El capitalismo financiero según Ferrara. Si hablamos de cine ficcional netamente político, léase el que resiste a la tentación de volcar la balanza de lleno hacia el análisis de índole social, podemos afirmar que durante las últimas décadas ha desaparecido del panorama internacional. Salvo el campo de los documentales ultra independientes y los circuitos de exhibición de los márgenes, ya casi no quedan propuestas que se arrojen de inmediato en la arena de la argumentación pública y los asuntos gubernamentales, principalmente porque están en vías de extinción tanto los espectadores como la crítica intelectual de antaño. Sin dudas la irresponsabilidad ideológica y la estupidez se fueron expandiendo a la par de un conservadurismo en verdad lastimoso. Es decir, teniendo en cuenta que resulta imposible un regreso al período de gloria que nos ha dado obras maestras del género como los trabajos de Gillo Pontecorvo, con La Batalla de Argelia (La Battaglia di Algeri, 1966), Queimada (1969) y Operación Ogro (1979) a la cabeza, por lo menos deberíamos pugnar por una vuelta al sensacionalismo de denuncia símil El Crimen de Cuenca (1980), el cual por cierto es mucho más valioso que la bazofia existencialista de la mayoría de los festivales clase A o el heroísmo berreta e individual que suele entronizar Hollywood. Hoy la errática Welcome to New York (2014) nos reenvía a esa dimensión de lucha comunal que se ubica por sobre el negocio más burdo del arte masivo. Si bien la necesidad política anula todo planteo creativo porque la administración popular determina los pormenores del ámbito simbólico, ya que abarca la vida y muerte de un sinfín de personas, es innegable que la mejor etapa de Abel Ferrara pertenece al pasado y que actualmente tenemos que conformarnos con películas ciclotímicas a nivel narrativo pero a la vez valientes y muy sensatas en materia conceptual. Lejos de hitos como El Rey de Nueva York (King of New York, 1990) y Un Maldito Policía (Bad Lieutenant, 1992), aquí el realizador retrata el caso de Dominique Strauss-Kahn, el ex director del Fondo Monetario Internacional acusado de intentar violar a una empleada de un lujoso hotel norteamericano. Desde su habitual visceralidad y dentro de los límites de ese cine de barricada basado en la improvisación, los dardos anímicos y la observación participante, Ferrara construye una epopeya contracultural que continúa la senda trazada por sus films recientes, orientada a la disección del capitalismo y sus rasgos más caníbales. El señor se las ingenia nuevamente para compensar los desniveles formales con una excelente dirección de actores (la labor de Gérard Depardieu y Jacqueline Bisset, como el imputado y su esposa, es descomunal) y un puñado de escenas prodigiosas (se destacan la de la prisión y la del arresto domiciliario). En suma, la ruina moral y la corrupción marcan el rostro de otro adalid execrable de la usura…
Gran película de Ferrara, extraordinario trabajo de Depardieu Bienvenidos a Nueva York tiene a un monstruo absoluto del cine como protagonista: Gérard Depardieu. En unos de los mejores papeles de su carrera, el gran actor francés, ahora también ciudadano ruso, interpreta a un verdadero monstruo, pero no del cine sino de la Realpolitik: Dominique Strauss-Kahn, el famoso presidente del FMI y presunto candidato a presidente de Francia. En mayo de 2011, Strauss-Kahn fue detenido en el aeropuerto JKF de Nueva York por abuso sexual a una mucama del lujoso hotel en el que se hospedaba, y esto es lo que cuenta el film de Ferrara. La película arranca con un toque de genialidad: Depardieu, más o menos interpretándose a sí mismo, explica, en una suerte de entrevista sobre su papel en la película, el desprecio que siente por todos los políticos: “Los odio”, y asocia ese sentimiento a una declaración de principios: “Soy un individualista, un anarquista”. Elegir a un actor que odia a quien debe interpretar, y que en cierto sentido tendrá que dignificar, es una excelente estrategia dialéctica: lo odioso se transforma aquí en una fuerza de descubrimiento y reconocimiento. De ese modo, el hedonismo hiperbólico del actor francés impregna su composición del funcionario: su gordura, sus excesos y su cansancio ontológico que se expresa bufando cada dos por tres son algo más de Depardieu que de Strauss-Kahn, aquí rebautizado como Georges Devereaux. Bienvenidos a Nueva York reconstruye el escándalo (Devereaux masturbándose sobre el rostro de una mujer negra del servicio de limpieza del hotel), la detención, el juicio y la absolución, pero el valor agregado pasa por el contexto y las situaciones secundarias: las fiestas sexuales de los altos funcionarios del poder económico, la relación de Devereaux con su hija y su esposa millonaria humanizan al monstruo sin por ello justificarlo. Ferrara mantiene una mirada distante del personaje y jamás desestima el lugar de la víctima del caso. El descontrol en Ferrara no está nunca al margen de cierta redención. Hay una escena precedida por un diálogo entre un terapeuta y Devereaux, en el que un monólogo interior shakespereano revela el “ADN” del monstruo y su pretérito sentido de justicia por un mundo arrasado por lo que él entiende como un tsunami simbólico y económico. Para Ferrara ese fenómeno impío tiene un nombre preciso: el capitalismo, y es por eso que ese parlamento se verbaliza en contraste con unos planos nocturnos en contrapicado de los rascacielos de Nueva York. Extraordinaria película de Ferrara, inolvidable composición de Depardieu.
Las miserias del poder Los excesos, el poder, los demonios interiores y el sexo son algunos de los temas centrales de la filmografía de Abel Ferrara. Por eso, una película inspirada en la figura de Dominique Strauss-Kahn, el otrora mandamás del FMI que hasta sonaba como presidenciable en Francia y cuya carrera se derrumbó tras las acusaciones de abusos a distintas mujeres en su contra, parecía una muy buena idea. Y Welcome to New York, con sus logros (que son unos cuantos) y sus absurdos (que en este caso no molestan demasiado) es, en el mejor de los sentidos, un Ferrara auténtico. El primer hallazgo de Ferrara es la elección de su protagonista. Gérard Depardieu, con su cuerpo degradado, su apetito devorador (por las mujeres, entre otras cosas), resulta la criatura indicada, el monstruo perfecto para que el director de El rey de Nueva York y la reciente Pasolini (presentada en la apertura del Festival de Mar del Plata) exponga la impunidad y las miserias del poder y los poderosos. De las orgías con prostitutas de lujo (y con esas perversiones que tanto le gustan a Abel que en este caso incluye un por demás imaginativo uso de champagne y helado) al ultraje de una simple camarera de origen africano en la habitación de un hotel de Manhattan, la adicción al sexo de George Devereaux es el eje, el motor de un relato que gana todavía más densidad cuando entra en escena Simone (Jacqueline Bisset), la esposa del protagonista y verdadera titiritera en bambalinas. No sólo deberá aceptar los nuevos deslices de su patético marido, sino comandar también la estrategia judicial, mientras se da cuenta cómo esa carrera que ella había digitado y construido para su cónyuge se desmorona, se escurre como arena entre los dedos. Como bien indicó Scott Foundas en su crítica para Variety, las escenas entre Devereaux y Simone alcanzan una dimensión cassaveteana… Ferrara está loco, pero su locura se agradece. Es un animal de cine y resulta mucho más lúcido e inteligente de lo que sus por momentos caóticos films podrían indicar. Aquí, prescinde de las bajadas de línea, de los diálogos aleccionadores, de los subrayados innecesarios. Le alcanza con mostrar la carnalidad, la voracidad, la inestabilidad emocional de su antihéroe para dejarnos en claro que estamos en manos de seres humanos con tantos o más defectos que virtudes. La corrupción (empezando por la moral) está en todas partes.
