El síndrome invertido de Peter Pan El relato propone una narración en la que se juegan en paralelo dos situaciones que terminan siendo la misma: las dificultades que tiene Larry, el guardián del museo, para aceptar la libre decisión de aquellos que están o han estado bajo su paternal cuidado. Si ya la idea general podía remitir a la propuesta germinal de Toy Story (objetos inanimados que en cierto momento cobran vida), esta última entrega, Una noche en el museo 3, prácticamente replica el argumento de la última entrega de Pixar sobre Woody y Andy, y las dificultades que el primero padece por aceptar el crecimiento del segundo y su ingreso a la universidad, con la obvia finalización de la hora de los juguetes que ello implicará. Las historias populares que han tematizado el deseo de la infancia eterna son numerosas, la más celebre fue escrita por James Mathew Barry a comienzos del siglo XX en coincidencia con los primeros años del desarrollo de la tecnología cinematográfica, cuyo principal atractivo en aquel entonces estaba puesto en el registro puro del movimiento y en la consecuente eternización de los acontecimientos y sujetos cinematografiados. En el cine no se envejece; el tiempo registrado del celuoide es un tiempo fuera del tiempo, y por ello no es casual ni sorprendente que los primeros cronistas, publicitarios y emprendedores relacionados con el cine vieran en el artefacto y en su increíble técnica un equivalente a la invención frankeinsteiniana (Cfr. Noël Burch; 1999). La obra de Barry nos habla de un miedo patológico al crecimiento y a la madurez, y por lo tanto de un deseo de ser siempre niño, lo cual va asociado irremediablemente a una concepción simplificada de la vida adulta o de la madurez, como el fin de la ingenuidad, de la creatividad, de la diversión etc. Uno de los intentos más interesantes de subvertir esta lógica fue el film Quisiera ser grande (Big; 1988), donde el protagonista es un niño cuya vida de infante lo trastorna de modo tal que su único deseo es crecer para poder realizar lo que verdaderamente le gusta. Toy story 3 y Una noche en el museo 3 nos ponen también delante de una especie de inversión de este síndrome de Peter Pan: si en el personaje de Barry encontramos el deseo de ser un niño eterno, aquí nos encontramos con un deseo diferente, más complejo: de tener siempre el control, el deseo de la eterna paternidad y de la infantilización de los hijos por parte de sus padres, o el deseo de la sujeción permanente de los subordinados por quienes ejercen el poder en la actualidad. La resistencia al crecimiento de aquel otro sobre el cual organizamos nuestra personalidad, así como la nostalgia que padecemos ante la desaparición de aquellos lugares que consideramos esenciales de nuestro pasado, remiten irremediablemente a la resistencia de nuestra propia mortalidad y el carácter fugaz de nuestra existencia; en definitiva, la incapacidad de admitir el flujo de la vida en cualquiera de sus dimensiones, parece evocar las angustias propias ante la muerte. Cuando el vínculo con el otro se caracteriza por la asimetría (como ocurre con la relación entre padre e hijo o cualquier relación de tipo paternal, que caracteriza el vínculo entre Larry y los objetos del museo), el proceso de autonomización que protagoniza el subordinado pone a su autoridad frente a una muerte que es doble: de su autoridad sobre el subordinado (puesto que el proceso de emancipación supone precisamente el ponerse los individuos al mismo nivel) y del fin en sí de la vida, por la conciencia del paso del tiempo, inescrutable. Como se ha mencionado, esta temática ha sido puesta ya en escena en las producciones de Pixar, tanto en torno a las peripecias de Andy, como en las del pueblito olvidado de Radiador Springs (Toy Story 3 y Cars, respectivamente) Una noche en el museo 3 no agrega gran cosa a esta interesante cuestión, ni en lo dramático, ni en lo emocional; de hecho, lo que en aquellas producciones resulta el tópico central del argumento, aquí no pasa de ser un elemento secundario, que si bien no está demás tampoco adquiere peso propio. Sin embargo este tema se desarrolla en el marco de una estructura cómica lo suficientemente sólida como para sostener la totalidad del relato con gags efectivos y de precisa factura que parecen funcionar por sus propios méritos.
Tercera y última parte de la comedia de tono fantástico impulsada por Ben Stiller en el papel del guardia de seguridad del museo que conoce el secreto que se esconde detrás de esas paredes. En esta ocasión, una maldición se desparrama y el protagonista debe viajar al Museo Británico de Londres para lidiar con un faraón que pondrá al mundo en peligro. Una noche en el museo 3 tiene al comienzo el espíritu de Indiana Jones, cuando un niño hace un terrible descubrimiento, para pasar luego a una trama que nunca se olvida del entretenimiento y parte de una nueva amenaza. La eficacia del relato, apuntado a un público familiar, reside en el doble rol que ocupa Stiller, acá visto también como un hombre prehistórico, y en la sucesión de gags y efectos que pueblan la pantalla. Resultan saludables las participaciones de Ben Kingsley como el Faraón, pasando por el destacado papel del desaparecido Robin Williams y de Ricky Gervais como el director, hasta los cameos de Dick Van Dyke, Mickey Rooney y del australiano Hugh Jackman haciendo de sí mismo cuando es interrumpido por Lancelot (Dan Stevens) en plena representación teatral. Como por arte de magia, los esqueletos de los dinosaurios cobran vida y regresan los personajes más conocidos y otros nuevos en una aventura eficaz que no deja de lado su fin didáctico (la ciudad de Pompeya arrasada por la lava). De este modo, desfilan Atila, el Huno (Patrick Gallagher); la indígena Sacajawea (Mizuo Peck), el clan prehistórico, el presidente Roosevelt (Williams) y los diminutos Octavio (Steve Coogan) y Jedediah (Owen Wilson). Al ritmo impreso por Shawn Levy se suma la siempre convincente actuación de Stiller que sabe jugar el juego mejor que nadie y despierta empatía inmediata con el público menudo. Cierra la historia y concluye el círculo de las criaturas que están destinadas a ser observados una y otra vez detrás de las vitrinas del museo.
Con esta entrega de Una noche en el museo hay que admitir que los productores y el realizador Shawn Levy supieron bien como no caer en la mediocridad pese a la fórmula repetida. Pero ojo, caminaron por la cuerda floja toda la película y queda en claro que esta tiene que ser la última porque la franquicia ya no da para más. Los personajes de Robin Williams (QEPD), Owen Wilson y Steve Coogan comienzan a aburrir y es extraño que no hayan acudido a algún actor de renombre para que interprete a Sir Lancelot (el nuevo personaje presentado) tal como habían hecho en la última oportunidad con Amy Adams. Aunque incluyeron a Rebel Wilson, en uno de sus peores trabajos. Lo que si deleita aquí a nivel actoral son los geniales cameos por parte de Hugh Jackman, Ben Kingsley y Alice Eve. Amén de que es impresionante como se mueve Dick Van Dyke. ¿Y Ben Stiller? Bien gracias, seguro que cobró un lindo cheque por el -ya- desganado guardia de seguridad y el hombre de neanderthal. Los efectos especiales que fueron novedad y causaron sorpresa en su momento aquí ni suman ni restan. Lamentablemente nos hemos acostumbrado a ver cosas tan asombrosas en la Tierra Media y el Universo Marvel que unos fósiles que cobran vida y un pequeño volcán en erupción no logran transmitir sensación alguna. La historia es más de lo mismo pero en otro museo, el de Londres en este caso, con puntos graciosos buenos y otros tan malos que da la sensación de que los diálogos están alargados. Los cortes de una escena a la otra a veces son bruscos como consecuencia de esto. Nos encontramos ante una película que cuanto más joven sea el espectador más la disfrutará ya que no se dará cuenta de estos errores y su atención se centrará en otras cosas. En resumen, Una noche en el museo 3 es una buena película familiar sobre la cual no hay que ser muy puntillosos porque sus defectos son muy obvios aunque entretengan. Una linda conclusión para la saga.
