Steampunk venido a menos Francamente una de las caídas en desgracia -en términos cualitativos y de estima masiva- más estrepitosas del ámbito cinematográfico anglosajón fue la de Peter Jackson, aquel realizador neozelandés que comenzó su carrera regalándonos clásicos del terror clase B como las geniales Mal Gusto (Bad Taste, 1987), El Mundo de los Feebles (Meet the Feebles, 1989) y Braindead (1992) y propuestas muy interesantes como Criaturas Celestiales (Heavenly Creatures, 1994) y Muertos de Miedo (The Frighteners, 1996). A partir de la trilogía de El Señor de los Anillos (The Lord of the Rings), obras que por cierto todavía conservaban bastante de la prodigiosa chispa creativa de antaño, al señor le picó mal el bicho del gigantismo bobalicón y todo lo que ha estado ofreciendo desde entonces cayó en el campo de lo pomposo remanido y pueril que invita a perder rápido la paciencia. Como si se tratase de un cine “serio” que no logra renunciar a clichés hiper quemados del melodrama más light y motivos vacuos del género en cuestión, trabajos como King Kong (2005), Desde mi Cielo (The Lovely Bones, 2009) y sobre todo la trilogía de El Hobbit (The Hobbit) rankean en punta entre los productos más soporíferos y banales que haya entregado un cineasta otrora maravilloso, especie de caricaturas de films propios de épocas mucho mejores y más sinceras. Así las cosas, Máquinas Mortales (Mortal Engines, 2018) continúa esta colección de mega fracasos inflados y ahora encuentra al susodicho en el doble rol de guionista/ productor y hasta se podría decir que el que eligió para dirigir, Christian Rivers, un experto en storyboards y diseño visual con el que viene colaborando desde hace años, funciona más como un testaferro de Jackson que como un realizador con verdadero control. La película en sí es otra adaptación de otra de estas franquicias literarias adolescentes que durante las últimas décadas han proliferado en todo el globo como plaga uniformizadora y homogénea: en el contexto de un steampunk muy venido a menos, tenemos un mundo postapocalíptico dominado por ciudades que se mueven cual maquinarias enormes de la Revolución Industrial británica del Siglo XIX y que necesitan fagocitar a otras metrópolis para seguir subsistiendo bajo una lógica imperialista bien literal, con Londres como la principal urbe “glotona” de un planeta con recursos muy escasos. Una chica con el rostro marcado por una generosa cicatriz, Hester Shaw (Hera Hilmar), debe aliarse a un par de personajes al paso, el tonto Tom Natsworthy (Robert Sheehan) y la rebelde Anna Fang (Jihae Kim), para detener al tirano de turno, Thaddeus Valentine (el gran Hugo Weaving), quien para colmo asesinó a su madre, y para evitar que ponga en funcionamiento un arma de destrucción masiva que planea utilizar contra los enemigos de las ciudades con ruedas. Como ya se ha dicho en innumerables ocasiones en la web, la propuesta es una mezcla para nada original ni atractiva ni coherente de El Increíble Castillo Vagabundo (Hauru no Ugoku Shiro, 2004), Los Juegos del Hambre (The Hunger Games, 2012) y Mad Max: Furia en el Camino (Mad Max: Fury Road, 2015), todo combinado en una coctelera sin la más mínima sutileza. Los únicos elementos realmente potables de Máquinas Mortales son la presencia de Weaving y el fluir visual general, que compensa las nulas ideas novedosas con CGIs en verdad majestuosos en lo que atañe a algunas secuencias en particular y el diseño de las metrópolis portátiles. El trabajo del elenco es correcto pero los personajes son demasiado unidimensionales como para que alguien se interese en su destino, lo que resulta de por sí doloroso porque se notan las buenas intenciones de Jackson y compañía y cierto objetivo de fondo de revalorizar las epopeyas de aventuras a la vieja usanza, aunque hoy sin redondear un producto digno, astuto, entretenido o valioso en algún aspecto, el que sea…
En un planeta destruido, la civilización sobreviviente se desplaza por la tierra devastada en ciudades móviles, monstruosas máquinas conformadas con los restos de esas enormes capitales. Esas ciudades destruyen y devoran a otras más pequeñas en lo que podría haber sido la más ambiciosa fantasía steampunk que se haya presentado el cine del siglo XXI. Pero ese género literario y cinematográfico no encuentra aquí su referente de mayor calidad. La película está basada en el libro de Phillip Reeve, quien escribió la tetralogía de Mortal Engines y el guión es de Peter Jackson, Fran Walsh y Philippa Boyens, responsables de los guiones de las trilogías de El señor de los anillos y El Hobbit, entre otros títulos dirigidos por Peter Jackson. Aquí los tres figuran también como productores, dejando a cargo de la dirección a un antiguo y permanente colaborador de Jackson: Christian Rivers. Esta derivación no debería despertar suspicacias, pero a juzgar por los resultados parece que Peter Jackson no quiso meterse en una trilogía con pocas posibilidades de volverse un clásico. El género steampunk es tan grande y abarcador, que podríamos poner en la misma bolsa a Jules Verne, Mary Shelley, Arthur Conan Doyle y H.G. Wells con los autores de fines del siglo XX y las docenas de películas que se basaron en todos ellos. Máquinas mortales (Mortal Engines) pertenece, tanto el libro como la película, a este sub género de la ciencia ficción. Una mezcla de futuro con la tecnología y el imaginario de la Inglaterra de la Revolución Industrial y la época Victoriana. Los ejemplos son muchos y saltan a la vista. En el caso de Máquinas mortales las referencias pueden ser infinitas, pero dos películas vienen al instante: El increíble castillo vagabundo (Hauru no ugoku shiro, 2004) de Hayao Miyazaki (gran parte de su filmografía podría evocarse aquí) y el corto de El sentido de la vida (The Meaning of Life, 1983) “The Crimson Permanent Assurance” (fragmento dirigido por Terry Gilliam, otro cultor del steampunk). Estas dos citas son para aclarar que la espectacularidad que supone un edificio o una ciudad en movimiento no necesariamente lleva a una película de igual interés. La primera aparición de la ciudad de Londres convertida en una monstruosa urbe movible que atraviesa extensas distancias destruidas es sin duda impactante. Los leones de Trafalgar Square convertidos casi en mascarones de proa y la cúpula de St. Paul´s Cathedral como marca más reconocible son una imagen impactante. Luego habrá más referencias y guiños, pero todo eso es más diseño que otra cosa, la historia no va a lograr mejorar ese impacto visual inicial, incluso cuando tenga nuevas sorpresas, todas ellas menos efectivas, por cierto. Aquí la protagonista es una joven en busca de venganza que terminará aliándose con un joven habitante de esta ciudad móvil. No mucho más para anticipar, la trama tiene la clásica historia de la resistencia frente al poder, más la mencionada venganza y una mirada con algunos pequeños toques de humor acerca de cómo se construye la historia, con los Minions como pieza de museo, por ejemplo, algo que saca por completo de la estética y el mundo de la película. La gran batalla final, para que el villano no logre su objetivo secreto es de un aburrimiento importante. Para ese momento es muy difícil que a alguien le interese el destino de los personajes. Está claro que más allá del impacto de una estética maravillosa, las películas necesitan muchos más elementos para funcionar.
Inexplicablemente ni la producción de Peter Jackson logra salvar el pastiche presentado por Christian Rivers, un remix de ideas y propuestas ya vistas en plan distopía juvenil que necesita reforzar con ralentis, efectos visuales y toda una parafernalia de “homenajes” una narración errática que termina perdiéndose en ideas de manual (enemigo/amigo de Schmitt, por ej.) aburridas y viejas.
La mera noción del hecho de que el director y productor de la saga de “El señor de los anillos”, Peter Jackson, haya participado en la adaptación cinematográfica (que tendrá varias partes) de un libro llamado “Máquinas mortales” de Phillip Reeves, se puede traducir en una suposición: veremos batallas épicas. Efectivamente, habrá guerra y el elenco protagonista estará compuesto por Hera Hilmar, Robert Sheehan y Hugo Weaving. Si bien no hay una referencia temporal clara, se establece que la trama se desarrolla en el año 3000 aproximadamente, en un mundo post-apocalíptico. La sociedad moderna se vio destruida por el uso de armas nucleares, y a pesar del avance cronológico, no aparenta en absoluto ser un ambiente futurista: ya lo adelantó Einstein cuando dijo que no sabía cómo sería la tercera guerra mundial, pero que la cuarta sería con palos y piedras. En cierto punto, aquella frase se ajusta a este mundo, donde las ciudades funcionan sobre máquinas y se alimentan unas de otras para subsistir. Thaddeus Valentine (Hugo Weaving), líder de Londres, busca llevar a cabo un ataque conspirativo, mientras que Hester Shaw (Hera Hilmar) y Tom Natsworthy (Robert Sheehan) intentarán frenarlo al darse cuenta de los planes que el líder tiene. Las actuaciones en este film dejan mucho que desear. Salvo Weaving, de trayectoria intachable, el resto no se encuentra a la altura de lo que prometía ser una gran película. Hay diálogos que quieren ser inteligentes, pero se quedan en un intento aburrido y hasta básico. A su vez, la dirección de esta película no acompaña: hay planos innecesarios e imágenes que alimentan el cliché de lo bélico, que ya quedó fechado y es hasta infantil su uso. En cuanto a la idea de la historia, era un material para generar un producto mucho mejor. La inclusión de Peter Jackson para escribir el guion y participar en la producción, apuntaba a la búsqueda de batallas épicas y esta película lo logra. Hay escenas muy bien armadas e interesantes en cuanto a los efectos visuales. Sin embargo, la trama queda enmarcada dentro del inicio de una saga. Falta desarrollo, no sólo de personajes como el de Weaving, sino de conflictos. “Máquinas mortales” fue un intento de belicosidad que, en ese aspecto, surte efecto dada su mega producción. No es así en cuanto a su trama ni a las actuaciones. Quizás, ésta fue una adaptación hasta infantil de un libro que quedará para el análisis hasta qué punto fue representado fielmente. Habrá que ver si tendremos una segunda parte, porque en caso contrario, esta película será un fracaso.
