Ustedes probablemente eran muy jóvenes (o incluso algunos ni siquiera habían nacido) cuando se estrenó Top Gun: Reto a la gloria. El film de Tony Scott tuvo en su momento críticas muy poco entusiastas, pero las aventuras del joven piloto Maverick se transformaron en un inmenso éxito de crítica y con el tiempo en un inoxidable ícono popular. Pasaron más de 35 años y Cruise -convertido en una de las últimas figuras que llevan el estrellato de forma clásica, con garbo, dignidad, sin caprichos ni los desaires del divismo- vuelve al personaje de Pete 'Maverick' Mitchell con John Kosinski (con quien ya trabara en Oblivion: El tiempo del olvido) en la dirección. Tom Cruise será ahora un galán maduro, con más arrugas y más musculatura, pero esta secuela old-fashioned que inevitablemente invita a la nostalgia y melancolía luce mucho más eficaz y armónica que la oelícula de 36 años atrás. La primera secuencia -notable- encuentra al capitán Maverick (después de tantos años siguen sin ascenderlo) desobedeciendo una y otra vez las órdenes de Beau 'Cyclone' Simpson (Jon Hamm) y del contralmirante Cain (Ed Harris) para -entre otras cosas- conseguir que el prototipo de un avión rompa todos los récords de velocidad. Lo cierto es que al rebelde pero aún vigente Maverick lo mandan del desierto de Mojava a un campo de entrentamiento e instrucción en San Diego. Y, así, tras montar su Kawasaki, irá a su nuevo destino, donde tendrá no solo que formar un equipo para una misión poco menos que suicida sino también lidiar con las nuevas generaciones, saldar algunas cuentas pendientes con el joven Bradley 'Rooster' Bradshaw (Miles Teller) y reencontrarse con la Penny Benjamin de Jennifer Connelly, dueña del bar del lugar. Todo servido, entonces, para enfrentamientos generacionales y subtramas románticas que Kosinski filma con destreza y Cruise resuelve con la simpleza y confiabilidad de siempre. ¿Que en Top Gun: Maverick hay mucho de fórmula(s)? Sí, es un cine de impronta ochentista con look y despliegue propio de estas épocas. Es un espectáculo sin grandes audacias concebido con sensibilidad y nobleza (las apariciones del degradado Val Kilmer son hermosas) por gente que sabe y ama lo que hace. No es poco en estos tiempos en que la mayoría de los tanques están sumergidos en intrincados y absurdos metaversos. Keep it basic.
SEGUNDAS OPORTUNIDADES Tom Cruise es indiscutible. Tom Cruise es quien, allá a lo lejos, inició su carrera como otro de esos actores carilindos, debutante con films como Taps, Losin’ It o The Ousiders, y a quien en lo personal se le presentaron proyectos que le permitieron trabajar junto a directores como Coppola, Scorsese, los hermanos Scott o De Palma. Al haber aprendido el oficio, no solo logró mejorar su performance actoral (algo similar ocurrió con Brad Pitt) sino que esto le permitió interiorizarse en la industria cinematográfica por completo, es decir, entendió con qué debe contar un film para convertirse en un éxito de taquilla y a su vez perdurar en el tiempo. Tom se interiorizó en el proceso creativo de sus proyectos, se atrevió a dirigir un episodio de la olvidada serie noir Fallen Angels, que no estaba nada mal, pero al iniciar su faceta como productor fue cuando definitivamente se consolidó como un actor/productor clásico del Hollywood actual. Top Gun: Maverick reúne al personaje de Cruise con Rooster (Miles Terrer), hijo de su co-equiper en el supersónico F14 Tomcat, el amigo y fallecido “Goose” (Anthony Edwards), planteando entre ellos una rivalidad debido a la herida abierta producto de esa muerte. Es cuando se establece una relación padre-hijo no consensuada que mantiene en pie la trama del film a lo largo de una misión casi suicida que se basa en la destrucción de una planta de enriquecimiento de uranio para la que Maverick tomará el rol de instructor, como fuera el de Charlie (Kelly McGillis, ausente incluso de mención alguna aquí) en la primera Top Gun: Reto a la gloria. TG:M apela todo el tiempo a la nostalgia, algo que funciona a la perfección y se materializa por la concatenación de escenas, planos y situaciones simétricas a su antecesora. Maverick entra como ignoto a un bar como lo hiciera Charlie, similar situación que plantea una sorpresa entre los reclutas al día siguiente. Mismo planos, misma puesta en escena, y la misma locación consistente en un hangar. En el bar donde se reúnen los asistentes a la academia de Top Gun se consolida la atracción de Maverick hacia Penny (Jeniffer Connelly), la bartender divorciada y con hija, repitiendo tambien una escena de sexo casi plano por plano. En el lugar, Rooster toca en piano “Great Balls of Fire” al igual que su padre. Hasta se repite la tensión homoerótica del juego de voleyball en la playa mientras sonaba “Playing With the Boys” de Kenny Loggins, pero en esta es reemplazado por fútbol americano. No faltan las rivalidades entre reclutas; la confrontación que existía entre Maverick y Iceman esta vez se da entre Rooster y Hangman (Glen Powell). Dentro de los regresos hay una escena con Iceman (Val Kilmer) muy bien resuelta teniendo en cuenta la actual dificultad para hablar que posee el actor. Aquí se presenta uno de los momentos más emotivos del film. Lo de Tom Cruise en Top Gun: Maverick es increíble. Como en las Misión: Imposible, el actor todoterreno pone una vez más el cuerpo a un personaje por demás querible. Top Gun: Maverick no es otra cosa que un film sobre segundas oportunidades.
El cerebro es algo sorprendente, ya que con sólo un segundo de música y de imagen podemos rememorar algo que escuchamos y vimos hace varios años. No hace falta ni medio segundo de película que Top Gun: Maverick logra tocar la fibra de la nostalgia. El film llega a los cines el próximo 25 de mayo. Al capitán Pete “Maverick” Mitchell (Tom Cruise) le es ordenado entrenar a graduados de Top Gun para emprender una peligrosa misión, entre estas personas está el teniente Bradley Bradshaw (Miles Teller), hijo de su difunto compañero y oficial de intercepción de radar, Goose. Parece como si 36 años nunca hubieran pasado. Tom Cruise se luce como el impulsivo piloto que no desea que lo saquen del aire; este es el Cruise que trae su arsenal consigo y los despliega con destreza. Lo acompañan un excelente Miles Teller, quien increíblemente se parece al Goose de Anthony Edwards en la original; una aceptable Jennifer Connelly (no estaría mal haberla visto en más escenas); y la sorpresa más agradable de todas, una aparición especial de Val Kilmer como Iceman. La escena entre él y Maverick es una de las más emocionantes de todo el film, ya que después de lo que le pasó al actor de Fuego contra Fuego, es una gran historia de superación poder verlo en la pantalla. Este film no pretende ser el mismo que dirigió el fallecido Tony Scott a mediados de los 80, pero sí le rinde varios homenajes a aquella primera parte: empezando por los créditos principales, que son prácticamente un calco -en el color, en la música, en la tipografía-, el argumento sigue casi el mismo derrotero y las dinámicas entre los pilotos se asemejan bastante. Y aunque no es necesario haber visto Top Gun (1986) ya que en esta secuela se explican varias cosas, sí se debería darle una ojeada para amplificar la experiencia. La música de Hans Zimmer no deja de sorprender, en cada proyecto sabe encontrar los climas correctos en donde colocar sus composiciones y toma mucha inspiración de su antecesor, Harold Faltermayer. Las escenas de acción son atrapantes y muy bien logradas, más al saber que casi no se utilizaron efectos visuales y que los actores estaban verdaderamente en el aire. En la era de las secuelas y los reboots, Tom Cruise y compañía supieron qué hacer y cómo hacer para que Top Gun: Maverick vuele alto y seguro.
Aires de nostalgia Top Gun (1986) no era precisamente una joya del séptimo arte pero acumulaba ese encanto trash, nauseabundo e hiper ochentoso típico de aquella época que puede ser resumido en la fórmula “militarismo + estudiantina + instantes videocliperos + escenas de acción reales/ sin artificios digitales + melodrama barato + fantasía de intimar con la bella profesora”. La película, uno de los tanques más grandes de los 80 y uno de los soundtracks más vendidos de la historia del cine, atravesó un camino larguísimo hacia la continuación por diversos factores, primero porque su protagonista, Tom Cruise, se dedicó en el corto y en el mediano plazo a legitimarse como actor con papeles más demandantes, segundo por el suicidio en 2012 -a raíz de una dura batalla contra un tumor- del director del film original, Tony Scott, tercero por la obsesión de Cruise con permitirle un cameo a Val Kilmer, coprotagonista de antaño, a pesar de padecer desde 2015 un cáncer de laringe, cuarto debido a la pandemia del coronavirus, esa que retrasó los estrenos de todos los blockbusters del globo a la espera de que más y más salas pudiesen reabrir sus puertas, y quinto por la misma naturaleza de la propuesta, un relato con secuencias de aviones de combate en vuelo que los productores principales, el propio Cruise y el tremendo Jerry Bruckheimer, garantizaron que volverían a ser verídicas, sin el insoportable CGI de nuestros días, lo que implicó años de preparación porque el mainstream contemporáneo ha perdido el contacto con la realidad y le cuesta mucho encontrar a los profesionales idóneos del pasado para rodar en el aire o simplemente bajo cualquier circunstancia difícil que le escape a los efectos especiales digitales y nos devuelva a la preciada materialidad, esa que tanto necesitamos los que vivimos en cuerpos y no en entidades virtuales que colaboran en esa triste despersonalización del Siglo XXI. Cruise, como en otras oportunidades, le encargó a dos hombres de su confianza la faceta artística del convite, Joseph Kosinski, quien lo dirigió en la estupenda Oblivion (2013), y el aquí guionista y productor Christopher McQuarrie, con quien viene desarrollando desde 2015 la saga de Misión Imposible (Mission Impossible), y en este sentido se nota mucho que el actor se siente muy cómodo en la secuela porque Top Gun: Maverick (2022) apuesta en un solo movimiento a recuperar el espíritu algo tontuelo y de cuasi cine publicitario del opus primigenio pero adaptándolo a los tiempos que corren, sobre todo en materia del reemplazo de los pilotos por drones comandados a distancia, y llevando el asunto hacia una melancolía bastante bien trabajada que le da una pátina de insólita madurez y paciencia a un mazacote hollywoodense de esta índole, conservando el desarrollo de personajes -bobo aunque ultra sincero- de los 80 sin descuidar el detalle de que ya no es posible mantener la inocencia de antaño. Pete “Maverick” Mitchell (Cruise) nunca ascendió más allá del rango de capitán para continuar volando aviones en la marina y no transformarse en otro patético burócrata de la guerra, así es llamado por un antiguo rival y hoy amigo, Tom “Iceman” Kazansky (Kilmer), para que oficie de instructor en una especie de misión suicida en una “nación no alineada” y elija a los pilotos de turno entre un grupito de la academia de elite TOP GUN, entre los que está el vástago de su fallecido colega Nick “Goose” Bradshaw (Anthony Edwards), Bradley “Rooster” Bradshaw (Miles Teller), quien lo odia por haber estado presente en el accidente en el que murió su progenitor y porque retuvo sus papeles en el centro de adiestramiento de la marina y ese gesto sobreprotector y condescendiente le costó cuatro años de retraso con respecto a la carrera militar de sus compañeros de armas. Desde ya que Top Gun: Maverick no le va a cambiar la vida a nadie no obstante debemos reconocer que las secuencias dramáticas y de acción no molestan y en general resulta un corolario digno que por un lado recupera aquella premisa del opus de Scott, especialmente la competencia entre pilotos, los sinsabores del aprendizaje y una historia de amor, ahora entre Mitchell y una hermosa veterana, su ex pareja y hoy dueña de un bar Penny Benjamin (Lucifer bendiga a Jennifer Connelly), porque Charlotte Blackwood (Kelly McGillis) brilla por su ausencia, y por el otro lado incorpora como gran novedad a una misión hiper ridícula hollywoodense para complementar con batallas reales, léase con un enemigo delante, a las clásicas secuencias de acción correspondientes al entrenamiento estándar, en esta ocasión la voladura de una planta dedicada a la fabricación de uranio enriquecido ubicada en una zona montañosa de lo que parece ser un país ex miembro de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en esencia una excusa narrativa para un instante de nerviosismo y peligro que se asemeja mucho a la destrucción de esa Estrella de la Muerte de La Guerra de las Galaxias (Star Wars, 1977), de George Lucas, debido a eso de volar bajo evitando chocar contra un perímetro acotado símil trinchera o túnel enorme para arrojar una bomba contra un blanco concreto custodiado por un arsenal de misiles fijos y diversos aviones de defensa. Maverick asimismo cambió con las décadas y se volvió una figura anacrónica dentro de la marina, la cual desea expulsarlo por su rebeldía mezclada con coraje en tiempos del automatismo de los drones símil videojuego para burguesitos cobardones, amén de ocupar el lugar de padre postizo del adusto Rooster, algo así como el rol de Cruise en el film original porque incluso mantiene una rivalidad con Jake “Hangman” Seresin (Glen Powell), equivalente de Iceman. Mientras que el mainstream yanqui continúa empujando el negocio hacia las franquicias eternas, Cruise, una de las figuras con mayor poder intra Hollywood, pretende mantenerlo apegado a los preceptos que le interesan y le convienen a él, los de las estrellas inmaculadas del pasado, de allí surge el tono narrativo nostálgico de Top Gun: Maverick y el buen nivel de los trabajos de Cruise en formato productor/ curador artístico, pensemos en Barry Seal: Sólo en América (American Made, 2017), de Doug Liman, Al Filo del Mañana (Edge of Tomorrow, 2014), otra de Liman, la citada Oblivion, Jack Reacher (2012), de su compinche McQuarrie, y Operación Valquiria (Valkyrie, 2008), del malogrado Bryan Singer, esquema que nos lleva a señalar que no todas son rosas porque el señor a veces entrega obras fallidas como La Momia (The Mummy, 2017), de Alex Kurtzman, La Era del Rock (Rock of Ages, 2012), de Adam Shankman, y Encuentro Explosivo (Knight and Day, 2010), opus de James Mangold. Kosinski, responsable de la excelente Tron: El Legado (Tron: Legacy, 2010) y la pomposa y redundante a escala emocional Solo los Valientes (Only the Brave, 2017), sigue a rajatabla los lineamientos del actor en lo que atañe al guión de McQuarrie, Eric Warren Singer y Ehren Kruger y a la idea de sumar un poco de todo aunque sin nunca abusar, por ello tenemos banderitas norteamericanas para la derecha, un antihéroe central ajado para la izquierda, una mujer piloto para no recibir acusaciones de no ser inclusivos, Natasha Trace (Mónica Bárbaro), el romance con Penny para el público más veterano, la presencia del treintañero Teller para captar al segmento de espectadores específico del film, el homenaje al colega Kilmer mediante una mínima aunque sentida participación y por supuesto la cara sonriente perpetua de un Cruise que unifica el combo y le estampa su sello de aprobado…
Tom Cruise y su Maverick vuelven a volar en la pantalla a 36 años de la última vez. Con una historia que vive de la nostalgia pero aporta algunas novedades, Top Gun Maverick resulta una sorpresa bella de experimentar.
Volvió a Pete “Maverick” Mitchell (Tom Cruise), y está intacto. A casi cuarenta años de la entrega original, en la que descubríamos la historia de un piloto de avión de la armada de Estados Unidos, llega la secuela. El tiempo deja entrever las cicatrices abiertas que nuestro piloto aún no ha podido cerrar. Claro que sin perder nunca esa rebeldía que lo impulsó a ser el mejor de todos (y negarse a ascender de rango). Lo cierto es que Pete es convocado para ser el instructor de una nueva generación de pilotos de élite, que deben sortear una misión suicida. Volando muy bajo y a través de relieves montañosos, deben eliminar una peligrosa mina antes de que comience a operar. Es así, que en el proceso debe volver a Top Gun, y a enfrentarse al hijo de su mejor amigo muerto, Goose. Una muerte que siempre llevó con culpa, y que aún no puede superar. Un ahora Bradley Bradshaw (alias Rooster), protagonizado por Miles Teller, adulto que siguió los pasos de su progenitor; y que está furioso con Pete dado que este retrasó su entrada a la escuela de pilotos. En este contexto, Maverick deberá entrenar a estos jóvenes en un tiempo casi nulo, y desafiando a la burocracia de la armada. Él es consciente sus años, de su doloroso pasado y que debe hacer algo para recuperar la confianza de Bradley. Top Gun: Maverick, se alinea casi orgánicamente a su antecesora, trayendo elementos del pasado y reciclándolos para brindarnos un nuevo show cargado de acción, y de lo más dinámico. Las escenas de vuelos son majestuosas, sin descuidar un guion que se adapta a las circunstancias genéricas. O sea, es una historia sencilla, cuadrada pero que respira nostalgia (entre personajes del pasado y la música), y cierta épica. Más allá de lo elemental del relato, aquí hay cine. Transpiramos junto a los protagonistas en cada vuelo, y también nos identificamos desde lo emocional. Un cliché sumamente disfrutable.
