El espectáculo de la transformación. De manera casi imperceptible Hollywood ha ido torciendo una dinámica que caracterizó al terror durante la década pasada para volcarla hacia un modelo de rentabilidad más acorde con su historial, en clara interrelación con un ayer que no se limita a determinado género sino que abarca a la industria cinematográfica en su conjunto. Aún antes del milenio, las principales propuestas que surgían del gigante norteamericano eran remakes de obras de geografías diversas, lo que se leyó en innumerables coyunturas como una señal de la carencia de ideas de nuestros días. Paulatinamente dicha lógica fue sustituida por la de los “productos en serie”, basada en el mimetismo para con el éxito de taquilla del momento. Como las excepciones esporádicas siempre dicen presente y suelen arribar bajo la máscara de una suerte de regreso al esquema inmediatamente anterior, en esta ocasión tenemos un film que escapa a la duplicación contemporánea de los engranajes del mockumentary con vistas a reformular 13 Game Sayawng (2006), una realización tailandesa que combinaba el derrotero de Fausto, escenas muy sádicas a la El Juego del Miedo (Saw, 2004) y planteos morales en sintonía con La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone). Sin llegar a ser una maravilla, aquel opus por lo menos obviaba el leitmotiv de moda del período en Asia, vinculado a fantasmas vengativos destinados a la exportación, jugándose por el sarcasmo. Hoy es Daniel Stamm el encargado de la versión estadounidense y contra todo pronóstico construye una película sumamente digna que hasta corrige los baches narrativos de la original, manteniendo tanto su premisa central como su estructura: en esta oportunidad el protagonista es Elliot Brindle (Mark Webber), un pobre diablo con muchas deudas, al que acaban de echar de su trabajo y que debe sobrellevar una carga familiar bastante pesada, la cual incluye una novia embarazada, un padre enfermo y un hermano con problemas mentales. Una llamada telefónica le informa que ha sido seleccionado para competir por una enorme suma monetaria, a cambio de que complete trece desafíos por demás morbosos. El director de la mediocre El Último Exorcismo (The Last Exorcism, 2010) no sólo levanta la puntería sino que también se las arregla para aggiornar el convite en algunos apartados específicos, vía un guión firmado por David Birke y él mismo: aquí suaviza el humor negro de antaño, deja de lado los detalles escatológicos, amplifica en buena medida el gore e incorpora personajes laterales como el Detective Chilcoat, interpretado por el inefable Ron Perlman. Entre mucha mordacidad para con la avaricia, un giro hacia la masonería y ciertas referencias a la drogodependencia, 13 Pecados (13 Sins, 2014) constituye una experiencia gratificante que concentra su accionar sobre el espectáculo de la transformación individual y pública…
13 pecados es un thriller de terror que no será inolvidable pero que cumple con su cometido de mantener al espectador intrigado y bastante entretenido. Para alegría de los muy impresionables hay pocos desafíos que son visualmente fuertes, aunque obviamente esto decepcionará a los amantes del terror extremo. El gancho de esta...
¿Cómo encarar este thriller con toquecitos de terror que, en realidad, es una remake de la película tailandesa “13 Game Sayawng” (2006), mucho más cómica y psicológica? El film dirigido por Daniel Stamm –el mismo de “El Último Exorcismo” (The Last Exorcism, 2010)-, tiene detrás toda la maquinaria productora de Jason Blum, creador de franquicias terroríficas como “Actividad Paranormal” o “La Noche del Demonio”. Por momentos, “13 Sins” (2014) se parece a un capitulo macabro de “La Dimensión Desconocida” y por otros, muta en una versión “soft” de “El Juego del Miedo”. Lo malo es que no termina de decidirse que quiere ser: una película “seria” que trata de analizar el comportamiento humano ante ciertas situaciones extremas, o una burla de sí misma y del género, que tanto provecho sacó de estos mismos escenarios durante las últimas dos décadas. Elliot (Elliot) es un loser con todas las letras. Un gran vendedor que, en vez de conseguir un ascenso, lo ponen de patitas en la calle, tiene más deudas que plata en la cuenta bancaria, está por casarse con su novia embarazada y debe mantener a un hermano discapacitado y a su padre cascarrabias que está a punto de ser desalojado. Sí, todo mal y encima va por la vida con una actitud súper pasiva que pondría nervioso a cualquiera. Hasta que recibe una llamada misteriosa donde lo invitan a participar de un juego que podría convertirlo en millonario… si logra completar las trece tareas que se le irán asignando en un período de 36 horas. Elliot duda, porque está en su naturaleza dudar y no tomar ningún riesgo, pero después de matar a una insignificante mosca (la primara parte del juego), decide participar sin tener en cuenta las consecuencias. Lo que al principio parece dinero fácil, pronto se convierte en una acumulación de actos cada vez más siniestros y, aunque por momentos el pibe duda, la satisfacción de poder realizarlos le da cierta confianza para seguir avanzando, algo que sus patrocinadores en parte buscan y explotan. Esta serie de extrañas situaciones pronto llama la atención de la policía local y del detective Chilcoat (el genial Ron Perlman), que empieza a sospechar que hay algo más detrás de la rara conducta de este tipo. Los amantes del género la van a disfrutar, los que busquen un análisis más profundo sobre la desesperación y la codicia humana se van aquedar con gustito a poco. Stamm logra crear buenos climas y que la historia avance de forma entretenida, pero no hay mucho más que algunas escenas sangrientas, personajes molestos y el “inevitable” giro de la trama al final. Para mirar con el balde de pochoclos en la mano, al menos que uno sea lo suficientemente impresionable como para atragantarse.
El negocio de la desesperación Si el nombre del director responsable de El último exorcismo (2010), Daniel Stamm, vuelve a aparecer en este intento norteamericano de recuperar la tailandesa 13 Game Sayawng (2006), y aggiornarla a los caprichos de la industria hollywoodense el resultado no podría ser otro que mediocre. 13 pecados juega con la premisa de la desesperación económica de su protagonista, con novia embarazada, hermano discapacitado mental que de no conseguir cubrirlo en el seguro social tiene destino de internación en residencia, entre otras carencias materiales, quien recibe la sorpresa de una llamada en su celular que promete cambiarle la suerte si es que acepta cumplir con 13 pruebas donde se pondrá en juego su ética, morbosidad y ambición. De la misma manera que en Apuestas perversas, película estrenada hace pocas semanas en la cartelera porteña, el in crescendo de truculencia y perversión es directamente proporcional a la curva de degradación del personaje. Pero resulta tan torpe el tratamiento, al que se suma una seguidilla de vueltas de tuerca para enderezar el rumbo de una trama condenada al abismo y al olvido desde la primera mitad, que 13 pecados se agota como esos chistes malos, aunque efectivos al momento de contarse por primera vez. Sin que su antecedente tailandés significara una gema del género, la enorme diferencia es que aquella apelaba a la truculencia con un sentido de espectacularidad que en este particular caso ni siquiera asoma, como así tampoco los destellos de humor negro para quitarle solemnidad a un film que no es otra cosa que aburrido más que cínico; pobre más que minimalista.