El equipo detrás de la trilogía de El Señor de los anillos se hace cargo, esta vez con el entonces diseñador visual Christian Rivers en la dirección en lugar del aquí productor y guionista Peter Jackson, de Máquinas mortales, primera parte de la saga de cuatro novelas postapocalípticas de Phillip Reeve. El universo visual creado por Rivers es ostentoso de movida cuando, casi sin explicaciones, una versión retrofuturista de la ciudad de Londres se transforma en una maquinaria infernal sobre ruedas que persigue a un pueblito pequeño para devorarlo y apropiarse de sus recursos. Esta primera secuencia auspiciosa mezcla los mundos de Mad Max, Transformers y El castillo vagabundo de Hayao Miyazaki, por más que la principal influencia de esta distopía sea el universo de Star Wars, y ya plantea una analogía interesante, y con un gran impacto visual, sobre el imperialismo. Pero la película enseguida se queda sin fuerzas y no consigue mantenerse a la altura de ese comienzo enorme. La historia tiene como heroína a la fugitiva huérfana Hester Shaw que, con la imprevista ayuda del tarambana historiador Tom y de una suerte de Han Solo femenina (interpretada por la estrella coreana Jihae), busca vengar la muerte de su madre a manos del malvado capitán de Londres Thaddeus Valentine. El villano (Hugo Weaving, que parece inspirarse una vez más en el papel del Agente Smith de Matrix) manda a matar a la joven protagonista usando de sicario al robot resucitado que la había críado a ella tras la muerte de la madre, para no perder tiempo mientras construye un arma nuclear dentro de la emblemática catedral de St. Paul. La revelación de lazos familiares previsibles y de algún romance tardío no alcanzan a condimentar una narración sosa. El gran problema de Máquinas mortales es la pomposidad permanente, en cada diálogo, en cada secuencia de acción (¡para qué tantas persecuciones!) y en cada una de sus alegorías que cruzan ciencia, religión y política. Esa falta de sentido del humor mantiene a la película en una galaxia muy lejana del universo lúdico de Star Wars, que se imita al punto de que toda la secuencia final parece estar más cerca del plagio que del homenaje. Máquinas mortales se permite apenas un par de chistes y los dos parecen robados de algún episodio de Futurama: un chispazo burlón sobre el consumo cultural de nuestros tiempos (¡la devoción por los Minions!) y otro un poco más ácido sobre los hábitos alimenticios actuales. Rivers demuestra en su debut como director una capacidad sobrehumana para crear un universo visual deslumbrante, pero no se puede disfrutar demasiado un mundo donde el sentido del humor es un bien tan escaso.
Miles de años después de que la civilización haya sido destruida por un suceso catalítico, la humanidad se ha adaptado y una nueva forma de vida ha surgido. Gigantescas ciudades en movimiento rodean la Tierra, predando sin piedad sobre los pequeños pueblos que aún quedan. Tom Natsworthy se encuentra luchando por su supervivencia luego de encontrarse con una peligrosa fugitiva. Dos opuestos, cuyos caminos no deberían haberse cruzado, formarán una inesperada alianza que está destinada a cambiar el destino del mundo.
Peter Jackson en modo steampunk. Cuando todo parecía indicar que las transposiciones de novelas del universo young adult a la pantalla cinematográfica habían entrado en declive, llega Máquinas mortales para refregarnos en la cara que todavía queda combustible en el tanque de los grandes estudios para seguir exprimiendo piezas literarias mainstream, apuntadas al grupo demográfico que mayoritariamente llena las salas comerciales (léase: jóvenes y adolescentes). Máquinas mortales nos presenta un futuro distópico, en el cual nuestro planeta fue arrasado luego de un cataclismo bélico conocido como “La guerra de los sesenta minutos”. A raíz de esto, las ciudades se volvieron urbes móviles operando bajo el concepto llamado “darwinismo municipal”, según el cual estas metrópolis capturan y consumen otras ciudades más pequeñas para alimentar su propio motor y continuar en movimiento. Hugo Weaving (Matrix, El Señor de los Anillos, V de Venganza) interpreta a Thaddeus Valentine, reconocido arqueólogo y cientifico de Londres, la mayor y más implacable ciudad móvil. Detrás de una fachada filantrópica, Valentine tiene planes de utilizar una poderosa tecnología del pasado para conquistar otros dominios y subyugar a los asentamientos fijos que están en contra del movimiento traccionista. Aparentemente la única capaz de detenerlo es Hester Shaw (Hera Hilmar), una joven que busca vengar la muerte de su madre a manos del propio Valentine al tiempo que intentará detener su avanzada devastadora. Tom (Robert Sheehan) es un joven londinense de la clase baja que también sigue la pista de esta conspiración y se une a Hester en la lucha. Peter Jackson compró los derechos de la saga literaria de Philip Reeve hace algunos años y la producción pasó varias temporadas en el llamado development hell, hasta que el propio Jackson se sumó como productor y colaboró también desde el guión. El director Christian Rivers es un hombre del riñón del neozelandés, quien previamente trabajo haciendo storyboards y efectos especiales en las sagas de El Señor de los Anillos y El Hobbit. Probablemente el mayor problema de Máquinas mortales sea lo mucho que nos recuerda a otras películas apocalípticas y distópicas que hemos visto en el pasado, con Mad Max: Furia en el camino (2015) de George Miller y El increíble castillo vagabundo (2014) de Hayao Miyazaki, las cuales presentaban personajes con mayor profundidad que generaban más interés sobre aquello que sucedía en el relato. En esta ocasión ningún personaje parece capaz de huir al claustro de la bidimensionalidad, llevando a cabo cada acción de acuerdo a lo que determina el tropo de todas y cada una de las historias que conforman este subgénero: el chico pobre y peleador de clase baja, la chica ruda pero con compasión, la chica de clase alta con consciencia social, el líder despiadado, el aliado excéntrico, etc. Las escenas avanzan saltando de una secuencia frenética a la siguiente sin respiro, a puro vértigo y desparpajo en clave CGI. Todo es contado a través de los diálogos de sus personajes, nunca desde las acciones, cuestión que torna sumamente predecible cualquier giro argumental que la trama crea estar escondiendo al espectador. Es por eso que el conflicto principal carece de asombro y emotividad a tal punto que, irónicamente, la subtrama con el único personaje no viviente implica el pasaje más atractivo de todo el film: un robot termina dando la interpretación más humana de todo el relato. Weaving no desentona en su rol de personaje con dos caras y muestra un trabajo tan aceptable como siempre, mientras que los más jóvenes del reparto componen una suerte de juego de fichas intercambiables. No es un detalle menor que el personaje de Hester tenga una cicatriz en su rostro cuando en el libro la desfiguración es mucho más severa e impresionante, mostrando a las claras las intenciones estéticas y el target ATP de la película. Con una analogía muy básica sobre los peligros de los conflictos bélicos a gran escala y las consecuencias para el planeta en el que vivimos (¿Y una crítica revisionista sobre la Inglaterra colonizadora de otros siglos?), Máquinas mortales es un film que deslumbra desde lo visual tomando al steampunk como guía estética para dar forma a su mundo, pero perdiendo el rumbo al momento de dar profundidad a una historia carente de originalidad y frescura sin personajes cautivantes.
Del supervisor de efectos visuales de la trilogía de El Hobbit: Una viaje inesperado, Christian Rivers, y con el guión de Peter Jackson, llega esta mega producción que toma elementos prestados de títulos como La guerra de las galaxias, Terminator y Mad Max: furia en la carretera en un mix estético y narrativo al que le falta corazón. La película está basada en la novela del mismo nombre de Philip Reeve, que trae a una Londres convertida en una máquina monstruosa y movible que avanza sobre territorios áridos y que fue construída con el resto de viejas civilizaciones. En ese sentido, el comienzo del filme tiene potencia visual y una persecución que impacta en una trama retro-futurista que se irá mecanizando hasta su desenlace. El eterno enfrentamiento entre ricos que habitan la urbe y pobres que escapan para no ser cazados, es el motor de la historia que enciende la venganza de Hester Shaw -Hera Hilmar-, quien arrastra un trauma de la infancia cuasada por el asesinato de su madre y su unión con Tom -Robert Sheehan-, un joven historiador y recoletor de objetos de la ciudad para poder enfrentar a las fuerzas del Mal, encabezadas por el actor Hugo Weaving. El diseño de arte y los efectos visuales son lo mejor de la propuesta: desde la ciudad móvil que tiene hasta un museo con las "deidades norteamericanas!, los Minions! hasta los vehículos terrestres y las naves que surcan los cielos. Una idea que tenía potencial para explotar con su galería de personajes y una subtrama que cobra preponderancia -Hester escapa del robot que la crió y que ahora quiere destruírla- y que parece salida de una película de superhéroes. Demasiados elementos que no logran una cohesión narrativa y no explotan al máximo los resortes de la aventura a pesar de su poderosa artillería visual.
La gran comilona chatarrera. La cosa va así: futuro apocalíptico con escasos recursos y la nada novedosa idea de ciudades que se desplazan por mecanismos pero que además se engullen entre sí para el carnaval de glotonería que propone esta película donde el nombre de Peter Jackson ya no es garantía de nada. Y no sólo por su notoria caída creativa tras la bonanza de años de oro cuando sus películas tenían calidad, sino por ese marcado interés por el espectáculo del gigantismo que ya aparecía luego de la trilogía de El señor de los anillos. Claro que el origen de este disparate viene de una franquicia para adolescentes como Crepúsculo o propuestas literarias de ese calibre, aspecto que presupone segundas películas claro está aunque teniendo en cuenta la mediocridad de este producto seguramente quede en el olvido. Lo triste es que aquí parece no haber un único culpable porque el director elegido por el creador de Bad taste (1987), Christian Rivers, es de su absoluta confianza y avezado en lo que a storyboards se refiere. Los personajes unidimensionales en la típica dialéctica de aventura gráfica de video juego destacan un villano de turno encarnado por Hugo Weaving, líder déspota de la Londres engullidora que quiere someter a cuanta ciudad se le interponga, con un arma de destrucción masiva. Su antagonista, una chica enmascarada y vengativa, Hester Shaw (Hera Hilmar), que se une a los rebeldes de siempre, también liderados por otra mujer (Jihae Kim). Ningún personaje secundario vale la pena y más allá del derrumbe de las ciudades, las explosiones y toda esa chatarra glotona ocupando la pantalla, queda por decir muy pero muy poco. Hip!
Adepto a los proyectos épicos, Peter Jackson incursiona esta vez como productor y coguionista en la ficción distópica con una historia ambientada en un futuro posapocalíptico en el que ciudades como Londres son transportadas por inmensas máquinas. Si la descripción suena un poco ridícula es porque la película apuesta al gigantismo y al absurdo. No hay en este film dirigido por el debutante Christian Rivers espacio para la sutileza o la profundidad y, así, las alegorías sobre el colonialismo británico o los paralelismos con la actualidad (muros que dividen regiones) resultan tan obvios que terminan cayendo en lo burdo. De todas formas, no es ese el principal objetivo (ni el principal problema) de esta producción de Jackson sustentada en el descomunal despliegue de efectos visuales cortesía de su Weta Digital. Este film con look retrofuturista arranca con alguna secuencia lucida (como la caza de un pequeño poblado ambulante por parte de la máquina de Londres), pero poco a poco va perdiendo creatividad y sorpresa para convertirse en un híbrido que "bebe" de diversas fuentes como Mad Max, Matrix, Terminator, El increíble castillo vagabundo o Star Wars. Hugo Weaving saca a relucir la misma impronta de siempre para interpretar a Thaddeus Valentine, un antropólogo con ínfulas de dictador, mientras que los héroes y heroínas de turno (Robert Sheehan, Hera Hilmar y la coreana Jihae) poco pueden hacer con papeles superficiales y sin matices.
