Perfectos desconocidos es un muy interesante film italiano dirigido por Paolo Genovese. Contado en tono de comedia nos invita a reflexionar sobre muchos temas de gran actualidad. Nos deja varias preguntas flotando, ¿quién no tiene algo que ocultar?, ¿quién no tiene sueños u obsesiones que se guarda para sí?, y fundamentalmente, ¿conocemos realmente a la persona que tenemos al lado? En una cena de matrimonios amigos se plantea la dependencia y la centralidad del celular en la vida personal, que aparece como un elemento imprescindible, pero que, también, permite el engaño al enmascarar, mostrar u ocultar situaciones. Con un simple juego, durante la comida, todos deben dejar sus celulares en la mesa y hacer partícipe al resto de los mensajes, correos y whatsapps que lleguen. Esta simple acción, tomando ese micro mundo como una muestra de la sociedad, nos lleva a reflexionar sobre la hipocresía, los tabúes y la discriminación, unidos a la imposibilidad del conocimiento del otro. La trama está atravesada por la metáfora del eclipse, el brillo de la luna puede ser tapado por algún objeto, lo que nos impedirá ver la luz, y a su vez en tiempos de un eclipse lunar muchas cosas ocultas pueden salir a la luz. Actuada en su gran mayoría en el comedor y la cocina de la casa, casi no hay exteriores. La puesta es de gran simpleza y economía de medios, pero con un guión por momentos desopilante. Los responsables del mismo son Paolo Genovese, Filippo Bologna, Paolo Costella, Paola Mammini, y Rolando Ravello. La historia está protagonizada principalmente por Giuseppe Battiston, Anna Foglietta, Marco Giallini, Edoardo Leo, Valerio Mastandrea, Alba Rohrwacher y Kasia Smutniak. Los siete actores son geniales, todos se lucen. Cada uno marca una personalidad bien definida y diferente, y cada uno carga con una historia personal y familiar distinta. Sus textos introducen temas como la paternidad, el cuidado de los adultos mayores, la amistad, la adolescencia, el sexo y la infidelidad. Y nos dejan pensando que hoy nuestros celulares pueden reflejar nuestra historia privada, la pública y también una secreta que puede quedar expuesta de no ser cuidadosos. La puesta de luces y la cámara con una propuesta desde la sobriedad crean el clima correcto para las situaciones intimistas, acompañando perfectamente el relato. En suma una película para disfrutar, reír y pensar.
Todo al descubierto Uno de los más grandes problemas que arrastra el cine contemporáneo es que muy pocas veces consigue interpelar a nuestra época de frente y -aún más importante- decir algo mínimamente valioso sobre estos días de una post globalización entre decadente y caótica. Todas las vertientes, todos los colores y todas las nacionalidades tienden a una nostalgia inconducente que busca de manera compulsiva una suerte de respuesta literal en el pasado y así se pierden en un cúmulo de lloriqueos o celebraciones que se limitan a “cortar y pegar” modelos que ya no se adaptan para nada bien a las necesidades de una contemporaneidad furiosa, que exige un trabajo metódico un poco más fino y apuntalado más en la capacidad de abstracción y análisis que en la sonsera/ inocentada de narrar nuevamente la misma historia de siempre esperando que alguna de sus esquirlas retóricas repique en el presente. Perfectos Desconocidos (Perfetti Sconosciuti, 2016) tampoco llega a ser un bálsamo en este sentido pero por lo menos sobresale -vía convicción y firmeza- en el arte de construir un relato de cadencia retro que eventualmente nos termina regalando un par de diatribas de urgente actualidad, lo que por cierto es mucho más que lo que suele ofrecer el promedio del mainstream y el indie de nuestros días. Este opus de Paolo Genovese, un director que no había entregado nada demasiado memorable hasta hoy, toma como base un planteo de índole teatral/ naturalista para de a poco volcarlo hacia lo que podríamos definir como una serie de catarsis que a su vez pueden ser leídas en su conjunto como una versión light de aquellas que poblaban el cine del enorme John Cassavetes, no obstante ahora haciendo foco en la hipocresía amorosa y la posibilidad de amplificar el engaño a través de los celulares. Cuatro amigos, tres con sus respectivas parejas y uno en soledad, se reúnen para una cena cordial que paulatinamente deriva en un infierno de mentiras, farsas y decepciones cuando en un momento -llevados por la espontaneidad morbosa de la charla- deciden poner sus celulares arriba de la mesa y compartir todo mensaje, mail y/ o llamada telefónica que reciban a lo largo de la velada. El título de la película deja más que claro que la supuesta afabilidad entre los comensales no es más que una máscara que oculta una doble vida condensada en esas pequeñas “cajas negras” rectangulares que gritan reclamando nuestra atención. La banalidad de la burguesía, su tendencia a autoengañarse y esa triste costumbre orientada a pagar el afecto con promesas que se las lleva el viento constituyen los ejes de una trama que examina asimismo el nexo entre la dependencia tecnológica y la privacidad. Más allá de la maravillosa puesta en escena de Genovese, quien esquiva la claustrofobia y permite que los diálogos fluyan sin problemas, los verdaderos pivotes de la propuesta son el desempeño del elenco y el guión de Filippo Bologna, Paolo Costella, Paola Mammini, Rolando Ravello y el propio realizador: mientras que el trabajo actoral es bastante parejo en su humildad y -algo extraño en esta clase de convites- nadie se destaca por sobre el resto, el guión adopta una dinámica in crescendo que comienza en la comedia coral a la Ettore Scola para luego desembocar en un drama de cuestionamientos morales muy profundos, al punto de que sorprende la naturalidad narrativa y cómo el relato evita los golpes de efecto baratos, las reacciones exageradas y los facilismos melosos símil Hollywood. La insatisfacción y los prejuicios quedan al descubierto en un film sincero y poderoso, de pulso inconformista…
La premisa de la película de Paolo Genovese, es simple. Todos decimos que no tenemos nada que ocultar, pero al mismo tiempo, ninguno de nosotros en 100% sincero con nadie, ni con sus propias parejas, y nadie podría sobrevivir el escrutinio absoluto. Un grupo de siete amigos, tres parejas y un soltero, deciden jugar lo que se podría denominar como “una ruleta rusa con celulares”. En una cena, todos diciendo que no tienen nada que ocultar, deciden dejar sus teléfonos sobre la mesa, y escuchar mensajes y llamados en altavoz, leer los textos, y lo mejor, no avisarle a sus interlocutores, que los demás están escuchando. Según Gabriel García Márquez, todos tenemos tres vidas. La publica, la privada, y la secreta. Esta película se basa en ese concepto para explorar en capas, cada una de ellas e ir revelando, los secretos que tan profundamente creyeron enterrados. En un ejercicio de soberbia que los lleva a pensar que no solo nada les puede pasar, sino que las relaciones que tienen son capaces de resistir que la caja de Pandora se abra, o lo que es peor, explote en dicha cena. Brillantemente dirigida, esta película con ambiente teatral (ya que sucede casi toda en un ambiente) nos confronta con una pregunta difícil de responder: nuestra vida secreta, podría sobrevivir ser expuesta? O como un vampiro, se desharía si la exponemos al sol?
