"A War: La otra guerra" ofrece una visión sobre las consecuencias de las decisiones en pleno campo de batalla, y alterna la violencia bélica con la rutina del ambiente familiar. La película danesa A War: La otra guerra, que estuvo nominada a "mejor film de habla no inglesa" en la última entrega de los Premios Oscar, está dirigida por Tobias Lindholm -Secuestro-, y cuenta con su actor fetiche Pilou Asbæk, quien asume el rol del Comandante Pedersen, un hombre que se debate entre el cumplimiento de los reglamentos militares, su responsabilidad ante sus soldados y los civiles afganos, en medio de la participación del ejército danés en Afganistán.A War: La otra guerra ofrece una estremecedora visión sobre las consecuencias de las decisiones en el campo de batalla, alternando la violencia bélica con la rutina del ámbito familiar, en el que una esposa y tres hijos aguardan el regreso de padre. Al estallido que sobreviene luego de una calma aparente, Perdersen se ve inmerso en un espirtal de violencia y sufre la baja de uno de sus hombres. Cada decisión tendrá sus consecuenicas en este film que explora el costado humano más que el conflicto bélico en sí. Entre la amenaza que sufre el pueblo afgano ante la llega de los talibanes, los personajes deberán enfrentar sus propios miedos para seguir adelante con una misión sangrienta e incomprensible, de acuerdo a los mandatos que tienen sobre objetivos militares.Con una cámara nerviosa Lindholmse acerca casi al registro documental a través de escenas cruentas que siguen paso a paso los patrullajes de este grupo que reacciona de acuerdo a situaciones de presión extrema. Muy bien actuada por todo el elenco y seguida por un tono tribunalicio que aporta dudas, intriga y un futuro incierto.Este año no se llevó el Oscar, pero el cine danés ganó en 1988 con La fiesta de Babette, de Gabriel Axel; un año después lo hizo con Pelle, el conquistador y el tercer premio de la Academia lo obtuvo en 2011 conEn un mundo mejor, de Susanne Bier. El miedo es captado a la perfección en un relato que nunca detiene su desesperación entre tiroteos y blancos móviles.
La moral, la ética y las consecuencias de la guerra son los ejes de la nueva película del danés Tobias Lindholm, quien nuevamente quedó a las puertas de ganar un Oscar a la mejor película extrajera (fue guionista de la recomendable La Cacería, que compitió por el mismo premio en 2013). Y aquí, otra vez vuelve a poner a un hombre ante el dedo acusador de un tribunal, sin más armas para defenderse que su propia convicción. A war divide su trama en dos. La primera parte, a su vez, reparte el punto de vista. Por un lado, la acción se centra en las peripecias de una tropa danesa en Afganistan. Al frente del grupo está el comandante Claus Pedersen (Pilou Asbaek), respetado jefe de operaciones que, lejos de digitar las estrategias a control remoto, comparte la linea de fuego con sus soldados. Pero Claus, además de su cargo jerárquico en el ejercito, es esposo y padre de tres hijos que lo extrañan. Es entonces donde la linea narrativa se intercala con los días de la mujer de Claus (Tuva Novotny) ocupándose como puede de la casa y los chicos. La segunda parte, que reunirá involuntariamente a la familia, es la más atractiva del film. Claus está de vuelta en casa debido una "mala praxis": ordenó un bombardeo sobre un complejo que, al parecer, estaba habitado por civiles y deberá someterse a un juicio con posibilidades de prisión. Allí aflorarán, todas juntas, las contradicciones, las autocríticas y las heridas abiertas de la post guerra. Claus es consciente de su accionar erróneo, pero la presión de su mujer y un solvente argumento que prepara un abogado tratarán de evitar la condena. El aplomo de Asbaek resulta fundamental para esta película que, si bien no juzga el conflicto bélico (en ningún momento, por ejemplo, se escucha la palabra "terrorista"), tampoco está exenta de algún golpe bajo (la escena en que Claus superpone los pies de su hijo con los de un afgano muerto). Su idea central es mostrar la guerra que da inicio después: la guerra con uno mismo.
Juicios colaterales. La última película del realizador Tobias Lindholm pone el dedo en la llaga de la guerra como cuestión moral a partir de la controversia sobre las decisiones del comandante de una unidad de combate danesa apostada en Afganistán. Partiendo de la superficie de la situación, una unidad que debe proteger a los habitantes de una localidad afgana de los talibanes que acechan el lugar por la noche, A War: La Otra Guerra (Krigen, 2015) propone la construcción de un drama alrededor de la inutilidad de la invasión a Afganistán, e incluso el daño causado por la ocupación prolongada. El escenario de la guerra tiene su contracara en la realidad de la esposa del comandante Claus Pedersen (Pilou Asbæk) y los tres hijos de la pareja, que afrontan problemas cotidianos. Al regresar de Afganistán, Claus debe enfrentar un juicio por la muerte de once civiles en una operación militar y volver a su vida ordinaria en Copenhague. La primera parte del film desarrolla la guerra como un drama en el que todos pierden, un sinsentido que solo tiene a la muerte como única finalidad. En la segunda parte se expone el aparato judicial alrededor de la guerra, rodeado por fuertes leyes que responden al establecimiento de reglas para el combate y el respeto de los derechos humanos, llegando a una síntesis en la que ambos capítulos constituyen las dos caras de un mismo sistema de disciplinamiento y adecuamiento de la voluntad del hombre. La perturbadora fotografía de Magnus Nordenhof Jønck contrapone las enormes planicies desérticas afganas y la desolación de la vida en el país asiático con la seguridad de una Dinamarca que se atreve a participar de la ocupación aliada. Los primeros planos de los actores y los diálogos de Lindholm se funden en la narración de una situación en la que la ley y la ética polemizan acaloradamente sobre derechos humanos en una discusión imposible de zanjar. A pesar del interés de la propuesta y su buena puesta en escena, el principal problema de A War: La Otra Guerra no es la película misma sino la sobreexplotación de la temática. La nominación al Oscar parece en este caso una reparación respecto de la ficción anterior de Lindholm, El Secuestro (Kapringen, 2012), una extraordinaria película sobre el secuestro de un barco carguero danés por piratas somalíes en aguas internacionales, y del increíble guión de La Cacería (Jagten, 2012), escrito en colaboración con Thomas Vinterberg. En ambas se desarrollaban estas cuestiones morales de una forma más visceral, llegando hasta las heridas mismas que fundan la base de nuestra sociedad. Afortunadamente, las buenas actuaciones y la gran capacidad de Lindholm para narrar historias que atacan los cimientos de nuestros valores morales salvan a la obra de caer en los clichés progresistas de los films de guerra y en los juicios militares respecto de los daños colaterales, que exponen una buena conciencia liberal occidental sin encontrar el resquicio en el que la naturaleza humana beligerante acecha como una bestia. En esta oportunidad, el cine danés merodea sobre esta cuestión con buenos diálogos y un buen guión, pero sin atreverse a ir más allá, aunque con un resultado aceptable en comparación con obras similares.
