Un viaje revelador y sensual Pina es un largometraje filmado en 3D que cuenta con la participación del elenco del Tanztheater Wuppertal Pina Bausch, representante del arte de la gran coreógrafa alemana fallecida en 2009. Pina es un homenaje de Wim Wenders (Las alas del deseo) para ella. El director juega con el "teatro dentro del cine" y transporta al espectador a un mundo de sensaciones a través de un trabajo que deslumbra por la belleza de sus imágenes. La acción transcurre en el escenario y sigue los pasos de los bailarines que emprenden su marcha a modo de recuerdo en Wuppertal, el lugar en donde Pina Bausch desarrolló su carrera y vivó por más de treinta años. La cámara de Wenders se deleita con cada paso, con cada movimiento y pone el acento en el testimonio de los bailarines, que recuerdan frases de la coreógrafa, cuya imágen aparece reiteradas veces en pantalla. Pina no es un film para cualquier espectador. El secreto es dejarse cautivar por cada uno de los fotogramas que están potenciados por la profundidad de campo que posibilita el 3D. Cada imágen cobran una dimensión dramática que está multiplicada y acentuada por los movimientos frenéticos del elenco. La variada nacionalidad de sus integrantes, las escenas realizadas en exteriores y los maravillosos fundidos con lo que ocurre en el interior del teatro convierten a Pina en una experiencia difícil de transmitir. También es cierto que cada espectador deberá correr el riesgo porque no es una película (como todo el cine de Wenders) pensada para multitudes.
La exploradora El 3D al servicio del cine de autor. Wim Wenders vuelve al documental con Pina 3D, un conmovedor retrato de la legendaria bailarina y coreógrafa Pina Bausch. "Hay situaciones que te dejan totalmente sin palabras y las palabras no pueden más que evocar cosas. Allí es donde la danza hace su aparición”. La frase se deja escuchar en un tramo de Pina 3D y no sólo esboza una definición sobre la especificidad del arte del movimiento, sino que también ilustra la mirada de Wim Wenders en su trabajo documental: la obra de Pina se nos muestra a través de la danza misma, mientras que las palabras acerca de ella son casi secundarias. Y sin embargo, no se evidencia en ningún momento del film, la necesidad de simular “artificialmente” con las cámaras una simple obra de danza filmada. Wenders hace un refinado uso de la retórica cinematográfica para hacer acentuaciones con primeros planos, para destacar una viñeta coreográfica por sobre el resto de la acción. La verdadera puesta en escena es la de un lenguaje operando cuidadosamente sobre otro. Repasando groseramente su carrera, Wenders maneja dos tipos de ritmos narrativos bien diferenciados. Siendo algo simplistas podemos decir que sus ficciones cranean in eternum el uso de los tiempos muertos (en El transcurso del tiempo, El estado de las cosas) y su veta documental ostenta una dinámica bien aceitada (Relámpago sobre el agua, Buena Vista Social Club). Arriesguemos: los últimos datos de su carrera confirman que la sabe más lunga en proyectos como los del último grupo. Wenders es un documentalista heterodoxo, amplio en su abordaje, en su poder de observación y registro. Y la materia con la que trabaja es en sí misma compleja: eludiendo la opción de hacer una película sobre la vida y obra de la prestigiosa coreógrafa Pina Bausch, el realizador germano opta por rendirle homenaje convocando a parte de su equipo de bailarines, para rememorar performáticamente el legado de su mentora. Algunos testimonios, un escueto extracto de archivos de la artista y una suma de piezas de baile en los escenarios más disímiles forman este tributo apasionado a la pura expresión del cuerpo. El uso del 3D merecería una nota aparte. Es digno de destacar que directores con sello autoral como Wim Wenders o Werner Herzog recurran a este “artificio” más asociado a los “magantes” del negocio espectacular y al cine-evento. Lo cierto es que algo del acontecimiento 3D parece estar albergando la promesa de una reconciliación del público con su estado de expectación primigenia y ritual. Pero en relación a Pina 3D, hablar del uso de ese recurso se vuelve un poco más sutil. Habría que preguntarse si, a través del 3D, su director no pretende remedar esa no escenificación de un simple teatro filmado y su preponderancia de los procedimientos fílmicos, queriendo identificar a su audiencia con la de un espectáculo de danza-teatro cuya ontología goza de por sí de tridimensionalidad. Alguna vez Wenders declaró “la mejor manera que he encontrado para hacer films es mantenerme en movimiento, mi imaginación trabaja mejor en esas condiciones. En cuanto permanezco demasiado en un lugar, dejo de pensar en imágenes frescas, ya no soy libre”. De alguna manera, el director de Paris Texas no ha dejado de hacer road movies. Pina 3D se vuelve -en este sentido- un viaje a través del movimiento acompasado y desacompasado del cuerpo humano, una bella aliteración de formas gestuales.
Pina es una película pensada por ambos, el director y la directora, a la que una semana antes de comenzar el rodaje se le ausenta ella, de manera imprevista y definitiva. La muerte de Pina Bausch el 30 de junio de 2009 fue una conmoción en el mundo entero. Ella ha sido una de las artistas que abrió los cauces de buena parte de la producción artística contemporánea en artes escénicas. Ambos habían seleccionado cuatro coreografías de Bausch: Le sacre du Printemps, estrenada en 1975, clásico ballet de Igor Stravinsky, donde los bailarines se mueven con el escenario cubierto de turba hasta los tobillos. Kontakthof, estrenada en 1978, y recreada años más tarde con actores no profesionales, en el 2000 con mayores de 65 años y en 2008 con adolescentes menores de 18 años. Café Müller, estrenada en 1975, con música de Henry Purcell carga con algo del giro británico al barroco, su argumento anticipa el Ensayo sobre la ceguera de Saramago, ya que solo un bailarín tiene los ojos abiertos y corre por todo el espacio corriendo los obstáculos para que puedan bailar sus compañeros. Y la cuarta obra seleccionada, Vollmond, Luna Llena, con doce bailarines en una escena dominada por una gran roca y una permanente lluvia. A esto debe sumársele pequeñas coreografías, acciones callejeras, viajes en tren, diálogos espaciales con la naturaleza de los suburbios, coreografías comunitarias, en una territorialización tan particular de los recuerdos que cada integrante del Wupperthal Tanztheater atesora de su experiencia junto a la maestra. Así, los bailarines, algunos de la primera camada en un teatro que ya lleva 35 años de creado, responden a las preguntas de Wenders no con palabras sino con movimientos físicos, con su memoria corporal y con el archivo afectivo de lo que aprendieron e intercambiaron. Café Müller es particularmente autobiográfica, ya que se liga a sus experiencias de niña, cuando se escondía debajo de las mesas del café familiar para observar las relaciones de pareja e intentar comprender el mundo adulto. El resultado de lo que propone Pina 3D es de la más pura cepa de Wenders. Ël quiso esperar a encontrar el formato que le permitiera captar el manejo espacial que implica el Tanztheater. Por eso, a pesar de los años que llevaban pensando una película juntos, esto se le hace posible cuando descubre esta tecnología. Y el juego que propone es sumamente riguroso. Hay un uso del formato que, como no podía ser de otra manera, lo problematiza. Por un lado, el juego de cine dentro del cine que propone, con las escenas de la maqueta donde nos asomamos a ver danzar Café Müller, como en un retablo de títeres, mientras nos guía la conversación de los protagonistas. Por otro, los desafíos de la doble cámara que puede volverse poco manuable para seguir bailarines que se desplazan por el espacio libremente, perdiendo y recuperando el equilibrio, en ballets poco ortodoxos y con coreografías difíciles de guionar, entra en juego con la propuesta de filmar a 50 cuadros por segundo para aumentar la calidad estética del film. Esto provoca repensar la relación tiempo-espacio tradicional del cine. Si bien esto finalmente no termina definiendo, porque todas las salas de proyección ofrecen 24 cuadros por segundo, Wenders sigue dando su aporte en cualquier formato. Y el resultado es una propuesta visual que capta lo fluido y orgánico de esta danza. Él analiza esta tecnología que redefine desde lo digital las grandes temáticas que están presentes en las raíces del cine en cuanto a brindar espectáculo de atracciones y maravillas visuales. Ya viene de la experiencia de Buena Vista Social club (1998) su primera película donde utiliza a fondo la herramienta digital. Además, el recurso 3D explora el seguimiento de los cuerpos en movimientos con planos largos, y con uso de grúas que permiten primeros planos que implican un riesgo compositivo particular. Para concretarlo Wenders convoca un equipo de primer nivel en el que se destaca Alain Derobe, a cargo de lo que se conoce como “estereografía”, la composición bifocal con efecto tridimensional. El resultado es maravilloso, de fina sensualidad, mucha cercanía para el espectador que potencia la capacidad expresiva de los bailarines. Pina 3D es mucho más que el homenaje a la artista que todxs admiramos, Tanzfilm o mejor dicho, el primer “Tanztheater 3D film”, es también una de las primeras reflexiones estéticas sobre un medio nuevo, hijo dilecto de la industria cultural y la tecnología del entretenimiento. Es una vuelta de tuerca sobre la modernidad, su manera de concebir el espacio y al hombre moviéndose en su interior, una crisis de certeza contundente frente a la veduta renacentista que todavía nos domina, pero una crisis poética y terriblemente inquietante.
