Este nuevo trabajo del director Ferzan Ozpetek ("La finestra di fronte") se desarrolla como una comedia dramática, con la homosexualidad como tema central, en donde un hijo intenta confesar a su familia su inclinación sexual. Un variado elenco, encabezado por Riccardo Scamarcio ("Mio fratello è figlio unico", "Romanzo criminale"), compone el abanico de personajes de una gran familia italiana (un padre autoritario, una madre cariñosa, una tía alcohólica, una abuela piola) quienes junto a un grupo de amigos amanerados del hijo aportan algunos momentos simpáticos aislados pero no evitan que el film decaiga, haciéndose lento y extenso. Con una temática que atrasa varios años y un final abierto que no convence, "Mine Vaganti" no propone nada nuevo ni interesante.
Cómo puede reaccionar una familia tradicional italiana cuando uno de sus hijos, o más bien los dos, son homosexuales. Y cómo ellos harán una marca en sus destinos a partir de que la verdad sea revelada. El nuevo filme del director turco-italiano Ferzan Ozpetek es otra nueva manera que tiene para dar su punto de vista sobre la homosexualidad, tema que defiende abierta y fervientemente ya que es ésta su condición sexual. Ahora, el tema sexual en ¨Mine Vaganti” es parte superficial de una historia que tiene como tema central los problemas morales en pueblos italianos tradicionales aún reticentes a los cambios que trajo la modernidad, en términos de libertades sexuales, emocionales e intelectuales. Tommasso (Riccardo Scarmacio) , es un joven escritor gay que vive en Roma, donde supuestamente estudia economía, que debe volver a Lecce donde vive su familia, dueña de una fabrica de pastas. En esta vuelta al hogar, él tiene decidido afrontar a los suyos y confesar su elección sexual. Antes de reunirse en la cena familiar donde conocerá al nuevo socio de su padre y a la hija de éste, le cuenta a su hermano Antonio lo que ha decidido. En el momento correcto para liberarse de su secreto, su hermano se adelanta declarándose homosexual, lo que genera el rechazo de su padre que lo expulsa de la casa para luego sufrir un ataque cardiaco. Bajo este panorama, Tommasso deberá hacerse cargo de la empresa familiar, ocultando su condición salvo para su abuela y la hija de su socio , quien a pesar de todo ha comenzado a enamorarse de él. Pero antes deberá enfrentar la presión de su novio Marco que viene de Roma junto a sus amigos gays a pasar unos días a la playa. Lo cierto es que Riccardo Scarmacio – actualmente elegido por Woody Allen para su nueva película “Bop Decameron”- es un hombre muy masculino (además de muy lindo) , que en ningún momento del filme logra del todo convencer de su condición de homosexual, salvo en un par de besos fogosos con su co-equiper Carmine Recano. Su papel arranca con un nivel de potencia y fuerza que se va diluyendo en el resto de la película, tomando mayor protagonismo la actriz Ilaria Occhini (de una belleza increíble) en el rol de la abuela; y la joven Nicole Grimaudo (“Baaria”) , en el papel de Alba que sostiene todas sus escenas con un manejo gestual y una belleza increíbles. La historia viene bien, se sostiene más allá de algunos baches que no vale la pena mencionar, pero lo que fuertemente hace caer el filme es su final, donde nos explica el porqué del título del filme y ya. ¿Lo más meritorio? Los escenarios reales de esos pueblos italianos que tienen magia propia. Tiene escenas muy divertidas, pero no más que eso. Creo que un tema tan complejo como la sexualidad en ambientes familiares tradicionales, queda aquí varada en un gran camino por recorrer y desasnar.
Soy lo que soy El tema de la homosexualidad instalada en una familia italiana conservadora sirve como disparador de esta comedia dramática que analiza las relaciones afectivas de los dueños de una gran empesa familiar: una fábrica de pastas en Puglia. El director turco-italiano Ferzan Ozpetek aborda una vez más la temática gay después de El baño turco y El hada ignorante y, sin llegar a los puntos dramáticos de sus anteriores trabajos, logra una pintura amena, alimentada por personajes que se mueven entre las comodidades de la vida burguesa y las confesiones peligrosas. Tommaso (Ricardo Scamarcio), un aspirante a escritor, vuelve de Roma para una cena familiar en la que su padre le dejará a él y a su hermano la responsabilidad de la fábrical. Tommaso planea anunciar en la cena su gran secreto: es gay. Pero su hermano se adelanta y la sorpresa también se la llevará él. Entre comilonas, planes y estrategias familiares para mantener la continuidad económica del megocio, los personajes hacen lo que pueden para cantar sus verdades y enfrentando las convenciones. Ahí es donde el realizador pone su sello y describe a los integrantes del clan: un padre que reclama; hijos que sufren a escondidas; la hija del socio que quiere conquistar a Tomasso; la comodidad de la madre; la tía alcohólica (que ve fuera de foco) y una abuela que sabe más de lo que dice. La llegada del novio de Tomasso y de sus amigos ala casa también cambia el tono del film y agrega confusión a los personajes.
I don’t want to be the old cannon loose on the deck in the storm… Cañones sueltos, balas perdidas, minas a la deriva, peligros inminentes: esto representan algunos personajes de esta película. El director y guionista turco-italiano Ferzan Ozpetek, quien ya abordara en obras anteriores la temática de la homosexualidad, construye esta historia alrededor de la familia; el acento no está puesto tanto en la problemática del protagonista sino en la interacción de una familia, los vínculos entre sus integrantes, los mandatos familiares, las apariencias, la negación, la hipocresía, la mentira y el ocultamiento dentro de un seno familiar conservador. Uno de los grandes aciertos del film es el elemento humorístico. Ozpetek crea personajes con muchos matices cómicos; algunos de ellos, sin embargo, están llevados al extremo, a la exageración y al estereotipo -el padre de Tommaso-, y eso aleja un poco al espectador. Pero el resto -los integrantes de la familia, los amigos gays, la gente del pueblo- aporta su cuota justa de humor a la historia. A la vez, Ozpetek nos brinda un guión cómico pero cuidado y sincero, evitando caer en lugares comunes en los que fácilmente se puede caer teniendo en cuenta la temática que se trata, y yuxtapone situaciones cómicas constantemente, confiriéndole a la película un ritmo dinámico que se sostiene hasta el final. El film entretiene de principio a fin y eso es un gran mérito de Ozpetek en cuanto a guión y dirección de actores. Si de comicidad hablamos, la aparición de los amigos gays es, sin lugar a dudas, uno de los momentos más hilarantes del film; la escena en la que bailan en el mar es épica; inicialmente, con el plano medio que los toma como si estuvieran flotando en el medio del mar, uno piensa “se acaba de ir todo a la mierda” pero no; después el plano se agranda y la escena cobra sentido, para terminar en una subjetiva de Tommaso que mira primero a su novio y luego a Alba, y va y viene, de él hacia ella, de ella hacia él, hasta que su mirada toma a los dos abrazados, como vivo reflejo de su conflicto actual. El género es otro punto a favor de este film; estamos frente a una “dramedia” (que, como se puede desprender fácilmente de su nombre, es una mezcla entre drama y comedia); la alternancia entre ambos géneros es lo que le confiere gran atractivo a la trama. La película hace constantes virajes y cambios de direcciones en la estructura narrativa y, gracias a ellos, muchas situaciones resultan cómicas por lo disparatadas y otras situaciones cómicas resultan patéticas y dramáticas. Otro punto a destacar es el trabajo de cámara y los encuadres. Por un lado, se utilizan planos generales que sirven para ilustrar la belleza y la geografía del lugar de manera pictórica; por otro, y en contraposición a la grandilocuencia de estos planos, hay muchos primeros planos y planos medios que sirven para mostrar ciertas sutilezas en los rostros, en las expresiones de los personajes, y que realmente capturan la esencia de estos individuos. El personaje de Tommaso es interesante porque se trata de un joven muy contenido, con un perfil extremadamente bajo, que se ve envuelto en situaciones que jamás hubiese imaginado; Riccardo Scamarcio hace un trabajo excepcional en este sentido; las muecas que hace con la boca y las expresiones de su rostro dejan entrever esa dulzura e ingenuidad que hacen a su personaje tan tierno y entrañable. Pero la película falla en algo. Hacia la segunda mitad, algunas historias se desdibujan. La película logra construir tramas e historias, profundiza en algunas, especialmente la relación entre Tommaso y Alba (una socia de la empresa familiar), central en la película por lo que implica en la vida de Tommaso y, en algún momento, pone a esta historia en un segundo plano, y lo que se había construido minuciosamente queda relegado en pos de otra trama. Pareciera que algunas historias sirvieran para reflejar algún punto y, una vez que no se precisan más, se descartan. Esto le da cierta inconsistencia narrativa al film. La historia de la abuela sirve como anclaje con el pasado, como unión con la historia familiar, como constante recordatorio de que hacer lo que los demás quieren nunca es bueno (verdad de perogrullo que la película se empeña en enfatizar y remarcar constantemente). A su vez, la historia de la abuela con su esposo y con su verdadero gran amor sirve como conexión con la historia entre Alba y Tommaso, ya que “el amor prohibido es aquel que nunca muere”. Es por eso que uno queda un poco perplejo ante la decisión que toma la abuela en el final. No queda claro por qué decide lo que decide, por qué toma una determinación tan drástica. Tanto la abuela como Tommaso vendrían a ser los “mine vaganti”, las personas que tienen consciencia de la realidad y que son un peligro para el resto del entorno, ya que son los únicos que se oponen a la disfunción, que dicen lo que piensan y están al margen de todo el sistema familiar. De cualquier forma, más allá de algunas fallas en el guión, Mine Vaganti entretiene y genera empatía con el espectador, ya que trata temas como la hipocresía (el padre no acepta la homosexualidad de su hijo porque la cree inmoral pero tiene una amante que es vox populi en el pueblo), la estructura patriarcal de una familia (el hombre es el jefe de la casa y la mujer claramente tiene un segundo plano, al punto de aceptar una infidelidad sin cuestionarla), la importancia de las apariencias en detrimento de la preservación de la estructura familiar, los prejuicios aun vigentes sobre la homosexualidad y, como mencioné antes, las conflictivas familiares. Pero me resulta raro que, habiendo puesto Ozpetek el énfasis en esto último, elija en el final mostrar a la familia unida, unida por la tragedia, como si nada hubiera pasado, como si la muerte de alguien, de golpe, relativizara todos los conflictos y provocara que los personajes estén dispuestos a olvidar y a perdonarse. Esperaba una mirada final un poco más crítica de ciertos comportamientos, de ciertas actitudes, de esta hipocresía que se pone sobre el tapete. La escena final, sin embargo, es conmovedora; Tommaso observa, desde afuera, cómo el pasado y el presente se funden hasta convertirse en uno, cómo los conflictos han desaparecido y la paz vuelve a reinar en su familia. Sin embargo, él observa y se retira, como si ya no quisiera ver nada más y se fuera, finalmente, a vivir su propia vida.
