Meryl Streep rockea ¿Quién podría imaginar que una película en cuyo afiche puede verse a una Meryl Streep rockera y juvenil pudiera funcionar tan bien? ¿Se trata de un musical al mejor estilo Mamma Mia!? ¿ O acaso de otra típica comedia de enredos? Ninguna de las anteriores. La primera impresión no puede ser otra que la siguiente: Un bodrio con una excelente actriz protagónica. Y para nuestra sorpresa, nos encontramos ante un film que lejos está de caer en lo ordinario, con la presencia de una impecable actriz que demuestra una vez más su versatilidad, en una comedia dramática que brinda una mirada realista sobre una familia y las relaciones entre sus integrantes. Ricki (Meryl Streep) forma parte de una banda llamada Ricki and the Flash que toca en un bar de Los Ángeles. De noche rockea y disfruta de su música, mientras que de día recibe su cotidiano shock de realidad trabajando como cajera de un supermercado. Cuando su ex marido Pete (Kevin Kline) la llama para comunicarle que su hija está atravesando una fuerte depresión, Ricki debe viajar a Indianápolis, para reencontrarse con todos y enfrentarse a un pasado que hacía años que había dejado atrás. La trama narrativa es un clásico: Mujer que deja el hogar, arma una nueva vida, y por un motivo puntual (generalmente de fuerza mayor) debe regresar y reencontrarse con distintas personas de su pasado. Muchos otros films giran en torno a esta misma premisa, como es el caso de la reciente El juez (The judge 2014) o de No me olvides (Sweet home Alabama, 2002). Ex novios/as, ex maridos y otros integrantes de la familia, suelen ser el tipo de personajes con los que los protagonistas deben re-encontrarse. Gracias a un casting formidable, y a la dirección de Jonathan Demme (ganador del oscar por El silencio de los inocentes), el film se destaca por el grado de realismo y naturalidad con el que se nos presentan los hechos. Lejos de ser forzado, el reencuentro de Meryl Streep con su hija Julie (Mamie Gummer quien, nota de color, es su hija en la vida real) resulta todo lo que el espectador espera de él, pero principalmente está marcado por la incomodidad. El juego con lo incómodo se mantiene durante todo el relato y se muestra en diálogos, confrontaciones, abrazos y miradas. La sensación de sapo de otro pozo que experimenta la protagonista desde que llega a una casa en los suburbios a la que claramente no pertenece, se ve reflejada hasta en los más mínimos detalles. Es fundamental mencionar la escena de la cena con sus tres hijos y Pete, en donde emergen todos los resentimientos y temas delicados, lo que genera que la situación rebose de una incomodidad que genera un efecto cómico inevitable. En el film no hay sorpresas, nadie va a anunciar un embarazo imprevisto, ni habrá muertes, ni giros inesperados. Es simplemente esto. Una mujer y la relación con sus hijos, el rol de una madre, la ausencia del mismo y la búsqueda de la verdadera felicidad. Finalmente, lo más gratificante de todo es que Jonathan Demme, evita caer en la melosidad y la cursilería sin dejar de brindarle al espectador un final feliz pero no por ello, menos coherente.
Completar con canciones. Ricki and the Flash (2015) es un sólido regreso de Jonathan Demme a las viejas premisas con las cuales construye sentido el cine americano clásico. Tomar un personaje central y excluyente (Ricki, la siempre genial Meryl Streep) como espina dorsal narrativa y modificarlo, ir cambiando sus motivaciones hasta que el personaje se sienta completo. Demme ejecuta este procedimiento sin tapujos y elige, entre todo el repertorio de canciones que interpreta la banda de Ricki, The Flash, a tres canciones en momentos centrales de la película para mostrar la transformación del personaje interpretado por Streep. American Girl (Tom Petty and The Heartbreakers): “Ella no podía evitar pensar que había un poco más de vida en alguna otra parte, después de todo era un mundo enorme con muchos lugares a los cuales correr.” Ricki es una madre que abandona a sus hijos y a su marido para cumplir su sueño de ser una estrella de rock. Demme lo deja claro en la primera secuencia cuando la banda toca American Girl de Tom Petty en una taberna de Los Angeles, Ricki quiere mirar el mundo como dice la canción, pero el plano general de un bar semi vacío con gente adulta solitaria y unos jóvenes que se ven en profundidad de campo y prácticamente desconocen la canción de Tom Petty, indican que el plan de Ricki no funciona cómo ella lo había planificado. La siguiente canción, de Lady Gaga, es una muestra de ello: el sueño rockero de Ricki es trunco, ella toca en un tugurio y trabaja en un supermercado apenas para sobrevivir. La llamada de su ex pareja Pete (Kevin Kline), para anunciarle que su hija ha sido abandonada por el marido y se encuentra en una crisis depresiva, hace viajar a Ricki al encuentro con su familia. I Still Haven’t Found What I’m Looking For (U2): “He corrido, me he arrastrado, he trepado los muros de esta ciudad, sólo para estar contigo pero todavía no he encontrado lo que estoy buscando.” El regreso con su familia comienza a cambiar a Ricki. Su hija le reclama por su ausencia, también sus hijos, uno que no la pretende invitar a su boda y otro que tuvo que esconder su homosexualidad. Una secuencia en un restaurante con diálogos filosos, secos, donde Demme muestra su pericia para filmar situaciones de alta tensión y Diablo Cody vuelve a las mejores líneas de diálogo que nos había ofrecido en Juno (2007). Cabe destacar que aquí las películas se conectan de manera circular; si bien en Juno una madre primeriza y joven daba a su hijo en adopción, el conflicto tiene la misma base: madres que dejan a los hijos por la imposibilidad de cumplir sus objetivos en la vida. Este viaje es fundacional para que Ricki piense en volver a ser Linda, su nombre real, y al regreso a su ciudad la presentación de The Flash con la canción I Still Haven’t Found What I’m Looking For de U2 se nutre como corazón y sangre de una búsqueda, como eje cinético y comunión e identificación central con el espectador. Ahí Demme muestra el génesis de algo y Diablo Cody escribe que a pesar del abandono existen las segundas oportunidades. My Love Will Not Let You Down (Bruce Springsteen): “Sólo una cosa que tienes que saber, mi amor no te defraudará.” Llegando el final redentor, The Flash interpreta My Love Will Not Let You Down de Bruce Springsteen y Demme lo muestra casi desde la pista de baile, viendo a la banda casi como una subjetiva del espectador, con toda la pericia rockera que nos había mostrado en la trilogía maravillosa de películas de Neil Young y hasta en el video Streets of Philadelphia del propio Bruce. Una parte del viaje finaliza, así por primera vez todos se muestran felices y relajados como si la vida se pudiera completar con canciones.
Deja que haya rock, pero hasta ahí nomás Protagonizada por Meryl Streep en el papel de una veterana rockera, la película de Demme se ubica en el "subgénero" de films livianos y divertidos, con una digna banda de sonido. La tarea no es fácil frente Ricky & The Flash debido a que las virtudes de la película –que las tiene- podrían caer en el exceso sin fundamento. Un director competente como Jonathan Demme (El silencio de los inocentes y Totalmente salvaje a la cabeza de sus mejores títulos), una actriz archifamosa lejos de sus roles serios y solemnes (aunque el recuerdo del desastre de Mamma mía hubiera sugerido un retorno a las fuentes), una historia rockera pero fusionada a la descripción de una familia disfuncional, un par de secundarios curiosos (el músico Rick Springfield y Mamie Gummer, hija de Meryl Streep), una banda de sonido original bastante pasable y un cóctel explosivo pero licuado con un alto porcentaje de gaseosa light. Ingredientes parecidos tenía la sobrevalorada Escuela de rock de Richard Linklater y su simplista visión de la música en relación a que cualquier nenito con complejos puede tocar un instrumento para delicia de los fans (y papás). Es decir, Ricky & The Flash y Escuela de rock pertenecen a la misma costura fílmico-rockera: películas livianas, simpáticas, divertidas, con directores más que profesionales tras las cámaras e intérpretes de importante ego y peso dramático. Demme hace lo que puede con las idas y vueltas del guión de Diablo Cody (La vida de Juno, Adultos y jóvenes) que describe la atolondrada existencia de Ricki (Streep), feliz en su nube de rock star al borde de los 60 años y que se ve obligada a retornar al rebaño familiar debido a la separación de pareja de su hija (Gummer, también vástago ficcional). Demme narra con elegancia, esquivando con dificultades los lugares comunes del guión, aferrándose a un personaje femenino fuerte que aplasta al resto, no solo por la actuación de Streep sino también porque el texto omite un mejor desarrollo del entorno de la protagonista. Cuando la película está a un paso de caer en esa zona pantanosa y sin retorno del medio televisivo donde el rock es responsable de todos los males en el mundo, y ya agotados los chistes verbales de inmediato impacto (a cargo del ex marido de Ricki, encarnado por Kevin Kline), la historia vuelve a ubicarse en un bar, en un escenario improvisado, en la guitarra de Springfield y en la voz de la primera actriz, el principal sostén de la trama. Acaso el gran triunfo de Demme haya sido sortear el aspecto sensiblero que preanunciaba la historia. Y, tal vez, la principal derrota del director de Filadelfia, tenga relación con su propia incapacidad por no ir más allá de un guión convencional al que solo le gana la pulseada la presencia de una actriz que, desde hace tiempo, hasta puede aminorar cualquier desastre cinematográfico.
