Sin la dirección de Denis Villeneuve llega Sicario: Día del soldado, la secuela que trae nuevamente al agente de la CIA, Matt Graver -Josh Brolin- y Alejandro Gillick -Benicio del Toro-, quienes unen fuerzas para combatir a los carteles de la droga en la frontera entre México y Estados Unidos, y tratarán de controlar el tráfico de personas. Realizada por Stefano Sollima -realizador que viene de la televisión con la serie Gomorra-, esta continuación recurre a las tomas cenitales y a las elaboradas escenas de acción desde el comienzo, sumergiendo a los personajes en un espiral de violencia del que parece complicado salir ileso. El relato aprovecha un tema actual de la era Trump y detona una nueva amenaza fronteriza con múltiples ataques terroristas que dejan una quincena de muertos en un supermercado. El guión de Taylor Sheridan explota la doble faceta de los personajes y en la trama no hay buenos ni malos, todos se confunden en un explosivo cóctel luego del secuestro de Isabela Reyes -Isabela Moner-, la hija de un capo de la mafia a la que, lejos de eliminar, Alejandro decidirá proteger pagando las consecuencias. Sin estar a la altura de su antecesora, la película entrega nervio, tensión y secuencias explosivas -sobre todo las que tienen lugar en la carretera y el desierto- potenciando el clima de suspenso cuando aparecen los inexpertos jovencitos dispuestos a convertirse en sicarios. Sin adelantar demasiado y sorteando varios obstáculos, el relato impone su clima oscuro a partir de la doble moral, las traición, las capuchas y la violencia sin límites. El mayor mérito es la presencia de la dupla protagónica y, a pesar de un hecho casi imposible -que aquí no adelantaremos-, se abre la puerta a una tercera parte.
Jugando a la guerra sucia Al igual que en Sicario (2015), el extraordinario film del realizador canadiense Denis Villeneuve, la secuela, también escrita por Taylor Sheridan, responsable del guión de la maravillosa Sin Nada que Perder (Hell or High Water, 2016), Sicario 2: Día del Soldado (Sicario: Day of the Soldado, 2018) se enmarca nuevamente en un estilo de films de gran crudeza sobre los acuciantes conflictos sociales en la frontera entre Estados Unidos y México que tuvieron su punto de partida a nivel cinematográfico con Traffic (2000), la obra de Steven Soderbergh protagonizada por Michael Douglas, Benicio Del Toro y Catherine Zeta-Jones. En esta oportunidad la dirección quedó a cargo del realizador italiano Stefano Sollima, conocido por su film anterior, Suburra (2015), y por la dirección de varios episodios de la serie Gomorra (2014-2016). Con una trama más explícita que profunda y menos sensible pero más brutal que la obra que la precede, el film de Sollima narra nuevamente la guerra clandestina entre el gobierno norteamericano y los carteles de la droga, pero esta vez no por la droga sino por el tráfico de personas de un país a otro, negocio migratorio que según la teoría de la película se habría impuesto al tráfico de drogas duras por su mayor rentabilidad producto del constante flujo de personas hacia Estados Unidos y el carácter desechable del recurso humano, sobre el que no se realiza ninguna inversión para su traslado. La trama desencadena algunos de los mayores temores respecto de las nuevas formas que el terrorismo adquiere para escamotear la vigilancia y el control fronterizo que realizan las agencias de seguridad en Estados Unidos. El relato discurre así sobre el negocio del tráfico ilegal de personas hacia ese país y la desconfianza y el peligro respecto al ingreso de terroristas por esa vía. En Sicario 2: Día del Soldado, un cruel ataque terrorista en un supermercado desata una operación de contrainteligencia por parte de un grupo de mercenarios contratados por el Departamento de Defensa norteamericano que involucra el secuestro de la hija de un jefe narco para promover una guerra entre carteles rivales para dividirlos y controlarlos. La muerte de un grupo de policías mexicanos involucrados con uno de los carteles complica la misión de sembrar confusión y terror y la operación pasa de ser un fracaso a un verdadero desastre que es imprescindible contener, lo que genera conflictos de intereses, pruritos morales y pruebas de lealtad y deslealtad. De esta forma la película da cuenta de un cambio de paradigma dentro de los carteles por el control de la frontera, un no lugar donde los sujetos pasan a ser una mercadería sin valor real, incluso descartable. La obra tiene buenas actuaciones de parte de un gran elenco encabezado por Josh Brolin y Benicio del Toro, mucha tensión narrativa y construye una historia interesante sobre una cuestión de actualidad que oscila entre el agudo existencialismo descarnado de Sheridan y el parco realismo inclemente de Sollima, combinando ambos estilos con un resultado contradictorio que no llega a plasmar la visión del primero, quien ya ha demostrado con Viento Salvaje (Wind River, 2017) que es también un gran director, y deja al descubierto las obsesiones de Sollima alrededor de parsimoniosas secuencias innecesarias. A diferencia del film de Villeneuve, el opus del realizador italiano es demasiado confuso, eligiendo un realismo feroz pero que no indaga en la crueldad como motor filosófico de las acciones. El desierto no surge aquí como un lugar desolador donde la condición humana se macera y se modula en la frontera de la moralidad para lograr una crueldad irreversible, aunque sí se indaga en la construcción del carácter sicario y en la venganza como un motor ante el escenario de violencia que se cierne sobre unos personajes atrapados por su odio y rencor. Sicario 2: Día del Soldado es así un film demasiado explícito con una música industrial atronadora que renuncia al terror perturbador y al simbolismo para dejar vívidas imágenes sobre la muerte que apila cadáveres en las carreteras de tierra alrededor del desierto, creando asesinos en una visión muy oscura de la naturaleza humana y del presente y el futuro de los migrantes latinos.
Oscura metáfora de la realidad, aquello que propone esta nueva entrega de Sicario no es nada más ni nada menos que la espiral de violencia que responde a una construcción del otro en la era Trump. Carteles en guerra, fronteras débiles, vínculos que se afianzan y dos niños a merced de las balas que terminarán por definirse como los verdaderos protagonistas del relato. Sórdida, por momentos con un regocijo por el dolor y la sangre, su solidez narrativa potencian una trama ideológicamente cuestionable.
Sicario 2 – Soldado: Vivir para perder otra batalla. Benicio del Toro y el guionista nominado al Oscar Taylor Sheridan vuelven a convertir la lucha de E.E.U.U. contra los carteles mexicanos en una batalla mitologica. La gran mayoría de las secuelas son recibidas con instantáneas negativas. Aún cuando forman parte de una planeada trilogía no terminan salvándose de esa sensación popular de que tan fácil puede terminar siendo la mejor como la peor de las tres. No hay porque dudar más de la calidad de un film solo porque se trata de una continuación, aunque es verdad que a una segunda parte se suma el reto de retomar una trama y personajes ya establecidos para otra historia diferente. Justamente las secuelas que logran hacerlo satisfactoriamente y asimismo recontextualizarlos para crear algo valioso terminan siendo especialmente celebradas por haber conquistado un reto tan mayúsculo. Lamentablemente este no es uno de esos casos. Lo mejor que alguien puede sacar de Sicario 2 es verla como un buen ejemplo de como no realizar una secuela. Regresamos a dos de los personajes principales de la Sicario original, interpretados por Josh Brolin y Benicio del Toro. El mayor cambio es que a pesar de su importancia, solían ser personajes satelitales girando alrededor de nuestra protagonista mientras que en este caso toman la batuta y se convierten en definitivos protagonistas del film. Los carteles mexicanos comienzan a ingresar terroristas del medio oriente a Estados Unidos por medio de la frontera del sur (el guion decide justificarlo con una frase al voleo que pregunta retóricamente si sabemos lo que se disparo el precio de la cocaína tras el ataque a las torres gemelas), dándole al gobierno norteamericano la excusa para poner a los carteles en su lista de terroristas y autorizar a Brolin a darle rienda suelta a cualquier método para combatirlo, no importa lo peligroso, ilegal o destructivo que sea. Eso solo significa una cosa: Benicio del Toro. Como rápidamente podrán sospechar, durante la película habrá varias instancias en las que la audiencia debe renunciar a todo semblante de cuestionamiento para con los hechos en pantalla, no importa lo difícil que sea tomarlos en serio tan fácilmente. El guionista Taylor Sheridan, actor de televisión (Veronica Mars, Sons of Anarchy) devenido a escritor nominado al Oscar (Hell & High Water, Wind River), regresa al mundo que creo en su primer guion y da el primer paso en falso en su carrera como guionista. Aunque por momentos hay destellos de su calidad, en lineas generales y puntualmente en momentos claves, este es un guion que pide demasiado del espectador sin terminar dándole mucho a cambio. Pide que hagamos vista gorda a los tantos detalles cuestionables cuando ni siquiera los aprovecha para contar una trama que logre general más que un relativo entretenimiento. Se trata de un film que buscan tensión y sorpresas, pero más fácilmente encuentre cuestionamientos decepcionados e incluso alguna que otra risa incrédula. En esta segunda parte ya no esta la intrigante inventiva de Villeneuve en la dirección, la tensión del soundtrack de Johannsson ni la bella profundidad de Deakins en la fotografía, por lo que la frágilidad de la trama esta desnudada por una dirección y fotografía que luchan por mantenerse a flote de lo decente. En cuanto a la banda sonora, parece evidente por la extrema similitud que el nuevo compositor se encontro respetando en demasía el trabajo del fallecido Johannsson, pero ciertamente no ayuda el hecho de que el estruendoso bajo se repita una y otra vez (no extrañaría que se utilice más de 10 veces durante la película). ¿Quién podría culparlos? La derivativa banda sonora es el único elemento capaz de generar algún tipo de tensión en el espectador, algo letal para una producción que apunta a la tension como su mayor arma de entretenimiento. Por todo esto es que Sicario 2 falla no solamente como secuela, sino como película. Se queda corta en todas sus bondades y ofrece muchísimas debilidades para soportar durante sus poco interesantes dos horas. Lo mejor que podemos sacar de esta secuela es utilizarla para recordarle a la gente ver la original, merecidamente una de las películas más aclamadas del año 2015. Esta segunda parte, aunque no es terrible, sufre uno de los peores pecados cinematográficos: la mediocridad.