Los jueguitos del miedo Un director alemán como Daniel Stamm (El último exorcismo) se basó en un film tailandés de 2006 (13: Game of Death) para narrar una historia ambientada en Nueva Orleans que intenta –con escasa fortuna– seguir la línea del porno-terror de la saga de El juego del miedo con algo más de humor negro. De todas maneras, la película (absurda hasta lo ridículo, cada vez más inverosímil a medida que avanza la trama y se complejizan los desafíos que debe atravesar el desventurado protagonista) se toma demasiado en serio a sí misma y es ahí –cuando podría haber apostado por un gore desquiciado y festivo– donde pierde la brújula y se transforma en un subproducto más y decididamente menor. Elliot Brindle (un digno Mark Webber) pierde su trabajo como vendedor de seguros justo cuando su pareja afroamericana está por dar a luz. En medio de una acumulación de deudas y de amenazas de desalojo y juicios, con su hermano discapacitado que ya no puede recibir el tratamiento que necesita y con su patético y tiránico padre que se va a vivir con ellos, el matrimonio está al borde de un ataque de nervios. Y es entonces cuando Elliot recibe un misterioso llamado que le propone millonarias ganancias a cambio de que vaya cometiendo los 13 pecados a los que alude el título (cada vez más pesados y con consecuencias más trágicas). El pobre tipo se irá convirtiendo en un monstruo para una mirada algo obvia a ese descenso a los peores infiernos personales. Hay unas cuantas vueltas de tuerca no demasiado ingeniosas, “sorpresas” que irritan más de lo que atrapan, y, así, más allá de cierta destreza narrativa y de la solidez del elenco, la cosa se torna muy mecánica y poco eficaz.
La idea era buena Dirigida por Daniel Stamm (El último exorcismo) y remake de la tailandesa 13 Game Sayawng (2006), 13 pecados (13 sins, 2014) es una película excesiva –en sangre, efectismos, y situaciones inverosímiles- que pierde sentido con la misma fuerza que adquiere gracia con el correr de los minutos. La película comienza con el protagonista Elliot Brindle (Mark Webber) que, luego de caer en desgracia en el peor día de su vida (pierde su empleo a punto de casarse, con su mujer embarazada, hermano discapacitado y padre enfermo a quienes atender), recibe una llamada telefónica invitándolo a participar en un concurso. Si acepta, recibirá la consigna de un desafío, si lo cumple, se le acreditan automáticamente en su cuenta una suma importante de dinero. De este modo atraviesa trece pasos, cada uno por un incremento mayor en su cuenta bancaria, y un dilema ético-moral superior que cotejar. Si cumple los trece desafíos será millonario, sino, perderá todo lo recaudado hasta el momento. La idea es delirante pero atractiva, decisiones que implican consecuencias difíciles de afrontar. Pero hay otras alternativas, las de la película, que terminan por elegir el peor camino. Dicen que en la primera escena de una película quedan esbozados los caminos de lectura de un film. En 13 pecados el prólogo no es la excepción: anticipa el despilfarro posterior de una película que desde su premisa pintaba bien. Un hombre da un discurso y dice fechorías ante un salón de gala colmado de gente. Posteriormente le corta un dedo a la anfitriona y es baleado por la seguridad del lugar mientras intenta atender una llamada telefónica. Pero no es sólo aquello que se cuenta lo que da indicios de lo que sigue, sino el cómo. La escena es narrada de manera efectista, violenta y sanguinaria. Como si se tratase de la más divertida clase B. 13 pecados sigue esta lógica. A los diez minutos el verosímil se pierde por completo y las desproporciones quedan a la orden del día. A David Fincher le tomó dos horas narrar los siete asesinatos de Pecados Capitales (Seven, 1995), y otras dos plantear el juego que el personaje de Sean Penn le proponía a su hermano (Michael Douglas) en Al filo de la muerte (The Game, 1996). Una extraña mezcla aleatoria entre ambas películas pero filmada por el Peter Jackson de Mal gusto (Bad Taste, 1988) es 13 pecados, que resuelve en una hora los trece desafíos de sus noventa minutos de extensión. No hay tiempo para una curva dramática creíble, ni explicaciones varias a diferentes sucesos. Sólo queda relajarse y entregarse con gracia al film que termina siendo más apropiado a los sábados de súper acción que al thriller existencial que pretende ser.
Por la plata baila el mono El hombre presionado que encuentra una salida arriesgada para salir de su propio infierno impulsa este relato de Daniel Stamm (El último exorcismo), que es una remake de la sádica película tailandesa 13 Game Sayawng (2006). Una misteriosa llamada telefónica puede cambiar la vida de Elliot Brindle (Mark Webber) cuando acepta participar de un juego peligroso en el que debe superar trece tareas que se irán complicando cada vez más. Con este esquema del protagonista acechado y constantemente vigilado, 13 Pecados coquetea con el terror sin llegar a ser del género y transita el thriller con elementos gore. Brindle tiene motivos para aceptar la propuesta: acaba de perder su trabajo, afronta deudas, su novia (Rutina Wesley) está embarazada y, como si fuese poco, tiene un panorama familiar desolador con un padre enfermo (Tom Bower) y un hermano con retraso mental (Devon Graye). La tentación es grande pero implica también sellar un pacto con el diablo. Los obstáculos que se presentan ante al protagonista -algunos funcionan mejor que otros- pueden ir desde hacer llorar a una niña hasta arrastrar un cadáver en pleno día a una cafetería en esta historia en la que no falta un detective (Ron Perlman, de Hellboy) que sigue los pasos de los participantes de este juego perverso que deja su rastro de sangre. La tensión y la intriga que se genera al comienzo va perdiendo fuerza con el correr de los minutos cuando entran en juego situaciones que fuerzan la trama hasta lo inverosímil (la escena de los motociclistas resulta exagerada y parece salida de El juego del miedo) y lo que era previsible se confirma. Aún así Mark Webber se pone la película al hombro y saca su costado más violento a medida que las pruebas son superadas y sigue las indicaciones de una exasperante voz en el teléfono.
Remake de la película tailandesa 13 Game Sayawng. La tensión y el drama están a la orden del día en este film que no deja de ser “otra loca película psicópatas y juegos mentales”. Elliot Brindle la está pasando mal. Con un hermano discapacitado, un padre al que le rematan la casa y su futura esposa embarazada, las deudas se le acumulan más que a los fondos buitres. Por si fuera poco, lo echan de su trabajo. Ante ésta desesperada situación, recibe un llamado extraño: Lo han invitado a participar de un juego, que lleva el nombre de los 13 Pecados y se trata de ir acumulando dinero en función de los desafíos que complete. Si concreta los 13 será millonario. Esto no sería más que cualquier publicidad si no fuera porque la persona que lo invita conoce todos los datos de Elliot: Sus deudas, la condición de su mujer, y hasta donde está estacionado. Ante ésta situación, se le propone iniciar el juego: Deberá matar la mosca que está en su auto. Elliot no lo duda, y así, se inicia el primero de los 13 pecados restantes, uno más morboso que el otro. Los 13 escalones La dinámica de ésta película es más o menos la misma que se nos ha presentado en películas como El Juego del Miedo. Un llamado anónimo, un jugador y un psicópata detrás del teléfono cuya única motivación es vislumbrar el sufrimiento y la desesperación ajena. Es quizás donde se puede ver el toque de la dirección de Daniel Stamm (The Last Exorcism) lo que le aporta una cuota de originalidad importante. Un personaje en cuyos padecimientos podemos vernos reflejados con facilidad, sin embargo, y es ahí donde creo que el guión falla, cuando el protagonista pasa de ser un típico empleado, sumiso y obediente, a transformarse en la maquina ambiciosa del después. Si, puede suceder, pero estalla en éste cambio tan deprisa que termina por no entenderse y desconecta al espectador de lo que estaba sucediéndose hasta el momento. Aunque algo estereotipados y de a momentos caricaturescos, los personajes se vuelcan con facilidad en la forma de contar la historia. Cada desafío que va surgiendo no permite que te desconectes de la pantalla y cualquier interrupción se va a tornar molesta si seguís los pasos de Elliot, sus dudas y la forma de enfrentar cada una de ellas. Es necesario destacar el giro que da la trama en los últimos veinte minutos, donde lo que parecía que todo iba a derivar en el más predecible de los finales, a último momento, todo cambia y uno se queda tieso en el asiento. Sin lugar a dudas, el final es lo que implica que todo el resto de la película valió la pena. Daniel Stamm no se demora en contarnos el origen del juego, dándonos sólo la información justa y éste quedará vedado. ¨Pero en sí, ni siquiera es necesario. Conclusión 13 Pecados es la película de horror y el thriller ideal para aquellos que disfrutan de la tensión durante los 92 minutos que dura la trama. Con un guion interesante, actuaciones destacadas, y un final que sorprende, se puede considerar una película cautivante.
