Inquietante thriller con un fugitivo francés Una película de envolvente suspenso y con muy buena factura técnica es la que plasma el joven realizador francés Guillaume Canet. El film, ganador de cuatro premios César, genera en el espectador dudas desde el comienzo. Un matrimonio vive un idílico romance, interrumpido cuando Margot (Marie-Josée Croze) es salvajemente asesinada y su marido, el pediatra Alexandre Beck (Francois Cluzet), golpeado. Ocho años más tarde, mientras él conmemora el aniversario de la muerte de su mujer, aparecen dos cuerpos, el caso se reabre y la investigación policial lo apunta como principal sospechoso. La razón podrían ser los 200.000 euros de la póliza del seguro de vida. Pero todo es dudoso. La historia incrementa su misterio cuando el protagonista recibe un mail anónimo con un link a un video que sugiere que Margot está viva y un mensaje: “no se lo digas a nadie”. Con este planteo, el relato echa mano a todos los artilugios para despistar al espectador (aún el más atento pueda perderse entre las explicaciones) y acumula sospechosos con el correr de los minutos.Una hermana lesbiana (Kristin Scott Thomas) y su pareja; una fotógrafa; un padre que reconoce el cadáver de su hija; un ejército de asesinos despiadados y un poderoso (Jean Rochefort). Cualquiera es sospechoso pero la película sigue la pista del "falso culpable", al mejor estilo de un film de Hitchcock, con la estética y el vértigo que requiere un policial, en un presente en el que el pasado vuelve y golpea con fuerza. En ese sentido, este inquietante juego de suspenso está articulado a través de una serie de flashbacks y (demasiadas) explicaciones que se dan sobre el final para que el espectador entienda qué es lo que ha sucedido ocho años atrás. Hay que estar muy atento a los detalles y a las vueltas de tuerca. En el medio, el público disfrutará de una historia laberíntica cargada de excelentes composiciones (Francois Cluzet es un discípulo de Daniel Auteuil y perfecto en su rol), una banda sonora impactante (de M), disparos, escapes y persecuciones. Esta es una historia de amor, con el envoltorio de un thriller que se las trae.
Un intenso thriller con un inteligente guión cargado de giros, misterios y revelaciones que demandan atención absoluta. Con una excelente actuación de François Cluzet (ganador del Premio César a Mejor Actor) en el papel de un hombre perseguido y un final atrapante e imposible de predecir, "Ne le dis à Personne" resulta una cita imperdible con el mejor cine francés.
¿Quién mató a mi mujer? Filmada casi un lustro atrás (una eternidad en estas épocas digitales) y ganadora de nueve premios internacionales, No se lo digas a nadie (Ne le dis a personne, 2006) es quizás la menos francesa, en su acepción más formal y narrativa del término, de las películas estrenadas en los últimos años. Basada en la novela homónima de Harlan Coben, la segunda película del también actor Guillaume Canet sigue el derrotero de Alexandre (François Cluzet), un pediatra aún de duelo por la pérdida de su esposa asesinada en dudosas circunstancias ocho años atrás. Pero la aparición de un cadáver y un misterioso de su esposa supuestamente fallecida -quién le dice el “No le digas a nadie” que da título al film- ponen al protagonista bajo la certeza de que quizás nada fue lo que pareció. Aquellos que frecuenten la cartelera sabrán que el cine francés está catalogado como la antípoda del cine norteamericano. Si el primero es más reposado, amigo de la cuidada puesta en escena y una narración menos vertiginosa, de este lado del atlántico siempre hubo una predisposición mayor, tanto del público como de los cineastas (vaya uno a saber cuál surgió primero) a un cine más espectacular, entendido esto no tanto por la ingeniería visual a construir sino como la búsqueda del entretenimiento por sobre la reflexión, de la cocción de un ejercicio cinematográfico de fácil digestión y consumo rápido. Ya los elegantes y cuidadas vistas de los hermanos Lumière se oponían a la experimentación más urgente y narrativa de los cortos norteamericanos, con Edison a la cabeza. Todo esta digresión histórica para ubicar a No se lo digas a nadie como deudor del cine norteamericano, sobre todo aquellos thrillers paranoicos de los 70 -miren el póster-, que del francés. Sí: hubo películas de ese estilo en aquellos años en tierra gala, pero poseían un espíritu crítico aquí ausente. Alexandre irá desenmarañando una compleja telaraña que parece no tener fin, donde todos aquellos que lloraron ocho años junto a él parecían estar al tanto de la pantomima que se erigía frente a sus ojos. Desde su hermana hasta su suegro, la red palpita en cada baldosa. Pero esa omnipresencia del complot hacen de la trama un ovillo que se enreda en él mismo, dispersándose del eje central de la validación (o no) o no la muerte de Margot. Da la sensación que Canet no distingue el punto donde parar la repartija para comenzar el juego, haciendo de No se lo digas a nadie un producto entretenido y bien narrado, aunque disperso en cantidad (y calidad) de sub-tramas: drogas, policías, venganza, amores interrumpidos, todo se apretuja en poco más de dos horas. No se lo digas a nadie es un sólido thriller que, aún con sus defectos, atrapa con armas nobles. Sin tanta dispersión y con una construcción más clara y menos ambiciosa, el resultado hubiera sido mucho mejor.