No estamos perdidos En 2009 nos dejó a todos sin aliento el repentino fallecimiento de la gran bailarina y coreógrafa Pina Bausch. En plena preproducción del film, Wim Wenders paralizó el proyecto, abrumado por el dolor de la perdida de la amiga con la que hacía veinte años había comenzado a fantasearlo. Pero pocos meses más tarde, por suerte, comprendió lo importante que sería continuar con Pina, que de ser una película sobre ella, se convirtió en una película para ella. Pina Bausch forma parte de aquellos que desafiaron la idea de danza pura a través de la estructuración de la materialidad del cuerpo, sus composiciones coreográficas fuerzan al espectador a tomar conciencia de la fisicalidad del cuerpo del bailarín, estableciendo una relación con el espacio a través del esfuerzo. Con claras influencias de Rudolf Von Laban y apelando a recursos miméticos y dramatúrgicos logró articular dos disciplinas que con gran dificultad muchos pretendían unir, la danza y el teatro. En su exitosa compañía, Tanztheater Wuppertal, desarrolló algo tan sencillo como clave para lograr que el bailarín no intente actuar sino que transite el papel, y así lograr lo que en teatro se llama el aquí y ahora: la coreógrafa realiza una pregunta al artista y pretende que esta sea respondida con un movimiento, que el bailarín, a través de la improvisación responda con el lenguaje del cuerpo. Por otro lado Wim Wenders, interesado en filmar el trabajo de la coreógrafa, comienza a asimilar la posibilidad de concreción de su idea cuando descubre las posibilidades del cine en tercera dimensión. Antes, su fantasía, se mantiene dentro de los límites de lo imposible. En este punto le damos la razón, todos los que hayamos visto registros audiovisuales de teatro o danza lo comprendemos. Pina se presenta como un film de Wim Wenders para Pina Bausch, pero Pina “es” Pina Bausch, es la esencia que Wenders logró captar no sólo con las posibilidades que obtiene de la utilización del cine 3D sino con la propia mirada. La cámara aprehende el verdadero movimiento, esencia de la danza, y así transmite la trascendencia del trabajo de la coreógrafa. A través del predominio del travelling y la alternancia entre cortes directos y transparencias, nos encontramos dentro de la escena del Tanztheater Wuppertal, que pareciera homologarse con el interior de Pina Bausch; y sin apelar a ningún golpe bajo, la emoción captada y provocada estalla en cada plano general y medio, en cada rostro. La estructura del film alterna secuencias de cuatro piezas coreográficas: Café Müller, Le Sacre du printemps, Vollmond y Kontakthof, con primeros planos de sus bailarines y bailarinas, a los cuales el director pidió una impresión sobre Pina; algunos expresan su sentir sobre ella con palabras (insertas a través de su propia voz pero fuera de cuadro), silencios, movimientos. Los que responden con el cuerpo protagonizan las secuencias más inolvidables del film, lo que cada artista le ofrece a Pina; una gran demostración de su herencia plasmada en el profundo compromiso con la profesión y el deseo que la sostiene. Frente a un material coreográfico de tal belleza y a la intensa potencia de los intérpretes, Wenders que inteligentemente supo esperar el progreso técnico para adentrarse en el mundo de la danza, se ubica en el lugar de mayor respeto frente otro artista. La cámara se desvía del objeto enfocado en contadas ocasiones, lo que evidencia que no interesa aquí demostrar la presencia del enunciador; el recurso predilecto del cine de autor es dejado de lado. El director pareciera dar un paso al costado frente al material, dejándolo brillar, aumentando incluso su resplandor, es en ésta actitud que entendemos que el film se convierte en Pina Bausch, que de la mano de Wim Wenders da un nuevo paso al centro del escenario.
El pasado nunca muere Wenders estrenó en la última Berlinale Pina, su esperado tributo a Pina Bausch. El proyecto -que ambos discutieron durante más de dos décadas- iba a contar con la activa participación de la excepcional bailarina y coreógrafa alemana, pero su inesperada muerte en junio de 2009, a los 68 años, cambió por completo el rumbo. Luego de un largo período de incertidumbre, el director de Las alas del deseo y Buena Vista Social Club se reunió con los integrantes de la compañía Tanztheater y juntos decidieron hacer igual la película para exponer toda la grandeza y la diversidad de la obra de una pionera y verdadera genia de la danza contemporánea. El film -concebido con los mismos equipos y técnicas en 3D que se utilizaron para Avatar- presenta en buena parte de sus 100 minutos escenas de danza en las que la cámara “interactúa” con los artistas (“queríamos que bailara con ellos”, dijo Wenders). Las coreografías de cuatro espectáculos concebidos por Bausch, como Le Sacre du printemps (1975), Café Müller (1978), Vollmond (2006) y Kontakthof (estrenada en 1978 y con nuevas versiones en 2000 y 2008) fueron montadas en segmentos individuales y grupales, en estudios y en exteriores, en la llanura y en la montaña, en el campo y en la ciudad, con escenografías despojadas y con gran despliegue de elementos como agua o rocas. El resultado es de una enorme belleza, aunque algunas decisiones del director -como interrumpir varias escenas de danza con declaraciones a cámara de los bailarines o con imágenes de archivo- son bastante discutibles. De todas maneras, esta película -que representa a Alemania en la lucha por el Oscar extranjero- resulta insoslayable para los amantes de la danza moderna.
Pina, el encanto eterno El film de Wim Wenders es un tributo delicado y bello para Pina Bausch que la entroniza y rememora cuando debió haberla contado como su portagonista si la muerte no la hubiera arrebatado tempranamente. Pina Bausch, nombre artístico de Philippine Bausch, nacida en 1940, durante la Segunda Guerra en Solingen, localidad famosa por su industria del acero, tuvo de ese metal la voluntad, la eternidad de su arte y la vocación que entre nos, llamaríamos de fierro. Cuando la guerra finalizó, Pina se introdujo en el mundo de la danza para no irse jamás, aunque físicamente nos haya dejado tempranamente en el 2009. Para ese momento, varios eran los estudios que la danza teatro que supo impulsar, la tenían como protagonista, pionera y experimentadora. Cuando Pina partió, Wim Wenders llevaba casi dos años tratando de hacer un film sobre y con su amiga, después de años de conversaciones y visiones sobre él mismo. Y sólo dos años después de perderla se estrena Pina, que no es ni más ni menos que un documental distinto sobre esa mujer increíblemente talentosa. Luego de acariciar la idea de la película durante más de veinte años Wenders no sabía si continuar sin su musa inspiradora pero el elenco de su musa lo convenció y gracias a eso es que hoy podemos gozar de esta maravilla en la que todo danza. Con el elenco del Tanztheater Wuppertal, en el que Pina era el genio y figura, el film se convirtió en un tributo que no tiene desperdicios visuales, musicales ni de destreza ya que ese grupo supo ser formado por la pionera de la danza contemporánea. De bailarina a coreógrafa, Pina dirigió esa compañía desde 1973 y el teatro danza conoció la excelencia y la experimentación creando muchísimas coreografías que son el pilar y el merecido tributo a su maestra. El film creado con las mismas técnicas 3D con las que se hicieron verdaderos éxitos de taquilla como Avatar, exhibe a la danza como un núcleo desde el cual se expanden distintos significantes que el cuerpo de los bailarines tiene impreso y deja como huella en la retina del espectador. Las creaciones de Bausch como Le Sacre du printemp, Vollmond, Kontakthof varias veces versionada y Café Müller, se hallan montadas en escenas de una delicadeza notable en la que todo baila porque Wim Wenders hace danzar a la cámara que sigue cada excelso movimiento. Los escenarios alternan lo urbano y lo rural, en los que ciudad, montaña, llano o valle son el marco sublime del movimiento sublime. Los bellos recuerdos de sus bailarines otorgando voz a una experiencia, la de formarse con Pina, son otro toque que no se convierte en golpe bajo ya que siempre sus voces están en off, y lo que se muestra es Pina en su obra, legado y en la maravillosa y precaria diferencia que esa creadora transitó cuando decidió que ternura y fuerza, éxito y fracaso, disfrute y dolor son huellas que un cuerpo con memoria materializa danzando al compás de la música que es otro corazón. Danza, talento, bellos escenarios y algo más sobre Pina Bausch que no debió haberse ido tan precozmente.