El propio Ben Stiller anunció que esta tercera de la saga es la última, al menos para él. Y si bien tiene todos los ingredientes de humor y efectos especiales que la transformarán en un éxito seguro, también tiene su cuota de melancolía dentro del libro, con la magia que se va del museo y de la vida de su cuidador y las dedicatorias a los desaparecidos Mickey Rooney y Robin Williams. Igual, una vuelta de tuerca permite un final a toda orquesta.
Ben Stiller suelto en Londres Pasaron casi diez años desde la primera entrega y Larry (Ben Stiller) ya está acostumbradísimo a ver en movimiento a todas las criaturas de cera del Museo de Historia Natural de Nueva York que vigila durante las noches. Incluso ahora también lucra usándolas como "efectos especiales" durante una cena de beneficencia. Pero las cosas salen mal porque el particular elemento que permite el hechizo está oxidándose. ¿Cómo repararlo? La respuesta está en el museo londinense. Con ese punto de partida como excusa narrativa, el grupo cruzará el Atlántico para dar pie a un film que se moverá entre la comedia y la aventura sin funcionar en ninguna de sus dos vertientes. La primera, porque es previsible, forzada y carente de la sorpresa que podían generar las entregas anteriores; la segunda, porque el guión -uno de cuyos autores se apellida... ¡Guion!- está más preocupado en destacar las bondades de los museos y la importancia de aprender que en construir una narración sólida. Se entiende, entonces, el largo y estirado desenlace destinado a clausurar la saga. ¿Algo a favor? Ben Stiller, amo y señor de cuanta película protagonice, que le pone todo su oficio para darle carnadura ya no a uno sino a dos personajes, convirtiéndose en el único que parece saber, al menos para sus adentros, lo mucho mejor que Una noche en el museo 3 podría haber sido.
Pasamiento ideal para el verano con un dejo de nostalgia “Una noche en el museo 3 – El secreto de la tumba” es casi con seguridad la última de una serie que arrancó en 2006 y tuvo su primera secuela tres años después. Todas fueron dirigidas por Shawn Levy (“Más barato por docena”, “Hasta que la muerte los juntó, aún en cartel), un realizador que no se destaca por su sutileza aunque sí por su eficacia comercial. Probablemente este tercer capítulo supere en calidad al anterior, sin duda el más flojo de todos. Y ello es atribuible a un mejor aprovechamiento de alguno de sus actores, tanto reincidentes como debutantes en la serie. Entre los primeros cabe destacar al recientemente fallecido Robin Williams, aquí en un rol más protagónico y que al verlo nos produce cierta nostalgia. Como siempre todo gira alrededor de Ben Stiller aunque en esta oportunidad se lo nota más contenido sobre todo cuando vuelve a interpretar a Larry Daley, el guardia nocturno del Museo de Ciencias Naturales de Nueva York. Para quienes prefieren su veta más cómica, Stiller nos reserva un segundo personaje cuyo nombre Laaa cuadra perfectamente con lo que representa. Es un troglodita, una de las tantas figuras que cobran vida por la noche en el museo. Quienes hayan visto las películas anteriores no se sorprenderán al reencontrar al minúsculo vaquero Jedediah (Owen Wilson) y su compañero Octavius (Steve Coogan). Tampoco los sorprenderá el huno Atila (Patric Gallagher) o la india Sacajawea (Mizuo Peck), ni Ricky Gervais como el director del museo. Como en este caso el grueso de la historia gira alrededor de la tabla egipcia que da vida a los “habitantes” del museo tendrá un rol más significativo Rami Malek como Alkmenrah y aparecerá su padre (Merenkahre), en lograda interpretación de Ben Kingsley. El comienzo de “Una noche en el museo 3” ambientado en Egipto es quizás la parte menos lograda del film, aunque cumple su objetivo al explicar el extraño comportamiento de la tabla traída desde ese país. Y explica también porque se deberán desplazar varios de los personajes al British Museum de Londres. La australiana Rebel Wilson (“La boda de mi mejor amigo”, “Despedida de soltero”) en el rol de la cuidadora del museo inglés protagonizará algunos de los momentos más divertidos de la segunda parte que levanta la puntería de la hasta allí algo convencional trama. No desentona tampoco el poco conocido Dan Stevens como Sir Lancelot. Y hay momentos risueños como aquél en que cuando Robin Williams se le presenta como Teddy Roosevelt, Lancelot que es de otra época le espeta un “I have no idea what that means”. “Una noche en el museo 3” cae en un momento ideal cuando muchos están sólo pensando en descansar y quitarse el inevitable stress que han venido acumulando previo a las vacaciones. Es apenas un pasatiempo de razonable y hoy poca duración (hora y media) y que además brinda la oportunidad de ver a Robin Williams y Mickey Rooney, dos grandes del cine que recientemente nos han quitado. Pero también de reencontrarnos con un increíble y jovial Dick van Dyke, quien a fines de este año cumplirá noventa años.
Capítulo final para una trilogía que supo traer a la pantalla grande un género que cada vez abunda menos, el de la comedia familiar, apta para todo público, sin dobles sentidos y que puede entretener tanto a grandes como a chicos. Shawn Levy, de quien hace poco vimos la curiosa Hasta que la muerte nos unió, vuelve a ponerse al frente de la dirección al igual que las dos anteriores para otorgar un film que se debe ver con varias licencias y pretensiones medidas. Esta vez Larry (Ben Stiller) es toda una estrella en el Museo de Historia de Nueva York, no sólo es el guardia sereno, sino que aprovecha el secreto que se guarda en el interior de esas paredes para otorgar un espectáculo fastuoso de reapertura al que todos tomarán como de “efectos especiales”. Pero ese espectáculo no sale bien, las figuras vivientes comienzan a comportarse extraño, creando un caos que pone en peligro su continuidad, la de su jefe y la del museo en sí. ¿La razón? La misma tabla egipcia que da vida a todo el museo parece contener una maldición que acaba con su hechizo luego de un determinado tiempo. Todo esto, dará lugar a que Larry y los suyos deban mudarse a Londres a encontrar al faraón responsable de la tabla que les explique cómo revertir la maldición antes que sea demasiado tarde. Lo primero que se advierte en esta tercera entrega, es el hecho de que todo luzca a excusa para trasladar rápidamente la acción a la capital inglesa para mostrar un nuevo museo y nuevos personajes Faraón y esposa, Sir Lancelot, dragones, figuras de la cultura china, nuevos dinosaurios, y un largo etcétera incluido. Por otro lado, si en el guión se notan varios baches, y puntos que cierran con la lógica debida, todo se disimula a fuerza de gags efectivos y el talento humorístico de todos los presentes (Stiller, más Robin Williams en su último papel, Ricky Gervais, Owen Wilson, Steve Coogan, y las nuevas incorporaciones de Rebel Wilson y Dan Stevens) en un conjunto convincente. Una noche en el museo 3 es un producto convincente que a esta altura no pretende innovar ni mucho menos, todo lo contrario, respira clasicismo, el espíritu de la comedia típica estadounidense. Cuenta a su favor que a esta altura ya no es necesario hacer una introducción a los personajes, que el espectador ya debería saber a qué abstenerse y cuál es el juego. Sin demasiadas vueltas puede darse el lujo de ser coherente y entregar una sucesión de gags y cameos interesantes, sin dejar de lado el mensaje edificante ni la cuidada factura técnica. Quienes la analicen profundamente podrán decir que estamos frente a una comedia menor, pero Una noche museo sabe a qué público está dirigida, y ellos son los que saldrán satisfechos sabiendo que se les dio lo que se les prometió, y de regalo, un cierre de toda la historia sin fisuras.
