Limpieza étnica y plusvalía. Gran parte del mainstream norteamericano de nuestros días aburre con un díptico formal que todo el tiempo intercala propuestas que la quieren ir de “cancheras” en el género en cuestión (el cinismo suele esconder una enorme vacuidad porque los necios no ven más allá de su ombligo) y films conservadores/ ecos muy lejanos del Hollywood clásico, el cual por suerte bien enterrado está (a su mojigatería vetusta se le añade la falta de una actitud crítica para con el entorno actual, vía esa eterna lavada de manos en sintonía con la quimera de que “el arte es independiente del contexto” y blah blah blah). Mixtura de exploitation del Tercer Mundo y cocoliche transgénero, Operación Zulú (Zulu, 2013) es una película sumamente interesante. Mientras que en Estados Unidos las excepciones a la regla vienen de los apellidos solitarios que deciden romper con el sentir común de la industria, en la periferia las normas son menos rígidas y permiten la cooptación pasajera de determinadas figuras, a quienes sacan de su zona de confort para ensuciarlas un poco y brindarles esa diversidad que hoy por hoy resulta muy difícil de encontrar: el último opus de Jérôme Salle por un lado nos devuelve al mejor Forest Whitaker, el sensible capaz de alguna que otra masacre, y por el otro -casi sin darse cuenta- nos ofrece una amalgama tan apasionante como impredecible de formatos que se superponen de manera caótica, con la violencia social y el racismo como ejes del relato. Ahora bien, lo que en un principio parece ser un film noir ambientado en Ciudad del Cabo y centrado en la investigación del asesinato a golpes de una chica, encabezada por un grupo de tres detectives, Ali Sokhela (Whitaker), Dan Fletcher (Conrad Kemp) y Brian Epkeen (Orlando Bloom), pronto muta hacia el terreno de la efervescencia creativa cuando una pista lleva al trío a una playa en la que abundan los narcos y todo desemboca en una bella carnicería. A partir del punto en que los susodichos le amputan una mano a Fletcher y luego lo degüellan, la obra comienza a extremar sus recursos y a enlazar géneros como el cine de acción, el melodrama seco, la venganza, el alegato testimonial, el thriller de complots, etc. Precisamente, a medida que avanza el metraje y las tragedias aumentan de tenor, la película se va volviendo más y más sorprendente, ya que gana en encanto y contundencia lo que pierde en plausibilidad. Aun así, el guión del director y Julien Rappeneau, sobre un libro de Caryl Ferey, mantiene siempre los pies sobre la tierra porque vuelca todas sus fuerzas hacia el retrato de las sombras del apartheid en la sociedad sudafricana contemporánea, con genocidas y cómplices varios de la segregación trabajando en la estructura estatal y en las grandes empresas privadas, gracias a una amnistía que multiplicó la injusticia bajo la vieja excusa de la “pacificación” (a la impunidad se suma la enorme brecha entre ricos y pobres). Más allá de las excelentes actuaciones de Whitaker y Bloom, ambos amoldándose a los arquetipos torturados del policial (Sokhela es un workaholic sobreviviente del régimen anterior y Epkeen un mujeriego en plan autodestructivo), lo más fascinante del convite lo hallamos a nivel de su premisa principal, vinculada a una droga de diseño, “tik”, que pretendía ser empleada en el pasado en términos de una limpieza étnica entre la comunidad negra y que ahora se erige como el “santo grial” de la industria farmacéutica. El giro biopolítico del último acto, el cual coquetea con la ciencia ficción, acerca aún más a Operación Zulú al enclave del realismo ruin e intenso, ese que no pierde tiempo y va directo a la inmolación…
El policial ambientado en Ciudad del Cabo va a contrapelo de las producciones hollywoodenses y desnuda una amenaza y las penurias de sus personajes. Sorprende la dupla protagónica integrada por Forest Whitaker y Orlando Bloom. Si algo tiene Operación Zulú es que se trata de un policial que va a contrapelo de las producciones hollywoodenses y mientras avanza en su línea narrativa de investigación también deja expuestas las penurias de sus personajes centrales. El film cuenta con el guión y la dirección de Julien Rappeneau -sobre un libro de Caryl Ferey- y se adentra en las sombras del apartheid y de una nueva amenaza que surge en la sociedad sudafricana contemporánea. Con mano segura, el realizador entrega una historia que inquieta desde el principio, cuando vemos a un pequeño perseguido luego de la matanza de su padre. Ambientada en Ciudad del Cabo y centrada en la investigación del asesinato a golpes de una chica adolescente, tres detectives se lanzan para resolver el caso: Ali Sokhela, un siempre convincente Forest Whitaker -el chico del inicio que ahora de adulto arrastra un drama profundo;Dan Fletcher -Conrad Kemp- y Brian Epkeen -Orlando Bloom en un papel que lo sitúa en lo más alto de su carrera-. Los tres descubren la punta del iceberg pero detrás aparece el tráfico de una nueva droga, una verdadera arma química destinada a destruír a la población. La trama produndiza en el enigma policial a través de situaciones violentas -como en la secuencia de la playa- y va dejando al descubierto los dramas de Alí, quien mantiene una relación de protección con su madre indefensa, y de Brian, quien intenta restablecer el vínculo con un hijo adolescente en medio de una vida llena de excesos luego de su separación. Y también está el caos, los crímenes, los códigos de la amistad y la pericia de profesionales que intentan poner orden al desorden. El clima de inminente peligro que se cierne sobre un círculo en particular y que amenaza con extenderse, las conveniencias y triunfos de una mega empresa y un final con una persecución en medio de zonas áridas forman parte de un film recomendable, sin fisuras y que logra pegarnos a la butaca con su espiral ascendente de violencia y donde el concepto de perdón dice presente.