Llevar la guerra a casa Nominada a mejor película extranjera en la edición 2016 de los premios Oscar, A War - La otra guerra (Krigen, 2015) de Tobias Lindholm se centra en los protagonistas del despliegue danés en Afganistán y las consecuencias que deben afrontar. El comandante Claus Pedersen lleva adelante una guerra en dos frentes. Por un lado, dirige un grupo de soldados encargados de pacificar una zona caliente de Afganistán mientras , en casa, lo esperan su esposa y sus tres hijos. En una misión de rutina toma una decisión que termina con la muerte de once civiles. Ahora deberá enfrentar un juicio y elegir entre la cárcel o su familia. Más allá del título, sería un error encasillar La cacería como una cinta bélica. Lindholm centra la atención en las personas tanto en el campo de batalla como en la vida doméstica. De esta manera, el director estructura el relato con mucha astucia y alterna explícitas escenas de acción con la vida diaria de su familia. El director danés, co-guionista de La cacería (Jagten, 2012) de Thomas Vinterberg, desmintió que esta película vaya a completar su trilogía de “hombres desesperados en habitaciones pequeñas” junto a R (2010) y A Hijacking (2012). En este caso encaró el conflicto afgano desde la óptica de los protagonistas y tiñó su obra de un realismo impactante resultado de una investigación exhaustiva que tiene su correlato en la pantalla. Lindholm vuelve a formar dupla con Pilou Asbaek (R, A Hijacking) que en la piel de Pedersen logra transmitir esa lucha continua entre hacer lo correcto, ser un padre de familia pero ante todo un hombre responsable. Esa dualidad se plasma en pantalla desde los primeros minutos y lo acompaña al protagonista hasta el final de la película. Es muy probable que A War - La otra guerra no se lleve el galardón el próximo 28 de febrero pero Lindholm puede darse por satisfecho con su film que aborda desde otro lugar un género sobreexplotado en el cine. El director ha comentado su devoción por Michael Cimino y su obra indispensable: El francotirador (The Deer Hunter, 1978). Esa dualidad entre la guerra y la vida familiar puede verse aquí también y lejos de compararla con aquella gran obra, A War - La otra guerra no será recordada como una película fundamental pero sí como un fiel retrato de un hecho que podría haber ocurrido en cualquier conflicto armado del mundo.
Llega el estreno de A War, película nomina en la ultima edición de los premios Oscars como film extranjero. Claus Pedersen es un comandante a cargo de un “escuadrón de paz” en Afganistán, que decide acompañar a sus hombres en diferentes incursiones para levantarles el ánimo luego de que uno de sus compañeros resulta mortalmente herido en una de las misiones. Mientras, su esposa en Dinamarca tiene que luchar por mantener a flote su hogar con tres niños que buscan constantemente la presencia de ese padre que no está. El conflicto belico y particularmente el conflicto en Afganistán se ha mostrado ya muchas veces en el cine, y es por eso que cuesta encontrar un producto realmente interesante para recomendar. A war: La otra guerra encuentra un punto de quiebre en el relato con un enfoque totalmente diferente y original. Pedersen es devuelto a su casa antes de tiempo por un tribunal que considera que una decisión suya causo la irresponsable muerte de varios civiles. La vuelta al hogar trae consigo la presencia constante de la guerra que se cierne sobre todos, pero de una forma mucho más sutil que en las otras películas que relatan un conflicto bélico. La familia debe esperar el proceso de un juicio largo en el cual se pondrá en juego no solo la libertad de Pedersen, sino también su autoridad moral. Pilou Asbæk encarna al Comandante Pedersen quien tiene que enfrentarse a un tribunal, a su conciencia y a su esposa que luego de haber recuperado al padre de sus hijos, se niega a permitir que un conflicto moral la deje nuevamente sola a cargo de la familia. Las actuaciones son excelentes, y no solo en la pareja protagónica, sobresalen también los compañeros de ejército que sin sobreactuar la camaradería como el espectador está acostumbrado, logran expresar el conflicto adentro de sus propias personas, sabiendo que son ellos mismos los que pueden hacer ir preso a su comandante, por el cual sienten el mayor de los respetos. Excelente trabajo del director Tobias Lindholm, responsable también del guion de A War, que logra traducir la historia en un código que bordea el documental, pero sin apelar al clásico estilo caótico de la cámara, sino más bien, haciéndola parte de la acción, volviéndola un soldado, un amigo o incluso parte de la familia. A War es una película Imperdible que ahonda no solo en la superficie del conflicto bélico y cómo afecta eso al ser humano, sino que busca en el interior de uno mismo la resolución de una trama moral en medio de una situación donde los limites no están claros en lo absoluto.
Se presume inocente El juicio a un oficial por supuestos abusos en Afganistán es el eje principal (y el mayor hallazgo) de este film danés nominado al Oscar extranjero. Las películas sobre las consecuencias psicológicas de los soldados que combaten en el frente y de sus familias que los esperan angustiadas en casa conforman a esta altura un subgénero propio y corren el riesgo de repetirse demasiado. Algo de eso ocurre en los primeros minutos de A War: La otra guerra, película del talentoso director danés de R y El secuestro (A Hijacking). Sin embargo, en la segunda mitad el film deriva hacia el thriller legal con un caso judicial que aborda con rigor e inteligencia cuestiones morales bastante inquietantes. El protagonista de A War: La otra guerra es Claus Pedersen (Pilou Asbaek), oficial del ejército danés apostado en Afganistán. Líder respetado y -pese a su alto rango- habituado a encabezar las misiones en el frente de batalla, Claus tiene una encantadora familia (esposa y tres hijos pequeños) a la que ama y extraña (y viceversa). Sin embargo, en pleno combate con los talibanes, aparentemente comete un error (o un abuso de autoridad) y varios civiles son masacrados. Enviado de regreso a Copenhague, es sometido a un juicio que puede terminar con su carrera y con al menos cuatro años en prisión. Allí arranca el verdadero corazón de este largometraje nominado al premio Oscar al mejor film en idioma no inglés ¿Es culpable o no? ¿Debe asumir la responsabilidad y sacrificar el bienestar suyo y de su familia? Las presencias de una fiscal incorruptible y tenaz y de un abogado especializado en encontrar fisuras e inconsistencias en las investigaciones tensionan cada vez más el clima de una película que gana en interés cuando abandona la denuncia horrorizada y se concentra en cuestiones más íntimas y provocadoras. En ese sentido, sin llegar a una puesta en escena brillante, Lindholm maneja la narración, las actuaciones y los sucesivos conflictos (militares, legales y familiares) con recato, solvencia y no poca solidez. Más cerca de Código de Honor, de Rob Reiner, que de Hermanos, de su compatriota Susanne Bier, A War: La otra guerra logra, finalmente, despegarse de los apuntados lugares comunes de ese subgénero sobre los pecados, excesos y miserias de la guerra.