Figuritas de museo que se vuelven repetidas Para no andar con vueltas y que la cosa quede clara, puede decirse que Una noche en el museo 3: El secreto de la tumba es más que los dos primeros episodios de la saga: es más corta, más previsible y más aburrida. Como era fácil de predecir, la serie alcanzó con esta nueva película el grado de trilogía, sin embargo su eficacia y cualidades en lugar de multiplicarse proporcionalmente han mermado de manera abrumadora. Al punto de que cuesta recordar una trilogía en la que sus episodios se parezcan tanto entre sí que da la impresión de que el único trabajo que se tomaron sus responsables es el de cambiar los museos en donde transcurre cada aventura, ir variando los personajes históricos que interpretan los papeles secundarios y, muy de vez en cuando, sorprender con algún nuevo gag. Para el resto (la estructura narrativa, el rol que cumplen esos nuevos pero también los viejos personajes, y hasta lo anecdótico) la canción sigue siendo la misma.Siempre dirigidas por el muy irregular Shawn Levy, lo que en la primera película resultaba novedoso y moderadamente original (el hecho de que las obras de arte y el resto de los objetos expuestos en un museo cobren vida durante la noche) en este tercer capítulo se ha convertido en una mera fórmula a la que no se ha sabido o no se ha tenido la inteligencia para encontrarle las vueltas de tuerca necesarias que permitieran renovar la aventura con eficacia. Ni siquiera los motivos para trasladar la acción desde el Museo de Nueva York al British Museum de Londres consiguen superar el rango de caprichos, de meras excusas para seguir exprimiendo la franquicia. Que es en el fondo lo que buscan todas las sagas, pero hay algunas que en el camino han conseguido crear un universo vivo en permanente crecimiento. En cambio, la experiencia como espectador de Una noche en el museo puede parecerse mucho a la que padecía el personaje de Bill Murray en Hechizo del tiempo (Harold Ramis, 1993): la de estar atrapado irremediablemente en una serie de repeticiones infinitas de la que, se haga lo que se haga y se cambie lo que se cambie, no es posible salir ni modificar.Decir que algunas situaciones o gags de Una noche en el museo 3 son efectivos y hasta buenos equivale a tratar de salvar a un film desde la parcialidad de sus méritos técnicos. Claramente no alcanza con incorporar una subtrama paterno-filial aleccionadora, ni con conseguir que el público se ría con ganas dos o tres veces, porque una buena comedia es mucho más que la suma de sus pretensiones y de las risas que pueda provocar. Una buena comedia debe, sobre todo, tener la capacidad de encontrar un buen motivo para hacer que el embrujo de la repetición se convierta en la renovada ilusión de la sorpresa. Sí, como Bill Murray en Hechizo del tiempo. 4-UNA NOCHE EN EL MUSEO 3: EL SECRETO DE LA TUMBA Night at the museum: Secret of the tomb, Estados Unidos, 2015.Dirección: Shawn Levy.Guión: David Guion y Michael Handelman.Música: Alan Silvestri.Duración: 98 minutos.Intérpretes: Ben Stiller, Owen Wilson, Robin Williams, Steve Coogan, Ricky Gervais, Ben Kingsley y otros.
Aventura y mucha emoción Con cambio de guionistas pero no de director ni del elenco principal, llega la que parecería ser -nunca se sabe- el cierre de la trilogía de Una noche en el museo. Ahora el destino -siempre con origen en Nueva York- será el Museo Británico porque hay que revitalizar la tabla egipcia dorada, la que da vida de noche a los habitantes del museo (de los museos en general). Con ese punto de partida y el protagónico de esa máquina de solvencia cómica llamada Ben Stiller, la película revive a personajes de las dos primeras y agrega otros, como por ejemplo el Neanderthal Laaa (interpretado con mucha gracia salvaje por el propio Stiller), un Lancelot un poco relamido y una guardia británica interpretada por la actriz cómica de moda Rebel Wilson. Hay efectos especiales en abundancia y son deslumbrantes (también lo es el trabajo con la luz del mexicano Guillermo Navarro) y, sobre todo, hay grandes posibilidades en términos de resonancias emocionales: esta tercera entrega de Una noche en el museo plantea la posibilidad de la muerte (o el fin de la animación vital) de estos personajes del museo, con algo del pathos que rondaba la obra maestra Toy Story 3. Y hay más: como Robin Williams es uno de los protagonistas, todo coqueteo con la muerte de los personajes va más allá de este relato en particular y se profundiza, en especial a menos de seis meses de la muerte del actor. Se profundiza porque la realidad de su muerte pesa, y porque nos recuerda una vez más que el cine puede devolver a la vida a quien ya no está. Podría pensarse también que esta trilogía plantea el poder vivificante del cine -de su poder de animación en general- a través de los museos, lugares en los que lo antes quieto adquiere movimiento. La trilogía, además, presenta grandes posibilidades de aventuras con todas las épocas, geografías y culturas que abarcan los museos visitados. Ese enorme potencial se ve reducido, disecado, por el director canadiense Shawn Levy y sus habituales formas automáticas y adocenadas, en las que cuesta divisar cualquier tipo de personalidad creadora. La trilogía filmada por Levy es ostensiblemente menor de lo que podría haber sido con un director con potencia imaginativa. Con Una noche en el museo 3 -menos sorprendente que la primera entrega, pero mejor, menos plástica, que la segunda- estamos ante una película de aventuras aceptable y podríamos haber presenciado una demostración brillante de imaginación y ritmo. El propio Stiller -uno de los grandes directores del Hollywood actual- podría haberla hecho mucho mejor.
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Impensado homenaje a Robin Williams Atravesada por la muerte del actor, la tercera parte de la saga que encabeza Ben Stiller, junto a otros comediantes, se sitúa en el British Museum, conservando el nivel de aventura y humor de las dos entregas anteriores. Una buena idea que funciona en taquilla se transforma con mucha facilidad en una saga en el cine industrial actual. Así fue que Una noche en el museo (2006) repitió elenco y personajes en Una noche en el museo 2 y ahora en Una noche en el museo 3. Siempre con alguna sorpresa y agregados, además de cambiar de museo. El elegido para esta tercera parte es nada menos que el British Museum, y la excusa es encontrar la manera de que la piedra mágica que otorga la vida a las piezas del museo no pierda su poder de forma irrevocable. Pero más allá de esta nueva aventura, hay algo que atraviesa el relato y es su condición de cierre. Sin proponérselo, la muerte de uno de sus protagonistas, Robin Williams, en la vida real, hace que algo fuera de la película se meta en ella. Pero no es algo que el film busque desde el guión, donde el tono festivo y feliz siempre se abre paso. Como en las dos ocasiones anteriores, el humor tiene grandes momentos, algo que no debería sorprendernos, No olvidemos que la película tiene a Ben Stiller, Owen Wilson, Steve Coogan, Robin Williams y hasta a Ricky Gervais, más la presencia de otros comediantes que no es bueno anticipar aquí. La aventura también funciona y el relato es veloz y muy entretenido, sin pausa y sin respiro. Su condición de película que aviva el respeto y el cariño por los museos llega acá a su punto más alto. Así como los museos abren el apetito por saber más, estas películas también lo logran a su modo. Ahora bien, la aventura, el humor, la emoción, el conocimiento, todo eso suma y a la vez complica en la mezcla la posible perfección del relato. ¿Una noche en el museo 3 debe lanzarse a una melancolía absoluta y a una negrura completa como parte de la historia lo requiere o debe sostener su tono liviano y juguetón? En esa tensión encuentra algunos de sus problemas, pero a fuerza de simpatía y de la ya mencionada emoción no buscada, la historia vuelve a hacer querible una vez más. Las sorpresas y las vueltas de tuerca deberá descubrirlas el espectador y por supuesto hay varias. Si bien la película no buscó desde su realización homenajear a Robin Williams, la sensación de que en el montaje se enfatizó la despedida tal vez no sea del todo descabellada. Si el film está dedicado a él (y a Mickey Rooney) estoy seguro de que cada espectador sentirá esa despedida mientras mira la película. Como su personaje en la Una noche en el museo, gracias a la magia del cine Robin Williams vivirá una y otra vez con sus películas.