Top Gun: Maverick es la versión corregida y mejorada del Top Gun o tal vez, para ser más justos, una forma madura y más sofisticada de la película de 1986. Pete Mitchell, Maverick (Tom Cruise) llevan treinta y seis años en la Armada sin pasar del rango de capitán. La escena inicial y lo que ya sabemos de él son la prueba de ese estancamiento buscado. Pero llega una orden de la academia Top Gun para que vuelva como instructor, un puesto que muchos años atrás ocupó durante tan solo dos meses. La orden llega de su viejo rival y luego amigo Tom “Iceman” Kazansky (Val Kilmer) quien ahora es almirante, comandante de la Flota del Pacífico. Al llegar, Maverick descubre que no se trata de ser un simple instructor, sino de preparar a un grupo de los mejores pilotos para una misión muy complicada que consiste en destruir instalaciones de uranio enriquecido producido por una nación sin nombre. Una complicación extra es que entre los pilotos de élite está Bradley “Rooster” Bradshaw, el hijo del viejo compañero de Maverick, Goose. La película utiliza una estructura acorde a los tiempos que corren. Es secuela, remake, homenaje y revisión del film anterior. Las imágenes iniciales juegan con la estética de la película anterior, incluyendo el tema Danger Zone interpretado por Kenny Loggins. La película rinde homenaje en más de un sentido al director del film original, el recordado Tony Scott. Pero luego se aleja y despliega su verdadero juego. Allí donde la otra película fallaba, es decir en la consistencia del guión, acá todo se ordena y se arma de forma más sólida. Hay una historia de amor más madura, esta vez entre Maverick y Penny (Jennifer Connelly), una madre soltera y dueña de un bar con la que Maverick tuvo una relación en el pasado. Tom Cruise es directamente otro actor, dejó atrás su gestualidad adolescente y hace veinticinco años que es la máxima estrella de Hollywood. Se nota el cambio justamente en sus dos interpretaciones de Maverick. Maverick sigue siendo gracioso, simpático y también intrépido y atrevido, aunque ha perdido su costado más egoísta y peligroso. Asume riesgos por el equipo, no por él. Las escenas de acción han evolucionado técnicamente así como también se nota un gran cambio en los conceptos de montaje en general. Decíamos que homenajea a Tony Scott y es cierto, pero aun en la escena inicial hay otro tipo de planos, más narrativos, que no le quitan espectacularidad, pero completan mejor las ideas. Hay también emoción y el personaje de Val Kilmer, un poco desviado hacia los propios problemas de salud del actor, genera una conexión que va más allá de la pantalla. Muchos elementos se vuelven a presentar en modos parecidos al film original, como el deporte en la playa o la canción de Jerry Lee Lewis en el bar. Parecen iguales, pero no lo son, el paso del tiempo lo ha cambiado todo. Top Gun (1986) fue un fenómeno que catapultó la carrera de Tom Cruise y siempre será valorada por eso. Pero aquí el último tercio de la trama muestra lo mucho mejor que es esta secuela. La primera película tenía un final anticlimático que se deshilvanaba frente al impacto de las escenas más logradas del resto de la trama. Acá el clímax es exactamente eso y tiene una tensión perfecta. Misión: Imposible mediante, el guión crea esta tarea para los protagonistas. Los villanos vuelven a ser prácticamente invisibles, no tienen rostro, ni siquiera tienen diálogos. Solo pilotos detrás de una máscara que los cubre por completo. Una cuenta regresiva dentro del guión convierte a los tramos finales de Top Gun: Maverick en un espectacular conjunto de momentos de acción y tensión. Tom Cruise lo hizo de nuevo y esta vez se ha dado el lujo de reinventarse a sí mismo, ya no como actor o como estrella, sino como personaje. Maverick creció y esta película lo demuestra.
"Top Gun: Maverick", con los Ray Ban, pero 36 años después El actor mira por el retrovisor para homenajearse a sí mismo, pero también a aquella Top Gun de los '80 y a un modo de filmar que va a contramano del paradigma actual. ¿Cuántas vidas tuvo Tom Cruise entre 1986 y 2022? Treinta y seis años atrás, fue la encarnación perfecta del galán banana sacándose y/o poniéndose los Ray Ban en dos de cada tres escenas de Top Gun, una de las tantas películas de la época concebidas para su lucimiento y con el fin de allanar el camino para la búsqueda de prestigio que caracterizaría una buena parte de su filmografía de los ’90. Cruise sigue jugueteando con sus anteojos en la secuela, aunque con menos intensidad y con el aplomo de quien sabe que ese acto es su marca registrada, no como una forma de pararse ante el mundo al grito de “acá estoy”. A fin de cuentas, ya no necesita armar escándalos mediáticos ni andar arrastrándose por algún premio para llamar la atención, como demuestra la fanfarria que despertó durante su paso por el Festival de Cannes, donde generó un alboroto propio de la que quizás sea la última gran estrella del cine entendido como lo que ocurre únicamente dentro de una sala oscura. Es, pues, de los pocos actores que pueden darse el gusto de hacer lo que se les cante. En Top Gun: Maverick se le canta, básicamente, mirar por el retrovisor para homenajearse a sí mismo, pero también a aquella película y, con eso, a una manera de filmar que va a contramano del paradigma actual de las superproducciones. Cultor de la experiencia inmersiva de la pantalla grande al punto de haber postergado durante dos años el estreno por la pandemia, Cruise viaja a los orígenes de su faceta de héroe de acción, la misma que hoy lo lleva a rechazar el uso de dobles para, a cambio, revolear patadas, colgarse de aviones y manejar motos, helicópteros y lanchas con una pulsión por el riesgo digna de un veinteañero. Claro que el muchacho ya no es tal, sino un hombre de casi sesenta años: si en cada entrega de la saga Misión Imposible aumenta sus demostraciones de destreza física, en Top Gun introduce, como Sylvester Stallone en las dos Creed, la cuestión del legado y cómo entreverar el ímpetu del pasado con la sabiduría del presente. No parece casual, entonces, que el disparador argumental sea la convocatoria de Pete “Maverick” Mitchell para timonear el entrenamiento de los doce jóvenes pilotos del escuadrón de aviación naval de elite Top Gun, entre los que está Bradley Bradshaw (Milles Teller), quien no es otro que el hijo de Goose, el amigote de Maverick caído en acción en la película original. El objetivo es armar un equipo con miras a una misión que consiste en destruir una planta de enriquecimiento de uranio ubicada en medio de un país innominado pero muy cercano a “los aliados de la OTAN”: si no hubiera sido filmada en 2019, la lectura coyuntural señalando a Rusia como enemigo sería inevitable. Pero al igual que a Tony Scott en la película de 1986, al realizador Joseph Kosinski –en su segunda colaboración con Cruise luego de Oblivion: el tiempo del olvido (2013)– no le interesa la geopolítica, ni dialogar con un contexto, ni nada que no sean la carrera y la cosmovisión de su protagonista y productor. Las cosas entre Bradley y Maverick, al principio, no serán fáciles, pues el primero tiene unas cuantas facturas pendientes para cobrarle al segundo, como el cajoneo de su legajo durante años. Una relación que irá cambiando a medida que se acerque la misión y, con ello, el punto culminante de una película mucho más pulida, más fluida, mejor armada y filmada que su predecesora. Si aquella era una sumatoria de retazos, de subtramas hiladas por la presencia de Cruise, y tenía escenas de acción hechas a puro montaje frenético, aquí hay un ejercicio rabiosamente analógico en su ideario y construcción, una plaga de referencias y guiños entre las que aflora una historia de una simpleza sin escrúpulos, no exenta de cursilería, atravesada por el duelo –entendido simultáneamente como enfrenamiento y dolor no curado por una pérdida– y que construye con esmero la espacialidad aérea. Desde ya que también tacha el casillero del romance con la presencia de un viejo amor de Maverick a cargo de Jennifer Connelly, cuyo rostro sin cirugías cuadra perfecto con una película dedicada a exhibir el paso (y el peso) del tiempo.
Top Gun: Maverick es uno de esos eventos cinematográficos que deben ser disfrutados en la pantalla grande
Siempre se vuelve al primer amor. Antes de compartir la crítica, voy a intentar evitarles los spoilers lo máximo posible… aunque mejor no, no voy a pensar tanto, sólo escribirles. En una época donde lo clásico se recicla, regresa con secuelas o falsos reinicios, tenemos a Top Gun: Maverick, un filme que nunca pretendió ser una franquicia pero sí logró suficiente éxito como para quedar grabado en el recuerdo como una de las mejores películas de los 80. Hoy, a 36 años de aquella Reto a la Gloria de 1986, Top Gun: Maverick no sólo ostenta ser la secuela que más tiempo tardó en realizarse en la historia del cine, sino también que regresa a la vieja escuela de filmación sin CGI (o al menos minimizándolo todo lo posible). Para llevarla a cabo la producción fue impulsada por una estrella que no necesita presentación: Tom Cruise. El actor no sólo fue el protagonista: su influencia como productor resultó más que crucial para la realización del filme, y a su vez dejó lucirse a Joseph Kosinski detrás de las cámaras, con quien ya había trabajado en Oblivion: el tiempo del olvido en 2013. En el filme no sólo tenemos escenarios reales y la eliminación de aquellas pantallas verdes que tanto nos tienen acostumbrados, sino que la nueva camada de Top Gun debió pasar por un entrenamiento riguroso previo al rodaje por órdenes de Tom Cruise. Por otro lado, en cuanto a la historia, también tenemos el factor nostalgia en la presentación donde el filme poco a poco va tomando vuelo propio. En este caso, debo destacar que se abordaron bien las ausencias de Meg Ryan y Kelly McGillis y creo que de estar presentes sería demasiada carga nostálgica. Ver el filme actual y a Maverick nos transmite el porqué de la ausencia de sus personajes sin necesidad de hacer mención alguna. Al margen de las grandes secuencias en el aire, Maverick parece haberse quedado anclado al pasado; el recuerdo de su amigo fallecido Goose y su personalidad atrevida durante las misiones siguen ahí, pero también tenemos las incorporaciones de Miles Teller, quien encarna al hijo de Goose, y Jennifer Connelly, su nuevo interés amoroso, que ayudan al personaje a avanzar y redimirse de aquel recuerdo amargo. El hecho de ver a Maverick atado al pasado es un claro mensaje a la industria del cine: no sólo se muestra reacio a la tecnología avanzada sino que reitera su convicción sobre las capacidades del ser humano y que la tecnología jamás lo podrá reemplazar en su totalidad. Algo que también funciona como un guiño de los borradores previos que hablaban sobre la inclusión de los drones y la eliminación de los pilotos de avión. Con aquella premisa, tenemos también una de las escenas más sublimes y es el reencuentro entre Iceman (Val Kilmer) y Maverick, aquellos personajes que en la primera entrega habían sabido rivalizar, donde queda claro que el tiempo pareció limar sus asperezas. Considerando el problema de salud que aqueja a Kilmer, es algo que le da una mayor carga emotiva. Sin lugar a dudas, Tom Cruise al igual que los pilotos de Top Gun, demuestra una vez más que tiene cuerda para rato y que no hay que pensar mucho en las cosas, sino hacerlas.
Esta es una película que apuesta en grande a un regreso masivo del público al cine. Y tiene todos los ingredientes para despertar nostalgia en las generaciones que fueron jóvenes en los ochenta y que hoy serán gustosos anfitriones para sus hijos a este entretenimiento old fashion con todos los ingredientes actuales. Película icónica de la cultura pop de los ochenta, esta nueva entrega de Top Gun treinta y seis años después, propone dejarse llevar por el carisma de Tom Cruise, el patriotismo llevado al extremo del sacrificio, que funciono tan bien en la época de Reagan y se reactivo con Trump, pero con un enemigo lo suficientemente oculto como para no tener problemas en ningún mercado. Aquí se trata de entregarse al magnetismo de un protagonista que se atreve a hacer una escena sin doble de riesgo, se entrenó especialmente para eso, y de filmarse solo con seis cámaras en el habitáculo del avión, para estar a la altura de su leyenda. Y hasta se da el gusto de una escena de playa con mucho torso musculoso y juvenil al desnudo para demostrar que los años no pasan para las estrellas de Hollywood. El director Joseph Kosinki demuestra una técnica virtuosa en las secuencias de los aviones, se da el gusto de un comienzo muy similar al original pero mucho más espectacular por los adelantos técnicos y por sobre todo demuestra una verosimilitud impresionante, una suerte de potencia de acción analógica que distingue de las malas falsificaciones generadas por computadoras. Hay suficiente acción y suspenso en escenas logradísimas. Tanto en entrenamientos como en las batallas. Pero no faltan los recuerdos traumáticos, el perfil rebelde de Maverick que se pone peligrosamente desobediente en dos oportunidades como para que sus jefes estén al borde del ataque de nervios, un romance renacido y la emotividad que significa la aparición de Val Kilmer. Le armaron un Ice que padece casi los mismos problemas del actor en la realidad, un momento de química emotiva difícil de resistir. En el elenco joven sobresale Miles Teller, y tiene poco peso en sus apariciones y casi sin desarrollo dramático John Hamm, Ed Haris y Bashir Salahuddin. Jennifer Connelly luce su encanto. Sin dudas un tanque cinematográfico que entretiene a lo grande, con las armas tan tradicionales que el productor Jerry Bruckeimer-otra leyenda- sabe utilizar tan bien.
Tom Cruise y una secuela a toda velocidad Nostálgica pero para nada melancólica, "Top Gun: Maverick" es en esencia una celebración de la trayectoria de Tom Cruise, una de las últimas estrellas de Hollywood. A más de tres décadas de Top Gun (1986) de Tony Scott, la secuela dirigida por Joseph Kosinski lo encuentra en plena forma como el eterno héroe, galán e ícono del cine que se mantiene vivo a solas. Y aún tiene la necesidad de velocidad. El piloto de combate Pete “Maverick” Mitchell es el reflejo perfecto del actor, una leyenda viva que busca constantemente demostrar su propia relevancia y ganarse la adoración de todos. La secuencia inicial lo resume todo: amenazado con la obsolescencia por la popularidad y eficiencia de tecnología inhumana, decide cumplir una proeza sobrehumana. Su superior (Ed Harris) lo felicita de mala gana, recordándole que llegará el día que no dará abasto. “Hoy no” responde Maverick, agasajado con los victoriosos acordes de Harold Faltermeyer. Top Gun: Maverick (2022) es el “Hoy no” de Tom Cruise, un blockbuster diseñado para ilustrar su punto de la forma más entretenida posible. Los efectos son en su mayoría prácticos (hechos en el cielo, no en un garaje) y las acrobacias aéreas se ven más impresionantes que nunca, pero la mayor atracción es ver a la determinada estrella haciendo lo que sabe hacer mejor desde el fondo de su vanidad y vulnerabilidad. La acción es tan solo una expresión del personaje: fanfarrona, enérgica, espectacular. Maverick regresa a la escuela de la Marina TOPGUN, donde entrenará un grupo jóvenes pilotos para una peligrosa misión que involucra vuelos de bajísima altitud, misiles tierra-aire y un depósito de uranio. Así como James Cameron deconstruye el hundimiento del barco en Titanic (1997) mucho antes del clímax, balanceando exactamente el suspenso y la anticipación con dosis de información, Top Gun: Maverick hace lo propio con lo que será el intenso desenlace del film. Entre los jóvenes pilotos se encuentra Rooster (Miles Teller), hijo del queridísimo Goose cuya muerte aún atormenta a Maverick. Miles Teller es el casting perfecto como el huérfano de Anthony Edwards, lleno de recriminación e inseguridad. Jennifer Connelly interpreta a Penny, el bello interés romántico de Maverick. Aún tratándose de un personaje apenas mencionado en el film original, los actores construyen un pasado conjunto tierno y nostálgico, compartiendo buena química. Val Kilmer tiene una aparición conmovedora como Iceman, el viejo rival devenido en ángel guardián de Maverick. Su escena eleva el film y le otorga una dimensión emocional crucial. Esta tardía secuela supera al original de culto en más de un sentido. Las escenas aéreas son brillantes como siempre y gozan de una autenticidad renovada por el uso práctico de la tecnología, pero mientras que el sentimentalismo del film de 1986 se siente forzado, el de 2022 mana con emoción y naturalidad. Top Gun: Maverick comprende y aprovecha el bagaje emocional de sus personajes y las relaciones entre sí - sabe que sería poco sin ellos, y nada sin Tom Cruise.
