Misántropo es el primer largometraje de Damián Szifrón luego de Relatos salvajes (2014). Fueron demasiados años entre los dos films, aunque el realizador estuvo involucrado un buen tiempo en el proyecto no concretado de El hombre nuclear. Pero la espera se terminó y no sólo ya se estrena su nueva película, sino que además está anunciada la versión cinematográfica de su serie Los simuladores. Ironías del mundo del cine, Szifrón hizo una película de circulación limitada en Estados Unidos mientras hace éxitos récords de taquilla en Argentina. El título en inglés de la película es To Catch a Killer, un poco estándar y repetido, pero el que se eligió para usar en castellano es en exceso sofisticado antes de ver la película y algo obvio al verla. Es lo menos importante porque la buena noticia es que Damián Szifrón ha hecho un gran policial. Misántropo tiene como personaje central a Eleanor Falco (Shailene Woodley) una oficial de policía de la ciudad de Baltimore. En la noche de año nuevo el terrible ataque de un francotirador deja un saldo de veintinueve muertos. Falco responde al llamado de ayuda de uno de los departamentos donde alguien ha sido asesinado por el desconocido criminal. Cuando se establece desde donde se realizaron los disparos ella acude contra su propia seguridad a la escena. El agente especial del FBI Geoffrey Lammark (Ben Mendelsohn) queda a cargo de la investigación y descubre en ella el talento y la locura para poder ayudarlo en el caso, por lo que la suma a su equipo. Juntos emprenderán una carrera contrarreloj para atrapar al hombre que tiene en vilo a toda la ciudad y a las autoridades. Szifrón, también guionista y productor, juega desde el título con la personalidad de la protagonista, no sólo la del asesino. Ella carga traumas del pasado y vive bajo el tormento que le ha impedido avanzar en su carrera. Toda la historia trata del poder integrarse a la sociedad o vivir en guerra con ella. O vivir en guerra pero integrado, si acaso esta última opción fuera posible. Para lograr eso el cineasta despliega todo su arsenal para mostrar el caos con el que conviven las personas a diario, la violencia, la locura y la sociedad al borde de estallar. Pero no sólo eso conforma el mundo, también está la pareja, la camaradería, el heroísmo y la valentía. Szifrón se pregunta acerca del evento o la situación que puede llevar a una persona a caer de un lado o del otro de la locura. Sus dardos apuntan a la sociedad americana pero es extensivo a cualquier lugar y época. No importan los argumentos de un criminal, este no puede ser aceptado. Falco tiene pensamientos y motivos para despreciar el mundo, pero su moral heroica le indica cuál es el camino correcto en un mundo torcido. La felicitación final de su jefe es la felicitación hawksiana por excelencia: buen trabajo. No se necesita más. Falco elige hacer su tarea dentro del sistema, no fuera de él. Estar o no en el sistema abre también las puertas de las dudas del propio director. En un momento alguien dice que en Estados Unidos: “Toman lo mejor de un país y lo devuelven empeorado para ganar plata”. Podría aplicarse a muchos directores de cine que brillaron en su tierra y que en Hollywood fueron explotados y arruinados. Szifrón pasó mucho tiempo con un proyecto que no prosperó y recién ahora llega con una película que tiene menos posibilidad de trascender que sus películas argentinas. Tal vez no hable de sí mismo, claro, sino de otras cosas, pero en todo caso es un apunte interesante a tener en cuenta. También, obviamente, muchos cineastas mejoraron su carrera así. Misántropo tiene la perfección narrativa y ritmo propios de Szifrón, sin excesos pero con ideas visuales. Varios momentos bien construidos y también una cinefilia bien expuesta. Desde algún diálogo brillante sobre su película favorita, Tiburón (Jaws, 1975) de Steven Spielberg hasta un momento donde se evoca de manera impactante el final de Frankenstein (1931) de James Whale. Consigue inquietar pero también, como los héroes clásicos, busca el orden, no el caos. Se rebela contra el sistema pero no pretende dinamitar a la sociedad. Falco, en ese aspecto, es como Los simuladores y no con el criminal que persigue. No quiere destruir a la sociedad, quiere hacerla más justa. En esas tensiones se mueve no sólo Misántropo, sino también gran parte de la obra de Damián Szifrón. Un cineasta al que prestigio se le cruzó en Relatos salvajes, pero que merece ser puesto en la noble línea de los autores de género, los que buscan, por encima de todo, contar una buena historia para expresar sus ideas del mundo.
La gente es ruidosa Hoy pocos lo recuerdan pero durante las décadas del 80 y 90 era relativamente común que Hollywood fichase a cualquier cineasta resonante del globo -ya sea de linaje popular, indie/ arty o de cine de género underground- para encargarle un proyecto impersonal mediante el cual testear su capacidad de “seguir órdenes” y de redondear productos comerciales según los cánones establecidos por el mainstream norteamericano, situación que solía generar una y otra vez el mismo resultado porque el susodicho, generalmente una luminaria del país en cuestión con éxitos de taquilla a cuestas, soportaba una o dos o hasta tres películas bajo el halo asfixiante de Los Ángeles y después regresaba a su hogar, planteo que en suma ponía patas para arriba lo que sucedió en el período previo de inmigración artística masiva, el de mediados del Siglo XX, ya que muchos cineastas que huyeron del ascenso del fascismo en Europa durante los 30 y 40 pudieron establecerse en el Hollywood Clásico con comodidad y desarrollar carreras en verdad excelentes, todo lo contrario a la generación multicultural de exiliados comerciales de los 80 y 90 en materia del paupérrimo nivel promedio de sus productos estadounidenses, casi todos no sólo por encargo sino mediocres de por sí y lejos de las promesas tácitas de calidad que representaban sus obras previas al salto a la “gran industria” yanqui, de alcance planetario. En la etapa posterior hubo excepciones como por ejemplo esas tres del mismo año de los máximos genios de Corea del Sur, léase Stoker (2013), de Park Chan-wook, Snowpiercer (2013), de Bong Joon-ho, y El Último Desafío (The Last Stand, 2013), odisea de Kim Jee-woon, no obstante lo estándar en lo que atañe a directores importados es la pérdida/ venta del alma del creador de turno símil Assassin’s Creed (2016), del australiano Justin Kurzel, y El Muñeco de Nieve (The Snowman, 2017), del sueco Tomas Alfredson, más allá de las consideraciones que cada uno pueda formular en relación a las películas en concreto y su excelencia, medianía o trasfondo bien fallido. Por supuesto sin llegar al nivel del ultra mamarrachesco y también argentino Luis Puenzo, quien a posteriori de ganar el Oscar a la Mejor Película Extranjera por La Historia Oficial (1985), una de las primeras faenas fílmicas en tratar el tema de los desaparecidos durante el genocida Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983), se mudó al enclave anglosajón para rodar los bodrios totales Gringo Viejo (Old Gringo, 1989) y La Peste (1992), lo que a la postre provocó que luego regresase a Argentina con motivo de la asimismo insoportable La Puta y la Ballena (2004), la más reciente adición a la lista de “amigos de la decepción en su debut hollywoodense” es Damián Szifron, señor cuya carrera fue de menor a mayor porque incluyó El Fondo del Mar (2003), comedia negra bastante irregular disfrazada de thriller de burgués atrapado en celos patológicos que decide vigilar al amante de su novia, Tiempo de Valientes (2005), simpática buddy movie de acción modelo ochentoso y con un tono sarcástico mayormente astuto que amplificaba ese interés de la ópera prima en materia de los estudios de personajes por sobre la trama en sí, y Relatos Salvajes (2014), excelente antología compuesta por seis historias más o menos interconectadas que exploraban el dejo más violento y esperpéntico del capitalismo salvaje contemporáneo y que inesperadamente se convirtieron en un éxito internacional, incluidas nominaciones a la Palma de Oro en Cannes y a la Mejor Película Extranjera en los Oscars, amén de dos series muy entretenidas para el canal argentino de televisión abierta Telefe, Los Simuladores (2002-2004), de dos temporadas, y Hermanos y Detectives (2006), de una única temporada, la primera serie englobada en un suspenso de corte satírico e inspirada en El Golpe (The Sting, 1973), el opus de George Roy Hill con Robert Redford, Paul Newman y Robert Shaw, y la segunda otra buddy movie de “pareja dispareja” que retomaba mucho de Detective Conan (1996-2022), una relectura en anime del legendario manga creado en 1994 por Gôshô Aoyama. Misántropo (To Catch a Killer, 2023) es la película con la que Szifron vuelve a la dirección casi una década después de Relatos Salvajes, brecha de tiempo demasiado dilatada que a veces no augura buenas cosas porque pinta una tendencia al ostracismo de la fama, un ego inflado y/ o una indecisión sobre qué hacer a continuación porque la idea de entregarse a un “bautismo de fuego” en yanquilandia acarrea más exigencias que rodar en cualquier otro país de la periferia, en este sentido la errática y rutinaria Misántropo es una obra apenas correcta, capaz de superar a esos thrillers basura del streaming de hoy en día, en la que el cineasta pretendió dejar contentos a todos y por ello -como suele ocurrir con los productos intercambiables o genéricos- en realidad no deja contento a nadie: como si se tratase de alguno de esos exploitations con presupuesto de los años 90 de El Silencio de los Inocentes (The Silence of the Lambs, 1991), de Jonathan Demme, Cabo de Miedo (Cape Fear, 1991), de Martin Scorsese, o Pecados Capitales (Seven, 1995), de David Fincher, en sintonía con Copycat (1995), de Jon Amiel, Besos que Matan (Kiss the Girls, 1997), de Gary Fleder, El Coleccionista de Huesos (The Bone Collector, 1999), de Phillip Noyce, y Telaraña (Along Came a Spider, 2001), de Lee Tamahori, el opus de Szifron nos presenta la poco probable sociedad entre Eleanor Falco (Shailene Woodley), una oficial de policía de Baltimore, en el Estado de Maryland, con historial de adicciones e incluso intentos de suicidio, y Geoffrey Lammark (Ben Mendelsohn), uno de los jefazos del FBI, en pos de capturar a un asesino en serie que gusta de acribillar a sus víctimas a mansalva con un rifle antiguo, pesquisa en la que la joven es insólitamente elegida de la nada como “segunda de confianza” del cabecilla porque pareciera que es tan misántropa como el homicida -la historia no ofrece mucho más desarrollo al respecto- y en la que Lammark sufre presiones repetidas a los gritos y planteos de sabotaje implícito de parte de otros jerarcas del FBI, la policía local y el aparato político. La fotografía de Javier Julia es muy buena, la presencia del glorioso Mendelsohn siempre funciona de maravillas a nivel dramático y el film de hecho incluye secuencias interesantes como todas las agitadas, hablamos de esa inaugural del francotirador psicótico que copia y maximiza la apertura de Harry, el Sucio (Dirty Harry, 1971), de Don Siegel, la del mall/ shopping center cuando la lacra de seguridad privada aporofóbica intenta reducir al villano, aquella otra de la cruel balacera en el supermercado y finalmente la resolución algo melosa en el hogar bucólico, sin embargo el guión del realizador y el debutante Jonathan Wakeham es sinceramente muy pero muy flojo, la premisa del “equipo” entre la ninfa autodestructiva y el jefe gay del FBI resulta forzada y las dos horas de duración están repletas de diálogos sobreexplicativos, personajes frustrantes o caricaturescos y demasiadas intervenciones de tilingos de TV y diversos lobistas de derecha de los mass media que empantanan la intriga mediante una reflexión burda acerca de la chatarra cultural contemporánea y las falacias de la posverdad, para colmo el film -como decíamos antes- no cuenta con ideas novedosas, por momentos por lo esquemático se parece a un capítulo tuneado de La Ley y el Orden (Law & Order, 1990-2010), serie de Dick Wolf, y definitivamente padeció de un marketing pésimo debido a la poca difusión, como si a los productores les diese vergüenza el resultado final, y al horrible cambio de título, del Misanthrope original al tosco To Catch a Killer/ Atrapar a un Asesino para el marcado yanqui, el mismo de la estupenda película para TV de 1992 de Eric Till con Brian Dennehy como el espantoso John Wayne Gacy. En general la propuesta es entretenida y se acerca a un viejo “directo a video” y hasta se agradece esa voluntad de pensar la vigilancia global actual, el ruido informativo y la angustia de la vida cosificada en el capitalismo consumista, pauperizador y banal, no obstante la bienintencionada y también productora Woodley no está a la altura del reto por una presencia cinematográfica estéril…
Szifron, fiel a su estilo Misántropo, la primera producción norteamaericana del cineasta argentino, nos presenta a Eleanor Falco (Shailene Woodley), una retraída policía de bajo rango, que es reclutada por el agente del FBI Geoffrey Lammark (Ben Mendelsohn) para integrar un equipo de investigación en búsqueda de un asesino de masas que dejó veintinueve víctimas la noche de Año Nuevo, en Baltimore. Como imaginarán, la misma premisa del film refiere a una grave problemática de la agenda diaria de Estados Unidos, razón por la cual Damián Szifron tuvo numerosas trabas para poder conseguir quien financie la producción de la película, tal como aclaró en más de una entrevista. Szifron, además de su enorme destreza narrativa y visual, goza de tener la capacidad para observar críticamente la realidad. Desde sus primeros pasos en Los Simuladores (2002-2003) hasta su último film estrenado, Relatos Salvajes (2014), se preocupó por incursionar en temáticas de índole social, político y cultural en los distintos estratos de la sociedad. Con un sentido del humor particular, expuso diversas injusticias -aunque a veces pequeñas- que se repiten en distintos escenarios y momentos, en donde co-habitan tanto bajezas como proezas del ser humano, funcionando como una especie de reflejo cronista del día a día en nuestro país. Esta vez fue el turno de Estados Unidos. La película comienza con una primera secuencia realmente alucinante que atrapa a la audiencia y no la suelta hasta el final, apoyada en un gran manejo del ritmo y del relato clásico, propios del director. Es un thriller policial que constantemente coquetea con el drama institucional. Por un lado, nos hace parte de la búsqueda del asesino, intentando saber cómo actuará o pensará, al mejor estilo Zodiac (2007) o Se7en (1995) -ambas de David Fincher-, siempre desde la mirada del agente Lammark y la policía Falco. Y, por el otro, deja en evidencia la ineptitud operativa, no por falta de capacidad de los agentes, sino por las distintas decisiones políticas sobre el caso, supeditados a intereses de los más poderosos. Szifron elige denunciar la irresponsabilidad de las líneas de mando que prefieren cuidar su imagen pública antes que resolver la situación. Es el lado B que no es tan normal verlo tan trabajado en este tipo de género. El guion (co-trabajado entre Damián y Jonathan Wakeham) es excelente y funciona en distintos niveles. Tanto el personaje de Falco como el de Lammark están bien construidos, razón por la cual nunca pierden sentido sus acciones y decisiones. El diálogo, una de las mayores virtudes en el cine del Szifron, es sencillamente genial. Si bien nunca desaparece el tono oscuro y lúgubre de la película, consigue varios momentos de humor bien logrados. Para el director, «el humor es parte de la vida y puede darse en cualquier situación». Vale aclarar que las actuaciones de Woodley y Mendelsohn son fantásticas y elevan todavía más la calidad de las líneas de sus personajes. Uno de sus puntos más fuertes es la permanente sensación de misterio -natural en este tipo de films-, en la falta de identidad del responsable, en sus motivos, sus aspiraciones… Hay algo de Villeneuve (Prisoners, Sicario) que resalta en algunas escenas, quizá más que nada desde la puesta en escena general. Es aquí donde hay que destacar a su fiel compañero de batallas Javier Juliá, encargado de la fotografía, que expone toda su maestría en la construcción de ciertas tomas que quedan grabadas en la retina. El título, Misántropo, es una idea general que no solo está relacionada con el asesino sino con cada uno de los personajes. Es una lástima que en inglés le hayan impuesto llamarla con un genérico To Catch a Killer. Por suerte, Damián pudo hacer llegar el mensaje que quería hacer oír, en una crítica al sistema que se vive en Occidente, identificado en los discursos más manifiestos hasta algunos detalles que entreverán los más atentos espectadores. Y claro, estas cosas en el país de origen del film no son muy bienvenidas. Misántropo es una nueva muestra de la genialidad y talento de Damián Szifron, quien demuestra que no le queda nada grande el terreno de Hollywood. No solo nos regala un intenso, incómodo y provocador thriller, sino que «dispara» contra una sociedad que no hace lugar para todos. En medio de secuelas y reboots de productoras millonarias, es la mejor opción para ir al cine a ver algo original y refrescante. Puntuación: 9/10 Por Manuel Otero
EL COLABORADOR FORÁNEO Misántropo es el título para Argentina (y para apenas un puñado de países más) con el que se conoce la nueva película de Damián Szifron, mientras que en Estados Unidos su nombre es To Catch a Killer, nombre genérico y menos representativo de las ideas que -a priori- este “simple thriller” tiene para ofrecer. En la noche de Año Nuevo, un francotirador acaba con la vida de 29 personas en Baltimore, todas las víctimas fueron elegidas al azar. La investigación para encontrar al asesino es liderada por Lammark (Ben Mendelsohn), un veterano agente del FBI sobre el que no solo carga el esclarecimiento del caso, sino también todas las miserias burocráticas y, además, una dinámica consubstancial del organismo, contra los que él debe luchar. A su cruzada se suma la oficial Eleanor Falco (Shailene Woodley, también productora de la película), una policía de uniforme agotada, aunque de carácter proactivo y con una capacidad intelectual e intuitiva superior al promedio de sus compañeros. La relación entre ambos se desarrolla dentro de la estructura de un maestro y una aprendiz con un entrecruce de generaciones. La primera parte es la más vertiginosa, la que revuelve el pasado reciente de un Estados Unidos tajeada por el miedo sembrado en territorios lejanos y que desde el 2001 pueden sufrirlo en casa. De todos modos, Misántropo es una moneda que cae perfecta en un receptáculo de actualidad candente, porque el terror ya está inoculado, no es necesario importarlo. Es así que las matanzas escolares y/o tiroteos en lugares públicos ya no sorprenden, están amalgamados a una época de violencia tácita. Igualmente, Szifron no oficia de cizañero de problemáticas en tierras ajenas, toma esa actualidad para narrar una historia de personajes, de piezas oxidadas por el sistema y una mirada social, desde la que se suele presentar a los “monstruos” que cometen los atentados más atroces. Hacia la mitad, se asoma la cocción a fuego lento de una trama que se traslada a los interiores de oficinas, despachos, morgues y lugares más oscuros del alma que los dos personajes (en especial Falco) esconden. Aquello que puede apreciarse como anticlimático resulta perfecto, en términos narrativos, porque no estamos en presencia de un thriller, esto es un policial que en su superficie tiene un misterio por resolver, pero de manera socavada construye un perfil a modo de correlato para intentar unir esas miserias de apariencia extremas y ubicadas en las antípodas entre buenos y malos. No faltan momentos de acción articulados con nervio punzante; es la escena del supermercado donde Szifron prueba una vez más su destreza narrativa visual. De manera opaca, el director de El fondo del mar expone su cinefilia por las películas de la década de 1970, en cuanto a una temática actual similar a la “conspiranoia” de aquellos tiempos y, también, por una atmósfera claustrofóbica en espacios cerrados con personajes que tienen que luchar contra un enemigo invisible y una burocracia, igual de feroz. En esta última representación surge el nombre del director de fotografía Javier Juliá, ladero imprescindible del director. En las entrevistas dadas por Szifron se pueden completar muchas de las ideas que rondaron sobre esta producción: primero el sentido de hacer esta película ambientada en una ciudad de Estados Unidos y segundo las complicaciones de un director extranjero para imponer su visión personal, en un proyecto internacional de mercado anglosajón. Hacia el final (como las grandes películas que el director venera) vicia de desasosiego y de una lobreguez espesa que se mantiene en el recuerdo, forzando a un espectador -incluso a alguno desprevenido- a hurgar más allá de la superficie del misterio que la propia trama construye.