Con dos años de retraso finalmente llegó a la cartelera local Operación Zulu, un muy buen film independiente que presenta uno de las mejores interpretaciones de Orlando Bloom en muchos años. Una película que además lo tiene como co-protagonista a Forest Whitaker y no tuvo gran difusión en los medios. Se trata de un intenso policial negro que le escapó a los convencionalismos del cine hollywoodense dentro de este género, para presentar una historia oscura y atrapante que retrata la realidad social y política de la Sudáfrica post Mandela y el rol que tiene en el país el crimen organizado. La dirección corrió por cuenta del francés Jérome Salle quien ya había demostrado sus dominio del suspenso y las secuencias de acción en Largo Winch, la adaptación del cómic belga que fue un gran éxito en Europa. Si nuevo trabajo es un film mucho más serio y dramático que tiene la virtud de presentar un conflicto policial que el espectador no podrá predecir enseguida, debido a los diversos giros sorpresivos que tiene el argumento. Con personajes bien desarrollados y secuencias de acción intensas, el trabajo de Salle no defrauda a ningún espectador que sea seguidor de este género. Los lectores que en el pasado hayan disfrutado de alguna novela de Jim Thompson o John Godey en Operación Zulu van a encontrar una gran propuesta, ya que el trabajo del director francés estuvo encarado en la línea de lo que fueron las obras de esos autores. Muy especialmente en los que se refiere al tono del conflicto y la personalidad de los personajes de Bloom y Whitaker. Hace bastante que no llegaba a los cines un buen exponente del cine Hard Boiled y este es un film que recomiendo.
Violenta redención Llega a las salas argentinas Operación Zulú (Zulu, 2013), thriller francés desarrollado en una Sudáfrica post apartheid y encargada de clausurar el Festival de Cannes 2013. Acción, violencia extrema y dramas sociales se combinan en un film que vale la pena no pasar por alto. Un dúo de policías, interpretado por Forest Whitaker y Orlando Bloom, se sumerge en las calles de Sudáfrica tras la búsqueda de un asesino serial. La premisa de este film puede ser una más, pecando de repeticiones y con la posibilidad de caer en lugares comunes. El director francés Jérôme Salle, recordado por su opera prima El secreto de Anthony Zimmer (Anthony Zimmer, 2005), se enfrentó a este reto combinando factores como la discriminación social, los demonios internos de los protagonistas y la posibilidad de librarse de los mismos. El resultado es una grata sorpresa que te mantiene expectante, repleto de viscerales escenas de acción y que hacen que estemos más alerta sobre aquellos films olvidados alejados del mainstream. Con una destacada interpretación de la pareja protagonista, sobre todo un Orlando Bloom excluido del rol de galán adolescente y brindando una asombrosa actuación, la película se desarrolla en la constante exploración, tanto externa como interna. Desde el punto de vista externo, se exploran las cuestiones sociales a más no poder. Se resaltan temas como la discriminación racial, el capitalismo y la inseguridad en las calles sudafricanas, como así también la existencia marcada de dos clases sociales: la de los suburbios y aquella de las mansiones de lujo. Ahora bien, la exploración desde el punto de vista interno es la que logra diferenciar a este film de tantos que podrían tocar las mismas temáticas que se exploran externamente. Es acá donde la transformación de los dos personajes principales resulta progresiva y elocuente, desentrañando sus temores y miserias para intentar dar paso hacía el renacimiento. El aspecto visual del film brinda un espectáculo de colores placentero para la vista. Desde los paisajes beneficiados por la dirección de fotografía y hasta los planos firmes y misteriosos del director, se denota la fuerza técnica que el cine francés posee. El gran acierto de Jérôme Salle, que además construyó el guión encargándose de adaptar el libro de Caryl Ferey que le da el título a la película, es sin dudas el apartarse de las grandes industrias cinematográficas que podrían transformar su obra encarrilándola hacía los mainstream, perdiendo su esencia y el contenido del mensaje. Este joven director francés es sin dudas un artista al que no debemos perderle pisada. Operación Zulú logra con un puñado de factores, sin repercusión mediática ni actores convocantes – convengamos que Bloom es participe de dos sagas fílmicas pero no es la principal atracción de ellas – lo que muy pocas hacen: entretener, brindar un mensaje sólido y consistente, lograr empatizar con los personajes y, con todo eso, no perder la brújula de la reivindicación personal y la justicia social. Una perlita presentada en Cannes hace dos años que, pese a la demora de estreno en las salas comerciales, es una posibilidad para que se aprecie otra manera de contar cine de acción y redimirnos de vanagloriar aquellas obras sobredimensionadas por tantas explosiones y actores convocantes.
Ali (Forest Whitaker) y Brian (Orlando Bloom) son dos policías que viven en una Sudáfrica post apartheid. De personalidades distintas, de todos modos pocas cosas los diferencian además de su color de piel. Las vidas de estos dos hombres, uno más calmo, el otro más descontrolado, son a simple vista un desastre, marcadas por la soledad. La película del director francés Jérôme Salle es un relato oscuro y violento en forma de policial. La trama comienza con la aparición de una joven (blanca) asesinada de manera violenta. A partir de acá comienza una investigación en la que ambos policías trabajarán en conjuntos y derivará en algo más turbio, un negocio con drogas de diseño. A medida que la trama avanza y se va tornando más oscura, las vidas de ambos también caerán cada vez más en esos tonos. En la imposibilidad de sentar cabeza o de dejarse querer. De repente este caso comienza a transformar sus vidas y se ven obligados a hacer frente a sus demonios internos, alcoholismos, problemas de relación, infidelidades o rencores y reproches familiares. El film transita cada una de estas tramas y subtramas de manera lineal en un territorio poco amigable convirtiendo a Sudáfrica en un personaje más. Adaptación de la novela de Caryl Ferey, Salle dirige un film con un guión bien desarrollado e inteligente que va develando capas de manera gradual. Las actuaciones principales sobre todo están muy bien, sorprendiendo un Orlando Bloom muy alejado a la imagen que supo crear tras unos años un poco olvidado en el cine (más allá de alguna participación, como el retorno de su Legolas para la trilogía de "El Hobbit"), mostrando una faceta mucho más madura de su carrera. Una película oscura, bien realizada y contada, pero dura, con escenas violentas que más allá de no ser gratuitas en este relato sí resultan fuertes.
