Esta acertada precuela cuenta ahora con la dirección de Mike Flanagan y sobresalta al espectador con los mejores recursos del cine clásico del género. Una medium falsa y sus dos hijas provocan la aparición de una fuerza malvada. La precuela del éxito de 2014, Ouija: El origen del mal, es la nueva incursión en el género de terror del experimentado director Mike Flanagan, que no sólo funciona mucho mejor que la anterior, sino que la coloca en un buen sitio dentro de la millonaria franquicia. La nueva creación de Flanagan, responsable de Ausencia, Oculus, Antes de despertar y Silencio -esta última con una efectiva recreación de los relatos con asesinos enmascarados- cuenta la historia de una madre viuda y sus dos hijas que habitan una lúgubre casona en la que practican falsas sesiones de espiritismo en Los Angeles de la década del sesenta. Con una apropiada ambientación de época, el film juega permanentemente con el suspenso, tomándose su tiempos para el desarrollo de los personajes y de las situaciones que presenta. En ese sentido, Ouija: El origen del mal, tiene algunos puntos de contacto con El conjuro y hasta se da el lujo de recrear el afiche de El exorcista, en una toma con el sacerdote Tom, interpretado por el otrora niño de E.T., Henry Thomas. Una hija adolescente -Annalise Basso- con romance en puerta, la hermana menor -Lulu Wilson- poseída por fuerzas oscuras luego de practicar el juego de la Ouija, una madre -Elizabeth Reaser- preocupada en pagar sus cuentas y alivianar el sufrimiento de las personas que las consultan y necesitan respuestas de sus seres queridos fallecidos, son algunas de las puntas que explota este relato que borronea los límites entre la realidad y el "más allá". En tanto, una figura escurridiza que sólo puede verse a través de la lupa que trae el juego del título y una reunión de chicas repitiendo las reglas de un tablero que resulta más inquietante de lo que parece, contribuyen a crear los climas adecuados de la película que cumple con lo que promete y borra afortunadamente a su antecesora.
Perdida en el pasado El comienzo de Ouija: El origen del mal (Ouija: Origin of Evil, 2016) es impactante y premonitorio, tal vez marque el timming con el que luego el relato se desenvolverá, o tal vez no y eso es lo que logra captar la atención del espectador desde un primer momento. La cuidada atmósfera que el realizador Mike Flanagan imprime a la escena de presentación de su protagonista, Alice (Elizabeth Reaser), una “médium” que realiza algunos arreglos para comunicarse con el más allá, desnudan el mecanismo con el que ella engaña a sus clientes para sobrevivir y ubican al espectador en una posición de necesidad de empatizar con esta mujer, a pesar de sus mentiras, en sus intentos denodados por salir adelante junto a sus dos hijas. Alice conversa con un hombre y con su hija, ella les asegura que su esposa muerta está allí con ellos y quiere contactarse con él para poder responderle tres preguntas que tenga para luego ir sí al más allá. Esa secuencia parece salida de una serie televisiva de los años setenta. Bien podría haber sido un pasaje de un episodio de Alfred Hitchcock Presenta o La dimensión desconocida. Pero no lo es, es el prólogo de un film que evoca lo retro para fundar, como lo ha hecho recientemente la saga iniciada con El conjuro (2013), su verosímil y justificar su razón de ser. Alice no está sola, sus hijas, Paulina (Annalise Basso) y Doris (Lulu Wilson), la ayudan con las tretas, y la menor de ellas ni siquiera sabe qué es lo que realmente pasa en las sesiones espiritistas de las que participa circunstancialmente accionando un viejo fuelle para apagar alguna vela. Pero la necesidad la lleva a arrastrar a las niñas. Porque Alice es una joven madre viuda, que debe tratar de mantener en orden sus cuentas y papeles, pero que la realidad la golpea, como ese momento en el que se encontró sola, tras el fallecimiento de su marido, criando a sus dos hijas. La habilidad del guión del propio Mike Flanagan y Jeff Howard, radica en relatar el duro camino de Alice y sus hijas para poder seguir adelante, a pesar que sepan que aquello con lo que se ganan la vida no sea lo más correcto y ni lo más honesto, y luego, esa construcción se deriva en una épica de terror y suspenso que pondrá en juego algunas creencias sobre sí misma y su descendencia muy a su pesar. Ouija: El origen del mal comienza a desarrollar su trama secundaria, en la que de a poco, una misteriosa maldición del pasado, termina por demostrar que la casa de Alice y sus hijas fue el epicentro de actividades relacionadas con la magia negra y el oscurantismo, y que Doris es una víctima de eso. Las idas y venidas del relato, como así también la convencionalidad del mismo, no terminan por dilucidar algunas cuestiones, y, la incorporación de algunos tópicos recurrentes en este tipo de films, hacen que la trama se resienta, aún pese a su corta duración, ya que además algunos parlamentos solemnes resienten una estructura narrativa sólida que, respetando lineamientos clásicos, configura los estamentos con los que la acción progresa. Si en un primer momento el relato buscaba empatía con Alice y sus hijas, al avanzar en la historia, la incorporación de personajes secundarios (el cura, el padre muerto, etc.) también busca que la historia se potencie con efectos y recurrentes temas (el sellado de boca, por ejemplo, visto en la primera entrega) que terminan por afianzar la propuesta: un film clásico, anclado en lo retro, con una multiplicidad de referencias al género que terminan por hacer de esta secuela, algo superador.
Precuela de una olvidable película de terror basada en un juego de invocación de espíritus, Ouija: el origen del mal, arranca, 50 años antes en la trama, alta y prometedoramente. Una mujer, viuda reciente, conecta a los vivos con sus muertos en sesiones de espiritismo casero. Aunque es todo un teatro, en el que participan sus dos hijas, Lina y Doris, asustando a los clientes, ella cree que así ayuda a sanar heridas que quedaron abiertas. No hay mucho de nuevo en esto de que quien juega con el más allá termina en problemas. Y la época, la producción artística retro, la familia dedicada al ocultismo, da muy parecido a la saga Conjuro. Pero el director Mike Flanagan (Oculus, Absentia, Somnia) con inteligencia fortalece aquello que sí otorga personalidad a su película, dedicando a sus tres personajes femeninos la primera larga parte y dejando que se luzcan sus actrices a medida que los sustos y los sacudones se aceleran. Son tres mujeres de distintas generaciones atravesando el mismo duelo, y sus fricciones y lazos afectivos interesan. Luego la película, con todos los formulismos y golpes de efecto de manual, debe cumplir con el juego en que se inspira. Y entra en su zona menos feliz, acumulando situaciones que provocan ese "ah, bueno" resignado, mientras se riza el rizo y se desdibujan sus mejores trazos.
REMEDIO PARA ESCÉPTICOS La cuota de terror de la semana que tiene una legión de seguidores que aseguran el éxito. En este caso dirigido por un experto en el genero Mike Flanagan, (“Somnia, antes de despertar”, “Oculus”, “Ausencia”) que también escribió el guión con Jeff Howard. Todo gira alrededor de la liberación del demonio y de una familia que lo enfrenta. Tiene la gran ventaja de arrancar muy bien, a través del escepticismo de una mujer que lucra engañando a sus clientes con sus contactos con el mas allá y por lo tanto es la menos susceptible e influenciable a la hora de las conexiones reales con los muertos. Claro que cuando su hija menor comienza a experimentar esa comunicación, la película que hasta ese momento sorteó los lugares comunes se encamina a los clichés: cura carilindo y heroico, bocas cocidas, ojos en blanco, corridas por techos y paredes. Entretenimiento para fans.
