historia transcurre en 1928 para deslumbrarnos con un vestuario y una dirección de arte impecables. También los escenarios naturales ayudan a la belleza de la película en su totalidad y, nada sorpresivo, la banda de sonido es particularmente hermosa. El detalle de lujo: en las pocas escenas en Berlín que la película tiene, Ute Lemper interpreta a una cantante de cabaret idéntica a Marlene Dietrich. La magia siempre ha sido un tema que fascinó a Woody Allen. No son una, ni dos, sino muchas más las películas donde lo mágico o el más allá aparecen dentro de la trama. Pero esta ha sido la fascinación de alguien que no cree en esas cosas. No hay dios en el mundo de Woody Allen tampoco, y eso no ha cambiado con el correr de las décadas. Acá Stanley, adorablemente sincero y brutal, es un alter ego del director, palabra por palabra, acción por acción. Su personaje es el mismo personaje de hace cuarenta años, no ha cambiado. Lo que ha cambiado es el mundo, el cine, la corrección política. Es muy difícil no querer al misántropo Stanley, aun cuando por momentos sea un retrato exagerado. La pregunta es ¿Estará Stanley equivocado finalmente? Todo indica que sí. ¿Pero cómo es esto posible? Al parecer Woody Allen dice que queda un espacio para la irracionalidad. Un espacio que no es magia, ni dios, ni visitas del más allá. Ese espacio es el amor, esa cosa inexplicable que ha fascinado a Allen desde el comienzo y que lo sigue fascinando hasta la actualidad.
Woody Allen no descansa y filma siempre con un nivel bueno. Y si bien esta comedia puede considerarse menor, comparada con “Blue Jasmine”, el resultado es placentero, seductor. Una historia de amor entre imposibles: un mago hiperracional y una psíquica que él quiere desenmascarar. Años 20, la Costa Azul y la mejor música. Tiene dos protagonistas geniales: Colin Firth y Emma Stone.
El romance debe continuar Woody Allen elige la Costa Azul de la década de 1920 para reflexionar sobre el mundo espiritual y la felicidad. Suena la música y la cita con Woody Allen está en marcha. Magia a la luz de la luna pone en el centro del enredo a un mago y una médium, en la Europa de 1928. El director se entretiene contando una anécdota simpática, con especial atención en lugar y tema a tono con la música: la Costa Azul, la clase alta europea que entretenimiento y una pareja despareja. Colin Firth, con su rictus más británico, se pone en el traje del ilusionista estrella, Stanley Crawford, que debe desenmascarar a la impostora; en tanto la joven y frágil Emma Stone es Sophie, la chica que recibe vibraciones y ve el pasado de sus huéspedes embelesados. La película no supera la anécdota y cuesta entrar en el juego amoroso de los protagonistas que tienen que superar diferencias de edad, formación y concepto de la vida. Firth recuerda a aquel pretendiente tímido de El diario de Bridget Jones, aunque con el sarcasmo de Allen que lo vuelve su alter ego con porte de galán. La joven actriz tiene la responsabilidad de encantar al espectador, mientras la trama sigue un curso plácido y previsible. En la Costa Azul, Stanley Crawford departe con su colega Howard Burkan (Simon McBurney) sobre las mil y una posibilidades de la existencia de un mundo espiritual, imbrincado en el concreto, el que estudian los científicos y aprovechan los magos profesionales. Woody Allen se depacha con citas de Nietszche, reflexiona extensamente, sin perder el encanto, por boca de los personajes. "Del espiritismo al Vaticano es todo falso", dice Stanley desde el limbo de la familia que discute con naturalidad sobre los poderes de Sophie. Acompañan al escéptico mago una tía, imprescindible para la historia. Eileen Atkins es tía Vanessa, personaje con el que el hombre, que ve vulneradas sus certezas, confiesa la novedad del amor, o algo así. Bellamente fotografiados por Darius Khondji, los ambientes lujosos, cuidados en cada detalle, y la naturaleza impactante acompañan la idea de que cualquier grado de optimismo es apenas una ilusión. Entre lo racional y lo espiritual, hay un baile de palacio, un auto descapotable rojo, el planetario (sólo una escena, a pesar de la referencia a la luna). Sin la magia de la divertida Scoop (la historia de amor que protagonizaron Scarlett Johansson y Hugh Jackman), Allen vuelve también sobre el tema de la felicidad y Stanley es un escapista en varios sentidos. En la película discurre la filosofía socialmente permitida y el director se da el lujo de poner unos segundos de cabaret con Ute Lemper cantando, en segundo plano.
Un Woody Allen auténtico. Todo comienza en un elegante teatro de Berlín de 1928 decorado con un estilo oriental. En el escenario se encuentra un elefante y el ilusionista Wei Ling Soo lo hace desaparecer y también ejecuta otros trucos, viste una ropa típica y unos alargados bigotes; detrás de todos esos detalles esconden su identidad, él es Stanley Crawford (Colin Firth). Luego viaja a la costa azul en Francia, y todo se comienza a desarrollase en lugares bellísimos, conservando el estilo de la época dorada del jazz, para esto Allen sigue trabajando con el director de fotografía iraní Darius Khondji, todo se complementa con una muy buena dirección de arte manteniendo lugares elegantes, coches de época, mansiones, entre otros elementos y la elegancia de los caballeros y las damas a cargo de la diseñadora Sonia Grande. Una vez allí, el soberbio, arrogante y cascarrabias Stanley Crawford cuando conoce a Sophie Baker (Emma Stone) quien dice ser médium, no le cree y decide desenmascararla. Todo lo que continua es una serie de acontecimientos y un abanico de personajes. Estupendamente bien interpretada por: Emma Stone, Colin Firth, este último da clases de actuación, elegante, fascinante y con encanto. Ambos tienen muy buena química, habla de los amores imposibles, con ritmo ágil y diversión, una dirección de arte deslumbrante, buenas locaciones elegidas para esta nueva historia del siempre creativo Allen. La música sigue fiel a su estilo, con diálogos inteligentes y filosóficos, disputas entre Nietzsche y Freud, entre otros.
Todo es ilusionismo, en el amor y en la vida Comedia romántica, con formato teatral, de amable intriga y melosa envoltura. Allen se instala en los años veinte y en un caserón de la Riviera francesa para hablarnos otra vez de ilusión y realidad: ¿quién decide en el amor? ¿La cabeza o el corazón? La historia tiene como protagonista a un mago (un engañador por excelencia) que es convocado para desenmascarar a una médium (otra embaucadora). Al final, los dos acabaran compartiendo una realidad que los obligará a dejar a un lado sus trampas para no tener que disimular más el amor. Allen apela los contrastes: opone a la madurez de ese mago desenmascarador, la dulce juventud de una muchacha ingenua. ¿Homenaje a su biografía amorosa? El es un pedante que no se anima a querer porque sólo aprendió a hacer trampas. Y ella se mezcla en el mundo de los trucos para saber que hay más allá de su modesta realidad. Los dos mienten. Y será la mentira la que los acercará. Lo que Allen busca no es desnudar los engaños, sino ponerlos en primer plano y demostrar que hace falta fantasía (¿y mentiras?) para soportar este mundo tan aburrido, como dice el mago. Allen desconfía del poder de la razón y ridiculiza a ese desenmascarador que al final lo único que descubrirá es que el falso era él. Y será ella la que le quitará las máscaras. El film es muy hablado, reiterativo, demasiado leve, pero también deja ver el talento de Allen para entrarle al tema y poner rápidamente a sus intérpretes en clima. No están sus réplicas punzantes, su humor ha dado paso a un registro menos irónico y más comprensivo. Hasta los personajes antipáticos fueron suavizados. “Magia a luz de la luna” nos trae a un Woody Allen romántico que no se hace grandes preguntas y deja que el impulso decida. El resultado es cuentito que sólo pretende ponerle unas fichitas al corazón sin esforzarse mucho. Un filme ligero, llevadero, de notas suaves, el amable deambular de un desesperanzado que ha hecho las paces con las cosas simples y lindas de la vida (la música, la sorpresa, los amores imposibles) y nos avisa que la magia (¿como el amor?) puede deparar encantamiento o engaño
Crítica emitida por radio.