La guerra y sus interrogantes Hay, por supuesto, infinidad de ángulos para encarar frontalmente el tema de la guerra, "una guerra", como prefiere titularla Tobias Lindblom porque lo que quiere no es dar testimonio de un conflicto en particular, sino formularse los diversos interrogantes que despierta desde el punto de vista humano una vivencia tan extrema y compleja. Tomando como eje el personaje de Claus Michael Pedersen, el director y guionista danés adopta una doble línea narrativa. Por un lado está el desempeño del hombre como comandante de una unidad enviada por Dinamarca para proteger a los civiles afganos de los ataques de los talibanes, la relación del militar con sus desalentados soldados, que no se explican por qué están donde están (una lejana provincia afgana) y de cuya supervivencia también debe hacerse responsable, y las difíciles decisiones que está obligado a tomar en medio de un terreno sembrado de peligros, como el film no demora en ilustrar. Por otro, la alterada vida en el "frente" familiar, que se ha abierto en Dinamarca, donde su esposa debe afrontar sola la compleja crianza de los tres pequeños hijos de la pareja con los que al menos, el hombre logra comunicarse por teléfono. Principios en colisión Tras una misión en la que uno de sus jóvenes soldados, a los que lo vincula un trato humano antes que uno propio del lenguaje militar, resulta seriamente herido, Claus -que además de soldado modelo es un tipo recto y decente- decide ignorar las reglas y colocarse al frente en las siguientes misiones. Sus principios humanitarios y sus criterios como jefe militar parecen entrar en colisión. Y no faltará el desdichado equívoco que conduzca al peor desenlace. El film se atreve a colocar al héroe moral de la historia en el papel del responsable del hecho más grave que se cuenta. Un dilema más para desafiar al espectador. Las dos líneas narrativas confluirán entonces en una sola: el tercer tramo de la película cambiará bruscamente de escenario y el film, aunque a veces amenazará con volverse un poco didáctico, mostrará por otra parte su voluntad de mantenerse alejado del melodrama y su intención de sembrar interrogantes antes que proponer respuestas sobre temas cada vez más arduos. La solidez de las interpretaciones -las de Pilou Asbaek (el protagonista), Tuva Novotny (su mujer,) y Charlotte Munck (la implacable fiscal)- y la agudeza de sus desafiantes planteos son dos de los muchos méritos de este film, que fue candidato al Oscar extranjero y que para muchos (a pesar de no tratarse estrictamente de un film bélico) puede ser considerado uno de los más inteligentes, si no de los mejores tratamientos que el cine ha dedicado en los últimos tiempos al tema de la guerra.
Pecados de guerra El juicio a un oficial que pudo haber cometido una decisión fatal plantea dilemas morales en este gran filme. Los aspectos morales de A War: La otra guerra plantean al espectador situaciones para incomodarlo, o al menos generar contradicciones. Eso viene sucediendo con gran parte del buen cine danés, sea el primer Lars von Trier, Susanne Bier o Thomas Vinterberg, y hay que agregar a la nómina a Tobias Lindholm. El realizador cerraría con A War una trilogía sobre hombres no tan comunes en situaciones límites, que inició con R y El secuestro y la culmina con la historia del oficial Claus Pedersen (Pilou Asbaek), que está con el ejército danés en el frente en Afganistán. Lo del frente es taxativo y literal, porque Pedersen encabeza una misión con su tropa, cuando son emboscados por talibanes. En la misión morirán civiles afganos, sea por culpa o no de Pedersen, que toma una decisión en el fragor del combate, y por la que termina siendo sometido a un juicio en Copenhague. Las cosas en casa se ponen tan arduas como en el desierto asiático. La esposa de Claus y sus hijitos no quieren perder al padre de familia: si lo declaran culpable podría pasar varios años en prisión. Y allí es donde entra a jugar la cuestión ética: si fue responsable de las muertes, ¿no debería cumplir la condena? ¿Se puede gambetear una situación para que su familia no sufra? Y la clásica: el fin, en síntesis, ¿justifica los medios? El director contrapone, pero de manera muy inteligente, la posición de una fiscal incorruptible y un abogado que busca los recovecos que en todo litigio legal se pueden encontrar para ayudar a su cliente. Y están, cómo no, los soldados a los que la decisión de Pedersen salvó sus vidas. Lindholm se vale de herramientas bien cinematográficas -como encuadrar cerrado, para que dé la sensación de que lo que está en el espacio off, lo que no se ve, es tanto o tal vez más importante que lo que sí se observa- para generar tensión. Pilou Asbaek. Es el militar que es juzgado en Copenhague por una decisión que tomó en Afganistán. Para mejor, Lindholm es riguroso en la presentación del probable crimen de guerra. Es sensible y detallista, por lo que es recomendable estar atentos cuando ocurre la misión en sí, para poder sacar conclusiones y debatir, luego, el final de la película. La película tiene una primera parte en la que se muestra la vida cotidiana de los soldados y la de la familia de Pedersen. Las secuelas que las guerras dejan en los que participan, estando o no en la batalla, es tratado con asiduidad, pero aquí la cuestión sube un escalón más. E inquieta como un buen thriller legal.
A war - la otra guerra presenta a un comandante de un batallón danés en Afganistán que debe volver a su hogar tras ser acusado de crímenes de guerra. Junto a su familia deberá hacer frente a un juicio militar en el que la verdad y el compañerismo serán puestos a prueba. El director Tobias Lindholm es responsable de este conmovedor drama bélico, filmado con pulso realista, gracias a la utilización de una cámara en mano documental y una iluminación naturalista que agudiza la experiencia en el campo de batalla. Opresiva, con un buen manejo de la tensión y actuaciones creíbles, es esta, una de las mejores películas sobre la guerra en Oriente Medio, sin el impostado heroísmo de las producciones norteamericanas, impacta y conmueve.
Una historia muy cruda. El film se puede dividir en tres partes. Por un lado lo que ocurre en Afganistán, una cuadrilla de militares de guerra daneses liderados por su jefe “Claus M Pedersen” en un lugar muy hostil donde el enemigo puede estar en cualquier rincón. Por otro en Dinamarca, con la esposa e hijos del coronel y la falta que hace la presencia de él. Y la tercera parte tiene que ver con el juicio militar que debe afrontar el mismo protagonista. Una fiscal lo acusa de haber obrado mal al tomar una terrible decisión en momentos de guerra. Hay imágenes que duelen, en especial una donde se ve el cuerpito de un niño afgano sin vida y el detalle de sus piececitos . Esa fotografía cobrará un sentido aún mayor, cuando notamos el mismo encuadre, con otro niño en otra situación. Un detalle casi imperceptible cargado de sensibilidad donde se posa la mirada del director. Con un estilo narrativo que se toma sus tiempos. Estuvo nominado al Oscar como mejor película en lengua extranjera, pero no pudo quedarse con la estatuilla.
