Sobre mi cadáver Aquarius (2016) es una película sobre la pregnancia de la memoria, la forma en que nos rodeamos de objetos para ayudar a preservarla, y la importancia de defenderlos del paso del tiempo. Pero por sobre todo es una metáfora sobre la situación política latinoamericana actual, donde muchos se enfrentan a aquellos que quieren derrumbar lo construido. En el centro de este teorema se haya Clara (Sonia Braga), una escritora que a sus 60s ha quedado viuda y madre de tres hijos adultos. Vive sola en su apartamento del edificio Aquarius en Recife, donde ha pasado toda su vida. Es la última inquilina del predio: una constructora ya ha comprado a todos los demás dueños, pero ella resiste toda oferta. Aquarius es su casa y ha pasado su vida juntando recuerdos en ella. El film comienza con una fiesta en el mismo apartamento en 1980, celebrando el cumpleaños de una de esas tías legendarias (Thaia Perez) que han visto y hecho de todo en todos lados. Mientras sus sobrinos repasan la crónica de sus logros como si estuvieran hablando de la historia de Brasil, la tía mira de reojo una mesita de luz, recuerda todo el sexo que tuvo sobre ella y agrega al currículum “la revolución sexual”. Ya en tiempo presente, Clara se ha convertido en la matriarca de la familia y guardiana de su historia, almacenándola en forma de libros, fotos, vinilos y muebles. Los objetos para ella son como “mensajes embotellados” y su casa es un museo. La vil constructora (siempre un villano efectivo) comienza una guerra pasivo-agresiva para incomodarla, convirtiendo el edificio en un basural y atrayendo desagradables bacanales a los apartamentos vacíos. Durante un largo rato Clara encuentra nuevas formas de resistir, pero eventualmente le toca contraatacar. Dirigida por el realizador brasileño Kleber Mendonça Filho, el film presenta una de aquellas benditas oportunidades en las que una mujer mayor puede protagonizar una historia no como esposa, madre o abuela sino como su propio personaje. Sonia Braga es una de las grandes actrices de Brasil y es menester que interpreta a Clara no como una rara heroína sino como una mujer común y corriente. Tiene un gran monólogo en el que reprocha a su hija que la antigüedad para los jóvenes es vintage o vieja según les gusta o no, pero la película no trata a Clara de loca fetichista, simplemente como una persona a quien le toca defender un modo de vida donde el dinero no es lo más valioso. Sistema de creencias sin duda facilitado gracias a tener mucho dinero (la lucha de Clara pierde tensión cuando nos enteramos que tiene otros cuatro apartamentos por si el de Recife cae), pero en ningún momento dudamos que sus principios preceden su patrimonio y los sobrevivirán siempre.
De una película anterior de Mendonça Filho, Sonidos vecinos/O som ao redor, decíamos que parecía una telenovela que todo el tiempo se desvía y enrarece; no es muy distinta Aquarius, con la diferencia que acá hay un personaje central con una actitud de resistencia y rasgos que lo hacen claramente seductor para los espectadores: se trata de una mujer madura pero todavía bella, madre comprensiva de sus hijos jóvenes, suerte de burguesa con actitud hippie, que arrastra sufrimientos (enfermedad, viudez, soledad) y sabe disfrutar de la playa y de la música. Su lucha por permanecer en el departamento que habitó desde su juventud pese a la creciente presión de una empresa que ansía apoderarse del edificio la convierte en una heroína con agallas, agregándose elementos que, en el mejor de los casos, sirven para conocerla mejor, y en el peor, distraen. La intensidad del film pasa indudablemente por la presencia de Sonia Braga, que se muestra tan tierna como salvaje, maternal y temeraria. La película está a su servicio, y para demostrar que el director se deja llevar por su magnetismo basta el momento en que la muestra saliendo del mar como una diosa, mirando desafiante al espectador. Ovacionada tras la primera función de prensa, Aquarius es un melodrama con algunos diálogos certeros y momentos fuertes, pero desparejo. Imposible no sentir empatía por la protagonista y sus ocasionales ayudantes (incluyendo un par de obreros que la alertan sobre una irregularidad de la empresa, algo ebrios y sin involucrarse después), aunque el suyo es un acto de rebeldía solitario e impulsado por intereses personales, sazonado con condimentos varios.
En el cine de Kleber Mendoça Filho, el espacio define las coordenadas físicas y simbólicas de la puesta en escena y el relato. Aquí se trata de una disputa sobre el concepto de propiedad y las leyes que la garantizan, una contienda entre la lábil concepción burguesa de esta y la prepotente apropiación, por parte de las grandes empresas, de los valiosos territorios de una ciudad para hacer grandes negocios. El poder del individuo se enfrenta al poder de las empresas, estas últimas con las mañas características de la mafia dispuestas a amedrentar hasta conseguir el objetivo deseado. Aquarius, Kleber Mendonça Filho, Brasil-Francia, 2016 En el film, el individuo que lucha contra un gigante invisible es una mujer llamada Clara. Recién jubilada, viuda, con tres hijos y un nieto, alguna vez eximia crítica musical, Clara ha cimentado su propia historia en el hermoso departamento que tiene frente a la playa en una zona económicamente relevante de Pernambuco. En ese hogar la familia entera ha escrito su historia, como bien puede verse en el prólogo, desde fines de la década del ‘70. Mendoça Filho dirá también que la historia de una ciudad se lee en la arquitectura, de allí la reiterada apelación visual a través de algunos elegantes planos generales de la ciudad (o el trabajo inicial con fotos de archivo que ayuda a figurar el pasado de un emplazamiento). Y también dejará en claro que el espacio es siempre una zona política. La empresa constructora que quiere ese departamento es la expresión directa de una cultura de negocios propia del capitalismo corporativo del siglo XXI. Dividida en tres capítulos, Aquarius trabajará sigilosamente sobre el clímax de su asimétrica disputa sin dejar de lado la vida cotidiana de Clara. Y Clara es Sonia Braga, que tiene aquí el papel de su vida. El film sería otro sin ella. Sus gestos, su sensualidad tardía, la convicción que le impone a su personaje son un plus que también tiene un correlato en la precisión formal de Mendoça Filho. Los imperceptibles fundidos encadenados con los que filma ciertas transiciones entre escenas (y también algunas percepciones de su personaje), las inadvertidas secuencias oníricas y la pertinente utilización de la banda de sonido constituyen un contrapunto respecto de la perspicacia interpretativa de Braga. Es un dúo magnífico. Atrás de cámara el director adora a su personaje, y este le corresponde con la totalidad del cuerpo a sus requerimientos. Eso explica la naturalidad con la que Braga/Clara es capaz de montarse arriba de un prostituto joven o de simplemente bailar en la mañana frente a la ventana de su casa. El límite de Aquarius es político; su indisimulado progresismo de clase es tal vez insuficiente para interrogar y cuestionar el poder que aquí se ilustra con razón como obsceno. La mirada de clase es insoslayable, y es por eso que la desconfianza sobre el orden de las cosas alcanza solamente un estadio. El dominio del territorio requiere otra representación y otra política.
Un drama extenso pero profundo. Hoy por hoy, algunas corporaciones ganan tanto terreno que muchas de ellas están en condiciones de ser su propio país. Estas se aprovechan, bastante a menudo, del deseo de la gente de aumentar su poder adquisitivo. Pero también están aquellos que no tienen precio, que no se venden, ya que esas cosas que las corporaciones desean de ellos tienen más valor del que realmente le conceden, y es uno que no se mide en dinero. La entereza de una mujer: Aquarius cuenta la historia de Clara, una periodista musical retirada, que es la única habitante de su edificio. Esto se debe a que una corporación ya compro todos los otros departamentos a sus propietarios y Clara es lo único que se interpone entre ellos y el nuevo emprendimiento que quieren construir en su lugar. Clara se rehúsa, primordialmente porque su departamento es mucho más que una vivienda para ella, y no dará el brazo a torcer, ni siquiera por las artimañas de las que se valdrá la corporación para hacerla ceder. Aquarius se propone contar la historia de una sobreviviente; alguien que, como reza el viejo adagio, es un junco que se dobla pero siempre sigue en pie. Aunque esto garantiza un personaje encomiable, a quien el público pueda admirar, no es garantía de que se tenga una buena historia. Con esto en mente, el guion tiene la inteligencia de introducir el tema de la corporación y sus estrategias para que Clara les ceda el piso, como un marco para que veamos su vida; no tanto como una enseñanza, sino para que el espectador vea los motores que la motivan para no aceptar la oferta. La película goza de una cuidada fotografía y dirección de arte que no sólo saben retratar las épocas sino también el estado de animo de la protagonista. Párrafo aparte merece su banda sonora, donde todas y cada una de las canciones elegidas tiene resonancia con el momento de la historia en donde se las coloca. Párrafo aparte para Sonia Braga, quien entrega una interpretación sobresaliente como Clara. Conmovedora, segura, contundente y llena de fuego. Una labor consagratoria que no pasará desapercibida por el espectador. Conclusión: Valida de un guión profundo y una labor interpretativa de Sonia Braga que se devora cada escena en la que aparece, Aquarius es una historia que nos enseña no tanto a querer, sino a defender lo que es verdaderamente nuestro. Una casa es sólo una casa hasta que la volvemos un hogar, y pocas veces esa lección ha sido tan contundentemente aprendida como en esta película. Los ojos de Braga lo dicen todo.
