ESPERANDO A MR. BROTHER Qué tentación citar a Fellini cuando un director italiano muestra un realidad grotesca y farandulesca como lo hace Garrone en esta película. Tal vez un poco más sórdido que aquel realizador, Garrone igual hace su propio recorrido, aunque no habría nada de malo en que haya una influencia de otro director. Luciano, el protagonista, es un pescadero de Nápoles, con lo cual su condición de personaje extrovertido, gracioso e impulsivo parece más un retrato realista que una exageración cinematográfica. Empujado por sus hijos, pero también con ganas propias, Luciano hace un casting para la versión italiana de Gran Hermano. En el casting le va bien y se abre una oportunidad para él, que vivirá a partir de ese momento con cada vez con más preocupante expectativa de la llegada de la televisión. A Garrone no le interesa tanto en análisis de la televisión como el seguir de cerca a su protagonista. El lento pero seguro deterioro de Luciano, que escena tras escena, y de forma previsible iré perdiendo la razón a medida que el llamado amenaza con no llegar nunca. Tampoco Garrone deja afuera ciertas connotaciones religiosas, donde el protagonista, ya paranoico cree que sus acciones son castigadas por los largos tentáculos del programa Gran Hermano. Luciano cree que lo observan y toman nota. Atemorizado por quedar afuera, realiza gestos generosos y bondadosos absurdos, que destrozan también su familia. Deja incluso su pescadería para poder seguir a ese Gran Hermano que todo lo ve. No es Reality el más original de los films ni tampoco parece ser el análisis más profundo sobre la televisión y su influencia sobre la gente. Pero en su doble sentido televisivo religioso y en el angustiante relato del carismático pescador que pierde el rumbo, la película tiene no pocos hallazgos. Y que sea previsible no es un defecto, es justamente para que suframos más el derrotero de Luciano.
Todo por un Sueño La comedia italiana tiene diversas aristas. No es lo mismo la commedia all’italiana, costumbrista de Dino Risi o Mario Moniccelli, que la comedia grotesca de Fellini o la tragicomedia de Ettore Scola que atraviesa el drama y la historia de la nación mediterránea. Matteo Garrone, uno de los realizadores más galardonados e interesantes que presentó la cinematografía de su país en muchos años, consigue en Reality un retrato de una familia napolitana cruzando estéticas y temáticas de estas tres vertientes de comedias identificadas como típicas italianas...
Ossessione (todo por un sueño) Luego del éxito mundial con Gomorra (2008), aquel demoledor retrato del universo de la camorra, el talentoso director italiano Matteo Garrone regresó a Nápoles, pero esta vez con una propuesta muy distinta. Reality es una mirada ácida, crítica y contundente -pero nunca obvia y facilista- sobre la fascinación (la obsesión) que genera Grande Fratello (versión local de Gran Hermano) en el seno de una típica familia ampliada de la zona, que vive junta en un conventillo, y -más precisamente- en Luciano, un vendedor de pescado que, luego de conocer a un hombre que ha sido finalista del reality show, hace una prueba y queda preseleccionado. La ilusión devenida ansiedad por saber si en definitiva formará parte o no del popular programa televisivo empieza a carcomerlo y lo llevará a padecer situaciones extremas. Garrone combina un tono propio de la clásica comedia neorrealista con climas más propios de la fábula fantástica a-la-Fellini (pero mejor que Paolo Sorrentino) para describir el viaje interior y exterior del protagonista y cómo ese hecho va modificando su personalidad y las relaciones con su esposa, sus familiares, los vecinos y sus clientes. Quizás algo menos lograda que esas joyas que fueron L’imbalsamatore y Gomorra, Reality trabaja sobre un tema ya bastante transitado por el cine italiano de los últimos tiempos (de frivolidad e hipocresía berlusconianos) como el deslumbramiento por la fama, el éxito y las celebridades, aunque crece cuando se sumerge en las contradicciones íntimas del antihéroe, interpretado por Aniello Arena, actor aficionado que comenzó a hacer teatro en la cárcel de Volterra en la que está encerrado desde hace casi 20 años. Una verdadera revelación.
Telerrealidad paranoide Con el talento suficiente para ganar dos Gran Prix de Cannes consecutivos, primero con el virulento film Gomorra (2008), que retrataba la vida cotidiana de la más baja estopa de la mafia italiana y ahora con Reality (2012), el director Matteo Garrone repone su visión crítica sobre la sociedad contemporánea a través de una historia tragicómica de cómo el mundo arquetípico del reality show rebota de lleno en la vida de un padre de familia. Luciano (Aniello Arena) es padre de tres niños, esposo de María (Loredana Simioli) y napolitano de toda la vida. Junto a su amigo Michele (Nando Paone) se gana la vida vendiendo pescados en un puesto feriante en la plaza central. Aunque dedique el día completo, el dinero poco alcanza, a lo que, a veces, el ingenio lo saca a flote. Así, en los tiempos libres, se dedica a la importación de electrodomésticos a nombre de compradores ficticios, sobretodo ancianas del vecindario, sorteando gastos impositivos. Hasta que un día su familia lo convence de participar del reality televisivo Gran Hermano con la fantasía de resolver las penurias financieras de la familia en caso que él ganase. Nunca se hubiesen imaginado que quedar preseleccionado sería tan pesadillesco. La contradictoria mecánica televisiva es la trama que ha atravesado varias películas. En algunas, el fenómeno reality era figurado como la recreación cuasi-paródica de “lo ordinario y real de la vida”, en otras como la fuente milagrosa de oportunidades para quienes deseen huir de la angustiante “vida real”. Son memorables los films que, como Reality, cuentan una historia acerca de las paradojas de la telerrealidad. Quizás el caso más notorio sea el de The Truman Show (Peter Weir, 1998) que, coqueteando con los límites de lo inverosímil, cuenta acerca del primer ser humano nacido en cautiverio dentro de un reality show. O en Réquiem por un sueño (Requiem for a Dream, Darren Aronofsky, 2000) cuando, al sobrevenir la oscuridad en la vida familiar, la madre del protagonista (interpretada con maestría por Ellen Burstyn) rediseña su dieta a base de anfetaminas con la idea de volver a entrar a un vestido de su juventud y lucirlo en un show de TV con el sueño de ganar el concurso que le devuelva una mejor imagen de su propia vida. Desde el humor y la parodia, estas dos dimensiones de la telerrealidad aparecen en la trama de Reality: primero, el fenómeno actual de Gran Hermano que, siendo un programa de entretenimiento, busca emitir el espectáculo de la vida trivial en directo o hacer culto de lo banal -como el filósofo François Jost definría a la generalidad de la expresión contemporánea- y, segundo, esa necesidad de visibilización mediática que avanza hacia una incontenible sensación de paranoia. Todo esto le sucede a Luciano, el conflicto aflora cuando algo que parecía pasajero termina por apoderase de la narración; el reality show que, en un principio, era apenas un asunto circunstancial gana importancia dramática a medida que el protagonista enloquece. Este proceso de conversión hace que el trabajo actoral de Aniello Arena aporte buena parte a la valoración positiva de la película. Resultan imborrables las escenas que ironizan acerca del Gran Fratello italiano, esa máquina creadora de figuritas mediáticas, con dudoso talento y de intensa fama evanescente. En varias oportunidades aparece Enzo, un personaje salido de la última edición del reality, quien asiste a casamientos y a discotecas convertido en el nuevo superstar de turno. Un héroe de modé que, bajo una lluvia de papel picado y luces estridentes, sobrevuela el auditorio colgado de arneses o repite incansables veces Never give up, su frase latiguillo tan pujante como la máquina que lo parió. Ganador de un David de Donatello por el rubro Della fotografía, la película de Garrone hace un especial uso de la composición escénica a propósito del relato. En consonancia con la retoma del conventillo como escenario donde se desarrolla la comedia italiana, la cámara realiza recorridos por la puesta escenográfica de pasillos mohosos, cuartos grisáceos y escalinatas resquebrajadas. Un tipo de disposición dramática del espacio que recuerda al estilo de Fellini. Otro acierto estético y narrativo que hace de Reality un film imperdible.
El fin del principio de realidad Al director italiano Matteo Garrone se le debe destacar por su capacidad para construir complejos micro universos, orgánicos y llenos de matices por donde escudriñar la realidad de los personajes. Así lo hizo con su debut de El embalsamador (2002), comedia oscura y ácida que se viera en uno de los BAFICIs para luego estremecer con un retrato de la mafia napolitana, crudo y muy visceral, en el film Gomorra (2008). Una rápida lectura de su nuevo opus Reality no puede más que acercarlo al homenaje de diferentes directores italianos como el gran Federico Fellini o Dino Risi, dos escuelas o estilos cinematográficos distintos para contar la realidad italiana desde la mirada aguda pero a la vez humana. Sin embargo, el universo de Reality si bien guarda una importante vinculación con la idiosincrasia italiana y más precisamente la de una familia de clase media baja que habita un conventillo de Nápoles podría traspolarse a cualquier geografía, siempre que las condiciones, los conflictos entre pares, las metas, las ilusiones y desilusiones se parezcan o guarden estrechas similitudes, más allá de pequeñas diferencias culturales. Así es como la globalización también muestra un costado poco visible y simpático, que obedece a los experimentos sociales proporcionados por los llamados realitys, cuya vedette más popular fronteras adentro y hacia afuera -no podiamos estar ausentes los argentinos- no es otra que Gran Hermano. Ese pequeño espacio artificial donde todo aquel que entra a la casa aparenta o actúa un personaje bajo una supuesta espontaneidad que en su existencia real no es y necesita de la mirada permanente de otros para creerse esa falsa identidad. La inteligencia de Matteo Garrone fue el haber pensado la dinámica del reality no desde el fenómeno sino desde los efectos nocivos que puede generar en aquellos que no encajan con la estética televisiva propuesta. Hay millones de Lucianos por el mundo a la espera de una convocatoria para formar parte de ese seleccionado mediático, uniforme y bello y entonces salir de la ruina por creerse diferentes a los que los rodea. En este caso, el protagonista del film es un padre de familia, napolitano, con hijos pequeños y una pescadería en el mercado del pueblo, que trata de sobrevivir además formando parte de una estafa que implica la utilización de unos beneficios de personas jubiladas con unos robots hogareños, los cuales revende valiéndose de la adjudicación del producto por el que paga mucho menos dinero. No obstante, la realidad de Luciano (Aniello Arena, el dato de color indica que es actor vocacional y que permanece en prisión donde participó de talleres de teatro) comienza a dar un giro de 180 grados cuando aparece la chance de un casting para preseleccionar candidatos al Gran Hermano italiano y tras pasar la primera prueba su esperanza de formar parte de los participantes, junto a todo el apoyo de su familia y de la comunidad, alimentan la ilusión de salir de la chatura para siempre. Pero en ese limbo que implica formar parte de algo más grande y que lo excede también se coquetea con el filo de la realidad para que surja primero una desconexión paulatina con el entorno; la paranoia de sentirse observado por extraños con el objetivo de investigar sus actitudes y conductas que lo llevan a tomar decisiones absurdas. El grotesco que caracterizaba a Fellini, las influencias notables del neorrealismo italiano -Luciano parece haber sido rescatado de aquel periodo del cine italiano- y la dosis de comedia clásica italiana forman parte de la plataforma en la que Garrone se maneja para trazar con varios hilos finos la tragicomedia del hombre común en la Italia post Berlusconi, esa nación arrasada desde lo cultural por la impronta televisiva, mediocre y que fue perdiendo su identidad con los años transformándose en un gran decorado para no ver la mugre, la imperfección y todo aquello que provoca la marginalidad o la exclusión social. La sintonía entre un reality, sus feligreses incondicionales alrededor del mundo, que observan pantallas sin cuestionar lo que ven, con fe ciega en lo que alli ocurre, entronca de manera perfecta con la crítica sutil a lo religioso y con la necesidad de creer en algo cuando en lo que menos se cree es en uno mismo. Si en Truman show el protagonista anhelaba la libertad fuera del mega estudio, el protagonista de Reality se encuentra en las antípodas porque su libertad es precisamente la que lo condena y lo somete al deseo de querer otra realidad y una falsa sensación de confort y bienestar. Matteo Garrone no critica a la televisión ni a los realitys porque forman parte de un sistema indestructible en tanto y en cuanto existan personajes con ese grado de inocencia y vulnerabilidad, capaces de soñar con mundos de cartón pintado como el que aparece al comienzo de la película en una secuencia magistral sobre una boda en un hotel temático para presentar dentro de esa galaxia variopinta, con tíos obesos, otro en silla de ruedas y muchos colores, un planeta solitario llamado Luciano.