¡Decílo Tommaso, decílo! Tengo algo que decirles (Mine Vaganti, 2009) es un interesante film sobre los problemas de comunicación en una clásica familia italiana. El director Ferzan Ozpetek explora las intolerancias sociales que reprimen a sus personajes. Lo dicho y lo no dicho juega un rol fundamental en el armado del relato convirtiéndolo en una película de las que desgraciadamente no abundan en la cartelera porteña. Tommaso (Riccardo Scamarcio) está decidido a dejar los mandatos familiares. Quiere dejar la fábrica de pastas heredada por su padre y viajar para dedicarse a su vocación de escritor. Pero hay algo que provocará la liberación (como él la llama) absoluta del lazo familiar: la confesión de su homosexualidad en plena cena. Pero justo antes de emitir sonido, su hermano se le anticipa diciendo que él también es gay, condenándolo al silencio y las responsabilidades sociales de la familia que nadie más podrá suplir. La historia de Tengo algo que decirles está protagonizada por Tommaso aunque con el transcurso de los minutos descubriremos que el protagonista es sólo la punta del iceberg de una serie de represiones familiares. La surrealista historia de su abuela, el reprimido sexualmente relato de su tía, la explosión inesperada de su hermano, la descalificada función de su hermana, confirman que no sólo Tommaso tiene algo que decir sino que hay un detonante de dichos y no dichos que atañe a toda la familia Cantone. Los gestos son esenciales en el armado del guión, pues es a través de los mismos que se tejen las relaciones entre hermanos, madres e hijos, abuelas y nietos, tías y sobrinas. Hay una información que se verbaliza que es la socialmente esperada, y otra que se calla: la gestualmente expresada por los miembros familiares. Con este recurso el director acerca al espectador a las subtramas que van desarrollando alrededor de aquello que sí se menciona y parece ser lo apropiado. Otro elemento es la comida. La comida es el ritual familiar / social absoluto. En los desayunos, almuerzos y cenas se cumple el rol esperado dentro de la familia, pero también es el momento de crisis y revelaciones. Por algo la empresa familiar es una fábrica de pastas, la misma que obliga a Tommaso a ser quien no quiere. Tengo algo que decirles utiliza el formato de la comedia familiar pero va más allá, universalizando los conflictos al darle carga existencial. Así el problema de Tommaso particular se transforma en un conflicto de identidad universal, común a todos los Cantone, y a todos los individuos también.
La verdad oculta Ferzan Ozpetek es un verdadero luchador por la causa gay. Su cine está dedicado al tema de la visibilidad u ocultamiento de los homosexuales, su vínculo con la familia y las relaciones familiares en general. Tanto El baño turco como El hada ignorante y La ventana de enfrente abordaban de un modo u otro esta temática, siempre con gracia y simpatía por sus personajes. Tengo algo que decirles insiste en la problemática del coming out, o la revelación de un gay, en este caso un joven de familia burguesa adinerada, que en la visita anual a su pueblo decide blanquear en la cena con sus seres queridos su condición homosexual, decirles la verdad y su deseo de devenir escritor en Roma. Hechos inesperados impiden esa confesión, y el muchacho debe permanecer en el seno familiar y ocupar un indeseado lugar al frente de la próspera fábrica de pastas del padre. Nacido en Turquía, Ozpetek ha desarrollado casi toda su cinematografía en Italia como un continuador de lo mejor de la tradición de la comedia italiana. Como en el cine de Monicelli, Risi o Scola, combina el melodrama con la comedia para trazar un cuadro costumbrista con sabios toques de humor y mucho de melancolía. Más allá de la temática gay, Ozpetek presenta una vez más un retrato amable de una familia italiana y sus vínculos de parentesco, donde el tema de los deseos personales -no siempre aceptados- tienen una importancia radical y en la que cada uno tiene algo que ocultar. Y como en aquel viejo cine italiano, la cámara saca el mejor provecho de su ambiente, las calles de la ciudad de Lecce, al sur de la península. En este film coral, además de Tommaso, el protagonista, un personaje complejo bien interpretado por Riccardo Scamarcio, hay una serie de secundarios muy valiosos, como la sabia abuela (Ilaria Occhini), cuya historia tiene tanto peso como la de Tommaso, y la tía soltera, una compleja mujer que compone Elena Sofia Ricci. Ellas, como el protagonista, son las mine vaganti del título, personas que no se ajustan a los requerimientos de esa sociedad patriarcal, clánica, hipócrita y represora, que quieren hacer la suya y que resultan inclasificables. El mensaje del film deviene obvio por lo repetido: uno debe hacer sus propias elecciones y cumplir su deseo como único medio para ser feliz. Otros personajes, en cambio, están tan subrayados que llegan a la caricatura, como el estereotipo del padre reaccionario y homofóbico, o los amigos gays que llegan de visita por sorpresa. En este punto, el film cambia de tono, deriva hacia la farsa y decae peligrosamente. Y, como en El hada ignorante, Ozpetek no se priva de jugar con la posibilidad de que el gay tenga sus fantasías sexuales con una chica. En suma, una película bien narrada, con una mirada que pretende ser amplia, moderna y políticamente correcta, pero que -tal vez sin querer- encierra algunas prevenciones.