Estamos en pleno Festival de Cine de Mar del Plata 2016. La película termina y la sala entera lagrimea. Afuera espera el director, en la conferencia de prensa improvisada en el café junto la sala Astor Piazzolla, más conocida como el Auditorio. Kleber Mendonça Filho ovacionado, y Aquarius se perfila como la favorita ganadora de la competencia internacional. Es un poco de aire fresco, un abrazo, la idea de que amar y cuidar nuestras micro historias siguen siendo los ejes de la vida, que sin duda, es lucha. Parece que acá, esperando la revolución amarilla yalegre que no llega, nos pasa algo con la intimidad colectiva, valga el oximoron. Porque la película habla de eso. Kleber dice, presentando el filme, que es su película más personal, que habla de sus fotos familiares. Y por aquello del giro afectivo y político que pareciera permear toda la producción cultural en Latinoamérica, nada como las fotos familiares para hablar de nuestra Historia. Con varios cortos y mediometrajes, este es su segundo largo, después de esa otra maravilla cinematográfica que es O som ao redor, que vimos en Mar del Plata en el 2012 y salimos fascinadas. Una vez más. como en esa obra, el sonido/ruido/paisaje sonoro es clave, y el tema de la vida urbana, los barrios, los condominios, vuelve a plantear toda una sociología de la vida occidental. Pero Aquarius tiene algo más que sumarle al tratamiento del audio (que vuelve a ser envolvente, en tensión continua entre el primero y el segundo plano), y eso es su banda sonora. Es la mejor banda sonora escuchada en años, quizás porque implica lo más emotivo y contundente de la musica brasileña del siglo pasado, con ídolos populares absolutos como son Taiguara, Gilberto Gil, Reginaldo Rossi, Paulinho da Viola, Roberto Carlos y Elis Regina, claros referentes de la movida que renovó la cultura y resistió a la dictadura militar de Brasil que superó los veinte años en el poder, entre 1964 y 1985. Y también, otras músicas igualmente potentes, como Altemar Dutra, Vila-Lobos o Queen. Otro elemento en común, es volver a Recife protagonista y vital, cartografiando un pequeño mundo que incluye la vida frente al mar. La protagonista humana, se llama Clara y es Sonia Braga, que logra quizás la interpretación más potente y política de su vida, a sus 66 años. Interpreta a Clara, una mujer que lucha por conservar su espacio frente al avance demoledor del urbanismo bussiness neoliberal. Las referencias a la historia política de Brasil, a su actualidad más siniestra, y las sombras que parecen ennegrecer el cielo regional, atraviesan toda la película. La Clara joven es una mujer que lucha contra el cáncer y parece haberlo vencido, con alusiones a situaciones de presas políticas familiares. La Clara madura lucha por igual, en los 2000, y ahora el que la quiere vencer -desalojar de su hermoso mundo analógico de vinilos, libros y pinturas- es un joven pragmático, el neo-cáncer ligado a los sectores especulativos del poder, y a las todopoderosas iglesias evangélicas en Brasil, que controlan buena parte de la cultura mediática que nos descerebra con sus productos de escasa calidad y menor mérito, (cfr Moisés, por ejemplo, que arrasa el ranking y es fruto de ellas). Todo esto es de suma actualidad, porque es justamente esta alianza entre sectores reaccionarios que reclaman mano dura militar, sectores de la especulación inmobiliaria y financiera y miembros de esa Iglesia que ocupan los cargos legislativos en Brasil la que produjo el impeachment que destituyó a la Presidenta Dilma Roussef el pasado 31 de agosto, e instaló en el gobierno a Michel Temer. Lo interesante de la película, sin dudas es, como decíamos al comienzo, cómo logra, desde una matriz conceptual y utilizando un significado como el cáncer y la casa, instalar el tema del cuerpo, que es el verdadero protagonista de la película. El cuerpo que busca morar, desear y devenir, que busca celebrar la libertad, el triunfo sobre la muerte, el triunfo sobre la represión, y la última frase de la película (que no cito para no contar el final), es en este sentido contundente. Luchar para no enfermarse, cuidarse en la intimidad como modo de construir la vida con los otros. O dicho en otras palabras: los enunciados son individuales, pero las enunciaciones son colectivas. Quizás sea esto lo que produjo que todos lagrimiemos al final del filme, porque si bien era el enunciado del cuerpo de Clara el que se expresó visual y verbalmente durante los 240 minutos que dura la película, éramos todxs lxs que polifónicamente estábamos ahí, como estamos acá, pensándonos desde la matriz afectiva, apabullados pero no entregadxs, intimos, regionales y globales, enojadxs y listos y vivos, y deseosos de poner el cuerpo, una y otra vez. Ahora, luego de ganar el premio a la mejor actriz, y de ser aclamada como la mejor película del año por la revista francesa especializada Premier, se estrena en Buenos Aires este jueves 5 de enero de 2017, felizmente, para verla, reverla y compartirla.
Resistir la propia vida Todo lo que generó a su alrededor es digno de la obra que es Aquarius. Se trata de un trabajo complejo pero simple a la vez. Funciona en lo micro y en lo macro al retratar la vida de Clara, al hacer conclusiones sobre la vida actual en Brasil, y en la relación de lo moderno, lo nuevo, lo vintage y lo viejo, además de una construcción interesante de la vejez y lo femenino. Para los que no estuvieron al tanto, el elenco del film, junto con su director, apareció durante el festival de Cannes con carteles que denunciaban que Brasil ya no era una democracia pidiendo la renuncia de Temer. Desde el estado brasileño no se quedaron de brazos cruzados, la venganza vino en gestos pequeños pero concretos. La película fue calificada injustificadamente para mayores de 18 años, y le negaron la posibilidad de ser la representante de Brasil en los premios Oscar. Eso logró que otros filmes se retiraran de la carrera en solidaridad con Aquarius. La película no hace denuncia directa de varias injusticias de este mundo, las presenta sutilmente y las disfraza en los puntos de vista de los protagonistas. ¿Por qué lo hace sutil? Vayamos a la historia. Sonia Braga personifica de forma brillante a Clara, una viuda y crítica musical retirada, que nació en una familia acomodada de Recife. Es la última residente de Aquarius, un viejo edificio ubicado en una zona privilegiada frente al mar que quiere ser reconstruido por una constructora inmobiliaria que avanzó sobre todos los dueños. Casi todos los dueños. Clara decidió que va a resistir en ese departamento y esto generó un conflicto extraño entre las partes. Ese es el eje que sigue el film que se divide en 3 capítulos, El pelo de Clara, El amor de Clara y El cáncer de Clara. Sin embargo, el foco central está puesto sobre la protagonista, su vida cotidiana, su relación cercana con su empleada doméstica y su familia de sangre. La soledad, la vejez, la música y los recuerdos buenos y de luchas personales, como un viejo cáncer de mama, son los temas que conmueven la vida actual de Clara. También los miedos de su entorno respecto a la seguridad de vivir en un edificio tan sola. Pero el principal escollo de la vida de Clara es la constructora que altera esa relación con sus parientes y con su vida cotidiana. Una molestia que va in crescendo y que cierra magistralmente. Un guión excelente para mostrar las diferencias de poder que se producen en torno al dinero y su especulación. Todo expuesto sobre una vida, sobre lo cotidiano. Una película que, a pesar de sus 140 minutos, no le sobra ni uno y no se hace larga en ningún momento. Aquarius no presenta a Clara como la indefensa que pelea frente a las corporaciones, ni la pone a ella como un estandarte de lo perfecto. Muestra las contradicciones de la situación y expone las otras posiciones. La inmobiliaria no es la única parte interesada en la construcción de ese edificio. Hay toda una comunidad que, indirectamente, está detrás de ello. La elección de Humberto Carrão como Diego, el arquitecto lleno de masters que hace sus primeras armas en el mundo laboral, es perfecta. Es la síntesis de los intereses que representa. Comprador y bello en lo superficial, perverso y dañino en la intimidad. Parece David contra Goliat pero no es así. Clara tiene herramientas para pelear y no tiene la necesidad que vencer a nadie. Su posición es válida legalmente. El problema central pasa por ese otro código detrás de la ley y las acciones que, como sociedad, convalidamos para que sucedan esta clase de conflictos. Algo que se puede extender a Latinoamérica, pero más bien se trata de la naturaleza humana. Lo mismo ocurre con la percepción de la vejez y lo moderno. En la necesidad de renovar todo porque sí, para avanzar con el progreso y con las posibilidades que tiene el dinero de lograr lo que desea. También hace reflexionar sobre el deseo sexual en esa etapa de la vida. Y no sólo eso, además conmueve. Por todo eso que despierta el film, más que un premio Oscar o alguna Palma de Oro, Aquarius mereció generar ese revuelo por afuera de las salas. Ese es el verdadero premio que le corresponde ganar. Aquarius es denuncia poética e indirecta.
Estrenado en la Competencia Oficial de la última edición de Cannes y premiado en festivales como los de Mar del Plata, Biarritz y Lima, este segundo largometraje de ficción del realizador de Sonidos vecinos resulta una propuesta brillante y demoledora que se ubicó entre lo mejor visto en 2016 y que arranca de notable manera la temporada 2017 en la cartelera comercial argentina. La mítica Sonia Braga construye una actuación prodigiosa para una película de fuertes connotaciones políticas, pero que nunca deja de lado el costado humano (e íntimo) de la historia. Tras su magistral ópera prima Sonidos vecinos (antes había hecho el documental Crítico), Mendonça Filho ratifica que se trata de uno de los directores más inteligentes y provocadores del panorama brasileño actual con una demostración de cómo hacer cine político hoy sin bajadas de línea explícitas ni denuncias recargadas. El film narra la histora de Clara (descomunal trabajo de Sonia Braga), una mujer de 65 años, ya viuda y con un pasado como prestigiosa crítica musical (la música juega un papel fundamental en todo el relato). Ella vive sola en un viejo edificio de los años '40 en la costanera de Recife llamado Aquarius con sus miles de discos de vinilo y sus recuerdos. Pero una corporación inmobiliaria ha comprado el resto de los departamentos y le ofrece mucho dinero para que lo abandone y, claro, construir allí (con privilegiada vista al mar) un moderno emprendimiento. Cuando ella se niegue, iniciarán todo tipo de presiones y hostigamientos (legales y de los otros). La película -una suerte de ampliación y profundización de varios conflctos trabajados en su film anterior- se centra en lo íntimo (con la llegada de la vejez), en lo familiar (la relación afectiva con uno de sus sobrinos, distante con su hija, que la usa para que cuide al nieto y -otra obsesión brasileña- de fidelidad absoluta con su empleada doméstica) y finalmente en lo social, con las diferencias de clase y los abusos y miserias de los poderosos. Un dato no menor del film es que Clara ha luchado durante varias décadas contra el cáncer (incluso se ve que ha perdido una mama y ha decidido no ponerse una prótesis), pero cuando todo parece servido para el golpe bajo la cuestión ayuda para un impactante, sobrecogedor desenlace (la última parte se titula, precisamente, “El cáncer de Clara”). Los 140 minutos de Aquarius se justifican. Hay muy pocos momentos superfluos o caprichosos. La narración abarca muchos conflictos y personajes, pero nunca pierde el eje, el interés ni la cohesión. La inteligencia del guionista/director; y la ductilidad asombrosa de Sonia Braga, vulnerable y arrasadora a la vez, hacen de esta una de las mejores películas latinoamericanas de los últimos tiempos.