TOP GUN MAVERICK simplemente es lo que tenía que ser. Cuesta mucho satisfacer a un fan de ese clásico ochentoso al cual le prometen una secuela, que a su vez la tienen que postergar por la pandemia porque hubiera sido un asesinato estrenarla en streaming… SEÑORES Y SEÑORAS, Top Gun Maverick es para VIVIRLA en una sala de cine… y si después la repetirás en streaming, en aviones, en donde sea… porque querrás ver partes nuevamente. Pero esto se vive en un cine. Amén de que yo vi la primera en el viejo y glorioso cine METRO. Pero ¿Por qué es lo que tenía que ser? porque sigue una supuesta evolución del personaje… o no evolución. Pero además de mantener la historia del personaje la película mantiene una estructura similar a la anterior. O sea si disfrutaste aquella (¿y si no por qué estarías viendo la secuela no?) con los primeros dos minutos VAS A LLORAR. Lo que hicieron ahí es hermoso… Y eso es parte de lo que tenía que ser! y que no me imaginé que pasaría. Si se adaptó suavemente al presente, donde los malos son más difusos, donde tenemos mujeres lógicamente entre los pilotos porque es una realidad en el mundo, no algo impuesto por Hollywood. Donde tenemos una coprotagonista de altura como la talentosísima Jennifer Connelly. Y que alguien esté mucho más que en cuadro… es para llorar de nuevo. Maverick obviamente actualiza el avión… con mejores escenas, con mayor calidad, con un Tom que maneja lo que quiere, no solo a Hollywood, si no que también le pone emoción a algo que podría pasar en el contexto de las guerras actuales que de vez en cuando tenemos. Tiene algunas conexiones que locas… pero que cuadran, como ¿Quién corno es el personaje de Connelly? y cuando lo aclarán decís… NAAAAHHH y está bien! Buena música, buena fotografía, la acción justa (pero intensa), homenajes a quienes se tiene que homenajear (y no son solo personas…), algunas cosas obvias pero que también es un homenaje al cine de los 80… Maverick es una fiesta del cine pochoclero, es un festejo del cine de los 80 con cosas de ahora… sin cosas extras e innecesarias. Vas a salir del cine con una misión cumplida, vas a ver a un Mustang volando… porque Tom Cruise es eso señores… un avión clásico que sigue haciendo piruetas. Y le salen muy bien.
Crítica publicada en Youtube.
Con la misma estética ochentosa y una historia efectiva en su esquematismo, la secuela tiene grandes escenas de acción, sin uso de pantalla verde y momentos emotivos para los que no conviene estar con la guardia baja; por sobre todo brilla su protagonista, entregado por completo a la historia. Hay muchas maneras de mirar hacia atrás. En la vida puede utilizarse un espejo, dar una repentina media vuelta, o ejercitar un sutil y disimulado giro de cabeza; en realidad no importa cómo, sino para qué. En el cine pasa más o menos lo mismo. Si las historias apuntan a retomar éxitos del pasado tiene que haber una buena razón, porque la línea entre el homenaje y el reciclaje de residuos es demasiado delgada. ¿Cuántos Matrix, Halloweens y Cobras Kai más hacen falta para que se den cuenta? Tom Cruise lo entendió y aceptó la mejor misión imposible de su carrera: repensar un ícono generacional como fue Top Gun sin caer en la autoparodia o, lo que es peor, en la autocompasión. Para Pete “Maverick” Mitchell no ha pasado el tiempo. No solo parece haber hecho un pacto de eterna juventud sino que sigue con las mismas malas costumbres de siempre: no reconoce autoridad, es intrépido, arriesgado, usa las mismas camperas y anteojos de sol, e insiste en andar en moto sin casco. Tres décadas después de su ingreso a los Top Gun, el destino lo coloca nuevamente en dicha unidad, pero esta vez como instructor de un grupo de jóvenes pilotos, reflejos de lo que él fue alguna vez. Estando del otro lado del mostrador –al menos durante el primer tercio de la película–, Maverick tiene que ganarse el respeto de una nueva generación con apodos de superhéroes que no sabe quién es, mientras los entrena para infiltrarse en terreno enemigo en una misión suicida inspirada sin disimulo en Star Wars. Y ese no es su único problema. Porque uno de los mejores del flamante grupo de pilotos es Bradley ‘Rooster’ Bradshaw (Miles Teller), el hijo de su malogrado compañero Goose, que tiene con él una mezcla de rencor y asuntos pendientes. Entre su nueva tarea y el pasado que vuelve a él una y otra vez, Maverick encuentra apoyo en su amigo Tom “Iceman” Kazansky (Val Kilmer), y en Penny Benjamin (Jennifer Connelly), un amor fugaz que en la película original era mencionado al pasar. A ese punto de partida es importante sumarle dos cuestiones que hacen al proyecto cinematográfico en sí. Por un lado, la estética ochentosa de la filmación, que va desde el diseño de los títulos de crédito hasta la fotografía y puesta en escena. Y por el otro, el expreso pedido de Cruise de que no se utilicen efectos digitales en las escenas de acción, imprimiéndole a la narración una sensación de realismo, ausente del cine contemporáneo, acérrimo militante de la pantalla verde. El viaje al pasado termina ahí, porque Top Gun: Maverick tiene peso específico y méritos suficientes para sobrevivir sin apelar al original, incluso en muchos aspectos la supera. El guion, aunque esquemático, está mejor resuelto; las escenas de acción transmiten la dosis justa de adrenalina, y hay un par de momentos emotivos en los que no conviene estar con la guardia baja. Mérito del director Joseph Kosinski, pero especialmente de Tom Cruise. Porque si para Maverick “no es el avión, es el piloto”, en el caso de esta Top Gun no es la película, es el actor. Cruise se sabe el último exponente de un star system entregado al entretenimiento a gran escala, y desde ahí construye esta propuesta consagrada al espectáculo efectivo y sin fisuras. La trama promete y cumple con dos horas y pico de acción sin respiro a cargo de un héroe de sonrisa inalterable, sin claroscuros ni graves conflictos existenciales que condicionen sus acciones. Lo dicho, todo “muy ochentas”. El plus para los “adultos mayores” serán las referencias al film anterior, con especial atención a la presencia del personaje encarnado por Val Kilmer, antes antagonista y hoy compañero fiel. Es sabido que el actor padeció cáncer de garganta, y el tratamiento acabó con su voz. A raíz de esto es que se dudaba de que Kilmer pudiera participar de esta secuela. El problema se resolvió otorgándole al personaje la misma enfermedad y limitación. La aparición es breve, pero el diálogo que mantienen ambos, repleto de nostalgia, es uno de los puntos más altos de la película porque trasciende la historia: son dos compañeros pilotos (o actores, es lo mismo), colegas, rivales, que se encuentran una última vez. Top Gun se estrenó en 1986 y, hay que decirlo, estaba muy lejos de ser una obra maestra. Y aunque en su momento fue el éxito de boletería, y lanzó a la gloria a su protagonista, la luz de su estrella fue menguando con el paso del tiempo, siendo recordada con cariño por los cuarentones que la vieron de chicos, e ignorada por los que vinieron después. A la vista de esta secuela tardía, aquella se transforma en un ensayo de lo que debió ser. Se necesitaron 36 años y un Tom Cruise de vuelta de todo, ya no para darle un cierre a la historia, sino para reescribirla con mano maestra y coronar, ahora sí, una película que perdure en el tiempo.
Varias son las razones por lo cual se haya realizado una segunda parte 36 años después de un filme mediocre, pero que termino instalado en el imaginario de muchos de esa generación, sin justificación alguna. La primera que surge tiene que ver con el actor Tom Cruise es hoy, entre muy pocos, uno de los actores mas convocantes del cine. Este filme viene a dar cuenta que también, al bueno de Tom le paso el tiempo, pero indudablemente no esta oxidado. Pete “Maverick” Mitchell (Tom Cruise) sigue perteneciendo a la Marina yankee,
«Hay una forma muy específica de hacer películas y yo siempre hago mis películas para la gran pantalla”, dijo Tom Cruise en la premiere mundial de Top Gun: Maverick en el Festival de Cannes, a modo de breve manifesto sobre el filme que hoy se estrena en la Argentina. En el llamado “festival de festivales” la estrella estadounidense llegó a la presentación de la película en helicóptero y poco antes de la proyección una escuadra de la aviación francesa surcó en vuelo rasante el Boulevard de la Croisette, en donde se encuentra el Palais en donde se proyectó Top Gun: Maverick. Las palabras de Cruise, el helicóptero y los aviones sobre Cannes, son elementos prescindibles, sí, pero complementarios del cine entendido legítimamente como espectáculo, más grande que la vida y sin las partes aburridas. Top Gun: Maverick se desarrolla en ese espacio, sin más ambiciones que entretener y honrar a su antecesora. En ese sentido el filme de Joseph Kosinski –que ya había trabajado con Tom Cruise en Oblivion: El tiempo del olvido-, cumple e incluso supera ampliamente a la película de Tony Scott estrenada en 1986. Si en Top Gun: Pasión y gloria se trataba de una producción sin profundidad, con un relato endeble que se montaba en el impacto y sobre todo en el fin apenas velado de sus objetivos propagandísticos, en esta segunda parte la historia se asienta sobre lo rescatable de su predecesora, es decir, sus personajes. Kosinski los hace crecer y además los respeta. Maverick (Cruise) es el mejor piloto de las fuerzas armadas estadounidenses, una leyenda por sus proezas pero también por su rebeldía, que lo estancó en el grado de capitán durante décadas, mientras sus compañeros de promoción ocupan los puestos más altos dentro de la estructura militar, como el recordado Tom «Iceman» Kazansky (Val Kilmer), ahora almirante. Empujando los límites más allá de lo que recomiendan manuales en tiempos de drones y precisiones programadas por sofisticados elementos tecnológicos, una molestia obsoleta que irrita a sus superiores con sus osadías, Pete «Maverick» Mitchel es un dinosaurio que soporta estoico la modernidad que le imponen, convencido que los pilotos son el alma del combate. Pero casi jubilado, humillado y despreciado, Maverick sigue siendo necesario para primero entrenar y luego comandar una misión imposible que tiene como objeto destruir una planta de uranio en un país indeterminado, que se descuenta en el contexto de las tensiones predominantes de la geopolítica del presente, se trata de Rusia. Bajo el ala de «Iceman», que apaña al héroe ante los altos mandos que están en contra del veterano aviador, Maverick se carga la misión al hombro, convencido que los pilotos y pilotas a su cargo podrán con el desafío, pero antes tendrá que trasmitirles su impronta, la herencia guerrera desafiando toda lógica y más allá de las fuerzas abrumadoras que tendrán que enfrentar. De lo que se trata es del legado, de Maverick con las nuevas generaciones, de Iceman y la tradición que ayudaron a perpetuar junto a su viejo amigo -la aparición de Kilmer, enfermo de cáncer en la vida real pero clave para sostener el relato, es realmente conmovedora-, en definitiva, del paso del tiempo de los protagonistas frente a los desafíos del presente. Pero claro, el hoy para Maverick está cargado de historia, como la difícil relación que entabla con uno de los pilotos a su cargo, Bradley ‘Rooster’ Bradshaw (Miles Teller), hijo de su amigo Nick «Goose» Bradshaw (Anthony Edwards) muerto en combate décadas atrás; o Penny Benjamin (Jennifer Connelly), una antiguo amor con posibilidades de segunda vuelta. Con todos esos elementos Top Gun: Maverick elabora una mescolanza atractiva, en donde el romance y el enfrentamiento generacional conviven con la tradición, el valor y el sentido del deber. La declaración de principios de Cruise en cuanto a ver cine en las salas y la experiencia de compartir una película de manera colectiva, en “Maverick” se cumple a rajatabla, con un espectáculo -para disfrutar en el cine- lleno de emoción, en donde las escenas de acción, heredera del mejor cine de aventuras, están rodadas con esfuerzo para que parezcan del período analógico más que del digital. Y es que la película bien podría estar fechada en los ochenta, con su cursi carga de testosterona, su chistes tontos, los autohomenajes tan adorables como berretas –la famosa escena del vóley de la primera se replica pero ahora en un momento de fútbol americano playero, por supuesto, poblado de fabulosos torsos desnudos y convenientemente sudorosos- y la hiper conciencia de un artefacto pop que fue despreciado al principio pero que luego alcanzó la categoría de clásico, para ingresar de lleno a la cultura popular global. TOP GUN: MAVERICK Top Gun: Maverick. Estados Unidos, 2022. Dirección: Joseph Kosinski. Intérpretes: Tom Cruise, Miles Teller, Jennifer Connelly, Jon Hamm, Glen Powell, Lewis Pullman, Charles Parnell, Bashir Salahuddin, Monica Barbaro, Jay Ellis, Danny Ramirez, Greg Tarzan Davis, Ed Harris y Val Kilmer. Guion: Ehren Kruger, Eric Warren Singer y Christopher McQuarrie. Fotografía: Claudio Miranda. Edición: Eddie Hamilton. Música: Lorne Balfe, Harold Faltermeyer y Hans Zimmer. Distribuidora: UIP (Paramount). Duración: 130 minutos.
“Top Gun: Maverick” es el anhelado regreso de un clásico de los ‘80. Bajo la dirección de Joseph Kosinski, la secuela del mítico film de Tony Scott sobre aviadores de caza no sólo logra rendirle un digno homenaje a la original sino que también logra amplificar la historia de su predecesora y transformarla en una increíble y superior propuesta. Una historia de pura adrenalina y de acción sin respiro, producida y protagonizada por el legendario Tom Cruise, el héroe rebelde. Después de más de treinta años de servicio como uno de los mejores aviadores, Pete “Maverick” Mitchell (Tom Cruise) sigue pilotando y esquivando ascensos de rango que podrían dejarlo en tierra. Ante el llamado de “Iceman” (Val KIlmer), Maverick debe volver a Top Gun para entrenar a una nueva generación de pilotos para una misión prácticamente suicida, en la cual se encuentra el teniente Bradley Bradshaw (Miles Teller), el hijo de su difunto amigo Nick “Goose”, con quien tiene varios asuntos pendientes por resolver. Frente a un futuro incierto, y con los fantasmas de su pasado hostigándolo, Maverick se ve envuelto en una confrontación con sus miedos más profundos que culmina en una misión que exige el máximo sacrificio de aquellos que serán elegidos para volar. Simple y directa, desde su comienzo la película nos presenta referencias a la cinta original por medio del vestuario, del uso de tonos anaranjados y de la increíble banda sonora -a cargo de Hans Zimmer y Harold Faltermeyer- a modo de reivindicación de los años ‘80. Incluso, por medio del buen uso de escenas explícitas de la primera, la película logra valerse sola por sí misma. Con el impetuoso trabajo de fotografía y montaje, “Top Gun: Maverick” es un blockbuster que cuenta con un potente clima de acción y de insólitas secuencias de combate aéreo, llenos de adrenalina del cual espectador no puede evitar más que vivirlo por medio de los personajes. En definitiva, “Top Gun: Maverick” es una extraordinaria experiencia imperdible de ver y de disfrutar en la pantalla grande.