Bye Bye Pina Mezcla documental y musical, Pina (2011), el nuevo largometraje de Wim Wenders, se erige como una pícara y afecta elegía dedicada a Pina Bausch, famosa bailarina y coreógrafa alemana, directora del ballet del Tanztheater Wuppertal, fallecida hace unos años en vísperas de la colaboración con Wenders que nunca logró hacer. La huérfana troupe de Bausch se reúne delante de la cámara y la homenajea interpretando algunas de sus más famosas piezas: Le sacre du printemps, Kontakhof, Café Müller y Vollmond. El film alterna entre teatro filmado, donde la cámara observa cual espectador el escenario, y otra modalidad más cinematográfica y compleja, en la que la cámara se convierte en otro componente de la danza junto a la troupe del Tanztheater y “monta bailando”. Mientras tanto, Wenders entrevista los pensamientos de cada miembro del Tanztheater, y les pone a recorrer las urbes y desiertos de la región de Westfalen, evocando con ellas una fantasmagoría de imágenes surrealistas que lindan entre lo cómico y lo sublime. Rodada en formato estereoscópico, el film ostenta ser “la primer película de cine arte en 3D”, lo cual depende de la conspicua definición de “cine arte” (aparentemente aquí significa “no narrativo”). El 3D no es un componente fundamental de la obra; quizás busca emular la inmediatez del teatro “en vivo y en directo”. Wenders privilegia por sobre todo la composición fotográfica y la coreografía entre danza y montaje. Las piezas fluyen con altibajos, pero casi todas generan secuencias e imágenes memorables. “He pasado de ser un hacedor de imágenes a un narrador de historias. Sólo una historia puede dar significado y moral a una imagen”, dijo Wenders. Su nuevo film parecería contradecirle. El formato episódico y disperso de Pina no narra desde ningún punto de vista técnico, más bien genera sensaciones en el espectador mientras que el film busca purgar las propias. Los bailarines-oradores, más que tomar el podio y decir algunas palabras, rinden homenaje a su maestra a través de la danza. Y sin embargo, detrás de la elaborada puesta en escena, y desde la más absurda coreografía hasta la más galante, una historia oculta se enhebra entorno a Pina Bausch, que sobrevive la muerte a través de material de archivo y proyecciones holográficas sobre un escenario que comparte con sus bailarines. Ella tiene la última palabra del film: “Dancen, dancen, de lo contrario estamos perdidos”.
El lenguaje corporal Quizás duela reconocerlo pero claramente han quedado muy lejos aquellos años en los que Wim Wenders era una voz valiosa dentro del espectro cinematográfico internacional: desde fines de la década del ´90 hasta el presente el alemán se fue hundiendo en una triste mediocridad, mejor dicho en ese tipo de medianía que casi siempre promedia para abajo. Desastres mayúsculos como The Million Dollar Hotel (2000) o Palermo Shooting (2008) conviven con films apenas pasables como Land of Plenty (2004) o Don`t Come Knocking (2005) en una ensalada agridulce en la que sólo se salva Buena Vista Social Club (1999). Precisamente poco subsiste de la frescura de aquel documental, hoy metamorfoseado en un retrato prolijo aunque estéril de Pina Bausch, otra de esas coreógrafas minimalistas y un tanto ridículas que pululan por los círculos snobs. A decir verdad estamos ante el típico caso en el que el arte del encargado del homenaje supera con creces a lo que puede llegar a ofrecer el homenajeado en sí: parece que la idea original era registrar a la mujer trabajando no obstante con su súbito fallecimiento en el 2009 la producción se detuvo, luego de la insistencia de sus colegas Wenders retomó el proyecto orientándolo hacia nuevos rumbos. A través de una fotografía preciosista y una clásica escenificación teatral que aprovecha al máximo el formato 3D, el director prefirió simplemente montar cuatro de las piezas más conocidas de Bausch, condimentar como siempre la banda sonora y dejar que sus bailarines hablen de ella sin detalles históricos en off o la más mínima contextualización: tenemos un cuadro sobre tierra, otro con sillas y mesas como obstáculos, uno que incluye segmentos individuales y un último con agua y una gran roca de fondo. Los “movimientos” unifican juegos de manos, trastornos epilépticos, instantes símil yoga y algo de ballet tradicional. La puesta sumamente artificial de Wenders no es fallida de por sí ya que resulta prodigiosa a nivel visual y coloca a la obra analizada al descubierto, el problema surge cuando la susodicha no se sostiene debido a su pobreza conceptual, la reiteración de elementos y la falta de imaginación. Como la apología no se traduce en encanto, Pina (2011) pronto se convierte en un paneo simpático por el lenguaje corporal que termina revelando mucho más por sus limitaciones que por sus aciertos: este collage de teatro, danza y mímica continúa la línea de vacuidad lustrosa a la que nos tiene acostumbrados el malogrado realizador…
EL PODER DEL BAILE Interesante propuesta en 3D que logra crear un relato homenaje a una personalidad de la danza moderna, acentuando justamente el relato en el baile y profundizando, minuto a minuto, una idea artística basada en la importancia de la coreografía y la mente detrás de cada una de las puestas escénicas. Una cinta hermosa visual y estéticamente y con una fuerza dramática muy emocionante. La película está dividida en cuatro representaciones de baile basadas en las obras creadas por Pina Bausch ("Le Sacre du printemps", "Café Müller", "Vollmond" y "Kontakthof"), adaptándolas del espacio teatral al abierto (ciudad y campos) e intercalando testimonios de sus protagonistas, quienes cuentan las experiencias con la mujer que los fueron marcando en sus años de trabajo juntos. El objetivo de la película es demostrar, además del gran talento de Pina en el baile, la manera con la que con movimientos corporales y con el uso de algunos objetos se puede llegar a expresar sentimientos y emociones únicas y muy intensas. Con solo ver la primera puesta coreográfica, esta cuestión queda clara y demostrada, pero mientras los minutos van pasando, se va intensificando la propuesta y se va inspeccionando por casi todas las emociones imaginables. Aquí, en las grandes puestas de escena y en algunas tomas cortas exteriores, quedan representados el amor, la desesperación, el odio, la soledad, la locura, la muerte, la alegría, la obsesión y muchas otras sensaciones que poco a poco van floreciendo entre los pasos de baile. La manera en la que se decidió mostrarle al espectador los diferentes episodios basados en los espectáculos de Pina, es muy original y está representada de tal manera que el mismo se sienta involucrado en el baile. La cámara juega con los diferentes encuadres y planos, cambiando de perspectiva y aportando diferentes puntos de vista sobre el mismo hecho. Por momentos el ojo del público está situado en las butacas del teatro, otras veces persigue a los bailarines y otras tantas funciona como un intérprete más del grupo. Muy original y sentida la manera en la que todo va tomando forma y unidad. El baile domina la gran mayoría de las escenas y, si bien son pocos los momentos en los que sucede, hay algunos cortes repentinos que el director realiza para introducir el testimonio de alguno de los bailarines, los cuales interrumpen la magia visual y coreográfica sin necesidad. "Pina" es una cinta bellamente filmada, con una conjugación muy interesante con respecto al sentido y a la fuerza del baile, con una gran gama de estilos musicales e interpretativos (hay expresiones clásicas, una alusión muy pequeña al tango, momentos donde se representa la comedia absurda, mucho dramatismo y una intensidad visual maravillosa y desgarradora). Una película para aquellos que disfruten de las danzas modernas y para aquellos que deseen descubrir un arte que pocas veces se puede apreciar en la pantalla grande. UNA ESCENA A DESTACAR: baldes y el comienzo.
Pina es al mismo tiempo una celebración del arte de Pina Bausch, una estimulante experiencia acerca de las posibilidades expresivas del 3D en un film dedicado a la danza y un documento que permite a iniciados y profanos acercarse la obra de la gran coreógrafa alemana, fallecida cuando estaba a punto de comenzar el film de ballet cuya dirección compartiría con su amigo Wim Wenders. La insistencia de los bailarines del Tanztheater Wuppertal logró que el realizador alemán retomara el proyecto, aunque ya no sería un film sobre Bausch sino "para ella". Salvo en sus obras, en los dichos de sus bailarines (que no en todos los casos aportan pinceladas expresivas al retrato) y en los muy valiosos fragmentos de archivo, su ausencia se hace notar. No sólo porque falta su voz para exponer sus ideas sobre el espectáculo, sus experiencias o las búsquedas que la inquietaban sino porque también falta su sabia mirada para decidir en qué forma aprovechar las características del 3D sobre todo en obras concebidas para la escena. Las cuatro que los dos ya habían elegido para integrar al film son Le sacre du printemps, Café Mü ller, Kontakthof y Pleine lune (2006). La tercera dimensión acentúa la impresión de realidad, hace más sensible la presencia física de los bailarines y permite apreciar más claramente el tratamiento del espacio, uno de los elementos fundamentales en la concepción de cualquier puesta en escena y, por supuesto, en los trabajos de Bausch. Sólo que al tratarse de un film íntegramente en 3D, el efecto de la profundidad de campo, una de sus grandes ventajas, se diluye bastante al convertirse en permanente. Los aficionados a la danza, y en especial aquellos que admiraron las invenciones de esta gran innovadora y creadora del teatro danza -principales destinatarios de la película- podrán cuestionar algunas de las elecciones de Wenders, pero no hay duda de que la experiencia a la que se atrevió el cineasta extiende el campo de acción del 3D y abre nuevos caminos para su aplicación en el traslado de un lenguaje plástico a un medio expresivo que no siempre sabe interpretarlo o sacarle provecho. Quizá porque la danza se expresa suficientemente por sí misma o para seguir el laconismo de la coreógrafa (cuyas instrucciones a los bailarines se reducían a un simple "Baila con amor" o "Continúa buscando"), las palabras no abundan y pesan relativamente poco en el film: son las memorias personales de los bailarines, que Wenders coloca en off sobre sus rostros casi inmóviles en la pantalla. Todo lo demás es movimiento (y no puede menos que cautivar a quienes amen la danza), ya en los extractos de las cuatro obras de Bausch (especialmente Café Müller y Le sacre? , donde la cámara alterna todo tipo de planos, incluidos los pequeños detalles), ya en las piezas más breves que uno por uno bailan los miembros del grupo (solos o en dúos) en las calles y parques de Wuppertal. Es uno de los sectores más atractivos de un film al que puede faltarle emoción, aunque le sobra belleza.