Hay quienes hablan de una suerte de renacimiento en esta última étapa de la obra de Woody Allen pero hay otros que lo acusan, cuando menos, apenas de insípida redundancia. El sello inconfundible del autor puede no deparar demasiadas sorpresas a esta altura del partido, es cierto, pero al menos asegura innegables momentos de buen cine. Algunos más pasatistas que otros, algunos más intelectuales y hasta oscuros, pero jamás pudo reprochársele al autor de dormirse en los laureles: con el increíble récord de “una película por año” que ostenta hace casi cinco décadas, el director de Manhattan y Annie Hall, entre otras joyas del séptimo arte, ha sabido moverse entre géneros, adaptarse a problemáticas tanto clásicas como modernas (que, al fin y al cabo, son también en el fondo siempre iguales) y a lo sumo ha cambiado cinismo por nihilismo. Esto último se hace presente en buena parte de su obra en los últimos diez años y se consolida firmemente en Magia a la Luz de la Luna, su nueva película. Sin embargo, y a diferencia de la notable Blue Jasmine, el tono no es el de un drama sino el de la más feliz de sus recientes comedias: el mejor antecedente de esta etapa es Medianoche en París, y eso es decididamente algo bueno. La película parte de un truco de magia realizado por un gran ilusionista, Wei Ling Soo -o Stanley, para los amigos- maravillosamente encarnado por el notable Colin Firth. Sabemos que es el mejor en lo suyo porque es el único que, cuando deja el escenario, se dedica a desenmascarar a quienes aseguran que la magia realmente existe, y venden sus prestidigitaciones y visiones al mejor postor. Y es entre esos seres para él despreciables donde aparece en la riviera francesa una peculiar médium que hasta su más respetado colega -y único amigo- asegura imposible de desenmascarar. El desafío y la lucha por demostrar que detrás de todo no hay absolutamente nada, llevan al protagonista al encuentro de esta misteriosa “visionaria”, interpretada con dulzura y delicadeza por Emma Stone, quien terminará abriéndole los ojos a misterios que éste catalagoba de imposibles. El simbolismo es claro y se hace sentir fuertemente durante toda la película: Stanley vive de la ilusión pero carece totalmente de ella. Es un hombre que descree de todo tipo de cuento de hadas, llámese truco, fábula o religión, y es por eso que las citas a Nietzsche abundan en boca de de este irónico personaje que, sin embargo, está a punto de aprender una lección aún cuando todas sus teorías parecen correctas. En una vuelta de tuerca que conviene no revelar -aún si no es de lo más sorpresiva- lo interesante no es el recurso narrativo sino la lectura que por detrás de ello implica: Stanley pasa, sin darse cuenta, de la máxima nietszcheana que indica eso de que “Dios ha muerto” a la contradicción de Unamuno que proclama que “hasta un ateo necesita a Dios para negarlo”. Posiblemente un análisis filosófico sea demasiado para una comedia liviana que tan sólo busca entretener, pero el material allenesco está ahí, intacto, quizás repetitivo para algunos pero ciertamente deleitable para otros. Magia a la Luz de la Luna no formará parte de lo mejor de la filmografía del realizador de Hannah y Sus Hermanas, pero sí permanecerá para siempre dentro de lo más disfrutable del epílogo de su carrera.
Esta especie indirecta de remake conceptual de Si la cosa funciona carece del cinismo humanista de aquel film y de la misantropía radical de su celebrado penúltimo film, Blue Jasmine, en el que todas las falencias de Allen estaban reunidas con astucia como si se trataran de aciertos indiscutibles del director (profundidad temática, “ostensibles” diálogos filosos y presuntas interpretaciones notables). Situada en 1928, después de la Primera Guerra Mundial y en cierto clima cultural que predispone a la ilusión y al deseo de felicidad sin grandes fundamentos, esta comedia ligeramente filosófica que transcurre en la Costa Azul gira en torno al encuentro “azaroso” y amoroso entre un famoso mago racionalista (y abiertamente escéptico frente a cualquier fenómeno suprasensible) y una joven médium que ha conquistado la atención de los ricos de la región. El famoso ilusionista interpretado por Colin Firth es convocado por un amigo a desenmascarar a la bella joven (Emma Stone), por la que sentirá cierta atracción, al mismo tiempo que comenzará a dudar respecto de sus (pre)juicios frente a un reino metafísico poblado de espectros. Menos proclive al plano-contraplano casi televisivo, frecuente en el registro del director para seguir el parlamento de sus criaturas, Allen exhibe aquí cierta predilección por sostener planos generales durante la interacción verbal, decisión formal que viene acompañada por un trabajo notable de registro de los espacios abiertos, reforzado en su contundencia por la luz natural del sur de Francia, algo que posibilita que el film recupere el misterio de la fotogenia de los actores. Un pasaje extraordinario por su austeridad formal es aquel en el que Firth detiene su conversión metafísica en plena plegaria ante un accidente de una tía amada, instante en el que Allen sostiene la escena en un plano general desprovisto de elementos foráneos a la lógica de la escena. Esta precaria pero personal meditación filosófica en tono humorístico acerca de la creencia asumida frente a la creencia revisada demarca los límites de Allen como cineasta e intelectual, límite en el que a su vez despunta una ligera sabiduría tardía en la que los dictámenes de la lucidez no obligan a transitar el desprecio como resultado del desasosiego.