Adornada con geniales personajes secundarios, la nueva película del director Matteo Garrone (Gamorra) resulta un interesante y oscuro análisis sobre la fama a cualquier precio. Luciano, estas nominado Luciano es un cariñoso y extrovertido hombre de familia que vive junto a su esposa y tres hijos en un pequeño pueblo de Nápoles. Es dueño de una pescadería y lleva una humilde y feliz vida. Todo cambia cuando por presión de sus propios hijos se presenta al casting para entrar a la casa de Gran Hermano. Luciano pasa la primera prueba y es llevado a Roma para continuar con la segunda parte del casting. Convencido de que acaba de dar una excelente audición, regresa a Nápoles a la espera del llamado de la producción diciéndole que será uno de los concursantes del show. Pero el llamado se hace esperar y esto hará que Luciano entre en un espiral de locura y paranoia. Perdiendo los límites de la realidad Reality es quizás la película más “Fellinesca” que haya salido de Italia en mucho tiempo. Desde el Nápoles que muestra, con su idiosincrasia y sus personajes que rozan lo grotesco, el film bien podría haber formado parte de la filmografía del gran Federico. El film cuenta la historia de Luciano, brillantemente interpretado por Aniello Arena y quien hace su debut frente a las cámaras con esta película. Todo el relato está visto a través de sus ojos y es junto con el con quien descendemos hacia la locura, perdiendo los límites de la realidad. Aunque a primera vista Reality puede resultar una simpática comedía dramática, no hay que dejarse engañar. Si bien hay algunos toques de comedia que hacen que la película sea un tanto más fácil de digerir, el film se apoya fuertemente en el impacto negativo que tiene el anhelo de fama en la vida de Luciano y como lentamente comienza a perder la cabeza. Luciano rápidamente cambia su estilo de vida creyendo que todos los desconocidos a su alrededor son productores del programa, quienes lo están poniendo a prueba y viendo si es un buen candidato para formar parte de la nueva edición de Gran Hermano. Lo que en un comienzo nos roba unas cuentas sonrisas, lentamente comienza a preocuparnos. Garrone se toma su tiempo desarrollando los personajes y eso es por una buena razón. Cuando comienza el verdadero conflicto de la película no so queda más remedio que simpatizar y sufrir junto con ellos. Con una duración cercana a las dos horas, Reality presenta unos cuantos altibajos en su historia. El desarrollo de personajes y sus conflictos abarca una buena parte del relato y tanto el nudo como el desenlace se hacen esperar. Cerca de la mitad, la película se torna lenta y con la sensación de que la historia nos lleva a lugares que no debería. En los rubros técnicos Reality es impecable. Con una fotografía soberbia y estilizada, la cámara se alimenta de los hermosos paisajes de Nápoles y sus viejos edificios, siendo esta la locación perfecta para contar la película. Conclusión Al igual que sucedió con su anterior película Gamorra, Reality es todo acerca de sus personajes. Son la razón por la cual nos enganchamos y la sufrimos. Aunque al film le sobran unos cuantos minutos, la brillante actuación de Aniello Arena y personajes hermosamente delineados funcionan como un motor que llevan adelante el relato aun cuando la historia pareciera perder fuerzas. Lejos de ser una sátira, Reality funciona casi como un cuento con moraleja sobre un hombre que se cree destinado a ser famoso.
¿Hasta dónde puede llegar un hombre enceguecido por ser famoso? ¿Cuáles son los límites que tiene una persona para cumplir un “sueño”? Reality plantea interesantes respuestas a esas interrogantes en clave de comedia a la italiana. Y tal vez ahí es donde falla un poco porque luego de un arranque cómico en donde vemos al protagonista que de casualidad hace el casting para entrar a la casa de Gran Hermano, luego se contempla un gran drama familiar por la obsesión del tipo, y la identidad del film se va perdiendo de a poco. El director Matteo Garrone, consagrado por Gomorra (2008), su última película, en esta oportunidad escoge el grotesco en claro homenaje a los films italianos de las décadas del ’50 y ’60 para adornar la historia y sus personajes, y lo logra pero al intentar mezclarlo con el realismo no consigue un buen resultado. Asimismo, no intenta hacer un análisis sociológico de los reality shows y su impacto sino contar una simple historia. Tan simple que resulta bastante previsible. El reparto está muy bien y el protagonista (Aniello Arena) tiene muy buenos momentos pero no tanto como para hacer crecer a una película con una identidad difusa y que se queda en el camino.
Aires del neorrealismo italiano Matteo Garrone es uno de los grandes nombres dentro del cine italiano actual. En Argentina solamente se había estrenado Gomorra , adaptación del libro de Roberto Saviano. Gomorra fue el film más directo de Garrone, el menos enrarecido en el tono, una muy buena película armada a partir de varias historias de violencia y abismo social y político en el sur de Italia. Reality conecta con otras películas del director vistas en el Bafici como Estate Romana y L'imbalsamatore , historias en las que el tono es el protagonista, más allá de lo contado, que nunca es poco en el caso de Garrone. Su cine es narrativo y de un clima, un aire extraño: nada es del todo normal en esta Italia del siglo XXI. Reality comienza con una boda real, que no es ni real ni tampoco es una sola. Una fiesta que se liga con otras fiestas de otro director clave del cine italiano contemporáneo: Paolo Sorrentino y su reciente La grande bellezza , presentada en Cannes. Pero ahí en donde Sorrentino hace explotar su cine y a sus personajes (y los lleva a una especie de vértigo de todo tipo que divide al público), Garrone es más sutil y más reposado. En esa boda, un personaje se va individualizando: el extrovertido Luciano. La fiesta, lugar de máscaras, dará paso a la realidad, al modo de vida familiar, a su pescadería, a las estafas que practican con su mujer (esos robots tan fuera de lugar en la piedra de las casas napolitanas y sus cocinas tradicionales). Luciano, alentado por sus hijos y su familia, hará un casting en Gran H ermano, ( Grande Fratello ), y hasta pasará la primera selección. Garrone describe un mundo (este mundo) en el que se puede ser estrella y tener éxito, fama y adoración del público sin ser más que lo que aquí se ha dado en llamar "un mediático". Y lo hace sin cargar las tintas, sin ponerse en juez de la estupidez ni la vulgaridad. Muestra, describe, no condena. En Enzo (una estrella "porque pasó por la casa de Gran H ermano") está la clave: un personaje que ni siquiera es pérfido. Luciano está interpretado por Aniello Arena, un ex miembro de la Camorra y preso condenado por asesinato desde 1991, en una actuación acorde con esta película, que conecta con grandes tradiciones del cine italiano: hay aquí herencias bien procesadas del neorrealismo y también de los mundos singulares del Fellini pos 1960: la Cinecittá que ahora vemos copada por Gran h ermano ya había sido mostrada asediada por la televisión en Entrevista . Basada en una historia real, Reality puede llegar a desorientar porque no va hacia los lugares seguros, definitivos. La aparente indefinición es su guía y no hay clausuras. Asistimos a la transformación incómoda de Luciano, a su fascinación, a su obsesión, a su desgaste, a su delirio. Garrone no acelera su película, y si bien a veces eso le juega en contra cuando se vuelve reiterativo, el ritmo de Reality contribuye a esa sensación extraña de convivir con los cambios de un mundo al que cuesta reconocer.