Fórmula que aún logra hacer reír Obviamente, luego de dos películas, la fórmula está un poco agotada, lo que no impide que esta tercera parte de "Una noche en el museo" esté llena de detalles simpáticos. Todo empieza con Ben Stiller ascendido a organizador de las actividades nocturnas del museo neoyorquino donde transcurrieron los dos films anteriores de esta saga, y dado que no tiene mejor idea que apuntarse como responsable de efectos especiales de una noche de gala, y los efectos no son otra cosa que dejar sueltos a todos los seres que reviven luego del atardecer, el asunto termina en un pandemónium memorable. Pero las razones del desastre no tienen que ver con la torpeza, sino con algo malo que le sucede la tabla mágica egipcia que es la que provoca que todo reviva por las noches. De ahí surge que el protagonista y los miembros principales de su troupe, incluyendo al simpático monito capuccino y a Teddy Roosevelt (Robin Williams en su último trabajo) tengan que viajar a Londres, en cuyo museo está la solución para cualquier misterio egipcio. Entre las novedades se puede destacar a un simpático Sir Lancelot (Dan Stevens) que cobra un protagonismo especial en la trama, además de un graciosísimo faraón personificado por Ben Kingsley. También hay un dinosaurio londinense menos amistoso que su par neoyorquino, y una notable lucha con una serpiente monstruosa. Por lo demás, hay situaciones bastante calcadas de las dos películas anteriores, pero no por eso menos eficaces. La película es graciosa y tiene muy buen ritmo, los efectos especiales son de primer nivel, y realmente hay que ver al minúsculo cowboy que interpreta Owen Wilson corriendo despavorido por las calles de Pompeya.
Una noche en el museo 3 es una película agradable de ver, pero con una fórmula ya gastada, poca novedad y diversión. Tiene un buen arranque y varios gags y secuencias bien logradas (como en la que aparece Hugh Jackman), pero duran demasiado poco como para que el balance final sea 100% positivo, aunque...
Una Noche en el Museo 3 actúa como cierre de una trilogía, una a la que uno nunca le prestó mucha atención pero que siempre aparecía ahí cuando menos se la esperaba. El gran éxito que comenzó en 2006 y continuó en 2009 llega a su fin en un último viaje, esta vez hacia tierras londinenses, donde los personajes de siempre y nuevas adiciones viven su cruzada final. Si algo tengo que destacar y sacarme el sombrero ante el director Shawn Levy y su elenco, es que incluso con la barrera del idioma - la película fue presentada la función de prensa en su versión doblada al castellano - la película es tremendamente disfrutable porque las bromas transcienden del inglés al castellano. Pensé que Ben Stiller había caído en un sopor interminable, pero todavía puede exprimirle jugo a su cuidador Larry, e incluso se da el lujo de interpretar a un doble cavernícola que sacará la mayor parte de las risas de la platea. El resto del elenco ya viene aceitado desde hace dos entregas y no ofrece nada nuevo bajo el sol, aunque es triste ver por última vez al gran Robin Williams como el presidente Roosevelt. Dentro de las nuevas adquisiciones a la plantilla, Rebel Wilson sigue robándose escenas como la disparatada guardia del Museo Británico, mientras que la revelación viene en forma del Lancelot de Dan Stevens. Stevens ya probó las mieles de la comedia en la interesante mazcla entre comedia de acción y terror The Guest, y acá destaca mucho como el Caballero de la Mesa Redonda que entrecocha bastante con el grupo americano, e incluso da lugar a un cameo bastante guardado que resulta uno de los puntos álgidos del film. Por otro lado, la historia secundaria de padre e hijo entre Larry y su hijo Nick - Skyler Gisondo - acerca de tomarse un año libre entre los estudios secundarios y los universitarios no encaja mucho con el encuadre general de la película, y sólo genera distracción de las escenas de persecución y aventuras dentro - y fuera - de los museos. La cantidad de nuevos artilugios y obras de arte que cobran vida ayudan mucho a distraer la mente de dicha historia, pero cada vez que la trama vuelve a ese tema, la trama pierde fuelle. La saga no habrá tenido mucha trascendencia ni pasará a los anales del cine, pero Una Noche en el Museo 3 concluye un viaje mágico con gracia y soltura, robando unas últimas sonrisas a la platea antes de cerrar las puertas del museo ¿para siempre?
La corrosión del relato familiar. Durante las últimas décadas se ha dado un proceso paulatino de derivación etaria de público para con los grandes tanques hollywoodenses, en lo que podríamos denominar una jugada marketinera orientada a trasladar el foco de las realizaciones del sector infantil hacia el adolescente, el cual no sólo tiene una mayor disponibilidad monetaria sino que también suele arrastrar a todo su entorno cercano a las salas cinematográficas y sus negocios paralelos. Resulta innegable que si bien la estrategia fue exitosa en lo que respecta a abrir un paraguas que abarcó a las mujeres y a los adultos jóvenes, está claro que a la fecha este tipo de productos bordea la saturación general (pensemos en las películas de superhéroes). Una de las consecuencias directas más lamentables de la reconversión mainstream con vistas al mercado adolescente fue el declive práctico de las obras familiares de antaño, específicamente las propuestas ATP “no animadas” (en este caso los engranajes intra género son tan férreos que nos obligan a una definición negativa). En esencia hablamos de opus que necesitan sí o sí de cineastas atentos a los arquetipos básicos de los distintos roles que encontramos en un hogar, ya sea tradicional o bajo los efectos del aggiornamiento estándar, a lo que se suma la presencia de una figura lo suficientemente carismática para aglutinar voluntades dispersas y conducir al convite en cuestión hacia un puerto seguro. El cierre de la trilogía que comenzó con Una Noche en el Museo (Night at the Museum, 2006) es tan escueto en trama y desarrollo de personajes como lo fue el capítulo anterior, Una Noche en el Museo 2 (Night at the Museum: Battle of the Smithsonian, 2009). Desaparecida la sorpresa de la primera, que por cierto sigue imbatible como la mejor de la franquicia, y ya con la mustia confirmación de que el realizador Shawn Levy redondea una película buena cada cinco malas y/ o mediocres, el único factor que queda en pie es el elenco clásico, con un siempre eficaz Ben Stiller a la cabeza y participaciones sencillas aunque muy simpáticas de Robin Williams, Owen Wilson, Steve Coogan y Ricky Gervais. Sin dudas Una Noche en el Museo 3 (Night at the Museum: Secret of the Tomb, 2014) es una anomalía retro que se remonta a los esquemas narrativos de las décadas de los 80 y 90, con un padre atareado por la inestabilidad y las exigencias de la sociedad consumista. Aquí nuevamente la solución mágica corre de la mano de una tablilla dorada que da vida a todos los amigos de cera de Stiller, los cuales hoy parten hacia Londres para descubrir el origen de una misteriosa corrosión sobre el objeto que enloquece a las exhibiciones. En realidad la obra sólo sirve para explicar el devenir fantástico detrás de la saga, introducir a Laa, un hilarante cavernícola (otra vez Stiller), y ofrecer un desenlace lacrimógeno y bien sobrio...