El viejo y eficaz juego del gran Woody El neoyorquino propone un diálogo a través de su alter ego con lo azaroso, lo inexplicable. Humor e ironía sutil para narrar una historia en la cual lo mágico envuelve las situaciones de una mujer a la caza de un joven de gran fortuna. Lúdico y ocurrente son los adjetivos que veo asomar de esta galera que se muestra ante nosotros como otra de sus fábulas ambientadas en diferentes lugares, en distintas épocas. Así, este tan esperado film (Allen es uno de los contados invitados que nos visita de manera anual), lleva un título que nos coloca en una órbita que lleva en sí el reflejo de tantas otras historias de su autoría. Film en el que lo mágico adquiere un periplo que atraviesa diferentes situaciones, poniendo en crisis las mismas certezas que él mismo se ha encargado de reafirmar. Pero tal vez su afirmación de su identificable escepticismo no sea más que una coartada para que ingresemos medianamente distraídos al juego que nos propone. Y es que en Magia a la luz de la luna, a través de su personaje masculino, Stanley (un mago que nos recibe en un cabaret de Berlín una noche de fines de la década del 20, rol que asume admirablemente un flemático e incrédulo Colin Firth) se va construyendo el propio "alter ego" del mismo Allen, en lo que hace a sus convicciones y replanteos sobre la presencia de lo azaroso y lo mágico. Arrojado a una aventura de desenmascaramiento, en lo que compete a una presunta impostora que se asume como médium, Stanley viaja al sur de Francia, a la zona de la Provenza, donde se reencontrará con su tía Vanessa, querible personaje a cargo de Eileen Atkins, de quien escucharemos aquello que está fuera de sus agendados registros. La llegada al lugar me llevó a recordar -y trazar desde allí un puente- una situación similar a la que transita el personaje de Cary Grant en el film de Leo Mc Carey de 1957, Algo para recordar, en el que junto a su reciente enamorada, rol que está a cargo de Deborah Kerr, se acercan a ese bucólico lugar donde vive la abuela del protagonista. Ya a principios de los setenta, esta misma actriz, pasa a ser una las clientas de una particular médium en el último film de Alfred Hitchcock, Trama macabra, de 1976. De esta manera, podemos señalar esta situación, a partir de cómo la señora Julia Rainbird recurre a una joven rubia que dice poseer poderes mentalistas; como lo hace ahora, en este sonriente film, Sophie, esta joven pelirroja, interpretada por Emma Stone quien se encuentra en ese lugar, junto a su madre. ¿Auténtica médium o una gran impostora a la caza de un joven de gran fortuna? Estas preguntas nos son dirigidas con ese toque de humor, de sutil ironía, desde la mirada del mismo Stanley, desde sus más férreas convicciones racionalistas. Frente a la técnica del ilusionismo, sus estrategias, ahora frente a él, a ese manual bien aprendido de normas y reglas, no ya con la máscara exótica oriental con la que nos da la bienvenida, Stanley tiene ante sí un dilema que resolver. Bajo ese cielo que nos recuerda al de Medianoche en París (y que está presente en el afiche en nuestro país), que despierta ahora en las melodías de Cole Porter, Rodgers y Hart, Jerome Kern, Ruth Etting, y de la cantante Ute Lemper, se va desplegando una fábula que lleva en sí el aire de la ensoñación, que se proyecta desde los cambiantes estados de ánimo de Stanley; desde esas expresiones que se mueven entre hiératicas posturas e inesperados desacomodamientos. Desde haber pasado al otro lado de la pantalla en La rosa púrpura del Cairo, hasta las cambiantes escenas de La maldición del escorpión de jade y Scoop, Woody Allen ha ido construyendo una escalera para alcanzar junto a sus personajes ese otro cielo, en el que las campanadas a medianoche pueden hacer posibles aquello que soñamos. En su film de 1986, Hannah y sus hermanas, Allen compone a Mickey, un productor de televisión que está atravesando una gran crisis existencial, a la manera de un personaje de Ingmar Bergman. Y en un momento determinado, dominado por su escepticismo, tras haber ido a ver Una tarde en el circo, con los Hermanos Marx, nos comenta: "Quiero decir que quizás exista algo. Nadie lo sabe con certeza. Ya sé, ya sé que la palabra "quizás" es un agarradero muy débil para colgar tu vida entera, pero es lo mejor que tenemos. Y entonces, les cuento, me puse cómodo en la butaca y empecé a divertirme como un loco".
Ruido de magia Cada tanto, los planetas se alinean y Woody Allen, dueño de una filmografía nebulosa, entrega un discernible lucero. Esta vuelta, Allen cambió su fe en el psicoanálisis por los albures de la magia y el misticismo para liberar su sarcasmo contra la razón. La apuesta es casi perfecta. Magia a la luz de la luna tiene escenarios y diálogos dignos de Rohmer, un humor cáustico que se resuelve en situaciones entrañables, en la tradición de Billy Wilder, y hasta el tono y las vueltas de tuerca de El mago, de Bergman. Berlín, 1928. Stanley Crawford (Colin Firth) es un mago inglés camuflado de chino bajo el nombre Wei Ling Soo; hace desaparecer elefantes, se traslada invisible de un lado a otro del escenario; la multitud lo adora. Llega a su camarín y Howard Burkan, un viejo colega, lo invita a desenmascarar a una médium, Sophie Baker (Emma Watson), que deslumbró a una rica familia norteamericana afincada en la Costa Azul. Habiendo seducido al hijo menor, Sophie podría heredar su fortuna. Nada peor para un mago que un ilusionista millonario. La dupla viaja al sur de Francia; recalan en la casa de tía Vanessa (Eileen Atkins), consejera de Stanley, luego se hospedan con los Catledge. Oculto en una falsa identidad, el mago busca demostrar que Sophie es una embaucadora pero la chica, con sus poderes, lo desenmascara a él. Para Sophie, Stanley, como buen mago, necesita que lo incomprensible sea un truco; Stanley, por el contrario, anhela creer en lo inmaterial. Y así, entre piropos a la luz de la luna, alusiones a Nietzsche y el rezo de una plegaria, con una esgrima verbal entre Firth y Atkins, el autor de Manhattan entrega una comedia quizá menor pero redonda, prolija y de las más disfrutables.
Liviano y luminoso pasatiempo Es el mismo Woody Allen (1935, New York, EEUU) pero distinto. Aunque siempre hábil para los diálogos cáusticos y el dibujo de personajes graciosamente agitados, su juvenil espíritu burlón de los ’70 (Bananas, Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo…) fue virando hacia homenajes y tragicomedias que conformaron su etapa más rica, con films más depurados (Manhattan, Zelig, Broadway Danny Rose, Hannah y sus hermanas, Crímenes y pecados), para después brindar pasatiempos olvidables, en algunos de los cuales, sin embargo, asomó algo de su brillo (Disparos sobre Broadway, Dulce y melancólico, Blue Jasmine). Magia a la luz de la luna se suma a la lista de estos últimos, módicos pero disfrutables aciertos. Con el marco esplendoroso de la Costa Azul de los años ’20, sigue los pasos de un mago arrogante que intenta poner en ridículo a una joven médium, aunque la tarea se termina complicando. En el comienzo sobreabundan las palabras, pero tras las primeras apariciones de la chica el film cobra vivacidad. La música y el vestuario de época, los jardines rebosantes de flores, las ventanas permeables a la luz del sol veraniego, llevan al espectador a un estado de confortable bienestar burgués, permitiéndole formar parte de la cotidianeidad de estos hombres y mujeres displicentes (no se ve una sola mucama ni nadie que limpie o cocine en esas deslumbrantes mansiones). Si por momentos Allen parece haberse convertido en un James Ivory sarcástico, el aprovechamiento que hace Darius Khondji de la luz natural y los colores de esos sitios le dan a Magia a la luz de la luna una calidez que se agradece. Allen evidencia aquí, más que en otras ocasiones –y hasta sus detractores deberían reconocerlo–, una notable delicadeza en la composición de los planos, con la cámara encuadrando y acompañando con precisión y elegancia. Aunque ingenua, la secuencia de la repentina tormenta y el posterior acercamiento de la pareja central en un observatorio, está resuelta con un encanto y un profesionalismo difíciles de encontrar en el cine mainstream actual. Lo mismo puede decirse del plano general de la fiesta nocturna en las afueras de la casona envuelta en un halo glamoroso, en el que el director no se regodea. Puede apreciarse incluso alguna decisión poco convencional, por ejemplo cuando se detiene brevemente en un paisaje antes de desviarse a mostrar el coche que se aproxima y, siguiéndolo, volver al paisaje, como si el camarógrafo (o el espectador) se hubiera distraído mirando las montañas. Aunque con distintas profesiones, edades y apariencias, Woody Allen suele ubicar en sus películas un alter ego: en manos de Colin Firth, el habitual neurótico con la ironía a flor de labios logra ser, en algún momento, ligeramente conmovedor. Como la joven adivina, la excelente Emma Stone (ojos, cejas, sonrisa y corte de cabello que recuerdan a Olga Zubarry joven) contribuye a restarle solemnidad al asunto. El resto –incluyendo Eileen Atkins, notable como una tía perspicaz– cumple su cometido, dentro de un film en el que Allen se luce más como director que como guionista. Es que, si algo puede reprochársele a Magia a la luz de la luna, es la puerilidad con la que aborda ciertas cuestiones: el cambio de posición ante un tema es visto como una claudicación; los antagonismos se resuelven sin demasiado conflicto; romanticismo, optimismo, fe religiosa y magia parecen ser lo mismo. Podría decirse que esa liviandad es otro signo reconocible del cine de Allen, tanto como la manera de conducir a pensamientos estimulantes por los retruécanos y chistes dichos por los personajes antes que por el sedimento dejado por una escena pensada en términos visuales.
