Sangre que no has de beber... En una población vampírica, Ethan Hawke (vampiro) lucha. Y vuelve. James Cameron estaba equivocado. El recurso natural más preciado en el futuro no será la piedrita por la que masacrar a los Na'vis, como muestra en Avatar, sino la sangre humana. "Tengo hambre... Necesito sangre", dice un ¿hombre? en vías de extinción, demacrado, una noche lluviosa. Es 2019, y en los carteles del subte -donde los ojitos de los pasajeros que esperan el tren brillan en la oscuridad- el Tío Sam invita a capturar humanos. ¿Qué pasó? En algún momento de la edición o reedición de Daybreakers, Vampiros del día, eso quedó afuera, pero sí se sabe que hace 10 años (esto es: el año pasado) todo comenzó con un murciélago. La mayoría de la población mundial son vampiros, y necesitan beber sangre humana de aquéllos que no se convirtieron. Pero como éstos escasean, hay crisis de líquido y plasma y aumentan los precios. La compañía que "chupa" humanos, y en la que trabaja nuestro (anti)héroe, Ed (Ethan Hawke), está buscando un sustituto para no desaparecer del mercado. Es que si en un mes no consiguen esa sangre artificial, habrá epidemias de deformes deambulando por las noches, ya que los vampiros -se sabe- están confinados a la vida nocturna. Con un enfoque más futurista que retro, los gemelos alemanes Michael y Peter Spierig ponen mucho metal, mucho azul, mucha sangre y varios cuerpos mutilados, como fileteados y flambé. Ed es un hematólogo: mientras su hermano Frankie caza humanos para la compañía, él los cultiva. Pero Ed nunca quiso ser vampiro -si pagan la entrada sabrán por qué se convirtió- y está tras la cura más que querer conseguir un sustituto sanguíneo. Ed estaba lo más tranquilo cuando unos humanos se le cruzan, y uno de ellos resulta ser Elvis. Lo interpreta Willem Dafoe, que fue chupasangre en La sombra del vampiro, y que aquí, por obra del sol, dejó de ser vampiro y se reconvirtió en humano. Creer o -literalmente- reventar. Por fortuna, para los amantes del vampirismo hay bastante material para succionar; para aquéllos que se acerquen a Daybreakers buscando un plato suculento, de emociones fuertes, también; aunque algunas escenas se aproximen a las sagas de terror, tipo El juego del miedo, todo se ve bien, truculencias al margen. Como el malvado de turno -un capitalista hecho y derecho, con problemas familiares ya que su hija adolescente no quiso convertirse, y él, como tenía cáncer, dice que encontró la salvación en el vampirismo- está Sam Neill. Está contenido, no es grandilocuente, lo mismo que Dafoe, al que cuando le dan un espacio puede hacer descalabros. No es el caso. Pero el protagonista es Ethan Hawke, que como en Gattaca está ante un mundo que cambia y que él quiere tratar de resolver de la mejor manera. El guión a veces lo ayuda, otras, no, lo mismo que la música de Christopher Gordon, rimbombante sin necesidad, pero bien que sale adelante en su quimera antimaradoneana. El no quiere que sigan chupando.
Los vampiros, dueños del mundo Un thriller apocalíptico con mucha sangre, toques de western y alegorías obvias Los Spierig Brothers, dos gemelos australianos que habían llamado la atención hace seis años con el film de zombies Undead , incursionan ahora en uno de los subgéneros más transitados por la producción reciente de terror made in Hollywood : las historias de vampiros. Claro que no estamos aquí en el universo adolescente y romántico de Crepúsculo y Luna Nueva, sino en el de un thriller futurista (transcurre en 2019) y apocalíptico de gran estilización visual, mucha adrenalina, un tono satírico que remite al cine de clase B, grandes cantidades de sangre y vísceras propias del gore, elementos del western que parecen emular a John Carpenter y alegorías un poco obvias sobre la xenofobia, las diferencias sociales, la represión y la paranoia. En Daybreakers la realidad se ha invertido: los vampiros dominan el mundo y los pocos humanos que quedan no tienen más que huir y esconderse. Ante la escasez de sangre -cuyo precio aumenta de manera exponencial-, los vampiros, que dominan las empresas y los ejércitos, se dedican a cazar a los hombres y mujeres que pueden abastecerlos del vital fluido. Mientras tanto, y ante la inminencia de saqueos y peleas callejeras, la poderosa corporación que lidera Charles Bromley (Sam Neill) y para la que trabaja el científico Edward Dalton (Ethan Hawke) investiga contra reloj para crear un sustituto de la sangre y evitar así el inminente colapso. Por otro lado, está la resistencia de los humanos liderada por Lionel "Elvis" Cormac (Willem Dafoe) y Audrey Bennett (Claudia Karvan) con sus ballestas siempre listas para enfrentar a sus agresores. El planteo inicial es atrapante, la construcción de la trama es sencilla (hay enfrentamientos, persecuciones, traiciones cruzadas, experimentos científicos) y la resolución -sin ser gran cosa- es bastante coherente y eficaz. Ciertos regodeos esteticistas (como el abuso de la cámara lenta) y una musicalización grandilocuente son los aspectos menos logrados del film. Resulta interesante ver a tres actores de primera línea (Hawke, Dafoe y Neill) trabajando (y divirtiéndose) en una película de género basada en el desfile de cuerpos mutilados o quemados y en efectos visuales que permiten descomunales explosiones de plasma. Ni sus trabajos ni la película pasarán a la historia, es cierto, pero al menos ofrecen una hora y media de un más que digno pasatiempo.
Futuro lleno de chupasangres Aunque el tema suene trillado, el dúo de realizadores australianos consigue un producto bastante digno: la premisa es un 2019 en el que casi todos son vampiros, y quedan tan pocos humanos que la batalla por sangre fresca es inevitable. Una nueva pareja de hermanos mellizos que dirigen juntos, una nueva película de vampiros. A pesar de ello, si algo no se siente en Daybreakers, vampiros del día es el gusto rancio de la repetición. Nacidos en Alemania y radicados en Australia, los hermanos Michael y Peter Spierig no se dejan patotear en su película de presentación en Hollywood por las convenciones genéricas ni por las imposiciones del gran espectáculo, practicando nuevas variantes sobre un canon –el del vampiro cinematográfico– que a pesar del uso y el abuso sigue renovando su sangre. Sin llegar a ser una gran película, la segunda de estos twin brothers (tienen una previa en Australia, Undead, 2003) logra tomar distancia del típico producto-Hollywood, escapando por una de las tangentes de más probada productividad: la del espíritu clase B. La primera variante (aunque ya lo había hecho Blade) es llevar a los vampiros al futuro, poniéndolos en un marco de cine de anticipación. Fiel a las mejores tradiciones, Daybreakers usa el futuro para hablar del presente. El año es 2019. “Se cumplen diez años del momento en que se desató el virus”, informa el noticiero, como para que quede claro. Vaya que el virus prendió, rápido y generalizado: el grueso de la población es vampírico, los políticos lo son y también los conductores de televisión, los científicos y hasta las top models. “Soy senador y vampiro, no me falta nada”, bromea uno de los vampiros “buenos”. Eso también estaba en Blade, tomado a su vez de X-Men: hay, en el mundo del futuro de Daybreakers, vampiros progres y vampiros fachos, para decirlo mal y pronto. Ver, por ejemplo, los miembros del Ejército Vampírico, todos blindados y de negro, como SS del futuro. Y los que no son fachos son guachos. Básicamente, los representantes de la megacorporación dominante. Sobre todo su dueño, Charles Bromley, que permite la reaparición de Sam Neill y brinda, por lo tanto, uno de los grandes alegrones de la película. El tema es que ya casi no quedan seres humanos en ese futuro, y los pocos que quedan son cazados, para servir de alimento (o bebida) al conjunto de la población. Pero con lo que hay no alcanza, motivo por el cual la Corporación Bromley intenta desarrollar a las apuradas un sustituto hemoglobínico, proyecto a cargo del hematólogo Edward Dalton (Ethan Hawke). Edward, que se niega a beber sangre de humano (¡llega a rechazar, durante una cena, una botella añejada en cubas de roble!) descubrirá, sin embargo, que su jefe guarda en la manga ases bastante más sangrientos. Mientras tanto, un pequeño grupo de resistentes se arma. Lo integra la bella Audrey Bennett (la australiana Claudia Karvan), lo lidera el mítico Lionel Cormac, más conocido como Elvis (Willem Dafoe), y los vamprogres están invitados a sumarse a él. Al mismo tiempo, la falta de alimento comienza a hacer retroceder a parte de la población a su estado más primitivo, con largos colmillos, grandes alas, orejas en punta y un hambre feroz de carne humana. O vampírica, lo mismo da. Daybreakers cultiva un retrofuturismo de edificios modernísimos y look vestimentario años 40, incurriendo en esa manía de tanto cine de anticipación contemporáneo, que parece creer que si no recurre al monocromatismo le van a retirar la tarjeta del Club Cool. En este caso, un gris acerado tiñe todo. El relato despliega demasiadas líneas, con lo cual algunas de ellas, que daban para más (la de los vampiros animalizados, reprimidos por la policía como indeseables) quedan a medio camino. Aunque la película no lo cultive como línea básica, el costado pulp funciona bien, con picos de sangre, alguna escena de canibalismo, un par de descabezamientos y una ordalía ralentizada que parece El Bosco en versión coreográfica. Lo que no funciona tan bien son los toques de humor, esenciales a la clase B y depositados sobre todo en el personaje de Willem Dafoe, que queda en una extraña media agua, entre el comic relief y la solemnidad. Sin llegar a alturas siderales, lo mejor de Daybreakers es el costado aventurero, con ese grupo de resistentes con ballestas lanzaflechas, cuya solidaridad en la acción remite a Howard Hawks, John Carpenter y el George Romero de Tierra de los muertos. Además de algunas líneas de diálogo que son como paráfrasis de Raymond Chandler. Como cuando Ethan Hawke reflexiona, con amargura: “La vida es una mierda, y encima no te morís nunca”. Suerte de vampiro.