El pecador de Ferrara Welcome to New York (2013) es la película de Abel Ferrara protagonizada por Gerard Depardieu sobre el ex presidente del Fondo Monetario Internacional, que circuló por la web en la primera mitad del año, y tuvo una función especial en el pasado Festival de Cannes. Lejos de ser una película sobre el personaje y el hecho mediático específico, termina por ser un film con todos los tópicos del realizador de Un maldito policía (Bad Lieutenant, 1992). El señor Devereaux (Gerard Depardieu) vive su vida desprejuiciadamente: fiestas de sexo y alcohol con prostitutas que no excluyen el ambiente laboral. Vemos al personaje en reuniones de trabajo donde ofrece a sus colegas secretarias/prostitutas que lo rodean continuamente. Viajes de negocios se prestan a lujuriosas orgías en hoteles cinco estrellas. La cámara registro de Ferrara es especial para captar la espontaneidad de tales sucesos desde The Blackout (1997) hasta Go Go Tales (2007). Las inquietudes del Ferrara autor, tales como la redención, los excesos, el sexo y el poder como placer y condena, se ven reflejadas a la perfección en el caso público de acoso sexual que culminó con las parrandas del ex mandatario de la entidad bancaria internacional. Y no al revés. A Ferrara no le preocupa la veracidad de los hechos (lo aclara en un texto inicial), sino aquellas actitudes de la condición humana que llevan a una persona a realizar semejante acto. No hay justificación, ni relativismo moral: el personaje es mostrado de manera negativa desde el comienzo. El suceso pasa en Nueva York, en un viaje de negocios con fiesta incluida, rutina habitual del señor Devereaux. La cámara sigue las orgías con algún que otro lujo de detalle. La oscuridad en las escenas marca el lado oscuro de la situación. Seres casi demenciales con los cuales el personaje Gerard Depardieu disfruta de forma animal. La mañana siguiente el hombre abusa de la mucama y es detenido en el aeropuerto cuando intenta volver a Francia. Aparecen por un lado la población multicultural de Manhattan, ligada a la clase trabajadora: la mucama es negra al igual que uno de los policías que lo detienen (el otro tiene rasgos orientales), así como los operarios de los servicios o quienes realizan trabajo físico en la calle. Por el otro, la escena de la detención es retratada con extensos pasillos carcelarios, y una iluminación que va decreciendo a medida que el personaje es humillado por los guardias cárceles. Una suerte de justicia a medias que Devereaux percibe de forma aleccionadora. Ferrara realiza también un interesante trabajo con el cuerpo. Está el gran Gerard Depardieu aportando su fama de mujeriego y reluciendo su excesiva panza en cuanto desnudo implique el film, sin pudor ni vergüenza. Una suerte de Marlon Brando en El último tango en París (Last Tango in Paris, 1972), tan envidiable como despreciable. Las relaciones sexuales denotan poder, mediante la violencia ejercida de uno a otro. Sin llegar a ser relaciones sadomasoquistas, puede sentirse en el film “el peso” de un cuerpo –el de Depardieu- al dominar al otro. El peso del poder, del dominio, de la impunidad. Los planos iniciales del film muestran edificios ligados al centro bancario de la ciudad, para luego abandonarlos y recordar al personaje público en algún que otro diálogo -"La pobreza es un negocio" dice en un momento- y nada más. El resto, trata sobre un personaje de esos que tanto le gustan a Ferrara, que vive de exceso en exceso sin poder controlarse ni querer hacerlo. Welcome to New York es una película con todos los condimentos transgresores del realizador, despareja por lapsos –como la extensa discusión con su ex mujer- pero muy ágil en su narración y efectiva en su cometido.
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Un alma quebrada Abel Ferrara sabe cómo generar escándalos. Toda la filmografía de este auténtico provocador nacido hace 63 años en el Bronx tiene ese sesgo, con dos películas de los 90 -El rey de Nueva York y Un maldito policía- como exponentes ilustres. En este caso, las discusiones tuvieron que ver con el descarnado retrato que Ferrara propone de un verdadero prototipo de hombre poderoso del capitalismo contemporáneo. En 2011, Dominique Strauss-Kahn estaba al frente del Fondo Monetario Internacional y era el favorito en los sondeos previos para presentarse como candidato socialista a la presidencia de Francia. Pero viajó a Nueva York y luego de una breve estancia en la ciudad fue detenido en el aeropuerto JFK. Una empleada de limpieza guineana del hotel donde se alojó lo acusó de intentar violarla en su habitación. El proceso penal terminó en absolución (el testimonio de la acusadora fue declarado inconsistente) y Strauss-Kahn siempre declaró su inocencia, pero su imagen pública quedó tan deteriorada que decidió iniciar una querella contra Ferrara por difamación. La furia que despertó la película en Strauss-Kahn fue sintetizada visceralmente por su abogado, Jean Veil: "Se trata de una mierda de perro y tiene algo de antisemita", declaró a la prensa francesa. Ya desde el inicio, Ferrara pone las cosas claras, contraponiendo dos planos con una intencionalidad evidente: primero, una estatua del Conde de Rochambeau, el mariscal que lideró el cuerpo expedicionario francés en ayuda a las Trece Colonias durante la emancipación estadounidense, y de inmediato, una fábrica de billetes de dólar con la efigie del héroe de la independencia George Washington. Una manera nada sutil de enfrentar el idealismo político fundacional con el desarrollo de un sistema salvaje dominado por la acumulación de capital como pilar para ejercer el poder. Moralista inocultable, Ferrara evita cualquier tipo de empatía con el protagonista, un Gérard Depardieu obeso, lascivo y completamente desprejuiciado que bufa como un animal en celo y logra delinear con solidez un personaje desagradable y atemorizante secundado por una esposa gélida y también cegada por conservar el poder a cualquier precio (la veterana Jacqueline Bisset, también de notable trabajo). Ferrara filma las fiestas sexuales de Devereaux (el álter ego de Strauss-Kahn para el film) con los recursos del soft porno y lo deja en sombras cerca del final de la historia para que despliegue un monólogo interior de corte shakespeareano en el que confiesa el ideario de un alma quebrada: "Las cosas no van a cambiar. Los hambrientos morirán, los enfermos también. La pobreza es un buen negocio. Los hombres sabios se conforman con conocer sus limitaciones. Esta revelación me sobrecoge", dice el personaje que encarna Depardieu, el mismo que en el prólogo de la película habla por él mismo para revelar su aversión por los políticos y autodefinirse como "un anarquista", una generalización algo liviana que parece estar en perfecta sintonía con las convicciones de Ferrara.
Admirable Gérard Depardieu La dupla Ferrara-Depardieu se zambulle de lleno en esta vorágine de adicciones y prostitución y lo hace sin escatimar imágenes que por momentos resultan bastante bizarras. Si bien el guión hubiera exigido una mayor profundidad, el filme se sostiene en las magníficas actuaciones de Depardieu y Jacqueline Bisset. El actor francés Gérard Depardieu se presta a mostrar una faceta cruda y polémica de un político que pasa de estar en el cenit de su carrera, a prácticamente hundirse en la más absoluta miseria humana. El filme de Abel Ferrara está inspirado en la figura del ex director del FMI Strauss-Kahn y la acusación de violación que recibió por parte de la empleada de un hotel, que llevó al funcionario a los tribunales de Nueva York. ‘Welcome to New York’, propone una historia que se interna sin eufemismos en la agitada vida sexual de un hombre que puede llegar a comprarlo todo. Con una mujer que aspira a que su marido se convierta en el futuro presidente de Francia, Deveraux es un ser capaz de manejar la economía de un mundo en crisis, pero incapaz de contener su apetito sexual, al que pone en práctica convocando a varias chicas a la habitación del hotel en el que se hospeda, o a las que invita a su casa, aunque en ella conviva con su mujer. MUJER ENAMORADA Si bien el papel de su esposa, a cargo de una estupenda Jacqueline Bisset es el de la mujer enamorada, que le perdona todo a su marido con tal de retenerlo a su lado, la crisis en la pareja estalla, cuando a él lo encarcelan en los Estados Unidos, acusado de violación por parte de la empleada de un hotel. A partir de ese momento, la vida del político cae en desgracia y su imagen pública, adquiere los matices del delincuente más temido. La dupla Ferrara-Depardieu se zambulle de lleno en esta vorágine de adicciones y prostitución y lo hace sin escatimar imágenes que por momentos resultan bastante bizarras. Si bien el guión hubiera exigido una mayor profundidad, el filme se sostiene en las magníficas actuaciones de Depardieu y Jacqueline Bisset.