El director antecede al título: estamos ante la nueva película de Damián Szifron, la mente brillante detrás de Los simuladores y películas como Relatos Salvajes, aquella que por 2014 logró convertirse en el film más visto de la historia moderna del cine argentino. Nada mal y más que suficiente para que Misántropo se convierta en una de las películas más esperadas del año. A todo esto, sumémosle que ha pasado casi una década desde aquel título hipertaquillero y que Misántropo es también el debut de Szifron en Hollywood con una película en inglés. ¿Qué sucede cuando un director con enorme talento y, en particular, con un estilo autoral crítico se sumerge en una industria que no siempre estima lo segundo? Todo puede pasar. De qué se trata Misántropo Durante la noche de año nuevo, un tirador asesina a casi 30 personas y no deja pista alguna. La oficial de policía Eleanor Falco (Shailene Woodley) es reclutada por Geoffrey Lammark (Ben Mendelsohn), un alto mando del FBI, para intentar dar con el perfil del atacante y atraparlo. Los aciertos de Misántropo Hay caminos de los que no se puede escapar. El de Damián Szifron es la profundidad. Un buen thriller, como es el caso de Misántropo, es algo que, con un poco de suerte, no es tan difícil encontrar. La película tiene un comienzo potente, directo al grano, para desarrollarse sin baches ni dispersiones, con tensión constante y excelente ritmo, hasta llegar a un final exquisito, donde el silencio está permitido y la contundencia de un monólogo genera más tensión que cualquier persecución ruidosa. Ahí es donde sabés que la profundidad reclama su sitio. En es los buenos diálogos y en esa irremediable tendencia a la crítica social que Szifron logra mantener su estilo vivo y candente, aun cuando el envoltorio de Misántropo pueda parecer un efectivo thriller sin más. Aunque no es lo único, la película en una clara crítica a la posesión de armas que obsesiona y divide a la sociedad estadounidense, principalmente por los tiroteos, mucho más frecuentes de lo que de este lado del mundo nos llegamos a enterar. Las armas –sin dar spoilers– son la razón de ser de todo el relato y van mucho más allá de aquel tiroteo que inicia el film. Misántropo también destaca por las impecables actuaciones de Shailene Woodley (Big Little Lies) y Ben Mendelsohn (Bloodline). La reconocida actriz es, también, productora de la película. En cuanto a lo técnico, además del gran despliegue que presenta el film, vale destacar la excelente dirección de fotografía, a cargo del argentino Javier Juliá, quien ya viene de lucirse en Argentina, 1985 y antes en Animal, La cordillera y la mismísima Relatos salvajes. ¿Es lo mejor de Szifron? Aunque la pregunta me resulta injusta, más de uno se la estará haciendo. Misántropo no es Relatos Salvajes, no tiene esa «argentinidad al palo» que tan bien supo retratar una década atrás, no es una comedia afilada como Tiempo de valientes, ni esa pequeña joyita autoral que fue El fondo del mar. Tampoco se le puede reclamar la picardía y lucidez de Los simuladores. Y, aun así, Misántropo es una película enorme. Es un film atrapante y de excelente realización que logra combinar cine de género con crítica social. En Hollywood. Nada mal. Conclusión Con dos horas de duración en las que no sobra un solo minuto, Misántropo logra todo lo que una buena película de suspenso debe ofrecer: un relato lleno de tensión, atrapante e impredecible. ¡Súper recomendada! ¿Cuándo se estrena Misántropo? Miántropo, la nueva película de Damián Szifrón, se estrena en las salas de cine de Argentina el jueves 4 de mayo de 2023. ¿Dónde ver la película Misántropo de Szifrón? La película se estrena en cines el 4 de mayo de 2023. Por el momento, no está confirmado en qué plataforma de streaming se podrá ver. Misántropo («To catch a killer») Puntaje: 8.5 / 10 Duración: 119 minutos País: Estados Unidos Año: 2023
Misántropo de Damián Szifron irrita e incómoda. En esta vuelta, que marca la primera película en inglés del director, se lanza a la pregunta, siempre riesgosa, harto riesgosa, hoy en el mercado norteamericano, de los motivos del asesinato en masa. En esa ardua búsqueda —que aprovecha para destilar toda su capacidad formal y narrativa— de intentar comprender el horror contemporáneo, halla el círculo vicioso de un sistema corrupto en cada uno de sus recovecos (con sus respectivos claroscuros mediante, por supuesto). Una introducción con pericia, de alto vuelo y ritmo, nos pone a tono de inmediato. Nochevieja en la ciudad de Baltimore, Estados Unidos. En las alturas de los edificios y rascacielos, los ciudadanos se preparan para el espectáculo de fuegos artificiales. Cuando la cuenta llega a cero, los estruendos de júbilo obstruyen un inesperado estallido de pánico: un francotirador abre fuego sin ningún patrón aparente, apilando cadáver tras cadáver dejando el saldo de 29 muertos. Entre los múltiples oficiales de la ley que acuden a la zona, están el experimentado agente especial del FBI, Geoffrey Lammarck (Ben Mendelsohn), y la novata policía de calle, de un enrevesado pasado, Eleanor Falco (Shailene Woodley). Para cuando se localiza la posición de tiro, una bomba explota y la escena del crimen queda completamente estéril. No quedan rastros del asesino. Falco, impactada por la sangre, el regadero de cuerpos y la paranoia colectiva, llega a los escombros del departamento al borde del desmayo. Aun así, identifica una posible pista que llama la atención de Lammarck. De ahí en más, se conformará el dúo que intentará resolver el crimen bajo la presión asfixiante no solo de un nuevo ataque del misántropo, sino también de la opinión pública, funcionarios políticos y medios de comunicación. EL DÚO Si Szifrón se juega a meterse en un tema delicado y empantanado, la dinámica que va a plantear entre sus dos protagonistas, sobre la base de las convenciones del género policial, es el ancla hacia cierto terreno firme y familiar para la audiencia. Para Szifrón también (Tiempo de valientes). La fórmula es clásica: pareja dispareja entre un ácido y experto detective y una novata, pero prometedora y corajuda, joven oficial. Así, por lo menos, lo refleja la presentación inicial, que dota a ambos de un carácter heroico. Poco a poco esa confortable construcción se irá desmontando. Los defectos de ambos se traslucen en la medida que las dificultades se presentan. Si bien no es un movimiento revolucionario, sintetiza hacia dónde quiere apuntar el director. Las actuaciones acompañan, pero no se acoplan bien al peso que la narrativa quiere otorgar a cada personaje por separado. El carisma de Mendelsohn para interpretar a Lammarck opaca por momentos lo que pretende ser el motor principal de la trama: el desarrollo del paralelismo entre los demonios de Falco (adicciones, autoflagelación) y los del asesino, que ayudará a desentrañar el crimen. Tal como ocurre en El Silencio de los Inocentes con Clarice Sterling. MÁTICES Con todo, Misántropo , sabe sostener la tensión incluso ralentizándose. Tanto por la amplitud de recursos formales que utiliza (el director de fotografía argentino, Javier Juliá, regala planos para enmarcar) como por la intercalación de crudas explosiones de violencia con bocanadas de investigación, reuniones y rosca política en las oficinas de las fuerzas de seguridad. Quizá en esa intersección reside uno de los puntos más álgidos de Misántropo: el pulso de Szifron para guiar escenas de acción atrapantes y dinámicas (entretenimiento puro), al mismo tiempo que complejiza e interroga cuál es el trasfondo de esa praxis que ejecutan los agentes de la ley y los medios de comunicación. Y cuáles son sus consecuencias. Desde ese ángulo también se permite explorar y mostrar al antagonista. En el arriesgado giro de no recurrir al maniqueísmo y en cambio darle dimensión a los motivos y los traumas del villano, que además se despegan de los habituales en el género, yace un destello de frescura. Quizá, luego en el desenlace, la sobreexplicación del móvil en los diálogos le resta fuerza a la idea de un sistema colapsado, dañino, picadora de carne, que previamente se construye con elegancia; ahí cuando el relato indaga en las internas políticas que, en busca de insuflar egos, subir el rating y mantener intenciones de voto, desvían la resolución efectiva del crimen arrastrando víctimas inocentes. CONCLUSIÓN: si te querés rebelar, tenés que usar saco y corbata La lectura a grandes rasgos, para nosotros argentinos/latinoamericanos que conocemos a Szifron, nos es familiar. Nos remonta a aquel dilema que ya habían puesto sobre la mesa Los Simuladores: ¿Cómo hacer justicia en un sistema que de facto es injusto? Solo dentro de él, dice Santos, usando saco y corbata, tenemos posibilidad de hacerlo. Entre Falco y el asesino la delgada línea se traza en cómo subliman el dolor causado por una sociedad que les dio la espalda: autoflagelarse o flagelar al otro. Superar el pesimismo, de ahí en más, es algo que solo Falco puede hacer. Uniformada (el saco y corbata de Santos), cree, hay alguna ínfima chance de precipitar un cambio. Por todo ello, Misántropo de Damián Szifron, hace caer inevitablemente en una definición cliché: con sus defectos, es de esa clase de películas que ya no se hacen; es de esa selecta clase que toma un remanido género y le brinda un vuelco que la hace merecidamente destacable.
Misántropo es un ejemplo más de esta exploración de ideas visuales y narrativas que caracteriza al director argentino, donde el colaborador de confianza, Javier Juliá, es responsable de la fotografía, y su habilidad se muestra claramente en la creación de ciertas tomas que permanecerán impresas en la mente del espectador
Potente retorno al cine de Damián Szifrón donde, a partir de una estructura clásica de thriller, se permite indagar en la corrupción institucional y cómo sobreviven en ella personajes muertos en vida. Una extraordinaria secuencia inicial, donde la vida y la muerte se unen, y un trabajo actoral impecable, marcan con gloria esta vuelta al cine de un grande de la cinematografía mundial.
Odiar es humano Casi diez años después del éxito de Relatos Salvajes (2014), el realizador argentino Damián Szifron regresa al cine con Misántropo (To Catch a Killer, 2023), un thriller filmado en Estados Unidos, coescrito junto a Jonathan Wakeham y protagonizado por Shailene Woodley y Ben Mendelsohn acerca de la investigación de unos asesinatos cometidos por un francotirador en Baltimore, una de las ciudades más importantes del Estado de Maryland, en la Costa Oeste norteamericana. Un psicópata comienza a disparar aleatoriamente sin ningún patrón preestablecido desde un piso alto de un edificio del centro de Baltimore en la previa de Año Nuevo. Con el caos desatado, la oficial de policía Eleanor Falco (Shailene Woodley), una de las primeras agentes que acude al lugar de los hechos, es reclutada por Geoffrey Lammark (Ben Mendelsohn), un experimentado agente del FBI asignado como cabeza de la operación para detener al responsable del ataque, con el objetivo de ayudar en la cacería del asesino. A partir de un par de conversaciones y de situaciones Lammark intuye el potencial de Falco para ayudar en el trabajo que tiene entre manos y descubre que la agente fue descartada en el ingreso al FBI por su personalidad conflictiva y su tendencia al suicidio. A pesar de sus antecedentes, Lammark mantiene a Falco y juntos trabajan a contrarreloj para impedir que el asesino desate su ira sobre la ciudad nuevamente, lo que por supuesto ocurre en el lugar más representativo de los “no lugares” de la cultura de consumo contemporánea, un shopping mall. Al igual que en sus películas dirigidas en Argentina y las series que lo hicieron famoso en la televisión vernácula, Szifron maneja magistralmente la acción para construir un opus que soporta muy bien las dos horas de duración, aunque el final sea un poco decepcionante en su desenlace filosófico y sociológico, sin aportar nada nuevo ni revelador a la cuestión que aborda. Debido a este remate, el análisis del comportamiento de un asesino y el de sus perseguidores no logra cuajar del todo, dejando a los personajes demasiado expuestos a las falencias de la trama. Uno de los principales problemas es que la premisa del asesino solitario que odia a la sociedad del espectáculo actual, consumista, estereotipada, falsa, mediocre y aburrida, opuesta a una sociedad de productores de obras auténticas que ejerciten el intelecto, ya tiene demasiados exponentes, al igual que la del policía de patrullaje con potencial de detective saboteado por su comportamiento y la del detective que ve el potencial en el renegado y lo suma a su equipo a pesar de que sabe que su decisión será utilizada por sus enemigos para desacreditarlo en un futuro cercano, todo en un contexto en el que el progresismo norteamericano se encuentra en un momento muy sensible, en una batalla cultural y política en la que dementes disfrazados asaltan el Congreso, atropellan gente, se prohíben libros clásicos y editoriales prestigiosas censuran libros para evitar que ciertos públicos se sientan ofendidos, por citar algunos de los desaguisados que se discuten en Estados Unidos y el Reino Unido. En este sentido, Misántropo se parece demasiado a los thrillers de asesinos perturbados de los años noventa, films como Pecados Capitales (Seven, 1995), de David Fincher, o El Silencio de los Inocentes (Silent of the Lambs, 1992), de Jonathan Demme, a los que incluso Szifron les hace guiños en algunas escenas, obras de psicópatas inteligentes pero perturbados que por alguna razón o cúmulo de razones han llegado a odiar a la sociedad en su conjunto, a una comunidad que los discrimina, los disminuye e incluso hasta los humilla. Así como en Misántropo el discurrir de la acción se destaca como uno de los pilares de la propuesta, los problemas de la película son varios, desde una trama derivativa que se pierde en las disquisiciones de los personajes y nunca termina de profundizarlos, hasta el final malogrado. Aunque trillados, los diálogos entre el sabelotodo veterano Lammark y la novata e impulsiva Falco funcionan como un contrapunto de la búsqueda del asesino. Si Lammark no necesita más presentación y no hay demasiada profundidad en la personalidad de Falco, por el otro lado estamos ante una carencia de cualquier motivación mínimamente creíble para el villano, interpretado por Ralph Ineson, ese que defrauda mucho en la conclusión. Más allá de lo trillado de la propuesta de que una persona con problemas persiga a otra con más problemas que ha cruzado un límite, hay diálogos interesantes como el monólogo de Lammark en la estación de policía explicando por qué el asesino que persiguen tiene un perfil bastante parecido al de cualquier policía de la seccional, o las idas y vueltas entre Lammark y Falco sobre el caso o la situación que las malas ideas de los colegas de Lammark desatan con un grupo de supremacistas blancos seguramente fanáticos de Donald Trump. Los diálogos del final son claramente los peores porque no explican cómo el personaje se ha convertido en un asesino. Una cuestión muy bien trabajada es la misantropía de los energúmenos que gobiernan, que solo piensan en sí mismos y en mantenerse en el poder, algo que siempre genera simpatía en un espectador que en general es víctima de la impericia, la sociopatía y la corrupción de los que detentan el poder. La premisa por supuesto funciona. Un hombre con gran potencial es humillado constantemente en trabajos denigrantes, obligado a rebajarse y descubrir la crueldad y la brutalidad que subyace en el mundo de la producción industrial de la carne y en la remodelación de departamentos de lujo, dos ejemplos de cómo el capitalismo necesita de la explotación y la genuflexión para funcionar dinámicamente. A nivel de la trama el problema es la falta de decisión de ir con el esquema hasta sus últimas consecuencias, lo que sí hacían las películas mencionadas anteriormente, Pecados Capitales y El Silencio de los Inocentes, incluso hasta Cabo de Miedo (Cabe of Fear, 1991), de Martin Scorsese. Seguramente la pandemia, los recortes presupuestarios y el temor a que la sociedad norteamericana le dé la espalda a la película o la condene por ofrecer un retrato de una cuestión muy urticante en este preciso momento como el control de armas, que divide tajantemente a gran parte de la población, son algunos de los factores que desvivieron a Szifron durante la filmación y la creación de la película, la cual se gestó a partir de una idea que ya tiene más de diez años y germinó tiempo antes de la pandemia. Ben Mendelsohn realiza una gran labor mientras que Shailene Woodley sale airosa de un personaje con el que nunca logra encontrarse completamente. Ralph Ineson no consigue convertirse en un villano memorable y además no se termina de entender cuál es el rol en la trama de Jovan Adepo en el personaje de Mackenzie, uno de los asistentes de Lammark. Javier Juliá, el director de fotografía argentino conocido por trabajar con Szifron en Relatos Salvajes y por realizar la fotografía de Argentina 1985 (2022) y La Cordillera (2017), ambas de Santiago Mitre, y El Último Elvis (2012) y Animal (2018), de Armando Bo, sí se destaca en una labor difícil, con tomas precisas, muchas de ellas cenitales o con una perspectiva inusual que enaltece la propuesta de Szifron. La música de Carter Burwell, un extraordinario profesional responsable de composiciones para films como Fargo (1996), Sin Lugar para los Débiles (No Country for Old Men, 2007) y Temple de Acero (True Grit, 2010), de los hermanos Joel y Ethan Coen, tampoco logra encontrar el tono de un film que falla en la trama y en la creación de los personajes. Seguramente la mayoría o todos los problemas de la película están relacionados con el desconocimiento de Szifron de las argucias de la industria cinematográfica norteamericana para engullir a los artistas y convertirlos en partes de una maquinaria que muestra lo que las corporaciones quieren que muestren, situaciones en las que el director se encontró a sí mismo más del lado de Falco que de Lammark. Seguramente si Szifron hubiera tenido más poder de decisión en el resultado final, Misántropo sería otra película, mucho mejor, con un toque de autor más genuino y visceral, no tan edulcorado por la mirada mainstream estadounidense del mundo.