La comedia italiana dirigida por Paolo Genovese pone en el centro de la escena la importancia que los seres humanos le dan a la tecnología, especialmente al uso del celular. Perfectos desconocidos (Perfetti sconosciuti, 2016) es efectiva y mantiene la expectativa del público de principio a fin. Siete amigos, tres parejas y un soltero, se juntan a cenar. La noche parece que va a ser igual a muchas otras, pero cambia completamente cuando uno de ellos plantea un juego: dejar todos los smartphone sobre la mesa para leer los mensajes que les lleguen y escuchar las llamadas en alta voz. Lo que se inicia como un desafío se transforma en una escena tensa que deja al descubierto varios secretos. ¿Qué lugar ocupa el celular en la vida de las personas? ¿Qué espacio de ella se esconde en dicho preciado y pequeño objeto? El film parte de ese interrogante y desarrolla distintos subtemas que están relacionados al cambio que sufrió la sociedad tras la aparición de la tecnología. Y lo hace de una forma directa, valiéndose tanto de la realidad como de la parodia. Al igual que El nombre (Le Prénom, 2012) y Nuestras mujeres (Nos femmes, 2015), la película de Genovese tiene su fuerte en el argumento y no en el despliegue cinematográfico. Excelentes actuaciones le dan vida a un guió sólido y actual que dejará pensando al espectador. Perfectos desconocidos se asemeja a una radiografía de la sociedad en la que se indagan los vínculos y valores. Una comedia entretenida a la que es mejor ver con el celular apagado.
Esta bienvenida película italiana explora con humor el derrumbe de la amistad y de la pareja ante el uso de la tecnología en una cena que se reserva secretos y sorpresas. Una cena entre matrimonios puede deparar alegrías y sorpresas, y es lo que sucede en Perfectos desconocidos, la película italiana que explora con humor el derrumbe de las relaciones de pareja ante un juego inesperado y peligroso. En una noche de eclipse de luna, el matrimonio integrado por Rocco -Marco Giallini-, un cirujano plástico, y Eva -Kasia Smutniak-, una terapeuta, con una hija adolescente, se convierte en anfitrión de una cena en su casa. Allí reciben a los recién casados Bianca -Alba Rohrwacher- y Cosimo -Edoardo Leo-; el matrimonio de Lele -Valerio Mastandrea- y Charlotte -Anna Foglietta-, y Peppe -Giuseppe Battiston-, un profesor de gimnasia soltero. Durante el encuentro, y a manera de juego, deciden exponer las llamadas y los mensajes que ingresen esa noche a sus celulares para que todos puedan escucharlos en altavoz, sin imaginar que eso desatará el caos. El film de Paolo Genovese respira un atmósfera teatral y desarrolla la acción entre el living de la casa, el balcón y pocos exteriores, navegando entre el humor, los enredos que generan situaciones inesperadas y el cruce de personajes de diferentes intereses y ocupaciones pero con la misma intención de tratar de sobrevivir como pueden a esa noche fatal. Sexo, pareja, soledad, amistades, celos y preocupación por los hijos adolescentes, son algunas de las charlas que mantendrán en esa jornada inolvidable en la que algunas complicidades y secretos se suceden en un interminable enredo digno de la mejor comedia con trazos dramáticos. Con diálogos afilados y graciosos, y actuaciones entrañables, el clima de alegría y reencuentro va liberando las zonas más oscuras de cada uno de ellos, vidas privadas y secretas que surjen sin tapujos cambiando los códigos de la amistad. Con buenas actuaciones, entre la entrada, las pastas y el postre, las sombras saldrán a la luz en esta velada que nadie olvidará. Y los celulares, nuevamente serán protagonistas.
Los celulares los carga el diablo Avalada por los Premios David di Donatello (mejor película y guión original de un total de nueve nominaciones) y del Festival de Cine de Tribeca (mejor guión en largometraje internacional) llega a las pantallas argentinas esta dramedia situacional y generacional dirigida por el cineasta romano Paolo Genovese, especialista en dirigir films corales como ya demostró en títulos anteriores como Inmaduros (2011) o Una familia perfetta (2012). En España un realizador de la talla de Álex de la Iglesia se ha hecho con los derechos del remake que ya ha empezado a rodar, razón por la que el film seminal todavía no ha conocido estreno en las carteleras hispanas. Es bien sabido que quien juega con fuego se puede quemar. Aquí una pandilla de amigos que se reúnen para cenar se atreven a iniciar un maquiavélico juego en el que en un alarde de sinceridad y confianza en el otro no les importará dejar sus móviles encima de la mesa y compartir con el resto todas las llamadas y mensajes que se vayan sucediendo a lo largo de la noche. La premisa es muy atractiva, habida cuenta de que progresivamente se irá pasando de una capa de superficialidad manifiesta en lo público a la profundidad de los secretos más oscuros y dolorosos de lo privado. Nada es lo que parece, y es que en la desnudez de lo que es real la falsedad no tiene cobijo posible. Si bien el tramo inicial nos puede recordar a una y mil películas que tratan sobre las reuniones de amigos donde se cuentan sus penas a golpe de copa de vino y buena vianda, aquí de forma progresiva ocurre algo bastante inusual y a la vez original. En un disfrutable “in crescendo” se pasa de la broma fácil, del chiste satírico a situaciones cada vez más dramáticas y determinantes. Esa tensión, que empieza a vislumbrarse a partir de que el juego comienza, alcanzará cotas irrespirables cuando antes de llegar a los postres quede bien claro que todos los comensales tienen algo o mucho que esconder. Nada es lo que parece y el efecto diabólico de lo aparentemente ingenuo acabará por volverse contra todos en un despiadado efecto boomerang, que no dejará títere con cabeza. Y por si esto fuera poco los guionistas (una perfecta colaboración entre cinco escritores, entre ellos el mismo director) como nos tienen reservado un giro postrero a modo de magistral epílogo que aquí no desvelaremos pero que a partir de ahora pasa a ser uno de los mejores finales que uno recuerda en años por lo acertado y consecuente en relación con lo que ha sido el vertiginoso desarrollo argumental. Los actores se encuentran en estado de gracia, dándose la réplica unos a otros de una manera en la que se nota un nivel de retroalimentación bastante elevado. En ese aspecto, la dirección artística es modélica. Si hubiera que poner algún pero se podría llegar a afirmar que algunos serpeos de la trama pueden resultar bastante exagerados, habida cuenta de que se trata de un continuo “y tú más” que puede llegar a atentar contra la credibilidad del conjunto. Sin embargo enseguida se produce otro vuelco en el despiece de personalidades que nos hace olvidar de inmediato los mínimos errores que podamos llegar a percibir. Impulsada por actuaciones impecables, además de la loable fotografía de Fabriccio Lucci y el impecable montaje de Consuelo Catucci, Perfectos desconocidos se trata de una obra dramáticamente entretenida, texturizada con verdades dolorosas y elevada por un humor genuino.