El juego de la copa. La tabla ouija (o güija, según el diccionario de la Real Academia), cuya versión de cabotaje es conocida con el nombre doméstico de juego de la copa, es más vieja que la escarapela. Leyenda o superstición que logró llegar al siglo XXI, el jueguito es conocido en todo el mundo y no debe haber persona que no lo haya jugado (o al menos intentado jugar) alguna vez durante la adolescencia. El mismo ha inspirado unas cuantas películas de los orígenes más diversos, del Reino Unido a Egipto y de las Filipinas a España, datos que dan cuenta de su popularidad global. Que es tanta como para que Hasbro, gigante de la industria juguetera, se la apropiara como marca, la convirtiera en juego de mesa y decidiera construir en torno a él una saga de películas de terror. El estreno de Ouija: el origen del mal es el segundo episodio de dicha serie, cuya primera parte se estrenó en 2014 sin demasiadas buenas repercusiones. Ante el mal antecedente, este film dirigido por Mike Flanagan resulta una sorpresa inesperada. No porque se trate de la octava maravilla del cine de terror, sino porque al menos realiza con cierta gracia y estilo lo que ya ha sido hecho tantas veces de modo chapucero y vulgar. En dicho éxito mucho tiene que ver la decisión de dar un salto de casi 50 años, para ambientar la historia en 1967, época en la que, además de proliferar el amor libre y la psicodelia, representó una era de plata del ocultismo. La trama retoma un personaje de la primera entrega, Paulina Zander, pero ahora desde su adolescencia. Ella y su hermanita Doris viven con su madre, quien se las rebusca como medium, farsa que la mujer monta para ganarse la vida tras la muerte trágica de su marido. Un fraude en el que ambas hijas participan, ocultas, ayudando a su madre con los diferentes trucos con los cuales engañan a los incautos. Hasta que Paulina juega con unos amigos a la famosa ouija y le recomienda a su madre incorporarlo a la pantomima. Los resultados son desastrosos. Ouija: el origen del mal tiene el tino de no exagerar en la representación gráfica de los espectros de rigor, sino que elige bien cuándo mostrar, con buen sentido de la oportunidad. Y se toma su tiempo para presentar la situación familiar, caldo de cultivo para el drama sobrenatural que de a poco acecha a las tres mujeres. Flanagan (quien no tuvo nada que ver con el film anterior) se concentra en la creación de climas, aprovecha para combinar humor y morbo con buenos resultados, y cuenta con la ayuda invalorable de tener una niña entre los protagonistas: el punto de vista de un chico siempre ayuda a generar empatía en el cine de terror y el director sabe sacarle el jugo. Por supuesto que la apuesta se afloja sobre el final, que suele ser el punto débil del género, aunque nunca pierde el sentido de la dignidad.
Crítica emitida por radio.
Hay que lidiar con los espíritus Precuela del éxito de 2014, retoma a la familia Zander 50 años antes, con el ingreso del jueguito a la casa. Otra precuela llega a las pantallas, a partir del éxito de un filme de terror, pero si el dicho asegura que segundas partes nunca fueron buenas, ésta que se filmó después, pero en el tiempo es previa, es mejor que la que le dio razón de ser. Todo transcurre 50 años antes de la soporífera Ouija (2014), en Los Angeles. Si no saben nada de Paulina Zander, ni de Doris, no importa. Ahora Alice (Elizabeth Reaser, la mamá adoptiva de Edward en la saga Crepúsculo) y sus hijas Paulina (Annalise Basso) y Doris (interpretada por Lulu Wilson, cuando en la peli de hace dos años el personaje de misma edad era encarnado por otra actriz) se hacen unos dólares asegurando a ingenuos que la mamá puede contactar el espíritu de los muertos. Todo es falso, y en el engaño participan las tres. Por suerte en 1967 no había celulares, ni camaritas de video ni redes sociales, todo lo que se vuelve casi imprescindible, parece, en los filmes hollywoodenses de terror que transcurren en el presente. Aquí en Ouija: El origen del mal hay menos elementos que distraigan la atención de lo que debería ser central: cómo la pequeña Doris se relaciona, a través del tablero del jueguito que popularizaría Hasbro, que compró mamá (¿para profesionalizarse?) con un espíritu. O con más de uno. ¿Será el del padre que murió en un accidente? Nah. Como en El conjuro 2, hay una madre sola, con criaturas, lidiando con un espíritu en una casa de dos pisos y sótano, pero sin la ayuda de los Warren. Ni del director James Wan. Pero Mike Flanagan, director de Somnia, antes de despertar, estrenada en mayo, se dedica a construir y mostrar los vínculos entre la madre y sus hijas, y los cambios en Doris son paulatinos y no abruptos. Claro que nada puede ser perfecto y entonces hará irrupción el exorcismo (con Henry Thomas, Elliott de ET), espíritus vengativos y más clisés. Pero la construcción es buena, y los sustos también. Si hay secuela, que sea de ésta. Aunque nada, ni el tablero de Ouija, garantiza nada.
El tablero de la Ouija siempre ofreció un concepto interesante para ser trabajado en el cine de terror. Nos referimos a un objeto que surgió en la corriente espiritualista de comienzos del siglo 20 y se relaciona con el Ocultismo. La misma tabla que los parapsicólogos utilizaban para contactarse con los espíritus de personas fallecidas décadas después se convirtió en un juego de mesa popular en los Estados Unidos. No deja de ser interesante que una herramienta que es considerada peligrosa en el mundo de la parapsicología luego se vendiera sin problemas en las jugueterías. Ouija 2: El origen del mal es claramente la película más decente que se hizo con este tema y ofrece una producción completamente superior a la primera entrega estrenada en el 2014. La trama en esta oportunidad transcurre en 1966, el año en que los Hermanos Parker (fundadores de la empresa que hoy conocemos como Hasbro) sacaron a la venta el famoso tablero. Cómo se puede leer claramente en la sinopsis el argumento no ofrece nada nuevo que no hayamos visto este año en lo referido a historias de posesiones demoníacas y hechos paranormales. En este punto encontramos la gran debilidad de esta producción que narra el origen del espíritu maligno que acechaba a los protagonistas de la primera entrega. La dirección corrió por cuenta de Mike Flanagan (Hush, Oculus, Absentia), un director que en los últimos años trabajó esta temática en producciones independientes. Ouija 2 representa su primera labor para un estudio grande de Hollywood y desde los aspectos técnicos Flanagan hizo un film decente donde se nota que se esforzó por evadir la mayor cantidad de clichés posibles. No es sencillo hacer una película atractiva con un argumento trillado y el misterio que propone el conflicto dentro de todo está bien construido. Ouija 2 no es para nada aburrida y tiene algunas escenas de terror efectivas. A esta película le jugó a favor el hecho de contar con un buen reparto de actores que hicieron creíble el drama que viven los personajes. De hecho, lo mejor de esta producción pasa por la interpretación de la pequeña Lulu Wilson, quien tiene escenas estupendas. La transformación que vive su personaje a raíz de una posesión demoníaca está muy bien trabajada. También se destaca la fotografía de Michael Fimognari que recrea la estética de las películas de terror de los años ´60. Por consiguiente, no es casualidad que el film comience con el viejo logo de los estudios Universal. Un lindo guiño nostálgico de los realizadores. Ouija 2 no es un película memorable de terror precisamente pero al menos está bien realizada y cuenta con un reparto decente. Dos características que carecieron la gran mayoría de los estrenos del género que pasaron este año por la cartelera. ver crítica resumida
¿MITO O VERDAD? Ouija: El origen del mal, la secuela de la Ouija de 2014, dejó en claro que al menos en las películas, los espíritus nunca son buenos porque pueden engañar a los jugadores y encontrar una manera de entrar en el mundo físico. Las reglas establecidas son simples: no juegues solo ni sobre un cementerio. No obstante, debería ahorrarse papel en instrucciones porque, como de esperar, no serán cumplidas. Este no parece un juego para chicos. La viuda Alice Zander (Elizabeth Raser) y sus dos hijas, Paulina (Annalise Basso) y Doris (Lulu Wilson), añaden un nuevo truco a sus fraudulentas sesiones de espiritismo e inconscientemente, abren las puertas de su casa a un auténtico espíritu maligno. Aquella fuerza se apodera del cuerpo de la hija menor y la familia, junto a un poco devoto cura (Henry Thomas, un maduro Elliott, amigo de E.T., al que se le vinieron los años encima), se enfrentará a terrores inimaginables para salvarla y devolver al intruso al lugar que pertenece. Después de haber visto, no sé, desde el clásico El exorcista hasta Actividad paranormal, hay que dar por sentado que lo único que trae jugar con los muertos son malas consecuencias. Mark Flanagan (Oculus, Somnia: Antes de despertar), un fanático del melodrama, se guarda la parte de terror para el final, creando así empatía con sus protagonistas. De otro modo, no sería más que una decepción para los apasionados del terror. El susto fácil lo dejó en casa. Los “científicos” dicen que la gracia de la Ouija no es más que el producto de la mente, la influencia de la sugestión sobre los movimientos corporales involuntarios e inconscientes. Esto podría justificar como, de a ratos, el juguete de Flanagan pierde lo verosímil. Si cada tablero tuviera el poder de contactarnos con fuerzas del más allá, el mundo viviría maldito. Escucharíamos voces, nos volveríamos locos. Sin embargo -y por darle un sentido a todo eso-, como decía Pablo Neruda, hay cierto placer en la locura. OIUJA: EL ORIGEN DEL MAL Ouija: Origin of Evil. Estados Unidos, 2016. Dirección: Mike Flanagan. Guión: Mike Flanagan y Jeff Howard. Producción: Michael Bay, Jason Blum, Andrew Form, Brad Fuller, Brian Goldner y Stephen Davis. Interpretes: Elizabeth Reaser, Henry Thomas, Annalise Basso, Kate Siegel y Lulu Wilson. Duración: 101 minutos.