Meryl Streep cada día canta y actúa mejor Hace 30 años Jonathan Demme filmó Stop Making Sense, uno de los mejores documentales de todos los tiempos sobre una banda de rock en concierto (en ese caso, Talking Heads). El tiempo pasó (durante esas tres décadas también dirigió varios notables trabajos sobre Neil Young o Robyn Hitchcock), pero el realizador de Casada con la mafia, Totalmente salvaje, El silencio de los inocentes y Filadelfia no ha perdido nada de su sensibilidad para observar y mostrar en detalle a un grupo en vivo. Claro que en esta oportunidad no se trata de cualquier banda ni de un mero registro documental. Ricki & the Flash (nombre del grupo y de la película que lidera Meryl Streep) es una historia de ficción escrita por Diablo Cody (La joven vida de Juno) sobre redenciones y segundas oportunidades. Y si el drama familiar es bastante convencional y previsible (aunque al mismo tiempo eficaz y por momentos emotivo), allí están las notables secuencias musicales para hacer del film una propuesta disfrutable por partida doble: para los melómanos y para los fans de Meryl. Ricki es una veterana rocker que, pese a que nunca alcanzó la fama (tiene un solo disco grabado y sigue tocando en un bar de mala muerte), mantiene intacta su pasión por la música, aunque para eso ha debido resignar casi por completo a su vida familiar. Sin embargo, cuando su ex marido (Kevin Kline) la llama para contarle que su hija (Mamie Gummer, también hija de Streep en la vida real) ha intentado suicidarse tras una dolorosa separación viaja inmediatamente a verla. El reencuentro con sus seres queridos (allí están además sus dos hijos) no puede ser más hostil, dominado por duras (y justas) recriminaciones y signado por todo tipo de resentimientos. De a poco, ella intentará recomponer las relaciones y recuperar el tiempo perdido. El resto, claro, se lo podrán imaginar sin demasiada dificultad. Que Streep puede hacer cualquier cosa (incluido el género musical) es algo que ya se sabía, pero la soltura, el desprejuicio y la ductilidad que esta suerte de Bonnie Raitt regala sobre el escenario interpretando junto con Rick Springfield (que además encarna a su amante), Rick Rosas, Bernie Worrell y Joe Vitale poderosos temas de Tom Petty o Bruce Springsteen, pero también luciéndose en la íntima, extraordinaria versión a capella de "Cold One" (canción escrita especialmente para la película), acompañada por golpecitos en la guitarra mientras su atribulada hija y su ex esposo la "redescubren", la convierten en una artista fuera de serie. Sí, Meryl cada día actúa (y canta) mejor.
Ricki, o mejor dicho Linda, el personaje que Meryl Streep interpreta en “Ricki and the Flash: Entre la fama y la familia” (USA, 2015), no se debate entre los dos “bandos” que el subtítulo local anuncia, al contrario, ella ha decidido en determinado momento de su familia correrse del lugar tradicional y esperado en el que se encontraba para, de alguna manera, poder cumplir su sueño con la música. Y si bien en un pasado editó un disco, si DISCO, long play, como los de antes, nunca pudo alcanzar la fama que tanto anhelaba. Abandonando a su marido (Kevin Kline) y a sus hijos (Mary Willa "Mamie" Gummer, Sebastian Stan, Peter C. Demme), y tras varios años de no tener contacto con ellos, debe volver a visitarlos por el sorpresivo intento de suicidio de Julie (Gummer), quien fue abandonada por su reciente esposo. Pero volver para ella es también encontrarse con algo que hace tiempo que no sabe realmente como es, ni siquiera conoce la posible respuesta de su familia ante su presente alejado de ellos y tan con sabor a “nada” de ella. Porque Ricki sigue viviendo en su presente como en el pasado, enfundando su cuerpo con ropas de otra época, con su vieja e inalterable banda de covers, y tocando en un pequeño tugurio para un puñado de espectadores que arengan y celebran cada canción que toca. Y pese a que ha intentado aggiornarse, y de superar su rutinario trabajo como cajera de supermercado, en donde la dirige un joven que apenas supera los 20 años, Ricki al enfrentarse con la realidad de su hija, oscura, sombría, comienza a preguntarse sobre su accionar ante el resto del mundo. Diablo Cody le otorga al realizador Jonathan Demme la posibilidad de construir un profundo dramedy en el que la música es tan sólo la excusa para poder hablar de los roles en la sociedad actual y, principalmente, del lugar que le otorgamos a aquellos que de alguna manera deciden correrse de los esterotipos y rótulos que tanto apresan. “Ricki and the Flash…”, además, posibilita el acercamiento a la realidad de una norte américa diferente, porque en muy pocas ocasiones podemos ver cómo familias ensambladas se manejan, ni mucho menos, qué está pasando en la realidad de un Estados Unidos surcado por la depresión y crisis económica. Demme juega con el brillante guión y apela constantemente a la emoción para construir un sólido filme sobre vínculos humanos en la época en la que las redes sociales distancian en vez de unir. Meryl Streep es un camaleón, que además puede subirse a la montaña rusa de emociones que es su Ricki/Linda, logrando generar empatía con un personaje que bien podría expulsar al otro más que acercarlo. “Ricki and the Flash: Entre la fama y la familia” juega con la música, con los vínculos, con la épica familar en momentos decisivos, y además potencia su discurso con una cámara nerviosa, que se introduce en cada show de Ricki y los Flash para brindar una mirada reflexiva sobre la madurez de los vínculos y también la negación de estos.
Meryl Streep es Ricki Rendazzo, una rockera country sin mucha suerte, que en pos de triunfar en su carrera a descuidado su familia. Jonathan Demme el director de El Silencio de los Inocentes y Filadelfia, firma esta comedia dramática sobre los sueños frustrados, el reencuentro familiar y la redención personal. Una historia sencilla construida para el lucimiento exclusivo de Meryl Streep, tremenda nuevamente en su papel de guitarrista anacrónica, una interpretación que logra ser convincente en los momentos dramáticos tanto como en los musicales, estos últimos, sin duda, lo mejor de un filme liviano pero sincero.
La salvación a través del rock and roll Aunque cuesta olvidar que se está ante una de las actrices más conocidas de Hollywood, Meryl Streep consigue imprimirle credibilidad a su pintura de una cajera que por las noches sube al escenario y que, a través de la música, consigue ordenar sus desajustes familiares. ¿Meryl Streep como rocker? Ese es el gancho de Ricki and the Flash. La razón por la cual seguramente la película llegó a realizarse y que permitió el regreso al primer plano de Jonathan Demme, el realizador de El silencio de los inocentes y Filadelfia, quien para los cánones de Hollywood es algo peor que un rocker sesentón: un director de cine setentón. ¿Qué tal está Meryl Streep como rocker? Bien, como siempre. Aunque tal vez no tanto, porque nunca deja de sentirse que es Meryl Streep haciendo de rocker. ¿Y Jonathan Demme? Ni tan bien ni tan mal. Tratando de remar un guión convencional, lográndolo en ocasiones y haciendo la plancha en otras.Desde los comienzos de su carrera, Demme alterna entre rockumentales (Stop Making Sense, Neil Young: Heart of Gold, Storefront Hitchcock), películas más personales (Totalmente salvaje) y otras menos (Beloved, la propia Filadelfia, su remake de Charada). De modo semejante pero a escala, la guionista de Ricki and the Flash, Diablo Cody, pasó de la indie La doble vida de Juno a un pequeño engendro llamado Diabólica tentación, que flotaba a media agua entre lo camp, la exploitation y la rutina. Ricki and the Flash expresa esas tensiones constitutivas de Demme & Cody mediante la oposición entre la cultura rock y el establishment. Lo que en Escuela de rock llamarían The Man, pero sin un gramo de la autoconciencia paródica de aquélla.Con mechón lacio de un lado y trenzas del otro, Linda Brummel luce como –y tiene la personalidad de– una teen de la tercera edad. La piel sin cirugías de Meryl Streep y el maquillaje darkie alrededor de los ojos llevan esa condición al extremo. Como el chico que se va de casa de sus padres, un cuarto de siglo atrás Linda abandonó a esposo e hijos y se mudó a Los Angeles. Desde ese momento lleva una doble vida. Cajera de súper orgánico de día, rocker de noche, Linda –física y musicalmente emparentable con Bonnie Raitt– hace covers de Tom Petty, The Electric Light Orchestra y U2 en boliche estilo The Hard Rock Café, con el nombre artístico de Ricki Rendazzo (así, con “e”) y al frente de su grupo The Flash. Que no serán la octava maravilla universal pero, liderados musicalmente por un Rick Springfield ducho en cortes y punteos, no suenan nada mal.A partir del momento en que Ricki recibe un llamado de su ex (Kevin Kline), todo se organiza al estilo línea de puntos. El ex le pide que acuda en ayuda de su hija Julie (Mamie Gummer, hija de Streep en la vida real), hundida en la depresión tras ser abandonada por el marido. El resentimiento inicial de Julie, que no perdona a mamá no haber ido a su boda, da paso rápido a la identificación madre/hija, sector “rebelde” de una familia de lo más formal. De acuerdo al canon conservador del mainstream, en Ricki and the Flash los extremos se licúan en la conciliación, las segundas oportunidades no podrían ser más literales: mamá no sólo será invitada a la boda del hijo, sino que convertirá a todos los invitados a la religión del rock and roll. Invitados que, ante el mero anuncio de un tema de Bruce Springsteen, abren los ojos como si Madonna, Britney Spears, Miley Cyrus y Lindsay Lohan estuvieran por iniciar una orgía de a cuatro.¿Por qué Escuela de rock, basada en una premisa parecida, era una maravilla, y ésta está apenas por sobre la línea de flotación de lo convencional? Por obra del realizador y los actores, la película de Richard Linklater contagiaba al espectador el virus del rock como salvación universal y locura compartida. Tras permitirse sugerir que la protagonista se quedó en el tiempo (tiempo personal, tiempo musical), Ricki and the Flash termina haciendo de ella la sacerdotisa de una conversión final supercoreografiada, pero de modo deliberadamente desprolijo. Como un musical de los de antes, pero desprolijamente indie: así materializa Ricki and the Flash su propia conciliación entre extremos.