Pasó demasiado tiempo para volver a ver un producto con el sello de Damián Szifron pero, llegó el momento: el talentoso director argentino debutó con una película hablada en inglés luego del gran éxito de “Los Simuladores”, (se viene la peli) y “Relatos Salvajes” (2014), entre otras. El thriller "Misántropo" ("To Catch a Killer") de su autoría, junto a Jonathan Wakeham, nos sitúa en Baltimore cuando un asesino (Ralph Ineson) termina con la vida de 29 personas en la víspera de Año Nuevo. La investigación del FBI, a cargo del Agente Geoffrey Lammark (Ben Mendelsohn) pone una gran cantidad de Agentes a disposición para resolver el caso pero el Jefe del operativo ve en la joven policía Eleanor Falco (Shailene Woodley) una personalidad capaz de dar con el perturbado autor del hecho, por la inteligencia con la que actuó la noche del suceso. Aunque ella también cargue con sus propios demonios...Su rapidez, valentía y sagacidad hacen que Lammark deposite en ella toda su confianza. Lo que sigue es lo que cualquier película asesino-serial/policías nos tiene acostumbrados, una investigación exhaustiva con mucha presión por parte de las autoridades locales, prensa y políticos, mientras el guion pone en el tapete la problemática de Estados Unidos en cuanto a la enorme cantidad de casos similares adonde un perturbado acribilla alumnos en un colegio o gente al azar porque sí, y porque tener un arma es algo de fácil acceso. Un debate interminable que divide a la sociedad. A destacar: la fotografía de Javier Juliá y la muy buena dupla protagónica, (Woodley siempre da cátedra, en el rol que sea). La película no es brillante, pero está muy bien lograda y mantiene el suspenso durante sus casi dos horas. Vale la pena.
Misántropo es la clase de película que hace 30 años hubiera sido un éxito popular de la taquilla norteamericana, protagonizada tal vez por Sandra Bullock o Demi Moore, durante la era dorada de los asesinos seriales en Hollywood, post irrupción de Hannibal Lecter. Luego habría gozado de una excelente perfomance en el video club o en las emisiones del viejo HBO Olé. En el mundo del 2023 forma parte de esas propuestas, que debido a su falta de personalidad artística, suelen terminar perdidas en la programación de alguna plataforma de streaming. De hecho, si el nombre de Damián Szifron no estuviera asociado con este estreno el 95 por ciento de los críticos locales jamás le hubieran dado bola a esta producción. En lo personal me dejó ciertos sentimientos encontrados. Me cae bien Szifron y le compro su pasión genuina por el género policial pero la verdad es que en esta oportunidad ofrece la obra más floja de su filmografía que no te alienta a repasarla en futuros visionados. Tras una espera de nueve años, luego del estreno de Relatos salvajes, su debut hollywoodense resulta un poco decepcionante. El problema central de Misántropo es que elabora un thriller policial de una factura técnica correcta donde se encuentra ausente la voz de Szifron como cineasta de autor. Por consiguiente, el resultado final es un film pedestre en cuyos créditos de dirección podría figurar cualquier otro realizador y pasa sin problemas. La película tiene la buena intención de abrazar el subgénero de los procedimientos policiales en la línea de lo que hizo Steve Bochco con esa obra maestra de la televisión que fue Policial de Nueva York. Una manera de de abordar esta temática que en la literatura también podemos encontrar en las novelas de Ed McBain y su gloriosa saga del Precinto 87. Curiosamente el autor ofreció un relato muy similar al de este film en esa joyita que fue Ten Plus One (tomo 17 de la serie), donde un francotirador psicópata masacraba personas al azar mientras los policías luchaban contra el tiempo para elaborar un perfil del criminal. Szifron hace lo mismo en una propuesta que tiene un comienzo estupendo en términos narrativos con la introducción del villano. En los primeros 20 minutos se encuentra la labor más inspirada del cineasta donde presenta un trabajo estupendo con los climas de tensión y suspenso. Lamentablemente con el desarrollo de la trama el atractivo inicial luego se desinfla enseguida, debido a un exceso de escenas de exposición y elementos trillados donde no faltan la agente novata con pasado traumático y el oficial veterano que lucha contra la burocracia del sistema. Szifron busca además construir una comprensión del psicópata a través de un comentario social que representa lo peor de este film a la hora de expresar sus ideas. Basado en el clásico concepto de “la sociedad es culpable de gestar al monstruo” el director se embrolla con una ensalada gourmet donde critica el sistema de salud de los Estados Unidos, el problema de la libre portación de armas, los grupos de la extrema derecha y los diabólicos medios de comunicación con la sutileza de una topadora. Este es un punto que hace ruido y afecta a Misántropo porque sabemos que este realizador puede concebir mejores historias que le permitan al público pensar por su cuenta. En los aspectos más técnicos no se le puede objetar nada. Sobresale la impecable fotografía de Javier Juliá (Argentina, 1985), la música efectiva de Carter Burwell (The Banshees of Inishiring), mientras que las sólidas interpretaciones de Shailene Woodley y Ben Mendelsohn consiguen que el film se deje ver hasta su conclusión. Queda la sensación que a esta película le faltó algún ingrediente más para elevarla sobre el resto de los thrillers pedestres que se pueden encontrar a diario en la televisión. En este punto es donde se siente la ausencia de esa impronta de autor que nos recuerde que esto es una obra de Damián Szifron.
La primera película en inglés del realizador de "Relatos Salvajes" (2014) critica la idiosincrasia estadounidense y nos hará recordar a aquellos policiales de antes. Ezequiel, un Daniel Hendler descontrolado, toma un sachet de leche y lo lanza al auto del amante de su novia. La paranoia y la obsesión se expresan de la manera más absurda en una escena justiciera y orgullosa de sí misma. Años después, un psicólogo (Diego Peretti) acompaña a un deprimido policía (Luis Luque) y, de pronto, deben desbaratar una red de corrupción. Los héroes sin capa y los conflictos más personales se hicieron presentes en las primeras dos películas de Damián Szifron. El fondo del mar (2001), a través de un micro universo intimista, o Tiempo de Valientes (2005), una buddy-movie que se expresó sobre determinadas instituciones, son ejemplos de su coherente y creciente exploración. Los Simuladores le permitió jugar con los géneros. Las aptitudes camaleónicas de Szifron y las preocupaciones por los problemas más comunes fueron una punta de lanza que hasta trasladó en la nominada al Oscar Relatos Salvajes. Desde la cinefilia, el 2023 ya merece ser recordado como el año en que el director argentino estrenó su primera película de Hollywood logrando despegar toda su capacidad y señalando, sin titubeos, a la cultura estadounidense. Misántropo (To Catch a Killer, 2023) cuenta la historia de Eleanor Falco (Shailene Woodley), una joven oficial de policía de Baltimore que es reclutada por el agente especial del FBI Geoffrey Lammark (Ben Mendelsohn) con el propósito de identificar y capturar al homicida de un caso que aterroriza a la ciudad. En plena noche de Año Nuevo, un francotirador realiza un ataque dejando un saldo de 29 muertos. Damián Szifron nos regala un policial oscuro, astuto y despiadado que representa un paso adelante en su estupenda carrera. Desde sus primeros minutos, Misántropo nos asombrará. La escena de la masacre del comienzo, esa manera de manejar su frío suspenso, nos dejará absortos. Todo conduce a un angustioso thriller que aparenta ser un juego de “gato y ratón” pero que en realidad esconde un cruel relato introspectivo. Tomando inspiraciones de Contacto en Francia (The French Connection, 1971), El silencio de los inocentes (The Silence of the Lambs, 1991), Fuego contra fuego (Heat, 1995) y Seven (1995), el realizador despliega todo su talento para ofrecernos un policial que va más allá de lo que simula. Szifron analiza las secuelas de una sociedad castigada, usa la ironía para exteriorizar el tratamiento de los medios y nos interpela en cuanto al capitalismo y el consumo. “Creo que esta película está en mi cabeza desde que vi de pequeño Halcones de la noche (Nighthawks, 1981)”, declaró el creador de Los Simuladores en una reciente entrevista para promocionar el largometraje. La cinta protagonizada por Sylvester Stallone montaba una red de terroristas que se camuflaba entre la civilización para atacarla. Ambientada en Nueva York, Halcones de la noche construyó a su asesino como una máquina de matar despiadada y sin corazón, algo que a los estadounidenses les encanta. Szifron le da un tratamiento distinto a ese homicida. Él no es culpable de todo, sino que algo lo llevó a ser cómo es, a matar sin emociones. Esa pretensión es halagadora para quienes pretendemos ver un cine de acción más crítico, más interpelativo, más valiente. Misántropo se involucra, no es superficial. La impecable fotografía del argentino Javier Juliá, aquel de Argentina, 1985 (2022), y la música de Carter Burwell, el clásico colaborador de los hermanos Coen y de Martin McDonagh, ayudan a construir la atmósfera de este intenso thriller. El ritmo narrativo y la cinefilia que exhibe son factores que confirman que, hoy en día, este tipo de policiales escasean. Audaz, personal y elegante, Misántropo merece verse en las salas. Después de hora (After Hours, 1985), El infierno (L'Enfer, 1994) y Ojos bien cerrados (Eyes Wide Shut, 1999) funcionaron como inspiración para su opera prima, El fondo del mar. Arma Mortal (Lethal Weapon, 1987), Mentiras Verdaderas (True Lies, 1994) o cualquier película de Hitchcock en donde el hombre común es el heróe pueden ser referencias para Tiempo de Valientes. El realizador foráneo dio sobradas muestras de su cinefilia durante cada una de sus obras y ahora, con Misántropo, corrobora que lo suyo no es casual. En cada una de ellas, los temas que lo movilizan se conjugan con su amor por el cine para el auténtico deleite de los espectadores.
El director argentino Damian Szifron, luego de muchos años de la muy sobrevalorada “Relatos Salvajes” (2014), recala en Hollywood con un thriller que no cumple con las expectativas. La noche del 31 de diciembre, en la ciudad de Baltimore en medio de los festejos, un francotirador asesina a 29 personas. Esta primera secuencia esta realizada con maestría, la idea del montaje y la distinción con que lo establece, promete una idea de vértigo cinematográfico que luego de presentar a los personajes, se diluye. Una de las primeras en acudir al llamado de auxilio es una joven policía llamada Eleanor Falco (Shailene Woodley), quien determina la ubicación del tirador, pero inmediatamente
Hace pocos días publicamos en este sitio una amplia entrevista en la que Damián Szifron explicó el contexto y las condiciones en que rodó Misántropo, pero -como dice una máxima de la industria audiovisual- “las excusas no se filman”, así que su esperada vuelta, con sus múltiples hallazgos pero también con sus carencias y limitaciones, ya está para ser analizada desde la butaca. Szifron, que estuvo tres años lidiando con las miserias de Hollywood con el proyecto fallido de El hombre nuclear, escribió primero solo y luego con Jonathan Wakeham una historia que, aunque la propia gacetilla de promoción de la productora estadounidense habla de “la El silencio de los inocentes del nuevo siglo”, tiene una impronta cuestionadora y paranoica más propia de los thrillers setentistas de Sidney Lumet (Network: Poder que mata, El veredicto), John Schlesinger (Maratón de la muerte), Francis Ford Coppola (La conversación) o Alan J. Pakula (Asesinos S.A.). Por supuesto, si se la analizara desde una perspectiva más contemporánea, Misántropo podría dialogar a nivel narrativo y visual con, por ejemplo, el David Fincher de Pecados capitales y Zodíaco; o el Michael Mann de Fuego contra fuego y Colateral. La película -ambientada en la siempre convulsionada Baltimore (aunque por cuestiones presupuestarias se rodó en el invierno de Montreal y hasta hubo una semana de rodaje adicional en Buenos Aires)- arranca con una secuencia extraordinaria: estamos en la noche de Año Nuevo y el cielo se inunda de fuegos artificiales. Pero son precisamente esos estallidos los que tapan el sonido de los disparon que llegan desde un edificio y empiezan a impactar en decenas de personas que se encontraban celebrando, bailando en terrazas, brindando en piscinas, consumiendo en lujosos penthouses. Esos primeros minutos, con su crescendo de sangre y de psicosis colectiva, están narrados de manera implacable, sin filtros y con una precisión quirúgica. Entre quienes llegan a la(s) escena(s) del crimen aparecen Geoffrey Lammark (Ben Mendelsohn), el veterano responsable regional del FBI, y Eleanor Falco (Woodley), una agente sin demasiado experiencia a la que vemos agobiada por la crudeza de cadáveres, sangre y escombros que ha dejado el tiroteo seguido de la explosión de una bomba. Lo que sigue es una hora y media de relación maestro-alumna (la torturada y solitaria Eleanor irá demostrando una capacidad no menor para desentrañar misterios, descubrir secretos psicológicos y seguir pistas) en una típica estructura de gato y ratón con un asesino en principio misterioso, siempre huidizo y brutalmente impiadoso y letal. El corazón del relato pasa luego por las internas dentro del FBI, la creciente intromisión de la política (funcionarios desesperados por las implicancias de las matanzas) y el papel casi siempre patético de los medios de comunicación. En ese sentido, por momentos Misántropo remite a The Wire (la mítica serie de David Simon también transcurre en Baltimore) en su exploración de la burocracia y las manipulaciones dentro de los servicios de seguridad y de inteligencia. Por la temática (las matanzas en serie en lugares públicos que cada semana ocupan las tapas de los diarios), se trata de una película muy incómoda para los actuales estándares y sensibilidades de los Estados Unidos y, en ese sentido, puede entenderse que las primeras críticas en ese país hayan sido bastante negativas, mientras -en cambio- Misántropo fue saludada con entusiasmo por la mayoría de los medios franceses (ver imagen arriba) y en ese mercado debutó con la nada despreciable cifra de 100.000 espectadores en su primera semana en cartel. Lo que se dice, una auténtica grieta cinéfila. Lo cierto es que, en su segunda mitad, la nueva película del director de El fondo del mar, Los Simuladores y Tiempo de valientes apuesta por un tono que es, vaya paradoja, su principal audacia y su mayor debilidad, ya que se aleja por completo de la idea tranquilizadora de un asesino monstruoso y finalmente desechable a-la-Hannibal Lecter para, en cambio, acercarse a sus traumas, sus motivaciones y exponer sus distintos matices. El problema es que en esa bienintencionada y al mismo tiempo riesgosa búsqueda de empatizar con el antagonista cae por momentos en una solemnidad, en diálogos demasiado recargados y explícitos hasta aquí inéditos en la filmografía de Szifron. Con sólidas y contenidas actuaciones (Mendelsohn es por momentos más protagonista que una Woodley completamente alejada del glamour de una estrella), con un (otro) descomunal trabajo de ese brillante director de fotografía que es el argentino Javier Juliá (El último Elvis, Relatos salvajes, Argentina, 1985) y el a esta altura talento y virtuosismo impar para el encuadre y las “coreografías” de Szifron, Misántropo es un thriller de los que ya se hacen poco y que merece ser visto en salas (imagino que el impacto visual y emocional en una pantalla hogareña deber ser mucho menor). Si la calificación de esta crítica no es más alta no se debe solo a ciertos lugares comunes del guion y a cierta tendencia al subrayado declamatorio que surge en su parte final sino porque a directores de excelencia (y Szifron es, sin dudas, uno de ellos) se le exige un poco más que a los demás.