La remake norteamericana del film tailandés 13: Game of Death (2006) se queda en la intención y no aporta nada nuevo ni original a los géneros del suspenso y terror. La loca idea es buena y no hay que pegarle a la película por inverosímil sino por cómo está ejecutada. O sea, que un tipo tenga que cumplir con 13 desafíos (macabros salvo el primero) para hacerse millonario no es una mala premisa. Pasa que se convierte en mala cuando da la sensación que la película está mal editada porque parece que faltan partes o mismo porque hace que no nos preocupemos ni un poco por el protagonista y su familia, cuando claramente se busca una empatía. Mark Webber suele actuar en películas de poca monta y esta no es la excepción. Su cara le resultará familiar a unos cuentos. Su laburo está bien y es muy comparable con cualquiera de los actores desconocidos de la saga El juego del miedo, lo que significa que no sorprende pero tampoco da bronca y/o vergüenza. El que sí está muy bien es el ignoto Devon Graye, quien suele deambular en papeles secundarios en series de tv. El director Daniel Stamm (El último exorcismo, 2010) crea un buen clima con los elementos que tiene pero tampoco logra asustar. A lo mejor si lo hará con un público menos experimentado y más joven. 13 Pecados es una propuesta un tanto mediocre pero que seguro encontrará aprobación en un sector mínimo del público.
Lo primero que hay que decir respecto a 13 Pecados, es que no es una película innovadora ni tampoco demasiado profunda. Una vez hechas las advertencias del caso, solo queda disfrutarla, y eso es garantizado que va a pasar, a menos claro que seas esos pocos espectadores a los cuales algo de sangre y mucho de nervios les resultan demasiado para tolerar por una hora y cuarenta minutos. Elliot es un hombre tímido, a punto de casarse, esperando un hijo, con un hermano con una pequeña discapacidad intelectual y un padre xenófobo y abusivo que ya no puede cuidarse solo. Con una gran cantidad de deudas, con mucha incertidumbre sobre su futuro y su clásica actitud sumisa, se dirige a una reunión con su jefe, asumiendo un ascenso y aumento de sueldo, pero termina siendo despedido por un implacable personaje que no conforme con dejarlo en la calle, le dice todas sus falencias (de que otra manera el espectador podría conocerlas… no?) En medio de ese muy poco alentador escenario, recibe una muy extraña llamada en la cual se le ofrece un premio de mil dólares si mata una mosca que tiene en su auto. Elliot acepta, la plata se transfiere a su cuenta, y ahí es informado que si realiza las trece pruebas del juego, se volverá millonario. Y así es como Elliot se embarca en una debacle destructora de su moral y sus valores, religión, familia, ritos, costumbres, etc. 13 Pecados avanza muy rápido, no dejando al espectador demasiado tiempo para relajarse entre prueba y prueba, aunque si trata de generar eso con algunos chistes de humor más bien negro, que el director muy acertadamente inserta cada tanto. Tal vez el mayor logro del film es el cast, encabezado por Mark Webber cuya cara y gestualidad son perfectas para traducir este camino de deconstrucción que el personaje atraviesa. Con algunas interesantes vueltas de tuerca, mucho clima y a pesar de la cantidad de puntos sin resolver (incluso sin explorar) que quedan al terminar el relato, esta es en este momento, la mejor alternativa en cartelera para los amantes del genero thriller.
Ya fue todo. 13 Pecados revienta a trompadas al verosímil durante tantas escenas que termina resultando un método atractivo. No vi la original tailandesa y no sé si es igual de hippie y que los lineamientos también le importan poco como a esta versión. Lo que sí sabemos es que es raro ver estas producciones trash de una clase B todavía no fetichizada en una sala de cine. Claro que los espadachines del género racionalista hiperexplicativo le saltarán a la yugular por los mil agujeros del guión; pero hagan oídos sordos, compañeros, y háganse los otarios con este cuento de los mil y un errores, y disfruten un poco. Mark Webber (el ex homeless que además de buen actor es director de esa película linda y chiquita llamada The End of Love, y de un par más) es Elliot, un chico bueno, bastante reprimido, con un catálogo de sueños que se cae a pedazos. De la nada recibe un llamado del más allá (o del más acá, no lo sabemos) para participar en un reality en el que deberá realizar 13 prendas a la manera de un “verdad consecuencia” extremo donde sólo podrá elegir consecuencias cada vez peores para poder ganar unos cuantos millones y solucionar sus mil garrones. 13 Pecados llega a la cartelera casi en paralelo con Apuestas Perversas, otro estreno raro de las distribuidoras locales, su película espejo. Ambas son propuestas lúdicas que mezclan gore con comedia negra y críticas al poder de la guita y a nuestras ataduras cotidianas como consecuencia del capitalismo financiero. Ambos protagonistas, tanto Elliot como Craig (Pat Healy), son tipos retraídos, algo timidones, que parecen no estar dispuestos a jugársela, pero la perversión del juego en el que son metidos de prepo, los libera de sus temores y es allí donde emerge su bestia interior. Porque aunque el director Daniel Stamm haya declarado públicamente que su intención era la de mostrar mediante un subtexto como una adicción podía modificar los comportamientos de un buen tipo y transformarlo en un infeliz mal nacido, también podemos interpretar a 13 Pecados como la liberación de un sumiso que se deja de comer los mocos para pararse de manos ante todo y todos, el “self-made man” que deja de lado el miedo para cumplir sus sueños. Lo mismo sucede con Apuestas Perversas y su protagonista. La gran diferencia reside en que mientras que en 13 Pecados llega un punto en el que a Elliot la guita ya no le importa y prevalece su moral y su conducta solidaria, el Craig de las apuestas deja su cáscara de buen tipo para venderse al cruel sistema: por la guita, todo. En esta decisión podría estar la visión optimista de Stamm en contraposición al pesimismo de las apuestas de E.L. Katz. La extrema libertad de Stamm y los suyos (entre ellos un siempre genial Ron Perlman), rompe con los moldes prefabricados de tanto género correcto adicto al billete del ATP. Saludemos a los pecados y a las apuestas al riesgo, que aunque no descuellen siempre tendrán más atractivo que ver jugar al ganador.