Si hay una película que muchos pensamos que era innecesaria cuando la anunciaron, fue Top Gun: Maverick. Por eso hoy, y tras haberla visto antes de su estreno, voy a contarles como me lleve una hermosa sorpresa, y estamos ante quizás sea una de las cintas más entretenidas en lo que va del año. Retomamos la vida de Maverick, quien, tras mandarse otra insubordinación, es puesto como entrenador en Top Gun, para preparar a un equipo de jóvenes pilotos para una misión casi suicida. En el transcurso del entrenamiento, Maverick deberá reconciliarse con su pasado cuando entre los candidatos está el hijo de Goose. Como dijimos, esta película no la había pedido nadie, y solo le teníamos fe porque Tom Cruise no suele producir cintas que como mínimo no sean entretenidas. Eso sumado a la obvia cuota nostalgia, hacía que vayamos con algo de esperanza al cine; esperanza que fue recompensada con algo mucho mejor de lo que esperábamos. Y esto no solo lo decimos por algunas escenas que nos van a generar un nudo en la garganta. Por suerte Top Gun: Maverick funciona como película en sí, y no solo por la nostalgia. Si, si uno hila finp la historia casi que es un calco de la primera entrega, pero ahora con Cruise teniendo que entrenar a los jóvenes, que obviamente, lo ven como un dinosaurio. Pero es que ya sea por el carisma que tienen algunos de los personajes nuevos (destacamos en especial a Jennifer Conelly) o porque algún actor en verdad lo está haciendo bien (Miles Teller), es que el proyecto levanta bastante. Aunque sí es obvio que quien más destaca es Tom Cruise, en un papel al que le está dando lo máximo de sí. Se nota que el actor quería volver a interpretarlo. Pero en donde sí podemos asegurar que está el verdadero salto de calidad, es en las escenas de acción. Se nota el presupuesto, y en especial, que el cine en general mejoró bastante en el apartado técnico, y esta vez tendremos muchas secuencias con los aviones, con combates largos y varios momentos donde de verdad nos vamos a preocupar por algunos personajes. Si iban a ver la película solo por esto, vayan con total seguridad. En conclusión, Top Gun: Maverick se postula como la sorpresa en lo que va del 2022. Con muy buena acción, una trama efectista y emotiva y buenas actuaciones, tiene todo para contentar a los viejos fans, y crear a nuevos.
Siempre se dice que segundas partes nunca son buenas, o mejores que las primeras. Ahí está El Padrino Parte II para desmentirlo -difícil decir cuál de las dos películas de Francis Ford Coppola es mejor que la otra-, pero esta Top Gun Maverick, en la que Tom Cruise vuelve a interpretar a Pete Maverick Mitchell, vuela mucho más alto que la original de 1986. Una de las grandes diferencias entre el filme de Tony Scott y éste, que dirigió John Kosinski es que Top Gun Maverick sí tiene trama. Y al menos ya tiene un prólogo que se las trae. Para quienes no vieron la original -que está disponible en Flow, y demuestra que el paso del tiempo la pulverizó-, Maverick era un piloto de combate, que asistía a la academia que daba el título a la película. Ya lo veíamos algo traumatizado por la muerte de Goose (Anthony Edwards), que viajaba con él en un F-14 cuando deben eyectarse. Bueno, pasaron 36 años y Mav no ha podido sobreponerse para nada de la muerte de su amigo. Y aquí hay que sacarse el casco de combate, porque Cruise luce emocionado en más de una oportunidad, y resulta creíble. ¿Cuántas veces lo vimos apretar los dientes, que se le hinche el rostro -ese tic tan suyo- pero que transmita emoción genuina? Tampoco hace falta tener fresca la de 1986, porque a excepción de la corporización de Penny -la siempre hermosa Jennifer Connelly- a quien se la nombraba como una historia de amor que Maverick no pudo superar, todo el resto, de una u otra manera se torna explícito. O alguien lo dice verbalmente, o se apela a imágenes de la película anterior. Pero decíamos que Top Gun Maverick sí tiene una historia, a diferencia de la primera, que era una suma de bellas imágenes de aviones despegando y aterrizando en un portaaviones, algo de testosterona y un romance entre Mav y Charlie (Kelly McGillis, instructora de vuelo), hoy a la distancia, insulso. Cuando a Mav están a punto de mandarlo, no sabemos si a su casa, porque nunca la tuvo, o si la tuvo jamás la vimos antes ni la vemos aquí, es Iceman (Val Kilmer) quien lo salva. Sí. El personaje con el que estaba enfrentado en casi toda la película, salvo al final, ahora es Almirante, y pide por el capitán Mitchell -que era teniente: en tanto tiempo mucho no progresó en la escala militar de la Marina, pero sí tiene muchas condecoraciones-. Objetivo: uranio La cosa es así: El enemigo -de nuevo, como en la primera, no se menciona su nacionalidad- tiene un sitio de uranio ilegal (!) que va a activar en tres semanas, y hay que destruirlo. El lugar es de difícil acceso, casi, pero casi como llegar a la Estrella de la muerte a la que Luke Skywalker debía bombardear en la primera Star Wars y disparar justo, justo, y escapar. Es una misión no imposible (je), pero casi suicida, y cuando Mav cree que lo están llamando para que pilotee el avión, o sea el líder del comando, no: es para que les enseñe a una docena de jóvenes pilotos toda su técnica. Ellos irán, volarán muy bajo para evitar radares y misiles, entre valles y montañas, y tratarán de huir en apenas minutos. No en vano los militares que están sentados detrás de un escritorio -Ed Harris, primero, y John Hamm, el mismísimo Don Draper de Mad Men- le aclaran que él, Mav, es de una especie en extinción. “A estas alturas debería ser General, o Senador”, le balbucea el personaje de Harris. Pero Mav, que es un insubordinado nato, vive por las suyas. En breve los aviones serán drones, y no hay futuro para él. Bue, eso se creían. Top Gun Maverick ofrece momentos adrenalínicos que ninguno de los tanques de Hollywood estrenados este año -y me adelanto: tampoco ninguno de los que llegan en junio a los cines…- tiene. No es solo el rush del montaje, sino que hay una construcción de las escenas que llevan a un clímax potente y logrado. Top Gun Maverick no es “una de acción” en la que se puedan pensar y coreografiar escenas y ponerlas en cualquier momento del guion, como ocurre en muchas películas de acción. Básicamente porque Top Gun Maverick no está pensada como “una de acción”, a secas. No es Misión: Imposible, por caso. Casi, casi, casi se diría que es de suspenso, tiene su cuota de drama y también de romance. Drama, por el dolor sin fin de Mav, y porque Rooster (Miles Teller, de Whiplash, con bigote raro), el hijo de Goose, sí, ése niño pequeñito que veíamos al lado del piano cuando Mav y su papá cantaban Great Balls of Fire, con mamá Meg Ryan, ahora es uno de los 12 pilotos de los que Mav debe elegir 6 para la misión. Y romance porque sin Kelly McGillis, en una decisión algo polémica, que se debería a que la actriz que enamoraba a Harrison Ford en Testigo en peligro, antes, y luego acompañaría a Jodie Foster en Acusados, es una señora de 63 años, y que no necesitó pasar por el quirófano-, la que aparece es Penny, que ya dijimos que encarna la actriz de Laberinto y ganadora de un Oscar por Una mente brillante. En fin, que Top Gun Maverick es una película movidita y entretenida, con Lady Gaga en la banda de sonido, que empieza igual, pero igual que la original -texto explicativo e imágenes de aviones despegando y aterrizando en un portaaviones, y la misma canción- y que es una a la que Kosinski, el mismo de Tron: Legacy, sabe cómo agregarle dinamismo en las escenas en las que la velocidad no es apuro, sino elemento dramático.
Si bien no hace falta decir que a Top Gun: Maverick hay que verla en cine, no está de más recordarlo. La secuela de la icónica película de 1986, protagonizada por Tom Cruise, tiene la vena de lo cinematográfico en estado puro. Es imposible disfrutarla en pantalla chica. De hecho, fue su protagonista quien salió a decir que a la película hay que verla en una sala de cine. Lo que hace el equipo detrás de esta nueva Top Gun es admirable y emocionante. Con Cruise a la cabeza y Joseph Kosinski en la dirección, la película logra sumergir al espectador en su trama trepidante. Es tan buena que cuando los créditos anuncian el final, el público se encuentra extasiado y contagiado de la adrenalina de las escenas que acaba de ver. La película tiene una primera hora que está al servicio del fan, respetando fórmulas del género y procedimientos modélicos como si estuviera calentando los motores de la nave voladora en la que se convertirá. Kosinski presenta a su estrella principal y nos retrotrae de una bofetada nostálgica al pasado de Maverick, haciendo uso de flashbacks, de fotos y de diálogos para refrescarnos la película anterior. Luego se presenta a los integrantes de la nueva élite de pilotos, y Kosinski aprovecha una situación de distensión en un bar para mostrar los sentimientos de algunos de ellos, sobre todo de Rooster (Miles Teller), el hijo de Goose, el compañero y amigo de Maverick fallecido en la película de 1986. Rooster no quedó bien, y Maverick tendrá una segunda oportunidad para no sentirse culpable por la muerte de su amigo. Después de 35 años, los oficiales de la Marina de Estados Unidos llaman a Maverick para que sea el entrenador de la nueva élite de pilotos, llamada “Top Gun”, ya que tienen que cumplir con una misión arriesgada y peligrosa. Maverick se entusiasma y quiere ser el capitán del equipo, respaldado por su viejo rival y amigo Iceman, interpretado por un conmovedor Val Kilmer, quien debido a su imposibilidad para hablar tiene que recurrir a la comunicación escrita (aunque gracias a la magia del cine, logra finalmente emitir unas palabras que le sacan el primer lagrimón al espectador). De este modo, el homenaje a la vieja Top Gun queda sellado con escenas cargadas de nostalgia. Sin embargo, hay quienes se oponen a la idea de que Maverick se involucre en la misión. Por ejemplo, el personaje de Jon Hamm, Cyclone, rechaza la participación de Maverick, pero el personaje es tan rico en matices que nunca llega a ser un odioso de trazo grueso, sino más bien alguien con corazón, como los personajes de Charles Parnell y Bashir Salahuddin, que se emocionan con cada logro de los pilotos. Y el personaje de Jennifer Connelly le da el toque romántico a la historia, con un cierre que refuta cualquier interpretación ambigua. Si bien la película recurre a soluciones propias del género, en los últimos 40 minutos levanta vuelo y se concentra en una película de aviones diseñados para el combate. Top Gun: Maverick empieza como una película anclada en el pasado y termina como una apabullante película de acción de naves supersónicas. Dedicada a la memoria de Tony Scott (director de la de 1986), Top Gun: Maverick hace hincapié en el equipo, en la camaradería, en la amistad. Maverick es el padre presente de una generación huérfana, a la que ayuda para que sus integrantes puedan constituirse como verdaderos hombres. Top Gun: Maverick cree en los grandes valores, en sus personajes, en la historia que cuenta y, sobre todo, en el cine.
"Los hombres también lloran" Después de su reciente premiere mundial en el Festival de Cine de Cannes, ha llegado a las salas de cine argentinas Top Gun Maverick, secuela del exitoso filme protagonizado por Tom Cruise. “Algunos de nosotros tenemos grandes pistas ya construidas para nosotros. Si no tienes una, date cuenta de que es tu responsabilidad agarrar una pala y construir una para ti y para aquellos que te seguirán.” Amelia Earhart Más de treinta años después de Top Gun (1986) dirigida por Tony Scott, quien falleció en el 2012, una de las razones por las cuales el proyecto iniciado en 2010 se demoró, llega su secuela titulada Top Gun Marverick (2022). Esta nueva entrega realizada por Joseph Kosinski y protagonizada nuevamente por Tom Cruise, en uno de los roles más célebres de su carrera actoral, es dedicada a la memoria de Tony Scott. El nuevo largometraje mantiene el espíritu de Top Gun, una película que sin dudas se destacó en la década del ´80, al igual que su emblemático soundtrack, logrando quedar en el recuerdo de varias generaciones que crecieron con dicho filme, ya sea a través del cine o posteriormente mediante la televisión. Generalmente se dice que las segundas partes no son buenas, sin embargo, Top Gun Maverick (2022) es afortunadamente una excepción a dicha regla, incluso se considera que en cuanto al nivel de la acción y la intriga quizás hasta sea superadora. Esto quizás se deba en parte a su lograda actualización, la cual logra agiornar acertadamente la esencia de Top Gun. Por otro lado, la excelencia técnica de su filmación junto a las escenas rodadas especialmente para salas de cine IMAX, sin dudas hacen la diferencia en cuanto al efecto de realismo imprescindible en las escenas aéreas y de acción. Pero no es sólo cuestión de la técnica, el guión y la acertada visión actual del protagonista por parte de Tom Cruise (también productor del filme) hacen la verdadera diferencia. En Top Gun Marverick, Pete Mitchell, conocido por sus colegas como “Maverick” (Cruise)- cuya traducción al español significa disidente- continúa siendo un rebelde que se rehúsa a ascender en su carrera dentro de las fuerzas aéreas de la marina norteamericana. Todo cambia cuando es llamado por un superior (Jon Hamm), para cumplir con una misión, que dista de lo que él espera, debiendo regresar para ello a Top Gun donde deberá enfrentarse con los “fantasmas” del pasado, entre ellos el hijo de su fallecido colega Goose. La tarea de Maverick, que involucra a la OTAN, consiste en capacitar a un grupo de élite de jóvenes pilotos, cuyo target a eliminar se encuentra en una sede de complicado acceso, cuya pertenencia geopolítica no se explicita ni profundiza. Al parecer, el relato opta por no involucrarse en cuestiones políticas actuales, sino en resaltar el carácter humano y sentimental de la cuestión. La única mención que se hace al respecto es al condensar información sobre el pasado de Maverick quien ha servido en Bosnia e Irak. Es pertinente al analizar la obra, reflexionar sobre el texto-estrella de Cruise como un ícono de masculinidad heroica configurada principalmente dentro del género de acción. Tal como pronuncia dentro de la narración el personaje que interpreta convincentemente Ed Harris, Maverick es un piloto del cual “su especie está en extinción”. Esta misma idea puede trasladarse a la carrera actoral de Cruise, que es uno de los últimos héroes de acción cinematográficos de su generación, quien, con sagas de hitos de su carrera, mantiene vigente las expectativas de sus fans. En este caso, de la que ocupa la octava posición en su filmografía que actualmente data de cincuenta rodajes aproximadamente. En dicho sentido, la rebeldía constitutiva de la psicología del personaje sigue vigente, pero alcanza su madurez en paralelo con la del actor. Uno de los aciertos de Top Gun Marverick es el coherente y verosímil desarrollo del estatuto de protagonista después de treinta años. De igual modo, la participación especial de Val Kilmer repitiendo su papel de Tom “Iceman” Kazansky, ahora almirante detrás de la reasignación de Maverick, también acerca la ficción a la realidad al tener que interpretar a un hombre enfermo y, en lamentablemente, el ocaso de su carrera. La fusión de ambos estrellatos se plasmará en un abrazo entre Iceman y Maverick que conmueve cálidamente al espectador, sin caer en el fan service banal. Mientras que en Top Gun se representaba una masculinidad asociada a la rudeza, el exitismo y el heroísmo, en Top Gun Maverick la milicia es construida desde la emoción y la fraternidad. En el pasado la tradición intentaba perpetuar que “los hombres no lloran”, y mucho menos los hombres del servicio militar. En contraposición, en el presente filme no sólo todo rango de integrantes del ejército se emociona hasta las lágrimas, sino también se apela a la empatía y sensibilidad del público. Asimismo, a tono con la ideología actual la película se actualiza representando un equipo de aviadores diverso, compuesto por hombres y mujeres de distinta procedencia étnica y cultural, sin caer afortunadamente en la obviedad ni en el exceso de la falsa corrección política actual que presentan algunas producciones del mainstream. En conclusión, mediante su dinámico ritmo -tanto desde la acción como desde el montaje-, su constante emoción y energía, su acertada dosificación de la información y logrando construir dos clímax tensionales, Top Gun Maverick es una propuesta entretenida y llena de emoción que merece ser vista en la experiencia que solo una sala de cine puede enaltecer.