Ese maldito juego de invocar espíritus que jamás debemos probar… Recuerdo siendo adolescente, en casa de un amigo, eramos tres y estábamos solos, 12 de la noche en punto, armamos artesanalmente el tablero (con letras y números) y comenzamos el juego de la copa… “Ouija: El origen del Mal” es una secuela de Ouija (2014). Con una muy buena ambientación, la historia transcurre en Los Angeles en la década del ’60. Una madre viuda y sus dos hijas realizan sesiones de espiritismo para sobrevivir. Deciden incorporar a su “negocio” el clásico juego, para entablar contacto con los espíritus de los difuntos. Dirigida por Mike Flanagan, con una preciosa fotografía, y una cámara que lentamente nos va transportando e involucrando en la trama. El guión esta bien, sólo que por momentos “hace agua” y sobre la última parte se torna un poco predecible. El elenco esta muy bien elegido, y el trabajo de la más pequeña es impecable. … comenzamos con las clásicas preguntas “sos hombre o mujer?” “que edad tenés?” lo primero que nos pasó fue un corte general de luz. Tremendo susto. Seguimos preguntando. Se detuvo un reloj a cuerda que estaba en el living (el clásico tic tac que sonaba fuerte dentro del silencio del hogar). Por último empezaron repentinamente unos fuertes golpes contra las persianas. Era el viento. Ya está. Muy divertido. No más preguntas. El séptimo arte también nos permite observar e inmiscuirnos en estos mundos. Si sos amante del género “Ouija: el origen del mal” es una muy buena excusa para ir al cine, y nada de eso de querer probarlo en casa.
En el año 2014, Blumhouse Productions –responsable de franquicias de terror de bajo presupuesto como “Actividad Paranormal”, “La Noche del Demonio”, “Sinister” y “The Purge”- unió fuerzas con Hasbro para explotar otro de sus juguetes y meterlo de prepo en la trama de una nueva historia sobre casas y artefactos embrujados. “Ouija” (2014) fue un fiasco en todos los sentidos y, en vez de continuar para adelante con una secuela, los realizadores decidieron (sabiamente) hacer un borrón y cuenta nueva e ir para atrás, a los comienzos, como su título lo indica. La realidad es que “Ouija: El Origen del Mal” (Ouija: Origin of Evil, 2016) es una historia totalmente diferente que no guarda relación con su antecesora, más allá de tener en común a la famosa tablita “contactadora” de espíritus. Ahora, estamos en Los Ángeles en 1965 donde Alice Zander (Elizabeth Reaser), una joven viuda y sus dos hijas –Lina y Doris-, se dedican a contactar al más allá como forma de vida, engañando a los clientes afligidos y más susceptibles a este tipo de trucos baratos. Lo cierto es que la madre de Alice tenía un don verdadero, pero la falta de trabajo y las cuentas acumuladas obligan a su hija a seguir por este camino para mantener a su familia tras la muerte de su esposo. Todo empieza a complicarse cuando la señora decide sumar la Ouija como parte de su “acto”. El don que le fue esquivo parece haber hecho mella en su hija pequeña que, atraída por el objeto, logra contactar a varios nuevos amigos del “otro lado”, incluyendo a alguien que ella cree es su padre. Mamá Alice aprovecha y utiliza las habilidades de Doris para atraer nuevos clientes, también, con la esperanza de poder volver a conectarse con su marido. Enceguecida por esta última posibilidad no se da cuenta de ciertos cambios que está sufriendo la nena, que si son advertidos por su hermana mayor y por el Padre Tom (Henry Thomas), director de la escuela a la que asisten. No hay mucho que se pueda agregar al respecto. El director Mike Flanagan logra crear buenos climas gracias a la ambientación de la época y la actuación de sus intérpretes, sobre todo la pequeña Lulu Wilson, pero al final la trama se embarulla con demasiados giros, algunos lugares comunes y la falta de tiempo para contar con detalle cómo se resuelve el conflicto. El desenlace queda tan apurado y descolocado que, lamentablemente, opaca los puntos más positivos de la historia, convirtiendo a “Ouija: El Origen del Mal” en una película de terror del montón, de esas que nos hacen pensar: ¿Para qué la hicieron? No caben dudas de que “Ouija” se agarra del suceso de “El Conjuro” (The Conjuring) y su secuela, tratando de imitar la atmósfera y el estilo más clásico de las películas de James Wang. Claro que hay un abismo de calidad estética y narrativa entre ambas propuestas, pero la historia de Flanagan igual se deja ver, sobre todo por un público asustadizo y sin grandes pretensiones. En un año que nos dio grandes propuestas del género como “La Bruja” y “No Respires”, la nueva entrega de “Ouija” no suma ni resta, pero se deja ver (y provoca unos cuantos sustos) mucho más que su antecesora, una película que nadie recuerda.
Esta segunda Ouija trata de una señora que finge ser médium y recibe, en el cuerpo de una de sus pequeñas hijas, una ración de su propio brebaje. No hay demasiada cretividad que digamos pero tiene alguna virtud. La primera, que los sustos funcionan casi todos bien; la segunda, que incluso si su principal objetivo es que uno salte en la butaca, hay secuencias que crean las condiciones -suspenso, le llaman- para que tal cosa suceda de manera efectiva. En el balance, la máquina funciona.
Mejor no jugar con ciertas cosas. Esta precuela de "Ouija" (2014) se sitúa en Los Angeles en la década del 60. Alice (Elizabeth Reaser) es una madre que ha enviudado recientemente y debe afrontar la complicada tarea de cuidar sola a sus dos hijas, una adolescente llamada Paulina (Annalise Basso) y la pequeña Doris (Lulu Wilson). Para afrontar los gastos del hogar la señora ofrece sus servicios como espiritista -sin contar con ningún dote natural para la tarea-, utiliza trucos y la ayuda de sus hijas para mover mesas, apagar velas y simular almas en pena, todo con tal de que los clientes se vayan contentos y paguen por sus servicios. Su hija mayor le sugiere comprar una tabla Ouija para ofrecer un nuevo servicio, ya que se habían puesto de moda. Luego de que la familia juegue por primera vez para probar el chiche, los sucesos extraños no tardan en aparecer. Doris comienza a comunicarse con espíritus, y se convierte en la médium de la casa, sin necesidad de artimañas, y es quien trae el sustento al hogar. Mientras la madre esta feliz con las nuevas habilidades de su niña, la hermana mayor sospecha que algo no anda bien y le pide ayuda al sacerdote de su escuela (Henry Thomas) quien apenas entra a la casa se da cuenta de qué se trata y, como suele suceder en este tipo de filmes, que algo macabro ha pasado en el lugar hace unos años y algunas almas malignas se han quedado por allí. Una vez que el planteo está hecho el filme se convierte en una seguidilla de horrores, muertes, personas poseídas, demonios y todo lo que se le aparezca. La casa antigua y lúgubre tiene una estética maravillosa para desarrollar la historia, que visualmente es muy potente, y provoca varios saltos en el espectador. El trio femenino lleva muy bien la historia pasando por peleas familiares, la pérdida de un padre, y finalmente experimentando el terror en todas sus formas. La familia que al principio del filme utiliza las historias de espíritus para pagar las cuentas, termina paradójicamente pelando contra ellos para salvar sus vidas. Si bien esto es un cliché en el género, igual funciona ya que el filme lleva muy bien los tiempos, revela la historia de a poco, y genera un enorme grado de tensión y suspenso hasta que explota y de ahí en más solo se trata de asustar al espectador, y mucho.