Tenés un e-mail Thriller francés centrado en un extraño crimen. Algunas películas son porciones de vida, las mías son porciones de torta”, decía Alfred Hitchcock, y si bien la frase está gastada por el uso, se aplica a la perfección a No se lo digas a nadie , el enrevesado thriller de Guillaume Canet, que bien podría ser una sumatoria de temas y situaciones “hitchockianas”: una combinación de Intriga internacional con Vértigo , con un poco de Psicosis y algo de El hombre equivocado . Al ser un filme francés, acaso por costumbre, el espectador se quede esperando un mayor grado de realismo psicológico. Pero si bien la película arranca por ese lado (casi como un drama sobre un hombre perturbado por el misterioso asesinato de su mujer, ocho años atrás), pronto nos daremos cuenta que hemos entrado en un juego de trampas y vueltas de tuerca, de persecuciones y falsas pistas, y lo mejor será dejar de lado cualquier exigencia de realismo y entregarse al rompecabezas que propone Canet y su gran elenco. No se lo digas... retoma la vida de Alexander (Francois Cluzet, cada vez más parecido al Dustin Hoffman de los ’70), justo en el aniversario de la muerte de su esposa, un crimen extraño del que muchos lo consideran sospechoso, pero nunca han encontrado pruebas en su contra. Dos hechos se unen ese día para reavivar el caso: aparecen los cuerpos de dos hombres en la escena del hecho, uno de los cuales tiene una llave a un locker de Margot (Marie Josée Croze) que contiene reveladoras fotos. El otro es aún más misterioso: Alex recibe un e-mail que lo lleva a ver un video en el que aparece Margot viva, caminando por las calles. Ahora. Describir lo que sucede después tomaría cien líneas y arruinaría buena parte del entramado que la película ofrece al espectador, una suma de eventos acaso excesiva para una sola película (hay material para una miniserie) y que va llevando la trama hacia un juego de dobles, espejos, engaños y secretos, y que, paralelamente, ofrece la tarea de un grupo de notables actores, desde André Dussolier a Kristin Scott-Thomas pasando por Francois Berléand, Natalie Baye, Jean Rochefort y el propio Canet, en un rol pequeño pero clave. Las derivaciones del caso llevarán a Alex a fugarse cuando las evidencias parecen volver a implicarlo, a ser perseguido por matones enviados por alguien que no se sabe quién es, a hacer su propia investigación de lo que pasó, a unirse a una banda de matones y, más que nada, a averiguar si su mujer continúa viva o si está siendo víctima de alguna trampa. Canet narra con notable eficiencia esta adaptación de un best seller de Harlan Coben (coguionista), un escritor estadounidense, algo que se nota a partir de su mayor preocupación por los mecanismos de la trama que por la plausibilidad, lógica o realismo de los hechos. No se lo digas a nadie necesita un espectador dispuesto a entrar en ese juego y no uno que se la pase buscando los agujeros narrativos que existen (¿por qué hizo esto y no lo otro?, ¿cómo zafó de esa situación?, etc.) en la trama. Volviendo a Alfred Hitchcock: “Verosimilistas, abstenerse”. Los demás, a disfrutar.
Intrincada trama en un eficaz thriller francés No se lo digas a nadie , best seller bien llevado al cine Denso, intrincado y colmado de sorpresas, No se lo digas a nadie es uno de esos thrillers que basan su atractivo en la acumulación de giros inesperados, aunque para obtener el efecto sorpresa más de una vez deban sacrificar algo de verosimilitud. Es cierto que en la vertiginosa sucesión de hechos que a cada momento renuevan la intriga e imponen a la acción repetidos cambios de rumbo, el relato no deja mucho margen para detenerse a pensar si lo que se está viendo es creíble: la acción empuja siempre hacia adelante, la meta que hay que alcanzar es la explicación del misterio. O de los misterios, porque a los que Harlan Corben sembró en su best seller, los adaptadores añadieron algunos más. No hace falta advertir que, tratándose de una ficción tan enmarañada, hay que estar muy atento desde el principio: la sólida construcción narrativa de Guillaume Canet aprovecha cada imagen para sembrar datos significativos que se concertarán -a veces con naturalidad, a veces un poco forzadamente- cuando se arribe a la demorada explicación final. Ya que el principal atractivo del film está en sus giros sorpresivos (quizá demasiados), conviene revelar muy poco de la anécdota. Apenas que el protagonista, un pediatra que perdió a su esposa ocho años atrás, aparentemente víctima de un asesino serial, recibe vía correo electrónico un mensaje que sugiere que la mujer, su amor desde la infancia, puede estar viva. Casi al mismo tiempo, la aparición de otros dos cuerpos en el lugar próximo a un lago donde se produjo el asesinato, deriva en la reapertura del caso y convierte al protagonista en sospechoso. En el complejo laberinto que se arma en torno del médico se mezclan desde la amiga y confidente que es a la vez pareja de su hermana; el suegro policía; dos investigadores que no le pierden el rastro; un político millonario; una abogada de prestigio; un hampón que, por gratitud, le ofrece protección con su pandilla y debe vérselas con otro grupo de matones profesionales; una perversa torturadora, etc. Canet transita por el género con llamativa autoridad (su relato tiene nervio y buen ritmo y es admirable la secuencia de la corrida por París), aunque a la historia de amor que está en el origen y le da sentido a todo el cuento le falta convicción y temperatura. El elenco -al frente del cual François Cluzet se luce en un papel exigente y físicamente agotador- es de lujo.