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Ricki y The Flash es el nuevo film del director Jonathan Demme (El silencio de los inocentes, Filadelfia), quien después de once años volvió a trabajar para los grandes estudios de Hollywood luego de la remake de El mensajero del miedo, estrenada en el 2004. Sus últimas películas, El casamiento de Raquel (2008) y A Master Builder (2013), una adaptación de la obra de teatro homónima de Henrik Ibsen, fueron proyectos independientes que no tuvieron gran difusión. En este caso Demme hizo este entretenido film para Sony cuyo principal atractivo es la presencia de Meryl Streep. Ricki Rendazzo (Streep) es una estrella de rock clase B que sacrificó su vida familiar para desarrollar su verdadera vocación y cumplir el sueño de ser una artista. Si bien nunca se hizo famosa, llegó a grabar un disco y es feliz tocando con su banda en un bar aunque tenga un público de 12 personas. El conflicto principal de esta historia, que concibió la guionista Cody Diablo (Juno), es muy interesante y se centra en el enorme precio que la protagonista pagó en su vida para seguir adelante con su sueño. Luego que su hija intenta suicidarse, a raíz de su divorcio, Ricky vuelve a conectarse con su hijos, quienes en la actualidad tienen un vago recuerdo de su madre ya que fue una figura ausente durante su crianza. La idea de la trama es muy buena pero nunca termina de ser desarrollada por el director Demme, quien prefirió hace un film más light y predecible donde su foco de atención se centró en las escenas musicales. Con Ricky y The Flash se da una situación muy particular y es que la cualidad más atractiva de esta propuesta es al mismo tiempo uno de los aspectos más flojos de la película. Si bien Meryl Streep es la principal razón por la que este film consigue ser entretenido, su interpretación de una estrella de rock resultó muy inverosímil. Cuesta muchísimo creerle que es una rockera cuando el personaje es retratado como una caricatura y Ricki parece la hermana gemela de Pomelo, el glorioso músico de Diego Capusotto. La representación que se hace de la artista es demasiado exagerada y por esa razón no es sencillo comprarle este rol a Streep. Estrellas maduras de la música como Pat Benatar, Suzie Quatro, Cherie Currie o Patti Smith en la actualidad no viven las 24 horas del día como rockeritas reventadas, sino que son personas comunes y corrientes que tiene una vida normal cuando están fuera del escenario. Podrán haber tenido un comportamiento extravagante durante su juventud pero a los 60 años son mujeres mucho más centradas. El personaje de Ricki vive continuamente en pose y su rebeldía artificial parece más un gran problema de inmadurez. Meryl Streep logra que el personaje sea divertido, como lo es Pomelo es los sketches de Capusotto, pero no deja de ser una interpretación exagerada e inverosímil de los músicos de rock . La interacción entre los actores, especialmente las escenas que comparte la protagonista con Kevin Kline y Mamie Gummer (la hija de Streep en la vida real), brindan buenos momentos si bien el conflicto dramático que ofrece el film nunca llega a ser explotado. Quedará la duda si esto fue un problema del guión de Cody Diablo o el director Demme se vio obligado a editar la trama por obligación del estudio, para que la película tuvieran una duración de 101 minutos. A Ricki y The Flash le faltó un mayor desarrollo en la relación de los personajes. Hacia el final todo se resuelve demasiado rápido y el espectador nunca llega a conocer a fondo a la protagonista y sus familiares. Las escenas musicales terminaron siendo mucho más atractivas que el trillado drama sobre familias disfuncionales que el director Demme presentó en este trabajo. De todos modos la película logra ser entretenida y se deja ver por Meryl Streep, pese a que la historia nunca consigue explotar el potencial que tenía. EL DATO LOCO: Una particularidad de este film es que la banda que acompaña a la protagonista está conformada por artistas famosos del mundo de la música. Rick Springfield (guitarra): Una de la revelaciones actorales de esta película que fue muy famoso en la década del ´70 y comienzo de los años ´80. Su canción "Jessie´s Girl" fue un gran éxito internacional en 1981 y su popularidad llevó al artista a incursionar en la actuación. En Argentina es más conocido por haber sido el protagonista de la serie policial de los ´90, Marea Alta, que se emitió por Canal 13. Rick Rosas (bajo): Histórico colaborador de Neil Young, quien ya había trabajado con Jonathan Demme en los documentales que el director hizo en estos últimos años sobre el músico canadiense. Rosas falleció el año pasado poco después de la filmación de Ricky y The Flash y por ese motivo Demme le dedicó la película. Joe Vitale (batería): Uno de los miembros más famosos de la banda Eagles, quien también trabajó muchos años con Crosby Still & Nash. Bernie Worrell (teclados): Legendario fundador de la banda Parliament-Funkadelic que además colaboró muchísimo con los Talking Head. Worrell previamente había trabajado con el director Demme en el documental de 1984, Stop Making Sense que registró un famoso concierto de la banda de David Byrne.
Meryl Streep se pone en el papel de la cantante Ricki, con dirección de Jonathan Demme (El Silencio de los Inocentes). Ricki es una cantante de rock/folk que dedica su vida a animar las noches de un pequeño bar de California, y que trabaja como cajera en un supermercado para poder sostener ese estilo de vida de rockera amateur. Recibe en un momento un llamado en el cual su ex marido le cuenta que su hija esta divorciándose y se encuentra en un grave estado de depresión, y que él cree que necesita verla a ella. Ricki entonces emprende el viaje a reencontrarse con su familia, a quienes no ve desde hace muchos años y con los que prácticamente no tiene contacto. La película es en sí correcta. No hay mucho para criticarle ya que parte de una premisa bastante realizada ya en cine, y que apunta a elementos más bien básicos para emocionar al espectador. No parece que Jonathan Demme haya hecho demasiado esfuerzo pensando cómo dirigir esta película, sino que es más uno de esos proyectos que utiliza para poder obtener fondos para producir los documentales que el realmente quiere filmar. El cast es… aceptable? Tanto Meryl Streep encarnando a Ricki como Kevin Kline interpretando a su ex esposo hacen actuaciones correctas, pero se nota ahí también lo prefabricado del producto, ninguno de los dos brinda al espectador la calidad y frescura que le suelen aportar a un film.
"Familia vs. Sueños" Con Meryl Streep a la cabeza, “Ricki & the Flash” cuenta la vida de Ricki Rendazzo, una guitarrista y cantante de rock que dejó su familia de lado para triunfar en el mundo de la música. Sin embargo, debe volver a casa para apoyar a su hija (Mamie Gummer) que acaba de separarse. Esta será su última oportunidad para redimirse y recuperar el tiempo perdido. En primer lugar cabe destacar la labor de Meryl Streep, actriz ya consagrada en el mundo del espectáculo y que no deja de seguir sorprendiendo. Si bien no es el mejor papel que le tocó interpretar, en “Ricki & the Flash” no solo muestra sus dotes actorales, sino que se desempeña muy bien en el escenario cantando, como pudo demostrar en otras oportunidades como en “Mamma Mia” o “Into the Woods”, pero esta vez cantando en vivo. Asimismo, se encuentra muy bien acompañada por el resto del elenco: Mamie Gummer (hija en la vida real de Mery Streep, lo que permite una gran química entre ambas), Sebastian Stan y Nick Westrate, quienes hacen de sus hijos; su ex marido Pete (Kevin Kline) y la banda The Flash, liderada por su guitarrista Rick Springfield, músico en la realidad. La trama se torna un poco predecible a medida que va avanzando y tal vez se podría profundizar aún más la relación de Ricki con sus hijos (sobre todo con los dos varones), pero aun así logra poner en el tapete la dificultad de ser mujer y buscar perseguir un sueño personal, mientras que se debe criar a una familia, y que un hecho no suplante al otro. Pero no siempre se puede y a veces hay que elegir entre los sueños o la familia. Sin embargo, el punto fuerte de “Ricki & the Flash”, que va más allá de la trama que es un tanto simple, es la música y las presentaciones en vivo de Meryl Streep y los integrantes de la banda, quienes interpretan canciones de rock y algo de pop para los más jóvenes, como “American Girl”, “Drift Away”, “Bad Romance” o “My Love Will Not Let You Down”. En síntesis, con buenas interpretaciones y performances de grandes canciones, “Ricki & the Flash” nos dará un momento de entretenimiento muy grato. Samantha Schuster