Un maldito funcionario Inspirada en el caso Strauss-Kahn, con un Gérard Depardieu en una actuación memorable. A los 63 años, Abel Ferrara quiere seguir aprendiendo secretos del oficio de hacer películas. Sus últimos dos largometrajes tienen en común algo inédito en su carrera: están basados en hechos reales. Pasolini, sobre el último día de la vida del gran cineasta italiano, abrió el Festival de Mar del Plata el sábado. Y hoy se estrena Welcome to New York, inspirada en el caso Strauss-Kahn. Recordemos los hechos: en 2011, el entonces director gerente del FMI fue acusado de abuso sexual por una mucama de un hotel neoyorquino. Los cargos penales finalmente fueron retirados; el procedimiento civil terminó con un arreglo económico por una suma jamás revelada. Para el funcionario fue el final de su carrera diplomática y de sus aspiraciones a la presidencia de Francia. Aunque al principio, seguramente para evitar conflictos legales, se advierte algo parecido al clásico “toda semejanza con la realidad es pura coincidencia”, la película tiene una textura documental, con escenas largas, crudas, de tono naturalista, y salpicada, muy de tanto en tanto, de imágenes de archivo. Incluso, Ferrara recurrió a auténticos guardiacárceles y policías para que actuaran en las notables escenas carcelarias (filmadas, además, en prisiones reales). Pero, más allá de que presenta una versión de los hechos, el objetivo de la película no es desentrañar qué ocurrió en ese cuarto de hotel, condenar a Strauss-Kahn ni ahondar en las teorías conspirativas. Como Un maldito policía, quizá la mejor película de Ferrara, Welcome to New York es el retrato de la autodestrucción de un hombre que sucumbe a sus adicciones; un hombre que parece tenerlo todo pero no encuentra saciedad posible y, fuera de control, se embarca en un espiral de sexo que termina haciendo pedazos toda su vida. Es, también, una reflexión sobre el poder y la intrínseca sensación de impunidad que conlleva. Curiosamente, la película empieza con una falsa conferencia de prensa en la que el Gérard Depardieu habla sobre el oficio y explica por qué aceptó el papel, como si Ferrara nos estuviera diciendo “atención: ésta es una película de Depardieu”. A esas palabras le siguen dos horas de una clase magistral de actuación. Nunca parece seguir instrucciones o repetir palabras memorizadas; siempre da la sensación de estar creando sobre la marcha. Y le pone literalmente el cuerpo a la película, con un par de desnudos que acentúan la monstruosidad de su personaje. Es difícil, ante talentos así, no caer en exageraciones periodísticas. Pero sí, hay que decirlo: Depardieu es uno de los mejores actores vivientes. Y vuelve a demostrarlo.
Interesa, aunque no siempre hace honor al escándalo realInteresa, aunque no siempre hace honor al escándalo real Gerard Depardieu se convierte en Dominique Strauss-Kahn en esta película de Abel Ferrara sobre el famoso escándalo en el que una mucama de un hotel neoyorquino acusó de abuso sexual al que podría haber sido el siguiente presidente de Francia. Como sucede en estos casos, los nombres están cambiados, y el personaje de Depardieu se apellida Deveraux, pero la vuelta de tuerca es unir al actor cuya biografía está llena de situaciones procaces como la que describe el film-, lo que queda claro desde un prólogo en el que Depardieu se interpreta a sí mismo. A lo largo del film, esta especie de simbiosis se produce varias veces, especialmente hacia el final. Pero lo más picante de "Welcome to New York" sin dudas está al principio, con la llegada de Deveraux a un elegante hotel donde hace las mil y una, a veces jadeando como un jabalí moribundo al recibir sexo oral de una escort de alto nivel, o actuando como si estuviera en el séptimo cielo cuando hace que dos prostitutas jueguen entre ellas. Las cosas se ponen más feas cuando entra a su cuarto una mucama que, luego de preguntar varias veces si hay alguien para poder hacer la limpieza, se encuentra con el auténtico Obelix saliendo de la bañera en todo su espantoso esplendor (la figura de Depardieu resulta casi más apropiada para un adicto a las grandes de muzzarella que para un adicto al sexo). Más allá de lo grotesco, la escena es realmente fuerte, y lo que llama la atención durante el resto de la película es la escasa participación del personaje de Pamela Afesi dada su importancia en la trama. Son muy interesantes las escenas del encarcelamiento y proceso del protagonista, pero cuando llega su esposa (una muy eficaz Jacqueline Bisset) el asunto deriva a un drama conyugal no tan intenso dado el caso. Con un comienzo tan fuerte, la película naturalmente se va volviendo más leve y menos interesante y, en ese sentido, Ferrara no hace mucho para cambiar las cosas, salvo filmar excelentes planos de Nueva York, ciudad que conoce como pocos, y de darle rienda suelta a Depardieu para que mezcle el personaje consigo mismo. La película llama la atención por tratar un caso tan conocido y discutido, pero no siemrpe está a a altura de lo que se podría esperar.
Está basada, sin decirlo, en el caso de Domenique Strauss_Kahn, el poderoso hombre del FMI detenido en Nueva York acusado por la violación de una camarera. Pero el director es Abel Ferrara y todo comienza con fiestas de desenfreno sexual explícito, con un Gerard Depardieu inusualmente expuesto. Después, llega una refinada reflexión sobre el poder, el dinero, las manipulaciones.
