Por qué nos has hecho de nuevo esto Oliver? La idea original no es mala. En tiempos actuales donde es de conocimiento público que el sistema capitalista en Estados Unidos se derrumbó, teniendo el Gobierno estadounidense que hacerse cargo de los déficits de bancos privados y realizar un salvataje de subvenciones inaudito, la idea de revivir en un guión al personaje de Gordon Gekko (Michael Douglas), un economista de Wall Street que ha pasado 8 años de su vida encarcelado luego de una jugada de un novato que en el anterior film lo hundió originando una investigación sobre las malversaciones que el as del sistema financiero realizaba, no es tarea fácil. Allan Loeb se encargó de guionar tras su experiencia en las finanzas y acercó el proyecto a Stone, quien vió que el personaje de Gekko podría cobrar vida de nuevo. Como nuevo novato entra el actor Shia La Beouf, muy mal casteado para este rol, poniéndose al hombro nuevamente otro film, él es el eje, argumentalmente, encima de haberse puesto de novio con la hija de Gekko (Carey Mulligan, nominada al Oscar por su notable actuación en Enseñanza de Vida) tambien resulta ser un dotado para trabajar en la Bolsa Bursatil. Completa el cast el inefable Frank Langella, el disfrutable Eli Wallach, Josh Brolin (quien ya ha trabajado con Stone en W., en el rol de George W. Bush Jr.) y un cameo de Charlie Sheen. Wall Street 2, falla en querer agregarle un sentimiento extra al inescrupuloso Gekko, conseguir nuevamente que establezca consejos financieros en sus diálogos como fueron los antológicos de la anterior, aquí se nota forzado, Michael Douglas en su interpretación ha perdido parte de su hostilidad y vehemencia, su interpretación culmina reconstruyendo el original y recordado personaje. Hay algo de Stone que me hace ruido hace rato y es el sentimiento de que algo en su actitud detrás de la cámara se ha perdido, exceptuando el film W.. Sus relatos ya no son lo envolventes, crudos y directos como solían serlo. El mostraba una realidad y no un cuento de hadas como éste. El film fue presentado en HD, en la gran sala Lumiere, la cual posée una inmensa pantalla como las que solia haber en el centro de Buenos Aires, con una acústica aprovechable para los nuevos formatos de sonido con surrounds, un ejemplo de cómo poder ver un film apreciando elementos que en otras salas se pierden, no se valoran, no están presentes.
Las Burbujas se Pinchan muy Fácilmente “La codicia es buena”. Esta frase no solo es el leit motiv de la primera Wall Street (1987) sino que ahora es la línea argumental que parece defender Oliver Stone, el director la ¿saga? Porque por un lado, el director de JFK da vueltas por Sudamérica con la bandera chavista, moralista y kirchnerista, pero por el otro, a la hora de concretar un proyecto de ficción, revive a uno de los mejores personajes creados en su etapa más inspirada, contestaría y crítica de su filmografía: Gordon Gekko, inmortalizado en una merecida actuación ganadora del Oscar, por Michael Douglas. O sea, decide lucrar con una segunda parte. Y todos sabemos que no hay símbolo que represente más al imperialismo y capitalismo, que la repetición de una fórmula. Oliver Stone se contradice con lo que critica en sus documentales. Está bien. Las circunstancias políticas y económicas de la crisis financiera de octubre del 2008 daban el contexto perfecto para que Stone monte a un viejo vaquero de Wall Street como Gekko en la posición de líder del pelotón de la historia. Esta vez no está Bud Fox (Charlie Sheen, aunque hace un cameo que lo emparenta más al personaje de Two and a Half Men) sino Jacob Moore (Le Beouf) un inteligente corredor de una empresa accionista liderada por Lou Zabel (Langhella), mentor de Jacob. A su vez, éste se va a casar con Winnie, la hija de Gekko, que tiene un portal de Internet de izquierda. Sorprendentemente la película empieza de forma ágil, dinámica, divertida y atrapante, con reminiscencias al film original inclusive con las panorámicas de Nueva York y la tipografía de los títulos. Utilizando una edición multicámara, diálogos rápidos e ironía, Stone nos sitúa en el mundo donde vive Jacob. Pasará la primera gran caída de la bolsa y un hecho particular para que Jacob salga a buscar a Gekko como consultor financiero… a cambio le da la oportunidad de reconciliarse con su hija. La primera hora transcurre entre fluidos e interesantes diálogos propios de las bolsas de comercio informando acerca de la manera en que se manejan los negocios al espectador ignorante. Las compras, ventas, las trampas que se van poniendo uno a otro, para generar más y más dinero. La película va creciendo en magnitud a medida que pasan los minutos como una burbuja que se va inflando paulatinamente. Justamente, esta es el elemento simbólico que predomina: la burbuja. Stone mezcla la preocupación por el medio ambiente y el petróleo con los negocios en las oficinas. Visualmente es muy atractiva, el director hace uso y abuso de los susodichos multicuadros, iris, infografías científicas, etc pero lo que prevalece especialmente son las interpretaciones: por primera vez puedo decir que Shia Le Beauf ha madurado. El rol le viene como anillo al dedo, al contrario de lo que pasaba en la última Indiana Jones, donde nunca se lo vio cómodo y lejos del estereotipo de adolescente fracasado de Transformers o Paranoia. Reemplazando a Sheen, logran un trabajo convincente a lo largo de toda la película, sin momentos efusivos, sobrio, concentrado. Por otro lado, también se destaca nuevamente Josh Brolin como el magnate inescrupuloso del que se quiere vengar Jacob. Y Frank Langhella hace uno de los mejores personajes y actuaciones de su carrera en los pocos minutos que aparece en pantalla. El problema de la película no es el aspecto crítico o político, donde siempre Stone se sintió fuerte, sino el lado sentimental que le decidió imprimirle, el perfil humanizador que se va impregnando a lo largo de la segunda hora, cuando mayor relevancia tiene Gordon Gekko. El conflicto que tiene con su hija es demasiado clisé y cursi. Aunque Mulligan hace lo posible por no desbordarse, tampoco parece muy cómoda en el personaje. En cambio Douglas, parece repetir el personaje de El Hombre Solitario y no al Gordon Gekko original. La cárcel lo modificó, de acuerdo. No sabemos donde empieza el empresario manipulador y donde un hombre que lo perdió todo, y se dio cuenta que el dinero no es “todo” en la vida. El final es bastante absurdo, las conflictos se resuelven de forma fácil y rápida, pero lo más extraño es el carácter romántico y sentimental que toma el argumento. Como si Stone se hubiese dado cuenta que siempre fue demasiado duro y cínico, y ahora a los 63 años ha decidido darle mayor preponderancia al romanticismo, a la esperanza de que la juventud puede cambiar el mundo, es más honesta y piensa en la ecología y el medio ambiente Pero lo más imperdonable en Stone, es que ahora perdona a los codiciosos. Para Stone ahora la “codicia es realmente buena”. Sí, el director que se pone la camiseta bolivariana decide no pegarle duro a los “pobres” magnates de Wall Street. ¿Dónde está el Oliver Stone combativo, anárquico, crítico?. Quizás metido en una burbuja. Pero las burbujas son fáciles de pinchar. Douglas volvió a sus mejores trabajos. Si bien no se destaca tanto como en El Hombre Solitario, encara nuevamente a Gekko con naturalismo. No es una caricatura pedante, sino un hombre de verdad con virtudes, emociones e ingenio. Sin un gesto de más, no se pone al hombro la película, pero logra empatizar con la película. El “maestro” Eli Wallach sigue tan enérgico como siempre a los 95 años. También aparece un cómico veterano como Austin Pendelton en un rol menor, y Susan Sarandon (nuevamente con Douglas en un mismo año) en una interpretación un poco sobreactuada y desaprovechada. En conclusión, Wall Street: El Dinero nunca Duerme no tiene el carácter transgresor de la primera parte, Stone utiliza muy bien los recursos cinematográficos (montaje y la fotografía de Rodrigo Prieto) al principio pero se los olvida al final. Se ata a un guión demasiado acartonado, no profundiza demasiado en los planteos iniciales y toda la crítica capitalista termina siendo banalizada. Si bien, se deja ver, es el elenco, el que termina por justificar el precio de la entrada. Una lástima.