Con una mirada puesta, primero, en el detrás de escena de la guerra, las relaciones, los vínculos, dentro y fuera de ella, y luego con una profunda y dolorosa reflexión sobre las decisiones que se toman allí, “A war: La otra guerra” (Dinamarca, 2015) de Tobías Lindholm (colaborador de Thomas Vinterberg y co guionista de “La cacería”) es una lograda película que narra con clasicismo las desventuras de un grupo de soldados en zona de conflicto. En el arranque una bomba le vuela la pierna a un soldado, y Lindholm no titubea en mostrar explícitamente todo lo que acontece alrededor de éste, pero tampoco en profundizar el complejo entramado de historias que confluyen en Afganistán, un lugar en constante puja y que bajo el lema de proteger a los civiles para permitir la reconstrucción pacífica del país tuvo a varios pelotones patrullando rutinariamente la zona. Allí estará el batallón militar danés, con el comandante Claus (Pilou Asbæk) a la cabeza, evitando que los talibanes continúen con su siniestro plan de desestabilizar y masacrar para cumplir con sus objetivos. Lindholm contempla al grupo, lo analiza, lo rodea con la cámara y busca en cada uno de los integrantes, al menos en apariencia, la explicación a la razón de por qué decidieron embarcarse en tamaña aventura. En paralelo el director nos muestra, hábilmente, el otro lado del conflicto (al que hace alusión el lema que los distribuidores locales le pusieron debajo del título), la lucha diaria de los que se quedaron en sus hogares esperando novedades sobre sus seres queridos, con miedo a recibir un llamado o una visita que anuncie una fatídica resolución. Marie (Tuva Novotny), mujer de Claus, libra una batalla diaria con sus hijos, su hogar, sus relaciones, casi tan fuerte y complicada como la que en la zona bélica se expone ante los ojos de los soldados. Pero eso es lo que no se ve, no se dice, no se cuenta en las miles y miles de páginas dedicadas a estos eternos conflictos de intereses que terminan con la vida, en vida, de otros cientos de miles de personas que decidieron seguir en una carrera militar como sustento y forma de subsitencia. Una primera etapa del filme, con una decidida intención de mostrar el artificio de la cámara y la urgencia de los hechos a través de tomas por detrás de objetos (para dar aún más la sensación de espiar aquello que se narra), se dedicará a plantear el mundo de Claus y su compañía, y el de Marie por el otro. Mundos contrapuestos, complementarios y de inevitable eclosión. Pero tras un hecho fortuito, en el que una decisión de Claus afecte al resto del batallón, “A war…” vira su eje hacia una suerte de caza de brujas militar, en la que se verá expuesto a un largo proceso de juicio y castigo por parte de aquellos a quienes hasta hace momentos prestaba servicios. Las cuestiones éticas y morales, como así también las decisiones personales y sus repercusiones ante lo inevitable de la celeridad con la que se desarrollan algunos hechos, terminan siendo el eje temático de un filme que desnuda los procesos a partir de los cuales la propia institución militar expele a aquellos que fueron, hasta segundos antes, los mismos ejecutores de sus decisiones. El planteo esencial del filme se dispara, la mentira como mecanismo de salida ante el cierre de vías de escape judiciales, la recuperación de lo humano ante la deshumanización de la guerra (Claus recuperando pequeños momentos de la rutina familiar en su casa) y la consolidación, potenciada en la segunda parte, de cuestiones como la inevitable reflexión sobre la participación humana en hechos que podrían confundirse en simples asuntos de guerra y bélicos, pero que van más allá de una cuestión institucional. Potente y doloroso filme que encuentra en Pilou Asbæk y Tuva Novotny a los actores protagónicos ideales para narrar sin prejuicios la rutina de un conflicto en el que están puestos mucho más que intereses políticos.
Víctimas y victimarios intercambiables En su segundo largometraje, Tobias Lindholm hace circular bien a la vista heridas de guerra y “daños colaterales” y encuentra su mayor virtud en no dejarse tentar por una mirada admonitoria sobre los personajes o recubrir la historia de un antibelicismo de manual. Las heridas de la guerra, las evidentes y las invisibles. Sus víctimas y victimarios, tantas veces intercambiables. Los “daños colaterales” y otros eufemismos. Esos son algunos de los temas, complejos y duros, que el realizador Tobias Lindholm hace circular bien a la vista en su segundo largometraje en solitario, luego de A Hijacking y su debut junto al también danés Michael Noer, R. No es casual que el film haya estado nominado al Oscar: su temática resulta ideal para el compromiso biempensante de muchos votantes. A pesar de ello, en A War: La otra guerra no abundan los subrayados ideológicos o la denuncia campanuda. Por el contrario, la película intenta y logra en parte poner al espectador en un lugar incómodo luego de que los primeros cuarenta o cuarenta y cinco minutos establecen la idea de que su protagonista, el comandante Claus Pedersen, es un excelente soldado y, esencialmente, un buen tipo.Realizando tareas de patrullaje militar en Afganistán y ante la muerte de uno de los soldados, Pedersen abandona el escritorio y el aparato de radio para acompañar a su batallón in situ, sobre el peligroso terreno. Aunque ello implique pasar por alto el protocolo castrense. Mientras tanto, en la lejana Dinamarca, su esposa lleva adelante la misión de sostener el precario equilibrio familiar junto a sus tres pequeños hijos. Tarea tanto o más ardua que la de desactivar minas al costado de los pedregosos caminos afganos, por cierto. El guión de Lindholm alterna escenas en uno y otro escenario, unidas algunas veces por los breves y tecnológicamente precarios contactos telefónicos. En esa alternancia, las muy diferentes condiciones de vida para una familia tipo en ambos mundos son puestas de relieve, de manera indirecta pero consistente.Una vez que el film instala a los personajes y el conflicto de la separación (y el miedo a que ese alejamiento sea definitivo, ante la posibilidad cierta de la muerte), A War registra la situación que cambiará definidamente la vida de los personajes y las texturas de la película en sí misma. Una decisión bajo fuego enemigo obligará a Pedersen a volver de inmediato a su país, acusado de la matanza de una decena de civiles indefensos. De allí en más, la película abandona los campos de batalla para centrarse en otras contiendas. Una de ellas, más civilizada: la judicial. La otra, más íntima y peliaguda: la pesada carga de la culpa y el temor a la pérdida de la familia, del mundo tal y como se lo conoce.A War se acomoda en un registro que cruza el relato de tensiones judiciales y el drama psicológico (toda una institución en el cine nórdico). Irónicamente, el film va perdiendo interés y potencia a medida que el proceso avanza, hasta que algún peón realiza un movimiento inesperado y reencauza el relato hacia un final agridulce, para nada condescendiente. Quizá la mayor virtud de esta película modestamente inquietante sea el no dejarse tentar por una mirada admonitoria sobre los personajes o recubrir la historia de un anti belicismo de manual. Las guerras existen y parecen inevitables, y sus víctimas –más allá de los diversos grados de responsabilidad de aquellos que ejercen la violencia– se cuentan en todas las filas, parece decir el último, silencioso plano.