Falsos profetas de la regresión Cuando se anunció que Mike Flanagan, uno de los realizadores de terror más interesantes de la actualidad, iba a encargarse de la continuación de la floja Ouija (2014), las alarmas de los amantes del género sonaron porque era un proyecto ajeno y para colmo producido por Michael Bay. Aún así, había un cierto margen para la esperanza debido a la naturaleza del film, el ser una precuela, lo que siempre en el ámbito del horror abre la puerta para despegarse del original y -en mayor o menor medida- hacer algo distinto. El resultado es una propuesta sumamente digna que le escapa a los ardides agotados de los slashers adolescentes tracción a ocultismo, jugándose en cambio por un suspenso clasicista que retoma la marca registrada más importante del director, léase los relatos de reconstitución familiar luego del fallecimiento o la desaparición súbita de uno de los integrantes del clan. La epopeya en sí no sólo supera con creces a la anterior sino que además no se aparta de la trayectoria meticulosa y porfiada de Flanagan, quien definitivamente está decidido a restituir esa integridad dramática que el terror mainstream perdió a fuerza de inundarnos con remakes, secuelas innecesarias y esquemas como el found footage que en innumerables ocasiones los popes de los estudios no han sabido aprovechar. Conviene aclarar desde el vamos que Ouija: El Origen del Mal (Ouija: Origin of Evil, 2016) se ubica unos peldaños debajo de Hush (2016) y Somnia: Antes de Despertar (Before I Wake, 2016), las otras dos películas que el cineasta entregó en un año muy fértil; esta última -a su vez- fue el cierre de una trilogía compuesta por las también cautivantes Ausencia (Absentia, 2011) y Oculus (2013), todas variaciones del mito del monstruo antropófago que rompe la unidad familiar. El guión del propio Flanagan y Jeff Howard, un colaborador habitual del señor, apenas si nos presenta a cinco personajes en toda la bendita realización, siendo los excluyentes los miembros femeninos de un linaje con una profesión un tanto particular: luego de la muerte de su esposo en un accidente de tráfico, la médium Alice Zander (Elizabeth Reaser) debe criar a sus dos hijas Paulina (Annalise Basso) y Doris (Lulu Wilson) con el dinero que deja una serie de sesiones espiritistas simuladas ante clientes que desean comunicarse con sus seres queridos en el más allá. Por supuesto que eventualmente la mujer incorpora una tabla ouija al acto y así el núcleo del engaño se convierte en realidad, circunstancia que deriva en una situación de peligro para la pequeña Doris, la única con la capacidad de escuchar a sus “amigos” espectrales. A la par tenemos a Mikey (Parker Mack), el interés romántico de Paulina, y al Padre Tom (Henry Thomas), la autoridad máxima del colegio de las jóvenes. Como era de esperar, Flanagan evita continuamente los facilismos narrativos y los jump scares cronometrados y pueriles, siempre a base de estruendos, porque su brújula apunta hacia el corazón y la legitimación sensata de los vínculos entre las protagonistas y un entorno malévolo que no avanza a pasos agigantados ni mucho menos (es decir, la trama en general se toma su tiempo para especificar las prioridades de cada personaje y su punto de vista acerca de lo acontecido). El hecho de que la acción transcurra en 1967 le permite al equipo técnico lucirse mediante una hermosa reconstrucción de época que incluye a la fotografía de Michael Fimognari, con el acento puesto en reproducir la gama de colores de las películas de horror de las décadas del 60 y 70. Basso, a quien ya vimos en Oculus y en la maravillosa Capitán Fantástico (Captain Fantastic, 2016), se roba las mejores escenas de esta eficaz odisea hogareña sobre la necromancia y todos esos profetas de la regresión…
“Ouija: el origen del mal”: Los pro y los contra de la tablita de asustar Año 1967, ciudad de Los Ángeles. Alice (Elizabeth Reaser) es una viuda que se dedica a dar sesiones de espiritismo. Su trabajo en realidad es una estafa, ya que no tiene ningún poder y menos aún contacto alguno con los espíritus. Ella realiza estas fraudulentas sesiones con la ayuda de sus dos hijas: Paulina (Annalise Basso), la mayor, y Doris (Lulu Wilson), la más chiquita. La nena más grande es un tanto rebelde y una noche se escapa para pasar tiempo con sus amigos, y mientras toman alcohol y pasan el rato en una casa deciden divertirse con un nuevo juego: una tabla ouija para comunicarse con los muertos. Antes de que puedan contactarse con algún espíritu, son atrapados por la madre de la dueña del lugar y Paulina sufre la vergüenza de que su madre se entere primero que se escapó y que luego tenga que ir a buscarla. Pero algo sale de todo esto, y es que Alice acaba de dar con un nuevo implemento que le puede servir para su negocio para realizar nuevos trucos y embustes: la tabla ouija. Pero un día, tras probarla en su casa, Doris demuestra que sí puede realmente comunicarse con los muertos (pensando en realidad que se está comunicando con su padre). Es así que la chiquita comienza a participar del trabajo de su madre, pero lo que ellas no saben es que acaban de liberar a un espíritu maligno que atormentará sus vidas sin que les dé respiro. Hace un par de años se estrenó “Ouija” (2014), un film realmente horrendo que pasó sin pena ni gloria por los cines. Trataba sobre un grupo de amigos que intentaba contactarse con una chica que había cometido un supuesto suicidio para saber la verdad, pero en vez de ello despertaban los poderes oscuros de un espíritu antiguo. Aunque les parezca mentira, esta es la precuela de ese film. Tiene una conexión con ese bodrio, que no es muy importante para la trama de ésta ni nadie se queda afuera si no la vio. Una de las grandes diferencias con ese esperpento es que “Ouija: El Origen del Mal” está escrito y dirigido por Mike Flanagan, un realizador que tiene bastante experiencia en el género. Por ejemplo, fue el director de “Oculus” (2013) y ahora mismo se encuentra filmando “Gerald’s Game” (2017), adaptación de la obra homónima de Stephen King. Flanagan sabe manejar los tiempos, es sutil con las escenas que generan miedo, pone mucho hincapié en los personajes y tiene siempre la capacidad de crear climas opresivos. Esta obra tiene un comienzo muy prometedor, no cae en los lugares comunes pero todo se va diluyendo. El director se encarga de no transformarla en algo barato y ya visto miles de veces. Pero hay cosas que son insostenibles y casi fuera de lugar, como por ejemplo que Alice le tenga ganas al personaje de Henry Thomas, unl cura a cargo del colegio al que asisten sus hijas. Por cosas así se va desdibujando y para cuando alcanza el clímax es tarde y a nadie le importa. Aunque, y hay que decirlo, la película repunta un poco al final y tiene un cierre más que digno. Las actuaciones están bien, pero sin dudas Lulu Wilson está increíble. La chica tenía que realizar un personaje que mostrara dos facetas casi al mismo tiempo: una inocencia y dulzura conmovedoras, y un lado oscuro que generara terror. Lo logró con creces. Tomen nota de la escena cuando hace el monólogo y habla sobre lo que siente una persona al ser estrangulada. Brillante. Deberían saber que el largometraje tiene una escena poscréditos, que mucho no aporta pero está. Ya tenemos el inicio de ouija, que esperamos también sea el final. Esta película tiene un comienzo muy prometedor. No cae en los lugares comunes, es cierto, pero no menos cierto es que todo se irá diluyendo.
Crítica emitida por radio.
El juego que convoca el mal El logo vintage del estudio Universal y las marcas en el ángulo superior derecho que se utilizaban en tiempos del fílmico para avisarle al proyectorista sobre el inminente cambio de rollo son sólo algunas de las referencias retro de esta precuela ambientada en Los Angeles de 1967, cuyo resultado final supera con holgura (no era muy difícil) al del exitoso film original estrenado hace tres años y basado también en el juego de mesa de la compañía Hasbro. La primera mitad de Ouija: El origen del mal es muy convincente en la presentación de los personajes (una viuda y sus dos hijas que se dedican a engañar a incautos clientes en sesiones de espiritismo), los lugares (la centenaria casa que habitan esas mujeres, el colegio donde la menor estudia) y los conflictos (los traumas tras la muerte del padre atropellado por un borracho, la crisis económica familiar, el bullying escolar, el despertar sexual de la hija mayor). En esa hora inicial el director de Ausencia, Somnia: Antes de despertar y Oculus construye con paciencia, rigor, inteligencia y mucho humor el universo de una película que remite -en el mejor sentido- a la saga de El conjuro. Incluso los personajes secundarios -el padre Tom (Henry Thomas), un viudo que lidera la escuela, y un aspirante a novio de la rebelde adolescente Lina (Annalise Basso)- se suman con categoría al notable triángulo protagónico que completan la empeñosa madre Alice Zander (Elizabeth Reaser) y la pequeña Doris (Lulu Wilson), quien pronto demostrará una particular habilidad para conectar con el más allá. Si bien la película nunca dilapida del todo su tensión y suspenso, durante la segunda mitad cambia la sugestión por un esquema más estandarizado dentro del cine de terror en el que abundan los golpes de efecto y el uso más compulsivo de los efectos visuales para la construcción de situaciones sobrenaturales. Más allá de esos lugares comunes del tramo final, se trata no sólo de una mejora sustancial respecto del desteñido film original, sino también de otro aporte valioso en un año excepcional para el género.