Deseo, obsesión y locura Rodada con unos colores chillones que enfatizan el costado más kitsch de sus personajes, Garrone alterna dos miradas, una compasiva, la otra burlona, relación de amor-odio que se acentúa a medida que el protagonista pierde noción de la realidad. Reality, o donde Bellissima se encuentra con El rey de la comedia. No es que Matteo Garrone haya hibridado, cual genetista fuera de control, el clásico de Luchino Visconti con el film de Scorsese, pero en su último largometraje pueden apreciarse trazos y trazas de uno y de otro. En el fondo, la historia del pescadero con ínfulas de estrella es universal y, en ese sentido, es heredera indirecta de aquella madre tana obsesionada con el triunfo de su torpe hija y del comediante amateur que sólo quiere una oportunidad –cueste lo que cueste– para demostrar su discutible talento. Y siempre la televisión, en el centro de la vida y de los deseos, toque de Midas moderno para excéntricos, diletantes y audaces de diversa calaña. Así es Luciano, padre de familia, dueño de una pescadería en su Nápoles natal, miembro altivo del más bajo sustrato del showbiz, especializado en la animación de fiestas y casamientos. Así lo presenta el film, junto a otros integrantes de su clan, topándose (más bien, haciéndose topar) con el último ganador de Grande fratello, la versión italiana del ubicuo Big Brother. Y de allí en más, la obcecación devenida manía por ingresar a la “casa”, esa simulación de cotidianidad pergeñada y programada para la mirada voyeurista de millones. Luciano perderá la cabeza y tal vez a su familia en un descenso a su propio infierno personal, camino barranca abajo que Reality organiza en varias etapas: semiindiferencia, posibilidad, deseo, obsesión, locura. El modelo que Garrone toma como centro gravitatorio es el de la commedia all’italiana, particularmente el de Pietro Germi o el del Monicelli más grotesco, pero con un pie en cierto ideal de “realismo”, que hiciera de su anterior Gomorra uno de los últimos éxitos internacionales del cine italiano reciente. (De todas maneras, es bueno recordar que ya en El embalsamador, una de sus mejores películas, lo grotesco ya estaba presente, aunque por vía de un naturalismo extrañado.) Reality puede verse como una jugada audaz, diferente al resto de su filmografía, o como un vuelco a un cine más convencional. Rodada con una paleta de colores chillones que, por momentos, enfatiza el costado más kitsch de algunos de sus personajes, Garrone alterna dos miradas, una compasiva, la otra burlona, relación de amor-odio que va acentuándose a medida que Luciano comienza a perder noción de la realidad, viviendo entre la paranoia y el misticismo. El humor no está presente en forma de gags –no es ésta, al fin y al cabo, una comedia de situaciones–, sino destilada en el patetismo casi trágico del tipo que abandona sin dudarlo su propia vida en pos de una existencia inalcanzable. A fin de cuentas, hay una falta de ferocidad en Reality –sin lugar a dudas buscada por el realizador–, reemplazada por un humanismo de manual que hace finalmente de los buscadores de fama como Luciano meros mártires de una máquina picadora de carne humana, víctimas de una psiquis debilitada o deformada por esa otra “realidad”. Allí es donde el film pierde ante los mejores exponentes de la tradición de la commedia, donde prácticamente ningún títere quedaba con la cabeza en su lugar. Difícil imaginar qué sería del film sin la presencia de Aniello Arena, encargado de interpretar a Luciano: el actor debutante devora cada una de las escenas en las que aparece en pantalla (prácticamente todas). Carismático, canchero y entrador, Arena es un ex miembro de la Camorra, preso desde hace veinte años por una condena a cadena perpetua. Garrone logró un permiso especial para que pudiera salir de la cárcel durante las jornadas de rodaje y, se dice, un grupo de carabineros vigilaba continuamente al protagonista para que no escapara. A tal punto la realidad imita y se entrelaza con la ficción, que Arena puede verse como una imagen especular de Luciano, aunque, a diferencia del personaje, el encargado de darle vida triunfa y logra al final del camino esa elusiva fama. Menos destacado es lo que Garrone tiene para decir acerca de la televisión, las famas efímeras y la cultura del espectáculo.
Magnífica obsesión El director de “Gomorra” cambia de género, pero no de profundidad y fiereza. La frivolidad es todo un tema, y no sólo en la ficción que plantea Reality, sino en la vida cotidiana, aquí y en Italia. La nueva realización de Matteo Garrone muestra a partir de un personaje la crisis que atraviesa la sociedad moderna. Y lo hace desde la búsqueda repentina de la fama y, consecuentemente, el dinero. Dinero por nada, diría Mark Knopfler. Luciano es un hombre común, que se gana la vida vendiendo pescado en Nápoles. El y su esposa se las arreglan como pueden para mantenerse con algún que otro negocio non sancto, pero la inestable estabilidad que tenían se tira por la borda cuando Luciano se obsesiona con ingresar a la casa del Grande Fratello, el Gran Hermano de la TV con hogar en Roma. El no había hecho nada por acercarse al concurso pero, empujado por sus hijos, logra una audiencia. A partir de allí, el rostro alegre de Luciano mutará hacia un rictus que alternará compungión y desazón, a medida de que pasen las jornadas y no reciba “el “ llamado para entrar a la casa. Garrone, que supo retratar de manera exquisita el mundo de la mafia en Gomorra, se nutre de elementos del neorrealismo, no sólo por retratar a una familia de clase media baja y muchos personajes como escapados de la vida real. Luciano está en un debate moral, sin que él mismo se dé cuenta. Abandona todo -sus afectos y hasta su cordura- obsesionado por formar parte de ese mundo superficial, ¿Cómo tabla de salvación, aunque el llamado tarda, y tarda? ¿Acaso no estaba mejor cuando tenía tiempo de sentarse con los amigos en el bar, y disfrutar de las comilonas de la nona? A contramano del personaje de Roberto Benigni en A Roma con amor, de Woody Allen (que era perseguido de un momento para otro, también por la locura de la fama de la TV, y abandonado de la misma manera), Luciano es reflejo de la hipocresía. La paranoia más que la ansiedad lo hace creerse observado, y si hace el bien, lo hace porque cree lo están poniendo a prueba. Pero lo interesante de Reality es lo que refracta. Luciano quiere dejar de ser él, para convertirse en alguien excepcional. Y no le importa ser (extra)ordinario. Aniello Arena, su protagonista, es en la vida real un sicario de la camorra que cumple condena. El sabe en carne propia lo que es estar encerrado.
El estreno importante de la semana: Matteo Garrone, el de “Gomorra”, plantea de qué manera la posibilidad de un napolitano común de ingresar a “Grande Fratello” (“Gran hermano”) transforma su vida por completo. La realidad poco a poco se hace trizas con esa ficción obsesiva que promete darle dinero y notoriedad a cambio de alterarlo por completo. Con mucho talento, el director muestra esta fábula tierna y a la vez despiadada. El gran protagonista, Aniello Arena, que es un gángster que forma parte de una compañía de teatro en Volterra, la cárcel donde cumple prisión perpetua. Su aporte es impresionante. No se pierda esta película.
Estas nominado Luciano (Aniello Arena) está casado, tiene tres hijos, es dueño de una pescadería, y vive en un conventillo, rodeado de familiares. Es extrovertido, se lleva bien con todo el mundo, y tiene una particular manera de atender a sus clientes. El destino lo cruza con un ex participante del show televisivo "Gran Hermano" que ahora se dedica a hacer "presencias" en eventos, y queda maravillado por la fascinación que el personaje despierta en todos, por esa fama que parece alcanzable para cualquiera, que se logra solo por aparecer en televisión, sin necesitar -aparentemente- ningún talento. A partir de la insistencia de su familia, Luciano se presenta al casting para el programa, y queda preseleccionado. La ansiedad por ser elegido se vuelve cada vez mayor, hasta ser lo más importante en su vida. Todo lo demás va quedando de lado, y el afán por participar del show lo devora de a poco. La esperada llamada no llega, y la obsesión parece convertirse en locura, a punto de sentirse observado, y de creer que cada una de sus acciones está siendo evaluada, que de sus actos cotidianos dependerá la ansiada llamada para poder entrar a la famosa casa de la televisión. Filmada de forma cercana y realista, con una estética grotesca que sigue de cerca cada detalle y cada gesto del protagonista, la película refleja con crudeza su realidad y la de quienes lo rodean, en un barrio de clase baja. El clima de la película se torna por momentos denso y angustiante, haciendo que parezca más extenso de lo que es. Aniello Arena interpreta magistralmente a un hombre común, quien de a poco va perdiendo contacto con la realidad, y Matteo Garrone, una vez más, logra plasmar una realidad bien cruda, sin pretención de hacer una reflexión acerca de la televisión de hoy, si no más bien, la de retratar a esos seres anónimos, con vidas grises, que están del otro lado del televisor.
Al igual que en la presentación de un programa de TV que recién comienza con tomas aéreas y una música que inspira, en “Reality”(Italia, 2012) de Matteo Garrone (Gomorra), entramos en esta particular historia a través de tomas de un carruaje, barroco por donde se lo mire, tirado por caballos. El carro ingresa a “La Sonrisa”, un lugar de eventos en el que se desarrollará la boda de una pareja de la que participarán los personajes de la película. Un evento con la misma desmesura y exageración presente en los reality shows, que desde hace un tiempo han marcado el pulso de la televisión mundial. Dentro de esta tipo de programas, hay uno que dio el puntapié y hasta la fecha se mantiene liderando los ratings en los países que aún se lo re versiona. Obviamente estoy hablando de Gran Hermano, el megasuceso de la productora holandesa Endemol, que en Italia se lo conoce como Grande Fratello. Justamente en la boda del inicio hay un ex integrante de la casa (que pasó según dicen, 116 días encerrado) que deslumbra a Luciano (Aniello Arena), vendedor de pescado de una feria y lo hace pensar en participar en el casting del programa. Sus hijos lo convencen y habiendo pasado dos pruebas se transforma en el héroe de su pueblo. Pero más allá de los castings, la fecha de inicio de la nueva versión se acerca, y el teléfono de Luciano no suena. NUNCA. O sí. Pero no para lo que él quiere. Y así el protagonista creerá que cada sujeto que se le acerca es alguien de la producción del envío que lo está evaluando para ver si lo hacen ingresar o no (brillante la escena en la que un mendigo le pide unas almejas, se las niega y cree que no lo llamarán por eso). Paranoia. Se lo comparte a su amigo Miguel que le dice “a todos nos miran y vigilan, el señor nos vigila”. Locura. Tristeza. Soledad. La cámara sigue a Luciano por sus lugares habituales. Siempre espiando. Con su familia. Su mujer. Sus hijos. Todo se comienza a deteriorar. Si no es convocado al programa, debe generarlo. Vende la pescadería. Regala sus pertenencias. Busca en la religión y hasta en la misma TV alguna respuesta. No la encuentra. Garrone construye la cinta con algunos momentos de cámara en mano y en constante movimiento. Somos voyeurs toda la película. Espectadores de la terrible ansiedad de un sujeto que quiere triunfar en medio de un país que está inmerso en una crisis económica profunda. Porque en las largas filas para ingresar a Grande Fratello, hay un síntoma de época, que se refleja en las larga lista de desempleados que aún creen en la vía rápida que consisten los reality para conseguir dinero y fama. Quieren de manera fácil cambiar su destino. Nada tiene que ver con lo que pasa en Argentina con los menos de 15 minutos de éxito que predijo Andy Warhol para cada persona. Aquí cuando termina una edición de GH todo psa al olvido. Hay un impecable plano secuencia en el que Garrone con su cámara circula por todas las habitaciones del conventillo (post fiesta de casamiento) y todos se desnudan. Ahí nos dice: van a ver una película, pero si vieron Gran Hermano, podrían estar viendo el canal de 24 horas de transmisión. Metadiscurso. El cine dentro de la TV. La TV dentro del cine (el casting que realiza Luciano se desarrolla en Cinecittá). “Reality” es una película que deambula entre la mera exhibición de lo que muestra y la imposibilidad de separarse de su protagonista, omnipresente en todo el filme, con el que generamos una empatía desde el primer plano para luego ir de a poco separándonos de él. Hay un dejo nostálgico desde la mitad del metraje en adelante, que opaca algunas observaciones del director. Cruda. Dura. Triste. Real. Como la vida misma.