Sobre la cara barbárica del capitalismo Jacqueline Bisset y especialmente Gérard Depardieu se lucen en un film que no intenta reconstruir “hechos reales” sino ensayar una representación que deja al descubierto la ambición desmedida, la construcción de fachadas y el uso del dinero para acumular poder. A más de quince años del último estreno comercial en nuestro país de un film de Abel Ferrara (The Blackout en ¡1998!), Welcome to New York viene a confirmar varias cuestiones. En principio, que el status de outsider de la industria que el realizador nacido en el Bronx supo conseguir en base a películas como Un maldito policía, El rey de Nueva York o, más atrás en el tiempo, Angel de venganza, sigue definiendo su personalidad. En segundo lugar, que su cine no dejó de ser afilado, alejado de modas pasajeras, más o menos atípico dependiendo del título, casi siempre cuestionador o perturbador. Finalmente, que su obra hasta la fecha (más de una veintena de películas, incluyendo su segundo film en este 2014, Pasolini, presentado hace escasos días en la apertura del Festival de Mar del Plata) es una de las más libres y genuinamente independientes en el panorama del cine estadounidense contemporáneo.¿Cuántos cineastas, americanos o no, se hubieran animado a referir el famoso escándalo por abuso sexual que involucró a Dominique Strauss-Kahn (director del Fondo Monetario Internacional hasta 2011) sin caer, consciente o inconscientemente, en el panfleto sensacionalista “basado en casos reales” o en el tratado adusto sobre los excesos del poder? Welcome to New York es una película formal e ideológicamente libre, provocadora e inteligente, que lógicamente evita los nombres propios por cuestiones legales (a pesar de ello, los productores y el director debieron enfrentar varios embates judiciales desde su presentación en mayo en el Festival de Cannes). Pero el reemplazo del apellido Strauss-Kahn por el de Devereaux, como el del resto de los protagonistas reales, cumple una función dramática aún más importante: el film no es, de ninguna manera, una puesta en escena de los “hechos reales” (si es que tal cosa es posible en cualquier circunstancia), sino una cavilación que toma esos sucesos como excusa para otra clase de procedimiento.Representación al fin, no es casual entonces que Welcome to New York comience con una breve escena en la cual Gérard Depardieu, el actor, describe a un grupo de periodistas sus razones para aceptar el papel de un hombre poderoso involucrado en la política internacional. Gran rol tardío del actor francés, su Devereaux es un monstruo, pero también una víctima (no en menor medida de sí mismo), alguien odioso y patético en partes iguales, encarnado por Depardieu con medido histrionismo y una cualidad por momentos animal. Larger than life en muchos sentidos –el cuerpo del actor se ofrece, vestido o desnudo, en toda su inmensidad–, Ferrara lo desarrolla como espécimen y ejemplo de conjunto, arquetipo y metáfora. Luego de una reunión de trabajo que rompe con más de un protocolo, recién llegado a la ciudad de Nueva York, Devereaux hace el check in en el hotel cinco estrellas donde se hospedará por una sola noche. La primera media hora de película casi no abandonará esa suite presidencial, donde con el correr de las horas se sucederán una pequeña fiesta con ribetes orgiásticos, un aparte sexual con una de las convidadas y un trío con dos prostitutas. Por cierto, todo es VIP en el mundo de Devereaux: pasajes en primera, hoteles de lujo, servicios personalizados, mujeres.Y todo parece girar alrededor suyo, como un dios pagano que exuda poder en cada uno de sus poros. Pero a la mañana siguiente, como una bestia en celo incapaz de controlar los impulsos, el poderoso intentará someter sexualmente a una empleada de limpieza. Y así, luego de su detención, comenzará la caída y el calvario de Devereaux. Aunque calvario quizá sea una palabra demasiado fuerte: “Nadie quiere ser salvado”, dirá cerca del final. Y también: “No puedo sentir nada por nadie, ni siquiera por mí mismo”. Ferrara le dedica poco tiempo a las escenas de juicio y algo más al encierro de Devereaux en celdas comunes de comisarías y cárceles, no tanto como símbolo de humillación o mecanismo demagógico para envolver al espectador en ciertos placeres narrativos (la idea del rico desprovisto, aunque sea momentáneamente, de fueros y prerrogativas), sino como punto de partida y apoyo visual de la desnudez emocional e intelectual del personaje que llegará sobre el final, ultimada por un monólogo en off con intensidad de tragedia clásica.Las escenas con Jacqueline Bisset, quien interpreta a su esposa y principal sostén logístico, económico y emocional para una carrera a la presidencia de Francia que quedará naturalmente truca, disminuyen ligeramente la intensidad de la primera parte del film y se adentran en un juego dialogado donde la hipocresía y el cinismo se confunden con la honestidad del animal herido. Tanto uno como la otra podrían ser descriptos de diversas maneras, pero es claro que sus vidas han estado marcadas por la ambición desmedida, la construcción de fachadas y el uso del dinero como punto de partida para erigirse en el poder. El film se inicia con planos de lugares famosos de la ciudad de Nueva York, con fondo musical de “America the Beautiful” en versión unplugged. Es evidente que para Ferrara la esencia de estos personajes lastimosamente monstruosos es tan universal como eterna, la cara barbárica del capitalismo.
Un maldito capitalista De antemano y sin prolegómenos, el director Abel Ferrara se despega de los encorsetamientos del cine industrial y mucho más de ese nefasto camino de los hechos reales o las biopics lavadas para introducir la figura de un hombre público y poderoso que fuera en su momento de escándalo la referencia obligada de cuanto periodismo sensacionalista -o sencillamente amarillista- se trate en el mundo. Nos estamos refiriendo al caso de acoso sexual donde estuvo involucrado el presidente del F.M.I. Dominique Strauss-Kahn tras una denuncia de una mucama en uno de los hoteles de lujo donde se hospedaba durante una de sus habituales giras de negocios en 2011. Arquetipo de esos hombres intocables por la impunidad que les otorga el poder, capaz de destruir economías o países emergentes con un sólo llamado telefónico, Strauss Kahn desaparece en la piel de Deveraux (por motivos legales obviamente), composición majestuosa de Gerard Depardieu que al comenzar el film expresa su odio a los políticos y explica sus razones para aceptar el papel a unos periodistas. Meterse o mejor dicho representar en una metamorfosis muy particular a ese monstruo partiendo del preconcepto del odio es algo que solamente un director como Abel Ferrara podía aceptar con los ojos cerrados por esa extraña confianza no sólo de su actor sino de los motivos ontológicos de su propuesta, donde la verdad o la realidad que se impregna de los hechos verídicos se ve corrida de eje explícitamente para bucear en la psicología o degradación de los seres despreciables que en algún momento de flaqueza hasta parecen humanos, como Deveraux en su rol de víctima más que de victimario. El cuerpo fofo y deforme, lo visceral en plena y desenfrenada orgía desde los caprichos del poder rebalsan en cada plano, donde la cámara del director de Un maldito policía encuentra la distancia justa para no juzgar a sus criaturas pero también resulta impiadosa a la hora de mostrarlos en sus peores excesos o en la intimidad menos glamorosa posible. La violencia de los cuerpos, más que de las acciones o las palabras, estalla con una intensidad propia de los trabajos actorales que no miden los riesgos o especulan con la puesta en escena o con la fotogenia. Tampoco para entrar en sintonía con el drama calculado o el llanto solemne del animal herido. La primera mitad del film encuentra en la impunidad nocturna de un lujoso hotel de New York (recordemos que Strauss Kahn fue detenido en el aeropuerto J. F. K.) el escenario más crudo para retratar dialécticamente hablando la diferencia entre los que mandan y aquellos que obedecen por unos míseros billetes, esa ambigüedad entre amo y esclavo -tan real como perversa- que deja en claro que ninguno de los dos es puro porque el cinismo que atraviesa la realidad del capitalismo salvaje arrasó hace mucho con la dignidad y el pretexto de jugar la carta del verdugo antes que lo haga otro impera como única señal que no busca redención, aunque sí comprensión. Precisamente, la redención en las películas de Abel Ferrara supone siempre transiciones de dolor como aquella inexcusable de Un maldito policía que, si se permite el juego de palabras aquí, podría convertirse en la de “Un maldito capitalista”. ¿Importa el desenlace de Welcome to New York?; ¿importa acaso si el bien triunfó sobre el mal? Poco y nada, pero eso no significa que el cine de Ferrara renuncie a cuestionarse sobre la condición humana en un escenario donde el dios dinero tiene muchos más creyentes que cualquier otra religión.
El infierno tan temido Volvió el mejor cine de Abel Ferrara, el de los excesos y desmesuras varias, desde lo temático y formal. Aquel que no necesita bajar líneas, sino el que se protege en la exhibición de las miserias (físicas y morales) de un sector de la sociedad. El de Un maldito policía, El funeral, El rey de Nueva York y China Girl es el que retorna con Welcometo New York. Para la gran vuelta contó con un monstruo actoral como Depardieu, ofreciendo su anatomía desnuda de 150 kilos o más, interpretando a un poderoso representante del FMI con pretensiones presidenciales que, debido a sus excesos en el sexo, ve cómo su carrera se va al demonio. La película arranca con una entrevista a Devereaux (criatura basada en Dominique Strauss-Kahn), donde se concilian actor y personaje. Devereaux es un enfermo del sexo, un fanático de las prostitutas high-class y un animal de hoteles de lujo quien, debido a su voracidad, mete la pata con una empleada doméstica a la que –supuestamente– le exige una fellatio. A Ferrara se lo percibe cómodo registrando esas orgías que complacen a Devereax, pero también apostando a la crítica de un sistema de vigilancia y control que humilla al acusado por sus excesos (extraordinaria escena aquella de la captura y chequeo corporal previo a la prisión del personaje central). Pero Welcometo New York no sólo corre el velo sobre la hipocresía del poder, como ocurre en el fagocitado cine de denuncia, ya que la aparición de la esposa del economista, Simone (Jacqueline Bisset y su seductora belleza otoñal), suma puntos a una película que le patea el trasero a la corrección política.En esos dos encuentros del matrimonio, el efectivo Ferrara se anima a describir a un matrimonio en crisis, endilgándose culpas uno al otro, desnudando flaquezas y contrariedades íntimas y públicas. Entre reproches y recriminaciones, la pareja todopoderosa que parece llevarse al mundo por delante se expone y queda en pelotas, tal como se lo observa a Depardieu en un par de escenas no tan breves.