Ambientada en Los Ángeles en 1967 donde viven una falsa vidente, viuda, Alice Zander (Elizabeth Reaser, la saga "Crepúsculo") madre de dos hijas Paulina (Annalise Basso, "Oculus") y Doris ( Lulu Wilson Líbranos del mal", "Annabelle 2), las tres trabajan juntas y provocan la aparición de una fuerza malvada. Ellas viven asfixiadas por las deudas. Se encuentra bien ambientada, se toma sus tiempos para ir mostrando a los personajes y la misteriosa vivienda, luego va generando buen suspenso, algunos de los personajes son tomados por fuerzas oscuras y surgen situaciones que te pondrán piel de gallina. El personaje del cura lo interpreta Henry Thomas, quien fue el protagonista de “E.T. el extraterrestre”, como Elliott, hoy tiene 45 años. Esta producción posee algunos toques que hacen recordar a "El conjuro" y "El exorcista". Se destaca la fotografía de Michael Fimognari. Resulta un buen pasatiempo para aquellos que gustan del género.
“Ouija, el origen del mal” es la precuela de “Ouija” (Styles White, 2014). Está protagonizada por Elizabeth Reaser, Annalisse Basso, Lulu Wilson y Henry Thomas (Elliot, el niño de E.T., Steven Spielberg, 1982) y quien dirige y escribe es Mike Flanagan, de larga experiencia en el género, con películas como “Oculus, el espejo del mal” (Oculus, 2013) y “Somnia, antes de despertar” (Before I wake, 2016). También, cabe destacar que está producida por Michael Bay, famoso director de películas de acción y efectos especiales. La acción transcurre en una casa suburbana de la ciudad de Los Ángeles en 1965, donde vive Alice Zander, una madre viuda junto a sus dos hijas, la adolescente Paulina (Basso), y la niña Doris (Wilson), cuyo trabajo consiste en recrear falsas sesiones de espiritismo para hacer sentir bien a los clientes que quieren contactarse con sus difuntos. Sin embargo, todo cambia cuando Alice compra un tablero Ouija para que forme parte de las sesiones y Doris lo utilice para entrar en contacto con un espíritu maligno que le hace creer que es su recientemente fallecido padre y la posee. Luego de una serie de hechos aterradores, es cuando entra en acción el padre Tom (Thomas), rector del colegio al que asisten las hermanas para intentar exorcizar a la niña. Desde la dirección de arte hay que distinguir, también, que es muy efectiva la decoración de la casa donde transcurre la mayor parte de la película y de los otros ambientes de acuerdo con la década del 60, haciendo que resulte verosímil sin caer en lugares comunes. Lo mismo ocurre con los peinados y el vestuario, adecuados para definir a cada personaje, en especial a Doris que al no abandonar su apariencia infantil resulta aún más aterradora. Asimismo, la fotografía cumple un rol fundamental para ambientar la película ya que permite que se muestre como si hubiese sido filmada en esa década con una iluminación de los interiores basada en luces cálidas sin relleno, logrando sombras duras que generan un fuerte contraste. Todos estos elementos que conforman la puesta en escena generan un clima de tensión que es rematado por varios sobresaltos de esos que se agradecen, producto de un buen montaje, a cargo del mismo Flanagan, y del uso de los efectos de sonido que logran que los ruidos cotidianos resulten inquietantes. Además, se debe hacer mención al buen uso del fuera de campo que deja actuar a la imaginación en escenas perturbadoras y el no haber abusado del CGI, error que cometió la remake de “Carrie” (Kimberly Peirce, 2013), sino que resulta más efectivo alternarlo con efectos de maquillaje tradicional. En conclusión “Ouija, el origen del mal” es una película de terror con un estilo retro originada por “El Conjuro” (The Conjuring, James Wan, 2013) y cumple con su objetivo de atrapar con la trama y generar sustos en el espectador con recursos clásicos, que hacen que resulte sumamente efectiva y entretenida.
UNA RONDA DE CUENTOS DE TERROR Ouija: el origen del mal es la precuela de Ouija (Stiles White, 2014) y, digámoslo, es una película que nace con cierta ventaja, porque difícilmente pueda ser peor que su genérica, aburrida y sosa predecesora. De hecho, claramente es mejor, aunque sólo le alcanza para ser satisfactoria. La solución y a la vez el problema del film es su director Mike Flanagan, un resultadista del cine de terror, cuyas películas suelen ser sólidas en algunos aspectos (creación de climas, diseño de ciertos sustos), y un poco planas en otros, como sus guiones demasiado convencionales y esqueléticos, y la construcción un poco tosca y unidimensional de algunos personajes, sobre todo los secundarios. La carrera de Flanagan se acelera luego del éxito de la sobrevaloradísima Ausencia (2011), una película mal actuada y con un argumento ridículo. Luego ha ido mejorando considerablemente en cuestiones de calidad: Oculus (2013) es un ejemplo de película de terror de bajo presupuesto efectiva, y Somnia: antes de despertar (2016) es una grata sorpresa por esa mezcla de fantasía y pesadilla que es su argumento, y por incluir a uno de los mejores niños actores de los últimos tiempos, Jacob Tremblay, el protagonista de La habitación (Lenny Abrahamson, 2015). Lo que queremos decir con esto es que Flanagan llega a Ouija: el origen del mal como un artesano consagrado: su sensibilidad para las secuencias terroríficas se nota desde el primer plano. Lo otro que queremos decir es que Argentina es un país que estrena todo lo que dirige Mike Flanagan y casi nada en lo que participe Will Ferrell. Así estamos. Ouija: el origen del mal nos cuenta la historia de Paulina Zander (en la original es la anciana desequilibrada interpretada por Lin Shaye, la señora mayor que más películas de terror ha hecho), de su madre Alice y de su hermana Doris. Alice es una médium de poco prestigio que, junto con sus hijas, monta un pequeño espectáculo con el cual le hacen creer a la gente que se puede comunicar con los muertos, particularmente con los seres queridos de sus clientes. Alguien les sugiere usar la tabla Ouija (la de Hasbro) como instrumento de canalización, que realmente tiene muy poco de místico ya que se vende en cualquier juguetería. De todas maneras, funciona muy bien, porque Doris Zander queda inmediatamente poseída por un retorcido espíritu polaco llamado Marcus luego de usarla tan sólo una vez. Lo decíamos, lo positivo de Flanagan no son los guiones, más bien son los sustos, y por suerte Ouija: el origen del mal tiene unos cuántos bien diseñados, y a pesar de que la mayoría podían verse en el tráiler, se guarda para la película algunas sorpresas. La fuente del miedo en Ouija: el origen del mal es Doris, interpretada por Lulu Wilson, que logra una actuación bastante perturbadora, incluso con sus limitaciones. El tono artificial de la puesta en escena, otra constante en el cine del director, le viene bien a la película que por momentos se ve y se siente como un cuento terrorífico autoconsciente y efectivo, de esos que se cuentan en las rondas de Halloween que vemos también en las películas estadounidenses. Asustarse de pavadas es para ellos una tradición nacional que se festeja el 31 octubre. Nosotros un día antes festejamos algo parecido: el cumpleaños de Diego Maradona. Es cierto que hacia el final a Ouija: el origen del mal se le nota el apuro y los conflictos que parecen arrojados a la historia sin demasiado asidero, se resuelven arbitrariamente aunque con la dosis necesaria de malicia. Mike Flanagan pone en juego sus cartas de artesano y le sale medianamente bien, sobre todo porque logra algunos climas opresivos impensables para una saga que había empezado con el pie izquierdo. No es su mejor película pero al menos se puede disfrutar un poco.
El director Mike Flanagan se confirma como un artesano del susto en esta nueva película. La distinción entre hacer una película de terror y películas con simples escenas de susto puede ser útil para entender la manera dominante de abordar el género. En la tradición más interesante del terror, el susto es algo integral, surge de una situación y contribuye al desarrollo de la historia; el susto se incluye sólo para reforzar el argumento. Sin embargo, el paradigma que triunfó en Hollywood es el del susto que obtiene resultados rápidos, el que impone el miedo a la fuerza, a través de recursos violentos y fugaces. Hoy es más probable que reaccionemos ante el imprevisto, ante las sorpresas de un “inspirado” director¸ y que nos impacientemos ante la situación terrorífica controlada y el clima de expectativa. El factor decisivo ya no es la inoculación del miedo mediante la puesta en escena, sino la calidad del susto en sí. Al igual que James Wan, Mike Flanagan (Oculus, 2013) también es un talentoso artesano del susto. Sus películas son buenas porque, de algún modo, logran mantener un pie en cada una de las dos vertientes señaladas, y a veces hasta juega con elementos de distintos géneros, como en Somnia, su anterior película (también estrenada este año). En Ouija: el origen del mal, Flanagan se toma todo el tiempo del mundo para presentar a sus personajes, construir la atmósfera, ambientar la época (fines de 1960) e ir desarrollando de a poco la trama, haciendo que la tensión y la sensación de miedo vayan creciendo lentamente. El problema es que cuando se cruza a la vereda del susto, abusa del efecto sonoro y no es capaz de intentar nuevos trucos o vueltas de tuerca. Tampoco toma riesgos formales. Por el contrario, recurre a los lugares comunes más trillados del género: la escena de la sábana que alguien desliza mientras un personaje duerme, la mirada terrorífica de una niña, una casa con un televisor encendido y luces tenues, escaleras, sótanos. Esta especie de precuela de Ouija, de 2014, transcurre en la década de 1960 en Los Ángeles y tiene como protagonistas a una viuda que se gana la vida como espiritista y a sus dos hijas menores, quienes la ayudan en las fraudulentas sesiones. Un buen día la mujer compra la tabla Ouija para comunicarse con su marido, pero la traviesa hija menor se pone a jugar con el tablero y libera a un espíritu maligno. Si bien es innegable su capacidad para la sugestión y su manejo del suspenso, Ouija: el origen del mal es sólo una película convencional y correcta, que cuenta con un par de momentos buenos y otros en los que cae en todos esos absurdos convencionalismos con los que se pretende tornar verosímil una situación.