Mejor me callo la boca El turco Ferzan Ozpetek retrata una familia italiana dedicada a la fabricación de pasta, con secretos mejor o peor guardados. Una novia, con su vestido blanco movido por el viento, camina por el campo italiano. Va sola. Llega donde hay un muchacho, le apunta con un revólver y luego se dirige el arma hacia su propio pecho. La cámara se aleja, toma la vivienda desde lejos y se escucha un disparo. No se trata de un thriller. No. Ferzan Ozpetek ofrece esta suerte de preámbulo para luego saltar en el tiempo y ofrecer una commedia all’italiana de mejores épocas, con los toques de modernismo que imperan en el presente. Pero lejos de Scola o Risi, ya que Tengo algo que decirles jamás promueve la carcajada, ni la simple ni la hiriente. No hay una mirada crítica sino contemplativa. La trama se desarrolla en el seno de una típica familia, en el caso una que tiene una fábrica de pastas en Lecce. Sentados a la mesa, claro, son más de una decena. Tommaso llega desde Roma, donde en vez de estudiar Económicas se abocó a la Literatura, y piensa aprovechar esa reunión anual en casa de sus padres para revelar no sólo eso, y que piensa dedicarse a la escritura, sino también que es gay. Su hermano mayor, Antonio, que trabaja en la empresa, le pide que no lo haga. Y cuando llega el momento del anuncio, le gana de mano. Sí: Antonio revela que es homosexual, y el padre literalmente se desmaya luego de echarlo, y termina en el hospital. Cada espectador podrá engancharse con algunos de los dos temas troncales. Uno, claramente, es el de la aceptación de la homosexualidad y cómo lo viven ambos hermanos. El otro es la relación padre-hijo, cuando aquél no sólo no ve reflejado en éste sus expectativas, sino que se siente defraudado. El turco Ozpetek, afincado en Italia desde sus 17 años, extrañamente prefiere volcar ambos asuntos en clave humorística, cuando tanto el tema de las relaciones familiares como el de la homosexualidad los había tocado en Hammam, el baño turco y La ventana de enfrente , dos de sus tres películas estrenadas hasta aquí en nuestro país. Así, su filme no deja de ser un pasatiempo algo extendido (111 minutos) en el que todo parece pasar por si Tommaso le dice la verdad a su padre o si ese hombre de Neanderthal que es Vincenzo alguna vez reflexionará. “Si uno hace siempre lo que le piden los demás, no vale la pena vivir”, dice la abuela a uno de sus nietos. No vamos a revelar por qué la nona lo dice, pero entre los secretos mejor o peor guardados de una familia con muchos integrantes –que el filme se empecina en caracterizar de un plumazo-, habrá que seguir con atención a la abuela (Ilaria Occhini). También, a Riccardo Scamarcio –empezó a rodar Bop Decameron , esta semana con Woody Allen-, y no sólo porque es del que está más tiempo en pantalla. Los suyos son personajes que no se ajustan a una sociedad rígida, y tal vez en ellos Ozpetek haya querido concentrar su punto de vista. Pero es evidente que, aquí, lo manifiesto le quita lo valiente. Comedia a la italiana, pasatista, que no ahonda en los temas que aborda, la aceptación de la homosexualidad y la relación padre-hijo.
Adiós al closet Ferzan Özpetek es un director ítalo-turco que aborda en sus films la problemática gay en relación con los lazos familiares. Cuenta historias que giran sobre el alumbramiento de la verdad y los momentos complejos que se dan al abordarla. Ya saben, estos productos hasta tienen una subcategoría propia (podría decirse) que se denomina "coming-out-of-the-closet movies". En general estas películas presentan historias inspiradas en hechos reales y tienen enfoques muy personales. Muchos de sus realizadores (la mayoría pero no todos) son también homosexuales, por lo que sus trabajos muestran facetas de la vida familiar muy autobiográficas... No es un tema menor y es una veta narrativa que tiene su público. A pesar de que hay sociedades con mayor amplitud y flexibilidad para aceptar diferentes preferencias sexuales, lo cierto es que todavía hay mucha resistencia en los adultos mayores a aceptar esto como un hecho natural de la vida de hijos y nietos. Eso pasa en varias culturas y la italiana es, por sus modismos y voltaje, ideal para graficar este tipo de historias. Mucho sentimiento familiar, mucho patriarcado y poca tolerancia a quienes se apartan de lo establecido. Más si ubicás la escena en un lugar alejado de las grandes urbes, donde todo circula de manera habitual y no genera las reacciones que si se dan en los pequeños poblados. Özpetek situa la acción en Salento, en la región de la Apulia meridional. Allí regresará Tommasso (Riccardo Scamarcio) de Roma, donde cursa estudios universitarios. Quiere ser escritor y llega con la firme idea de notificar a su familia, que su elección sexual es hacia los hombres. El sabe que con la tradicional visión de los hechos que tienen los suyos no aceptarán fácilmente su condición, pero a poco de instalarse y cuando él intenta traer el tema, su hermano Antonio (Alessandro Preziosi) se le adelantará con una confesión de idéntico calibre. Resultado, el esperado, su padre (Ennio Fantastichini) reaccionará mal y se enfermará del disgusto. Por ende, Tommasso, que venía de paso y con cero intención de permanecer en Salento, deberá sacar adelante la empresa familiar (especializada, obviamente, en pastas!) y ocupar la dirección ya que Antonio es expulsado de la fábrica y señalado el chivo emisario de ese grupo. Dentro de las órdenes a seguir a la hora de conducir el negocio, se encuentra trabajar con la bella y distante Alba (Nicole Grimaudo, que nos deja sin habla) en una clara decisión estratégica para relacionarlos sentimentalmente... Claro, la demora en regresar a Roma hará que el novio de Tommasso y sus amigos visiten su casa paterna para ver qué sucedió y porqué demora su regreso... Situación bastante peculiar que se convertirá en el punto más alto del film, el encuentro entre lo tradicional y lo moderno, por decirlo de alguna limitada manera. Lo que tenemos es una comedia liviana, coral, que busca problematizar algo doloroso y elaborarlo con cierta dosis de humor y reflexión. Arranca para alquilar balcones y va perdiendo fuerza a medida que el relato avanza. De por sí, el mayor problema de la cinta es el lavado y desconcertante protagonismo de Scamarcio. Llevando un rol central, compone un gay estereotipado, plano y sin matices. Tiene poca fuerza interior y sólo logra sostenerse en la acción por el acertado acompañamiento de los secundarios, estos sí, teniendo claro el registro de la cinta y cómo llevarlo a cabo. Tommasso luce siempre inexpresivo, transita lánguidamente por sus escenas y eso desinfla el relato considerablemente. Su familia en la ficción es divertida, intensa y esconde varios jugosos secretos familiares, por lo que ellos terminan dotando al film de algún atisbo de credibilidad. Sus amigos homosexuales son un poco caicaturescos pero también aportan frescura e ideas al conflicto central. En definitiva y aunque el director siempre fue reconocido por su gran capacidad para conducir actores, en esta oportunidad, su elección no dio en la tecla y eso afecta el nivel que alcanza "Mine vaganti". Si ya viste otros trabajos de Özpetek (como "Le fate ignoranti", para mí lejos su mejor film) ya estás familiarizado con el registro y la propuesta. Aquí hay más sonrisas contenidas, un poco más de música y un clima cálido que invita a relajarse, luego de los primeros tensos minutos. Pero está lejos de lograr una película redonda. Insisto, si el cast hubiese sido más preciso con el protagonista, quizás "Mine vaganti" sería mucho pero mucho mejor. Aprueba, pero nos deja con ganas de más.
Un vaivén de risas y llantos Coincidencia o no, las dos últimas comedias provenientes de Italia con visos a un estreno comercial en Argentina giran en torno a la temática de la homosexualidad y las diferencias culturales que todavía ven a esta condición sexual con ojos prejuiciosos. La vertiente de comedia gay con el trillado relato de la confesión es uno de los pilares en que se monta este film menor del turco Ferzan Ozpetek, Tengo algo que decirles (Mine vaganti), una comedia coral que transita por los caminos del melodrama familiar con exceso de estereotipos y duración, pero que sale airosa gracias a un elenco afilado y a la buena dirección. Quizás el recurrente espacio de las cenas familiares como puente de grandes revelaciones es un recurso demasiado convencional más no por ello menos efectivo. Así, se desata el conflicto en el seno de una familia tradicional italiana, de vida bucólica y tranquila, dueña de una fábrica de pastas (claro, son italianos), cuando Antonio (Alessandro Preziosi), uno de los hijos y futuros herederos de la empresa familiar, confiesa ante todos que es homosexual provocándole al padre un pequeño infarto y ganándose la expulsión inmediata de la familia. Sin embargo, su otro hermano Tommaso (Riccardo Scamarcio) había llegado de Roma a la reunión familiar para salir del placard, aunque debe llamarse a silencio dado el escándalo generado por Antonio. Desde ese lugar común pero indudablemente identificable con muchas realidades, el director de El hada ignorante practica una mirada ácida cuando de comedia se trata y bastante melosa y edulcorada al pasar al registro del melodrama. Ese vaivén de risas y llantos ocupa prácticamente todo el metraje, que adopta una dialéctica de contrastes de trazo grueso como por ejemplo vida de pueblo contra vida de ciudad; heterosexuales con doble moral que juzgan a homosexuales y cosas por el estilo. No obstante, decir que la película se hunde en su propia superficialidad es poco honesto teniendo en cuenta la intención de una comedia ligera y pasatista que busca salirse del estándar pese a que muchas veces se vuelve reiterativa y poco sorprendente.