Espacio e identidad. El film de Mendonça Filho aborda la lucha entre el individuo y las fuerzas de la modernización desde el punto de vista de una ex crítica musical que se resiste a abandonar el edificio donde vive. De la anterior Sonidos vecinos –estrenada en Buenos Aires en unas pocas salas y escasísima repercusión– a Aquarius no hay un salto cualitativo evidente sino una precisa y minuciosa estrategia narrativa diseñada para llegar a una mayor cantidad de público. El realizador brasileño Kleber Mendonça Filho necesitaba de una actriz con la presencia de Sonia Braga para comandar desde la pantalla con potencia y sensibilidad la vieja historia de la lucha entre el individuo y las fuerzas de la modernización (valga el término como eufemismo multipropósito). Porque ése es –palabras más, palabras menos– el meollo de la cuestión en su segundo largometraje de ficción, nuevamente rodado y ubicado específicamente en su Recife natal; la historia sólo podría trasladarse a megalópolis como Río o San Pablo con muchos y necesarios cambios en ciertos detalles del guión. Clara (Braga) es un exponente de la clase media educada y progresista de esa ciudad y no de cualquier otra. Pero a pesar de vivir en la “parte rica” –según sus propias palabras, separada por un simple desagüe en medio de la playa de la “parte pobre”—, poco y nada le debe a tanto nuevo rico surgido del negocio de la construcción de torres de categoría. Una primera escena a comienzos de los años ‘80 muestra a Clara –esposa y madre de tres hijos– celebrando abiertamente el cumpleaños de una tía y, no tan secretamente, su reciente triunfo sobre un cáncer de mama. Se trata de una secuencia luminosa, precisa y elegantemente encuadrada en el formato de pantalla ancha que el realizador parece preferir por sobre cualquier otro. De todas formas, más allá del registro coral de personajes principales y secundarios, Mendonça Filho desliza un apunte que puede parecer casual, pero es esencial a la totalidad del relato: en medio de la lectura de unos textos escritos por los chicos de la casa en su honor, la Tía se pierde en el recuerdo de algunas sesiones amatorias del pasado remoto, disparadas (como un sucedáneo de la famosa magdalena) por la presencia de un simple mueblecito ubicado en el living. El deseo sexual (una forma de la vitalidad) será uno de los motores centrales en la vida de Clara tres décadas más tarde, ya viuda y con sus retoños fuera del hogar, rodeada de sus amados discos de vinilo (es una excrítica musical), sus libros, su “mujer que ayuda en la casa” y, por supuesto, las cuidadosamente decoradas paredes de ese mismo departamento, uno de los tantos del complejo Aquarius. Pero Clara, de unos 60 y pico de años, vive literalmente sola en el inmueble, ya que el resto de las unidades han sido compradas por una empresa con la intención de demolerlas y construir allí otra clase de estructura edilicia. Ese es el punto de partida de la encarnizada lucha de la protagonista: su resistencia a la venta, a pesar de una más que interesante propuesta económica, primero, y los cada vez más agresivos mecanismos disuasivos que los nuevos dueños del lugar están dispuestos a utilizar para sacársela de encima. Lo más interesante, sensible y profundo del nuevo film de Kleber Mendonça Filho –que debutó nada más y nada menos que en la Competencia oficial del Festival de Cannes– no está precisamente en ese enfrentamiento entre fuerzas dispares (la Corporación insensible versus el individuo), sino en la descripción de la vida cotidiana de la heroína, en los detalles de la amistad con un grupo de mujeres de su misma edad y el contacto permanente con la gente del barrio, en la amorosa pero conflictiva relación con los hijos, en su tozudez lúcida. Y en ese deseo latente que parece dispararse, irónicamente, a partir de una orgía en el piso de arriba organizada con el fin de escandalizarla. En ese espacio físico que Clara entiende como una forma de la identidad, la colección de discos se transforma en un álbum de recuerdos diáfanos. Como cada esquina del departamento mismo. Es precisamente esa noción, tanto intelectual como emocional, lo que el representante visible del emprendimiento inmobiliario (mucho más joven que ella, un típico pedante con master universitario) no logra comprender. Aquarius adopta el punto de vista inamovible de la primera y transforma progresivamente al segundo en el enemigo a combatir, idea que el realizador refuerza durante el último tercio del film con confesiones imprevistas y un cierre esperanzador sostenido gracias a un tono catártico pour la galerie. Queda impregnada en la memoria la fuerza de la ex Doña Flor, indivisible aquí de su personaje, a tal punto que sería imposible imaginarse la película sin ella.
Emociones fuertes, film apasionante Para su tercer largometraje, Kleber Mendonça Filho partió de dos revelaciones importantísimas. La primera, que Sonia Braga merecía volver al cine de Brasil con un rol inolvidable. La segunda, que el cine brasileño merecía una historia que pudiera provocar emociones fuertes. Mendonça Filho también supo que el punto de partida no necesitaba ser original: aquí una viuda vive, con su mucama, en un departamento de un edificio que una constructora quiere derribar. Ya compró todas demás unidades: falta la de esta señora. La viuda es Clara (Braga), crítica musical de familia tradicional de Recife, con una vitalidad refulgente, que puede provocar deslumbramiento y también incluso rechazo. El perfil de Clara como crítica musical es definitorio para algunas de sus características, y Kleber sabe de críticos. En Aquarius los espacios y sus alrededores se definen con una habilidad de puesta en escena que deslumbra: los sonidos del afuera se integran de manera seductora, rica en variantes, como pasaba en el segundo largometraje del director, Sonidos vecinos (2012). El espacio de Recife se trabaja en comparación con Río y también en sus fronteras sociales, y marcarlas durante una caminata es uno de los tantos detalles destacables. La película respira porque sus personajes se mueven, es parte de su oxígeno diario. El film comienza con una fiesta de hace décadas, en la que se recuerda otro pasado anterior, el de la tía Lucía, un personaje del que podría surgir otro relato independiente. Y no suele pasar en el cine latinoamericano, pero Aquarius ofrece ejemplos brillantes de cómo poner en escena sexo de forma no melindrosa, y de cómo musicalizar con logros a la altura de las ambiciones.
Cosas que importan Sin ser un tratado sobre la moral y el abuso de los poderosos, es un filme profundo y humanista, con una grandiosa Sonia Braga. Aquarius podría haberse titulado Clara, el nombre de su protagonista absoluta. Pero el director Kleber Mendonça Filho debe haber decidido ser más transversal e indirecto, o elíptico, y denominado el filme con el nombre del edificio donde vive, vivió y ¿vivirá? Clara. La película, que compitió en la última edición de Cannes, se centra en cómo se planta una mujer que debió batallar como nadie. Clara fue crítica musical –la música juega un importante rol en el filme- y habita su espacio en Aquarius, el edificio frente a la playa en Recife, rodeada tal vez ya no de amigos y afectos, pero sí de vinilos y recuerdos. Tiene en el presente 65 años. Pero la película arrancó con una fiesta tiempo atrás. La tía Lucía cumple 70, y allí está Clara, con su cabeza rapada producto de su lucha contra un cáncer. Luego con los años lucirá una frondosa cabellera y cierta asimetría corporal, ya que no quiso recomponer uno de sus pechos. Pero el combate central de Clara será otro. El que le pone el título a la película. Un constructor quiere sacarla de su piso en Aquarius para tirar abajo el edificio y hacer un emprendimiento inmobiliario. Todos se fueron, abandonaron el edificio. Clara resiste. De nuevo. Cómo se planta una mujer que batalló y que quiere seguir dando batalla. La película es un alegato contra los abusos, las miserias y los sinsabores de enfrentarse al interés de los poderosos. A Clara le ofrecen un morro de dinero. Pero no. El filme está subdividido en tres capítulos, cuyos títulos son premonitorios. El pelo de Clara, El amor de Clara y El cáncer de Clara. Está claro que el último es el más metafórico de los tres. La película, que es un drama que incluye denuncia y a la que no le cuesta nada ganarse la empatía del espectador, también se nutre de la relaciones para construir a la protagonista. Clara sabe lo que quiere y lo que no quiere. Tiene una gran relación con un sobrino, distante con su hija y afectuosa con su empleada doméstica. Sonia Braga, en el que marca su regreso al cine brasileño donde se inició –ahora vive en los Estados Unidos-, cumple su mejor papel, a kilómetros de distancia de Doña Flor y sus dos maridos. Es otra época, es otra historia y es otra ella. Se atreve y juega con el erotismo más explícito y lleva adelante toda la película. El guión, es cierto, ayuda a la construcción por capas de su personaje, y si hacia el final todo semeja didáctico, quedan en la memoria momentos, anécdotas que ensamblan en esa mujer que no se da por perdida ni aun perdida.
UNA MUJER CONTRA VIENTO Y MAREA Es sin dudas una película muy interesante, Por el modo en que esta filmada, por Kebler Medonca Filho, con un estilo que da climas increíbles de intimidad, de verdad, de momentos “casuales” , por su ideología y por el protagonismo de una impecable Sonia Braga, elogiada y premiada. Una historia en apariencia simple. Una mujer ya jubilada, periodista, que se resiste a vender su departamento, donde crió a sus hijos, simplemente le dice no a una poderosa constructora. Empresa que ya tiene todas las unidades del edificio y planea demolerlo para construir una moderna torre. En ese conflicto de intereses, en esa latente amenaza para una mujer con convicciones, aferrada a su lugar, que es impermeable a tentaciones de dinero, concejos de familiares y por sobre todo a amenazas cada vez más siniestras. A través de esa ciudadana que como dice su director, dice “no” como acto político, con fuertes convicciones, desfilan todos los conflictos: reflexiones políticas, consideraciones éticas, relaciones con sus hijos, complicidades de amistades, pensamientos sobre el inevitable paso del tiempo, los recuerdos tan palpables, la verdad que se abre paso dificultosamente, la ausencia de discursos de alguna postura ideológica. Sonia Braga hace un trabajo impecable, es el alma del film con su construcción del personaje con todos sus matices, una sobreviviente de muchas batallas, seductora, frágil y firme como una roca al mismo tiempo.
Crítica emitida por radio.