Ser o no cera. La muerte de Robin Williams es un llamador para que sus seguidores vean esta película. Pero esa tragedia que la publicidad sería capaz de convertir en una estrategia de mercadeo sólo forma parte de la cáscara. En Una noche en el museo: el secreto de la tumba no se ve una nueva historia sino una prolongación del relato inicial. Como si a un resto de jugo en el vaso le agregaran agua y lo volviera a servir. Esto no se nota a primera vista. Al contrario. Los efectos especiales aparecen a todo vapor en esta tercera parte de la aventura y eso puede distraer por un rato. El guardia interpretado por Ben Stiller sigue moderando a las figuras vivientes de cera del Museo de Ciencias Naturales de Nueva York. El desarrollo técnico es asombroso, pero además de eso sólo hay un “ligero” cambio de escenario para “justificar” la insistencia. De Nueva York, el nudo se desplaza hacia Londres. Allí están las ruinas faraónicas originales y los héroes llegan para presentar ante el jefe una tabla egipcia que está sucumbiendo a una maldición. La amenaza puede terminar con la vida de todos los personajes que se volvieron animados. Como gancho, el argumento a esta altura de la saga es débil y por eso la trama tiene muy poco suspenso. Los personajes pueden huir un poco más rápido del peligro, pueden destruir objetos algo más pesados, los monstruos pueden ser de unos milímetros más de envergadura en la pantalla, pero todo funciona como un parque de diversiones puesto en cámara lenta, si se piensa en las emociones reales que genera el relato. Sobre todo, para quien lo viene siguiendo desde el origen de la serie, allá en 2006. Incluso, hay personajes que parecen puestos para rellenar, como las miniaturas del cowboy y el romano que interpretan Owen Wilson y Steve Coogan. Los ocho años que transcurrieron desde la primera película de la franquicia parecen haber sido demasiados para la llama de la pasión detrás de esta historia. Como contrapartida, son un acierto las escenas en las que los aventureros ingresan a un cuadro de M. C. Escher movedizo para perseguirse. En ese pasaje, el filme vira al blanco y negro, lo cual provoca un contrapunto con lo que le precedía. Hay un purificador experimento de texturas y encuadres de la imagen dentro de uno de los grabados de este genio holandés de las perspectivas. También hay una ruptura de las convenciones narrativas cuando la réplica revivida de Sir Lancelot, el caballero de armadura del mundo de las hadas y los dragones, corre hacia un teatro donde se representa un musical sobre el Rey Arturo. Allí sufre un golpe de conciencia cuando el actor Hugh Grant (el real) intenta explicarle que es todo una farsa para entretener el público. Mientras tanto, el personaje de Robin Williams, Teddy Roosevelt, pide que se den prisa, pues está volviendo a convertirse en cera. Una noche en el museo: el secreto de la tumba (“Night at the museum: secret of the tomb”, EE.UU., 2014). Dirección: Shawn Levy. Guion: David Guion. Con Ben Stiller, Robin Williams, Owen Wilson. Música: Alan Silvestri. Fotografía: Guillermo Navarro. Montaje: Dean Zimmerman. Duración: 98 minutos. Apta para todo público.
Ben Stiller contra el pasado El gran comediante norteamericano vuelve con una nueva saga de sus aventuras en los museos. Además, la película tiene un plus emotivo: fue la última en la que trabajó el recordado y genial Robin Williams. Las películas de esta saga tienen un contenido entre tonto, simple y entrador que hacen que el toque mágico con el que de noche cobran vida piezas de un museo sean seguidas con interés por los más chicos. No importa que Atila sea retratado como un panzón simpático. Ya lo dijo Ben Stiller cuando presentó esta película en Londres: “Sí, es cierto, reescribimos la historia”. Y lo hacen en función de la diversión, dentro de los parámetros cada vez más amplios de lo que hoy en día el cine permite desde su imaginación: reavivar esqueletos de dinosaurios, tener efectos visuales sorprendentes, y un pretexto argumental de lo más básico. Así fue y, si hay una cuarta, aunque hoy se dude, así será. Cambia el museo, pero no las mañas. Larry, el guardia nocturno que compone Ben Stiller, viaja de Nueva York a Londres, al Museo Británico, porque allí está el secreto de por qué la tabla “mágica” que permite que Roosevelt, un cavernícola, el monito o lo que sea recuperen la vida comenzó a erosionarse. Y hasta allí parten, su hijo, su “doble” (sí, Laaa, el Neanderthal, es Ben) y demás, en búsqueda de la solución. No hay interpretaciones sobre cómo los norteamericanos ven -y cuentan- la historia, sino como la idiosincrasia inglesa choca o se acopla a la estadounidenses de los nuevos personajes, hay una guardia nocturna británica (la australiana Rebel Wilson, de "Damas en guerra”) y Sir Lancelot (Dan Stevens), quienes son algo así como el contrapunto. El resto es más o menos como siempre: Larry desesperándose porque nadie descubra el secreto, Larry angustiado porque las cosas no le salen bien, Larry corriendo porque algo/alguien lo persigue, Larry sonriendo al final porque todo llega a buen fin. Claro que quienes supieron disfrutar a Robin Williams verán cada una de sus apariciones con un ojo más tierno, porque es la última película que rodó en carne y hueso. Y no es que el actor de “Papá por siempre” se luzca o tenga con qué hacerlo como Theodore Roosevelt, ya que el suyo es uno de los tantos personajes que son como monigotes en este juego que Shawn Levy dirige poniendo más atención en los golpes de efecto que en los personajes de carne y hueso o de cera. Stiller abrió el paraguas y dijo que no cree que Larry vuelva al museo. No parece haber muchas más vueltas para su rol, n para el resto, aunque haya gags logrados y otros que pasan rápido como colectivo lleno a la hora pico. Eso es. “Una noche en el museo 3: El secreto de la tumba” es un espectáculo que marcha sobre ruedas, que pasa rápido y cuando se va, uno sabe que ya vendrá otro. Esto es, hoy, Hollywood.