La dupla Colin Firth-Emma Stone funciona maravillosamente bien y es, en gran parte, gracias a ellos que el guión escrito por Woody Allen, llega a muy buen puerto. Disfruté muchísimo de "Medianoche en París" y de "Blue Jasmine" mientras que "A Roma con amor" (a pesar de contar con un muy buen elenco) no me terminó de convencer e incluso me resultó un poco aburrida. Por suerte "Magia a la luz de la luna" tiene a un protagonista que maneja el típico humor ácido que Woody Allen suele reflejar en sus películas, lo cual logra aportarle un plus al film y conquistar, una vez más, a sus fieles seguidores. El soundtrack es nuevamente el indicado para musicalizar cada una de las escenas y acompañar no sólo las situaciones en las que se ven inmersos los protagonistas, sino también las locaciones en las que ellos se encuentran. "Magia a la luz de la luna" cuenta con el inconfundible sello de Woody Allen, muy buenas actuaciones de Colin Firth y Emma Stone, y una buena dosis de humor inteligente. Pulgares arriba para la nueva película del genial Woody Allen.
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Es por cierto un acto de magia la escena inaugural de la nueva película de Woody Allen, Magia a la luz de la luna. El gran Wie Ling Soo, un reconocido ilusionista disfrazado de nigromante chino, presenta ante una multitud expectante sus habituales trucos de hechicería: divide en dos exactas partes el cuerpo de una mujer, hace desaparecer un elefante, se transporta misteriosamente de un lado a otro sin dejar rastro de su desplazamiento. La representación sucede durante la dorada –y tantas veces revisitada- época del jazz. De todas formas podría suceder en cualquier otra circunstancia. Incluso en cualquier otra película del mismo director. Porque el ilusionismo es una práctica que aparece con insistencia en muchas de sus historias. En su nuevo film la magia se convierte directamente en el fundamento principal de la trama y quien la ejerce es su protagonista. Stanley (Colin Firth) es uno de los magos más respetados de su tiempo. Pero es también un hombre dominado por el saber racionalista que niega la existencia de otra realidad. Después de una de sus funciones, Stanley debe viajar al sur de Francia para desenmascarar a Shopie Baker (Emma Stone), una joven y bella mujer que se hace pasar por médium y que posiblemente intente estafar con sus trucos la inocencia de una familia millonaria. A pesar de su habilidad para descubrir los fraudes del ocultismo, una vez junto a ella Stanley no podrá resistirse a su encanto. Sus principios se verán entonces amenazados y próximos a su completo derrumbe. Magia a la luz de la luna resulta así una sencilla y levemente divertida comedia romántica. Sus personajes se mueven con elegancia, podríamos decir puntuales, pero siempre desinteresados por salirse del diseño de un guión que funciona como una nueva versión de lo mismo. Una sensación que se actualiza y que su antecedente inmediato –la notable Blue Jasmine- parecía venir a desmentir. Tal vez se haya esfumado definitivamente la audacia del director neoyorquino para revelar la farsa de su propia clase. Ya no alcanza con planos preciosos del paisaje europeo, aquellos que abundan en sus últimas películas –en esta oportunidad, preciosas vistas de la Provenza francesa -. Ni tampoco el brillo especial que encandila por su belleza el rostro de su actriz protagónica. Para Woody Allen fue siempre la magia. La razón resultaba por demás evidente. La magia representaba el homenaje perfecto a la producción cinematográfica. Era la metáfora por antonomasia de su experiencia. Fue él mismo un ilusionista, un constructor de sueños, un hacedor de ficciones que persiguió con fervor el efecto que su práctica exige. Pero la eficacia del engaño, la realización de la trampa, reside en evitar que se descubra el artificio. Woody Allen no perdió el control de su oficio, pero sí la destreza para desplegarlo con gracia. Igual que un mago que practica una y otra vez el mismo truco y que debido a esa reiteración mecánica descuida todo el misterio.