En el centro de la elogiadísima película brasilera está doña Clara, una viuda refinada, crítica musical, libre y bella, con su larga e incongruente cabellera negra, en su madurez. Un personaje maravilloso, en buena medida gracias a la interpretación de Sonia Braga, en este, su festejado regreso con gloria. Aquarius es una película extraña, con un ritmo deliberadamente acompasado, que abre con una secuencia en el pasado, en los ochenta, cuando Clara se recuperaba, entre el cariño de su marido y su familia, de un cáncer de mama. El salto al presente mantiene varias cosas, pero principalmente una: la casa en la que Clara sigue viviendo, ahora sola, rodeada de objetos lindos y música. Un departamento frente al mar, su lugar y el de sus recuerdos, amenazado de muerte: una empresa constructora -los malos, que son muy malos- quiere hacer ahí algo nuevo, quizá un resort o un condominio, e insiste en comprarle su departamento. Al principio con buenos modos, pero apelando cada vez a una mayor violencia para presionarla. Pronto, la suya es la única casa habitada del edificio. Retrato profundo, y muy logrado, de su personaje, Aquarius gana con la tremenda presencia en cámara de su actriz, la que enamoró a medio mundo en Doña Flor y sus dos Maridos. Hay que verla bailar sola, cantar con Queen a todo volumen, tener sexo -pago o casual-, llamar idiota a su hija, en una de las mejores escenas de la película. Clara está decidida a no moverse de ahí. ¿Hay en su obstinación una lectura política), ¿es la metáfora de la guerra de una cultura frente a otra, el Brasil de ayer al de hoy? El uno con voces de Bethania y Roberto Carlos, el otro empresarial y corrupto, de inescrupulosos emprendedores formados en Estados Unidos. Hay un trazo algo grueso en la pintura de esos villanos, encarnación del cinismo capitalista sin valores, cara opuesta al culto joie de vive de la protagonista. La anécdota de Aquarius es menos novedosa, menos interesante que su retrato puro y duro. Y su discurso político, a veces más sutil, luce otras veces demasiado obvio. El director y guionista hace que Clara discursee al constructor sobre los verdaderos maleducados de la sociedad: los ricos. Hace que se indigne cuando le señalan su piel oscura (ella tiene una empleada doméstica blanca: ¿incongruencia, ¿deliberado statement?). Hace que su cáncer aparezca no una, sino cuatro o cinco veces, con una crudeza que sólo se explica con cierto regodeo en lo cruel, lo feo y lo desagradable que cruza toda la película. Con una asociación bastante burda entre el cáncer y la sociedad moderna. Vale aclarar: Aquarius no está nada mal. A pesar de lo poco que vemos, parece posible afirmar que es de lo mejor que ha dado el cine brasileño en los últimos tiempos. Su ritmo y puesta extravagantes, sus elecciones incómodas y ciertas obviedades y maniqueísmos le juegan en contra. Es el poderoso carisma de Braga el que mantiene el interés durante sus dos horas y media de duración. Un espectáculo sin dudas extraordinario.
Pocas veces la vida de una sexagenaria puede ser tan demoledora como intrigante y magnética. Todas esas cualidades y más las aúna Aquarius, segundo y eximio largometraje de Kleber Mendonça Filho que durante tres actos y unos casi 40 años mete de lleno a la platea en la vida y obra de Clara, con un pilar gigantesco como lo es Sonia Braga al frente. Crítica musical retirada, apasionada de la vida y de su familia, ella ha sobrevivido en su juventud a un cáncer que se ha saldado con una de sus mamas y, tras haberle reducido su cabellera a un corte estilo Mia Farrow en Rosemary’s Baby, ahora trata a su despampanante melena azabache como una posesión muy preciada. A su vida no le falta nada, y coincidentemente es la última habitante en el complejo de departamentos que le da título al film. La constructora la aborda cordialmente para que libere el predio, pero su respuesta es “Yo de acá me voy muerta”. Hay pinceladas políticas, la siempre presente contienda entre David y Goliat, a lo largo de los absorbentes 140 minutos de metraje, pero están tan bien retratadas que nunca llaman la atención de más. Siento que no estoy a la altura de retratar el drama humano que presenta Mendonça Filho. A veces intimista, a veces relleno de comentarios sociales, diferencia de castas y demás, es una película que tiene una variedad de tópicos variopintos, todos expuestos con un tacto y excelencia superlativos. Es una experiencia que se tiene que ver y se tiene que sentir subjetivamente, en donde de seguro habrá momentos que tocarán a cada uno con las vivencias familiares propias. No miento si digo que hay una discusión entre Clara y sus hijos en los que uno de ellos reprocha una ausencia de su familia y otro abre un libro y señala una dedicatoria de ella que prácticamente me hizo lagrimear como un tonto. Esos pequeños detalles abundan en el guión de Mendonça Filho, esas pequeñas cotidianeidades íntimas que hacen mella en el corazón del espectador. Nada de esto hubiese sido posible de no ser por la presencia de una sublime Sonia Braga como Clara, una mujer a la cual terminamos conociendo en carne y hueso para cuando termina la última escena. No hay grandes exabruptos en su actuación, sino que tiene unas miradas penetrantes que lo dicen todo, y cuando abre la boca, las palabras justas salen de ella para terminar las conversaciones. Es el pilar de todo Aquarius, y cada zambullida en la playa, cada charla con amigas, familia o desconocidos, cada momento nos dice algo de ella, va revelando su carácter. Braga es imponente, se carga la película a los hombros y nunca abandona. Es una verdadera campeona, en la culminación de una larga y prolífera carrera. Aquarius es un soberbio drama dominado más que actuado por una veterana actriz muy temeraria, que una vez terminada deja en ascuas al espectador. Es un viaje personal rico en detalles, con personajes interesantes y una muestra más de que el cine latinoamericano no tiene nada que envidiarle a otras producciones extranjeras.
En la primera semana del año coinciden cuatro estrenos protagonizados por mujeres. Tres de ellos, dirigidos por mujeres. La excepción es "Aquarius", de Kleber Mendonça (filho). El título alude a un viejo edificio de Recife donde vive una señora de buen ver. Linda vida: cada mañana cruza la calle y ya está en la playa, hace gimnasia y otras cosas grupales, a las que adhieren de buen humor hasta los muchachones de la favela. Todos la quieren, salvo unos empresarios que han comprado casi todo el edificio para demolerlo. Sólo falta el departamento de la señora. La película tiene varios puntos flojos (por ejemplo, una discusión con la hija resuelta del modo más berreta), pero se sostiene en tres puntales: Sonia Braga, de elogiable actuación y precioso perfil; su personaje, ideal de muchas espectadoras, y un fondo de fábula política donde la mujer, emblema de una burguesía progre, resiste "la mala educación de los ricos" que quieren arrasar con todo.
AQUARIUS DE COLORES Aquarius es un edificio de los años cuarenta, sobre la rambla de la Ciudad de Recife, que de alguna manera se las arregló para sobrevivir a la furia inmobiliaria que asola la capital de Pernambuco. En él vive Clara, crítica musical retirada que como el edificio, está llegando a la vejez con toda dignidad, bella y rebelde. Viuda ya hace mucho tiempo, ha hecho de la soledad una elegante manera de vivir, construyendo un mundo metódico y sereno, rodeada de discos y libros. Hasta que alguien golpea a su puerta, un joven arquitecto en representación de una empresa constructora, que ha comprado todos los departamentos del Aquarius y solo resta el de ella para comenzar la faena de demolición y la construcción de una nueva y gran torre. Aquí la narración se estanca en una historia ya demasiada visitada. Veremos enfrentarse a Clara, con toda vehemencia, no solo a la angurria de los constructores, sino hasta con su propia familia que de alguna manera intentan presionarla para que acepte la oferta, por otra parte bastante interesante. Su mundo, su vida parece ahora reducido a defender su casa, sus principios, cada vez más sitiado que ponen a Clara contra la espada o la pared. En el vaivén de la historia sabremos que Clara sufrió de un cáncer por el que le extirparon un pecho, cuya cicatriz parece lucir como una digna herida de guerra. La construcción de todo el relato apunta a sostener a la protagonista, encarnada por una contundente Sonia Braga, que sale triunfante del reto. Si bien Aquarius ha sido elogiada por la crítica y se ha impuesto en algunos festivales, su resolución, apurada, hace sospechar de la poca inventiva de su guionista o el apuro del productor al que muy posiblemente, las casi dos horas y media ya le parecían un tanto excesivas. El resultado es un film que pasa lentamente como la vida de Clara, como pescaditos de colores, sin el vigor que el cine brasileño nos ha sabido dar infinidad de veces. AQUARIUS Aquarius. Brasil/Francia, 2016. Guión y dirección: Kleber Mendonça Filho. Intérpretes: Sonia Braga, Maeve Jinkings, Irandhir Santos, Humberto Carrão, Zoraide Coleto y Fernando Teixeira. Fotografía: Pedro Sotero y Fabricio Tadeu. Edición: Eduardo Serrano. Diseño de producción: Juliano Dornelles y Thales Junqueira. Duración: 142 minutos.
La trama se encuentra dividida en tres partes, donde narra diferentes momentos de la vida de Clara, comenzando en 1980 (excelente, emociónate y merece varios Premios Sonia Braga,). Una historia profunda que te lleva a la reflexión, toca temas sociales y políticos, emotiva, una gran dirección de arte, goza de buenos planos, fotografía y banda sonora (Gilberto Gil, Roberto Carlos, Reginaldo Rossi, Paulinho da Viola, hasta Queen).
Desorden y progreso Kleber Mendonça Filho apuesta a la performance de una soberbia Sonia Braga tal vez para saldar alguna deuda con la melancolía progre desde el punto de vista emocional y deslizar ciertos apuntes de tipo social para retratar de manera progresiva el ascenso de los nuevos ricos en Brasil y la paulatina pérdida de valores en la clase media. Todo ese torbellino de ideas encuentra en una estructura audaz el aire necesario para no quedar viciada de clichés. Clara (Sonia Braga) es la temperamental protagonista de este relato melanco-musical que abarca a modo de capítulos los hitos de sus últimas décadas donde logró torcerle el brazo al cáncer mamario y conservar la dignidad en cuanto a su espíritu combativo con un sistema que hace del progreso una bandera sin importar los costos de reducir a escombros todo vestigio del pasado. Alrededor de Clara desfilarán un puñado de personajes, que más allá de la importancia de cada uno en cuanto al desarrollo de la historia y los conflictos, no superan la barrera del secundario. En ese sentido al volcarse todo el material disponible en Sonia Braga cobra relevancia no sólo la gestualidad sino el cuerpo. Lejos de tratarse de un templo sagrado, al igual que el edificio donde la protagonista acciona sus mecanismos de resistencia para evitar la demolición como parte de iniciativas inmobiliarias, las grietas y el paso del tiempo corroen tanto los cimientos como la piel mutilada o el alma corrompida. Aquarius entonces permite ser abordada desde la alegoría para acercarse a la dialéctica histórica que se explica -no sobreexplica- con sutileza y siempre a través del punto de vista de la heroína en sus charlas con amigos, hijos, vecinos y esos enemigos de siempre que a pesar de los cambios sociales, las crisis, surgen y se multiplican como las ratas en un balneario de Recife aunque sea en la parte rica de un Brasil donde parece que la nostalgia no tiene fin.