Escrita por Diablo Cody (LA JOVEN VIDA DE JUNO, ADULTOS JOVENES), la nueva película de Jonathan Demme, RICKI & THE FLASH, es una por momentos bastante lograda combinación de sensibilidades entre guionista y realizador. Como en las anteriores películas escritas por Cody, aquí hay una mujer que no se lleva del todo bien con las “reglas” del mundo en el que vive y que, por un motivo u otro, decide llevar una vida alejada de los estereotipos o las convenciones. Esa mujer, claro, en algún momento u otro debe enfrentarse con esas personas y normas a las que una vez abandonó o contra las que chocó. Y el encuentro no será fácil. Ese tono irónico para el retrato social conjuga y por momentos choca con el más amable de Demme, un director cuyo cine más personal muchas veces ha retratado a personajes fuera de norma (el de Melanie Griffith de TOTALMENTE SALVAJE tal vez sea la más “Diablo Cody” de todos, seguido por el de Michelle Pfeiffer en CASADA CON LA MAFIA) y especialmente mujeres, que han sido el centro de atención de buena parte de sus películas, de EL SILENCIO DE LOS INOCENTES a LA BODA DE RAQUEL, otra película con la que esta RICKI… dialoga. Si a eso uno lo combina con el mundo del rock del que Demme se ha centrado en muchos de sus documentales, todo indica que se trata de un universo perfecto para él. ricki1Y si bien Demme no es el mismo de antes –ha perdido un poco el pulso de su tiempo y cierta frescura narrativa–, RICKI & THE FLASH es una película más que recomendable: humana, generosa y divertida, con una Meryl Streep que sigue pasando por su mejor momento, uno que empezó cuando se atrevió a animarse a hacer comedias, películas supuestamente livianas y a relajarse un poco. Aquí, es Ricki Rendazzo, una mujer que ronda los 60, que dejó a su marido y a sus hijos cuando eran pequeños para perseguir un sueño de estrella de rock que nunca se concretó: hoy tiene una banda que toca en un bar de mala muerte de Tarzana, California, trabaja en un supermercado y está endeudadísima. De todos modos, parece pasarla relativamente bien en su vida de working musician: no hay sueños de estrellato para ella, solo tocar en la banda para relajarse tras un arduo día de trabajo y de sonrisas forzadas de cajera. Pero el pasado está ahí, acechando, y Ricki sabe que dejó una familia con la que casi no tiene contacto más allá de una visita navideña y algún regalo. Un día, su ex marido, Pete (un Kevin Kline un tanto caricaturizado) la llama de urgencia desde su mansión en Indianapolis: la hija de ambos se ha divorciado, está muy deprimida y él cree que la presencia de su madre podría ayudarla, especialmente porque su esposa actual no está y él no parece saber muy bien qué hacer con la chica. Ricki vuelve del white trash que habita a ese mundo burgués y liberal, y su reencuentro con ellos no será sencillo. Su hija (interpretada por la verdadera hija de Meryl, Mammie Gummer) le guarda rencor, lo mismo que su otros dos hijos varones: uno que está a punto de casarse y el otro que le anuncia en el reencuentro que es gay. Su presencia los violenta, literalmente: es la madre que los dejó de lado por su sueño de rockstar y que nunca miró para atrás. ricki2Un eje curioso del guión es que la rockera de vida desmadrada sea pro-Bush y anti-Obama mientras que la familia más acomodada represente un modelo de burgués progresista del que la película se burla bastante. Ricki es una rockera tradicional que hace covers de Tom Petty y Bruce Springsteen (su guitarrista y novio actual lo encarna Rick Springfield, mientras que Bernie “Funkadelic” Worrell toca los teclados y los veteranos sesionistas Rick Rosas y Joe Vitale, se suman en bajo y batería), no sabe cocinar y vive de cervezas y hamburguesas mientras que su (ex) familia tiene hábitos bohemio- burgueses del siglo XXI, con sus costumbres veganas, sus productos orgánicos y sus tragos naturales. El filme se centra en las idas y vueltas de esos reencuentros, pero si bien hay reclamos y críticas duras para hacerse, Demme prefiere que todo quede relativamente en un tono amable, casi burlón, sin llevar las cosas al dramón del reencuentro familiar. Todo el tiempo da la sensación de que pese a las diferencias y los evidentes traumas abandónicos, las cosas se podrán resolver más temprano que tarde ya que el tono de la película siempre vuelve a lo liviano, especialmente a partir del humor que le imprime Streep a su personaje, aún en los momentos más emocionales. ricki4Sí, Streep, Springfield y compañía tocan de verdad y lo que se escucha en la banda sonora parece ser en vivo. Y el filme dedica un buen tiempo a mostrarlos tocando, en algo que es una de las cualidades del cine de Demme: el hombre nunca aparece apurado por llegar a ninguna conclusión, sus películas son sobre el recorrido en sí mismo. En un punto, tiene mucho que ver con la música de Neil Young –a quien Demme ha filmado más que a ningún otro músico–, cuya especialidad es estirar los tiempos de las canciones y dejar que los secretos y placeres se encuentren en los intermedios, en la duración misma de las cosas, en los pequeños momentos. RICKI & THE FLASH es una película pequeña y humana, de esas que casi ya no se estrenan en cine (aquí llega, uno imagina, por la popularidad de Streep) y que son siempre bienvenidas porque devuelven a la pantalla grande la escala humana del cine de Hollywood. El filme es como una de las canciones de american rock que suele tocar la banda de Streep: los acordes son conocidos y familiares, pero el placer que generan es instantáneo y acarician suavemente el corazón sin tratar de estrujarlo.
El director de "El Silencio de los Inocentes" y algunos capítulos de series, como "The Killing", "Enlightened" y más, Jonathan Demme, nos entrega su nuevo trabajo, nada menos que con Meryl Streep como protagonista absoluta. Una historia que a mi parecer le faltó profundidad en los sentimientos que propone, dejándolos en el aire sin explorarlos mucho, pero que al mismo tiempo tiene varios momentos musicales, que serían el golazo de "Ricki y The Flash", claro, todos llevados a cabo por la inmensa de Meryl. El elenco que acompaña a la señora, encabezado por Kevin Kline y hasta su propia hija biológica, es precioso. Una peli de comedia con una historia muy chiquita, con alguna que otra escena jugada, pero a la que le falta un poco de verdad en cada acción de sus personajes. Igualmente, cualquier trabajo de la señora Streep es para disfrutar en pantalla grande y es por eso que te la recomiendo para que la veas.
Cuando, a principios de los 90, Meryl Streep comenzó a cantar y hacer comedia (gloria a La muerte le sienta bien), se mostró lo extraordinaria que era esta señora que es, al mismo tiempo, una actriz, una persona común y una estrella. Es una de las pocas personas que puede llevar adelante una película cualquiera como si fuera fácil y en casi cualquier género (si el film es malo, sus secuencias suelen valer más que el resto y permiten que uno no se sienta tan estafado). En Ricky... es una rocker que no lo logró, que dejó a su familia y que vuelve para solucionar un problema. El realizador es Johnathan Demme, especialista en mujeres, lo que hace que esta fábula de redención con música de rock (Demme, de paso, es un gran documentalista del género, con joyas como Stop making sense) muestre un costado agridulce e irónico en cada lugar común que le sale al paso. Meryl se divierte con ganas, y cuando lo hace cualquier película sube puntos. Hablan de Oscar para la actriz por este rol y sería justo que, por una vez, lo ganase haciendo comedia.
La combinación es explosiva. Dirige Jonathan Demme (“El silencio de los inocentes”,”Philadelphia”), escribe Diablo Cody (“La joven vida de Juno”) y protagoniza Meryl Streep (para qué enumerar, ¿no?). Lástima que la película apenas si funciona gracias a la multifacética actriz a quien todos amamos. Linda (Ricki, para los amigos) es la voz y guitarra de una pequeña banda californiana que noche a noche realiza simpáticas performances en un típico bar de la zona, donde los clientes de siempre van a tomar un par de cervezas, pasar un lindo rato y quizás hasta bailar un poco. Ella disfruta a pleno de esa vida rockera que lleva, en un lugar donde es prácticamente una eminencia. Pero no se olvida de todo el prontuario que la precede. Y es que Ricki atravesó hace muchos años, un divorcio que la alejó de sus tres hijos, culpa de ese sueño caprichoso de convertirse en la líder de una banda. A diferencia de otras, la oriunda de Indiana tiene la posibilidad de tomarse una revancha cuando su hija cae en una depresión debido a la infidelidad de su marido nuevecito. Por pedido de Pete, su ex (Kevin Kline), Ricki aborda el primer avión que consigue con destino a la cuidad que tantos malos recuerdos le trae. Al llegar, los encuentros serán de la incomodidad suficiente y acordes con la situación que se está viviendo. Eso de balancear una carrera artística con una madre presente no es algo que se le dé mucho, sin embargo algunas cosas salen mejor de lo esperado. Por supuesto que habrá choques y roces típicos a medida que nuestra oxidada rockera se vaya enterando de un montón de cuestiones antes pasadas por alto. Lo que es extraño del film es que en ningún momento despega. Si no fuese por lo genial que es Meryl Streep haciendo lo que sea que haga, desde cantar Lady Gaga hasta atender la caja de un supermercado para ganarse unos pesos extra, la película sería un carreteo constante. ricki_&_the_flash_loco_x_el_cine_2 Sí, tiene alguna cosita perdida para rescatar, pero no sorprende, no termina de arrancarte esa risita tímida que te estaba saliendo, no deja nada a punto de reflexión; es un “ni”. De hecho hay escenas largas sobrantes que podrían haberse ahorrado, porque no hacen a la esencia de la historia. Más drama que comedia, más musical que otra cosa, “Ricki & the Flash” puede pasarse de largo sin pena y esperar para verla en casa. Qué complicado es intentar desandar caminos cuando los años han pasado y ya ni la época te corresponde. Cuando todos rehicieron sus vidas aunque sigas estando presente en sus pensamientos diarios. Cuando todo el daño que no te percataste que habías hecho se vuelve en tu contra y está fuera de control. Bueno, Ricki eligió cantarle a todo eso, a modo de quitapenas. Difícil no juzgar las decisiones tomadas por este potente personaje femenino, pero la vida avanza y no existe freno de mano. ricki_&_the_flash_loco_x_el_cine_1 Una trama lenta, actuaciones simplemente correctas y mal aprovechadas, un guión bastante pobre y una plaga de clichés invadiendo el plató, son los ingredientes que se utilizaron para una experiencia que terminará extraviándose entre tanto estreno junto. Una pena que los únicos momentos picantes del film vayan de la mano de una pequeña banda arriba de un escenario y no de esa combinación explosiva que les mencioné al principio. Me hubiese gustado más emocionarme con la historia de una familia frustrada que entusiasmarme con las pegadizas melodías que ofrece el espectáculo. Igual te banco en todas, Miranda Priestly, no me importa que se re notara que los tatuajes cual Axl Rose eran horriblemente falsos.