Entre carteles y terroristas “Sicario 2: Día del Soldado” (Sicario: Day of the Soldado, 2018) es una película de crimen que funciona como secuela de la cinta de 2015 “Sicario”, protagonizada por Emily Blunt. Esta vez Denis Villeneuve no está más a cargo de la dirección, dándole paso a Stefano Sollima; el guión sigue siendo de Taylor Sheridan (Hell or High Water, Wind River). En el reparto vuelven a estar Benicio del Toro, Josh Brolin y Jeffrey Donovan; también se suman nuevos personajes interpretados por Isabela Moner, Catherine Keener (Percy Jackson, Huye), Elijah Rodriguez, entre otros. Al darse cuenta que los carteles de droga mexicanos infiltran a terroristas por la frontera, la CIA manda a Matt Graver (Josh Brolin) a resolver el problema. Éste les avisa que para una posible solución tendrá que ensuciarse las manos, por lo que se contacta con el sicario Alejandro Gallick (Benicio Del Toro) para que se una a la misión. El objetivo consistirá en iniciar una guerra entre los carteles, y para conseguirlo secuestrarán a la adolescente Isabel Reyes (Isabela Moner), hija de un reconocido narcotraficante. Pero debido a algunas complicaciones, las cosas no saldrán exactamente como fueron planeadas. Todos estábamos de acuerdo en que “Sicario” de 2015 no necesitaba de una secuela, incluso no lucía esperanzador que Emily Blunt no esté más en el reparto. Sin embargo, tanto Taylor Sheridan como Sollima lograron darle a esta nueva historia una vuelta de tuerca interesante, manteniendo a rajatabla la atmósfera de su predecesora. Porque aunque sigan estando los carteles, el problema ya no tiene tanto que ver con la droga sino con cómo estos se dedican a pasar inmigrantes religiosos de México a EE.UU. Ya desde el comienzo seremos testigos de una secuencia tan bien armada como impactante, donde en un supermercado ingresan tres personas vestidas de negro que no llaman la atención. La detonación de las bombas en seguidilla, con los demás tratando de salvar sus vidas, produce un terror que logra traspasar la pantalla y de alguna manera nos indica la brutalidad que se viene. La mayoría de cosas que estuvieron geniales en la primera parte vuelven a estar presentes aquí por más que las personas a cargo hayan cambiado. Por ejemplo, debido a la muerte de Jóhann Jóhannsson, la música ahora fue compuesta por la chelista islandesa Hildur Guðnadóttir. Ella logró unas melodías inquietantes que mantienen la tensión durante toda la trama, haciéndonos sentir que algo malo puede ocurrir en cualquier momento. En cuanto a la fotografía, en 2015 Roger Deakins nos había dado excelentes tomas aéreas de paisajes tan áridos como desolados, aspecto que Dariusz Wolski mantiene a la perfección. Además, se continúa jugando con la oscuridad de la noche y lo distinto que se ve todo de día. Las actuaciones siguen siendo muy buenas, en especial la de Benicio Del Toro e Isabela Moner, joven que debe ponerse en la piel de una muchacha que le tocará sufrir sólo por ser “hija de”. Por parte del personaje de Del Toro, conoceremos un poquito más sobre su familia y enemigos, a la vez que no sólo lo veremos siendo un hombre ultra rudo. Lo único que le juega en contra a “Sicario 2: Día del Soldado”, aparte de que no se comprende por qué se llama así si nunca hacen referencia a ese día, es su tramo final. El filme se vuelve inverosímil en varios sucesos, así como termina de una forma demasiado hollywoodense para que exista una tercera entrega. Por lo demás, la película se consolida como una digna secuela que otra vez logra atrapar al espectador gracias a los métodos no convencionales de la policía estadounidense.
Tal vez sea más descarnada que la obra que la precede. Y puede ser que Sicario (la de 2015, dirigida por el canadiense Dennis Villeneuve, que optó por dirigir otra secuela, la de Blade Runner antes que la de este filme) haya sido más profunda, menos literal. Más congruente. Pero esta Sicario: Día del soldado es elocuente en su bravura. Y abre espacio para el debate sobre las formas en las que un Gobierno intenta resolver sus problemas, los derechos humanos, la solidaridad y la hipocresía. Ya no está en primer plano el tráfico de drogas en la frontera entre los Estados Unidos y México, aunque sigue en el nuevo filme. En lo que se centra es en el tráfico de personas, el ingreso ilegal, pero el guión de Taylor Sheridan -libretista de Sicario- da un giro. La preocupación por el escaso control fronterizo es que ingresen por esa vía terroristas. Hay un terrible ataque terrorista a un supermercado, lo que dispara una operación de contrainteligencia. Y aquí entran a jugar los personajes que tan bien conocimos en la primera: Matt Graver (Josh Brolin) y Alejandro (Benicio Del Toro), este último teniendo mucha más gravitación, y entendiendo lo que sucede de una forma que lo toca en lo personal. Ya sabrán por qué. Hay torturas y el secuestro de la hija de un capo del narcotráfico para crear y fomentar una guerra entre los carteles. Y hay varias historias que se irán contando en paralelo -¿como Traffic, una de las primeras realizaciones que se encargaron desde Hollywood de contar el conflicto?- para ir desembocando en un relato común. Es claro que el director romano Stefano Sollima (varios capítulos de la serie Gomorra le abrieron esta puerta) no es Villeneuve. Y también que el guión de Taylor Sheridan (autor del de la candidata al Oscar Sin nada que perder y él también director de la muy buena Viento salvaje) tiene fuerza suficiente para sostener en tensión al espectador por casi dos horas. La crueldad tanto en una Sicario como en otra, es distinta. Aquí no es el motor, ni se la cuestiona de la misma manera. Igual, cierta “sorpresa” que causa la desaparición de un personaje se ve desdibujada a los pocos minutos. No importa: Sicario: Día del soldado es un alegato, es un filme de acción, es un drama, en síntesis, es una película que denuncia el accionar del Gobierno de los Estados Unidos y del terrorismo, desdibujando las líneas que separan la legalidad de la deshonra.
Publicada en edición impresa.
