El film más político de Alex de la Iglesia da inicio con una escena memorable, en la que se desarrolla una función de circo a cargo de dos payasos que se ve interrumpida de forma abrupta por el ingreso del ejército republicano en busca de hombres para combatir a los facistas. Estamos en medio del escenario de la guerra civil que partió en dos a España, en tiempos de violencia y tripas puestas sobre la mesa. Ahí es donde se planta el director ibérico para contar una historia de dolor, niñez perdida, venganza, muerte y, otra vez, venganza. Con un tono que recuerda al Quentin Tarantino de Inglorious Basterds, mister Alex nos cuenta el derrotero de Javier, un hombre que vio morir a su padre en manos del franquismo, y que, ya adulto, vive una epifanía de ultraviolencia que lo lleva de ser el temblequeante payaso triste de un circo teñido de sangre, a una realidad varios pasos más oscura y terminal. En una época en la que realizadores otrora revolucionarios y revulsivos dejan paso a su costado más light y remilgado, estamos ante una obra mayor en la filmografía del director de La comunidad; una película con una potencia visual superior a sus producciones anteriores, que lejos de dar el brazo a torcer en términos de estilo y personalidad opta por radicalizar el discurso estético y llevarlo a una fase superadora. Balada triste de trompeta es sin dudas el film de De la Iglesia más logrado desde lo técnico, filmado con perfección y con una terminación que mezcla lo mejor del mainstream con la desfachatez under, todavía hoy de vanguardia, que caracteriza al realizador, uno de los pocos autores que le quedan al cine industrial. El guión es sólido, más allá de lo que puede ser entendido como un paso en falso (por la velocidad con que se resuelve) del momento en que el niño deja la inocencia para encontrarse con la barbarie de la guerra. Sin emabrgo, la trama se percibe grabada en acero, con un puñado de personajes que en parte se asemejan a los de algún comic demente (no es casualidad que Carlos Areces, el Javier adulto, sea historietista) y en (mayor) parte sean hijos abiertamente pródigos de la filmografía de un señor que sabe parir insurgentes por donde plante cámara. Bienvenida revolución conceptual, estética y ultraviolenta. Bienvenido el mejor Alex que nos dio la pantalla.
CIRCO, SANGRE E HISTORIA Luego de "Los Crímenes de Oxford", Álex de la Iglesia decidió no solo dirigir esta nueva cinta, sino también escribirla y, pese a que tiene sus aciertos argumentales, aquí queda demostrado que él es mucho mejor director que guionista, ya que el despliegue visual y de camarás brilla en casi todas las escenas, mientras que la historia está ausente y no cobra sentido en muchas oportunidades. La historia se centra en un muchacho, llamado Javier, que decide ir a trabajar a un circo, el ámbito de su familia y del cual le prometió a su padre formar parte, como el payaso triste. Allí conoce a una bella mujer, novia del payaso contento. Una serie de desafortunados eventos, apoyados por la problemática política y social del país en esa época, va a ir acechando al triángulo amoroso. La película debe ser vista desde dos puntos de vista, los cuales se complementan pero tienen características que las diferencian mucho. Por un lado, todo el aspecto visual y sonoro que el filme le regala al espectador. Álex de la Iglesia es un gran director y el trabajo que realizó aquí con la manera en la que llevó adelante la historia y, principalmente, el estilo con el que la filmó, es precioso y artísticamente sublime. La elección de las locaciones, el trabajo de maquillaje (mejor imposible), el vestuario, la dirección de arte, los efectos especiales, el dinamismo y el manejo de la cámara, los planos cerrados, panorámicos y generales, los variados e ingeniosos encuadres y el trabajo realizado para que la cinta sea única visualmente, es admirable y envidiable. Hay varios momentos que producen escalofrios, no solo por mostrar la ferocidad de los personajes en pantalla con mucha velocidad y sin dejar tiempo para que el público pueda reaccionar, sino por el muy bien logrado montaje realizado con la banda de sonido y esos acordes dramáticos que acompañan y crean situaciones espectaculares, como por ejemplo la escena en el restaurante; el comienzo; ese momento en el cine con la canción de Rafael que le da el nombre a la película (fragmento del filme "Sin un Adiós", de 1871); y ese soberbio final en el Valle de los Caídos. Pero, y es allí donde la película lamentablemente desilusiona y falla, el guión, muy prometedor al comienzo, con esa introducción imponente y ese compilado que va mostrando el entorno histórico en el que el argumento se desarrolla, mezclando varias figuras del cine de terror, es totalmente sin sentido e incoherente mientras los minutos van pasando. El relato es muy sencillo y nunca se aleja ni se da permiso para inspeccionar ni tocar los diferentes puntos que el mismo nombra como importantes. La historia comienza mostrando la revolución, cómo los payasos y artistas circenses son obligados a formar parte de la batalla y cómo el hijo de uno de ellos promete venganza. Luego de esto, la cinta empieza a justificar todo con violencia gratuita, con miles de balas, con muchos litros de sangre, con quemaduras, perforaciones, deformaciones, sexo, golpes, explosiones y, principalmente, con una ridiculez, que tiene un humor negro divertido, pero que por momentos pasa la linea de lo creíble y se torna cansador. No hay un hilo conductor que explique los sentimientos de los personajes, no hay una historia atrapante e interesante, es una seguidilla de escenas rápidas descolgadas y mal unidas que alargan la duración y hacen de la película un espectáculo visual impresionante, pero narrativamente muy pobre. Las actuaciones son correctas, cada uno de los intérpretes se destaca cuando su rol se torna exagerado y necesita de la profundización de las expresiones faciales y corporales para crear dicha ridiculez. Carlos Areces (Javier), está perfecto cuando, cerca de la mitad del relato, su personaje se transforma; Antonio de la Torre (Sergio), muy creíble en todo momento, su rudeza y machismo están muy bien desarrollados; Carolina Bang (Natalia), utiliza su belleza y un bien logrado mimetismo en su rostro, principalmente en sus ojos. "Balada Triste de Trompeta" es una cinta que tiene muchos aciertos técnicos, pero cuya historia desarrolla una simplicidad y una falta de creatividad muy llamativa y desilusionante. Una película con mucha sangre, injustificada en muchos momentos, que no es de lo mejor de Álex de la Iglesia, y que clarifica que él, con tan solo mirar como llevó adelante todo el desarrollo final, es mucho mejor director que escritor. Una cinta que será amada u odiada. UNA ESCENA A DESTACAR: comienzo y final. Nota aparte: Sería un deleite, imposible, poder ver esta misma historia escrita y dirigida por Quentin Tarantino.
Ya es sabido que Alex de la Iglesia divide aguas. Se organiza polémico cineasta, se desarrolla histriónico, se niega a pasar inadvertido. Balada triste de trompeta es sin dudas un jalón más en esta carrera. Las propuestas que incluye en esta violentísima historia de un triángulo amoroso que incluye dos payasos con personalidades y roles antagónicos y una hermosa trapecista, van desde una mirada sobre las continuidades históricas en España, las referencias culturales múltiples y su forma nacional bajo la dictadura franquista (religión, música popular, erotismo, moda), las infinitas referencias cinéfilas (con Fellini, Hitchcook y El caballero de la noche -Batman- a la cabeza), hasta la obsesión personal de la violencia como aparición repentina de complejas cuestiones ocultadas, reprimidas, sin que de su ejercicio resulte ninguna redención de las cuestiones o los personajes. Resulta inevitable, pues el texto se organiza alrededor de las marcas políticas más intensas del siglo XX en España, analizar la mirada política que ejerce el director al realizar Balada triste de trompeta. Dos elementos son claves. El primero es cómo define la violencia en relación a la política. Lejos de entender la violencia como una instancia posible de la política -por ejemplo, como modo de resistencia a la opresión- De la Iglesia parece banalizar la construcción de la resistencia, y tanto en los momentos previos al triunfo franquista, como al final de su vida y mandato, la violencia no es sino el producto de la emergencia de un sentido perverso de la vida en circunstancias históricas determinadas. Que sean payasos monstruosos (que de payasos devienen monstruos como forma de cristalizar la violencia como único motivo) peleando por una hermosa mujer -qué fácil resulta imaginar que representa a España-, deja pensar en una extraña variante de lo que conocemos por estas tierras como teoría de los dos demonios. Pero además de ello, la decisión clara de un cierre que cristaliza, más no congela, un tipo de relación política signada por la violencia, que parece hacerse presente continuo, obliga a cuestionar la mirada del realizador en relación con la historia política de los últimos cuarenta años en su país. Quienes se ofuscan por la violencia explícita, la impiedad para con el espectador, deberán saber que ese malestar es buscado, forzado a un extremo pocas veces visto y que puede sin dudas justificarse dramáticamente. Quienes se fascinen con esa estética de la violencia, como si en si misma explicara un mundo, no pueden dejar de pensar que De la Iglesia no hace una película ingenua “alla Tarantino” y el cine de súper acción. De la Iglesia hace, explícitamente también, una película política. Por lo que, tanto para unos como para otros, sería bueno que amplíen sus puntos de mira, para incorporar el discurso propuesto en la película de un modo más complejo.