El gran director neozelandés Peter Jackson (la trilogía “El Señor de los Anillos”, entre otras) oficia como co-guionista y parte de la producción en éste caso, no como director, tarea que ejerce Christian Rivers, en éste film basado en el primero de los cuatro libros de Philip Reeve. Cuando uno lee ese nombre espera grandes cosas. No es el caso. A ver...a nivel visual, es impactante. Y listo. La sinopsis nos relata que miles de años después de que la civilización haya sido destruida por un suceso cataclísmico, (estamos en el año 3000 aprox) la humanidad se ha adaptado y una nueva forma de vida ha surgido. Gigantescas ciudades son transportadas por grandes máquinas y rodean la Tierra, predando sobre los pequeños pueblos que aún quedan. Tom Natsworthy (Robert Sheenan) se encuentra luchando por su supervivencia y se topa casualmente con una peligrosa fugitiva enmascarada llamada Hester Shaw (Hera Hilmar), testigo de la muerte de su madre de pequeña y ahora en busca de venganza. Con atisbos de la “Mad Max” de 2015 y “Star Wars” es una pelea, en definitiva, entre el bien y el mal, (el villano es Hugo Weaving, Thaddeus Valentine) arqueólogo y científico de Londres y la aliada de la joven pareja es la estrella coreana Jihae. En definitiva, persecuciones, alianzas y peleas de fondo. Una mezcla de aventuras con ciencia ficción en un guión que gira siempre sobre lo mismo y no se sostiene. Actuaciones sólo correctas. Lo más divertido como nota de color: la escena de los Minions y lo mejor los efectos visuales y la dirección de arte. De todas formas, demasiado larga para lo poco que tenía para ofrecer. ---> https://www.youtube.com/watch?v=zDABDg7vwsk ---> TITULO ORIGINAL: Mortal Engines ACTORES: Hera Hilmar, Robert Sheehan. Hugo Weaving , Stephen Lang, Joel Tobeck. GENERO: Ciencia Ficción , Acción . DIRECCION: Christian Rivers. ORIGEN: Estados Unidos. DURACION: 128 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años FECHA DE ESTRENO: 10 de Enero de 2019 FORMATOS: Imax, 3D, 2D.
El año arrancó recién, pero ya a esta altura puedo asegurar que Máquinas Mortales se convertirá en una de las peores películas que vea en 2019. Me duele que el nombre “Peter Jackson” esté asociado a este producto, de la misma manera que la frase “De los realizadores de El Señor de los Anillos y El Hobbit”, porque se está a años luz de algo similar. Basada en un best seller (primera novela de cuatro), que no he leído, y que tiene su base de fans. Queda bien clara la intención de seguir llevando a la pantalla grande historias en un futuro distópico, para llenar el hueco dejado por The Hunger Games. Lo único bueno que tiene la película son sus primeros 15/20 minutos, porque hay una vibra de film de aventuras de la vieja escuela. Y por ese lado me enganché. Pero todo se cae muy rápido, y el cliché tras cliché se hace presente de manera muy fuerte. Asimismo, lo que más inquieta es el descaro absoluto de copiar de manera muy burda secuencias y plots de Star Wars (Episodios IV y V). No hay sorpresa por ningún lado. Todo es previsible, y la construcción de la historia y los personajes es realmente mala. El director, de larga carrera en departamentos de arte, donde se destacó por su trabajo en la Tierra Media, ocupa la silla de director por primera vez. Trata de imitar mucho a Jackson, por momentos lo calca, y por lo tanto carece de identidad. A nivel visual está muy bien. Pero ya nos hemos acostumbrado a un nivel de excelencia tan alto que es muy raro sorprendernos. No tengo nada bueno para decir sobre el elenco, ni los ignotos ni los consagrados hicieron algo creíble. Pero también hay que reconocerles que el material que tenían para trabajar era muy pobre. En definitiva, Máquinas Mortales es otra de las tantas películas basadas en novelas YA (Young Adults) fantásticas, que quedarán en el olvido.
Christian Rivers, quien ya había colaborado en producciones anteriores de Peter Jackson como “El señor de los Anillos” “El Hobbit” o “King Kong”, toma el mando en la dirección de “MAQUINAS MORTALES” en su debut detrás de las cámaras. Anteriormente, había acompañado a Jackson en sus producciones, ya desde su inolvidable “Criaturas Celestiales”, estando a cargo en todas ellas del departamento de arte y como supervisor del departamento de efectos especiales, e inclusive se había desempeñado como director de la segunda unidad en “El hobbit” y en “Mi amigo el dragón”. Justamente toda su trayectoria trazada en el terreno del diseño de arte, en lo visual y en su conocimiento en el mundo de los efectos especiales, son el principal acierto y el principal problema de “MAQUINAS MORTALES”. Tal como hiciera con “El señor de los anillos”, Jackson ahora toma las historias volcadas en las cuatro novelas de Philip Reeve (más una precuela), ambientadas en ese mundo futurista distópico y post-apocalíptico que tan bien sabe describir el productor y que Rivers, como director, sabe plasmar con precisión. La base argumental de “MAQUINAS MORTALES” se plantea después de una tremenda guerra, llamada “La guerra de los sesenta minutos” en donde las ciudades quedaron completamente devastadas y se transformaron en urbes móviles, depredadoras, que persiguen unas a otras (visualmente, con reminiscencias de “El increíble castillo vagabundo”, pero cargado de violencia y sin la poética y el lirismo de Miyazaki). Así, como los peces en el fondo del mar, las ciudades más grandes se van alimentando de las menores, fagocitándolas y, por lo tanto, viviendo en una tensión y conflicto permanente. Londres, es ahora, una de esas ciudades sobre ruedas, una de las tantas ciudades gigantes que vagan por el espacio, pero es obviamente una de las más poderosas. Allí, Thaddeus Valentine (Hugo Weaving de “Matrix” “El señor de los anillos” “V de Venganza” pero también de “La prueba” y “Priscilla, la reina del desierto”) tras su fachada de científico y arqueólogo, amante filantrópico, esconde su macabro plan de arrasar con todas esas pequeñas ciudades que va encontrado a su paso y que por supuesto están en contra del movimiento traccionista. Nada pareciera detenerlo, hasta que aparece en escena Hester Shaw, una joven fugitiva dispuesta a jugarse entera teniendo como móvil, vengar la muerte de su madre, quien parece haber tenido una oscura historia con Thaddeus. En pleno abordaje de la ciudad rodante, Hester cruza su camino con Tom, un joven que jamás había salido de Londres y quien además es íntimo amigo de Katherine, la hija de Thaddeus y quien por supuesto forma parte de la Élite social de Londres. El encuentro Hester-Tom, presenta la ineludible y conocida historia de “chico conoce chica” ahora en contexto futurista y de luchas de clases (también podría describirse esquemáticamente como chico rico - chica pobre), y es por supuesto el principal elemento de la saga que apunta a un público adolescente y joven. En su propósito de enfrentarse con el sistema, el joven aprendiz y la fugitiva terminarán juntos luchando en la desolada Región Exterior, también llamada el Terreno de Caza. Volviendo a lo apuntado anteriormente, la trayectoria de Rivers en el campo visual es justamente, lo mejor y lo peor de la película. Las escenas lucen bien, el futuro distópico tiene una ajustada puesta en escena y visualmente la película funciona, aunque hay momentos en que las imágenes lucen saturadas de elementos, barrocamente agolpados en pantalla, como queriendo invadirlo todo sólo con una puesta estética ampulosa. Aun así, podría decirse que en el terreno de lo visual, es donde mejor funciona. Lamentablemente es en el terreno narrativo donde tanto Rivers como los adaptadores de la saga (Fran Walsh y Philippa Boyens, ambas colaboradoras también en todos los productos anteriores de la factoría Jackson), hacen agua por todos lados. Desde una presentación completamente atropellada y donde todo se presenta casi sin sentido, cuesta entrar a la historia porque nunca no se toma unos minutos (de las más de dos horas que dura la película) para ubicarnos en el terreno del cuento que quiere contar y menos aún, de poder darnos alguna pequeña referencia de los personajes que pondrá en juego. Pareciera que las guionistas entienden que hemos leído las novelas y que solamente estamos dispuestos a disfrutar cómo las han adaptado a la pantalla grande. Todo lo que no explica al inicio del filme, lo terminará sobreexplicando más tarde, donde subraya en los diálogos, todos los conflictos que atraviesan los personajes, los cuales están estructurados sin ninguna profundidad. Pareciese que son el medio para poder desplegar toda la parafernalia visual pero que en ningún momento le piensan dar alguna preponderancia a la historia, que tiene sus principales momentos relatados a través de breves flashbacks. Asombrosamente, “MAQUINAS MORTALES” cuenta además con problemas en su ritmo narrativo, lo cual llama poderosamente la atención teniendo en cuenta la presencia de Peter Jackson como productor, quien ha demostrado sobremanera que tiene un timing especial para este tipo de productos. Obviamente, como todo producto de este estilo que se precie de tal, deja abierta la posibilidad de seguirnos viendo en una segunda parte, que dependerá de los números que marquen los destinos de este negocio en el que a veces se transforma el séptimo arte.