Llega a nuestras pantallas esta peli del mismo director de "El Turista", Jérôme Salle y cuyo título es "Operación Zulú". Mucho no nos va a decir hasta que definitivamente nos internemos con la mirada en ella. Un devenir de imágenes violentas que van mostrando un pasado que define un presente. La acción se desarrolla en esa Sudáfrica que a pesar de haberse convertido en un país moderno y donde la convivencia se sostiene delicadamente, tiene demasiados fantasmas y muchas heridas a flor de piel. Este policial dramático cruza esa historia anterior a Mandela y los abusos del Apartheid con 2 personajes: Ali Sokhela (Forrest Whitaker), el zulú del equipo policial, al que se lo ve con el rictus de cargar con las imágenes de su padre que es torturado y asesinado delante de sus ojos cuando era niño; no sólo eso, en la huida de los atacantes blancos, es herido por un perro, y por estas heridas no puede intimar con ninguna mujer. El segundo personaje es Brian Epkheen (Orlando Bloom), un policía descarriado en todo sentido, se ha separado de su mujer, siempre hay una nueva en su cama y ni su hijo lo respeta. También lleva una carga negativa, con un apellido de los años de división lo cual lo hace más infeliz. Los dos encuentran un motivo de lucha cuando asesinan a la hija de un entrenador de fútbol y, alguien de la sociedad, parece que hubo drogas y cuando empiezan a investigar se destapa una caja de Pandora imparable. Niños que son utilizados para probar medicamentos que les provocan reacciones violentas, prostitución, trafico de armas, negocios turbios. Ni bien arranca la investigación, un compañero de equipo es cruelmente asesinado por la misma banda que están buscando. Intensa, con buenas actuaciones de Forrest Whitaker, que resiste hasta encontrarse con su pasado; Orlando Bloom, al que no reconocí, pues no estaba con traje de época (¿se acuerdan cuando sólo trabajaba en pelis donde estaba de pirata, mosquetero u otro atuendo del pasado?), aquí, el pasado es un ingrediente psicológico y social, así que no traiciona. Me quedo con la frase de Mandela que pronuncia Ali: "Si quieres hacer las paces con tu enemigo, tienes que trabajar con tu enemigo. Entonces, él se volverá tu compañero". En boca del líder se convirtió en una bandera de pacificación, en esta trama, tendrán que verla, es posible que eche combustible al fuego. No es para almas sensibles, si vieron "Chappie" es posible que la resistan sin problemas.
Un thriller con historia social En el comienzo un niño ve cómo su padre, aprisionado por una cubierta de auto, muere consumido por la llamas. Treinta años después ese chico es Ali (Forest Whitaker), un capitán de policía en Johannesburgo que debe resolver el brutal asesinato a golpes de una joven blanca junto a Brian (Orlando Bloom), un detective a sus órdenes. Como cualquier policial, ese primer hecho da paso a las líneas de investigación, pero rápidamente la película muestra que los dos hombres están rotos emocionalmente y que van a pasar varias, muchas cosas horrendas, para que no sólo se solucione el caso sino que se revele cuál es la historia de cada uno. Y lo concreto es que se trata de Sudáfrica y el relato inevitablemente tiene que ver con las secuelas que dejó en esa nación el Apartheid, un sistema de segregación racial que duró hasta los noventa, cuando asumió la presidencia Nelson Mandela. La miseria, la exclusión y la inaudita violencia que se trasmite desde la pantalla remiten a ese pasado miserable de la nación africana y mientras avanza la historia, dentro de una estructura de thriller, el film se propone y logra con bastante éxito, tocar cada una las heridas abiertas del presente, en tanto se desarrolla la trama, que primero se dirige hacia un crimen sexual, luego hacia el narcotráfico, más adelante muestra la red de complicidades ligada a los residuos del antiguo régimen para desembocar en un perverso plan de limpieza étnica. La locación es Johannesburgo pero la ciudad es también un personaje, con sus villas miseria, el racismo casi intacto y la ferocidad desatada en las calles, en los bares, en la playa y en los antros de chapa. Cada uno de los lugares es una puerta a un dantesco presente, heredero del infierno del pasado y en ese ámbito van avanzando los protagonistas -Whitaker y Bloom, con una química inesperada-, cada uno con su vida dañada pero dispuestos a hacer lo necesario. Zulú entonces es una buena película, ambiciosa al intentar anclar un policial con la convulsionada historia de un país y en ese sentido, a la hora de demostrar su hipótesis sobre el estado actual de las cosas, se regodea innecesariamente en la violencia, aunque este error no le resta méritos a la hora del balance final.
Thriller en el corazón de Sudáfrica El salvaje asesinato de una adolescente es el punto de partida de este thriller del francés Jerome Salle inspirado en una novela del especialista en policiales Caryl Ferey y exhibido fuera de concurso en la edición del Festival de Cannes de 2013. Quienes investigan el crimen son los protagonistas excluyentes de la película, dos policías de temperamentos diferentes, pero con problemas en su intimidad de intensidad parecida. Uno es negro (Forest Whitaker); el otro, blanco (Orlando Bloom). Y el escenario es Sudáfrica, un país en el que los ecos del apartheid no se apagan y las heridas de larga data aún no han cicatrizado. La equilibrada dosificación del thriller veloz, regado de sangre y drogas de diseño pensadas para el control social, y el melodrama seco de las vidas privadas de los detectives es una de las fortalezas de la película, narrativamente impecable y cargada de tensión de principio a fin. Orlando Bloom resuelve con sagacidad su rol de policía canchero, problematizado y autodestructivo, un papel que también le habría caído como anillo al dedo a Matthew McConaughey. Reutiliza la codificación más corriente para ese tipo de rol (el justiciero que enfrenta todo tipo de peligros con eficacia, pero no puede resolver normalmente su situación familiar), sin sumergirse del todo en el estereotipo. Igual que Whitaker, quien interpreta a un sabueso persistente, atormentado, obsesionado con su madre y lleno de coraje. El notable trabajo de fotografía transforma al policromático paisaje sudafricano en un elemento de peso en la historia: los precarios suburbios de Ciudad del Cabo, las lujosas mansiones a orillas del mar y la inmensidad homogénea del desierto (donde Salle logra una memorable escena de persecución) son parte del juego de contrastes de una historia que trastabilla cuando apela al efectismo, pero sale a flote gracias a su energía y su dinámica. Por su look más superficial, Operación Zulú puede asociarse rápidamente a películas como Ciudad de Dios y Tropa de elite. Pero este film de Salle juega más al fleje, es más sólido y convincente que esos paradigmas del cine for export. Tiene más alma y, sobre todo, muchas más ideas.