“Es hora de olvidar el pasado”, escribe Iceman (Val Kilmer) en su computadora tras enfrentar a Pete “Maverick” Mitchell por algunos roces surgidos en Top Gun, la escuela de élite de aviadores que dirige. Iceman se encuentra atravesando, una vez más, una dura enfermedad, pero sigue apostando a que su amigo de toda la vida pueda encontrar su destino. “Top Gun Maverick”, más allá de las trepidantes y potentes escenas de acción, de vuelo, de caza, persecución y lucha, es una película sobre el pasado que se escapó de las manos de Tom Cruise, un hombre que intenta aferrarse a algo que ya no existe, un star system y una manera de hacer cine que, en tiempos de plataformas, superhéroes y tik tok, donde la prisa y la resolución exigen cambios, responde más a una estructura clásica de narrar que a algo novedoso. No hace falta tampoco que el espectador haya visto la predecesora, porque “Top Gun Maverick” se encarga de traer cada una de las escenas necesarias para que no se pierda detalle de aquello que acontece en el presente, 36 años después, de la vida de estos personajes. Sintetizadores y planos de ocasos mediante, el arranque desorienta al que sí vio la primera entrega, no se sabe si estamos ante la proyección de la original o una nueva versión, porque casi calcadas imágenes ubican la acción en esa escuela de élite y el gigantesco porta aviones que será un protagonista más de la historia. A Maverick (y a Tom Cruise también) no le pasó el tiempo: su fresca rebeldía está intacta. Claro está, hasta que el grupo de nuevos pilotos lo tilde de “abuelo”, antes que sepan que será el nuevo instructor de todos. Algo similar pasaba en la original, en donde Maverick se pavoneaba con Charlie (Kelly McGillis, ausente en esta oportunidad) y luego se enteraba que iba a ser la instructora por meses en la prestigiosa academia. Ray Ban’s de por medio, arriba de la moto, en la playa, luciendo su cuerpo sexagenario ante veinte y treintis en un partido de futbol americano para unificar al equipo, Cruise cuenta esta historia para sí mismo, para asegurarse que sigue siendo el número uno de Hollywood, pese a que los proyectos previos no le dieran la razón. ¿Será por eso que decidió volver con esta propuesta retro? ¿O que su próxima película sea una nueva entrega de Misión Imposible? Hay una moraleja que tiene que ver con el destino y con jóvenes necesitando a sus predecesores para sobrevivir, subrayada ésta última hipótesis en el vínculo contradictorio con Bradley “Rooster” Bradshaw (Miles Teller), hijo de su amigo “Goose”, a quien quería dejar fuera de la actividad, pero termina entendiendo que no se puede luchar contra la pasión. “Top Gun Maverick” cumple con todo lo que se presume debía cumplir, pero deja la fuerte incógnita sobre la industria audiovisual comercial norteamericana, un segmento productivo que continúa exigiendo la juventud como valor y ética, dejando afuera, la posibilidad de mostrar de manera natural a sus hacedores y protagonistas.
Reseña emitida al aire en la radio.
«Top Gun» (1986) fue uno de los íconos del cine de los ’80 que se convirtió en un fenómeno de culto, que además sirvió para catapultar la incipiente carrera de Tom Cruise hacia la cima. El film dirigido por el enorme Tony Scott («Days of Thunder», «True Romance»), no fue precisamente aclamado por la crítica, pero sí logró meterse inmediatamente en la cultura popular gracias a una entretenida historia de competencia entre Maverick (Cruise) y Iceman (Val Kilmer) por llegar a lo más alto en la escuela de pilotos de elite de la Marina de EEUU. Probablemente, también ayudó que las secuencias de combate aéreo hayan sido registradas con maestría y un realismo inusitado, haciendo que la experiencia de verla sea realmente apabullante. Hace años se viene hablando de una posible secuela, al menos desde hace más de una década, incluso cuando Tony Scott todavía seguía con vida. 36 años después del estreno de la original, Joseph Kosinski («Oblivion», «Tron: Legacy») es el encargado de dirigir esta segunda parte que vuele a centrarse en el personaje de Tom Cruise en el ocaso de su carrera como aviador, con más de 30 años de servicio en la armada de Estados Unidos. Actualmente, Pete «Maverick» Mitchell se encuentra como un valiente piloto de pruebas de un prototipo de avión que busca romper una marca de velocidad. Ante la posibilidad de que cancelen su proyecto, Maverick desobedece órdenes directas de sus superiores, logrando una penalización que lo dejaría sin volar. Gracias a Iceman (Val Kilmer), Maverick consigue volver al ruedo, pero esta vez como entrenador de un grupo de graduados de la escuela Top Gun que deberá embarcarse en una peligrosa misión. Este grupo de inexperimentados pilotos, entre los que se encuentra el teniente Bradley «Rooster» Bradshaw (Miles Teller), el hijo de su difunto amigo «Goose», necesita de su peculiar estilo de vuelo para poder tener siquiera una chance de regresar de la misión con vida. A primera vista uno diría que es una mala idea filmar una secuela de un film tan icónico como «Top Gun». Si tenemos en cuenta que pasaron más de tres décadas es todavía aún más que peligroso volver a sumergirse en el mundo pergeñado por Tony Scott. Lo cierto es que «Top Gun: Maverick», contra todo pronóstico, funciona e incluso en varios aspectos resulta superior a la película original. Comencemos por decir que el largometraje de 1986 no se caracteriza por tener una historia demasiado singular y un guion demasiado original, sino que estamos ante un clásico duelo entre el protagonista y su adversario por ser el mejor en su rubro y en el medio ocurre una emergencia que los lleva a ambos a dejar sus diferencias de lado para afrontar a un mal mayor. En el caso de la secuela tenemos a un Maverick maduro que debe lidiar con las decisiones desacertadas que tomó en el pasado para poder ir resolviendo conflictos que repercuten en su presente. Su actitud arriesgada lo puso en jaque y ahora tiene que hacerse cargo de viejas promesas, de su descuidada vida afectiva y de una delicada profesión que pende de un hilo. Incluso sus pares, especialmente Chester ‘Hammer’ Cain (Ed Harris) le recuerdan que su tiempo ya pasó y que pronto los aviones que pilotea serán operados a distancia o por inteligencia artificial. Ahí y en la secuencia inicial donde caen los títulos que preceden al film podemos ver un ejercicio nostálgico y melancólico que buscan tanto homenajear como remitir a la película de 1986 pero sin calcar o rehacer aquel primer paso sino actualizarlo, complejizarlo y profundizarlo. En estos últimos años hubo una gran tendencia por rebootear o incluso caer en la salida fácil de la «legacy sequel», aquellas secuelas que repiten absolutamente el film original con ciertos recursos nostálgicos, parte del elenco del primer film y personajes nuevos que cumplen roles de los más antiguos que no están. En «Top Gun: Maverick» esto parece ser sugerido en su comienzo, pero no sucede ya que no busca (al menos desde un principio) continuar con una saga de este film sino de alguna manera culminar el viaje del personaje de Tom Cruise que todavía tiene ciertos asuntos pendientes y cosas para resolver. El guion de Ehren Kruger, Eric Singer y Christopher McQuarrie le encuentra la vuelta para rendir tributo a la obra original pero también para elevar la vara y poder ahondar en la figura de Maverick y sus conflictos internos. En su representación es una película bastante clásica y de fórmula pero que funciona gracias a que conserva ese amor y respeto por su predecesora, así como también por aquella forma más artesanal de hacer cine que predominaba en los ’80 y que continúa en esta secuela. Acá probablemente le tenemos que agradecer a Tom Cruise, que además de volver a interpretar a uno de los personajes que lo hizo famoso, también oficia de productor. En los últimos años, Cruise se ha convertido en una especie de emblema del casi extinguido blockbuster de la vieja escuela, tratando de hacer sus propios stunts e impulsando a sus compañeros a desafiar ciertos límites físicos para realzar el producto terminado. Esto claramente lo podemos apreciar en el resultado final, ya que las secuencias de vuelo son alucinantes y probablemente tenga que ver con el intenso entrenamiento en aviones reales a los que se sometió el elenco (algo que se puede ver en los videos del detrás de escena de la película). Asimismo, la vuelta de Val Kilmer como Iceman, tras los severos problemas de salud que sufrió y que lo dejaron prácticamente sin habla, emociona y además fue realmente pensada con cuidado para que sea funcional a la trama, más allá de provocar algunas lágrimas y un profundo suspiro nostálgico tras el tan ansiado reencuentro abrazo de por medio. Del mismo modo, los personajes nuevos como el de Miles Teller, Jennifer Connelly, Jon Hamm, Glen Powell, Monica Barbaro, Jay Ellis, Danny Ramirez, Greg Tarzan Davis, entre otros, aportan cierta cuota de frescura a la ocasión siempre con la mirada puesta en el presente ante que en lo pretérito. «Top Gun: Maverick» es una secuela de aquellas que valen la pena, un ejercicio cinematográfico cuidado que no pretende ser más que un digno relato que culmine el viaje de su viejo protagonista en una nota alta, incluso cuando se pueda llegar a descuidar algún que otro personaje secundario en el camino. Una película emotiva y sumamente audaz que merece ser vista tal como fue concebida, para ser apreciada en todo su esplendor en la pantalla más grande posible.
Joseph Kosinsky pareciera un abonado a abordar secuelas que restituyan al tiempo actual el encanto de clásicos hollywoodenses de la década del ’80. Algo que la meca del cine, por otra parte, parece no desdeñar, si cotejamos el reciente estreno de sendas nuevas entregas de “Cazafantasmas” o “Coming to America”, por ejemplo. Kosinsky fue el encargado de dirigir “Tron: Legacy” (2010), y su buena mano para el cine de ciencia ficción se observó en “Oblivion” (2013) junto a Tom Cruise. Casi una década después, vuelve a reunirse con la mega estrella del cine comercial para consumar un proyecto postergado durante varios años: insuflar de vida a aquel clásico gestado por el fallecido Tony Scott, maestro artesano del cine de acción, en 1986, a quien el film recuerda en in memoriam. Pensar en películas de aviones de combate, como elemento preponderante que se convierte en un subgénero con identidad propia, trae a nuestra memoria títulos como “Firefox” (1982), de Clint Eastwood, o incluso “Águilas de Acero” (1986, Sidney Furie), cuya suerte en taquilla se resintió debido a su cercano estreno con la original “Top Gun”, una obra destinada a incidir en la cultura y las modas imperantes de su tiempo. Treinta y seis años después, desempolvamos viejas estanterías de videoclub en VHS para constatar que Cruise continúa siendo el rey de Hollywood y su encanto imán no posee fecha de caducidad. Se encumbra, el gran Tom, como la cara de esos valores americanos tan intrínsecos. Es el rostro taquillero indiscutible de un tanque comercial sin parangón. Y, por si fuera poco, se codea de tú a tú con treintañeros a quienes está dispuesto a hacer pasar vergüenza. La moto cruza de la lado a lado la pantalla, el viento es una ráfaga en la cara pero el galán ni se despeina. Más acelera. ¿Canchero, yo? !Es injusto lo bien que te ha tratado el tiempo! Visionando «Top Gun: Maverick», comprendemos el poderío del simbolismo militar: el avión es un sinónimo de dominancia, y la icónica idea ochentera de lo que representa ser un hombre de acción conforma los valores esenciales de un film que marcó generaciones. Un eco que llega hasta la siguiente década, en títulos como “La Roca” (1998), dirigida por el siempre espectacularmente vulgar Michael Bay. De la versión original de “Top Gun” se recuerda, entre otras virtudes, la participación de Iceman, personaje que representara la estelar consagración de Val Kilmer, reapareciendo en la presente secuela bajo circunstancias que trazan un oscuro paralelo con la vida real; francamente cuestionable en el buen gusto de tal elección argumental, dada la afección de salud que atraviesa el citado Kilmer. Un nudo en la garganta, literal. “Top Gun: Maverick” prosigue un modelo de cine en donde el impacto visual posee una veracidad artesanal en cada fotograma. Casi no hay rastros de CGI y sabemos que Tom Cruise no usa dobles, dispuesto a arriesgar su vida en improbables piruetas en el aire, mostrando un arrojo intacto que remite a recientes riesgos tomados en sets de la saga “Misión Imposible”. Corre, transpira, se ensucia. Está en su hábitat. Así, entre postales vintage de colores pastel, rondas de bar amenizadas con billar y música bien ochentera, la forma audiovisual encuentra su cauce emocional: Cruise es el centro convergente del relato por absoluto carisma; un piloto de pruebas imbatible, de carácter impetuoso y desbordante de intensidad. «Maverick» significa inconformista o disidente, adjetivación que pinta de cuerpo entero su obrar. La película explota el fondo dramático, entre misiones suicidas (a pestañear, si sufrís de vértigo) y un aire romántico que se refuerza gracias a la inclusión del personaje interpretado por la imperecedera Jennifer Connelly. Nos preguntamos dónde quedó la carrera de Meg Ryan. Entre el cielo y la tierra se desata una incesante acción, en la intención de ser consumida en estándar IMAX inmersivo. Kosinsky se consolida como un director con mayúsculas y el factor de escapismo primará a la hora de apreciar en la gran pantalla a una de las más grandes películas de acción que Hollywood haya consumado en la última década. Díganme si no lo esperaban…¡bendito deus ex-machina! El salvataje de último minuto vino por triplicado, alerta spoiler. ¿Qué tan alerta? Si Tom es imbatible.
La adrenalina intacta 36 años después El dicho suele expresar que segundas partes no son buenas pero en este caso la sabiduría popular no tiene cabida y es donde el guion hace de las suyas completando una historia que es más que la idea de nuevos jóvenes intrépidos a bordo de aviones de última generación, y suma a cargo de la misión que los convoca a su instructor. Que no es otro que Maverick. La vuelta de Tom Cruise al personaje podría haber sido innecesaria, pero los guionistas toman a un personaje que comienza a sentir el final de su carrera y la última oportunidad de cortar el lazo con un dolor que parece inconmensurable, y hacen lo que un profesional del área debe hacer: ser fiel a los ritmos que una historia como esta pide. Simpleza de una película de acción militar que no pretende ser nada más que lo efectivamente es. El popular equipo reunido para tal tarea (Peter Craig; Christopher McQuarrie; Justin Marks; Eric Warren Singer; Ashley Miller; Zack Stentz y Ehren Kruger) logró centrarse en lo que fue posible narrar con la certeza y el manejo de las emociones justas en manos de los personajes de la primera entrega (ahondar más sería spoiler, pero atentos a la emoción con la aparición de Val Kilmer, un secreto a voces) y los nuevos, que significan un vuelco inicial en plan conflicto clásico pero luego se ajusta a la estructura. En su momento el director de la batuta fue Tony Scott, y hoy es Joseph Kosinski. Salvando las distancias, cada uno supo leer la época y lo necesario para el desarrollo narrativo y visual de la historia. El elenco no pudo ser mejor, allá hace 36 años: Kelly McGillis (Testigo en peligro), Anthony Edwards (ER Emergencias), Meg Ryan (Tienes un E-mail, Sintonía de amor), Tom Skerritt (M.A.S.H., Alien), Tim Robbins (Río místico), Michael Ironside (V Invasión extraterrestre, Scanners), James Tolkan (Volver al futuro), sumados a los regresos presentes en el nuevo capítulo. Para quienes vieron la película original, y sienten que un pedazo de la juventud se va con esta película, es bueno recordar la delicia de las composiciones de Giorgio Moroder (incluyendo la más que representativa canción digna de compilado de lentos, «Take My Breath Away», interpretada por Berlìn), que dejan su huella aún hoy y regresan en esta segunda parte en segmentos emotivos a imagen y semejanza de escenas simbólicas de la anterior. A esta presencia sonora musical se puede agregar hoy la canción interpretada por Lady Gaga. Para los que tratan de entender qué hay de mágico en la tan mentada década del 80 puede que algo los acerque a cierta idea al respecto, y puede que logren entender las emociones de sus padres. No se preocupen, a ellos también les pasó lo mismo en su juventud.