Vampiros reivindicados Retomando los mejores elementos de una gran tradición, el film logra amalgamar la aventura, el humor y la metáfora política. Menos mal que hay quien, todavía, se toma a los vampiros en serio. Después del telenovelón mal filmado de la saga Crepúsculo, después de las subexplotaciones televisivas del tópico “chupar sangre no implica que seamos malos, y encima somos lánguidos y lindos”, es bueno ver chupasangres malos y humanos peleándoles palmo a palmo la supremacía mundial. Veamos: en Daybreakers, los vampiros dominan el mundo y usan a los seres humanos como La Serenísima las vacas. Como corresponde, cada vez hay menos gente para alimentar a los cada vez más chupasangres. La alternativa es encontrar una cura al vampirismo, algo en lo que se terminan aliando unos cuántos resistentes humanos y algunos vampiros con conciencia social. Dejemos de lado la aplicabilidad política y la –evidente– metáfora del capitalismo salvaje (últimamente las metáforas políticas son tan evidentes que llamarlas “metáforas “ es, paradójicamente, una licencia poética). Lo que importa en este film es otra cosa: que el mundo que presenta es consistente, que los personajes parecen existir realmente y que la historia promete (¡y cumple!) una buena dosis de aventuras, casi como si estuviéramos viendo una clase B sin pretensiones que sólo quiere divertirnos. Sin embargo –y esto es lo que suele olvidarse a la hora de ponderar el espectáculo–, no hay manera de que un film de este tipo nos interese si no creemos que los personajes que viven, sufren –y gozan– esta historia existen de verdad. El diseño de imagen –sobrio y enorme al mismo tiempo, una especie de fiesta de tonos glaucos– complementa muy bien la oscuridad malévola del villano que juega el (gran) Sam Neill. Mientras que Ethan Hawke, como el complicado (que no demasiado complejo, pero de estas simplezas se nutre la épica divertida de la película) héroe, también genera en el espectador el aura siempre escasa de la credibilidad en este tipo de producciones. Es decir: como espectadores, creemos que estos personajes existen. Y es esa creencia absoluta la que nos permite el libre juego de divertirnos con sus pesares y alegrías, con los tiros, las corridas y las explosiones. Es decir, creemos que lo que pasa en la pantalla realmente pasa en este o algún mundo. Y, además de todo, Daybreakers se da el lujo de la invención constante (los vampiros, por ejemplo, se afeitan no con espejo sino mirándose en el monitor de una camarita de video, ejemplo del humor zumbón del film) y de mostrar la especulación sobre el futuro como campo para la aventura.
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Vampiros del día es un cuento distinto de estos muchachos que se han vuelto a poner de moda. Mucho más cercana a una Blade, es una historia que podría empezarse diciendo “¿que pasaría si todo fuera al revés? O sea... es una especie de Los otros, la de Nicole Kidman. Dentro de eso es interesante por dos cosas, una por ver el mundo cambiado totalmente y por el otro ver la trama de acción y suspenso que presenta. No es una gran historia, es relativamente simple y hasta quizás le falte fuerza en afianzar los hechos o los personajes. Pero cumple con su rol de entretener y eso está muy bien. Tiene escenas fuertes y sangre para no parecer tibia. Y tal vez esa demostración de “dureza” parezca algo exagerada por momentos, aunque el producto final está bien. Para pasar el rato no puede defraudar.
Los vampiros existen en el cine desde que los hermanos Lumiere inventaron el proyector cinematográfico. Poca gente recuerda por lo general, que mucho antes que Bram Stoker creara a Drácula, las famosas criaturas bebedoras de sangre ya habían aparecido en la pantalla grande. El gran pionero en llevar a estos personajes al cine fue el Gran George Mellies, padre de los efectos especiales, en 1896 con Le Manoir Diable. Desde entonces la infinidad de películas que se hicieron hasta la fecha generaron que hoy presentar una gran propuesta con estas historia no sea nada fácil, debido a que no hay más nada por inventar. Daybreakers es una muy buena película que le devuelve con toda su gloria la dignidad a los vampiros en Hollywood que en el último tiempo se presentaron con un enfoque demasiado light con filmes como Crepúsculo o la serie True Blood que se centraron en aspectos más románticos. Los vampiros no tienen nada de romántico y los hermanos Spierig se encargan de dejarlo claro en los primeros minutos de este film donde marcan de manera contundente el tono que tendrá la película. Acá los vampiros son aterradores y corre mucha sangre durante toda la historia. Los amantes del gore definitivamente no van a salir defraudados ya que hay escenas tremendas. Daybreakers se destaca principalmente por combinar muy bien los géneros del terror y la ciencia ficción y hasta me animaría decir el policial negro con una historia futurista muy entretenida que presenta una estética que evoca un poco esos cómics oscuros de Steve Niles (30 días de noche). La verdad que es un placer poder disfrutar de dos actorazos como Ethan Hawke y Willem Dafoe en un film de este estilo. Las secuencias de acción están muy bien elaboradas y los directores manejan muy bien la narración de la historia. Si en el pasado disfrutaste de filmes como Del crepúsculo al amanecer, Vampiros, de John Carpenter, o más recientemente 30 Días de noche este es un estreno para tener muy en cuenta.
Los amantes de las escenas sangrientas, pueden quedarse tranquilos, que van a tener para entretenerse, sobre todo con la escena final, y lo que tiene de bueno, es que para aquellos que soportan "hasta ahí" este tipo de escenas...
Cuando la sangre no llega al río... Daybreakers, vampiros del día (Daybreakers, 2009) es uno de esos típicos films que los fanáticos del cine de género agradecen a más no poder porque ofrece una historia bien llevada, aprovecha al máximo cada uno de sus componentes y además va directo al grano sin utilizar artilugios bobos en busca de satisfacer a sectores del público ajenos a la propuesta. En el marco de un futuro controlado por un estado vampiro que “cultiva” a los suculentos seres humanos, la película combina un interesante concepto extraído de la recordada Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, 1973) con un esquema narrativo cercano a 1984 (Nineteen Eighty-Four, 1984), vertiente orwelliana modelo Gattaca (1997). Cuando una plaga transformó a casi todos los hombres en moradores nocturnos quedó pendiente el tema del alimento. Mientras que el principal proveedor de sangre, una multinacional encabezada por el implacable Charles Bromley (Sam Neill), se enfrenta a la escasez del ”producto”, los investigadores descubren que las consecuencias de la inanición incluyen locura, violencia escalonada y horribles mutaciones. De hecho, el más importante de ellos es el hematólogo Edward Dalton (Ethan Hawke), encargado de hallar un sustituto para la sangre. Fruto de la casualidad, entabla relación con un grupo de sobrevivientes humanos al mando de Audrey Bennett (Claudia Karvan) y Lionel Cormac (Willem Dafoe). Los hermanos Michael y Peter Spierig comenzaron su carrera en Australia y ahora desembarcan a pura pirotecnia en los Estados Unidos: su opus trabaja con distintos registros, los unifica en forma coherente y el resultado curiosamente está muy por encima del promedio contemporáneo del horror mainstream. Daybreakers, vampiros del día suministra -sin ningún tipo de culpa- ambiciosas secuencias de acción, una trama súper entretenida, algunos apuntes cómicos, detalles varios “clase B” y una enorme cantidad de vísceras. La parafernalia gore, el tono oscuro y el ritmo pausado funcionan de maravillas en este eficaz combo de bajo presupuesto, con un diseño de producción en verdad ingenioso. Otro elemento a destacar es el subtexto social a la Metrópolis (1927), esa metáfora inmemorial que involucra a ricos viviendo en la superficie y pobres famélicos arrastrándose por las cloacas. Quizás el relato a rasgos generales parezca un tanto desprolijo y llegando el final quede la sensación de que se podría haber exprimido aún más el núcleo temático, pero lo cierto es que la obra se sostiene por sus propios méritos. El elenco en conjunto aporta la seriedad necesaria y evita caer en infantilismos estúpidos. Tan simple como dinámico, el guión de los realizadores nos regala un prólogo magnífico y unos primeros minutos de hermosas tomas descriptivas. Ya sabíamos que el capital depende del eterno parasitismo...