Sicario 2 es una secuela olvidable del gran thriller que hizo Dennis Villeneuve en el 2015, cuya única finalidad es tratar de convencer al público norteamericano que la construcción del muro en la frontera de México es necesaria, para evitar que los latinos se conviertan en futuros criminales o potenciales terroristas. En realidad ni siquiera es una continuación, ya que no tiene ninguna conexión con la entrega previa, salvo por el hecho que reaparecen los personajes de Benicio del Toro y Josh Brolin. Por ese motivo este film se puede ver tranquilamente sin necesidad de conocer la producción original. A la hora de reseñar esta película creo que es necesario dividir los aspectos técnicos del tratamiento que se hace del tema del narcotráfico. La trama carece de la complejidad que tuvo el trabajo de Villeneuve, ya que fue encarada como una propuesta más pochoclera con el objetivo de crear una nueva franquicia a través del Sicario Universe. La dirección en este caso corrió por cuenta de Stefano Sollima, hijo del legendario cineasta italiano Sergio Sollima, quien brindó clásicos memorables del spaguetti western (The Big Showdown con Lee Van Cleef) y el policial europeo. Sollima fue responsable de impulsar la carrera de Charles Bronson como estrella del cine de acción en Cittá Violenta (1970) y en este estreno queda claro que su hijo heredó el talento para filmar buenas secuencias de tiroteos y persecuciones. En ese punto a Sicario 2 no se le puede objetar nada y tiene algunos momentos intensos muy buenos donde se percibe cierta influencia del cine de Sam Peckinpah en el tratamiento de la violencia. La labor de Sollima junior es más que correcta en la parte técnica y su película funciona como thriller de acción, gracias a que también supo aprovechar a las figuras del reparto. La gran debilidad de este film pasa por el decepcionante guión de Taylor Sheridan, quien venía sorprendiendo con la calidad de sus historias. Mi teoría personal es que este proyecto lo encontró sobrepasado de trabajo y se lo sacó de encima a las apuradas. Sheridan se destacó con el guión de Hell or High Water, luego brindó otra gran película como director en Wind River y en los últimos meses estuvo ocupado con la serie Yellowstone, con Kevin Costner que se estrenará pronto. En Sicario 2 se nota que no le puso la misma dedicación y presenta un guión chapucero con exceso de testosterona y un tratamiento irresponsable del problema del narcotráfico. México es retratado como un país anárquico donde todos son corruptos y cualquiera puede organizar una masacre en zonas residenciales del DF a plena luz el día sin problemas. En este festival trillado de la exageración la frontera mexicana está completamente dominada por los narcos, quienes contribuyen a que el terrorismo se infiltre en los Estados Unidos. Inclusive pone la mira en los inmigrantes latinos legales que podrían convertirse en potenciales criminales de acuerdo a una de las subtramas principales del film. En un momento tan caldeado con este tema en los Estados Unidos este enfoque del conflicto, donde todos los inmigrantes latinos son retratados como una amenaza, no es muy acertado que digamos. La trama tampoco se mete de lleno con el funcionamiento de los cárteles y la película se ve debilitada con un tercer acto ridículo que tiene más agujeros argumentales que un colador. El tráiler de Sicario 2 daba a entender que los personajes de Benicio del Toro y Brolin se reunían para desbaratar definitivamente un cártel y eso nunca ocurre, ya que la trama va por otro lado. Es decir que la película que se vende en los avances no es la que después encontrás en el cine. Por otra parte, varias situaciones que se justifican con coincidencias y situaciones inverosímiles alejan a este film del realismo que había tenido la primera entrega. Reitero esta cuestión, Sicario 2 no es una mala película y se deja ver pero queda muy opacada por la obra original que fue completamente superior.
Día de la secuela De todos los proyectos de secuela no hay ninguno tan inusitado como Sicario 2: Soldado (Sicario: Day of the Soldado, 2018). Lo que es más insólito aún es que la continuación de Sicario (2015) retenga su buena racha como una buena y estilizado película de género a pesar de la ausencia del director original Denis Villeneuve y el peligro inherente a sobreexponer un mundo hecho atractivo por su impenetrabilidad. La original seguía los pasos de la joven agente del FBI Macer (Emily Blunt), un peón utilizado por una fuerza especial del Departamento de Justicia estadounidense para legalizar sus operativos encubiertos contra un cártel mexicano. Macer ha desaparecido para la secuela: el DOJ ha expandido la definición de “terrorismo” para incluir al narcotráfico, lo cual les da carta blanca para cruzar a México y conducir la guerra contra los cárteles locales como les plazca. No más papeleo. La trama consiste en un operativo conducido por Matt Graver y el sicario del título Alejandro Gillick (Josh Brolin y Benicio Del Toro, ambos excelentes en papeles menos intrigantes de lo que solían ser) para abducir la hija adolescente de un poderoso narco y sembrar cizaña entre los cárteles. Yendo y viniendo entre fronteras la misión se complica y Alejandro e Isabela (Isabela Moner) son separados del grupo y quedan librados a la merced de una tierra inmisericorde. Por escrito la trama no se eleva por encima de cierto tipo de cine ya harto explotado sobre la eterna guerra contra el narcotráfico (o su versión cómica-grotesca firmada por Robert Rodríguez). La cinta original poseía méritos tan formales como estéticos: conjugaba intensas escenas de suspense con la aparición sorpresiva y puntual de violencia, cada escena era esculpida con un detallado pragmatismo (qué no decir, qué no mostrar) y se delineaba un mundo tan enigmático e intimidante como los personajes que constituían su maquinaria. Fortalezas que el italiano Stefano Sollima, director de la secuela, importa de manera efectiva. Taylor Sheridan, escritor de la primera película, firma el guión de la segunda. Si no se supera a sí mismo es porque la trama es dispersa (el miope punto focal de Macer es reemplazado por tres puntos de vista; entre ellos el de un joven aspirante a sicario cuya línea argumental es la de mayor pregnancia y menor relevancia) y pone en peligro la mística de Alejandro, el sicario amoral, al darle un ancla moralizante en forma de una hija sustituta. Su arco por otra parte resulta reiterativo. Que Alejandro todavía se deba venganza por la muerte de su familia merece una explicación (considerando el contundente clímax de la anterior) que la película no ofrece. Si el final resulta tan abrupto como inconcluso es porque, aparentemente, se proyecta una trilogía. Sicario 2: Soldado no tiene una trama tan ajustada como la anterior y en algunos casos parece haberse arrinconado sin saber muy bien qué dirección tomar, pero como thriller criminal - mezclado con el western más bizarro y descarnado - es exitoso por ley propia.
Esta secuela de Sicario, de Dennis Villeneuve, retoma a los personajes de Josh Brolin y Benicio Del Toro y los vuelve a enfrentar con los carteles mexicanos. El conflicto inicial es el tráfico de personas a través de la frontera de México y Estados Unidos, con una serie de ataques del terrorismo islámico. La película dirigida por Stefano Sollima esta definida por la ambigüedad: contiene tantas críticas sobre la forma norteamericana de lidiar con ciertos problemas y las acciones particulares de sus protagonistas como momentos en los que los pinta con una pátina de heroísmo hollywoodense. Oscura, violenta, entretenida, la película brilla con fuerza en los momentos en que se acerca al western.
El negocio no deja nunca de sorprender y el que aquí nos compete es un ejemplo perfecto para aseverar que cualquier película existente está en condiciones de recibir una secuela, precuela o desprendimiento. No importa si la primera parte fue un thriller criminal autoconclusivo, que no dejó ninguna puerta abierta para una continuación. Los productores hambrientos de novedosas propiedades intelectuales que minar van a encontrar la forma de reabrir la historia. Y en honor a la verdad, no se puede decir que sea puro cash grab. Ese término se aplica para las segundas partes hechas a las apuradas, sin ningún tipo de necesidad y con el único fin de recaudar más dinero en una utilización descarada del título. Sicario: Day of the Soldado era innecesaria, pero compensa al construir un thriller tenso e inteligente con mucho a su favor.