¿Cuál es el verdadero camino a la fama? El director italiano Matteo Garrone -Gomorra (2008)- nos trae una historia de una típica familia pobre napolitana en la que uno de sus integrantes encuentra la posibilidad de salir de ese mundo como parte de un reality televisivo. El programa en cuestión es Grande Fratello (la versión italiana de Gran Hermano) y el integrante es Luciano (Aniello Arena), un padre de tres hijos que es dueño de una pescadería y que impulsado por los suyos y por su propio deseo de fama y dinero, se embarca en lograr un lugar en el casting de la próxima edición del show. Este será el punto de partida de Reality, donde la búsqueda de triunfar puede obsesionar y enloquecer a cualquiera. Luciano aún no ha accedido ni a un gramo de su posibilidad de éxito cuando ya comienza un camino que lo llevará por un laberinto siniestro de locura, fascinación y/u obsesión. Siguiendo con la tradición tragicómica del cine italiano, Garrone nos sitúa en una familia bien particular, nos la presenta en una fiesta de casamiento donde lo clásico y tradicional de los casamientos se mezcla con lo moderno: un celebritie – gracias a su participación en Grande Fratello- viene a saludar a los novios, a darles aliento en su matrimonio y huye rápido en un helicóptero, como si lo que pueda decir “este famoso” a esta joven pareja de tortolos sea la máxima palabra. Con estas primeras escenas podemos imaginarnos el génesis de la película, de cómo la televisión actual va marcando el ritmo de la sociedad actual, donde los medios hacen estragos en todas las generaciones. Luciano, sus padres y tíos, como sus sobrinas e hijos, están ligados a esta manipulación visual que los termina acorralando. Porque una vez que su protagonista accede a un primer casting y pasa esa ronda, su vida deja de tener sentido y su único fin en ella es ingresar a la casa del Gran Hermano. Comienza el delirio de persecución, de redención de los pecados porque ese gran ser que manipula en esta historia no solo puede ser el gran público, también puede ser la televisión – como medio de comunicación o como dispositivo- o el propio Dios que ligado y unido los primeros, le está haciendo ver a Luciano que si no ayuda a los otros es poco probable que lo ayude a él en su ingreso al show. El Gran Hermano está ahí, en todos lados, observándonos. No es necesario entrar en la televisión para no sentir que uno está viviendo un reality, o por lo menos, es lo que Garrone nos transmite a lo largo del filme. El trabajo de cámara permite vivir todo el tiempo la historia de Luciano como un reality show, nada de ficción hay aquí. Incluso el propio Aniella Arena es un presidiario que el director conoció durante el rodaje de Gomorra y que forma parte del grupo de teatro de la cárcel de Volterra – el mismo lugar donde se filmó César Debe Morir- y que aporta a la historia de un realismo mucho mayor conuna actuación inocente y de un candor propio, ligado al descubrimiento de un mundo que no es suyo porque no lo conoce. La película nos abre mil caminos de análisis sobre los medios, su manipulación, la neotelevisión con su cuota de cuasi realidad en pantalla que más que realista es pobre y guionada, donde la fama es el sueño de todos y donde esa búsqueda por ser y estar en ella puede conducir a caminos inimaginados. Incluso la iglesia no se queda fuera de la crítica que plantea el director: la fascinación por la televisión no dista mucho de ser la nueva religión actual. Una película que nos permite reflexionar sobre los medios de comunicación actuales, sobre sus formatos y contenidos; y de cómo estos influyen en la sociedad generando diferentes efectos. Ampliamente en parentada por algunos ejes temáticos con Requiem por un Sueño y de The Truman Show, Reality es una película abierta a la interpretación que sacude mentes y espíritus. Definitivamente, Garrone es de lo mejor del nuevo cine italiano en su búsqueda de una realidad mucho más ácida que sus antecesores y Arena cumple con un papel que parece estar pensando a su medida. Una mirada interesante de la sociedad como producto cosificado y donde la mira está puesta en el estar y no tanto en el ser. Lo que consumimos nos define tanto por lo que tenemos por lo que nos falta. @Belloysublime
Visión amarga y melancólica de gente que sueña con la TV Ya autor de unas cuantas películas, Matteo Garrone había sorprendido especialmente con "L' imbalsamatore" y con "Gomorra", nerviosa descripción de las mentes que adhieren a la mafia napolitana, la famosa camorra. Acá nos sorprende con una pintura ocasionalmente grotesca de otra clase de personas: esas que se fascinan con los brillos más vanos y chillones de la televisión. Su película es amarga y melancólica, precisa y angustiante. A veces también es divertida. La acción vuelve a transcurrir en Nápoles, una ciudad vieja, estentórea, colorida, cuyos habitantes parecen cultivar el mal gusto y las ostentaciones de alegría por partes casi iguales. Precisamente, para alegrar a todo aquel que pase y compre está nuestro héroe, o antihéroe, Luciano, con su negocito de pescados y sus otros pequeños negocios para llegar a fin de mes. Un tipo entrador, simpático, canchero entre los suyos, pero demasiado inocente en otros campos. La familia lo entusiasma con entrar al programa "Grande Fratello", él se entusiasma, la ansiedad lo trastorna. "Reality" no es exactamente una crítica al formato de "Gran Hermano" ni a su fauna, asunto ya debidamente abucheado en otras películas. Más bien, es una mirada llena de pena e ironía sobre las ilusiones y obsesiones de la gente que cree que ser un "famoso" debe sonar a gloria (clave en esto, el personaje de un ganador que se las rebusca en presentaciones y sirve de guía y modelo para el iluso). La película es también una observación sobre el modo en que el hombre simple acepta la existencia del otro Gran Hermano que puede registrarlo por la calle, y empieza a "actuar" para él. Así le va también a nuestro personaje. Asunto interesante, como puede advertirse, digno de visión y reflexión. Expuesto, además, con unos planos secuencia que dan sensación de vida (e impresionan por el trabajo que lleva hacerlos), y a cierta altura también con unos planos tomados deliberadamente del estilo televisivo. Y siempre, un elenco de artistas locales que son un hallazgo. Al protagonista, por ejemplo, Aniello Arena, lo encontraron en la cárcel. Ahí aprendió teatro. De ahí lo sacaban diariamente, con permiso especial para el rodaje. Ahí está todavía, cumpliendo una pena de 20 años por su participación en una masacre de la camorra. Uno lo ve tan simpático, haciendo de buen padre de familia, con semejante mirada de candorosa picardía, que no cabe ninguna duda: es un actorazo. Y seguramente después de esta película mucha gente de cine estará diciendo "ojalá nunca lo enganchen para trabajar en la tele".
Un pescador algo confundido Los habitantes de la ciudad de Nápoles viven un momento de entusiasmo, cuando hasta el shopping de uno de sus barrios más populares llega la producción de "Gran Hermano" para hacer un casting, para nuevos concursantes. Luciano (Aniello Arena), ocupado, atiende su pescadería junto con su amigo Michele (Nando Paone) y no se enteró del acontecimiento. Pero su mujer y sus hijos siempre se divierten viendo el programa y sobre lo que cuenta la gente frente a las cámaras. Por eso lo llaman a Luciano para que se presente al casting, en el que el elegido tendrá la chance de "entrar" a la famosa casa de "Gran Hermano". EL DEBUT En el casting los productores quedan impactados con las historias que cuenta Luciano, quien no deja de hablar frente a las cámaras. Cuando la elección termina, en la puerta del shopping los asistentes del casting felicitan a Luciano y esto enciende la ilusión del hombre sencillo, que piensa que va a ser uno de los elegidos. Cuando sus clientes de la pescadería y sus vecinos se enteran que Luciano participó del casting, lo consideran ya como integrante del programa y eso acrecienta su popularidad en el vecindario. Sin noticias sobre el resultado del casting, Luciano enciende la televisión y descubre que el programa comenzó sin él. No obstante el anuncio de una de las presentadoras de que ingresarán nuevos integrantes a la "casa", hace que la vida de Luciano se vaya transformando de a poco. EL SER FAMOSO El hombre que está pendiente de un posible llamado de la producción televisiva, comienza a cantar y bailar solo en su casa, ante el asombro de su familia, que piensa que está poco menos que loco. Más tarde, dirá que de la producción lo vigilan, por lo que emprende acciones altruístas, regala sus muebles, participa de una procesión en Roma con su amigo Michelle y compra alimentos para los que viven en la calle. Pero el tiempo pasa y el llamado de la producción de "Gran Hermano" no llega, por lo que Luciano decide ir al encuentro de la organización del programa, lo que testimonia los profundos cambios que es capaz de experimentar un hombre común, cuando un hecho así roza su existencia. La vida cotidiana y las fantasías de Luciano, que sueña con ser famoso, son tratadas por el director Garrone a través de una visión tan cruda como emotiva, con escenas que aportan un colorido sesgo costumbrista a la historia. "Reality" cuenta con el fundamental aporte de dos muy buenos comediantes, Aniello Arena (Luciano) y Nando Paone (Michele).