Poder, impunidad y sexo Quiere ser una versión libre del caso Strauss-Kahn, ese mandamás del FMI, adicto al sexo, que cayó por haber abusado de una camarera de Guinea en el Sofitel de Manhattan. Pero va más allá: retrata al personaje pero también a su intérprete, Gerard Depardieu, hundido en sus infiernos. En la escena inicial, el actor explica cómo hizo el papel: “Odio los políticos, no les creo y no me cuesta interpretarlos porque el actor no pone sus emociones”. Después, frente a un psiquiatra, su personaje repetirá: “no tengo emociones”. Y Ferrara se agarrará de allí para pintarnos un tipo (¿o dos?) sin alma ni freno que no “no sienten nada”. El film se organiza en tres planos: las largas reuniones de sexo; la detención y su paseo humillante ante policías y estrados judiciales; y al final sus largas y formidables discusiones con su mujer, entrecruzada de reproches y lágrimas, un ida y vuelta sobre lo íntimo y lo público, con el dinero y el poder pivoteando entre el amor gastado, la vergüenza imposible y las ambiciones perdidas. Desde allí, Ferrara se asoma a la entretela de un capitalismo que entre sus permisos y sus anticuerpos parece exaltar este clima de avasallamiento y excesos. “¿Tenés poder, sexo, dinero? ¿Qué más querés?, le preguntan a este tipo sin culpas ni límites, un desquiciado que confirma que el poder –como dijo Yabrán- es impunidad, un patético y monstruoso personaje que no entiende cómo su castillo de naipes se derrumbó y al que sólo le queda la cínica reflexión de que “no podemos salvar a nadie porque nadie quiere ser salvado”. Una de sus chicas dice que “en América todo es más grande y mejor”. Y la canción del comienzo colorea ese comentario con unos versos que traen más esperanzas que certezas: “América, América, Dios derramó su gracia sobre tí, hasta que la ganancia egoísta ya no manche la bandera de los libres”. La mirada final de Depardieu a la cámara sella el pacto final entre esos dos prepotentes que “no sienten nada”: el personaje público y el actor famoso.
El cuerpo del delito Si hay algo que uno puede decir del cine de Abel Ferrara, es que sin dudas se trata de un cine potente: en imágenes, pero también en contenido (virulento, repulsivo). Y esa potencia, muchas veces, se vale de instancias poco sutiles. ¿Es entonces la falta de sutileza una de las posibilidades para llegar al relato salvaje a lo Ferrara? Welcome to New York es un ejemplo de cómo ese espíritu revulsivo se vale tanto de una narración fragmentada por momentos (su primera media hora), como de espacios donde la crítica ya no precisa de la metáfora y tiene que ser fuerte, directa, sin ambages. El film, que se basa más disimulada que libremente en el caso real del ex titular del FMI Strauss-Kahn, es tan fascinante como derivativo en su última media hora, tan amoral como cercano a la justificación serial por otros, y no puede, conteniendo en su centro una actuación tan potente de Gerard Depardieu, más que ser ese mismo cuerpo hecho material cinematográfico. El cuerpo del actor francés, desnudo, monstru-oso en su voracidad sexual, simbólico en su forma de aprehender las nociones del capitalismo, no es más que el elemento clave dentro de una película descarnada en su búsqueda de lo repulsivo. Como las comilonas de Marco Ferreri, los maratones sexuales de Devereaux con prostitutas de lujo -o no- son un síntoma: comer o coger hasta reventar. Lo que hace más complejo el panorama aquí es el indisimulable espacio de poder que ocupa el personaje central: quien elige reventar de esa forma ahora es alguien cuyas decisiones personales impactan definitivamente a escala global. Por eso -y por el hecho real en el que se apoya y le da sentido- la película adquiere otras connotaciones y admite lecturas. Esa perversión, mostrada sin medias tintas (incluso al borde de lo intolerable) por Ferrara, tiene una doble intención que se irá develando con el transcurrir de la película: en primera instancia, hacer física la inocultable sensación de impunidad que da el poder; en segunda instancia, retratar el juego de roles que se da alrededor del poder: el sometido y el sometedor, la víctima y el victimario. Durante 90 minutos, Ferrara trabaja inteligentemente sus temas, traza claramente el juego de roles primero en aquellos maratones sexuales (donde Depardieu gime en sus orgasmos tal monstruo) y posteriormente cuando el protagonista es internado en los pasillos de una prisión: el sometimiento, dice la película, no precisa del acceso carnal, la vejación del cuerpo se da en la crueldad con la que las instituciones (la cárcel o el FMI o la que sea) dispone de nosotros. Como era de esperarse, Ferrara no toma un caso real para elaborar una ficción documentada, sino que elabora una lectura sobre un episodio específico y lo recrea con las obsesiones formales y temáticas de su cine: este Devereaux, con su inconsciencia voraz, es pariente de aquellos personajes de Un maldito policía, El rey de Nueva York o El funeral, todas películas de su mejor década, los 90’s. Un tipo que ingresa en la decadencia sin frenos, incapaz de detener su propia marcha: tal vez por eso, y a pesar de su catolicismo evidente, Ferrara no termina por juzgar y hasta le da la posibilidad al monstruo de explicarse. Las referencias en Welcome to New York son múltiples: hay algo de Psicópata americano, aunque aquí en vez de contarse la pesadilla del sistema se muestra su deseo desencadenado, mucho del Scorsese más crudo y setentero, e incluso una mirada que intenta ser satírica a lo Chabrol, especialmente con la inclusión del personaje de Jacqueline Bisset, que no termina por encontrar el tono adecuado. Precisamente este es el segmento que peor encaja en el film, y que limita la potencia final del relato -además de una última media hora confusa y sin rumbo-, cuando aquello que quedaba en el orden de lo sugerido se expone con la contundencia algo chusca del discurso oral: hay un monólogo interior que clarifica la metáfora que el personaje representaba hasta entonces, incluso justificándola y poniéndola en un lugar victimizado. Esos últimos momentos corren el riesgo de hacer que la película lleve al espectador por un único lugar, lejos de la ambigüedad ética y moral de lo antes visto. Por suerte, otra vez, aparece el cuerpo Depardieu, y su seductora interpretación nos revela nuevamente que el monstruo, por más consciente que sea, no deja de ser monstruo y devora muy a su pesar. Como Devereaux, como el capitalismo. Pobrecitos.
Atracción fatal Monsieur Devereaux (Gérard Depardieu) tiene una irrefrenable tendencia a violar a cualquier mujer que se acerque a menos de un metro de distancia. En Nueva York, como parte de una visita diplomática, el aspirante a presidente de Francia pasa una noche de lujuria y a la mañana siguiente, insaciable, quiere un regalo de despedida de la mucama. El incidente dispara su detención a bordo del avión que lo llevaría de regreso a París y Devereaux, que resulta inmediatamente privado de su libertad, es por poco el bocado (o para ser precisos, dada la absurda circunferencia abdominal de Depardieu, la bomba de crema) de un puñado de presos del Bronx. Aparece entonces su mujer, Simone (Jacqueline Bisset, bella aun a los 70), que logra sacarlo de prisión pero nunca de sus mañas. Inspirado en el arresto de Dominique Strauss-Kahn, un escándalo de proporciones ocurrido en 2011 y hoy casi olvidado, Abel Ferrara (Un maldito policía) delinea los procederes de una auténtica bestia, con maestría en la dirección y una iluminación impecable, de chillones tonos cálidos que devuelven el lado oscuro de la Gran Manzana. A no dudarlo, Welcome to New York es el film de horror del año.