Más humor, menos melodrama y algo de vodevil en otro amable film de Ozpetek En principio, los temas son los mismos de los films de Ferzan Ozpetek conocidos aquí: homosexualidad y familia. También es similar el momento de transición en que encuentra a sus personajes, llenos de dudas, pero dispuestos a abrirse a los cambios y hallar sus propios medios de resolver la tensión entre lo que se desea, lo que señala la obligación familiar y lo que impone la presión social; en otras palabras, decididos a definir el rumbo que quieren para sus vidas y asumirlo. Y por supuesto se mantienen los rasgos fundamentales del cine de sentimientos del realizador ítalo-turco: el tono amable, la mirada afectuosa -a veces un poco irónica, siempre comprensiva-, que reserva para sus criaturas; la tenue melancolía que se filtra en sus historias, y el atractivo de las imágenes, a las que tanto contribuyen la elección de escenarios como la elegancia de su lenguaje visual. La novedad reside en que esta vez prevalece el tono ligero de la comedia -y aun del vodevil- sobre lo emotivo, que aquí se reduce a breves tramos en el prólogo y en un final algo dilatado. Y en que, acaso por la intención de seguir el modelo de la commedia all'italiana , Ozpetek se atreve a la exageración farsesca. Y la exageración abunda entre los Cantone, poderosos empresarios de la industria fideera en el luminoso y bellísimo sur italiano, que están a punto de celebrar una reunión para decidir el destino de la fábrica. Bien podrían venir de un film de Germi o de Monicelli el padre, Vincenzo (machista, adúltero y habituado a disponer acerca de la vida de sus hijos); la madre, que ve todo y sabe cómo disimular en nombre de las apariencias; la tía excéntrica y miope que olvida cerrar la ventana por la que suelen colarse ladrones nocturnos y la joven hija del flamante socio que se incorpora al clan y siembra el terror en Lecce cuando conduce su auto deportivo. El grupo incluye también a la entrañable nonna (Illaria Occhini, admirable), que sabe por propia experiencia que nadie tiene derecho a inmiscuirse en la vida de los demás. Y lo completan los hijos: el mayor que trabaja en la fábrica; la única mujer, casada e insatisfecha, y el menor, el esperado Tomasso, que estudia economía en Roma y con cuya llegada se podrá resolver cuál de los dos varones se hará cargo de la empresa, ahora que Vincenzo va a retirarse. Por cierto, ignoran que Tomasso piensa aprovechar la reunión para revelar algunas verdades: una, que estudia letras, quiere ser escritor y no le interesan las pastas, y dos, que es gay y quiere volver a Roma a vivir con su pareja. Sabe que será una bomba para la familia e imagina los efectos que podrá causar en la provinciana comunidad. Lo que no sabe es que habrá otra bomba que estallará primero y no será él quien la arroje, aunque los resultados resulten similares. Es una ingeniosa ocurrencia que lleva al film al terreno del humor y proporciona el pretexto para desarrollar una comedia amable, ligera y sensible que no siempre consigue evitar altibajos en el ritmo pero sólo se despista cuando, en la secuencia de la visita de los amigos romanos de Tomasso, busca la risa fácil y recurre a la vieja caricatura del gay. Es impecable el desempeño del elenco encabezado por il bello Riccardo Scamarcio, actual favorito del público italiano.
Confesiones familiares En un pueblo de Lecce se reúne la familia numerosa: tres hijos, los padres, la tía, la abuela. El severo tutor confía en sus dos vástagos varones para heredar la fábrica pastera pero uno de ellos, recién llegado de Roma, se dispone a confesar su homosexualidad. A partir de ese momento, las situaciones abordarán tópicos genéricos (comedia, drama), algunos personajes rememorarán un pasado conflictivo, uno de los hijos será expulsado del retoño familiar, otro seguirá ocultando sus inclinaciones sexuales, la madre seguirá sometida al mandato de su esposo, el padre sufrirá un infarto. En efecto, Ferzan Ozpetek, director turco pero residente en Italia desde su adolescencia, apuesta a resucitar la commedia all’italiana, aquella manera de ver al mundo a través del cine que tuviera su apogeo en los ’50 y ’60, donde la tragedia convivía pacíficamente con el grotesco, los personajes miserables y patéticos y un determinado contexto social que conformaban un corpus temático y formal, por momentos, imbatible. Pasaron años de aquellas películas y Oztepek, heredero fortuito de la tradición, demuele con elegancia las máscaras de un grupo de clase media con poder económico, donde los disfraces sólo sirven para ocultar los mandatos heredados por las tradiciones. Así, en los primeros minutos de Tengo algo que decirles, la película funciona a plenitud: acertada descripción de ambientes y personajes, diálogos funcionales, uso del paisaje sureño que omite la cuestión turística. Sin embargo, a medida que la historia avanza desde su estructura coral, el film pierde interés, resolviendo algunas escenas con una mirada políticamente correcta, desmañada, vacía, carente de intensidad. El desbarranco narrativo se producirá con la visita a la casa familiar de la pareja y los amigos gays de uno de los hijos, momentos donde Oztepek (como ya hiciera en El baño turco y El hada ignorante) confunde militancia con corrección política y compromiso con levedad argumental, olvidando definitivamente su aproximación inicial a la commedia all’italiana. En ese punto, la película cae en el trazo grueso, en el clisé más ramplón, en la comedia dramática chiquitita que busca el consenso a los gritos. <
Simpática comedia gay con mensaje de comprensión Revive la comedia a la italiana, en este asunto de fondo gay especialmente indicada para disfrute hetero. Como ejemplo, he aquí una de las primeras escenas. El orgulloso dueño de una gran fábrica de pastas, está con su familia y la familia del socio en una cena importante. Justo ahí, el hijo menor piensa confesar tres cosas más importantes. De pronto, su hermano se adelanta, dice una sola, el viejo lo expulsa inmediatamente de la casa y acto seguido se infarta, arrastrando el mantel con toda la vajilla, salvo el vaso de vino que alcanza a salvar la tía. Luego veremos que a la tía le gusta algo más que el vino, la nona tuvo un amor prohibido, y otras cositas que más vale que nadie se entere, porque lo peor de un pueblo chico, para colmo del sur italiano, es que los demás se enteren. Perder la respetabilidad. Y esa noche el hijo menor debe elegir rápidamente: dice lo suyo y le asesta el golpe de gracia al pobre viejo (y encima pasan a ser la comidilla del pueblo), o se guarda sus confesiones y se hace cargo del negocio como todo un hombre. Y para completarla más tarde vienen a visitarlo sus amigos de Roma, y su novio. Puede pensarse en comedias satíricas como «Virilitá», en alguna escena de «La jaula de las locas» y otra de «El», y también en las peleas entre hermanos de Valerio Zurlini, o en viejos relatos sentimentales de Alberto Bevilacqua, dos cineastas hoy olvidados. «Tengo algo que decirles» se relaciona con esa clase de films, pero maneja otro tono. Suaviza las burlas y los trasfondos dramáticos, aporta reflexiones de cierta poesía, agrega matices, vuelve amable la crítica. Miembros de movimientos gays le han reprochado esa amabilidad hacia «los sectores retrógrados de la sociedad». Pero lo suyo no es una oferta del día para salir del placard, sino un mensaje de comprensión mutua, que culmina con una escena de grato simbolismo donde se entremezclan todos los personajes, incluso algunos del pasado que siguen viviendo en el recuerdo. Dato valioso, ahí el protagonista no ocupa el centro de la escena. El está más atrás. Como si fuera el propio narrador, que por algo habrá dedicado esta película a su señor padre, según dice en el título inicial.