El regreso de Damián Szifron al cine después de una década tal vez desconcierte a algún desprevenido dispuesto a reencontrarse con la mirada más bien mordaz y el color local de sus producciones argentinas. Szifron llegó mucho más lejos que la mayoría de sus colegas en la incorporación de algunas de sus mejores creaciones al imaginario colectivo de los argentinos. En este sentido operan el recuerdo siempre latente de sus Relatos salvajes y de Los simuladores, dos obras vigentes en nuestra memoria como verdaderos acontecimientos que van mucho más allá de las historias que cuentan y los personajes que las protagonizan. Misántropo, la primera película que Szifron rodó en los Estados Unidos e hizo en inglés, seguramente no provocará en nosotros ese mismo resultado, pero nos ayudará a recuperar en plenitud la esencia de su talento como creador de ficciones y su inagotable imaginación como narrador visual. A primera vista, Misántropo aparece ante nuestros ojos como un thriller intenso, complejo y meticuloso del que Szifron se vale para mostrar buena parte de las influencias que tiene su mirada clásica de contar una historia. En este caso, la referencia más visible corresponde a los policiales de toda la década del 70, en los que la trama empieza a ramificarse y a abordar cuestiones que van desde las conspiraciones políticas hasta la minuciosa descripción de lo que pueden esconder las mentes criminales. Misántropo empieza de noche, como anticipo y promesa de lo que nos espera: un relato de contornos bien oscuros, con personajes a los que les cuesta mucho encontrar la luz. Pero el comienzo del relato, en medio de la nieve y el frío del invierno en el hemisferio norte, transcurre en medio de las celebraciones de Año Nuevo. El bullicio, el ruido y las luces de los festejos en los áticos, en las calles o en un departamento cualquiera empieza en un momento a confundirse con certeros disparos que reciben personas que parecen elegidas al azar, sin un motivo aparente para morir de esa manera. Estas circunstancias fortuitas y el perfil de las víctimas desconciertan de inmediato a los investigadores. Sobre todo a Lammark (Ben Mendelsohn), el curtido agente del FBI asignado al caso. El hombre, después de las primeras averiguaciones, descubre que entre los agentes policiales que salieron al principio a la caza del asesino en el departamento que funcionaba como su base de operaciones hay una joven oficial llamada Eleanor Falco (Shailene Woodley) con una perspicacia muy especial para interpretar posibles señales y motivaciones en la conducta del victimario. No hay tiempo para perder cuando todos temen que la masacre pueda repetirse en cualquier momento. Y la preocupación por no dar pasos en falso abre otro escenario en el relato. Del thriller sobre la caza de un asesino en masa pasamos, como señaló Szifron hace unos días a LA NACION al mucho más resbaladizo terreno del drama institucional. Las autoridades políticas y policiales, que anhelan una resolución rápida, desconfían de los modos y procedimientos de Lammark, de sus intuiciones y de la inexperiencia de la joven policía. Szifron nos conduce a través de esos inquietantes recorridos con una pericia enorme para mostrar al mismo tiempo cómo progresa (o retrocede, según el caso) la búsqueda del asesino, cómo se construye el vínculo entre Lammark y Falco (que de a poco van adoptando de manera inconsciente el lugar del mentor y la discípula) y cómo ambos se ven obligados cada vez más a refugiarse en esa confianza mutua frente al recelo y al cálculo de sus superiores. Hay en Misántropo escenas de extraordinaria tensión visual y dramática (la más admirable, narrada a través de un montaje virtuoso, transcurre en el interior de un centro comercial), un meticuloso acercamiento a sus principales personajes, marcados en buena medida por conductas pasadas, y sobre todo un propósito deliberado de tratar de entender las razones que inspiran hechos tan cruentos como un asesinato en masa. Para hacerlo, como es su costumbre y su identidad, Szifron confía ante todo en el poder de la imagen, pero en este caso también necesita dar un poco más de explicaciones que en sus trabajos previos. Con su pulso de narrador ejemplar y hábil creador de atmósferas llenas de tensión (que aprovecha a la perfección el trabajo del talentoso director de fotografía argentino Javier Juliá), Szifron describe un mundo en el que las soluciones fáciles, superficiales y abiertas a la manipulación solo pueden empujarnos a cometer errores irreparables.
"Misántropo", de Damián Szifron: a la caza del asesino Estimulante ejercicio de cine de género, "Misántropo" seguramente será recordada en el futuro como aquella historia policial que Szifron hizo en Hollywood antes de embarcarse en "Los simuladores", la película. Para el argentino Damián Szifron, el director de Relatos salvajes y creador de la exitosa serie Los simuladores, no fue nada sencillo filmar su primera (¿y última?) película en Hollywood, como lo explica en detalle en la entrevista publicada hace una semana en Página/12. Es que, más allá de las demoras y problemas usuales de la industria – financistas que hay que cautivar, luces verdes que deben encenderse, preventas que deben asegurarse en varios territorios–, se sumaron las lógicas reticencias ante un tema candente y problemático en la sociedad estadounidense: los tiroteos masivos con múltiples muertos y heridos que regularmente ocupan un espacio noticioso de relevancia. “Llegó un momento en que eran muchos los asesinatos en masa, y ahí la onda para hacer esta película se iba disipando y la idea era mejor que no”, describe sin vueltas Szifron, cuyo film llega a la Argentina con el título imaginado por el realizador, Misántropo, y no el híper genérico To Catch a Killer (“Para atrapar al asesino”) con el que desembarcó en su país de origen. Como han señalado todas las reseñas, incluidas las negativas, Misántropo comienza con una gran secuencia, apoyada en la notable dirección de fotografía nocturna de Javier Juliá. En plenas celebraciones de Año Nuevo, escudado en las explosiones de los fuegos artificiales, un tirador de excelsa puntería comienza a disparar sobre los desprevenidos ciudadanos de Baltimore. En una terraza, en un ascensor, en una pileta de natación, en un piso lujoso, en las calles, el impacto de varias docenas de balas certeras acaba con las vidas de hombres y mujeres desprevenidos. Por la zona anda de guardia Eleanor Falco (Shailene Woodley), una agente de policía de rango raso que de inmediato se acerca a uno de los lugares atacados. Cuando las mediciones in situ señalan claramente el lugar del cual provienen los disparos, confirmado por una explosión pergeñada por el verdugo, Eleanor no duda en subir varios pisos por escalera y sin máscara protectora, actitud temeraria y peligrosa para su salud por la cual es regañada de inmediato, aunque alguien importante toma nota de ello, amén de otras aparentes aptitudes. Hay algo en el personaje de Woodley que la señala como descendiente indirecta de las Clarice Starling de este mundo, aunque en su caso el pasado de abusos autodestructivos le ha impedido ingresar al FBI. Como la protagonista de El silencio de los inocentes, la caza del asesino se transforma en norte y destino autoimpuesto, apadrinada por un detective de alto nivel de la agencia federal, Geoffrey Lammark (Ben Mendelsohn, gran valor), que ve en ella ciertas capacidades especiales para poder empatizar con el depredador. Tales son las líneas generales de Misántropo, cuyo guion fue escrito por el propio Szifron y el británico Jonathan Wakeham. Un guion que, sin dejar de ser derivativo en más de un sentido, aporta varias capas de oscuridades en el marco de un policial tradicional de asesino suelto. Si bien el procedimiento policial, la investigación en sí misma, ocupa bastante espacio, la trama se destaca por dos elementos distintivos. Por un lado, un clásico de otros tiempos: la inoperancia de los altos mandos y el choque entre la velocidad de la investigación y las necesidades políticas del momento, que llevan a cometer un par de errores garrafales ante la presión pública. Por el otro, algo un poco más perturbador. A medida que Eleanor comienza a comprender cabalmente la mente del asesino y sus posibles motivaciones, gracias a un par de testigos que detallan su pasado, la sincronía entre ambos, ese odio a la humanidad reprimido en una y desatado en el otro, acerca un tercer acto en el cual aparece la posibilidad de la comprensión, aunque la necesidad de encerrar a la bestia nunca sale de cuadro. Hay diálogos un tanto pomposos, un final irónicamente “poético” que podría haber sido y no fue, y un par de muy buenas escenas de acción cronometradas en el metraje para aumentar el nivel de adrenalina. Ejercicio genérico estimulante con un par de marcas de estilo, seguramente en el futuro Misántropo sea recordada como aquella historia policial que Szifron filmó en Hollywood antes de embarcarse en Los simuladores, la película.
Si hay un director que es amado y respetado por partes iguales en Argentina, es Damián Szifron. El creador de Los Simuladores y director de, por ejemplo, Relatos Salvajes, tiene por fin su primer paso por Estados Unidos, y con un casting que cuenta con un par de caras conocidas como lo son Shailene Woodley o Ben Mendelsohn. Veamos qué podemos decir de Misántropo. La historia comienza en el día de celebración de Año Nuevo, donde, repentinamente, mucha gente es asesinada por un francotirador, mientras estos celebraban. La policía local y un agente del FBI tendrá que atrapar al responsable de dicha masacre, antes que la vuelva a repetir. Si, sé que todos están pensado que la historia no podría ser más genérica, y en ese sentido, tienen razón. No vamos a ver ninguna innovación ni ningún giro de tuerca al final de esos que nos dejan descolocados sin saber que pindorcha pasó. Pero al mismo tiempo, y co ese hándicap en contra, Misántropo no es una película mala. O al menos, no aburre. Esto se da en gran medida porque la identidad del asesino se mantiene oculta casi todo el metraje, pudiéndole ver la cara y sus motivaciones casi que en el propio clímax. Se que o soy el único que le gusta que dichas revelaciones vengan acompañadas por algún interprete conocido, y este es el caso (si son de ver muchas películas de A24). Aparte que el dúo protagonista lo hace bastante bien, demostrando que son dos interpretes algo infravalorados tanto por la critica como por la propia industria. Aunque si es cierto que por momentos el personaje de Ben Mendelsohn, peca de tirar demasiadas frases metafóricas o inspirados, sin venir a cuento, y sonando bastante ridículo porque, siendo honestos, nadie habla asá en la vida real. En conclusión, Misántropo es una película aceptable. Podríamos decir que es lo más flojo que hizo Damián Szifron hasta la fecha, pero viendo el panorama actual de Hollywood, esto también conlleva que es mejor que muchas otras cintas que recibimos semana tras semana.
El país que no se mira. El relato está enmarcado en ese estilo clásico en el que Szifrón sabe moverse como un experto. Confieso que tuve al principio algunas sensaciones encontradas mientras iba visionando la película; quizás demasiado expectante de esta nueva película del director, esperaba yo una impronta szifroniana demasiado explícita, quizás demasiado didáctica. Pero rápidamente me fui acomodando a esta otra propuesta que tiene su singular personalidad. Mientras pasaban los minutos empecé a pensar algo que después resultó evidente, pero que no lo fue desde el inicio: no se trataba de una película argentina, filmada por un director argentino, realizada en el exterior y con actores extranjeros. La película es un producto propio de la cultura norteamericana, pero no una película más de Hollywood, una muy buena película de Hollywood. Y creo que ése es el mérito de Szifrón. El valor de la película no pretende jugarse en la argentinización del policial, sino el de poder integrarse a ese linaje del gran relato policial norteamericano. Esto no significa que esté ausente la mirada personal por parte del director, que no se cuele en ninguna medida una perspectiva extraña en ese mundo de la diégesis. Dos momentos revelan, a mi entender, esa singularidad, esa ajenidad respecto de la cultura desde la cual se filma… como si dijéramos donde se deschava el “acento” del director. La tematización de los desechos cristalizada en la escena del basural, y el diseño simétrico de la heroína y el asesino. El basural: el país que no se mira Es un momento fugaz, pero de gran impacto. Sucede cuando el equipo va a buscar una camisa que el asesino ha arrojado en el tacho de basura de un centro de compras. Lo que me resulta impactante de la escena no es sólo lo que muestra, sino cómo elige mostrarlo. Lo que sugiere con su perspectiva. La escena es mínima, pero significativa. Eleanor y su compañero llegan hasta el depósito municipal de residuos; allí los recibe un empleado, quien con poco entusiasmo y ningún espíritu de heroicidad les indica la montaña de basura para que busquen. Eleanor pregunta, ingenuamente, cómo y dónde tienen separados los residuos (ya que seguramente eso habría facilitado la búsqueda de la prenda), a lo que el empleado responde, sin inmutarse, que tiran todos los residuos juntos, sin separarlos, dando a entender que el reciclaje, el tratamiento racional de los residuos es inexistente en el proceso de producción real. Los residuos no son tratados, simplemente se tiran, se amontonan, se abandonan. Y como remate final de la escena, el plano del océano de basura, contundente, que inunda todo de un modo ominoso. La escena propone una metáfora del argumento. Una sociedad es también lo que desecha, el modo en que trata a sus seres desechados. Lo que se desecha, se abandona, y para justificar el destrato, para olvidar que la toxicidad del elemento está en la forma en que se lo ha [des]tratado, no en sí mismo, se construye en torno a ese elemento un relato. Se hace de la materia un enemigo sin origen. Se criminaliza aquello que se expulsa. Entendiendo a la criatura El otro aspecto interesante del film es la simetría y la empatía entre la oficial Falco y el asesino. El agente especial Lammark, advierte en una respuesta de Eleanor algo que le llama la atención; ella entiende al asesino, por algún motivo piensa como él. Y en ese momento hace un comentario que pasa por ser una broma, pero tiene –como toda broma en el fondo- un trasfondo de verdad que no puede salir a la luz más que en la forma de un chiste: luego de invitarla a formar parte de su equipo de elite, Lammark justifica su decisión, ante el desconcierto de Eleanor, diciéndole que es importante para él tener en el equipo alguien que piensa como el asesino (que piensa diferente), pero, porque piensa como el asesino, porque entiende su modus operandi, es también importante sumarla al equipo porque de ese modo liberar las calles de una persona que es tan parecida al asesino. De las pocas cosas que sabemos del personaje, se nos informa que, como el asesino, también ella ha sido desechada. A diferencia del asesino, no conocemos el trasfondo afectivo y emocional de Eleanor; no sabemos nada de su familia, parejas, etc. Apenas sabemos las consecuencias: problemas de droga, episodios recurrentes de cortarse los brazos, etc. Sí conocemos un dato significativo: su interés por la investigación no es accidental, siempre ha mostrado esta vocación, e incluso Lammark descubre que solicitó un trabajo en el FBI, para el cual fue rechazada por sus antecedentes psicológicos. Ambos personajes, Dean Possey (el asesino) y Eleanor, presentan simetrías notables en el diseño de sus caracteres: ambos desechados, ambos con una autodestructivos. Pero hay un dato curioso en el relato de Szifrón: una decisión llamativa en el modo desigual en el que se ha presentado la información sobre estos personajes. Una de las estrategias más efectivas para lograr la identificación afectiva del espectador con un personaje, es la humanización, que consiste básicamente en brindar información de su pasado, que de alguna manera justifica su actualidad (y sobre todo lo libera relativamente de ciertas responsabilidades). Esto efectivamente es lo que ocurre con el asesino. Pero dijimos que Eleanor es prácticamente un reflejo del asesino, y sin embargo, de las razones que la han llevado a la protagonista a tales desajustes emocionales; los motivos que la hacen pensar como un psicópata, de eso no sabemos casi nada. Parte de la simetría que el relato plantea entre estos personajes se revela en el encuentro final entre Eleanor y Dean, donde ella es capaz de ponerse en lugar de esta persona desechada, y aceptar los términos que el asesino propone, para morir en su dignidad, en lo que le queda de humanidad, para que eso que lo ha transformado en un monstruo, no le pueda arrebatar lo último sano que le queda. Esta empatía entre la heroína y el asesino, que la lleva a Eleanor, no sólo a ponerse en su lugar para pensar como él y conseguir apresarlo, sino fundamentalmente para redimirlo; ofrecerle el gesto de humanidad que nadie ha sido capaz de darle, es la creación de un director que no sólo sabe retratar magníficamente policiales, sino de alguien que tiene una comprensión de las lógicas laterales, de ver que el residuo tóxico es consecuencia el destrato de un sistema que no se hace cargo. Y entonces, me vino a la cabeza, como un rayo y una revelación, aquella frase que Szifrón profirió en el programa de Mirtha Legrand, entonces escandalosa para el establishment argentino, que ahora se resignifica y adquiere su auténtico valor: “yo, si hubiese nacido en condiciones infrahumanas, si no tuviese las necesidades básicas cubiertas, yo creo que sería delincuente, antes que albañil”.