La excepción a la regla Ouija, El Origen del Mal es una interesante propuesta que no intenta emular lo que se mostró en la precuela, salvo la historia de la malévola tabla, las hermanas y la madre que, a diferencia de la anterior entrega, aquí están vivas. Suele decirse que "las segundas partes nunca son buenas”, y aunque hay excepciones, la máxima existe, porque generalmente la idea es seguir usufructuando con algo que dio resultado. Sin embargo, Ouija. El Origen del Mal nos pone en una dicotomía, porque a pesar de basarse en Ouija, estrenada en 2014, en primer lugar es una precuela, en segundo lugar no sería del todo cierto que se trata de continuar un éxito, ya que resultó todo un fiasco en taquilla y, cinematográficamente hablando, en realidad es un producto más decente que el filme original. Todo comienza en 1967, en la ciudad de Los Ángeles, en donde Alice (Elizabeth Reaser) una viuda con dos hijas y graves problemas económicos, juega a ser médium y dice contactar espíritus que en realidad encarnan sus pequeñas, Paulina (Annalise Basso) y Doris (Lulu Wilson) con algunos juegos mentales/estafas, pero según la madre, todo es con el fin de ayudar a la gente a elaborar su duelo. Las cosas cambian cuando Alice compra una tabla Ouija, un juego en ese entonces novedoso, y con la pequeña Doris como herramienta, lo sobrenatural sucede verdaderamente: contactan a un espíritu que se presenta como su padre, y las calma, aunque luego se darán cuenta de que es una entidad peligrosa la que las vigila y acosa, poseyendo a su hija más pequeña y buscando destruir su familia. Razones para verla La idea de viajar hasta “donde inició el mal” fue utilizada en varias ocasiones, pero en esta producción resuena un aire familiar a la saga El Conjuro (que ya cuenta con dos partes con grandes resultados en el género). A su favor, es más divertido ver un largometraje sin tanto uso de tecnología que obliga a tomar caminos diferentes en el argumento, y en contra se podría decir que la comparación no la deja bien parada. En el elemento fundamental del terror, cumple provocando sustos y sobresaltos, a pesar de estar prevenido por el silencio o las pistas que entrega la escena, aunque el grave problema es el innecesario corte y fundido de las escenas más terroríficas, de las que podría haber surgido algo más interesante de haberlas continuado. De todas formas, esta es una interesante propuesta que ni siquiera intenta emular lo que se mostró en la primera parte (afortunadamente), salvo la historia de la malévola tabla, las hermanas y la madre que, a diferencia de la anterior entrega, aquí están vivas.
Los Ángeles, 1965. El filme abre con un cartel que anuncia que en esa casa vive una vidente, Alice Zander (Elizabeth Reaser). Una viuda, madre de dos niñas, una adolescente, Paulina Zander (Annalise Basso), y la otra Doris (Lulu Wilson), una púber. La madre trata de convencer a la menor que lo que hace, con ayuda de ambas hijas, no es estafar a la gente sino darles esperanza y posibilidad de resolver cuestiones intimas con sus afectos desaparecidos. Es en procura de este efecto que añaden una nueva herramienta a sus sesiones de espiritismo en formato de juego de mesa, e impensadamente permiten que a su casa entre un auténtico espíritu maligno. Cuando el despiadado y cruel espíritu se apodera de la hija más joven la reducida familia deberá enfrentarse a terrores inimaginables para salvarla y tratar de deshacerse del perverso intruso retornándolo al lugar al que pertenece. Cuando la niña empieza a tener comportamientos extraños, la madre supone que el “don” que tenía su propia progenitora ha saltado una generación y se hizo carne de la pequeña. La hermana mayor, en cambio, tiene un registro diferente, ella ve a su pequeña hermana como poseída. Aquí podría hacer un alto y leer el texto como hermana celosa, desplazada del amor de su madre, etc. Pero es hilar demasiado fino para una historia que no lo propone de manera fehaciente, y menos aun lo desarrolla. Construida con todos los elementos básicos del género, con bastante criterio en la mayor parte del metraje, hasta que hace aparición el Padre Tom (Henry Thomas), un cura que además es el director de la escuela a la que concurren las hermanas. Es que desde ese instante las situaciones y los conflictos pasan por el supuesto que el espectador sabe de que están hablando, es verdad que esta producción es la precuela del exitoso, no por eso buen film, “Ouija” (2014). Se nota el cambio en la responsabilidad final de la producción, el director Mike Flanagan ya había tenido experiencia en el género con “Oculus” (1013), por lo que demuestra que sabe utilizar todos los elementos del catalogo de éste tipo de filme, no falla en el ensamble y dirige bien a sus actores. Buena dirección de arte, haciendo uso correcto de la fotografía, montaje clásico bien acompañado por el diseño de sonido, con algún que otro exabrupto sonoro. Entonces, y por deducción lógica, el problema se encuentra en el guión mismo, previsible, inverosímil y aburrido.
En esta segunda entrega de la 'Ouija', que supera con creces a la original, los espíritus toman una casa que esconde entre sus paredes el verdadero germen mal. La historia, ambientada en los años 60’, sigue a una madre de familia, Alice Zander, que acaba de enviudar y a sus dos hijas: la pequeña Doris y la adolescente Lina. A Alice se le hará muy difícil sobrellevar la situación económica del hogar, por lo que se dedicará a realizar sesiones espiritistas falsas. Las tres integrantes de la familia llevarán a cabo una muy creíble puesta en escena para simular una sesión en la que los fallecidos podrán bajar a hablar con sus seres queridos. Un día Lina sugerirá a su madre incorporar el novedoso juego de la Ouija para contar con otro recurso más de su elaborado engaño. El tablero llegará a la casa y las mujeres, jugando, le darán entidad a un grupo de demonios que se encontraban ocultos en lugares prohibidos de su hogar. A partir de este suceso la pequeña Doris comenzará a tener comportamientos extraños y erráticos, dado que un ser demoníaco la poseerá. La niña será el medio para canalizar toda esa oscuridad silenciada durante años. En Ouija, Mike Flanagan (Oculus, Somnia, antes de despertar), trabaja a la perfección los climas y personajes. El suspenso se construye acompañando el perfil muy bien delineado de las protagonistas. La primera parte del film aborda el costado emocional de esta familia de mujeres, describe su difícil situación y los demonios internos que deben afrontar cada una de ellas. Y en la segunda parte todo estalla en una locura sobrenatural en la que se encuentran involucrados un cura, el padre fallecido y espíritus polacos (víctimas del nazismo) que solo se quieren vengar robando las voces que les arrebataron. Como vemos el tablero de la Ouija es solo una excusa para desplegar una larga lista de recursos y temas. El primer tramo, el cotidiano y sentimental, es impecable y aunque en el segundo el director abarrota de recursos clichés la historia, en su organicidad la película funciona. Es una narración digna que no solo se preocupa en rescatar el espíritu sesentoso del género, sino también en dotar de un contenido elaborado a la historia.