La Magia del cine, Renovada. Top Gun es pura magia del cine, en varios aspectos que vamos a comentar, y lo más debatible que tiene, es su mismísima existencia, ¿debió haberse hecho esta película? ¿es mejor que la hayan hecho? ¿No pasó demasiado tiempo para hacer una secuela? esas preguntas pueden debatirse, y quizás algunos se respondan que mejor no la hubieran hecho; sin embargo, se hizo, y frente a ese hecho ineludible, la opinión de este profesional es que es la mejor secuela que podrían haber hecho dadas las circunstancias. Todo lo bien que podrían haber hecho, lo hicieron, Top Gun es como la mejor sinfonía que se puede tocar con determinados músicos. El problema que le podríamos encontrar, es que el protagonista es demasiado viejo para andar en esos asuntos, pero sobre eso hay que ver dos cosas, por un lado, la realidad supera a la ficción, y curiosamente, le da credibilidad a la misma, porque Tom Cruise no se puso frente a una pantalla verde simulando manejar un jet supersónico, sino que entrenó, se subió a un jet supersónico, lo manejó personalmente y además se filmó a si mismo haciéndolo; notable. Y por otro lado, ya el tráiler nos mostraba a un personaje preguntándole al personaje de Maverick por qué no había ascendido, por qué seguía volando, y esto demuestra la temeridad de Cruise al hacer cine, no solo lo hace, sino que de entrada, ya desde el tráiler mismo, toma el toro por las astas y enfrenta a la principal crítica que podría tener el filme, como para que tengamos ese debate en nuestra casas antes de ir al cine, y si nos respondimos a las preguntas iniciales, y decidimos que es mejor que la hayan hecho a Top Gun 2, Cruise sabe que al llegar a las salas, estaremos entregados, y que tiene un verdadero espectáculo arrollador para ofrecernos, sabe bien que cuando se apaguen las luces de la sala, se encenderá la magia. La historia es convencional, pero el guion es muy ingenioso en cómo darle credibilidad a las acciones, como sostener las escenas de acción, como justificar la edad de Cruise, como usar aviones de verdad, y como a su vez armar todo eso en una historia que sea coherente y emocionante. Es un gran mérito de los guionistas. La trama sucede de la siguiente forma, Maverick es ahora piloto de pruebas y sigue volando, pero en una crucial prueba para llegar a mach 10, logra su cometido rompiendo algunas reglas, salvando ese programa de pruebas, pero destruyendo el avión. Como castigo, lo echan de ahí, pero gracias a la intervención de Iceman, el personaje interpretado por Val Kilmer, su rival en la academia, y ahora amigos, termina en Top Gun como instructor de los mejores pilotos navales para una misión súper peligrosa en territorio enemigo. Como instructor es muy poco convencional, lleva al límite a los pilotos, y también a la paciencia de sus superiores, y hace un plan muy complicado de realizar, pero es el único plan que no solo garantiza el bombardeo, sino que además les garantiza a los pilotos una chance real de no ser derribados, y no se revelará aquí más trama de necesaria, pero obviamente el público espera que Maverick vuelva a volar y participe en la misión, queda en ustedes ver si eso sucede. El entrenamiento de esos pilotos es gran parte del metraje de la película, pero no se siente como una película de academia, o de entrenamiento, se siente más bien como un filme de acción y de aventuras, tiene un espíritu alegre, de entusiasmo, de valorar la vida, inspirador, donde se mezcla la realidad y la ficción de una forma extraordinaria, porque Tom Cruise es Maverick, pero a la vez Maverick es Tom Cruise, y esa es una de las partes fascinantes de la película. Cruise interpreta a un piloto, pero no se pone a simular en una pantalla verde, sino que maneja un avión de verdad; Cruise interpreta a un instructor que enseña cosas a una nueva generación, pero en la vida real, como piloto, productor y cineasta les enseñó a los actores a volar, a filmarse a sí mismos en vuelo y a dar todo; Cruise interpreta a un optimista entusiasta hombre de acción, pero en la vida real es así, haciendo logros increíbles y no usando dobles de riesgo. Maverick es un hombre que sigue su vocación contra viento y marea, parece un personaje inspirado en Tom Cruise; Maverick da todo de sí, incluyendo ofrecer su propia vida en aras de una misión; Cruise hace los mismo en la vida real, pero con la diferencia que lo hace para ¡Hacer Películas! y no para salvar al mundo de un bombardeo nuclear. Maverick es una especie en extinción que valora la parte humana por sobre la tecnología, Cruise también, cuando podría haber usado efectos especiales, pero decidió arriesgar su vida en escenas aéreas reales volando un jet. ¿Dónde están los límites entre Cruise y Maverick? no se sabe, se entremezclan, no sabemos hasta qué punto es realidad y hasta qué punto es ficción y eso es uno de los puntos fuertes del filme, su realismo, pero a la vez su semiótica, su mensaje. El realismo en varios aspectos impacta, sobre todo en las escenas aéreas y de acción, nada se ve falso, todo se ve real, es increíble el realismo del filme en cuanto a las escenas aéreas, todas parecen filmadas de verdad, y la mayoría lo son de hecho, son en cierta forma documentales, pero con los actores despegando literalmente de un portaviones, increíble que se lo hayan permitido, se puede deducir que hay efectos especiales, ya que seguramente no destruyeron jets de 150 millones de dólares en la filmación, pero los efectos son justos, y mínimos en relación al metraje real filmado, un verdadero logro de producción, además está muy competentemente dirigida la película, haciendo un muy correcto uso de los planos y haciendo un gran trabajo el director, Joseph Kosinski en lograr que la acción aun siendo vertiginosa se entienda claramente y además eso produzca emoción, logrando un filme lleno de adrenalina, pero que también puede emocionarnos hasta las lágrimas. Con respecto a la semiótica, y al mensaje, la película habla sobre la vocación, y manifiesta su importancia en la vida de las personas, reivindica ese llamado que tenemos algunos que es como un fuego en el interior, y el calor de ese fuego se siente en cada fotograma de la película, y además, como esa vocación inspira, mueve a las personas, las hace desarrollarse, y termina haciendo un mundo mejor. También habla sobre las segundas oportunidades, de trabajar, de aprender, de enseñar, de amar, y nos recuerda que mientras hay vida hay chances, hay oportunidades, que todavía se puede. Y eso también se relaciona la reivindicación que hace de la parte humana y lo que ya funciona, frente a la tecnología y al reemplazo humano por maquinas, y en ese sentido, tiene cierta similitud con Toy Story, donde un personaje busca no quedar obsoleto, pero aquí sin esa amargura que tenía Woody en el primer filme. Y en ese sentido Top Gun es una carta de amor a la raza humana, pero sobre todo a la vida; es una película inspiradora, de esos filmes que hacen amar la vida, que cargan pilas para que, a la salida del cine, llenos de vida, como los personajes, llenos de entusiasmo, como el de Maverick, salgamos al mundo a hacerlo mejor, a inspirarnos, a poner en practica nuestra vocación y “arriesgar de una vez, lo que soy por lo que puedo ser”, como dice la canción; Top Gun es puro cine, pura magia, Top Gun es Vida, y es la alegría de vivirla, es el entusiasmo de estar vivos y disfrutarlo, borrando los límites que separan a Cruise de Maverick, y los que separan el Cine de la Vida, todo se mezcla, y viendo a un personaje / actor viviendo a pleno, valoramos el cine y su magia, y por sobre todo valoramos la vida y vivirla a pleno. Gracias por tanto Tom, disfrutá tu Palma de Oro.
TOM, DÉJAME SIN ALIENTO Existe una tendencia en las redes sociales, sobre todo en Twitter, que considera que con tal o cual estreno el cine revive y se salva, lo que implica que la mayor parte del tiempo el cine está condenado, cuando ya no directamente muerto. Ocurrió con la extraordinaria Licorice Pizza, y ocurre ahora con Top Gun: Maverick, secuela tardía de aquel clásico de 1986 dirigido por Tony Scott. Se entiende que en las redes la mayoría de las expresiones están exageradas, distorsionadas por un entusiasmo a veces actuado, y entrar en conflicto con la exactitud de esas declaraciones es un ejercicio bastante estéril. Sin embargo, al calor de un estreno como este, no deja de ser interesante el planteo de que el cine está muerto y cada tanto revive, porque en realidad ocurre otra cosa. Top Gun: Maverick no es una resurrección, sino una confirmación de que el cine sigue vivo, de que nunca se murió. Podrá decirse que es cuestión de perspectivas, y que en el fondo ambas interpretaciones dicen lo mismo. Sí… pero en realidad no. Aunque la silla de director la ocupa Joseph Kosinski, es sabido que el verdadero responsable atrás de esta nueva Top Gun es Tom Cruise, un actor que ha pasado de ser menospreciado a ser calificado por muchos como la última estrella de Hollywood. O al menos, de un Hollywood y un starsystem que ya no tienen lugar en la actualidad. Cruise representa una manera de hacer películas a la vieja usanza, convirtiéndose él mismo (en su doble rol de intérprete y productor) en el centro de enormes espectáculos de acción con un espíritu clásico, poniéndole literalmente el cuerpo a hazañas que nos remiten a un tiempo más feliz. Si la saga de Misión Imposible no era suficiente para demostrar esto (aunque por supuesto que sí lo es), Cruise vuelve a vestir la campera de cuero y los Ray Ban para encarnar otra vez a Pete “Maverick” Mitchell, el legendario piloto que se convirtió, dentro y fuera de la pantalla, en un icono generacional. A la manera de Stallone en Creed o del último Clint Eastwood, la mirada de Cruise sobre el pasado es un equilibrio entre la revisión crítica y el homenaje, entendiendo el paso del tiempo pero, también, la importancia del propio legado. Top Gun: Maverick arranca como un calco-tributo a la original, con Danger Zone de Kenny Loggins sonando mientras los aviones despegan, y una aproximación superficial podría determinar que toda la película se encarga de tachar los casilleros de su antecesora. La llegada de Maverick a Top Gun, el entrenamiento, los conflictos entre pilotos, el romance, la misión. Si la estructura es esencialmente la misma y, como dijimos, al principio todo parece exactamente igual, es porque el propio personaje está detenido ahí, encerrado en la repetición. Después de más de treinta años, Maverick conserva el mismo rango militar y no parece interesado en ascender o retirarse. Entrenar a un nuevo grupo de pilotos para destruir una planta de uranio, una tarea que acepta sin mucha opción, parece ser la manera de seguir activo en el aire. En el camino aparece un viejo amor, pero también una complicación: uno de los pilotos a su cargo, Rooster (Miles Teller), no es otro que el hijo de Goose, antiguo compañero y amigo fallecido en la primera película. El pasado no resuelto irrumpe en la vida rutinaria de Maverick y lo lleva a replantearse su lugar dentro de la historia. En Top Gun: Maverick se dan la mano la espectacularidad y la sencillez, con secuencias de vuelo filmadas y montadas de manera apasionante sobre un fondo humano de redención y segundas oportunidades. Cuando las convicciones de Maverick entran en crisis, la película crece y logra separarse de los peligros de la nostalgia (que no es mala si está argumentada), con una segunda mitad que arrastra al espectador sin respiro entre la vitalidad y la emoción. Si todo resulta creíble es gracias a la conciencia que tienen Kosinski y Cruise de la importancia de los efectos prácticos, del componente humano frente al abuso de CGI inerte que predomina por estos días. El nervio de las escenas se vuelve palpable y el clasicismo a la hora de narrar organiza la historia con fluidez y sin desbordes autorales. En el centro de todo, por supuesto, la presencia de Tom Cruise funciona como garantía de fisicidad y compromiso actoral. Tom corriendo, Tom piloteando, Tom jugando al vóley, Tom persiguiendo aviones con su moto. Una figura que se resiste a extinguirse, como el propio Maverick, y que es la prueba necesaria de que el cine sigue vivo y tiene para rato. Porque más allá de todos sus temas evidentes, de lo que habla Top Gun: Maverick es de la permanencia del cine como estandarte y resistencia. Y de lo felices que somos cuando podemos atestiguarlo.
Hay muchos motivos para celebrar y recomendar con entusiasmo una película como Top Gun: Maverick, sin embargo hay uno en especial que se queda en tu cabeza cuando corren en la pantalla los créditos finales. La continuación del clásico de Tony Scott trae de regreso la experiencia cinematográfica del viejo blockbuster pochoclero que se perdió muchísimo en los últimos años con el predominio del género de superhéroes, más concentrados en argumentos redundantes y despliegue de CGI En cierta manera esta película evoca una propuesta similar a la que brindó Blade Runner 2049, en el sentido que no se siente una secuela marketinera que se limita a refritar el film original sino que expande la historia desde una perspectiva diferente. El director Joseph Kosinski (Tron: Legacy) se quita de encima el fan service en los primeros dos minutos del film, que recrean la apertura de la producción original con el tema de Kenny Logins, Danger Zone, y enseguida se concentra en elaborar un argumento con identidad propia. Pasaron 36 años y Maverick sigue siendo el mismo sujeto insoportable que conocimos en los ´80, con la particularidad que a esta altura su ego ya toca los anillos de Saturno. Su rebeldía no lo llevó muy lejos y nunca superó el rango de Capitán en la Fuerza Aérea. Una elección estupenda del guión ya que esta cuestión sirve como disparador de un conflicto dramático muy rico. Cuando lo convocan como instructor de Top Gun para una misión especial, Maverick se ve obligado a enfrentar las cuentas pendientes del pasado y esto le permite a Tom Cruise explorar una faceta más humana del piloto, quien ahora termina por despertar una mayor empatía. Toda la tensión con el hijo de Goose y el apego a la culpa por la muerte de su amigo son elementos que están muy bien trabajados y eso contribuye a que Top Gun 2 sea mucho más que una película de acción. El modo en que consiguieron involucrar a Val Kilmer dentro de la trama, pese a su problema de salud, fue muy creativo y el que no se emociona con la escena que comparte junto a Cruise debería chequear su pulso porque está muerto en vida. A Jennifer Connelly le queda demasiado chico el rol de la chica del héroe pero contribuye a brindar una subtrama romántica más tierna que la del film original que suma algunas situaciones divertidas. Esta continuación contiene además algunos momentos humorísticos que funcionan a la perfección. El resto del reparto es correcto y tiene el objetivo de representar una Fuerza Aérea con mayor diversidad que la de los años ´80. La película de Kosinski abraza su propia identidad en el tratamiento de la acción que es el campo donde sobresale esta continuación. El director ofrece una experiencia inmersiva muy especial donde consigue insertar al público en la cabina de los aviones junto a los personajes. A medida que avanza el argumento las secuencias adquieren una mayor complejidad y de ese modo se incrementa el vértigo y la adrenalina de las acrobacias aéreas, donde no faltan las locuras de Tom Cruise. Un fuera de serie que llega a pilotear su propio avión en las escenas de riesgo dentro de un espectáculo que demanda ser disfrutado en una pantalla de cine. El único campo donde Top Gun: Maverick presenta su mayor debilidad lo encontramos en la banda de sonido que ya sabíamos iba a ser una batalla perdida. El soundtrack de la obra de Tony Scott fue un fenómeno popular de esos que se repiten (con suerte) una vez cada 30 años, donde todos los temas resultaron hits radiales. Inclusive la melodía instrumental de Harold Faltemeyer. En la continuación más allá del aporte de Lady Gaga, que no está mal, las canciones no tienen un gran peso en la narración como en la original. Un detalle menor que no opaca a una película que le sobran virtudes para destacarse entre los mejores estrenos pochocleros del año.
Las secuelas separadas por décadas no son fáciles ya que las expectativas están muy altas. Hemos tenido varios ejemplos, pero más que nada en franquicias, ya sea Ghostbusters: Afterlife (2021), la trilogía secuela de Star Wars o Indiana Jones y El Reino de la Calavera de Cristal (2008). Top Gun es un caso distinto ya que es una sola película y un clásico indiscutido tanto en el ámbito cinematográfico como en la Cultura Pop. Se venía amagando hace rato y cuando estuvo a punto de ser una realidad, el proyecto se detuvo debido a la repentina muerte del director Tony Scott. Pero Tom Cruise quiso seguir adelante con el proyecto y hay que darle las gracias porque es un peliculón. Una de las mejores secuelas que he visto. Mantiene no solo la estructura sino el espíritu de la original y el director Joseph Kosinski emula la obra de Scott, lo cual en otro caso sería criticable pero aquí está perfecto. Es adrenalínica de principio a fin. Con secuencias increíbles, a las cuales le sumó mucho (para el que le importe en modo fan) que Tom Cruise hay hecho la mayoría. Y hablando de Cruise, ya era una leyenda consolidada pero aquí logra elevar aún más su nivel. Es muy difícil mantener esa frescura y concordancia con un personaje icónico luego de casi 40 años y estar a la altura. Aplausos aparte para Milles Teller y todo el equipo de maquillaje porque realmente parece el hijo de Anthony Edwards. Es increíble como podés ver a Goose en cada plano. Amén de que ayuda muchísimo los muy bien insertados flashbacks. Jennifer Connelly le da el toque de humanidad a Maverick, tal como lo hizo Kelly McGillis en el film original. Y la participación de Val Kilmer… lágrimas. (Más aún si viste su documental). Top Gun es épica, es la secuela perfecta que llega en el momento justo y que debe ser disfrutada primero en una sala de cine y luego incontables veces en el living de tu casa.
Vuelva a ver, la primera Top Gun (que tiene 35 años) -y más allá de lo que dijo Tarantino sobre ser una película gay-, fue el primer intento de Tony Scott de una celebración del movimiento en el cine. No era, todavía, el gran Tony Scott de Imparable o Déjà-Vu, pero ya tenía algo en cómo mostraba el movimiento de cuerpos, gente trabajando y aviones en el aire. La historia no importaba nada. Tres décadas y media después, esta Top Gun es casi una remake con Maverick ya no como alumno sino como maestro, y con una tecnología muchísimo mejor que subraya todavía más el costado “documental de sensaciones” que la primera solo podía esbozar. Aquí es el aire, el espacio abierto, el sol, las nubes lo que importa. Y es Tom Cruise, que no es tanto un actor sino -la metáfora es la única posible- ese avión él mismo que nos une de la tierra del pagar una entrada al cielo del cine. Nada más importa, solo que haya un entramado suficiente para que el movimiento y el espacio nos rodeen un buen rato. No importa, tampoco, la nostalgia: aunque educado por el cine de los 80, este redactor no solo no es fan de la primera película sino que no compra vintage sino solo el cine que, del pasado o del presente, parece siempre contemporáneo. Esa es la diferencia entre aquella y Maverick: esta continuación es, a diferencia de su matriz, puro presente libre.