SIN CINE. Este éxito descomunal del cine italiano, ganadora de muchos premios en su país, se destaca básicamente por dos cosas: en primer lugar por su extraordinaria incapacidad por destacarse, ya que no hay un solo plano en la película que posea el más mínimo interés; y en segundo lugar por un ofensivo y nada pudoroso desprecio por el lenguaje del cine y su naturaleza. El grupo de amigos que se reúne a cenar remite sin ninguna vergüenza a las más obvias y mediocres obras de teatro de hace cuatro décadas atrás y hoy, aun en teatro, serían una acumulación de lugares comunes abrumadora por lo mala. El desafío que se plantean es dejar los teléfonos en la mesa y atender y hacer público todos los llamados y mensajes que reciban durante la cena. Con esta consigna la película se lanza al vacío de la verdad de Perogrullo y un campeonato mundial de obviedades. Todo lo que usted puede imaginar pero no creía que un film podría reunir a esta altura de la civilización se reúne acá para asombro del cinéfilo y perjuicio de su integridad estética. La inercia de aceptar sin objeciones cualquier cosa podrá hacer que algunos espectadores se dejen llevar, pero no puedo hablar en nombre de ellos, solo lo sospecho por el insólito éxito que tuvo en su país de origen. No, no faltan las obvias infidelidades, los embarazos y, porque no se privan de nada, el personaje gay, que ha sido sacado del arcón de los recuerdos para completar el cóctel más insoportable que nos toque ver en este año. Lo único rescatable: comen unos ñoquis que parecen estar muy chicos. Lástima que ni ellos ni nosotros podamos disfrutarlos.
Una noche, como dicta la costumbre, tres amigos, salvo uno, van con sus parejas al departamento de Rocco (Marco Giallini) y Eva (Kasia Smutniak) para compartir una cena. Sentados en la mesa, Eva se refiere a los celulares como las “cajas negras” de las personas, donde guardan los más íntimos secretos. Ante esta acusación propone un juego, tienen que dejar los celulares arriba de la mesa y compartir con el resto cualquier mensaje o llamado que se reciba. Paolo Genovese, el director, pone a estos siete personajes para que circulen y parloteen en el reducido espacio de un departamento. Todos ellos estereotipos de diferentes estratos sociales e intelectuales, un gancho (grosero) para que los espectadores se sientan identificados. Pero ni siquiera se logra, los actores son incapaces de dar a sus personajes una mínima chispa de naturalidad, esto repercute en los conflictos: se notan forzados y dan cuenta del esquema rígido, previsible y aburrido sobre el que está cimentada “Perfectos desconocidos”. El guion se apoya en un eclipse lunar como metáfora de la accidentada cena. Uno podría creer que es original, pero, al observarlo plasmado en la pantalla, es evidente que no lo es. La desmesura tan explícita de su utilización -los personajes no paran de señalar este fenómeno- impide que su figura pueda tener una (re)dimensión y/o lectura poética sobre los secretos de los protagonistas. El astro termina siendo menos un símbolo moralista que denuncia la hipocresía de la sociedad, que un férreo estandarte de la chabacanería que exuda la película. ¿Qué reacción busca Genovese en nosotros? ¿Provocarnos indignación? ¿Reflexión, quizás? ¿Risa o asombro? ¿Y ese final? Todos los invitados salen a la calle y actúan como si todo hubiese sido una gran farsa. La incertidumbre del espectador impone algunas posibilidades: la de una broma pesada para con Rocco y Eva, la de ser un juego ya preestablecido por todos o la de un deliberado quiebre en el guion para señalar que, lo antes visto, fue un ejercicio expositivo sobre la moral. La diversidad interpretativa es un problema, hace que el planteo-denuncia quede trunco. Queda por pensar que de no recurrir a esta maniobra, la película tendría, por mantener el discurso, un aspecto redimible -mínimo pero válido-. Es erróneo hacer un discurso para criticar la falsa moral del hombre -la sociedad- y luego deshacer todo, arrollándose en la duda, con un volantazo en el guion. Si ya era evidente la falta de naturalidad en la exposición con esto se termina por descubrir la defectuosa maquinaria que crea el artificio. Puro patetismo de cotillón. Puntaje: 2/5
Cine de tesis con acento italiano. Récord de taquilla en Italia, y con una remake española en marcha en manos de Alex de la Iglesia, Perfectos desconocidos sigue a un grupo de amigos que se encuentran para cenar en la casa de uno de ellos y deciden participar de un arriesgado juego: poner sus celulares sobre la mesa y compartir los mensajes y llamadas que cada uno de ellos reciba durante la noche. El film de Paolo Genovese, escrito por él junto a otros ¡cuatro! guionistas, acompañará el derrotero del grupo durante la particular experiencia. Al principio todo es risas y chistes, pero a medida que avance la velada, los mensajes y llamadas sacarán a la luz los secretos de los distintos integrantes del grupo. Suerte de alegato en contra del uso y abuso de la tecnología en línea de la serie Black Mirror, Perfectos desconocidos mutará rápidamente su tono de comedia para ir volviéndose cada vez más oscura. Lo hará mediante una puesta en escena chata y sin vuelo, y un guión que exhibe sus costuras en una serie de diálogos pomposos que rompen con la verosimilitud del relato. Genovese está más preocupado por las conclusiones, con esa suerte de doble final destinado únicamente a interpelar al espectador, antes que por el desarrollo de los personajes y las motivaciones para actuar de la forma en que lo hacen. Cine de tesis con acento italiano.