Tras nueve años de su última incursión cinematográfica («Relatos Salvajes»), Szifrón debuta en el mercado hollywoodense con un policial bastante oscuro, que se apoya mucho en sus personajes y en el minucioso trabajo del creador de «Los Simuladores» tanto en el guion como en la estilizada e impecable puesta en escena que propone. Si nos atenemos a la definición que aparece en el diccionario, Misántropo es aquel que le tiene aversión a tratar con otras personas, algo que viendo el film entendemos prácticamente desde su secuencia inicial y que tiene mucha mayor relevancia que su título anodino en inglés «To Catch a Killer». Gracias a algunos comentarios que deslizó el director de «Tiempo de Valientes» en entrevistas, el relato parece haber contado con algunos contratiempos en cuanto a producción, debido a la temática que trata y el momento convulsionado que atraviesa la sociedad norteamericana respecto a la violencia. Si a eso le sumamos la habitual dificultad de los directores internacionales que debutan en la meca del cine para imponer su visión en lo que buscan narrar y las presiones de los estudios para recuperar lo invertido, no es de extrañar que su experiencia no haya sido del todo agradable. Esto por supuesto no se condice con el resultado ya que nos encontramos ante un thriller policial más que sólido de esos que ya no abundan y que eran moneda corriente décadas atrás. El largometraje nos sitúa en la ciudad de Baltimore, en la noche de Año Nuevo. Los ciudadanos festejan en las calles y en sus casas observando un gran show de fuegos artificiales que iluminan la oscura y fría noche. En ese contexto, ocurre un feroz ataque producido por un francotirador que deja un saldo de 29 muertos y ni una sola pista en la escena del crimen. Eleanor Falco (Shailene Woodley), una introvertida y muy talentosa oficial de policía, es reclutada por el agente especial del FBI Geoffrey Lammark (el siempre fenomenal Ben Mendelsohn) para integrar el equipo a cargo de la identificación y captura del homicida. La secuencia que abre el film nos mete de lleno en el conflicto y nos introduce varias de las geniales ideas visuales que posee Szifrón y que irá construyendo a lo largo del relato junto con la maravillosa visión de Javier Juliá («Argentina 1985», «El Último Elvis»), director de fotografía que ayuda a erigir esa pesada atmósfera de Baltimore. Ahí queda marcado tanto la tensión como el tono que rodeará a la narración y que por momentos parece estar influida por el cine de David Fincher (especialmente «Zodiaco» y «Pecados Capitales») al igual que «El Silencio de los Inocentes» (1991) y el cine de Alan J. Pakula. La relación de agente experimentado versus la joven promesa que está dando sus primeros pasos, fue tratada hasta el hartazgo en el policial, no obstante, aquí cobra fuerza gracias a los interesantes intercambios que se dan entre Mendelsohn y Woodley, apuntalados por otro de los fuertes del realizador argentino, la dirección de actores. Woodley, que además oficia de productora, se calza al hombro el protagonismo y se pone de igual a igual con su experimentado partenaire en un rol bastante atractivo que viene a trabajar la visión de una calculadora agente que tiene algún que otro punto de relación con el estado psicológico del homicida. El guion de Szifrón junto al ignoto Jonathan Wakeham construye a fuego lento este juego del gato y el ratón que se ampara en la realidad de una fragmentada sociedad norteamericana, en la escalada de violencia producto de posesión libre de armas y también una crítica perspicaz al capitalismo salvaje imperante en EEUU. Por estas cuestiones no es de extrañar que la película no haya gustado tanto en su país de origen y que las críticas se hayan quedado en la superficialidad del film. Otro de los aciertos del relato pasa por su gran trabajo de montaje que también cayó en manos del argentino y que terminan de amalgamar ese comienzo arrollador con un segundo acto más tranquilo desarrollado más que nada en las oficinas del FBI y apoyados en la investigación para ir preparando ese tercer acto apabullante en las afueras de la ciudad. «Misántropo» es un thriller policial formidable que demuestra toda la destreza y maestría de Szifrón como director. Si bien se puede notar por momentos la incomodidad por la que tuvo que atravesar el argentino para llevar su historia a buen puerto, también se ve su impecable pulso para construir las escenas de acción y el ritmo del relato (con un más que meticuloso trabajo a la hora de erigir el suspense y la tensión). Otro notable trabajo de uno de los más destacados directores de argentina.
Acción, preocupación, aceptación. Dejando de lado casos como el de Hugo Fregonese (otros tiempos, otro Hollywood), las experiencias de directores argentinos en Estados Unidos, en las últimas décadas, han dado como resultado productos mayormente híbridos, impersonales, cuando no truncos o frustrados: Adolfo Aristarain, Alejandro Agresti y Luis Puenzo han pasado por esas lides. Sin embargo, suele pensarse que los directores que logran insertarse en ese mercado Llegaron, lograron lo máximo a lo que pueden anhelar como cineastas. Ciertamente, tal vez sea ventajoso para ellos (por la posibilidad de trabajar con mejores presupuestos y por lo que implica en cuanto a crecimiento profesional), pero a los espectadores no debiera importarnos otra cosa que las películas que hacen en esas condiciones. Misántropo –calificativo que bien podría adjudicársele a Szifron, si hubiera que juzgarlo por las características de sus guiones para el cine– es un policial eficaz, y no habría mucho más para decir: genera suspenso, arroja de manera sagaz momentos de sobresalto y violencia, desliza saludables toques de humor. Es cierto que, como decía aquí al escribir sobre la exitosísima Relatos salvajes (2014), la atención que pone en las astucias del guion y el efecto sorpresa, además de su estética lustrosa, parecen responder más a los códigos de una serie televisiva que del cine, sin negarle al todavía joven director indudable pericia. En Misántropo, desarrollando la búsqueda de un brutal francotirador en Baltimore, asoman suspicacias sobre intereses en juego de los organismos responsables de garantizar la paz social, así como sobre los motivos del desapego a la vida –propia y ajena– del hombre buscado. Esto último es interesante porque se sugiere, además, que Eleanor, la joven policía que termina involucrándose cada vez más en el caso (encarnada con corrección por la no muy carismática Shailene Woodley), tiene frustraciones en común con el asesino. Lamentablemente, en su último tramo se suceden varias situaciones caprichosas o inverosímiles (la inesperada decisión que adopta la madre del asesino, por ejemplo) y Eleanor, que parecía que iba a patear el tablero y rebelarse, de una u otra forma, termina aceptando a regañadientes determinadas condiciones para ascender en su trabajo y negociando con el FBI. Tal vez haya en ese personaje algo del propio Szifrón, profesional competente y muy listo que debe pactar (o resignar) ciertas cosas para progresar. Por Fernando G. Varea
"De almas y mentes rotas" Después de nueve años, tras el éxito de su último largometraje Relatos Salvajes, Damián Szifrón nos presenta su nueva película titulada Misántropo, producida en Estados Unidos. Por Denise Pieniazek Misántropo (To Catch a Killer, 2023), el nuevo largometraje del talentoso realizador Damián Szifrón (Relatos Salvajes, Tiempo de valientes, El fondo del mar, Los Simuladores, Hermanos y detectives) se estrena en 113 salas argentinas. Szifrón comenzó a trabajar en dicho proyecto incluso antes que en Relatos Salvajes (2014), en el 2010 ya tenía el título en mente y el concepto principal, lo cual fue retomado durante el 2015/2016 cuando recibió invitaciones para filmar en el exterior. El relato inicia en la víspera de año nuevo en Baltimore, Estados Unidos, mientras la gente festeja, un repentino y misterioso ataque tiene como consecuencia 29 muertos, sin dejar ni un solo rastro. Una joven policía de bajo rango, Eleanor Falco -interpretada por Shailene Woodley-llega rápidamente a la escena del crimen, mostrando buen instinto en su desempeño en medio de la tragedia. En consecuencia, el líder de la investigación Geoffrey Lammark (Ben Mendelsohn) del FBI, la convoca para formar parte de su equipo para capturar al responsable de los crímenes que atormentan a la ciudad. El director argentino ha mencionado en diversas entrevistas* que el largometraje posee relaciones intertextuales con películas que lo han impactado desde temprana edad, tales como Nighthawks (1981,Bruce Malmuth/Gary Nelson), The French Connection (1971,William Friedkin), Dirty Harry (1971, Don Siegel/Clint Eastwood), Tightrope (1984, Richard Tuggle/Clint Eastwood), The Verdict (1982,Sidney Lumet) y The Parallax View (1974, Alan J. Pakula),la mayoría de ellas tienen un asesino serial o el crimen como tema principal, frente a uno o dos policías que intentan resolver el caso. Dicho largometraje perteneciente al género policial, remite en su tono y estilo a las películas de temática similar que oscilan desde´70 hasta los´90. Sin embargo, mientras que en la mayoría de ellas eran hombres los que resolvían los casos, existían excepciones con las que puede establecerse un vínculo con la obra en cuestión, puesto que las mujeres son protagonistas y resuelven el crimen. Por ejemplo: El coleccionista de Huesos (The Bone Collector, 1999), El imitador (Copycat, 1995), Besos que matan (Kiss the Girls, 1997), rol que aquí es ocupado de forma más que convincente por Shailene Woodley. La narración se ocupa de mostrar que aún en la actualidad las instituciones policiales siguen siendo mayormente masculinas. Desde la primera escena, Misántropo, logra desplegar la intriga y manejar hábilmente el suspense, para mantener atrapado al espectador durante todo el relato. Allí se representan dos lógicas en tensión, la lógica del asesino y la lógica del sistema policial. Y entremedio Eleanor, que por sus características atípicas en una policía y por ser una “mujer rota” logra razonar desde el punto de vista del homicida. Porque Szifrón acentúa estos rasgos de “anti-héroes” que ya estaban presentes en las películas de los´70, ´80 y ´90 mencionadas anteriormente, que hacen a sus personajes más humanos y menos perfectos. Debido a la incomodidad temática del filme respecto a los asesinos seriales, tiroteos o posibles actos terroristas, y también, posiblemente por las fuertes críticas que la obra esboza sobre las instituciones de poder norteamericanas, cómo opera el gobierno, su sistema policial, etc., la realización de la película padeció varios avatares. Asimismo, el pasaje del título origina Misántropo al título en inglés To Catch a Killer (cuya traducción sería “Para atrapar al asesino”), quizás apuntando -salvando las distancias- a que resuene el título a la conocida To Catch a Thief (Para atrapar al ladrón, 1955) de Alfred Hitchcock. Respecto a esto el director expresó su disconformidad, ya que prefería que el título en inglés sea Misanthrope, puesto que condensa el sentido del filme en sí mismo. Respecto a Hitchcock, cuyo cine Szifrón ha confesado admirar desde sus inicios, resulta pertinente advertir la utilización en más de una ocasión de luces parpadeantes que oscilan entre el rojo y el azul -recordemos que el director de fotografía es el argentino Javier Julía-, las cuales remiten al final de La Soga (Rope, 1948). A pesar de que hacia su desenlace decae un poco el ritmo del relato, el guión escrito en conjunto entre Szifrón y el británico Jonathan Wakeham, decide correr riesgos poco frecuentes, los cuales no mencionaremos para evitar los spoilers. Asimismo, el realizador demuestra valentía, al explicitar la hipocresía del sistema norteamericano y cómo se escribe a conciencia la narrativa de una “historia oficial”, a la cual le preocupa más una resolución rápida que la verdad. Parafraseando a uno de los personajes que cita el filme Tiburón (Jaws, 1975) “…Al final de la película el alcalde seguía siendo el alcalde”. El final termina por completar la tesis social esbozada previamente por el personaje del asesino, con fuertes objeciones hacia la sociedad capitalista, al concepto de espectáculo que brindan los medios de comunicación masivos en complicidad con el poder de turno y la lucha de poder dentro de las instituciones gubernamentales, donde todos quieren atribuirse el mérito que no les corresponde. En conclusión, Misántropo presenta un atrapante policial que merece ser apreciado en una sala de cine.