El regreso del tiburón de las finanzas A 23 años del film original ("clásico" paradigmático sobre la generación yuppie), Michael Douglas -quien ganó el premio Oscar al mejor actor protagónico en 1988 por el recordado papel del despiadado financista Gordon Gekko- regresa en esta secuela que aprovecha la reciente explosión de la burbuja financiera para ofrecer una crítica a la codicia / avaricia / especulación / deshumanización / manipulación por parte de las grandes corporaciones bancarias. Oliver Stone -un director ubicado lo más a la izquierda que Hollywood puede permitirse hoy en día- entrega un producto bienintencionado y bienpensante, correcto en su realización (con algunos destellos visuales a la hora de mostrar a la Manhattan contemporánea cortesía del talentoso DF mexicano Rodrigo Prieto), pero al mismo tiempo algo elemental y previsible. Douglas comparte esta vez el protagonismo con un joven broker interpretado por Shia LaBeouf, cuya pareja es la hija del propio Gekko (Carey Mulligan), que representaría algo así como la inocencia, la avidez y la nueva sangre que contrasta con la experiencia de alguien curtido, que "está de vuelta", como el viejo tiburón de las finanzas. En el arranque del film, Gekko sale de la cárcel en 2001 luego de haber cumplido una sentencia de ocho años. Más tarde, vuelve a concitar el interés de los medios y de la opinión pública con la publicación del libro ¿Es buena la codicia? y, de a poco, va regresando al mundillo de Wall Street. Mientras expone los desmanejos y la soberbia de los principales ejecutivos, como el que encarna Josh Brolin (hay citas bastante directas al colapso de Lehman Brothers), el film se concentra en la relación mentor-discípulo entre Douglas-LaBeouf, en el conflictivo vínculo entre el protagonista y su hija marcado por la culpa de él y los reproches de ella, y permite que grandes intérpretes como Frank Langella, Susan Sarandon, el veterano Eli Wallach y Charlie Sheen (otro que había estado en la película original de 1987) puedan exprimir al máximo sus pocos minutos en pantalla. Demasiado "culpógena" y autoindulgente, con una vuelta de tuerca "humanista" incluso en el personaje "malvado" de Gekko, Wall Street: El dinero nunca duerme termina siendo más demagógica (por momentos, demasiado cerca del sermón) que punzante, más políticamente correcta que cínica y despiadada. Dice unas cuantas verdades, es cierto, pero el film no logra trascender una medianía que no irrita, pero tampoco entusiasma demasiado. -
Gekko is back Cuando se estrena la segunda parte de un clásico uno se preocupa. Cuando se estrena la segunda parte de una película que a uno le gustó mucho, uno tiembla. Ambas cosas suceden con Wall Street: El dinero nunca duerme (Wall Street: Money Never Sleeps, 2010), ahora utilizando la crisis financiera de EEUU del 2008 de contexto y Gordon Gekko (Michael Douglas) tratando de adaptarse a los nuevos tiempos. Año 2000, Gordon Grekko sale de prisión luego de cumplir una extensa condena y nadie aguarda por él afuera. Ocho años después, y enemistado con su hija que no quiere verlo, tratará de engatusar al novio de ella, un joven corredor de bolsa, para reinsertarse en el mundo de los negocios. Wall Street: El dinero nunca duerme trae de nuevo al personaje de Gekko y el mundo del capitalismo salvaje a la pantalla, esta vez, para explicar no los códigos del sistema como en la primera parte, sino para fundamentar los motivos de la crisis financiera que vivió los EEUU con el colapso de la bolsa al final del Gobierno de Bush. Para hacerlo, nos trae a una gama de personajes funestos, con Josh Brolin a la cabeza y un correcto Frank Langella, conformando una “mesa redonda” en la cual los dueños de los bancos –corporaciones- deciden los pasos a seguir en un extraño cuarto de reuniones. En este aspecto, el film mantiene el peso que supo hacer un clásico de Wall Street (1987), grandes y memorables frases que resuenan en el oído del espectador acerca del sádico juego de las finanzas. Pero como aquella primera película, no deja de tratarlo como un juego, quitándoles culpas a los jugadores. Así es que Oliver Stone, aprovecha para hacer MEA culpa en nombre de los EEUU de América, aceptando el error cometido en el default pero salvando a sus progenitores de mala intencionalidad al respecto. Sus escenas finales parecen decirnos nos equivocamos porque somos humanos y todo sigue su curso. A favor, la originalidad para “adaptar” una historia ochentosa por donde se la mire al nuevo milenio. Desde el gigante celular que Gordon tenía en 1987 hasta la música reversionada sobre los títulos de crédito, pasando por un cameo de Charlie Sheen. Todo para convertir el mundo yuppie de la primera película en una familia disfuncional en la actual. Wall Street: El dinero nunca duerme sobrevive de esta manera al naufragio, pero la tormenta continúa.
Gordon Gekko, rol que le valió a Michael Douglas un Oscar en 1987, es considerado uno de los mejores villanos del cine y uno de los personajes cinematográficos más importantes de la década del ´80. Este regreso con Wall Street 2 brinda una continuación entretenida y muy bien realizada, pero que apenas tiene el impacto y la fuerza del film original. La primera entrega es un clásico. Esta segunda parte ni cerca está de lograr la misma repercusión. Oliver Stone presenta una película dinámica donde vuelve a trabajar con un gran personaje conocido en un contexto diferente, que en definitiva es lo que genera la atracción principal en esta propuesta. El problema de la secuela es que el film decae en la última parte cuando Stone se propone redimir a Gekko de un modo similar a lo que hizo Francis Ford Coppola con Michael Corleone en El Padrino 3. El final Disney que le dieron a la historia justamente genera que la secuela quede como un film menor comparado con la trama original de 1987. Cuando Gekko se ablanda y se pone sentimentalista pierde su encanto porque se ve totalmente forzado. Es un giro hollywoodense que se podía haber evitado. Especialmente cuando el espectador sabe claramente que el tipo es un soberano garca que no tendría reparos en joder a su familia para saciar sus ambiciones personales. Un tipo como Gekko no cambia de la noche a la mañana por pasar un par de años en la cárcel o por recibir una buena noticia familiar. De hecho, los mejores momentos de este film tienen lugar cuando vemos al Gordon Gekko que conocimos en el pasado volver a las andadas nuevamente sin ningún tipo de escrúpulos. Este gran personaje interpretado por Michael Douglas y el melodrama no van de la mano y ahí reside el punto más débil del film. Dentro del reparto Shia La Beouf presenta un trabajo convincente como protagonista, pero quien se roba el film en más de una escena, al margen de Douglas, es Josh Brolin. La fotografía de Rodrigo Prieto (Amores Perros) es uno de los grandes aciertos de Wall Street 2. Stone la pegó con semejante colaborador y la verdad que la ciudad de Nueva York se luce de manera espectacular. Pese a no tener el mismo entusiasmo de la primera, el nuevo trabajo de Stone es un film bien hecho que por lo menos logra mantenerte enganchado para ver como se resuelve la historia.
El regreso del gurú de las finanzas Stone y Douglas vuelven a hacer de las suyas. Gordon Gekko es el nombre que en el imaginario de la cultura popular estadounidense pasó a representar la década del ’80 y sus excesos, el capitalismo salvaje y la búsqueda obsesiva del beneficio económico. Aún más que Ronald Reagan, o quienes colaboraron con esos turbios manejos económicos de esa época (que hoy parecen juegos de niños), Gekko y su frase célebre (“la codicia es buena”) pasaron a sellar esa década a sangre y fuego. Y en cierta medida, lo mismo se puede decir de Michael Douglas, actor que antes y después de ese filme se convirtió en el símbolo de una sociedad que se mostraba ambivalente y confundida. Ahora, circunstancias económicas mediante, Gekko/Douglas ha vuelto. Y cuando sale de la cárcel, al principio del filme, da la sensación de que sí, se trata de una reliquia del pasado: con su celular antiquísimo y un aspecto desmejorado respecto al de sus épocas de gloria. Pero, como si la hecatombe económica lo llamara, la economía estaba por volver a caer y él estaba allí para, bueno, se verá para qué … Gekko es una figura secundaria en esta historia, como también lo era en Wall Street (1987), cuyo protagonista era Charlie Sheen. En esta secuela que llega 23 años después de la original, el joven ambicioso que se mete en un mundo de negocios tan tentador como tambaleante es Shia LaBeouf. El joven actor encarna a Jake, empleado de una firma de Wall Street con el conocimiento, la obsesión y los contactos como para jugar fuerte en un mundo donde cada vez se apuesta más y las caídas pueden no tener fondo. Jake está casado con Winnie (Carey Mulligan), que no es otra que la hija de Gekko. Si bien la chica no se habla con el padre por sus “delitos ochentosos” no tuvo mejor idea que elegir para su vida a alguien con similares obsesiones y universo. No sólo eso, sino que Jake idolatra a su mítico suegro. Cuando Gekko regresa al mundo, dando charlas universitarias y publicando libros para sobrevivir, busca reencontrarse con su hija y, al hacerlo, conocerá a Jake y se adentrará en el nuevo estado de cosas de Wall Street. Y, claro, será más fuerte que él empezar a mover las fichas. El filme de Stone planteará la duda de si Gekko salió cambiado de la cárcel y ayudará a su familia o si volverá a hacer de las suyas. Con su ritmo trepidante, diálogos ácidos y furiosos y una trama compleja de venta de empresas, bonos y paquetes accionarios que sólo podrá ser comprendida en su totalidad por economistas, Wall Street 2 funciona como entretenimiento, logrando hacer un paralelismo evidente entre aquella época y ésta al dar a entender que nada ha cambiado y que el sistema está ahora en su versión más salvaje. El drama personal es algo menos interesantes. LaBeouf no es un actor versátil y no es rival para Douglas (ni para Brolin, Wallach o Langella) que parecen comérselo crudo. Sin “marcar” la época como el primer filme (que tampoco era una obra maestra), el filme cumple con su objetivo. No debe haber muchas secuelas hechas un cuarto de siglo después de la original, con el mismo director y protagonista y que sigan mostrando con precisión el pulso de los tiempos que corren. ¿Será que finalmente nada ha cambiado?
El regreso del gurú de las finanzas En Wall Street 2 , Oliver Stone acierta en el ritmo pero falla en el tono dramático Veintitrés años después, y nada casualmente cuando el mundo todavía intenta sobreponerse a los nefastos efectos de la última burbuja financiera, Oliver Stone vuelve a Wall Street y trae consigo a un Gordon Gekko devaluado y envejecido, pero aparentemente recuperado gracias a los años que pasó reflexionando en la cárcel, mientras purgaba la pena que mereció por sus maniobras fraudulentas. Las cosas han cambiado bastante: la codicia ya no sólo es buena -como él mismo proclamaba en los viejos tiempos-: ahora es también legal. Y así andan sus ex colegas (o los herederos de éstos), enceguecidos por una voracidad que no les deja ver mucho más allá de su nariz y empleando cualquier estratagema, cuanto más inescrupulosa mejor, para deshacerse de cualquier competidor y asegurarse el manejo del dinero de todo el mundo. Mientras, Gekko (Douglas, a sus anchas), procura recobrar su lugar y su prestigio en el mercado. Todavía no se ha producido el crack que en 2008 generaría la crisis global que ha dejado maltrechas tantas economías, pero él la ve venir: lo dice en el libro que escribió tras el encierro y comprueba que si bien ha perdido sus afectos (su hijo murió trágicamente, su hija Winnie ni le habla), conserva la astucia y el carisma. Entre quienes resultan seducidos por su inteligencia está precisamente el novio de Winnie, también hombre de Wall Street, pero convencido de que puede triunfar promoviendo el desarrollo de energías alternativas. El muchacho (Shia LaBoeuf, verdadero protagonista), bien puede ser el puente para el reencuentro de padre e hija. Stone aplica el vértigo del thriller al vértigo de la Bolsa, convierte las áridas discusiones sobre finanzas en diálogos dramáticos, atiende al melodrama familiar (otras relaciones padre-hijo se ventilan en el relato), intercala aquí y allá su habitual dosis didáctica (incluidas animaciones tipo Power Point) y cuenta con un magnífico trabajo de Rodrigo Prieto en la cámara (son admirables las imágenes aéreas de Manhattan). Pero si el nervio de la primera parte -descriptiva de intrigas y venganzas en un mundo gobernado por el poder y el dinero- atrapa la atención aunque no diga nada demasiado nuevo, el brío declina cuando se centra en los vaivenes del drama íntimo, que resulta francamente ingenuo y forzado cuando llega la hora de arribar a un desenlace tranquilizador.