Cocktail potente La fiereza de las imágenes es acor de con la trama, en la que la corrupción es sólo un aspecto más. Si a la intriga policial, y al ritmo trepidante del thriller, se le adosan actuaciones potentes y una violencia descarnada, el cocktail termina siendo fuerte. Fortísimo. Eso es Operación Zulú, coproducción francosudafricana que trascurre en una Sudáfrica aún convulsionada por el apartheid. Dos policías, uno de color (Forest Whitaker) y otro blanco (Orlando Bloom) deben investigar qué sucedió con una joven blanca, que apareció muerta en una playa. La muchacha tuvo sexo, dicen los forenses, pero no fue violada. Y su muerte no fue por armas blancas, de fuego o exceso de droga. La mataron a golpes de puño. Lo que no imaginan Ali (Whitaker) y Brian (Bloom) es que detrás de esa muerte se esconde una cadena de ilícitos que salpican para todos lados. Y el verbo salpicar, si van a ver Operación Zulú, advertirán que es de lo más apropiado. Al realizador Jérôme Salle no le tiembla el pulso, aunque use cámara en mano, para mostrar atrocidades cada vez que los policías se enfrentan a dealers o criminales de saco y corbata. Pero lo que más conmueve -las escenas de violencia pueden asquear a algunos o afectar a los más sensibles- es la manera en que Ali y Brian realizan sus investigaciones. Que las acciones transcurran en un país, y en una metrópoli como Ciudad del Cabo, donde los desniveles sociales son tan tangibles, es cierto, ayuda. Solitarios, cada uno de los policías tiene por qué vivir atormentado. Dejemos que el espectador lo vaya descubriendo solo, que es otro aditamento para ¿disfrutar? Operación Zulú. Los policías mascullan más que hablan, tienen salidas ingeniosas, un apego al riesgo y una valentía inusitada. El conflicto racial no es el único que se pone ante los ojos. Los problemas familiares de cada uno de los protagonistas (y de algunos secundarios, que aportan y sostienen a la trama central) suman capas e interés, y la manera en que se fotografía el entorno, la crispación, y la música de Alexandre Desplat, todo suma para redondear un thriller polémico, no sólo por su carga de desguace con machete y justicia por mano propia.
Drogas y apartheid Un grupo de policías deben investigar la violenta muerte a golpes de una chica blanca en Ciudad del Cabo, en un contexto con una enorme desigualdad social y con las heridas del apartheid aún abiertas. Durante la autopsia hallan en el cuerpo de la joven una droga sintética desconocida. A partir de la investigación descubren que la droga era una prueba de laboratorio que se testeaba ilegalmente en niños negros, pero luego un cartel se apoderó de ella y comenzó a venderla en las calles. Ali Sokhela (Forest Whitaker) y Brian Epkeen (Orlando Bloom), los detectives encargados del caso, se adentran cada vez más en un espiral en la que deberán enfrentarse con violentas bandas que desatarán una verdadera carnicería, y donde por encima de todo se encuentran personas muy poderosas, incluidos algunos políticos amnistiados luego del apartheid. El filme tiene un tono intenso, oscuro y violento, tanto Forest Whitaker como Orlando Bloom realizan muy buenas interpretaciones como investigadores comprometidos que son capaces de llegar hasta las últimas consecuencias para resolver un caso, que terminó siendo mucho más complicado de lo que esperaban. Ambos personajes tienen pasados conflictivos, que saldrán a la luz a medida que avanzan en la investigación y que están relacionados con algunos de los tópicos del caso. Si bien las historias de ambos son más que interesantes, cuando el filme las explora se vuelve un tanto difuso, se va de foco y se pierde un poco la trama. Jérôme Salle construye un relato muy intenso, con una fotografía cálida y colores saturados, donde a través de un interesante policial, muestra la realidad de un país lleno de heridas, conflictos raciales, y una enorme violencia.
Operación Zulú se desarrolla en pleno Apartheid, en una Sudáfrica convulsionada, una pareja de policías persigue al asesino de una adolescente. Desde los municipios de Ciudad del Cabo hasta las lujosas villas frente al mar, esta investigación cambiará la vida de los dos hombres, forzándolos a enfrentar a sus demonios internos. Un impactante thriller plagado de oscuridad y violencia, con Orlando Bloom en su papel más jugado y adulto sumado a Forest Whitaker tan sólido y creíble como siempre. Las locaciones sórdidas sumadas a una dirección de fotografía sucia y contrastada, ayudan a generar el clima opresivo, asfixiante durante la totalidad del metraje. Una gran película que fusiona con creces lo mejor del género con el cine testimonial.
Sudáfrica, todavía atravesada por la segregación racial y económica. Y además, por los mafiosos que prueban drogas nuevas en los chicos de la calle para la industria farmacéutica. Y además, el tema de la justicia por mano propia. Demasiados temas, mucha violencia, un gran actor como Forrest Whitaker y un esforzado Orlando Bloom.
Zulu is one of those effective thrillers with a crime story and a political backdrop that nonetheless falls somewhat short considering its potential. That said, it’s equally true that some of its assets — the performances, the action-packed scenes, the killings — partly make up for what seems to be missing. Set in Capetown, in today’s South Africa, Zulu tells a rather formulaic story: a young white woman is found brutally murdered, apparently in connection to the use of a new illegal drug. So police officers Ali Sokhela (Forest Whitaker) and Brian Epkeen (Orlando Bloom) are assigned to the case. Eventually, they’ll be joined by agent Dan Fletcher (Conrad Kemp), who may not be as tough as Ali and Brian, but is more than eager to find the killer. Now, the political angle is introduced via Ali’s past: as a young boy, he saw his father burned alive by white men in 1978 during the apartheid (enter an appalling flashback), but as a grown man he feels that for a society to heal forgiveness is better than revenge — though his convictions are bound to change if the wrong guys do their evil deeds. Also, there’s the disappearance of black street children, quite possibly related to the killing of the young woman and the new illegal drug. In the end, Salle’s opus is a good cops vs. mean drug dealers movie, as the political backdrop is not examined in all its complexity. It’s brought to the fore every now and then, but it doesn’t have much weight in the main plot, which basically has to do with how the three policemen deal with the scenario. Brian is usually on the verge of drunkenness, is separated, has a bad relationship with both his son and his ex-wife, and sleeps around as much as he can. Dan is a family man with two children and a caring wife who has cancer and yet has an uplifting attitude towards life. And Ali, of course, is the central character who embodies the scars left by apartheid, and whose actions define much of what happens in the story. As far as the characters go, they are quite developed for a film of this type. You believe they are real people, and not cardboard figures. Of course, that the performances are convincing, even with a couple of flaws here and there, is of much help. And then there are the action-packed scenes, the bloody shootouts, the brutal killings and the beatings. With remarkable camerawork, brisk editing, and an expressive sound design, the film’s pulse never fails, not by an inch. Nerve-wracking at times and suspenseful at others, Zulu is directed with assurance and it shows. Not that it’s extraordinary, but it does deliver in most accounts and it’s moderately entertaining. Production notes Zulu (France, South Africa, 2013) Directed by Jerome Salle. Written by Jerome Salle, Julien Rappeneau, based on a novel by Caryl Ferey. With Orlando Bloom, Forest Whitaker, Conrad Kemp. Cinematography: Denis Rouden. Editing: Stan Collet. Running time: 110 minutes.