Más que una segunda parte del exitoso film del 2015 es un comenzar de nuevo con los dos personajes fuertes encarnados por Josh Brolin y Benicio del Toro. Cambio el director, ahora es Stefano Sollima ( la serie “Gomorra”), pero por suerte se quedo el guionista Taylor Sheridan. Lo que aquí sirve de punto de partida es una suposición fantasiosa: que los carteles de la droga mexicana controlan la inmigración clandestina y así facilitan la entrada de terroristas islámicos al territorio de EEUU. Y por eso el gobierno quiere provocar una guerra entre organizaciones mafiosas para frenar esa ” importación de peligro”. Una fantasía muy a tono con Trump. Para provocar esa guerra deciden raptar a la hija del capo de un cartel y echarle la culpa al rival. Ese trabajo sucio se lo encargan al militar que encarga el fantástico Brolin, que esta en su año. Y él a su vez convoca al misterioso personaje de Benicio del Toro, a quien le mataron a su familia. A partir de allí comienza una historia oscura, con asesinatos a granel, acción, idas y vueltas en los enjuagues del poder y una pintura ominosa de ese mundo violento y terrible. En el medio sobresalen las historias de dos jovencitos con grades actuaciones de Isabella Moner y Elijah Rodriguez con situaciones que dan escalofrío por lo peligrosas e inapelables. Entre del Toro y Brolin una relación sinuosa interesantísima que les permite lucimiento en la construcción de climas. Hacia el final unas vueltas de tuerca del guion demasiado forzadas. La impecable fotografía de Dariusz Wolski y el pulso del director redondean un film vital y trágico, con defectos y virtudes que vale la pena ver.
Secuela del éxito de 2015, "Sicario: Día del soldado", de Stefano Sollima, es una continuación bastante más estándar que su original. En 2015, el hoy consagrado canadiense Denis Villeneuve realizaba su film más prototípico luego de un primer asomo a un “Hollywood” más independiente con "El hombre duplicado" y "La sospecha". "Sicario" fue el primer film que lo llevó a Villeneuve como carta para vender un film. Resultado, un éxito en la taquilla, el film más impersonal, tradicional, y por lo tanto plano, de un director que sabe maravillar desde diferentes rubros. Taquilla manda y su secuela fue anunciada casi de inmediato, aunque con un dato, Villeneuve dio el portazo y se fue a dirigir cosas como "Blade Runner 2049". En su lugar, quien ocupa la silla de director, es otro que necesita carta de presentación en Hollywood, el italiano Stefano Sollima, conocido por Suburra y la serie de televisión que adaptó el éxito de ese país "Gomorra". En primera instancia, Sollima pareciera ser un director más acorde en su estilo para llevar a cabo esta historia de policías de fronteras, y bandos manchados de un lado y del otro. También es cierto que, aunque "Sicario" había sido el film “menos artístico” de Villeneuve, no dejaba de tener a un director que sabe diferenciarse de la media, y colaba varias escenas con una puesta notoria. Algo similar a lo que sucedió con "Traffic" de Steven Sodherberg o "Fuego contra fuego" de Michael Man. Sollima no corre riesgos, y" Sicario: Día del soldado" es lo que podía suponerse, un film de estudio, que da toda la impresión de ser pensado por productores, intentando repetir el éxito anterior en base a fórmulas aplicadas. Palabras más, palabras menos, en Sollima encontraron un piloto automático. Casi como la diferencia entre Villeneuve y, por decir alguien con experiencia en moldes, Antoine Fuquá. En realidad, "Sicario" trascendió no tanto por Villeneuve, como por dar a conocer a su guionista, nominado a varios premios, el celebrado Taylor Sheridan, que luego brillaría en "Sin nada que perder" y "Viento salvaje" (en la que también se animó a la dirección triunfando). "Sicario" fue el primer guion de Sheridan. Algunos alabaron su nervio, su capacidad para crear personajes ambiguos, y la no complacencia en evitarle a los protagonistas momentos escabrosos o dudosos. Otros, posamos la mirada en ver cómo se seguía una gastada fórmula de historia de narcos, con lugares comunes del “mundo latino”, y hasta alguna incapacidad para hacer trascender una historia más allá de la rutina. Aguas divididas. "Sicario: Día del soldado" repite a Sheridan, y las aguas vuelven a dividirse. Por un lado, estamos frente a un film algo más enérgico, con más acción, y menos pretencioso sobre el qué contar. Por otro, vuelve sobre sus personajes creados, le falta uno que antes fue su pilar fundamental, sobreabunda aún más en lugares comunes; y algo que antes había sorteado bastante bien, presenta conceptos frontera afuera de Estados Unidos bastante cuestionables. "Sicario" contaba con tres personajes centrales, Alejandro Gillick (Benicio del Toro) un policía de frontera infiltrado; el agente de la CIA Matt Graver (Josh Brolin), y la novata Kate Macer (Emiy Blunt) como el balance ante dos personajes con costados oscuros. "Sicario: Día del soldado" dice adiós a Kate Macer, y no sólo se pierde del mejor personaje y a la mejor actriz de aquella película, pierde esa mirada observadora de la corrupción, ahora ya no queda nadie que (nos) guarde esperanzas. Matt Graver cobra mayor peso en esta oportunidad. La guerra por el control del narcotráfico en México continúa, y ahora se le suma un mayor énfasis en el traspaso ilegal de ciudadanos por la frontera. Una cuestión muy actual en épocas de Trump y muros racistas. Graver y Gillick vuelven a unir fuerzas con este fin, y de una queda claro que llevarán a cabo una operación por fuera de la ley. El plan es secuestrar a Isabella Reyes (Isabela Moner), hija de un capo de la droga, y así provocar una guerra interna. Es que esta vez, "Sicario: Día del soldado" va por más, y mezcla a narcotraficantes unidos con terroristas, yihadistas. Como para matar dos pájaros de un tiro y plantear quienes son los enemigos (los que residen del otro lado de la frontera y presentan una amenaza). El plan se complica y es ahí donde se desarrollará la acción del film, y su veta más convencional. La música compuesta por Hildur Guðnadóttir, y la fotografía de Dariusz Wolski son un punto fuerte del film; aunque difícilmente superen a Jóhan Johannsson y Roger Deakins del film anterior. Josh Brolin está en su año, su personaje cambió respecto al anterior film, y es diferente a lo que compuso en los films de superhéroes "Avengers: Infinity War" y "Deadpool 2"; su ventaja por sobre un Benicio del Toro que se repite una y otra vez, es notoria. El resto del elenco cae en el cliché. "Sicario: Día del soldado" presenta varias cuestiones que no estaban en el primer film. Quizás por eso, pueda decepcionar a quienes adoraron al primer film, y convenza más a quienes le habían notado algunas fisuras. Tiene más ritmo, más acción; pero es más repetitiva, falta de inventiva, y concede a muchísimos lugares comunes y bajadas de línea.
"Deberías mudarte a un pueblo chico donde aún se respeten las leyes". Esa conclusión quedaba flotando en la primera y notable "Sicario". La secuela tiene un pueblo menos chico, donde además de los conflictos revisados en el film anterior hay infiltrados por asuntos aun más feos que la simple inmigración ilegal o el narcotráfico, lo que obliga a unir a dos rivales. Stefano Sollima, hijo de Sergio, director de notables films políticos disfrazados de westerns como "Faccia a faccia", aplica esa noción a esta película con dos formidables antagonistas, Benicio del Toro y Josh Brolin. Los momentos más tensos y las explosiones de superacción no tienen nada que envidiar a la película previa que dirigió Denis Villeneuve. El argumento daba para más. Y precisamente ese es el punto: ¿por qué el guionista de esta y la anterior película sicaria, Taylor Sheridan, no se atreve a dirigir sus propias historias terribles? Lo hizo en su excelente "Wind River", por ejemplo. En todo caso, esta nueva "Sicario" es un tremendo thriller digno de lo que uno, a esta altura, ya podría suponer que será una serie de varios films. La fotografía de Dariuz Wolski por momentos supera la de Roger Deakins del film previo, y en el elenco hay que agradecer que Sollima Jr. recupere a Mathew Modine en un muy buen papel secundario.
La frontera entre México y Estados unidos es el territorio de esta secuela, de nuevo escrita por Taylor Sheridan. El italiano Stefano Sollima (de la serie Gomorra) reemplazó a Denis Villeneuve como director. Sin Emily Blunt, reencuentra al militar de métodos poco ortodoxos Matt Graver (Josh Brolin) con el ex abogado killer Alejandro (Benicio del Toro). Una trama de violencia que cruza el tráfico de personas con los carteles, infiltrados por el gobierno estadounidense para provocar una guerra interna, a partir del secuestro de la hija adolescente de uno de sus líderes. Y una trama que funciona mejor en algunas partes que en otras, armada con personajes sin escrúpulos, con la injusticia social como marco teórico y la guerra sucia como única realidad. La violencia no da respiro, ni siquiera en una escena en una escuela de niñas, y tampoco queda mucho espacio para la emoción genuina. Lo más interesante está, probablemente, en su logrado clima de western fronterizo, que parece tan del gusto del talentoso Sheridan (Hell or high water, Wind River) mirado ya sin esa estilización onírica del film anterior.