Un tiburón que ya no muerde como antes Más allá de la pintura sobre el mundo de las altas finanzas (incluida la crisis de 2008 disparada por la burbuja inmobiliaria), resulta notable cómo esta dilatada segunda parte elige hacer foco, fundamentalmente, en la relación sentimental de la pareja. Wall Street (1987) nunca fue la película más afilada o contundente en la carrera de Oliver Stone. Más allá de su autoproclamada fama de biblia del ethos yuppie, una revisión de sus supuestas bondades no confirma ese estatus, sino apenas en sus capas más superficiales. El realizador de Pelotón supo encontrar en otros títulos maneras más sofisticadas y profundas de reflejar algunas de las contradicciones de la sociedad estadounidense, como en J. F. K., por citar uno de los films más complejos, menos maniqueos de su filmografía. Vista hoy en día, la fábula de la joven promesa de Wall Street, el viejo tiburón de las finanzas y los males del dios Mercado no retratan tanto una época y una serie de prácticas económicas, sino más bien cierto imaginario popular (y populista) acerca de la especulación monetaria sin rostro y sus consecuencias sobre la faena cotidiana de millones de trabajadores. Como ocurrió muchas veces en el cine de Stone, las intenciones eran nobles, pero la puesta en discusión de esos ideales dentro de un formato narrativo quedaba atrapada en un bosquejo naïf, cursi incluso. Las razones por las cuales Stone sintió la necesidad de volver sobre ese universo sólo las conocen el realizador y su almohada. Lo cierto es que Gordon Gekko –protagonista absoluto del relato seminal, un villano tan entrador que terminaba devorándose al héroe interpretado por Charlie Sheen– está de vuelta luego de una temporada tras las rejas, dispuesto a tomarse en serio eso de las segundas oportunidades. O no tanto. Veintipico años más tarde, el personaje interpretado por Michael Douglas parece en Wall Street: El dinero nunca duerme un poco menos rabioso, algo más humano. Su hija Winnie (Carey Mulligan), con quien no mantuvo contacto luego de que una tragedia familiar enfriara las relaciones, está noviando con un “Wall Street boy” de nombre Jake (Shia LaBeouf). Situación que, previsiblemente, abonará el terreno para una comunicación familiar y de negocios entre el veterano y su yerno, poblada como corresponde de intrigas palaciegas, traiciones y venganzas varias que podrían haber servido de base para alguna obra de Shakespeare, de haber nacido algunos siglos más tarde. Por supuesto que hay un malvado titular, el magnate bancario encarnado por Josh Brolin, quien pasará de mentor a enemigo del muchacho, replicando en parte el arco dramático del film original. Pero no hay aquí reflexiones sesudas sobre las estructuras del poder y sus consecuencias sobre el alma humana; tampoco un intento de sátira. Más allá de la pintura sobre el mundo de las altas finanzas y los deseos de Stone por tomar contacto con la historia reciente –a mitad del film estalla la crisis de 2008 disparada por la burbuja inmobiliaria, de la cual todavía pueden sentirse los coletazos–, resulta notable cómo esta dilatada segunda parte elige hacer foco, fundamentalmente, en la relación sentimental de la pareja. Si en el ’87 Sheen era tentado en un principio por el dinero fácil, las chicas bellas y un poco de cocaína, a LaBeouf le van más las motos de alta gama y la estabilidad de la monogamia. ¿Signo de los tiempos? Tal vez. A tal punto la saga de reconciliaciones familiares termina devorándose el resto de los múltiples elementos del relato que Stone no puede evitar caer en algunos lugares comunes de la serie televisiva más rudimentaria, fundamentalmente en el último tramo (el epílogo de la película es, como mínimo, involuntariamente risible). Wall Street: El dinero nunca duerme puede ser vista como un divertimento ligero y hay pistas de que Stone va en busca de ello en la comicidad de ciertas escenas, en la inclusión de pequeños papeles para figuras como Susan Sarandon, Eli Wallach o Sylvia Miles, roles escritos para caer en el clásico casillero del comic relief, aquellos personajes que alivian la tensión dramática insuflando humor. Siguiendo esa lógica, la película no pide del espectador mucho más que algo de paciencia, entregando a cambio una historia con cierto ritmo, rasgo esperable de un experimentado narrador como Stone (ver Un domingo cualquiera, un film tenso, nervioso, visceral y terriblemente divertido). Pero el film no tiene mucho para decir sobre Wall Street y la especulación económica y bien podría transcurrir en el mundo de la industria farmacéutica o en el de los fabricantes de gomaespuma. Parafraseando la frase que cierra Irreversible, el largometraje de Gaspar Noé, Stone se contenta con sostener la idea de que el dinero todo lo destruye. Interesante tesis que exige ser diseccionada, no vociferada como macchietta ideológica.
Plata amarga El mundo ha cambiado desde los ochentas, pero la codicia y la vileza siguen haciendo estragos en aquellos seres donde habitan. Gordon Gekko (Michael Douglas) pasó varios años en prisión por delitos económicos que hoy parecen juegos de niños. En realidad a Gekko lo condenaron por demás para dar una señal, usarlo de ejemplo ante el sistema. Él lo sabe, y lo único que espera es tomar venganza. Por eso la aparición de Jake, un joven ambicioso y además pareja de su hija, le viene como anillo al dedo para recuperar el lugar que nunca debió haber perdido. El cineasta Oliver Stone se aprovecha de la reciente crisis financiera mundial, producto de la llamada "burbuja inmobiliaria", para poner a sus personajes en juego y darles un contexto realista desde el cual lanzar críticas al sistema. Algunas parrafadas del guión serán ininteligibles para el público neófito en materia financiera, pero el planteo cinematográfico donde los malos son bien señalados por el director y los bandos se marcan claramente, salvan la situación y hacen que la película tome los cauces clásicos de Hollywood. Stone elige un montaje expresivo, que remite a otras épocas donde los fundidos y las imágenes superpuestas daban agilidad al relato, y consigue su objetivo al conseguir que las poco más de dos horas de metraje sean entretenidas, aunque no rebosen originalidad. Michael Douglas vuelve a ofrecer la mirada de un Gekko ambicioso e impredecible, que encuentra en el joven Shia La Boeuf un buen contrapunto. En el elenco sobresalen las actuaciones de Frank Langella como el mentor de Jake, Josh Brolin que asume con comodidad el rol de nuevo villano del mercado y el veterano Elli Wallach, a quien Stone se permite además homenajear cada vez que suena el móvil de Jake y se escucha como ringtone la melodía compuesta por Ennio Morricone para "El Malo, El Bueno y El Feo". Hay sorpresas como el cameo del propio Stone y la participación de un viejo conocido de "Wall Street" de 1987. Por lo demás, no estamos ante una maravilla pero sí ante un filme de buena factura, en el que se privilegia sobre el final un discurso moral que tal vez no sea el buscado por los fans de la primera película.