Lo que no se puede traducir con palabras Bello musical de Wim Wenders sobre obras de Pina Bausch. Pina fue un proyecto musical/cinematográfico soñado y planificado, ya durante los años ‘80, por la gran coreógrafa Pina Bausch junto con Wim Wenders. En 2009, pocos días antes de que el rodaje comenzara, Bausch murió. La película fue cancelada y, luego, felizmente, reformulada. El resultado es una bellísima elegía danzada, en la que los cuerpos transmiten lo que no pueden expresar las palabras. En la danza -y a veces en el mejor cine- forma y esencia son lo mismo. Esta conjunción, lindante con la epifanía, es captada por Wenders en un 3D que explora nuevas dimensiones, a través de obras que Bausch había elegido para este filme y que son interpretadas por su ballet del Tanztheater Wupperthal. El realizador de Las alas del deseo les intercala, sutilmente, imágenes de archivo -en general en blanco y negro- de Bausch dirigiendo o bailando esas mismas piezas. En interiores, los bailarines aparecen siempre sobre fondo neutro, observados desde la perspectiva de un espectador (sin contraplanos), en performances colectivas que corresponden a los espectáculos Le Sacre du printems (1975), Kontakhof (1978), Café Müller (1978) y Vollmond (2006). Wenders les añade breves testimonios de cada bailarín: voces en off que suenan sobre planos de sus rostros silenciosos, lo que genera una sensación de monólogo interior, de recuerdo o de vago misticismo. Además, intercala coreografías solistas y grupales en escenarios exteriores, naturales o urbanos; muchas veces en espacios públicos: al ras del piso, aéreos o subterráneos. En estas secuencias, la cámara sí busca distintos encuadres y perspectivas, moviéndose con más libertad, junto con los 36 artistas, muchos de ellos con décadas de trabajo junto a Pina. Entre las vastas melodías, escuchamos, en algún momento, La cachila , de Eduardo Arolas. La variedad musical y la conformación multiétnica del ballet nos entregan un perfil cosmopolita que Bausch sin dudas fomentó. Pina , elegida para ser la representante alemana en los Oscar, no procura ningún acercamiento biográfico a la coreógrafa. Logra que la percibamos, y no sólo a través de sus creaciones. Los miembros de su ballet la evocan desde lo sensorial, más que desde lo intelectual o lo meramente informativo. El resto lo comunican con sus cuerpos, con la elegante, potente, sugerente plasticidad física, más un entorno en el que se alternan la arena, el carbón, la lluvia y otros elementos naturales. La tecnología tridimensional le permite a Wenders una nueva utilización del espacio y el volumen. El 3D con profunda justificación artística.
Conmovedor tributo a Pina Bausch El legado artístico de Pina Bausch es retratado por Wenders, en imágenes interiores y exteriores, a través de un estilo fílmico que asombra por la captación de la totalidad de un universo interpretativo único. Pina Bausch en la danza y Wim Wenders en el cine, son puntos referenciales de la Alemania contemporánea. Uno y otro se han animado a cruzarse de "vereda" porque el arte no tiene límites, ni género. Por eso a la bailarina alemana que falleció de improviso en 2009, dejando un vacío desolador, también se la vió en el papel de una princesa ciega, en "Y la nave va", de Federico Fellini. Wenders no se ha a atrevido a la danza, aunque Pina si viviera, tal vez lo hubiera animado que lo hiciera. Pero Wenders lo hace con su cámara, la que en este filme y a través de la nueva tecnología 3D, parece ir mucho más allá, de lo logrado por James Cameron en "Avatar". Claro que Wenders no es el Cameron que se hace notar diciendo "acá estoy". El director alemán prefirió demorar años en estudiar la técnica, para ponerse al servicio de este tributo que le hace a Pina Bausch, filmando cuatro de sus obras más emblemáticas y a esos bailarines que se formaron con la discípula de Kurt Joos y luego creó su propio estilo de trabajo, el que acá se muestra. TIEMPO Y PROFUNDIDAD Wenders consigue algo único, capta el tiempo, la profundidad, la dimensión y el detalle de las emociones más sutiles de esos intérpretes del Tanztheater creado por Bausch y lo hace a través del vértigo de esas coreografías, que parecen ser bailadas con las entrañas, porque la bailarina así lo exigía a sus artistas. "Pina no tenía límites" dice uno de los bailarines al hablar de la maestra, pero eso no debía entenderser como algo autoritario, lo suyo era ayudar al bailarín a encontrar su propia identidad interpretativa. El filme recorre las instalaciones del Tanztheater de Wuppertal, usina creativa de Pina y sus artistas, su escenario y muestra cuatro obras señeras: "Café Müller" que trajo a Buenos Aires, en la década de 1980; la inigualable "Le sacre du printemps", con música de Stravinsky; "Vollmond" y "Kontakthof". A estas piezas se unen coreografías de varios de los intérpretes. El legado artístico de Pina Bausch es retratado por Wenders, en imágenes interiores y exteriores, a través de un estilo fílmico que asombra por la captación de la totalidad de un universo interpretativo único.
Deslumbra, no sólo a amantes de la danza Esta obra es para admiradores de Pina Bausch y amantes de la danza contemporánea, y también para quienes no tengan idea de lo que es esa danza, ni el Tanztheater, ni quién era esa mujer. Así de fácil es la cosa, así de comunicativa y atrapante es la obra. Por supuesto, cada uno la disfruta con diferente interés, y a cierta altura el espectador común puede cansarse un poco de ver tantas mujeres huesudas saltando como poseídas, pero el conjunto está armado de tal modo que apenas termina un número en el escenario del teatro, aparece una pareja girando en medio del tránsito, una amante irritada destroza a su hombre en pleno tranvía por las calles de Wuppertal, un solista va y viene por el parque mientras un perrito lo persigue ladrando como energúmeno, y nadie sabe si forma parte de la compañía o es un enemigo declarado de la danza, en fin, todo es sorpresa y energía. Eso, precisamente, quería Pina Bausch, mezclar baile y teatro, tablas sagradas y espacios comunes, paños simbólicos y sillas comunes, belleza y payasada, exaltación, desesperación, locura y amor. Cuatro son los espectáculos que aquí se alternan: «Le Sacre du printemps», «Cafe Müller» (con el que vino por primera vez en 1980), «Vollmond» y «Kontakthof». Cada tanto, alguien cuenta brevemente a cámara, en su lengua nativa (porque este ballet tiene gente de todo el mundo), una pequeña anécdota, o el recuerdo de alguna enseñanza que la artista le dejó en sus años de aprendizaje. Ella aparece también, en mínimos fragmentos de archivo. Ella y el director Wim Wenders eran amigos, querían registrar juntos una gira por Asia y Sudamérica. La muerte vino de golpe, y el amigo y los discípulos ahora la saludan con esta película centrada en su obra artística, tan llena de vida. El 3D contribuye a potenciar la fascinación de los cuadros, a entender y disfrutar mejor la fuerza dramática de las formaciones, las expresiones, y los chistes. Hélene Louvart es la directora de fotografía, y lo que ha hecho con Wenders está casi a la altura de lo que hizo su colega Claude Renoir con Raymond Rouleau cuando en 1962, con «Los amantes de Teruel», revolucionaron el concepto de ballet fílmico (que nunca fue lo mismo que ballet filmado). Desde entonces no se veía nada tan impactante. En síntesis, aunque uno no sepa nada de danza, vale la pena. Postdata para cinéfilos: Pina Bausch es la princesa Lherimia del bellísimo «Y la nave va», de Fellini, y aparece con su ballet en otra obra hermosa, «Hable con ella», de Almodóvar.
Anexo de crítica: Quien piense que este documental homenaje de Win Wenders a la figura de Pina Bausch lo aproximará a un conocimiento acabado sobre la coreógrafa se llevará una mala impresión porque la estrella del film es la danza contemporánea. Con esa salvedad y siempre pensando en un público con una sensibilidad particular, el convite es disfrutable desde el punto de vista plástico y de la expresión del lenguaje corporal en diferentes espacios naturales y artificiales como las puestas teatrales que dejan que los cuerpos hablen, lloren, griten, silencien, construyan, destruyan, sueñen y desaparezcan cuando el movimiento se funde como una energía entrópica que todo lo envuelve, aunque siempre hay una luz de esperanza que quiebra la rigidez, la de las normas; la de las danzas estructuradas y las del pensamiento.