Policial francés que riza demasiado el rizo Pasaron ocho largos años y el doctor Alexander Beck, médico pediatra, no se habitúa todavía a la muerte de su esposa. No es para menos. La mataron en plena juventud, a orillas de un lago que era el escondite secreto de la pareja desde que eran niños. Para la policía, el caso está cerrado: el autor habría sido un asesino serial, que confesó ser el autor de otros crímenes cometidos en la zona. Pero no precisamente ése... Por eso hay un inspector de policía que todavía duda y que cree que Alex puede llegar a ser sospechoso. Para colmo, Alex anda demasiado nervioso: una serie de mails que recibe de una casilla anónima le hacen suponer que su querida Margot está viva. Y lo está buscando. Policial de qualité, de producción generosa y un lustroso elenco, encabezado por algunos habitués del cine de Claude Chabrol (François Cluzet como el marido, François Berleand como el comisario) más varios nombres con brillo propio (Kristin Scott Thomas, Nathalie Baye, Jean Rochefort, Jalil Lespert), No se lo digas a nadie es el segundo largo del actor devenido director Guillaume Canet. Basada en un best-seller de Harlan Coben que llegó a vender más de seis millones de copias en 27 idiomas, la película en su momento (data de hace cuatro años) fue todo un éxito de público en Francia, donde seguramente los nombres en las marquesinas importaron más que los vaivenes de su relato. Al director y adaptador Canet (que se reserva para sí como actor un personaje particularmente desagradable y vinculado con su historia familiar, ligada a las clases altas y la cría de caballos) le lleva casi 130 minutos desenrollar la intrincada madeja de la que está hecho su trama. No es para menos, considerando que hay demasiados personajes dando vueltas alrededor de un viudo que quizá no sea tal. Desde el padre de la víctima (Dussolier), inspector de policía retirado, hasta una sofisticada lesbiana (Scott Thomas) que vive con la hermana menor del pediatra (Marina Hands), hay un poco de todo, como esos mafiosos de suburbio, burdos estereotipos de la inmigración, que salen a los tiros en ayuda del doctor, enfrentándose a la policía y a otra banda mafiosa rival, por razones más bien forzadas. Ahí está el problema: No se lo digas a nadie es esa clase de película donde cada giro del guión (y son muchos) no responde a una lógica de los acontecimientos, sino a la voluntad de manipular al espectador, un poco de la misma manera en que el protagonista se siente manipulado. El capricho y la arbitrariedad se van imponiendo paulatinamente, hasta la inverosimilitud absoluta. El punto de partida sin duda es promisorio, pero no tarda en desbarrancarse, como si el secreto de un buen polar –como llaman los franceses al policial– ya hubiera sido olvidado por quienes deberían continuar la tradición de Melville, Sautet y compañía.
Secretos a la vera del lago El hasta ahora ignoto Guillaume Canet se impone como un realizador a tener en cuenta a futuro con su sorprendente segundo opus, No se lo digas a nadie (Ne le dis à personne, 2006). A pesar de la demora con la que llega a nuestro país, el film es un thriller romántico símil Alfred Hitchcock que se destaca del resto precisamente por la labor del francés: al combinar la clásica premisa del “falso culpable” y un tono de vocación melancólica, esquiva la catarata de estereotipos hollywoodenses y conduce la trama hacia el terreno de los laberintos cotidianos; sacando en el trajín chapa de “artesano”, uno de los pocos que todavía saben mantener la tensión sin caer en infantilismos, alicientes bobos o golpes bajos. Adelantar demasiado acerca de una película de estas características puede jugarle en contra debido a que sus méritos están vinculados más a la ejecución concreta que al disparador circunstancial (aquí la novela del norteamericano Harlan Coben). Sólo diremos que el guión de Philippe Lefebvre y el propio Canet comienza con una velada a orillas de un lago protagonizada por Alexandre Beck (François Cluzet) y su esposa Margot (Marie-Josée Croze). Pronto la alegría se disipa como consecuencia de un ataque relámpago: ella es encontrada muerta y él inconsciente. Ocho años después, el caso se reabre por el hallazgo de dos cuerpos y Alexandre empieza a recibir mails anónimos que parecen ser de Margot… No es para nada un hecho fortuito que la propuesta se haya alzado en 2007 con cuatro premios César, entre ellos mejor director y actor. Tanto por idiosincrasia como por sus inquietudes formales, No se lo digas a nadie resulta francesa hasta la médula aunque sin jamás descuidar los resortes del género: si por un lado hace alarde de esa “elegancia- marca registrada” a la que nos tienen acostumbrados los galos, por el otro se apodera de algunos motivos de los policiales negros para reformularlos con vitalidad y un gran olfato para el ritmo narrativo (los 131 minutos están aprovechados al máximo, por suerte sin lagunas que lamentar). Con el correr de la historia crece un “humanismo del corazón” de rasgos sutiles. Más allá del excelente desempeño de Cluzet, sin dudas la figura central del convite, cabe señalar que el elenco en conjunto funciona de maravillas e incluye participaciones de profesionales de la talla de Jean Rochefort, André Dussollier y Kristin Scott Thomas. De por sí la escena de la persecución justifica la visión del film: allí el cineasta a partir de recursos mínimos transmite la angustia necesaria para incomodar al espectador. Amparado en oscuros secretos familiares, muchas vueltas de tuerca y la ajustada fotografía de Christophe Offenstein, Canet se reserva con ironía un rol secundario y a fin de cuentas construye un rompecabezas complejo y meticuloso, baluarte del realismo más sofisticado…