Woody tiene magia, pero falta hechizo... Un nuevo estreno de Woody Allen, el esperado estreno de todos los años, vuelve a generar las aguas divididas entre los que amaron su nueva película, los que esperaban más de ella, los que sostienen que el director ya no está en su mejor momento, los que la adoran de todas formas, los que encuentran en su cine más simple sus mejores creaciones... dónde pararse cuando uno ha crecido como cinéfilo al ritmo del cine del gran Woody Allen? "Magia a la luz de la luna" arranca, en su escena de apertura, con un espectáculo de magia (reminiscencias de otras creaciones del director como "Scoop" o "La maldición del Escorpión de Jade", el episodio que ha filmado en "Historias de Nueva York" en donde por un fallido acto de magia, desaparece su madre) y quizás ya el ilusionismo presente desde esta primer escena, nos fije claramente el sentido de este nuevo opus de Woody, es mejor rendirse en forma ingenua al efectivo truco y no pedir demasiadas explicaciones en el "cómo lo hizo?". En esta ocasión, nos situamos en el Berlín de los años ´20 (sólo por un rato, después el guión nos hará viajar por la riviera francesa) en el espectáculo del mayor mago del momento, Stanley Crawford. Un gran amigo suyo, otro mago quizás tan talentoso como él, pero algo opacado por el ego y el brillo de Crawford, le hará un propuesta que captará su atención al instante: el desafió consiste en observar a una jovencita que se encuentra con su madre visitando a una familia millonaria. Ella dice poder hablar con los muertos, adivinar el futuro, descubrir algunos secretos del pasado, algo a lo que Crawford obviamente descree y entonces su único fin será desenmascarar a la supuesta impostora. Con una mezcla exacta de misterio y comedia romántica, Woody hace que estos personajes se conozcan y que, obviamente, todo salga diferente a lo que aparecía planteado en las primeras líneas. Ni la "falsa medium" podrá ser tan fácilmente desenmascarada sino que además sorprenderá a Crawford haciendo gala de algunos de sus tantos talentos y de esta forma, el mago se rendirá ante el hechizo. Para que el cocktail sea más nutrituvo, entre ellos surgirá una chispa mucho más allá del ámbito profesional, de la tarea inicial del gran mago... y la magia del amor flotará en el aire, confundiendo un poco todo. Lo que parece una historia dulce, sencilla y bien llevada, comienza a naufragar - a mi gusto - porque en esta ocasión, el alter ego de Woody es Colin Firth, un actor de sobrado talento y trayectoria con enormes trabajos como los más reconocidos en "El discurso del rey" y "Sólo un hombre" y que también transitó en la comedia con sus papeles en "Realmente Amor" "El diario de Bridget Jones" o "Mamma Mia!". Se que a muchos les desagrada que los actores que elige Woody sean "tan Woody" justamente. Pero sinceramente, a mi me encanta el eléctrico Owen Wilson de "Medianoche en París" y mucho más todavía el Larry David de "Que la cosa funcione..." jugando a presentar sus obsesiones, sus miedos, sus neurosis, sus manías.... Colin Firth aporta a Stanley todo el don de gentleman que funciona bien en la primera parte del film pero que comienza a "ralentizar" el relato cuando sus diálogos carecen del ritmo alla Woody y se demoran en su flemática presencia. Tampoco parece lograr la química necesaria con el personaje de Emma Stone, sin poder potenciar sus individualidades. En esos tramos, la vibración romántica no aparece con la fuerza necesaria y Allen no encuentra una nueva manera de poder contarnos una vez más el romance entre jovencita y hombre maduro (tan visitado en sus últimas creaciones como "Conocerás al hombre de tu vida" en la nombrada "Que la cosa funcione" o en algunos fragmentos de "A Roma con amor" o el recordado personaje de Michael Caine de "Hannah y sus hermanas") y esta nueva pareja allenesca no tiene demasiado para aportar. Del otro lado de la balanza, está el resto del elenco al que Woody, como siempre, le saca un brillo especial. Emma Stone tiene la dulzura y la frescura que su personaje necesita y lo aprovecha en un protagónico a su medida. Se destaca Simon Mc Burney como el mago a la sombra de Crawford, Marcia Gay Harden como la madre de la medium y Jacki Weaver como la aristócrata que quiere utilizarla para contactar a su difunto esposo. Todos engalan el elenco con esos personajes secundarios que Woody sabe construir y como plus, la flema inglesa de Eileen Atkins en un papel delicioso como la tia del gran Crawford. Hasta el Woody más irregular, más flojo es un producto digno e interesante. Y "Magia a la luz de la luna" queda como a mitad de camino, con líneas argumentales que quedan sin explotar y con toques de ironía que sólo aparecen con algunos chispazos y que profundizados, le hubieran dado más fuerza al "enfrentamiento" entre la razón, lo sobrenatural y la magia que puede estar en cada uno de nosotros. Particularmente, prefiero el Woody más serio, el de "Match Point" "Crimenes y Pecados" "Blue Jasmine" o "Maridos y Esposas" y que si da rienda suelta a la comedia, sea una comedia desenfrenada como las memorables "La última noche de Boris Grushenko" "Broadway Danny Rose" o algunos delirantes personajes de "Los secretos de Harry". O su mirada cargada de auto-ironía en "Disparos sobre Broadway" o "La mirada de los otros". "Magia a la luz de la luna" tiene todo lo que un producto Woody tiene que tener, aún así como decia Tu-Sam, otro mago: "Puede fallar". Y por momentos, falla. Esperaremos con los brazos abiertos al opus del año que viene, Woody siempre da revancha.
El Ilusionista y la Médium Woody Allen ya sabemos posee una filmo abultada, hecha de filmes memorables, otros aceptables y los muy menores y regulares. Viene precisamente de ofrecernos en estas ultimas temporadas, ejemplos de lo mejor (Medianoche en París, Blue Jasmine)y los poco logrados (Conocerás al hombre de tus sueños, De Italia con Amor, en fin que no cada año puede sacar conejos deslumbrantes de la galera, algo más que atendible. Aqui juega con la mínima historia de un ilusionista descreído, chapucero, egocéntrico y exitoso (Colin Firth en labor correcta) y una muy joven medium (Emma Stone, uno de los mas bellos rostros del cine actual), a quien el primero intenta desenmascarar, o poner a descubierto que se trata de un fraude. La trama habla de por si de las creencias y la racionalidad, algo que el propio Woody A. parece conocer, a propósito últimamente ha hecho declaraciones donde descree de que no hay vida después de la muerte, aludiendo a la efímera existencia humana. Igual el guión se llena de algunos chistes y gags esperables, la siempre encantadora música de la banda sonora (recorre Ravel, Igor Stravinsky, Cole Porter, Beethoven y muchos mas), una calificada dirección de arte, la estupenda fotografía, etc. pero de a ratos la pareja protagonica parece no encajar del todo. Y es que el guión no daba para mucho más, no obstante un Allen menor no es poca cosa.
La luz de la luna crea magia Toda construcción cinematográfica es en sí un acto de magia, de ilusionismo. Para un conocedor del lenguaje esta existe en cada plano, y es que el cine de Woody Allen tiene mucho de esto. El director indaga siempre en el campo de la mimesis haciendo real lo irreal, planteando situaciones internas en metáforas visuales. Su última película “Magia a la luz de la luna” (Magic in the Moonligth) alude a esta ilusión. ya en la primera escena, en un fastuoso escenario: El mejor mago ilusionista Wei Ling Soo despliega todo su encanto, pero ni su magia ni el personaje son reales, ya que el ilusionista oriental es representado por Stanley (Colin Firth) un caballero inglés, sarcástico, incrédulo y ateo. Muy vanidoso, se cree un genio, y todos a su alrededor parecen aceptar esto. Un amigo también mago, Howard (Simon McBurney), le pide que lo ayude a desenmascarar a una espiritista, ya que conocen los trucos de magia pueden descubrir juntos lo que la mujer esconde. Ambos parten a la costa sur de Francia, allí conocen a la joven y hermosa e inocente Sophie (Emma Stone), la médium, que ha sido llamada para una sesión por una acaudalada familia cuyo reciente heredero está enamorado de ella y pretende desposarla. Hasta aquí un pensamiento crítico, dos hombres que toman la magia como un negocio pretenden descubrir el truco detrás de algo espiritual, en solo unos minutos Woody Allen nos presenta a todos los personajes y sus características, ambientando el relato en los años veinte, hace que la ingenuidad y las actuaciones teatrales parezcan naturales, sin dejar su característico humor sarcástico. Dentro de lo llamado “verosímil”, que existe como un contrato inconsciente que hace el espectador al creer una historia como verdadera, parte fundamental del mismo es el espacio donde se plantea, otra fundamental es el grupo de características que forman un genero: Un lugar de ensueño, un clima de verano, y la luz perfecta que realza todo a través de la de fotografía de Darius Khondji encuadra un estado idílico (comedia romántica). Entonces: ¿Qué pasa cuando las condiciones externas nos llevan a bajar la guardia, a ingresar en ese espacio ficticio?, las luces están dadas para crear un estado onírico, se ingresa en estado de vigilia contemplando lo que se ve como un sueño, creyendo real lo que se está observando. Es un poco lo que pasa en el teatro, en el cine, perdemos la noción de la llamada “cuarta pared”, el ambiente induce al espectador a ese estado donde todo es posible. Tanto, que si nos permitimos podemos experimentar y creer sin ver los hilos ocultos. Particularidades del director Woody Allen lleva en promedio una película por año, por más de treinta años realiza este ejercicio convirtiéndose en un hacedor de relatos. Una de sus características narrativas es crear personajes en crisis, complejos, como en “Blue Jazmín”, que despiertan a nuevas experiencias, vivencias que los lleva a descubrir espacios reveladores, ya sean estos reales como en “Vicky, Cristina, Barcelona” u oníricos como en “Medianoche en Paris”. En sus comienzos New York fue su locación favorita, en los últimos años abrió sus caminos a la aventura de descubrir nuevas ciudades, espacios y hasta tiempos. En “Magia a la luz de la luna” juega a ser mago y nos invita a entregarnos a la ilusión y contemplar el amor como un acto de magia, porque si hay algo que no se puede explicar, es la magia del amor. Con la difícil misión: que el mejor mago crea en el acto de magia.