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Delirio para todos Una mirada llega del cielo, desciende lentamente como sólo el cine puede mostrarlo. Una panorámica sostenida un par de minutos aterriza en la Tierra, como si una entidad celeste se propusiera examinar la vida de los napolitanos. ¿Quién mira? ¿Qué ve? Un plano cenital acompaña el desplazamiento de un carruaje de otro tiempo. ¿Por qué el primer punto de vista del filme es vertical y flotante? El plano siguiente es sencillo: del carruaje bajan los novios. Se trata entonces de una boda. La cámara que desciende al principio volverá a su origen al terminar la película. ¿Qué es este círculo visual? He aquí la clave física y formal del filme. Se dirá que en este perverso cuento de hadas se lee la época que hizo de la intimidad una materia predilecta del espectáculo. Luciano, que vive relativamente bien con su mujer y sus hijos y algunos familiares en Nápoles, llega a vender su pescadería creyendo que será seleccionado para Gran Hermano. Luciano cree estar destinado a triunfar, un imperativo del presente. ¿Llegará a la famosa casa? Tras una audición, la ilusión de Luciano por convertirse en una estrella del reality se transformará en una obsesión y después en pura paranoia. Un grillo en la pared de su casa puede ser un ingenioso dispositivo de observación; los transeúntes pueden ser agentes secretos de la producción que estudian al postulante. En algún momento, Luciano tomará la vía franciscana para obtener mayores méritos: desde su balcón regalará lámparas, sillones, zapatos. Caridad momentánea, estrategia de un desesperado que exhibe su desposesión como una virtud inobjetable para ingresar al espectáculo. La sólida puesta en escena de Matteo Garrone funciona y es acertada, pero Reality no sería lo mismo si no tuviera a Aniello Arena como protagonista. Este preso devenido en actor en la cárcel (cumple una condena de cadena perpetua) le otorga al personaje un plus vital que desborda cada encuadre. Sus movimientos en el espacio, su vitalismo indescifrable expresado en todos sus gestos y un deseo de vivir que traspasa lo posible y la misma ficción transforman al filme en un segundo reality acerca de la fantasía de un preso rodando una película. Demasiada realidad la de Reality, pues es mucho más que un retrato del universo simbólico de un país regido por la cultura celebrada por Berlusconi y de la actualidad global de la vida experimentada como un espectáculo permanente. Hay signos indirectos aun más perturbadores: el Vaticano a pocos metros de la casa de Gran Hermano es uno de esos signos. El delirio asoma justamente cuando creemos que alguien nos mira y nos vigila. Demencia admitida, y a veces televisada.
Cámaras, fama y delirios Acida, sensible y demoledora mirada sobre la fama, las apariencias y el embrujo de las cámaras. Apunta al programa “Gran Hermano” y a su capacidad para vender la nada y encumbrar ídolos fugaces. Pero va más lejos. Aquí el que se encandila con esa perspectiva es Luciano, un pescadero de Nápoles, un tipo entrador, simple, tramposón y extrovertido, el simpático payaso de una familia sencilla y ruidosa. El sueña con entrar en Gran Hermano. Está fascinado porque cree que abre todas las puertas. Luciano siente que da el tipo y su familia lo empuja. A partir de ahí su vida dará un vuelco total. Arriesga todo por esa chance que no llega. Y cuando la obsesión se trasforma en delirio, ya no queda lugar para la realidad. Garrone va mucho más allá del costumbrismo: los reality, dice, nos enseñaron a desesperarnos por mirar y por ser vistos. La gente vive “para” las cámaras porque sienten que sólo ellas le dan sentido, futuro y existencia. Luciano decide cambiar de vida porque imagina que los productores están siguiendo sus pasos. Deambula en función de una cámara inexistente que hace de juez omnipresente para una existencia que no distingue las pantallas de la vida. Garrone (el realizador de esa obra maestra que fue “Gomorra”) pone otra vez su registro áspero, intenso y desgarrador para retratar personajes de los bordes. Es verosímil, pintoresca, fresca y potente, un retrato conmovedor y desgarrador que tiene algo del viejo neorrealismo y pincelazos fellinianos. Encima aporta un agregado a los borrosos límites entre la ficción y la realidad: el protagonista, Aniello Arena, un actor que tiene algo del mejor Sordi, es un presidiario que iba al rodaje custodiado por guardiacárceles. El es el mayor intérprete de esta fábula triste que deja ver allá a lo lejos la silueta de inquietante de Berlusconi, siempre tan cerca de la cárcel como de los reflectores.
La clase obrera no va al paraíso, sino a la televisión La primera escena de la película muestra una secuencia notable. Se trata de una especie de boda temática, con pelucas y carrozas, con una puesta en escena que hace acordar a esos mamarrachos festivos donde, por ejemplo, un padre se disfraza de “la bestia” para recibir a su hija “la bella”, que cumple 15, o a los eventos con consignas: “vaya por acá, levántese, baile, siéntese, juegue”, y otras aberraciones imperativas. Garrone nos dice desde el principio “bienvenidos al mundo del espectáculo” en el momento culminante de la fiesta cuando una estrella del Gran Hermano italiano irrumpe y activa los deseos del protagonista, Luciano, y su familia. Son estos los que lo incitan a presentarse a un casting por su carisma y los que luego no soportarán las consecuencias de su persistencia. El personaje se vuelve paranoico a causa de una llamada que nunca llega y transforma su mundo cotidiano a partir de esa frustración, creyendo ver señales en todos lados. Es interesante e incómoda la mirada del director. Nunca se resigna a una visión chata que exponga el modus operandi en sí de la televisión con un ritmo frenético, sino que lo bordea para recorrer los rostros fascinados de los personajes. Es más, la misma noción de espectáculo ya se ha comido al mundo mismo, parece decirnos el ideologema que atraviesa el film. La noción de reality abarca tanto a la sociedad napolitana como al programa de televisión en cuestión. Es bastante sintomático que el casting al que acude el protagonista sea el emblemático espacio de Cinecitta para entender que la televisión hace rato se tragó al cine; es el momento en que uno recuerda los anticipos de la hecatombe: Bellísima, de Visconti, Ginger y Fred, de Fellini o las lúcidas elucubraciones ensayísticas de un Pasolini, a los cuales Garrone actualiza con moderación, pero lleva hasta la consecuencia terminal de entender todo, hasta el más mínimo gesto como parte de un reality. Por ello, también le responde al De Sica de Milagro en Milán: la clase obrera ya no va al paraíso; su mayor ambición puede ser terminar en un programa de televisión. La paranoia de Luciano obedece a sentirse observado; es la misma sensación que genera un mundo gobernado por los dictámenes de las cámaras en cualquiera de sus formas. La identificación de Luciano con el brillo y la pompa que exhala Enzo, la estrella, está hiperbolizada. Se trata de un mecanismo que acentúa el artificio conjuntamente con una estética de colores fuertes, siempre con la intención de relegar cualquier tipo de atención focalizada en lo documental. La marca socarrona de Garrone se intensifica cuando se pretende eliminar la enfermedad televisiva (como al Quijote cuando el cura y el barbero le quieren quemar los libros que lo llevaron a la locura) con el refugio eclesiástico: queda claro que no es más que la sustitución de un espectáculo por otro. La secuencia final lo confirma y la imagen que nos queda cuando la cámara asciende es tremenda: una luz persiste, la del estudio; el resto es un mundo apagado.
La gran ilusión El director de la maravillosa “Gomorra” (2008) en la que Mateo Garrone despojaba por completo de cualquier tipo de heroísmo romántico a la camorra italiana, proyectando una impasible mirada sobre la mafia italiana. Ello le permitió obtener el gran premio del jurado en el festival de Cannes, premio que repetiría este año con “Reality”, además de los principales premios del cine europeo, así como nominaciones al Globo de Oro y al BAFTA. Vuelve a deslumbrar con un filme que es en sí mismo una radiografía de la sociedad actual. Lo hace desde varios ejes de mirada, pero se concentra en dos específicamente. Las mismas dos variables se desprenden enfáticamente desde el titulo que le impone a su obra, significado y significante, “realidad” en la traducción literal del término en ingles, y “Reality Show” el sistema de programa televisivo de moda sobre falseamiento de una realidad inexistente, pero que propugna la posibilidad de conseguir fama y dinero con muy poco esfuerzo, sobre todo intelectual. Como si el paradigma impuesto por Renato Descartes, allá por el siglo XVII, “pienso, luego existo”, se haya cambiado por el de “televisto, luego existo”, o como cantaba el conjunto Les Luthiers, en su sketch “La Tanda”: “EL QUE PIENSA PIERDE”. Dicho de otro modo, la primera posibilidad de lectura de “Reality” plantea las consecuencias de una ruptura con el sentido de realidad por parte del personaje, en tanto y en cuanto construcción delirante, y la segunda sería toda una imposición desde el discurso televisivo sobre la injerencia de esta sobre la vida cotidiana, tal cual se planteaba como hipótesis a desarrollar en “Héroes por Azar” (1992) de Phil Alden Robinson,“no hay más secretos”, pero en este caso sobre el poder invasivo de la TV en la vida de gente común. La narración comienza con un gran plano secuencia desde una posición de cámara cenital, ¿la mirada de Dios? Nos introduce en la “intimidad” de un casamiento donde conoceremos a Luciano (Aniello Arena), el “Alma Mater” de cada reunión familiar, que en este caso queda subsumido a la condición de “partenaire” por la aparición de Enzo (Rafaelle Ferrante), un casi ganador de la versión de “Gran Hermano” italiano, contratado por los “productores” del evento en el hotel “La Sonrisa”. Tal cual, y no es un dato menor, pues esa primera secuencia cierra en la plena imagen del rostro sonrientemente herido de nuestro héroe, cuando percibe con que poco esfuerzo alguien pudo ser “reconocido”. En esa vertiente de tragicomedia se desarrollara toda la historia, como decía el gran Charles Chaplin “la vida es una comedia vista de lejos y una tragedia vista de cerca”. El otro dato se desprende de la significación y puesta en marcha, es que partimos de una fiesta de casamiento que no es ni será la realidad de esa pareja, es una gran fantasía, todos saben que no es posible en la realidad cotidiana una continuidad de ese estado de obnubilación. Asimismo, es dable percibir en toda esta primera secuencia, casi un homenaje al mejor cine de Federico Fellini desde la estética, el uso de los colores y de la luz, los personajes, los espacios en que se desarrollan las acciones y la música, en doble vertiente narrativa y empática. Luego todo el resto tendrá desde lo estético dos variable de construcción y constitución. Por una parte la base del neorrealismo italiano de mediados de la década de 1940, y por otra el grotesco del mismo origen, pero instalada dos décadas antes. Luciano es un padre de familia extrovertido y alegre. Tiene una pescadería en Nápoles y se desdobla por un lado entablando una perfecta relación con sus clientes, por otro, ya que el dinero no alcanza, haciendo trampas con algún sistema de crédito y beneficios económicos con los jubilados napolitanos. Nos lo muestra disfrutando del contacto con aquellos que lo rodean, ya sea en el trabajo como en su casa con sus numerosos hijos. Un día, estimulado por ellos, aunque sin excesivo convencimiento, se registrará para participar en los castings para una nueva versión del “Gran Hermano”, el popular programa que se emite por televisión en su versión italiana durante las 24 horas al día. Sorprendentemente es preseleccionado como participante. Nadie se da cuenta del “pre”, la fantasía puesta en juego se precipita, y a partir de ese momento toda su vida dará un giro radical. Ya nada será lo mismo, ni nadie lo mirará como antes: ahora será famoso y tendrá que vivir con ello, tanto él como los suyos tendrán que acostumbrarse a una nueva “realidad”. La idea que plantea “Reality” no está en relación directa con lo que sucede en la cocina de la televisión, sino en lo que produce, en aquellos que quedan enceguecidos por ella, para lo cual cuenta con la invalorable participación de Aniello Arena, quien supo darle a su personaje toda la veracidad que necesita en ese viaje descendente a su propio infierno, cómo a medida que se obsesiona con la posibilidad que le genera la fantasía, va perdiendo todos sus logros, trabajo, amistades, familia, y por ultimo pareciera que hasta la razón.