Ponerse en los zapatos del soldado
Oscar-nominated thriller offers the gritty realism of a war film turned into courtroom drama POINTS: 7 Oscar nominated for Best Foreign Film A War (Krigen), written and directed by Tobias Lindholm, first and foremost follows Claus M. Pedersen (Pilou Asbaek), a Danish army commander in Afghanistan who strives hard to hold his unit together after one of his men dies after stepping on a mine. Intrepid and humanistic, Pedersen cares a great deal for his soldiers and is always willing to go more than the proverbial extra mile to protect them. He’s what you’d call a true leader. Secondly, A War focuses on the home front, back in Denmark, where Claus’ wife Maria (Tuva Novotny) tries to hold daily life together with three young children and a husband on the frontline. All of them miss Claus and to different extents, they all suffer from his absence. Switching back and forth, these home front scenes are intertwined with those on the war front to provide some insight on the war for those in Denmark. During a routine mission, the soldiers’ unit is caught in heavy crossfire and, in order to save one of his men in dire need of medical attention, Claus is forced to make a judgment call, which ultimately ends up turning his life upside down. He orders a house to be bombed so that his soldier could be airlifted from the place. That’s why during the film’s second half, Claus is back in Denmark in a courtroom accused of killing 11 civilians (eight kids included) as a result of his perhaps not-so-sound decision. If there really was an enemy in the house, then Claus’ bombing would be justified. Otherwise, it wouldn’t, and he would have to spend four years behind bars. Which would end his career and be a disaster for his wife and his children who need him so much. Let alone for his own sense of justice and pride. After all, he truly is a good soldier. It’s the war that’s maddening. Lindholm’s third feature does have a fair number of assets in formal terms: it’s impeccably acted, it’s shot in a documentary-like approach that achieves a good dose of gritty realism, its tone is devoid of melodrama and any sugarcoating, it’s discreetly photographed with no embellishment or glorification of war, it establishes a compelling sense of an authentic war space, and it unfolds meticulously as a complex thriller too. Unlike many films on the same subject, it never simplifies its scenario. In fact, its no-frills, stripped-down narrative does emphasize the complexity of it all. On the minus side, Claus’ wife and children are not developed as characters, but rather as acting figures to do this or that as the script requires. It would have been interesting to get into Maria’s heart and head rather than watch her from the outside. All the more so when Claus’ family gets to play such an important role in the film’s premise. Other than that, A War is a fine slow burner, a reflexive war-at-home movie which ends with a rightfully restrained and yet quite strong courtroom drama. From an ideological point of view, there might be an aspect that’s not quite that accomplished. Without spoiling the ending, you could say that the filmmaker opts not to take sides on the outcome of the drama. What’s the importance of a soldier’s life? What’s the significance of villagers’ lives? What’s the price of lying? What’s the cost of morality? These and a couple of other questions are posed but no answers are given. In this regard, you could say the film allows viewers to make up their own minds, which will surely be divergent. Then again, it could also be said that the filmmaker’s deliberate reluctance to state a viewpoint on his material is also a way of not wanting to deal with it, as if he were only interested in drawing a morally and ethically challenging scenario without daring to accompany it with his own discourse. If this is so, then the manoeuvre equals cheating, even if subtly done. So you should watch the film for its many cinematic merits and then see what you make of its ideology take. A viewer’s personal perspective is a must in all films, but all the more so in this type of auteur works which don’t follow a predetermined blueprint. production notes A War / Krigen (Denmark, 2015). Written and directed by Tobias Lindholm. With: Pilou Asbaek, Tuva Novotny, Soren Malling, Charlotte Munck, Dar Salim, Dulfi Al-Jabouri. Cinematography: Magnus Nordenhof Jonck. Editing: Adam Nielsen. Running time: 115 minutes @pablsuarezd
Si logran superar los primeros 45 minutos, lentos y densos, se van a encontrar con un interesante thriller legal sobre las consecuencias psíquicas, físicas y los dilemas morales que envuelven cualquier guerra. (Escuchá la crítica completa)
Interesante película danesa sobre la ocupación occidental en Afganistán cuyas buenas intenciones son políticamente estériles. El género bélico no es un género entre otros. Sus reglas y convenciones tienen su genealogía en el campo de batalla, espacio terrible en el que se dirimen intereses cuyo costo directo es la vida de los hombres, algunos civiles, otros soldados. Los muertos jamás pueden ser traducidos al lenguaje de las matemáticas. Quien invoca la razón de los números no es otra cosa que un canalla. Este razonamiento es medular en A War: La otra guerra. Once muertos afganos, algunos talibanes, varios civiles y entre ellos niños, constituyen aquí un objeción ética (que debería ser más que un número) respecto de una política que jamás se enuncia ni se cuestiona. Tobias Lindholm propone el siguiente escenario: una tropa patrulla una zona rural en la provincia de Helmand en Afganistán. El enemigo es ya un viejo conocido del género: los talibanes. La discreta novedad son los “buenos”. Los soldados son daneses, y en este sentido lucen menos estereotipados que sus colegas estadounidenses. En la figura del comandante Claus Pedersen (Pilou Asbæk), Lindholm esboza casi un oxímoron: un militar sensible. En efecto, su masculinidad y la de sus combatientes sugiere un grado menor de testosterona; el trato para con los afganos en general y el vínculo entre los propios miembros de la unidad se desmarca de la tipificada rudeza característica de la representación castrense. La primera hora de la película es atípica. La cotidianidad en el frente tiene su contrapunto con los días solitarios de la mujer de Claus en Copenhague. Ella cuida a sus tres hijos, él a sus soldados. El montaje paralelo no solamente sirve para entender a Claus y su familia sino también para observar la inconmensurabilidad en todos los órdenes imaginables entre un país como Dinamarca y Afganistán. El significado de la niñez, por ejemplo, es crucial, y será determinante para el giro narrativo que tendrá la película. Sucede que en una presunta emboscada, Claus tomará una decisión militar cuestionable y habrá por ello muertos inocentes, entre ellos menores. El buen militar será juzgado en una corte marcial. ¿Es culpable o inocente? Toda la segunda parte de A War: La otra guerra gira en torno a ese juicio, momento en el que la ambigüedad se apodera del relato y el punto de vista es menos inteligible. Es evidente que Lindholm no subscribe al cinismo cool de sus compadres del Dogma 95, incluso cuando hay una escena en el inicio en donde se mata a un talibán, donde sí despunta la vileza de los incrédulos. La ambivalencia es constante y no está claro si se trata de una virtud o una deficiencia: la ampulosa caracterización de la fiscal desmiente cualquier sutileza; el tormento interior de Claus frente a la verdad y las consecuencias de los hechos sugiere lo opuesto. ¿Cómo filmar una guerra? En buena medida, desatendiendo al trivial patriotismo y siempre intentando interrogar la política detrás del espanto. En este sentido, Lindholm es como su protagonista: padece su posición y desconoce la racionalidad política de sus actos.
La guerra fría y la guerra caliente El comandante Claus Pedersen y sus hombres se encuentran en Afganistán. Durante una misión de rutina, quedan atrapados en un fuego cruzado. Con el fin de salvar a sus hombres, Claus tomará una decisión que tendrá graves consecuencias para él y para su familia, una vez que regrese a casa. El juicio obligará al comandante a enfrentar a su conciencia, el juez más implacable. Una noche su hijo le preguntará: “¿Es cierto papá que vos mataste a niños?”. En la primera parte se muestra por un lado la lucha en Afganistan y por el otro la batalla diaria que libra su esposa con los tres hijos. Y será allí, no en el frente, donde este soldado íntegro y valiente deberá poner a prueba su verdadera fortaleza. Una historia interesante y muy bien contada. La realización aprovecha a fondo el drama de conciencia que viven sus personajes. Es austera, enérgica, detallista, rigurosa y creíble. Tiene grandes trabajos actorales (la esposa y la fiscal). Y deja en el aire una pregunta decisiva: ¿Es culpable o inocente? El aporte al final de un testimonio inesperado (¿mentira piadosa?) define la suerte del juicio y también los contornos morales de un dilema que se juega en el corazón de este avergonzado y respetado comandante. La moraleja es la de siempre: la guerra aniquila todo y puede convertir en despreciables a los seres más queridos
Los dilemas de la guerra “La otra guerra” no se parece a ningún otro drama bélico de los últimos tiempos. Lo bélico en realidad es una excusa para confrontar al espectador con su costado políticamente correcto. A diferencia de “Vivir al límite” o “La delgada línea roja”, “La otra guerra”, como lo dijo su director, “no es una película moral”. Sus protagonistas, soldados del ejército danés enviados a la guerra de Afganistán, responden a la lógica de su profesión y a la misión que les fue asignada: enfrentar a los talibanes y defender a los civiles. El personaje protagónico es Claus Pedersen, un héroe clásico, que tras la muerte de uno de sus soldados se pone al frente de un batallón que duda sobre las razones de estar allí. En medio de una operación de patrullaje por campo minado y con los talibanes cercándolos, debe tomar una desición de la que podría depender su supervivencia y la del grupo que dirige. En el filme, que compitió por el Oscar en febrero pasado en el rubro mejor película en lengua no inglesa, el director desplaza la discusión sobre la eticidad de la guerra y se concentra en una de sus posibles consecuencias, como la que debe enfrentar el oficial al regresar a su país y rendir cuentas a la sociedad civil por su acción en el frente. Lindholm, con inteligencia, no cuestiona a la Justicia, sino que intenta analizar su ejercicio en base a un hecho ocurrido en una situación extrema.