Juegos para espíritus algo salvajes El realizador alemán arranca su película con el acelerador a fondo, involucrando al espectador en la historia de un hombre sometido a una serie de pruebas cada vez más complicadas. Pero su última parte cae en la tentación de una resolución esperanzadora. La cosa arranca bien arriba, durante una ceremonia en la cual se homenajea a un distinguido profesor universitario. Llamado a dar el habitual discurso, el veterano docente se despacha en cambio con un par de chistes zafados y, ante el espanto de la audiencia, toma un cuchillo de la mesa y corta piel, carne y falange de la presentadora. ¿Demencia senil, locura momentánea? 13 pecados, remake bastante fiel del largometraje tailandés 13 game sayawng (2006), de Chookiat Sakveerakul, traslada la acción de la Bangkok original a Nueva Orléans, manteniendo intactos concepto y tono básicos. Según la explicación de un investigador (interpretado por Pruitt Taylor Vince, el único actor de Hollywood con nistagmo), diseñada para desasnar un poco al espectador, desde tiempos romanos un grupo de poderosos viene entreteniéndose secreta y sádicamente con la vida de algunos pobres elegidos, un poco a la manera de los antiguos dioses griegos. Ahora le ha tocado el turno a Elliot Brindle (Mark Webber), un tipo buenazo y algo ingenuo al que, a punto de casarse y con su pareja cursando embarazo, lo rajan del laburo el mismísimo día en que imaginaba le regalarían un ascenso. O sea, un auténtico loser, como suele decirse en los países de habla inglesa.Y así llega el primer llamado al teléfono celular, invitando al protagonista a jugar el mentado juego. La primera prueba es fácil: matar una mosca. La segunda algo asquerosa: comerla. Cosa que Elliot hará sin chistar, a pesar de que –metáfora de metáforas– en general no mataría “ni a una mosca”, por las dudas sea cierto que hay premios en efectivo, que la plata se necesita con urgencia. Los once desafíos restantes no serán tan sencillos, poniendo al héroe en situaciones cada vez más delicadas y en problemas con la ley. Afinando un poco la puntería luego de la alicaída El último exorcismo, el alemán Daniel Stamm se despacha con una de esas películas que parecen versiones ampliadas –y algo más crueles– de un capítulo de La dimensión desconocida o alguna otra serie de unitarios similares. En otras palabras, 13 pecados tiene poco tiempo para detenerse en explicaciones –al menos hasta su cierre moralista–, pisando el acelerador desde la primera escena e involucrando al espectador en un relato ingenioso y veloz, atractivo precisamente por su inverosimilitud y desparpajo, alternando escenas de suspenso clásico con otras donde el humor negro y el grand guignol toman el centro de la escena.Por ahí aparece el gigantesco Ron Perlman como el detective que huele algo raro en el aire, transformando el relato, por momentos, en un juego de gatos y ratones. Aunque, como suele decirse, nada es exactamente lo que parece: 13 pecados, que forma parte de ese grupo de películas cuya historia transcurre en poco menos de 24 horas, guarda varias vueltas de tuerca para sus últimos minutos. Si el relato finalmente no es tan salvaje como parecía puede buscarse a los responsables en cierto empantanamiento en el último tercio de metraje y en su resolución esperanzadora, que borra con el codo de un falso humanismo la misantropía que había logrado esforzadamente construir. A diferencia de la original tailandesa, donde al pobre tipo no le quedan muchos caminos para la redención y el karma se pone cada vez más espeso y pegajoso. Desemejanzas entre la tradición cristiana y la budista, que les dicen. 6-13 PECADOS 13 Sins,Estados Unidos, 2014.Dirección: Daniel Stamm.Guión: David Birke y Daniel Stamm.Fotografía: Zoltan Honti.Montaje: Shilpa Sahi.Música: Michael Wandmacher.Duración: 93 minutos.Intérpretes: Mark Webber, Ron Perlman, Rutina Wesley, Devon Graye, Tom Bower.
Remake de la película tailandesa 13 Beloved (2006), de Chookiat Sakveerakul, 13 pecados es un thriller muy sangriento de esos "de concepto vendedor". Un hombre poco audaz, más bien timorato, en un momento muy malo en lo económico, lo laboral y también en lo familiar (aunque no con su prometida) recibe una extraña llamada que le ofrece dinero por matar una mosca que revolotea en su auto. Y seguirán más llamadas y más desafíos, cada vez mayores y por más dinero, y se establecerán las reglas y los recovecos de un juego claro muy sádico. El riesgo de que se extinga pronto el interés debido a la posibilidad de que el punto de partida se gaste es evitado a pura velocidad, por el crescendo de las bestialidades que tiene que cometer el protagonista y por una puesta en escena que no apuesta por la grandilocuencia y mantiene las cosas en un nivel terrenal, con una narrativa fluida digna de una clase B despreocupada. No hay actuaciones para el recuerdo, sino más bien presencias efectivas (el gigantón y jetón Ron Perlman, como siempre, se destaca). No hay discursos que indiquen qué pensar de la película, aunque puede leerse como un relato metafórico y muy brutal sobre la ambición (como también lo era Apuestas perversas, es decir, Cheap Thrills, estrenada localmente hace algunas semanas). Una película de género poco sofisticada, con diálogos bastante toscos y sobre el final un poco atolondrada en su progresión, pero siempre intensa y modesta de las que no abundan entre los estrenos-, dirigida por el alemán Daniel Stamm, el mismo de las también atendibles El último exorcismo y A Necessary Death.
Juego macabro y divertido Un hombre desesperado, que ha perdido su trabajo, cuya esposa está a punto de dar a luz y hundido en deudas y problemas de toda clase, recibe una misteriosa llamada. Esa llamada le propone un desafío muy simple a cambio de un instantáneo depósito en su cuenta bancaria. A ese desafío le seguirá otro apenas más complicado, y luego uno peor. Trece desafíos que pasarán de lo sencillo a lo atroz, llevando al personaje mucho más allá de cualquier límite imaginable, pero a cambio de millones de dólares. Los llamados tienen un origen desconocido y quien los hace parece saber absolutamente todo lo que pasa con el protagonista en cada momento, en cualquier lugar. Habrá que aceptar esa licencia poética para poder disfrutar, está claro. Trece pecados es la remake de un film tailandés, pero esto no le juega ni a favor ni en contra, aunque sí queda claro que se le nota el origen cercano al cine de terror oriental. Más que cualquier otra cosa, la película es un intento más que claro de generar una nueva franquicia como, por ejemplo, El juego del miedo. Y tiene chance de lograrlo al comienzo, donde no solo se parece la saga ya mencionada sino también a Apuestas perversas, una película que el azar de la cartelera ubicó dos semanas antes en las salas de estreno locales. Trece pecados va creciendo, es divertida y por momentos sorprendente. Luego entrega algunas sorpresas que la vuelven aun más interesante, pero para resolver los conflictos la trama termina generando algunas vueltas de tuerca que desarman todo lo obtenido. Una película no termina hasta el final, y si ese final no funciona, no importa lo que se haya hecho antes. Detrás de la trama ingeniosa, que bordea de forma efectiva el disparate a medida que llega a sus mejores momentos, está la idea que ya habíamos visto en otras películas, acerca de cuánto está dispuesto a hacer una persona con tal de obtener dinero. Pero no es codicia lo que tiene el protagonista, sino necesidad, por lo cual su moral está en juego a medida que los desafíos crecen. Será cuestión de ver si esta es la primera de muchas películas o si la historia cierra acá, cosa que también podría ocurrir sin problemas.
Para Navidad se estrenó “Apuestas perversas”, que se parece bastante a esta película. Aquí, el juego de la humillación y la perversidad es anónimo. Una empresa que vigila a los vulnerables y necesitados y que a cambio de mucho dinero le exige cumplir con tareas cada vez más engorrosas, hasta la degradación total. Entretiene, claro, pero...
¿Quién quiere ser millonario? Elliot le está saliendo todo mal: a punto de ser padre, debe meses de alquiler, lo acaban de echar del trabajo y se está por quedar sin el seguro médico que le brinda cobertura a su hermano, que tiene problemas mentales. Más: su insoportable padre no puede seguir pagando el geriátrico y se va a ir a vivir con él. Peor, imposible. Hasta que una misteriosa voz en el celular le dice que ha sido seleccionado para participar de un juego: si cumple trece prendas, irá ganando dinero hasta sumar 6.200.000 dólares. Las primeras consignas son fáciles de realizar, pero la cuestión se va poniendo más macabra a medida que el juego avanza. 13 pecados es una remake de 13 Game Sayawng, una película tailandesa de Chukiat Sakveerakul estrenada en 2006, que a su vez es la adaptación de una novela gráfica. Y el argumento tiene puntos de contacto con Apuestas perversas, estrenada en Navidad. La pregunta es la misma: ¿hasta dónde es capaz de llegar el ser humano con tal de cumplir con la premisa básica del capitalismo: acumular riqueza? La película atrapa desde el principio y, aunque ya por el título se sabe que Elliot va a llegar hasta el último "pecado", la cuestión es saber cómo, y en qué condiciones estará cuando tenga que enfrentar el desafío final. En este sentido, es convincente la actuación de Mark Webber (conocido por su trabajo en Storytelling, de Todd Solondz), que se va transformando en otra persona a medida que van pasando las pruebas. Y está muy bien acompañado por el gran Ron Perlman. Aunque al final se deshilacha un poco, otro punto a favor es que, a diferencia de títulos que parten de premisas parecidas -como la saga de El juego del miedo-, la película no ahonda en torturas (sólo hay un par de momentos no aptos para impresionables), y tiene algunas bienvenidas dosis de humor. Siempre negro, por supuesto.