Policial fuerte y realmente original Hay que darle una media hora a este trhiller sudafricano para que explote. Una vez que lo hace, se convierte en una película realmente fuerte, y dado su origen y ambientación el resultado es algo original dentro del género policial. Forest Whitaker, un excelente actor que aquí está realmente bien aprovechado, interpreta a un veterano policía que sufrió todo tipo de desgracias en la época del apartheid, pero que supo controlarse y terminar trabajando con algunos de los mismos policías blancos que hicieron cosas horribles en esos tiempos. El personaje se pasa hablando sobre tolerancia a sus colegas y citando a Mandela cada vez que puede y, justamente, el centro de la trama es la transformación que sufre este personaje para terminar empuñando una escopeta y agarrándose a tiros contra todos los villanos. Mucho antes de que pase eso hay una chica que aparece muerta en un parque. Sería una investigación más o menos rutinaria si no fuera porque es la hija de alguien importante dentro de un deporte tan popular en el país como el rugby y porque en el cadáver se encuentran restos de una especie nueva de metanfetamina. La película sigue un curso lento, ocupándose de describir a los distintos personajes y algo interesante del guión es que cada personaje tiene sus particularidades, algo que también apoya la originalidad del film. Pronto los policías se topan con una nueva pandilla que vende drogas y comienza la violencia más bien fuertecita que caracteriza a un film que también toca otros temas en una trama compleja, por ejemplo la desaparición de chicos de la calle y la acción de parapolicías. Jérôme Salle le pone personalidad e imaginación al ambiente y también a las numerosas escenas violentas, y Orlando Bloom aparece mostrándose totalmente distinto a como se lo ha visto en superproducciones hollywoodenses muy populares. "Operación Zulu" es una película fuerte y diferente que ningún fan del cine policial debería perderse.
Camino a la redención Operación Zulu es un muy buen thriller francés, del director Jérôme Salle e inspirado en la novela homónima de Caryl Ferey. El inicio se da con una pareja de policías (Orlando Bloom y Forest Whitaker) que encuentra muerta a una joven adolescente blanca que lleva a una investigación. Lo que parece un asesinato aislado abre muchos interrogantes y una historia policial cargada de de intriga, con un trasfondo de drogas, secretos informáticos, intereses gubernamentales, violencia y denuncia social. Operación Zulu en un filme duro y sangriento (impresionables abstenerse de verla) donde además de los demonios de la sociedad se ponen en juego los propios de nuestros policías protagonistas, en cuyas vidas conviven la infidelidad, problemas sentimentales y el alcoholismo. Son seres atormentados y solitarios, y se ven representados excepcionalmente por ambos actores. Nos muestran la contraposición natural que llevarían dos personas nacidas en lugares tan disímiles, pero que en definitiva no les imposibilita unirse y conseguir la redención. Y otro de los protagonistas indiscutibles de este film es Sudáfrica, con sus contrastes económicos y problemas raciales, que se presenta con una estética más bien cálida y con contrastes luminosos para retratar la sociedad. Se nota un elaborado trabajo de adaptación de la novela para llevarla al cine, de la mano de Jérôme Salle junto a Julien Rappeneau como co-autor. Llevaron a cabo una obra que de la forma en la cual está filmada, se asemeja a un documental sumamente real, saliendo del relato usual que abarcaría la investigación de un crimen. Las historias de los secundarios también resultan interesantes, justamente porque son quienes permiten graficarnos los desniveles que se viven en esa sociedad. Operación Zulu es una grata sorpresa que aparece esta semana en cartelera. Posiblemente su gran inconveniente sea la falta de publicidad para un producto tan efectivo y con dos actores de renombre. Son esas cuestiones que suceden a veces y jamás lograremos entender.
Un flagelo que no se va Las heridas pueden cerrar, pero la cicatriz nunca se va. Operación Zulu, basada en el libro de Caryl Férey, retoma un tema muy sensible y difícil como es el régimen racista del Apartheid. Un film de acción de dos horas que tiene varios detalles que lo hacen muy interesante, tanto en las teorías conspiranoicas que están presentes, como en la concepción de los personajes y el desarrollo de las acciones. La buena actuación tanto de Forest Whitaker, como (sorprendentemente) de Orlando Bloom, arman dos personajes sólidos, tan opuestos como unidos por sus diversos dramas. El thriller policial se desencadena por la muerte de una joven, hija de una leyenda del rugby, que en un principio parece un asalto seguido de una violación. A medida que los policías empiezan a investigar, entienden que la relación sexual no fue forzada y que los rastros de una novedosa droga los lleva a una organización delictiva de características especiales. Como crítica social, el film toma una visión típica de los medios de comunicación que los casos de asesinatos de mujeres, blancas y lindas son los que generan la conmoción social, en cambio la desaparición de niños pobres que, paralelamente era advertido a Ali Sokhela (Whitaker) por su madre, fue sistemáticamente ignorado por el detective policial más allá de sus orígenes. Ambas líneas argumentales se fueron vinculando sutilmente y se unen con la historia profunda del país sur-africano. Ali tuvo un pasado muy sufrido durante el Apartheid. Muchas de las escenas del film se encargaron de presentar su drama personal y de mostrar a la redención y la filosofía de Mandela como el catalizador de su ira. En forma paralela, el sufrimiento de su compañero Brian Epkeen (Bloom) es muy distinto: fiestero, mujeriego y alcohólico, está peleado con su hijo y ex-mujer, y busca recuperarlos constantemente. Ambos se unen en su soledad y sus pesares, funcionan como la típica dupla policial tan opuesta como complementaria que, a pesar que se encuentran pocas veces juntos en pantalla, su unión termina siendo tan simbiótica como simbólica. La acción y el suspenso no están a cuenta gotas. La trama se toma el tiempo en desarrollar el eje central y entrega las pistas a lo largo de los contrastes sociales y económicos de Ciudad del Cabo, pero cuando la acción empieza lo hace brutalmente y sin piedad. La droga que encuentran tiene un propósito que se vincula con el viejo sisma social de Sudáfrica, con un cuestionamiento del perdón y la filosofía de Mandela, que a pesar de reivindicarla sobre el final, lo hace imperceptiblemente y apta para el debate. Tanta contención, mostró una furia sin piedad, y esa venganza no termina siempre en buen puerto. La escena de la persecución final en el desierto es una genialidad, la anti-acción y la desesperación como contraste con lo que se ve habitualmente en este tipo de films. Los planes de la conspiración biopolítica fueron un giro algo fantasioso e inesperado, pero interesante. La conclusión es que, si bien no hay tanta sofisticación (todavía) para los planes étnicos y racistas, nada asegura que no pueda aparecer algo así en un futuro. En definitiva, Operación Zulú toca temas sociales muy profundos y enquistados en una sociedad que parece haber encontrado la paz y hace la catarsis en un policial con toques de ciencia ficción. En estos tiempos de guerra e intolerancia, algo que vale la pena valorar.