El silencio de lo trascendente Las historias bélicas que no pretenden mostrar un patriotismo exacerbado ni justificar acciones militares como el mal menor o la panacea de la salvación de la humanidad al enfrentar a un enemigo despiadado y genocida, por lo general van por el camino de la autocrítica. Tal es el caso de A war -candidata al Oscar 2016 como mejor película extranjera y perdedora contra El hijo de Saúl (2015)-, cuyo entramado de ritmo muy tranquilo intenta exponer la fragilidad de la vida de inocentes cuando una persona, tan débil y frágil como ellos, es la que puede decidir con cierta arbitrariedad sobre su destino. La historia transcurre en dos etapas: la primera en el frente de batalla en el que un líder de equipo -el comandante Pedersen (Asbaek)- intenta mantener el orden y el ánimo entre sus compañeros luego de la pérdida de uno de sus miembros en la patrulla. Esto ocurre casi desde el arranque y en pleno territorio de dominio de talibanes pero a la vez con muchos civiles inocentes en medio, cuyas vidas dependen de a quién ayuden o sean leales. En paralelo se puede ver la vida de su joven esposa y tres hijos pequeños -el comandante no llega a los 40- que se hace algo difícil sin su padre en el seno de una familia tradicional. Y a la suma de esas dificultades llega, más tarde, un episodio que pondrá en peligro el cargo, libertad y honor del militar, que deberá dirimirse en un juicio que colma la segunda parte del film. El problema se da con el tipo de narrativa elegida para contar la historia, con un movimiento de cámara en mano constante hasta para mostrar al protagonista durmiendo que es totalmente injustificado, secuencias que no logran que el espectador conecte demasiado con los personajes ni con lo que les está pasando, y la insufrible elección de mostrar todas las acciones posibles en una escena como la de sentarse, tomar un vaso de agua o quitarse un abrigo, algo que muchos directores saben usar para crear un clima determinado pero en este caso no hace más que redundar y dar cuenta de una impericia manifiesta para tal fin. Más allá de esos desaciertos, las actuaciones son sobrias, se agradece la naturalidad con que interactúan los niños de ambas culturas sin que sean objeto de líneas vergonzosas que jamás dirían en su realidad. En el juicio, la dureza de los fiscales y jueces se hace también natural, pero sin el dramatismo y la épica de esas batallas en tribunales al estilo Cuestión de honor (1992), Hombres de honor (2000) o muchas de esas películas en las que el “honor” era puesto en juego en un tribunal más allá de decorar un título. No hay casi emociones en ese duelo de testimonios, no hay discursos que nos pongan en un dilema o nos cierren la garganta, en A war es todo tan frío que sólo nos queda meternos en la conciencia de ese comandante interpretado sin mucho esfuerzo por Pilou Asbaek (Lucy), quizás la única cara reconocible en el elenco, y sufrir (o ser parte de sus remordimientos) con él por si la justicia decide condenarlo y alejarlo una vez más de su familia. Tampoco se excede -o destaca- esta realización en crudeza visual. Los golpes de efecto, a veces de dudoso gusto en los que se ven -en otras realizaciones- niños mutilados o muertos por esas inconcebibles acciones de guerra, aquí están como emprolijadas, suavizadas para que nadie aparte sus ojos de la pantalla. Hablamos del país del que salió Lars von Trier y su dogma descarnado, algo cuya única herencia aquí parece ser el dudoso buen pulso del cámara, quien se rehúsa a utilizar trípodes o estabilizadores. Hay mucha tibieza al afrontar un género que no debe ser suave ni gentil, mucha corrección en lo que necesariamente debe ser crudo y descarnado. Entonces no nos queda más que otra película que se queda a mitad de camino, que plantea un tema interesante pero que necesita de bases de referencia sólidas que le den un peso real y palpable a las acciones de sus personajes y que así puedan lograr empatía por las situaciones límites que están viviendo. Lindholm -que no es Eastwood, ni Bigelow ni Spielberg, ni nadie que haya hecho un drama bélico decente- también se hizo cargo del guión de esta historia, lo cual lo hace doblemente culpable, porque sus diálogos ni siquiera pueden llenar los huecos que tiene el film. Uno de guerra que no tiene un fuego cruzado que duela o un drama que arranca más lamentos que reflexiones.