Lo mejor que ha hecho Wim Wenders en los últimos años son documentales. Y Pina es, además, uno de los mejores usos del 3D, por una vez algo más que un mero chiche adosado a los blockbusters. Trabajando sobre la obra de la enorme Pina Bausch, Wenders asume la reproducción del espacio y propone su mirada sobre un acto estético que parece deplorar el cine. Pero que aquí, gracias a la tecnología y a la reflexión sobre ella, se vuelve parte de él. Un film fascinante cuya importancia está incluso por encima de sus virtudes.
Viva en la música de los cuerpos Pina Bausch (1940-2009) fue una de las bailarinas y coreógrafas más influyentes de las últimas décadas y Wim Wenders le rinde homenaje en esta película en 3D elegida como representante de Alemania para los próximos Oscar. La elección del 3D es significativa porque en las diferentes escenas coreográficas que se muestran en el largometraje, el director de Paris, Texas y Las alas del deseo intenta reponer una experiencia del espacio que se perdería en el paso de una sala de teatro a una pantalla de cine. Claramente Pina es mucho más un tributo a la figura de la artista que un documental sobre la persona de carne y hueso. Es la belleza y el poder de sugestión de su arte antes que su biografía o las condiciones de trabajo en las que desarrolló su carrera lo que se expone en la película. Si bien Pina Bausch aparece en varios tramos, evocada mediante imágenes de archivos y algunas mínimas declaraciones personales, sintéticas y poéticas, su silueta se va dibujando a través de los testimonios de los bailarines y bailarinas que trabajaron con ella y que la recuerdan como una artista deslumbrante y como una maestra de vida. No hay ninguna referencia demasiado concreta a sus métodos de enseñanza y a su trabajo cotidiano en las salas de ensayos. Lo que construye Wenders es una mitología, desprendida de la historia (casi no hay datos del contexto social ni político), una especie de monumento visual que le debe gran parte de su fuerza de sugestión a las ideas que Pina exponía sobre el escenario a través de los cuerpos de sus bailarines. Lo que sí aparecen son segmentos del espacio geográfico donde Pina Bausch trabajó durante casi toda su vida: la ciudad Wuppertal, de la que se muestra especialmente su máxima atracción turística, el tren colgante. El sentido de la poesía visual de Wenders se potencia en los paisajes urbanos, en particular en los filmados desde el tren, cuando éste avanza en medio de la ciudad suspendido sobre el río. En este registro de intensidades es decisiva la música original de los cuadros coreográficos. Ya desde el principio, con la Consagración de la primavera, de Stravinsky, cambia el pulso del aire y se pone en una frecuencia emocional que ondula por la sala de manera mucho más sutil aún que las imágenes que emergen de la pantalla. Esa música de los cuerpos, esa energía, que Wenders trata de transmitir y restituir en Pina trasciende la mera estilización de la figura de una artista muerta y hace que su muerte sea, precisamente, no una pérdida sino una verdadera transformación.
El sistema 3D al servicio del movimiento Wim Wenders es uno de los directores del Nuevo Cine Alemán que en toda su extensa y prolífica carrera realizó un ejercicio de continua experimentación en todas sus producciones que le valió estar considerado entre los cineastas más importantes del mundo. Pïna Bausch fue la creadora de un nuevo lenguaje coreográfico cuando en 1973 fue contratada por el ballet de Wuppertal, al que denominó Tanztheater y donde imprimió a las coreografías un nuevo estilo que le dio trascendencia internacional en el mundo de la danza. Wim Wenders y Pina Bausch fueron amigos durante más de 20 años y siempre fantasearon con la idea de hacer una película que mostrara el arte de la coreógrafa, pero el cineasta no encontraba una tecnología adecuada para realizar un filme que pudiera transmitir la magnificencia de un género de baile que se fusiona por momentos con el teatro y debe expresar por medio de imágenes un mensaje subliminal, con secuencias que puedan ser claramente asimiladas por el espectador. El sistema 3D permite la filmación de Pina Finalmente en 2007, con la llegada del renovado sistema 3D a las filmaciones de los videos clips musicales, Wenders descubrió que esa era la tecnología que necesitaba para poder rodar un documental sobre la figura de Pina Bausch y junto a ella comenzó la preproducción. Pero sorpresivamente la coreógrafa murió y el proyecto se detuvo hasta que los integrantes del Tanztheater convencieron al cineasta de que el documental debía rodarse, y Wenders decidió hacerlo con las piezas coreográficas que la misma Pina había seleccionado para mostrar en pantalla. Las piezas de ballet filmadas En la película pueden verse las siguientes piezas coreográficas creadas por Pina Bausch: « Le sacré du printemps », del año 1975. Es una performance, con música de Igor Stravinsky, en la que los bailarines están sobre un escenario cubierto de turba que les llega hasta los tobillos por lo que no pueden realizar movimientos livianos. El contenido argumental es una pelea de género que termina con el sacrificio ritual de una mujer. En el tercer milenio el mensaje envejeció y puede encasillarse a esta pieza como un clásico por lo novedoso de sus movimientos que la mayoría de las veces escapan a las cinco posiciones. “Kontakthof”, del año 1978, Esta obra se desarrolla en un salón de baile, sobre la pista se mueven, alternadamente, bailarines solos, en pareja o grupalmente. Pina Bausch la estrenó con profesionales, pero en sus dos reposiciones incorporó bailarines amateurs con edades que van desde los 14 hasta los 65 años. Es la pieza más emblemática del clisé de Bausch: “Bailemos, bailemos, sino estamos perdidos”. “Café Müller”, estrenada en 1978, es un ballet de concepción minimalista para seis bailarines con música de Henry Pourcel, seguramente pensado para las habituales giras de la compañía. Se desarrolla en un escenario repleto de mesas y sillas representando a un café. Los bailarines realizan movimientos lentos con los ojos cerrados, solo un hombre los mantiene abiertos y ayuda a los demás a desplazarse. Un ácido mensaje de Bausch sobre los liderazgos. “Vollmond”, estrenada en 2006. Es un ballet muy representativo del arte de Bausch, donde todos los mensajes subliminales tienen relación con los enfrentamientos entre el hombre y la mujer. En esta pieza se ve una guerra de sexos buscando el amor bajo una espectacular tormenta lluviosa que ellos mismos provocan. Análisis y comentarios Wenders se alejó del clásico documental, si bien Pina Bausch aparece en pantalla gracias a las nuevas tecnologías cinematográficas, no se trata de una película en la que se cuente su vida cronológicamente, sino que todo el filme es un documento que registra las innovaciones realizadas por la coreógrafa que dieron por resultado un estilo propio, que facilitó el nacimiento de un nuevo género en la danza, el teatro-danza, que recién ha comenzado a desarrollarse con gran impulso en la Argentina. Algunas de las piezas filmadas lo fueron en representaciones en vivo del Tanzatheater Wuppertal Pina Bausch, lo que le agregó autenticidad al testimonio visual, que se ve reflejado por las expresiones de los integrantes del cuerpo de baile que manifiestan sus sentimientos hacia la directora desaparecida mediante el juego cinematográfico de que el espectador pueda escuchar sus pensamientos. Todos estos testimonios tienen una fuerte carga emotiva y sirven para situar al espectador en el campo de la creación performática aunque no sea un entendido en la danza. Hay otros cuadros, sobre todo los duetos, que fueron filmados en exteriores y entregan a la platea un mensaje de lo que es la libertad total en el arte. Todos los bailarines poseen una técnica impecable que les permitió, luego de acostumbrarse a que una cámara los siguiera, entregar al espectador todo el emotivo amor que Pina Bausch puso en sus creaciones. Es una película que atrapa primero por lo visual y luego por lo argumental de los cuadros coreográficos que se ven en pantalla, por lo que el espectador común podrá disfrutarla al mismo nivel que los amantes de la danza, y los profesionales del movimiento lograrán aprehender para su arte muchísimos tics que le permitirán crecer en sus carreras. (Carlos Herrera).