Perfectos desconocidos, de Paolo Genovese Una noche de reunión entre cuatro íntimos amigos y sus mujeres, se perfila como una más de tantas, mientras que el film también. La cena tiene como excusa observar desde la terraza del anfitrión un eclipse lunar, mientras tanto, esperan que el último soltero llegue con su nueva novia que todos esperan conocer con ansiedad. La novia no llegará nunca y la comida esta lista, todos se acomodan para la aburrida charla de siempre, los espectadores también. Diálogos rápidos ciertamente chispeantes, escenas obvias y casi patológicas a la hora de describir la clase media europea en general, tan cubiertas de todo y tan falta de nada. Pero algo sucede, algo quiebra la obviedad de la situación, alguien propone dejar los celulares sobre la mesa y que cada uno atienda los llamados con una sola condición: que sea en altavoz. Los personajes aceptan a regañadientes y los espectadores comienzan a prestar un poco más de atención al film que hasta ese momento se presentaba estéril, obvio. Las llamadas se suceden, los enredos también, excusas, engaños, traiciones comienzas a llegar a través de los whatsapp, mensajes de texto, grabados y charlas abiertas. En la mesa todos se incomodan, en la platea los espectadores reímos nerviosos porque sabemos que cualquiera de esas comunicaciones, cualquier día y en el momento menos oportuno, puede aterrizar en nuestra “caja negra” como alguien en el film llama a los celulares. La historia avanza, mejor dicho retrocede, para explicar mutuas infidelidades, ocultamientos, planes oscuros y hasta mentiras piadosas, porque la piedad también existe todavía. La extraña presencia de El Ángel Exterminador de Buñuel, sobrevuela perverso en la memoria de este crítico. Un guión ajustadísimo, que solo podría sostenerse con excelente actuaciones y una dirección impecable. Afuera la Luna se eclipsa, dentro el film crece, de una comedía casi costumbrista que deriva a un profundo análisis sociológico sobre los modos de comunicarnos y no precisamente desde la tecnología. Como corolario, un final tan patético y cruel como la realidad, de una película imperdible con solo una recomendación, apague su celular y si es posible nunca más lo encienda. PERFECTOS DESCONOCIDOS Perfetti sconosciuti. Italia, 2016. Dirección: Paolo Genovese. Intérpretes: Giuseppe Battiston, Anna Foglietta, Marco Giallini, Doardo Leo, Valerio Mastandrea, Alba Rohrwacher y Kasia Smutniak. Guión: Paolo Genovese, Filippo Bologna, Paolo Costella, Paola Mammini y Rolando Ravello. Fotografía: Fabrizio Lucci. Duración: 97 minutos.
YO NO ME SENTARÍA A TU MESA La única sorpresa real que tiene para aportar Perfectos desconocidos es que no, no se trata de ninguna adaptación de obra teatral francesa alguna, estilo Le prenom, La cena de los tontos o similares: si la película de Paolo Genovese, escrita por él junto a cuatro guionistas (¿no será mucho?), elige ser así de chata visual y discursivamente es por puro placer o pereza o morbo. O mejor dicho, sorpresas hay de a montones, pero ninguna sorprende realmente. Porque Perfectos desconocidos es ese tipo de película que reúne a un grupo de amigos en una cena hogareña (y en un único espacio) para ir, a partir de una premisa mínima, indagando en el interior de cada uno y sacando lo peor de todos. Y en este nuevo rosario de horrores burgueses de clase media alta europea surgen los engaños, los cuernos, los secretos más inconfesables, las revelaciones sexuales. Es decir, nada que no se haya visto antes y que uno espera por la mecánica de este tipo de producciones, ya un lugar común en sí mismo. Si Genovese y su armada de guionistas en un principio al menos tienen la habilidad del diálogo veloz y divertido, progresivamente la película irá perdiendo cualquier atisbo de amabilidad para ponerse seria, solemne, intensa en el peor de los sentidos. Como en tantas otras, aquí el grupo de amigos y sus parejas se reúnen en la casa de uno de ellos, mientras afuera hay un eclipse de Luna. La premisa que pone la maquinaria de revelaciones forzadas en movimiento es un juego que se proponen los comensales: por una vez, dejarse de secretos y abrir los celulares para que todos sepan con quién se comunican y de qué hablan con sus contactos. Se supone que el elemento externo tiene algún poder simbólico en el relato, aunque lo desconocemos (o mejor dicho nos hacemos los tontos), pero lo cierto es que el final del eclipse marca un giro del guión de lo más ridículo y caprichoso. Porque en el desenlace, la película no se conforma con haber maltratado a todos y cada uno de sus personajes durante hora y media, sino que además alecciona al espectador sobre los males de la tecnología y otras perogrulladas. Podemos perdonarle a la película lo forzado de su premisa e incluso el exagerado nivel de compromiso con el que los protagonistas se suman al juego, aún cuando las cosas se están yendo definitivamente al carajo. Lo que no podemos dejar pasar es su histeria visual, con un montaje digno de una película de Tony Scott, y una serie de diálogos entre ridículos y bochornosos a los que se les notan constantemente las intenciones. La próxima vez que se reúnan, no me avisen.
Una mesa para teatro filmado. Perfectos desconocidos viene precedida de un tendal de logros comerciales en su Italia natal, donde batió cuanto récord de taquilla exista y se alzó con dos premios David di Donatello, entre ellos el de Mejor Película. El éxito abrió las puertas para un estreno en gran parte del mundo (la Argentina incluida) y la puesta una marcha de una remake española dirigida ni más ni menos que por Alex de la Iglesia. Es cierto que el director de La comunidad, 800 balas y Crimen ferpecto anda con la pólvora mojada, pero la habitual negrura de su mirada puede calzarse de maravillas a esta historia que, en su versión original, elige quedarse en la superficie lustrosa de su concepto. El film de Paolo Genovese transcurre íntegramente en el marco de la cena de un grupo de amigos en la casa de uno de ellos. Casi todos tienen vidas medianamente armadas, con pareja, proyectos de familia y trabajos estables, salvo uno que, por lo que se cuenta, es un soltero empedernido. O al menos eso aparenta, ya que si hay algo que quedará claro muy rápido es que en realidad nadie es quien dice ser. La vibración de un celular es el puntapié para una pequeña discusión sobre la absorción de la tecnología que culmina con la idea de poner los aparatos sobre la mesa, y compartir los mensajes y llamadas que cada uno reciba durante el resto de la velada. Las risas por lo que en principio se piensa como una humorada mutarán por rictus de seriedad cuando efectivamente comprueben que la propuesta va en serio. ¿Acaso tienen algo que esconder? Obviamente que sí, sobre todos los hombres, que para Genovese son, casi sin excepción, infieles, cínicos y/o mentirosos, en contraposición a la inocencia y bondad de las mujeres, que a lo sumo ocultan un implante mamario inminente. La dinámica de un grupo de personajes que los franceses llamarían bobó (bohemios y burgueses) sacando los trapitos al sol entre platos y copas encuentra ecos en Un dios salvaje, adaptación de Roman Polanski de la obra de teatro escrita por Yasmina Reza. Igual que aquella, la concentración en tiempo y espacio despoja a Perfectos desconocidos de cualquier complejidad formal o requerimiento extravagante de producción, y obliga a depositar en el guión y en la plantilla la actoral la responsabilidad de amarrar en puerto seguro. El riesgo de esta operación es caer en teatro filmado, tropezón que ocurre apenas se devele la mecánica de batalla discursiva –con la mesa como su campo– del relato. Pero Perfectos desconocidos no es teatro filmado sólo por transcurrir íntegramente en un espacio cerrado, sino por su imposibilidad de hacer de ese espacio un elemento con peso específico dentro del relato, lo que da como resultado una puesta en escena chata que la cámara muestra siempre en planos cerrados, dignos de un lenguaje televisivo más que cinematográfico. Tampoco ayuda demasiado un guión –creado a ¡diez! manos– puesto al servicio de una única idea vertebral, y con una serie de diálogos que por momentos adquieren un grado de artificio que rompen cualquier fluidez y naturalidad. A Genovese le interesa demasiado que su film dialogue con la coyuntura comunicacional, y lleva de las narices al espectador hacia una serie de reflexiones morales y éticas cuyas conclusiones dependen menos de quien mira que de quien la filma.