Medidas extremas y moral maleable A partir de una cámara nerviosa, que interroga, esta película asume un conflicto que no termina. El conflicto moral de un soldado y la ética de una sociedad y sus contradicciones como dimensiones problemáticas, también bélicas. Sin estridencias, con un énfasis puesto en la reflexión y su incomodidad, aparece A War: La otra guerra. La película del danés Tobias Lindholm tuvo nominación al Oscar en la categoría Mejor Film de habla no inglesa ‑amén de un recorrido por muchos festivales internacionales‑, rubro donde fuera merecedor otro título de índole igualmente bélica, El hijo de Saúl, todavía con estreno pendiente en Rosario. El trabajo de Lindholm no es tan desconocido para el espectador. Repartido entre algunos largometrajes propios y guiones para otros directores, destaca El secuestro (2012) ‑cuya temática coincidiera con la de la norteamericana Capitán Phillips, de Paul Greengrass‑ y su guión para La cacería (2012), la notable película de su compatriota Thomas Vinterberg, también nominada al premio Oscar. Desde rasgos generales, puede apreciarse en Lindholm una mirada de talante crítico, interesada en adentrarse en conflictos que permitan un prisma sobre las contradicciones del cosmos social. Es éste el rumbo de La otra guerra, cuyo título de origen es más elocuente por suficiente: Krigen (Guerra). Está claro que toda guerra es mucho más que lo que Lindolm expone, pero ¿cuál otro título valdría para este trauma de carácter social insalvable, quizás moralmente irrecuperable? El film se estructura de manera simétrica, entre un primer tramo dedicado a dar cuenta de las tareas de un grupo de soldados en Afganistán y un segundo capítulo que transcurre en Copenhague, entre la sordidez de un clima árido y el funcionamiento de la ciudad. Un equilibrio que no es planteo esquemático, sino contrapunto que relaciona ambas partes, de manera necesaria. Esta necesidad la provoca el retrato del líder del pelotón (a cargo de Pilou Asbaek, actor fetiche de Lindholm) y su vida familiar. Durante su primera hora, La otra guerra transcurre desde el montaje paralelo, a partir de la vida cotidiana de su esposa e hijos, subsumidos en los trastornos escolares, laborales y hogareños. Hay llamados telefónicos que intentan paliar las ausencias. En un punto ‑acá lo más sensible‑, tal planteo no dista nada de cualquier otra situación semejante: el padre trabaja afuera y la madre procura sostener el equilibrio del hogar. Para llegar a esta instancia, el film apela a momentos que prologan de manera ascendente. El comienzo mismo es el de la explosión y la vida del soldado que muere entre las manos de los compañeros. La desesperación, las tareas sin objetivos claros ‑si bien se trata, presumiblemente, de proteger a afganos de talibanes‑, la rutina de lidiar con la muerte, hacen mella en varios. Uno de ellos llega a las lágrimas, pide volver a casa, tiene miedo. Y el comandante que entiende y busca alternativas que lo contengan. Este vínculo será el detonante del episodio posterior, sea como reiteración de la muerte inicial, sea como disparador de la decisión militar desafortunada que sobrevendrá. La cámara adopta, en todo momento, un punto de vista partícipe, al acompañar a los soldados en sus misiones, al ingresar en moradas desconocidas, al disparar contra el sospechoso de armas. Además, es una cámara en mano, que contagia el andar de los personajes y asume la situación endeble en la que se toman ciertas decisiones. Ahora bien, no porque se trate de entender el comportamiento bélico como cosa loable, sino por introducirse en una lógica en donde los errores están presentes de manera indefectible, y en las manos de personas que gustan, por ejemplo, de bromear con el cadáver reciente, inventando maneras ingeniosas, negrísimas, con las que referir tales bravuras a sus hijos: porque, ¿cómo explicar a un hijo que se ha matado, que se sabe matar? Ocurrida la decisión fatal, que involucrará la muerte de civiles, el comandante es llamado a declarar en su ciudad y La otra guerra cambia de carátula, al volverse un film de litigio, con la palabra como continuación de un mismo enfrentamiento. Contienda que así como hermana para la decisión de un enemigo, encuentra también disidencias internas que hay que purgar para poder, en suma, proseguir con los otros disparos. Si papá hacía mucho que no venía, ahora está, por fin, en casa. Y más vale que no se vaya, porque lo necesitamos. Nada de cárcel para él, aun cuando fuera culpable. ¿Lo es? Las pruebas están, pero son también maleables. Y lo que confabula, en última instancia, es la camaradería y aprecio y respeto que entre pares sobresale. Si lo que realizan es espantoso, habrá también que pensar cómo es que el mismo orden social se vale de ellos. Les forma para hacer lo que hacen, luego les juzga. En el medio, la pregunta del hijo al padre: ¿mataste? En última instancia, La otra guerra apela a la responsabilidad, al comportamiento moral como eslabón social de fundamento. Cuando el niño repasa países en el mapa del dormitorio, ante la vista del padre, inicia su enumeración en Afganistán y culmina en Estados Unidos. La observación cierra un círculo que dice más que cualquiera de esas encíclicas con las que demasiado cine de mensaje se cree, todavía, benefactor. Mejor aún, hay una escena estupenda, de índole metalingüística. Es así: los soldados están reunidos para escuchar las palabras del comandante, quien les invita a ver un video del soldado herido, recuperándose ahora en el hospital. Los soldados, en sus sillas y amuchados, observan el plasma con el mensaje del compañero, bajo una carpa que recuerda una función de cine primitiva. La "película" vista es elemental, de prédica eficaz, retórica. Tiene golpes de humor, es efectista, no evita el patetismo. La reacción final es la del aplauso contagioso, casi con lágrimas. Un desenlace irónico para lo que es, en suma, trágico. Los medios, se sabe, construyen realidades tendenciosas. Por aspectos como éste ‑sagaces, provistos de cine‑ es que La otra guerra es una gran película.
“A War: La otra guerra“, es la segunda película en solitario de Tobias Lindholm. El filme se divide claramente en dos partes. Durante el primer segmento Lindholm describe con sutileza dos frentes: en Afganistán el comandante Claus Pedersen toma la decisión de abandonar la oficina de comandos y ponerse al frente de su grupo en el frente de batalla, mientras en Copenhague su mujer cuida de los niños e intenta mantener el frágil equilibrio familiar. Esa primera decisión de Claus parece sensata, el comandante marcha junto a sus soldados, pero lo obligará a tomar otras decisiones que tendrán consecuencias fatales. Atacado desde los cuatro puntos cardinales y con un subalterno herido, Claus ordenará un ataque aereo a ciegas que le permitirá salvar la vida de su soldado pero provocará once víctimas inocentes y ninguna baja Talibán. El segundo segmento transcurre completamente en Copenhague. Claus está acusado por las muertes civiles que sus acciones han provocado y será enjuiciado. En ningún momento abandonará el sentido del honor y se lo nota dispuesto a enfrentar su destino, más allá de la opinión de su familia. Este segundo segmento es bastante más previsible y carente de nervio narrativo. Lamentablemente este filme está lejos de la antecesora de Lindholm, la brillante A Hijacking (2012), una película en la que el realizador contaba la historia del secuestro de un barco carguero a manos de piratas somalíes. Allí el cineasta construye un relato angustiante y dinámico. En “A War: La otra guerra” Lindholm muestra cierta torpeza a la hora de construir metáforas, por ejemplo en todo lo referido a la niñez en riesgo. Sin embargo no se trata de un filme carente de interés ya que el cineasta trabaja con inteligencia el drama psicológico y la idea del honor. Por Fausto Nicolás Balbi @FaustoNB
Una fuerza militar instalada en un país desconocido. Salidas al territorio, resistencia local, escaramuzas. Los soldados añoran el hogar. A sus familias no les va mucho mejor en su tierra. Operación en pueblo carenciado, ataque sorpresa de rebeldes, contrataque de los militares asustados. Posible violación de las leyes de la guerra, cita de la justicia nacional, comandante a juicio. La danesa A War: La otra guerra suscribe a todos y cada uno de los lugares comunes que Hollywood popularizó con esa especie de mezcla de cine bélico y las películas sobre procesos legales. En todo el mundo, A War parece ser recibida como novedad, como un artefacto cinematográfico extraño y distintivo, pero exceptuando el origen y cierto despojamiento formal a la hora de filmar la acción, el modelo del director y guionista Tobias Lindholm es el cine narrativo norteamericano. El trabajo de imitación funciona sobre todo en la primera parte, cuando los soldados que tratan de ganarse la simpatía de los pobladores de una pequeña aldea de Afganistán con el fin de aislar y debilitar a las fuerzas talibanes. El uso del fuera de campo, la construcción del espacio y la utilización del sonido (sobre todo durante el ataque) son el principal insumo de la película para la elaboración del suspenso y el aprovechamiento del entorno. En cambio, las miserias cotidianas de la esposa y los tres hijos del protagonista en Dinamarca no son muy distintas de las que podrían verse en cualquier drama del montón. Pero el gran problema llega con el juicio: el director no tiene idea de cómo hacer de la sala un lugar atractivo o mínimamente legible. Los planos alternados de la defensa, por un lado, y de la fiscalía, por el otro, sugieren que la película no sabe cómo filmar su tema y, de paso, se comprende de golpe la complicada ingeniería visual que ponen en funcionamiento las películas de juicio, con su tendencia a la maximización de la información y a la división clara de jueces, jurados y público, que rodean y realzan a acusados y acusadores, verdaderas estrellas del conjunto. En su intento de copia, A War enfatiza sobre todo el dilema moral que proponen películas como El motín del Caine o Código de honor, pero al final una vuelta de tuerca rompe con las expectativas y la película naufraga entre el efectismo y un discurso militarista grueso. Semejante giro en una película estadounidense la habría hecho merecedora de los gastados motes de “imperialista”, “pro yanqui” y otros epítetos similares, pero tratándose de cine danés, los críticos no parecen haber reparado mucho en eso.