Despite the insistent disclaimers at the beginning of the film, Abel Ferrara’s Welcome to New York is very much based on a real life scandal: the arrest of Dominique Strauss-Kahn, French diplomat and Managing Director of the IMF, in May 2011, at JFK airport due to allegations that he had sexually assaulted a hotel maid. Whereas Strauss-Kahn denied the assault, he did admit he was guilty of inappropriate behaviour. As expected, the civil suit was later settled out of court, but nonetheless the French diplomat resigned shortly after. In Ferrara’s film, Gerard Depardieu plays Mr. Devereaux, a powerful corporate-type man who’s more of a sex maniac than anything else. He parties big time with prostitutes and employees alike, be they gorgeous and sophisticate, or plain and unattractive like the black hotel maid he forces into oral sex. Of course, it’s not all about sex, as there is also a craving for supremacy and control, drugs and alcohol. In drawing this merciless portrait of a hedonistic and yet ultimately doomed man, Ferrara goes for a larger picture that speaks of an entire political class at large. Jacqueline Bisset stars as Mr. Devereaux’s wife, and while the physique de role suits her perfectly — picture an aging beautiful woman, as elegant as she is manipulative — her acting is not that memorable. You can’t help but feel she plays her part by the book, with not much of a personal input. In stark contrast, Depardieu delivers a compelling, deliberately over the top performance which turns his character into a sleazy, despicable man you wouldn’t ever want to cross paths with — his nude scenes often verge on the grotesque. Excess is the name of the game here, and it’s found in the foul language, the psychological and physical aggression, and most important, the absence of all kinds of loving sentiment. These are, after all, dehumanized beings. As far as depicting the many situations and happenings Devereaux and company are involved in, Welcome to New York is impressive in its authenticity. Long takes capture algid moments and prolong them seemingly forever. But when the script tries to go deeper, meaning to delve into Devereaux’s pathological marriage and his equally pathological condition, or to account for past events and subtleties in the way characters relate, then it becomes too obvious and one dimensional. It’s when it attempts to explain and analyze what happens that it falls short. Because it becomes didactic, as if viewers hadn’t already grasped what the whole thing was about.
Por encima de la ley El filme del director Abel Ferrara, el mismo de “Un Maldito Policia” (1992), “El rey de New York” (1990), “El Funeral” (1996), posiblemente sus tres mejores trabajos estrenados en Argentina, vuelve a la carga, y en este caso no presenta concesiones. Obra seca, tajante, sin el mínimo deseo de hacer pasar al espectador por un momento de esparcimiento, más allá de que la primera mitad de la naración transcurra de una orgía a otra, pero extirpando toda sensación de excitación a través de las imágenes. Una hora en la cual Gerard Depardieu mezcla su enorme y para nada agraciado cuerpo entre prostitutas jóvenes, excesos de alcohol, viagra. La segunda parte es toda una clase de actuación en la que Depardieu hace gala de sus recursos histriónicos para mostrarnos el cinismo casi en estado puro. Pero la historia abre con un juego, el actor protagónico es presentado en una doble lectura, un doble juego, que bien podría ser el mismo, dando detalles de su razón de ser en el filme, como su personaje dando razones de cómo se ve la vida desde ese lugar de privilegio que otorga el dinero en exceso y el poder sin limites. Inspirada en el polémico escándalo de 2011 en el que se vio envuelto el político galo, ex-presidente del FMI, Dominique Strauss-Kahn, en el punto en que ya se hablaba de una pre-candidatura presidencial en Francia, que dio la vuelta al mundo, cuando una empleada de un hotel de Nueva York lo acusó de asaltarla sexualmente. Modificando los nombres, la explicación inicial nos indica que lo que vamos a ver es en parte una suposición de los hechos ocurridos en esa suite 2806 del hotel en Nueva York, para luego desplegar con habilidad narrativa, por momentos con imágenes cercanas al genero documental, los pormenores de un mundo corrompido. El señor Devereaux es el individuo poderoso en cuestión. Un hombre que manejaba miles de millones de dólares cada día. Un mortal que controla el destino económico de muchos países, afirmando que “la pobreza en un gran negocio”. Un semejante dominado por un delirante deseo sexual, pero que el tiempo transcurrido sobre la tierra le ha quitado la juventud necesaria para sostenerlo desde el cuerpo lo llevará a consumir viagra como quien consume agua. Una persona que soñó con salvar el mundo, pero que no puede salvarse a sí mismo, alegando que “nadie quiere ser salvado”. Casi una traslación, salvando las distancias, por supuesto, del texto de Albert Camus “La Caída” en el que el personaje le habla al lector y éste pasa a ser el segundo personaje de la novela. Abel Ferrara no es lo que se llama un creador decente, utiliza estrategias y armas que el cine convencional no se atreve a emplear. Es recurrente en la intención de producir impacto con las imágenes, de la misma manera que lo realizado en las producciones antes mencionadas, todas ellas no son otra cosa que imágenes especulares, sin cortesías del lado más sombrío de la existencia humana. Lo mejor de la realización se expone en las interpretaciones, tanto de Depardieu como de la eternamente joven (no tanto, ok), y si siempre bella, Jacqueline Bisset, en el papel de su esposa, fiel, salvadora, y mentora del personaje retratado, con el deseo de convertirlo en máximo mandatario del país europeo. Una casi radiografía de la sociedad actual, cínica, corrupta, decadente, banalizada al extremo, en que los medios de comunicación están al servicio del poder, vivir la vida de los excluidos a través del relato de quienes manejan los hilos de las marionetas.
No aclaren porque oscurece Abel Ferrara, Gérard Depardieu y Jacqueline Bisset, tres pesos pesados del mundo del cine, se juntan para ofrecer una versión fílmica de ficción basada en un hecho real que tuvo enorme repercusión periodística en todo el mundo: el caso Dominique Strauss-Kahn. Ferrara aclara al comienzo de su película, Welcome to New York, que el guión no se ajusta a los hechos reales en los que se inspiró, a los que dice no conocer en detalle, como cubriéndose ante posibles demandas. Pese a ello, Strauss-Kahn acusó recibo y amenazó con querellarlo, y su hoy ex mujer se mostró públicamente ofendida por el contenido del film. Además de este recaudo formal, la cinta empieza con una falsa conferencia de prensa en la que el actor Depardieu, haciendo de sí mismo, explica que odia al personaje ficticio que interpreta y da sus razones, pero también dice que como actor le gusta meterse en la piel de personajes que le provocan rechazo a él como individuo y que se divierte al hacerlo. “No aclaren porque oscurece”, diríamos en buen criollo. La cuestión es que el tema todavía está fresco porque el caso explotó en 2011 y se llevó puesto al entonces director gerente del Fondo Monetario Internacional, quien en ese momento pretendía precandidatearse para presidente de Francia en la interna socialista, apoyado por su esposa, la periodista Anne Sinclair. De modo que el espectador informado tiene presente todo lo que trascendió a través de los medios de comunicación acerca del asunto y el realizador cuenta con eso, ya que trabaja constantemente con sobreentendidos, y apela a ese juego del contraste entre ambos discursos que inevitablemente se produce en la mente del observador. Todo este prolegómeno viene a cuento porque constituye una dificultad al momento de analizar la propuesta. Si se hiciera un esfuerzo para ver el producto ignorando el caso real, lo que se ve es el relato de la estrepitosa y escandalosa caída de un hombre poderoso en el mundo de las finanzas internacionales, presuntamente víctima de sus debilidades personales y de sus adicciones descontroladas. Para ilustrar esto, Depardieu construye un personaje que parece estar en celo permanente y que se comporta como un animal grotesco. La película se inicia con una serie de escenas orgiásticas-escatológicas en hoteles, en las que se ve a Devereaux (tal el nombre del personaje), gruñendo, manoseando y baboseando a mujeres, siempre rodeado de “gatos” y de asistentes privados. Escenas que parecen corresponder más a una película pornográfica que a una de crítica política. Y después de esa catarsis, viene el mazazo del arresto y el proceso al que es sometido el protagonista. A partir de ese momento, el relato opta por mostrar la intimidad del matrimonio Devereaux-Simone, que obviamente entra en crisis. Ambos empiezan a hacerse reproches y ventilarse trapitos al sol, mientras los abogados tratan de sacar las papas del fuego, cosa que les costará mucho dinero. Tal como ocurrió en la vida real, finalmente, los cargos fueron retirados y el acusado quedó en libertad, pero tuvo que abandonar su carrera política-profesional y su matrimonio derivó en divorcio, desapareciendo de la escena internacional como una estrella que se apaga abruptamente. Pero, si se mirara la película como una suerte de mensaje cifrado a través del cual se quisiera sugerir alguna interpretación capciosa de los hechos de dominio público, también se podrían encontrar indicios que alentarían algunas sospechas, pero aunque es una tentación, sería querer leer debajo del agua y meterse, tal vez, en especulaciones riesgosas. En suma, la película es provocadora y no responde a un perfil definido en cuanto a género, y tiene solamente un valor genuino a rescatar y es el extraordinario trabajo actoral del grandioso Depardieu, que se devora literalmente la pantalla. Muy bien acompañado por la bellísima Bisset, en su papel de consorte herida en la intimidad pero una fortaleza helada puertas afuera.