EL TIEMPO ES DINERO Veintitrés años después del estreno de Wall Street, el director Oliver Stone y el actor Michael Douglas vuelven a reunirse para una reflexión acerca del universo de las finanzas y los dilemas morales en el mundo contemporáneo. Oliver Stone realizó en 1986 el film Salvador, revulsiva mirada sobre la intervención norteamericana en el extranjero, y entró en el mapa del cine como un cineasta polémico. Pelotón, su siguiente film, fue también de 1986 y se convertiría en un clásico del cine contemporáneo. Pelotón le permitió ganar a Stone el Oscar a mejor director, a la vez que el film ganó el premio al mejor film del año. Su mirada sincera, honesta y cruda sobre Viet-Nam lo convirtió en el cineasta del momento. Por su parte, Michael Douglas, había cobrado fama en los ‘70 por protagonizar la serie “Las calles de San Francisco”, junto a Kart Malden y tenía en su haber un Oscar por haber producido el film ganador del premio de la Academia Atrapado sin salida. Cuando Oliver Stone y Michael Douglas se unieron para realizar Wall Street, el director estaba en el punto más alto de su carrera y el actor aun no encontraba su identidad actoral. Para Oliver Stone, la película significaría la confirmación de su rol de cineasta crítico de la sociedad americana, para Michael Douglas sería el comienzo del esplendor de su carrera y la obtención de un Oscar al mejor actor. Ese mismo año Douglas haría Atracción fatal transformándose en un villano atractivo o un anti héroe que mostraba el lado oscuro del hombre contemporáneo. Sus personajes tenían algo poco usual en una estrella: vicios. Sexo, dinero, poder, todos corrían por el lado oscuro del sueño americano. Y aunque siguió haciendo personajes nobles, su celebridad la obtuvo por los films más ambiguos, a los que se les sumó más tarde Bajos instintos. Con la debacle del 2008 aun cercana se dio el momento ideal para que actor y director retomaran esta historia. Ya le decía Gekko a su protegido en aquel film: “el dinero nunca duerme”. Con esa idea, la nueva película se centra también en otro joven que busca ascender, aunque esta vez la cuestión se complica porque el ambicioso muchacho es el prometido de la hija de Gekko, quien a su vez no quiere tener vínculo alguno con su propio padre. Con esta premisa se delata algo: mientras que el cuento moral del primer film vuelve a repetirse (el muchachito aquí también disfruta la velocidad de las motos e, incluso, la agente inmobiliaria es interpretada por la misma actriz, entre otras varias semejanzas y conexiones), en esta historia asoma algo completamente nuevo. Gekko ha pasado varios años en la cárcel y otros tantos alejado de su hija. Y aunque sigue teniendo pasión por el dinero, comienza a darse cuenta del gigantesco valor del tiempo. Aquella estética visualmente moderna que el film intentaba plasmar para mostrar el vértigo tecnológico y la velocidad del mundo bursátil, aquí se potencia y multiplica, generando un despliegue que es un entretenimiento en sí mismo. También se repiten esos personajes mayores que representan el pasado, tanto los miserables como aquellos que mantienen la reserva moral en el mundo de la bolsa. Finalmente, hay que decir que otra novedad es el idealismo alrededor de la ecología, algo que también es propio de los tiempos que corren y que permite generar el conflicto en el protagonista más allá del tema familiar. El hecho de que Wall Street fuera éxito en su momento puede llevar a idealizar un poco aquel film, que en el fondo se parece bastante a esta segunda parte y cuyas limitaciones se parecen en muchos aspectos a las que podemos encontrar aquí. Aunque Stone se permite deslizar algunas ironías ácidas, también deja entrever su propia angustia frente al paso del tiempo. Finalmente Stone consigue mostrar cómo no importa cuanto tiempo pase, las cosas no cambian en el mundo capitalista, aunque haya siempre nuevos idealismos y nuevas utopías. Por otro lado, el actor y el director están realmente preocupados por el paso del tiempo y la edad. No es forzado entonces que Wall Street: el dinero nunca duerme encuentre que el tiempo es el valor más importante de todos. No se trata exclusivamente de un cuento moral, sino de algo que piensan el director y el actor de la película.
Wall Street es una secuela muy digna de una película que retrató una época financiera. Como vienen los tiempos, esta película podría tener distintos capítulos cada 5 años y todas tendrían una burbuja explotando distinta. Es muy creible la continuación del personaje de Michael Douglas y muy particular la vinculación que tiene con el nuevo personaje de un muy correcto Shia LaBeouf. Todo el elenco está muy bien en la realización, pero el punto más alto que tiene la película desde mis gustos cinematográficos es como fue filmada y la fotografía que el gran Rodrigo Prieto le imprimió a cada escena. Esto demuestra la seriedad con la cual el irregular Oliver Stone se tomó su trabajo con esta historia. No es habitual ver en una película de este estilo un detalle tan grande con la calidad de imagen. Por eso los aplaudo. La historia está bien dosificada y su ritmo no decae en ningún momento. Los últimos 20 minutos son medio vuelteros, pero el balance general es positivo. Para quienes recuerden la primera la van a pasar muy bien, y para aquellos que no la vieron, podrán entender todo perfectamente. Wall Street es un retrato de lo que pasó en la economía mundial a partir de las jodas de Wall Street a comienzos de este siglo... pero tiene la fuerza de "franquiciarla" y vestirla con otras crisis y será creíble también.
En la codicia con corazón confiamos... Quizás pocos lo recuerden pero existió una etapa en la que Oliver Stone fue un cineasta muy importante dentro del sistema hollywoodense, tan oportunista y chapucero como interesante y vital. Hoy esos “años locos” forman parte del pasado: sin lugar a dudas sus grandes aportes de principios de los ’80 hasta mediados de los ’90 quedaron grabados -para bien o para mal- en la cultura estadounidense del período, no obstante casi todo lo que entregó a posteriori de Camino Sin Retorno (U Turn, 1997), su último film verdaderamente satisfactorio, no ha conseguido más que dejar un sabor amargo en la boca del espectador. De hecho, a partir de Un Domingo Cualquiera (Any Given Sunday, 1999) su carrera comenzó a hundirse como si el hombre estuviese seco en términos creativos y ya no tuviera nada más que ofrecer (por supuesto que también cambió el contexto, circunstancia fundamental para que sus planteos pasen de ser considerados “osados” al rechazo absoluto por “infantiloides”). Resulta innegable el lustro de decadencia que hemos dejado atrás: ni Alejandro Magno (Alexander, 2004) ni Las Torres Gemelas (World Trade Center, 2006) ni W. (2008) ni mucho menos sus documentales lograron recuperar el visto bueno general. Tampoco se lo puede condenar tan fácilmente por seguir intentándolo una y otra vez, siempre refritando motivos caros a su difusa ideología: primero fue la cinta histórica, luego el relato testimonial y a continuación una nueva biopic que pretendía cerrar su trilogía sobre presidentes norteamericanos caídos en desgracia. Considerando Wall Street: El Dinero Nunca Duerme (Wall Street: Money Never Sleeps, 2010), su cuarto “regreso” consecutivo, uno se ve obligado a concluir que el director debe estar desesperado por el respeto de sus colegas porque recurrir a una secuela de su clásico ochentoso es una jugada bastante triste. Sólo hace falta señalar que ya ni siquiera escribe sus propios guiones, en esta ocasión los anodinos Allan Loeb y Stephen Schiff tomaron la posta: así los diálogos y conflictos principales parecen una versión escuálida de aquellos que caracterizaron a la película original. La historia se centra en la tenaz venganza del agente bursátil Jacob Moore (Shia LaBeouf) contra Bretton James (Josh Brolin), a quien considera responsable por la muerte de su mentor Louis Zabel (Frank Langella). Para ello no tiene mejor idea que asociarse con el padre de su futura esposa, el recién salido de prisión Gordon Gekko (Michael Douglas). Precisamente lo único rescatable es la excelente labor del elenco, factor que mantiene el interés y suma varios puntos desde el inicio (no nos olvidemos de las participaciones de Eli Wallach, Susan Sarandon, Carey Mulligan y el simpático cameo a cargo de un avejentado Charlie Sheen). Stone abusa del pulso narrativo videoclipero y queda atrapado en una trama enclenque a la que le falta fuerza, encanto, novedad y/o un sustrato conceptual que vaya más allá de la premisa bobalicona de “con el dinero serás millonario aunque no rico”, léase “en la codicia con corazón confiamos”. El desenlace es la cumbre suprema del patetismo…
Vuelve el inescrupuloso yuppie Gordon Gekko (Michael Douglas), que sale de estar en cana por los bardos de la primera parte y trata de caretearla ayudando a un joven financista que quiere alertar al mundo de una inminente crisis financiera global. Dirige otra vez Oliver Stone y también actúan Shia LaBeouf y Josh Brolin.
La cocina de Wall Street Todo los que en la primera parte de Wall Street eran afirmaciones, en esta segunda, son interrogantes. En la película de 1987, el personaje de Michael Douglas, Gordon Gekko, afirmaba que la codicia era buena y los espectadores sabían que él no tenía escrúpulos. En 2010, Gekko se pregunta ¿la codicia es buena? y el espectador, ¿Gekko tiene escrúpulos? ¿los adquirió, los compró? Oliver Stone vuelve a dirigir esta secuela de aquella emblemática película de 1987 sobre el mundo de la bolsa, que ahora se titula Wall Street, el dinero nunca duerme. La historia se ambienta en el año 2008, Gekko ha salido de la cárcel donde estuvo condenado por fraude y donde parece haber recapacitado sobre los caminos perversos de la ambición. Jake (Shia LaBeouf) es un joven exitoso que trabaja en una banca de inversiones, con hambre de dinero pero con algunos valores éticos, que (como Charly Sheen en la primera parte) se deja guiar por los consejos del viejo zorro de las finanzas. Jake también es pareja de la hija de Gekko (Carey Mulligan), con lo cual la historia adquiere visos personales. La burbuja financiera de Wall Street explota en 2008 y el sistema que parecía tan sólido se desploma apenas con el soplido de un rumor. Así, la historia muestra cómo se vivió ese crac puertas adentro de las oficinas donde se toman las decisiones, y cómo la crisis global se replica en las vidas de estos tres personajes. Oliver Stone vuelve con una película ambiciosa, compleja, extensa y cargada (por momentos, sobrecargada) de vueltas en la trama; su cámara busca en el paisaje urbano imágenes y metáforas de la caída; y sus personajes le ponen sangre al relato. Douglas confunde con su piel de cordero y Carey Mulligan aporta la sensibilidad necesaria, aunque Shia LaBeouf se queda un poco atrás. Como en la primera versión, hay una colección de líneas de diálogo y frases pensadas para el mármol, cameos autorreferenciales (el mismo Stone, Charly Sheen) y una radiografía sagaz de la cocina de Wall Street. ¿Oportunista con el contexto? Quizá, aun así, bien lograda. Además, una gran banda de sonido creada por David Byrne y Brian Eno.