Un hombre recibe una llamada que le informa que ya está participando por importantes premios si acepta una serie de desafíos que, de ser superados, podrían reportarle grandes ganancias. Sin dudarlo demasiado el hombre acepta, y se encuentra -cuando ya es demasiado tarde- con que hay una letra chica, que en éste caso puede resultar no sólo abusiva sino sencillamente mortal. Tal es el punto de partida de la nueva película de Daniel Stamm (A Necessary Death), que en un principio no parece diferir demasiado de otras propuestas de terror-lúdico como la saga de El Juego del Miedo. La exacerbada violencia y pasión por el gore tampoco prometen un camino distinto, y sin embargo justo cuando la trama se encamina hacia lo predecible, se dejan entrever algunos aspectos que elevan a 13 Pecados por sobre sus colegas contemporáneas del terror: en primer lugar, “el hombre”, que deviene casi excluyente protagonista, no es cualquier persona sino el impecable Mark Webber (Scott Pilgrim vs los ex de la chica de sus sueños), y por otro lado quien dirige tampoco es apenas un aficionado del género, sino el otrora realizador de una de las mejores películas demoníacas de los últimos tiempos, El último exorcismo. Revelar más acerca de la trama de 13 pecados sería arruinar la gracia de la película y conviene, de hecho, acercarse a la misma sin haber siquiera visto un avance, ya que las vueltas de tuerca están a la orden del día y, aunque algunas se ven venir, funcionan como necesarios cambios bruscos de tono que reflejan el descenso hacia los infiernos del protagonista, así como también tienen mucho que decir acerca de la degradación gradual de la psiquis del mismo. Sin demasiadas -por suerte- pretensiones analíticas de la condición humana y lo que un pobre diablo es capaz de hacer por dinero, 13 Pecados se toma con un humor negrísimo la extrema necesidad y ambición material y, aunque concluye con una moraleja y redención algo decepcionante, juega con la idea del “hasta dónde podrías llegar” sin olvidar jamás el aspecto más absurdo y grotesco del planteo. Es, en resumen, un Quién quiere ser millonario? descarnado y con litros de sangre, que debería satisfacer a los amantes del género. Aquellos ávidos de sutileza, por otro lado, harían bien en evitar esta satírica y sangrienta película.
Juego de sadismo que en el original era aún más temible Le falta un poco de esto y aquello léase gore y sadismo oriental totalmente fuera de órbita- a esta reelaboración, tal vez no light, pero indudablemente más occidental, del film de culto tailandés del 2006 "13 game sayawng" de Matthew Chookiat Sakveerakul sobre un infeliz en el peor día de su vida, abordado misteriosamente a través de su teléfono celular para participar en una especie de reality show con el énfasis en la mayor crueldad posible, con desafíos más y más terribles hasta llegar al número del título. El film tiene un buen prólogo y luego un desarrollo un poco lento en un principio y nunca muy bien dosificado en cuanto a ritmo y momentos culminantes de crueldad inusitada (que la hay, la hay, para alegría de los que sabían qué iban a ver, y perturbacion de los espectadores mas desprevenidos). Lo que no implica que todo nunca deje de parecer un remix de algo previo más crudo o coherente, aun en el caso del espectador de esta nueva versión que no tuviera la más mínima idea de la producción tailandesa anterior en la que se basa. Dada la desquiciada premisa argumental de la película, más allá de lo que se pueda variar de Oriente a Occidente, lo cierto es que aun con sus detalles desparejos, una vez que se le presta atención al asunto resulta difícil no dejarse llevar por este temible juego de sadismo gratuito apenas redimido por una pizca de critica social. Pero lo cierto es que el film original nunca estrenado entre nosotros- era lo bastante más fuerte como para no dar lugar a ningún tipo de análisis racional.
Sin obligación de compra Thrillers con gotas de terror como 13 pecados, de Daniel Stamm (El último exorcismo), dan tremendo gusto porque entretienen con creces al espectador ávido de “algo de originalidad” y alto humor negro. Lo cierto es que 13 pecados es una acertada remake de un film tailandés del 2006 llamado 13 beloved que pecaba de una extensa duración, algo muy característico del cine asiático. Por ello la cuota estadounidense reduce con ritmo y buen tino lo mejor de su acción, resolviendo de manera plausible los momentos más gores frente a la original. La historia retrata la vida de Elliot, único sostén económico de su familia -con su mujer embarazada, manteniendo a su hermano discapacitado y un padre obstinado que no tiene dónde caerse muerto- y para postre a punto de quedar desempleado. Este recibe una extraña llamada telefónica para concursar en un programa de cámara oculta donde al aceptar el primer desafío está obligado a seguir con otras doce etapas que se le irán dictaminando. Pronto descubrirá el “macabro lío” en el que se ha metido. Claro está que este tipo de films le debe mucho a la pionera El juego del miedo (2004) donde los obligados concursantes tenían que resolver pruebas en situaciones límites donde fallar significaba la propia muerte, pero también le debe algo a Al filo de la muerte (1997), del gran David Fincher, un maestro del suspenso fuerte, con Michael Douglas, quien acepta aquel singular regalo de su hermano en un juego poco convencional para un hombre de dinero y poder que lo tiene todo en la vida. 13 pecados mezcla el buen suspenso, el horror, el humor y cierto aire policial con giros de guión inteligentes pero sin caer en la seriedad. No profundiza demasiado en quiénes están detrás de la organización de estos oscuros juegos, en lo que tal vez sea un guiño a una segunda entrega. Sin embargo, ata los cabos esenciales para la comprensión, a diferencia del film tailandés, donde el final quedaba inconcluso y poco claro restando puntos al entretenimiento que había cautivado durante su narración. Además, mientras los orientales tampoco tuvieron suerte con la gracia que rozaba lo absurdo en situaciones donde no merecían tal jocosidad, la reversión estadounidense resuelve armoniosamente el cambio de climas con gráficas escenas gracias a la habilidad demostrada por Stamm. Pero tanto entretenimiento y acertada revisión no sólo se sostiene en la corrección de un guión de otra nacionalidad sino también en un reparto de excelentes actores, como Mark Webber (Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños) cuya capacidad frente a tal odisea se vuelve deliciosa y desenfrenada. Las dudas morales que atraviesa el personaje hacen de la película un mensaje acertado para el público, sin aires de menospreciar las cuestiones éticas y menos adoctrinar con ello. La visión es superficial pero no por eso menos importante, sólo acomoda al espectador a las decisiones en que serían capaces de sacrificar por “amor” a los propios. A la vez, se destaca la participación del “tu cara me suena” Ron Perlman (Hellboy) como un detective que busca quién está detrás de las siniestras estafas telefónicas. 13 pecados se consolida como una muy buena cinta para amantes de lo funesto y divertido, donde ya no se pregunta al estilo Scream cuál es la película favorita de horror, sino que todo consiste en una simple invitación con consentimiento para que empiece el juego.