La commedia è finita Con elementos buscados (la tabla que le da vida a los personajes de los museos comienza a oxidarse) y otros casuales y trágicos (el suicidio de Robin Williams, la muerte de Mickey Rooney), Una noche en el museo 3: el secreto de la tumba termina encontrando, tal vez de forma involuntaria, una especie de tesis final que le aporta coherencia a la trilogía (es mezcla de Jumanji con Toy story). Porque al igual que Toy story 3 -aunque con sus enormes diferencias de calidad-, esta saga dirigida por Shawn Levy y protagonizada por Ben Stiller termina hablando del crecimiento, de padres e hijos y lazos que deben solidificarse y liberarse, y de la inevitable muerte. Con bastante oscuridad y no poca emoción, los últimos minutos de esta película se sienten como una despedida, y los elementos mencionados en juego potencian ese sentimiento. Eso sí, continuar esta saga sería bastante torpe ya que el final, con sus desniveles, cierra bastante dignamente. Es una película curiosa Una noche en el museo 3, porque teniendo a Stiller, Owen Wilson, Steve Coogan, Robin Williams, Rebel Wilson -y siguen las firmas- funciona mucho más el costado emotivo que la comedia. Y eso que lo intentan, porque el argumento que motoriza la historia -un viaje al Museo Británico para hallar la forma de recuperar aquella tabla mágica- es una excusa vulgar y la fuerza está puesta en los gags y las situaciones que los desencadenan. Si la primera parte fue la de la novedad y la que tenía una interesante mirada sobre el sentido de los museos y el aprendizaje, la segunda explotaba las posibilidades de la aventura y la comedia con notable filo. Pero aquí las secuencias de humor (como la descontrolada que abre el film) no lucen demasiado efectivas y durante casi una hora lo que sostiene el desarrollo es la presencia de Stiller (por dos si sumamos al cavernícola que también interpreta), alguien que decididamente sabe cómo construir una comedia, en su vertiente familiar como en este caso. Stiller es un autor, además, y eso lo ha demostrado como director de grandes films como Tropic thunder o La increíble vida de Walter Mitty. Por eso, que el inane Levy queda subyugado por su presencia y su torpeza habitual para la comedia se anula bastante aquí, aunque se extraña un director con otra visión que pueda potenciar al actor. Lo que ha sido siempre Una noche en el museo, además de lo que se ve en primer plano, es un acercamiento a la comedia norteamericana, una especie de repaso donde viejas y jóvenes luminarias se dan la mano para, de algún modo, obrar -cuando ya no esté ninguno sobre esta tierra- como una especie de museo del humor. Por eso, insistimos, la presencia de Stiller es fundamental en ese sentido para servir como puente generacional. Y es curioso lo que ocurre aquí, cuando Dick Van Dyke y Mickey Rooney aparecen habitando un geriátrico y Robin Williams… bueno, todos sabemos lo que ocurrió con él. La commedia è finita. Esta melancolía, homeopática en un comienzo dentro del relato, luego cobra mayor trascendencia sobre la última media hora cuando Una noche en el museo 3 ponga las cartas sobre la mesa y descubra su jugada. Que no es otra cosa que revelar la finitud de todo, incluso de la aventura como clausura de la inocencia. Si bien la película se guarda un segundo final, mucho más alegre y convencido de las posibilidades que ofrece el recuerdo como antídoto, lo que pasa en esos minutos finales es de una inusitada tristeza. Epifanía del final, Una noche en el museo 3 cierra bien como propuesta, haciendo olvidar un poco su regular transitar hasta ese desenlace. Con sus limitaciones (se nota mucho la ausencia de los guionistas de las dos primeras películas), exhibe personajes que se desarrollan, que crecen ante nosotros y nos demuestran con su presencia el inestimable paso del tiempo. No es poco.
Hola de cierre Durante una fiesta de beneficencia en el Museo de Brooklyn, el director McPhee (Ricky Gervais) y Larry (Ben Stiller), el vigilante nocturno, montan un show con sus criaturas de cera, piedra y milenaria osamenta que resulta un bochorno. La mágica tabla de Ahkmenrah está funcionando mal y Larry, junto a una serie de figuras históricas como el propio Ahkmenrah (Rami Malek), Atila (Patrick Gallagher) y Teddy Roosevelt (Robin Williams), entre otros, viaja al Museo Británico para encontrar a Merenkahre (Ben Kingsley), el único capaz de restaurar el poder de la tablita. Dentro del gigantesco edificio, la tabla, pese a estar casi “descargada”, revive a todas las esculturas y antigüedades del museo, destacándose el fósil de un triceratops que embiste contra la troupe. En el momento en que la película demuestra sostenerse más en los efectos que en su cotizado elenco (Steve Coogan y Owen Wilson reaparecen como hombres menguantes, toda una metáfora de su contribución), aparece Dan Stevens como Lancelot, una figura de cera convencida de su identidad, cuya plasticidad en el absurdo pone en jaque las dotes del mismo Stiller. Una noche en el museo 3 será recordada por ser la última aparición en la pantalla de Robin Williams; un flaco epílogo para el gran actor y comediante.
Ahora viajan a Londres en busca de los padres del faraón, quienes esconden el secreto de un hechizo. Esta es la tercera entrega de una saga y se supone que será ¿la última? la acción se traslada a Londres continuando con la misma estructura: en el lugar los mármoles de Elgin, otros artefactos, personajes, un demonio chino (genial) y demás criaturas cobran vida. Lo acompaña un guión dinámico, entretenido, divertido, sólido, lleno de gags y efectos especiales, con estupendas criaturas y con todos los elementos para agradar a chicos y grandes. Los espectadores que vieron las anteriores saben que cada noche, en el Museo de Historia Natural de Nueva York, donde trabaja como guardia nocturno Larry Daley (Ben Stiller), todas las piezas que allí se encuentran cobran vida gracias a los poderes de la tabla del faraón Ahkmenrah. Durante una noche muy especial donde cada una de las criaturas que habitan en ese lugar ofrecen una función especial ocurre lo inesperado: ellos sufren un extraño comportamiento y tiempo más tarde descubren que la solución la pueden obtener encontrando al creador de la tabla, el faraón Merenkahre, quien se encuentra en el Museo de Londres. Por este motivo Larry, su hijo Nick Daley (Skyler Gisondo, reemplazó a Jake Cherry) y varios de sus amigos deben viajar para encontrar la solución. El protagonista, Ben Stiller, interpreta dos personajes (Larry Daley /Laaa),a los cuales les pone todos los condimentos necesarios para distraer y agradar a los chicos. Una mención muy especial para Robin Williams (1951-2014), como el Presidente Roosevelt y Garuda y Mickey Rooney (1920–2014) como Gus, está es una de las últimas películas que grabaron antes de morir y algún espectador puede sentir algo de nostalgia, pero el film no tiene esas intenciones y ellos logran una buena actuación. En el museo de Londres nos encontramos con personajes ingeniosos como: Sir Lancelot (Dan Stevens, “Caminando entre tumbas”, “El quinto poder”), Tilly (Rebel Wilson, "Damas en guerra") como guardia de seguridad, estupenda y muy divertida, además continúan los personajes que vuelven hacer de las suyas: Dexter (Crystal the Monkey, “¿Qué pasó ayer 2 y 3?”, "3:10 to Yuma" ) bien alocado como siempre, esta hembra de mono capuchino de 20 años de edad cumple a la perfección su función, Sacagawea (Mizuo Peck), Jedediah (Owen Wilson) y Octavio (Steve Coogan), Atila el Huno (Patrick Gallagher), tienen juntos grandes aventuras y hay cameos a: Bill Cobbs como Reginald y Dick Van Dyke como Cecil. Cabe destacar que intervienen varios actores conocidos y hay una sorpresa con un actor que dará mucho de qué hablar, al igual que varias situaciones que se generan a partir de la aparición de este. Tiene muchos momentos para el disfrute. La escena de una persecución al revés en una pintura MC Escher es estupenda. Posee diálogos inteligentes y divertidos cuando se habla de judíos y egipcios, realizando una semblanza de “Exodus”, además se ven reflejados los problemas entre padre e hijo cuando este quiere ser DJ en Ibiza en lugar de concurrir la universidad. Resulta una muy buena película familiar, bien aventurera, con una gran fotografía y con el aporte de una banda de sonido genial.