El de Mateo Garrone es un caso similar al de Jacques Audiard: su nuevo filme representa un paso atrás respecto al anterior. Ambos venían, respectivamente, de UN PROFETA y GOMORRA, dos películas muy celebradas acá y, en mi opinión, bastante valiosas. Aquí Garrone no hace una mala película, sino una menor, bastante obvia y, digamos, algo vieja. Este filme sobre un hombre cuya vida se transforma cuando es candidato para entrar en GRAN HERMANO -y empieza a enloquecer mientras espera que lo llamen y supone que lo deben estar espiando para ver si es viable para entrar a “la casa”-, tiene buenos momentos, situaciones disfrutables, un color local napolitano bien logrado, pero todo lo que se dice ya se ha dicho antes. Digo, THE TRUMAN SHOW hablaba de lo mismo y mejor hace… 14 años! Como exploración psicológica y sociológica no agrega mucho al discurso ya establecido sobre estos temas y como comedia tampoco es muy graciosa que digamos. No molesta, de cualquier manera. No es una mala película, sólo que esperaba más. Creo que todos esperábamos más de él.
Iniciando con un gran vuelo desde el cielo, la presentación de Reality (Matteo Garrone) es una metáfora acerca de los límites. Una serie de oposiciones relacionadas con el significado de pertenecer o no, son las claves de lectura de este film italiano costumbrista que resalta lo superficial de su cultura. Con genialidad en la puesta de cámara, no es difícil sentirse incluido en la cotidianeidad de las calles napolitanas que, con sus aromas típicos, invaden la escena de colores y sabores. Entre la multitud conocemos a Luciano (Aniello Arena), un vendedor de pescados, que sueña con ser famoso. Casi sin buscarlo, las coincidencias comienzan a sucederse y el mundo de “Gran Hermano” se le presenta a cada paso. Al borde del momento bizarro, un ex participante del reality show se vuelve el nexo entre la realidad material de Luciano y la realidad artificial del programa. En un claro in crescendo de paranoia, el protagonista pronto comenzará a despojarse de su rutina creyendo que el gran show lo espera. Rodeado de falsos vigiladores, su vida ya no será la misma. Si la barrera entre lo real y lo falso pareciera estar desdibujada esa no es la cuestión, el verdadero drama de Luciano es conseguir la fama, a esta altura, a cualquier precio. El sentido de pertenencia es un llamado místico del cual no puede “hacer oídos sordos”. Desde la realización, es observable el minucioso trabajo en la generación de pequeños detalles que recursivamente nos hablan de la exhibición de la vida cotidiana. ¿Acaso el condominio donde vive Luciano no es, de alguna manera, otro “Gran Hermano”? La secuencia del final de fiesta anticipa, a través de un delicado travelling, el desarrollo de la peripecia a medida que vemos como los invitados van dejando sus trajes de gala para transformarse en lo que verdaderamente son: vecinos humildes de un pueblo napolitano. Si las apariencias no alcanzan a convencernos, el sermón del cura durante una homilía terminará por cerrar el enigma. Con un sentido de constante delimitación de fronteras a cruzar, Reality colabora a poner en escena un tema recurrente en nuestra sociedad occidental actual: si no sos “visible” no podrás acceder a nada, por eso es importante guiarse por la esperanza y la paciencia. Todo llegará, lo que no se puede asegurar es si será real o imaginario.
Siamo Fuori Reality (2012), de Matteo Garrone, maneja un registro raro, con un tono incierto, sin rumbo fijo aparente, siguiendo los devaneos alucinatorios del protagonista. La historia sería algo así: Luciano (Annielo Arena) atiende una pescadería en un barrio humilde de Napolés. Vive con su mujer, hijos, tías, sobrinos, hermanos, madre y suegra. Es un tipo simpático y querido por su familia, vecinos y amigos. Para salir adelante y hacerse de unos pocos pesos (euros, en este caso) lleva adelante una pequeña estafa comprando y vendiendo unos robotitos que aparentemente tienen uso culinario y que no hacen más que acentuar cierta extrañeza en el relato. De repente, se le cruza por delante la posibilidad de hacer un casting (alentado por su propia familia principalmente) para participar de una nueva edición del Gran Hermano italiano. A partir de este momento Luciano se sumergirá en una espiral descendente entregándose lentamente a sus delirios y fantasías; esto es, a la necesidad de ser alguien, de trascender, de salvarse económicamente. Lastimosamente, y sin juzgar nunca a sus personajes (que bordean lo grotesco, sí), Garrone nos muestra cómo Luciano (interpretado intensamente por Arena, actor no-profesional, actual convicto, ex-mafioso de la Camorra) descuida a su familia y se abandona a sí mismo, hundiéndose en su sillón, mirando Gran Hermano a toda hora, esperando a que lo llamen para entrar en la casa, entrando en desvaríos paranoides persecutorios, creyendo ver a gente de la producción del reality siguiéndolo en la calle, observando su comportamiento, evaluándolo como potencial participante. Haciendo uso de voluptuosos movimientos de cámara, como los dos planos secuencia que abren la película, el primero, aéreo, siguiendo a un carruaje y el que le sigue, caminando junto a una pareja que está a punto de casarse y atravesando una verdadera confluencia de fenómenos (niños, viejos, gordos, discapacitados, enanos), Garrone nos introduce a Enzo (Raffaele Ferrante), ganador del último Gran Hermano, quien se dedica a animar fiestas y hacer presencia en eventos y discotecas, siendo éste, objeto al que aspira Luciano. Es decir, un personaje del cual uno no termina de saber cuáles son sus virtudes, si es que las tiene, que es famoso por el solo hecho de haber aparecido en la tele, como le ocurriera a Luciano cuando en su vecindad se enteran de que participó en el casting (“cuando seas famoso, no te olvides de nosotros” le dicen en el bar al que siempre frecuenta). El problema de Luciano es que la llamada del programa jamás llega y su nivel de decepción, ansiedad y fastidio va in crescendo, mientras que la cámara de Garrone va cerrando cada más el plano para ir quedándose con la mirada aturdida y confundida del protagonista a medida que avanza la película. Garrone apunta sus dardos directamente a la sociedad del espectáculo, que ha terminado fagocitando la brecha entre la realidad y la fantasía (Guy Debord en su libro La société du spectacle, de 1967, dice “la declinación de ser en tener, y de tener en simplemente parecer”), distorsionando nuestra percepción y valoración propia, desatendiendo nuestras propias capacidades en pos de recibir atención por el mero hecho de existir pretendiendo destacar sin ninguna cualidad más genuina o auténtica. Pero nunca recargando las tintas o subrayando, sino matizándolo todo en el lento y reposado descenso de Luciano a sus propios infiernos privados.
Delirios del imaginario colectivo “Reality” es casi un compendio del cine italiano, resumido en una película que intenta mostrar el espíritu popular, particularmente enfocado en el tipo napolitano. Con innumerables homenajes al gran maestro Federico Fellini y a otros ilustres directores de Italia, Matteo Garrone cuenta la historia de Luciano, un feriante vendedor de pescado, casado con María, una mujer empleada de comercio, con quien tiene tres hijos, un varón y dos nenas. Ambos sobreviven en una barriada típica de Nápoles, donde cada casa prácticamente es una dependencia de una edificación más grande, que generalmente aloja a otros miembros de la familia, como madre, padre, hermanos, tíos, cuñados, etc. etc., además de los vecinos, con quienes se tiene un trato cotidiano, sociedades y demás. Toda una constelación humana que va entretejiendo relaciones basadas no solamente en la proximidad sino en el intercambio permanente de distintos tipos de servicios o prestaciones. Así, Luciano, a quien sus ingresos no le alcanzan para darse los gustos ni satisfacer a la familia, recurre a algunas picardías extras con la compra y venta de algunos curiosos artículos de importación. Una especie de “bicicleteada” que le deja unos pesos más que ayudan a la economía doméstica. Pero Luciano tiene otras habilidades que lo hacen famoso en el vecindario, posee algunas cualidades histriónicas que despliega en cada ocasión que puede, para animar fiestas y entretener a parientes y amigos. Su auditorio aprecia y estimula esas habilidades, al punto de que llegan a sugerirle y prácticamente empujarlo a que se presente a un casting para el programa Gran Hermano, de la televisión romana. A partir de allí, la vida de Luciano empezará a rodar hacia situaciones cada vez más extravagantes. Aferrado a la expectativa de que lo acepten como integrante del programa, se va jugando el todo por el todo a esa apuesta, mientras va cayendo en una especie de delirio que le hace ir perdiendo paulatinamente contacto con la realidad a la que estaba acostumbrado, construyéndose una realidad paralela, en la que cree como fiel devoto. Incapaz de procesar las experiencias con sensatez, su conducta se va desajustando cada vez más, y su familia y sus amigos van pasando también por distintas etapas. Primero lo toman a risa, otros llegan a burlarse de él con alguna cuota de crueldad, algunos lo miran con piedad resignada, su mujer lo abandona y después regresa. Prueban con algún que otro tratamiento médico y hasta recurren a la fe, para intentar que Luciano vuelva a ser el mismo de antes, sucediéndose un sinfín de situaciones tragicómicas a medida que se despliega el relato, el cual adquiere una trayectoria sinuosa y circular, como de encierro. Si bien las casi dos horas que dura el film resultan un poco excesivas, la narración es llevadera por la gracia y el pulso que ofrece la cámara en mano, que parece perseguir y hasta acosar a los personajes, escudriñando con curiosidad obsesiva sus movimientos y gestos. Un recurso que se complementa con el pintoresco grupo de actores que llenan de contenido expresivo al ojo que los mira, especialmente, el protagonista, Aniello Arena, un actor muy sugerente, surgido de las canteras de la propia camorra napolitana, un convicto por crímenes mafiosos en la vida real. En síntesis, “Reality” ofrece una pintura costumbrista del Nápoles de hoy, que toma como disparador a la poderosa influencia que ejercen los medios masivos de comunicación sobre el imaginario colectivo popular.