Ésta sí es una película de vampiros Es casi un hecho que una vez por semana tenemos en cartelera una película de vampiros. Lo bueno es que Daybreakers: Vampiros del día (Daybreakers, 2009) no repite esquemas sino que da vuelta la ecuación tradicional de marginalidad: aquí los vampiros son mayoría. Este híbrido terror-acción-aventura, escrito por los hermanos Michael Spierig y Peter Spierig, demuestra ser una alternativa válida al romanticismo naif de los chupasangres posmodernos. En el año 2019, una extraña plaga ha transformado a la mayoría de los humanos en vampiros. Su alimento es, por supuesto, la sangre humana, que escasea cada vez más ante el creciente número de vampiros. Mientras tanto, un investigador trabaja “de encubierto” en una banda de vampiros para salvar a la humanidad. Los pocos humanos que quedan son perseguidos como vacuno en extinción. Esta nueva realidad muestra a los vampiros dominantes en una inquietante similitud con la vida actual. La mayoría de las malarias y enfermedades han sido erradicadas, pero hay algo que sigue siendo letal: la luz del día. Ante este intento de civilización, también acontecen problemáticas actuales. Por ejemplo, existen vampiros outsiders (sí, ¡indigentes!) que no pueden sobrevivir y por eso se convierten en criaturas violentas y hostiles. ¿Qué diría un sociólogo al ver este retrato época? El apetito insaciable de los vampiros ha llevado a la población humana hacia el límite de la desaparición absoluta. Así, Edward Dalton (Ethan Hawke), un científico que presta servicios a un poderoso conglomerado farmacéutico, deberá encontrar una vía variante al consumo de sangre (algún alimento sintético) para la supervivencia del mundo. Sin embargo, después de conectarse afectivamente con algunos humanos, esa búsqueda no será –por si fuera poco- del todo fácil. El guión está cargado de vueltas de tuerca inesperadas, obra y gracias de los alemanes Spierig, que arremeterán con unas criaturas asquerosas que sorprenden hasta al más precavido. Éstos han trabajado fuertemente en un oscuro mundo identificable (pero a la vez lejano), algo posible pero disímil, un universo arriesgado y actual. O todo lo que no nos pudieron dar Crepúsculo (Twilight, 2008) y la serie de HBO True Blood. Con giros interesantes y aspectos metafóricos trillados, Daybreakers: Vampiros del día es un distinguido combo de acción y efectos especiales, cuyo elenco sostiene una trama ingeniosa (mención especial al siempre rendidor Willem Dafoe y al maloso de Sam Neill). Vale la pena gastarse unos pesos en verla.
Lejos del “fenómeno”. ¡Por suerte! Películas de vampiros hay a patadas. De Crepúsculo para acá un montón de periodistas y opinadotes varios hablan del resurgimiento de los chupadores de sangre y pavadas por el estilo. Lo cierto es que Crepúsculo es una ñoñez terrible que busca dar ejemplo de castidad y de amor puro donde siempre hubo sexo. ¿O vamos a negar que el beso en el cuello y fluidos que chorrean por la boca de alguien no está más cerca de lo erótico que de lo asqueroso que significa succionar el líquido rojo? Dejando de lado el fenómeno literario+cinematográfico+adolescente que se utiliza como excusa para justificar un nuevo estreno vampírico vamos a lo que importa: Daybreakers, vampiros del día. Futuro, 2019. El mundo esta convulsionado por una epidemia que ha transformado al 95 por ciento de la humanidad en bebedores de sangre. O sea que el 5 restante debe proveer de comida al resto. Atentos a los amantes de las analogías, petróleo o sistema capitalista salvaje que se vale de aquellos que menos tienen para darle a los que más poseen estarán de parabienes. Aquí se habla de eso. Tanto es así que lo que veremos es la búsqueda de la perpetuidad del sistema en manos de un malvado empresarial interpretado por Sam Neil. Buscando sintetizar más sangre, para así lograr el “derramamiento” (cuac) para todos, contrata un investigador que encarna Ethan Hawke, que mientras hace lo que debe por lo que le pagan, descubre una cura. Los cierto es que con las analogías, la critica social, el manifiesto político en puerta, solo faltaba la acción que obviamente llega. Bien pensada, sólidamente construida y de una alta credibilidad, la película entretiene y se deja ver sin que por eso vaya a redefinir nada. Aunque claro, tampoco lo hace Crepúsculo y todos hablan de ella, aunque Daybreakers, vampiros del día sea infinitamente superior en calidad y entretenimiento, así que merecería un destino parecido o al menos que vayan a verla. Que el “fenómeno” quede en manos de Crepúsculo o Luna nueva.
No cabe duda de que los directores Michael y Peter Spierig entienden poco de sutilezas, pero tanto la historia como la atmósfera deliciosamente infecta de Vampiros del día le confieren a su película un leve aire de sofisticación a pesar incluso de la torpeza a la hora de filmar escenas de acción o de resolver conflictos entre personajes. Además del trabajo con la imagen y la ambientación que en más de una ocasión remeda al policial negro, algunos de los logros de Vampiros del día son el hermetismo asfixiante de los espacios cerrados y la palidez mortecina que ahogan a la película, que de tan insistentes acaban por tornar casi en un verdadero programa estético. En este sentido, también la arquitectura y la decoración son puntos fuertes del universo de los Spierig: las casas de los vampiros, frías y apagadas, ya inhumanas de tan modernas, pequeñas, opresiva como la cocina de Edward, terminan por configurar el espacio vital de una película que apuesta como pocas en su género a la construcción de un clima propio. Obvio, el contraste con el afuera, luminoso y claro (de día, por lo menos), no se hace esperar. Tampoco el que se ensaya con el mundo de los humanos: como cuando se muestra el sótano de una casa abandonada llena de gente en movimiento, que trabaja en equipo, cocina, donde la luz anaranjada es sinónimo de vida y calidez (el calor es el signo último de humanidad para los Spierig). Pero lo evidente de la comparación no le resta belleza ni fuerza a la construcción visual: al contrario, las escenas templadas y abiertas funcionan como necesario contrapeso y oxígeno de las gélidas y claustrofóbicas, que son mayoría. En ese mundo de choques y excesos visuales (Estados Unidos en el 2017), también la exageración de las actuaciones es válida: Edward (Hawke) es el vampiro taciturno y amargado, siempre pegado a un cigarrillo, que calla silencioso, estoico, su amor no tan secreto por la humanidad; Bromley (Neill), el villano carismático y cínico que se ufana de su condición de malvado y no escatima en diabluras a la hora de conseguir lo que quiere (ni siquiera con su propia hija, todavía humana); Frankie, el soldado que obedece las reglas y persigue ciegamente a los que no lo hacen, pero que se debate entre el cumplimiento de la ley y la relación con su hermano Edward, es la fuerza bruta que despierta a la duda, que se hace preguntas por primera vez; y por último, Elvis (Defoe), el aventurero incansable, corto de entendimiento pero insobornable, amante de los excesos y la velocidad, que vive como si cada día fuera el último, todo un clisé bajo una cabellera rubia y jeans ajustados. Incluso en la relación entre los personajes persiste el trazo grueso: Hawke y Frankie son hermanos, uno científico y otro militar, los dos con aspiraciones conflictivas a los que la película juzga en relación con el papel que cumplen para el gobierno. Hawke es crítico y problemático, mientras que Frankie se comporta de manera obediente y sumisa. Llegado el momento, los dos colaborarán, cada uno a su manera, con el régimen político. El intelecto y la fuerza, el pensamiento y el músculo, la mente y el cuerpo: elijan ustedes la metáfora que más les guste. Y como no podía ser menos, también el discurso político de la película es grueso y carente de elegancia, pero a su vez nunca pierde su fuerza narrativa, como si la efectividad de su impacto residiera justamente en esa falta de delicadeza. Una sociedad de vampiros que se erige sobre el consumo sanguíneo tambalea y amenaza con derrumbarse cuando el cultivo de humanos (así obtienen el preciado líquido) mengua y la raza se encuentra próxima a la extinción. La única alternativa es encontrar un sustituto para la sangre humana, ya sea para ofrecerle al público una nueva forma de vida, ahora sustentable, o como salida del paso mientras se le da tiempo al hombre para reproducirse y volver a poblar el mundo (total, los vampiros no tienen apuro porque son inmortales). Pero también están los que, como Hawke o el senador vampiro Turner, apoyan la creación de un sustituto porque ven en la cacería humana un acto de barbarie insostenible. Podría pensarse que la idea del consumo irresponsable de un elemento escaso que para su extracción requiere de brutalidad y muerte, o el comentario acerca de las condiciones de vida paupérrimas de la sociedad llevaría a la película a plantear una conexión