Una noticia no muy bien recibida Audaz pero sencilla en lo armónico del desarrollo y dotada de cierta elegancia y discreción al expresar lo innombrable; la comedia de Oztepek retoma la línea de clásicos como "El bello Antonio" con un impacto que se ha alivianado a lo largo del tiempo y habla de la apertura de una sociedad cerrada hasta límites imprecisos. Son de Italia del Sur y parecen llevarlo grabado en la frente. Papa Cantone, machista, egocéntrico, arbitrario, fascinado por los hijos varones, prolongadores de la especie. Mama Cantone, elegante. Lo sigue a Papa Cantone en todo lo que dice y disimula sus defectos, los de la familia y los de ella misma ante los demás. Aunque ella simula ignorarlo, todos saben de la amante absurda de Papá Cantone. En cuanto a la hermana mayor Cantone, Elena, es todavía joven y linda, pero conocidos y poco conocidos la consideran "la loca de la casa", siempre simulando, con fuertes deseos sexuales escondida tras la valla familiar. Otro miembro de la familia es la Nona, bella y comprensiva, volcada al pasado, que oculta un amor imposible de concretar. También está Antonio, el mayor, hijo ideal, trabajador y silente, y el joven Tommaso, que alejado de la casa para dedicarse a la tarea de escritor, vuelve ante la convocatoria familiar en la que su padre dejará la fábrica de pastas a sus hijos. Nadie sabe que Tommaso va a develar un secreto, pero antes que ninguno, Tommaso decide confiarse con su hermano y la bomba explota. PREJUICIOS SUREÑOS Típica comedia italiana realizada por un director turco, Ferzan Ozpetek, "Tengo algo que decirles" es un divertido exponente del nuevo cine italiano de corte realista, respetuoso y critico de todas las restricciones familiares de una familia tradicional pugliense. Divertida, aguda en los diálogos, con muy buen ritmo y una excelente selección de actores, la película retoma el tema de los prejuicios familiares, la importancia del qué diran, en fin, el constante uso de una máscara que pirandellianamente, se ha convertido en la verdadera cara del problema. Audaz pero sencilla en lo armónico del desarrollo y dotada de cierta elegancia y discreción al expresar lo innombrable; la comedia de Oztepek retoma la línea de clásicos como "El bello Antonio" con un impacto que se ha alivianado a lo largo del tiempo y habla de la apertura de una sociedad cerrada hasta límites imprecisos. Recordables actuaciones de Papá Cantone, Ennio Fantastichini, Ilaria Occhini (la Nonna), Elena (Blanca Nappi)y Riccardo Scamarcio (Tommaso).
Comedia que atrasa treinta años ¿Existen todavía familias en las que el padre, si se entera de la homosexualidad del hijo, puede llegar a morirse de un infarto? Si existen, son poco interesantes o siquiera graciosas, incluso como caricaturas, porque tanto la sociedad como el cine las dejaron atrás hace rato, abordando nuevas aristas de la diversidad. Así lo demuestran no sólo la ley de matrimonio igualitario y la actual lucha en defensa de la identidad trans, sino películas como Mi familia, La bocca dil lupo o Morir como un hombre, en las que se investiga tanto la familia con padres del mismo sexo como el otro lado de la transexualidad. Ante este presente del mundo, Tengo algo que decirles parece una película de los ’80, enteramente sostenida sobre la incógnita de si el hijo treintañero se atreverá, o no, a confesar su homosexualidad ante la familia hipertradicionalista. Que Mine vaganti (tal el título original, en referencia a las minas que en la posguerra explotaban donde uno menos lo esperaba) trabaja sobre la pura macchietta lo demuestra el negocio de los Cantone, familia del sur de Italia: una fábrica de pastas. Los Cantone se acantonan en puros roles tradicionales: un padre padrone y adúltero, una mamma que barre todo debajo de la alfombra, una tía medio putona, una hija burguesa, los dos hijos varones, llamados a heredar el negocio familiar y, faltaba más, la típica abuela-más–moderna-que-sus-hijos, que en la juventud osó desafiar la moral del clan y perdió. El realizador turco-italiano Ferzan Ozpetek evoca la love story prohibida de la abuela como forma de demostrar que la moral de esa familia fue siempre hipócrita. Como para recordar que Tengo algo que decirles es una comedia, en algún momento caen del cielo los amigotes del hijo, cuatro “locas” romanas que deberán disimular su obvia condición para no escandalizar a los Cantone: La jaula de las locas, treinta y pico de años más tarde. Como Ozpetek advierte que lo de la salida del closet a esta altura no sorprende ni al hottonismo más acérrimo, recurre a una segunda revelación, que toma por sorpresa al que estaba a punto de sorprender a la familia. Pero esa sorpresa no cambia nada. Pospone, nada más, dejando al que estaba por salir del armario trabado a medio camino, con una chica que andaba por ahí a modo de cuña. Relación que tampoco lleva a ninguna parte, como puede imaginarse.
Qué importa el bla bla bla Con su experiencia Ozpetek se toma su tiempo para desenredar vericuetos vodevilescos que afectan a la familia reflejando los problemas que aquejan a todos más allá de las elecciones sexuales. El director italo-turco Ferzan Ozpetek ha desarrollado en su filmografía el coming out de sus protagonistas y aquellas situaciones que devienen de esa toma de decisión. Películas como El baño turco, El hada ignorante, La ventana de enfrente lo convirtieron en una especie de adalid de la homosexualidad pero más en un fino observador de esos detalles íntimos y sentimentales que moldean los dramas sin recurrir a los golpes bajos ni erigir panfletos. Siempre recostado en la construcción de personajes cercanos y conflictuados que bien consiguen generar empatía con los espectadores y su sensibilidad. Acercarlos en la comprensión más que alejarlos en los prejuicios. Tengo algo que decirles no es la excepción, apenas la diferencia radica en la apuesta por ciertos toques de humor más tomados en cuenta a la hora de mostrar a esta familia presa de sus secretos y silencios. Los Cantone son dueños de una empresa de pastas en Lecce (el sur de Italia). Familia tradicional y conservadora conformada por Vincenzo el pater familiae y está todo dicho, Stefania la madre burguesa y negadora, Luciana la tía histérica y solterona, Antonio el hijo mayor siempre correcto, Elena la hija relegada por ser mujer y siempre detrás de su marido y sus hijas y la abuela que arrastra el pasado de un amor imposible. Cuando Tommaso regrese de Roma con toda la intención de develar sus verdaderos intereses (no estudia economía sino Letras y ansía publicar su primera novela) y sus deseos (homo)sexuales, alguien se le adelantará en la cena y todo quedará patas arriba en esta familia donde, quien más, quien menos, todos son un poco balas perdidas. Esos días de convivencia le servirán para comprender algo más sobre las relaciones paterno filiales y descubrir cuántos mandatos nos dominan y cómo en virtud de no lastimar al otro nos lastimamos más nosotros y nada podemos hacer para satisfacer los deseos de los demás. Tommaso se constituye en una especie de narrador menos por su voz narradora (que no es tal) que por esa inquietud literaria que lo forja y por ese final en el que los personajes comulgan a puro sentimiento en un baile (del que no podemos olvidar su funcionalidad cinematográfica como sublimación erótica). Ozpetek se toma su tiempo para desenredar estos vericuetos vodevilescos que afectan a toda la familia utilizando los clisés de la italianidad con sus gritos, sus catástrofes, sus telenovelones. sus afectados humores y sus hipocresías de clase alta y provinciana, pero los desarma en caracterizaciones que son profundamente humanas y tridimensionales consiguiendo emoción y empatía. Quizá tantos personajes (hay que agregar a Alba, la heredera del otro grupo familiar en fusión, con claras marcas que la vuelven otra distinta, y a Marco, el novio de Tomasso, y el grupo de amigos que se aparecen de improviso en la mansión y desencadenan un sinfín de enredos cómicos) estiren por demás la trama, dilatando el secreto del protagonista y el momento de anunciarlo, pero aportan su cuota de interés y reflejan los problemas que aquejan a todos más allá de las elecciones sexuales. Un elenco de afiatadas actuaciones y una banda sonora encantadora son aportes que sumados a una puesta en escena clásica hacen de Tengo algo que decirles un lúcido entretenimiento que acerca con una bienvenida ligereza y una liviandad que no se torna superficialidad, profundos conflictos humanos que no lo son menos por exponerlos desde la comedia. Si bien cierta manifestación sobre la diferencia puede resultar remanida y antigua, la vida cotidiana demuestra que más allá de los avances conseguidos y los buenos deseos las opciones fuera de la norma aún soportan castigos, miradas inquisidoras, dedos acusatorios y comentarios por lo bajo y nunca está de más volver a revisar viejos esquemas. Los primeros planos de los ojos de Tomassso viendo al grupo en la playa o de Alba viendo a los jóvenes despedirse o el mismo relato de espaldas del protagonista en el que da cuenta de cómo a veces lo deja avanzar a Marco entre la multitud para comprender la diferencia que resulta de estar juntos, es un sentimiento que trasciende cualquier objeto de deseo para convertirse en simplemente (¡cómo si fuera simple!) una relación de amor. Y no hay nada que debería importar más.