23 años después del estreno de "Wall Street", aquel clásico film escrito y dirigido por Oliver Stone, llega esta segunda parte que aprovecha el escenario de la crisis global financiera del 2008 para retomar la historia de Gordon Gekko, el genial personaje interpretado por Michael Douglas que le valió un Oscar a Mejor Actor. Considerando los decepcionantes últimos trabajos de Oliver Stone ("W", "World Trade Center", "Alexander"), pareciera que esta tardía continuación es un desesperado intento del director por recuperar algo del reconocimiento y prestigio que tenía en aquellos años 80. Pretender que "Wall Street: Money Never Sleeps" mantenga el excelente nivel de la original es demasiado pedir, pero al menos es una digna secuela con varios aspectos para rescatar. Stone vuelve a dirigir esta continuación (aunque en esta ocasión el guión no está a su cargo) y logra su mejor trabajo desde mediados de los años 90 para acá. Además de una correcta dirección de actores, una excelente fotografía a cargo de Rodrigo Pietro y una buena banda de sonido que incluye varios temas de David Byrne, Stone emplea viejos recursos de edición (como la pantalla partida) para imprimirle ese estilo que tenía la primera. Incluso utiliza una tipografía similar en los títulos iniciales y hasta vuelve a hacer un cameo como ocurrió en la original. La historia es entretenida y mantiene un buen ritmo durante los 133 minutos de duración. No es necesario haber visto la primer parte para engancharse, pero quienes la recuerden disfrutarán ciertos momentos nostálgicos como el reencuentro entre Gordon Gekko y Bud Fox (un cameo de Charlie Sheen), donde intercambian comentarios relacionados con la trama original. El excelente elenco es encabezado por Michael Douglas, quien se vuelve a poner en la piel del ambicioso Gordon Gekko. Gran parte del film muestra a un Gekko distinto, ya sin el poder de antes, aconsejando al personaje de Shia LaBeouf y preocupado por resolver sus conflictos familiares. Recién en la última parte vemos un poco del viejo Gekko, con pelo engominado y bien empilchado, donde Douglas demuestra lo bien que se mantiene con los años. Josh Brolin se destaca en el papel de villano, ocupando aquí el lugar que Douglas tuvo en la primera. Si bien no consigue alcanzar al Gekko de Douglas, es también una excelente interpretación. Shia LaBeouf ha madurado desde "Transformers" y demuestra ser un buen actor cuando está marcado por un buen director de actores. Igualmente, su perfil da un poco joven para este papel, verlo tan elegante y manejando millonarias operaciones financieras a su edad resulta poco creíble. Cuando comparte una escena con Brolin y Douglas, parece un nene metido en una conversación de grandes. Creo que un actor con algunos años más hubiera encajado mejor. El elenco se completa con las participaciones secundarias de Carey Mulligan, Frank Langella, Susan Sarandon y el viejo Eli Wallack. El relato pierde fuerza en el final, donde hay una resolución demasiado sentimental con un Gekko que deja ver un lado humano impensado y alejado del personaje que conocimos. Igual este cierre no empaña los muchos aciertos que la convierten en una película recomendable.
Burbujas y más Burbujas. Pregunta: ¿Cuál es un su cifra para retirarse? Vamos! Todos tienen una. Respuesta: Más. Oliver Stone, el hacedor de éxitos y fracasos por igual. El ex combatiente de la guerra de Vietnam que puede cambiar de registro con facilidad, pasando de “JFK” a “Asesinos por Naturaleza”, realizando películas documentales sobre Fidel Castro y la realidad sudamericana, vuelve ahora a desempolvar a uno de sus primeros chiches: “Wall Street”. Pese a que varias veces fue tentado a realizar una segunda parte, la crisis financiera de 2008 fue el detonante que necesitaba. Desde la playa, con un celular que con los años sería llamado “el ladrillo”, Gordon Gekko (Michael Douglas) se comunicaba con Bud Fox, su discípulo en aquel momento, para informarle que le había hecho una transferencia por varios millones de dólares desde algún lugar de Asia. El dinero no dormía y volaba de un continente a otro… 23 años después, con varios años de juicios y otros tantos en prisión, Gekko ya pagó su condena, perdió a su familia y sus millones, pero también ganó algo más, que sólo los años parecen dar: tiempo, para pensar y meditar. Sí Gordon Gekko quedó en el inconciente colectivo como el paradigma del villano de guantes blancos, porque “no mataba” pero realizaba cientos de actos ilegales en la bolsa de comercio, habrá sido ¿por la descollante actuación que le valió un Oscar en 1988 a Douglas? o ¿por la fiebre y posterior depresión que generó en los ´80 el gobierno de Reagan? O ¿por la veloz posibilidad de pasar a ser millonario en pocos años? Quién sabe. En términos de cine hollywoodense el film fue un thriller financiero que no ha sido superado. Jake Moore (Shia LaBeouf) está de novio con Winnie, la única hija y familia que le quedó a Gekko. Jake es un exitoso agente de bolsa en una renombrada firma que se ve envuelta en los escándalos de la burbuja de 2008. La trama, llena de intrigas, hace un recorrido por las supuestas reuniones entre los representantes de las firmas más importantes, la Bolsa de Valores y el Estado Norteamericano. Sin nombrarla, es fuerte la referencia a Lehman Brothers. Winnie (Carey Mulligan) no puede ver a su padre, entre muchas cosas lo culpa por la muerte por sobredosis de su hermano. Gekko hará intentos desperados por llegar a ella. En el camino teje una alianza con Jake, ambos tienen mucho que ganar de la información del otro. Quien ha visto llorar a una mujer cuando se le astilla el corazón, puede reconocer en Carey Mulligan, una actriz cada día más cotizada –nominada al Oscar este año por la excelente “Enseñanza de Vida”– toda la maestría de una profesional. De sólo observar como sus labios tiemblan, mientras caen sus lágrimas, dejará conmovido a más de uno. Es verdad que a Shia LaBeouf le queda un poco grande el papel de Jake, el actor de “Transformers” y la última “Indiana Jones” parece diminuto en comparación que con los pesos pesados de Douglas, Frank Langella y Josh Brolin. Este último que descolló con su protagónico en “Sin lugar para los Débiles”, demuestra una vez más que es “el” actor de la nueva generación a tener en cuenta. En su últimos dos trabajos Michael Douglas (la anterior y aún en cartel, la entretenida “Un Hombre Solitario”) ha transitado el camino de la relación maestro-discípulo. Ambos personajes han pasado del éxito al fracaso y de allí a la prisión, pero han ganado en el camino, cierta sabiduría y han atesorado algo más, algo no material pero que vuelve rico a las personas: “tiempo”. Los fanáticos de la primera “Wall Street”, que con los años se ha convertido en un clásico moderno estarán satisfechos. Esta secuela, ágil y divertida, aunque sin ser una gran película, tiene todos los elementos y aditamentos de un muy buen espectáculo.
El mundo en una burbuja. Después que pasó la peor parte del terremoto financiero global, Oliver Stone representa con imágenes la peor crisis económica desde la década del 30 y la “avaricia” de sus promotores. Lo hace rescatando al ex operador de Bolsa Gordon Gekko, otra vez interpretado por Michael Douglas. Stone no aporta mucho a lo ya conocido sobre la realidad en su crítica al despiadado mundo de las altas finanzas y el “capitalismo salvaje”, sino que transforma en ficción los hechos y los monta sobre una historia con villanos y honestos para darle densidad dramática al filme. Sin embargo la representación de ese panorama de caos global es altamente efectiva gracias a la pericia de Stone como un realizador con pulso para el ritmo, el excelente montaje, la heterodoxia del estilo narrativo y las posibilidades técnicas que le acercó esta millonaria producción.
Luego de más de 23 años vuelve Gordon Gekko a la gran pantalla, de la mano de su creador Michael Douglas. Realmente debo decir que tenía mucha desconfianza de este estreno, pero hay que admitir que es una buena y respetable secuela. En esta ocasión, Oliver Stone, nos mostrará la salida de prisión de un Gekko menos sanguíneo, dispuesto a aprovechar una segunda oportunidad para recuperar a su hija que no quiere verlo ni en figurita por culparlo de una tragedia familiar. Para intentar eliminar los resquemores y odios, la pareja de su hija Jake Moore, intenta acercarlos a cambio de que el recién liberado lo ayude a vengarse de Bretton James. Planteadas estas dos aristas veremos cómo su verdadero protagonista, Shia LeBeouf, se intenta mover de una manera cautelosa para no despertar las sospechas de Carey Mulligan, ni tampoco desviarse de su objetivo. Más atrás nombro la palabra "verdadero" porque muchos pueden pensar que la mayor cuota en pantalla es ocupada por Michael Douglas y ésto es algo totalmente erróneo, de hecho puedo apostar a que Mulligan ocupa los mismos minutos que él. Josh Brolin y Micheal Douglas en papeles más secundarios se llevan excelentes momentos del film, dotados por una experiencia y un manejo de los diálogos realmente brillantes. Sin dudas que las actuaciones -junto con las hermosas tomas de la ciudad de New York- de Shia LeBeouf y Carey Mulligan son lo más destacable de la cinta. Tenía ganas de verlo a Shia en este papel, para ver como se desenvolvía y realmente no me defraudó debido a que lleva adelante un papel con mucha fuerza y principalmente sobrio que se destaca cuando se tiene que destacar. Aunque Shia está muy bien, destaco por encima de todos a la linda de Mulligan, que por momentos se come la película. Esta chica tiene pasta, cuando aparece realmente es imposible no sentirse encandilado y creo sin ningún tipo de duda que va a ser una gran estrella, siempre que continúe por este camino. Hay dos escenas puntuales que merecen ser destacadas por encima del resto, ambas protagonizadas por quien destaco como lo mejor en la película, además de poseer un tinte dramático importante. La primera es la charla de Gekko con Winnie en las escaleras, con una Carey altamente conmovida que nos demuestra todo el dolor que siente por los interminables conflictos con su padre. Y la segunda es la intensa pelea con Jake donde se la puede ver totalmente desconosolada por los problemas que afronta la pareja. La fuerza que precisan esas escenas para pegar en el público es aportada por la actriz de An Education, acompañada por los sostenes de Douglas y LeBeouf respectivamente. Hasta ahora destaqué lo mejor de Wall Street - El Dinero Nunca Duerme, pero ahora vienen las cosas negativas que pude encontrar. Si bien cito arriba que hubo una buena labor de Brolin, me hubiera gustado un poco más de desarrollo en su personaje, ya que considero que tenía mucho más para dar. El actor de W -también dirigida por Stone- nos demuestra sus pocos escrúpulos, pero no llega a convencer del todo debido a que no posee más escenas o momentos para que lo podamos creer aún más. Lo mismo ocurre con el personaje de Michael Douglas. Gordon Gekko es una leyenda y sólo en algunos pasajes se lo puede ver desenpolvando ese carisma tan característico. Quizás por darle más fuerza a la historia entre Mulligan y Shia, el director olvidó darle un poco más de marco a una trama que termina siendo por momentos previsible y muy livianita. O sea que esta Wall Street nos presenta tan solo en algunos momentos el mundo de las finanzas que mostró en la primera. El final de la película es lo que menos me cerró. Las anteriores obvservaciones pueden ser más discutibles, pero los minutos finales creo que quedaron totalmente descolgados y fueron bastante mal insertados, debido a que carecen de total credibilidad. Nadie cambia de un día para el otro y menos un sátrapa del tamaño de Gordon Gekko. Más allá de los detalles mencionados creo que Wall Street - El DInero Nunca Duerme es una aceptable secuela, y que de haberse pulido algunas cosas hubiera sido un producto mucho más redondo y logrado.