con el mundo actual y algunos temas como el petróleo o la pobreza mundial (después de todo, también Drácula de Bram Stoker proponía una lectura alegórica: el conde era uno de los últimos representantes de una aristocracia anacrónica e improductiva que se alimentaba de la fuerza vital de la burguesía, por entonces dueña incontestable del poder político y económico). Pero acaso por la corpulencia nada sofisticada de su discurso, la película se mantiene siempre dentro de los límites fijados por el relato y cualquier conexión disparada hacia la actualidad es más un exceso interpretativo que una propuesta real de Vampiros del día. Sin embargo, en la película de los hermanos Spierig se produce, como en el personaje de Frankie, un momento de duda, cuando la pregunta irrumpe y ya nada vuelve a ser lo que era. Hasta cerca del final, parece claro que la misión de Edward y la resistencia humana de inventar una cura que permita a los vampiros volver a ser humanos es un deber moralmente incuestionable. Pero el malvado Bromley es el responsable, acaso de manera involuntaria, de poner en crisis el sistema ético de la película: “además, ¿qué hay que curar?”, le dice en tono siniestro a Edward. La pregunta destartala la pretendida transparencia de Vampiros del día hasta el momento, y el intento de naturalizar una postura ideológica determinada queda al descubierto. Un poco a la manera de Identidad sustituta, en Vampiros del día hay una minoría que parece saber con certeza qué es lo mejor para el resto de la sociedad y que se cree con el derecho de pergeñar una “cura” para tratar una condición que es distinta a la de ellos, los humanos. Incluso sabiendo que el sustituto de la sangre es efectivo y podría producirse en masa e intentar una convivencia pacífica entre hombres y vampiros, la resistencia y Edward nunca cejan en su objetivo de hacer que todos los chupasangre vuelvan a ser como antes. No importa que el ser vampiro permita vivir eternamente o volverse inmune a enfermedades terminales (Bromley salva su vida de un cáncer gracias a su conversión), la troupe de Elvis y Edward pareciera no poder ver nada más allá de sus propias narices. Es cierto que la película colabora a su postura mostrando las desventajas de vivir en una sociedad de vampiros donde la sangre escasea: en todo caso, podría decirse que los Spierig comulgan con la filosofía de Edward. Pero la frase del personaje de Hawke después de convertir a un vampiro en humano es reveladora: “now you get to die!”. Detrás de la agresividad de Edward, más que una aspiración altruista de “curar” a los demás, hay un deseo de infección, un contagio deliberado que saca a la superficie todo el resentimiento y la oscuridad del personaje, ocultos hasta el momento. Es con esos dos diálogos que de manera intencionada o no (poco importa) los Spierig le imprimen a su película una conciencia crítica, haciendo de ese par de líneas una bisagra ética que resignifica toda la película y nos invita a pensarla desde un lugar distinto. En este sentido, también podría decirse que la escena final, un verdadero canto hemoglobínico a la carnicería más exaltada y orgiástica, concebida a base de puros ralentis y planos detalle, viene a ser algo así como la frutilla del postre (sangriento): esa matanza desenfrenada no entraba en los cálculos de Edward y Elvis, y los cuerpos masacrados y desparramados por el suelo no son otra cosa que las esquirlas de su fracaso.
A cierto cine de género como este, se lo ha bastardeado, se lo ha estupidizado tanto o peor se lo ha bajado a "light", claro ejemplos son esa exitosa muestra de "Crepúsculo" y "Luna nueva". Pero uno sabe que los vampiros deben ser más malos que aquellos que agreden a sus madres. Con "Daybreakers" sucede esto, si bien es una historieta de horror y algo "gore", no deja de proponerse divertida y correcta en lo suyo. Los Hermanos Spierig han creado un filme digno en lo que va de propuesta de género, ambientada en un futuro 2019, una plaga ha transformado a la población mundial en vampiros, y como que para subsistir necesitan de los pocos humanos no-convertidos que quedan. Estos vampiros que salvo por sus colmillitos y ojos lucen normales cazan humanos y los crian en granjas. El tema nudo del relato es sin duda la supervivencia. Un investigador científico (Extraordinario Ethan Hawke) busca sustitutos para la sangre humana pero luego aparecen ante él una mujer y un caza-vampiros aventurero que se las trae (genial Willem Dafoe), y asi este vampiro mutará en ex-vampiro héroe. Podría uno sugerir que los vampiros son un eje globalizador o genuino sinónimo de las grandes corporaciones mundiales que -precisamente- viven de chupar la sangre de una gran parte de la población, pero bueno...esas son cosas a pensar por cada uno. Que el filme es divertido y entretenido lo es sin dudas, y además el plus está en las actuaciones del elenco a quien se anexa Sam Neill en un rol villanístico muy bueno. Cada vampiro es responsable de su propio destino, y máxime si son tan buenos de disfrutar como aquí.
Vampiros del día (Daybreakers). Una de vampiros realmente sorprendente: apocalíptica, oscura, a velocidad de rayo, con aire clase B y con resonancias sobre no pocos miedos contemporáneos. Y Willem Dafoe es inoxidable.
Capitalismo con Resident Evil Termina la segunda década del siglo XXI y el mundo ha dejado de pertenecer a los seres humanos. Una vieja especie, los vampiros, vive y controla este mundo próximo, tecnológico, lúgubre, nocturno, pero que no ha dejado de ser un planeta manipulado por un sistema que favorece a unos pocos. Por otro lado, los “pobres” seres humanos que quedan forman una pequeña resistencia que a su vez completan otros “vampiros odia vampiros” y con esto se desata la compleja historia del film. Sin embargo, qué fea desilusión cuando uno paga una entrada, se sienta en la butaca, comienza a ver algo que parece una buena realización y termina diciendo: “la cagaste”. Todo eso pasa en Vampiros del día, la obra de los hermanos Spierig. Ambos crearon vampiros mezclando viejas descripciones con algunas nuevas para recrear esta sociedad que atraviesa el 2019 luego de la invasión de murciélagos, al estilo “palomas de la ciudad”, que infectaron a los seres humanos y que crearon una epidemia de vampiros en la tierra. Pero, por otro lado, el relato es encarado a partir del personaje de Ethan Hawke, hematólogo que busca un sustituto de la sangre humana, que además odia el hecho de ser vampiro. Esta película, con una fotografía que acompaña a gusto al motivo vampírico, una luz blanca, tenue, unos primeros planos suaves, descriptivos que narran por sí solos, que hablan sin que haya ningún diálogo en los primeros quince minutos del film, se le agrega el plus de hablar sobre el capitalismo. El concepto de progreso llega al límite en poco tiempo para esta nueva sociedad que explota recursos no renovables, que vive bajo el egoísmo y el individualismo, bajo normas más que maquiavélicas. El ejemplo de las granjas de sangre (humanos conectados a tubos que extirpan su sangre) o el hecho de beber sin control y a toda hora con cada infusión o comida la sangre que escasea por falta de humanos, son los puntos más notorios dentro de este mundo capitalista, sin dejar de resaltar el hecho de que la pobreza se transforma en monstruosidad absoluta y es acá cuando entra en escena el recuerdo estético de Resident Evil (película que se basa en un video juego donde una pequeña resistencia humana lucha incansablemente contra una manada de zombis, resumiendo) y todo se va al diablo. Aunque en la película se encuentren los vampiros buenos y los malos, como todo mundo maniqueísta, y esto le de un toque clásico, no se puede dejar de prestar atención a estos pobres monstruos vampíricos pidiendo limosna o invadiendo las casa para saciar su sed (punto que podría haber dado su fruto pero que queda en la nada). Por la falta de sangre, los vampiros no se mueren sino que migran hacia un estadio primitivo hasta parecerse a las mutaciones de Resident evil sin justificativo alguno. Eso es lo peor de todo, en los últimos veinte minutos pareciera que cambiaron de film. El descuartizamiento de personas y el derramamiento de sangre bullen de la pantalla sin ninguna explicación, poniendo incómodo al espectador hasta que en un momento se pregunte si es necesario. Por lo tanto, ¿está bien terminar una película que viene con todas las luces, con actores de nombre, con una historia de vampiros distinta a las que se vio en 2009, que posee una crítica dura hacia el sistema capitalista, hacia el egoísmo, hacia el individualismo, entre otras cosas, con veinte minutos de puro desgarro de carne y bullicio de sangre por doquier sin ninguna explicación? La única idea brindada podría ser: reconozcamos los errores, pero después de habernos matado todos, ¿y de qué sirve? ¿de qué sirve un final chato luego de tanta acción y persecución, de tanta emoción que se termina perdiendo?