Los días de la bestia Un hombre que gruñe: Depardieu/Devereaux se mueve entre los cuerpos de las mujeres emitiendo ruidos extraños, mitad por la lujuria, mitad por la respiración, que acaso se le complica en medio del ejercicio a causa de la edad, el sobrepeso y la rutina de excesos carnales de todo tipo que se le han ido acumulando encima a lo largo del tiempo. Depardieu es un animal, como lo es su personaje en Welcome to New York, nada menos que ese animal que en el curioso prólogo de la película afirma odiar, ante la requisitoria de unos periodistas que se preguntan cómo es interpretar a alguien de estas características. Lo más probable es que el actor francés, famoso entre otras cosas por su hedonismo, por su naturaleza histriónica (de la que hace gala tanto delante como detrás de cámara), por su carácter iconoclasta y su megalomanía, esté mintiendo un poco, tal vez para otorgarle un énfasis oportunamente dispuesto a otra de sus facetas más celebradas: la del anarquista irredento, enemigo sinuoso de la política (de lo que esta representa para el público en su imagen más difundida), refutador entusiasta de la democracia y de las instituciones. Lo cierto es que, gracias a Ferrara, es difícil ahora imaginar a otro actor capaz de meterse en la piel de un personaje semejante, de encarnarlo (en su sentido más literal) con tanto margen de entrega, de suficiencia y, por qué no decirlo, de magnanimidad. La anécdota que sirve de base a la película ganó en su momento los diarios y es bastante conocida: un funcionario de muy alto rango del Fondo Monetario Internacional, posible candidato a presidente de Francia por el partido socialista, es acusado por una camarera negra de haber abusado de ella en un hotel de Nueva York. El comienzo de Welcome to New York es majestuoso a su modo: sobre la canción America The Beautiful interpretada por el actor Paul Hipps –en una versión rugosa, descarnada, cantada con un desencanto brutal; sutilmente irónica pero imbuida de una emoción genuina– se suceden imágenes del downtown neoyorkino, la zona financiera de Manhattan con sus rascacielos encuadrados mediante soberbios planos contrapicados, de la gente que deambula, los empleados que fuman, y las filas de billetes que marchan por las máquinas impresoras. Todo un mundo en movimiento conectado por sus leyes particulares, al mismo tiempo oculto y transparente, espléndido e implacable en partes equivalentes. Inmediatamente, pasamos al interior de un edificio y nos encontramos con el hombre, ese funcionario con el cuerpo y la expresión de cansancio oceánico de Depardieu. A partir de allí casi no habrá exteriores, puesto que el director nos ha conducido al centro misterioso del poder como la película lo concibe, que respira su propio aire puertas adentro, insumiso y autónomo. La primera media hora de la película consiste en un recorrido asombroso por los cuartos de hotel donde Devereaux tiene sus encuentros sexuales con prostitutas. Ferrara dispone las escenas sin el menor atisbo de amonestación o de repulsa. Las chicas se entregan a su trabajo entre risas, como niñas crecidas que entienden con lucidez el costado fatalmente cómico involucrado en el juego de ese hombre poderoso que eyacula sobre ellas entre estertores y toses ahogadas. La impresionante masa corporal de Depardieu se desliza con dificultad pero también con pericia alrededor y sobre los cuerpos hermosos de las jóvenes profesionales. La neutralidad de los planos alcanza un sentimiento de banalidad insobornable que mantiene la imagen siempre a salvo del juicio moral. Para Ferrara no hay sometimiento alguno en esas escaramuzas venéreas sino participación voluntaria, contrato entre particulares, conformidad de las partes. En el universo de la película cada uno hace lo que le toca. Pero en la secuencia del abuso también está claro cómo son las cosas. La película no escatima ese momento de la mirada del espectador, ni se dedica a construir un enigma fatuo acerca de la veracidad de la acusación. Las mujeres negras que desfilan con carteles después de la detención exigiendo un juicio ejemplificador certifican la existencia de las víctimas de un poder cuya propia dinámica lo vuelve omnímodo. Pero lo notable es cómo el director evita las soluciones fáciles. Como tantas veces en sus películas, Ferrara tiene entre manos a una criatura exótica a la que observa evolucionar por los planos con fascinación, curiosidad y empatía. Su personaje es un representante cabal del mundo en el que se desenvuelve: admirable por su potencia, insondable en su funcionamiento psíquico, esencialmente amoral e impredecible. No es un villano sino un ser voluptuoso, que no reconoce límites para su apetito, básicamente porque no los reconoce para nadie que tenga la capacidad suficiente para asumirlo. En el fondo, el personaje parece delineado como una especie de santo pasoliniano (el paso lógico de Ferrara sería filmar alguna vez la historia de Pasolini: ya lo hizo en su última película), que se vuelve digno precisamente a fuerza de perseverar en su perdición frente a la mirada de los que lo rodean. Devereaux es una especie de cínico que antes fue un idealista. Si alguna vez tuvo la vocación de cambiar el mundo, ahora el desencanto lo ha golpeado; lo que le queda entonces es reptar sin ilusión por los engranajes de un sistema que lo contiene y le permite explotar al máximo de sus fuerzas su inclinación lúbrica. Ferrara filma siempre planos impasibles, donde las escenas de las mujeres que se desvisten para ejercer su oficio encuentran una inopinada correspondencia en aquella en la que el funcionario caído en desgracia comparece pasivamente delante de los policías que lo revisan. Cuando queda detenido con arresto domiciliario en una casa para millonarios, intenta seducir primero y violar luego a una joven periodista que pretende entrevistarlo. Después del forcejeo la chica escapa, corriendo semidesnuda, y Devereaux queda sentado en el sofá, bufando discretamente su fracaso. Por un instante, da la impresión de que ese hombre derrotado mira durante un segundo a cámara, como si quisiera compartir con el espectador su desconcierto. La escena parece vibrar con un tono de desesperanza, que antes se deslizaba con cautela a lo largo de la película pero alcanza ahora un cenit inesperado de patetismo. Welcome to New York podría ser la historia de un monstruo que no acierta a descifrar de qué manera se convirtió en tal.
Una historia basada en hechos reales. Devereaux, encarnado por Gérard Depardieu en una soberbia actuación, se crean buenos climas, muestra todas relaciones sexuales necesarias, no se priva de nada, contiene una narración bien intimista, se muestran las miserias humanas y cuando el poder lo ejercen seres indeseables. Una correcta actuación de Jacqueline Bisset ,su personaje es Simone Deveraux, la esposa del protagonista. Contiene escenas de alto voltaje sexual.