La excusa es la dependencia casi enfermiza de todos con respecto al teléfono celular que encierra en sus textos, audios y fotos más de un secreto inconfensable. Una cena entre amigos y una propuesta aparentemente divertida que propone que todos los celulares estén sobre la mesa y que todo lo que se reciba se haga pública. A partir de ahí, el director Paolo Genovese, autor del guión con varios profesionales, mas un gran elenco de talentosos actores, logra, en una propuesta prácticamente teatral, que los trapitos sucios salgan al sol. Los engaños, la doble vida, las preferencias sexuales ocultas, las conquistas paralelas, los consejos paternos a una hija próxima a su debut sexual. Caen los velos de la apariencia y la mentira, y casi nadie de salva de un hecho vergonzante, una verdad a medias, una adicción. Traiciones cruzadas, confesiones impensadas, momentos emotivos. Con buenas vueltas de tuerca toda la humanidad de los participantes con sus zonas oscuras y gestos sinceros quedan expuestos sin concesiones. Una amable película, grata, que va virando de tono a lo dramático pero que nos dejara con una sonrisa.
Publicada en edición impresa.
Amistades construidas sobre secretos Siete amigos de la infancia y sus parejas, cuando las hay, se reúnen en una noche veraniega, con eclipse incluido. A alguien se le ocurre preguntarse cuántas parejas terminarían deshaciéndose si alguno de sus integrantes tuviera la desdichada ocurrencia de espiar el celular del otro. Eso es lo que sucede en esta comedia que expone algo más que cierto parentesco no demasiado ingenioso con El nombre del hijo. A pesar de unos cuantos diálogos acertados -los que exponen alguna gracia más que los que intentan las pinceladas críticas sobre vicios y virtudes de los italianos-, la originalidad no va mucho más allá. Lo que se pone en marcha es un juego en el que se ven más o menos involucrados. Todos tienen algo que ocultar. La amistad confidencial tiene patas cortas en estos casos y los aparatitos con que la tecnología nos ha beneficiado para colaborar con esa libertad limitada no son precisamente discretos. El problema aquí, que lo hay, es la acumulación. Son muchos guionistas, incluidos algunos actores que también hicieron su contribución. Hay por supuesto algunos aciertos, de ahí que los italianos hayan celebrado tanto la película, señal de que en varios casos los apuntes han dado en el clavo: el juego de masacre, que se multiplica a medida que se aproxima el final, explica parte del enorme éxito del film en su país.
Paolo Genovese es el director y guionista de esta exitosa comedia italiana llamada "Perfectos Desconocidos". La historia es exquisita -maravilloso trabajo del guión- propone que un grupo de siete amigos (3 parejas y un hombre solo) se encuentren para cenar en la casa de uno de ellos, transcurrida parte de la velada, en el modo súper normal de la amistad, con las diferencias razonables que pueden tener, a uno se le ocurre la maravillosa y sencilla idea de un arriesgado juego que consiste en poner los celulares encendidos de cada uno sobre la mesa y compartir al grupo todo lo que reciban (llamadas, mensajes, los me gusta, etc). Si bien trae cierta discusión, finalmente todos acceden. Arriesgarse a ese grado de sinceridad -compartida- la pregunta sería como podría terminar esto? Sin dudas es un film que abre al debate, a descubrirnos tal cual somos, mostrar toda nuestra verdad, cuan diferente o variado puede ser nuestro sentimiento, cuanto hay por ocultar, como te ve el otro, como salir ileso, lo que puede pasar latente a ese momento de quien y porque se relaciona contigo a través de las redes y tener que dar una explicación, porque estos amigos (y sobre todo tu pareja) pueden preguntarte lo que quieran al respecto, diría una misión imposible que termine bien. "Perfectos Desconocido" dice mucho y casi no muestra nada, con un delicado manejo de cámaras, un elenco talentosísimo y un muy bello final. Muy recomendable. Pronto llegara la versión española de la mano del genial Álex de la Iglesia. Y pienso que faltará poco y nada para que se haga la adaptación teatral de Perfetti sconosciuti con un asegurado éxito.
Bienvenida nuevamente una buena comedia italiana a la cartelera, donde se muestra una cena entre amigos en la que ellos se animan a un juego que puede ser peligroso, cuando está en juego: lo que puede ser público, privado y secreto. Uno de los elementos es el cuestionado celular en las reuniones, este puede sembrar discordia cuando todos pueden participar de los llamados o mensajes. Tal vez lo que se descubra traiga serias consecuencias. La trama posee diálogos brillantes y cuenta con buenas actuaciones: Pepe (Giuseppe Battiston, "Pan y tulipanes"); Carlotta (Anna Foglietta, "El ocaso de un asesino"); Rocco (Marco Giallini, "Si Dios quiere"); Cosimo (Edoardo Leo, "Buongiorno, papá"); Lele (Valerio Mastandrea, "Viva la libertá"); Bianca (Alba Rohrwacher "Il papà di Giovanna"), entre otros. Te lleva a reflexionar y a la diversión y en medio de todo se encuentra un eclipse que se dice que ataca el humor de las personas como los animales y las mareas y a estos protagonistas también los puede afectar. Una película con formato teatral que nos trae una historia donde cualquiera se pude sentir identificado.