Las cosas tienen movimiento Este es un filme para aquellos que amen el cine y que posean sensibilidad a la belleza y se permitan la emoción. Cuando Wim Wenders vio Café Müller en 1985 en Venecia, en el marco de una retrospectiva de Pina Bausch, quedó tan conmocionado que le propuso inmediatamente a la coreógrafa filmar una película. Desde ese día en cada nuevo encuentro ella le reclamaba el cumplimiento del proyecto y el director admitía que aún no sabía cómo encararlo con las limitadas técnicas que el medio le ofrecía. Con la aparición de Avatar y el uso del 3D, Wenders comprendió que había llegado el momento. Ambos se pusieron a trabajar. Con el fallecimiento sorpresivo de Pina en 2009, parecía que la película se cancelaría pero, encaminado como homenaje ineludible, todo el equipo técnico con la ayuda de los integrantes del Tanztheater Wuppertal Pina Bausch juntos forjaron esta maravilla audiovisual. El uso del 3D y la manipulación de cámaras especiales permitieron que la difícil tarea de plasmar en el cine los movimientos pudiera lograrse sin que se perdiera la noción de dinámica propia del ballet ni que el marco ni el encuadre adoptado dejaran afuera los detalles ni la plasticidad de lo que se montó para ser visto en otro espacio escénico. Cuatro coreografías ya clásicas del repertorio de Bausch (Café Müller, La Sacre du printemps, Vollmond y Kontakthof) se muestran en parte mientras se insertan imágenes de archivo de Pina y se cuelan brevísimos testimonios a cámara de los intérpretes del Tanztheater que, en un ramillete de lenguas (cada uno de ellos habla en su idioma original) -lo que origina una Babel que amalgama y supera las diferencias sin negarlas-, ofrecen su homenaje a quien fuera su amada mentora en palabras, para luego bailarlo en los escenarios naturales de la ciudad y los alrededores de Wuppertal: trenes aéreos, calles y autopistas, escaleras mecánicas, parques, arroyos y ríos. Alcanzando -como pocas veces se llegó a plasmar-, un productivo multiculturalismo (razas, idiomas, género, nacionalidades, etc.) que no oculta las diferencias pero las ensambla en el sentimiento de la danza, Wenders filma un arte que representa al hombre moderno en sus cuestiones más íntimas y problemáticas (la soledad, la incomunicación, el dolor, la felicidad) y donde la política y la ética no se deslindan ni se niegan sino que se exponen y se plantean desde los cuerpos y los movimientos. Probando también que el 3D tiene algún sentido más que el arrojarnos objetos a la cara. Más allá de los conocimientos que se posean sobre la danza, más allá de la práctica como espectador de ese arte, para aquellos que amen el cine y que posean sensibilidad a la belleza y se permitan la emoción, Pina 3D es un filme imperdible y una experiencia artística insoslayable.
Filmar sobre danza Thelonious Monk decía que escribir sobre música era como bailar sobre arquitectura. Algo así se siente al intentar abordar la nueva y ambiciosa obra que Wim Wenders, el director de París, Texas, planeó junto a Pina Bausch. Es un proyecto que nació en la década de 1980 y recién se materializó en este 2011. Entre medio muchas cosas han cambiado y todo el documental estuvo a punto de quedar en la nada cuando la famosa coreógrafa falleció en el 2009. Pero la tristeza por la pérdida de una de las más grandes bailarinas de la danza contemporánea se convirtió en una celebración: a un estilo, a una estética, y a una forma de ver la vida y el arte. Sin seguir los lineamientos estrictos de un documental, Wenders realiza, junto a la compañía de danza Tanztheater Wuppertal, un homenaje a Pina. Su carrera a través de Café Müller, Le sacre du Printemps, y Vollmond -con un escenario lleno de agua-, entre otros, es especialmente conmovedora. Uno puede no "entender" de danza contemporánea, pero difícilmente salga impávido ante la belleza de los movimientos de los bailarines, acompañados por sus propios recuerdos de la Maestra (aunque algunos de estos testimonios, con voz en off y dirigidos al espectador, interrumpan la danza). Wim Wenders quiere que esta sea una experiencia totalmente inmersiva: que el espectador se sienta atraído por estas imágenes tan bonitas. Así lo logra: combina el material de manera que resulte conmovedor, pero principalmente alegre y cómico. No hay tristeza en esta película: solo el regocijo por disfrutar el legado de una artista. Se entiende así la utilización del 3D que desde Avatar (de James Cameron) hasta ahora, es de lo mejor que se ha visto en el cine. No es casualidad que ambos directores filmaran sus respectivos películas con las cámaras Real 3D. Es fundamental que no sea un trabajo de producción y que Wenders entienda que el 3D está pensado en un plano bidimensional. Borrando las fronteras de cine comercial y cine de autor, esta es una película que puede ser disfrutada por cualquiera, aún cuando le resulte complicado expresar por qué le gustó lo que le gustó.
La Excentricidad del Cuerpo Pina es el homenaje que el cineasta Win Wenders le dedica a la coreógrafa y bailarina alemana Pina Bausch, una personalidad reconocida de la danza contemporánea que falleció en 2009 a causa de un cáncer fulminante. Admito que no tenía ni idea quien era Pina, por lo que quizás mi crítica sea más distante de lo que puede significar en la vida de alguien que conocía en detalle su trabajo y su aporte al mundo de la danza. Para comenzar, lo 1ro que me atrajo muchísimo de este documental fueron las coreografías y puestas en escena que creaba Bausch, lo que fue muy buena señal, ya que me dio la pauta de que estaba asistiendo a la muestra de algo especial, artístico e interesante. La danza que diseñaba era salvaje, jugada, violenta, conceptual, pero sobre todo, tenía el sello de su locura y excentricidad, y eso siempre es digno de ver. Para hacer una película que funcione, debe estar construida sobre un base atractiva, sobre algo que de cierta manera "hipnotice", y la verdad es que a mí me pasó. Me vi fuertemente atraído a disfrutar del trabajo expuesto y en eso la responsabilidad es compartida entre la genialidad de Pina y la pericia de Wenders para captarla en cámara sobre escenarios outdoor en la Wuppertal donde vivió sus últimos días Pina. Quizás el enfoque con el que se decidió mostrar la vida y personalidad de la coreógrafa es lo más pobre de la producción, debido a que en ningún momento se cuenta como vivió y que acontecimientos marcaron su vida, sino que se decide exhibir en cortos testimonios de los bailarines de su compañía (Tanztheater Wuppertal Pina Bausch), algunos aspectos sueltos sobre su labor como directora de danza y bailarina. Esta cuestión pone al espectador frente a un film que resulta más interesante desde lo visual, que en su historia y entramado. Hay que ir con la idea de ver 106 minutos de danzas contemporáneas y algunos comentarios sueltos de la protagonista y sus bailarines. No hay una historia sórdida por detrás, ni lecciones morales, ni siquiera es sobre la vida de Bausch, sino que el documental muestra en una muy buena combinación de colores y danzas locas, la mente de una gran artista. Definitivamente no es un producto para todo el mundo, sino para aquellos que van buscando ver algo distinto a lo que solemos ver en la gran pantalla y están con ganas de deleitar la vista.
Sensaciones, conceptos, movimientos, sentimientos ¿Cuál es el límite del cuerpo, su máxima expresión y proyección posibles? Una respuesta puede hallarse en Pina, la nueva película de Win Wenders (Paris, Texas, Wings of Desire, Buena Vista Social Club, entre otras). Filmada con la nueva tecnología 3D que inauguró la película de James Cameron, Avatar [1], Wenders nos lleva a un impresionante recorrido por algunas de las obras de Pina Bausch, bailarina y coreógrafa; una figura central del teatro-danza [2]. La utilización del 3D le da a Pina un plus que prácticamente transforma al cine, en determinadas escenas, en un vertiginoso teatro donde el espectador termina inmerso en las coreografías. Explicó Wenders en una entrevista: “Era el espacio lo que me había sentido incapaz de dominar. Eso cambió con el 3D” [3]. Como ha relatado muchas veces el director, el proyecto de filmar las obras de Bausch surgió como un plan a realizarse en común con ella misma, en la década del ‘80, y recién con la aparición de 3D se avanzó en concretar el proyecto. Lamentablemente la muerte de Bausch el 30 de junio de 2009 truncó todo, aunque luego Wenders, al ver que la misma compañía de Pina (el Tanztheater que dirigió desde 1973, cuando el ballet de Wuppertal la contrató), fiel a la máxima de ella: “Bailemos, bailemos, sino estamos perdidos”, siguió actuando cada función, terminó por filmar y entregar esta obra. Hay cuatro obras centrales que se recrean en esta película: Le sacré du printemps (1975), con música de Igor Stravinsky, una obra trágica donde se baila sobre un piso de tierra y se enfrentan y luchan dos bandos: fieros hombres y exigidas mujeres; Café Müller (1978), donde los bailarines y bailarinas danzan “espontáneamente” con los ojos cerrados y sólo hay uno que ver y corre frenéticamente montones de sillas que hay en un cuarto cerrado (esta obra incluso la trajo a Buenos Aires en 1980); Kontakthof (1978), donde utilizó para las diversas presentaciones bailarines/as –incluso amateurs– que van de los 14 a los 65 años; y finalmente Vollmond (2006), donde una lluvia constante y una gran roca son parte de un frenético enfrentamiento (¿búsqueda?) entre los/as bailarines/as. También, en el teatro o al aire libre, en los impresionantes territorios de Westfalen, el Tanztheater rinde su creativo homenaje a su maestra, no sólo interpretando algunas de sus obras sino danzando ellos mismos como solistas o en pareja. Escenarios sorprendentes; bosques, ríos, montañas, una escalera mecánica, una enorme piscina de club o el famoso monorriel de la ciudad, son aptos para que la cosmopolita compañía (hay de los 5 continentes –e incluso una joven bailarina nacida de dos integrantes del Tanztheater–) dé rienda suelta a su inventiva… muchas veces inspirada en las mismas breves preguntas, observaciones o lacónicas sugerencias de Bausch en el pasado. De esto último nos enteramos por los breves monólogos que dan los/as bailarines/as (voz en off sobre la imagen de ellos “de civil”), al igual que otras anécdotas, que se combinan e intercalan con algunas breves imágenes de Pina en ensayos y en alguna obra. De conjunto tenemos entonces una película “apta para todo público”; tanto para los amantes (y practicantes, por supuesto) de la danza contemporánea como para los neófitos. Accesible y amena, es también una película fuerte, donde los cuerpos se exigen (en esfuerzo físico y dinámico) y los espíritus desean o padecen. Donde la mujer en particular sufre y resiste. Y donde todos se expresan: con amor, odio, soledad, locura, alegría y divertimento. Tal como canta la performer Laurie Anderson en un tema de su disco Homeland, “Bodies in motion”: “Somos cuerpos en movimiento / encarnamos el espíritu del movimiento”. Muchas críticas dijeron lo obvio: esta no es una biopic; quien la mire, no sabrá el contexto socio-político de las décadas donde Pina desarrolló su arte; quien la vea, no sabrá cuáles eran los objetivos de sus obras; quien la vea, no sabrá cómo eran los ensayos. ¿Importa en realidad alguna de estas “carencias”? Una crítica dijo una gran verdad: Wenders realizó “una especie de monumento visual” [4] a Pina Bausch. Y lo logró. Con ella, con la compañía y con su cine (enriquecido ahora por el 3D). La importancia de esta nueva obra del autor de En el curso del tiempo radica en que fue fiel a una máxima de la coreógrafa y bailarina: no interesa saber cómo se mueve la gente, sino qué los mueve. Pina muestra exactamente eso.