“Máquinas mortales”, de Christian Rivers Por Jorge Bernárdez Si todo sale bien se esperan no menos de cinco películas a partir de la historia de Máquinas mortales, que es una serie de libros que cuenta con cuatro largas novelas y una precuela que a su vez consta de tres novelas más. Ya quedó claro con El señor de los anillos que a Peter Jackson le gustan los proyectos de largo plazo, así que Máquinas mortales parece hecha a medida para él, lástima que se haya quedado en el área de la producción y le haya cedido la dirección a Christian Rivers. Claro que lo anterior no implica perder de vista que será la respuesta del público la que determine si semejante plan es posible pero desde aquí estamos en condiciones de adelantar que a juzgar por la primera entrega, no será tan fácil que la cosa funcione, en principio porque no hay nada que no hay referencias fácilmente reconocibles, pero como dice una estrella de nuestra televisión que el público siempre se renueva, habrá que abonar la idea que siempre habrá incautos a los que todos les parezca novedoso y eso en los tiempos que corren, donde el público parece no tener noticias del pasado es más cierto que nunca. La historia cuenta que en un momento los seres humanos vuelan por los aires y el mundo tal como lo conocemos desapareció y muchos siglos después, los pocos seres humanos que quedan se sobreviven como pueden en lo que queda de la Tierra. Los países han desaparecido y lo que queda son apenas unas fortalezas móviles que se andan conquistando unas a otras, la principal, al menos la que aparece en esta historia como muy agresiva y conquistadora, es Londres, que al arrancar la película cruza el estrecho que la separa de Europa para conquistar otras ciudades móviles. Hay una especie de monarca que parece gobernar con mano dura pero con algo de criterio pero el poder detrás es Thadeus Valentine (Hugo Weaving), una cabeza brillante que conoce de arqueología y también sobre cómo conseguir energía del reciclaje de todas la porquerías que los “antiguos” que llevaron a la hecatombe a la civilización dejaron. Pero detrás de su imagen de hombre de ciencia esconde un monstruo sediento de poder que se halla abocado a recrear lo peor del mundo del pasado y a él se enfrentan las nuevas generaciones, su hija “oficial” y otra que es el fruto de una relación del pasado que solo intenta matarlo: Hester Shaw. En el medio aparece Tom Natsworthy (Robert Sheeham) que es un estudioso del pasado y que en confuso episodio termina fuera de Londres y acompaña a Hester, primero de manera ambigua y después como aliado en la que entiende que es una venganza legítima de Hester que vio a Thadeus asesinar a su madre. El diseño de producción es impresionante pero los elementos que van apareciendo parecen tomados de manera caótica de clásicos de distintos géneros y el resultado además de confuso es un poco gastado, pero no sería raro que el público masivo caiga como chorlito. La película acumula personajes y las resoluciones que se empiezan a suceder, dan como resultado una especie de agotadora maratón hasta llegar al final. En ese sentido está claro que la primera historia tiene una resolución, pero el proyecto general solo el resultado en la taquilla dirá si tiene una continuidad, aunque se agradecería que sea más original y deje de saquear de tantas fuentes diferentes. Máquinas mortales no es aburrida, tampoco novedosa ni sorpresiva y teniendo en cuenta que Peter Jackson está detrás de todo, quizás la solución de fondo sea que Jackson tome el mando y sea el director de lo que viene. MÁQUINAS MORTALES Mortal Engines. Nueva Zelanda/Estados Unidos, 2018. Dirección: Christian Rivers. Guión: Peter Jackson, Philippa Boyens y Fran Walsh. Intérpretes: Hera Hilmar, Hugo Weaving, Jihae Kim, Robert Sheehan, Stephen Lang, Leila George, Frankie Adams, Caren Pistorius, Colin Salmon, Ronan Raftery. Producción: Peter Jackson, Deborah Forte, Amanda Walker, Fran Walsh y Zane Weiner. Distribuidora: UIP. Duración: 128 minutos.
El valor que tiene esta película es su arte, sus efectos visuales que son una maravilla; ciudades enteras montadas en unas plataformas tipo automóviles gigantescos que pisan la tierra como topadoras o tanques de combate. MAQUINAS MORTALES está dirigida por Christian Rivers, quien fuese ganador del Oscar® con King Kong (de Peter Jackson) por mejores efectos visuales, pero no le llega ni a los talones a “El castillo ambulante” de Hayao Miyazaki; y no sólo por su arte e interés de aquel virtuoso artefacto mecánico que parecía tener vida propia, sino por su trama. Quienes se unieron al director en la escritura de esta vergonzosa adaptación fueron el propio Peter Jackson, Fran Wash y Philippa Boyens, los tres ganadores del Oscar® por El Hobbit y la triología de El Señor de los Anillos y aunque esté basada en los reconocidos libros de Philip Reeve -un escritor de sagas de niños- carecen de valores que pudieran demostrar algún interés por los más pequeños. La dificultad está en la estructura. Personajes que parecen importantes, no lo son tantos y desaparecen, fueron simples marionetas para una situación en particular. Diálogos y reacciones tipo caricaturas combinadas con flashback emocionales filmados tipo publicidad que sólo frenan la acción, la cual además está repleta de persecuciones; Chistes tipo gags vergonzosos y planteos de las tramas a partir de escuchas detrás de la puerta tipo telenovela, sumado a actuaciones deplorables con una estética steampunk fashion fuera de lugar. Una demostración más que sin un buen guión, toda la parafernalia, pronto será olvidada
El futuro casi nunca promete nada muy promisorio, por lo menos en el ya casi interminable subgénero de las historias post apocalípticas con personajes adolescentes. El problema es que estos films se parecen demasiado unos a otros, y cada subproducto de teenagers rebeldes del futuro resulta más previsible. La combinación de estos defectos es poco feliz, aun si se trata de una superproducción escrita y producida por Peter Jackson, que le da su primera oportunidad como director a Stephen Rivers, que desde hace tiempo se dedicaba a los storyboards. El tema es el de un mundo donde luego de una guerra devastadora, el planeta queda lleno de zonas destruidas, y las ciudades se mueven de un lugar a otro con enormes ruedas, convertidas en metrópolis andantes dedicadas a saquear. La novela de Philip Reeve toma su idea de uno de los viajes de Gulliver, cuando el famoso personaje visitaba la ciudad de Laputa, todo un hito de la imaginación de hace tres siglos del genial Jonathan Swift. El guión de esta saga en cuatro partes tenía potencial para una película mucho mejor que esta, sobre todo dado el nivel que uno espera de uno de sus autores, Peter Jackson. Las escenas de acción y escenografías imponentes están casi calcadas de clásicos de Terry Gilliam, futurismos más creativos de Luc Besson y, sobre todo, de “Star Wars”, lo que no tiene el menor sentido. Claro, hay dos o tres escenas espectaculares muy bien resueltas, y una única gran actuación, la de la cantante coreana Jihae como una revolucionaria tan cool como sanguinaria.
Nos encontramos con la adaptación de las novelas de Philip Reeve y de la mano de Christian Rivers llega esta última entrega producida y co guionada por Peter Jackson. Podemos destacar: los efectos visuales, un gran despliegue, las increíbles maquinas gigantescas, armamentos y robots, buen diseño de arte, hay alguna pincelada de humor, un elenco destacado y mundo utópicos post-apocalípticos. Tiene algunos toques a Terminator y Star Wars, entre otras. Pero narrativamente es floja al igual que el montaje, los flashbacks no aportan, hay personajes que no tienen mucho sentido, otros aparecen apenas unos minutos, como por ejemplo: Katherine Valentine (Leila George) la hija del villano Thaddeus Valentine (Hugo Weaving, correcto), posee momentos absurdos, aburridos y repetitivos que agotan y entretienen en pocas ocasiones.
Casas rodantes Basada en la novela homónima de Phillip Reeve escrita en 2001 (que forma parte de una serie de cuatro, conocida con el mismo título o Hungry City Chronicles), Máquinas mortalestiene todo desde su premisa para ser una propuesta que lo rompa todo. Hablamos de un futuro post apocalíptico, con estética cercana al steam punk, guerra de bandos enfrentados, y la peculiar idea de ciudades enteras montadas sobre ruedas, o flotantes. La creación de Reeve es de esos textos que desde su aparición parecía tener destino cinematográfico, cada descripción era para imaginársela plasmada en la pantalla. Para esa misión aparecieron Peter Jackson, Philippa Boyens, y Fran Walsh; un trío al que se le debe grandes cuotas de tanques en lo que va del Siglo XXI. A falta de poder continuar con el mundo de los hobbits, elfos y demás criaturas de Tolkien, el camino parece ser emprender una nueva serie de libros. ¿En qué se diferencian aquellas películas de El señor de los anillos/El Hobbit a esta Máquinas mortales? La diferencia es tan simple como sustancial. Ambos mundos se ven fastuosos y se nota una gran carga de producción en cada una de las películas. Todo se ve majestuoso, gigante. Pero en las dos trilogías anteriores se encontraba detrás de cámara el propio Peter Jackson, y en este caso (por más que desde las publicidades se intente vendarla como un film del director de Braindead), esa tarea recae en el operaprimista Christian Rivers, proveniente del mundo de los efectos especiales y el departamento de arte. Tierras movedizas Todo sucede miles de años en el futuro. Ha ocurrido un cataclismo; lo que quedó en pie y se refundó son pedazos de tierra, ciudades o pueblos, que se movilizan por tierra y/o aire en un trayecto permanente. Cada pedazo de tierra es una máquina en sí, con patas mecánicas o alas de tela, con armamentos, y en una guerra permanente. Las ciudades más grandes atacan a las más pequeñas o a los pueblos. Esta es la labor de la gigantesca y terrible Londres: convertida (o persistiendo) en una gran conquistadora/arrasadora. Al mando de esta Londres encontramos a Thaddeus Valentine (Hugo Weaving, que se luce aún en propuestas como esta), un conquistador despiadado que no mide límites con tal de quedarse con territorios y recursos en este planeta en el que todo, menos la megalomanía industrial símil Revolución Industrial, escasea. Una rebelde, Hester Shaw (Hera Hilmar), quien cubre su rostro con un pañuelo rojo de bandido para esconder una profunda cicatriz, lucha contra los planes de Thaddeus que incluyen la creación de un arma gigante (todo acá es gigante) que dispara rayos capaces de destruir pueblos enteros sin más. A la lucha de Hester, en un primer momento se le unirá el héroe casual Tom Natsworthy (Robert Sheehan), también proveniente de Londres; y más tarde se le seguirán sumando miembros, como la mercenaria Anna Fang (Jihae), entre muchos otros. El castillo vagabundo Más allá de plantear una obvia metáfora sobre los grandes países comiéndose a las poblaciones más castigadas mediante la industrialización para apropiarse de sus recursos; lo que prima enMáquinas mortales son las intrigas palaciegas y los conflictos entre los personajes. Hester tiene un pasado que la marca aún más que la propia cicatriz y que la relaciona con Thaddeus. Es un eslabón fundamental de liderazgo. Se cuecen cuestiones gubernamentales, de mandos, y también de linaje y vínculos sanguíneos. En determinado momento, sobre todo en su segunda mitad, Máquinas mortales parece ir camino a querer emular a Star Wars; pero nuevamente, lo hace desde la cáscara. Las más de dos horas de duración se sienten, y si bien el bombardeo es constante, la historia no avanza y puede resultar de a ratos algo aburrida. El guion escrito por Jackson, Walsh y Boyens deja todo servido a la acción, simplificando lo más posible una historia que parte de una premisa que parecía dar para mucho más. Lo que pudo ser una dura crítica se queda en un amago tapado por un empalago visual tan dulce que termina por perder efecto (mucho de lo que se asemeja ya a un dibujo animado). Abunda el barullo, crece la confusión, y comienza a aparecer la falta de interés. Pese a todo, se sigue notando que algo potable hay detrás. Hace rato que Peter Jackson dejó de ser el de Mal gusto o el de Criaturas celestiales; su gusto se inclina cada vez más por el gigantismo. Por lo menos, cuando se coloca en la dirección sigue poniendo mano firme para destacar lo narrativo. Esperemos no termine convirtiéndose en un digno colega de Michael Bay.