De Entre los Muertos Hace más de 50 años, el maestro del suspenso Alfred Hitchcock, nos traía en una de sus mejores obras, Vértigo, la historia de un hombres obsesionado con una mujer muerta. El director hizo pasar al bueno de Jimmy Stewart por un detective que le quería hacer el amor a un cadáver y por eso transformaba a una simpática modelo en el “cadáver”. Por supuesto, al final, la modelo y la muerta eran la misma persona, todo formaba parte de un plan macabro, y el personaje se curaba del miedo a las alturas a la fuerza. Pero lo que realmente le interesaba al morboso del director era el hecho de que un hombre se pudiese enamorar de una muerta. Vértigo estaba basada en una novela de los franceses Pierre Boileau y Thomas Narcejac llamada “Entre los Muertos”. En No se lo Digas a Nadie, el protagonista, el Dr. Alex Beck (Cluzet) se obsesiona con encontrar a su ex mujer fallecida, porque cree haberla visto en un video, enviado por ella, tras 8 años de haber sido asesinada. A la inversa de Vértigo, se trata de un film francés que adapta la novela de un estadounidense. El director, es Guillaume Canet, un reconocido actor al que le fue bastante bien con su ópera prima, y para este segundo largometraje convocó a un verdadero seleccionado de actores para un thriller que, al menos durante 105 minutos o un poco más atrapa y tensiona mejor que uno de los últimos thrillers estadounidenses. Por supuesto, si detrás de la producción está Luc Besson, el ritmo adrenalínico está asegurado, pero la calidad y sutileza cinematográfica de esta película supera a todas las que ha producido el director de Azul Profundo. Es que Canet, más allá de darle ritmo, generar buenas escenas de suspenso, y crear escenas secuencia, le agrega un toque de lirismo que escasea últimamente en el cine francés más comercial contemporáneo. La película va sumando personajes, subtramas y giros argumentales. Tras la primera escena en la que se ve que Margot, la mujer de Alex es secuestrada, pasan 8 años y nos enteramos a través de flashbacks que Alex estuvo en coma y ella murió asesinada por dos ladrones que se querían hacer pasar por un asesino serial de moda. Cuando ambos son encontrados en el lago donde Margot fue asesinada, las sospechas caen en Alex. Al mismo tiempo, él recibe por mail un video donde Margot aparece viva ese mismo día. ¿Acaso se trata de un chantaje? A pesar de la complejidad de la historia y la manera en que aparecen detectives, testigos, familiares y bandas de pandilleros de los suburbios de París, la narración es emocionante. Más allá de que hay momentos medio cursis, sentimentaloides como flashbacks donde aparecen Alex y Margot de chicos, es la mezcla de film noir, melodrama romántico y policial urbano lo que provoca que el film sea tan atractivo. Visualmente, Canet logra momentos muy logrados, poéticos gracias la fotografía de Christophe Offenstein y persecuciones verosímiles con cámara en mano al mejor estilo Paul Greengrass con la serie Bourne. Las interpretaciones son sólidas. Cluzet (el excelente actor de El Infierno y la inminente La Mentira) logra un gran protagonismo, ni un gesto de más, ni una emoción exagerada, y sobretodo un trabajo físico que dejaría exhausto a James Bond. Lo acompañan veteranos maravillosos como Dussollier (fetiche de Resnais) y Berleand. Nuevamente, Kristin Scott Thomas se destaca en un film francés con frescura y espontaneidad y los breves minutos de Jean Rochefort son brillantes: apenas se le sube una ceja, se le mueve el bigote y ya dice más que muchos actores. Gestualidad mínima. Desaprovechada aparece una gran actriz como Natalie Baye, y el propio director tiene una aparición mínima pero fundamental. El grave problema del film es el final. Canet decide terminarlo de golpe. Explicar toda la trama en 5 minutos, ser redundante, obvio y sobreexplicativo a través del discurso de uno de los personajes. Es el pecado de los finales de todas las series detectivescas estadounidenses. Pero mientras que en las series se justifica por el tiempo limitado que se maneja en televisión, en No se lo Digas a Nadie, queda la sensación de que no supieron como desarrollar estas cuestiones de manera menos Agatha Christie (igualmente en las novelas de la escritora inglesa había pistas durante el desarrollo y muchos sospechosos, acá hay demasiadas explicaciones injustificadas). A pesar de esto, se trata de un film interesante y atrapante. Un thriller pretencioso, pero clásico en su concepto cinematográfico, sin efectos especiales, pero con un montaje videoclipero y elenco de lujo. Podría tratarse de un éxito de taquilla (de hecho lo fue en Francia y ganó muchos premios), pero en Argentina la estrenan con cuatro años de demora y en formato DVD en los cines Arteplex. ¿Alguna vez se sabrá armar una buena campaña publicitaria para un film europeo? Al final, los amantes del cine francés parecemos también un puñado de necrófilos.