LA MACULADA CONCEPCIÓN, O LA GUERRA LLEGA AL PAÍS “Eso es lo malo, no se puede encontrar un lugar agradable y tranquilo porque no lo hay. Tal vez crean que lo hay, pero una vez que estén allí, en cuanto se descuiden, alguien escribirá ‘Te jodo’.” J.D. Salinger, El guardián entre el centeno 1. La autoconciencia del concepto del cine no puede ser hoy, y desde dos o tres décadas a esta parte, más que un arrojarse de cabeza al género. Al cine de género y a su modo o forma eficiente y ejemplar: el thriller, es decir y como hemos escrito desde hace ya décadas, la traducción del melodrama tras la movilización total; por ende, la última forma de conservar la representación trágica… Y ello a su vez teniendo presente el propio carácter bifronte del thriller: el policial y el fantástico; o esa síntesis entre ambos modos que han dado algunos resultados más que satisfactorios. Pero ese arrojarse no es un suicida salto al vacío. Se debe poseer el paracaídas adecuado, que consiste en saber muy al dedillo la diferencia entre el “que se sabe”, y el “qué se sabe”. Pero tras conocer y asumir esa diferencia cruzar ese Rubicón de la autoconciencia, saber cómo continuar primero y ocupar después ese “espacio” mental-simbólico, así como anímico-espiritual… No se trata, como suele ser cada vez más frecuente, de una miope recorrida por el boulevard de la nostalgia, donde acecha a cada paso el monstruo de la cinefilia, que intenta petrificarnos con esta nueva manifestación del signo meduseo, la cinefilia algorítmica. Más que un paseo o recorrido de un turista ocasional en el país del concepto del cine, se trata de habitar lugares a veces exiguos, otros con habitaciones atestadas de saldos y retazos. Y otros, donde prima el cambalache carnavalesco de la feria de vanidades de la trivia, la mera cita, y el afichismo. Un film, un thriller en este momento de la autoconciencia es un habitar seguro. Más aún si ese habitar es también una emboscadura. El cine, o lo que resta de él en cuanto a concepto –es decir la forma última y posible del pensar y el poetizar, al menos occidental–, es más que obvio que está siendo sometido a un vaciamiento de sentido. De consuno al vaciamiento de todo elemento tradicional que fue lo hondante del espíritu europeo. 2. Este recorrido autoconciente se trata de la autoafirmación de una propiedad. De un nomos. No puede haber hoy, y de ahora en más, un film que forme parte del concepto del cine que no sea también una agónica puesta en escena. Y qué mejor que ese ágon sea también imagen-acción. Todo film, todo thriller ya no sólo debe estar obligado –para ser cine– a contar dos historias, como hemos expresado en nuestra teoría. Una primera o “trama” comprensible y transparente, y una segunda simbólica pero abierta a la intelección, y no obligada a la adivinanza por el fantoche de la alegoría. Se suma ahora un tercer elemento, o tercero en discordia. El relato de su propia autoconciencia. Una suerte de bitácora o diario tanto íntimo como desembozadamente público, que señale sutilmente el particular recorrido de ese sendero hermenéutico. Más que nunca un film debe ser también la historia privada de su apropiación como ánimo espiritual. 3. En Misántropo, de Damián Szifron –su film primer film en habla inglesa y con diégesis norteamericana– se dan perfecta y minuciosamente tales puntos expresados arriba. Szifron despliega, simétricamente a la doble diégesis de su film, un compuesto formado por una serie de dobles –exterior-interior; abierto-cerrado; anónimo-particular–, así como explora de consuno, con la investigación en marcha de un crimen tanto anónimo como colectivo, la propia doble articulación de su ethos particular. La investigación policial en marcha hace pendant con su propia indagación sobre el concepto del cine. Cada huella, briza, trazo, fragmento, que buscan, o mejor dicho con la que se tropiezan ambos investigadores ficticios, refleja la propia investigación del director, que vuelve a esos azares mojones de referencia sobre su propia pesquisa. ¿No es el cine acaso, el arte del azar controlado? Porque se trata hoy, y con toda urgencia, del único procedimiento posible. ¿Cómo extraer, e intentar volver, o de-volver operativo lo que ha sido llevado al colmo inflacionario de lo especulativo? Para emplear una imagen tradicional: ¿cómo extraer la piedra de la locura del interior de esa cabeza global tan profusa en citas y clisés llenos de ruido y de abulia y que significan, ahora, menos que nada? 4. Estamos en la ciudad de Baltimore; donde Poe fuera asesinado. En medio de una caótica orgía de fin de año, donde el potlatch legendario se ha vuelto mero consumo e intercambio de una transgresión elaborada en los mismos laboratorios que crearan la anterior atmósfera mental puritana -ahora vuelta placebo progresista-, un sniper, un francotirador que volverá in extremis franqueza su tirar, elimina a una serie de personas anónimas; como una proyección apendicular en esa pantalla-mundo de su propio anonimato. ¿O es una forma “perversa” de saltar por sobre ese anonimato disparando sobre la anomia colectiva? 5. Dos representantes de la represión estatal, puestos en diverso grado de integración –¿o de tolerancia legalizada?– se encuentran y se unen, sea por azar, sea por necesidad, para resolver el caso. Es decir, hacer público lo anónimo. Geoffrey Lammark– es un ya casi retirado –o a quien buscan retirar–, y enfermo agente del FBI; esas tres letras que irradian todavía un aura de perfección; y también, de anonimato oficial. Mientras que ese francotirador aparece como el Otro por excelencia. Un gigantesco cero. Es lo anónimo que busca decir su nombre. Nombre innominado o sumido en aquello que la sociología reduccionista creada en ese mismo territorio embretó en ese gueto espacioso, cuanto cómodo, llamado “mayoría silenciosa”. Uno de cuyos integrantes busca ahora su voz vuelta grito, y hasta aullido. A la investigación de Lammark se une la agente de policía Eleanor Falco: una semi paria, no integrada todavía, pero sí a punto de pasar -¿y desear también?– a configurar una diferencia tolerada. Vive en un cuchitril exiguo, tan estrecho como la reducción de su personalidad. La que ha intentado reducir todavía más, o volver también anónima su nadidad mediante el suicidio. Esa puerta siempre abierta pero y que también es –al decir de Schopenhauer- ese repetido desengaño absurdo e inútil; puesto que una vez más nos ha engañado esa amante siempre traicionera que es la vida. El integrado Lammark, homosexual ya casado en forma legal y civilmente (“Desde que nos permitieron hacerlo”), y la al parecer opaca Eleanor Falco –sin duda un halcón cuyas garras se ha o le han mutilado, pero no así su ojo avizor y sutil– se “enlazan” en un pasillo que podríamos llamar aquí el residuo de una “vida anterior”. En donde se habitaba –al igual que en el cine clásico– en medio de “un bosque de símbolos”. Donde la libertad–y su correspondiente infortunio– no era otorgada por decreto, sino tomada para sí. Apropiada. Exactamente en simetría con el fundamento que se pretende legendario de ese mismo país. A punta de revolver y de rifle e invadiendo territorios ajenos. Ahora bien, ¿procedió así por su cualidad de domino eminente? Es decir, ¿eran valores y lugares mostrencos puestos a disposición de quien primero los tomara? ¿Caballos salvajes que podían enlazarse a gusto del recién llegado? ¿O eran ya ganado ajeno y marcado al que usurpar? 6. Estamos en medio del caos y el desorden de un festejo de fin de año; una inversión paródica del antiguo rito cuando se mentaba ritualmente el regreso imposible pero deseable a una “edad oro”–vuelta aquí perpetua edad de hierro–, donde nada parece ya fundirse y transmutarse en otra cosa. En medio de ello, la agente de policía Falco, tras desvanecerse, es primero enmascarada de apuro (con lo que “se tiene a mano”) y luego vuelta a enmascarar profesionalmente. “¿Voy a cambiar de máscara, entendés?”, dice otro anónimo apéndice de primeros auxilios. Un ejemplo perfecto–en los que abunda este film- , de cómo organizar y sobre todo sostener la puesta en escena. Es decir, la convergencia entre el soporte material y su sentido usual –máscara de oxígeno usada para un desmayo o ahogo–, y “si queremos” –en sentido simbólico– máscara ¿o mascarada? de una función o rol que se emplea como signo distintivo, pero legal. Pero ese cambio de máscara, por una ¿mejor?, ¿más perfeccionada?, con más ¿qué? No importa. Es siempre como relato originario, o mejor dicho como mitologema, un cambio del status ontológico del neófito. Y qué es Falco, sino una neófita vuelta o reducida aquí al rol de novicia o aprendiz en busca de su renacimiento. Puesto que todos los elementos, figuras, caracteres y oficios modernos son reducciones liberales, y ahora globales, de símbolos tradicionales…Si estos persisten, es gracias a cierto pensar y poetizar que no se somete a esta asimbolia. El cine supo ser, y puede seguir siendo el medio privilegiado para proseguir con este carácter operativo. 7. Por ejemplo. Vemos a Falco en su ir y venir repetido y solitario en una piscina-pecera, y que remite tanto a su reducción espacial como su reemplazo de una necesaria y arcaica sumersión en las aguas primordiales. Luego la vemos ya asentada (¿no toma un baño de “asiento”?), pero en las aguas interiores, particulares, de su bañera. No es entonces el soporte lo importante, sino la conditio, la marcación nueva, porque la fase anterior la tiene ya marcada (Lammark). 8. Esa marca es –según Lorenz–fijación etológica temprana y exitosa, o imposición mediante una marcación substituta. Esta “falco”, descubre con agudeza las huellas y trazos anteriores; puesto que todavía no ha ingresado en el“indoor”, en el interior de ese anterior conflicto de identidad resuelto legalmente. Esa misma ley que le ha permitido a Lammark su unión matrimonial, “marcada” poco antes no sólo como ilegal sino también como inmoral, como esa “letra escarlata” del relato calvinista originario. Aquí por un pase de manos se ha desmarcado algo, mientras la marcación de este halcón en vías de domesticación conserva el atavismo funcional de una mirada que se fija en minucias. Para emplear otra imago ya clásica: Lammark vive situado sobre el tapiz pero vuelto mera alfombra doméstica; Falco, todavía atávica, instintivamente puede seguir el trazo primigenio de la figura de ese tapiz. 9. Al igual que el Aarom Hallan de The Hunted de William Friedkin, este “misántropo”, llamado Dean Possey ha sido o ha sufrido una doble marcación temprana. Como hijo de su padre que lo ha “marcado a fuego”; y como hijo de la patria, esa otrora extensión de la función paterna. Una totalmente ausente aquí. Tan solo aparece sesgadamente cuando en medio de la investigación en marcha damos con una familia “clásica” –no por nada latinoamericana–, pero donde es la mujer la que literalmente empuja al marido a que tome una decisión y confiese; mientras le quita de las manos al hijo de –imaginamos– ambos. El padre, lo paterno, está todavía, pero tan sólo como una rémora biológica dentro de la movilización total. 10. Dean Possey ha tratado de volver a habitar esa primigenia naturaleza supuestamente inmaculada, como los pioneros de los que todavía cierta Norteamérica parece engolfarse cuando se refugia en la nostalgia de esa inocencia supuestamente originaria. Sabemos por sus testigos particulares -desde Huckleberry Finn a Holden Caufield, hasta el ya citado Aaron Hallam–, que eso es imposible. Porque en la concepción originaria de esa territorialidad hubo una mácula, una herida cainita que se intenta cada vez desesperadamente tapar, tachar, mediante la expansión y la gigantomaquia material. Llevando la guerra al exterior, siempre a un afuera ajeno, para intentar –imposible cuanto falsamente– reconvertir esa mácula, ese pecado original, en guerra y hasta –si es necesario a sus fines– bautizarla como “misión de paz”. El fracaso de la revuelta de-mente de Dean frente a la horizontalización permisiva de la “agenda del bien”, lo hace ese Otro que se necesita para que esa agenda pueda ser esgrimida como “progreso”. Tal la diatriba de Tony Montana en el Scarface de Brian DePalma: “Yo soy necesario como mal para que ustedes puedan creerse que son el bien” (citado de memoria). Ante el cíclico fracaso de esta ya imposible emboscadura, sólo resta que la propia madre de Dean –mediante su inmolación y el consiguiente derramamiento de sangre– “grave” nuevamente la marca cainita en ese imposible edén primigenio. 11. Un film como Misántropo demuestra que esa “agenda del bien” tiene demasiadas páginas en blanco y muchas otras borroneadas de slogans y dobles discursos. Como vemos in fine cuando Falco, ya sola, muerto Lammark (su objeto paterno substituto), acepta ese doble discurso y esa duplicidad originaria. Acepta así también su propia “maculación” –reemplazo de la marcación originara fallida, como del propio país que se quiere inocente–, y obtiene “algo” de ese todo anónimo, mediante cierta “reserva mental”. Otra de las binariedades mediante las cuales está organizada toda la puesta en escena del film. 12 En la última imagen la vemos a Falco que al parecer ha conquistado un afuera, un lugar amplio, abierto. Su outdoor. Ha salido de la crisálida de su estrecho tugurio… ¿Lo ha logrado? ¿O ahora ella también habita en medio de esa nada helada, que no es un afuera sino pura y gélida intemperie? Misántropo es cine, dicho sin más, breve y contundentemente. Es convertir en puesta en escena organizada mediante simetrías, el caos y la arbitrariedad de un mundo que se dice “real”, oponiéndole el orden de un mundo bis, paralelo. Pero no uno “ideal”–que allí está la trampa dialéctica– sino trágico. Que de todo esto–que hemos esbozado aquí–se haga cargo una obra maestra, como Misántropo es para celebrar y hacer un guiño a la esperanza…
El regreso de Damián Szifron al cine, tras los nueve años que separan a Misántropo de Relatos salvajes, generaban una expectativa mayúscula. Tampoco había dirigido nada para la televisión o el streaming, y las ganas de los fans de Los simuladores, que saben que la serie tendrá su película para 2024, seguro los acercan en manada a las salas. Y no, no se sentirán decepcionados. Aunque Misántropo no es el tipo de filme que uno hubiera imaginado como lo inmediatamente posterior a Relatos salvajes, llena de ironías y violencias tamizadas con mordacidad. Pero el sarcasmo no tiene necesariamente que ser vehiculizado por la risa, la broma o el chiste. Y Misántropo es también, si se lo quiere ver así, una mirada sobre Hollywood, o sobre todo lo que le pasó a Szifron en sus intentos por rodar bajo las premisas de la Meca del cine, El hombre nuclear -proyecto que nunca prosperó- incluido. Como toda buena película, Misántropo permite ser analizada desde distintas perspectivas. Porque tiene diferentes capas y tamices. Veamos el principio. Noche de Año nuevo en Baltimore. Hay gente, por ejemplo, que festeja en pisos aterrazados, en jacuzzis, que viajan en ascensores al exterior, o patinando en una pista sobre hielo. Un asesino serial se encargará de que esas celebraciones no tengan un final feliz, ya que son masacrados. Aprovechando enmascararse en los estruendos de los fuegos artificiales, el misántropo del título irá disparando, y matando, a decenas de personas. La policía y el FBI Eleanor Falco, una policía (Shailene Woodley, de Los descendientes, Divergente, Bajo la misma estrella) llega hasta el piso desde donde el asesino efectuó los disparos. Allí, luego, arribará Lammark (Ben Mendelsohn, de Bloodline y Ready Player One), del FBI. Y detectará en Eleanor un “algo”, que lo lleva a reclutarla, en principio como un enlace entre la Policía y el FBI. Como decíamos, a esta película se la puede ver como la intensa búsqueda y cacería de un asesino serial -de allí el título en los Estados Unidos: To Catch a Killer, o Atrapar a un asesino-. Como fue El silencio de los inocentes, exacto. Una diferencia es el comportamiento y las características del individuo que realiza los asesinatos, que no es el villano de costumbre, o un loquito. Es un misántropo, un tipo que desprecia a la naturaleza humana. Y en el guion, tiene su explicación, en un largo monólogo del personaje. Porque, también, Misántropo es de los filmes con más texto que haya realizado Szifron. Obviamente hay escenas de acción, que testimonian las matanzas, pero el entramado central pasa por otro lado. Volvemos sobre lo anterior: también puede verse Misántropo -su director de fotografía es el también argentino Javier Juliá- como un filme sobre las miserias de una institución, como el FBI o la Policía, con los palos en la rueda, los celos, la codicia o la falta de solidaridad. El cuidarse las espaldas antes que el bregar por el bien en común, que sería apresar al asesino, pero con armas… dignas. Y quien comete estos asesinatos no es un terrorista, como bien explica Lammark, porque nadie se hace cargo de los hechos. Es anónimo. Así como Hannibal Lecter escudriñaba a Clarice Starling en El silencio de los inocentes, y le daba vuelta como a un guante, Lammark tiene la habilidad de leer entrelíneas a Eleanor. Claro, Lammark es más como Jack Crawford, el jefe de la novata Clarice en el FBI. Eleanor comparte con ella poner sus principios por delante de todo, un tesón inclaudicable y también la inteligencia. Szifron demuestra su maestría en la construcción de los diálogos, en abrir a algún personaje (Lammark, en su vida privada), y en filmar las secuencias de acción con sorpresa, o con brío. Este es un thriller, pero también, un drama, que tiene algún relajamiento de humor, pero lo importante, lo que trasciende, pasa por otro ámbito.
Soy fanático de toda la obra de Damián Szifrón. Su ópera prima (En el fondo del mar, 2003) es mi película argentina preferida y Los Simuladores es, sin duda alguna, la mejor ficción que se ha desarrollado en idioma español. Así que su vuelta al cine tras la larga pausa post Relatos Salvajes (2014) es muy importante. Y la espera valió la pena porque Szifrón presenta su mejor trabajo como director. La puesta de este film no solo es impresionante, sino que recupera algo que paradójicamente falta en las pantallas en los últimos tiempos: cine. Cada plano está perfectamente compuesto, el montaje es brillante y la música perfecta. Con pinceladas de Eastwood y Fincher, el espectador se sumerge en un mundo sórdido, oscuro y cruento. Por momentos asfixiante y por momentos con respiros. El desembarco de Szifrón en dirigir en otro idioma, en otro esquema, era tan esperado como intrigante. Y el resultado es un film que no da nada por sentado. Exige cierta atención por parte del espectador y es por ello que tendrá algunos detractores ya que -lamentablemente- están acostumbrados a recibir todo más procesado y digerido. No es el caso de Misántropo, donde todo se va construyendo a través de un guión muy bien diagramado y donde los actores son un instrumento más. Geniales los laburos de Shailene Woodley y Ben Mendelson, al igual que el resto del cast. Asimismo, es una película que golpea fuerte la coyuntura norteamericana en lo que refiere a los mass shootings. Y eso no es poco hoy en día. Es el alegato del film y su instrumentación es contundente. Me sobran elogios para esta película y para su director. En definitiva, Misántropo es uno de los mejores policiales de los últimos tiempos y el regreso de un maestro.