Cuando pasó una hora de "Sicario 2" uno se da cuenta por qué el canadiense Dennis Villeneuve, que dirigió la excelente "Sicario" de 2015, decidió no hacerse cargo de esta secuela. La máxima que reza "segundas partes nunca fueron buenas" se amolda bien a este caso. Esta vez el guión vuelve a estar firmado por Taylor Sheridan (el de la candidata al Oscar "Sin nada que perder"), y la dirección corre por cuenta del italiano Stefano Sollima, conocido por dirigir varios episodios de la serie "Gomorra". Es decir, firmas sobraban. Lo que faltó es un argumento sólido para volver sobre los personajes de Josh Brolin y Benicio Del Toro. La película narra nuevamente la guerra clandestina entre el gobierno norteamericano y los carteles de la droga, pero hace foco en el tráfico de personas en la frontera caliente de EEUU y México. En otros planos hay un ataque terrorista, una operación de contrainteligencia y el secuestro de la hija de un capo narco, lo que termina derivando en más de lo mismo: dos fuera de la ley como Matt Graver (Brolin) y Alejandro (Del Toro) operando a sus anchas con cualquier método en nombre de un supuesto bien. El director apela a una brutalidad explícita para maquillar un realismo ausente, porque aquí los personajes no vibran, parecen más bien títeres de un sistema perverso. Y la trama es confusa y superficial, con vueltas de tuerca que sólo se conciben en estas secuelas que nacen con fórceps.
Sicario, la primera, seguramente sea de lo mejor de Villeneuve: el tema del tráfico en la frontera entre Estados Unidos y México dejaba pocos resquicios para que el director hiciera un show personal de tiempos muertos, silencios y musiquitas ominosas, todas cosas que para mucha crítica suelen pasar por profundidad. Algo de eso no podía faltar, claro, pero la brutalidad del relato se imponía y evitaba que Villeneuve arruine la película (como lo haría después con La llegada y la secuela de Blade Runner, dos relatos potentes de ciencia-ficción que el director aplasta con su pomposidad habitual). No es que Sicario: Día del soldado se desprenda por completo de ese trabajo con los climas, pero lo de Stefano Sollima va por otro lado: un poco rústico, sin demasiado timing para narrar, pero con el ejercicio suficiente como para probar ideas con la cámara, el director explota bastante más que su antecesor el mundo material que rodea a los protagonistas y se preocupa menos por el desarrollo de los protagonistas. Los personajes son simples, vectores que se mueven en una única dirección y, como para no complicar demasiado las cosas, hablan poco o, mejor todavía, cuando hablan no revelan mucho, como si se comunicaran solo para intercambiar información esencial o darse órdenes unos a otros. Ahí se siente la mano de Taylor Sheridan en el guion, escritor de gran pulso con un universo narrativo poco variado pero, tal vez por eso mismo, robusto, firme: como en Sin nada que perder y Viento salvaje, acá también hay un puñado de personas desesperadas que persigue o escapa en un desierto (el bosque de Viento salvaje era eso, un desierto congelado). El fuerte de Sheridan claramente es la acción en medio de un paisaje agreste, el medirse con una naturaleza hostil, como lo sugieren, por contraste, las pocas escenas de Sicario: Día del soldado que transcurren en oficinas, donde el guion pone en boca de los personajes los peores diálogos imaginables: ministros sin escrúpulos, agentes del CIA despiadados, todo es un desfile interminables de caricaturas y subrayados con los que la película trata de comentar críticamente la política estadounidense. A Matt, el responsable de la operación, se lo ve muy poco cómodo en esa escena inicial, pero felizmente para él y para nosotros la película pone rápidamente en movimiento el relato, el personaje sale de cacería y adquiere un relieve inédito. La premisa no tiene mucho de nuevo: la historia cuenta el drama del tráfico de personas desde dos puntos de vista, el del CIA a través de un pequeño escuadrón, y el de Miguel, un chico mexicano que da sus primeros pasos en un cartel ayudando a cruzar inmigrantes por la frontera. Ese pacto salomónico narrativo tiene un objetivo: mostrar un conflicto desde lugares múltiples, tal vez creyendo que la presencia de muchos puntos de vista trae consigo necesariamente diversidad de miradas. Digamos que ese comienzo no promete demasiado, a lo sumo garantiza el típico balanceo moral del cine políticamente correcto, donde las culpas por los males del mundo aparecen repartidas. Pero Sollima y Sheridan se toman en serio la premisa y hacen algo más interesante: acá no se trata de equiparar responsabilidades, de “escuchar las dos campanas”, sino de seguir a distintos grupos de personajes en una escalada de violencia y envilecimiento que hace imposible cualquier tipo de cercanía. Tanto de Matt como de Miguel se sabe poco y nada, la película apenas delinea una situación narrativa general para cada uno y con eso alcanza: el guion hace esfuerzos denodados para evitar las simpatías con los personajes y, en cambio, intenta por todos los medios que nos fijemos en la tensión con la que se mueven y miran, el aplomo de Matt y las dudas de Miguel, el orden terrible de cosas que los dos alimentan. Mientras uno se traslada a sus anchas por un mundo que domina a la perfección, el otro descubre las miserias de los migrantes y los beneficios de ingresar a un cartel. Todo lo otro, los políticos que mienten ostensiblemente en televisión o las reuniones secretas donde se traman acciones ilegales son relleno, parecen agregados escritos por algún aficionado a los statements panfletarios al que no le gusta mucho el cine. La potencia de Sicario: Día del soldado circula por las zonas más físicas de la película, como en la larga secuencia del convoy que atraviesa el desierto y es interceptado por toda clase de enemigos. Alguien de la Nouvelle Vague decía que se puede hacer una película solo con un auto, un hombre y una mujer; resulta que varios autos y algunos hombres armados también son condición suficiente para que un director levemente inspirado filme buenas escenas. Ahí también hay que reconocer el oficio de Josh Brolin, su facilidad extraordinaria para transmitir el nervio de la escena sin decir una palabra ni exagerar los gestos, algo de lo que es incapaz Benicio del Toro: sus silencios son de un calibre infinitamente menor, se sienten forzados, como si uno no pudiera evitar ver al actor en vez de al personaje. La película viene bien hasta que se acerca el momento de los desenlaces y se suceden pifias que incluyen nada menos que a una pareja sordomuda, una vuelta de tuerca inverosímil (o más de una) y una resurrección que parece sacada de Mad Max, una pasión de Cristo o algún otro drama desértico.
La idea de una secuela para Sicario era extraña: la película del 2015 demostraba una intensión autoconclusiva, sin proyecciones de saga. Su búsqueda formal proponía un relato frío, moralmente espinoso, de ritmo tenso y eventos descarnados, pero cohesionado por la intuición poética de Denis Villeneuve, autor hábil para la abstracción hipnótica que alcanzó la gloria con La llegada (2016) y regaló momentos seductores en Blade Runner 2049 (2017). Esta vez, Villeneuve no estuvo vinculado al proyecto, entonces uno se pregunta: ¿cómo darle continuidad a un producto clausurado en su desinterés narrativo? El éxito de Sicario fue un tanto inesperado, algo así como una revelación de taquilla, pero el mérito no residía en un guión novedoso ni en una campaña de marketing, sino en la gracia de un autor. Lo que intenta Sicario 2 es sostener esta gracia bajo la ausencia del autor. Un nuevo relato exigiéndole al nuevo director la estética de Villeneuve. El resultado es tan desconcertante como esos ejercicios estilísticos que proponen los talleres literarios. Sicario 2 logra un aire familiar e impostado, difícil de tomar en serio por su carácter de copia pero relativamente óptimo como relato. No es una mala película, el problema es que los elementos conceptuales y líricos del 2015 giran en el aire sin que el director asignado, Stefano Sollima, pueda entrelazarlos. Emily Blunt como el nudo ético entre protocolos y accionares parapoliciales ya no está, así que la trama recae enteramente en Benicio Del Toro y Josh Brolin, dos seres decididamente periféricos a la ley. La confección de estos personajes tiene sendos pecados: hipérbole de inescrupulosidad en Brolin e inconsistencia psiciológica en Del Toro, que se moviliza por un impulso rústico: la venganza. No obstante, para que el perfume de Emily Blunt regrese, ambos personajes tocan fondo y se cuestionan sus límites. Allí aparece un desarreglo obsceno en el esquema de Sicario 2: la duda en estos monstruos no es creíble ni tonal, menos si el motor es la hija de un narcotraficante que deciden proteger. Stefano Sollima también abre la subtrama de un aprendiz de narcotraficante por dos razones: crear un personaje potable para una tercera entrega y exhibir con regodeo insólito el tráfico de personas en la frontera entre México y Estados Unidos. Si el filme de por sí se obnubila en su barniz sanguinario, la representación del drama migratorio resulta abominable. “Son ovejas, trátalos como tal”, le dirá un personaje a este aprendiz, y escena siguiente veremos cómo una señora muy mexicana se ahoga cruzando un río porque el aprendiz le ordena al resto que la dejen, que no vale la pena. Quizás tampoco valga la pena esperar una tercera parte.