Crítica emitida en Cartelera 1030 –Radio Del Plata AM 1030, sábados de 20-22hs.
Crítica emitida por radio.
Vitalidad y resistencia Clara (Sonia Braga) es una viuda de 65 años que vive en un viejo edificio de los años 40 en la costanera de Recife, en Brasil, en la "parte rica" de la ciudad. Es una prestigiosa crítica de música ya jubilada, y vive con su mucama, rodeada de sus amados vinilos y los recuerdos de su familia. Pero su vida tranquila se trastoca cuando una poderosa empresa inmobiliaria quiere comprar su departamento para derribar el viejo edificio y construir en su lugar uno nuevo. La empresa de hecho ya ha comprado el resto de los departamentos, pero Clara se niega y se planta, no quiere vender, quiere conservar un lugar que considera parte de su memoria, y se aguanta estoicamente todo tipo de presiones, incluso las de sus propios hijos. "Aquarius" es una película atravesada por múltiples problemáticas y sensibilidades, y sería imposible resumirlas acá. Pero se podrían destacar varios puntos que hacen que el tercer largometraje del director Kleber Mendonça Filho brille: la naturalidad de los diálogos es apabullante. La relación con la música vibra en un lugar especial, como se ha visto en pocas películas. Las escenas de sexo son breves pero perfectas. Y además hay una lectura política del Brasil de los últimos 40 años que es muy precisa y muy sutil a la vez, sin bajadas de línea. El premio mayor, sin embargo, es Sonia Braga. Ella no personifica a Clara. Ella es Clara. Y conmueve —o asusta— con cada gesto.
El año empieza con una gran película. Sonia Braga interpreta a una mujer que resiste en un bello edificio que una constructora quiere demoler para crear condominios. Pero ese hilo argumental también teje la vida completa de un personaje notable, puro cine, pura determinación. Hay algo del mejor Aristarain en esta película que declina el coraje en femenino. El final es de los más liberadores de los últimos años; el principio, de los más alegres. Film imperdible.
En los últimos quince años, el cine brasileño nos viene ofreciendo grandes historia, casi siempre, con un fuerte trasfondo sociopolítico que no descuida a sus protagonistas. “Aquarius” (2016) no es la excepción, pero refleja los problemas políticos del país vecino a través de los ojos y las vicisitudes de Doña Clara (Sonia Braga), viuda de 65 años que ya crió a sus hijos, se retiró como crítica musical y pasa sus días de forma rutinaria, yendo y viniendo de su departamento ubicado frente a las playas de Recife. Clara, sobreviviente de cáncer, es la última residente del destartalado edificio Aquarius, lugar donde construyó su familia y todos sus recuerdos. Una empresa constructora ya adquirió el resto de los departamentos, pero la señora se niega a ceder ante la presión y la cuantiosa suma que le ofrecen iniciando, así, una guerra sin cuartel que pondrá a prueba su paciencia, su salud y la relación con sus seres queridos. El argumento de la película de Kleber Mendonça Filho parece un tanto simplón, pero esconde un sinfín de matices. Por un lado tenemos a este increíble personaje femenino: una señora mayor, culta e inteligente que no va a dar el brazo a torcer; una protagonista que se carga la historia al hombre y que nos entrega esa sensación de realidad y “autenticidad” pocas veces vista. Doña Clara podría ser cualquiera de nosotros, indignado por las injusticias del día a día. En manos de Braga resulta un ser maravilloso, demostrando que a los sesenta y tantos la vida no se acaba y vale la pena ser vivida. Clara es un tanto bohemia, muy abierta de pensamiento, pero también tiene sus necesidades y está en ella permitir llenarlas cuando es preciso. Todas estas cuestiones, de pronto, chocan con la ideología y la mentalidad (¿más moderna?) del joven empresario que quiere desalojarla. Ahí, el director y guionista aprovecha para darnos un pantallazo social, económico, político y hasta religioso de su país, una mirada sincera que no gustó mucho en su momento al gobierno de turno que decidió “castigar” a la película y no elegirla como la posible representante y candidata a los premios de la Academia. Las críticas no son sutiles y en la boca de Braga suenan con franqueza y rotundidad, desde acá nos podemos sentir totalmente identificados y hasta emocionarnos con cada frase que grita a los cuatro vientos. “Aquarius” no tiene artificios y desde la estética visual no aporta nada nuevo, pero tiene ese espíritu de Brasil que contagia alegría por todos lados, aunque a la vuelta de la esquina haya miseria y poco para comer. Es un digno exponente del buen cine latinoamericano de hoy en día, y de la realidad de la clase media, aunque su mayor acierto es Clara, uno personaje femenino, fuerte y “al natural”, que no se ve todos los días.
La película brasileña protagonizada por una extraordinaria Sonia Braga –que se convirtió en motivo de controversia tras su paso por el Festival de Cannes y fue relegada por su país a la hora del Oscar– narra la historia de una mujer de Recife que se resiste a dejar su departamento frente a las presiones cada vez más fuertes de una empresa constructora. La ciudad de Recife y, más específicamente, el desarrollo edilicio de la capital pernambucana, es el micromundo en el que Kleber Mendonça Filho se basa para crear su universo de significados. Como en su opera prima, SONIDOS VECINOS, su filme AQUARIUS trabaja sobre algunas características similares, al punto que por una situación específica que tiene lugar promediando el filme hasta bien habría podido tener su mismo título. La historia, en este caso, es menos coral y tiene como protagonista a una mujer, Clara (Bárbara Colen de joven y luego Sonia Braga en una labor monumental), que ha superado un cáncer en su juventud y a quien, al principio (es 1980), la vemos festejando el cumpleaños 70 de una tía que vive en un departamento de un edificio llamado Aquarius. El tiempo pasa y ahora Clara ya es viuda, ronda los sesenta y pico, y es la que vive en ese mismo departamento. Pero la situación se complica ya que una empresa constructora ha comprado el edificio y quiere sacarla de allí… como sea. La situación aparenta ser sencilla: todos los demás vecinos se han ido y ella es la única que se resiste, pero no por capricho sino porque su historia familiar está ligada a ese departamento que ama y porque, en un punto, no quiere ceder a una idea urbana (allí construirán un edificio torre de lujo) en la que no cree. Le ofrecen mucho dinero, pero no acepta. Convencen a sus hijos de que lo mejor es irse, pero no hay caso. Es por eso que la empresa decide ir por todo de una manera casi de película de terror: empiezan a armar fiestas en el edificio al que dejan todo sucio, muchas cosas dejan de funcionar, aparece gente inesperadamente y el ambiente se va transformando en algo cada vez más peligroso. Si no se va por las buenas, parece, la compañía está decidida a sacarla de ahí como sea. Pero AQUARIUS, como buen micromundo que es, no solo tiene entre ceja y ceja contar una batalla ética por un departamento o un edificio, ya que eso la transformaría en algo mecánico, casi de película de denuncia previsible. El filme es también una biografía de Clara, una crítica musical (su casa está repleta de libros y vinilos), mujer inteligente, segura, educada e independiente aunque un tanto solitaria. Y es, claramente, una reflexión sobre un país que –no hace falta más que mirar las noticias– está siendo carcomido por dentro de una manera muy similar a la que sucede en ese edificio. La batalla de AQUARIUS es cultural, además de económica. La misma o similar batalla que atraviesa hoy el país. Para que todo eso tenga un centro humano creíble y poderoso, Kleber creó un personaje como Clara, con sus amantes, sus porros, sus discos de Queen y de MPB, sus problemas con sus hijos y un pasado que, cada tanto, la atormenta en medio de la noche. Pero a esos miedos les hace frente con la decisión de no dejarse pisar ni por su condición de mujer, ni por su edad ni, mucho menos, por el dinero de la gran constructora que se le viene encima. Casi una defensa de una burguesía cultivada de la vieja escuela que hoy se enfrenta a una generación empresaria educada en universidades norteamericanas y dispuesta “a ir por todo”, y de una ciudad y un país de tradiciones urbanas y sociales nobles e integradoras frente a un sector que intenta transformarlo en uno dividido en barrios cerrados enfrentados a una periferia marginal, AQUARIUS es un filme humano, sensible y político. De esos que no se encuentran muy a menudo.
La película de la mujer suficiente Con ritmo sostenido, el personaje de Sonia Braga es la mesura, la experiencia desafiante y la virtud de los vinilos que atesora. Aquarius es la película de Sonia Braga, y está bien que sea así. Desde ya que el film se preocupa por más, y que la elección de la actriz fue posterior al guión de su director, Kleber Mendonça Filho. Pero lo cierto es que la convocatoria que significa la brasilera no se discute, tampoco su caracterización desde la pantalla, porque así de bien está su personaje. A la par de una cámara que la quiere mientras la retrata. Vale decir, Aquarius es noticia porque Sonia Braga está en ella y ¿quién no quiere volver a verla? ¿Eh? También porque el film quedó felizmente asociado a la repulsa que sus integrantes manifestaron, desde la alfombra internacional de Cannes, al golpe de estado que Brasil sufre en manos de Michel Temer y acólitos. Dado el conformismo político que pulula, el gesto no es habitual. Pero por sobre todo, Aquarius tiene una construcción dramática sostenida que se ampara en los movimientos demorados de Clara, su personaje principal. El film tiene el ritmo de ella, su andar sostenido, sin apuros ni retrasos. Como si quienes rodearan a Clara debieran acostumbrarse a su talante rítmico. De esta forma, el personaje de Sonia Braga se perfila como el eje sobre el cual se ordena la narración. No es sólo una virtud de la actriz, ya que evidentemente se juega esta misma composición en la recreación que de la Clara más joven desempeña Barbara Colen. De este modo, hay una continuidad entre el prólogo ‑situado en 1980‑ y el presente que marca el pulso de la historia y, justamente, su puesta en escena. Así, la elipsis acelera el tiempo. Pero Clara continúa igual: aferrada a su departamento de toda la vida, en un edificio que un grupo económico ya compró en su casi totalidad para derribar. Sólo falta ella. Clara persiste y no tardará en sufrir las consecuencias, entre la fiesta orgiástica sobre su departamento y una invasión de prédica religiosa. No faltan los "argumentos" que pretendan situarla, de cara a una zona que ya no es "segura", que no se corresponde con su edad, que mejor estar entre cámaras de vigilancia ‑le dicen‑ y al amparo de decisiones más jóvenes. En el barrio y en la misma familia es cierto que no faltan quienes han cambiado, prestos a adoptar tales libretos. "Me conocías de niño pero no de adulto", le espetan con desafío a Clara. Ella, en tanto, busca amparo en la mujer que trabaja en su casa, en la amistad de las amigas, en los vinilos que atesora. Su tarea como crítica de música es la del apego al objeto, a la historia que este contiene. Un vínculo generacional que las nuevas tecnologías amenazan socavar sin la custodia de la memoria. Al respecto, es suficiente la cita metatextual que Aquarius establece con el cine mismo, al hacer referencia a un edificio barrial que ya no guarda relación con su arquitectura de origen. Clara, sin embargo, lo recuerda como cine. Por eso y porque lo dice, ella es una amenaza, de cara a un proyecto edilicio que promete paraísos para algunos, implementado por sabihondos del mercado que rebosan de cursilería, de estampa publicitaria y de mucho dinero. Son ellos, a recordar, los que han metido al cine dentro de shoppings, con entradas privativas. Podría malpensarse en Aquarius como en una película reaccionaria. A no confundir, su postura es bien diferente, porque apela a la memoria como un recurso necesario a la condición humana. Como ejemplo y por poseer las fotografías familiares archivadas, Clara puede referir a los demás su historia de vida. Costumbre que quizás muera con ella. De todos modos, la película de Kleber Mendonça Filho apela a una continuidad desafiante, sin buscarla en la cercanía familiar, sino en quienes todavía poseen cierta sensibilidad. Desde esta signatura, la película se permite por momentos jugar con el prejuicio del espectador, para hacerle caer en la cuenta de que no todo es lo que parece, y de que la dignidad está escondida en personas que no son, justamente, las que tienen dinero. Las y los adinerados, en última instancia, son quienes han establecido las líneas divisorias, reales y alegóricas. Clara las señala y las cruza. Su propio cuerpo carga con ello, de manera recubierta y también al desnudo. Como un sufrimiento que permanece pero que sin embargo es suyo. Un dilema que ella encarna por elegir recordar y, de esta manera, saber pensar distinto.