La diferencia entre justicia y venganza Ambientado en la Sudáfrica actual, el policial se conecta con los crímenes cometidos durante el apartheid. Temas como “impunidad”, “culpa”, “juicio” y “venganza” son planteados en este film, que adhiere a la idea de que sin justicia no es posible un auténtico perdón. A veces el cine es capaz de sorprender y una película como Operación Zulú (Jérôme Salle, 2013), que llega a las salas locales casi tres años después de su estreno internacional, cobra repentina actualidad por causas ajenas. Después de la cena tres policías charlan sobre su jefe, amnistiado luego de confesar haber matado y torturado a muchas personas e invocando que todo aquello fue hecho en obediencia de órdenes superiores. La mujer del anfitrión es la única que manifiesta abiertamente su enojo por la situación. Los policías, en cambio, repiten incómodos que todos, como sociedad, aceptaron dejar atrás el pasado, olvidar y perdonar, y vuelven a hablar de amnistía. La mujer no está dispuesta a dar el tema por cerrado y enojada recuerda que los asesinos la tuvieron muy fácil, que les alcanzó con pedir perdón para evitar ser procesados por sus crímenes. “¿Y qué hubieras preferido? –pregunta uno de ellos, que es negro– ¿Venganza?” Ella lo mira a los ojos y responde: “Venganza no: hubiera preferido justicia”.Ambientada en la Sudáfrica actual, Operación Zulú es un policial que se conecta sin embargo con los crímenes cometidos durante el apartheid, un régimen de segregación racial en perjuicio de las etnias africanas instaurado tras la Segunda Guerra Mundial y que se extendió hasta el año 1992. Por más de cuatro décadas las minorías blancas nacionalistas administraron ese régimen de terror contra la población negra, en el que se cometieron atrocidades comparables con las del nazismo. En la película los tres policías que comparten la sobremesa citada en el primer párrafo investigan el asesinato de una joven blanca de familia rica. El asunto acaba vinculado a una red de narcotráfico que comercia una rara variante de tik, una droga barata derivada de la metanfetamina, que desde hace unos 10 años hace estragos entre los jóvenes de las clases más desprotegidas de la sociedad sudafricana, los negros. Su rol social puede compararse con el del paco a nivel local, aunque sus efectos son todavía más devastadores.La trama asocia a esta red de tráfico con el llamado Project Coast, un programa estatal secreto que durante el apartheid desarrolló una serie de armas biológicas supuestamente pensadas para un uso represivo, pero que en realidad se aplicaron al intento de erradicar a la población negra, esparciendo en sus comunidades cepas modificadas de diferentes virus, desde el botulismo y la salmonella al ántrax o el ébola. Su responsable era el doctor Wouter Basson, un cardiólogo conocido como Doctor Muerte, que recién fue amnistiado en 2002 sin haber reconocido sus crímenes. La película imagina un personaje que funciona como alter ego de Bousson, que resulta uno de los líderes de esta banda que intenta a través del tik completará la tarea de exterminio que no pudo cumplir durante el apartheid.Un juego posible puede ser pensar Operación Zulú como equivalente dentro de la cinematografía sudafricana de lo que significó El secreto de sus ojos para el cine argentino. Un relato que revisa el vínculo de la sociedad con las atrocidades de la propia historia y la forma en que sentimientos como culpa y venganza son tramitados. Pero hay un abismo entre la historia argentina y la sudafricana, en tanto acá existen procesos de justicia contra los responsables de los crímenes cometidos durante la dictadura; en cambio en Sudáfrica se aplicó una amnistía equiparable a los derogados indultos menemistas. Operación Zulú expresa con claridad la diferencia entre justicia y venganza –algo que en Argentina algunos insisten en confundir, no sin intención ni malicia– y adhiere a la idea de que sin justicia no es posible un auténtico perdón. La película de Campanella y la de Salle dialogan con esos contextos distintos. Mientras que en El secreto... el revanchismo queda impune, garantizado por las instituciones (el silencio de un fiscal), en Operación Zulú no sólo se expresa su radical diferencia con la justicia, sino que se coloca a las víctimas vengativas en pie de igualdad con sus victimarios, uniendo a ambas partes en un latente destino común de violencia estéril que sólo una justicia auténtica sería capaz de detener.