Alex de la Iglesia (Bilbao, 1965) vuelve al ruedo recargado, con una película exquisita y dando lo mejor de sí. Este licenciado en filosofía emprende con Balada triste de trompeta su décima película, punto de inflexión de una filmografía con momentos distintos pero consecuente consigo mismo, comenzada en 1993 con Acción Mutante. Luego seguirán El día de la Bestia (1995), Perdita Durango (1997), Muertos de risa (1999), La comunidad (2000), 800 balas (2002), Crimen ferpecto (2004), Películas para no dormir (2006) y Los crímenes de Oxford (2008). Actualmente rueda La chispa de la vida, protagonizada por Salma Hayek y José Mota, y ha hecho a través de twitter una suerte de diario de filmación. Desde 2009 hasta febrero de 2011 se desempeñó como Director de Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España. Renuncia por estar en desacuerdo con la llamada ley Sinde (Ley de la Economía Sostenible), cuyo principal objetivo es establecer formas de castigo a la piratería en el ámbito digital, en tanto favorece la creación de una Comisión de Defensa de la Propiedad Intelectual con facultades de censurar sitios de internet, llegando incluso a cerrarlos, sin actuación judicial ninguna. Sobre ese debate, que es central en la gestión cultural global, tuvo su nota en leedor.com, y puede leerse en este enlace. Balada Triste de Trompeta, se exhibió en Pantalla Pinamar el domingo 6 de marzo, en una sala repleta de público, que ya había dado muestras de fidelidad en el caso de la proyección anterior, la india Dhobi Ghat, Diarios de Mumbai. La presentación de este estreno absoluto de la película en tierra argentina no contó con la voz del director o de su elenco, ni siquiera de la producción o el guionista. Más que interesante en medio de la polémica por la piratería y el cine online a la que aludimos, la película fue presentada por una representante de su distribuidora. Es una película que ya cuenta con un excelente reconocimiento al haber obtenido el León de Plata a la mejor dirección y el premio al mejor guión en la Mostra de Venecia de 2010. Protagonizada por Carlos Areces (Muchachada Niu en TV2, cómico e historietista) y Antonio de la Torre (Gordos, AzulOscuroCasiNegro), que encarnan a dos payasos (el tonto y el fuerte), que trabajan en pandam. Su relación conforma un triángulo amoroso al estar ambos enamorados de la trapecista, interpretada por Carolina Bang (Los hombres de Paco, Canal7). Esta pequeña historia podría ser en manos de Alex de la Iglesia una de sus maravillosas comedias negras, aludiendo a todo un género de payasos darkis de la historia del cine: desde el guasón (Heath Ledger a la cabeza) hasta Chuky, el muñeco maldito, desde El fantasma de la ópera hasta IT (Stephen King, 1990), como los casos más difundidos de una larguísima serie de casos más o menos bizarros, la fascinación de estos seres orientados al público infantil también radica en su frontera con lo siniestro. Sería una película más si no fuera porque se enmarca de 1937 y 1973, desde el final de la Guerra Civil Española hasta la muerte del que estaba llamado a ser el sucesor de Francisco Franco por dictadura hereditaria, Luis Carrero Blanco, hecho evitado por un atentado de ETA el 20 de diciembre de 1973, que marcó el proceso de desmantelamiento de una de las etapas más oscuras de la historia moderna. Así, en ese diálogo entre la microhistoria y la Historia grande, entre el andar cotidiano de la gente común, la tragedia dialoga con su motor mayor, contradiciendo, avalando, explicando o coqueteando al azar. El conflicto de estos dos payasos se entiende con el telón de fondo de la tragedia española tan bien dicha en los versos de Machado, españolito que vienes al mundo te guarde Dios, y dimensiona el sentido que puede tener la vida privada como grano de arena, conformando el subsuelo humano del gran circo histórico. La estafa del gran Lute, héroe nacional, la imagen de Dalí como el gran demiurgo frente a un surrealismo imperante, el Valle de los Caídos y su arquitectura fascistoide (acentuadas de un modo expresionista y contundente con todo su art decó), “Marcelino de cabeza, marcándole a Rusia un gol”, Telly Savalas en Koyak, y el momento de mayor impacto dramático de la película, la puesta en abismo del cantante Raphael, en la película "Sin un adiós", (1971) cantando en la pantalla grande “Balada triste de trompeta”, (verlo en http://www.youtube.com/watch?v=Ipi9pFoIMS0) hacen de esta película memorable por los usos más inteligentes de la cita como modo constructivo de la contemporaneidad, mero recurso esteticista en tantos casos, y formador dramático en este, que organiza un guión perfecto que abre y cierra. Claro está, hay que decirlo, con una dirección excelente. No queremos contar mucho de la película, ni dar clases de cómo interpretarla. Sólo recomendamos que vayan a verla; su estreno en Buenos Aires está garantizado por Distribution. Y como detalle político no menor, porque reafirma la idea de que el pasado es algo vivo, que siempre vuelve, y por más decisión de anularlo o darlo por superado, aflora y cuenta otra historia, dándonos incluso la chance de hacer justicia mediante la memoria y el conocimiento de sus hechos enviados al olvido. Hay que verla porque es una obra de arte, porque es cine del mejor y porque implica muchas vueltas de tuerca: al tratamiento cinematográfico de la historia fáctica (en algún punto tiene coincidencias en esto con Bastardos sin Gloria, que pareciera inaugurar una etapa nueva en la construcción de este dispositivo que llamamos “realidad ficción”), al propio historial creativo de Alex de la Iglesia, al propio género de la comedia negra.
El útimo film de Alex de la Iglesia, presentado por Claudio Minghetti con una introducción valiosa, resultó ser un film cargado de controversia, de aquellos que de realizar una rápida apreciación a minutos de verla sería desacertado, de hecho muchos colegas a la salida de la sala continuaban procesando el calibre de material que el film presenta. La historia va de un grupo circense vinculado a acontecimientos políticos acaecidos en España, referenciales a la época dictatorial de Franco, de enfrentamientos armados, terrorismo de Estado y una faceta histórica que por más que hayan pasado contadas décadas producen controversia y heridas no cerradas, el tono del film es grotesxo. A partir de la metáfora, de la Iglesia entrevera que en el mundo casi todos somos payasos o bien podríamos serlo, en todo contexto social, político y humano podríamos ser representados por una de éstas figuras aquí presentadas con tristeza o alegría, con vínculo de mordaces situaciones, violencia por doquier, seres sombríos, activistas, pesimistas, en fin, una amalgama de personajes referenciales. Cargada de violencia, sin llegar al extremos que representó en su carrera el film Perdita Durango, de la Iglesia se atreve a ir más allá sobre el apartado de convicciones standares. Santiago Segura realiza una participación como el Payaso Tonto, a quien su hijo ve tenér que enlistarse para combatir, ser apresado y morir, acto disparador de la psicología del personaje principal, el de un payaso que no atrae, no hace reir y no encaja entre sus pares. El submundo circense es presentado como una sociedad en su conjunto. Por su lado, la caracterización de Antonio de la Torre es apabullante, personaje a quien le encomiendan un importante peso de violencia verbal, física y sexual. Entre los personajes secundarios se destacan Sancho Gracia quien había participado con el director en 800 Balas y Carolina Bang como el eje de atracción entre dos personajes opuestos.
Ridi, Pagliaccio Balada Triste de Trompeta es una de esas películas que no le pasan desapercibida a nadie, independientemente de cuánto se admire a su director. Con una fotografía macabra y oscura y una banda de sonido poderosísima, Alex de la Iglesia nos sumerge en este mundo de payasos, en este Carnivale, en este freak show de amor y muerte. Ambientada en la España franquista, la película relata la vida de un payaso triste, cuyo destino es no hacer reír a los niños, ya que, habiendo vivido rodeado de dolor, jamás podrá llevar alegría al circo sino solo tristeza y dolor, a menos que haga virar su destino y elija la venganza como forma de vida. Inspirado por “Balada de la Trompeta” de Raphael, el payaso triste va mutando hasta convertirse en un ser macabro, diabólico, con infinitas ansias de venganza y dolor, obsesionado por el amor de una trapecista, novia de su enemigo, el payaso alegre, y por acabar con todos aquellos que se crucen en su camino. Inspirado en los personaje de Lon Chaney, Alex de la Iglesia construye este payaso triste, tímido, sometido y humillado para luego transformarlo en un ser grotesco, siniestro y lleno de maldad. El uso del material de archivo para ilustrar distintos momentos de la guerra deja entrever claras reminiscencias de Canciones para Después de una Guerra, gran documental sobre la España de Posguerra. Alex de la Iglesia mezcla géneros y los lleva al extremo; cada secuencia es exagerada, recargada, creada para impactar visual y dramáticamente. La estructura narrativa se sostiene solo por el caos y los excesos reinantes. Surrealismo, oneirismo, humor negro y mucho mucho gore: sangre, mutilaciones, violencia grafica, sexo salvaje, mujeres exuberantes, sometimiento, humillaciones, animales, canibalismo; todo estos elementos contribuyen al hermoso caos que es esta película. Sumado a esto, el montaje sumamente violento, la música salvaje y macabra, y el vestuario y los efectos sorprendentes crean esta atmósfera grotesca, oscura y delirante que solo Alex de la Iglesia es capaz de crear. Porque él mismo se define como un payaso, “que se inmola haciendo el ridículo”, que debe salir al espectáculo disfrazado y dar lo mejor de si mismo cada vez. “Ponte el traje y la cara enharina. La gente paga y aquí quiere reír, ¡ríe, Payaso, y todos te aplaudirán! Transforma en bromas la congoja y el llanto; en una mueca los sollozos y el dolor.”