Tras ver el material promocional de Ricki and the Flash, todo indicaba que veríamos otro estrambótico papel de Meryl Streep, de esos a los que la señora actriz ya nos tiene acostumbrados. Y sí, la verdad es que el personaje de Ricki Rendazzo está hecho a la medida de ella y es usual que entregue todo como hace con cada proyecto suyo, pero la película en general es una gran feel good movie que se sustenta del solvente elenco que tiene y de la historia cocinada desde el guión y la dirección. Hay que decir, antes que nada, que el subtítulo "Entre la fama y la familia" es bastante confuso y hasta engañoso. Ricki no brilla por su fama, sino que es un espíritu libre que eligió perseguir su sueño de hacer música, dejando de lado el objetivo de una familia propia. Tiene en su haber un solo disco, grabado hace ya muchos años, conforma la banda oficial de un bar de poca monta, trabaja en un supermercado como cajera y hasta ahí llegan sus méritos. El momento de la verdad llega cuando el llamado de su ex-marido la arrastra hacia el hogar que dejó atrás, para hacerse cargo de ciertas situaciones familiares que no puede postergar. Desde un primer momento, Ricki es un personaje agridulce. Es fantástico ver la energía con la cual Meryl dota a esta cantautora que ha visto días mejores, pero a la vez que es la heroína de la historia, tampoco se puede soslayar el hecho de que hizo abandono de hogar dejando a sus hijos sin madre, que la resienten aún como adultos por haberse olvidado de ellos. El guión de Diablo Cody no recurre a golpes bajos ni a reproches mañidos, sino que cada discusión y situación entre Ricki, su ex y sus hijos está bien planteada, con una agradable dimensionalidad entre los personajes que se agradece. Queremos querer mucho a Ricki, pero es imposible adorarla completamente cuando vemos lo que ha hecho. Pero el camino de la redención ahí está, latente, y es la penitencia que Ricki necesita para enmendar su vida. Jonathan Demme vuelve a dirigir a Meryl después de The Manchurian Candidate en 2004, y los reencuentros no terminan ahí: ella y Kevin Kline vuelven a verse las caras luego de Sophie's Choice en 1982, con una química innegable, al igual que la aclamada actriz y su hija en la vida real Mamie Gummer, quienes comparten pantalla por tercera vez. En esta ocasión, Mamie sobresale por sobre sus compañeros de elenco con una brillante interpretación de Julie, la única hija mujer del matrimonio, que atraviesa una seria crisis matrimonial y su primera aparición en pantalla -toda despeinada, desgreñada, sucia y medicada- lo dice todo. Demme tiene un muy buen sentido del ritmo, con lo que durante casi dos horas satisface a la platea con escenas donde pone la disciplina de Streep en el centro de la acción y la deja hacer de las suyas, cantando y tocando la guitarra, actividades que la consagrada actriz practicó y dominó para el papel. Ricki and the Flash es una muy agradable sorpresa en cartelera, con una historia interesante, intensa cuando puede y debe y, por sobre todas las cosas, sumamente entretenida. Meryl, por supuesto, vuelve a probar que puede hacer cualquier papel y salir airosa.
Meryl nunca te defraudará Mery Streep lo hizo de nuevo. Pero decir eso es empezar por el final. Ricky & the Flash es la nueva película de Jonathan Demme. Demme, sí, el ganador del Oscar por El silencio de los inocentes , el director de películas como Filadelfia, Totalmente salvaje y Casada con la mafia. Demme hace rato que se alejó de la primera línea, pero sin duda la presencia de un director de tanto nombre, ayuda mucho a que la película funcione. Tampoco es menor que la guionista y productora sea Diablo Cody, la misma que ganó el Oscar por Juno. Si sumamos esos Oscars a los tres que ganó Meryl Streep, tenemos una importante cantidad de premios, pero a no dejarse engañar, porque por suerte Ricky & the Flash no es una película cazadora de premios. Al contrario, es una película bien chiquita, simple, pero completamente querible. Meryl Streep es la cantante de la banda del título. Dejó de lado a su familia años atrás para probar suerte en la música. Soñaba con ser una estrella, pero su destino musical terminó siendo un bar donde las mismas personas noche tras noche la van a ver mientras toman algo. Su repertorio incluye tanto clásicos como hits modernos, para que baile la gente joven. Pero entonces llega un llamado de su ex marido (Kevin Kline) diciéndole que su hija en común la necesita. Así que su pequeño departamento lleno de deudas, Ricki viaja con su último dinero gastado en el pasaje de avión a la gran casa en un country en la cual vive su ex marido con su nueva mujer y, momentáneamente, con su hija, que acaba de divorciarse. Luego aparecerán los otros dos hijos del matrimonio, también adultos, y los conflictos del pasado volverán a resurgir. Cuando empieza la película el encanto de Streep haciendo de rockera decadente pero enamorada de su trabajo anuncia algo bueno. El guión parece empeñado en caer en lugares comunes, pero ella es la luz de esperanza a lo largo de la trama. Luz que nunca se apaga y que aflora en el último tercio de película. Ahí donde las películas suelen caer, Ricki & the Flash se eleva y se eleva hasta las lágrimas. Un raro caso de película que mejor minuto tras minuto en un final fantástico. Una trama diferente a la mayoría, ya que en lugar de un padre es una madre la que debe rendir cuentas por sus decisiones del pasado. Ricki, ese gran personaje, es mérito de Meryl Streep. Ojalá ella ganara el Oscar por estos papeles maravillosos y no por los graves y solemnes. Acá no necesita maquillaje y disfraz. Acá se completamente humana, auténtica, adorable. Sí, Meryl Streep lo hizo de nuevo.
Meryl Streep interpreta a Ricki Rendazzo, una mujer que en su juventud dejó a su marido y a sus tres hijos para perseguir su carrera en el mundo del rock junto a su banda en Ricki & The Flash: Entre la Fama y la Familia, escrita por Diablo Cody (guionista de Juno y Jóvenes Adultos) y dirigida por Jonathan Demme (El Silencio de los Inocentes, Filadelfia). Ricki and The Flash Ricki & the Flash: Entre la Fama y la FamiliaRicki Rendazzo (Meryl Streep) es la líder de Ricki & The Flash, una banda de rock que, a pesar de tener encima un par de décadas de trayectoria, nunca llegó a ser masiva. Se presentan en vivo de manera fija en un bar en California, y su repertorio musical alterna clásicos de rock de los 60 y 70 con canciones populares actuales, de artistas como Lady Gaga o Pink, para ganarse al público joven. Para ganarse la vida, Ricki trabaja como cajera en un supermercado. Pero al elegir el camino del rock, y sus fechas, giras y demás, Ricki dejó a su esposo y a sus tres hijos pequeños (y su nombre de casada) en Indianapolis, y no parece haberse ocupado demasiado de mantener el contacto con ellos a lo largo de los años. Un día, su ex esposo Pete (Kevin Kline) la llama para pedirle que viaje unos días a estar con su hija Julie (Mamie Gummer), que está muy deprimida por su reciente divorcio y que incluso tuvo un intento de suicidio. Ricki viaja para pasar unos días en la casa de su ex marido en Indianapolis (donde él vive con su nueva esposa) para acompañar a su hija, y de paso reencontrarse con sus hijos, que muchas ganas de verla no tienen. Mommy Issues Una película que tiene de director a Jonathan Demme, a Diablo Cody como guionista y a Meryl Streep como protagonista genera mucha expectativa (y ni hablar si tenemos en cuenta los ocho premios Oscar que suman ellos tres). Lamentablemente, el resultado no estuvo a la altura de lo que esperaba. Prácticamente no profundiza en la historia de Ricki, por qué dejó a su familia, cómo mantuvo la relación (o no). No ahonda en el conflicto familiar, ni en los matices que hacen a la personalidad de la rockera (incluyendo su postura política, se da a entender que es de derecha y anti-Obama, pero no mucho más). Lo mejor está en la música, interpretada por Ricki and the Flash, que acompaña el relato de principio a fin, y en el final de la película, que plantea un cierre mucho más entretenido que los minutos que lo anteceden. Por supuesto que Meryl Streep está más que bien, porque a ella le sale todo de taquito. Y que interprete a una cantante de rock es lo único que nos faltaba ver. Pero eso no alcanza para sostener una película, y se nota. El resto del elenco también hace un buen trabajo, y se destaca Mamie Gummer (hija de Meryl Streep en la vida real), sobre todo en los momentos de comedia de la película. Conclusión A pesar de tener a Meryl Streep interpretando a la líder de una banda de rock, Ricki & The Flash: Entre la Fama y la Familia es una película agradable, pero no mucho más que eso. Se muestra tibia ante el conflicto central de la familia, pero tampoco busca demasiado por el lado de la comedia. La música le sienta muy bien, pero en general la narración es bastante despareja, por momentos aburre, y por otros entretiene, y hacia el final repunta bastante.