De antemano cuando uno sabe que en el proyecto esta Peter Jackson, con sus habituales colaboradores, la expectativa crece. Este realizador trabajo como guionista junto a Fran Walsh y Philippa Boyens, que adaptaron la saga de Philip Reeve, y además es uno de los productores. Como director, Christian Rivers, que ha trabajado para Jackson en distintas rubros de los efectos especiales. La película se ubica con títulos en un futuro donde toda la tierra fue arrasada, y ahora tiene ciudades- estado móviles recorriendo territorios yermos. El comienzo donde una sintetizada y gigantesca Londres, se dedica a cazar ciudades pequeñas y literalmente digiere a una ciudad minera es sencillamente espectacular y promete lo que después no se cumple. Y finalmente uno comienza a rastrear cuanto de “homenaje” y “prestado” hay de “Mad Max”, “Star Wars”, “Brasil”, “Terminator”, “El castillo vagabundo”, “Transformers” y puede ser divertido seguir y seguir con lista de ideas tomadas no tan impunemente. Básicamente es una historia post-apocalíptica con una transparente y elemental metáfora donde los poderosos se comen a los débiles. Pero también todo se toma del pasado, y el trabajo creativo visual y de efectos especiales es realmente importante, pero pesado y lento. La acción no fluye, no hay protagonistas definidos o fuertes y el “maldito” de Hugo Weaving sobresale porque es un actor que sabe lo que hace, aunque su personaje no es de lo mejor diseñado. La historia reúne a una pareja joven interpretada por Hera Hilmar y Robert Sheehan con poca química, una aventurera que los rescata interpretada por la estrella coreana Jihae. Poco humor y la sensación que luego de un comienzo a toda orquesta todo se pincha. Será atractiva para adolescentes.
Una confusa distopía con ciudades rodantes El neocelandés Peter Jackson compró la novela Mortal Engines para llevarla al cine. Escribió el guion junto a sus colaboradores de siempre, Fran Walsh y Philippa Boyens, y a la hora de dirigir la película la puso en manos de Christian Rivers, que desde los comienzos de su carrera es el encargado de dibujar los storyboards. Este dato explica todo: está a la vista que lo que interesaba a los hacedores de Máquinas mortales no era el desarrollo de una historia inútilmente oscura, que cuando se aclara devela su elementalidad. Tampoco, desde ya, unos personajes que cuando están definidos lo son con una única nota. Lo que interesaba era la completa invención de un mundo distópico en el que las ciudades no están quietas sino que ruedan, el aire londinense tiene color de herrumbre, como durante la revolución industrial, y los cielos son surcados por naves con forma de barcos. El diseñador de la nueva Londres es un tal Thaddeus Valentine (Hugo Weaving), que detrás de su máscara de benefactor desinteresado esconde un rostro bastante más siniestro. Por eso intenta asesinarlo, para cobrarse venganza, una chica que semioculta su rostro, Hester Shaw (Hera Hilmer), a quien se unirá, en la escapada, Tom (Robert Sheehan), que no se sabe bien qué pito toca y a quien el guion pone al lado de Hester durante toda la película. Las piezas dramáticas no fluyen, no encastran ni se relacionan: se amontonan unas al lado de otras, de modo tan mecánico como las ciudades que, a la inversa de las de Italo Calvino, son excesivamente visibles. Así, por un lado está la errancia de la pareja protagónica. Por otro, una creatura llamada Shrike (Stephen Lang), igualita al cyborg metálico de la última parte de la primera Terminator. Es un feroz asesino al que envían para despachar a Hester... ¡pero resulta ser el ser que la crió, como una nana! Como puede advertirse, dado el nivel de arbitrio puede pasar cualquier cosa en Máquinas mortales. Pero no sólo en términos de guion, donde por ejemplo sucede que los enemigos de Thaddeus Valentine aparecen recién cuando está por largarse la megabatalla final. También en lo visual pasan cosas raras. Básicamente, el carácter de “superproducción de cámara”, que no es deliberado sino forzado. Se nota que el presupuesto con el que se contaba era notoriamente menor que el requerido, por lo cual los planos, en lugar de ser abiertos como en toda superproducción, tienden a ser cerrados, para ahorrar decorados. Esto genera una estructura como de cajas, que le suma confusión escenográfica a la narrativa y dramática. La incomunicación entre planos narrativos lleva a que algunas historias –la de Shrike, por ejemplo– anden por su lado y se cierren solas, como si fueran una película dentro de otra. Un pequeño desastre en medio del cual pueden hallarse, como bloques a la deriva, algunos bonitos momentos. La tierra yerma a la que van a parar Hester y Tom en una secuencia, o la emergencia de Shrike desde el mar, en una noche encapotada y con sus ojos más iluminados que nunca.
Lunes de súper acción Máquinas mortales (Mortal Engines, 2018) comete un error muy común en este tipo de producciones de gran despliegue audiovisual: deja la historia en un lejano segundo plano. Tanto que se nota, no porque no suceda nada en la película, todo lo contrario, sucede una situación tras otra pero de manera tan banal e intrascendente que termina aburriendo. La historia está basada en los libros de subgénero steampunk de Philip Reeve, publicados en 2001, y transcurre en un futuro pos apocalíptico en el que el mundo está dominado por enormes máquinas que son ciudades en permanente movimiento. En una metáfora un poco burda, la ley del mas grande se hace evidente cuando las de mayor tamaño se comen -literalmente- a las más pequeñas. La idea del imperio conquistador no es sutil, cuando la enorme máquina de nombre “Londres” es comandada por el villano Thaddeus Valentine (Hugo Weaving) y “absorbe” a una pequeña civilización que no puede escapar en la primera secuencia del film. En ella vive Hester Shaw (Hera Hilmar), la heroína de esta historia que, junto con Tom Natsworthy (Robert Sheehan), un joven desterrado de la gran ciudad, se convierten en fugitivos primero para luego intentar hacer un mundo más justo. El director es Christian Rivers, ganador del Oscar por efectos visuales. No es casualidad que este habitual colaborador de Peter Jackson (que acá oficia de productor y guionista), dirija el film. Se impone en la producción el espectáculo visual al describir de manera fastuosa un mundo dirigido por máquinas diseñadas por computadora. La película nunca le da importancia a lo que cuenta y uno tiene la sensación de ver solamente imágenes en movimiento. No hay carga dramática ni pasión por la narrativa, sólo un uso y abuso de cámaras aéreas que ya vimos en El Hobbit: Un viaje inesperado (The Hobbit, 2012) o El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo (The Lord of the Rings: The Fellowship of the Ring, 2001). Pero la liviandad con que se toma aquello que narra no es el mayor problema de Máquinas mortales, que bien podría haberle impreso pequeñas dosis de humor al relato de aventuras al estilo sábados de súper acción. Aunque no, porque todo sucede demasiado en serio, llevando por lugares comunes de la épica mezclados con melodrama juvenil con trasfondo trágico. Este punto debilita el interés minuto a minuto en una película de dos horas de duración. Para colmo de males la dupla protagónica carece de carisma, siendo el único que se salva Hugo Weaving, quizás, el mejor villano que haya dado el cine de Hollywood en los últimos veinte años. Algunos la han comparado con Mad Max: Furia en el camino (Mad Max: Fury Road, 2015) o con El increíble castillo vagabundo (Hauru no ugoku shiro, 2004) pero, si bien hay intenciones de hacer una ensalada con todos los conocimientos visuales previos que el espectador pueda tener, Máquinas mortales no tiene ni la oscuridad de la primera ni el encanto de la segunda, ni tampoco la gracia de una aventura pasatista como puede ser Han Solo: Una Historia de Star Wars (Solo: A Star Wars Story, 2018). Y menos, capacidad para levantar vuelo propio.
Máquinas Mortales. Llega al fin la adaptación que el trío de guionista de El Señor de los Anillos realiza de la obra de Christian Rivers a los cines argentinos, y aquí te contamos que nos pareció. En algún momento seguramente comenzaremos a pensar que la trilogía de El señor de los anillos (2001) fue una suerte sin continuación alguna para el trío Peter Jackson, Philippa Boyens y Fran Walsh, más allá de las encontradas emociones con King Kong (2005), la denostada The Lovely Bones (2009), sin dejar de mencionar las aburridas y saturadas entregas de The Hobbit (2012). Porque realmente no hay comparación alguna con aquel relato épico, que fue ESDLA, en más de un sentido y no solo a nivel narrativo, con lo que hoy estamos pudiendo ver hoy. Nos referimos a Mortal Engines, la adaptación que ellos escribieron y produjeron y que dirige un desconocido Christian Rivers (participó de varias producciones del trío en el departamento de arte, específicamente como artista de storyboard). Una historia, que seremos sinceros con nuestros lectores, no es un dechado de originalidad literaria, ni siquiera a nivel de construcción narrativa. Interesante como una rápida aventura en donde la acción supera por mucho cualquier construcción de un núcleo dramático. No, no las tenemos todas con ella tampoco, pero que en cierta medida pudo ser un interesante producto de aventuras en un género casi olvidado como es el Steampunk. La historia escrita por el británico Philip Reeve tenía el potencial, creímos, y la esperanza que con ellos podría haber una saga en ciernes de una historia que exploraba ese universo futurista entre Mad Max y Nausicaä del Valle del Viento. Pues no, no es así ni de cerca. Miles de años después de la destrucción de la civilización por un cataclismo, la humanidad se ha adaptado y, ahora, existen gigantescas ciudades en movimiento que vagan por la tierra sobre enormes ruedas absorbiendo a los pueblos más pequeños para obtener recursos. En una de esas colosales urbes Tom Natsworthy, proveniente de la clase baja de Londres, deberá luchar por su vida junto a la peligrosa fugitiva Hester Shaw. Dos opuestos, cuyos caminos nunca debieron cruzarse, forman una peculiar alianza destinada a cambiar el curso del futuro. Básicamente la sinopsis oficial nos da los puntos claves de la historia sin caer en spoilers innecesarios, por eso que la utilizamos para graficar este atolondrado producto que olvidó que lo rápido y furioso no siempre consigue una historia entretenida para el espectador. Dejar atrás el drama humano en ella y solo mostrarlo como catalizador de una siguiente escena, vaciandola de peso dramático, resultando trivial y anodino, borrando así cualquier tipo de simpatía con los espectadores y consiguiendo que sus historias y búsquedas se pierdan en un sinsentido de acción. Extrañamente, los guionistas, parecen dudar cual es el sentido de la existencia de los personajes, con sus acciones contradictorias. Hugo Weaving quien interpreta a Thaddeus Valentine es el mejor ejemplo del vacío espiritual de los personajes que recorren el film. Más allá de un elenco comprometido son los poco claros conflictos, o tal vez la falta de exponerlos de manera clara, y los agujeros del guion los que ralentan y aburren. Claramente es una Young Adult de trazo grueso creada para satisfacción de la platea juvenil, pero la subestimación que hace con esos dialogo expositivos demoran una aventura que tenía para contar cuestiones como los desastres de la guerra, la rapiña inmoral de los más fuertes (que hoy puede verse como económico) con claras reminiscencias al imperialismo europeo y la absurda mirada clasista de las naciones poderosas. La imaginería de la puesta, más allá de ser fiel a lo descrito en el relato original, es realmente el apartado que vale la pena mencionar sin encontrarle conflicto alguno. Dan Hennah (ESDLA – Alice Through the Looking Glass) construye de manera creíble el universo de Maquinas Mortales en su diseño de producción, efectivo y realista en su contexto como Bob Buck y Kate Hawley en el diseño de vestuario. En definitiva, queriendo cerrar este conflicto de intereses que genera un director y guionista que una vez supimos admirar, Mortal Engines peca del mal actual en producciones de este calibre, la obviedad en su desarrollo que termina por subestimar al espectador, haciendo de los personajes trazos gruesos sin profundidad y una casi histérica acción que pretende entretener sin otra razón, a pesar de dejar de contar una historia de criaturas envueltas en un conflicto que las supera y su posterior maduración ante lo vivido. Podrán verla sin sorprenderse, disfrutar de la ruidosa acción sin ruborizarse pero viniendo de Peter Jackson, Philippa Boyens y Fran Walsh esperábamos una película que contara algo más, que se atreviera a ser algo distinto.