Luego de un film más accesible y comercial como fue "Los Crímenes de Oxford", el director Álex de la Iglesia regresa a sus orígenes, al cine personal y grotesco que conocimos en sus primeras películas "Perdita Durango" y "El Día de la Bestia". Un triángulo amoroso es el eje central de esta violenta (bordeando el gore), divertida, surrealista y oscura historia de amor y obsesión, marcada por el contexto social y político de la época, en la que dos payasos se disputan el amor de una trapecista. Técnica y visualmente impecable, con un excelente trabajo de fotografía, edición, música, vestuario, maquillaje y efectos especiales (estos dos últimos, premiados con el Goya), acompañado por las buenas actuaciones de Carlos Areces (gran transformación de su personaje) y Antonio de la Torre, "Balada triste de trompeta" es otra interesante y sorprendente propuesta del delirante Álex de la Iglesia.
¿Por qué tan Serio? Alex de la Iglesia nos ha demostrado que se puede hacer cine fantástico, con influencias de los cómics, las historietas, los géneros malditos de los años ’70 fuera de Hollywood, pero con igual o mejores resultados que la meca industrial. Desde viajes a otros planetas, la lucha contra el anticristo o el homenaje a los westerns spaguettis hasta una cínica mirada sobre la historia del humor en España. Además, gran admirador de los thrillers clásicos ha logrado notables homenajes a Hitchcock (Crimen Ferpecto), Agatha Christie (Los Crímenes de Oxford) o Polanski (La Comunidad), De la Iglesia demuestra una versatilidad e imaginación envidiables, que mejora trabajo a trabajo, donde los efectos especiales introducidos nunca son fortuitos sino siempre justificados para generar comedia… hasta ahora. Si bien en Los Crímenes… Alex demostró que podía hacer una película enteramente “seria”, en Balada Triste… lo que debería hacer reír provoca angustia. Es más, el humor provoca un poco de culpa. La secuencia inicial es realmente devastadora. 1937. Los republicanos tratan de derrocar a Franco, por lo que toda persona que puede sostener un fusil es reclutado para ir al frente de batalla. Incluidos, los integrantes de un circo ambulante. El que termina liderando la revolución es el Payaso Tonto (un Santiago Segura muy serio). Su hijo, Javier, es testigo de cómo el mismo es apresado por el ejército franquista y llevado a unas minas para construir una cruz gigante. La imagen de un payaso destrozando hombres con una bayoneta es increíble. 36 años después, Javier ha crecido y prueba suerte como el payaso triste de otro circo ambulante en medio de una ciudad prácticamente destruida. La vida de Javier fue muy triste, y aunque siempre quiso ser el payaso tonto, las penurias que tuvo que atravesar lo convirtieron en la víctima de los chistes. En el circo tendrá que enfrentar a Sergio, el payaso tonto, que fuera del ambiente artístico es un hombre violento y alcohólico. En el medio de ambos, se encuentra Natalia, novia de Sergio, una hermosa acróbata, masoquista y un poco sádica. Por lo tanto, todo el odio que Javier lleva en la sangre desde los tiempos en que apresaron a su padre, lo empieza a descargar cuando ve el trato que Sergio le da a Natalia, la cuál no es tan dulce ni inocente como aparenta ser. A no confundirse, estos payasos se parecen más al Guasón de Heath Ledger, morbosamente desfigurados, anárquicos y repletos de odio que a Gaby, Fofo y Miliqui. Balada Triste es la primer película que De la Iglesia escribe en soledad. No sé con exactitud porque Jorge Guerrica Echeverría no se asoció esta vez con su director fetiche. Y esta ausencia hace preguntarse si el verdadero ingeniero, el verdadero genio del humor no era Guerrica Echeverría, y De la Iglesia siempre fue el hombre oscuro, serio. Estos payasos son demasiado trágicos, crueles. El triángulo amoroso es llevado a un extremo de violencia prácticamente surrealista, similar a una tragedia griega. En la primera mitad todo es va con bastante solemnidad; el estudio sobre el carácter de los personajes y la relación con el contexto socio político de la España franquista es interesantísima más allá de la metáfora que simboliza el enfrentamiento entre Javier y Sergio. Pero a partir de cierto punto, el relato se convierte solamente en una sucesión de peleas sin transfondo argumental. No solamente lo que se sucede es morboso, onírico, excesivamente político y violento, sino que falta un hilo narrativo verosímil. Simplemente vemos escenas bella y meticulosamente diseñadas, pero con una impronta publicitaria que no se parece al cine del Alex de la Iglesia cínico, sarcástico, pero aún así divertido. El tono es mucho más oscuro que cualquiera de las obras anteriores del director; la fotografía, excelente y contrastante, logran crear climas densos, posesivos, aterradores. Pero a estos payasos, les falta humor. O sea, a nivel temático contiene todas las obsesiones del director: la competencia constante, la burla sobre la figura del héroe clásico, el egoísmo, la reivindicación del hombre feo, sucio y gordo. Pero acá el exceso de patetismo juega para el otro lado, para la lástima y miserabilidad constante. Visualmente es atractiva, la banda sonora de Roque Baños es lo más cerca, que un compositor en la historia del cine, ha estado de emular a Bernard Herrman, y el elenco es seguramente uno de los mejores que podría haber reunido el director en toda su carrera. El trío Areces, De la Torre, Bang sumado a veteranos colaboradores secundarios del cine de De la Iglesia es soberbio. Pero falta cierta picardía, compasión en la mirada sobre los personajes que interpretan. La reconstrucción de época es admirable. Tanto en 1937 como en 1973 se respetan innumerables detalles (incluido el atentado contra el presidente Luis Carrera Blanco), hay homenajes a íconos pop de los años ’70 (el trío de payasos que cantaba: “Había una vez un circo”…; Rafael; Kojak) pero parece que por prestarle atención a estos aspectos, descuidó la narración propiamente dicha. A pesar de los excesos visuales y dramáticos, Balada Triste de Trompeta es un film que atrapa, exaspera y molesta a la vez. No es fallido, pero sí, deja un gran interrogante acerca del futuro de un autor muchas veces menospreciado, subvalorado y otras veces demasiado mitificado. Es probable que este film marque el inicio de una filmografía menos humorística y mucho más seria. Me gustaría saber cual fue la razón de este cambio. Que resentimientos ocultos, similares a los del protagonista, llevaron a Alex a comportarse como un verdugo de payasos. Sacando al crítico de lado, espero volver a ver al Alex que encuentra ternura en la miserabilidad, que en la hipocresía y egoísmo es capaz de hallar compasión y admiración por el prójimo, y no más este Festival du Freaks, enfermos de culpa y sin redención posible. Como diría el Guasón de Nolan: “¿Por qué tan Serio?”
Publicada en la edición impresa de la revista.
La venganza del payaso El director español Alex De La Iglesia es sinónimo de un cine eficaz que juega con diversos géneros y, casi siempre, sale airoso. Sólo bastan recordar El día de la bestia, La comunidad o El crimen perfecto. Ambientada en un circo que ofrece su espectáculo en plena época franquista, Balada triste de trompeta juega con el violento entorno políitico de la época pero nunca se olvida de plasmar un relato emotivo combinado con una historia de venganzas personales. No es casual que la acción esté ambientada en este show ambulante y muestre a un puñado devastado de payasos cuyo amor por la profesión se transmite de generación en generación. Tras la muerte del Payaso Triste (Santiago Segura) enfrentando a los represores de Franco, su hijo (Carlos Areces) crece desamparado y consigue trabajo en otro circo que le depara otra nueva pesadilla. Mientras afuera se desata una guerra civil, dentro de la carpa también se gesta un enfrentamiento feroz entre Javier (Areces) y el dueño del show (Antonio de la Torre), un hombre violento que muestra una fachada amable hacia el público. El peor pecado de Javier es quedar fascinado por la bailarina del "número de telas" (Carolina Bang), la mujer de su enemigo (como en la reciente Agua para alefantes). A partir de ese momento, el director depliega una carnicería y transforma la mueca del payaso en algo monstruoso, una máquina dispuesta a todo con tal de vengar y recuperar a la mujer de sus sueños. Con metralleta en mano, el personaje (mezcla de El guasón y Rambo, e inspirado según De la Iglesia en Lon Chaney) hace alarde su mejor "número artístico" dejando un verdadero reguero de sangre y cadáveres a su paso. La utilización de la música (la canción de Raphael que da título al film); el montaje vertiginoso que remite a La comunidad (el enfrentamiento final en las alturas) y la galería de personajes secundarios (el hombre que se lanza al vacío con su moto) hacen de la película una función imperdible. Triste, macabra y oscura, que funciona como un verdadero espejo deformante de una vieja galería de atracciones.