Un maldito policial en Sudáfrica Es difícil dejar de observar las fallas de una película como Operación Zulu, una especie de maqueta preliminar donde todo parecer pender de un hilo. Pongamos a Bloom y Whitaker en Sudáfrica, mostremos algo de rugby y racismo post-apartheid, agreguemos drogas con algunas muertes guarangas, y listo. Un camino que para algunos espectadores será difícil de transitar. En el film se cuenta la historia de unos policías cuyas vidas son las más jodidas del universo, y que tienen que resolver un crimen violento (una chica asesinada a golpes). La investigación los llevará al mundo de la distribución pormenorizada de drogas, a la vez que se enfrentan con los fantasmas del propio pasado o la propia muerte, cruzándose también con un psicópata perverso que es parte de las huestes de la organización narco, parando de vez en cuando para tomar un café y reflexionar sobre las heridas sociales provocadas por el apartheid. Es que el policial de nuestros días tiene que ser sociológico, oscuramente sexual, escabroso, gore y con final vengativo. La película de Jérôme Salle está pensada para comprobar la tesis de que el mundo es una garcha, y el enano fascista interior, la solución. Esto no es un problema es sí mismo, de hecho entendemos la necesidad de exagerar la oscuridad como un convención del género negro. Sin embargo, lo que sí es un problema, es la humanidad esquelética que demuestran los personajes. Dejando de lado el espantoso acento impostado de Bloom y Whitaker, o que el personaje de Conrad Kemp está obviamente hecho para que muera aparatosamente sufriendo mucho, Salle realiza para cada uno un trazado psicológico que se mueve entre la obviedad absoluta, y la absoluta falta de sutileza. Falta de sutileza y pericia que Salle también demuestra a la hora de escribir el guión, que no termina de definir qué clase de historia quiere contar. Extrañamente, y medio a las apuradas, termina siendo un film de transformación y venganza, dejando algunas sub-tramas abandonadas o cerradas a medias. A grandes rasgos empezamos viendo una torpe versión de Pecados capitales (David Fincher, 1995) y terminamos viendo una versión de El vengador anónimo (Michael Winner, 1974) en Sudáfrica con un Whitaker demasiado flaco y determinado a no dejar escapar ni una pizca de carisma. El policial es para muchos espectadores el vidrio favorito a través del cual observar el mundo. Que fascina, porque se sirve constantemente del suspenso que genera la resolución de un crimen, pero que también se ofrece como una forma de mirar los bajos fondos, ocultos en general para el espectador medio. Es un género sobreexplotado y sobrevalorado, porque muchas veces podemos encontrarnos con exponentes mediocres como Operación Zulu, con su detective imposible encarnado por Bloom. El abuso nunca es recomendable, por eso esperamos que con la llegada al poder de Mauricio Macri se termine el curro del policial negro, a pesar de que alguna vez se haya declarado fanático de la saga Millenium, de Stieg Larsson. Siempre se puede cambiar, para algo somos peronistas…, es decir, argentinos.
Un thriller impactante, violento y oscuro. Con la solidas, efectivas y creíbles actuaciones de Forest Whitaker y Orlando Bloom. En algunas secuencias uno puede recordar la película “Diamantes de sangre”. Una imponente fotografía que va mostrando las distintas situaciones, va creando interesantes climas, también se apoya en la banda sonora de Alexandre Desplat. Más fuerte que “Ciudad de dios” y “Tropa de élite”. Toca demasiados temas y no llega a resolverlos.
Un niño corre desesperado en una desolada calle sudafricana de Ciudad del Cabo. La imagen muta en el mismo niño, pero ya convertido en un hombre, corriendo sobre una cinta en su departamento. Ambos tienen algo en común: la tristeza en sus ojos. Desde ese punto sensible se dispara “Operación Zulú”, el filme de Jérôme Salle, que hace foco en el apartheid para retratar un policial violento, en donde la intención de justicia y venganza se cruzan en límites difusos, más allá de la intención del director de privilegiar la justicia como mensaje. Ali, protagonista clave en la trama (Forest Whitaker), es un policía que está en la vereda de enfrente de la felicidad. Su gesto adusto sólo cambia cuando ve a su madre, pero no puede alcanzar el placer sexual (la película revelará los motivos) y está obsesionado por combatir, junto a dos colegas, una red de narcotráfico. Pero lo que parecía una droga más terminará siendo una compleja sustancia química, con consecuencias violentas en quien las consuma. El director, en una vuelta de guión demasiado pretenciosa, quiso reflejar un plan maquiavélico del poder político en tiempos de la segregación racial sudafricana y sumó demasiada distorsión al filme, tanto que casi arruina la propuesta original. Con todo, la película mantiene al espectador atado a la butaca hasta el final y pese a lo explícito de algunas escenas sanguinarias, vale la pena sentarse a verla.
No es mejor este “policial de denuncia” ambientado en Sudáfrica y con varios trasfondos políticos porque, justamente, la “denuncia” se lleva demasiado tiempo (a estos realizadores hay que recomendarles El tercer hombre). Pero a pesar de ello mantiene el pulso narrativo con bastante precisión y logra que la intriga mantenga su interés y el relato no de deshilache en efectos melodramáticos (que no es lo mismo que melodrama).
El primer minuto de “Operación Zulú” tiene un gran poder de síntesis en el más amplio de los sentidos, pero además sirve de preaviso para que el espectador se acomode al nivel de brutalidad de la que será testigo en este policial. Sudáfrica. 1978. Pleno Apartheid. Un niño ve a través de su ventana como su padre sufre la cruel tortura del neumático incendiario. El hombre está literalmente prendido fuego. El niño echa a correr. A sus pies descalzos se le superponen otros en zapatillas y sobre una cinta para correr tipo gimnasio. Esta elipsis nos traslada a 2013. El detective de homicidios Alí Sokhela (Forest Whitaker) hace ejercicio con ese dolor y horror a cuestas. Corre sin moverse, corre para siempre. Poco después se encuentra frente al cadáver de una niña brutalmente asesinada a golpes. El detective Brian Epkeen (Orlando Bloom) se encuentra con tremenda resaca, al lado de una mina de cuyo nombre no tiene idea y en franco estado de abandono. No parece importarle mucho estar vivo (baja desnudo a la cocina y mantiene un “diálogo” con su hijo adolescente, le tira whisky al café, fuma todo el tiempo, etc.), pero es el partenaire de Alí y juntos, con su pasado y presente a cuestas, verán en el asesinato que investigan la punta de un peligroso iceberg que involucra a gente de todos los estratos sociales y políticos de esta Sudáfrica post Mundial 2010. Este policial amaga con ser una “buddy movie” por el nivel de contraste de personajes protagónicos, muy cerca de la gran “Arma mortal” (Richard Donner, 1986). Pero la idea es otra. La película intenta con su extrema crudeza y violencia acercarse a un panorama realista de la vida después de Mandela. Un registro cercano a “Ciudad de Dios” (Fernando Meirelles y Kátia Lund, 2002) por su conexión con personajes marginales, pero tomando la investigación como una forma de destapar la olla del mundo de las drogas primero, y de la hilachas de un pasado doloroso que parece arraigado a un odio desmedido. En este sentido no hay concesiones sobre la crudeza de las escenas de violencia, porque el asesinato de una chica, blanca, bonita, de clase alta, es la punta de un iceberg que amenaza con hundir a varios merced a una nueva droga llamada Tik (o algo así), que se inventó en su momento para aniquilar a los negros por su alto nivel de toxicidad y efectos secundarios extremadamente agresivos (acá sería como el paco). El guión de Julien Rappeneau y Jérôme Salle, basados en el libro de Caryl Ferey, tiene como ventaja principal el construir muy bien a todos los personajes, pero con especial foco en los protagónicos. Fuera de lo que es la investigación, hay dos subtramas muy fuertes que operan sobre el presente sórdido y oscuro de ambos, como si no tuviesen demasiado con un caso que claramente los desborda. Se trata de la desarmada y disonante vida familiar que cada uno lleva a cuestas. Hay momentos en los que el espectador se preguntará con justa razón si hay algo más que les pueda pasar a estos tipos como para hacer cartón lleno. Pese a todo, no deja de aparecer el humor que surge desde la catástrofe; un par de gags bien puestos y con buen timing para quien sepa entrar en el código propuesto por el director Jérôme Salle, cuyo antecedente más inmediato fue el guión de “El turista” (2010), lo que es conveniente pasar por alto para evitar rechazos por currículum vitae. Además, todo en este guión funciona y donde pareciera haber excesos, simplemente es coherencia con la propuesta. Un policial duro, bien filmado y con varias escenas que se paladean rato después de verla “Operación Zulú” es de lo mejorcito estrenado en el género.