13 Sins abre con una impactante escena que no tiene peso alguno en la historia, pero que sirve como ejemplo perfecto para mostrar los alcances que tendrá el peligroso juego que se desenvolverá. Una misteriosa voz al teléfono brinda a sujetos en situaciones financieras desesperadas la posibilidad de obtener fortunas con tal de cumplir una serie de tareas -13 en total- y, como ya se sabe gracias a los minutos iniciales, estas progresarán hacia rumbos aterradores. El film del alemán Daniel Stamm (The Last Exorcism), una remake de la tailandesa 13 game sayawng, es un tenue estudio sobre la condición humana, que usa la excusa del "reality" como una vía para explorar lo que uno está dispuesto a hacer en condiciones extremas. Jason Blum, uno de los productores de Paranormal Activity, The Purge, Ouija, Sinister e Insidious entre otros films de terror de bajo presupuesto que han abierto franquicias, es el productor ejecutivo de este film y eso ya dice mucho. El hombre se ha vuelto una suerte de eminencia a la hora de pensar en propuestas del género que cuestan centavos y ganan fortunas en la taquilla, y tiene a apostar por proyectos con buenas premisas que pueden abrir una saga. 13 Sins no es la excepción y puede estar emparentada con la primera The Purge, al plantear un escenario rico en posibilidades pero que se limita en su ejecución, a la vez que abre las puertas para que futuras secuelas amplíen el espectro. Esta remake no viene a aportar algo novedoso a un género que en apenas siete años vio estrenadas siete películas de Saw, un juego del miedo de lineamientos muy similares al de este. Sin embargo, 13 Pecados tiene a su favor el no caer en la sencillez de la porno-tortura y apunta al crecimiento de sus personajes. Jigsaw se enfoca en aquellos que han desperdiciado sus vidas y los hace sufrir por ello para darles una lección, aquí el juego se dirige hacia sujetos miserables y cobardes, a los que se les da la oportunidad de hacerse valer. Desde ya que hay una cuota de entretenimiento para unos espectadores misteriosos -hay tela para cortar en alguna continuación enfocada en los victimarios, como The Purge: Anarchy o Hostel II- que elevan las penurias del participante con cada nueva misión. Mark Webber es quien lleva bien sobre sus hombros un film que escala rápido, tanto en la gravedad de sus actos como en la transformación de su personaje. Las primeras tareas son simples y enganchan tanto a Elliot como al espectador, que sabe que todo dará un giro tétrico tarde o temprano. El cambio en la actitud del protagonista es necesario pero aquí resulta radical, transformándose en una persona completamente diferente cuando es un hombre con mucho que perder. Pero así no se empantana en su narrativa ni resulta tediosa en su paso por las distintas misiones; Elliot cambia a medida que las resuelve y por primera vez demuestra valor cuando toda su vida fue un perdedor. En pos de que el film avance se conceden ciertas licencias, como el giro de 180º en su personalidad o la existencia de un omnipotente conductor del juego que parece saber absolutamente todo de todos. Sucede que 13 Sins no es una película corriente del género y tiene algo más que decir, por eso funciona durante una buena parte. Sus grandes dificultades se dan recién durante el tercer acto, cuando tiene que empezar a buscar soluciones. Es que, para tratarse de una producción con algunas ideas por encima de la media, busca respuestas en el libro de lugares comunes del género, prefiriendo el efectismo por encima de la lógica. Sin tener grandes pretensiones, es en su mayoría un digno entretenimiento con una premisa que da -y daba- para algo más.
Chantaje Serial Tras la Navidad se estrenó en el país Apuestas perversas y ahora llega 13 pecados, filmes con muchos puntos en común. En ambos se narra un chantaje telefónico que al principio tienta a una persona necesitada de dinero a cumplir tareas a cambio de un premio, pero que progresivamente se vuelve más perverso y difícil de abandonar. Las dos películas poseen una cierta porción de suspenso, aunque esta emoción tan necesaria y común en el ser humano se entrevera conforme avanza la historia con otras sensaciones como la aversión, la burla o el morbo. Elementos que parecieran usarse como rueda de auxilio por temor a que la intriga por sí misma no alcance para satisfacer vaya a saber a qué clase de espectador imaginado por los autores. Hablando de específicamente de 13 pecados también es notoria la ambivalencia en el guion de la historia. Si bien se advierte un manejo hábil de varios recursos narrativos, hay un marcado desinterés por la construcción de la credibilidad. Elliott, la víctima del acoso en este filme, toma decisiones y asume conductas incoherentes, que introducen cortocircuitos en la lectura del relato, un mal uso del retrato psicológico. Las ideas no son patrimonio de nadie. Aparecen a veces en simultáneo a miles de kilómetros de distancia. Diferente son el espionaje y el robo. No sabemos si fue el caso de las dos películas citadas. En cambio merece otro tipo de atención lo que están sugiriendo. Esta especie de chantaje serial agravado por la perversión a la que parece haber ingresado el Gran Hermano que vigila y asedia con las cámaras del mundo a los individuos. ¿Son las famosas ventas telefónicas que entran sin permiso en la vida privada, y muchas veces con trampas a cuestas, una expresión de lo mismo? ¿Podrá salvarnos la campaña No Llame? 13 pecados Terror. Thriller. Regular ("13 sins, EE.UU., 2014). Dirección y guion: Daniel Stamm. Con Mark Webber, Devon Graye, Rutina Wesley y Ron Perlman. Música: Michael Wandmacher. Fotografía: Zoltan Honti. Montaje: Shilpa Sahi. Para mayores de 18 años. Duración: 93 minutos. Violencia: alta. Sexo: alto. Complejidad: media.
Sin pensar en las consecuencias ¿Qué estás dispuesto a hacer por dinero? Todo gira en torno a la vida de un perdedor: Elliot Brindle (Mark Webber) un brillante pero tímido coordinador de servicios sociales que se ahoga en sus deudas y está desesperado porque desea casarse con Shelby (Rutina Wesley) que se encuentra embarazada. Es una de esas personas que uno dice “que más le puede suceder”.Elliot tiene su padre enfermo (Tom Bower de “Loco corazón”) al que además lo han desalojado y para colmo de males su hermano menor Michael Brindle (Devon Graye de “Dexter, la serie”) sufre un retraso mental, por lo tanto Elliot necesita dinero para cubrir todos los gastos que son muchos. Inesperadamente, recibe una llamada (el rington tiene como melodía “Entry to the gladiators” que no es casual) en la cual alguien le habla y le ofrece algo muy especial: participar en un reality show donde ganará mucho dinero. La primera demostración de este juego consistirá en: matar una mosca que se encuentra zumbando alrededor de su cabeza y 1000 dólares serán depositados en su cuenta bancaria; pero luego deberá completar 13 retos en un término de 36 horas, con una serie de instrucciones y el premio equivaldrá a varios millones de dólares. La tentación es grande pero el riesgo puede llegar a ser muy importante. Quien seguirá sus pistas es el Detective Chilcoat (Ron Perlman, de “Hellboy”) Esta es la remake de “13 Game Sayawng” (2006) dirigida por el joven director tailandés Chookiat Sakveerakul (33). En el caso de “13 pecados” contiene: actuaciones correctas, sobresaltos, escenas del genero thriller, varios momentos gore, tensión, intriga, algunas vueltas de tuerca y suspenso, pero no se sostiene con el pasar de los minutos y se torna previsible, absurda, con situaciones exageradas y toques similares a “El juego del miedo”, “Apuestas perversas”, entre otras. Entretiene y está dirigida a un público poco exigente.