Quien esté libre de pecados… Una de las grandes producciones del año pasado. Es una verdadera alegría ver que Perfectos Desconocidos (Perfetti Sconosciuti), una ingeniosa película italiana, por fin haya arribado a los cines argentinos. Representa una de las mejores comedias dramáticas que vi en vida. Un ejemplo de una gran premisa acompañada por una sólida ejecución. Acá se juega con una pregunta que hemos debatido todos: ¿tu celular está libre de pecados como para volverse absolutamente transparente? Eso sí: ¡cuidado si la vas a ver con tu pareja, porque pueden surgir debates muy polémicos! Se trata de una comedia increíblemente bien escrita que genera interesantes planteos sociales y puede poner en problemas a más de uno. La manera en la que va creciendo la tensión entre los amigos es genial, y progresivamente una cena amistosa se va convirtiendo en una sangrienta batalla donde se revelan oscuros secretos. La naturaleza de las relaciones: Perfectos Desconocidos logra balancear con maestría el drama y la comedia hasta alcanzar un final agridulce que me resultó especialmente astuto (hay un pequeño giro de ciencia ficción, si se quiere). Quienes hayan visto la película Coherence (en mi opinión, una de las grandes obras maestras de la ciencia ficción moderna) se van a sentir en casa con esta película, que sería una especie de versión italiana. La cinta se las arregla para presentar una historia muy llevadera y atrapante mientras que, al mismo tiempo, pone en relevancia algunos puntos importantes sobre la naturaleza de las relaciones, el significado de la confianza y la manera en la que la tecnología se ha apropiado de nuestras vidas. No conocía al director Paolo Genovese, pero tiene una larga trayectoria en el cine italiano, con diez largometrajes en su mochila, y es muy querido en su país. Conclusión: Los diálogos de Perfectos Desconocidos son brillantes y las situaciones cada vez más desopilantes, si bien el tono se vuelve trágico a medida que avanza. Tremendas actuaciones de todos los protagonistas. Es un logro indudable que merece ser disfrutado en la pantalla grande.
La verdad os hará libres ¿Cuántas parejas se separarían si uno mirara el celular del otro?", plantea una de las protagonistas en medio de una cálida cena de amigos y parejas. Y el juego comienza: todos deciden dejar sus celulares en el medio de la mesa y que todos los mensajes de WhatsApp, llamadas e información esté disponible para todos y así, demostrar que no hay nada que ocultar. Pero cuando todo parece inocente, los demonios salen a la luz. Mientras emergen conversaciones sobre temáticas maritales como la crianza de los hijos, el sexo según pasan los años, la necesidad de hacer psicoanálisis y la fidelidad, los teléfonos empiezan a sonar. Pero en medio de la verdad, aparecen enredos y mentiras, engaños y sorpresas. ¿Hasta dónde es bueno saber? ¿Cuál es el límite de la intimidad? ¿Es posible seguir adelante sabiendo que la persona amada mintió, ocultó, engañó? ¿La verdad os hará libres o presos de nuestros propios fantasmas? Esos y miles de interrogantes despierta este filme que refleja a la perfección la injerencia de la tecnología en las relaciones humanas, cuya remake está siendo realizada por el español Alex de la Iglesia. Advertencia: mirar esta película puede causar posibles discusiones con quien tengas al lado.
Una adaptación de la comedia all’italiana: siete amigos deciden dejar los celulares y que cada uno vea los mensajes del otro. El resultado es que, como el título indica, esos que se conocen tanto no se conocen nada. Por momentos, hilarante; por momentos, en busca de una emoción forzada, tiene en el trabajo dinámico de los actores el mejor argumento para que el espectador se sienta reconfortado.
Después de haber batido récords de taquilla en Italia, se estrenó ayer este film de Paolo Genovese. Un grupo de amigos (tres parejas y un hombre que no quiere presentar a la suya) se reúnen a cenar en casa de uno de los matrimonios y alguien propone que durante la cena se pongan los celulares sobre la mesa y se compartan las llamadas y mensajes que cada uno reciba. Desde este planteo se construye un film que fluctúa entre momentos desopilantes, simpáticos y otros más débiles y menos verosímiles, pero que no deja de resultar atendible (si bien parece teatro filmado) por la calidad de su elenco y la temática que, con una excusa actual, indaga -aunque levemente- en la condición humana.
Perfectos desconocidos es una comedia liviana que retrata nuestra vida actual atravesada por la tecnología y la conectividad permanente. Tres parejas más un hombre separado se reúnen para una cena de amigos en el departamento de uno de los matrimonios. Es una velada que transcurre por carriles normales, con vino, buena comida y cordialidad. Todo se saldrá de cauce cuando se plantee uno de los males de esta época: la hiperconectividad. La adicción a los teléfonos celulares o, como los llama uno de los personajes, “la caja negra de nuestras vidas”. Alguien propone que todos dejen sus aparatos arriba de la mesa y que cualquier mensaje de texto, Whatsapp, e-mail o llamada pueda ser leído en voz alta o recibido en altavoz. Llegado este acuerdo, el asunto derivará en una pesadilla de malentendidos, farsas y mentiras. El realizador italiano Paolo Genovese pone en escena el morbo de saber más de la vida secreta que todos tenemos, sumado a la epidemia de espiar el discreto encanto de la burguesía. En Perfectos desconocidos, luego de un pequeño prólogo de presentación a cada una de las parejas y un mínimo esbozo de problemas, se irán desatando madejas de lazos y conflictos. A la manera de un vodevil (después de todo la construcción de la película no desdeña lo teatral) salvo que en lugar de cerrar y abrir puertas, lo que se hace aquí es ingresar en los dispositivos móviles. Perfectos desconocidos acaparó parte de los premios David de Donatello en Italia, al menos en la categoría de película y guion. Y Alex de la Iglesia prepara la remake española. Lo que prueba que, al menos en las grandes ciudades, el comportamiento de los seres humanos no es tan distinto y que todos estamos transformando nuestras vidas por la intromisión de los celulares. Con un elenco de parejo lucimiento, Perfectos desconocidos es entretenida sin lograr ser brillante, con algunas torpezas como la introducción de un eclipse como elemento extra que pudiera explicar comportamientos anormales y un doble final innecesario que parece decirle al espectador que se quede tranquilo que, después de todo, no pasó nada grave. Algo así como plantear el problema y desentenderse de las consecuencias.