Ricki and The Flash: El rock & roll de una madre La gran Meryl Streep, que hace de rockera, es lo mejor de la nueva y discreta película de Jonathan Demme. Es cierto, lo mejor de Ricki and The Flash: entre la fama y la familia es Meryl Streep. Pero usar ese criterio sería redundante, aplica a varias de las historias protagonizadas por la actriz. Ocurre que en este caso se antepone a un director como Jonathan Demme (El silencio de los inocentes, Filadelfia). Quizá su propia historia de juventud con una rockera le jugara en contra o quizá comparta responsabilidad con Diablo Cody, el guionista, y su juego de estereotipos. Estamos frente a un típico ejemplar de dramedia, películas que suelen ser ni chicha ni limonada. Karma del que zafa Ricki..., provocando algunas risas discretas y planteando algunas preguntas que dependen más del espectador que de la pantalla. Y con el aliciente de Meryl Streep, qué duda cabe, capaz de interpretar lo que se proponga. Aquí es Ricki Rendazzo, la madura líder de una banda de rock a la que le dedica su vida. No es tan famosa como dice el título de la película. Le sobra pasión y le falta dinero, si hasta trabaja de cajera en un supermercado. Pero una llamada desde Indianápolis, donde vive su ex marido e hijos, a quienes no ve desde hace años, le cambian el panorama. Guitarra en mano, vuela con su imagen desgarbada y su pilcha de rockstar hacia la mansión de su conservadora familia. Una madre ausente yendo al rescate de su hija Julie (Mamie Gummer, hija de Streep en la vida real) quien intentó suicidarse tras el inesperado abandono de su esposo. Allí nace una película de contrastes, con preguntas tales como el lugar de una madre, los prejuicios sociales que enfrenta una rockera adulta, la vida pacata y contenida de unos y la libertad condicionada de otros como elección, y la necesidad de aceptarnos como somos. Todo esto rodeado por la institución familia, mostrada en opuestos desde un rancio conservadurismo y una triste libertad, mundos caricaturizados y etiquetados de manera extrema que, sin embargo, van encontrando puntos en común. Una película discreta, elevada hasta donde ustedes quieran por la música, por la propia Meryl cantando canciones que unen (ella canta y toca de verdad), como My Love Will Not Let You Down, de Bruce Springsteen. En esa atmósfera, la entrada vale su precio.
Meryl Streep, buena rockera Lo mejor de esta comedia dramática es Meryl Streep, quien aquí demuestra otra vez que puede volver creíble cualquier personaje, inclusive una rockera un poco pasada de época como Ricki, cantante y líder del grupo The Flash. Ricki le ha dedicado la vida a la música y no tanto a sus hijos, por lo que al regresar al hogar cuando su hija (en la ficción y en realidad, Mamie Gummer) es abandonada por su marido, no tiene mejor idea que servirle de consuelo, a pesar de que nunca tuvo la mejor relación con ella. El guión de Diablo Cody no es de lo más original, y recuerda algunos films ochentistas como "Light of Day", de Paul Schrader (de hecho el personaje de Streep parece inspirado en la Joan Jett de ese film, y también canta temas de Bruce Springsteen) y un poco a "Reencuentro" ("The Big Chill") de Lawrence Kasdan. Sólo que aquí está todo al servicio de la protagonista y su hija, al punto que hasta Kevin Kline luce apagado. En cambio, quien sorprende es el semiolvidado rocker Rick Springfield (que en sus buenos viejos tiempos ya había protagonizado alguna película), como el guitarra líder y algo más de la banda de Ricki. Jonathan Demme, que conoce bien el mundo del rock por haber dirigido documentales como "Stop making sense", de Talking Heads, intercala con oficio los chistes y momentos dramáticos relacionados con el choque cultural entre la rockera y el resto serio de la familia. También maneja el ritmo, aunque no logra sacarle esa sensación de déjà vu a muchas escenas del film. Y Meryl Streep canta muy bien, y hasta toca la guitarra rítmica.
Sólo la estupenda actuación de Meryl Streep y su interpretación de grandes temas musicales de rock Sin la presencia de Meryl Streep, “Ricki and the Flash” no existiría. La película, que en Argentina, se estrena con un ridículo segundo título (“Entre la fama y la familia”) gira alrededor de Ricki Rendazzo (Streep), una madre ausente. Ella es una cantante y guitarrista rockera, ni exitosa ni famosa, que durante el día trabaja de cajera en un supermercado en Tarzana, California. Pero por las noches, con su grupo musical The Flash, toca mayormente “covers” de rock and roll acompañada por cuatro músicos que la acompañan bien musicalmente. Entre ellos está Greg que le profesa un amor no siempre correspondido y que interpreta el cantautor australiano Rick Springfield. El primer tema que se escucha es “American Girl” de Tom Petty & Tee Heartbreakers y quien lo entona y muy bien es nada menos que la propia actriz de “El diablo viste a la moda”. Cuando Ricki se entera, a través de su ex marido (un deslucido Kevin Kline), que su hija ha sido abandonada por su esposo y está sufriendo una fuerte depresión decide ir a visitarla a Indianápolis, donde ellos viven. Lo que encuentra a su llegada es un ambiente hostil no tanto de la parte de su ex pareja, sino sobre todo de los hijos que no le perdonan el abandono que sufrieron hace muchos años. Mamie Gummer, también hija en la vida real de Meryl, se lo manifiesta con ironía y el menor de los hermanos le echa en cara su simpatía republicana por George Bush y su homofobia, ya que él es gay. Solo el otro hijo (Ben Platt), comprometido y feliz, no parece albergar mayor resentimiento pero en cambio la actual pareja de su padre la trata agresivamente. A su regreso se asiste a uno de sus habituales shows nocturnos y será el turno de otras canciones como la popular “Drift Away” y de famosos grupos como los U2 (“Walk on”), Sam the Sham (“Woolly Bully”), Edgar Winter (“Keep Playing Rock’N’Roll”), Canned Heat (Let’s Work Together”), ELO (“Laredo Tornado”) y ya en el edulcorado cierre “My Love Will Not Let You Down” de Bruce Springsteen. La banda sonora, junto a la brillante interpretación de Meryl Streep pueden justificar la visión de un film que, pese a contar con la renombrada guionista Diablo Cody (“La joven vida de Juno”) y el aún más famoso director Jonathan Demme (“Stop Making Sense”, “El silencio de los inocentes”, “Filadelfia”) no logra evitar los clichés de buena parte del cine de Hollywood.
Mamá Meryl la rockea Ricki and The Flash: entre la fama y la familia es un comedia llena de clisés aunque también con detalles para reivindicar. Ricki and The Flash: entre la fama y la familia, la comedia que tiene a Meryl Streep como rockera disfuncional, es un festival de lugares comunes con el que el director Jonathan Demme acaso busque alivianar su pesada foja de servicios y airear sus pasiones musicales. Vale recordar que éste es el hombre por detrás de El silencio de los inocentes (que instaló la antropofagia de Hannibal) y Filadelfia (dramón sobre un abogado con Sida, discriminado en la firma para la que trabaja), pero también de documentales insoslayables para el rock como Stop making sense de Talking Heads y Neil Young: Heart of gold, sobre el gigantesco guitarrista canadiense. Demme tiene todo el derecho a divertirse, como nosotros a observarle que se le fue la mano con los arquetipos. De todos modos, nos haría más nobles concederle que son de alto vuelo algunos encastres dramáticos, como una cena de reencuentro o la tensión erótica aún latente entre exesposos pese a que tienen todo resuelto entre sí. Además, Ricki Rendazzo es nada menos que la eficaz Meryl Streep, que aquí convence como frontwoman de una banda de covers, The Flash, que te rema en un bar angelino un repertorio que va de Tom Petty a Lady Gaga. Meryl se mune de una Fender Telecaster y se la percibe natural. Así como Ricki es cool en escena, aunque no famosa como sugiere la traducción del título, en la vida real es madre abandónica. No obstante, se le presenta la posibilidad de redimirse ante una llamada de su ex (Kevin Cline) procedente de Indiana, en la que le avisa que a Julie, la única hija mujer de ambos (interpretada por Mamie Gummer, hija de Streep en la vida real), la dejó su reciente esposo y está para atrás. Es precisamente el viaje de Ricky lo que activa el relato y los clisés, aunque también algunos detalles en la construcción del personaje central por parte de Streep que vienen bien para desacralizar algunos dogmas con respecto al rock en Argentina: no todos los artistas del género son necesariamente progresistas; en el filme, Ricky es conservadora, votó a Bush y justifica esa elección aludiendo al bienestar de "nuestras tropas", al tiempo que en su espalda lleva tatuada la bandera de su país. En fin, abraza esa causa como lo hizo en vida Johnny Ramone, por ejemplo. Aquí, lo políticamente incorrecto; en el otro extremo, puede ubicarse lo que Ricki dice al micrófono y en pleno show sobre el machismo recalcitrante de la cultura rock, utilizando a la figura de Mick Jagger como disparador. "Tiene hijos con cuatro mujeres distintas, a todos se los crío un batallón de niñeras. Ahora, siendo mujer del rock no te vayas a olvidar de un cumpleaños que te crucifican". Sólo falta agregar que Meryl Streep es la que toca y canta, y que su versión final de My love will not let you down, de Bruce Springsteen, es realmente emocionante. Tanto como la dedicatoria en los títulos al fallecido Rick Rosas, el bajista de The Flash que fue un emblemático instrumentista de Los Ángeles y colaborador habitual de Neil Young.