“Es tan pernambucano, tan brasileño, extender el círculo familiar al ámbito de los negocios”. Algo así le dice Clara a un empresario mediático amigo, antes de pedirle información sensible sobre el estudio de arquitectos que la presiona para que les venda su departamento de Recife, el último que falta deshabitar para concretar un proyecto de despampanante renovación edilicia.
Refugio interior Los caminos de la vida y los senderos de deseo, genealogías y nepotismo, planes de desarrollo inmobiliario y segmentación social. Las historias se construyen con uniones, quiebres y fugas, mediante una estructura tan perturbadora como transparente. La película comienza con un material de archivo que traza la historia urbana de Recife, seguido por un prólogo que transcurre en 1980. La esfera íntima del departamento es el cimiento de la historia. La puesta en escena destaca la geografía sentimental, familiar y social a través de un raccord, un zoom o un reencuadre. Las direcciones de las miradas y las variaciones sonoras conectan a los personajes entre sí y con los espacios. Como en Sonidos vecinos, su formidable debut, Kleber Mendonça Filho pone el foco en la extraña tensión entre las personas, los lugares y las potencias que los habitan. La actuación memorable de Sonia Braga, con una mezcla de pasión y naturalidad sorprendente, eleva a la película a otro nivel. Sonia se pone en la piel de Clara, el personaje central que defiende en el presente aquel bello departamento con vista al mar del prólogo. Su vida cotidiana está amenazada por una suerte de rugido silencioso que nunca dice su nombre. Los insidiosos ataques de un capitalismo sin valores en la trama más íntima del paisaje. Clara no baja la guardia ante los lobos falsamente corteses, ni cede una pulgada de su territorio concreto y abstracto. Los ecos de la esclavitud siguen presentes en los espacios y en los cuerpos, desde un curso de agua que divide la playa hasta la presencia del joven y pulcro empresario que observa la tez “algo mulata” de Clara. El presente muestra la descomposición de la carne y de los edificios. Las capas de memoria salen a la superficie. La película trabaja el tiempo de manera no lineal, desarrollando distintos niveles de profundidad por conexiones secretas: la sutil dimensión onírica de una realidad inquietante en la que el aire está habitado por el pasado. Pero Aquarius no es una película melancólica sobre la pérdida y el pesar. Clara combate en nombre de una fidelidad al pasado, pero también por una necesidad vital absolutamente contemporánea. Un cuerpo asombrosamente libre que reclama su derecho al disfrute con una salida a una disco con sus amigas o con los servicios de un joven amante por horas para conjurar la prepotencia de los ataques que recibe en su refugio.
Clara (Sonia Braga), vive en Aquarius, un edificio frente al mar, en Recife. Hasta su domicilio llegan los representantes de una megaempresa de construcción con una importante propuesta: comprarle el departamento por dos millones de reales. Ella se niega a vender. No queda nadie más en ese edificio, sus vecinos se han ido o muerto, pero la mujer no está dispuesta a que derriben el lugar por un negocio inmobiliario.
DE MEMORIA, PASADO, RAICES Y MUSICA DE QUEEN Aquarius comienza con una conmovida Clara celebrando el cumpleaños número 70 de su tía en 1980. Mientras tanto, la propia Clara recuerda que ha vencido un cáncer de mama. Y ese espacio de festejo, el departamento ubicado en la estructura edilicia Aquarius donde viven Clara y su marido de jóvenes, condensa las vivencias compartidas que ese grupo de seres -y Clara especialmente-, atesora. Ahí es cuando la película a empieza a establecer una de sus temáticas principales: que espacios y objetos contienen mucho más que lo material en sí y representan vivencias trascendentales para sus personajes. Luego de esto, la película presenta a una Clara ya mayor, convertida en una refinada crítica de música recientemente jubilada. Ese departamento es parte de Aquarius, un elegante aunque ya añejo edificio de la ciudad costera de Recife. Allí crió a sus hijos junto a su marido hasta la muerte de éste. Cuando una empresa constructora inescrupulosa se dispone a comprar su departamento luego de haber adquirido el resto de las unidades del edificio, la calma cotidianeidad de Clara se ve puesta en jaque. Sus tres hijos son hoy adultos jóvenes preocupados por una madre que envejece en una construcción solitaria. Pero también quisieran beneficiarse de la generosa suma de dinero con la que la empresa pretende seducir a su estoica madre. A partir de allí se establece un conflicto entre esta mujer y sus deseos por no vender un espacio que es a la vez portador de recuerdos y raíces, sus hijos y la propia empresa, que progresivamente irá emprendiendo acciones cada vez más inmorales a fin de lograr torcer su voluntad. Paralelamente a esta puja de intereses se cuenta la historia personal de Clara: la de su propio deseo sexual y de su relación con la música, que serán dos de sus motores vitales y funcionarán como posibilidades de liberación y disfrute frente al hostigamiento de la empresa constructora. A propósito de esto habrá en primer lugar una utilización virtuosa de la música (nunca sonó con más pertinencia y fuerza que en Aquarius la melodía de Queen) y en segundo lugar una escena de sexo que ella tiene con un joven prostituto, filmada con una delicadeza y contundencia ejemplar. El resultado es un film poderoso sobre el arraigo al hogar y la conservación de la historia personal, sostenido en la solvencia actoral de una Sonia Braga visceral.
31° MDQ Film Fest: “Aquarius” de Kleber Mendoça Filho (2016) “Aquarius” es el nombre de un edificio colonial de la parte rica de Recife, frente a la playa, en un lugar paradisíaco. Allí vive Clara, donde ha vivido toda su vida, donde ha sobrevivido a un cáncer, donde ha criado sus hijos, donde se ha casado y enviudado. Sin embargo, la vida encuentra a Clara como la última habitante de ese edificio, donde todos los departamentos han sido comprados por una constuctora que busca utilizar el terreno para un nuevo emprendimiento. Sin embargo, la mujer se niega a abandonar su hogar. Aunque a priori puede parecer que la película se tratará de la historia de este conflicto, que sirve como común denominador durante todo el metraje; en realidad es una excusa. Se trata de un truco para contar la vida actual de Clara, una suerte de biopic sin demasiado pasado más que las primeras escenas. Es una vida de clase alta, pero además llena de relaciones sociales y familiares. Al contrario que a muchas personas mayores, ella se mantiene activa y no hace caso a ninguna posible limitación. Su decisión de no dejar su departamento es coherente con su estilo de vida. El antagonista viene a ser Diego, un joven arquitecto que lleva adelante el proyecto del “Nuevo Aquarius” y quien insiste en que Clara venda su departamento. Sin métodos legales para sacarla, él intentará diferentes formas de molestarla en pos de ganarle por cansancio. Es un planteo sencillo, que si no se tiene cuidado podría haberse vuelto repetitivo. Sin embargo, maneja los tiempos en que se deja relucir el conflicto principal y los momentos de pura biopic en los que aquello no nos importa. Con los colores brillantes que siempre recuerdan las playas brasileras, con música acorde, en realidad muestra el choque entre dos modos de vida: la mentalidad tradicional y la modernidad. Sin embargo, no se realiza en forma excesivamente contrastada, sino que se maneja con delicadeza. El relato fluye en forma orgánica para que el espectador no se aburra en sus dos horas y media de metraje. La empatía que genera la protagonista es el enganche central de la historia: sin él, toda la narración carecería de sentido. Emotiva y ligera a la vez, resulta una gran muestra de dos lados bien diferenciados de la cultura brasilera.
La figura icónica de Sonia Braga, reflejo de la sabiduría y la fuerza de carácter, es el centro de este drama brasileño sobre una mujer que lucha contra todos para permanecer en su casa. Aquarius es un estudio de carácter, así como una meditación astuta sobre la transitoriedad de lugar y la manera en que el espacio físico construye nuestra identidad. Kleber Mendonça Filho ama a Braga. El director mantiene la cámara enfocada en su rostro por gran parte del film, un rostro con historias que contar en cada textura, en cada pliegue. Hermosa antes y ahora (ya en sus sesentas), la famosa actriz brasileña es una esfinge, sus ojos son penetrantes, su rostro transmite la fuerza de la determinación, la terquedad y la valentía. Un actitud que se adapta perfectamente a su personaje: Doña Clara, una mujer que ha experimentado mucho, que ha sufrido mucho (el personaje es un sobreviviente de cáncer y ha estado viuda durante 17 años) y también parece que ha celebrado mucho. Clara es una mujer sitiada. Ella es el único residente restante del edificio que da nombre al film, frente a la playa en su ciudad natal Recife. Todos los demás residentes han vendido sus propiedades a una empresa de desarrollo, pero Clara se niega a mudarse de su apartamento acogedor y ordenado. Es el hogar donde ella crió a su familia. Rodeada de cultura, sus libros, sus discos, sus cosas. La única manera de irse, le dice al joven desarrollador, es morir. La película se mueve muy lentamente pero sin perder el interés, con Filho concentrándose en los elementos cotidianos de la vida de Clara, tal vez excesivamente. Ella visita y recibe visitas de su familia y amigas, pero está sola, y muy cómoda en su soledad. Clara siente la soga cada vez más apretada por las intrusiones calculadas del desarrollador, destinadas a expulsarla. Ella se niega a ser intimidada y tiene la inteligencia y los recursos para luchar hasta el final, en un desenlace que se resuelve muy rápido y de manera abrupta, dejando un final abierto algo frío. Con dos horas y media de duración, tal vez Aquarius es una media hora más larga que lo necesario para la historia que quiere contar, pero se siente como un privilegio estar en presencia de un personaje tan poderoso y una actuación tan silenciosamente dominante. La película en definitiva le pertenece a Braga, que compone un personaje original e inspirador.