B Hubo un tiempo en que los vampiros dominaron el cine: desde la expresionista Nosferatu hasta las adaptaciones más oficiales de las novelas de Bram Stoker, pasando por los primeros films con el recordado Bela Lugosi para la Universal, hasta los híbridos cuasi deformes de la productora británica Hammer y otros derivados. Llegado el año 2000, con el inminente nuevo siglo, todo cambió: los colmillos afilados siguieron mostrándose pero, cuando de menos, de manera "posmoderna". Así los no-muertos supieron caminar a la luz del día y algunos hasta aprendieron a matar a sus pares para proteger a los humanos (Blade y sus secuelas), aprendieron a hacer amiguitos desde la infancia (la increíble Let The Right One In), e inclusive se enamoraron adolescentemente con muchachas pálidas y bonitas (la triste saga de Crepúsculo). Ahora, Daybreakers, parece mezclar los elementos posmodernos que caracterizaron a las antes mencionadas, agregando algunas ideas originales y una que otra vuelta de tuerca más que bienvenida al género. Hay en Daybreakers, de todos modos, un merecido respeto a las reglas básicas del vampirismo: las estacas son letales al corazón de los monstruos, la sangre permanece irresistible para los colmillos, y la luz resulta fulminante ante la más mínima exposición. En un mundo habitado por vampiros, donde los pocos humanos que quedan corren serios peligros de extinción, Edward (Ethan Hawke) se rehusa a ser partícipe de un sistema endemoniado que cultiva humanos para sustraerles la sangre. Pero su jefe, Charles (Sam Neill), por otro lado, está convencido de que la solución de "hallar un sustito" a la sangre sería sólo momentánea: siempre habrá quienes noten la diferencia y en pose gourmet soliciten "la cosa real". Y como Charles es quien toma las decisiones de su compañía succionadora de sangre, todo parece indicar que, mientras queden humanos, éste recurso será explotado al máximo. Cualquier paralelismo metafórico con la situación actual del petróleo no es casualidad. Cómo hará Edward para "cambiar el sistema" es el atractivo principal del film, que incluye una sorprendente participación del gran Willem Dafoe como un ex-vampiro que parece haber encontrado una misteriosa cura a la "enfermedad". A pesar de que el uso y abuso de la cámara lenta opaca un tanto los resultados generales del film (la estética cool puede tornarse molesta al rayar en lo innecesario), Daybreakers es un grato respiro entre tanto vampiro adolescente e inofensivo, y contribuye con buenas dosis de hemoglobina al cine gore que tango gusta a los fans del género.
Criaturas sedientas en un futuro cercano Una verdadera sorpresa resulta esta pelìcula de género que conserva algunos elementos clásicos de las historias de vampiros: las criaturas que no se reflejan en los espejos, las estacas y la muerte segura ante la exposición frente al sol. Hasta aquí, nada nuevo, pero el film acierta en la creación de climas y en la inversión de la fórmula conocida: el planeta está ahora dominado por vampiros, totalmente humanizados (celulares y piercings mediante), y los hombres se convierte en sus presas por la sangre, el líquido vital de superviviencia. Ethan Hawke, un hematólogo con colmillos que trabaja para una gran corporación liderada por Sam Neill, encuentra la cura para detener el dominio vampiro, con la ayuda de dos humanos (Claudia Karvan y Willem Dafoe). La historia también aprovecha muy bien los resortes de la acción y del suspenso, algún sobresalto, y propone una mirada interesante sobre las luchas de clases entre las criaturas de la noche y de los seres deformes que viven en el subsuelo de la ciudad, explorando además las relaciones conflictivas entre hermanos y entre padres e hijos. Todo contado con la agilidad visual que le imprimen los hermanos alemanes Michael y Peter Spierig en un film que no para. Por el contrario, se sumerge en las sombras sin defraudar a los seguidores del género.
Gattaca con vampiros. Eso es lo que venía a la mente luego de ver el trailer de la película que ahora nos ocupa. Algunos elementos remitían a aquella película de ciencia-ficción: una sociedad en un mundo futurista, personas diferentes al resto de los mortales, Ethan Hawke como el “distinto”... Eso sí: el cover de “Running up that hill”, de Kate Bush, a cargo de Placebo, que sonaba al final del avance pegaba perfectamente con las imágenes. Fíjense aquí, si no. Pero al ver la película, la historia vendría a ser más como el tercer acto de la novela de Richard Matheson Soy Leyenda (no puedo contar mucho, pero quienes la leyeron saben a qué me refiero). En un futuro totalitario donde los vampiros son mayoría, los humanos son usados como ganado proveedor de sangre. Pero la hemoglobina comienza a escasear, y como efecto de esta carencia alimenticia, los colmilludos ciudadanos se transforman en criaturas como murciélagos gigantes, superagresivos. El científico Edward Dalton (Ethan Hawke) se dedica a preparar un a sustancia que permita reemplazar a la sangre como comida, con resultados poco alentadores. Su poca alegría de pertenecer a la raza dominante lo lleva a unirse a un grupo de personas que buscan el antídoto que convierta a los vampiros en gente normal. Claro que el poderoso empresario Charles Bromley (Sam Neill) tratará lo imposible para que continúe el reinado de la oscuridad. En 2003, los gemelos australianos Peter y Michael Spierig sorprendieron al mundo con Undead, una ultraindependiente película de zombies que adquirió el status de culto. Ahora se les dio una gran producción con actores prestigiosos. Y no lo hicieron nada mal. Primero que todo, Daybreakers es un entretenimiento que no para nunca, en el que no faltan las escenas gore ni algún cuerpo desnudo, pero siempre en función de un cuentito muy bien contado. Los Spierig llevan cada secuencia a un nivel más alto de emoción gracias al trabajo actoral (imperdible también Willem Dafoe como un ex chupasangre mercenario) y a algunos dramas familiares —el personaje de Sam Neill está en conflicto con su hija, que no quiso seguir sus pasos—, y al evitar algunos clichés como historias de amor... aunque puede haber alguna, pero implícita. El clímax, para coleccionar. Junto con la excelente 30 Días de Noche, Daybreakers es uno de los pocos y recientes ejemplos de películas con vampiros salvajes, muy alejados de los de la saga de Crepúsculo, por suerte. Ah, y es muchísimo más entretenida que Gattaca.
¡Al fin una de vampiros con sangre de verdad! Nada de esos vampiros modernos y metrosexuales que venimos viendo últimamente, que parecería que si ven una gota de sangre se desmayan. Daybreakers: Vampiros del Día le da una novedosa vuelta de tuerca al género de los hematófagos – no puedo contar demasiado porque sino estaría incurriendo en el spoiler, pero en líneas generales la historia transcurre en un mundo (el nuestro, dentro de 10 años) donde sólo el 5 por ciento de la población es humana, por lo tanto el suministro de “alimento” para los vampiros comienza a escasear. El Dr. Edward Dalton (Ethan Hawke) es un hematólogo que trabaja para el laboratorio encargado de regular el suministro de sangre en el mercado, que se obtiene de una suerte de “sembradío de humanos”. Pero el doctor en cuestión es, en realidad, un buenazo que no quería ser vampiro y que es previsible que en algún momento va a cambiar de bando (y después no me vengan con que Avatar es una copia de Danza con Lobos, porque este argumento del “malo” que se vuelve en contra de los suyos lo vimos mil veces y lo vamos a seguir viendo, ¡porque nunca deja de ser efectivo! He dicho.) El personaje de Willem Dafoe (con porte vampiresco de pies a cabeza – chequeá esos rasgos, Pattinson) constituye la base de esta novedad de la que hablé al principio, y funciona muy bien. Todo es lógico dentro del universo que se plantea en la peli, quizás al principio cuesta un poco entrar en el código, ya que incorpora algunos elementos tal vez un poco forzados o exagerados, pero rápidamente uno se familiariza con ellos y comienza a disfrutarlos. Se completa el cast con un brillante malvado encarnado por Sam Neill, a quien los colmillos y la palidez le sientan muy bien. La película es, a simple vista, un entretenimiento digno de la cartelera veraniega. Sin embargo, se permite darse el gusto de constituir una crítica al sistema médico y el imperio de los laboratorios. Lo que importa es la enfermedad, el negocio que se puede montar entorno a ella, no la cura, y ahí está la clave del mal en esta historia. Tal vez nunca se convierta en un clásico del cine de vampiros, pero celebro su originalidad, el retorno de la sangre sin restricciones y la apuesta por el gore, en un Hollywood cada vez más políticamente correcto y escaso de ideas. Los fanáticos de siempre de los vampiros la van a disfrutar mucho. Y los que no lo son, igual pueden verla con amigos y un buen balde de pochoclo… o con tu chica, para apretarle la manito cuando la cosa se pone violenta. Advertencia: No apta para teens generación Crepúsculo.