Poco original, pero sí para algunos será bastante entretenido, éste film se sostiene en gran parte por la actuación de su protagonista y por el desarrollo pergeñado del personaje. Pero su construcción posee la dificultad de sostener el verosímil, es más, se podría decir que en realidad aquello que se plantea o se instala en la primera escena, a modo de prólogo, termina deshilachándose en el transcurso de la evolución de la historia. La realización trabaja el tema de cómo puede, con qué medios, a partir de qué situación específica, un hombre común y corriente, bueno por antonomasia, puede ser transformado en un monstruo. La situación específica es encontrarlo al héroe en estado de desesperación por cuestiones económicas y manejarlo comprando su voluntad, algo de lo que los políticos, sobre todo en la Argentina, pueden dictar doctorados. Entrando en tema, o en la obra propiamente dicha, la historia abre mostrando el agasajo que se le realiza a un viejo profesor universitario en honor a su trayectoria en esa alta casa de estudios. El homenajeado comienza con un discurso no adecuado a su, digamos, investidura, que se puede leer como una gran sátira, una broma genial, ante la cual, de hecho, los espectadores se ríen… y los invitados al agasajo también, para inmediatamente comenzar a circular por otras variables. Es por culpa de la deformación profesional, la mía por supuesto, que ese discurso satírico puede empezar a ser escuchado como discurso psicótico, e inmediatamente transformar el estado de gracia en período de drama y comenzar a circular hacia la tragedia. Sin dejar de lado que ese prólogo tiene como fin primario instalar el verosímil, pero que al desarrollar y comparar ambos personajes están casi en las antípodas: éste es un profesor galardonado y exitoso., el que va a protagonizar la historia un clásico perdedor. Elliot Brindle (Mark Webber) es un muy buen vendedor, pero honesto y tímido, coordinador de servicios sociales, que tiene a su cargo a un padre invalido, un hermano discapacitado, una novia embarazada, con la que esta a punto de casarse, y muchas deudas, tanto que los sobrepasan. Sobre llovido mojado: cuando cree que lo van a promocionar en el trabajo, lo despiden. La desesperación se hace carne en su alma. Imprevistamente recibe una llamada por la cual le notifican que puede participar en una especie de reality show para el que debe realizar 13 tareas, y así ganar varios millones de dólares. Acepta el desafío y le indican las dos primeras: matar una mosca y comérsela. Así miles de dólares se le acreditan en su cuenta bancaria. Todo digital, sin presencia humana, ¿si fuese un 28 de diciembre, hubiese cortado la llamada? Continúa, aunque sospechando que el juego es cada vez más extraño y más perverso, pues él no rompe su propia regla de no hacer daño, y puede ir logrando los objetivos sin poner en juego la violencia, al mismo tiempo se tranquiliza con la idea de que puede detenerse cuando quiera, mientras esté dispuesto a perder todo el dinero que ha ganado. La manipulación esta en marcha por personajes invisibles, sólo una voz en el celular. Completar el juego seria la meta, lo único posible, tal como “Jumanji” (1995), pero sin la aventura, las tareas que se presentan son cada vez más extremas, hasta llegar a un punto sin retorno. Hace unas semanas se estrenó una producción muy similar, “Apuestas perversas”. Asimismo hay mucho de la saga de “El juego del miedo, sin ser tan truculenta desde lo visual. “13 Pecados” está casi dentro del mismo orden, y en relación a “Apuestas perversas” tenia un plus de angustia por presentar a los manipuladores y a un competidor por el dinero, por ende sostenerse en el verosímil.
El nombre de Daniel Stamm cobró importancia cuando dirigió "El último exorcismo" (no confundir con la muy fallida segunda parte), una película de muy bajo presupuesto, a lo found footage, no muy novedosa pero sí bien elaborada. Ahora regresa con una remake de una película tailandesa, en este caso protagonizada por Marc Webber. En "13 pecados", que recuerda a "Apuestas Perversas" desde el vamos, Elliot (Webber) acaba de ser despedido y tiene que encontrar la forma de mantener su hogar y a su mujer embarazada (Rutina Wesley, Tara en True Blood). Le proponen algo extraño pero que a simple vista es perfecto para él: un juego con el cual se puede hacer acreedor de una importante suma de dinero. El tema es que este juego tiene varios pasos, 13 para ser más precisos, y si bien a medida que va superándolos se le va acreditando la correspondiente suma de dinero, si no llega al final con todos los pasos completados se queda nuevamente sin un peso. Desde comerse una mosca, el juego puede apuntar a cualquier lado. En el medio, nunca se sabe quién o quiénes son los que manejan este perverso juego que de a poco deja entrever que tiene unos cuantos participantes, gente que es capaz de caer bajo por unos dólares. Eso es el protagonista, una persona que tras ser echada no teme humillarse con tal de hacer un poco de dinero. Una persona tan manipulable que se termina convirtiendo en una marioneta para una organización a la que nunca le ve el rostro. Hasta acá, todo bien. El filme empieza de manera atractiva para los fanáticos del thriller (ojo, que no es una película de terror aunque lo que sí hay bastante es sangre), el problema es a medida que se va desarrollando. Si bien uno siempre quiere saber hasta dónde va a llegar su protagonista (como pasaba con "Apuestas Perversas"), aquí la jugada ofrece además a la sorpresa con unas cuantas vueltas de tuerca, predecibles y forzadas. Mientras en la nombrada, (y perdón que vuelva a lo misma comparasión, es que se estrenan bastante cerca una de la otra), que además tiene un tono negro pero sin duda humorístico, en "13 Pecados" se empieza a tomar un poco más en serio a sí misma, y quizás ese sea otro de los puntos flojos del film. Ron Pearlman como un detective que también tendrá su sorpresa está muy bien, no se puede negar, es de esos actores que nos gusta ver en pantalla porque no defraudan. Su presencia le aporta bastante a la película. Resumiendo, "13 pecados" es entretenida y sabe generar momentos buenos de tensión pero cuenta con un guión mediocre que no le permite sacarle jugo a una premisa tan perversamente atractiva, aunque no se jacte de ser novedosa.
Lanzada en forma limitada en USA el año pasado, esta remake de "13 Game Sayawng", realización tailandesa de 2006, es bastante más interesante de lo que superficialmente aparenta. La original era una película de bajo presupuesto (costó 400 mil dólares solamente) que logró concentrar la atención de la crítica y el público e interesó a Dimension editarla en DVD en territorio americano bajo su serie "Extreme". Sus escenas violentas sugirieron que este producto iba a tener mejor llegada que las clásicas asiáticas J-Horror con los fantasmas nocturnos y las casas abandonadas. Cosa que finalmente sucedió ya que IM Global See junto a otras productoras se animaron a hacer una nueva versión, respetando bastante al film original. Para ello convocaron al alemán Daniel Stamm (quien venía de hacer la mediocre "The Last Exorcism" y la discutible "A Necessary Death") y a David Birke para hacer la adaptación. El primero quedó detrás de las cámaras y "13 Sins" fue tomando forma en una versión más accesible para el mundo occidental. La historia presenta un vendedor desempleado que recibe una llamada extraña en su celular para participar de un extraño concurso. Su situación personal es casi desesperada: su papá es un cascarrabiás que lo detesta, su hermano es discapacitado y su mujer está embarazada. Necesita dinero. Una voz en el teléfono lo invita al juego: si realiza las 13 pruebas, se volverá millonario ya que cada escalón agrega dinero a su cuenta bancaria. Pero esto no es tan simple, ya que el jugador no puede retirarse o perderá todo lo ganado. Es decir que como en "Who wants to be a millionaire?", si no llega al final, nada habrá valido la pena. Las pruebas comienzan simples y se van volviendo macabras y sangrientas, en una cuidada sucesión que coquetea con el humor negro y el absurdo a cada paso del camino. Sin embargo, la idea original y su fuerza, permanecen intactas. Hay intriga, vueltas de tuerca inesperadas y un puñado de buenas actuaciones, que parten del carisma de Mark Webber para componer a un sólido protagonista, desbordado por las tareas y la culpa en cada una de ellas. Los rubros técnicos aportan lo suyo y si bien la película nunca alcanza grandes niveles de tensión, se las ingenia para ser novedosa y atraer al público del género con nobles armas. No olvidemos que hoy en día los buenos guiones no son fáciles de conseguir. Tal vez por eso, "13 Pecados" vale la pena. No te dejes engañar por su aspecto austero, casi discreto, aquí hay buen material para explorar. Aprobadísima.