Sugestivamente hitchockiana y con una trama precisa que acumula vueltas de tuerca sin resentirse y sin perder el eje, este segundo opus del actor devenido director Guillaume Canet conserva la esencia de los buenos policiales franceses y, pese a su llegada con cuatro años de atraso a las pantallas locales, es una ocasión inmejorable para encontrarse con el buen cine europeo.
Guillaume Canet, a quien vimos en su rol como actor junto a Audrey Tatou en Juntos, nada más, llenó su casa de premios César por esta adaptación de la novela de Harlan Coben. No se lo digas a nadie es un thriller donde un hombre, que tras ocho años de dolor no termina de reponerse por el asesinato de su mujer, comienza a sospechar que ella sigue viva. Canet explota al máximo esa gran enseñanza que dejó Hitchcock: siempre es un hombre común a quien le pasa de todo. El cineasta da cátedra a la hora de demostrar que, con muy poquiito, se puede conseguir una película inquietante que mantenga al espectador aferrado a la butaca. Para que Luc Besson, cineasta emblemático del cine de género francés y productor de No se lo digas a nadie, debería tomar nota.
El hombre equivocado Acostumbrado a escribir críticas mucho antes que mis colegas, me pongo a redactar esta reseña sobre No se lo digas a nadie recien un jueves al mediodía (producto de un viaje a Rosario que complicó la semana), cuando ya se han publicado en los diarios los textos de tres amigos y sólidos expertos como Luciano Monteagudo (al que no le gustó nada), Fernando López (al que le gustó a medias) y Diego Lerer (al que le gustó mucho). Todos hacen consideraciones que, más allá de las diferentes calificaciones, resultan razonables. Si bien mi valoración de "buena" es la misma que le otorga López en La Nación estoy más cerca de las ideas que expone Luciano en Página/12. Lo define como un thriller de qualité con demasiadas vueltas de tuerca que terminan manipulando al atribulado, desconcertado espectador. Este film "denso e intrincado" (López dixit) con mucho de hitchockiano (referencia principal de Lerer, que lo define como una mixtura entre Intriga internacional y Vértigo, con un poco de Psicosis y algo de El hombre equivocado") está impecablemente ejecutado y sobriamente protagonizado por un dream-team del cine francés (imaginen juntos a François Cluzet, André Dussolier, Marie-Josée Croze, Kristin Scott Thomas, Nathalie Baye, François Berléand y Jean Rochefort), pero al mismo tiempo está tan calculado, tan estructurado, tan sostenido en bruscos, imprevisibles giros de guión que resulta casi imposible expugnar esa coraza que lo hace demasiado recargado, tramposo, artificioso, y que lo convierte en un tour-de-force lleno de pistas falsas, un rompecabezas difícil de armar, un film laberíntico con algo del cine de Chabrol, de la literatura de Agatha Christie y de la serie Twin Peaks. Tras un prólogo sugerente y no demasiado explícito, la acción se sitúa 8 años más tarde, cuando Alexander (Cluzet), un exitoso pediatra, todavía sufre en carne propia las secuelas del asesinato de su esposa Margot (Marie Josée Croze). Pero la aparición de dos cadáveres, de unas fotos y de un e-mail con un video cambian por completo la situación y el torturado protagonista se transforma de golpe de victima en posible victimario (el principal sospechoso para la policía). Basada en un best-seller de Harlan Coben que llegó a vender más de seis millones de copias en 27 idiomas y gran éxito comercial en Francia, No se lo digas a nadie resulta atrapante por momentos y algo tortuoso (dura 132 minutos) por otros. Varias de sus subtramas y resoluciones son poco verosímiles, pero más allá de ciertos caprichos, estereotipos y arbitrariedades (como bien apunta Monteagudo) disimuladas por la categoría de su factura, no se trata de un thriller despreciable. De todas maneras, está claro, el cine francés ha abordado historias similares mucho antes y bastante mejor que este apenas correcto film de Canet.
Al joven director de No se lo digas a nadie lo vimos hace un par de años en la comedia dramática Juntos, nada más. Parece que Guillaume Canet tiene un buen respaldo en la industria, ya que si algo sorprende en su película es la cantidad de rostros conocidos que la pueblan (¿y a éste dónde lo vi hace poco? Creo que el film funciona mejor como mnemotec de estrellas francesas que como policial). Ganadora de cuatro premios César, muy taquillera en su país, la película se estrenó aquí con varios años de demora, para quedar a la sombra de una opera primera argentina presentada el mismo día. Ambas tienen en un centro un dilema similar: un hombre es acusado de homicidio, aunque los indicios suministrados por el relato indicarían que ese hombre no es el culpable. Basado en la novela “Tell no one” del norteamericano Harlan Coben, la historia tiene algo de El fugitivo, solo que la huida del marido de la víctima no se produce luego del crimen, sino ocho años después, cuando se reflotan ciertas pruebas que lo involucran. Lo definiría como "thriller cool", una superproducción con toques suntuosos pero poca pasta, como esa persecución callejera que no tiene nada que envidiarle a la saga Bourne, pero que a la vez resulta intrascendente, puro alarde técnico. O el gesto très sofistiqué de insertar "With or whithout you" de U2 en el momento menos esperado, en medio de una psicosis que no cuaja con el recato de Bono, y todo porque se supone que deberíamos leer el conflicto del protagonista en clave romántica. Pero no, la veta romántica no alcanza densidad, como tampoco se sostienen los hilos de la conspiración, y el problema no pasa tanto por el verosímil sino por la forma caprichosa en que se le ofrece la información al espectador. Al principio se habían ocultado las circunstancias del crimen, y ahora se trata de reconstruirlas acatando los datos sueltos como vienen, a la marchanta, con un punto de vista narrativo repartido en mil trozos, uno más volátil que el otro. En el tramo final, vueltitas de tuerca mediante, empiezan a caerse las caretas, aunque para esa altura ya no nos importa quiénes estaban detrás de ellas.