Múltiple y abierta en su generosa oferta de situaciones sentimentales , Tengo algo que decirles es una película dotada de condimentos típicos de la comedia italiana y otros más vinculados a un cine europeo costumbrista contemporáneo. Sea cual fuere su estilo, su catarata emocional -y a la vez disfuncional- la vuelve irresistible de principio a fin. Asmbientada en un pueblo del sur de Italia de fuerte raigambre tradicionalista no sólo en sus vínculos familiares sino también en su paisaje , esta comedia dramática dirigida por un cineasta de origen turco, Ferzan Ozpetek, De todas maneras Tengo algo que decirles, siendo una película de estructura clásica, se guarda también algunos misterios bajo la manga, especialmente relacionados con la abuela de la familia y asimismo alrededor de un final de toques poéticos y silenciosos. Elementos que no hacen más que enriquecer sus ya considerables atributos
La familia Cantone de Lecce tiene tradición en su pueblo. Es lo que se dice gente oriunda, con todas las letras. Vicenzo Cantone (Ennio Fantastichini), el patriarca, dirige un próspero negocio de fabricación de pastas y, como todo “tano”, es heredero/seguidor del sueño ancestral. Tiene dos hijos en los cuales se apoya para retirarse feliz con la seguridad que ellos continúen con el negocio familiar, soñando quizás con ver desde el cielo a sus bisnietos detrás del mismo mostrador. Pero primero están los hijos. El anhelo de perpetuar la tradición depende de Tommaso (el más joven) y de Antonio. Pero esa mañana en la fábrica Tommaso (Riccardo Scamarcio), que vive en Roma y está de visita, le confiesa algo a su hermano. No sólo su homosexualidad; sino su intención de hacerlo público en la cena familiar de esa noche, justo cuando el padre piensa entregar en vida el manejo del negocio a sus hijos. Ambos lo saben: papá Vicenzo va a sufrir; pero la decisión está tomada. El espectador está listo para la debacle, y en plena velada le dan la sorpresa al viejo Cantone y también al espectador. En ese preciso momento aparece el humor. El padre tratando de recomponerse y armar un plan B, mientras sus hijos intentan no darle más disgustos. (Adivinó, no quiero revelar detalles de la trama, pero es para que usted lo disfrute con una sonrisa) Ferzan Ozpetek le podría haber sido mucho más difícil hablar de sexualidad en otra época, por ejemplo cuando la encaró en aristas como las seguidas en “El baño turco” (1997), “El último harén” (1999) o “El hada ignorante” (2001). Por suerte en esta época lo puede hacer con mayor libertad. Su cine es más dinámico. Funciona bien y a la vez rompe (en el buen sentido) algunas virtudes características de la comedia italiana. Olvídese del relato costumbrista “tano” tal cual lo conocemos. Ozpetek parece estancarse con bastante fervor en la superficie de su texto cinematográfico para, desde allí, escarbar a través de sus personajes buscando la profundidad de la temática que aborda. En el caso de “Tengo algo que decirles” lo logra con creces. Soplan otros vientos para observar a la sociedad de nuestros días, y quizás la sexualidad le sirve como disparador para llegar al núcleo de lo que le interesa decir: sólo se trata de ser feliz sin culpas. Puedo decir que, a mi gusto, algunos personajes secundarios de la historia entran en forma precipitada o, si se quiere, con menos sustento que los principales, pero esto no afecta el buen resultado final. Con la primera escena el realizador conecta una fibra muy sensible presente en cualquier familia, sobre todo si es conservadora. Todos tenemos secretos y miedo a revelarlos. Generación tras generación, las formas de hacerse cargo de lo que a uno le pasa han sufrido transformaciones, a mi entender, benignas. Al menos en lo que respecta a tener más opciones de contención para hacerlo. Sin embargo, los lazos que todavía se crean en el entorno familiar no parecen haber cambiado tanto el implícito mandato del “deber ser”. En este punto crucial es donde “Tengo algo que decirles” se anima a beber de las aguas del absurdo en pos de transmitir su mensaje. A los efectos, el realizador, co-guionista junto a Iván Cotroneo, se apoya en el espejo más inteligente que el hombre ha inventado para reflejarse: El humor. Desde el momento de la confesión el mandato familiar toma la posta de la temática de la narración, coqueteando con las situaciones que se proponen más allá de la sexualidad. Porque, en definitiva, son papá Vicenzo (con el pre-infarto ante la confesión) y mamá Stefanía (con su pregunta sobre si ser gay “es curable”) los que sostienen la problemática de ser homosexual. Como si el director quisiera poner ese tabú en una vieja generación (a la que todavía le cuesta aceptar el amor entre personas) independientemente del género. Pero hay algo más. La nonna (Ilaria Occhini, en una actuación deliciosa) es la protagonista de los flashbacks y quien oficia sutilmente como equilibrista entre los prejuicios y la sabiduría. Cada gesto de ella provoca la risa y la complicidad necesaria para hacerse amigo de esta comedia muy bien narrada que, desde luego, invita a hacer las paces con cualquier prurito. Por eso estarán todos en la brillante escena final propuesta por Ozpetek. No para “ser parte de”; sino “aceptar que”... Sin duda, una de las buenas producciones de 2011.
Las relaciones en juego Ferzan Ozpetek nació en Estambul y se radicó en Italia en 1978 para estudiar en la Universidad de Roma. Trabajó un tiempo con Julian Beck y el Living Theatre y pasó al mundo del cine como ayudante del director Maurizio Ponzi. Su primer film fue Hamam, el baño turco (1997) seguido de Harem Suaré (1999) y El hada ignorante (2001), con el que ganó el reconocimiento mundial al conseguir el Premio a las Mejor Película en el Festival de Cine Gay y Lésbico de Nueva York. Su trabajo da cuenta desde sus inicios, de una preocupación por indagar sobre un sinnúmero de temas, donde se destacan las uniones de hecho, la eutanasia, las convenciones sociales y culturales y fundamentalmente la homosexualidad, común denominador en casi toda su filmografía desde que debutara con "Hamam, el baño turco" en 1997. Aunque el director asegura no creer "en la palabra homosexualidad, sino sólo en la sexualidad de las personas", uno de los conflictos planteados en esta película entre una pareja del mismo sexo impulsó un encendido debate en Italia acerca de la legalización de la unión civil entre personas, con independencia de su sexualidad. Tengo algo que decirles aborda dicha temática, pero va mucho más allá. Si bien el film es la historia de Tommaso, el hijo menor de una familia del interior de Italia, quien vive en Roma y viaja a su pueblo con la idea de contarle a su familia la verdad sobre su vida y sus sentimientos. Su hermano mayor escucha previamente su relato, donde le cuenta, que en cambio de ser un administrador es literato, y en cambio de desear dedicarse a la fábrica de pastas de su padre quiere ser escritor y en cambio de gustarle las mujeres está enamorado de un hombre. El inconveniente es que en el momento en que decide plantear su verdad, su hermano de adelanta y le confiesa a su familia su propia verdad. Esta noticia desestructura a toda la familia y Tommaso debe hacerse cargo de la fábrica. El hecho de que ambos hermanos sean gay es un pretexto para hablar de todo aquello que nos ocurre, (o, que en todo caso le ocurre a todos los integrantes de esta familia) cuando se vive a contramano del propio deseo. El deseo no es algo que pueda correrse de lugar, se puede negar, se puede reprimir, pero siempre inexorablemente se cobra la mayor parte de aquello que solemos llamar “felicidad”. Con la forma de una comedia, por momentos bufa, por momentos dramática, Ferzan Ozpetek con su habitual maestría, nos muestra el retrato de una familia para hablar de una sociedad pueblerina, alcanzando en algunas escenas, momentos de una particular belleza. La historia de la “Nonna” es el eje que atraviesa el film, a través de un flash back que la muestra con su amor imposible y representa también la primera sumisión a los mandatos sociales. Con una excelente actuación de Riccardo Scamarso y Nicole Grimaudo, trabajada en primeros planos con el énfasis puesto en la mirada, el film avanza hacia una historia coral, a la vez que cada personaje nos remite a mostrar algún deseo imposible. Riccardo Scamarcio encabeza el reparto, convertido en el nuevo galán del cine italiano con títulos como "Tres metros sobre el cielo", "Romanzo Criminale" o "Mi hermano es hijo único". Además, intervienen Ennio Fantastichini y Lunetta Savino (No basta una vida), Nicole Grimaudo (Baarìa), Alessandro Preziosi (El destino de Nunik) y Elena Sofia Ricci (Todos tenemos un ex) entre otros. "Tengo algo que decirles" se llevó 2 David de Donatello y una Mención Especial del Jurado en el Festival de Tribeca. Tengo algo que decirles es un film absolutamente recomendable, por momentos poético, de pronto hilarante y a veces paródico, que muestra el abanico de posibilidades dentro de las relaciones humanas.