El horror y el espanto Luego de perder su valor autoral en Los crímenes de Oxford (The Oxford Murders, 2008), Alex de la Iglesia vuelve a explorar lo más revulsivo de España. Balada triste de trompeta (2010) es una película cruda, bestial, desmesurada, posiblemente la más arriesgada de su fecunda carrera. Los amantes y estudiosos del clown saben que es mucho más honesto aquel que expresa el sentido trágico de la humanidad con la misma destreza con la que convoca a la risa. Comedia y tragedia fundidas en un cuerpo atravesado por la alegría. La tragicidad se presenta, paradójicamente, como signo ausente. Cuando el arte mira frontalmente al horror de la guerra, ¿cómo conmover sin ser explícito? La metáfora, entonces, deviene esencial. No es posible representar determinados sucesos si no es por asociación con lo micro. La última película de Alex de la Iglesia comienza en 1937, plena Guerra Civil Española. El “Payaso Triste” del circo (Santiago Segura) abandona la rutina para salir a mutilar soldados nacionales. Finalmente encarcelado, unos cuántos años más tarde su hijo Javier (Carlos Areces) lo ve morir. Pero hereda su rol artístico y también –de cierta forma- el horror político, envestido en la figura del franquismo. El mundo sigue siendo un lugar violento. La belleza se presenta como idílica, en la corporalidad de Natalia (Carolina Bang), la trapecista del circo a donde el hombre va a parar. Allí lo espera Sergio, literalmente “el dueño del circo” y también “Payaso Triste” (Antonio de la Torre ). Un rufián despótico y violento que más que cónyuge de Natalia parece su dueño. Vale la pena señalar que cada uno de los intérpretes está estupendo en sus composiciones, pues evitan caer en lo ridículo y asumen la locura con total convicción. Balada triste de trompeta muestra el terrorismo de Estado como un circo. En diversas oportunidades el arte (incluso el mejor) pensó al horror como un espectáculo, con roles rígidos y castigos perpetuos. Lo vemos en varias obras de Bertolt Brecht o en piezas más cercanas a nuestra experiencia como Cabaret (la película de 1972 de Bob Fosse y la versión teatral). Y decimos “más cercanas a nuestra experiencia” y no “contemporáneas” porque Brecht sigue siendo profundamente contemporáneo. Entre Javier y Natalia irá surgiendo un amor prohibido, que él no puede frenar pese a asistir a los múltiples maltratos a los que la somete Sergio y escuchar todas las recomendaciones de sus compañeros. Poco a poco el Payaso Triste irá mutando hacia una personaje lleno de odio y ansias de venganza. De allí en más, Balada triste de trompeta se transforma en un tour de force de las aberraciones más grandes, con secuencias de una visceralidad enorme, como aquella en la que Javier se mutila el rostro para abandonar el maquillaje y cargar con su pena y rencor de forma explícita. No menos atractivo es el personaje femenino, que oscila entre la ternura y una sexualidad desbordante, por momentos sadomasoquista, singularidad que –dentro de la lectura alegórica que habilita el film- señala la fascinación por lo oscuro. Alex de la Iglesia entrega su película más barroca, terrible y material. No es la primera vez que expone los antagonismos de una dupla protagónica, ya lo hizo en Muertos de Risa (1999), sólo que aquí impera el dramatismo puro, magnificado por un diseño de arte estupendo en donde predomina el azul, el negro, y un rojo que roza el bordó. Como en La comunidad (2000) emplea un espacio particular para mostrar las miserias más profundamente humanas. Cuando el personaje de Carmén Maura salía del edificio asfixiante, había algo de liberador. Por el contrario, aquí los personajes transitan el afuera como una exteriorización más macabra de los sentimientos y pulsiones que los movilizan. El título remite a la canción homónima de Raphael, quien en una memorable secuencia, vestido de payaso, la entonó en la película Sin un adiós (Vicente Escrivá, 1971). Esa secuencia aparece como cine dentro del cine, tal vez la señal explícita de lo que advertimos: una lectura alegórica respecto del triángulo amoroso y la sociedad española. Balada triste de trompeta es un bienvenido retorno de su realizador al mundo hispánico, hasta la fecha su película más arriesgada y profundamente política que abrirá más de un debate.
Intensa y atrevida, la nueva película de Álex de la Iglesia siembra nuevas pesadillas que cosecharemos mañana. Payasos malditos que dejan al Guasón de Heath Ledger cercano a Blancanieves y algunas cosas más, a continuación. La inconstancia, si tomamos en cuenta que para que exista tal concepto deben -necesariamente- convivir (en la carrera de un artista, por ejemplo) puntos bajos y puntos altos, bien podría ser considerada un mal menor. Es cierto, no obstante, que ni aun los más grandes genios que la humanidad haya atestiguado han logrado sortearla, y, por ende, han sido tanto halagados como vilipendiados, según el momento (la obra) o el remitente. Álex de la Iglesia, a mi juicio, tiene películas de todos los calibres. Buenas (El día de la bestia o La comunidad), interesantes (800 balas o Crimen Ferpecto) y no tan buenas (Muertos de Risa), entre otras. Resulta, sin embargo, siempre un placer ver sus cartas nuevamente sobre el tapete. Bajo el promisorio título de Balada Triste de Trompeta nos trae, en esta ocasión, dos horas más de despilfarro, que, como sabe cualquiera, serán recibidas con los brazos más largos. Antes que nada y brevemente hay que decir que la historia, ambientada en un principio en plena guerra civil española y luego en los últimos años del franquismo, recorre la vida de un circo, centrándose particularmente en dos payasos de caracteres antagónicos que se disputarán, sin concesiones, el amor de una acróbata. El ‘payaso triste’, que es el protagonista, refleja una idea que a de la Iglesia ya venía obsesionándolo desde Crimen Ferpecto (sino antes), en donde, sobre el final, ya hacía alusión a una moda llamada de igual forma. Es, a grandes rasgos, una película tan disparatada como sanguinaria. ‘Nada nuevo bajo el sol’, dirá un feligrés (de la Iglesia), y tendrá toda la razón. A favor de Balada… podemos decir ciertas cosas y en contra quizá algunas otras, así que empecemos por donde se debe. El comienzo de la película es verdaderamente impecable. Una excelente presentación desde el punto de vista estético que promete una versión mediterránea de Inglorious Basterds y augura, además, una excelente película que termina, a mi gusto, quedando en el vamos e incumpliendo ante tamaña expectativa. Balada… es, ante todo, una película que llega para recordarnos que en el cine todavía pueden pasar cosas. Aun a riesgo de parecer absurda u obvia, esta aseveración intenta -no sin pretenciosidad- diferenciar dos formas contemporáneas de hacer cine. Pareciera que lo prestigioso, a nivel argumental, suele estar últimamente emparentado con lo cobarde. Aquellas películas que, so color de profundidad, se olvidan de plantear una historia -un argumento consistente con sus idas y venidas, con sus giros y resoluciones- merecen muchas veces, sin embargo, el halago otorgado por una crítica que las abraza con sentencias del tipo ‘brillante retrato sobre la abyección que caracteriza al género humano’, cuando hasta el menos interesado de los espectadores se ve obligado, al abandonar la sala, a disimular el aburrimiento supino en el cual malgastó las últimas dos horas de su vida. De la Iglesia podrá tener sus detractores, cada cual con su lanza personal y su cuota de razón, pero ninguno de ellos podrá decir jamás (la excepción es el cinismo) que se trata de un director temeroso, que no toma ningún riesgo, o de un mero creador de ambigüedades. Salir con los tapones de punta a disputar todas las pelotas, ésa pareciera ser su filosofía y Balada…, que no tiene por qué venir a disfrazarse de excepción, no deja ni un casillero sin ocupar, gritando ‘bingo’ a cada escena y con una intensidad tan pareja que abruma. Y esto se convierte, a pesar del mérito que destacábamos antes, fatalmente en un defecto. Dicen quienes saben, a propósito de eso, que, así como las grandes sinfonías, las buenas películas deben tener sus tensiones y también sus valles (sus momentos de calma), sus clímax y sus consecuentes anticlímax. Balada… posee el defecto de sucederse en un constante clímax. Y es esta persistencia la que, además, termina haciendo parecer que ciertos giros del guión, ciertas decisiones argumentales, sean tal vez arbitrarias. Lo cual en sí mismo no significa nada, si no dijéramos que creemos que el problema de la arbitrariedad es que excluye al espectador, que, al no estar avisado (indefenso), de que tal cosa puede suceder, no logra terminar de implicarse en el asunto. No se han sembrado previamente (ardua tarea) los indicios necesarios como para comprometer al tipo que está en la butaca con el posterior desenlace. Entonces una resolución del tipo A acaba por ser lo mismo que una del tipo B o C. Balada Triste de Trompeta es, en síntesis y a pesar de sus defectos argumentales, una buena excusa para ir al cine. La intensidad que destacamos antes y una notable evolución desde el punto de vista técnico ameritan -si no piden a gritos- la pantalla grande. Después, ya dos horitas más cerca del cadalso, cada cual sacará sus propias conclusiones y evaluará si veinticinco pesos equivalen a una entrada de cine o a cinco cartones de leche.