La danza de la vida Desde hace años se ha vuelto algo habitual la rutina de ir al cine para simplemente pasar el rato y, en tiempos donde cada día la tecnología hogareña está barriendo el público de las grandes salas, uno ya no espera salir del cine sorprendido por haber visto algo nuevo o innovador. Lejos quedaron aquellos años en los que la gente se alejaba de la pantalla por películas como la Llegada del tren a la ciudad de los hermanos Lumière. En poco más de un siglo la percepción visual humana se ha visto modificada a pasos agigantados a medida que evolucionaba la industria cinematográfica, y hoy prácticamente nos hallamos en una sociedad netamente visual y mediatizada. En un contexto donde ya nadie se sorprende por nada, parece casi imposible poder afirmar, contrariamente a lo que dice el proverbio, que sí hay algo nuevo bajo el sol y este es el caso de la última película del reconocido director alemán Win Wenders. El primer elemento innovador en Pina, al que también nos estamos acostumbrando en los últimos tiempos, es la utilización del cine 3D. Pero en este caso lo sorprendente es su aplicación al documental, un género en el cual, hasta dónde tengo entendido, nadie había incursionado en esta técnica. Gracias a esta elección estética nos hallamos con la segunda gran sorpresa: que una obra de tal belleza estética, simbólica y artística llegue a las salas comerciales. Pareciera que la premisa hubiera sido “si quierés llevarle el arte a las masas, hazlo en 3D”. Y realmente funcionó. A pesar de todas estas novedades, realmente el mayor atractivo de esta película de casi dos horas es brindarle al espectador la posibilidad única de sumergirse totalmente en múltiples estímulos visuales y musicales: las texturas, los cuerpos, sus respiraciones, cada mínimo gesto se siente vivo. Además de un trabajo de fotografía increíble y unas locaciones que parecen casi surreales y que, con los contrastes en el ritmo del montaje, logran mantener alta la atención del público. De hecho, al final del documental, cuando ya estaban pasando los títulos y el personal de la sala a la que concurrí había prendido la luz, la gente seguía petrificada en sus asientos, leyendo los títulos y tratando de asimilar la magnitud de lo que acababan de ver. Es que son tantos los estímulos que brinda: por un lado la belleza de la composición artística del propio Wenders y, por otro, el maravilloso legado de la bailarina y coreógrafa Pina Bausch, seguramente una de las personas que en este mundo fue capaz de expresar más con el cuerpo que cualquier otra. No hay palabras que alcancen para expresar lo que el lenguaje del cuerpo y el de la imagen logran en esta película. La mezcla de emociones y sensaciones es realmente grande y uno puede quizás salir del cine sintiendo que acaba de ver un nuevo comienzo dentro de la expresión artística, y quizás hasta un film que marcará un hito en la historia del cine.
Antes de ver Pina no entendía nada de danza y era un ferviente opositor al 3D, algo así como una Lilita de la tercera dimensión. Ahora que ya la vi, sigo sin entender de danza, pero puedo decir que disfruté muchísimo con ese arte desconocido y con las creaciones de la coreógrafa alemana Pina Bausch. Y gran parte de la culpa es del 3D, de la forma en que los anteojitos negros convierten la pantalla en un escenario, no un escenario teatral, sino en uno nuevo. Durante mucho tiempo Wim Wenders anduvo pergeñando junto a Pina Bausch un documental sobre la manera que tenía ella de observar, pensar y presentar en escena los cuerpos y sus movimientos. Cuando este 3D, el último, el que irrumpió en el cine con más fuerza que sus predecesores, apenas se estaba instalando en las primeras salas, ellos ya tenían planeado filmarlo con esa tecnología. Pero Pina murió repentinamente en 2009 y el proyecto, lejos de quedar trunco, continuó a pedido de los bailarines de su compañía del Tanztheater de Wuppertal, en Alemania. Entonces la película se transformó en una evocación de su figura, de su particular concepto de la danza y, sobre todo, de la relación que mantuvo con sus discípulos. Para aquellos que temen aburrirse con tanto paso de baile, hay que decir que Wenders estructuró la película de manera tal que las secuencias impacten por su belleza pero no por su duración. A cada situación donde los bailarines representan alguna de las obras de Pina que se eligieron mostrar de su repertorio (Le Sacre du printemps, Kontakthof, Café Müller y Vollmond) o a cada momento donde se escenifica una enseñanza que les han dejado los años de trabajo compartidos, le sigue la voz y la imagen de algún integrante de su compañía que la recuerda en todas sus facetas. Todos son de diferentes nacionalidades, todos hablan en su lengua de origen, lo que le da a la compañía del Tanztheather un aire de epicentro mundial de la danza. Algunos logran contarnos algo acerca de esa mujer, otros suenan algo tontos cuando repiten algunas de las frases de Pina que parecen de autoayuda. Una bailarina le pide que se manifieste en sus sueños como ya lo ha hecho con otra compañera de elenco. Ninguno es determinante, ningún dato sirve para decir Pina fue así, sino para bosquejar su genio y su figura, y alimentar un misterio. En el medio de todo esto, a ella sólo se la puede ver en unas pocas imágenes de archivo un tanto deterioradas, que contrastan con la alta definición de las coreografías en 3D, como si recuperar a la persona fuera tan difícil que todo se vuelve bastante borroso. Lo que sí se puede apreciar con nitidez y con inteligencia es su trabajo, lo que queda de ella en este mundo. Y para eso Wenders aprovecha todas las posibilidades que le dan las tres dimensiones: simula escenarios, recorre las calles de Wuppertal, te acerca a los bailarines y te invita a bailar con ellos cuando mueve su cámara por las tablas. Sólo queda dejarse llevar por los pies.