Crítica emitida en Cartelera 1030 por Radio Del Plata, el sábado 30/6/2018 de 19-20hs. Este filme es una secuela de Sicario (2015) , el cual estaba dirigido por Denis Villeneuve, en esta oportunidad hay un cambio de director por Stefano Sollima ( director de la serie Gomorra). Sin embargo, se mantienen los personajes principales que son el vengativo Alejandro (Benicio Del Toro) y el agente Matt (Josh Brolin), ambos demuestran una vez más que son excelentes actores. Mientras que en Sicario el personaje de Emily Blunt decía “yo no soy un soldado", aquí todos lo serán y estarán como peones de operaciones mayores. Mientras que en la 1° entrega el gobierno y la policía norteamericana luchaba contra un grupo de narcotraficantes mexicano, en esta 2° parte la trama se profundiza definiendo a los carteles mexicanos como terroristas, es decir, que según el gobierno norteamericano, utilizan la violencia con fines políticos. El filme expone el manejo político y violento de ambos lados, tanto de los norteamericanos como de los mexicanos, evidenciando que no siempre los sectores poderosos prefieren el cambio, muchas veces a ellos les conviene que las cosas sigan igual. Muy entretenida y si uno lee entrelineas la bajada de línea política es muy fuerte. Una buena película de acción, que en mi opinión es mejor que la 1° entrega que era algo monótona tanto a nivel narrativo como a nivel rítmico. Con un Final que deja la puerta abierta para una 3° entrega.
Esta segunda parte se encuentra llena de personajes donde participan los anteriores y nuevos, su desarrollo fragmentado en diferentes localizaciones e historias, resulta bien coral; una vez más se lucen Josh Brolin y Benicio del Toro, ambos sobresalen y están geniales en la pantalla. Se siente la falta del personaje interpretado por la actriz británica Emily Blunt (“La chica del tren”). Dentro de los personajes nuevos se encuentra el que intenta componer Isabela Moner (es la hija de un capo de la droga), siendo sobreactuado, le falta credibilidad y no resulta ser malvado, están correctos aunque les falta mayor desarrollo: Elijah Rodriguez, Matthew Modine e Ian Bohen. Esta trama tiene menos suspenso, es un poco menos impactante, con algunos baches y se siente un poco larga, aunque varios pasajes son interesantes, tiene bastante acción, ataques terroristas, conflicto político y thriller. Contiene impactantes planos aéreos, una fotografía increíble, la música aporta tensión, emoción, está bien dirigida y se puede disfrutar. En el 2015 tuvimos la primera entrega, al poco tiempo ya teníamos la posibilidad de ver esta y ahora sabemos que se transformará en una trilogía. Se mantiene el mismo guionista, Taylor Sheridan (“Sin nada que perder”, 2016), solo nos resta esperar la tercera parte.
EL PROBLEMA DE LA CULPA Sicario: día del soldado es un experimento raro, que intenta ser una continuidad pero también una ruptura respecto a su predecesora, sin llegar a completar el recorrido por ambas vías. Es una secuela pero también un spinoff, y a la vez no termina de ser ninguna de esas cosas. Esa tensión no resuelta se da a partir de la primera decisión importante del film, que es quitar de la ecuación al personaje de Kate Macer (Emily Blunt) –que no solo era la protagonista, sino también el eje moral de la primera película- para centrarse en los personajes de Alejandro (Benicio Del Toro) y Matt Graver (Josh Brolin), los tipos encargados de hacer todo el Mal necesario en pos del Bien requerido. Ese cambio, que podía tener un gran potencial disruptivo –poniendo en foco a tipos convencidos de sus puntos de vista pero a la vez casi amorales en su accionar- queda a mitad de camino. “Esta vez voy a tener que ensuciarme”, le explica Grave a un grupo de autoridades políticas y militares que le piden que haga lo necesario para combatir a los carteles mexicanos, que ya no solo trafican droga por la frontera, sino también personas, algunas de las cuales son terroristas y terminan cometiendo atentados en suelo estadounidense, con lo que han pasado a ser el nuevo Enemigo Número 1. “Sin reglas esta vez”, le dice luego a Alejandro cuando le explica una nueva misión, que consiste en secuestrar a la hija de un jefe narco para agitar una guerra entre carteles. Pero esas frases, que suenan a promesas por parte del relato, pronto se van revelando como engaños o de mínima verdades a medias, porque a medida que pasan los minutos, surgen nuevas normas, imposiciones, reencauzamientos y, principalmente, niveles de culpa, que empantanan la narración. La clave, al igual que en el film anterior, pasa por la culpa: la necesidad de “humanizar” a Alejandro y Graver, de permitirles tener la capacidad de “ensuciarse”, de hacer cosas terribles, pero con la condición de que tengan pruritos morales, ciertos “principios” que los guíen. En eso es fundamental el personaje de la hija del narco, que funciona como una especie de reversión juvenil (y aún más vulnerable) de Macer: es la que queda en el medio del fuego cruzado, sometida no solo a los designios, pretensiones y objetivos de políticos, militares y narcos, sino también del guión de Taylor Sheridan, que la usa como un mero peón mensajístico. Su historia se complementa con la de un joven que se inicia dentro del negocio del narcotráfico y que eventualmente se cruzará con Alejandro, como para delinear de forma tajante (y con bastante trazo grueso) la pérdida de la inocencia que acarrea la acumulación de violencia. Pero tanta moralidad, tantos dilemas, tantas cavilaciones y reflexiones, llevan a Sicario: día del soldado a un terreno paradójico, donde la búsqueda constante y forzada de ambigüedad termina anulando todo elemento ambiguo. Si la película repite defectos de la primera parte y solo se sostiene desde el profesionalismo de la violencia, la puesta en escena del italiano Stefano Sollima jamás se anima a dejar una huella propia, con lo que apenas replica la estética antes desarrollada por Denis Villeneuve. De ahí que Sicario: día del soldado sea una mera copia lavada de su predecesora, sin profundizar en su premisa geopolítica y quedándose en los lugares más cómodos a nivel dramático. Hasta pareciera que lo que verdaderamente le interesa es quejarse de la tibieza de los jefes políticos, que primero les dan a los militares órdenes de ir a fondo, para enseguida arrepentirse y retroceder sobre sus propios pasos. Aunque claro, sin dejar de resaltar lo terrible y traumática que puede ser la violencia en la vida de los jóvenes. Lo que se puede intuir en Sicario: día del soldado es un velado fascismo, con una perspectiva en la que la única respuesta frente al problema del narcotráfico –potenciado por la inmigración ilegal y el terrorismo- pasan por las medidas directas y violentas. Eso, por más que no se esté de acuerdo, no deja de ser válido: al fin y al cabo, hay extensas vertientes del policial, el thriller y la acción que se apoyan en discursos fachos. El inconveniente es el tono solemne y culposo, donde lo que prevalece es el cálculo al extremo. Sicario: día del soldado, aún desde su máscara de oscuridad, jamás se sale del libro y apela a todos los lugares de la corrección política.