Grandes ideas hundidas por la grandilocuencia Pasa algo extraño con Alex de la Iglesia. Es uno de esos directores que tiene el talento, la originalidad, la creatividad visual intacta como para crear un universo rico, un imaginario rocambolesco, una verdadera suspensión de la incredulidad (elemento central en la que quizás sea su mejor película, El día de la bestia) a cada paso. Sin embargo, ese mismo director y guionista talentoso (aún con sus profundos altibajos) es aquel mismo que se ve incapacitado de escribir una historia sin la HISTORIA detrás. Ahí, lamentablemente, De la Iglesia no se diferencia mucho de esos unitarios testimoniales que dirigía Alejandro Doria, en donde se nos decía, en clave metafórica (pensar en películas como Los miedos, de 1980) “cómo somos nosotros, qué nos pasa”. Bueno, justamente ese es el mayor problema de esa película demencial que es Balada triste de trompeta, que vuelve a la historia una metáfora tan elemental con respecto a la Historia (con H mayúscula). Hace algo parecido a lo que mostraba Muertos de risa pero en clave extrañamente más solemne y delirante al mismo tiempo. Es que ahí donde el sistema de fuerzas antitéticas, de duelos personales que solía tener a la historia de España como colofón aquí invierte los términos (aunque De la Iglesia no quiera que se note, por eso lo rocambolesco, demencial y espectacular del desarrollo argumental, que si no fuera una mera estrategia para borronear el peso de la HISTORIA realmente sería un hallazgo: sin ir más lejos ver la subtrama de la huída a los bosques por parte del protagonista) Para entender este sistema de solemnidad delirante basta un botón: la película comienza en 1937, en plena guerra civil española, donde el padre del protagonista es incluido de prepo en el bando republicano. Se extiende durante los 60’s y 70’, con los últimos años de vida de Franco. Termina en una paroxístico final en la punta de la cruz de la abadía del valle de los caídos, monumento en donde es enterrado Franco (y que a la sazón es testimonio franquista de los muertos por la guerra civil). A eso sumémosle un final en donde una mujer (léase España) entrelazada en una tela roja muere como producto del enfrentamiento de dos hombres (léanse bandos violentos de extrema izquierda y extrema derecha) que dicen querer “lo mejor para ella” pero que incapacitados de comprenderla sólo sostienen un enfrentamiento sin límites, de una violencia impredecible, de un sadismo pocas veces visto en el director. El resultado es una suerte de parábola gigantesca sobre la violencia y el autoritarismo, que incluye -cuando no- atentados de la ETA en medio de la gigantesca ensalada. Y ahí reaparece el problema: la película cuenta con notables ideas (el ya mencionado escape a los bosques, el ataque a Franco, la automutilación, la presentación de la película con el ingreso del bando republicano al circo, la masacre cometida por el payaso padre-gran cameo de Santiago Segura-, y otros varios), pero ahí donde el sistema pedía libertad, continuidad, locura, ramificación, impredictibilidad, la HISTORIA cierra las puertas, nos lleva al final trágico con los dos payasos, destruidos ante la muerte de su amada, en los albores de la transición hacia la democracia. De la Iglesia quiso hacer una película grande y sólo le salió grandota.
Pese a su carácter alegre y simpático, los payasos siempre dieron un poco de miedo. La ropa, el maquillaje, el pelo, la risa demasiado estridente, todo produce una sensación de inquietud, de terror. Como si detrás de esa caracterización tan chillona se encontrara alguna clase de bestia hambrienta. Tan serio es esto, que hasta existe un nombre para la fobia a los clowns: coulrofobia. La cultura popular supo darnos varios payasos malvados. Todos gritamos cuando el niño de Poltergeist es atacado por su muñeco de payasito. Una generación entera se aterró con Pennywise (Tim Curry), el ente demoníaco que acechaba a un grupo de niños en la miniserie It, basada en una novela de Stephen King. Y no nos olvidemos que el Guasón (en todas sus versiones), el más famoso archivillano de Batman, también luce como un pagliaccio. Para contribuir a este subgénero, Alex de la Iglesia nos presenta una de sus mejores obras: Balada Triste de Trompeta. La acción empieza en 1937, en plena Guerra Civil Española, cuando el Payaso Tonto (Santiago Segura, quien no trabajaba con De la Iglesia desde Muertos de Risa) y otros artistas de circo son reclutados por el Ejercito Popular Republicano. Y así, con indumentaria circense y un tremendo machete, combate contra los soldados de Franco. Claro que los hombres del General logran apresarlo con fines oscuros. En 1973, Javier (Carlos Areces), el hijo de aquel Payaso Triste, empieza a trabajar en un circo. Allí queda alucinado por Natalia (Carolina Bang), trapecista, bailarina y estrella del show. Lamentablemente para Javier, la chica es la pareja de Sergio (Antonio de la Torre), el arrogante y sádico payaso principal del espectáculo. De todos modos, Javier y Natalia comienzan a salir en secreto. Pero Sergio se entera. Sergio, quien minutos atrás dice “Si no fuera payaso sería un asesino”. Claro que, en esa misma escena, Javier dice “Yo también”. Como no podía ser de otra manera, lo que sigue es un frenesí de obsesión, violencia y muerte que parece no terminar jamás. Salvo en Los Crímenes de Oxford, cada vez que Alex de la Iglesia se metió con géneros como el terror, la ciencia-ficción y el suspenso, lo hizo en clave de humor negro. En Balada... hay algunos momentos que sacan una sonrisa, generalmente por parte de los estupendos actores secundarios. Pero ahora el tono es de horror puro y duro, que llega a niveles extremos y delirantes. La brutalidad dentro del ámbito en el que se mueven los protagonistas funciona como una metáfora de la que se vivió en España durante los tiempos del Franquismo. Como si el clima violento, de desesperación, de locura, impregnara a todos. La película remite a la mencionada Muertos de Risa. Otra vez tenemos dos personajes que compiten entre sí, con las peores consecuencias. También hay otra excelente reconstrucción histórica, de los ’30 y de los ‘70. Para lograr mayor realismo, el director mezcla imágenes de archivo y sucesos de la vida real con la historia de ficción. Además, hay constantes referencias a personajes de la cultura popular de aquel entonces. El más destacado tiene que ver con el nombre del film: el cantante Raphael. En una escena, Javier entra en un cine donde proyectan Sin Un Adiós, en la que El Niño, maquillado como payaso, en un circo, canta “Balada de la trompeta”, tema musical que en la Argentina fue popularizado por Estella Raval y los Cinco Latinos. Un tema que habla de sufrimiento y del pasado que se niega a desaparecer. De la Iglesia es muy cinéfilo, y cada vez que homenajea o parodia a otros films, lo hace lo más disimuladamente posible. Una vez más, hay recursos y secuencias hitchocokianos, y también reminiscencias a Fenómenos, esa genialidad de Tod Browning, en la que también había una historia de amor con final nefasto. Es cierto que ninguno de los protagonistas entra en la categoría de buena persona, pero a quien el espectador podrá entender más es a Javier. Carlos Areces genera compasión, lástima y miedo en el rol de Javier, un hombre atormentado por los traumas infantiles relacionados con su padre, y al que las circunstancias lo llevan a canalizar su miedo, su dolor y su rabia por la vía más sangrienta. Antonio de la Torre no se queda atrás como Sergio, uno de los seres más desagradables y enfermos del cine moderno. La sensual y sexual Carolina Bang (esposa de Alex y su reciente actriz fetiche) encarna a Natalia, una femme fatale masoquista que pretende jugar con los dos hombres que la desean, y que podrá terminar muy mal. Y el enorme Santiago Segura, en los pocos minutos que aparece, compone a un payaso nada gracioso, pero inolvidable. Balada Triste de Trompeta es la película más trágica, más política, más psicológicamente retorcida y más perturbadora de Alex de la Iglesia, además de una de las mejores de su ya muy rica filmografía. Y, no pudiendo con su genio, logra que volvamos a —o que nunca dejemos de— temerle a los payasos.