Esta producción se encuadra dentro de la estructura que parecería estar en auge la de trasladar, o adaptar, una obra de teatro al cine en un único espacio, con la imperiosa necesidad de hacer uso de varios elementos del lenguaje cinematográfico para despegarlo de su origen. Digamos el fuera de campo, los movimientos de cámara, el uso intensivo de los primeros planos, el diseño de sonido, específicamente la banda sonora. Principalmente para recurrir al éxito de la propuesta debe contarse con un muy buen guión, no es que este sea una excepción, el problema es de otra naturaleza. Ejemplos de filmes similares abundan. Desde la reciente “La noche que mi madre mató a mi padre” (2016) o “El nombre” (2012), pasando por “Un Dios salvaje” (2011) hasta llegar a “Doce hombres en pugna” (1957). Esta última es, a mi entender, la única que soportaría una cámara testigo, en plano general, pues el guión es perfecto. La diferencia con todas las mencionadas se puede encontrar en la instalación de la verosimilitud de la propuesta y sostenimiento de la misma. En realidad, en este caso, nunca se instala fehacientemente. La idea original, sólo a partir del avance de la tecnología sobre la vida cotidiana, es muy interesante. Sin embargo, el tema subyacente a partir de su despliegue, desarrollo y cierre, plantea ciertos manifiestos que le dan un tinte diferente al que “a priori” parecería querer establecer el texto. El disparador: ¿Conocemos realmente a las personas de nuestro entorno íntimo? En una cena de amigos, tres parejas y un soltero, amigos de toda la vida, en una escena muy común en estos días, todos están atentos a sus celulares, y alguien propone un juego. Si nadie tiene nada que ocultar dejar los celulares sobre la mesa y cada llamada, mensaje, whats app que se establezca sea compartida por todos los presentes. ¿Una ruleta rusa a punta de celulares? ¿Una versión actualizada de verdad-consecuencia? Los primeros veinte minutos, en que se establece el juego, el filme se sostiene, solamente a partir de ciertas banalidades superfluas que se van exponiendo, para luego dar la sensación de agotamiento del recurso. Los secretos y mentiras más profundos comienzan a emerger de los benditos aparatos, es cuando se destruye el poco trabajado verosímil, hay determinadas situaciones que hacen que el espectador se despegue de la identificación establecida a partir de la extrañeza que provoca. Lo mejor de la realización lo encontramos, entonces, en las actuaciones, la credibilidad que establecen los actores ayuda a la progresión del filme pues el desarrollo de los personajes se va dando a medida que avanza la cinta. El director, el mismo de “Toda la culpa de Freud” (2012), termina por instalar el texto en una comedia negra, amarga, para dar un vuelco, un giro sorpresivo sobre el cierre que apunta a restablecer al espectador, no a los personajes. La sorpresa deja con desazón ya que al no estar bien elaborado el verosímil antes mencionado la sensación que produce es el de la mentira articulada, y no de un engaño en el que caímos. Que parece lo mismo, pero no lo es. Es un relato bien contado, con algunos gags muy ocurrentes, con diálogos inteligentes unos, chispeantes otros, de estructura narrativa clásica, progresiva, lineal, cada personaje tiene su espacio temporal para mostrarse, eso favorece en parte al tratamiento. El tema subyacente, y sólo después de terminada la proyección, es que la impresión que se despliega es haber visto una película demasiado católica, donde no sólo todos tenemos secretos sino que todos somos al menos pecadores, infieles, envidiosos, avaros, desconfiados, engañosos, mentirosos, de uno por lo menos, o todo junto, ergo culpables. Pero como dice el poeta cubano Israel Rojas...”Aunque sigan labrando el camino a la gente con tecnologías, seguiremos llorando como el Neanderthal”...
LA NUEVA CAJA NEGRA ¿Qué pasaría si uno dejara el celular sobre la mesa a merced de todos sus acompañantes? ¿Qué secretos saldrían a la luz? ¿O es que acaso nadie esconde nada? ¿Qué consecuencias traería un desafío grupal de esa índole? Como lo deja en claro el tráiler, Perfectos desconocidos despliega y combina tres posturas de vida vinculadas al uso de celular: una pública, una privada y una secreta, tres visiones que se mezclan, se superponen o interactúan en cada uno de los personajes y por qué no en la sociedad en su conjunto como rasgo habitual y establecido de la contemporaneidad. Uno de los aciertos del italiano Paolo Genovese es que no postula juicios de valor, críticas o sentencias frente a un tema tan actual y discutido, sino que apela a otro condimento: la naturalización. De esta forma, lo hace transparente, incitador, travieso, dúctil, pasajero y acompañante de los diversos tópicos que abordan los personajes y de sus estados anímicos. La película se sostiene, además, a partir del trabajo de dos aspectos: por un lado, la puesta en escena de la conversación, del encuentro entre las tres parejas y uno que asiste solo porque la novia está con fiebre. La misma naturalidad envuelve a los siete participantes desde la singularidad en cada una de las casas, hasta el momento de la reunión. Por ejemplo, la charla de una de las parejas en el auto acerca de si hicieron bien en llamar a su hijo Bruno –que ya tiene 10 años– o el precio de una botella de vino. La charla se desarrolla de manera descontracturada, libre, con una variedad de temas que no terminan de explayarse por el surgimiento de otros nuevos. Por el otro, el planteo del juego por Eva, psicóloga y dueña de casa. El pedido de exponer la “caja negra” –como bien la definen en el film– consta de dejar todos los celulares sobre la mesa y que cada mensaje recibido sea leído en público y cada llamada atendida en altavoz, sin mencionar que hay más personas escuchando. El tecnológico “verdad/consecuencia” es rechazado en un primer momento por tratarse de un juego absurdo pero, después, no hace más que provocar la intriga y el temor de los jugadores, la adrenalina de exponerse –más allá de lo aburrida o intensa vida de cada uno– o dejarse atrapar por el grupo. “¿Están diciendo que ninguno de nosotros tiene un secreto?”, pregunta Lele pero la única respuesta que obtiene es el silencio. Entonces y frente a algunas caras de preocupación, cada uno deja su celular sobre la mesa. ¡Hora de jugar! Por Brenda Caletti @117Brenn
Es sabido y visto que los celulares (y otros dispositivos móviles) se han convertido en parte de uno. Esos pequeños aparatitos reflejan una sociedad marcada por la inmediatez, la conexión constante contrastada con la aislación que provocan, las falsas apariencias y al mismo tiempo la posibilidad de ser o decir lo que uno quiera, sin la necesidad de poner la cara o dar un nombre. Bueno, algo de eso hay en esta película italiana, dirigida por Paolo Genovese. En ella, un grupo de amigos y sus parejas se juntan a cenar, pero entonces surge la idea de jugar con los celulares: durante esa cena no habrá conversaciones anónimas ni confidenciales, cada llamada que suene será atendida y escuchada por todos, cada mensaje recibido será leído en voz alta. Así, lo que empieza como una distracción inocente va revelando todo un submundo de secretos. Hay mucho de teatral en esta película, pues se sucede casi exclusivamente durante esa noche, en ese comedor. La narración es coral, a medida que los mensajes y las llamadas se van sucediendo van reflejando las diferentes personalidades reunidas ahora bajo ese techo. Pero entonces surgen cosas inesperadas. Una persona que oculta hacer terapia, una infidelidad que es descubierta, un coqueteo, una relación homosexual oculta a aquellas personas que se suponen que son amigas. Se va desplegando todo un abanico de posibilidades, de los mayores miedos de aquellas personas –la mayoría, quiero creer- que no dejarían sumergirse en su celular a nadie. Genovese se pasea entre la comedia y el drama al mismo tiempo que sabe generar momentos de tensión. A medida que el tiempo va pasando, que la noche se va sucediendo, cada vez que suena o vibra un celular los rostros se ponen tensos y el silencio invade el ambiente. Así, cuando los conflictos van surgiendo, no todos son tan esperados y obvios como una infidelidad, sino que muchos tienen raíz en cuestiones cotidianas. ¿Qué pasaría si todo lo que tenemos en nuestros celulares dejara de ser privado? ¿Hasta qué punto confiamos en nuestros amigos o parejas? Una premisa tan simple como espeluznante es lo que sirve para contar una historia, a la vez compuesta de muchas otras historias, y temáticas como las relaciones de pareja, las amistades, vínculos familiares, sexo, trabajo, frustraciones… El guión, escrito por el director y cuatro personas más, bucea con inteligencia y ritmo entre estos submundos y logra desarrollar personajes bidimensionales sin descuidar a ninguno de ellos. Así, Perfectos desconocidos se torna entretenida y atrapante y al mismo tiempo deja muchas cosas dándole vuelta a uno en la cabeza.