Ciencias económicas. Gordon Gekko sale de la cárcel y entre las pertenencias que le devuelven hay una cosa enorme, un objeto arcaico y de aspecto risible. ¿Se trata del monolito de 2001: Odisea del espacio? No, es un teléfono celular. El tiempo vuela y algunos bienes pasan a ser piezas de museo en un abrir y cerrar de ojos. O en lo que dure una temporada a la sombra, en este caso ocho años. Al personaje de Michael Douglas también se le entrega, en tan ceremoniosa ocasión (bien codificada por el cine americano: el Estado deja en claro que no se queda con lo que no es suyo) un clip para sostener billetes; “sin billetes”, como informa rigurosamente el encargado de la sección de la cárcel. Después, Gordon Gekko sale a la luz hiriente del día y, mientras algunos compañeros de fortuna se van con sus respectivos familiares, se queda parado en la puerta. Por supuesto, no lo viene a buscar nadie. Ese hombre es un canalla, pero solo lo saben quienes vieron la película de la cual ésta es continuación. Wall Street es en parte la historia de ese hombre. Está presentado el personaje y su situación desventajosa. A partir de ahí, solo queda para él una carrera de obstáculos. Hay que ver qué destrezas despliega, con qué artilugios es capaz de torcer su infortunio. ¿Cómo hace Gekko para no ir a parar al rincón menos visitado del museo? Es la economía, estúpido. La clave está en la economía, que siempre da oportunidades. A Oliver Stone le gusta la historia y le gustan los héroes. O, para decirlo de un modo que sirve también para describir una parte nada desdeñable del cine clásico, el héroe como parte ineludible de la historia. El hombre inscripto en una trama de coordenadas reconocibles, que acentúan su heroicidad al tiempo que reclaman para él un cierto espesor político. Mi personaje heroico de Stone preferido es el del fiscal Garrison en JFK. Particularmente me gusta la escena en la que, como si fuera un experto en balística, el tipo se pone a explicar de qué modo tendrían que haber entrado los disparos en el cuerpo de Kennedy si el tirador hubiese sido uno solo como sostiene la versión oficial. Aunque poco tenga que ver con el cine, me impresiona el esfuerzo descomunal que se advierte detrás de esa escena. Cuando lo veo a Kevin Costner, bien compenetrado en su papel, estoy viendo también peritos, supervisores, técnicos, una voluntad que organiza todo eso y que dice “No, pará. No es como dicen, acá pasó otra cosa, vamos a explicarlo para que se entienda bien”. Y está bien que sea así, es correcto eso, porque para inmiscuirse en la historia de manera directa, como le gusta a hacer a Stone, hay que tomarse un trabajo, hay que hacer los deberes; hay que investigar y asesorarse, aunque sea para lograr un efecto de verosimilitud lo más contundente que se pueda. Y es que Stone, huelga decirlo, no es un cineasta refinado. Es un tipo con una misión. Liberal o antiliberal, da igual. La verdad es que nunca queda del todo clara la ideología real del director, pero el hombre juega a eso. Digamos, entonces, “liberal” en Estados Unidos y antiliberal fuera de allí, que vendría a ser más o menos la misma cosa. A Stone siempre le gusta contar que sus ex camaradas, combatientes en Vietnam como él, lo llamaban “nuestro bolchevique”. En todo caso, lo suyo suele ser el intento de desenmarañar “la otra historia”. A través de la saga de Gordon Gekko, el director pretende mostrar la trastienda del mundo de las finanzas. Como se ha dicho, su cine es de intervención. Qué mejor entonces que la hecatombe económica del 2008 para resucitar a Gekko, para hacernos ver que hay un sustrato inamovible allí, una placa tectónica que da cimbronazos, que se reacomoda pero que termina siendo fiel a sí misma. Para Stone, el capital especulativo es la base de la economía en su forma moderna. La historia se repite: la primera vez se da como tragedia, la segunda también. En los primeros minutos de Wall Street, después de la presentación de Gekko, una empresa está a punto de ir a la quiebra y su principal responsable termina por propia voluntad bajo las ruedas del subte. Jake, que revista en la empresa y está de novio con Winnie, hija del célebre Gekko, se siente devastado, como si acabara de perder a un padre. Por lo que enseguida busca a uno nuevo nada menos que en su suegro, figura que alcanza la estatura de mito para los jóvenes emprendedores como él. La chica, por su parte, es una periodista de izquierda (digamos liberal en el sentido americano, para no exagerar) y repudia al padre con todas sus fuerzas. Wall Street también es una historia de familia. Stone no es fino pero es ambicioso: hace películas de tesis que están a menudo imbuidas de un aliento mítico, como se trasluce a partir del cuadro de Goya que se exhibe en el despacho de uno de los peores personajes de Wall Street: Saturno comiéndose a uno de sus hijos. Pero Saturno es Cronos, y el tiempo aniquila a los hombres. En cambio, el capital queda, reproduciéndose y regenerándose. El dinero nunca duerme, asegura el subtítulo de la película. “A mí me gusta Stone porque es grasa”, me dice un amigo a la salida del cine. Pero esta película no le gustó. ¿Stone no es lo suficientemente grasa, acá? ¿Se puso reflexivo en contra de su propio cine? Seguramente no tanto, aunque tal vez se acentuaron su puritanismo y su costado sentimental. Pero también su pesimismo. Gekko vuelve como un pobre diablo y en el camino solo le va quedando lo diabólico. Se hace pasar por una cosa, después por otra. Luego tiene un gesto con el que parece redimirse definitivamente. Pero para que el diablo exista entre los hombres con un rostro humano debe haber complicidad, un sistema de creencias que disimule su existencia o que, por lo menos, simule no verlo como lo que realmente es; por lo que a la persistencia del mal se le suma la ingenuidad o, simplemente, la mala fe que hace que esa continuidad sea posible. Para el final, Stone da un salto hacia adelante en el tiempo y muestra la fiesta de cumpleaños del retoño de la joven pareja conformada por Jake y Winnie. La hija díscola parece que aceptó a su padre y todos contentos. ¿Se acabó la crisis? ¿Vuelven con todo los negocios inmobiliarios? Finalmente, Gekko es el paradójico héroe de Wall Street. Él sabe que la dicha y la bonanza son provisorias: son burbujas, como dice en algún momento. Y vemos burbujas entonces, que flotan en el aire, tan frágiles. Se ve que el director no abandonó la cursilería después de todo, pero la imagen del final feliz es tan falsa que la burbuja que asciende al cielo de Nueva York termina obrando, por oposición, como un símbolo más que pertinente del carácter pasajero de toda felicidad.
Finanzas, sentimientos nobles y moraleja final Se trata de un cuento moral. Moralista, resulta más atinado. Lo que equivale a señalar: el peor cine estadounidense. Es cierto, Oliver Stone tiene algún título para recordar. Quizá La radio ataca (1988) o Asesinos por naturaleza (1994). Luego de evangelizar el submundo latinoamericano a través de sus entrevistas a Fidel Castro y Hugo Chávez, Stone se sumerge de nuevo en las finanzas que ya hiciera célebres en Wall Street (1987). Es decir: Gordon Gekko está de vuelta. Aquí el acento habrá que situarlo en la figura de Shia LaBeouf. Hijo de Indiana Jones en la última de sus películas y ahora ahijado de Gekko. Es decir, LaBeouf como relevo de figuras ya añejas de Hollywood como Harrison Ford y Michael Douglas. En virtud de su éxito creciente, con Transformers 3 en marcha, LaBeouf también como heredero legítimo del sitial de elegidos. Pero por eso -sobre todo como expresión novel del Hollywood más banal. Porque el pibe de nombre impronunciable ha pasado a encarnar al héroe de la pantalla de política correcta. Nada más repelente. Para ello, el mejor ejemplo, en Wall Street 2. El film de Stone apela a la moralina más torpe, a su declaración de fe devota hacia los actuales tiempos políticos norteamericanos ("destiny" se lee en una tapa de diario, sobre la imagen de Obama). Se trata del renacer: tanto literal como de metáfora obvia. Es así que Jake Moore (LaBeouf), niño pródigo de Wall Street, apunta sus ganas mercantiles a un proyecto de renovación energética. Mientras tanto, los capitalistas a ultranza juegan a explotar el máximo beneficio antes de dar un salto tecnológico. En el medio, Gekko. Recién salido de la cárcel y padre de la novia de Jake. La hija detesta al padre. Y Jake que oficiará sus astucias para acercarlos y aprender las artimañas del querido suegro. Todo ello en beneficio de un operativo de venganza financiera que se propone iniciar. En el Radar último, José Pablo Feinmann desmenuzaba la película de Stone y, con habilidad maestra, no podía impedirse el relato más o menos indirecto de su desenlace. Lo que ocurre es que el final es, de veras, tan imposiblemente tonto, que no queda otro remedio que contarlo. Aquí se hará la excepción pero, eso sí, a no olvidar que se trata de un "renacer". Esto es: parejas desunidas (padre/hija, novio/novia, prometido/prometida, economía estable/crack financiero) que -ay se reúnen. Faltaría la palabra "moraleja" como aclaración última. La familia, célula social, se impone como discurso final en Wall Street. Por lo menos, quedan los guiños esperados si bien -no importa forzados. Allí cuando Gekko reencuentre a Bud Fox, es decir a Charlie Sheen. El diálogo está bien, y entra en sintonía con el recuerdo del espectador. Es que han sucedido más de veinte años entre un film y otro. Momento en que las canas y las arrugas van y vienen entre los personajes y los espectadores.