Todo sea por estar un rato en la TV El mismo director de Gomorra alude ahora a los shows televisivos en un grotesco descarnado y nada complaciente. El eje es el despojo de la identidad de un hombre y un sector social que vive alienado en un imaginario basado en el puro vacío. Merecedor del premio del Jurado en Cannes 2012, presentado en diciembre en Buenos Aires en el Festival de Cine Italiano, finalmente, tras una ansiada espera, se ha estrenado esta semana, en una única sala, Reality, una recomendable, polémica y movilizadora obra dirigida por el realizador de la tan controvertida Gomorra, un film que, como podemos recordar, a partir de la novela homónima de Roberto Saviano, transmite con rigor y aspereza el sin salida del mundo de la Camorra, la mafia napolitana. A partir del mismo y contando ya con varios en su haber, el director Matteo Garrone, nacido en Roma en octubre del 68, hijo de un crítico teatral y de una madre fotógrafa, decidió abordar este nuevo proyecto. Definida, en parte su obra por estar atento a la improvisación y al mismo tiempo a las búsquedas de orden compositivo, la filmografía de Matteo Garrone ha tenido y tiene una gran recepción en los festivales de Cine Independiente. Y entre sus films anteriores, además del citado, el canal EuropaEuropa suele transmitir con cierta frecuencia El embalsamador, un particular relato en clave de cinenegro, estrenado en el 2002, que nos acerca al solitario mundo de un taxidermista y su recién llegado discípulo y las complejas y extrañas relaciones que de ahí en más comienzan a manifestarse. En el momento de presentación de Reality, Matteo Garrone comentaba sobre este film que ha elegido como escenario los suburbios de Nápoles, que tiende una línea con los sets televisivos, mediando una secuencia en Roma marcada por el oficio religioso, lo que leemos a continuación, en torno al personaje central del mismo: "Luciano es como un Pinocho moderno, cándido, ingenuo, que persigue el sueño del éxito fácil en la televisión, el nuevo El Dorado que nos acerca al Olimpo, un nuevo País de los Juguetes". ¿Quién es Luciano? Un hombre de todos los días, quien vive en un palazzo, un edificio en el cual encontramos numerosas familias, que lleva adelante una pequeña pescadería y que, en ciertos momentos del día, realiza ciertos negocios nada serios que hacen salir a la escena, en espacios abarrotados de imágenes religiosas y ropas tendidas de ventana a ventana de la suburbana Nápoles, los nuevos electrodomésticos. Un hombre de mediana edad que, ya desde el primer momento, captado en un gran plano secuencia que nos lleva a evocar el colorido y barroco universo felliniano, se ve empujado, con sus coloridas y chillonas vestimentas, a seguir el camino, los pasos de uno de los triunfantes personajes de Gran Hermano. El film de Matteo Garrone nos ofrece, desde un grotesco descarnado y en nada complaciente, el despojo de la identidad de un hombre y de un sector social que vive alienado en un imaginario que ubica al ser humano en el vacío. Si bien el film se abre como una resonante fábula que estalla en brillantes colores y en un clima festivo el devenir del mismo, en función del Vía Crucis que comenzará a transitar su personaje, nos lleva a un claustrofóbico y alucinado cierre que se proyecta desde los débiles y agónicos resplandores de un film como Brazil o del mismo texto de George Orwell, 1984. Y al volver sobre aquella pregunta que nos hacíamos, sobre quién es Luciano, ahora en tanto actor, el rol está compuesto por Aniello Arena, uno de los talentos de quien se más se habla hoy, quien por otra parte cumple condena de por vida en la cárcel de Volterra, desde hace ya dos décadas, por haber cometido homicidios como miembro activo de la Camorra. Fue allí en esa cárcel que comenzó a participar de las actividades teatrales del grupo La Fortezza, integrado por presidiarios. Es, entonces, que esta historia tan vívida y cercana sale al encuentro de otra de las grandes obras maestras, César debe morir de los admirados hermanos Taviani, quienes con el asesoramiento del director teatral de la cárcel de Rebibbia, ubicada en las afueras de Roma, montaron el Julio César de William Sakespeare entre las paredes de la prisión. Fascinante juego pirandelliano que motivó esta profunda declaración, ahora con respecto a Reality, del propio Aniello Arena: "Que el teatro sea mi única fuerza y cadena perpetua". El film de Matteo Garrone, desde el deseo que va in crescendo de su personaje, se va internando en una espiral afiebrada que no conoce límites. Su identidad es la que se pone en juego desde una conducta y un accionar en el que pasa a ser blanco de un panóptico móvil, de un continuo ojo que espía, que nos puede llevar a considerar a Luciano como un "caso clínico". Admirable es la muy breve secuencia en la que el personaje desde su rostro de estupor y candidez descubre en el interior de su casa un grillo. Todo funciona como un juego de falsas imágenes y espejos deformes y hasta la misma Cinecittá, otrora escenario de los films que hicieron historia, ha pasado a ser un burdo simulacro. Narrada desde una pluma que no le teme al desborde ni al exceso, y sin embargo que reconoce la punta hiriente y filosa del bisturí, Reality es un film que nos deja en ese espacio en el que los interrogantes sobre nuestro propio ser se abren en una opacada superficie que no nos devuelve el rostro. Y es que el film de Matteo Garrone, desde un itinerario montado desde una desaforada estética circense hasta asumir un escuálido esperpento, nos pone frente a frente con la realidad de un anunciado descenso a los infiernos.
¿Cuál es la Realidad (así en mayúsculas) a la que alude al título? ¿A lo que sucede en la pantalla de TV? ¿A Nápoles y su mundo de marginados? ¿A lo que Luciano piensa que le sucede? Aquí hay mucho de Italia, hay mucho de Ladri di Biciclette pero también hay mucho de Fellini y La Dolce Vita. Hay un mundo grandilocuente, exagerado, gritón, que está mirado con ojos neorrealistas. Reality (2012, Matteo Garrone) cuenta la historia de un padre de familia que trabaja en una pescadería que le queda chica. En un casamiento, disfrazado de drag queen, conoce a Enzo, el flamante ganador de un reality show, que con su discurso alienta a seguir su sueño. Never give up. Y así es como el propio Luciano hace el casting para entrar al Grande Fratello. Hasta aquí esto podría ser un gran comienzo de una comedia, pero luego las cosas se ponen más difíciles. Pareciera ser que esta película felizmente escapa a los lugares comunes, a los descansos mentales del espectador. Es decir, en varios momentos la historia podría haber dado giros campanellísticos, con música de violines, pero se contiene y sigue su curso: cuando Luciano empieza a ir a la iglesia acompañado de su esposa y su amigo, esto podría haberse convertido en un drama sobre como los hombres buscan instituciones que lo amarren (la televisión o la religión). Pero se toma un desvío y esa interpretación puede hacerse, sin que sea la única que pueda cerrarse sobre la totalidad de la película. Otro ejemplo pequeño: en la familia del protagonista hay muchas mujeres gordas típicas del cine de –por ejemplo- Fellini. Podrían haberse hecho muchos gags a partir de esos personajes, mejor o peor logrados, para resaltar un aspecto de italianidad que haga de ésta una película for export. Garrone puede captar algo de lo real en este pueblo de Nápoles. No hay un juicio consciente en lo que se muestra, no hay acentos u omisiones que hagan de éste un relato artificial. Es más, cuando esta película se acerca más a los géneros es cuando más riesgos tiene de fallar. Enzo y su entrada fabulosa desde el cielo en ese boliche en un tono casi paródico o las peleas de Luciano y su esposa acercándose al drama. Esto pasa porque en la vida real no hay géneros que valgan, géneros puros con sus convenciones. Parecería que lo que estoy diciendo es una obviedad, pero hace bien recordarlo cada tanto. Así le podemos exigir al cine que se arriesgue a mirar la realidad sinceramente y no desde su filtro de algún género en particular. En este film la cámara narra, describe y establece el humor general de la escena. Describe las relaciones entre los personajes porque ya es uno más de ellos. En los exteriores, en el casamiento del comienzo o en los castings para el Grande Fratello, se mueve, camina: está descubriendo ese mundo por primera vez. Vean la diferencia del tono de la narración cuando ésta transcurre en interiores o en exteriores. O cómo se va haciendo más lenta, mostrando todo de manera más dispersiva hacia el final. Aunque no puede decirse que haya un registro que pretenda ser documental, el director no se pone entre el espectador y la historia. Porque salvo el principio y el final en las cuales puede notarse un procesamiento de la imagen, después se maneja la puesta en escena con discreción. Así todo está puesto en función de conseguir una mejor forma para relatar. Damián Szifrón (Director de la serie Los Simuladores) en una entrevista con la revista de cine El Amante decía que con ciertas películas modernas “me gustan mucho, las disfruto mucho mientras las veo, pero al terminar de verlas pienso «este tipo es un genio» en lugar de pensar «qué buena película que vi»”. Reality es una película con vocación narrativa innegable, pero moderna en su concepción de mundo. En la descripción de los ambientes más cotidianos es donde logra una visión poética donde antes no la había.