Una nueva de vampiros. Corre el año 2019, la Tierra no es lo que muchos esperábamos. Poblada con sólo un 5% de humanos, especie en extinción. Los vampiros se apoderaron de ella pero tienen un vital y enorme problema, su propia extinción, tambien se acaba el alimento: la sangre. Varios intentos científicos buscan reemplazar dicho alimento por sangre sintética o algún otro derivado, los resultados no son satisfactorios (reminiscencias a True Blood, la serie de HBO). Una multinacional plagada de científicos lucran a partir de humanos que crían con el único propósito de extraerles el preciado líquido que corre por sus venas, los recursos se acaban. Charles Bromley (Sam Neill) director de la firma, era un humano padeciendo una enfermedad terminal, el convertirse en vampiro, lo salvó de la muerte inmediata, ahora tiene vida eterna, no le importa su raza sino las ganancias que su empresa genera. Edward Dalton (Ethan Hawke) es otro vampiro, científico, que gasta todos sus esfuerzos en encontrar la cura, encima, el no alimentarse en pocos días, produce mutaciones en los vampiros, los vuelve agresivos, y fisicamente los deforma hasta convertirlos en mostruosos vampiros reminiscentes a murciélagos gigantes. El caos reina. Esta nueva propuesta a las ya tan variadas historias sobre vampiros, no ofrece nada original. Nada que ya no hayamos visto. Algunos la comparan a films como Gattaca, un film neofuturista sobre la evolución humana, los genes y clones, nunca más distante a mi parecer, salvo por compartir al mismo protagonista. Otros sugieren compararla con Vampiros, del maestro John Carpenter, tampoco creo que sea el caso, sólo comparten un elementos de gore, mucha sangre por todos lados y un maquillaje grosero de los no vivos. Ya que estamos de comparaciones, ¿por qué no hacerlo con Inframundo? Para mi opinión, la más cercana. Reminiscencias estéticas a Constantine –sin vampiros, por supuesto-, sumémosle algo de 28 Días Después, 28 Semanas Después, Tierra de los Muertos (zombies)y la que en Argentina fue directo a video, 30 Días de Noche. Como en todo estallido social, los rebeldes, en éste caso, los pocos humanos que quedan, organizados, cuentan con un líder: Lionel “Elvis” Cormac (Willen Dafoe), un duro, con diálogos “cancheros”, oneliners que escupen a punta de arma, con gatillo preparado antes de disparar, su personaje, sólo se remite a ello. El film logra mantener al espectador atento en sus 98 minutos de duración. Muchas escenas de acción, persecuciones con vehiculos, corridas varias, remiten a producciones de bajo presupuesto dignas de los años 80. Los hermanos Spierig convierten éste relato en una nueva e imaginable posible realidad, los vampiros son mayoría. Connotaciones y lecturas si deseamos, pueden realizarse varias, la discriminación sectorial a los “distintos”, vampiros que comienzan el proceso de mutación, la multinacional vista como emblema del brutal capitalismo, la conversión tanto ideológica como bien podría serlo religiosa. Muchos puntos a abarcar, sin terminar de conciliar una u otra óptica. No hace mucho, pocas semanas atrás hemos podido ver en carteleras porteñas una continuación de saga y la grandiosa Criatura de la Noche (Let The Right One In), ésta última con sólo un vampiro de importancia en su trama y con un planteo tan distante como original. La próxima semana, entre vampiros y zombies,dentro del género de terror/horror llega una más, Tierra de Zombies (Zombieland). Amantes del género, nunca más contentos.
El ocaso de los vampiros. El vampiro protagonista se llama Edward, no chupa sangre humana, y viene de una película del 2009. Hasta ahí son los parecidos con la saga de chupasangres light de Crepúsculo. Daybreakers es un buen refresco para este (sub)género del cine fantástico. Claro, esto si uno no vió la genial Criatura de la noche. Lo más interesante de la película es como intenta matizar distintos géneros (desde el terror hasta la ciencia ficción). Es también, lamentablemente, lo que le resta varios puntos a la película. En el año 2019 los humanos están en exitinción. Una rabia, enfermedad o lo que fuere (se sugiere pero nunca se explica) convirtió a casi todos en vampiros. Después de tantos años, los parientes de Drácula tuvieron que suministrar la sangre de alguna manera. Para eso, el negocio del empresario malvado de turno (Sam Neill, de los dinosaurios de Jurassic Park a los murciélagos de esta película) es cosechar centenares de humanos. El problema es que cada vez hay menos alimento disponible. Y sin alimentos, los dueños de la noche empiezan a mutar en algo así como un murciélago con forma humana. Hay hambre en la calle, el capitalista es el malo, y no es un docuemtal de los Estados Unidos. El protagonista es Ethan Hawke (Gattaca), quien se apiada de los humanos y prefiere beber café con (poquita) sangre. Su cansancio lo llevará de algún modo a encontrarse con unos humanos que esconden un secreto: una posible cura al vampirismo. Claro está que hay intereses de por medio (el capitalista prefiere encontrar un substituto a la sangre, para poder segui vendiendo esta un poco más cara) y, claro, el propio hermano del protagonista, que no se lleva bien con sus antepasados. No sólo el subtexto político es interesante, sino también uno más filosófico (y que recorre la película): qué lleva a estos seres a preferir (o no) la inmortalidad. Y qué los diferencia de terminar siendo unas bestias. Como todos los otros géneros con los que coquetea el film, lo hace a medias. Hay preguntas, sí, sobre la vida, la muerte, etc. Pero apenas hay respuestas. Hay acción, también, pero poca, como para contentar al espectador casual que va a ver una de género. Uno supone que en el tercer acto abundarían los disparos, las corridas y el caos, pero de nuevo, la película se vuelca al thriller científico y termina siendo un híbrido, como sus propios protagonistas. A favor, se puede decir que la mayoría de los rubros técnicos están más que bien. Desde los impresionantes "deformes" (que arriman la película al terror) hasta la fotografía metalizada que le quita vida, pero la aproxima a la ciencia ficción moderna. Sin ser una obra maestra, Vampiros del día es una buena propuesta sobre vampiros. Se agradece, que en los tiempos que corren, la película ofrezca inteligencia, una cámara que no sufre de terremotos constantes, un montaje que deja entender lo que está pasando, y una visión estilizada (basta con chequear los sets).
Daybreakers viene de la mano de los hermanos Spierig, un dúo de australianos que había llamado la atención en el 2003 con el filme de zombies Undead. Después de un largo camino, los Spierig lograron llegar a Hollywood y se despacharon con esta reimaginación de los mitos vampíricos que hubiera hecho las delicias de Richard Matheson - el autor de Soy Leyenda -. El resultado final roza lo brillante, generando algo fresco, sólido y fascinante. No es la primera vez que alguien imagina un mundo poblado por vampiros... pero organizados de manera civilizada. Estuvo aquella idiotez de Ultravioleta, pero no cuenta como antecedente válido. Aquí los Spierig han hecho los deberes y han construído un mundo fascinante. Individuos que viven sólo de noche, toman café con sangre, tienen autos con vidrios polarizados y complejos sistemas de navegación para conducir de día, granjas en donde miles de humanos son mantenidos apenas con vida para ser drenados constantemente de su sangre, y una generación de mutantes que ha aparecido debido al consumo de otros tipos de sangre - incluso la de otros vampiros -, lo que provoca horribles cambios. Como los humanos se están extinguiendo - los de las granjas y aquellos que son cazados -, la raza vampírica se enfrenta a su hora final: si el hambre no los mata, lo harán los mutantes generados por su propia raza - es como si la sangre humana les hiciera conservar su humanidad -. Mientras pintan semejante universo, Daybreakers es apasionante. En cambio, cuando se trata de la historia en sí, el filme termina por ser un poco más genérico. Es el típico conflicto de intereses creados, con un tipo que descubre la verdad, gente que quiere silenciarlo y las persecuciones propias de este tipo de historias. Hay detalles innovadores propios del universo que los Spierig crearon - como una persecución de autos con ventanillas tapialadas, y los disparos en los vidrios que dejan pasar rayos de luz que van quemando al protagonista -, y a esto se suma una dosis abundante de gore. En particular la escena del testeo de la sangre artificial resulta tan gráfica que termina por dejar a la platea empapada en hemoglobina. Cuando los Spierig deben mostrar la ferocidad de los vampiros, no escatiman en carnicería. El otro punto flojo es el tema de la cura del vampirismo, que resulta siendo algo caprichoso. Es como si los chupasangre volvieran a ser humanos si toman dosis moderadas de sol, pero no es una explicación que suene muy lógica que digamos. Aún así, uno le termina por perdonar ese Deux Ex Machina al filme ya que hace méritos de sobra con el resto de la historia. Daybreakers es una reconceptualización fascinante del mito vampírico. Intelectualmente es sci fi sólida; como vehículo de acción es muy entretenido, y el ritmo es intenso y no decae nunca. Y como filme de horror, cumple con lo que promete. Definitivamente creo que es uno de los mejores filmes fantásticos del 2010 que comienza.