Nariz rojo sangre y circo para todos No voy a contarles quien es Alex de la Iglesia. La mayoría de ustedes debe saber que es uno de los más originales y audaces cineastas españoles, reconocido a nivel mundial casi tanto como Pedro Almodovar. Su filmografía está plagada de alusiones al mundo de la historieta, el humor grotesco y la oscuridad que devora las buenas intenciones de sus personajes. Hoy en día el hombre es un ícono freak al que hay que prestarle mucha atención. Si no vieron sus hits más intensos, anoten no perderse "El día de la bestia", "Muertos de risa" y "Perdita Durango", ineludibles influencias de esta "Balada triste de trompeta" que llega a nuestras salas. De la Iglesia es un revolucionario de la imagen. Espíritu inquieto que parece haber perdido el freno inhibitorio que la mayoría de los mortales tenemos, sus producciones plantean universos en llamas, sujetos atormentados o amenazas sobrenaturales. El tema es que, hasta ahora, sus cintas giraban sobre uno o dos conflictos primarios y su búsqueda estaba centrada sobre lo perverso de lo vincular en ciertas relaciones. En general, relaciones duales. Aquí, nuestro transgresor amigo elige traernos un triángulo amoroso muy filoso, enmarcado en un contexto histórico que se juega durante y post dictadura de Franco, que nutre y refuerza algunas ideas que él quiere dejar claras sobre lo fluctuante que ha sido el pueblo español bajo el gobierno de semejante tirano. No se si será una estrategia de prensa, pero él dice que esta es la película que más lo representa en su carrera. Textualmente, en su blog, dice: "Nunca en mi vida me las he pasado más putas. Nunca en mi vida he disfrutado tanto. Nunca me he sentido más cerca." Elijo sus palabras para graficar mi impresión sobre "Balada...". Alex de la Iglesia ha dejado la vida misma en esta cinta. Eso es lo que vemos. Un film desbordante al que el espectador debe albergar para poder explorarlo. Hay tanta energía puesta, tanta pasión y dolor, que en algún momento, deja de ser cine y parece otra cosa. Una explosión de emociones encontradas o simplemente un pastiche recargado que apabulla con su nervioso pulso. Un caos. Sinceramente, al promediar el metraje ya había pasado por todos los estados de ánimo (desde la ternura hasta el odio más visceral, matizado con asombro y enojo en partes iguales) y seguía sin encontrar la mirada para definir si ese desenfreno y locura que venía de la pantalla, tenía sentido. Luego de dos cafés post proyección, encontré la respuesta. Para contar una buena historia no se necesitan dinamitar escenarios, masacrar gente o lacerar cuerpos de la manera que lo hace Alex en toda su plenitud aquí . Hay que ponerle el corazón y encontrar ese puente con el público que permita vincularse con el relato y narrar con un tempo que nos abrigue a todos, en la misma sintonía. En ese sentido, hay tanto colorido temático en esta producción que por momentos parecía una noche en el carnaval de Río. Un exceso con todas las letras. Si te gusta De la Iglesia, ya sabés lo que vas a encontrar, por ende mi opinión va para el público que quiere acercarse a la película y no es simpatizante de este tipo de cine... La historia es la de un payaso triste, Javier (Carlos Areces) es un chico que no tuvo suerte en la vida. La tragedia tiñó varias escenas de sus primeros años y lo marcó sin piedad al punto que él se convenció de que nunca será feliz y que sólo podrá hacer reír en su rol de payaso si juega a ser el melancólico e inepto que recibe los golpes e insultos de su eventual pareja. Trabajando en un circo en esos duros días en que el régimen desplegaba sus fichas, se topará con Sergio (Antonio de la Torre), a quien el rol de payaso fuerte le queda de perlas. Mientras que Javier es dulce y atento, su compañero es todo lo contrario: violento, golpeador y racista. De lo peor. Encima, en ese circo, tiene una novia increíble, la bella y enigmática Natalia (Carolina Bang), quien parece, de cierta forma disfrutar el trato siniestro que él le da. Ahí se arman los parantes de la carpa, el triángulo se enciende fácilmente y los dos hombres pelearán por el corazón de una mujer a la que no alcanzan (en mi juicio) a entender ni de lejos. Su disputa entremezcla lo profesional y se amplifica a la luz de la disputa. En manos de otro director sería un producto casi convencional. Pero Alex de la Iglesia puebla la historia con imágenes de noticieros de la época, canciones que marcaron tendencia y menciones en los diálogos que tratan de graficar de alguna manera (tosca, para mí), el ideario Franquista que su pueblo aceptaba a regañadientes. Le da cierta carga social al relato que lo hace interesante, desde algún lugar, pero es combustible para disociar el escenario interno y sintetizar muchos conceptos desde una misma imagen. Pareciera esa ser su intención... Pero el tema es que lo visceral traspasa lo tolerable y el exceso de tensión va desgastando el interés en el destino de los protagonistas. Hay tantos elementos jugando con fuerza que al llegar al clímax, sentimos que ya lo vivimos varias veces de acuerdo a las señales que nuestro cuerpo da mucho antes en el recorrido. Reconozco el valor del artista, pero eso no hace que me sumerja en su locura y la alabe. Creo que el guión de este film busca impactar de cualquier forma y eso le resta puntos al conjunto final. Muchos artilugios no garantizan un espectáculo de primera. "Balada triste de trompeta", es un espejo fiel de su mentor. La vas a amar o te vas a ir con el estómago revuelto, si no estás acostumbrado a cómo filma este hombre. Yo debo decir que me pareció un trabajo correcto, en la línea que De la Iglesia desarrolla sus películas, pero adolesce de cierta redondez que sí tienen sus mejores films. Tengo esa impresión, diría que es estridente y poderosa, innecesariamente. Si hubiese bajado un par de cambios, como dicen en el barrio, sería una obra maestra... Claro, De la Iglesia viene con automático (o automática, según el calibre que use ese día!!)...
Alex de la Iglesia recurre a payasos y al exceso para reflexionar acerca de España y los españoles Si algo aprendió Alex de la Iglesia del maestro José Luis Berlanga es a hablar -en su mejor cine- de España y de los españoles a través de sus historias y personajes llevados a extremos asombrosos. La acción de Balada triste de trompeta se inicia en 1937 y culmina en 1973. Comienza en un convulsionado circo madrileño, con trapecistas y payasos, acorralados por republicanos exaltados y falangistas durísimos, inquisidores, dispuestos a todo con tal de tomar el poder, unos y otros despiadados. "Con esa ropa de payaso vas a acojonar a esos cabrones", dice el oficial republicano al payaso tonto (Santiago Segura) vestido con faldas de muñeca ridícula. Los títulos, que por su ritmo y gráfica contundente repasan buena parte de la historia peninsular, preceden a la metralla y los machetazos. Tras el triunfo franquista, aquel cómico es encerrado, pero por lo que le toca consigue dejar su legado de venganza en el recuerdo de Javier, su hijo. Todo este prólogo (una película en sí misma) anticipa la excelencia del conjunto. Así, 37 años después, aquel niño, ya adulto (Carlos Areces), sigue la tradición familiar pero algo cambia: no tiene gracia, y busca trabajo en un circo, estaba escrito, como payaso triste. Será el que reciba las bofetadas, las más dolorosas de Sergio Antonio de la Torre, el tonto, el que hace reír a los niños pero esconde una personalidad miserable y siniestra. "Si no fuera payaso sería un asesino", le confiesa. Pero lo que ocurre es que Javier es sensible, y eso enamora a la trapecista. En verdad, a la trapecista, que es un poco la síntesis de España, le gusta algo de uno y un poco o más del otro, ya sea por la ternura o por la violencia y la lujuria. Así, ambos enfrentados a muerte se convierten en monstruos que se desfiguran y llevan su duelo hasta la cruz del Valle de los Caídos, encima de los restos de un pasado que sangra todavía y donde todos pueden caer y morir, incluso la esbelta (y perversa) mujer. Es decir, España. El lenguaje del cineasta que debutó con Acción mutante se sostiene en el exceso y el vértigo. Todo en Balada triste de trompeta es excesivo (la violencia, la sangre, la humillación, la locura) y vertiginoso (las persecuciones, las huidas, los forcejeos). Cada personaje tiene su momento. El tonto cuando abusa de todos y el triste cuando deviene salvaje y finalmente esclavo doméstico de un militar franquista, y así convertido en animal se atreve a morder la mano del Generalísimo antes de alucinar con el patético lamento de Raphael en un cine de barrio. O la mujer, cuando hace fonomímica de "Corazón contento", el clásico de Palito Ortega, con la voz de Marisol. Todo sin respiro. Quentin Tarantino, Stanley Kubrick y Tim Burton se mezclan en la pantalla con el sello de Alex de la Iglesia y el resultado sacude, como pocas veces lo consigue el cine cuando habla de tantas cosas a la vez, con una estética en todo sentido desbordada. En la línea de los momentos culminantes de El día de la bestia y Crimen ferpecto, Balada triste... es, sin lugar a dudas, una de esas películas que no se olvidan fácilmente.
La venganza tiene nariz de pompón Finalmente se estrena en la Argentina la más reciente producción del prestigioso Alex de la Iglesia, una película que arrasó el año pasado en el Festival de Venecia al ganar los premios al mejor director y al mejor guión. Desde 1993, cuando estrenó Acción mutante, la carrera de Alex de la Iglesia fue sumando títulos para conformar un todo irregular, en el que si bien el español daba señales de su talento, cada nuevo paso dejaba la sensación de una oportunidad perdida. En ese sentido, 800 balas bien puede considerarse su mejor película, pero ocupado en ser ingenioso, divertido y homenajeador –en algo así como un catálogo de sus referencias cinéfilas–, no lograba articular un discurso propio. Lo cierto es que con su nuevo relato, De la Iglesia logra llegar a la síntesis, como si sus siete films anteriores hubieran sido apenas un gigantesco borrador de la no menos gigantesca, megalómana, desaforada y brillante Balada triste de trompeta. Una gran película. La historia comienza en 1937, cuando el payaso triste del circo (Santiago Segura) se ve arrastrado a la guerra civil que arrasa a su país y a las órdenes de los republicanos, machete en mano, se convierte en un despiadado exterminador de soldados nacionales. Finalmente encarcelado, su hijo Javier (Carlos Areces) lo ve morir y recibe una doble herencia, la violencia de la historia que le tocó vivir en la oscura España franquista y su oficio de payaso. Así, llega a un circo como aprendiz y se convierte él también en un payaso triste a partir de su nulo talento para hacer reír a los niños. La tragedia de su vida se completa al convertirse en uno de los vértices enfermos del triángulo amoroso conformado por la bella Natalia (Carolina Bang), la trapecista del circo, y el otro payaso de la troupe, Sergio (Antonio de la Torre), un violento, despótico y miserable personaje que aun así está bendecido por el talento de la risa. En ese cruce de personalidades antagónicas, que recibe y que inevitablemente se nutre de la violencia de la dictadura, Javier irá mutando su personalidad para convertirse en un justiciero del calvario de su padre y atravesando cada una de las atrocidades del régimen, también de la historia de España. Si todas las películas tienen una manera de ver el mundo y en definitiva todas y cada una contienen un mensaje político, en su realización desaforada y salvaje, en sus imperfecciones, en la valentía de hurgar en las zonas más oscuras de la historia reciente de España, Balada triste de trompeta es un manifiesto sobre una época, un shock de lucidez visceral sobre una sociedad que se niega a mirar su pasado y que arrastra la falta de justicia hasta el presente. Nada mal para una de payasos.