Escenas frente al mar. Aquarius también participó de la Competencia Internacional del 31º Festival de Cine de Mar del Plata el año pasado. Sonia Braga ganó merecidamente el Astor de Plata a la mejor actriz. Con motivo del festival publicábamos el siguiente artículo: “Aquarius muestra la historia de Clara, una bella soltera de 65 años que tiene su casa frente al mar en el complejo “Aquarius” en Recife, Brasil. Desea vivir allí el resto de su larga vida. Pero una importante empresa tiene otros planes en ese terreno: construir un edificio para un gran negocio inmobiliario. Con el fin de que Clara venda su casa, la empresa comprará los otros departamentos del complejo, intentará persuadir a sus hijos y tratará de fastidiarla de diferentes maneras. Pero por más que las otras casas se vendan, que sus hijos se le pongan en contra y las presiones la agobien, Clara seguirá teniendo una relación emocional con el lugar, con su lugar, y no se querrá ir. No (se) querrá vender. Otra película brasilera del festival es Martirio. Un documental de casi 3 horas donde se muestra a los pueblos originarios de Brasil peleando contra las grandes empresas agrícolas por el derecho a vivir en sus tierras. Parece que Clara no es solo una anciana loca que está contra el progreso y se encapricha por permanecer en su vieja casa. Algo sucede en Brasil. Hay luchas invisibles. Luchas de pueblos olvidados. Luchas de mujeres bellas, fuertes y solas.” En una gran escena Clara recuerda una noche que pasó con un treintañero en el sillón de su casa. Pero no puede recordarla con placer ya que se percata de que tal vez dejó la puerta sin llave cuando el joven se fue. Ahora, esa noche de felicidad es una noche de tormento. ¿Algún miembro de la empresa que la agobia constantemente habrá entrado de noche? Clara piensa en sueños si alguien vulneró su casa de madrugada. Empiezan a ser borrosos los cuerpos semidesnudos en el sillón y la persigue la imagen del picaporte sin cerrar y una sombra entrando mientras duerme. Nuestros enemigos también han corrompido nuestros sueños. Han contaminado nuestros mejores recuerdos.
Se estrena la polémica y necesaria película brasilera, Aquarius, lo último del director Kleber Mendonça Filho protagonizada por la excepcional Sonia Braga. Aquarius comienza con la música de Queen y luego la celebración de la tía Lucila, una mujer de 70 años cuya vida admiran niños y adultos de su familia. “Ya no se hacen mujeres como ella”, dirá mucho más adelante Clara, la verdadera protagonista del film, pero eso no es verdad. Clara luchó de joven contra un cáncer de mama y lo ganó, y así se convirtió en una mujer ya mayor pero indudablemente atractiva y sexy, culta y enamorada de la vida. Es Sonia Braga quien le da vida y energía a este personaje que no tiene miedo y no está dispuesta nunca a dejarse vencer en sus luchas. Su presencia es imprescindible y es quien lleva la película a donde su personaje quiere. Clara se casó, tuvo hijos, pero hoy ellos ya se fueron de su casa y su marido murió hace ya largos años. Vive sola en el último departamento de un condominio que quieren derrumbar para un nuevo negocio que les convendrá a ellos y no muchos más. Pero Clara no sólo se siente cómoda con ese lugar, su hogar, aquel que guarda mil recuerdos de ella y de su familia, donde escucha su incansable colección de discos, baila sola, toma té y escribe en su Moleskine. Su única compañía fija es la mujer que la ayuda, fiel a la señora. Durante más de dos horas de película, Kleber Mendonça Filho va retratando a este personaje femenino y fuerte a través de su cotidianeidad en un principio, y luego a través de cómo reacciona ante cada adversidad que le van poniendo en su camino para poder quedarse con ese terreno que para ella es impagable. Con humor y mucho corazón, y un uso hermoso (y una presencia funcional muy importante) de la música donde pueden sonar cantautores brasileros pero también Queen. Luego del prólogo situado a fines de los 70s, Aquarius se divide en tres capítulos (El pelo de Clara, El amor de Clara y El cáncer de Clara). No obstante, además de ser uno de los retratos femeninos más ricos del cine, con una mujer independiente y fuerte que nunca va a dejarse pisar por nadie, pero que no por eso no pueda necesitar de un poco de conexión íntima o la presencia un poco más asidua de sus hijos, Aquarius funciona como crítica de un gobierno corrupto, y de ahí la polémica que desde su proyección en Cannes ha generado (siendo impedida de ser enviada como representante de su país para los premios Oscars). Aquarius es una película hermosa, con una temática necesaria, que fue merecidamente elegida por el público en el pasado Festival de Cine de Mar del Plata, donde formó parte de la competencia internacional. Un film que funciona a muchos niveles, como retrato de su fuerte personaje femenino y como aquel social y político que lo llevó a estar en boca de todo el mundo. Imperdible.
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Doña Clara y sus dos batallas El comienzo de “Aquarius” es una declaración de principios: se nos dice que es 1980, y vemos al personaje protagónico acompañado por sus hijos, su hermano y la novia de éste. Llegan a la playa en auto y escuchan “Another one bites the dust” de Queen. “¡Sacrilegio!”, gritarán algunos: las referencias musicales brasileñas vendrán (María Bethânia y Elis Regina entre los nombres; Gilberto Gil con su célebre “Toda menina bahiana”, Alcione y Roberto Carlos entre las escuchadas), pero ese golpe de cosmopolitismo rompe esquemas, como también el hecho de que ese flasback será el único de la cinta (hay un “subflashback”, cosas de la narrativa). Su función es plantear algunas características del personaje que condicionarán su vida posterior, y hasta establecer algún “linaje” (tía Lúcia) que determine su carácter posterior, pero eso es sólo un esbozo, un guiño al espectador. Si nos adentramos así en el análisis es porque “Aquarius” es en buena medida una cinta de climas, de gestos, de silencios incómodos, de personajes definidos en su humanidad. Empezando por Clara, el personaje central de la historia, a quien como dijimos veremos ya en la madurez por el resto del metraje, en la piel de la mítica Sônia Braga. Clara es una viuda en sus 65 años, última moradora del edificio Aquarius, una vieja construcción frente a la playa de Boa Viagem, en la “zona rica” de Recife. Periodista retirada con un pasar tranquilo, autora de un libro sobre Heitor Villa-Lobos, vive sola, acompañada por su empleada doméstica y un sobrino más cercano que sus hijos. Su vida parece moverse entre la playa vecina y la música que la acompañó toda su vida, desde su gran colección de vinilos. Sobreviviente Pero Clara libra batallas en dos frentes. El “doméstico” (en el sentido militar) tiene que ver con el paso del tiempo: la soledad afectiva después de la larga viudez, la distancia con unos hijos que pueden llegar a reprocharle alguna ausencia por su dedicación profesional. Pero el paso del tiempo también es sobrevida: ya en 1980 nos enteramos de que se salvó de un cáncer, y en el presente vemos las secuelas que ella trata de que no se conviertan en un trauma. Porque todavía, quizás por esa supervivencia, es una mujer intensa que quiere gustar, que quiere seducir, que quiere bailar y brindar con sus amigos. En eso sí es muy brasileña y nordestina: en latitudes tropicales, “doña Clara” mantiene alejados los cuarteles de invierno. Pero hay otro conflicto que también se vuelve doméstico, en un sentido más literal. La compañía constructora Bomfim (“buen fin”, valga toda la ironía) ha comprado todos los otros departamentos, con el objetivo de demoler la construcción y hacer un negocio inmobiliario a gran escala. Hasta ahora Clara ha logrado resistir los embates para que abandone su domicilio (en el que crió a sus hijos), incluso con ofertas tentadoras, un poco por simple negación. Pero la escalada se pondrá cada vez más caliente, involucrando aprietes de ex vecinos, chantaje emocional a través de su hija Ana Paula, usos indebidos de los inmuebles, y otras cosas que no contaremos para no deschavar la historia. Sólo contaremos que en otro gesto de ruptura, y sin perder los tiempos narrativos, habrá un cierto viraje al thriller, con la protagonista preparando su estrategia de contraataque. El relato está dividido en tres partes: “El cabello de Clara”, “El amor de Clara” y “El cáncer de Clara”. Lo cual incluye su propio juego: no es que cada subtítulo determine necesariamente un momento específico, y las palabras abren la polisemia: no sólo en el amplio caso del amor, sino también en todo lo que puede ser un cáncer. El cabello en todo caso es un emblema: el pelo larguísimo de la heroína es tematizado a través del juego de rodetes y las infaltables hebillas; de sujetarlo y soltarlo. En ese manejo desdeñoso de su capital capilar, Clara esconde el trofeo de la victoria sobre la cruel enfermedad y su no menos cruento tratamiento.