Me gustan las películas en las que hay sexo. El sexo es parte de la vida y, como tal, me gusta que se retrate sin tapujos, como corresponde. No me gusta el sexo sugerido o insinuado, me gusta verlo y que parezca real. Onanismo baziniano, si se quiere. Abel Ferrara retrata la carne y el sexo de manera bestial, como un reflejo de lo que está adentro, encarnado, como una furia contenida, imposibilitada de salir por otro lado. No es casual la elección de Gérard Depardieu como Devereaux, con su figura descomunal, su obesidad descarnada, brutal, amenazante, los pliegues de carne que caen, rebotan y rebalsan el cuerpo, la celulitis que carcome la flaccidez, el rostro peculiar de la nariz partida y la sonrisa obscena o simpática, dependiendo de cómo se la mire. Depardieu mira a cámara cuando un grupo de periodistas le pregunta qué siente al encarnar a este personaje, a lo que responde que prefiere interpretar a hijos de puta que odia, le sale más fácil, y que lo más satisfactorio es hacer que el público llore mientras él se está riendo. Ese es el juego. Y Ferrara y Depardieu saben jugarlo con astucia y pericia. Los cuerpos que desfilan por la película se suceden como modelos en una pasarela, una detrás de otra, mecánicamente ejerciendo la profesión por la que fueron convocadas. Las prostitutas van pasando por el cuerpo de Deveraux, el animal feroz que responde a sus instintos vitales de reproducción. No hay tanto placer en esos instantes de juerga sino el lacónico momento de descarga. La eyaculación en los cuerpos, en la boca, como rastro casi visible y palpable de los actos de un hombre que se asume como adicto al sexo y cuya condición pareciera exonerarlo de toda responsabilidad. Y es esa supuesta adicción, esa voracidad, ese salvajismo, el desborde absoluto, lo que lo lleva a cometer el abuso que termina por hundirlo. En un mundo regido por contactos, arreglos económicos y buenos abogados, donde la impunidad se compra o se adquiere por status social, Deveraux actúa preso de ese poder (cuando le inquiere a la mucama “¿sabés quién soy?”) pero, especialmente, de su patología y sus instintos salvajes. De ahí que lo veamos casi indefenso en la cárcel, con sus carnes descomunales colgando, vencidas, desvencijadas, sometidas a vejaciones que no respetan status ni jerarquías. El tipo que tenía la vida arreglada (la película está basada libremente en el caso Strauss-Kahn) y que termina preso y condenado al ostracismo por “masturbarse en la boca de una mucama”. Ferrara sabe cómo arrastrarnos de las narices y convertirnos en voyeristas desesperados. Y la esposa, habiendo invertido tiempo y esperanzas en ese futuro, se descompensa, se enfurece y reprocha, se reprocha haber desperdiciado su vida con un salvaje. Pero vuelve y las discusiones se suceden, como las prostitutas, como los viajes, como las estadías en los hoteles, como los intentos de violaciones. Nada parece perturbar a Deveraux, ni las acusaciones ni la condena. Su mirada se queda suspendida en el infinito, perdida en algún punto. Pero el recordatorio del artificio vuelve con la mirada a cámara, y Depardieu nos recuerda, una vez más, que se está riendo, mientras nosotros observamos, impávidos, a una especie de monstruo. Todo es una farsa, el sexo compulsivo, las putas hermosas que se te tiran champán en el cuerpo, la impunidad, las discusiones, los arrepentimientos, la congoja, la culpa (casi inexistente). Pero Ferrara sabe cómo arrastrarnos de las narices y convertirnos en voyeristas desesperados, adictos a esas imágenes, a ese artificio que no se molesta en esconder, como un mago que revela sus trucos pero nos sigue hipnotizando. Porque el artilugio que nos regala está vivo, es brutal y bruto, y nos deja suspendidos, sin poder juzgar ni terminar de horrorizarnos. Ferrara nos da vida, nos da sexo, nos da carne y quienes amamos las tres cosas no podemos más que caer rendidos frente a semejante lucidez.
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En 1992 Abel Ferrara estrenó la película Maldito policía (Bad Lieutenant), con un personaje corrupto y machista que logró una identificación con la realidad al punto que los titulares de los diarios comenzaron a utilizar la combinación de "Maldita policía" ante cada noticia de represión y mafia policial. En este 2014 el director estrena Welcome to New York, una historia que también presenta un personaje machista y corrupto, un funcionario de la burguesía francesa que entra en decadencia a partir de ser denunciado por violación. La historia no sólo es comparable a muchos hechos reales, sino que aunque al comienzo de la película se aclare que sus personajes son de ficción, la trama está basada en el escándalo que involucró al ex director francés del Fondo Monetario Internacional (FMI), Dominique Strauss-Kahn, cuando en 2011 -en carrera presidencial por el Partido Socialista-, es denunciado por violar a una empleada del lujoso hotel norteamericano en donde se alojaba. La película, que cuenta con grandes actores como Gerard Depardieu y Jaqueline Bisset, no fue seleccionada para proyectarse en Cannes, pero los distribuidores apostaron a darle visibilidad con unas funciones en una sala independiente en el marco de este certamen francés. Debido a la polémica y las presiones que desató el tema, tampoco consiguió una buena distribución, entonces decidieron hacer un estreno on line por medio de un pago para VOD (video on demand). Una de las primeras experiencias de lo que se llama e-cinema, con estreno simultáneo en Francia, Alemania, Italia, Estados Unidos y Canadá, que logró 100.000 vistas en sólo la primer semana. Las imágenes del comienzo muestran al actor Depardieu haciendo de sí mismo y explicando su interés por interpretar a Devereaux (el personaje basado en Strauss-Kahn): "No me gustan los políticos, los odio". Con este impulso personal (contradictorio con sus recientes palabras de apoyo a V. Putin), el actor se funde en el personaje para presentarnos un monstruo. Desde la cima del poder, el dinero y la política burguesa, el decadente Devereaux desnuda sus miserias. Al igual que en la historia real, el funcionario francés está en pleno ascenso y se promueve para la carrera presidencial. Su mundo rodeado de lujos y dinero es el escenario para la satisfacción de todos sus deseos y fantasías sexuales. Devereaux se siente con el derecho de tocar a cada mujer que pasa por su camino y, a cambio de su dinero, exige ser complacido en todo momento. Pero el escándalo se desata a partir de una denuncia por violación que realiza la mucama del lujoso hotel norteamericano en donde se hospeda. En la historia real se trató de Nafissatou Diallo, una empleada de origen africano, una trabajadora inmigrante del Bronx. El hecho desató el encarcelamiento de Devereaux -Strauss-Kahn-, primero en prisión y luego domiciliario, y un juicio con contratos millonarios a abogados que consiguieron que sólo quede una causa civil. La ficción incorpora elementos de documental, la lujosa casa alquilada para prisión domiciliaria que se ve en la película, es la casa en donde pasó sus días Strauss-Kahn esperando el juicio. Otros escenarios, las calles y las vistas de las instituciones financieras, son también los mismas en donde se desarrolló la historia real. El personaje de Jaqueline Bisset que representa a su esposa, también toma todas las características de la esposa real quien acompañó en el juicio al funcionario y político francés. El establishment francés se encarga de cuidar de su casta política. La película no contó con fondos locales para producción y distribución, y los Festivales le dieron la espalda. Las repercusiones de la película llevaron a los abogados de Strauss-Kahn a presentar demandas contra el director y los productores por difamación. Según declaraciones de Abel Ferrara a distintos medios de prensa conocemos algunas de sus motivaciones para realizar el film: “Cuando conocí el caso de Strauss-Kahn sentí que la historia me retaba a que la llevara al cine. En todos los periódicos del mundo se registraba su escándalo, y pensé: ¿Nadie sabe quién es ese señor? ¿Nadie sabe quiénes son los banqueros que dominan el mundo?". La actriz Jaqueline Bisset agrega: “Siento que el mundo de la política se ha vuelto tan corrupto que no tengo mucho respeto por él. Estamos siendo dirigidos por corporaciones gigantes, y somos sólo sus juguetes. No es una buena sensación”. La película de Ferrara retrata un caso particular del mundo del poder, el dinero y los políticos de la burguesía, con sus valores y su impunidad. Un retrato particular de un detestable personaje mundial y sin fronteras.
Publicada en la edición digital #268 de la revista.