Sortilegio con el sello del viejo Woody Siempre resulta gratificante para el espectador reencontrarse con un director que se ocupa de contar con mano firme pero sin estridencias una historia en apariencia simple. Pero, como sucede en la vida misma, las apariencias engañan. Porque, nada tiene de simple esta historia de amor ambientada en los locos años 20. De hecho, desde la primera escena Woody Allen deja en claro que la ilusión será el hilo conductor que hilvanará las vidas de los protagonistas. Stanley Crawford, un mago famoso en la segunda década del siglo XX, es un escéptico que no cree en la existencia de ningún tipo de “magia real”: ni mediums, ni sanadores, ni nada relacionado con lo espiritual. Podría decirse que es un clásico personaje “woodynesco” que aquí tiene una interesante variante ya que lo encarna Colin Firth sin hacer, como muchos otros, una imitación del propio Allen. Un amigo suyo, mago también, le pide que viaje a la Riviera francesa para desenmascarar a una joven mujer estadounidense que está seduciendo a varias familias millonarias con sus asombrosas visiones. Decidido a descubrir sus trucos, empieza a sorprenderse con los conocimientos y habilidades de esta chica (la impecablemente bella Emma Stone), al punto de dudar de sus fuertes convicciones y de su escepticismo. Lo que sucede, claro, es que Crawford se enamora de la joven. El resultado es una divertida historia de amor sin mayores pretensiones que la de encantar al espectador -ciclópea tarea, por estos días- con detalles formales de gran elegancia. Los datos sobre cada uno de los personajes terminan por encajar a la perfección, de manera que no hay cabos sueltos ni zonas ambiguas en la construcción de la historia. Y todo esto, hay que decirlo, gracias a las sólidas actuaciones de un elenco que a todas luces parece haber disfrutado de su trabajo. Colin Firth, siempre correcto, es acompañado por una Emma Stone deliciosa que compone un papel equilibrado con maestría y candor. Imposible no caer rendido ante sus hechizos.
Una especie de magia Quien vaya a ver “Magia a la luz de la Luna” se encontrará frente a un catálogo, un digesto de los temas y tópicos allenianos. En primer lugar, el protagonista gruñón (que supo encarnar él mismo, y luego comenzó a delegar), desencantado de la vida, sabedor racional de que el mundo es una porquería; confrontando con la chica joven, quizás un poco bruta, pero llena de vitalidad, que pueda sacudirle un poco esa visión (“Que la cosa funcione” fue uno de sus últimos trabajos en ese sentido). Podríamos pensar en la figura de un “Pigmalión al revés”: el hombre mayor y culto que quiere en algún modo formar a esa pequeña fuerza de la naturaleza, que termina siendo educado sentimentalmente por ella. También aparece aquí el mundo de los “bohemios burgueses”, gente de clase alta empapada en consumos culturales. Sigue también el periplo europeo de Allen, que tras su “salida” de Nueva York pasó por Londres, Barcelona, París y Roma. Ahora llega a la Costa Azul y la Provenza: hay una historia para cada lugar y viceversa, y una forma de filmar (una fotografía, unos colores) para cada espacio. Edad dorada Y encima ambientada a finales de la década de los locos años '20, que supo retratar Francis Scott Fitzgerald (curiosamente, uno de los personajes de “Medianoche en París”, también ambientada en aquellos tiempos), que terminarían al poco tiempo destruidos por la avaricia de unos financistas que Scott Fitzgerald mostró (antes del derrumbe) en “El gran Gatsby”. El clima de época está dado no sólo por la muy lograda recostrucción en cuanto a vestuario y escenografía, sino también por cierta edición ingenua, de “cine de antes” (“Vamos a tal lado”, imagen del viaje en coche y “Ya llegamos”); algo del cine mudo, con los planos y contraplanos próximos de los protagonistas, como para exacerbar la gestualidad; y algo del Hollywood dorado en las reflexiones en voz alta del protagonista. La fotografía es muy cálida, lo que resalta esos ambientes bucólicos de una Europa que hoy existe un poco menos. También está el tema de la música, especialmente el hot jazz de aquellos tiempos, que más de una vez abrió los créditos en tipografía Winsor, ahora se extiende como uno de los hilos conductores. También esa atmósfera de salón europeo a lo “Cabaret” (que también mostraba algo que estaba por terminar), homenajeada con la presencia de Ute Lemper como cantante del local nocturno (siendo la heredera de la cultura del cabaret alemán y la obra de Kurt Weill). El escéptico La historia arranca con Stanley Crawford, más conocido como el gran mago Wei Ling Soo, un ilusionista de prestigio convocado por un ex condiscípulo para desenmascarar a una psíquica y medium estadounidense, que tiene cautivada a una rica familia de ese país afincada en la Riviera francesa. Brice, el heredero medio pavote de la familia, está además perdidamente enamorado de la joven. Stanley deja a su prometida esperando por sus vacaciones para salir hacia allí con el objetivo de desenmascarar a la muchacha, como ya lo ha hecho otras veces. Todo es superchería para él, “desde los mediums hasta el Vaticano son una superchería”. “Naces, no cometes ningún crimen, y entonces estás condenado a muerte”, reflexiona. Pero el contacto con Sophie, la chica de marras, le demostrará que otro mundo es posible, en principio en lo referido a lo más allá de lo evidente (lo que quebrará su cinismo) y luego en otros aspectos. Química El protagonista gruñón encuentra en Colin Firth una carnadura ideal: si Larry David podía ser un buen alter ego del entrañable Woody, en este caso nadie mejor que un inglés rebosante de sarcasmo (algo que a Firth le sale de taquito) pero a la vez joven como para protagonizar una historia de amor con una jovencita. Que por supuesto debe ser estadounidense, para lo cual eligió a Emma Stone: casi tan pelirroja como Rebecca Hall, quizás no tan despampanante como Scarlett Johansson, pero con unos ojos enormes y una sonrisa soñadora, con buena estampa para un filme ambientado en esos años, y más adorable que la Carey Mulligan de “El gran Gatsby” de Baz Luhrmann. El elenco se completa con Simon McBurney como Howard Burkan, el antiguo compañero segundón (que tiene sus secretos); una lucida Eileen Atkins como la tía Vanessa, la aristocrática pero sensible pariente de Stanley, algo así como su único afecto. También se luce Hamish Linklater como el pelotazo de Brice, y Jacki Weaver como su ilusa madre Grace. Marcia Gay Harden puede mostrar algunas trazas de oscuridad como la señora Baker, madre de Sophie. Erica Leerhsen como Caroline (hija de Grace) y Jeremy Shamos como su esposo George (psicoanalista, necesario para tirar como al pasar el diagnóstico de Stanley), cierran el círculo, con una pequeña aparición de Catherine McCormack como Olivia, la prometida racionalmente perfecta. Con todos estos elementos se arma este cuento sobre los límites de lo real que cuenta que, más allá de que haya o no señales del otro mundo, “enamorarse a primera vista es una especie de magia”.