La sangre mancha La idea de un mundo nocturno dominado por vampiros que beben la sangre de una raza humana en extinción convive en esta película de los hermanos Spierig con la colección completa de horrores conocidos. Parece que la melancolía pop de seres condenados a vivir de noche o a moverse por túneles bajo la ciudad no justifica los grandes presupuestos. Así, en vez de una variante adulta de la bellísima Criaturas de la oscuridad, lo que ofrece Vampiros del día es más de la misma hemoglobina edulcorada. Ni el bueno de Ethan Hawke ni el malo de Sam Neill pueden hacer demasiado para cambiar el curso de las cosas. Una vez que la historia es lanzada por las vías convencionales, avanza a toda velocidad impulsada por la inercia de llegar adonde se supone que debe llegar: el país de ninguna parte de los guiones inocurrentes. Estamos en el año 2019. Los vampiros padecen hambre. Casi no quedan humanos sobre la Tierra. Y aún no fue inventado un sustituto estable de la sangre. Hawke es un hematólogo. Trabaja para la corporación que controla los alimentos para vampiros. La situación es desesperada porque algunos han empezado a suicidarse exponiéndose al sol y otros se muerden a sí mismos y degeneran en horribles murciélagos gigantes antropomórficos llamados “deformes”. El hematólogo no se siente bien con sus colmillos. Busca algo mejor que una vida eterna bajo las estrellas. Busca algo superior a su destino personal. Pero es evidente que los hermanos Spierig no tienen noción de lo que puede ser una búsqueda absoluta, como si lo máximo que hubiesen buscado en sus vidas fueran las llaves del auto, porque se revelan incapaces de transmitir en las acciones y en las palabras de su protagonista cualquier clase de angustia existencial. Por suerte para ellos Hawke nació con la más bella cara depresiva a la que puede aspirar un actor y su tristeza de vivir es una carga genética, un sentimiento incorporado a su cara como una segunda piel. Mientras la historia sólo le exige que se muestre en estado de coma ambulante, el equilibrio más o menos se mantiene, pero cada vez que es necesario pasar a la acción, los engranajes fallan y el drama se convierte en un espectáculo irrisorio. La inconciencia de los Spierig se vuelve mala conciencia cuando en la escena de ejecución de los “deformes” las imágenes evocan a los judíos encerrados en los campos de concentración caminado en fila hacia las cámaras de gas.
Salgan al sol Daybreakers se presenta con una interesante y típica premisa sobre los ya muy explotados tópicos vampirezcos, aunque esta vez visto desde una perspectiva corporativista, correlato social y fuertes guiños al cine de clase B. El núcleo desde el cual se construyen los personajes es bastante trillado, pero se rescatan las actuaciones de Ethan Hawke, Claudia Karvan, Sam Neill y en un lejano segundo puesto William Dafoe, aunque el personaje más interesante para analizar es el del hermano del protagonista (Michael Dorman), que escapa de los convencionalismos estereotipados en los que se apoyan los hermanos Spierig -directores y guionistas de esta obra-, para desenvolverse en un ir y venir constante entre las dos realidades que atañen a la situación planteada en el film. Es así como nos encontramos con elementos de acción sofisticados para lo que acostumbran estas propuestas, como por ejemplo la escena de "la carnicería transformadora" de los minutos finales, o -tal vez la mejor escena de la película- la original "ejecución" a los híbridos por parte de los soldados que defienden esa entidad que suple sin cuestionamientos la posición gobernante en la estructura política tan bien jerarquizada a modo de alegórica crítica social en la trama (los hambrientos bajo tierra, los descentes en la superficie, y en el medio la adaptación a esa transición por la que se pasa ante el dilema de la cuestión). Aquí no tendremos presidentes, sindicalistas, ni pobres desamparados, pero sí contaremos con un jefe de corporación bien maquiavélico (Neill), los que se revelan al sistema y el modo de vida (Hawke, Karvan y Dafoe), y finalmente los sedientos de sangre que desconocen los avances científicos que revelarían cuál es la cura (palo a los negocios farmacéuticos). Más allá de los prototipos obvios en la formación del guión, las vueltas de tuerca "inesperadas" que aún así son muy predecibles, los típicos entes protagónicos para el desarrollo del film, y el hecho de que este servidor no quiere saber más nada de vampiros por unos años por culpa de una insistencia temática del 2009 que llevó al hartazgo, se pasa el rato viendo las secuencias de acción mencionadas, el buen maquillaje, las grandes dosis de hemoglobina y un justo metraje enmarcado en una pintoresca y correcta banda sonora. Lo único que queda por saber es qué llegará primero: el video juego o la segunda parte.
En los últimos tiempos, se viene subrayando la sobreabundancia en Hollywood de películas post apocalípticas. Cada una de ellas se encuentra enmarcada en un género distinto, lo que hace que no nos encontremos con una serie de películas que se pisan entre sí, aunque posean muchos puntos en común. Cuando una temática se pone de moda, ésta se despliega en el cine a través de distintas fórmulas. Así, podemos encontrarnos con un mismo tema central en el cine de terror, en el de catástrofe o en los dramas familiares, aunque lo más común es encontrarnos con películas que, si bien se instalan en una fórmula o género en particular, saben jugar con varios géneros en simultáneo. Si el cine americano genera una serie de películas basadas en el mismo tema, o con los mismos parámetros genéricos, es porque el público lo demanda. Si surgen muchas películas de terror, thrillers paranoicos o films bélicos, es porque la sociedad se encuentra viviendo una realidad particular que habilita este tipo de películas. Concretamente, esta clase de films aparecen en abundancia porque el pueblo norteamericano (y, por correspondencia, la sociedad occidental, que consume tanto o más cine americano que el público local) vive en estado de permanente miedo, al terrorismo, a la delincuencia o a la amenaza del momento, y porque consumen la guerra desde un lugar más o menos crítico. De la misma manera, el cine post apocalíptico ha aflorado en los últimos años porque la sociedad ha comenzado a tomar consciencia del daño que le produce al planeta y a otros seres humanos. Aunque esto no aparezca como causa en muchas de las películas que describen el fin del mundo, y pese a que este fenómeno puede manifestarse en acontecimientos fantásticos, totalmente alejados de la realidad, es precisamente este grado de fantasía, o este distanciamiento de las causas reales, el que mejor describe alegóricamente el horror del mundo en el que vivimos. El cine de vampiros puede asociarse al de los zombies o muertos vivos. Independientemente del origen de ambos fenómenos pesadillescos, tanto uno como el otro apelan a un horror basado en la transformación del ser humano y en el canibalismo que ello conlleva, en pos de la supervivencia del sujeto transformado. El vampirismo de Daybreakers es un primo gótico de los zombies de George Romero. Romero no sólo ha iniciado un fenómeno híper reproducido por el cine americano, sino que, con las sucesivas secuelas, ha sabido llevarlo al terreno más evidente de la alegoría social. Daybreakers no pretende apelar directamente al discurso ideológico, sino entregarnos un thriller acabado. Pese a esto, aquí hay un claro componente alegórico. A diferencia de Romero, que ha ido transformando la figura de los zombies, hasta constituirlos como marginales en busca de la dignidad que el hombre promedio les arrebató, en Daybreakers los vampiros han llegado a ser mayoría y los pocos seres humanos no transformados, los marginales que custodian su condición de sujetos no alterados mientras intentan revertir la terrorífica norma. Sin dejar de privilegiar su condición de producto de entretenimiento,Daybreakers no esquiva su evidente línea discursiva. Basta ver una de las escenas más terroríficas del film para convencerse de esto. En ella, un grupo de soldados vampiros atacan vorazmente a otros reconvertidos en humanos, y con esa acción terminan volviendo a su condición de sujetos normales, pero de esa manera, también se convierten en presa de otros que aún se mantienen como vampiros, hasta terminar todos arrasados por su espantosa antropofagia. Los protagonistas, un vampiro que lucha por volver a la normalidad y un grupo de resistentes humanos con los que se alía, observan azorados esa escena, y tanto ellos como el espectador entienden que esa acción es la máxima expresión del discurso del film, que no necesita más que escenas como esta (o como aquella en la que el villano de turno, el vampiro interpretado formidablemente por Sam Neill, ataca a su hija para convertirla en un vampiro más), para subrayarnos la manera en que el ser humano ha llegado a aniquilar al prójimo para su propia supervivencia o su bienestar. Esta idea, horrible pero cierta, es la principal que se desprende de un film que sabe ser tan elegante como siniestro, y brillante en su composición del universo post apocalíptico en el que se mueven los personajes, con ajustadas interpretaciones de Ethan Hawke y de Willem Dafoe, quien, sorprendentemente, interpreta a un resistente humano, cuando uno podría haber augurado que, previsiblemente, formaría parte del grupo de vampiros. Daybreakers, con su inteligencia a la hora de construir un poderoso film de género que excede las fórmulas para definir un complejo relato alegórico, es la mayor sorpresa en lo que va del año, y un gran antecedente en la brevísima carrera de los jóvenes hermanos Spierig.