Es raro ese saltamontes. Parado en el borde de la moldura alta de una pared de esa habitación. No hay saltamontes en Nápoles. ¿Podemos suponer que en los ojos de ese saltamontes haya una, tal vez dos microcámaras que observan sin que nos demos cuenta? Con un poco menos de 4 minutos de un plano secuencia inicia Reality, esta pelicula italiana de Matteo Garrone, un plano único sin corte que comienza a su vez con un gran plano panorámico de la ciudad de Nápoles, y le sigue uno general, siempre aéreo y sin corte, de una calle donde una carroza con caballos blancos va siguiendo un recorrido hasta toparse con unas rejas blancas. Hasta allí, cierta ambigüedad de los tiempos que se genera por el contraste entre el espacio contemporáneo y la puesta estilo siglo XVIII. El dorado y el rojo son los colores que marcan lo que pronto se descubre como una fiesta de casamiento. Con toda la exhuberancia y excitación de una fiesta de casamiento. Jamas renuncien a sus sueños!! Arenga Enzo, el ex integrante de la Casa del Gran hermano contratado como “showman de un minuto” para saludar a los novios. Buena parte de toda esta primera secuencia de la fiesta, a la que se recomienda prestar especial, atención o volver mas no sea mentalmente, impone el ritmo general de la película: en contenido y en forma. La historia de una obsesión espectacular y la intromisión constante de un lente voraz que se mueve al ritmo de sus criaturas. La fiesta termina con el regreso a casa de los integrantes de la familia de Luciano a la zona antigua de Nápoles, una cámara intrusa con una aparente continuidad sin corte espía los demaquillajes, el despojarse de las ropas de fiesta, a partir de allí los dorados van a estar asociados a los reflejos en las paredes ruinosas, o los de las paredes de la iglesia, tambien al shopping donde Luciano va a tener su revelación: a partir de allí el verdadero teatro es la ciudad de Napoles y sus plazas cerradas con los puestos de venta. El verdadero teatro es el estudio de Cinecitta, catedral felliniana por excelencia, es tambien la calle nocturna con los feligreses y sus velas junto al Coliseo romano una noche previa a Pascua, es el mundo y nosotros somos los actores como alguna vez dijo Vondel, en pleno barroco, claro. Nada de lo que vaya pasando en las escenas sucesivas va a estar de más. Un in media res permanente que habrá que volver a redescubrir con una segunda mirada. Por ejemplo: ¿para qué sirve ese robotito que compran los ancianos y Luciano va a buscar una y otra vez.? El film entra y sale de aquello que no dice, que no explica, que no es evidente. Pero al contrario de evidenciar el temor a no quedar claro, los pequeños detalles se van a ir superponiendo hasta resultar todo un pastiche, evidentemente simbólico, diría. Lo que viene después para Luciano, un vendedor de pescado que completa sus ingresos vendiendo electrodomésticos que previamente compra a jubilados, es una historia alucinada de una obsesión por entrar al gran show de la postmodernidad televisiva global: el Gran Hermano. La única cura parece ser entregarse a Dios. Y allá ira a escuchar el sermón del sacerdote que alerta de la tentación por lo virtual, del mundo de las apariencias. Y alla irá Luciano a sostener la vela en la noche romana viendo al otro gran espectáculo que es la Iglesia. Luciano es interpretado por Aniello Arena, un actor que solamente el cine italiano puede dar: Arena, de 44 años, está cumpliendo una sentencia de cadena perpetua sin libertad condicional, acusado de “masacre”. Arena es un asesino a sueldo de la Camorra napolitana, asesino de tres miembros de un grupo rival que había estado tratando de empujar la droga, en un terreno de su clan. Un tipo preso que sale para hacer una pelicula que trata sobre estar obsesionado con estar encerrado. Hay algo más irreal que la realidad? Quizás sea verdad que hay un saltamontes observándonos Sino, qué importa? Les dejo la banda sonora de Alexandre Desplat para Reality
Luego de la exitosa Gomorra, el director Matteo Garrone nos presenta esta comedia -si es que podemos calificarla así- que se desenvuelve al sur de Italia, en donde este consigue un gran fresco de la siempre pintoresca ciudad de Nápoles. Él nos presenta una especie de crítica social al protagonismo que la televisión ha tomado hoy en la vida del hombre, al punto de que se la identifica con una "religión". Si la gente ya vive con la mirada juzgadora de Dios, comparar a este con el ojo siempre observador de Gran Hermano no sería tan disparatado. Y creo que el realizador deja eso bien en claro, cuando el protagonista lleva todo ese bagaje a su vida cotidiana. En Reality nos encontramos con un film lleno de personajes realmente especiales, pero el que se lleva los aplausos es el señor Aniello Arena (Luciano), un presidiario que Garrone descubre en una obra de la cárcel y con el cual quiso trabajar en su anterior film y no pudo conseguir la habilitación. Este es un personaje que desde los primeros cinco minutos nos muestra que no está a gusto con su identidad y el cómo su percepción de la realidad se ve afectada por el deseo de integrar ese mundo maravilloso que presenta la televisión, llevándolo a escapar de su zona de confort para entrar en su propia ficción. Luciano ya no necesita entrar a la casa de Gran Hermano, él crea al suyo propio, y esto repercute mucho en su familia. La cámara, a lo largo del film, realiza recorridos por la puesta escenográfica de pasillos mohosos, cuartos grisáceos y escalinatas resquebrajadas, un tipo de disposición dramática del espacio que recuerda al estilo de Fellini, pero que antecede lo que no termina de funcionar en el film. A medida que los minutos pasan y el conflicto que precede a Luciano se va apoderando de la escena, la historia va perdiendo la dinámica con la que había comenzado. La comicidad que este había presentado en el inicio, lentamente se va transformando en una tragicomedia en donde uno empieza a sentir lástima por el protagonista y los que lo rodean. Reality es una comedia diferente que no será del agrado de todo el público, pero que tampoco despertara curiosidad en muchos espectadores. No esperen grandes momentos hilarantes porque estos no llegaran nunca, sino que habrá algunas escenas que les robaran una pequeña sonrisa y no más que eso.
El show de Luciano El modo perverso en que las telecomunicaciones afectan a los más alejados de las urbes (lo que Umberto Eco llamó decodificación aberrante) es retratado con maestría en el nuevo film de Matteo Garrone (Gomorra), protagonizado por un colorido elenco napolitano. Cuando Luciano (el debutante Aniello Arena, un mix de Urdapilleta con Sylvester Stallone) no atiende su pescadería, en la bulliciosa feria del pueblo, es algo parecido a un artista del engaño: utiliza a jubiladas para comprar unos extraños robots que hacen pasta, y así después revenderlos (versión bizarra del truco porteño con autos para discapacitados), y se disfraza de travesti en fiestas y casamientos. En uno de estos últimos conoce a Enzo, celebrity del Grande Fratello (la versión italiana del Gran Hermano), y sus hijos lo animan para fotografiarse con la seudo estrella. Luego Enzo reaparece en un shopping de Nápoles, haciendo un casting para el programa; Luciano se prueba, gana la selección, y los días siguientes, previos a su viaje a Roma (donde se monta el show), serán un infierno tanto para él como para su familia. En un tono tragicómico, con una vena latina cercana a nuestras latitudes (hay una desazón que recuerda a Historias mínimas y El baño del Papa), pero con un grotesco decididamente felliniano, Reality es una crítica tan desaforada como sutil a la sociedad de consumo. Un detalle no menor: el final, que, vaya la paradoja, puede parecer inconcluso, es el único placebo posible para el delirio de Luciano. Imperdible.
En algún momento de la historia, la televisión prometió suplantar al cine como un medio popular. Algunos pensaron que debía convertirse en una ventana abierta al mundo, para observarlo primero y transformarlo después. El sueño utópico duró poco: más temprano que tarde, la televisión se encontraría con la banalidad del espectáculo. Es posible que después de los noticieros, construidos en general por un discurso limitado sobre la realidad, los reality show sean el formato más lamentable. Los participantes no llegan al programa por ningún mérito aparente ni con objetivos claros, más allá de la búsqueda de fama y de dinero que la participación –supuestamente- conlleva. Son representantes de ciertos sectores sociales, de ciertos patrones de belleza y en la mayoría de los casos son jóvenes. Cada tanto incluyen a un hombre o una mujer proveniente de un sector bajo, con una historia de vida mucho más sufrida que la que pueden haber atravesado los otros participantes, para introducir la posibilidad de conflicto dentro de la normalidad impuesta. Reality está lejos de El show de Truman, referente insoslayable a la hora de pensar, desde el cine, la dinámica de los realitys shows y sus implicancias. A diferencia de Truman, un hombre que descubría que estaba inmerso en un reality y pretendía salir, Luciano es un pescador italiano que, tras la insistencia de su familia, amigos y vecinos, hace la prueba y queda preseleccionado en el Gran Hermano. La noticia lo modifica, abre una dimensión sostenida por una idea de éxito que antes no existía. La posibilidad de integrar la lista de elegidos empieza a obsesionarlo y reviste cada una de sus acciones con un aura de evaluación, como si miles de cámaras ya lo estuvieran juzgando (Luciano se vuelve tan paranoico que sospecha incluso de un vagabundo, al que considera un enviado del programa). El mundo del espectáculo, tanto el que construye la televisión como el que representa Hollywood, siempre se vendió como un terreno de felicidad, en contraste con el que habitan el resto de los mortales. Con su cámara en mano, Garrone delata la impostura: la cotidianeidad de Luciano está cubierta por colores estridentes, un aire fresco y por una auténtica camaradería entre vecinos y amigos. Su declive comienza cuando pretende acceder a la fama que otorga la mera circunstancia de estar parado frente a una cámara. Hay un dato que excede al entramado de la película pero que es sugerente: Aniello Arena, el actor que interpreta a Luciano, es un ex miembro de la Camorra y está preso desde hace veinte años por un asesinato. Para que pudiera actuar en la película, Garrone logró un permiso especial. La labor del debutante es impresionante; es difícil encontrar un actor con tanto carisma, que se haga dueño de todas las escenas en las que aparece. Sin embargo, el dato nos obliga inevitablemente a preguntarnos por qué Garrone tomó esta decisión. La respuesta quizás tenga que ver con la contradicción que existe entre el deseo de un preso y el de un participante de reality show: mientras el primero quiere salir, el segundo quiere entrar. Pero más allá de esa distinción simbólica, el resultado es de una potencia arrolladora: Arena tiene carnadura, le pone el cuerpo a todas las escenas, su desazón y su alegría son tan creíbles como las de los actores que participaban en las mejores películas del neorrealismo italiano. La película de Matteo Garrone se encuentra con esta tradición, desnuda las aristas que alimentan el prepotente y falso realismo de la televisión y se aleja también de la estilización que impera en el cine contemporáneo.