Los Ángeles, 1965. Alice (Elizabeth Reaser) vive junto a sus dos hijas (Annalise Basso y Lulu Wilson) en la casa que su marido recientemente fallecido les dejó como herencia. La mujer, algo chanta, trabaja leyendo manos con poco éxito, hasta que un día decide expandir su negocio y compra una ouija. Las tres reglas son claras: jamás hay que jugar solo ni en un cementerio y no hay que irse sin decir “adiós”. Y, ¿qué es lo primero que hace la madre? pone el tablero sobre la mesa y arranca sola, lo mismo que después hará la más pequeña de sus hijas. Sin respetar las reglas, las cosas entonces comenzarán a ir de mal en peor. Con una estética sixties, la película se desarrolla centrándose en Doris, la menor de las hermanas, una rubiecita con cara tierna -lugar común que siempre resulta cuando hay niños de por medio en las películas de terror- que tiene la posibilidad de hacer de medium y comunicarse con los espíritus que se convocan a través de la ouija. El primero es el de su padre muerto en un accidente de tránsito y el de un “nuevo amigo”, ese con el que conversa y la ayuda con los deberes de la escuela -no en vano sus compañeros de curso la tildan de rara.
‘Ouija: El origen del mal’ era una receta para el desastre, y terminó siendo uno de los mejores estrenos de terror de este año. Luego del éxito que tuvo ‘Ouija’ en 2014, era cuestión de tiempo que una nueva entrega vea la luz del día. Y al ser producida tanto por Platinum Dunes y Blumhouse, no sorprende a nadie que haya sido así. La sorpresa para los fans del terror llegó en encargarle la dirección y guion a Mike Flanagan. Los que no sepan quien es, tiene en su haber las grandes obras de terror ‘Absentia’ y ‘Oculus’. Este año, aparte de esta precuela basada en el juego de mesa de Hasbro (Si, la ouija es un juego de mesa de los mismos que hacen muñecos de Transformers), Flanagan estrenó ‘Hush’ y ‘Somnia: Antes de despertar’, demostrando una vez más su capacidad como director. demostrando una vez más su capacidad como director. ‘Ouija: El origen del mal’ nos sitúa en 1967 en la ciudad de Los Ángeles, donde Alice Zander ejerce una profesión de telépata y médium ayudando a la gente a conectar con sus seres queridos en el más allá. Lo cierto es que Alice no solo cobra dinero por ello, sino que no posee poderes que la ayude a realizar esta tarea, usando la ayuda de sus dos hijas para hacer creer a la gente que están siendo visitados por almas del otro mundo. Si bien es una farsa lo que llevan a cabo, lo primero que queda en claro es que Alice y su familia no se aprovechan de la condición de tristeza que sufren los que acuden a ellas. En los primeros minutos de película, un padre y su hija salen tan asustados de la sesión que cuando ofrecen pagar a Alice por sus servicios ella rechaza el dinero. Este es el primer gran acierto del film de Flanagan, sus personajes son humanos y responden como tales. Alice realiza este trabajo como una forma de ayudar a las personas a dar cierre al duelo que causa perder a un ser amado. Ella lo entiende más que nadie porque no pudo despedirse de su esposo al fallecer. Es una farsa, si, pero si los que acuden a ella encuentran paz en su interior, quien dice que no es su deber ayudar a los demás a superar aquello que ella no puede. La película durante la mayoría de su duración nos hace conocer más a fondo a Alice, a Lina, la hija mayor y a Doris, la mas pequeña. No solo conocemos a los personajes y su entorno doméstico, sino que ni bien entra el tablero en la trama sirve como ayuda para ellas. Otra película habría caído en la tentación de mostrar demonios, el tablero haciendo estragos y muertes por doquier pero ‘Ouija: El origen del mal’ no solo no cae en trucos baratos o sustos gratuitos, sino que hace que nos preocupemos por los personajes. Son todos queribles, hasta la adolescente malhumorada. Y para cuando Doris cae poseída por una de las almas del otro mundo, nosotros como espectadores estamos adentrados en el viaje. A partir de este momento, Doris juega a ser médium, ayudando a las mismas personas que su madre intenta ayudar, pero cada una de estas sesiones va tomando su humanidad de a poco. Si bien hay excelentes manifestaciones del espíritu maligno que hace que nos ponga los pelos de punta, es la naturalidad con que Doris puede decir cosas como “Sabes como suena un cuello al estrangularlo?” lo que causa más terror. Otro de los grandes aciertos del film es su estética y fotografía. Mike Flanagan eligió, no solo que la película transcurra en los 60, sino que tenga el look de una película que podría haber sido estrenada en esa época, logo antiguo incluido. Flanagan no solo se puso el film al hombro sino que puso todo su esfuerzo en hacer una película que no caiga en “otra película más de la Ouija”. Este podría haber sido otro intento sin esfuerzo, de cobrar dinero por una noche de cita en el cine, pero se nota en cada fotograma el cuidado y el detalle al que este director tiene acostumbrados. Los que sean fans del film original o recuerden aunque sea el film, encontraran muchos guiños y el final ata los hilos de manera que todo cierre. Pero si hay más secuelas de este film, solo resta esperar que sean tratados con el mismo cariño que esta. ‘Ouija: El origen del mal’ es un posible clásico de culto, muchos incluso ignoran que es una secuela, y esto deja en evidencia cómo la película tiene sus propias raíces, donde hasta puede ser considerada como un reboot a la franquicia. Veremos que futuro le depara, solo esperemos que no caiga en la misma mediocridad que las demás películas de Hasbro.
Crítica emitida por radio.
El terror es quizás el género más explotado en la actual industria cinematográfica. Un aprovechamiento que ha traído productos tan interesantes como olvidables. Lo seguro es que esta constante producción de películas ha dado lugar a un florecimiento de diferentes subgéneros y movimientos que, independientemente de estas distinciones, se ven unidos por el antes y el después que marcó The Exorcist. Aquel innovador film dirigido por William Friedkin sentó una fórmula, un tono y un nuevo imaginario para el deleite masoquista del espectador. Ouija: Origin of Evil se declara, sin lugar a dudas, como la seguidora más fiel del film de 1973 y, aunque no está lejos, su nivel logra desligarse aunque sea un poco de las recetas convencionales.
¿Segundas partes nunca fueron buenas? En 2014 cuando se estrenó Ouija, el éxito de taquilla de aquella fue tan grande e ¿inesperado? Que pensar en una secuela parecía la opción obvia. Sin embargo, el film dirigido por Stiles Whitedistaba de ser un producto satisfactorio, crítica y público coincidían en haberse encontrado con una historia, como mínimo, olvidable, intrascendente o rutinaria, limitándose a repetir la fórmula de adolescentes estilo MTV siendo perseguidos por un fantasma al que casi no se ve, y cayendo como fichas de dominó sin generar un mayor interés. Dos años pasaron, la nueva película llegó y quizás al dicho de las secuelas se contrapone aquella máxima de los grupos de rehabilitación, cuando se llegó al fondo solo se puede subir. Los productores tomaron la decisión correcta, remplazar un director sin experiencia en el área, más ligado al rubro de los efectos especiales; por el de uno de los realizadores que más firme viene pisando dentro del género. Mike Flanagan tenía la difícil tarea de superar la desconfianza de la primera entrega, y para nuestro placer lo logra, con creces. El guion, co-escrito con Jeff Howard(quien ya trabajó anteriormente con Flanagan en Oculus y Somnia), revierte toda la fórmula que vimos anteriormente, reduce los efectos para centrarse en los personajes, y presenta una historia que si bien funciona (casi) de modo independiente, termina por unirse con su predecesora perfectamente. Con algo de las sagas creadas por James Wan, El Conjuro y La Noche del Demonio, pero mucho más de las marcas propias y originales del director de Hush; nos ubicamos en Los Ángeles en pleno años sesenta. La protagonista será una madre viuda, Alice Zander (Elizabeth Reaser); con dos hijas, Paulina y Doris(Annalise Basso y Lulu Wilson, respectivamente), la primera adolescente y la segunda más pequeña. Alicese gana la vida con simples estafas – aunque ella lo niegue – como “falsa” médium contactando espíritus. La mentada tabla ouija llegará a la casa para reforzar aquella puesta en escena, pero de inmediato las tres ven que Doristiene cierta sensibilidad para realmente contactar con espíritus. Como en Somnia, Alice inocentemente utilizará a Doris para cerrar la herida con su difunto marido y mejorar sus sesiones; sin darse cuenta del peligro que eso significa cuando Doris comience a presentar cambios muy llamativos. Como lo vino demostrando en sus films anteriores, Flanagan se inclina porel impacto de la imagen y las líneas de diálogo antes que por el golpe de efecto directo; abundan los sobresaltos, pero todos son productos de la gran atmósfera y clima creado. El destino de las mujeres Zander y el Padre Tom (Henry “E.T,” Thomas) realmente nos importa, no son unilaterales ni esquemáticos, se construyen con capas narrativas diversas. La ambientación de época también es otro punto a favor, no luce descuidada ni sobrecargada, por el contrario, suma en el clasicismo tanto de la fotografía como de la puesta de cámara, con muchas referencias para deleite del cinéfilo. Mike Flanagan suma otra ficha a una filmografía hasta ahora impecable y renovadora dentro del género; pocos realizadores pueden dejar una marca tan clara en cada película en la que intervienen, con sus dosis de dramatismo y bienvenida comicidad sin descuidar la veta de terror e intriga. Haberse hecho cargo de algo ya establecido, reversionarlo a su modo, y mejorarlo absolutamente, no hace más que demostrar su talento. Habrá que estar atentos a sus próximos pasos cuando se encuentre con otro desafío, esta vez encarar el remake de un clásico moderno como Sé lo que hicieron el verano pasado. Desde acá, no veo la hora de ver cómo puede mejorar una de mis películas de género favoritas.