Pasan las guerras, quedan los artistas Luego del paso en falso con la fallida Los crímenes de Oxford, la recuperación del talentoso Álex de la Iglesia y el reencuentro con lo mejor de su cine quedan plasmados en este nuevo proyecto -premiado en el festival de Venecia tanto en el rubro de dirección como guión- intitulado Balada triste para trompeta en alusión a la canción interpretada por el cantante Raphael. Por otro lado, algo de aquel clásico de Tod Browning Freaks (1932) y del cine de García Berlanga se respira en la atmósfera que envuelve a este relato melancólico, grotesco, anárquico, ácido; que mezcla pacientemente géneros cinematográficos como el thriller, el gore y el melodrama romántico con total desparpajo y sin especular un segundo en las reacciones del público, a un ritmo tan vertiginoso como el impulso y el vigor que motoriza la acción de sus personajes, fronterizos entre la locura y la tragedia humana. Resultaría injusto de antemano para los propósitos artísticos buscados a conciencia por un Álex de la Iglesia mucho más maduro y poético que de costumbre encasillar al film dentro de un estilo o tono único, dado que su audacia a nivel visual y narrativo lo alejan permanentemente de los cánones habitualmente transitados por los géneros anteriormente mencionados. Ese caos interno y desborde constante, reflejo de lo anárquico que atraviesa una trama rica en personajes y situaciones, comienza a partir de la infancia del protagonista Javier, herida de muerte por el aluvión de los franquistas a la tranquilidad de una función de circo, quienes irrumpen para reclutar hombres que se sumen a la causa, entre quienes se encuentra su padre (Santiago Segura, impresionante), que trabaja de payaso en el circo y debe sumarse -a riesgo de perder la vida- a las filas del generalísimo como prisionero. Ese niño de infancia truncada, heredero del legado de venganza de su padre, se reinventa ya de adulto una vida como payaso triste (Carlos Areces) para desembocar en un circo ambulante en los años 70 y someterse a las sádicas pruebas a las que lo expone el otro payaso (Antonio de la Torre), estrella del espectáculo y pareja de una hermosa acróbata de telas (Carolina Bang) con quien mantiene una enfermiza relación amorosa. La atracción entre el payaso forastero y la joven y peligrosa muchacha deviene de inmediato en un violento triángulo amoroso que toma rumbos impredecibles y se vuelve tan atractivo como visceral, en un contexto en el que la denuncia social, los apuntes políticos y el revisionismo histórico -y singular del director- aportan un plus de inteligencia a la trama y funcionan perfecto como trasfondo. Sin embargo, el riesgo constante asumido desde lo formal y lo conceptual, con la mirada puesta en el espectador para sacarlo de la abulia habitual y perturbarlo a veces le juegan en contra y el film atraviesa digresiones y sobresaltos que no le ayudan en lo más mínimo. No obstante, rápidamente con un clímax sorprendente y un desenlace de un lirismo poco frecuente en películas de este cineasta -oriundo de Bilbao- que habilita la lectura alegórica, el triángulo se desarma en una lucha descarnada de dos lunáticos y abusadores que han ultrajado a una mujer golpeada, igual que a una República española fragmentada entre el autoritarismo de Franco, la frivolidad, la impostura, la irracionalidad de los artistas y por supuesto con la necesidad de que alguien le quite el lastre de la tragedia y la haga reír nuevamente.
Un circo que no alegraba el corazón De la Iglesia cuenta la tragedia cómica de un amor loco. Viniendo de Alex de la Iglesia, todo exceso es previsible.Balada triste de trompeta es ambiciosa como tal vez ninguna otra obra del director de El día de la bestia y La comunidad . Es una comedia dramática, o una tragedia cómica, en la que la historia de amor –loco, enrevesado, paranoico- de dos payasos por una misma mujer es, también, una reflexión sobre España, la Guerra Civil y el franquismo.Si decíamos que era una película pretenciosa, en cada escena hay indicios de lo desbocado y desenfrenado que es el realizador, que ya ha dado muestras de que no se anda con grises y al que hay que disfrutarlo u odiarlo por lo que cuenta y cómo. Javier ya de niño quería ser payaso, como su padre y su abuelo. Javier es el payaso triste, el que no puede reír porque ya el hecho de existir le causa dolor. Perdió a su padre de niño, y en el circo en el que tras muchos giros y desvíos encontrará trabajo será la contratara de Sergio, el payaso alegre. Pero detrás de esa pintura risueña emerge un ser despreciable, violento, al que todos temen, hasta su novia, Natalia, a quien maltrata y más. Ni el dueño del circo tiene el valor de echar a Sergio... Es que es la atracción de este circo itinerante que es también una metáfora de España.Para De la Iglesia, el filme -que debe su título a la letra del tema que cantaba Raphael, Balada de trompeta - opera como una síntesis de la historia española, y de cómo el pasado repercute en el presente en sus personajes. “No somos nosotros. Es este país que no tiene remedio”, como dirá un tercero. En esta kermese De la Iglesia parodia al generalísimo Franco, homenajea a Gaby, Fofó y Miliki, retoma emblemas populares para realizar alegorías y destila ese humor cáustico que lleva como su marca de fábrica.Esos toques –o marcas gruesas de humor negro- están allí y aparecen en cualquier momento, en cualquier situación y diálogo. Irrumpen en medio de circunstancias o coyunturas para desdibujar lo trazado, operando como el ying y el yang. Así, la película es despareja, y a una burla machista le sigue una brutalidad irracional, de la que hay cierto regodeo.Porque así es Balada...: los personajes se mueven por impulso. Y si Javier y Sergio son las dos caras de una misma “moneda”, mejor sería no contar con esas reservas...Carlos Areces y Antonio de la Torre se adhieren a los excesos de De la Iglesia, con composiciones ampulosas cuando no exageradas, hasta llegar a un desenlace en el que la simpatía del espectador se pone en juego. Carolina Bang es la chica en disputa, y ante tamaños adefesios grotescos como pretendientes, cabe preguntarse qué hubiera pasado si De la Iglesia, en vez de poner a esta actriz tan bonita hubiera elegido a una fea. ¿O es que la hermosura le sirve para enfrentar a la bella y las bestias? “Con tanto llanto de trompeta / mi corazón desesperado/ va llorando / recordando mi pasado” , canta Raphael. Cabal síntesis de un relato desmesurado, burlón y en el que la empatía hacia los personajes se pone en cuestión más de lo aconsejable. Nada nuevo, viniendo de De la Iglesia.
Atroz metáfora de la España más cruel La canción es conocida. Nació como «Ballata della tromba», de Franco Pisano, obra sentimental que popularizó Nini Rosso en 1961, y acá consagraron en español Estela Raval y Los 5 Latinos, como «Balada de la trompeta», 1962. Luego apareció la versión de Raphael, «Balada triste de trompeta», 1969, llevada al cine en 1970, en un bodrio llamado «Sin un adiós», de Vicente Escrivá. Ni siquiera está bien hecha la escena donde el artista interpreta ese tema (los insertos de un supuesto público todo almidonado arruinan la emoción), pero igual es la versión más impresionante, por la fuerza dramática y el desafío a la garganta que Raphael le pone. Ahora, la escena reaparece en un momento clave de esta película de Alex de la Iglesia que lleva el mismo título de la canción, y que también tiene una tremenda fuerza dramática y es todo un desafío, pero que es, francamente, otra cosa. «Raphael es bueno», dice el personaje protagónico, un payaso triste que alguna vez también fue bueno pero está totalmente trastornado. Y desde la pantalla el cantante trata de aconsejarlo, esfuerzo inútil. Cada uno vive en su mundo. La historia tiene un comienzo estremecedor ambientado en 1937, plena Guerra Civil, y un desarrollo todavía más fuerte ubicado en 1973, justo cuando volaron al almirante Carrero Blanco. Ese hecho también aparece en la película, y fue tal como ahí se cuenta, el auto saltó 20 metros hasta el techo de un edificio y cayó en una azotea. La realidad supera a la ficción, ya se sabe. ¿Cómo no aceptar, entonces, las pobrecitas exageraciones de la ficción? Atroz, impactante, esperpéntica, magnífica historia de amor de dos payasos enfrentados a muerte por una bailarina que intenta hacer equilibrio sobre la cuerda floja de su vida, y al mismo tiempo cruel metáfora de la España más cruel, «Balada triste de trompeta» no deja a nadie indiferente. Se la ve con asombro, y se sale del cine perseguido por sus imágenes con salvajadas de la guerra, burlas, humillaciones, escarnios, venganzas, autolesiones, una violación consentida, caídas al abismo humano, maldades de laboratorios y de captores que tratan al hijo del enemigo como a un perro, la circunstancial, extraña bondad no correspondida de un líder históricamente malo, el atentado como eclosión de fondo de una locura general, y hasta la pelea de los dos payasos por la trapecista sadomasoquista una noche en el Valle de los Caídos, todo un símbolo. Y en medio de todo eso, el «Corazón contento» de Palito Ortega. Si el espectador tiene ánimo y puede soportar toda la carga de un film que no da tregua en ningún momento, encontrará no sólo cosas terribles, sino también una obra española a la altura de aquellas tan tremendamente hispánicas, fascinantes y dolorosas de Goya y Valle Inclán. Es cierto, Alex de la Iglesia es, al cine, lo que esos grandes han sido a la pintura, las letras y el teatro.