Sicario 2 viene para llenar el vacío de las películas de acción de la vieja escuela. ¿Argumento claro, análisis y profundidad? ¿Para qué? Tenemos a Josh Brolin disparando balas por todo México, no se necesita más. Después del furor mundial que marcó Sicario (2015), la secuela no tardó demasiado en llegar. En esta oportunidad, la película ya no es dirigida por Denis Villeneuve, responsable de la primera entrega, sino que Stefano Sollima se pone detrás de las cámaras para continuar con las aventuras belicosas del agente federal Matt Graver (Josh Brolin) y Alejandro (Benicio del Toro). Luego de lidiar con los carteles mexicanos que traficaban drogas por la frontera de los Estados Unidos, una nueva amenaza los tiene entre ceja y ceja. Ahora, los carteles también se dedican a pasar terroristas, por lo cual el país del norte está en alerta máxima. A consecuencia de un par de atentados al azar, Matt deberá juntar el mejor equipo posible para poder frenar a los grandes grupos de traficantes que vienen desde el sur. Obviamente, junto a su mano derecha, Alejandro, idearán un plan muy riesgoso, con tal de ver caer a sus enemigos. En esta secuela, la dinámica del relato es similar al film del 2015, pero al mismo tiempo logra que la historia no quede repetitiva a pesar de un segundo arco argumental más flojito que el principal. Pese a que el guión no posee vueltas de tuercas ni ningún efecto demasiado rebuscado, se nota la mano del director a la hora de los movimientos de la cámara, lejos está de la cinematografía alcanzada por Villeneuve, pero aún así resalta en calidad. Con algunos planos-secuencia brillantes, el director plantea que esta secuela va a ser mas violenta y oscura que su antecesora. No son todas positivas, porque claro está, la película es destinada a un público determinado y se toma al mexicano como chanta, ladrón, mafioso y siempre por el lado turbio. Para Hollywood, el mal siempre viene del sur. La música y la banda sonora son otro de los grandes aciertos. La increíble tensión que genera lo sonoro, suple a la perfección aquello que la trama no puede transmitir. Cada secuencia musicalizada, aumenta sustancialmente en tensión comparada con las que no lo tienen tanto. Un error notorio, es que si bien la violencia y la acción, son superiores, la trama no es tan fuerte como supo ser la primera Sicario. El conflicto se diluye mientras va pasando la peli y deja un sinsabor bastante pronunciado. Quizás, el hecho de que la primera haya sido tan buena en cuanto a lo que se quería transmitir, esta secuela sufrió el mal de las segundas partes. Teniendo en cuenta que esto no era algo pedido ni solicitado por los mas fanáticos, casi que se la puede denominar como una película innecesaria. Las actuaciones se destacan claramente en Benicio del Toro y Josh Brolin, ellos demuestran que todavía podían elevar más la vara de la violencia y de no tener piedad con nada ni nadie. El actor que actualmente le da vida a personajes como Thanos y Cable, demuestra que la acción es lo suyo y cuando no se tiene un limite en el tambor, puede hacer destrozos de todo tipo. Como su compañero protagonista, Del Toro entrega una actuación soberbia, sobre todo en el último acto donde se roba la pantalla. El resto del elenco, no destaca pero cumple. Con la participación, escasa, de Catherine Keener, se intenta suplir a Emily Blunt pero su tiempo en pantalla es tan corto que da la sensación de que algo más podría haber otorgado. Ese es otro revés que tiene esta película, la participación femenina. Solo hay dos actrices que tienen acción en pantalla y luego, nada. Si la excusa es porque la mayoría de los personajes son militares, esa razón es totalmente infundada. Sin mantener la calidad que su predecesora, Sicario 2 viene para llenar el vacío de las películas de acción de la vieja escuela. ¿Argumento claro, análisis y profundidad? ¿Para qué? Tenemos a Josh Brolin disparando balas por todo México, no se necesita más.
Desde las sombras se lanza una secuela de Sicario (2015). Dirigida por el italiano Stefano Sollima (Gomorra, ACAB) Sicario 2: Soldado es una innecesaria pero extremadamente grata secuela. Regresando para la segunda vuelta Josh Brolin, Benicio Del Toro y Jeffrey Donovan profundizan el impacto de la guerra contra narcos. Tecnicismos a la carta, la película se encarga de enfocar los recovecos de la trata interna de gobiernos sobre una guerra que al parecer nunca va a terminar. El mal menor se hace presente en todo momento y si bien los lados quedan claros, las decisiones no van de blanco a negro sino que bordean el tono gris. Brolin regresa como un agente federal incansable, casi adicto a su línea de trabajo y cuyos relativos – si es que los tiene – son desconocidos; Del Toro se sumerge aún más en su búsqueda de venganza, mostrando una plenitud total al interpretar a un hombre que se volvió experto tras sufrir una desgracia irreparable. Brolin y Del Toro se apoyan el uno al otro para complementar sus actuaciones.Es interesante que no se encuentren Denis Villeneuve y Roger Deakins detrás de este proyecto. Estos dos talentos hicieron lo que hoy es la saga Sicario en fotografía y dirección, no obstante Taylor Sheridan, regresa para escribir el guión de esta secuela y mantiene en punta su don para dar otra vez cátedra de como escribir historias. Sheridan marca fronteras en una película que tiene que ver con la situación actual de famosos muros: la “zona prohibida” se encuentra más prohibida que nunca y la tensión fronteriza está en su punto más alto. Con una solemne intensidad Sheridan crea un interesante “volumen 2 “a una historia que tiene para largo rato si sigue en buenas manos. Lo dije en un momento y lo sigo diciendo: todo lo que toca Sheridan es oro y en su especialidad (y en mi opinión) en este momento no hay nadie mejor con un lápiz y un papel en la industria del cine. Sollima sigue su tradición de enfoque clandestino y junto a Dariusz Wolski en el apartado fotográfico (Prometheus, The Martian) dan un espectáculo visual en 122 minutos de tensión sin tregua. La película no es perfecta pero es una digna secuela que expande un universo oscuro cuya historia se basa en personajes monumentales y acciones contundentes (para bien o para mal) en un medio hostil que no permite margen de error. Brolin brilla y Del Toro pisa con fuerza; una pelicula recomendada para disfrutar en cines cuanto antes
Si el guión de “Jurassic World: el reino caído” es la demostración cabal del agotamiento de un argumento sólo justificado en el universo de las sagas y el cine espectáculo, el de “Sicario 2: Día del soldado” es la prueba irrefutable del interés forzado. Estaba todo contado y cerrado a puro clima de tensión extrema en “Sicario” (Denis Villenueve, 2015). La historia se bifurcaba entre dos personajes, una novata en la DEA (división antidrogas de USA) horrorizándose frente al mundo de los carteles de drogas en México, (con el tema de la inmigración ilegal en la frontera como coyuntura lateral), y Alejandro (Benicio del Toro), el hombre que funcionaba como nexo entre ambos países, o universos, y que se revelaba como el asesino a sueldo del título. A ellos se sumaba el costado ambiguo de la autoridad en el personaje de Josh Brolin, como el “representante” del “combate”, y anqui contra las drogas. Todo coronado con tres merecidísimas nominaciones al Oscar (y se quedaron cortos) en los rubros de fotografía, edición de sonido, y música original (soberbio trabajo del fallecido Johann Johansson). El tema es que el guión de Taylor Sheridan cerraba por todos lados, es decir que no dejaba cabos sueltos, ni tampoco insinuaba la necesidad de una continuación y, sin embargo, parece que un segundo cheque lo entusiasmó y siguió escribiendo. Un engañoso comienzo tiene “Sicario 2: Día del soldado”. Hay una redada cerca de Juárez, en la frontera con México, en la cual se detiene el ingreso ilegal de mexicanos al territorio de los Estados Unidos. Uno de los inmigrantes logra inmolarse con un explosivo. Luego, en un supermercado, otras cinco o seis personas hacen lo propio matando a varios ciudadanos. Posteriormente la acción se traslada a Yemen, en África, y aunque el presidente norteamericano está decidido llegar al fondo de la cuestión la circunstancia de la investigación comienza a resultar rara, primero, y forzada después. Lo mismo sucederá con la convocatoria de Alejandro, ya que su intervención se adivina como un catalizador para lograr provocar una pelea armada entre carteles. La película, en este caso dirigida por Stefano Sollima, no carece para nada de ritmo. En ese aspecto el manejo de la información, la tensión que generan los planes turbios, y el crecimiento de los personajes son tan efectivos como en la antecesora, y hasta se podría decir que ese clima oscuro y opresivo es la verdadera “continuación”. Pero el planteo general que pretende justificarlo conserva sólo algunas de las connotaciones conceptuales, y agrega otras cuya estructura se anuncia con bombos y platillos para luego diluirse (los atentados del principio, por ejemplo) y ser sólo funcionales a la decisión política tomada como puntapié inicial para toda la operación. Lo mismo sucede con la injerencia de los medios, o la presencia de un personaje fuerte como el Presidente, que también se debilita hasta desaparecer sin mucha explicación. “Sicario 2: Dia del soldado” tiene como premisa principal dejar instalada la continuación, tomando como gancho acaso la veta más interesante del guión: la aparición de un aprendiz de, justamente, sicario en la piel de un pibe de no más de veinte años. Un chico encargado de trasladar a los inmigrantes que poco a poco se reconoce en su salsa venciendo todos los límites de su moral y de su edad. Un sistema que va creando asesinos cada vez peores y en el cual el valor de la vida es prácticamente inexistente. Como producto acabado es innegable su capacidad de atrapar al espectador calcando la técnica e impronta de la primera, incluso logrando sobrevivir a las falencias de construcción de situaciones del guión. Forzada, sí. Entretenida, también.