Innecesaria humanidad La venganza fue el motor que alimentaba la última media hora de Wall Street, aquella película de 1987 que, vista la decadencia en la que ha caído la carrera de Oliver Stone, bien puede ser considerada hoy un clásico en su filmografía aunque sin haber sido una gran obra. Y la venganza vuelve a ser el detonante, pero más explícitamente, en esta Wall Street: el dinero nunca duerme, por lo que uno podría suponer que se está ante un interesante aggionarmiento de aquel film a 23 años de su realización. Pero algo que habitualmente se filtra en las películas de Stone, la obviedad bienpensante, termina por dilapidar los escasos méritos de una película regular, estirada y, por momentos, muy aburrida. Wall Street fue vista en su momento como la Biblia del yuppie, en una década donde el corredor de bolsa se terminó convirtiendo, dentro de una economía de mercado que comenzaba a inflamarse de importancia, en un personaje más habitual. Que haya sido estrena en 1987 fue una forma de cerrar una década. Sin embargo el film no era tanto una lectura del contexto, sino más bien un conflicto humano en el cual un tipo común (Charlie Sheen) se terminaba involucrando con feroces tiburones (la cima era el Gordon Gekko de Michael Douglas) y terminaba perdiendo y perdido. El film era lo suficientemente cínico como para carecer de redenciones y tenía una gran actuación de Douglas, quien a partir de ahí se transformaría en el referente habitual para componer a esos tipos podridos por dentro pero siempre con buena fachada. Uno puede entender este retorno de Stone al viejo material por el lado de que necesitaba insuflar algo de popularidad en su alicaída carrera y, además, porque el mundo de las finanzas daba nuevos temas para invocar otra vez al mefistofélico dinero y a la codicia humana como centro de todos los males del mundo. La crisis de 2008 y, por elevación, la Lehman Brothers aparecen aquí como el horizonte sobre el cual Stone retoma a Gordon Gekko. Un Gekko que sale de prisión y se encuentra ante un nuevo tablero sobre el cual mover sus fichas. Jake Moore (Shia LaBeouf) es lo que era Bud Fox hace 23 años: un joven con ganas de escalar posiciones dentro de Wall Street. Pero hay dos elementos que lo movilizan: 1- vengar el suicidio de su mentor, por el que culpa al temible inversor Bretton James (Josh Brolin, otra vez notable); 2- su novia, Winnie (Carey Mulligan), es la hija de Gekko y qué mejor que reencontrarlos a la vez que recibir algunos consejos del suegro para escalar posiciones. Si antes Fox quería invertir en una aerolínea donde trabajaba su padre, ahora Moore está ilusionado con las inversiones en el terreno de la energía ecológica. Lo más interesante que tiene Wall Street: el dinero nunca duerme es precisamente la relectura del material original. La estructura es casi la misma y esto no es pereza, sino una demostración de que el mundo de las finanzas actual es un espejo, deformado, de aquel otro. Y de que las crisis se reiteran y que los norteamericanos confían en sus instituciones con un nivel de ingenuidad mayúscula: el mundo de Wall Street es mostrado como un submundo, uno que en otro nivel maneja los hilos de la realidad tal cual la conocemos. Pero además, pone a la ecología como política en un lugar de burbuja económica similar a lo que fue la industria pesada en la década del 80. Si antes se compraban empresas para luego fundirlas, ahora la inversión en energía no contaminante aparece como una bonita forma de exculpar ciertos pecados. Pero a Stone no le alcanza con esta relectura para construir un buen film. Y mucho menos cuando aparece en el panorama algo que no estaba en la primera parte o que, si estaba, tenía más relación con los personajes. De más está decir que LaBeouf no es Sheen, y que si este podía ponerse a la par del Gekko de Douglas porque había una chispa de ambición podrida en su mirada, este es un tipo con demasiadas buenas intenciones para involucrarse en lo que se involucra. Uno casi no puede creerse la ingenuidad de Moore al ensuciarse con las miserias de Gekko. Pero aquello que aparece aquí y que antes brillaba por su ausencia era el factor humano. Gekko, que si bien mantiene premisas como que la “codicia es buena” y que “el dinero nunca duerme”, ahora descubrió que algo que no tiene precio es el tiempo. Y el tiempo, entiéndase, adquiere aquí la necesidad de retomar el vínculo perdido con su hija. Uno descree de la construcción maniquea de los villanos, que no sienten compasión ni ante un bebé descuartizado. Pero la forma en que Stone expone aquí el vínculo padre-hija no sólo es incompatible con los personajes, sino que trae como consecuencia un epílogo ridículo y para nada conectable con el mundo de miserias que se nos quiso mostrar durante dos horas. Eso desde lo argumental, porque desde lo narrativo este conflicto (que también es una relectura del que mantenían Charlie Sheen y Martin Sheen en el original) convierte a la película en derivativa. Entre las demasiadas subtramas que se abren, esta es la menos convincente y la que, por las necesidades del director de cerrar su historia, la que termina por contaminar demasiado a la película hasta quitarle toda su supuesta fiereza y cinismo. Si el interés del espectador se mantiene es por las buenas actuaciones (salvo LaBeouf, está dicho) y por la seducción que sigue generando el Gekko de Douglas. Wall Street: el dinero nunca duerme se termina pareciendo un poco a aquello que decía Scorsese en Casino, sobre cómo la corrección política había convertido aquellos infiernos del juego en cuasi geriátricos para vacacionar un fin de semana. La película de Stone es ese paraíso de descanso en el que uno puede reconocer cada uno de los tópicos que se presentan, pero casi sin darse cuenta, sin tomar conciencia de la tontería en la que se convierte su supuesta denuncia: porque ese es otro problema, cómo cada parlamento se transforma en una bajada de línea que sale por elevación para que el espectador ate los cabos con lo que pasa en la realidad -hay una metáfora con niños jugando con pompas de jabón que, por repetida y evidente, se torna una pavada-. Lo que dice la película uno lo ha podido leer en diarios o visto en la televisión, no hay mayor novedad aquí y esto hace que el film se desmorone por la falta de fuerza de su propuesta. Para poner un ejemplo, una comedia como Las locuras de Dick y Jane decía lo mismo que esta película, pero hace cinco años cuando el caso ENRON estaba todavía en boga y cuando para la crisis de 2008 faltaban tres años.
Oliver Stone realizó en 1987 “Wall Street”, y en la que hizo una contundente crítica al accionar de los directores de inversión y a los brokers que manejan los portfolios de acciones del centro financiero de los Estados Unidos, cuyo funcionamiento tiene influencia en la economía mundial y los convierte en la práctica en “dueños del dinero del mundo”, sin importarles las consecuencias que su accionar haga recaer sobre las personas, tanto las pobres como las ricas. El protagonista fue Michel Douglas a quien su labor le valió el premio Oscar al interpretar a Gordon Gekko, un inescrupuloso director de portfolios, con la habilidad de manejar y redirigir las informaciones del mercado financiero y conducirlas de determinada manera para poder concretar sus propios fines, los que son originados por una ambición sin límites y con un origen poco claro. Finalmente Gekko por una maniobra poco ética termina en la cárcel, delatado al FBI por uno de sus colaboradores. Stone presenta en 2010 la secuela de dicha historia, también protagonizada por Michel Douglas, la que comienza en el preciso momento en que Gekko, cumplida su condena, abandona la prisión. Se trata de una breve escena para plantar la idea de que caído en desgracia ha quedado completamente solo, aunque su expresión señala que no ha perdido “las mañas”. La trama salta unos años hacia delante para adentrar en la historia de Jake Moore, un joven agente de bolsa que al comprobar que su mentor ha sido traicionado buscará la manera de vengarlo y se acercará a Gekko, quien primero se mostrará reacio a ayudarle pero al enterarse de que el joven es el novio de su hija cambiará de parecer. A partir de ahí la obra cinematográfica toma un ritmo vertiginoso en el que Stone superpone la trama y las subtramas de manera continua sin poder definir cual es la que le interesa que el espectador tome como prevalente. La bolsa de Wall Street ha cambiado mucho en veinte años y el realizador muestra que ahora, más que por el manejo de la información se opera en base a los rumores originados en datos que generalmente son falsos, algo que se puso en evidencia con la crisis financiera mundial de 2009. Hasta ahí la denuncia. La historia no profundiza sino que comienza a adentrarse, aunque de manera ligera, en la conflictiva relación de Gekko con su hija, en el noviazgo de la muchacha con el joven agente de bolsa y también en la sed de venganza de éste último, en la necesidad del protagonista de demostrar a sus colegas de que sigue siendo “de temer” y, muy superficialmente, en el mundo de la “beneficencia” que sirve a los financistas para mostrar el “lado bueno” de sus actividades; siempre que se sea exitoso, claro está. Oliver Stone imprimió agilidad al desarrollo de toda la obra pero tantos ingredientes dispares dan por resultado que cada espectador tenga que elegir identificarse con el tema que le afecte de manera cercana, aunque es posible que haya muchos a los que no los afecte ninguno. Esta obra cinematográfica está más cerca del entretenimiento que de la denuncia social sobre la crisis financiera mundial. Michael Douglas, también uno de los productores, al interpretar nuevamente a Gordon Gekko demuestra haber crecido como actor aunque el paso de los años lo hace parecerse físicamente a su padre, y esto provoca que el espectador de 2010 comience a descubrirle tics actorales “heredados” como, por ejemplo, las fugaces miradas de reojo. Shia LaBeouf, como Jake Moore realiza una labor correcta aunque sin despliegue de recursos. Carey Mulligan en el rol de la hija del protagonista muestra su característico gesto de plegar los labios hacia su nariz, tanto en las escenas de amor como en las de enojo, y mantiene todo el tiempo una fría mirada que no condice con su personaje. Muy buena la labor de Frank Langella, como el mentor del joven broker que muestra diferentes estados de ánimo sin modificar la expresión corporal. Y es de destacar, a pesar de que sus apariciones en pantalla son casi cameos, el trabajo de Charlie Sheen, como Bud Fox, el personaje que envió a la cárcel al protagonista en la primera parte de “Wall Street”.