Maquinas mortales es la opera prima de Christian Rivers, quien fue supervisor de efectos especiales en muchas de las últimas películas de Peter Jackson, que en estaocasión cumple los roles de guionista y productor. Su protagonista es Hera Hilmar, nacida en Islandia, en su primer papel en una superproducción hollywoodense, y la acompañanRobert Sheehan, Jiahe, Patrick Malahide, Leila George y Hugo Weaving. Basada en la novela homónima escrita por Philip Reeve, Maquinas mortales transcurre en un mundo postapocalíptico, donde las ciudades se convirtieron en grandes máquinas que se trasladan sobre ruedas, y la más poderosa de todas es Londres. Por eso la joven fugitiva Esther Shaw (Hilmar) se infiltra en la ciudad y se une al historiador Tom Natworthy (Sheehan) para asesinar al poderoso Thadeus Valentine (Weaving) para vengar la muerte de su madre y frenar su ambicioso proyecto que puede provocar la destrucción del mundo. Desde el punto de vista técnico se nota que está hecha por el mismo equipo que trabajó en las películas de Peter Jackson, y se puede apreciar en el diseño de producción asombroso de las diferentes ciudades y los diversos vehículos terrestres y aéreos que recuerdan a Waterworld, algo que el ganador del Oscar Dan Hennahhabía demostrado con la obra literaria de J.R.R. Tolkien. También vale la pena destacar el gran trabajo de fotografía, a cargo de Simon Raby, con el buen uso que hace de la profundidad de campo, que hace que todas las tomas resulten espectaculares y el de efectos visuales, que hacen que todo lo que vemos resulte verosímil. Y por último hay que destacar también la música, a cargo de Junkie XL, que le aporta el tono épico que las escenas de acción necesitan. El punto más débil que tiene esta película son las actuaciones, porque los personajes se limitan a ser funcionales a la historia y hacer avanzar la acción dramática. Razón por la cual seguramente no se contrataron actores más conocidos para interpretar los roles protagónicos. El único que se puede lucir es Hugo Weaving, el actor más conocido de todo el reparto, quien compone a la perfección a este villano ambicioso de poder, manipulador e inescrupuloso ideal para este tipo de historias. En conclusión, Máquinas mortaleses una película que cumple con lo que promete en el trailer. Porque es un relato épico de ciencia ficción postapocalíptica, con escenas de acción espectaculares. Y si bien hay que tener en cuenta que por lo explícito de algunas de sus escenas de violencia no sea recomendable para el público infantil, el resto del público va a poder disfrutar una de las películas más entretenidas de este verano.
En un futuro distópico, la humanidad vive en ciudades motorizadas, siendo Londres la más poderosa y peligrosa de todas. Luego de que la gran capital absorba un pequeño poblado, Hester y Tom deberán escapar de Thaddeus Valentine, quien lejos está de ser ese gentil Capitán que se muestra en todos lados; y quien tiene un plan secreto para acabar con todo intento de que las personas vuelvan a vivir en un lugar estable. Con unos meses de retraso llega a nuestros cines Maquinas Mortales, una nueva adaptación de una saga juvenil de libros; que para ser sinceros, como espectadores de cine, hubiéramos preferido que esta historia, se quede en las estanterías de las librerías. A todos los clichés que se pueden entrever en la sinopsis del primer párrafo, debemos sumar que el film falla en algunas sub tramas que no aportan nada al arco argumental principal. Para poner un ejemplo; se nos presenta un personaje (claro homenaje/plagio a un T800) que tiene conexión con el pasado de Hester. Toda esta sub trama tiene su desarrollo y final, pero si la sacamos de la historia principal, la película sigue funcionando igual, ya que no afecta a ningún personaje, sea del bando que sea. Pero no todo es desastroso en Maquinas Mortales. El apartado visual es tremendo, y se nota que el equipo de trabajo de Peter Jackson se encuentra detrás de este proyecto; incluido el propio Jackson quien hace las veces de productor. Desde la espectacular escena de persecución entre ciudades con las que inicia el film, hasta el diseño de las mismas o las naves aéreas, la película está a la altura de lo que un blockbuster debe ofrecer al espectador. Esto, sumado a alguna que otra escena de acción (en especial las que son enfrentamientos con máquinas), sube un poco el nivel y saca del sopor al espectador. Porque por desgracia, el resto de los apartados se quedan en él debe. Cuesta entender porqué Hugo Weaving se marchó enojado de Marvel Studios por lo que hicieron con su Red Skull, y luego verlo en proyectos de este calibre… y el resto del elenco tampoco suma demasiado, cumpliendo apenas correctamente cada uno su rol. Maquinas Mortales no ofrece nada nuevo en lo referente a “mundo post apocalíptico con protagonistas adolescentes”; sub género que parece no haberse establecido tras Los juegos del hambre. Con apenas una fotografía y efectos a destacar, es demasiado poco para competirles a otros tanques hollywoodenses que tratan de darle algo más al espectador.
Máquinas mortales es otra aventura distópica, sin nada nuevo que ofrecer, que hace de la representación visual del mundo que crea -a través de la opulencia de sus efectos especiales- su razón de ser, pero volviéndolo puro artificio. Peter Jackson hace todo a lo grande. A veces funciona y a veces no. Pero a la larga siempre agota y se agota. En este caso su idea de cine da forma (o deforma), en su rol de productor, a Máquinas mortales. Basada en un bestseller, la película cuenta (el guion fue escrito por el propio Jackson y su equipo de siempre, creadores de la trilogía de El Señor de los Anillos y El hobbit, conformado por Phillipa Boyens y Fran Walsh) grandilocuentemente -creyendo que lo hace épicamente-, y como distopía un mundo post-apocalíptico steampunk donde las grandes ciudades, ahora móviles y rodantes, “engullen” a las pequeñas para apropiarse de sus habitantes y sus recursos. Estamos en Londres y Thaddeus Valentine (Hugo Weaving), un ingeniero “humanista” y con buena llegada al poder, proyecta un plan benefactor que en realidad esconde intenciones aviesas: construir una bomba nuclear que haga caer el muro que separa a la humanidad y dominar finalmente todo el mundo. Una joven, Hester Shaw (Hera Hilmar), “llega” para vengar un pasado que incluye la muerte de su madre y su propia supervivencia. En el camino se cruzará con otros personajes que la ayudarán y otros del pasado que también la persiguen. Toda esta mezcla de historias, que en el aspecto audiovisual se pintan desde un look retrofuturista, va sucediéndose por obra y gracia de un guion que hace aparecer y desaparecer personajes sin otra motivación que hacer avanzar, sin respiro, la trama para que no pensemos durante las dos horas que dura el film en los agujeros narrativos, y abusando de las alegorías y metáforas burdas y groseras que pretenden hablar del presente. Personajes estereotipados, uso de flashbacks que ilustran los parlamentos explicativos, exceso de imaginería resuelta desde el CGI vistoso pero artificial y sin corazón, sentimentalismo ramplón, cruces, conflictos y resoluciones propios de un mal culebrón hacen de Máquinas mortales un fallido producto que, en el mejor de los casos, sólo causa gracia cuando no lo busca.
La última película de Christian Rivers (“Minutes Past Midnight“), es un producto más de ciencia ficción / aventuras, en donde los efectos visuales son el gran protagonista, y la única razón por la cual valdría la pena ver el filme en la pantalla grande. ¿La valdría? Si bien el relato comienza con una escena novedosa, en donde una “Londres motorizada” persigue a una ciudad mucho más pequeña para lograr colonizarla y obtener recursos, esta trama va perdiendo fuerza a medida que la película avanza. A lo largo de sus más de dos horas de duración, no paran de surgir personajes y situaciones poco relevantes con la intención de captar la atención del espectador, sin éxito. Rivers nos presenta un mundo destruido por un cataclismo, en donde los continentes han sido fragmentados en miles de pedazos, y las ciudades se sumergieron en una especie de batalla de “todos contra todos” para lograr subsistir. En este marco es donde Tom Natsworthy (Robert Sheehan), un joven proveniente de la clase baja londinense y aficionado a la historia, se une, de forma inesperada, junto a la fugitiva Hester Shaw (Hera Hilmar), para acabar con el plan nefasto de Thaddeus Valentine (Hugo Weaving), un antropólogo devenido en un cruel y nefasto villano. Con el guión de Peter Jackson, Fran Wash y Philippa Boyens (ganadores del Oscar por “El hobbit” y la trilogía de “El Señor de los Anillos”), la película es fallida desde los personajes (superficiales), hasta la estructura (monótona y predecible). Con una gigantesca producción y efectos visuales de primer nivel, el producto intenta en varias ocasiones llegar al espectador desde diferentes lugares (escenas que pretenden emocionar, batallas y luchas cargadas de acción, ó caricaturescos roles que surgen a lo largo del filme), todo ello, sin matices ni efectividad. Efectos visuales increíbles por doquier, en una ambiciosa, pero vacía propuesta.