Puede que no exista un solo director de primera línea en la potencia cinematográfica número uno del mundo más apto, capaz y profesional que Damián Szifron para ponerse a dirigir una película como “Misántropo”. Nadie podría discutirle el puesto; Szifron, por derecho propio, es uno más dentro del Planeta Hollywood. Porque fue a la meca a hacer lo que los americanos mejor saben y podría tranquilamente pasar desapercibido como uno más. Pertenecer a la élite. Porque hay que tener las ideas claras y la conjunción de talento y personalidad, como para rodar allí y hacerlo de modo sobresaliente. Motivo de orgullo nacional, ante semejante vidriera y desenvoltura en el cine de habla inglesa. Tamaño desafío fue emprendido por quien fuera capaz de hacer en nuestro cine nacional una típica película buddy movie, más Hollywood imposible, como “Tiempo de Valientes” (2005). Parece norteamericano, sí, pero es argentino y se trata del cineasta más brillante de su generación. Nueve años después de “Relatos Salvajes”, el creador de “Los Simuladores” nos sorprende con uno de los films más interesantes de la cosecha 2023. El realizador de exitosos films como “El Fondo del Mar” filmó en Canadá, en medio de la pandemia y durante un total de cinco meses, este audaz relato policial. Contando en el reparto con figuras reconocidas de la talla de Shailene Woodley, Ben Mendelsohn, Jovan Adepo y Ralph Ineson, concibió un thriller de investigación modelo, de aquellos que los americanos adoran reproducir por generación espontánea. De modo inteligente, recurre a esquemas propios a la construcción del autóctono género policial que sirven como escenario para reflexionar acerca del enquistado síndrome de la violencia en una sociedad que produce tiradores en masa a ritmo récord durante el presente año. Un asunto que, literalmente, quema en las manos. En una gélida Baltimore el frío cala en los huesos. Un tirador anónimo, resentido contra el sistema y dispuesto a hacernos cambiar de parecer respecto a lo que entendemos por la palabra víctima, dispara a mansalva en medio del festejo en la noche de año nuevo. Fuegos artificiales enmascaran un reguero de balas que empaña la algarabía y la euforia propia. De cierto modo premonitorio, el film, cuyo guion data de principios de la década pasada, antecede la idea de asesinatos en random cada vez más frecuentes: episodios aislados en diversos estados del país del norte aterrorizan a la indefensa población. Nutriéndose del cine sobre criminales seriales que prolifera en la industria mayormente desde los años ’90, el cineasta nativo de Ramos Mejía lleva a cabo una producción de enormes proporciones. “Misántropo” nos sitúa dentro de un paradigma que ostenta suma actualidad y que bien podría inspirarse en titulares de noticiarios: el germen de la virulencia instalada se ha convertido en uno de los males sociales que a Estados Unidos le cuesta cada vez más vidas extirpar de su núcleo. El largometraje, producido por Filmnation Entertainment y RainMaker Films, exhibe la precisa y elaborada manufacturación de un abordaje audiovisual con sello hollywoodense. Szifron nos lega una auténtica clase de dirección, sabiendo bien a qué herramientas y recursos recurrir para valerse de las bondades del lenguaje cinematográfico y aprovecharlo al máximo. La música incidental del maestro Carter Burwell es una delicia. El empleo del espacio en off para escenificar los impactos de bala en favor de la tensión in crescendo en el espectador resulta brutal. Las profusas persecuciones filmadas en precioso plano cenital se vuelven un deleite. En las manos y en la inventiva de Szifron, un asesinato se convierte en un bello acto poético resuelto con originalidad y contundencia estética. Y como todo gran autor, adapta su forma al contenido, porque el cine es un vehículo válido para pensarnos desde lo humano. El caldo de cultivo de la violencia sobreviene como materia de análisis cinematográfico para el debut en la industria norteamericana del laureado autor argentino. La ficción trata una realidad urticante a nivel social, mientras aún resuenan ecos del 9.11.01. Si la barbarie no ha sido adjudicada por un grupo terrorista, la intuición sintoniza con el malestar generalizado. Szifron analiza con profundo acierto las dinámicas de los medios masivos de comunicación, al tiempo que las opiniones dividen su veredicto respecto a la tenencia de armas: ¿la culpa la tiene la cultura? El contexto ficcionado asimila a la perfección las frágiles texturas sociales que explora, soltando una sentencia macluhiana: para el tirador, el arma es una extensión del propio cuerpo. Fabricando villanos para una sociedad necesitada de estos, se nos descubre que el sistema está corrupto de cabo a rabo y acaba empujando a cada individuo a la explotación de sí mismo. “Misántropo”, de manera sublime, provee una concienzuda crítica al aparato consumista y capitalista por el cual Estados Unidos vive y muere. Y en el cual produce películas como estas… ¿Quién es el asesino? Un antisocial sin base ni sustento alguno. Su dedo en el gatillo apila víctimas inocentes. ¿Es el único culpable? También hay daños colaterales y batallas internas que libran las instituciones que deberían proteger a la comunidad. Con la intervención del FBI y la policía local hundiendo sus narices en una guerra de egos, la cacería humana ha dado comienzo. En la urbe donde reina el terror y los barrios de inmigrantes son escrutados con desconfianza y prejuicios, un juego de gato y ratón se echar a andar. De modo llamativo, puede que los extremos opuestos -dentro y fuera de la ley- acaben rozándose: los niveles de perfección que determinan las acciones de un implacable asesino (Ineson) se reflejan, peligrosamente, en la obsesiva conducta que adopta el investigador (Mendelshon) decidido a darle captura. La película siembra guiños y señales (tácticas de disuasión psicológica inclusive) que nos aseguran que quien dirige ha consumido gran parte de este cine producido previamente en Hollywood. Un criminal se escabulle con total impunidad. Poco a poco, el identikit va cobrando forma. El rostro que perseguimos podría ser el de uno cualquiera, como cualquiera de nosotros. Definamos normalidad, porque, en definitiva, tan distinto no se es a aquel desplazado del sistema que solo está comprando tiempo y añorando un poco de silencio entre tanto ruido y tanta furia. La microscópica mirada que ejerce “Misántropo” no omite, por si fuera poco, cuestiones de interés a nivel social como el sexismo (¿quién debe calmar el llanto de un bebé?), la igualdad de género (resulta clave en el desarrollo y en el curso que toma el desenlace de la historia la desenvoltura, determinación y valentía de una joven policía en busca de redención personal, sanidad mental y justicia a cualquier precio), la hipocresía reinante en las altas esferas de poder (¿cuál será la historia que una medalla póstuma contará?) y el matrimonio igualitario (el experimentado Lammark dice estar casado desde que ‘se lo permitieron’). Diálogos precisos que son auténticas citas filosóficas elevan el nivel de calidad de un producto que recurre a metáforas y paralelismos constantes para sostener su tesis. Vivimos en una sociedad en donde el más fuerte devora y elimina al más débil. Son los eslabones de una gran cadena conformada por individuos de una misma especie compitiendo entre sí. Definamos desequilibrios y competencias, exclusiones y marginalidades, para así lograr una idea más acabada. En este sentido, la analogía que se realiza con nuestra naturaleza carnívora y depredadora es brillante. La maquinaria reproduce, sistemáticamente, una lógica monstruosa que avalamos, mientras el destino ensaya la enésima mueca macabra: los malnacidos van a seguir caminando por este planeta. Es hora de elegir si se prefiere ser odiado por lo que se es o amado por lo que no. Fijate de qué lado de la mecha te encontrás.
El debut estadounidense de Damián Szifrón demuestra lo que ya sabíamos desde su opera prima “El fondo del mar”: conoce el lenguaje clásico y sabe sacarle el jugo. Pero esta historia no tiene los ribetes humorísticos que se notan en toda su producción de “Los Simuladores” en adelante: desde su título, aparece algo oscuro, el odio por las personas. Todo se centra en la relación de una joven detective del FBI y su mentor en la cacería de un sanguinario asesino serial que opta por atentados de una crueldad absoluta. Lo notable es cómo esta historia se confunde con un clima (Szifrón es de los pocos cineastas “de acá” que comprende la construcción de un clima determinado) nocturno que acerca la historia a la pesadilla. Quizás no haya demasiada originalidad en el planteo, pero todo está en la imagen y en diálogos de enorme precisión. Hay algo en la crudeza de ciertas secuencias que recuerdan el mejor cine de los setenta.
Reseña emitida al aire en la radio.
De acuerdo a la Real Academia Española “Misántropo” significa “aversión al trato con otras personas”, lo que trae una idea mucho más interesante a la última película de Damián Szifrón que su título en inglés “To catch a killer”, tal como se llamó en los países de habla inglesa. Luego de varios años sin estrenar ninguna película, el creador de “Relatos salvajes” (2014), propone un thriller bien narrado y con actuaciones notables. En “Misántropo” una dupla de detectives compuesta por Ben Mendelsohn (“Bloodline”) y Shailene Woodley (“Big little lies”) debe descubrir quién está detrás de una serie de asesinatos. El autor de los crímenes no deja pistas ni sigue ningún patrón. Ambos investigadores hilan cabos sobre los diferentes episodios, a medida que revelan facetas de su propia personalidad: miedos, inquietudes y obsesiones. A través del guión, escrito por Szifron junto a Jonathan Wakeham, se construye una trama que logra sostener el suspenso hasta el final y que no defrauda a los seguidores del género, los personajes oscuros y contrariados que deben lidiar contra sus propias miserias están muy bien delineados y ejecutados por el elenco, que logra escenas de gran intensidad dramática. . Si bien el género tiene exponentes que colocan la vara muy alta (“El silencio de los inocentes”, de Jonathan Demme, por ejemplo), “Misántropo” se puede considerar una propuesta lograda, aunque demasiado prolija en cuanto a su estructura narrativa. El último filme de Szifrón es un thriller que no defrauda , pero que tampoco arriesga. Cumple las expectativas del espectador promedio de este tipo de películas.
ELEONORA, LAS MAQUINAS VOLADORAS Y LOS CONDUCTORES TERRENALES Noche de año nuevo en la ciudad de Baltimore. Una serie de homicidios silenciosos embestidos desde un mismo punto de ataque. 29 víctimas eventuales. Un helicóptero instiga a la ciudadanía más cercana para que apague sus luces, se aleje de sus ventanas y no abandone su vivienda porque: “Esto no es un simulacro”. Así, en sus primeros cinco minutos, Misántropo nos invita a descartar el sustantivo con el que más se asocia la obra completa de Damián Szifron desde sus comienzos, aquel que en Argentina hemos acuñado a partir del cuarteto más emblemático de nuestra ficción local. Más que una convocatoria a desestimar el recorrido previo del propio director, es el disparador absoluto para poner en función al punto de vista en su primer relato -esencialmente- angloparlante. La declaración viene desde arriba, desde el aire, por fuera de campo y por parte de la institución policial. En campo está una representante de dicho cuerpo (Shailene Woodley) que, en apariencia, se ocupa de cumplir esas órdenes: aparta a los residentes de las ventanas y apaga todas las luces, con la excepción de las que están en el árbol navideño; aparece Haley Miller, el alma más joven de la familia, y nuestra heroína se presenta como “Eleanor”, su nombre de pila. Eleanor -o Eleonora, del griego “luz”-, que sube 17 escalones portando una linterna para acceder a la localidad el homicida, es identificada como “Falco” por el oficial Jackson (Mark Camacho), su superior, quien la reprime por “desperdiciar el tiempo valioso” del cuerpo médico tras perder el conocimiento en su intento de hazaña. Poco tardará ella en volver a (re)presentarse en la secuencia siguiente, con nombre y apellido, uniendo sus dos mitades, ante Geoffrey Lammark (Ben Mendelsohn), máximo portavoz de las oficinas regionales del FBI e inmediato reclutador de ella, puesto que le reconoce un talento nato a la detección de rastros elementales. Eleanor Falco será aludida por sus patrones divisiblemente. Para Lammark es “Eleanor”, para Rodney Lang y Nathan Bowen (Darcy Laurie y Frank Schorpion, respectivamente) es “Falco”. En el sentido literal de las expresiones, en ambos casos se apela a la más vacua cordialidad, el primero es en una especie de afección paternal adoptiva –en la calma y en la ira por igual-, los otros en un distanciamiento profesional falsamente respetuoso. En cualquiera de los casos, no se reconoce la condición simbólica de los dos sustantivos propios. Paradójicamente, sí ocurre con el primer jefe, con Jackson, cuando palpa su perspicacia (“Buen trabajo, Falco”) y apoya la mano con su alianza matrimonial en el hombro de ella, justo antes de abandonar la sala en la que Falco negoció con Lang y Bowen su inserción como Agente Especial del FBI, la Medalla de Honor de Lammark y la pensión correspondiente a Gavin (Michael Cram), su viudo. Lammark, contrario a Jackson y a pesar de haberse casado cuando le fue permitido, jamás porta su alianza. Gavin sí lo hace. Del “demostremos que todo esto es mentira, pero lo del anillo es cierto” de Érica Rivas en Relatos salvajes, pasamos a un matrimonio homosexual en el que una de las partes se despoja del emblema físico. ¿Será porque Lammark está más “casado con su trabajo” que con Gavin?; ¿Porque no tiene su casa en el orden que él se propone a sí mismo y a su institución?; ¿O porque su casamiento es un secreto que pocos saben, con Bowen y Lang como principales testigos mudos, pero potenciales extorsionistas? Como fuera, Lammark no le niega su privacidad a Eleanor. En la escena de la –última- cena, el amague al momento “tu mujer te engaña” de Tiempo de valientes es muy claro, o así lo entendimos muchos. Sin embargo, el escenario no solo es otro, sino que las sugerencias visuales y sonoras alcanzan un estado superador: En lo sonoro, Gavin emplea el sustantivo “drill” (anteriormente aplicado como “simulacro” por el helicóptero) al decirle a su marido que él conoce el procedimiento de la divulgación mediática de la investigación; En lo visual, Lammark es el único zurdo de la mesa, la ausencia de su anillo es innegable, más cuando podemos notar que Gavin tiene el propio y Eleanor, por su parte, y a diferencia de los otros dos, solo expone su mano derecha en la mesa y procura que su manga cubra su muñeca por completo. La escena siguiente ofrece la confesión de Eleanor Falco como una suicida en potencia. El suicidio en esta película jamás es apologético y desde el punto de vista más predominante -el de la heroína- sus impulsos son combatidos con la puesta en escena. Ángel Faretta ya lo indicó en la purga con la natación y la bañera. No son simples cámaras invertidas y contrapicados en piletas, lo técnico tiene un sentido progresivo, aun, y quizás más, cuando los planos duran milésimas de segundo. La tentación al suicidio de Eleanor es declarada. Con el accionar suicida de Lammark pasa lo contrario. Es fácil notar que, ya despedido como funcionario del brazo de la ley, arroja por la ventana todos sus valores, sobre todo los que podrían salvarle la vida, como el simple hecho de no ponerse en contacto en el clímax con Jack McKenzie (Jovan Adepo), a quién él mismo reconoce como su mejor tirador. Pero, nuevamente, la puesta en escena sugiere constantemente, visual y sonoramente. Lammark es presentado en el origen de las escenas de los crímenes. Allí se asustará con la explosión sorpresiva de unos fuegos artificiales programados, diciendo que creía que les estaban disparando (“I thought we were getting shot”). Al salir del centro comercial, en donde el homicida cometió una nueva masacre, le advierte a su Eleonora que él terminará con un ataque cardíaco o despedido. Lo cardiovascular se debe a su estado clínico por sus famosos “gajes del oficio” -malasangre, lisa y llanamente-, lo de ser despedido es más sugerente aún. Sí, será despedido si no cumple con la función de atrapar al asesino, pero la expresión “get fired” es dual tanto por “despido”, como “disparado”. Así es justamente cómo llega Lammark a su destino, como irónicamente le indica su GPS -otra superación, en este caso, del gag “recalculando” en Relatos salvajes-, donde es asesinado por Dean Possey (Ralph Ineson). Sabemos, por el diagnóstico forense, que Dean mata mediante tres objetivos de un solo impacto: cabeza, cuello y pecho. En uno de esos planos que hemos mencionado, que solo duran una milésima, apenas se percibe que el impacto a Lammark fue en el pecho. El hombre fue doblemente “fired”, despedido y disparado, pero no en cualquier impacto, sino en su punto más vulnerable, aquel que también le hubiera causado un ataque cardiaco. La velocidad con la que esto ocurre es excepcional, porque los planos del cadáver de Lammark no nos dejan en claro dónde fue el impacto. Hasta es más probable que haya sido en el cuello, lo que le hubiera anulado el accionar irónico tan bien planteado desde la presentación del personaje. Incluso el “getting shot” del “pensaba que nos estaban disparando” se concreta irónicamente. En el momento del disparo, Misántropo reparte el punto de vista entre Eleanor y Dean, quien con su mira de rifle XM-21 “los está filmando”, le está brindando el plano a la película (“getting shot”). El rostro inmóvil de Lammark se refleja en un charco de su propia sangre, la única chance de pensar dualmente, aquella que siempre descartó en vida -salvo en sus discursos-, la ejerce en la muerte. Lammark, ni en su último manotazo de ahogado, logra concretar un disparo de su arma. Eleanor Falco tampoco. En parte es por el resultado de los obstáculos que la misma institución les impone a ambos. Institución que no deja de conducirlos hacia las pistas falsas, literal y figurativamente. Los helicópteros -a diferencia del de Tiempo de valientes, en el que los héroes son reunidos para manifestarse como un equipo operativo de justicia paralela- siempre desvían, de ahí podríamos justificar su ausencia en el clímax, ya que nunca apuntan hacia una solución operativa. Los vehículos en tierra son más cercanos a ofrecer luz en el caso, no sin dejar de estar al servicio de los despropósitos burocráticos: McKenzie conduce a Falco para seguir la pista de la camisa leñadora verde que Dean abandonó en el centro comercial, pero la misma es desviada inmediatamente por el tiroteo en la droguería con la hermandad aria del “Ejercito Invisible”; y Lammark conduce a Eleanor a la casa de la madre de Dean, pero este padre adoptivo está más empeñado en llevar la cabeza del tirador al edificio de J. Edgar Hoover por mérito propio, lo cual le cuesta la vida. Dijimos que Eleanor Falco nunca llega a disparar un arma, tampoco la vemos conducir. Jamás. Nunca vemos al compañero que la lleva en la patrulla hacia el departamento de los Miller al principio. El recorrido a su casa, la noche después del homicidio en serie, lo percibimos desde una sucesión de planos subjetivos. Recién en el último aparecen los limpiaparabrisas en funcionamiento y la cámara está ubicada del lado del acompañante. Cual fuera el caso, nunca vemos a Eleanor Falco tomando un volante. Entonces, el gran estorbo para la heroína toma ventaja por aire y por tierra. Y ella lo hará por agua, primero, y por fuego, después. Fuego es el elemento que inicialmente le es impuesto como adversario, al punto tal de producirle una alucinación como primera sugerencia de sus impulsos suicidas. El agua podría serlo tranquilamente, para ella es más fácil dejarse ahogar que inhalar humo, aunque también se jacta de tener experiencia con todo tipo de sustancias alucinógenas. El agua delata a Dean. Cuando el punto de vista recae exclusivamente en él –se asea con una canilla del baño en el centro comercial y un hombre lo acusa de indigencia con la seguridad del edificio- y justo antes de que lo comparta con Eleanor Falco. Falco, con su mirada afilada, detecta la camisa leñadora roja -que Dean robó- secándose en el ténder del pórtico y las huellas en la nieve. El agua siempre delata a Dean. Por contraste, el fuego le juega inicialmente de aliado cuando hace estallar el departamento desde donde ejecutó a 29 almas. Y Eleanor, justamente en su condición de Helene, utilizará el estallido del cobertizo para morder el cuello de Dean. Todo esto con su dualidad aérea inhibida, con sus manos esposadas mediante unos precintos: gran y último indicio de que Dean es todo lo opuesto a un diestro simulador, o alguien que simula a la inversa. Dean está fuera de todo registro burocrático posible, tiene el solo objetivo de obtener tiempo y espacio a su comodidad. Para lograr esto improvisa sobre la marcha, con la excepción de su último frente a frente con Eleanor Falco. Concretamente, él no la mata, pero, por la manera con la que agita su mano, no nos queda claro si logró jalar el gatillo. Esa escena no tiene la precisión del plano en que Travis Bickle intenta volarse la cabeza justo cuando se queda sin municiones. Aún así, la ambigüedad se convierte en otra de las aliadas de este largometraje. La confrontación entre lo herbívoro y lo carnívoro, lo verde y lo rojo, es otro tema puesto en escena. Antes de la segunda masacre, gracias a la cual nos terminan de confirmar el vegetarianismo de Dean, este cambia una camisa leñadora verde por una roja. El anciano vendedor de armas lleva puesta una leñadora verde, como signo de aparente inocencia o como luz verde al permiso de venderle armas a menores. McKenzie lleva puesta una campera leñadora roja, similar a la camisa de Dean, en la balacera de la droguería. Antes de dejar a Eleanor sola en el sótano del cobertizo, Dean la mira al rostro con su propia sangre chorreando de los labios de ella. Eleanor es la primera en darle el apodo de “perro” a Dean y sus compañeros lo resignificarán como “perro herbívoro”. En el segundo plano bifocal de Misántropo, cuando Eleanor espera a que Lammark y Lang terminen de discutir, en la pared hay, entre otros, dos retratos de perros –se ve a las claras un perro de trineo- y uno de un puente. “Nos quemaron los puentes del placer”, le sentencia Falco a Dean en su monumental primer dialogo. Dicho sea de paso, es sobresaliente la precisión con la que el atardecer es captado en tiempo real desde los interiores de esa locación. Allí, Dean expresa su repudio ante el menosprecio a la oscuridad con estruendos sonoros y visuales. Eleanor en la conversación con Lammark de camino a la –última- cena le dice que los obstáculos de Bowen y Lang se deben a que ellos saben que él puede atrapar a Dean, pero los reflectores que apuntarían al mismo Lammark dejarían también a sus superiores en penumbras, en una oscuridad que ellos no soportan. Por eso a Lammark nunca le permiten que sea “iluminado” por Eleanor. Esto ella lo comprende en el diálogo, donde Dean la confunde con una académica. Si algo diferencia a Eleanor Falco de Clarice Starling es, precisamente, en que ella no es ascendida por sus méritos universitarios, lo cual no despoja a Starling de otros estorbos profesionales. Dean llega para llenar el vacío de Lammark. Le pide a Eleanor que lo mate, mientras duerme abrazado a su madre, e incinere sus cuerpos. O, también, de la misma forma que el suicidio del primer tercio de la película no se puede prevenir mediante la instigación -como sí sucedía en Harry, el sucio y Arma mortal-, Dean le está suplicando a Damián Szifron que repita el final del relato “El más fuerte”, pero, en la oscuridad de la noche, en ese privilegio que el misántropo se niega a compartir, Dean desconfía de Eleanor y –similar a Lammark- traiciona sus gustos y sus fines con ese fragor que él señala como su gran enemigo: primero con la explosión del cobertizo, después con su ejecución al apuntar a la policía con un arma que suponemos vacía, un arma silenciosa. A Eleanor Falco se la despojó del placer de formarse en aquello para lo cual fue destinada. De Dean sabemos todo, que a los seis años su padre le disparó y dos perdigones le impactaron en la cabeza. De Eleanor solo sabemos que sus traumas comenzaron a los doce, al duplicar la edad desde la cual comenzaron los conflictos de su doble en misantropía. En los últimos planos, ya sin las cicatrices faciales y como Agente Especial del FBI, Eleanor Falco se encamina hacia las oficinas regionales, sin ningún medio de transporte, al cruzar un puente a pie. Sin aliarse a los vehículos aéreos, ni a los terrenales. Al contrario de Daniel Hendler en El fondo el mar -a quien el fuego que intenta crear le perjudica y el agua que debería acompañarlo se convierte en una pileta vacía- la heroína de Misántropo logra desviar los elementos de sus fines.