Cuando lo cotidiano alcanza una masa crítica y se vuelve un dilema moral. Lo único que sabía de La Otra Guerra hasta que me llego la invitación a la función privada era su nominación al Oscar como Mejor Película Extranjera. Mas cuando descubrí que era una película escrita y dirigida por Tobias Lindholm, guionista (junto a Thomas Vinterberg) de la genial La Cacería, sabía que iba a ser por lo menos una película bien narrada. Y lo fue, pero de un modo que el espectador podría no dejarlo pasar con facilidad. La guerra dentro y fuera de casa La película esencialmente cuenta dos historias: Una es la de Claus, el comandante de un escuadrón del ejército danés en un Afganistán diezmado por los Talibanes y el día a día (muchas veces mutilado y sangriento) en el campo de batalla. La otra historia es la de su esposa y sus hijos, en Dinamarca, sobrellevando también un día a día plagado de problemas domésticos y el mal comportamiento típico en niños pequeños, más que nada por la ausencia de su padre. De las dos horas que dura la película, una hora y cuarto son una concatenación de escenas cotidianas de cada línea argumental; conflictos concretos y apropiadamente manejados pero que no se desarrolla hacia una meta en particular. No obstante, los 45 minutos finales de la película, que es donde las dos líneas argumentales se fusionan, es cuando la película adquiere vapor y va camino a una meta dramática específica, rica en intriga y dilemas morales. Naturalmente, yo consideraría lo ocurrido en la primera gran parte de la película como una falencia en materia de ritmo. Pero mirando en retrospectiva, me percaté que esta prolongada alternación entre el horror de la guerra y la ausencia paterna fue necesaria para que el espectador pueda entender la postura de los personajes ante el dilema moral que les presenta el desenlace. Por el costado técnico, la cámara en mano le insufla a la película un estilo documental que consigue retratar con realismo tanto lo visceral de la guerra como lo traumático de la familia que queda atrás. El aspecto interpretativo no es sorprendente, pero sobrio y eficiente a los usos y propósitos de la historia. Conclusión La Otra Guerra es un drama bélico honesto, de rigor casi documental, pero que sabe cuándo debe imponerse la narración dramática tradicional para que el viaje de los personajes sea completo y los temas que trata lleguen al espectador. Tal vez el acercamiento elegido por Tobias Lindholm sea desafiante y hasta soporífero para el público general, pero si se le tiene paciencia el saldo final será lo suficientemente satisfactorio.
La terrible muerte de un soldado de 21 años, durante el patrullaje de un pelotón danés (otro aliado de USA en la guerra), provoca desconfianza en la tropa apostada en el territorio de Afganistán. “La poblacion está de nuestro lado. Por eso es tan importante que vean nuestra presencia en la zona" dice el comandante Claus Pedersen (Pilou Asbæk) tratando de levantar (su) la moral. En casa, lejos de allí, María (Tuva Novotny), la joven esposa de Claus, cuida de sus tres hijos a la espera de los llamados que, además de servir para informarse como va lo cotidiano, sirven de contención y de apoyo para ambos. Falta poco, pero la espera agota, y no es sino con un dejo de incertidumbre, porque después de todo el hombre fue a la guerra. La crianza sola supone también librar su propia batalla entre la educación y el consuelo en casa frente a la ausencia de la figura paterna. “A war: La otra guerra” va montando paralelamente una cotidianeidad en la cual la medida del peligro (doméstico o bélico) se da proporcionalmente y con la misma intensidad, como por ejemplo las escenas de desactivar una bomba en el desierto montada con la de correr al hospital luego de la ingestión de medicamentos por parte del más chico de los hermanos. La película nominada al Oscar 2016 por Dinamarca se divide claramente en dos partes: la primera, alimenta el dilema ético y moral que se plantea; en la segunda, a partir de un operativo con víctimas civiles como resultado de una decisión clave de Claus en medio de un ataque Talibán. Lo que se hizo, lo que se debería haber hecho, y las consecuencias legales, morales y éticas que se producen, son los tres vértices dramáticos por los que transita el texto cinematográfico y la dirección de Tobias Lindholm. Algo así planteaba Brian de Palma en “Pecados de guerra” (1992), ambientada en Vietnam, sólo que en aquél caso se trataba de la aceptación de la crueldad en tiempos de guerra y el cuestionamiento del comportamiento humano en ese contexto. “A war: La otra guerra” aborda el dilema ético desde la culpa de Claus partiendo de la base de la aplicación de un código militar que exige identificación clara de objetivos militares. El realizador logra hábilmente instalar la problemática en el espectador como para que éste tome una posición frente al tema, agregándole subrepticiamente un mensaje sobre el egoísmo y la corruptibilidad del razonamiento cuando lo individual le gana la pulseada a lo colectivo. Con elementos narrativos experimentados en las dos últimas producciones de Kathryn Bigelow, y algo de “Francotirador” (Clint Eastwood, 2014) en cuanto a la ausencia en cumplimiento del deber, ésta producción logra el objetivo de interpelar a la platea sobre varios temas con el cine bien realizado como herramienta principal.
Del talentoso Tobías Lindholen, guionista y director, una mirada crítica hacia la intervención europea en Afganistán con una primera parte más obvia y una segunda que se mete en el thriller legal con intensidad y la confrontación de valores éticos. Una honesta reflexión con actores profesionales y verdaderos soldados.
Todos los países involucrados en la invasión a Afganistán conservan cicatrices, y esta película da cuenta de las penurias de un pelotón danés, luchando para mantener a raya al enemigo talibán. El comandante Claus Michael Pedersen (Pilou Asbæk) sufre una baja importante y el grupo completo se desmorona. Al otro lado del mundo, su mujer reclama contención para llevar adelante la crianza de tres hijos (el mayor, en la edad del pavo; el menor, disfuncional). Para colmo, una familia afgana les pide protección contra un grupo de talibanes, que presionan a los campesinos para chantajear y obligar al retiro de los soldados. Como era de esperar, reluctante al principio, finalmente Pedersen cede y el conflicto con los talibanes culmina en una matanza que incluye a civiles y menores. Pero la película (candidata al Oscar por mejor película extranjera) se detiene menos en el conflicto bélico que en el juicio que se le inicia al comandante por excederse en las acciones militares. El director Tobias Lindholm hace un minucioso cruce de escenarios y su película es un fino tramado narrativo, pero carece de ingenio para trascender al género y de nervio para amoldarse al mismo.