Reencuentro de madre e hijos, con buena música y la gran Meryl Streep RICKI & THE FLASH.- Aquí se juntaron un realizador de fino oído musical (Jonathan Demme hizo recordados documentales sobre distintas bandas) y una guionista (Diablo Cody, la de “La doble vida de Juno”) que posa su mirada en esas madres que dejan su hogar para seguir su carrera. Y el resultado no es brillante, pero si desenvuelto y disfrutable. Claro, en el centro está Meryl Streep, capaz de mejorar cualquier proyecto. Ella es una rockera que dejó todo (casa, hijos y marido) para ponerse al frente de una banda. La jugada le salió mal: vive en Indiana en una casita, trabaja de día como cajera de un súper y de noche toca en un tugurio de barrio. Pero un día la llaman de California porque su hija, abandonada por su marido, está desesperada. Y allí va. Su figura desentona más que nunca en esa casa señorial. Con raro peinado, traje de cuero, guitarra al hombro, esa mama olvidada de a poco tratará de recuperar parte del tiempo perdido. Pero no hay culpa ni arrepentimiento. La vida es así, nos dice Ricki, que en ese viaje de redención recuperó su nombre y sus recuerdos. Pocas veces como aquí la música es tan protagónica. No sólo precipitó la fuga de esa madre, también al final será la culpable de que gracias a ella parte del rompecabezas afectivo empiece no a rearmarse sino a entenderse. Meryl Streep hace todo creíble. Su figura es un imán. Y cada gesto, vale. Mantiene rajatablas su idea de no apoyarse en nada extra: sin cirugías a la vista, sin dobles (aquí canta ella) le pone emoción y vida a esa madre desenfadada que no tiene otro signo que hacer lo que tiene ganas sin medir demasiado lo que deja atrás. Y que se ha dejado llevar por ese tema de Tom Petty que habla de la búsqueda de más vida en otra parte. Ante esa hija que necesita abrigo y consuelo, Ricki pide prestado algunas poesías a U2 ( “He trepado a esta ciudad, sólo para estar contigo, pero todavía no he encontrado lo que estoy buscando.”) y a Bruce Springsteen ( “Sólo una cosa tienes que saber, mi amor no te defraudará.”) para expresar a viva voz lo que sintió y lo que siente. Un film simpático y contagioso.
Cantante y madre del rock'n'roll La familia disfuncional es un forte de la guionista Diablo Cody, famosa por el hit independiente Juno. De Jonathan Demme, por su parte, el mundo se percató con El silencio de los inocentes, si bien en los ochenta sobresalió con el documental live de Talking Heads, Stop Making Sense, y (ya consagrado) con Storefront Hitchcock, de Robyn Hitchcock. Previsiblemente, la unión entre Cody y Demme iba a transcurrir por los carriles de la comedia y el musical de rock. Y eso es Ricki and The Flash: la vida de una veterana rockera que por las noches lidera una banda mientras de 9 a 5 lidia con las tendencias suicidas de su hija. Con una plasticidad que no es nueva (ni sorprende para una actriz de método), Meryl Streep es Linda Rendazzo, alias Ricki, cantante de una banda (The Flash) que en los bares recicla clásicos de Tom Petty y Bruce Springsteen, pero ahora, apremiada por el negocio, añade temas de Lady Gaga y Pink al repertorio. Ese es el típico toque de comedia Demme, pero entonces aparece el drama. Pete (Kevin Kline), su ex marido, le comunica que Julie (Mamie Gummer), la hija de ambos, entró en una depresión profunda tras ser abandonada por su marido, y Linda debe irse de California para reencontrar a su familia en Indianápolis. En el arranque, el rol Streep parece forzado y el absurdo familiar intolerable, pero gradualmente el escenario, gracias a la química de los actores, toma envión como un hit de Van Halen. El elenco no sólo funciona por la relación entre Streep y Gummer, madre e hija en la vida real, sino por el siempre solvente Kline y el candor que produce el romance entre Ricki y el guitarrista Greg (la ex estrella pop Rick Springfield). Con un toque extra de acidez en los diálogos, la fórmula Cody-Demme responde a las expectativas. Es sólo una comedia disfuncional y rockera, pero gusta.
A esta altura no debería sorprender que Meryl Streep puede hacer lo que se le antoja, incluso colgarse una guitarra y cantar (muy bien) temas de Tom Petty o Bruce Springsteen. Y ese es uno de los encantos de “Ricki and The Flash”, y no muchos más. Detrás de cámara está Jonathan Demme (“Stop Making Sense”, “El silencio de los inocentes”), un tanto lejos de sus días de gloria, y el guión es de Diablo Cody, que tuvo sus 15 minutos con “La joven vida de Juno”. La historia se centra en Ricki Rendazzo, una mujer de unos 60 años que dejó a su marido y sus hijos pequeños décadas atrás para cumplir su sueño de estrella de rock. El sueño nunca se cumplió y ahora esta rocker obstinada toca en un bar con su banda y se gana la vida como cajera en un supermercado. Los problemas empiezan cuando su ex la llama en busca de ayuda para su hija Julie (interpretada por la hija de Streep en la vida real), que está hundida en una depresión. A partir de ahí la película juega con los mundos opuestos de esta rockera veterana que le da al trago, la comida chatarra y votó a Bush, y su familia de burgueses progres que profesan la vida sana. Jonathan Demme evita caer en el melodrama en ese reencuentro de madre e hijos, y se inclina por un tono liviano y algo burlón, que afortunadamente no subraya los estereotipos y lugares comunes del guión. También se toma su tiempo para mostrar a Ricki y su banda, que tocan de verdad. En esos momentos de música en vivo, la película parece decir algo más que en su moraleja final y previsible de rock y redención.
¿Qué sería del cine sin Meryl Streep? La vida de Ricki Rendazzo va de la caja del supermercado que atiende al pub en el que toca rock and roll cada noche con su banda. Una llamada la devuelve a su familia de la que se alejó largo tiempo atrás para perseguir su sueño artístico. El reencuentro no será nada sencillo. Lo mejor de “Ricki and the Flash” transcurre sobre el escenario. Meryl Streep aprendió a tocar la guitarra en cuatro meses y es una frontwoman a la que le sobra actitud rockera. Canta magníficamente, ya sean covers de Tom Petty, de Lady Gaga o de U2, químicamente conectada con la Gibson del australiano Rick Springfield (a quien vimos hace un puñado de semanas en la segunda temporada de “True Detective”). Los Flash emiten un AOR (adult orientated rock) sólido y contagioso y hasta ofrecen una perlita: al tecladista Bernie Worrell lo filmó Jonathan Demme hace siglos, cuando registró la gira “Stop making sense” de los Talking Heads. Pero “Ricki and The Flash” no es una película estrictamente musical, por más que -seguramente- a Demme le hubiera encantado registrarla con la forma de un interminable show. Cuando traspasa la puerta del pub Ricki deja de ser la estrella de rock con la que alguna vez soñó y retorna a la grisácea rutina del súper. Allí donde cualquie cliente gasta de un saque lo que a ella le cuesta ganar en una semana. Ricki puso medio Estados Unidos de distancia con su familia. Hay un ex marido (Kevin Kline) y tres hijos con los que se reencontrará en las peores circunstancias: a la nena, Julie, la abandonó el marido y por eso estuvo a punto de suicidarse. Esas idas y vueltas familiares de Ricki son un flan melodramático al que Meryl Streep le pone el apetito con entereza. Al guión de Diablo Cody (ganadora del Oscar gracias a “Juno”) le sobran lugares comunes y una sensación de previsibilidad que no defrauda. A Jonathan Demme el oficio le brota con naturalidad. No es el de “El silencio de los inocentes” ni el de “Filadelfia”. Ni siquiera el de “Casada con la mafia”. Pero en esta mano le tocó el as de basto y entonces salva la película con holgura. Increíble fuerza de la naturaleza, a los 65 Meryl Streep sigue en plenitud.