Algo para tener en cuenta a la hora de establecerse en el lugar del análisis de ésta tercera entrega, sabiendo que queda abierta la posibilidad de una continuación, es que gracias, a uno vaya a saber qué, esta retoma el espíritu de la primera. Pone de manifiesto que esta fantasía se instala en la mente de los niños, en relación a que sucede con lo inanimado de las exposiciones, cuando nadie es testigo. Las piezas de museo, sobre todo los de ciencias naturales, tienen el don del movimiento en los juegos imaginativos de los niños, ¿pero cuando? Cuando la ciudad duerme. En contraste de otras, en este caso, trilogías con éxito o no, más allá del género al que adscriban “Noche en el museo 3: Secretos de lña mtumba” es un claro retorno al cine de aventuras de tono familiar. Chris Columbus, hombre importante en el cine hollywoodense de entretenimiento, es factor importante para el sostenimiento de la fabula, respaldando al director responsable último de todas. Si bien en este caso hay un intento de precuela, la narración comienza con un flashbacks con claras intenciones de prologo: Una excavación en Egipto en 1938, donde la expedición encuentra la famosa tabla. Termina por resultando ser un artilugio narrativo que no modificaría el resultado final, pero sin el cual no seriamos testigos de la última actuación en cine de Mickey Rooney, al que el filme rinde homenaje póstumo junto a Robin Williams, ambos fallecidos después del rodaje. La realización de Shawn Levy compone un dinámico ejemplo del cine de aventuras, el oficio no se discute, ese es al mismo tiempo un valor agregado y un punto en contra. Es muy poco lo novedoso, desde la estructura lo narrado el guión terminan por exponer al producto como demasiado previsible, si bien, y esto también se agradece, sin utilizar de manera garrafal el CGI, de esta manera los efectos sensoriales, auditivos y de imagen terminar por formar parte del relato de manera original, lo que hace que sea una producción dirigida a los niños en edad escolar, pero con guiños para la platea adulta. Es más, los espectadores atentos hasta podrán visualizar el mejor guiño destinado a Godzilla, o el gracioso cameo de Hugh Jackman. De qué va la historia, la tabla del faraón Ahkmenrah (Rami Mlaek), esa que produce la magia de dar vida a las estatuas en los museos y que los animales cobren vida, sin motivo aparente está perdiendo su magia. La solución la tiene el padre del faraón, ya que fue él quien mando fabricarla, y conoce el secreto, pero la familia esta separada, los padres de Ahkmenra, están en Londres, en un museo. En una tentativa desesperada para conservar el poder del inestimable objeto, Larry Daley (Ben Stiller) viajará, junto a sus amigos Theodore Roosevelt (Robin Williams, en su última película), el faraón Ahkmenrah, Atila, Jebediah Smith, Augustus Octavius y Sacagawea desde Nueva York hasta la ciudad capital del Reino Unido. Las sorpresas están más en el orden de los nuevos personajes que en lo contado, Sir Lancelo (Dan Stevens), o un nuevo Neandertal (Laaa), personificado por el mismo Ben Stiller. Al mismo tiempo, y esto puede ser lo más débil de la producción, es que estructura una historia paralela, basada en la relación entre padres e hijos, casi como síntoma del futuro o pasado del nido vacío, según cual sea la que en mayor medida impacte en cada espectador, de todas las historias que intentan construir esa subtrama, el resultado es un mal armado, previsible, y casi resuelto a las corridas. Una comedia para pasar un rato agradable, no pretende otra cosa.
FIGURITA REPETIDA Shawn Levy nunca fue un elegido para la comedia. De hecho, la primera Una Noche en el Museo (Night at the Museum, 2006) junto a Gigantes de Acero (Real Steel, 2011), si bien ni siquiera rozaron la trascendencia, fueron de lo mejorcito de su filmografia. Para la progresión hacia La Batalla del Smithsoniano (Night at the Museum: Battle of the Smithsonian, 2009) y la presente secuela, Levy decidió aplicar esa ecuación tan propia del cine de Hollywood que irrita a propios y extraños: lo que sea que haya funcionado en la primera película, deberá ser multiplicado en la/s respectiva/s secuela/s. Y Una Noche en el Museo 3: El Secreto de la Tumba (Night at the Museum: Secret of the Tomb) abraza a esta lógica con tanta comodidad como facilismo. Cuando la original traía una idea original (por ser inédita para el cine, no por la calidad en sí) en la comedia de fantasía que revisaba lúdicamente la concepción estadounidense sobre la historia propia y ajena, la segunda redoblaba la apuesta en cuanto a la cantidad de estrellas y el tamaño de la aventura (pasamos de un museo local al uno de los más grandes del mundo, el Smithsoniano) y bajaba una línea un poco más fuerte y explicita en cuanto a la interpretación de los personajes históricos. Sin embargo, en mayor y menor medida y directa e indirectamente, El Secreto de la Tumba está marcada por un aura que versa de una manera muy sutil sobre el paso del tiempo y la sucesión de generaciones. ¿Por qué en diferentes medidas y directamente? Porque Levy explicita esto en la subtrama del futuro de Nick (Skyler Gisondo), el hijo adolescente de Larry Daley (Ben Stiller) y más hacia el final, donde a modo de despedida revisita individualmente a cada uno de los personajes. Por otro lado, tenemos el recuerdo inevitable de las recientes muertes de Robin Williams y Mickey Roonie, que en una suerte de metáfora ironica del destino parecen darle el trono de la comedia conservadora a este irregular Ben Stiller. De esta manera, El Secreto de la Tumba gana cuando apuesta a lo emotivo, género que intenta solo por momentos y que se potencia casi exclusivamente por motivos ajenos. El problema lo tiene cuando se inclina al gag físico, el carisma del absurdo (desperdiciada aquí Rebel Wilson) y la repetición incansable de chistes mediocres. Ni Levy ni Stiller (es innegable su influencia) alcanzan una comedia efectiva, que se mueve solo por lugares ya visitados y el efectismo del chiste que alguna vez funcionó. Una Noche en el Museo termina siendo un desperdicio de tres generaciones de comediantes que se pierden en una comedia conservadora, que tiene la calidez y el confort de la previsibilidad. Pero también el tedio y la abulia decepcionante de ver que el mismo Ben Stiller que alguna vez deleitó a toda una generación con un tal Derek Zoolander crea que el chiste del dinosaurio que se comporta como perro pueda ser repetido hasta el hartazgo. Para eso hubiera tirado la blue steel.