Top Gun: Maverick es patriotismo fetichista y cool. Pero como un éxito de taquilla independiente que solo está tratando de excitar los sentidos con una fotografía de vuelo infernal y un sonido atronador, es justo lo que el cine estaba pidiendo a gritos.
En 1986, Tony Scott dirigió una película que combinaba el drama y el romance con la acción que provenía de un entrenamiento para pilotos de la Armada de los Estados Unidos con un resultado algo kitsch e irresistible. Además del protagónico de Tom Cruise, un actor con innegable calidad de estrella desde sus comienzos, la película contó con una banda sonora propia de la época, con la pegadiza Take My Breath Away de Berlin que ganó el premio Oscar a Mejor Canción Original. Ahora, más 30 años después y bajo la dirección de Joseph Kosinski (Oblivion, Tron: Legacy), nos llega una secuela que Scott había empezado a desarrollar y que seguramente lo haría sentirse orgulloso. Algo que vale la pena aclarar es que detrás de este proyecto siempre estuvo un Tom Cruise muy comprometido. No sólo le puso su cuerpo a una película en la cual esto tiene un valor mayor por la manera de rodar las escenas de acción, sino que apostó al cine en su máxima expresión, negándose a que la película se estrene por plataformas de streaming -algo muy común actualmente: que las películas se estrenen en simultáneo-, sino también a recurrir lo menos posible al CGI para causar efecto con imágenes reales y realistas. En esta tardía secuela que llega en el momento en que tenía que llegar, Maverick (Cruise) se presenta como una persona cuya carrera parece haberse estancado: mucho reconocimiento pero poco ascenso. Sin embargo eso no lo detiene a ir siempre en busca de más; al contrario, ese salirse de las reglas es probablemente lo que mantuvo fuera de puestos asegurados. Tras una muestra de rebeldía, se entera de que es convocado para entrenar a una camada de pilotos que se caracterizan por ser los mejores del país. Allí se reencuentra con un teniente, un poco menos joven que el resto, que se le presenta hostil. Se trata ni más ni menos que del hijo de Goose, personaje fallecido en la primera película, lo cual le trae a Maverick recuerdos y miedos. Entre ellos se generará una relación muy interesante. La trama de esta secuela es simple, quizás incluso más que la de su antecesora. Pero así como simple es efectiva, funciona sin vueltas, sin muchas sorpresas pero con una emoción genuina. Hay una misión que parece muy difícil, incluso imposible de efectuar y salir con vida. Maverick sabe que un buen piloto es capaz pero eso requiere de un fuerte entrenamiento y convicción. El grupo de jóvenes, una galería de personajes diversos aunque apenas desarrollados, a los que entrena parecen ser capaces aunque cada uno tenga una pequeña debilidad por sortear y una natural enemistad de competencia entre ellos, por lo que lo principal va a ser aprender a trabajar en equipo. La película nunca profundiza ni especifica dónde se encuentra el blanco, quiénes son estos enemigos. Es una decisión algo naif que no molesta porque el corazón se encuentra en otro lugar. Por otro lado está la línea romántica, aquí ya sin la presencia de la actriz Kelly McGillis que interpretaba a Charlie y entrando un nuevo personaje encarnado por Jennifer Connelly. La actriz interpreta a una bartender que aprendió a moverse en un mundo rodeado de hombres y con quien Maverick tuvo una intermitente historia que deja en evidencia el constante movimiento en el que él siente que tiene que estar. La película apuesta mucho a la nostalgia pero sin hacerlo desde un lugar gratuito y con un hermoso sentido de espejo con aquella: acá Maverick es un poco como fue Charlie en aquella, hay una sentida escena donde Rooster, el hijo de Goose que interpreta Miles Teller, toca Greats Balls of Fire, y hasta está tensión homoerótica en el juego en cuero en la playa; todo funciona dentro de esta historia. Hay mucho homenaje sentido y allí entra en juego el único otro actor además de Tom Cruise que repite personaje: Val Kilmer. El actor que desarrolló un cáncer de garganta (en Prime se puede ver un documental al respecto) que le truncó la carrera aquí tiene unas pocas pero sentidas escenas. El último tramo se dedica más que nada a la acción con unas secuencias adrenalínicas y muy emocionantes, rodadas con mucha precisión. Ahí está Tom Cruise queriendo salvar las salas, que las películas se vean en pantalla grande porque no es lo mismo verla en tu casa y, peor aún, desde la pantalla de una tablet o la del celular. En el guion está Christopher McQuarrie, responsable de escribir gran parte de la filmografía de los últimos años de Tom Cruise. Está hecha para él, para que se luzca y por supuesto sí lo hace. Una trama que opta por las fórmulas y se sucede con mucha fluidez porque no falla aun cuando resulta cursi. Una banda sonora nueva pero con estilo ochentoso y una canción original de Lady Gaga terminan de pintar una película que es un espectáculo. En una época cargada de secuelas y remakes, Maverick resulta una sorpresa y la muestra de que con amor y ganas se puede rendir homenaje y ser genuino al mismo tiempo.
La trama parece funcionar como una metáfora del papel que desempeña Tom Cruise en la industria y su lucha por defender una forma más genuina de entretener. Se nota la mano de Christopher McQuarrie en el guion. La escena con Val Kilmer es todo.
Y los pibes remontaban barriletes (y F-18) Pete “Maverick” Mitchell está de vuelta, y todos festejamos ¿Almirante? ¿Contralmirante? ¿Mayor? Nada de eso, el carismático Pete Mitchell (Tom Cruise) sigue como Capitán y piloto de pruebas para los programas necesarios de la Marina. El tiempo pasó, pero –más allá de los cuestionamientos de quienes lo rodean- nuestro protagonista sigue por los aires desafiando a las autoridades. Sin embargo, por pedido de un viejo amigo, deberá volver al nostálgico Top Gun, esta vez para entrenar a una docena de jóvenes Tenientes que tienen que prepararse para una compleja misión. Top Gun: Maverick es la secuela de la icónica película de 1986, que llega 36 años después aunque podrían haber sido menos si no teníamos ante nosotros la tan maldita pandemia. Con uno de los grandes hombres de acción nuevamente en el papel, la decisión de traer una continuación de una historia que quedó en el recuerdo de los fanáticos de las aventuras extremas –y ni hablar de los aviones- era un verdadero desafío de poner en jaque semejante símbolo. Ni lento ni perezoso Joseph Kosinski, quien se sentó en la silla de director, y con el reto de tener en la espalda la sombra del Tony Scott, nos da desde los créditos iniciales un golpe nostálgico con títulos ochentosos presentando a sus personajes con la preparación para viajar por los cielos y Danger Zone de Kenny Loggins sonando de fondo. Una grata introducción que nos adentra desde los primeros minutos en ese contexto por si alguno entró a la sala con dudas o fuera de ritmo. Cabe hacer un freno aquí: más allá de las propuestas de ciencia ficción que puede haber en la cartelera que se puede disfrutar más por los efectos especiales en la sala, esta nueva historia es casi una obligación para verla en la pantalla grande. Las escenas que vislumbran las piruetas de los aviones es impactante y se disfruta de una manera especial en doble sentido: para una generación que vio la primera parte también en los cines y que esta vez cuenta con el avance tecnológico pero que mantiene la esencia técnica –más si hablamos de un tipo “puro” como Cruise-; y por otro lado el grupo de personas que llegó a este mundo con el clásico establecido y ahora tiene revancha de gozarlo donde se merece. En términos narrativos, pero teniendo en cuenta lo mismo que sucede con el disfrute de la sala, la nueva historia cuenta con un componente nostálgico que irradia las escenas de manera total a lo largo de las más de dos horas de duración –la escena de la playa es un claro ejemplo-, donde se nota que cuenta con un antecedente de más de treinta años y que debe mantener ese hilo. Sin embargo, también cuenta con una modernización de la misma contando con los personajes nuevos y complejización de la trama, principalmente a la hora del tratamiento del drama. Con respecto a los “homenajes”, todo es tratado con mucha altura y funcional a la trama, donde no se fuerza la simple aparición para contentar al público. Cuando Val Kilmer entra en escena y entabla conversación con Cruise, no sólo significa el reencuentro de Iceman con Maverick que representó un duelo épico de la década de los ´80, sino que se le da lugar para quien supo interpretar a Batman en la historia en un momento de tensión para nuestro protagonista. Asimismo, y más para aquellos que conocen todas las dificultades que atravesó en materia de salud el actor, es una grata aparición sin recurrir al golpe bajo. Pero la cuestión dramática, si bien siempre está presente, no invade la película de manera completa sino que Kosinski también contempla la acción, y con un conflicto no intrincado decide avocarse en lo principal: nuestros héroes tomando los aviones para solucionar la lucha en el aire donde el aspecto técnico de dichos vehículos está presente sin caer en puro tecnicismo. Uno de los puntos a destacar es que ambos géneros logran complementarse a lo largo de la historia, ya que Cruise interactúa de la mejor manera con el personaje de Miles Teller en el plano de la acción, aún más cerca del desenlace cuando Maverick y Rooster deben salirse de sus aprietos donde espiritualmente nos puede recordar a lo que vimos en 2015 con Creed. Anteriormente, más allá de la tensión propia de la relación, sus momentos en conjunto están más invadidos por otros personajes. Hablando del resto del reparto, acompañan de manera correcta aunque ninguno logra destacarse; principalmente porque el guión no tenía estipulado eso ya que las luces de los reflectores apuntaban a otros. Desde Jon Hamm y Ed Harris representando la disciplina de las fuerzas y parándose en las antípodas de Mitchell hasta el grupo de Tenientes que traen aires ochentosos en sus particulares características, donde el que logra recalcar mínimamente es Hangman (Glen Powell). Por otra parte, el rol de Jennifer Connelly calza a la perfección para lo que era necesario para la trama, sin pasarse ni quedarse atrás como el interés romántico. Tanto el tema de Loggins como la escena de Bradshaw emulando a su padre en el piano tocando y verbalizando Great Balls of Fire son musicalmente los puntos fuertes en común de las dos películas, que en esta ocasión estuvo a cargo de Harold Faltermeyer –presente en el proyecto de 1986-, Lorne Balfe y el multipremiado Hans Zimmer. Además en la lista se sumó Lady Gaga, quien interpreta el tema Hold My Hand; aunque en esta ocasión no contó con la presencia de lo que fue Take My Breath Away de la banda Paris que ganó el premio Óscar a mejor canción. Top Gun: Maverick es pura emoción y mantiene la esencia de su precuela, generando una experiencia muy gratificante en las salas y que posiciona –como si eso fuera aún más posible- a Cruise como uno de los grandes en el género dispuesto a todo. Cuando el producto está hecho con cariño y respeto pero a la vez apostando por más, buscando en ampliar la historia con sentido y en homenajear con altura, se nota y este es un grato ejemplo. No hay que pensar, hay que disfrutarlo.
Himnos de mi corazón Tom Cruise hace cine. Demuestra cine. Hace que el cine sea ir al cine. Se pone otra vez el traje, la coraza, el disfraz serio y también humorístico del héroe y hace volar todo por el aire y los aires otra vez, en una película pirueta y de piruetas. Tom Cruise, otra vez, y otra y otra y otra vez, cada tanto, revive ese cine que nos hizo amar el cine, la sala de cine. Con todas las Misiones imposibles, con la primera Jack Reacher, con Minority Report, con Guerra de los mundos, con Day & Knight. Con otras más y también con esta Top Gun Maverick. Tom Cruise se ríe y vuela. Y vuela vuela, y hace chistes. I Tom Cruise construye un mundo fílmico que incluso podría carecer de director, así como parece ocurrir en Top Gun Maverick en secuencias que en manos de realizadores de los buenos, de los cabales, de los fogueados, deberían haber sido ser menos arenosas, menos toscas, como por ejemplo la secuencia del bar, como la charla inicial sobre la cancelación del programa volador, como la conversación en la cama o como el abrazo con la señora de Iceman. Y no se trata de no reconocer la posible nobleza del plástico publicitario demodé y de todo lo gloriosamente over the top* que aquí tenemos, como esos planos cancheros porque cancheros son lindos, como muchos en esta película que no le teme al ridículo y así anda, feliz y musculosa, con abundancia de secuencias de acción precisas, económicas y a la vez de una notable generosidad adrenalínica. Y con una construcción de personajes a los que dan ganas de defender, de preocuparse y de interesarse por ellos: la vieja receta de la empatía (y de meter actores grandes en papeles secundarios). Top Gun Maverick es tan anómala -tan independiente frente a este mundo tan marveloso y tan poco maravilloso- que hasta se permite ser una de acción buena sin malos: la maldad está pero se relaciona con la tendencia a rendirse ante los reglamentos y las burocracias y, sobre todo, con la adoración de las máquinas deshumanizadas (que al final son menos hábiles que las picardías de Tom y de todos sus Jerrys). Rían, y corran, y que vivan los nobles componentes clásicos, o al menos algunos legados. II *Over the top: disculpen por favor el término en inglés, quizás podría haber escrito bombástico y dejarme de joder, pero Over the Top era el nombre original de Halcón, producto de los ochenta cargado con octanaje de los ochenta con Sylvester Stallone y con pulseadas, y con relación padre e hijo y con camiones y con canción principal de Sammy Haggar, que uno bien se lo confundía con Kenny Loggins, que tenía canción en Top Gun… y también otra en Halcón. Halcón, o sea Over the Top, es del año 1987, y la primera Top Gun de 1986. Además de todo esto, sinceramente me daban ganas de escribir el término “over the top”. Y, como decía Jean-Luc Godard, cuando uno tiene ganas de decir algo lo mejor es decirlo. O, como decía Andrés Calamaro acerca de Miguel Abuelo, “si tenía algo que decir lo decía dos veces”. Y Miguel Abuelo compuso y cantaba “Himno de mi corazón”, canción de 1984. Y Godard también decía que, si el cine hubiera dejado de existir, daba la sensación de que Nicholas Ray podría haberlo regenerarlo por sí solo (Godard no decía esto sobre Ray del todo a favor, pero aquí diremos lo que decimos y diremos de Cruise a favor, hasta con agradecimiento). III En este siglo XXI en el que la idiotez y la pequeñez han dado muestras de su permanencia y su extensión globalizadas; en este siglo XXI en el que cada vez menos directores, productores, guionistas y actores parecen saber cómo generar pasión, euforia, adrenalina… ahí está Tom Cruise, que pareciera tener la capacidad, los reflejos, la energía, la determinación y la tozudez para volver a cocer los ingredientes del cine y el imaginario de los ochenta, ennoblecerlos, quitarles lo malo e incluso convertir lo malo en atesorable y hasta trasvasarlo a objetos emocionales coleccionables. Eso y también mucho más es Top Gun Maverick, una película que apunta a la piel, ese órgano tan cercano, tan conectado con el alma, como bien lo sabía y lo decía con gracia epifánica Jean Cocteau. Top Gun Maverick es también un zoom out sobre una moto que se va a toda velocidad, y también una película sobre rebeldías honorables, y una comedia entre Cruise y John Hamm, y entre Cruise y Ed Harris, con diálogos que parecen los que se escribían para Humphrey Bogart, otro grande que no era especialmente alto pero bancaba la parada como pocos. Cruise, por sí solo, parece tener el poder de resucitar al cine y en especial su conexión con el público, que aplaude agradecido y casi todo sin barbijo, sonriendo porque se le ve la sonrisa, que revela más sensatez y criterio que la cara tapada al pedo. O quizás Tom no lo pueda resucitar de forma permanente, pero seguramente le dará algunos años más de esperanza mientras él, Cruise, siga por ahí, teniendo claro -está dicho en los diálogos de Top Gun Maverick- que él sigue por ahí porque los pilotos son más importantes que las máquinas. Y que no puede irse todavía. IV Para los que creen que me subí ahora a la hola defensora de Cruise porque le dieron un premio en Cannes hace menos de un mes, tengan a bien saber que hace casi una década escribí esto (link), y hasta puedo exhibir defensas más antiguas. Y sepan que la Top Gun de 1986 siempre me importó poco. Y que nunca defendí en bloque la nostalgia de los ochenta (link). Top Gun Maverick no es meramente un reciclado ochentoso: es cine con las posibilidades del presente motorizado por un actor y productor que sabe del poder de este maravilloso arte y que respeta su historia. Cine motorizado, elevado por alguien que sabe y activa las ganas de volver al cine a ver héroes con campera y jeans y sin tantas capas y capas multiverseras, y sin tantas concesiones a las estupideces y a los miedos del presente. Top Gun Maverick es, finalmente, la película de alguien con el poder de hacer el cine que le gusta y que gusta, un cine nacido del deseo, un himno de su corazón que seduce y dispara las ansias por volver a ver películas en una sala con gente alrededor, en comunión. Claro, Top Gun Maverick ciertamente es una heroína más bien solitaria. No te vayas, Tom.