EL FIN JUSTIFICA LOS MEDIOS aspecto, “Sicario 2” es una gran representante del género que, hasta obliga a apartar la mirada en más de una ocasión a aquellos que son un poquito impresionables, pero también destila cierta ideología con la que no podemos estar 100% de acuerdo. Sheridan no hace demasiado esfuerzo a la hora de juzgar las acciones norteamericanas. Personajes como Graver parecen robots inmutables que ponen el bienestar de su país y bla, bla, bla, por encima de la propia moral y la ética, que debería regir cuando se trata de estas acciones. Sabemos que, en el fondo, los hechos son más reales de lo que queremos imaginar (tampoco somos tan ingenuos), pero no hay una equivalencia muy justa que digamos, a la hora de retratar a los que están de un bando y del otro. Al fin y al cabo, muchas de sus acciones los ponen al mismo nivel, y esa es la crítica y el análisis que le falta a una franquicia como esta. Este tipo de “reflexión” es lo que le estaría faltando a “Sicario” para convertirse en una gran saga. O sea, porque no se dejan de mirar el ombligo y se ocupan de sus propios problemas de violencia interna antes de culpar a los de afuera. Igual, “Soldado” es una secuela digna, aunque se queda un poco más atrás en cuanto a su predecesora, justamente, porque se concentra en la acción y el artificio – Sollima le da rienda suelta a la violencia en suelo mexicano-, mucho más que en los problemas de fondo o la psique de los personajes. Las soluciones que da son bastante desesperanzadoras y ese final que nos queda (¿con miras a la tercera parte?), desbalancea un poquito las cosas. Sí, los personajes tienen su “redención”, pero parece una decisión apresurada del guión para darle cierto desenlace “feliz” a esta historia. LO MEJOR: - La estética visual que mantiene unida a la franquicia. - La banda sonora se te clava en los tímpanos. - Se puede proyectar una saga exitosa sin superhéroes, robots o dinosaurios. LO PEOR: - La ideología que destila. - Que decide combatir violencia con más violencia, sin mostrar otras soluciones.
Llega a nuestros cines Sicario: Día del soldado, una secuela que abandona todos los aciertos de su predecesora para transformarse meramente en un buen film de acción. Una serie de atentados en Estados Unidos lleva a Matt Graver (Josh Brolin) a una investigación que termina apuntando, nuevamente, a los carteles de droga de México. En un intento del gobierno de USA por debilitar su poder, Graver se contacta nuevamente con Alejandro (Benicio Del Toro) y planean el secuestro de Isabel, hija del capo de uno de los carteles, tratando de inculpar al otro cartel para iniciar una guerra entre facciones. Pero en algún momento las cosas se complican y el mismo gobierno le suelta la mano a la misión dejando a Alejandro e Isabel varados en territorio enemigo. Aunque no siempre amerita hablar desde lo personal, Sicario fue en 2015 una de las grandes sorpresas para mí. Entrar a la sala a ver “una de acción” y terminar viendo un film conciso, con mucho para contar, con mucho meta mensaje y actuaciones excelentes no es lo común. Sicario: Día del soldado desoye todo el camino andado por Denis Villeneuve (el anterior director) y decide retornar la trama al camino del cine de acción genérico. Ya desde las primeras escenas, la falta de credibilidad y realismo de los acontecimientos pone al espectador en aviso de que las cosas ya no son lo que eran. La acción y la trama fluyen en este film, no defrauda en ese sentido, aunque el guion no termina cerrando ningún relato en particular y, de hecho, gran parte de los acontecimientos de la historia quedan sin resolver, en un punto de giro muy cuestionable casi sobre el final de la trama. Sicario: Día del soldado es rescatada del olvido por sus dos grandes protagonistas, Brolin y Del Toro que reviven con gracia y naturalidad a sus personajes, aunque la ausencia de Emily Blunt, protagonista indiscutida de la primera entrega, fuerza a sus personajes a plantearse aspectos humanos que no tenemos asociados con esos personajes, pero que el guion quiere retomar y, por lo tanto, los termina forzando de manera bastante inverosímil.
Sicario sin Villeneuve "Sicario: Day of the Soldado" es una buena película cuyo mayor defecto es no tener a Denis Villeneuve en su dirección. En cierta forma es una decepción, porque "Sicario" había sido sin dudas una de las mejores propuestas del 2015 y puso la vara muy alta para su continuación. Lamentablemente el director Stefano Sollima, no logra emular la trascendencia de la trama, ni el clímax de su antecesora, entregando un buen thriller de acción y drama, entretenido y que vale la pena ver, pero no llega a obtener ni cerca ese status de "peliculón" que sí pudo lograr el director canadiense. ¿Cuáles son los aspectos positivos de esta nueva entrega que justifican el ticket del cine? En primer lugar nos trae nuevamente a la acción a dos personajes espectaculares y complejos que merecían cobrar mayor protagonismo. Josh Brolin como el agente inescrupuloso del servicio de inteligencia americano Matt Graver y Benicio del Toro como el sicario más áspero del cono norte, Alejandro. Ambos hacen un muy buen trabajo interpretativo en sus roles y se perfilan como la dupla que debe cerrar la trilogía que está planteada para esta saga. Brolin aparece por primera vez en escena con la melena, la barba y la presencia del mismísimo Mufasa en "El Rey León", mientras que cuando emergen las palabras "sucio" y "sin límites" se hace presente Del Toro, el sicario que hace parecer Rambo a la Caperucita Roja. Otro aspecto positivo de esta secuela es nuevamente la crudeza con la que se exhibe la violencia de los cárteles y de los servicios de inteligencia que se "ocupan" de las personas como si estuvieran fumigando hormigas en un jardín. En este sentido la propuesta entretiene y tensa al espectador, sobre todo al ocasional que se va agradecido a su casa por una experiencia mainstream pero no hueca. ¿En qué aspectos el film no logra igualar ni superar a la entrega original? En primer lugar, Stefano Sollima no es Denis Villeneuve. "Sicario" fue una gran película que impactó por los dilemas morales que planteaba en sus personajes y en el espectador, sin tomar partido y desenmascarando el vil accionar de los que ostentan el poder. En "Día del Soldado" el dilema se diluye bastante y toma una postura en favor del poderío militar estadounidense. Presenta un México más villanezco que su vecino del norte, como una selva descontrolada, y dudo que eso haya sido arbitrario. Por otro lado, se incluyeron algunos aspectos bastante torpes como el final que se le dio a este capítulo, que tiene poca credibilidad y prepara una tercera parte con mucho para mejorar si quiere posicionarse como un cierre superior a lo que vimos en esta segunda parte. Hay mucha violencia física, quizás más que en la primera parte, pero no logra poner los pelos de punta y transportar a ese mundo de oscuridad que sí supo trabajar el anterior director. En conclusión, un producto que logra superar la valla de la mediocridad habitual de las secuelas pero por poco margen, algo decepcionante si la comparamos con su antecesora. ¡Qué lindo sería que volviera Villeneuve para cerrar esta historia!
Crítica emitida por radio.
Secuela incompleta La continuación de Sicario carece de toda la densidad y contundencia argumental que supo tener su predecesora, pero conserva el magnetismo de sus protagonistas y el estilo de dirección. Es una película entretenida y dinámica que sabe enganchar al espectador y tenerlo en vilo durante dos horas, aunque no logre concluir satisfactoriamente su historia. Día del Soladado es una buena propuesta en su género y se disfruta por la composición de sus personajes, pero es inevitable sentir que es una película inconclusa. Lo mejor · El clima de suspenso · Las escenas de acción Lo peor · Arribando al desenlace la trama pierde el rumbo y queda a la deriva