Magia a la luz de la luna Woody Allen es un cineasta compulsivo. Y no solo por sus muchas obsesiones y dilemas con la vida y la muerte, sino con el simple hecho de que tiene que sacar una película cada año. Quizás sea uno de los cineastas que menos haga esperar a sus fanáticos, que son recompensados anualmente con una magnífica historia, generalmente de amor, como los clásicos Annie Hall o Manhattan, o sus actuales grandes logros Blue Jasmine y Medianoche en París. Pero esta vez, su último esfuerzo parece haber sido bastante apresurado. Con Europa de los años '20 como escenario, Magia a la luz de la luna es a primera vista un esplendor cinematográfico. Es una pieza de época que cautivará a los aficionados del período, de su estética, y su música. Y tiene todos los elementos del universo Allen, desde la neurosis que inunda y ahoga a sus protagonistas, hasta el esplendor de una comedia encantadora. Y la trama no está para nada mal: el ganador del Oscar Colin Firth interpreta a un mago que se disfraza de chino en el escenario para una puesta más teatral, y porque su anonimidad le permite en su tiempo libre desenmascarar a ilusionistas que alegan que su magia es verdadera. Y eso es precisamente lo que un amigo le encarga en esta película: revelar la estafa de una atractiva médium interpretada por Emma Stone, cuya embaucada a una familia de buena posición parece ser impenetrable. Pero Firth -ateo, cínico y propenso a generarse enemigos debido a su naturaleza directa y sin escrúpulos- pronto cae bajo su hechizo. Con un elenco estelar con Colin Firth y Emma Stone como protagonistas, acompañados por Marcia Gay Harden, Eileen Atkins, Hamish Linklater y Jacki Weaver, Magia a la luz de la luna es en principio encantadora; una comedia romántica mejor que tantas otras, pero es una decepción para todos los fanáticos de Allen, que se van a encontrar con una película poco memorable, y cuyos personajes principales no encuentran ni una pizca de química de la que agarrarse para crear un romance inolvidable.
Magia a la luz de luna es una pelicula que contiene un relato con mucho encanto que te hará pasar con seguridad un muy lindo momento en el cine. La historia, si bien es sencilla y no entra en las obras maestras de Woody Allen, es sumamente atractiva y ágil. La elegante ambientación de época es...
Refugios Woody Allen. El período del malhumor (mal humor y malas tragedias) y mal cine asociado a sus excursiones en Londres parece haber pasado definitivamente. Quizás ya no vuelva a caer en cosas como Match Point (2005), El sueño de Cassandra (2007) o Encontrarás al hombre de tus sueños (2010). Quizás el cambio haya empezado de a poco en la luz y en la levedad de Vicky Cristina Barcelona (2008, algo así como la película más erótica de su filmografía). Pero el punto de quiebre preciso fue el refugio provisto por Medianoche en París (2011). Quizás haya sido la ciudad. Quizás haya sido Owen Wilson. Pero lo más probable es que haya sido volver a los años veinte del siglo XX, una posibilidad planteada por la película como un escape desde el presente. El período de entreguerras ha sido un refugio amable para Allen con la excepción -claro- de Sombras y niebla (1991), porque su homenaje al expresionismo alemán no podía -no debía- escapar de la oscuridad. Pero tenemos los soñadores años treinta de La rosa púrpura de El Cairo (1985). Y tenemos, sobre todo, Dulce y melancólico (1999), que vino inmediatamente después de Los secretos de Harry y Celebrity, dos películas feroces sobre el mundo de los artistas, de los famosos, de los periodistas, de la circulación del prestigio. Dos películas envenenadas. Dulce y melancólico torcía esos planteos, los llevaba para otro lado con cierta continuidad en el sentido de que Ray (el guitarrista de jazz interpretado por Sean Penn) era un ser bastante despreciable. Decía Gustavo Noriega en el momento del estreno de Dulce y melancólico en su crítica publicada en El Amante: “Dulce y melancólico es, dentro del sistema de producción anual de Woody Allen, un descanso, una retirada a un lugar seguro, sin riesgos. Lo que no significa que no sea una buena película. (...) Lejos de todo realismo, la ambientación -la escena jazzera de la década del treinta- funciona como un refugio para Woody Allen. No hay acá señales de la Depresión ni conflicto entre clases. El clásico conservadurismo de Allen está presente, pero sobre todo la necesidad de contar un cuento de hadas. Para Allen, el escenario de un cuento de hadas es el jazz clásico.” Con Magia a la luz de la luna Allen vuelve al período de entreguerras, esta vez a los años veinte. Y vuelve al mundo de la magia y las paraciencias (recordemos su episodio de Historias de Nueva York). La película parte desde Berlín, pero estamos muy alejados de cualquier iluminación expresionista. La Berlín en la que comienza la película es vital, vibrante, una ciudad en el mapa de un ilusionista de prestigio. Luego de una apuesta fuerte como Blue Jasmine Allen se refugia en la Riviera Francesa, porque hacia allí se dirige el mago Stanley (Colin Firth), un inglés que sólo cree en lo que puede ser conocido racionalmente. Magia a la luz de la luna es una película leve en el mejor sentido posible. Luz maravillosa, ambientes de riqueza, belleza en abundancia, amabilidad incluso en la agresión filosa de la conversación, juegos de ingenio verbales, vestuario de lujo, hot jazz y otras músicas con las que -también- se ha refugiado Allen en su extensa carrera. La película es una comedia romántica sobre las apariencias, las emociones, la razón y el corazón, etc. Nada nuevo bajo el sol, pero el sol es de la costa del sur de Francia, y Allen se fascina con el agua, el verde, las flores, con la posibilidad de pensar solamente en contemplar y disfrutar de lo mejor de la vida: otra manera de ser un cineasta que se acerca a los ochenta años. De paso, Allen suma otra actriz en estado de gracia a su filmografía: Emma Stone, que será también protagonista de su película de 2015. Y algo más: quizás con los cambios del personaje del inglés Stanley -entrañable en su misantropía y en su paso de la grisalla a los colores- esté comentando algo sobre su etapa inglesa.