El paso del tiempo y el factor humano en un regreso con gloria En 2018, cuando se anunció la puesta en marcha de “Top Gun 2: Maverick”, la primera reacción fue de desconfianza. Es un hecho, estamos en la era de las remakes, las secuelas, las precuelas y los spin offs. Y la nostalgia es un gran negocio. También es cierto que en 1986 “Top Gun” fue un enorme éxito (lo transformó a Tom Cruise en una estrella global, nada menos) y con el tiempo la película se convirtió en un ícono generacional, un producto inseparable de su época. En el actual contexto era tentador resucitar a los pilotos más veloces del mundo, pero dos incógnitas se instalaban: ¿No es tarde ya para retomar esta historia, a más de tres décadas de la original? ¿Y cómo levantar aquel guión endeble, que no era mucho más que una serie de videoclips ágilmente hilvanados? La respuesta llega ahora, con dos años de retraso (se iba a estrenar en 2020 pero se postergó por la pandemia), y afortunadamente la primera reacción es de alivio. Cruise (protagonista y coproductor) insistió con este proyecto (no cedió a las propuestas de pasarlo al streaming) y estaba claro que había confianza en el equipo. El productor es el mismo de la original (el famoso y ultramillonario Jerry Bruckheimer), entre los guionistas figura Christopher McQuarrie (“Los sospechosos de siempre”, “Jack Reacher”, la saga de “Misión imposible”) y detrás de cámara está Joseph Kosinski, que ya había trabajado con Cruise en “Oblivion: El tiempo del olvido” (en los 80 el director fue el recordado Tony Scott, que falleció en 2012). Juntos lograron algo que parecía muy difícil: sumar el factor humano, insuflarles vida a los personajes y que el paso del tiempo les cayera bien. Justamente es el paso del tiempo (y que no pasa para todos igual) el gran leit motiv de la película. Para el piloto Pete “Maverick” Mitchell (Cruise), por ejemplo, los años parecen no haber transcurrido. Se ve joven (sólo algunas arrugas), sigue siendo capitán (no lo ascendieron), está soltero y usa la misma campera de cuero, los Ray Ban y la moto Kawasaki de los 80. Todavía es rebelde y le encanta contradecir a sus superiores, aunque cuando comienza esta historia lo tratan como a un jubilado. “Tu tiempo ya pasó, es obsoleto”, le repiten. Sin embargo, antes del retiro, como última oportunidad, lo mandan como instructor a la unidad Top Gun, donde va a tener que entrenar a un grupo de jóvenes pilotos de elite para una misión prácticamente suicida en un país extranjero. Ahí está Maverick de nuevo, en el mismo lugar que tres décadas antes, teniendo que ganarse el respeto de una generación que no lo conoce y que es tan arrogante como él alguna vez fue. Además va a tener algunos problemas extra con el alumno Bradley “Rooster” Bradshaw (Miles Teller), el hijo de su ex compañero Goose, que murió en un trágico accidente en la historia de los 80, y se va a reencontrar con Penny Benjamin (Jennifer Connelly), un amor de primavera que apenas se menciona en la película original. Desde el arranque (la música, la fotografía, el diseño de los títulos) queda expreso que la estética ochentosa va a marcar la película, y de hecho hay múltiples (tal vez demasiados) guiños a la original. Pero poco puede reprocharse cuando el guión (esquemático sí, y sin grandes sorpresas) muestra un timing perfecto entre el desarrollo de los personajes, la nostalgia y las escenas de acción que no dan respiro. El realismo de las secuencias en el aire (nada de pantalla verde ni exceso de efectos digitales) es impactante: le transmite al espectador toda esa sensación de adrenalina y vértigo, tanto que uno siente el impulso de sostenerse de la butaca como si estuviese volando en serio. La reaparición de Val Kilmer en su personaje de Tom “Iceman” Kazansky (antiguo rival de Maverick) se transforma en un momento genuinamente emotivo, sin artificios ni golpes bajos. Kilmer padeció cáncer de garganta y perdió su voz, y lo mismo le ocurrió a su personaje, que dialoga brevemente con el protagonista en una escena en la cual es difícil separar realidad de ficción: el paso del tiempo (otra vez) ha sido muy distinto para los dos, dentro y fuera de la pantalla. Sobre los vibrantes quince minutos finales podríamos presentar algunas reservas (¿muchas licencias y golpes de efecto?), pero este es un tanque de Hollywood después de todo, y desde ese lugar se disfruta al máximo.
¿Puede la secuela de una película cool y calentorra – orientada a adolescentes – convertirse en uno de los mejores blockbusters de la historia, aún cuando llegue con 36 años de demora?. La respuesta es un rotundo si. Y si hay medallas para repartir, todas debe ir – con justa razón – para Tom Cruise. Si Top Gun: Maverick termina por refrendar algo es que Cruise – con subrayado y mayúsculas – es la mayor estrella de la historia del cine. A los 60 años el tipo no sólo sigue siendo un imán de la taquilla – muchos monstruos que surgieron en su época cayeron en la desgracia hace décadas -, sino que es un actor excelente y un productor brillante. Si la primera Top Gun era un pastiche de viejas películas de guerra mezclada con patriotismo a la enésima potencia, sexismo y una banda sonora ardiente, la actual secuela es un filme infinitamente superior y uno que te invita a verlo una y otra vez. De nuevo son los aviones. De nuevo son las tomas cool y la música genial. De nuevo es Cruise irradiando carisma. Pero es vez de patrioterismo barato tenemos a un héroe enfrentándose al retiro; tenemos deudas emocionales del pasado que son profundas y deben pagarse ahora, y tenemos una misión suicida a la cual no hay vuelta posible. En todos los escenarios y alternativas posibles alguien del equipo va a morir. Y, para colmo, el hijo de su mejor amigo (el fallecido Goose) integra el escuadrón que él mismo ha formado. Que a nadie le extrañe que Top Gun: Maverick genere una candidatura al Oscar para Cruise. Este no es el enano bobo que se reía todo el tiempo y fanfarroneaba con sus lentes de sol, sus músculos y su moto asesina. Este es un rebelde que ha entrado en la madurez, que ya no tiene cabida en el sistema – es un dinosaurio en la época en donde los drones, los satélites y la guerra a control remoto controlan la batalla -. Ya no se precisan habilidosos, solo gente en un cuarto manejando robots con joysticks. Pero Maverick siempre tiene un motivo para volver: empantanado como capitán y piloto de pruebas, su rebeldía es perdonada debido al hada madrina de su antiguo enemigo devenido mentor y compañero del alma – un sentido cameo de Val Kilmer que le da la posibilidad de ponerle un broche de oro a su carrera y su compleja situación de salud -. No es de la partida Kelly McGillis (que se ve actualmente como la abuela de Cruise a pesar de tener muy poca diferencia de edad) sino que el libreto se prende a una historia contada al pasar en el original de 1986, en donde Tomás Crucero se había metido con las faldas de la hija de un prestigioso almirante, lo cual lo convirtió en un paria errante dentro de los distintos cuerpos de la aviación naval. Acá ese objeto del deseo es Jennifer Connelly – veterana, hermosa, deseable – y allí, en ese reencuentro con viejos lugares y viejos amores, quizás el nómade rebelde pueda sentar cabeza después de tantas décadas. Pero todo tiene un precio: hay que destruir un arsenal nuclear en lo que parece ser la trinchera de la muerte de Star Wars – falta que alguien en off diga “confía en la Fuerza, Maverick” – ya que hay que volar a ras de tierra por un cañón lleno de curvas brutales y rodeado tanto de misiles tierra – aire como de cazas de super-recontra-ultra-generación. Un caza moderno no sirve, no permite un vuelo artesanal a la vieja escuela; hay que ir con F-18s – los cuales no son rival para los cazas enemigos ultracomputarizados… ¿o si? – y salir pelando papas ya que, si podés detonar el objetivo, media fuerza aérea enemiga va a dispararte con toda la artillería que tenga a mano. Si Cruise se roba la película es porque actúa. El tipo está en un punto de quiebre. Llora, lamenta errores antiguos, ve venir la muerte frente a frente. Su sonrisa no oculta el dolor ni el miedo. A eso se suma que Cruise vuela – no importa que vaya como co-piloto en un avión real y sólo haga la mímica del piloteo; los giros que hace el F-18 son brutales y es el actor el que se come la enorme cantidad de fuerza G de la cabina (nada de CGI!) -. Es un tipo comprometido a darle el 150% a su público. Y lo logra con creces. Top Gun: Maverick no tiene ni un solo punto flaco. Está llena de momentos admirables, cómicos, tristes, emotivos. El director Joseph Kosinski amenaza con una remake – la música de Kenny Loggins se repite, las tomas de despegues, Cruise corriendo con la moto por una carretera con un F-18 de fondo -… y ése hubiera sido el camino mas fácil… pero no: Cruise exigió profundidad dramática y eso hace que el filme se sienta diferente completamente. La nostalgia te invade los primeros cinco minutos, luego el filme toma su camino y, en la segunda mitad, hace algo completamente nuevo y excitante. Top Gun: Maverick es de esos filmes que hace historia, simplemente porque no cansa. Podés verlo 50 veces y emocionarte 50 veces, y sentir los pelos de punta otras 50 veces. Es un monumento a la altura gigantesca de Tom Cruise como supremo showman y brillante hombre de negocios. Una secuela filmada décadas atrás no hubiera tenido el mismo impacto emocional. Y lo mas probable es que haga escuela así que esperen una tanda enorme de secuelas ultratardías de hitos juveniles de los 80s, porque estamos en la era en donde todas las IPs – aún las mas caducas – se reciclan eternamente para compensar los rojos que dejó la cuarentena mundial por el Covid. Claro, habrá muy pocas que lo harán con la brillantez y esmero como Cruise y su equipo de creativos han aplicado aquí en toda su gloria.
A 36 años de la original, la secuela de la película sobre una academia de pilotos aéreos cumpliendo una peligrosa misión, es un homenaje a sí misma. Con Tom Cruise, Miles Teller, Jon Hamm y Jennifer Connelly. Para cierta generación de críticos de cine a la que por edad pertenezco, películas como TOP GUN –la original, de 1986, dirigida por Tony Scott– forman parte de las experiencias infantiles, adolescentes o juveniles. Y volver sobre ellas cuando, como en este caso, sale una secuela, aún con 36 años de diferencia, es casi regresar a esa etapa de la vida, para muchos añorada. Y si bien esas emociones son innegables, confundir bagaje crítico con nostalgia personal es un problema que debería evitarse. Sí, nos hace felices ver a Cruise en el rol que lo hizo famoso. Sí, nos saca una sonrisa recordar quiénes éramos cuando teníamos 12, 16 o 20 años. Pero la crítica de cine, supuestamente, debería ser otra cosa. Esta introducción no quiere decir que TOP GUN: MAVERICK sea mala ni mucho menos pero tampoco es la salvación del cine de acción y aventuras que algunos parecen o quieren ver. Y lejos está de ser de las mejores películas de Cruise, un actor que por lo menos tiene media docena de obras maestras. Es un facsímil prolijo, hecho a conciencia y con mucho guiño, del film original, al que el paso y el peso del tiempo le caen bien. Cuatro décadas después, a aquellos eventos se los ven magnificados por los años y hoy nada es lo que fue sino un ícono de sí mismo. Especialmente el propio Cruise. Creo, también, que la celebración de películas como TOP GUN: MAVERICK pasa porque se las ve y presenta como alternativa a los variados multiversos Marvel/Disney/Star Wars: es un film con escenas de acción que se sienten en el cuerpo, con un tipo que realmente parece estar volando un avión en lugar de estar adelante de una pantalla verde y con desafíos a escala humana, por más complicados que puedan ser para la mayoría de nosotros. Uno ve volar a Cruise y siente que el cuerpo se le sacude de un lado para otro. Pero si uno sale de esa letra chica de tratar de defender un tipo de cine sobre otro (hablando siempre dentro del terreno de las superproducciones) y observa otros mecanismos cinematográficos y/o de guión de este film, tampoco es que estemos ante algo mucho mejor que lo que circula. Para los que atravesamos los ’80 en vivo y no desde la iconografía pop armada a posteriori, ver TOP GUN es también darse cuenta del cúmulo de clichés del cine de esa época. Vistos a la distancia, son simpáticos. Reconfigurados, no necesariamente. O no siempre. La secuela imita el tono videoclipero ochentoso que tenía la original y que venía, sí, de la manera de filmar de Scott entonces pero más que nada del tipo de cine que proponía Jerry Bruckheimer, el productor, que se armaba como una colección de momentos musicalizados para MTV, infinitas secuencias de montaje acumuladas una tras otra. Bruckheimer vuelve a la producción pero ya sin el fallecido Scott. Y Kosinski no logra darle una marcha más al asunto. Le da, sí, la sensación de ser una película en homenaje a sí misma. ¿Alcanza con eso? Probablemente sí. TOP GUN arranca con la mejor escena de la película, una en la que redescubrimos al protagonista, Pete «Maverick» Mitchell (para Cruise no parecen haber pasado 36 años sino, como mucho, 15-20) como un piloto de testeo de velocidad metiéndose en problemas porque hace lo que Cruise hace siempre: ir más rápido que lo permitido, poniendo en riesgo cosas que no debería. Nadie duda que sigue siendo el piloto más rápido de todos, pero un alto mando (Ed Harris) cree que hay que dar el ejemplo y castigarlo. Para eso lo mandan como instructor a la academia donde surgen los «top guns» del título, los mejores pilotos del mundo. Pero Maverick es un iconoclasta, un tipo individualista y talentoso que no sabe, no quiere o no se anima a cumplir el rol de maestro, de enseñar su sabiduría a los más jóvenes. Pero Iceman (una emotiva reaparición de Val Kilmer) le asegura un lugar que considera clave, pese al fastidio de otros altos mandos (representados por Jon Hamm): liderar a un grupo de pilotos para llevar a cabo un complejo operativo de destrucción de una planta de enriquecimiento de uranio (o algo así, no importa realmente) que tiene un 90% de posibilidades de salir mal ya que es casi imposible de hacer, técnica y físicamente. Es claro que «Maverick» Mitchell no podrá ser solo el «profe» y terminará metido en el asunto, ayudando a este grupo que funciona como recambio generacional y, a la vez, conexión con el pasado. Entre clips y fotos de la vieja película –y hasta algunas canciones repetidas casi en su totalidad–, el hombre enseñará a un tal Rooster (Miles Teller), que no es otro que el hijo de Goose, su mejor amigo del film original (Anthony Edwards), con el que tiene una tensa relación. Y si bien no aparecen en la nueva ni Meg Ryan ni Tim Robbins ni Kelly McGillis, la representante de esa generación aquí es Jennifer Connelly, en un personaje que se mencionaba pero no se veía en la película original. Sí, una ex novia de Maverick con la que puede tener una segunda oportunidad… si hace las cosas bien. La película se centrará en los entrenamientos y en la misión del nuevo grupo, cuyos integrantes tienen talentos, problemas y rivalidades (y hasta escenas y looks) casi idénticas a las del film de 1986. Pero será más interesante como una suerte de homenaje a los veteranos, a los que creen más en el piloto que en la tecnología y en la capacidad humana de dar algo extra que lo que dan las máquinas o los simuladores de vuelo por computadora. A este Cruise ya veterano se le da también la posibilidad de repensarse también no ya como un tipo solitario pendiente de su moto y sus vuelos sino como un hombre cuyas responsabilidades pasan también por otro lugar, por uno más humano y hasta familiar. Quizás sea esa, más que ninguna otra cosa específica de la factura de TOP GUN: MAVERICK, la que despierta cariño y la que hará que seguramente se convierta en una de esas sagas que pasan de generación en generación.