Belleza y devoción Más de veinte años le llevó al director alemán Wim Wenders encontrar la forma de concebir esta película. Fue en 1985 que conoció a la bailarina y coreógrafa Pina Bausch, cuando acababa de ganar la palma de oro en Cannes por su película Paris, Texas. Wenders relata que cuando conoció la impronta de Pina sintió algo semejante a ser golpeado por un relámpago; desde entonces, ambos iniciaron una amistad, y la idea de llevar sus coreografías al cine se convirtió para él en una obsesión. En el año 2007 Wenders se iluminó. Ya había filmado varios videos para la banda U2, y cuando vio la película U23D supo que por fin había dado con la clave. Telefoneó a Pina para proponerle que se pusieran manos a la obra. Inesperadamente, Pina falleció en 2009, solo cinco días después de que le diagnosticaran cáncer, y una semana antes de que comenzara el rodaje. La película que supuestamente sería un homenaje en vida debió convertirse súbitamente en réquiem. Pina está compuesta básicamente por cuatro grandes coreografías de Bausch. Le sacre du Printemps, de 1975, ballet clásico de Stravinsky, donde los bailarines se mueven en un espacio cubierto de tierra; Kontakthof, de 1978, con personajes de distintas edades en una sala de baile; Café Müller, de 1975, -del que muchos vimos un fragmento al principio de Hable con ella- con música de Henry Purcell y un escenario repleto de sillas, en donde los bailarines se desplazan con los ojos vendados. Y por último Vollmond, con personajes en un ambiente nocturno, lluvia permanente y junto a una gran roca. Además, pequeñas coreografías que van desde lo simpático a lo estrafalario, desde lo gracioso hasta lo feroz, siempre con un importante impacto y un inmenso poder de sugerencia. El mérito es sobre todo de la fallecida Pina, pero Wenders tuvo el acierto de confiar en el poder intrínseco de su material, en dejarlo ser y desarrollarse, en adaptar la puesta en escena, perfeccionarla para convertirla en soporte perfecto a sus necesidades. El uso del color, las locaciones amplias y aireadas, los planos largos y respetuosos que siguen, fieles, a los objetos de atención, aportan un notable contraste con las danzas sugestivas que parecen hablar de lo tortuoso en las relaciones de pareja, las imposiciones sociales, la pesadez existencial, la incontinencia, los torbellinos pasionales. Entre número y número, algunos de los bailarines de la troupe de Pina aportan verbalmente recuerdos, sensaciones específicas que ella les transmitía o les ayudaba a conseguir. Así Wenders, lejos de buscar una personalidad o una biografía, logra retazos emocionales, acercamientos parciales que llevan a pensar en su densidad y en su complejidad humana. Y además logra, con inconmensurable amor por su amiga fallecida, algo que no es en absoluto sencillo. Que espectadores ajenos al universo de la danza contemporánea –entre los que se cuenta este cronista- se vean seducidos y conmocionados por el arte de Pina. Wenders tiende puentes entre fieles y escépticos, abre caminos, y nos bendice con 103 minutos de persistente belleza.
CUERPOS CON VIDA La apropiación del espacio De Wenders a Bausch: Pina. Una película que comienza a gestarse veinticinco años atrás, producto del encuentro y el choque entre estas dos personalidades, en movimiento con sus respectivas artes: cine y danza; danza y cine. Una relación de amistad y admiración mutua que, paradójicamente, comienza lejos de la misma Alemania de posguerra que los vió nacer y crecer a los dos. Pina Bausch y la idea de transponer su arte de la expresión corporal a la pantalla, de la forma más fiel posible. Una idea que buscó por años y sin suerte, su forma de realización. En palabras de Wim Wenders: “Ella tenía un deseo existencial de que su obra existiese en otro medio, que no tuviese que ser representada cada vez para permanecer. Pero yo no encontraba el modo de trasladar su lenguaje al cine”. Una idea latente que quedó forzosamente relegada a un segundo plano, hasta que finalmente encontró los medios para nacer. Nacer con un pequeño gran detalle: Pina murió dos días antes de comenzar con los ensayos. Así fue que la película volvió a tambalear, ya no por cuestiones técnicas, sino por esta profunda y dolorosa causa que parecía dejar sin sentido todo lo anteriormente proyectado. Pero por suerte allí estaban los miembros del Tanztheater de Wuppertal (compañía creada por la coreógrafa en cuestión), quienes lograron disipar esta nube de incógnitas, haciendo entrever nuevamente que la esencia allí estaba, que continuaba intacta, y que la revolución corporal (revolución de la danza, desde adentro de la misma) a la que Pina había dedicado su vida, seguía latiendo en ellos y en sus movimientos. “Los integrantes del Tanztheater me lo demostraron, cuando al día siguiente de la muerte de Pina dieron la función anunciada para esa noche, como cualquier otra noche. Había que seguir bailando, pese a todo, y eso me convenció de que también había que filmar la película.” Las imágenes saben impactar por su fuerte significación. La película está impregnada de símbolos. Fue entonces que las cuatro obras que habían sido previamente seleccionadas por Pina y Wenders (Café Müller, Le Sacre du Printemps, Vollmond y Kontakthof) finalmente consiguieron convertirse en momentos perdurables en el tiempo. Tal como ella quería. Y el resultado es este gran film que nos habla sin palabras, de un mundo que no muchos conocemos, pero que está abierto a todos: un mundo sin barreras. Y es ésta, a mi entender, una de las tesis principales de la película, en paralelo con uno de los principales ideales de Pina Bausch: posicionar a la danza en su verdadero lugar, como instrumento de expresión que está vivo en todos, y no solamente como cosa de eruditos; el arte en todos; la danza en todos. Salgan a bailar, no importa cómo, no importa con qué. En esta línea, no está de más mencionar el juego etario constante que la película propone, con jóvenes que se vuelven viejos y con viejos que se mueven con la fuerza de la juventud. “Bailen, bailen, que si no estamos perdidos”. Y también estaremos perdidos si no nos cuestionamos, si no nos preguntamos, si no sufrimos el vivir. Y es por esto, que son las grandes pasiones, los temas que recorren las diversas interpretaciones que aparecen a lo largo del film: el amor por sobre todas las cosas, los vínculos, la sensualidad y la sexualidad, el dolor, la tristeza y la soledad. De un extremo al otro, con transiciones que por momentos funcionan más y por momento menos (se destacan ciertos fundidos que le sirven a Wenders para conectar los diversos momentos en un mismo espacio, así como también, los distintos espacios entre sí), en este gran melodrama físico, se pasa de lo dramático a lo cómico, sin puntos medios; con movimientos que van de lo sutil, a lo abrupto y lo marcado. Y es en este medio de este devenir de pasiones que tenemos también, de forma intercalada y como pequeños paréntesis en la narración, a los miembros del Tanztheater mirando en silencio a cámara. Con sus rostros mudos, y con sus voces en off. “Para las partes solistas recurrí al mismo método de Pina, que les hacía preguntas para que los bailarines se las contestaran. (…) Todas las preguntas que les hice estaban referidas a ella". Y ellos contestaban, pero sin hablar. En el mejor homenaje: el de sus alumnos haciendo por y para ella algo de lo que ella les dejó. Porque son ellos los que nos cuentan a Pina en la película, y nos la cuentan bailando, por medio de sus maravillosas interpretaciones, tan perfectas como íntimas; son movimientos que nacen de motivaciones personales, que crecen en el interior de cada uno como preguntas existenciales y que explotan por fuera con la inercia de la expresión, con la libertad de los movimientos. Vitalidad apreciable tanto por los que entienden como por los que no. Y he aquí uno de los grandes aciertos de esta propuesta diferente y profunda. El hecho de que podamos hablar y entender sin problemas, el lenguaje de la danza contemporánea. El hecho de que todo esté ahí. Como están ahí, en medio de la gente, de las calles de la ciudad, de los parques y de los medios de transporte, estos bailarines llegando a todos, saliendo y escapando de las cuatro paredes de los “grandes teatros”, en este dilema interior-exterior que la película plantea. Y que estén ahí, en locaciones increíbles, en escenarios maravillosos (acompañados de la mejor manera por los vestuarios y por un diseño de arte impecable) que otorgan un nivel visual y cromático que claramente realza la espectacularidad de los movimientos, en una fusión armónica y muy bien lograda; en una fusión musicalizada de la mejor manera, con estilos tan variados como lo es la variedad de las nacionalidades de los diferentes protagonistas. La utilización de objetos, es otra de las premisas de la escuela de Philippine Bausch a la hora de bailar. Y la ideología de Pina atravesándolo todo; su mirada guiándolo todo. “Porque ella miraba muy profundamente dentro de ellos (…). Era una gran especialista en leer lo que el alma le dice al cuerpo.” Como lo cuenta en la película una de sus alumnas, cuando Pina la llama aparte y le dice: “Vos sos la más frágil del grupo; y esa es tu fortaleza”. O haciendo todavía más práctica su manera de pensar, el momento en que otra de sus alumnas le dedica su baile, jugando con la ironía y poniéndose en sus zapatillas de ballet dos pedazos de carne cruda (“Esto es carne de ternera”), en una metafórica crítica a la danza clásica y a sus métodos, tanto de base como de enseñanza: sus movimientos estructurados, su orden, y el sacrificio físico que implica su práctica. Y la filosofía de Pina, en el otro lado de la balanza, con otros métodos y con otra práctica; los pies descalzos, los pelos al viento y el fluir vital. En síntesis. Un film puramente físico, con una medida puesta en escena, con movimientos maravillosos (el abrazo/caída repetido, en Café Muller, por no poder contenerme en mencionar alguno), con momentos fellinianos con los intérpretes bailando alegremente y en fila india en medio de un espacio abierto (recordando el final de 8 y ½), y con un gran manejo de la espacialidad: el 3D está explotado de la mejor manera por Wenders, que sabe dar provecho a la profundidad de campo, al volumen de los cuerpos y al movimiento interno del cuadro (con su respectivo manejo de los diversos planos del campo visual). Una película que mueve y que sacude, produciendo ganas de bailar. De bailar sin saber, porque no hay que saber para bailar. Y un final que no podía ser de otra manera. Sin ningún golpe bajo y sin ningún intento por conmover. Un final festivo, una gran danza, y una gran burla a la vida misma. Porque la película nos hace olvidar que Pina está muerta. Y nos hace dar cuenta que quizás no lo esté.