Junto a James Wan, Mike Flanagan es uno de los mejores autores del cine de horror contemporáneo; la diferencia es que si el primero busca finales afines al gusto del público, el segundo se caracteriza por una aridez que no da respiro ni en el final. Ambientada en 1967, esta película se ubica como precuela de la primera Ouija, de 2014. La viuda Alice Zander y sus dos hijas, Doris y Paulina, tienen montada en su casa una pantomima para atraer espíritus de aquellos que pagan por hablar con los muertos; la pantomima funciona hasta que Alice compra un tablero de ouija vendido como juego de mesa. Las Zander pasan por alto las instrucciones (o algo así; revelarlo sería un spoiler) y el juego de mesa se convierte en un objeto diabólico. Queriendo comunicarse con el padre muerto, un espíritu se adueña de Doris, la más pequeña, que termina haciendo cosas parecidas a Linda Blair. Si bien el desarrollo es endeble, la película se sostiene gracias a la pericia de Flanagan para hacer saltar del asiento al más cínico crítico de cine arte.
Un juego tan diabólico como irresistible Las cosas anduvieron más que bien durante la primera hora de película. La cuidada reconstrucción de época -fines de los 60- se refleja en la música, el vestuario y las noticias relatadas de fondo (siempre la carrera espacial) desde la omnipresente TV, todo un símbolo de los consumos culturales de la clase media estadounidense. Hasta Universal adecuó su logo imprimiéndole una pátina vintage. Mientras tanto, la historia transcurre por carriles interesantes, sin ser un canto a la originalidad. Lo mejor: un pasaje de terror psicológico, cuando la pequeña Doris (Lulu Wilson) le explica al pretendiente de su hermana qué se siente al morir ahorcado. Todo bien hasta ahí. La media hora final de “Ouija: el origen del mal” se desbanda al compás de la materialización de monstruos y fantasmas. Lo insinuado perturba; lo explicitado termina reduciéndose a una serie de golpes de efecto de trazo grueso, incluyendo un par de planos prolijamente robados a “El exorcista”. Pero tampoco es cuestión de bajarle la persiana a esta película de Mike Flanagan, que a fin de cuentas está un poquito por encima de la media. El género está sobreexplotado al punto que -salvo contadas excepciones- cada jueves se estrena una película de terror. Y esta precuela de “Ouija” (que se vio en 2014 y es pésima) reúne algunos méritos como para no pasar sin pena ni gloria, destino de casi todo el resto. Alice Zander (Elizabeth Reaser, de amplísimo recorrido en la TV) y sus hijas, Lina (Annalise Basso) y Doris, han montado una pequeña pyme en el hogar. Con la ayuda de las chicas, Alice se hace pasar por médium e invoca espíritus que terminan diciendo lo que el cliente quiere oir. Todo luce inofensivo hasta que Alice introduce un tablero ouija al show familiar. Y es Doris la que empieza a canalizar los mensajes que inquietantes presencias transmiten desde el más allá. O el más acá, tratándose de una casa en la que ocurrieron cosas espantosas. Flanagan ya tiene una posición en el género. Filmó, entre otras, “Oculus”, “Hush” y la reciente “Somnia: antes de despertar”. Ahora está embarcado en “El juego de Gerald”, basada en la novela de Stephen King. Habrá que seguirlo de cerca. Aquí, en el rol de un sacerdote capaz de ponerle el pecho al horror, cuenta con Henry Thomas, el chico de “E.T.” al que auguraban un futuro de estrella y hoy se gana el pan consolidado en el noble gremio de los actores de reparto.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
Ouija (2014), había dejado bastante que desear. Era una historia floja, sin ningún plus desde los modos narrativos, tan olvidable como las muchas películas llamadas Ouija que rondan por internet si googlean. Pero a esta remake se le asoció el nombre de Mike Flanagan, el capo detrás de Hush, Oculus y Before I Wake; tres películas bastante interesantes que nos hicieron poner el foco sobre el director y seguirlo de cerca. Y, por suerte, el resultado está muy bien. Nos encontramos en Los Angeles, a mediados de la década de los '60s. Una familia disfuncional, compuesta por la viuda Alice (Elizabeth Reaser) y sus dos hijas, Lina (Annalise Basso) y Doris (Lulu Wilson), se gana la vida con una suerte de sesiones de espiritismo llenas de mentiras piadosas: fingen (mediante artilugios mecánicos) que conectan con seres fallecidos, con la finalidad de poder darles paz a los familiares vivos que las visitan. Y pagar las cuentas, claro. El tema es que las finanzas no van del todo bien y se niegan a irse de la casa recientemente embargada, porque la propiedad es lo único que les queda del difunto padre de familia. A esta preocupación, entendida por las dos mujeres mayores, se le suma la inclusión de un tablero de Ouija entre la utilería de sus sesiones, elemento mediante el cual la menor de las hermanas empieza a contactar de manera genuina con seres del más allá. En uno de los primeros contactos, un ser que aparentemente es su padre le brinda información sobre un escondrijo secreto de la casa donde hay una suma de dinero que les permite levantar el embargo. Esta conexión es usada por la madre para dar mayor verosimilitud a las sesiones, manteniendo a Doris a diario en la casa trabajando con ella. Esto llama la atención del Padre Tom (Henry Thomas... sí, ¡el nene de E.T.!), quien luego de intercambiar algunas palabras sobre la situación con la mayor, decide apersonarse en la vivienda para ver con sus propios ojos qué es lo que sucede. Y claro, los espíritus no son tan buenos como parecen (¿alguna vez lo son?), y con los adultos un poco más en tema, empieza a pudrirse todo. Hay una serie de aciertos en la película que no sólo la hacen ser superior por lejos a la primera parte, sino que también la colocan entre las mejores cintas de terror del año. Por ejemplo, todos los personajes son absolutamente funcionales a la trama: Mikey (Parker Mack), el noviecito de Lina, tiene una breve aparición que sirve para reforzar tanto el carácter de la madre, las inquietudes de las adolescente y el poder de Doris poseída. Y así se desarrolla un esquema actancial firme que incluye a los cuatro personajes principales. El cierre de la historia también se da a través de un descubrimiento al que se llega atando cabos sueltos a través de indicios y pistas sutilmente ubicadas. El truco con los indicios es que deben ser lo suficientemente sutiles como para que el espectador no se anticipe y que tengan la visibilidad necesaria para ser recordados cuando entran en acción. Flanagan lo sabe y lo lleva a la práctica construyendo una trama que avanza a paso firme y parejo. Hay además, en línea con otros filmes de calidad recientes (El Conjuro 2, No Respires), una fluidez sobresaliente en el uso de la cámara, la cual utiliza el recurso de los planos secuencia con una prolijidad de admirar. A esto se le suman ciertas texturas desde la fotografía, a través de reflejos de agua o sombras tenues de árboles o persianas, que ayudan a componer el clima con riqueza visual. Por suerte no es un mamarracho donde sólo se mueve rápido la cámara y la gente grita. Siguiendo el tono de sus últimas realizaciones, el director mantiene su interés sobre qué es la mente y cómo opera, sigue indagando sobre la ilusión y la realidad. En primer lugar desde el inicio, en la pantomima que hacen las mujeres para vivir: sus víctimas/clientes son engañados con manifestaciones físicas de seres queridos y esto los lleva a hallar determinada paz mental. Y el mismo truco opera con Lina llegando al final de la película (no vamos a entrar en detalles por si se olvidaron que ya la vimos en Ouija). VEREDICTO: 9.0 - Buen cine, ¿estás ahí? SÍ Debemos reconocer que nos equivocamos al considerar que una secuela de Ouija era una pésima idea. Hay que seguirle pisada a Mike Flanagan: con Ouija: El Origen del Mal logra construir una historia sumamente coherente, con una clima tenso y pesado de a ratos, generado desde la conjunción de una técnica impecable y muy buenas actuaciones. ¡A verla!
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