Comedia devenida en drama, este filme del turco-italiano Ferzan Özpetek está a tono con su filmografía, en la que suele ahondar en temáticas gay. Özpetek debutó en 1997 con "Hamam: el baño turco", a la que le siguieron "El hada ignorante", "La ventana de enfrente" y "No basta una vida", entre otras. En este caso relata la historia de una familia acomodada económicamente, en el sur de Italia, que descubre un secreto difícil de digerir para todos ellos, que involucra un tema sexual. En la familia Cantone, dueños de una fábrica de pasta, el padre está empeñado en hacer de sus hijos unos triunfadores. Antonio, el mayor, trabaja en la fábrica; Tommaso, en cambio, tiene una difícil misión al querer confesar su homosexualidad, además de plantear que quiere ser escritor y no formar parte del negocio familiar. Pero Antonio se le adelantará y confesará algo inimaginable. También está la rebelde abuela, una mujer anclada en el pasado, de la cual se muestran flashbacks a cuentagotas , que justifican su accionar casi finalizando el filme. Es de destacar la maña del director para colocar pequeños gags en medio de situaciones dramáticas, que no desentonan, y alivianan un poco el peso del drama. Si bien cae en algún que otro lugar común (los amigos tan amanerados del protagonista o la tía alcohólica) el filme se ve con gusto y resulta entretenido, destacando la labor actoral de Riccardo Scamarcio y, muy especialmente, de la bellísima veterana Ilaria Occhini como la Nonna, que también guarda su propio secreto...
Saliendo del closet Muchos habrán conocido a Opzetek hace muchos años en el Festival de Mar del Plata o en el BAFICI donde se mostró "Haman, el baño turco". Muchos otros lo habrán encontrado por primera vez a partir de un pequeño exito comercial de una obra de cámara "La ventana de Enfrente". Pero quienes hayan visto una de sus películas más deliciosas "El hada ignorante" (con Stefano Acorsi y Margherita Buy) habrán descubierto las debilidades temáticas de Ferzan Opzetek, un director que mezcla una gran dosis de sexualidad en absolutamente todas sus películas. De una impronta abiertamente gay, cada uno de sus films suele tener detalles atinentes a las minorías sexuales, pero sobre todo en "El hada ignorante" y en el estreno de "Tengo algo que decirles" el tema de la sexualidad es el eje fundamental del film. En este caso el escenario es una típica familia italiana de un pueblo no tan chico pero donde el infierno es siempre grande cuando se trata de que un pater familia absolutamente rígido e impenetrable, arquetípicamente duro, acepte la elección sexual de uno de sus hijos. El giro de comedia que toma el film es justamente porque Tomasso quiere "salir del closet" y en el momento en que está prácticamente decidido a blanquear su situación, encuentra que es su hermano mayor Vincenzo quien primero abre el fuego sincerándose respecto de su homosexualidad. Es evidente que el pobre Tomasso no solamente no podrá decir lo que tenía para decir sino que además quedará en la linea de fuego entre su padre y su hermano. Un padre que toma como un tormento y una desgracia extrema esa noticia, se siente señalado socialmente y es así como se desequilibra precipitadamente un esquema familiar "tan bien constituido", resquebrajándose una fachada perfecta que todos tratan de sostener. Típica famila escondedora de sus miserias y sus pequeños secretos, el impacto de la noticia es aún mayor porque hay una explotación comercial familiar en donde se mezclan lo laboral con lo familiar y la discusión entre el hermano mayor y el padre hace que finalmente quede al mando de la empresa el hijo menor, Tomasso quien no tiene afinidad alguna con el emprendimiento. El sólo quiere ser escritor y quería no solamente contarles de su deseo profesional sino de no seguir escondiendo su identidad sexual, cuestión casi imposible de develar cuando ve cómo ha repercutido en la familia la noticia de su hermano Vincenzo. Opzetek deja atrás todo tipo de dramatismo y le da un tinte desde las primeras escenas, de comedia italiana acelerada con todo lo que esto implica: desde la pasión que le imprime a todos los diálogos hasta lo exagerada de la reacción de los personajes llenos de pura sanguinidad y algunos trazos con brocha gorda con la que traza algunas características de los personajes de reparto (muy divertidas la tía que no para de tomar a toda hora del día y el personaje de la mucama de la casa) que completan con mucha simpatía algunas otras lineas de la historia. El director ya claramente asentado en este tono pleno de comedia, vuelve a dar una vuelta de tuerca y una mirada distendida sobre la aceptación de las diferencias, la resistencia de ciertas generaciones a compartir ciertas temáticas, sin que por ello le imprima madurez y claridad en el tratamiento del tema. Tal como pasaba en "El Hada Ignorante", Opzetek evidentemente sabe el terreno que maneja y logra particularmente momentos muy divertidos cuando viene un grupo de amigos gay a visitar a Tomasso -que se ha quedado a cargo de la empresa familiar y ellos insisten en que vuelva a Roma- y tienen que "disimular" algo que es a todas vistas indisimulable, logrando los momentos de mayor juego que tiene el film, ensayando incluso algún número musical casi al estilo "Priscilla, Queen of Desert" en el medio de la playa y el mar. El título original "Mine Vaganti" refiere a "bala perdida" "tiro al aire", situación que parece que en la familia se viene repitiendo desde algunas generaciones anteriores y evidentemente estos personajes que han asumido papeles de choque y de transgresión han hecho que de estos "tiros al aire" surgieran cambios que se transmiten de generación en generación. Un relato fresco, sin una mirada demasiado novedosa ni mucho más para aportar, pero que vuelve sobre un tema que es de gran actualidad aportando un planteo descontracturado y de comedia para contar la resistencia social que todavía hay en algunos sectores para aceptar con total libertad la vida que cada uno quiera vivir. Y rendirse a los deseos personales, tanto en la sexualidad como en cualquiera de las otras áreas de la vida.
Una tragicomedia a la italiana En el mapa de Italia, en el taco de la bota, está Lecce. En esa ciudad del sur, el director turco radicado en la península, Ferzan Ozpetek, ambientó Tengo algo que decirles (2009). Con buena dosis de costumbrismo contado con ironía contemporánea, plantea la hecatombe familiar que llega de la mano de los dos hijos, herederos naturales de la fábrica de pastas de los Cantone. Ozpetek logra una comedia con carga grotesca en la que los rasgos a la Campanelli se reescriben con el tema de la condición sexual. Tommaso es el hijo que estudia en Roma y vuelve a casa a sincerar su situación. No cuenta con la reacción de su hermano Antonio, mano derecha del padre en la fábrica. Ozpetek narra la vida cotidiana de la ciudad chica donde el más próspero es despellejado cuando la noticia corre. El director se vale de breves historias paralelas, entre la que se destaca la de la nonna (Ilaria Occhini), para armar la estrategia de la liberación de los hombres cansados de fingir. Los personajes hacen añicos el mandato social, tema recurrente y siempre bien contado por el director de El baño turco (1997) y La ventana de enfrente (2003), dos de sus títulos en los que la homosexualidad se tematiza, con estéticas diferentes a las de Tengo algo que decirles. En el bellísimo corazón de la ciudad, los personajes femeninos sobreviven a sus deseos. Particularmente intensa es la actuación de Nicole Grimaudo en el rol de Alba Brunetti. Se luce Ennio Fantastichini, como Vincenzo, con ataques de risa que esconden la vergüenza, así como en las escenas con la familia en la mesa. Ozpetek también pone humor en la visita de los amigos de Tommaso que llegan de Roma, y acompaña el tono general con una banda musical que mete ritmo. El director utiliza los estereotipos para decir otra cosa y hablar del amor como encuentro. Los temas musicales funcionan como bisagras y la cámara envuelve a la familia bajo la admonición tan italiana, tan del sur: “los amores imposibles no se terminan más”.