Un policial muy francés con argumento muy yanqui La cinematografía francesa en el siglo XX, a finales de los ´60 y principios ´70, logró hacer convivir a las ágiles comedias, los rápidos policiales (polar, en francés) y la Nouvelle Vague que tenían el factor común de contener algunas escenas inverosímiles. En los dos primeros géneros, la velocidad que se imprimía a las tramas evitaba que el espectador cuestionara las situaciones poco reales que veía (por ejemplo en “La piscina”, Deray, 1969, o en “Amor en rebeldía”, Korber, 1972), y en el particular estilo de la Nouvelle esas escenas quedaban como parte de las ensoñaciones de los guionistas. El estilo francés de tramas con dejos de irrealidad quedó para consumo interno, porque los franceses optaron por exportar realizaciones con tramas desarrolladas de manera más lenta y haciendo hincapié en los aspectos psicológicos de los personajes. Guillaume Canet, en el siglo XXI, en su segunda película como realizador (la primera fue “Mon idole”, 2002) tomó el argumento del best seller “Tell no one” del escritor estadounidense Harlan Coben que en sus obras literarias policiales pone como punto de investigación crímenes “ya resueltos”, lo que hace que se deshagan muchas tramas que convergían de manera artificial en una sola. Coben escribe en el estilo literario de series y por lo tanto necesita de historias paralelas, subyacentes y convergentes. Canet, por lo tanto, no tuvo más opción que realizar un “polar” bien francés en el cual el nudo argumental central es permanentemente modificado por las numerosas subtramas, las que a su vez, con pequeñísimos detalles, dan indicios de cómo se desarrollará la trama principal. Esto último es muy apreciado por los espectadores franceses del género. La base argumental cuenta la historia de Alexandre, un médico que aún no ha elaborado emocionalmente la muerte de su esposa en manos de un asesino serial. Su depresión se acentúa con las visitas a los padres de ella y la percepción de hostilidad de su suegro y no logra reponerse anímicamente a pesar de los esfuerzos de una fiel amiga. Pero sorpresivamente se reabre la investigación del asesinato al descubrirse dos cadáveres en la misma zona en que murió la mujer. Alexander recibe un e-mail titulado “No se lo digas a nadie”, al abrirlo es conducido al link de un video en el que puede verse de manera fugaz a su esposa con una referencia de tiempo que indica que ese video se realizó después del asesinato. A partir de esa escena comienzan las veloces subtramas convergentes, tales como el empecinamiento policial, el tener que demostrar el protagonista que es inocente, huidas que complican las situaciones, inmigrantes que ayudan por gratitud y hasta “copains” (grupos marginales cómplices) que complican las cosas por leltad. Sin embargo Canet no ha desarrollado en profundidad, como sucede en la novela, la historia de amor (desde niños) del protagonista y su esposa, ni la de Hélène, la amiga, consejera y casi emparentada con ellos. El cineasta con una larga y exitosa carrera como actor tiene bien claro la manera en la que debe dirigir a su elenco. François Cluzet que interpreta a Alexandre, primero hace confluir diferentes estados de ánimo, pero siempre con el trasfondo de su depresión, y luego cambia para demostrar la energía y la determinación que la ansiedad le provocan, para ello se vale de recursos habituales en Hollywood como eliminar lo gestual en las escenas de acción y demostrar destreza física poco acorde a la actividad habitual del personaje pero congruente con la situación que juega. Kristin Scott Thomas es Hélène, un personaje que está siempre en riesgo de desborde por estereotipo, pero Kristin logra mesurarlo de manera justa. Guillaume Canet se reservó para sí, el rol de Phillippe en el que se destaca por conseguir la sensación de repulsa en el espectador y hacerle desviar la atención. Esta obra cinematográfica será apreciada por los cinéfilos que disfrutan del “polar” mucho más que del trhiller americano, por los que les gusta estar atentos para poder descubrir “el misterio” y comparar luego lo que pensaron, con lo que vieron en pantalla sin detenerse en el detalle de si una escena es verosímil o no, y también por los que tienen en claro que una realización cinematográfica de ficción es precisamente eso, ficción, y por lo tanto necesita espectacularidad, por ejemplo, en una huida.