Quién quiere ser millonario Qué haría una persona normal si, mientras espera en su auto la señal de paso para cruzar las vías de tren, un llamado anónimo le ofrece 100 dólares por matar una mosca que anida en el parabrisas, y después 500 por comérsela? Antes de definir qué es normal, aclaremos que quien llama conoce muy bien al sujeto al volante, tiene el número de su cuenta para depositar la recompensa y, por algún secreto mecanismo, puede verlo y ver todo lo que hay alrededor suyo; como la mosca. Y no haría falta aclararlo pero sí, finalmente, el sujeto mata a la mosca y se la come. Adaptación de la película tailandesa 13: El juego de la muerte (2006), 13 pecados coincide con el estreno, dos semanas atrás, de Apuestas perversas. En ambos casos se aplica una retorcida lógica pavloviana, con alguien poderoso que se divierte a expensas de un necesitado, ofreciéndole plata a cambio de disparates que van en aumento (un hijo bastardo de los programas de preguntas y respuestas). La diferencia entre ambos films es que si Apuestas perversas muestra la hilacha de Tarantino, 13 pecados juega teorías conspirativas, al estilo David Fincher. Elliot (Mark Webber) queda desempleado, con su mujer embarazada y lo que empezó con una mosca terminará como una bomba de tiempo. La película cuenta con una serie de escenas absurdas, al borde del gag, pero al promediar la primera hora la trama muestra agotamiento y el desenlace, exceptuando un milagro, es cantado. Los milagros no existen, claro.
La cordura tiene su precio Lo que falta son inversionistas Vale la pena aclarar que “13 pecados” está basado en el film tailandés 13 beloved de Chookiat Sakveerakul, el que a su vez se inspiró en el comic de Eakasit Thairat 13 th Quiz. Partiendo de premisas similares , esta versión dirigida por Daniel Stamm ( El último exorcismo) no realiza demasiadas explicaciones sobre el origen del juego y nos sumerge directamente en un universo lúdico y casi gore. 2277d3b97c23692fee32fa10f3ad522a Elliot Brindle (Mark Webber) está en un momento complicado de su vida: con un hijo por venir y plagado de deudas lo peor que podría pasarle es perder su empleo.Y es exactamente lo que le pasa, desesperado con una boda a la vuelta de la esquina empieza a recibir extrañas llamadas en su celular que le proponen iniciar un extraño juego donde diversos desaíos le son planteados y por cuya realización le será depositado una interesante suma de dinero. Incrédulo, realiza el primero de ellos y verifica que efectivamente el dinero ha sido ingresado en su cuenta. A partir de entonces crecerá el tono de las prendas como así también las recompensas obtenidas. De a poco Elliot irá dejando de ser quien es para convertirse en un adicto a la adrenalina y en ese metamorfósis arrastrará a sus afectos , desdibujando los límites de lo moralmente reprochable. El film tiene un interesante arranque , claramente mucho más oscuro que su versión tailandesa y va adquiriendo un tono cada vez mas desaforado con la superación de los desafíos. El verosímil es una de las primeras víctimas de la masacre iniciada por Elliot de quien poco queda en los minutos finales del film. 13 pecados no sorprende en su planteo y ciertos agujeros narrativos del guión deslucen una propuesta inicial interesante , pero sin embargo no es un desacierto absoluto dado que logra mantener al espectador cautivo sobre como superar las diversas tareas que se le encomiendan a nuestro antihéroe La aparición del policia Chilcoat (en la piel del infalible Ron Perlman) suma un ingrediente más para que la ecuación no sea del todo negativa. 13 pecados no se preocupa siquiera por plantear una moralina sobre los límites de la decencia o sobre el valor de la dignidad , simplemente nos ofrece un ejercicio de disfrute pleno que se acrecienta frente a la duda sobre cual será la próxima atrocidad a presenciar.
No sé si trece, pero son varios los pecados fílmicos en esta película. Comencemos con lo más rescatable de la misma: la actuación de Mark Webber. Su interpretación sostiene un relato que queda atrapado en medias tintas. El papel de looser atormentado le calza a la perfección y dota de algo de credibilidad a una trama que, a medida que avanza, se va tornando más y más in creíble. El protagonista es un joven que está atravesando uno de los peores momentos económicos de su vida. Lo despidieron del trabajo, su novia está embarazada, pierde el seguro para el tratamiento de su hermano discapacitado y para colmo de males se tiene que hacer cargo de un padre por demás intolerante. Él recibe una llamada (de no sé quién y no se sabe dónde) que le propone un juego a cambio de dinero. La consigna es simple: completar 13 pruebas. Las primeras son “fáciles”, pero gradualmente se vuelven de lo más macabras, a la vez que desafían la psicología del personaje y lo incitan a extralimitarse en todo sentido. El problema es que la historia no funciona como thriller, ni como terror gore, ni mucho menos como comedia de humor negro u absurdo. Tampoco puede dosificar todos estos elementos. El tratamiento es torpe, los chistes no son eficaces y el suspense se disipa con unas vueltas de tuercas tan forzadas como insolventes. Toda una apostasía al género. Por María Paula Ríos @_Live_in_Peace
"Cualquiera puede ser un monstruo" El director Daniel Stamm vuelve al terror luego de cuatro años de ausencia después de “El Último Exorcismo”. Como de terror oriental vive Hollywood, está es la remake de la tailandesa “13 Game Sayawng”. La idea es novedosa pero sencilla: personas con graves problemas económicos son contactadas por una organización desconocida que los hace partícipes de un juego. Sólo tienen que pasar trece pruebas para recibir dinero, cada vez mayores sumas. Pero si fallan una, pierden todo. A priori parece un “Juego del Miedo” 2.0 pero enseguida el director nos demuestra que es mucho más que eso. Como bien dicen las reglas del juego, el espectáculo es la transformación. Cualquiera puede ser un monstruo, y cualquiera puede tener las agallas de hacer cualquier cosa con el nivel adecuado de desesperación. Elliot, nuestro protagonista interpretado por Mark Webber, empieza como un inútil querible para volverse cada vez más loco. Me ha sorprendido con su interpretación de un hombre derrotado que haría cualquier cosa por salir del pozo que él mismo se ha cavado, y el plus de conformar a su padre. No estoy segura que terror sea el género correcto, pero sí mucho suspenso y algunas escenas gore que impresionan hasta al mayor fan de las películas con violencia excepcionalmente gráfica. Además, mucho misterio, preguntándonos una y otra vez qué será lo siguiente. De todos modos la estrella de la película es la transformación del hombre común en un tipo monstruoso. Tiene algunos momentos de comedia para aliviar un poco el ambiente, pero mantiene el misterio. Se explora la psicología del personaje, la presión de la responsabilidad y la profundidad de los lazos familiares tanto por el amor como por el odio. Y por sobre todo, mantener la intriga de qué está pasando realmente y quién maneja el juego. También es rescatable el hecho de que tomando una idea original, haya impreso el sello occidental en la historia. Eso supuso también acortar el metraje y acelerar el ritmo, además de modificar el final. Una decisión acertada para sorprender con una vuelta de tuerca y no quedar en el montón de películas de este estilo. Lo cierto es que se nota que no cuenta con un presupuesto particularmente alto pero sorprende positivamente lo bien que lo han hecho con lo que tenían. Stamm no se molesta en explicar los orígenes del juego a pesar de haber comenzado a delinearlo. No sabemos cuál es la organización detrás de todo ni cuales son sus motivos, aunque no es estrictamente necesario saberlo. Las comparaciones son inevitables, y el espíritu de “El Juego del Miedo” está presente. Está un poco desconectado cómo los problemas psicológicos de Elliot explotan de un momento a otro, pero fuera de eso su interpretación está muy bien. Bastante mejor que el promedio de terror con un presupuesto moderado. Agustina Tajtelbaum
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