Por la plata baila el mono, y eso es lo que podría decirse de Una Noche en el Museo 3. Es el capitulo final de una innecesaria trilogía, la cual se transformó en tal simplemente porque recaudó dinero, siguió recaudando dinero y terminó recaudando dinero. Nadie pensó en que la historia era mala, o que carecía de vuelo para estirarla tanto, o de que ninguno de los involucrados tenía entusiasmo en seguir con ella - a excepción de un jugoso cheque que los obligara a reincidir en esta cosa insulsa que transformaron en franquicia -. Los decorados costosos abundan, los carisimos efectos especiales inundan la pantalla, y las estrellas - tanto del show como las invitadas - han pasado sus generosas facturas, con lo cual el dinero abunda... pero lo mas barato de todo - lo que es gratuito y lo provee la naturaleza -, que es talento, gracia y originalidad para poner en papel algunas ideas y chistes efectivos... eso, brilla por su ausencia. Una cosa que me resulta inexplicable es que estos filmes sean tan malos considerando la distancia que separa uno del otro (3 años para la segunda entrega; 5 años en el caso de este tercer - y final - capítulo de la saga). Si uno se demora en generar algo que supone un trabajo intelectual, es de creer que el mismo se ha tomado su tiempo para madurar, crecer y pulir, dando un resultado mas o menos decente; pero las instancias de Una Noche en el Museo parecen haber haber sido escritas dos semanas antes del rodaje, y ser mas bien una serie de sketches que el director y los actores cómicos de turno (con su gracia natural) intentarán mejorar con algo de improvisación en el set al momento de filmar. Lamentablemente aquí todos parecen aburridos o cansados - el peor es el querido Robin Williams, el cual parece sumamente empastillado todo el tiempo y es incapaz de pestañear en cada una de sus escenas - y operan en piloto automático. Ben Kingsley apura el tranco para decir sus líneas sin sonrojarse y cobrar rápido el cheque, Ricky Gervais se ve visiblemente incómodo con el deslucido rol que le han asignado, y ni siquiera el líder del show, Ben Stiller, parece ponerle algo de ganas al asunto. Tampoco la dirección es una maravilla: yo creo que Shawn Levy es un horrendo director de comedias (vean sino el reboot de La Pantera Rosa), pero al menos mostraba cierto talento al apartarse del género e incursionar en cosas mas serias como Real Steel y Hasta Que la Muerte los Juntó (2014). Esto es una seria regresión, sólo disculpable si este bodrio recauda millones ya que en Hollywood importa mas la efectividad que el talento. La historia es bien boba: la tabla mágica - que da vida a todas las cosas exhibidas en el museo de ciencias naturales que custodiaba Ben Stiller - se está deteriorando, y la única manera de resolverlo es irse a Londres para ver al faraón que mandó fabricar el objeto. Esto es la excusa para cambiar de país y museo, y ver a un montón de actores ingleses haciendo el ridículo. Hay nuevos bichos, nuevos esqueletos andantes, nuevas esculturas amenazantes, y el villano de turno - que no deja de ser un bonachón malintencionado -, encarnado por Dan Stevens (el cual se ha convertido en el sabor de moda; ¿próximo James Bond?). La gente corre detrás del flaco mientras éste, portando la tabla, le da vida a un montón de esculturas famosas de la capital inglesa. Al menos la correría da lugar a la escena mas graciosa del filme, que es cuando se meten en medio de una función del musical Camelot, y Hugh Jackman y Alice Eve se la pasan cantando. Las caras de Jackman (y su intentona de convertirse sin éxito en Wolverine) salvan fugazmente al filme del anonimato total. Dificil recomendar algo que carece de gracia. Todo está muy forzado y estirado como para intentar camuflar que la anécdota es demasiado chiquita para un largometraje. Hay demasiados efectos especiales, demasiada exageración y demasiados chistes sin gracia - la peor ofensora de los sentidos es Rebel Wilson, pero ésa ya es como su marca de fábrica -. Es triste ver tanta gracia desperdiciada y es triste ver a un amigo como Williams en los estadíos menos agraciados de una enfermedad bastarda, la cual te quita toda tu lucidez y diluye tu personalidad. El mejor favor que podría habernos hecho Una Noche en el Museo 3: El Secreto de la Tumba hubiera sido permanecer en los anaqueles de un sótano, juntando polvo mientras se posponía su estreno para toda la eternidad, ya que de ese modo no sólo escondería en las arenas del olvido su falta de gracia sino tambien la triste imagen final de un cómico épico y a quien todos quisimos como si fuera de la familia.
VideoComentario (ver link).
Otra noche en un museo con "nuevos" personajes conocidos “El secreto de la tumba” despide la saga de Shawn Levy con la altura debida, el aporte de grandes maestros de la escena, el recuerdo de Robin William, y la conciencia del adiós. Todo tiene un final, todo termina... Y el cierre de la serie Una noche en el museo también tenía que llegar. Claro que el director Shawn Levy, que algo de comedias conoce (Los becarios, La pantera rosa, Más barato por docena, Loca noche, Alexander o Recién casados, entre varias más), se encargó de que éste se diera con dignidad, a pesar del conocido leit motiv de la saga --las figuras de cera de personajes históricos cobran vida durante la noche- y del cansancio natural que los actores y espectadores puedan tener después de dos precuelas. Ben Stiller, responsable del rol principal de Larry Daley, ya dio su parecer cuando en la premiere del filme aseguró que ya no volverá a lucir el uniforme del guardia. Pero aquí y ahora está, para ponerle lo que sabe como comediante al héroe que, luego de su aventura en el Instituto Smithsoniano, en 2009, fue ascendido a director de actividades nocturnas del Museo de Ciencias Naturales de Nueva York. El problema es que la ancestral tabla de Ahkmenrah, que hace que la estatuas cobren vida durante la noche, está funcionando mal, se activa fuera de hora y causa estragos cuando la galería está a pleno de visitantes. Al parecer, la solución se encuentra Atlántico mediante, en el Museo Británico. Así que, afanado por proteger a sus ya demasiado queridos personajes históricos, emprenderá rumbo hacia Londres junto con el faraón Ahkmenrah, Atila, Theodore Roosevelt --uno de los últimos trabajos de Robin Williams antes de su fallecimiento-, Jedediah Smith, Octavius y Sacagawea,y un hombre primitivo de nombre Laaaa, que parece ser el eslabón perdido en el árbol genealógico de Larry. En tierra inglesa, el grupo se topará con una guardia extravagante (Rebel Wilson), y con otros protagonistas del pasado de la humanidad que reviven al contacto con la misteriosa magia, como Sir Lancelot (Dan Stevens) y el faraón Merenkahre (Ben Kingsley). Las andanzas ya conocidas se repetirán, con los giros y gags que la oportunidad presente e histórica provee, y con la conciencia de estar ofreciendo un producto que debe conformar toda la gama de edades de una familia. Lo interesante de las comedias de Levy es que en todas cuenta con un elenco multiestelar y de verdaderos maestros de la actuación, y en cada una derrama a la platea la diversión de los intérpretes con sus personajes. También es cierto que, por mucho que se preste el juego, en algún momento el tópico agota, y esta tercera entrega "debe ser" la definitiva.
Un cierre débil Vuelven Shawn Levy, Ben Stiller y sus aventuras en el museo. El problema es que vuelven con poca nafta. La primera parte de esta trilogía planteaba una idea copada que permitía jugar mucho con los efectos visuales y la fantasía. La historia de fondo, si bien no era una maravilla, mantenía interesado al espectador y lo devolvía por un rato a la niñez. Poder ver a actores míticos de la comedia como Dick Van Dyke, Mickey Rooney y Bill Cobbs en acción nuevamente y disfrutar también de personajes históricos resultaba divertido. "Una noche en el museo" nunca fue una cosa de locos, pero entretenía. Luego llegó una floja secuela que, más allá de los efectos visuales, presentaba prácticamente lo mismo. Algunos personajes nuevos y cambio de escenario, pero la trama se empobrecía y el efecto sorpresa de la primera ya se había diluido. Con esta tercera entrega pasa algo muy similar a la peli anterior. La trama sigue girando en torno a la plaqueta de oro que da vida al museo, cuya energía se está apagando por una profecía/maldición. Para evitar la catástrofe, Larry (Stiller) viaja a Londres junto con varios personajes del museo estadounidense, algo que resulta bastante inverosímil, para encontrarse con los padres del faraón Ahkmenrah (Malek) que lo ayudarán en su misión. Entre medio, se incluye una subtrama de relación familiar en crisis entre Larry y su hijo Nick (Gisondo) que ya es un adolescente. ¿El desenlace? Ya se imaginan. Nada nuevo. Los personajes que antes causaban mucha más gracia como Jedediah (Owen Wilson) y Octavius (Steve Coogan) acá quedan bastante relegados a un segundo plano, y los nuevos personajes que se incorporan no resultan divertidos, como Tilly (Rebel Wilson) y Lancelot (Dan Stevens). En conclusión se puede decir que es más de lo mismo. Historia chata y predecible, funcional al despliegue de efectos visuales, que si bien son muy buenos, no alcanzan para levantar la propuesta. Un cierre de trilogía débil, como sabiendo que por la única razón por la cual la llevaron adelante era poder terminar con tres partes de una franquicia que si bien funcionaba en taquilla, no ofrecía algo significativo.