LUGARES COMUNES Peter Jackson vuelve a la pantalla grande como productor y guionista de una aventura post-apocalíptica que cae en demasiados lugares comunes. En mi caso particular, le doy más valor a una película fallida, pero con una premisa original, que a un rejunte de cosas que ya se han visto una y mil veces. La aventura espectacular cargada de efectos especiales y lugares comunes ya no suele tener impacto, sobre todo en una era y en un público expuesto a tanta demanda audiovisual. El problema principal de “Máquinas Mortales” (Mortal Engines, 2018) es su intrascendencia, su falta de originalidad, y su insistencia con querer atraparnos y conformarnos con un relato que no tiene absolutamente nada que ofrecer. La culpa la puede tener el material original -la novela homónima de Philip Reeve, publicada en el año 2001-, o la adaptación a cargo de Fran Walsh, Philippa Boyens y Peter Jackson, curiosamente, los responsables de una de las mejores trilogías épico-fantásticas que nos dio el ultimo milenio: “El Señor de los Anillos” (The Lord of the Rings). A ningún realizador se le ocurre hacer algo malo a propósito, sobre todo con tantos millones en juego (la película tiene un presupuesto estimado de cien millones de dólares), una doble responsabilidad para Christian Rivers, mago de los FXs y ganador de un Oscar por “King Kong” (2005), que acá debuta detrás de las cámaras. Por eso, la palabra que define mejor a los responsables del film es: perezosos, ya que invierten demasiado tiempo en el aspecto visual, y se olvidan de desarrollar un argumento y personajes interesantes. Imposible transitar las más de dos horas de película sin que cada una de sus partes nos recuerde a algo. Ojo, esto pasa con el 90 por ciento de los estrenos, pero Rivers y compañía se olvidan hasta de las sutilezas y, encima, nos engañan, haciéndonos creer que estamos ante una historia post-apocalíptica con mucho olorcito a “Mad Max” y toda la estética del steampuk. Tomemos todos estos conceptos con pinzas, ya que después de su primera media hora, y una persecución espectacular al ritmo de los tambores de Tom Holkenborg -y sí, el mismo de “Mad Max: Fury Road”-, la narración se estanca y nos mete de lleno en una historia de poder y venganza, de buenos y malos, de destrucción cíclica y, claro, un poquito de romance. Estamos ubicados más de mil años en el futuro, después de la llamada “Guerra de los Sesenta Minutos” -un ataque masivo que dejó al mundo en ruinas y lo envió derechito a la Edad Media-, donde los sobrevivientes se reagruparon en ciudades móviles depredadoras, dedicadas a cazar a asentamientos más pequeños en busca de recursos casi agotados. Estos “darwinistas municipales” se expanden por el continente (o lo que quedó de ellos) y se oponen fervientemente a la ideología de “La liga anti tracción”, la cual desarrolló una nueva civilización estática, más allá del Muro Escudo, la impenetrable muralla que rodea a Shan Guo (antigua China). En este escenario, Londres es un mamotreto gigante que avanza a todo vapor destruyendo todo a su paso. Una ciudad elitista donde las clases sociales están bien remarcadas y los prisioneros suelen convertirse en semi esclavos. Tras apoderarse de la pequeña ciudad minera de Salzhaken, Thaddeus Valentine (Hugo Weaving), uno de los ciudadanos más prominentes de Londres y cabeza de los historiadores, tiene un encontronazo con Hester Shaw (Hera Hilmar), una joven que no se detendrá ante nada para acabar con su vida y conseguir la venganza por la muerte de su madre. El intento de asesinato no se concreta por la intervención de Tom Natsworthy (Robert Sheehan), un aprendiz de clase baja, fascinado con la “antigua tecnología”. La cara de la venganza Como dirían por ahí, pasan cosas, y los dos jovencitos terminan expulsados de la ciudad, viviendo aventuras en un mundo salvaje plagado de carroñeros y rebeldes anti tracción liderados por Anna Fang (Jihae). Resulta que Anna era gran amiga de Pandora, la finada mamá de Hester. La señora, arqueóloga ella, había hecho un gran, una pieza de vieja tecnología que podría volver a poner a todos en peligro. Pieza que ahora está en manos de Valentine y sus ansías de poder. Hasta ahí no está tan mal, pero “Máquinas Mortales” suma un robot zombie interpretado por Stephen Lang (Shrike), personajes que entran y salen de escena sin ningún peso, y demasiadas previsibilidades y clichés. Sí, desde ese primer encuentro entre Shaw y Thaddeus sabemos por dónde viene la mano y cómo va a terminar esta historia. Nuestro instinto cinéfilo siempre nos pone un paso delante de los realizadores, matando todo suspenso, giro y sorpresa que nos puede tener preparada la trama… porque ya lo vimos en “Star Wars”, en “Mad Max” o en cualquier otra aventura sci-fi que se les ocurra. Las falencias del guión acá se cubren con una bocha de efectos especiales, una gran puesta en escena y una parejita protagonista con muy poca química. Nada en el trágica historia de Hester nos conmueve, y hasta preferimos quedarnos con la ternura de Tom, un personaje mucho más empático y con pasta de héroe. ¿Este pibe no tenía poderes? Ni el carisma de Weaving, y uno de sus tantos villanos exagerados, salvan esta película con dos o tres escenas de acción, muchos arquetipos, algunos flashbacks y demasiada explicación para sentar las bases de este universo que, seguramente, pretende tener una segunda incursión cinematográfica (estamos ante la primera novela de una saga). Con semejante fracaso en taquilla, no creemos que pase, y Rivers se asegura de darle un cierre optimista a su primera obra.
A MEDIA MÁQUINA La trilogía de El señor de los anillos hizo que la carrera de Peter Jackson diera un giro de 180 grados, y de aquel joven realizador indie de cine de fantástico (Mal gusto, Meet the Feebles) sólo quedan ciertos temas y texturas en películas gigantes, intentos por simular y sostener un espacio perdido dentro del imaginario del gran público. El diseño de megatanque que aquellas películas ayudaron a construir (sobre su base se repitieron incontable cantidad de sagas y épicas) es sobre el que Jackon pretende dar cada nuevo paso, incluso cuando quiere contar un drama más intimista como el de la fallida Desde mi cielo. El punto más bajo de la experiencia es su agotadora trilogía de El hobbit, donde se repetía pero ya sin la gracia ni la frescura de su primera adaptación de Tolkien. Y si bien Máquinas mortales en verdad está dirigida por su habitual colaborador Christian Rivers, es un producto ciento por ciento Jackson (guiona y produce), un nuevo ejemplo de relato gigantesco que intenta imponerse por la prepotencia de su diseño de producción. No lo logra. Máquinas mortales está basada en la serie de libros de Philip Reeve, una fantasía con elementos de steampunk que imagina una distopía en la que el mundo se dirige a su extinción y las grandes ciudades avanzan sobre el planeta como veloces e infernales vehículos. Gran idea de los libros, que habilita la imaginación y que permite elaborar un concepto visual arrollador como el de esta película, que toma bastante de la saga Mad Max para desarrollar un espacio polvoriento en el que los poderosos cazan a los más pobres. Esa idea se pone en práctica en la notable secuencia de arranque, que no de gusto era la que los tráilers nos anticipaban para engancharnos. Allí Rivers demuestra tener el talento narrativo para que vayamos descubriendo el funcionamiento de un universo a puro movimiento, pero además un ojo atento para el gran espectáculo. Mientras las máquinas avanzan, se persiguen o intentan escapar, y los personajes se definen por sus acciones, Máquinas mortales funciona. Claro, la ilusión dura apenas unos minutos. Una vez que Londres (la gran urbe sobre ruedas de la película) engulle a su presa y que los vínculos entre los personajes comienzan a hacerse explícitos, el film de Rivers empieza a perder fuerza. En primera instancia porque la alegoría sobre el mundo es lo suficientemente gruesa como para resultar demasiado obvia, pero además porque los personajes se convierten en meras herramientas del guión para explicar situaciones que no parecen poder explicarse por medio de la imagen o la acción. Así, Máquinas mortales queda a merced de sus secuencias de acción, que se tornan cada vez más ruidosas y menos fascinantes. Tal vez la excelente secuencia de arranque deja al desnudo que el valor de la película era meramente gráfico: descubrir ciudades gigantescas con ruedas avanzando sobre el desierto, la caza de pequeños poblados movilizados en maquinarias más rudimentarias, un aire putrefacto y un clima tenso. Todo eso, que es verdaderamente estimulante, lo vemos en diez minutos. Y sin la presencia de personajes carismáticos, la película se diluye porque todo lo interesante estuvo resumido y sintetizado en esa sola escena. Lo que resta no es mucho más que un culebrón medio berreta con venganzas familiares y villanos que quieren un poder absoluto. Claro que hay otras cosas atractivas en este relato de más de dos horas basado en una extensa saga literaria. Por ejemplo, el personaje de Shrike, una suerte de zombie robótico que sintetiza los dos extremos de la película: por un lado la gran imaginería visual que despliega en ocasiones, pero también lo maniqueo de un guión que parece querer abordar todo sin saber muy bien cómo contenerlo. El desarrollo de este personaje, que da la impresión de ser un relato dentro de otro relato, es una demostración de la confusión general por la que anda Peter Jackson: su historia se extingue exigiendo del espectador una emoción que nunca se construye en la pantalla. Y del guión lo podemos culpar a él, autor de un chiste muy divertido que incluye a los minions pero que no tiene correlato con el tono del resto de la historia. Otro antojo de don Jackson, que viene dilapidando la fortuna (monetaria y artística) que supo edificar con nobles recursos. Máquinas mortales es una película que carece del nivel del locura que sus ideas principales, aquellas que aparecían en el papel, elucubraban.
Cuando un director, productor, y guionista ganador de, al menos, once Oscar en una de sus películas se aboca a un nuevo proyecto uno debe como mínimo prestar atención. No es un currículum común y corriente. Peter Jackson tiene peso propio en Hollywood, pero además es un gran contador de historias como lo ha demostrado en la saga de “El señor de los anillos” (2001-2003) o en “King Kong” (2005). Así pues, luego de la trilogía del “Hobbit” (2012-2014) y antes de dedicarse de lleno a una nueva aventura de Tintín, continuación de aquella de Steven Spielberg, se metió a producir y escribir la adaptación de “Máquinas mortales” junto a nada menos que Fran Walsh y Philippa Boyens (trío ganador del premio de la Academia por mejor adaptación, por cierto). Partamos de una base. La fuente original, o sea el cuarteto de novelas escrita por Philip Reeves es mediocre e inverosímil, pero en lugar de tomarse las licencias necesarias para corregir un par de horrores narrativos los guionistas eligieron ser literales. Así, este futuro post apocalíptico generado por la “Guerra de los 60 minutos” mantiene en la pantalla un par de ilógicas que dan un poco de vergüenza por su endeble justificación. La ciudad de Londres que se traslada montada en grandes maquinarias con ruedas, y la desaparición del pensamiento científico, son botones de muestra suficientes. Hera (Hester Shaw) es una rebelde del sistema y está tratando eliminar a Thaddeus Valentine (Hugo Weaving), el líder de Londres que, como casi todo político, tiene un tipo de discurso pero otro curso de acciones. En ese contexto conoce accidentalmente a Tom (Robert Sheehan), un chico perteneciente a la clase de historiadores, encargado de rescatar la vieja tecnología de las ciudades que son apropiadas. Ambos serán perseguidos al principio. y ya fuera de la ciudad se convertirán en involuntarios compañeros de saga. Como suele suceder en este tipo de historias habrá tribus asesinas, peligros de todo tipo y por supuesto un grupo de valientes que representa la resistencia. En este caso la “Che Guevara” contra el sistema es Anna Fang (la cantante Jihae). Este personaje en particular y su entorno será lo más interesante que esta producción va a ofrecer a lo largo de más de dos horas en una trama que por momentos se vuelve algo caótica en su explicación, con líneas de diálogo de una solemnidad e intrascendencia pasmosa, y una banda sonora que se encarga de subrayar todo e indicarle al espectador cómo tiene que sentirse. Mientras tanto, el público tendrá el doble trabajo de entender el sentido, la lógica dentro de un contexto ausente de tal, además de tratar de conectar con un elenco que trata de estar a la altura del género. Más extraño aún es la media docena de veces en las cuales pareciera que el relato arranca nuevamente, como sino terminara de entender su propio ritmo. Tal vez la inexperiencia de Christian Rivers como director sea la razón principal para entender que la película le quedó grande. Hay tres libros más, pero la peor noticia es que o debería arrancar todo de nuevo, o simplemente invertir en otra cosa.