Estaríamos de acuerdo en pensar que el esplendor de genialidad de Woody Allen ya fue desplegado y queda como un tesoro realizado entre los 70’s y 80’s. Sin embargo, el gran realizador sigue aportando al cine contemporáneo; durante los últimos años se ha centrado en entregarnos comedias románticas donde ya no es Nueva York la gran protagonista sino que paseamos por distintas de las más hermosas ciudades del mundo. Midnight in Paris, To Rome with Love, Blue Jasmine, Vicky Cristina Barcelona, Scoop son algunas de las últimas producciones que para algunos no responden al target del director y para otros forman parte de una nueva dirección de su carrera, un giro hacia un estilo más simple, natural y descontracturado. Su más reciente trabajo, Magic in the Moonlight, nos trae un Colin Firth inolvidable, representando a Stanley, un reconocido mago absolutamente racional y escéptico que se encuentra en la ardua tarea de desenmascarar a Sophie (Emma Stone, tan bella y delicada como de costumbre) quien dice ser una médium espiritual. Nunca más acertado el planteo del film, en épocas donde lo sobrenatural y metafísico parece haber conquistado las mentes de varios y los escépticos rabiamos hasta el hartazgo en defensa del sentido común y la lógica terrenal. Se despliega una confrontación entre los argumentos racionales y trascendentales, entre momentos de gran comicidad y un enamoramiento en proceso, fiel al estilo de Woody. La idea de la magia se desarrolla desde dos puntos de vista: la magia construida y artificiosa (la que practica Stanley), aquella que deslumbra a chicos y grandes, que es parte de la misterio del enigma pero es solo una ilusión y por otra lado la magia del mas allá, aquella de la que muchos dudamos que exista, y que Sophie parece revelar como verdadera. La existencia de la magia del mundo desconocido vendría a derribar nuestro gran sentido común, ese del que tanto se jacta Stanley, y a darle a la vida un sentido trascendental que cambiaría por completo el transitar de los humanos por este mundo. La encantadora vidente parece conquistar el endurecido corazón racional del mago, trayendo felicidad y esperanza a su vida. Podemos decir que en las últimas producciones de Allen la fotografía toma un lugar privilegiado, los paisajes imponentes invaden la pantalla al igual que los vestuarios y decorados. Lo que sigue vigente es una de las marcas más características y que nos hace amar a este maestro: guiones con pasajes jocosos y paródicos, de gran peso literario y filosófico, una perfecta arquitectura de personajes y las “chicas Allen” que enamoran. Tal vez, hace un tiempo que ya no encontramos al estereotipo de carácter que suplante la presencia de Woody en sus films, pero es ley que los personajes neuróticos, inadaptados y existencialistas son un leit motiv infaltable. En fin, Magic in the Moonlight se ofrece como una comedia genuina con un planteo sumamente actual, al tiempo que filosófico y ontológico de gran peso, con actuaciones magnificas y con una vuelta de tuerca que todos los fans adorarán. Puede ser cierto que el viejo Woody ya no tenga la fortaleza de antes pero aun así, sus films actuales siguen superando a mucha producción pretensiosa y vacía que por nuestros días corre como agua. La originalidad y lo genuino llegan a vale más que imágenes de gran peso artístico y carentes de contenido.
Un filme que puede ser considerado menor en la filmografía del prolífico Woody Allen, sin embargo bien hecho, sólido, que engancha con su historia de amor y el carisma de sus protagonistas. Además muy gracioso, con un personaje que es mezcla de Dr. House y Houdini. Y con la virtud de tener un guion escéptico, a diferencia de la mayoría de las películas de Hollywood donde filmes como El Conjuro son vendidos como verídicos. Quizás aporte poco a la filmografía de Allen, pero realmente se deja disfrutar. Para entretenerse de manera ligera y enamorarse, sin mucho esfuerzo, pero dejándonos algo que nos sirve en nuestra vida. Escuchá la crítica radial completa en el reproductor debajo de la foto.
"¿Existe la magia?" Llega a nuestras salas lo último del director Woody Allen, que fiel a su estilo de viajar por el mundo y las épocas, está vez nos lleva al sur de Francia. Una acaudalada familia inglesa de los años ’20 busca consuelo de la vida terrenal en una médium llamada Sophie (Emma Stone), que dice poder comunicarse con los difuntos. Stanley (Colín Firth) es contratado por su amigo y colega Howard para desenmascararla, intuyendo que ella es sólo una estafadora que quiere embaucar a la familia. Pero ¿por qué Stanley? Y es que resulta ser el mago más famoso de la época, un artista que se hace pasar por chino en el acto de Wei Ling Soo. Además, es la persona más escéptica y miserable sobre la tierra. El hecho de saber de ilusionismo y de no creer en nada lo convierte en el candidato perfecto para descubrir qué trucos usa Sophie. Ella enseguida se da cuenta de sus intenciones e intentará convencerlo de su filosofía de la vida: que hay algo más de lo que podemos ver, que existe la magia en la vida de las personas. Pero aquí aparece lo que a mi entender es el gran error de la película: que Sophie y Stanley comiencen a enamorarse. Los opuestos se atraen, y no es imposible que ella se sienta atraída por otro a pesar de estar a punto de casarse con su acaudalado pero idiota cliente, aunque no de muy buena gana. También es posible que Stanley sienta atracción a lo desconocido, a un mundo espiritual que jamás pensó que existiría. Ni siquiera es inverosímil que pierda su cinismo luego de una experiencia transformadora. Lo que me molesta es la obvia y enorme diferencia de edad entre ambos actores y sus personajes. Colín Firth tiene 54 años, mientras que Emma Stone sólo tiene 26. Podría ser su padre a pesar de que ella sea mayor de de edad y demás tecnicismos legales. Más del doble de diferencia que a nadie parece molestar. Un movimiento jugado para Woody Allen después de que recientemente fuera acusado de abuso sexual por su propia hija adoptiva, Dylan Farrow; hija de su ex esposa Mia Farrow. El director, por supuesto negó todo lo concerniente a esas acusaciones y fueron desestimadas, pero los rumores corrieron y su reputación se resintió. Retratar una pareja con tanta diferencia en este contexto puede resultar una provocación de Allen. Pero volviendo al film. La actuación de Colin Firth destaca entre todas, que es capaz de retratar la transformación de las creencias de un hombre, una y otra vez. ¿Lo que vemos es todo lo que hay? ¿O realmente hay magia en el mundo? Irónico, por supuesto, que un mago no pueda responder a esas preguntas hasta el final. En el clímax de la película, el actor nos regala un monólogo excepcional que recuerda a “El Discurso del Rey”, aunque por supuesto los personajes son muy diferentes. Los giros argumentales convierten el guión en una historia excepcional que dejará a más de uno con la boca abierta. Lo mejor: la ambientación. Francia en los años ’20 no está sólo en el escenario y los vestuarios, sino en la forma de vida y por fuera de la historia: en los planos, los colores, los movimientos de cámara, la música y hasta la tipografía de los títulos. Nos transporta y sumerge en la época que retrata. Con estos elementos, si obviáramos el (gran) detalle de la relación romántica entre los protagonistas, esta historia tiene la receta perfecta para ser una gran película. Agustina Tajtelbaum
Publicada en la edición digital #267 de la revista.
Publicada en la edición digital #267 de la revista.