El crimen de la hija de un famoso rugbier es tan solo la punta del ovillo de una gran campaña de corrupción en Operación Zulú. Verdaderos detectives Brian y Ali son dos detectives de homicidios en la zona más violenta de Sudáfrica. Luego de encontrar muerta a la hija de un famoso jugador de rugby, empezarán a investigar lo que aparentemente es un caso de drogas; pero tras la muerte de un compañero y amigo de ellos, se irán metiendo en una red de corrupción, tráfico de drogas experimentales y multinacionales que planean segregar la tierra africana. Crimen ya visto Operación ZulúOperación Zulu nos propone de nuevo la trama de dos policías honestos (aunque con vidas personales bastantes problemáticas y destruidas) que se enfrentan a un caso que los supera, pero irán contra viento y marea para tratar de develar la verdad. Los Ángeles al Desnudo, Mississippi en Llamas, Seven, más cerca en el tiempo desde España La Isla Mínima, y hasta en la tv la reciente True Detective nos plantean escenarios similares donde genuinos detectives a duras penas pueden contra el sistema; y por desgracia para Operación Zulu, todo esto ya fue mucho mejor planteado que en la película que nos ocupa hoy. No tiene nada de malo que películas se parezcan entre sí, pero la gracia es que cada una de las citadas en el párrafo anterior tenía una particularidad que las destacaba y las hacia tener personalidad propia, mientras que Operación Zulu solo nos muestra un escenario poco explotado en Hollywood a la hora de filmar, y nada más. A esto se le suma que a nivel actoral tampoco vamos a tener mucho que destacar. Orlando Bloom sigue en su línea de apatía, y carencia total de carisma, pese a que tenga un personaje bastante jugoso con matices a explotar, el británico simplemente es un actor mediocre. Forest Whitaker tampoco hace demasiado para opacar a su compañero, aunque tiene un par escenas dramáticas donde si puede mostrar algo de su talento. Quizás lo más destacable de Operación Zulu es el grado de violencia que maneja, y que el director Jerome Salle supo plasmar a nivel grafico en el film. Salle no titubea a la hora de mostrar desmembramientos o impactos de balas en cualquier lugar, y seguramente los momentos y escenas de pelea sean de lo más rescatable del film. Conclusión Operación Zulu es una floja película, que no muestra nada innovador en el sub genero de “pareja de detectives”. Pero la gran pregunta que nos plantea, es ¿Por qué estrenan una película del 2013? Eso nunca lo sabremos…
Policial negro en una Sudáfrica dividida "Zulu" es uno de esos thrillers que transitan por vías independientes, festivaleras, alejado de los estrenos rimbombantes y las grandes promociones. Es por esto que la dinámica que presenta es también un tanto distinta a la que el espectador acostumbra a ver normalmente en cine. Si esto no es un impedimento, es una película que se deja ver y resulta por momentos bastante intensa y atractiva. La trama se centra en la vida de dos detectives que deben enfrentar día a día la corrupción y delincuencia de una Ciudad del Cabo asediada por la violencia y las grandes diferencias sociales y raciales. Ali Sokhela (Forest Whitaker) y Brian Epkeen (Orlando Bloom) se topan con un asesinato misterioso. A medida que van investigando y llegando al centro de la cuestión, se encuentran con un entramado mafioso muy peligroso que pone en riesgo no sólo sus vidas sino las vidas de las personas que los rodean. Ambos detectives pasan por situaciones personales complicadas, sombrías, que los hacen atractivos para el espectador y dan un tono oscuro a esta historia policial negra. Tanto Bloom como Whitaker hacen un buen trabajo de actuación y suben el nivel de la propuesta. Si analizamos un poco más en detalle la trama, no aporta nada demasiado nuevo al género y toca el tema de las diferencias raciales en Sudáfrica, algo que ya hemos visto. Lo que la hace una película potente es la forma en que el director Jerome Salle cuenta el relato, con muchas situaciones de tensión y violencia que no repara en demasiadas autocensuras. Una cuestión que resulta un tanto negativa es el planteo de subtramas que no tienen mucho que ver con el desarrollo principal, que parecen haber sido incluidas para que nos agraden un poco más los personajes principales, lo cual no está mal en sí, pero cuando se nota que están medias colgadas y no tienen una buena cohesión con la trama troncal pierden fuerza y naturalidad. Ejemplos de esto son la relación de Epkeen con su hijo adolescente, las relaciones sentimentales de ambos detectives, la dura infancia de Sokhela. Son aspectos de los personajes que se tocan muy por arriba y no se profundizan cuando en realidad son de los aspectos más atractivos que presenta cada uno. Cuidad de Cabo como locación de la filmación me pareció interesante al igual que la estética sofocante que le imprimieron a la propuesta para hacernos sentir atrapados por este entramado de maldad y corrupción. Una propuesta entretenida que más allá de algunas fallas resulta buena en el redondeo. A los que gustan de los policiales oscuros y con buenas situaciones de violencia, creo que les va a gustar bastante.