Puro vértigo y ligereza, con corridas y escapadas milimétricas que hace la mayoría del metraje muy disfrutable. Luego el rulo se enrula demasiado y la película decae. Con mucho de Hitchcock y varias lecciones aprendidas del típico thriller de inocente huyendo al estilo El fugitivo, la francesa No se lo digas a nadie es, a pesar de su metraje excesivo, un atractivo film de suspenso donde sobresale la mano del director Guillaume Canet para contar una enorme cantidad de hechos con el timing necesario y sin confundir al espectador. Aunque, claro, contó con un elenco de notables aún para cubrir personajes menores, que le garantizaron gran solidez en cada una de sus secuencias: François Cluzet, Marie-Josée Croze, André Dussollier, Kristin Scott Thomas, François Berléand, Nathalie Baye, Jean Rochefort. Pavada de casting. No deja de ser curioso con el visionado de No se lo digas a nadie el hecho de que, aún teniendo una historia muy rica en policiales (con Jean Pierre Melville como máximo referente del polar), los actuales directores galos se acerquen al género con una estructura deudora del policial americano. Aquí Canet deja cualquier atisbo de reflexión o introspección, para saltar directo a la acción, con giros y más giros que irán enroscando la trama hasta complejizar definitivamente el entramado. La apuesta, antes que a la lógica, está apuntada a sostener el ritmo narrativo, disparando subtramas y desplegando personajes. Hace ocho años que la esposa del médico Alexandre Beck (Cluzet) murió horriblemente. Sin embargo, la causa se reabre y Beck recibirá un mail donde puede ver a la supuesta difunta, andando por la calle. A partir de ahí Canet irá enrulando el rulo cada vez más, pero con la virtud de sostener el punto de vista de su protagonista, como para que el espectador se identifique. Puro vértigo y ligereza, con corridas, escapadas milimétricas y demás, que hacen que 90 de los 130 minutos se pasen velozmente y sean muy disfrutables. Pero No se lo digas a nadie tiene sus problemas, y estos se amontonan en la última media hora, justo al momento de las resoluciones. Por un lado, Canet enrula demasiado el rulo hasta cansar al espectador; por el otro, la resolución será demasiado oral, en una secuencia que se opone al resto del film por su ausencia de ritmo y movilidad. Lo que allí se conocerá -sin adelantar nada- es un entramado de perversiones en el estilo de la saga Millenium: una Europa poderosa y perversa que actúa totalmente impune. Una pena ese final que desmerece lo que hasta entonces era un entretenimiento de esos que piden más a la emoción que al intelecto.
Pasado de rosca. No se lo digas a nadie tiene más giros de guión que El origen, El secreto de sus ojos y toda la filmografía de Shyamalan juntos. Como en los ejemplos mencionados, las vueltas de tuerca en la película de Canet no responden a la lógica de la narración sino a la voluntad manipuladora del director. Todo suena falso desde la escena de apertura: el drama se instala mediante un torpe montaje paralelo entre un casamiento y un entierro, que incluye un imperdonable plano final dentro del crematorio. A medida que la película avanza, las situaciones se tornan cada vez más forzadas y es necesario que el protagonista explique y subraye todos los giros arbitrarios del relato para que nadie se quede afuera. La película acumula los signos exteriores de riqueza como una gran dama cubierta de joyas. La inversión millonaria se refleja en una estética prolija y lustrosa similar a la de las grandes producciones hollywoodenses y en un elenco poblado de estrellas. El módico placer de asistir al desfile de actores consagrados se diluye entre los límites bruscos del guión y el abuso de unos primeros planos poco inspirados. Como una suerte de provocación al espectador, Guillaume Canet (actor de moda devenido director) le asigna a cada una de estas caras conocidas un rol secundario alejado de los habituales en su carrera. Pero lejos de ser una audacia, el jueguito no hace más que acentuar lo inverosímil del conjunto. El único acierto tal vez haya sido confiarle el personaje principal a un eterno segundón como François Cluzet, que sostiene una actuación realista incluso cuando unos mafiosos de buen corazón acuden en su ayuda y la película bordea lo risible. No se lo digas a nadie es un thriller de qualité, un bodoque a medio camino entre la intriga rebuscada y el drama anodino.
Cuando nada es lo que parece ser El prólogo de No se lo digas a nadie puede llamar a engaño. Esas sonrisas y el chocar de copas del inicio muestran los únicos momentos de felicidad de los personajes, en especial, el del matrimonio de un reputado pediatra (Francis Cluzet) y su esposa. A los pocos minutos, surgirá la tragedia y, ocho años después, comenzarán los interrogantes sobre el hecho luctuoso. Ocurre que, por medio del envío de mails, el pediatra descubrirá o no, quién sabe, que su mujer no murió. Contar las mil vueltas de tuerca de la película sería una falta de respeto para el lector, pero también, una proeza imposible de sintetizar en estas líneas. No se lo digas a nadie es un policial en el que nada es lo que parece ser, donde la trama irá acumulando a una multitud de personajes (familias, policías, marginales), como si se tratara de un juego de cajas chinas atractivo de ver, pero demasiado enroscado en sí mismo, gratuito por momentos, que hasta necesita recordar en muchas ocasiones por dónde viene la historia. Sin conocer la novela de Harlan Coben en la que se basa la película, las idas y vueltas del relato recuerdan a los argumentos policiales teñidos de psicología familiar de Guy des Cars, aquel escritor bestseller de los años cincuenta y sesenta. En ese punto, el film gana en interés por su acumulación de tramas y subtramas en las que se revuelve un pasado familiar. En oposición, resulta injustificada su duración, más aun cuando algunas escenas están contadas a través de una estética videoclipera, que incluye hasta la voz de ¡Bono! En pocas palabras, un ejemplo de cine mainstream… de origen francés.