“Máquinas Mortales”, dirigida por Christian Rivers. Este film está basado en el primer libro de la saga de Phillip Reeve, siendo cuatro libros en total. Producida por el gran Peter Jackson, quién ya nos ha deleitado con “El señor de los anillos”. Retrata a la Tierra futurista donde ya la población que queda vive en máquinas rodantes. En la ciudad de Londres de ese tiempo se encuentra Thadeus Valentine (Hugo Weaving), quién busca derrotar a las ciudades que quedan para obtener más poder y lograr su cometido,una máquina con fines mortales.
Basada en una serie de novelas de fantasía, transcurre en un mundo donde los recursos se agotaron y las ciudades viajan como monumentales carros de guerra. Hay películas que dan pena. No por ser malas, sino porque no pudieron ser buenas. “Máquinas mortales” es un caso. Basada en una serie de novelas de fantasía, transcurre en un mundo donde los recursos se agotaron y las ciudades viajan como monumentales carros de guerra. Londres es una de esas ciudades/carro y es de las peligrosas. Hay una heroína con un pasado triste, que es la clave para derrotar a un tirano terrible, y hay una serie de invenciones gráficas notables, incluso bellas. Pero falta algo, esa cuerda emocional que hace que nos interese realmente lo que vemos en la pantalla. Sin eso, cualquier imagen, por rara o monumental que fuere, es simplemente una decoración sin sentido, un bibelot. Pues bien, aquí el bibelot sobra y si en el fondo se percibe que había algo interesante para contar, siente que el diseño se comió la empatía. Por ese pequeño “algo” da pena que el film no sea mejor.
World Building: el recurso narrativo por el cual el escritor crea un universo diferente al actual – con su propio set de reglas – y que utiliza como escenario para desarrollar un conjunto de historias. Si hay un género que ha hecho uso y abuso del World Building, sin lugar a dudas es la ciencia ficción – el otro sería la fantasía -, ya que juega con realidades alternativas. En algunos casos es simple (un mundo futuro donde los robots conviven con los humanos) y, en otros (mucho mas ambiciosos) el escenario es tan radicalmente diferente al actual que precisa un narrador de gran calidad y estilo como para que sepa vender semejante disparate al lector / espectador. El caso ejemplar por excelencia es Duna de Frank Herbert, cuya versión cinematográfica (by David Lynch) falló miserablemente al vomitar toneladas de reglas incoherentes al espectador en cuestión de minutos (religiones alternativas, una droga alienígena que expande la mente, razas en guerra por el dominio de la droga, profecías sobre la aparición de dioses cambiando el equilibrio del universo, etc) y generando por antipatía una distancia infranqueable con el público, poniéndoselo en su contra aún cuando el resto de la historia tuviera elementos mucho mas entendibles. Jackson, Walsh y Boyens han hecho maravillas con las dos trilogías basadas en las historias de la Tierra Media de J.R.R. Tolkien, destilando simpleza y economía en un relato muy extenso y sofisticado… pero pareciera que hubieran perdido el buen tino, y ya no saben sintonizar con el público o tamizar los defectos de la historia a adaptar. Acá se han tirado de cabeza con una historia enorme (que tampoco es un clásico de la literatura sino una serie de novelas para Jóvenes Adultos) y se les termina escapando de las manos simplemente porque hay demasiado y no hay suficiente tiempo como para explicarlo sin caer en ridiculeces o que al espectador se le ocurran preguntas de respuesta infranqueable y reñida con la mas mínima lógica. El problema es que Philip Reeve no es Tolkien (ni tiene su altura ni su belleza narrativa) y, por lo tanto, era necesario filtrar elementos (o alterar el orden de cómo se presentan las cosas) para que la gente vaya asimilando lentamente el universo disparatado que pretenden que compremos. Entonces lo que queda es un relato con estupideces precoces (poner como reliquias de la antigua civilizacion a dos figuras de los Minions!), un universo steampunk difícil de tragar (masivas ciudades móviles que utilizan… ¿qué cacso de fuente de energía?; ¿acero??), cosas que aparecen de la nada y no se calienta nadie en explicar (hombres resucitados y convertidos en robots humanoides) y toneladas de datos históricos inventados y dichos al pasar que lo único que hacen son generar mas y mas interrogantes en el público. Mortal Engines no es tan intragable e insufrible como la Duna de Lynch porque las aventuras que sufren los protagonistas se pueden seguir y hasta son previsibles, pero el World Building apesta y pierde toneladas de piezas por el camino. El formato ideal para esto era el de miniserie, pero dudo de que Reeve como autor tenga el mismo porte (y cantidad de adeptos) que Frank Herbert. Esto es Mad Max con hiper esteroides. En vez de coches peleando en una carretera post apocalíptica, tenemos masivas ciudades rodantes (!!!) (que alguien me explique la física de esto: los alemanes en la Segunda Guerra Mundial no podían mover un hiper tanque de 160 toneladas como el Landkreuzer y acá manejan moles de miles de toneladas de peso – y con miles de personas en su interior -, pisteando como si fueran muscle cars sin desarmarse en el intento) que se chocan entre sí y en donde las mayores depredan (capturan) a las mas pequeñas y las desguasan para usarlas como recursos. La estupidez con esto es que teóricamente asimilan a los habitantes de las ciudades capturadas, o sea que la Londres móvil que dirige Hugo Weaving se vuelve cada vez mas masiva aunque estén llorando de que estén cortos de suministros. Es mas lógico, como ocurre en otra parte del film, decir que los tipos capturados vayan a ser convertidos en salchichas (el Soylent Green está hecho con gente!) para alimentar a los londinenses en vez de tener una estúpida comunidad cosmopolita donde puede haber una guerra civil en cualquier momento ya que debe haber un montón de prisioneros que desean vengarse de la fuerza colonizadora. En fin, como sea, lo cierto es que todo esto transcurre 1.000 años en el futuro, que la tecnología ha evolucionado y retrocedido a la vez (no hay televisión pero sí naves voladoras), y que Londres anda depredando ciudades pequeñas por toda Europa mientras planea activar una antigua arma de destrucción masiva para apoderarse de un reducto rico en recursos pero fuertemente armado, situado en la zona de China. En el medio hay una chica que quiere vengarse de Weaving porque mató a su madre, un co-protagonista que está de adorno y tiene cero química con la heroína (Robert Sheehan, un terrible error de casting), una china y su séquito (en onda Matrix) que está contra la ciudades depredadoras (y hacen causa común con la heroína), y una heredera que empieza a ver los sucios manejos de su padre y se decepciona hasta el punto de la rebelión. Pero como si toda esta sanata no fuera suficiente delirio, el relato tira a un robot humanoide que una vez fue un humano, y que crió a la heroína cuando quedó huerfana y – como rompió la promesa que le hizo, de transformarse ella misma en robot y acompañarlo por toda la eternidad – entra en modo Terminator a full, aniquilando todo lo que se interpone a su paso y desactivándose de la manera mas estúpida después de liquidar a medio cast. Oh, sí, es ridículo y gratuito; si al menos hubiera cambiado de bando, entendiendo las razones de la heroína, quizás su presencia fuera justificada; pero… El drama acá es que los libretistas respetan demasiado al autor como si lo suyo fuera la Biblia; gracias a esto hay unos cuantos malos diálogos, poses hechas, golpes de efecto gratuitos y bastante épica hueca. No hay manera de congraciarse con Hester Shaw y no es un problema de la actriz Hera Hilmar sino que el papel está mal escrito. Hugo Weaving destila maldad y complejidad (lo suyo es una causa trágica si se lo ve de cerca) y hay un grupo de veteranos (Patrick Malahide, Colin Salmon, Stephen Lang como el mamotreto mecánico) que condimentan las cosas con perfomances de altura, pero casi todo el cast joven (a excepcion de Hilmar) tiene el nivel actoral de una telenovela. Mortal Engines es un fallido experimento steampunk donde el esplendor visual no logra camuflar detalles estúpidos del relato. No es una historia que me interesaría ver convertida en franquicia. Uno rechina los dientes con una cuantas ocurrencias del libreto / la historia, y eso es por impericia de los guionistas, porque cualquier relato – por mas delirante que sea – puede ser vendido si se encuentra el enfoque adecuado. Acá solo tenemos velocidad y ritmo a costa de credibilidad, y una historia tan episódica que pierde profundidad y fluidez. El odio de Hester Shaw queda disuelto en el maremagnum de los efectos especiales y en una troupe de malos actores jóvenes con poses cool, lo cual desmadra las buenas intenciones de la historia.
Un fracaso épico "Mortal Engines" es un nuevo viejo proyecto de Peter Jackson, responsable de las películas de "El Señor de los Anillos" y "El Hobbit". Es un film que tuvo muchas demoras para ser lanzado, casi 10 años, y al cual se le notan los problemas de edición y guión. Una lástima porque es muy buena en lo que a efectos especiales se refiere y presentaba una premisa original. En un futuro apocalíptico, el planeta Tierra ha sido devastado y lo que antes fueron grandes capitales del mundo ahora son ciudades más pequeñas montadas sobre ruedas que pelean entre sí por los recursos escasos como por ejemplo la vieja tecnología humana. Es una especie de loca carrera de ciudades guerreras rodantes. La historia está basada en un libro del escritor y actor Philip Reeve que no fue muy popular y creo que esto de cierta manera le jugó en contra porque muchos espectadores no le vieron el atractivo a lo que proponía. Sumar a esto el delay y la pobre promoción que se hizo del estreno. La película fue un fracaso de recaudación y se espera que termine perdiendo cerca de 100 millones de dólares. Creo que un gran problema que expuso fue la falta de cohesión entre todas las historias y subtramas que presenta. Hay muchos personajes y a ninguno se le dio un trato profundo, lo que produce que lógicamente sea muy difíil conectar con ellos. Nuestros protagonistas no tienen mucha química entre sí y nos terminan pareciendo casi iirelevantes para la trama. Por otro lado, una de las subtramas entre la protagonista Hester y un cyborg se muestra torpe y confusa. Una relación de ¿amor padre/hija? ¿amor de pareja? ¿de pacto suicida? No se sabe bien... El personaje de Shrike, el cyborg, termina siendo incoherente y muy poco carismático. Por otro lado, la edición de las escenas también se notó desordenada, como si se hubieran terminado a último momento para poder estrenar el film. Luego hay una mezcla de elementos de otras películas como por ejemplo "Star Wars" y "La historia sin fin" que no llega a cuadrar. Parecen más copias que homenajes. Las motivaciones del villano tampoco están demasiado claras. Es el caso del villano malo porque sí, sin profundidad. En fin, en general creo que tiene grandes problemas en los pilares de un producto cinematográfico que son el guión, las actuaciones y la edición. De efectos especiales está muy bien, pero no llegan a salvar el desorden que es "Mortal Engines".