Si bien el argumento no está mal, es como que le falta un gancho fuerte, emoción, un "algo" como para que el espectador se quede fascinado con la trama. Además en varios momentos se torna...
Con una trama y un estilo renovados con respecto al primer film, pero manteniendo el espíritu crítico acerca del mega poder económico, Oliver Stone despliega lo mejor de su talento visual y expresivo pero no alcanza a conformar una gran obra. A más de veinte años del memorable Wall Street original, que desmenuzaba ferozmente la rapiña financiera, ponía en primer plano a la generación yuppie y creaba un nuevo y despiadado antihéroe llamado Gordon Gekko, el director de Asesinos por naturaleza, La radio ataca y JFK consideró interesante retomar esa historia y crear una suerte de saga. Pero además, haciendo honor a la trama de aquél film, Stone se procuró un trabajo fílmico que consolide su capital, acaso como para seguir adelante con sus otras vertientes cinematográficas, caso la reciente Al sur de la frontera o la anterior y no estrenada aquí Looking For Fidel. No habrá estado equivocado en ninguna de las dos cosas, porque no fue una mala idea realizar esta secuela y probablemente la taquilla lo acompañe. Quizás el problema de Wall Street: El dinero nunca duerme, además de un final un tanto idealizado, sea el haber picoteado en variados tópicos sin llegar a profundizar en ninguno, como por ejemplo un mega colapso de la economía mundial, una conflictiva y casi terminal relación padre-hija, el tema del mentor o padre sustituto que padece el personaje del joven operador de Wall Street (Shia LaBeouf), tanto con su jefe anterior (Frank Langella) como con Gekko y como estos elementos combinados pueden destruir una relación de pareja. De todos modos esta versatilidad temática le otorga al film un innegable y constante interés. Con deslumbrantes recursos visuales para mostrar a Nueva York y su mundillo financiero (incluyendo un atrayente video clip que se puede ver con los títulos finales), una excelente –otra vez- actuación de Michael Douglas, bien acompañado por LeBeouf y grandes actores de reparto (Josh Brolin, Langella, Susan Sarandon), y algunas lecciones atendibles acerca de la hora que vivimos, este regreso de Gekko y su capitalismo salvaje valen la pena.
El precio del poder Hay una diferencia sustancial entre la primera parte de Wall Street y ésta segunda, que hasta podría sonar estúpida: el mundo ya no es el mismo. De aquel 1987 (año en que Oliver Stone estrenó la aventura financiera de Gordon Gekko) hasta aquí, han pasado básicamente un atentado terrorista y una crisis financiera, sin precedentes. Pero hay algo que no ha cambiado: occidente sigue siendo dominado por el dinero (aquel que “nunca duerme“, tal como predica el subtítulo de esta secuela) y el capitalismo permanece como excusa para que sólo algunas cabezas decidan el destino de la mayoría. Pero en esta idea que suena a folleto socialista se sienta la base de un título que dice mucho y a la vez no descubre nada. Stone vuelve a apostar por un elenco de gran jerarquía en el que se destaca la vuelta del enorme personaje que le dio a Michael Douglas un premio Oscar -el mencionado Gekko- pero en el que también merodean secundarios que hacen grande al film; Susan Sarandon, el gran Frank Langella, Josh Brolin, y hasta Eli Wallach; el reparto de Wall Street 2 es un verdadero aporte de estrellas que le ofrecen versatilidad a la pantalla. El título nos muestra a Jacob (el oto protagonista del film, Shia LaBeouf) un joven con un futuro prometedor en la bolsa y pareja de la hija de Gekko. Con la salida de prisión de éste, su intento por reinsertarse en el mercado y el difícil desafío de la crisis bursátil, cada uno intentará hacer su jugada para sobrevivir en el competitivo mundo de las finanzas. A pesar de un trabajo solvente, la aparición de LaBeouf no logra ocupar el espacio que Charlie Sheen dejó vacío luego de la primera parte. Si bien los personajes no tiene relación alguna, el papel de aprendiz dentro del mercado es de similar origen. Pero claro, en este momento, el protagonista de Transformers no podrá nunca con el carisma que el actor de Pelotón le imprimió a su Bud Fox. Con una estética muy cuidada, la resurrección de Gekko bien podría ser pensada como la caída y el regreso de un Estados Unidos golpeado por la recesión. Lo sabemos, el director de JFK es una de las caras más “de izquierda” que Hollywood permite mostrar, sin embargo no resulta casual que la visión mitad reaccionaria, mitad cómplice (la película contó con un presupuesto de 70 millones de dólares) llegue en pleno reacomodamiento económico en el país del Tío Sam. Si Michael Moore reflexiona sobre la situación financiera de EE.UU desde un lugar que no le permite exhibición en salas (su última película Capitalism: a love history se estrenó directamente en DVD en varios países incluyendo a la Argentina) Stone decide decorar su filosofía política con un gran elenco, un montaje vertiginoso y un guión sólido y entretenido; es decir, algunas piedras pesadas guardadas en un enorme y hermoso paquete con moño. Porque no deja de haber al menos un sesgo de hipocresía en un film que ha alcanzado status de culto (el cual comparto) en una segunda parte que resulta definitivamente menos reaccionaria y hasta más liviana que aquella primera que bien merece el lugar que ocupa. A pesar de ello, no pierde el atractivo para cualquier cinéfilo que haya disfrutado de la primera historia; tener la posibilidad de volver a ver a Gordon Gekko en pantalla grande y, deleitarse con un reivindicado Michael Douglas es todo un placer. Por supuesto, y como es costumbre en una industria que tiene como prioridad llevar la mayor cantidad de gente a las salas, no es necesario haber visto la cinta original. Wall Street: el dinero nunca duerme, puede disfrutarse tranquilamente desde cero. Ahora sí, para aquellos que así decidan hacerlo, sepan que tienen una cuenta pendiente. Porque el film de 1987 es casi una película imprescindible.
Gekko y las burbujas financieras En el primer encuentro que mantienen los "brokers" Jake Moore (Shia LaBeouf) y Bretton James (Josh Brolin), el más joven le pregunta al otro cuál es la cifra por la cual aceptaría retirarse de los negocios. "Más", le contesta casi en un susurro pero con absoluta convicción. Es una de las claves de la película: Oliver Stone, un realizador con la dosis de progresismo más alta que Hollywood es capaz de tolerar, quiere continuar la pintura de los personajes que habitan en la legendaria Wall Street que empezó hace 23 años. Retoma la historia de Gordon Gekko, que estuvo ocho años en prisión y que no puede resistirse a la tentación de volver a los negocios. Michael Douglas encarna nuevamente con solvencia y naturalidad al despiadado "tiburón" de las finanzas que, en esta oportunidad, predice el caos de los mercados que se produce por el estallido de las "burbujas" financieras. Aunque Gekko parece empeñado en recuperar el afecto perdido de su hija (que, vaya paradoja, no quiere oír hablar de su padre pero se enamoró de un joven "broker"), no parece haber perdido del todo las mañas que lo llevaron a la cárcel. Aprovecha su vasta experiencia para volver al mundo que lo fascina y, de paso, para tomar venganza sobre algunos colegas que ayudaron a precipitarlo al abismo. Stone (que aparece en pantalla un par de veces, a lo Hitchcock) redondea una narración interesante, con atractivos toques visuales y algunas excelentes tomas del ambiente neoyorquino; los protagonistas le responden adecuadamente, y agrega la intervención de "monstruos" como Frank Langella, Susan Sarandon o Eli Wallach, que les sacan todo el jugo posible a sus breves intervenciones. La pintura del ambiente frenético de Wall Street es excelente, aunque por ratos el guión se vuelva previsible. En poco más de dos horas, el director logra el objetivo de mostrar cómo unas cuantas personas manejan el destino de billones de dólares, y la ruina de millones de habitantes de todo el planeta.
Después de haber cumplido una condena por fraude de valores, lavado de dinero y crimen organizado, Gordon Gekko (Michael Douglas) sale por las puertas de una correccional federal hecho un hombre cambiado. En el 2008, Jake Moore (Shia LaBeouf), un joven vendedor de propiedades está ganando millones de dólares en la compañía de su mentor: Keller Zabel Investments. Winnie (Carey Mulligan), hija de Gekko y novia de Jake, apoya la determinación de su futuro marido de invertir en energía ecológica incentivada por un idealismo que no ve en los otros hombres que trabajan en Wall Street. Sin embargo, una ola de rumores pone en jaque el trabajo de Jake: no tiene más remedio que acercarse a su suegro a espaldas de su mujer y descubrir la forma de salir a flote en el convulsionado mercado de valores de hace dos años. Veintitrés años después del film original, el director Oliver Stone decidió poner al día su visión de la economía norteamericana. La trama –forzada en varios puntos y excesivamente extensa- hecha mano de recursos técnicos, visuales y estilísticos que no se encontraban disponibles allá por 1987, pero descuida la mordacidad que debería haber presentado. Con incontables guiños a los cinéfilos, esta segunda parte cuenta con las participaciones especiales de Susan Sarandon, Frank Langella, Elli Wallach y los cameos de Charlie Sheen (protagonista de la primera cinta) y del propio Stone.