Vampiros del día…o cómo Matrix se encuentra con Tarantino en un film con destellos del cine negro. Y es que los hermanos Spierig conjugan tres géneros cinematográficos: el futurismo, el gore y el noir… y para los que soportan esta clase de cócteles, sale bastante airoso. El año es 2019 y casi toda la población mundial se ha convertido en vampiro. Los autos, las casas, la ciudad, todo está adaptado para el estilo de vida de los bebedores de sangre. Sólo hay un problema y es el de la alimentación: ya casi no quedan humanos para abastecer a la población vampírica. En este contexto, Edward Dalton (Ethan Hawke), un vampiro hematólogo no muy feliz con su condición de no-muerto, busca un sustituto para la sangre humana. Su proyecto es financiado por la empresa de Charles Bromley (Sam Neill), aunque su motivación es la potencial ganancia económica y no la extinción de ninguna de las dos razas. Encontrar una salida a este desabastecimiento es imperativo, ya que debido al hambre, algunos vampiros beben su propia sangre, degenerándose tanto física como mentalmente – se convierten en una especie de murciélagos gigantes (claramente no es lo más original del film). En medio del creciente caos urbano, un grupo de humanos rebeldes liderado por Audrey Benett (Claudia Karvan), contacta a Dalton alegando tener la cura al vampirismo. Como prueba de ello aparece el personaje de Willem Dafoe (Lionel ‘Elvis’ Cormac) un ex humano-ex vampiro-nuevamente humano. Obviamente, ayudar a estos mortales a escapar es visto como una traición, por lo que Bromley manda al propio hermano de Edward, Frankie Dalton (Michael Dorman), a perseguirlos. Dos cosas llaman la atención en este film, aparte de toda la sangre que salpica la pantalla. Una es la construcción del personaje de Ethan Hawke al estilo de un héroe-antihéroe del film noir. Todo, desde su vestimenta, los espacios que lo rodean plagados de sombras y el humo de sus cigarrillos, la sociedad violenta, cínica y corrupta en un clima generalizado de pesimismo fatalista es una reminiscencia de este género de mediados del siglo XX. La otra cosa que llama la atención son las similitudes entre Daybreakers y Matrix de los hermanos Wachowski. Vamos a hacer de cuenta que las coincidencias son citas y no plagio, porque la imagen de máquinas que se dedican a extraerles a los humanos la esencia carmesí es muy conocida como para alegar inocencia. Incluso el final, con la voz del protagonista interpelando a otros ciudadanos, pero también en un guiño al espectador es casi textual el final de Matrix. Así y todo, resultan interesantes estos puentes que se tienden entre el pasado y el futuro. De hecho, los mejores films de ciencia ficción recurren a la mitología, dado que comparten muchas características. Y no es casual que tanto la ciencia ficción como la mayoría de los mitos (incluyendo, por supuesto, la mitología vampírica) tengan en común la pregunta por la humanidad (no es, acaso, el vampirismo una forma de pensar lo humano desde el lugar de lo monstruoso, ya sea como un exceso o como una carencia de humanidad. En definitiva la medida siempre es el Hombre) Sobra decir que no es un film para cualquiera, que no a todos los que les guste el género vampírico les va a parecer genial, ni a todos los que les guste el gore les va a satisfacer. Sin embargo, los hermanos Spierig llevan a cabo decentemente esta experimentación genérica. No se convertirá en una película de culto como probablemente suceda con la sueca Criaturas de la Noche (basada en el libro de John Ajvide Lindqvist, "Déjame entrar") pero tampoco es la peor película de vampiros de la historia del cine.
SANGRE FRESCA Es el año 2010 y una euforia causada por la injustamente exitosa saga TWILIGHT (Crepúsculo) ha puesto de moda a los vampiros nuevamente. Los colmillos, la piel pálida, la inmortalidad pero sobre todo el amor eterno son ahora cosas que escuchamos, vemos y leemos a diario en cine, Tv, internet, libros y hasta en almohadas (¡!). Pero estos chupasangres ya no son las temibles bestias nocturnas sedientas de sangre que recordamos de joyitas como DRACULA (1992), DEL CREPÚSCULO AL AMANECER (1996), VAMPIRES (1998), UNDERWORLD (2003) y 30 DAYS OF NIGHT (2007). El amor de Edward y Bella ha convertido a los vampiros en seres cursis, románticos, inmunes al sol y vegetarianos, y todo lo cool y temible de estas criaturas se ha perdido en un mar de hormonas. Por suerte, un brillo de esperanza nos recuerda porqué nos fascinan tanto estas criaturas de la noche. Ese haz de luz se llama DAYBREAKERS: VAMPIROS DEL DÍA (2009), el nuevo film de los hermanos Spierig (UNDEAD). En la ficción es el año 2019 y una plaga ha convertido a la mayor parte de la humanidad en vampiros. La sangre escasea y, mientras se cultiva humano para sobrevivir, un investigador llamado Edward (Ethan Hawke) intenta encontrar un sustituto de alimento para poder salvar a la humanidad. Con caos en las calles debido a la escasez, Edward se unirá a un grupo sobreviviente de humanos rebeldes y juntos intentarán hallar una cura para detener a los chupasangres. La batalla entre la humanidad y la inmortalidad comienza. Con una idea más que interesante, una atmosfera opresiva, una leve crítica al gobierno y buenas actuaciones, DAYBREAKERS es una fresca y original película de vampiros con algunos toques de ciencia ficción que nos recuerdan a MATRIX o GATTACA, pero que al mismo tiempo cuenta con varios de los elementos clásicos del sub-género. Aunque no logra aprovechar todo su potencial, el film cumple su cometido al entregarnos algunas escenas perturbadoramente geniales (la introducción con el suicidio de la nena, los campos de cultivo de humanos, los “deformes” encadenados arrastrados hacia la luz del sol, Edward tratando de convertirse en humano, los soldados devorándose entre sí), maquillajes alucinantes, altísimas dosis de gore y muchos litros de sangre. La película no tiene tanta acción que digamos y algunas ideas no cierran del todo y no terminan de explicarse, sin embargo el trío de actores compuesto por un siempre correcto Ethan Hawke, un creíble Sam Neil y un bad-ass William Dafoe (Elvis, el mejor personaje de la película), una buena dirección y un acertado desarrollo de la historia y de los dialogos encaminan el film hacia un inesperado final abierto que da pie a una secuela que esperemos que algún día hagan. En una época de adolescentes melancólicas que aspiran al amor eterno por suerte contamos con buenos films como DAYBREAKERS (2009) que nos recuerdan de qué están hechos los vampiros y que nos ponen los pelos de punta y nos revuelven el estomago con momentos de violencia, sangre y brutalidad extrema. Pero más allá de eso es una interesante reinvención del sub-género vampírico, una vuelta a los tradicionales chupasangres y una buena historia en la que sus personajes, a diferencia de la cultura actual, no aspiran a la inmortalidad sino todo lo contrario, a aquello lo que nos hace humanos: la mortalidad. En otras palabras, en tiempos en que todos quieren ser vampiros ellos, los transgresores del día, solo quieren ser humanos. Iluminen la oscuridad.
VideoComentario (ver link).
En el 2017 (es decir dentro de apenas 7 años) una rara plaga ha transformado a una parte de la humanidad en vampiros, y la sangre humana es el faltante para poder alimentarse. Un científico trabaja para poder encontrar la formula de reemplazar a la sangre humana y evitar el deterioro físico de ellos. Al tener algunas experiencias con humanos el científico (Ethan Hanke) se une a ellos encontrando lo que buscaba y así poder luchar contra el vampirismo. Para los amantes de las historias de vampiros es una producción con mucha acción y una historia que atrapa. Las escenas sangrientas no faltan y hay para entretenerse hasta el final del relato dentro de las reglas del juego y los códigos que caracterizan a esta temática. Muy bien dirigida, con adecuados efectos especiales y sonoros, apropiado tratamiento de la fotografía y un plantel interpretativo que asume sin esfuerzo la encarnadura de los personajes, seguramente lo hacen de Daybreakers, vapìros del día” en un producto a satisfacción para los fanáticos de del vampirismo fílmico.