Si uno quiere saber qué pasó con Damián Szifrón – creador de Los Simuladores, responsable de la nominada Relatos Salvajes -, acá tiene la respuesta: después de coquetear con una posible versión para la pantalla grande de El Hombre Nuclear – protagonizada por Mark Wahlberg – y no llegar nada (posiblemente por interferencia creativa de los estudios), Szifrón eligió un proyecto mas modesto y con mayor control creativo en donde él y Shailene Woodley son los productores. No es un thriller que arrasará la Tierra ni hará historia pero está escrito de manera super sólida, inteligente, con salidas propias de Szifrón y donde lamentablemente el tercer acto – que amenazaba ser brutal y diferente – termina siendo rutinario y políticamente correcto, lo que empaña el esfuerzo previo. Acá hay un asesino serial, pero no de esos que cortan gente en pedacitos sino un tirador que, en la noche de fin de año, liquida a 30 tipos desde un departamento alquilado y después lo vuela por los aires para ocultar todo tipo de rastro. El oficial del FBI a cargo – Ben Mendelsohn, un tipo especializado en hacer papeles de villano pero que va como los dioses cuando le dan papeles against type – no es un bobo burócrata sino un tipo con mucho olfato para las pistas. A Mendelsohn lo tortura la burocracia de la ciudad de Baltimore – el alcalde, el gobernador, gente que lo aprieta para obtener resultados o mostrar algo (aunque no sea verdad) para exhibir que están sobre algún tipo de pista aunque no sea veraz – y, por el otro lado, se topó con la Woodley en la escena del crimen, la cual es una policía de calle con una parva de despioles mentales encima pero que es buena investigando. El drama es que, como depresiva, anti social y con un par de intentos de suicidio, la chica no califica para detective a pesar de que tenga los años y el instinto. A Mendelsohn le encantan un par de conclusiones de la Woodley y la recluta como enlace con la policía local. Como el crimen es demasiado perfecto, hay poco sobre lo que pueden avanzar y lo único que queda es ver el reguero de sangre que ha dejado el asesino. Esta es una historia que prioriza a los personajes sobre la trama. La Woodley cree que está de adorno (o que Mendelsohn la quiere pasar para el cuarto) pero, cuando el detective revela que es gay y está casado, la química entre ambos cambia de manera notable. En un caso como éste la investigación podría tomar años pero el guión acelera tiempos al probar que el asesino comete errores y genera otra matanza de la cual sí se pueden obtener más pistas. Como esta gente piensa “por fuera de la caja” saca conclusiones interesantes que lo ponen sobre sobre el sendero del homicida. La Woodley está afeada y descuidada para dar el look de solitaria a la cual le falta un par de caramelos en el frasco. Honestamente nunca la encontré ni bella ni tan buena actriz y ahora con 32 pirulos tiene que reinventarse de alguna manera. Acá funciona bien en el rol, es creíble como una policía “quemada” por el trabajo y la soledad. El que anda de maravillas de Mendelsohn, que es tan inteligente como cínico y tiene las mejores líneas del libreto – “vos sos como el idiota de Tiburón, el que quiere mantener las playas abiertas mientras el bicho se come la gente” le dice al burócrata que no quiere imponer un toque de queda en la ciudad “sí, pero el alcalde idiota sigue en el cargo en la secuela!”… y esos son diálogos propios del Szifrón que todos conocemos y disfrutamos -. Mientras uno conoce a estos personajes la investigación sigue una secuencia lógica, razonable, simple pero brillante hasta arribar al descubrimiento de la identidad del asesino donde el filme se reserva varias sorpresas. (alerta spoilers) Quizás lo mas brillante es que el homicida solitario – el misántropo del título, que cree que la vida siempre le negó oportunidades y ahora se venga de aquellos que ostentan opulencia o se ven felices – le exige un sacrificio a la Woodley, hablando de par a par ya que ambos han sido amantes de la muerte y odian la vida que han llevado. Si el filme hubiera seguido por esa línea, Misántropo podría haber tenido un final magnífico, iconoclasta, con el asesino aceptando su suerte y la policía novata siendo su impensable socia en el capítulo final. La imposición de un final feliz la aparta de la posibilidad de hacer algo diferente y memorable, quizás una decisión de Woodley como productora para no empañar su imagen pública… que lastima la eficiencia de un policial super sólido (fin spoilers). Misántropo – o Para Atrapar a un Asesino, título genérico si los hay e inspirado por un clásico de Hitchcock – es muy sólida, inteligente y atrapante. No inventa nada nuevo pero se toma su tiempo para hilvanar la trama con personajes muy interesantes. Es una lástima que sobre el final opte por lo políticamente correcto en vez de salirse de la ruta y recorrer caminos nuevos e inesperados, algo que hubiera sorprendido gratamente a la mayoría de los espectadores que gustan del género.
A la hora de hablar de «Misántropo», debe decirse que finalmente, Damián Szifron a vuelto a filmar, luego de su increíble «Relatos Salvajes». Y es difícil establecer algún tipo de comparación con aquella propuesta, porque «To catch a killer» es un producto modesto, en términos de producción y llegada. En USA tuvo un estreno limitado y al poco tiempo ya se pudo ver por plataformas de streaming, lo cual liberó al director de la presión de acertar un gran hit para volver a los primeros planos. Desarrollar tu carrera en Hollywood fácil no debe ser. Por lo cual, celebramos que Szifrón haya superado algún proyecto no concretado y haya puesto manos a la obra con un guión hecho en dúo con Jonathan Wakeham. Se ve que hay ahí una alianza a tener en cuenta porque se percibe una línea de trabajo ingeniosa y emocional, novedad, en cierta manera supongo para el público yanqui. Si tenemos que definirlo en forma concisa, podemos decir que «To catch a killer» es un thriller tradicional y bien interpretado. La trama arranca con una situación de gran actualidad para el gran país del norte: un francotirador asesina a casi 30 personas en una sola intervención, a todas luces un tema fuerte. El director quiere traer a discusión ese accionar y girar sobre su problemática. El resultado, no es del todo redondo creo, pero hay valor en la propuesta. La película inicia con todas las luces, pero el sendero que marca, nunca logra dinamitar su propio escenario. Y digo esto, porque la oficial que presencia la primera masacre accidentalmente (Shailene Woodley), tiene un perfil tan explosivo como el asesino, lo cual podría haber abierto una cacería inflamable muy original. Pero Szifron en cambio elige construir pacientemente ese personaje y bucear en situaciones donde se ilumine su verdadera tribulación, en su propio tiempo. Quizás esta elección no termina por convertir a «Misántropo» en una peli trepidante. Eleonor (Woodley), una agente común, puede leer rápidamente la realidad circundante y tiene la habilidad de descubrir algunos aspectos de la psiquis del francotirador para poder delinear sus motivaciones. Sin embargo, no logra capitalizar esa ventaja y se empantana en cuestiones emocionales que van quitandole ritmo a la trama. Se elige expandir vias menos intensas y más introspectivas en ese recorrido. Su jefe en la investigación (Ben Mendelsohn, aquí el encumbrado Lammark) se debate entre el temor a que vuelva a atacar el tirador y las presiones políticas a las que se ve sometido, en circunstancias donde hay mucho en juego y nadie quiere quedar expuesto. No voy a descubrir nada diciendo que Szifron sabe filmar y es un buen director de actores. Se nota que estaba muy interesado en presentar un conflicto humano, más que una persecución mortal. Esto hace que la trama avance lenta y segura, involucrando al espectador en el micromundo que van dibujando Eleonor, Lammark y Jack (Jovan Adepo, el oficial que completa el equipo policial) a lo largo de la compleja búsqueda de un hombre que, claramente, está fuera del sistema. Desde lo narrativo, la progresión se escala en forma natural y pausada, y los mejores momentos los tiene Woodley, quien en el final despliega su talento para navegar en los momentos más álgidos de la historia. En el debe, siento que esta estrategia de no acelerar el ritmo de la búsqueda ofrece un resultado quizás menos intenso, pero más equilibrado que lo esperable. Y puede decepcionar a quienes esperan un thriller dinámico y veloz. Creo que sí, es una pequeña escala en la carrera ascendente de este gran director. Nos muestra una idea, un desarrollo, un encuadre cuasi televisivo. Pero sabemos que él puede dar muchísimo más. Sin lugar a dudas!
BASTA DE VACAS SAGRADAS Apenas se conoció el trailer, la enorme mayoría de la crítica y buena parte de la intelectualidad argentina -en especial esa que suele expresarse vía redes sociales- ya lo tuvo claro: Misántropo, la nueva película de Damián Szifrón, era una maravilla. Casi no hubo lugar a discusión y el estreno fue apenas una confirmación que aguardan los que ya están convencidos. De hecho, hasta terminó constituyéndose en un acto patriótico, con la euforia nacional contraponiéndose al desdén con que fue tratado el film por parte de la crítica estadounidense, que lo descartó rápidamente como un thriller rutinario más. Pero bueno, ya no es novedad: hay artistas que, en determinado momento, pasan a convertirse en vacas sagradas, en seres a los que hay que preservar de cualquier objeción y que generan una unanimidad un tanto infantil. ¿Quiénes tenían razón entonces: los yanquis o los voceros de “Argentina potencia”? Ninguna de las partes realmente. Misántropo no es mediocre como la pintaron las reseñas norteamericanas, pero tampoco esa especie de obra maestra encubierta o ignorada que se quiere ver por estas tierras. Es una película superior a Relatos salvajes, o, quizás, simplemente más pareja y consistente a partir de su homogeneidad narrativa, aunque no llegue a ofrecer algo realmente nuevo o potente. Sí es interesante a partir de cómo expone las tensiones que se generan en determinados cineastas que quieren ingresar a ese círculo selecto que puede ser Hollywood. Allí vemos entonces a Szifrón tratando de mostrar que puede ser un artesano aplicado y silencioso, pero también un autor capaz de llevar adelante proyectos más ambiciosos y con búsqueda de prestigio. Esas tensiones narrativas y de puesta en escena son muy palpables en el film, que arranca a todo galope, durante los festejos de Año Nuevo en Baltimore, donde decenas de personas son asesinadas por un francotirador que, luego de concretar su cometido con enorme precisión, desaparece sin dejar rastro. En ese contexto, Eleanor Falco (Shailene Woodley), una novata policía de la ciudad, es reclutada por Geoffrey Lammark (Ben Mendelsohn), un experimentado agente del FBI a cargo de la investigación, luego de que ella muestra capacidad detectivesca y habilidad para entender la mentalidad del asesino. A partir de ahí, se desata una persecución contrarreloj, donde el enemigo no es solo la identidad y motivaciones del criminal; sino también las autoridades gubernamentales con sus propios juegos de poder y vocación por encontrar la salida más fácil frente al problema; y hasta los mismos dilemas personales que carga Falco, muy ligados a un pasado tortuoso. Hay dos planos que podrían resumir las virtudes y defectos tanto del relato como de su puesta en escena. En el primero se ve a un personaje hablando mientras, a un costado, por una ventana, se puede intuir, progresivamente, otra situación que se va construyendo y que anticipa lo que está por venir. Es una imagen muy lograda a partir de cómo utiliza la profundidad de campo para contar dos hechos que ocurren al mismo tiempo, generando una fuerte tensión en quien observa, sea el espectador u otro personaje. En el segundo plano, la cámara sigue de costado a Falco mientras nada en una piscina, pero con la cámara dada vuelta, lo que genera un efecto en la imagen que es bello desde su inestabilidad, pero también totalmente inútil, un regodeo visual propio de un director que quiere marcar todo el tiempo que está presente y con algo (supuestamente) relevante para decir. De ambos momentos hay muchos en Misántropo, porque Szifrón, cuando se deja llevar por la acción, es capaz de trabajar con gran habilidad -ahí tenemos, por caso, las distintas secuencias de tiroteos, que son tan secas como angustiantes-, pero cuando quiere decir algo sobre el mundo, no sale de los lugares comunes esperables. El film, por más que pretenda lo contrario, no puede evitar una discursividad sentenciosa y solemne, que podría resumirse en algo parecido a “toda esta sociedad capitalista está podrida y los que quedan fuera de sus esquemas desiguales reaccionan inevitablemente con violencia”. Todo ese punto de vista es enunciado mediante diálogos pomposos -hay una conversación en un helicóptero que es un poco vergonzosa desde su trazo grueso- o actitudes (como las de los políticos o autoridades que están por encima de Lammark) que rozan lo inverosímil desde sus remarcaciones. Esa impostación afecta incluso el recorrido de su personaje principal: Falco podría ser una actualización de la Clarice Starling de El silencio de los inocentes, pero la revisión que hace de su propio pasado es forzada y excesivamente explícita en casi toda la película. No se puede negar que Szifrón sabe narrar y que mantiene la atención del espectador sin grandes dificultades, delineando un relato donde tanto los protagonistas como el asesino se expresan a través del profesionalismo. Sin embargo, la frialdad se impone y hasta le quita atractivo al relato. Szifrón, por más que arroje referencias explícitas al cine de Steven Spielberg o quiera construir una heroína que podría vincularse al cine de James Cameron, termina pareciéndose mucho más en su mirada cinematográfica a Christopher Nolan. Misántropo, un thriller apenas correcto, en este último aspecto, es una clara continuidad de la senda marcada por Relatos salvajes. No deja de ser llamativo -aunque no sorprendente- que pocos señalen esto en el contexto de la crítica argentina. Quizás ya es momento de dejar de tener vacas sagradas.