Se estrena Perfectos desconocidos, remake española del éxito italiano homónimo de Paolo Genovese. El film fue el más exitoso del año y el más taquillero de la filmografía de su realizador, Alex de la Iglesia. 14 largometrajes de ficción, una serie, un documental, un par de telefilms y varios cortos sueltos, avalan una de las filmografías más notables del cine español de las últimas décadas. Ex presidente de la Academia de Cine Español, Alex de la Iglesia es una figura mediática, un autor que ha apostado por el cine de género como ningún otro, haciendo escuela en España, influyendo a toda una nueva generación de realizadores, no sólo en su tierra natal sino incluso en Latinoamérica, en dónde, aún hoy, encuentra una gran cantidad de fans incondicionales de su cine. Discutido, polémico, admirado y odiado por partes iguales, en España sus últimas obras no gozaron del reconocimiento que muchos esperaban y quizás merecía. Acaso, ya su estilo, tantas veces imitado, comenzó a agotar a los espectadores. Y de la Iglesia empezaba a repetirse. Tras un hermoso regreso a sus fuentes con Mi gran noche -que fue un fracaso comercial- le siguió El bar, otra notable decepción artística. Era hora de probar algo diferente, un éxito seguro. La película de Paolo Genovese, Perfectos desconocidos, fue un sorpresivo éxito mundial. Una comedia teatral efectiva, no demasiado arriesgada o exigente, que se destacaba por el talento de sus protagonistas. Con esta remake española, Alex no sólo volvió al podio en la taquilla sino que consiguió el film más exitoso del 2017 en España y el más taquillero de su filmografía, seguido por Los crímenes de Oxford. Entonces resulta irónico que un cineasta que dejó una huella por su innovación visual, por apostar a mezclar humor, terror y géneros fantásticos, satirizando las películas de Hollywood, pero con personajes marginales y marginalizados socialmente donde lo grotesco era una marca autoral, triunfe con producciones cuyo material original le son ajenos a su creatividad. Y para remarcar su distancia con estas producciones, elige actores que no son parte de su acostumbrada selección de intérpretes -en Perfectos desconocidos, salvo Pepón Nieto, el resto son figuritas exitosas, que nunca han trabajado con de la Iglesia; en Los crímenes de Oxford eligió un elenco anglosajón- y deja de lado su frenético estilo para mostrar que también puede ser prolijo y elegante con la puesta en escena. Perfectos desconocidos exhibe a un grupo de amigos que se reúne en el departamento de una acomodada familia de la clase media alta española. Tres parejas y un eterno solterón comparten una cena durante un eclipse de luna llena roja. Así, de la Iglesia le agrega un componente fantástico bastante forzado y que resulta vilmente cobarde al final de la película, aun cuando corta con la moralina de la historia. El conflicto es la dependencia de las personas hacia los teléfonos celulares y los secretos que cada integrante de esa cena guarda en su móvil. Esto plantea una especie de juego: dejar todos los celulares encima de la mesa, y cada vez que llega un mensaje o una llamada, todos se enterarán de los secretos de cada uno. De esta forma salen a la luz diversas infidelidades, dobles identidades, fantasías y otros menesteres privados bastante previsibles. El problema básico de Perfectos desconocidos es que apuesta por el humor efectivo. Situaciones forzadas, reacciones que rozan el clisé y los lugares comunes, una estética que continuamente quiere escaparse de la teatralidad del material original, pero termina volviendo a ella. Y sobre todo la distancia. Aún en sus producciones más fallidas, Alex de la Iglesia está continuamente presente, incluso de forma excesiva. Pero los excesos son compensados, acaso, porque el director es fiel a sí mismo. Quizás no siempre son redondas sus obras -suele tener serios problemas con los finales que nunca están a la altura de su primera e inspirada hora- pero aún así se ganan el cariño porque muestran lo peor de la sociedad española. Acá también la mayoría de los personajes son detestables, pero no está esa empatía por lo marginal y grotesco como en el resto de su obra. Debe ser por eso que sólo Pepón Nieto es lo mejor de la película. Aún cuando su conflicto personal muestra un retroceso ideológico increíble en el cine de su director, desde lo estético hasta lo interpretativo, se trata de lo único que une a la pieza con la filmografía del realizador. El resto del elenco se limita a cumplir lo que cada estereotipo propone con mejor o peor suerte. Lo de Eduardo Noriega -un actor mantenido en formol hace 25 años- y Ernesto Alterio es realmente detestable. Sobreactuados ambos, nunca encuentran una brújula. Dafne Fernández y Juana Acosta están un poco mejor, y la dupla Eduard Fernández-Belén Rueda demuestran su profesionalismo habitual, aunque no están a la altura de sus mejores trabajos. El final, cobarde, incongruente, forzado, demuestra que no siempre éxito y creatividad van de la mano. Acaso, Los crímenes de Oxford, aún siendo intrascendente, tenía mayor coherencia narrativa, pero Perfectos desconocidos en su retroceso ideológico, su humor efectivista y su poca creatividad encuentra a Alex de la Iglesia en su peor momento artístico. Realmente penoso para un director que supo ser un ejemplo a seguir para toda una generación.