Obra humanista y critica sobre el abuso de los poderosos “Aquarius” del brasileño Kleber Mendonça Filho es un filme que busca concientizar sobre la debacle ecológica por la proliferación de torres gigantescas que se yerguen como monumentos triunfales de contubernios edilicios. Pero también realiza una reflexión sobre de degradación moral que soportan las grandes ciudades. El inescrupuloso mundo de los constructores a ultranza, sostenidos por bancos nacionales y transnacionales, se ve reflejado en un par de especuladores que desean comprar un edificio para levantar una torre que les aportaría ganancias millonarias.Todos los medios son válidos por estos abusadores para quedarse con el departamento de la protagonista, Clara, a la que le colocan termitas para conseguir que ésta lo venda. Su pelea no es por la compra o venta, sino por su derecho a vivir donde transcurrió toda su vida, donde desea finalizar sus últimos años. Clara, a su vez lucha contra un cáncer de mama, pero que no significa que éste es utilizado como un golpe bajo, por el director, sino que ayuda para ofrecer al espectador un impactante desenlace final. El realizador no reflejó la vida de gente de clase media baja, que ante tal asedio hubiera renunciado a la propiedad, sino la de una mujer de la alta burguesía, propietaria de otros cinco departamentos, que posee una mirada crítica sobre la realidad y a la que no es fácil de engañar, por lo tanto puede enfrentar a los usureros. Ella sabe cómo resolver la situación y ganarla. En este filme se muestra, si bien como pinceladas, a una sociedad dividida por la necesidad y la prepotencia. También por las corrientes políticas que han imperado en estos últimos 20 años en la historia particular de cada pueblo, y han generado una cultura por una parte de traficantes de influencias e inescrupulosos empresarios, y por otra de subsidiados, dependientes del gobierno de turno. “Aquarius” pone lente de aumento y profundiza sobre varios conflictos esbozados en anteriores filmes de Kleber Mendonça Filho: seis cortometrajes, un largometraje (“O son ao Redor" (2013), ganador en Roterdam del premio de la prensa internacional (FIPRESCI), y un documental “Crítico”. Uno de ellos es el tema personal e íntimo: los años avanzan y no siempre la vejez es aceptada como algo normal y las crisis después de los cincuenta se aceleran, la paciencia es limitada. Otro son las relaciones afectivas, por una parte aparece una hija distante, que la utiliza para pasear o cuidar al nieto, frente a la cercanía y afecto de uno de los sobrinos, y la fidelidad de su empleada doméstica que conlleva a qué ésta se convierta en una especie confidente terapéutico. En lo social pone el acento en la brecha que se ha abierto por la falta de trabajo y los abusos de los nuevos ricos de la clase política y sus secuaces. Kleber Mendonça Filho como guionista y director construyó un filme inteligente, con acertados movimientos de cámara que jugaban con la realidad del paisaje exterior e interior de la protagonista, una excelente Sonia Braga que, una vez más, deleita con su actuación.
En el 31° Festival de Cine de Mar del Plata se pudo ver por primera vez a la película brasilera que luego sería la elegida del público como mejor film del festival. Hoy “Aquarius” llega comercialmente a nuestras salas. “Aquarius” cuenta la historia de Clara, una mujer con una vida bastante sufrida: sobrevivió a un cáncer, enviudó bastante joven, y ahora la constructora dueña de su edificio intentará comprarle su departamento para realizar un nuevo emprendimiento. Pero ella no dejará que ninguna presión cambie su parecer y la haga abandonar su hogar. A partir de este acontecimiento, en “Aquarius” nos encontraremos constantemente con el choque cultural entre dos generaciones: la de Clara, que si bien no reniega de la modernidad, prioriza las tradiciones; mientras que Diego, quien lleva adelante el proyecto representa la novedad y el cambio. Pero lo más interesante que plantea el film, además de mostrarnos esta diversidad cultural y generacional de Brasil, es conocer un poco más acerca de la vida de Clara. A pesar de que no podamos ver mucho de su juventud, más que el primer capítulo, podemos empatizar con ella en todo momento. Encarnada de una manera perfecta por la actriz Sonia Braga, Clara es un personaje totalmente enriquecedor para el film: es una mezcla entre una mujer fuerte pero sensible a la vez, obstinada, sobreviviente, luchadora y madraza. La película tiene una duración de más de dos horas y media, pero en ningún momento baja su ritmo. No es una película de acción ni de suspenso, pero la gran interpretación de Braga mantendrá al espectador enganchado con la historia. Por otro lado, la música cumple también un rol central dentro de la historia, no solo como acompañamiento (por momentos de forma alegre y por otro más conmovedora), sino que también hace al argumento. En síntesis, “Aquarius” nos presenta como excusa la situación de un intento de desalojo, para contarnos una historia mucho más profunda acerca de un personaje con mucha riqueza interior. A partir de este contraste generacional podemos conocer sobre la cultura brasilera. Sonia Braga nos ofrece una gran interpretación. Puntaje: 4/5
La legendaria actriz Sonia Braga encarna a Doña Clara, una crítica musical jubilada y de unos sesenta y pico años, viuda y madre de tres hijos ya adultos. De expresión digna, talante adusto, se comprende que siempre fue una luchadora, una mujer bien plantada, proclive a enfrentarse a las injusticias que se le imponen, pero al mismo tiempo dispuesta a dar una mano a quienes la precisan (esto puede verse en su actitud cordial respecto a los obreros que trabajan en su edificio, aunque cumplan con una labor específica que la desfavorece). La protagonista vive sola en un departamento del edificio Aquarius, frente a la playa de Boa Viagem, en Recife. Una empresa constructora, que ya compró todas las demás unidades del inmueble, comienza a presionarla para vender su hogar, primero con ofertas cada vez más tentadoras y luego con iniciativas mucho menos agradables. La idea es demoler el edificio para construir en su lugar una moderna torre de categoría, pero Clara se niega a abandonar el departamento en el que crió a sus hijos, cargado de recuerdos y valor afectivo. Así como en un momento la enfermedad supo aparecérsele en su cuerpo, Clara sufre un nuevo cáncer externo, uno que se le impone y que le reserva docenas de suplicios. Pero la resistencia de la protagonista es la fuerza motora que lleva adelante esta película, por la que se despliega una tensa lucha contra la compañía: la vieja historia de David contra Goliat encuentra aquí una nueva y encarnizada contienda, pertinente a los tiempos que corren. Es notable la personificación de los antagonistas de Clara: negociantes de sonrisas cálidas, magnates que enarbolan la racionalidad y la sensatez cuando en definitiva están hablando de demoler. En un afán “modernizador” se busca borrar de un plumazo con el pasado, destruir un micromundo cargado de historias para implantar en su lugar un complejo de viviendas impersonal, elitista, la clase de construcciones que han transformado los centros urbanos de Brasil convirtiendo a barrios fluidos y de constante interacción vecinal en sitios aislados y vigilados, que agudizan la brecha social. Estos abanderados del “progreso” apelarán a las más bajas maniobras con tal de quebrar a una protagonista tan testaruda como inamovible, así como atrayente en su lúcida e indomable tesitura. Es interesante que la protagonista no sea una persona necesitada ni de clase media, de hecho, en determinado momento se aclara que, en caso de no tener más esa propiedad en Recife, podría habitar uno de sus otros cuatro apartamentos, lo que lleva a comprender por qué es la única habitante del edificio no dispuesta a ser comprada con abultadas sumas. Este dato lleva a comprender también la desproporción y el desequilibrio de fuerzas en situaciones similares: una persona sin recursos ni medios no podría resistir a esta tipo de embates de la manera en que lo hace Clara. De 66 años, Sonia Braga llevaba dos décadas sin aparecer en una película brasilera y este supone su imponente regreso. Y puede decirse que la grandeza de Aquarius se da fundamentalmente por la conjunción impagable del talento de esta gran actriz delante de cámaras con el de Mendonça Filho tras ellas.
Clara (Sonia Braga) es una luchadora. Una mujer con temple de acero a la que le ha tocado vivir varias situaciones en su vida y estoica pudo seguir adelante sola o acompañada por algunos familiares, muy pocos, y sus hijos. Cuando ya de grande se ve de alguna manera asediada por el joven director de un proyecto mobiliario del que ella no quiere saber nada, es cuando “Aquarius” (Brasil, 2016) de Kleber Mendoca Filho redobla su apuesta narrativa. Nuevamente la ciudad como escenario de disputa. Un viejo edificio, el Aquarius, que da nombre al film, ha sido testigo de la vida de Clara, y por nada del mundo ella quiere cambiar su suerte por un capricho del avance y el progreso. “Aquarius” se mete de lleno en las rutinas de esta mujer, una crítica musical que mantiene una relación muy particular con su departamento y con todo lo que dentro de él está (discos, libros, recuerdos, etc.), un templo del que no quiere desprenderse por caprichos ajenos Pero claro está que no le será fácil, y el hábil guión desanda las infortunadas intervenciones del joven y sus secuaces que molestan diariamente a Clara para que ella baje la guardia finalmente y así decida vender el departamento en el que vive, el último habitado del complejo. “Aquarius” dota a Clara del lugar de la resistencia, pero no por obligación, sino por convicción, porque a pesar que algunos de sus hijos le critican la idea de seguir viviendo allí, porque saben que en el fondo económicamente le puede ser redituable a ellos la venta, y que la empresa constructora continue embistiéndola, ella sabe que su lugar en el mundo es ese, frente al mar, rodeada de sus recuerdos y de su música. Tanto el edificio como la ciudad son protagonistas del relato, al igual que la música, no sólo por el oficio que Clara lleva adelante y que le ha permitido, pese a que sus hijos no lo ven, mantener un nivel de vida óptimo y de una libertad que otra profesión no le hubiese permitido. Diálogos frescos, únicos, además, permiten rápidamente ubicar la lucha de Clara en una posición en la que muchas personas a diario se encuentran batallando. No es casual que en una de las escenas cuando una joven periodista inexperta se acerca a Clara con un reportaje previamente armado no comprende el sentido de las palabras que le responde y termina por fastidiar a la mujer que con tan buena predisposición la ha recibido. “Cuando ustedes quieren es Vintage, cuando ustedes quieren es viejo” dice una Clara enojada ante los reclamos de su hija frente a la negación por abandonar Aquarius en una de las escenas más tensas y a la vez más significativas de la narración, no sólo por el choque entre madre e hija, sino, principalmente, porque termina por construir el personaje protagónico de manera contundente. Volviendo al tema de la música, eje y clave del relato, la selección permite reconstruir el pasado de Clara pero también su presente, con fantasmas que habitan su discoteca pero que sirve también de alimento para las nuevas generaciones (por ejemplo su sobrino y novia) que se acercan a ella no solo por su erudición sino por su formación. “Aquarius” trasciende la anécdota para convertirse en uno de los discursos políticos más acabados de los últimos años. Un film que permite trasponer hacia otros territorios la lucha y búsqueda de una mujer por sus derechos y Sonia Braga brinda una de las actuaciones más logradas de su carrera, y se brinda al director, quien sabe también el apoyo y la solidez con la que la recordada actriz de “Doña Flor y sus dos maridos” o “Tieta do Agreste” iba a componer a Clara. “Aquarius” es un film de visión imprescindible para comprender algunos de los atropellos que a diario sufren los ciudadanos en países en los que se dicen democráticos pero que esconden tras fachadas sus verdaderas intenciones. Gracias al cielo que ahí están artesanos como Mendoca Filho para develarnos todo.