¿Quién mató a Margot? No se lo digas a nadie es una adaptación pomposa de una novela de Harlan Coben del mismo título que bien podría ser un ejemplo perfecto para una clase de historia del cine de lo que los primeros críticos de los Cahiers du cinéma denominaron “cinéma de qualité”, aunque aggiornado a nuestro tiempo. Se trata, en efecto, de ilustrar en imágenes una novela, convocar a un gran elenco, hacer ostensible un despliegue técnico y sintetizar en cada plano la magnificencia de su estética. Además de las infinitas vueltas de tuerca, también sobrevuela una voluntad de poblar el relato con ciertos íconos del multiculturalismo galo contemporáneo. El exceso casi siempre es una confesión encubierta. Naturalmente, si uno se deja llevar por el relato, fluido y supuestamente intrincado (aunque explicado en el desenlace hasta los últimos detalles), se podrá experimentar la ilusión de estar ante un producto inteligente. Un pediatra ha perdido al amor de toda su vida, Margot, brutalmente asesinada unos ochos años atrás; pero quizá no esté muerta, o tal vez el asesino no sea otro que su esposo, un hombre amable, capaz de ayudar a sujetos marginales y visitar a los padres de la difunta en cada aniversario de su traumático deceso. Un par de e-mails, la inocencia de un asesino serial respecto del caso cerrado de Margot, una nueva investigación policial, adulterio, drogas, violencia doméstica, una banda de mafiosos, un aristócrata inescrupuloso, un padre sobreprotector son algunos de los elementos que dinamizan un relato cuya única fórmula es inequívoca: las apariencias engañan. Una persecución magnífica por las calles de París en la que el pediatra demuestra sus dotes de atleta es quizás el mejor momento de un filme cuyos flashbacks sentimentalistas, secuencias musicales no muy lejanas al videoclip, planos de grúa y travellings reiterados recargan formalmente un guión sobrescrito. Se ha insistido en que No se lo digas a nadie remite a El hombre equivocado de Alfred Hitchcock. En aquel filme, un hombre inocente deviene en culpable. Aquí se copia la premisa, pero, a diferencia de Hitchcock y todas sus películas de intriga y suspenso policial (en donde no importaba quién fue el asesino sino el conjunto de relaciones que se derivan de un crimen en función de explorar la transferencia de la culpa, los meandros de la psique y modestamente alguna que otra cuestión teológica), en el segundo filme de Guillaume Canet lo único que importa es saber quién fue el asesino.
Un policial desconcertante, con demasiadas vueltas de tuerca. Decididamente, Guillaume Canet, actor y director, no está a la altura de maestros del género como Jean-Pierre Melville o Claude Chabrol. Esta intriga, por la cantidad de personajes y situaciones funcionaría mejor como culebrón televisivo. En el Hollywood clásico, todo estaba muy claro desde el vamos, porque se sabía que el espectador no vuelve atrás. Acá, la claridad es lo de menos. Alexandre Beck es un pediatra feliz, enamorado de su mujer, hasta la noche fatal en que van a bañarse a un río y su pareja acaba asesinada en circunstancias muy oscuras. Ocho años más tarde, todavía lo atormenta el recuerdo. Más aún, cuando se encuentran dos cadáveres en la escena del crimen y la policía reabre el caso, ensañándose con Beck, a quien señalan como el principal sospechoso. F. Cluzet se lo pasa corriendo durante toda la película, perseguido por una trama impiadosa que multiplica enigmas a cada paso.
No se lo digas a nadie, título en español e indicio posterior en el film, se estrena este jueves en nuestro país. Que sea un policial francés tal vez alcanzaría para que los seguidores del cine galo se acerquen a las salas ya que la historia de Francia con el género ha dado innumerables e inolvidables piezas como “la Novia Llevaba negro” dirigida por François Truffaut (1968), “Del latir mi corazón se ha parado”, dirigida por Jacques Audiard (2005), Les Bonnes Femmes , llevada a cabo por Claude Chabrol , Les Diaboliques . de Henri-Georges Clouzot , (1955) por sólo nombrar a las que se volvieron de culto para los amantes del género. La historia basada en la novela del mismo nombre de Harlan Coben, narra la historia de Alexandre, un médico pediatra a cargo de François Cluzet, cuya esposa ha muerto varios años atrás, pero para que haya thriller, debe haber un cabo suelto, un engaño y cierto estado falaz que desate la paranoia del protagonista a quién un e-mail , que da título a la película y dos cadáveres oportunamente plantados, meten en una carrera hacia la búsqueda de una verdad que sospecha le ha sido negada y al mismo tiempo lo tornan el sospechoso ideal. Todos los seres cercanos a Alexandre parecen formar parte de un complot que será difícil de elucidar tanto para el protagonista como para el espectador ya que el film posee más vértigo y menos cálculo que lo que el cine francés acostumbra y en ese sentido es espinoso aseverar si la película es tributaria de la tradición francesa o le debe a otras tradiciones su factura de velocidad y la inserción de microhistorias de drogas, venganzas y pasiones que enmarañan la trama pero no lo suficiente como para no sentir ese vértigo al que esta especie le debe el éxito y que sus amantes disfrutan a pleno. Los elementos de thriller están presentes en la obra de Guillaume Canet: el suspenso como mecanismo narrativo, el culpable artificial, la emoción constante de que el protagonista se encuentra en peligro, etc. Todos estos dispositivos forman parte de No se lo digas a Nadie / Ne le dis a personne y harán que los devotos del género pasen ciento treinta minutos de agitación y no salgan defraudados.