Ferzan Ospetek es conocido en Argentina por “El baño turco” y sobre todo por “El hada ignorante”. En ambos casos, como en “Tengo algo que decirles”, la homosexualidad atraviesa el conflicto central. En este último caso se trata del hijo y heredero de una familia de ricos empresarios que decide contarles a sus padres que nunca estudió economía en Roma, que quiere ser escritor y que además es gay. Pero otra revelación inesperada echa a perder todos sus planes. Ospetek, que a juzgar por la dedicatoria final parece contar un episodio autobiográfico, oculta bajo una pátina de comedia el drama del personaje protagónico. La trama está sólidamente desarrollada pero el cineasta se concede algunos clichés que a pesar de todo no empañan la historia ni le restan atractivo a pesar de ser un tema bastante transitado.
Un film que tiene mucho para decirnos La película nos mira a nosotros, nos vuelve partícipes de tantos secretos y confidencias, nos abre a nuestras reflexiones, se conecta con nuestras experiencias de vida. Todos y cada uno de sus personajes tienen algo para decirnos. No comprendo aún porque la mayor parte de los medios porteños, en su sección espectáculos, cuando el estreno de este film hace algunas semanas, se esforzaron en considerar a este film como una obra menor del director Ferzan Ozpetek, nacido en Estambul en febrero del 59, radicado en Italia desde 1978, intelectual y artista de dos orillas. No alcanzo a dimensionar algunas notas, como las que afirman que "Tengo algo que decirles", film que desde el punto de vista de tantos y tantos espectadores transpira una inusual sensibilidad, "atrasa al cine en más de treinta años". Y en cambio sí, estos jóvenes críticos, a la manera de ilustrados mandarines que rechazan a un cine de sentimientos, ponderan a los megafilms de Hollywood, en nombre de un muy amplio concepto de "cine moderno". Si bien es cierto que el cine de Ozpetek no rehuye, ni se lo propone, del formato clásico del melodrama, en su manera de narrar "historias de vida", también es muy cierto, que de ninguna manera lo hace de forma complaciente, ni conformista. Más aún, creo, estimo, considero que su filmografía que parte de "Hamam?El baño turco", ya a fines de la década pasada, abre a interrogantes sobre las identidades, la cuestión inmigratoria, los secretos de familia, los amores no correspondidos, las relaciones de clase, entre tantos otros temas más. Como lo hace, a su manera, otro realizador de esas latitudes, Faith Akin. "Mine Vaganti" es su título original. Y este es el octavo film de este realizador de quien se han estrenado en nuestro país sólo algunos de sus films, en salas comerciales; "El hada ignorante" y "La ventana de enfrente", además del primero de su filmografía. Los otros, en su mayoría, fueron presentados en funciones de Cine Club Rosario y el que aún permanece inédito "Harem Suaré" no se dió a conocer en circuito alguno. En nuestro país, "Mine Vaganti" se estrenó en el marco de la presentación del Festival de Pinamar este año y hoy, podemos verlo en sala. El nombre del film, en el original apunta a señalar a aquellas personas que funcionan como "balas perdidas", como "bombas de tiempo", y en el film se lo traduce como "irresponsables", cada vez que alguien pronuncia esta palabra. Como en la mayor parte de los films italianos, y en numerosos films argentinos, la mesa familiar ocupa un lugar central en la acción dramática; rasgo, por otra parte compartido en toda la obra de Ferzan Ozpetek. En esa mesa familiar, no sólo habrá manifestaciones de afectos y reconciliaciones, sino también enojos, revelaciones, la irrupción de lo inesperado. Tras un prólogo en el que se animan imágenes de un pasado desde el recuerdo de una abuela, que sí lo comprende, desde su silencio, todo; desde ese prólogo que saldrá al encuentro de esa secuencia final, epílogo, narrado desde la voz del joven escritor, Tommaso, que se permitirá desde la creación de sus ficciones reunir a todos sus personajes, "Mine Vaganti" va trabajando un itinerario que se abre con la llegada de este joven, hijo de esta familia de habitantes de Leche, de una región de la Puglia, dueño de una fábrica de pastas, dominado por ciertas reglas severas y un rígido concepto de honor, dispuesto a contar su verdad sobre su elección sexual, ser gay, y sobre su real vocación. Este viajero, que se anuncia de manera poética y que es recibido de igual manera por su hermano, acompañados ahora por la madre y por la abuela, esa abuela que nos brindará esos momentos de confidencia, de reposo, de afecto sincero y de feliz y sabrosa despedida, es la llave de ingreso a esta historia que llevará a que todos sus personajes comiencen a transitar un territorio diferente, mediante preguntas, atajos, enmascaramientos, ya que frente a algo que debía ser de una manera; así, de pronto, y en esa familia, tomará otro giro. "Mine Vaganti" es una historia de mandatos y sucesiones; pero también de enfrentamientos y de rebeldías. Aquella primera afirmación sobre lo que "se es" no pudo ser dicha y en cambio habrá que seguir las reglas del juego propuesta por el jefe de familia. En el film de Ozpetek, son las mujeres las que pueden comprender a aquellos hombres, que han elegido apartarse del severo mandato paterno, de la llamada normalidad impuesta por la convención social. Son ellas, quienes pueden escuchar interpretar el silencio, comprender el dolor ante el rechazo. Por lo menos, en los primeros tramos del film. Una vez más Ozpetek nos lleva a recorrer todos los matices posibles de las reacciones humanas, frente a situaciones que van marcando, señalando lugares en donde se manifiestan fisuras, en donde se pueden plantear nuevos acercamientos. En su manera de encuadrar los rostros, pone en acto el tono de voz, la mirada detenida, la profundidad del gesto. La vida de la pequeña ciudad es captada en "Mine Vaganti" desde las miradas y desde el que dirán. Desde el tono burlón, las palabras insidiosas y ciertas alusiones. Frente a ello, la respuesta digna, marcada por el tono humorístico y a veces triunfante. Y en algún momento de este film, que nos regala una sublime banda sonora, escuchamos: "No debés jamás permitir que los otros te digan a quien debés amar. Equivocáte, por tu propia cuenta, siempre".
El Closet Familiar Mine Vaganti (título original) o Tengo algo que Decirles, es una comedia/drama italiana que trata algunos temas familiares profundos y difíciles con una mirada inteligente y tierna. También trata sobre los amores imposibles y hasta donde uno es capaz de resignar su propia felicidad en pos de que otros la consigan. Todos temas buenísimos para conformar esta película que me sorprendió de buena manera. El cine italiano tiene una frescura muy atractiva, y el estilo tragicomedia le sienta muy bien. En esta ocasión la historia se centra en una familia conservadora de Puglia, una ciudad del sur de Italia donde el "que dirán" es importantísimo, sobre todo cuando se trata de un clan reconocido como los Cantone. Con motivo de un gran negocio se cita a los hijos de Vincenzo (cabeza de la familia) para repartir las partes que le corresponden a cada uno, pero hay uno de sus hijos que hará un anuncio en la cena familiar... un anuncio que pondrá la vida de todos patas para arriba, ¿se imaginan que es?... El título en castellano ya sugiere bastante, pero si no se habían dado cuenta, el anuncio efectivamente es que siempre ha sido homosexual. Esta declaración nos llevará por un viaje divertido pero por momentos también serios, que nos harán reír, a algunos incomodar y también nos moverá los sentimientos ligados con las interacciones familiares, que en este film están trabajadas muy bien. Por momentos se vuelve algo tediosa... pero en el cine italiano es casi imposible no pasar por esta cuestión aunque sea 10 minutos... que en este caso creo que le sobran a la peli. Sobre el reparto que da vida a esta historia no conocía nada, salvo a la actriz que hace de mamá Cantone (Lunetta Savino) que estoy seguro de haberla visto en un film bastante bueno pero que no puedo recordar su nombre en este momento. Las interpretaciones cumplen con el cometido y son divertidas cuando así lo requiere la trama, y por otro lado se ponen serias para darle el toque dramático. Sobre el director Ferzan Özpetek tampoco conocía nada, por lo que me puse a investigar y pude averiguar que es un tipo abiertamente gay, que trata sobre la sexualidad en muchos de sus films y que ha cosechado algunos premios internacionales. Entre sus obras anteriores, "El Hada Ingnorante" y "La Ventana de Enfrente" resultan interesantes para pegarles una mirada. Tengo algo que Decirles no es una película sobre la homosexualidad (aunque sí la expone sin tapujos) sino sobre las relaciones familiares y los amores no correspondidos, lo que la convierte en un producto apto para diversos públicos. Habrá personas que no podrán superar sus prejuicios y es una lástima, porque la cinta es digna de ver, divierte y por momentos conmueve. Si estás con ganas de curiosear por la dimensión de las familias disfuncionales y un poco del mundo gay, es una buena opción.