Esto es lo que soy Hay argumentos que usamos los críticos y son como un lugar común en piloto automático: por ejemplo, solemos usar como una forma de cuestionamiento el hecho de que una película de tan fragmentaria resulte como dos o tres películas a la vez. Ricki & The flash: entre la fama y la familia es precisamente una película que parece partida al medio y esas dos mitades son, sí, dos películas diferentes. Pero -y siempre hay un pero-, el problema de presentar un relato fragmentario no está en la cantidad de películas que la integran, sino en la cohesión que se da entre ellas. Y Ricki & The flash… no sólo justifica esa construcción explícita, sino que además juega con esos lugares comunes que sostienen su primera parte como una forma de imán para mantener el interés del espectador hacia una segunda mitad donde la emoción genuina irá apareciendo en primer plano y relativizando las convenciones. Pequeño gran film, los nombres de Jonathan Demme, Diablo Cody y Meryl Streep resultan claves. En esa primera mitad, Ricki & The flash… es un drama convencional sobre una madre ausente que debe hacerse cargo de su hija con problemas emocionales. Obviamente el relato tiene sus particularidades y busca los extremos: la madre es una rockera un tanto en decadencia, que toca en bares para 20 personas (y es muy lindo todo lo que ocurre adentro de ese bar, con una mezcla generacional de públicos que sirve para algunos sutiles apuntes sobre el arte como laburo y forma de subsistencia), mientras el ex esposo es un señor de buena vida, que vive en un barrio privado y tiene modales de señor correcto. El señor correcto y la señora desordenada se reencuentran, chocan, pero tienen que hacerse cargo de la hija en común mientras revisitan de algún modo su vínculo, su pasado y su presente. Sin embargo, cuando pensamos que ese será el conflicto que nos llevará hacia el final, Ricki & The flash… resuelve el asunto más o menos por la mitad, la película por la que fuimos al cine desaparece y todavía nos queda mucho metraje por delante. Ahí, pues, parecería empezar la otra película: una sobre la que no conviene anticipar mucho, pero que demuestra la sabiduría de Demme para trabajar conflictos que tienen a mujeres como protagonistas, que exhibe el buen gusto musical del realizador y que dice las palabras justas eludiendo los lugares comunes que imaginábamos. Diablo Cody, gran guionista cuya obra mayor fue La joven vida de Juno, gusta de jugar con estos clichés de dramas indies, no para subvertirlos sino para movilizar las emociones primarias de los espectadores pero sin caer en excesos melodramáticos. O en los excesos justos. Y es curioso además cómo, sin caer en el drama social, Cody desarrolla personajes que laburan, clase media-obrera, a los que les permite una dignidad enorme en cómo deciden su futuro. El riesgo de los guiones de Cody es que construyen personajes con tendencia al comentario ingenioso. Por eso es interesante lo que hace el recuperado (y en buena forma) Demme: cuando las escenas parecerían cortar, el director las extiende. Así, el comentario de los personajes no resulta el remate de la escena, sino que adquiere connotaciones más amargas al convertirse en un ruido que impacta contra la más mundana de las existencias: los planos abiertos y de conjunto parecen contradecir el reinado de la palabra en una típica película de guión. Demme, viejo sabio del cine, dosifica la información de modo que el espectador espere una cosa y la pantalla devuelva otra, con el fin de utilizar las convenciones narrativas a su favor. Y la tercera pata de esta película notable es Meryl Streep, actriz gigantesca a la que no le quedan muchas cosas por demostrar en una pantalla, pero que en Ricki & The flash… nuevamente sorprende haciéndose cargo de una cantante de rock algo decadente: Streep no sólo sabe jugar el juego de la ironía que su Ricki maneja como forma de subsistencia, sino que además exhibe sin exageraciones la amargura que la protagonista esconde y se luce en las escenas musicales. A esta altura de su carrera, la actriz ha logrado una extraña alquimia por la que luce pero nunca al costo de minimizar lo que la rodea: todo lo contrario, a su lado destacan los coprotagonistas (Kevin Kline recupera esa chispa que lo hizo famoso) y la película esconde algunos de sus defectos en el magnetismo de estrella cercana con el que brilla Streep. Decíamos película notable, y tal vez les parezca una exageración: es un drama sobre segundas oportunidades, sobre padres que recuperan vínculos con sus hijos e, incluso, con una evidente buena onda en la forma en que los personajes se terminan aceptando. “Comedia dramática convencional”, dirá usted y, a lo mejor, tenga razón. Pero Ricki & The flash… es uno de esos films que demuestran el placer artesanal de saber contar bien una historia que ya se ha contado cientos de veces, encontrando aquello que la hace distinguible: es decir, la mejor receta de Hollywood, esa de la que viejos sabios como Jonathan Demme conocen. La grandeza de un film como este se da en la forma en que acepta sus convenciones, pero que a la vez sabe dónde poner el freno. Porque a la hora de resolver sus conflictos, tanto su personaje como la historia, en vez de caer en los discursos altisonantes y las bajadas de línea de los peores dramas lacrimógenos elude todo eso y, de manera sencilla, declara con total honestidad que no tiene nada para decir. Que lo que es, es lo que ven, y que lo que ven es lo que hay. Ricki tal vez no pueda ser mejor madre de lo que es, no puede recuperar el tiempo perdido, pero tiene su música y es lo que puede entregar. Lo único. Y está en los otros aceptar ese regalo. La película, y su personaje, lo dicen con una humildad que desarma. Al revés de lo que ocurre habitualmente, el film crece minuto a minuto y termina muy arriba. Demasiado arriba. Cuando el cine luce cada vez más agigantado, volver a las fuentes parece una sana decisión: tendría que haber muchas más de estas pequeñas grandes películas por año. Porque es imposible no emocionarse con el viaje de esa madre rockera que, habiéndose hecho a un lado en la vida de su familia, termina encontrando algo cercano a una revelación sobre el escenario, con los suyos, cantando, feliz, paralizando el tiempo. Y, claro, con Bruce Springsteen.
En Ricki and The Flash: entre la fama y la familia, Meryl Streep interpreta a una cantante de rock que eligió en el pasado seguir su vocación a expensas de sus “obligaciones” maternas. Sus tres hijos quedaron alguna vez al cuidado de su padre y de su nueva mujer. La decepción amorosa de su única hija hará que la rockera, quien toca en un bar en las noches con su banda mientras trabaja durante el día en un supermercado para ricos, viaje a visitarla, lo que implica un reencuentro con todos sus hijos y su exmarido. Streep de rockera conservadora es convincente, pero lo mejor de esta sospechosa utopía americana a escala familiar, en la que el rock opera como un neutralizador de las diferencias de clase, recae en los personajes secundarios de la banda, que incluyen a Rick Springfield en el papel de amante y guitarrista. Cuando aparecen, la película respira y la fórmula que la estructura se debilita. El viejo realizador Jonathan Demme (El silencio de los inocentes) destila cierta elegancia en el registro, como se puede ver en algunos travellings lentos hacia delante para seguir ciertas escenas, algo que se puede percibir en la mejor secuencia de la película, cuando Streep canta un tema acompañándose con su guitarra mientras su hija y el padre escuchan y reviven indirectamente viejos tiempos familiares. Como suele suceder en este tipo de películas, una fiesta de casamiento es el escenario en el que la reconciliación absoluta entre todos los miembros de la familia tiene lugar, secuencia obligada que marca los límites de las propuestas de esta naturaleza. Es uno de los mejores trabajos de la actriz, principalmente por la liviandad que transmite, condición que delimita cualquier performance física y gestual para demostrar profundidades psicológicas y piruetas anímicas existenciales. Como pasaba en Los puentes de Madison, la vida ordinaria le sienta bien a la dama de los Óscars, que suele siempre enfatizar sus proezas dramáticas frente a cámara desconociendo la virtud de la discreción.
Así como en su momento de mayor gloria la guionista Diablo Cody contó, para beneplácito de todos, con la actuación de Ellen Page, para encarnar a Juno, esa triste niña embarazada que daría en adopción a su hijo, en el filme “La joven vida de Juno” (2007), ahora es Meryl Streep la que intenta sacar a flote a esta producción, nada menos. Pero es una tarea ciclópea hasta para ella. (Suena la música que hizo famoso a Lalo Schifrin). Claro que nada está por descubrir, la varias veces ganadora del premio de la academia de Hollywood ha demostrado que puede encarnar cualquier personaje de manera extraordinaria, sea una feroz madre, o una amante sin concesiones, hasta podría hacer de rapero negro con ascendencia japonesa y sería creíble. En este caso se pone en la piel de una sexagenaria guitarrista de Rock, imagen misma del fracaso, quien ha abandonado a su familia para alcanzar un sueño que nunca se cumplió. En este rubro aparece muy bien acompañada por su hija en la vida real, Mamie Gummer, quien personifica a su hija abandonada. Asimismo aparece como el ex marido, Kevin Kline, ahora casado en segundas nupcias, tan desperdiciado como el resto de los actores y la sapiencia de Jonathan Demme como narrador de historias. Todo es demasiado de formula, un gran catalogo de lugares comunes mal construido, pero al mismo tiempo injustificado, por lo que termina casi resultando inverosímil todo el relato. Lo que dispara la pregunta por la génesis. ¿Esta mujer pudo ser alguna vez madre de esos jóvenes, o esposa de ese hombre rayano en los convencionalismos a ultranza? Ricky, tal su nombre artístico, recibe la llamada de Pete, su ex marido, que le pide venga a socorrer a Julie (Mamie Gummer), la hija de ambos, quien se acaba de separar y esta desconsolada. ¿Qué? Hace años que esta mujer desapareció de sus vidas. Lo que sea. No es que nos enfrenten a la reconstrucción de una historia en pasado por ausencia, sino que a partir de la muy mala construcción de los personajes lo que se denota es la ausencia total de intuiciones para realizarlo. Tal como ocurría con la nombrada “Juno”, sólo que en esa ocasión el tema era más movilizante y/o perturbador. Lo mejor del filme podrían encuadrarse en los números musicales, de manera aislada, las canciones digamos, el movimiento de los músicos arriba del escenario, no en la utilización de los mismos, ya que si faltaba la cereza del postre es el número final y la justificación del mismo como escena empática sobre familia que podría reconciliarse. Antes, nos bombardearon con otros lugares políticamente correctos de la actualidad, la presentación de un hijo que se va a casar y el otro, “el” menor homosexual. ¡Too much!
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Ricki & The Flash, entre la fama y la familia, es la película ideal para olvidarse por un momento de los problemas cotidianos y pasar un rato distendido sin grandes pretensiones cinematográficas. La historia es sumamente convencional, amena, tierna, rosa, humana, simple y absolutamente predecible, pero si...
A principio de año vimos a Meryl Streep en “Into the Woods” dándole vida a la bruja malvada y fea, que además de cantar muy bien era una madre sobreprotectora de su hija. Ya pasaron unos meses desde el estreno del musical de Disney y hoy le toca darle vida a un personaje completamente diferente. Ricki (Meryl Streep) se cree que es una estrella de rock, pero tiene una banda con un grupo de fans (adultos que seguro ya son abuelos) y un pequeño grupo de jóvenes que ama “Ricki & The Flash” por los covers que toca. Está en bancarrota, su vida no es un ejemplo para nadie y ahora se le suma un nuevo problema. Su hija, una mujer grande, a la cual no ve hace muchísimos años se separó de su marido y la necesita. Así comienza este viaje en el que ella tiene que volver a ponerse el traje de madre, volver a conocer a sus hijos, aceptarlos y ayudarlos a salir adelante.