Como si se tratase de una larga nota en trompeta, la última película de Álex de la Iglesia tiene un comienzo potente. Un circo intervenido en la búsqueda de milicianos, un payaso armado con un machete y cientos de soldados de un bando y el otro que caen abatidos por las heridas frescas de la Guerra Civil española. El sonido de aquella nota podría acabar extinguiéndose y provocar la sensación de que esta fue perfecta, pero el trompetista, ansioso por demostrar la resistencia de sus pulmones, trata de estirarla al punto del agotamiento. El músico acaba por ofrecer un resultado altamente irregular, con un gran arranque que recupera su fuerza de a ratos, pero que cada vez con más frecuencia demuestra la falta de aire. Así es esta Balada triste de trompeta. Pienso que se trata del primer filme del director español que se adentra en forma tan directa y franca en cuestiones políticas. Y es probablemente este objetivo de abarcar todo el espectro de posibilidades lo que acaba perjudicando lo que son grandes partes que fallan como un todo. Un niño que sólo ve en la venganza la posibilidad de ser feliz otra vez, un payaso asesino que queda involucrado en distintos acontecimientos de la historia política española y dos payasos de circo en un duelo a muerte por el amor de una misma mujer. Es difícil de explicar que estas tres líneas argumentales sean para un mismo personaje, pero esto sucede con Javier, condenado desde pequeño a una vida de infelicidad. El contenido histórico político y el romántico trágico no mantienen un equilibrio, es lo uno o lo otro, y esta unión a presión acaba restando potencia a una película que de a ratos ofrece secuencias de antología. De la Iglesia otorga un proyecto estéticamente impecable que da lugar a aquellas genialidades, Santiago Segura disfrazado de payaso mujer matando enemigos de otros con un machete es una de las tantas, que habitan su filmografía desde sus inicios. El primer guión en solitario del director es ambicioso, demasiado cabe destacar, pero a fin de cuentas original y arriesgado. Por momentos da placer, de a ratos produce hastío, tal y como una larga nota de trompeta que elige su destino sobre la marcha.
El grand guignol más excesivo y brutal Furioso y extenuante, el nuevo film del director de Crimen ferpecto alegoriza sobre España toda, atravesando su historia y poniendo en escena buena parte de su iconografía. Si en la caligráfica y convencional Los crímenes de Oxford el habitualmente bulímico Alex de la Iglesia jugaba por un rato el papel de realizador que cumple y cobra, con Balada triste de trompeta da la impresión de gritar a los cuatro vientos que está acá otra vez. Lo hace hasta quedarse afónico. Si el suyo fue siempre un cine-paella, que rebasaba la olla y se servía en porciones como para tres, su película más reciente es la de un cocinero que, tras recibir una mala noticia (¿la generalizada indiferencia para con su película o plato previo, tal vez?), les tira la paella a la cara a sus comensales/compatriotas. Furiosa y extenuante, Balada triste de trompeta se propone alegorizar sobre España toda, atravesando su historia, poniendo en escena buena parte de su iconografía y haciéndoles decir a uno de sus personajes: “Este país no tiene remedio”. Para cumplir con lo que se propone, el realizador de El día de la bestia ancla en sentimientos como la humillación, el sometimiento y la venganza, tal como había hecho en Muertos de risa, La comunidad (su otra “alegoría española”) y Crimen ferpecto. Tan binaria como la primera de ellas, Balada triste de trompeta (ganadora de sendos leones a la dirección y el guión en Venecia 2010, gran perdedora de los últimos Goya) empieza con republicanos y nacionales masacrándose durante la Guerra Civil y salta luego al año 1973, cuando el protagonista conoce a su Némesis. Javier (Carlos Areces) parece un chico triste y tímido ya en las primeras escenas, cuando presencia la leva forzada de su padre-payaso (Santiago Segura, volviendo a filmar con su amigo/enemigo después de El día de la bestia y Muertos de risa). De grande, Javier será el payaso triste, el que no hace reír a los niños, el clown al que los otros le pegan. Cuando en el circo conozca a Sergio (Antonio de la Torre), brutal como un torero borracho, Javier habrá encontrado la horma de su zapato. Rubia sexy y pareja sadomaso de Javier, Natalia (Carolina Bang) cumple el papel de zapatera prodigiosa, la punta de un triángulo que apunta al exterminio mutuo. Se supone que Javier y Sergio, enemigos jurados, representan a España. De allí el catálogo de referencias históricas: Guerra Civil, noticieros de época, un actor que hace de Franco, Raphael (el título de la película cita un tema suyo), Gaby, Fofó y Miliki, la voladura del auto de Carrero Blanco por la ETA. ¿Será entonces Natalia España misma? La alegoría no sólo es gruesa, sino sumamente resbalosa, tanto en términos de política de género como de política a secas. La mujer es presentada como un ser veleidoso, acomodaticio, potencialmente traidor, así como izquierdas y derechas quedan igualadas, en lo que bien podría ser un equivalente hispano de la teoría de los dos demonios. Grueso es todo, en verdad, en Balada triste de trompeta. Basta que la novia no le festeje un chiste para que Sergio la trompee, la patee y finalmente la penetre, de pie y por detrás, aplastando sus tetas contra una vidriera. Entre los sacudones, Javier llora, agachado, su humillación y su deseo. ¿Habrá que sorprenderse cuando, unas escenas más adelante, Sergio arrastre a Natalia de los pelos y le dé al otro reiteradamente con una maza de kermesse? ¿O del “segmento primitivo”, en el que Javier, desnudo y enchastrado de estiércol, se come un ciervo crudo y es perseguido por un jabalí, en medio de un bosque? ¿O de su conversión en payaso-monstruo asesino, mediante aplicaciones de soda cáustica, cortes autoinfligidos y planchazos sobre las mejillas, con una plancha encendida? Sí, ya sabemos que la cosa está jugada al grand guignol más excesivo. No por nada las transcripciones de El fantasma de la ópera, Santa sangre, Carrie y todo Brian De Palma, Tarantino y un largo etcétera. Pero el grand guignol suele ir de la mano con el sentido del humor, por negro que sea, y Balada triste... es, más allá de mínimos descansos cómicos (un enanito de circo que se catapulta contra los muros, Javier reclamando su osito de peluche), una película viciada de seriedad y autoimportancia. Nada queda, aquí, del cineasta lúdico de Acción mutante y El día de la bestia, del humorista de Muertos de risa y Crimen ferpecto: éste De la Iglesia tiene algo para decir y lo dice con la sutileza de Sergio y su maza.
La histriónica risa de la venganza Balada Triste de Trompeta, el nuevo film de Álex de la Iglesia, es una de aquellas obras que a priori tienen todos los condimentos para ser interesantes: un realizador inteligente, buenos actores, una estética impecable y un argumento ligado entre la violencia, los tríos amorosos, lo bizarro, el pastiche cinematográfico, la intertextualidad artística y un contexto social y político que enmarca a la historia, el cual es denunciado de una manera correcta. La cuestión es que la enumeración de tan determinantes aspectos, en el caso de que sean bien encadenados, deberían terminar en un film relativamente destacado, más teniendo en cuanta la prolífera carrera del director; pero en este caso la reciente obra del gran Álex deja algunos temas para reprochar, aunque con esto no se quiere decir que no sea una buena película, porque en términos generales lo es. Como en Muertos de Risa con los personajes de Santiago Segura y El Gran Wyoming, en Balada Triste de Trompeta también habrá dos personajes antagónicos siempre al borde de la tragedia; Sergio (Antonio de la Torre), el payaso alegre de un circo, un tipo violento y desmesurado, y Javier (Carlos Areces), su contraparte triste, y por ende un hombre tímido e introvertido que se enamorará de Natalia (Carolina Bang), la trapecista de la compañía y novia del primero, lo cual generará más que un conflicto. “Balada triste de trompeta, por un pasado que murió, y que llora, y que gime…” pronunciaba el cantautor Raphael vestido de payaso en la película Sin un adiós de Vicente Escrivá; y luego de un presente trastornado y de un pasado aun peor, será cuando Javier entre en un cine y vea al músico en la pantalla, el cual en una simbiosis digna del cine dentro del cine, más un espejismo de su padre muerto, le darán al payaso más fuerza para matar y llenar sus entrañas de venganza, tal cual como le había dicho su progenitor que tenía que hacer cuando era un adolescente. De la Iglesia propone una estética desgarradora con el film más oscuro de su carrera, el cual oscila lo barroco bien al estilo Tim Burton como en Batman o La Leyenda del Jinete Sin cabeza, en tanto que maneja ese típico y bizarro distintivo personal con semejanzas al kitsch y el atrevimiento de las primeras películas de Pedro Almodóvar como Matador y La Ley del Deseo; y más que nada se entabla en una mirada surrealista de los hechos, que sumada a la violencia y lo desenfrenado del film con la temática circense y pantomímica se produce un acercamiento notable con el universo de Alejandro Jodorowsky y films como Santa Sangre. Balada Triste de Trompeta transcurre desde los orígenes de la Guerra Civil Española en dónde Javier era un niño hasta el asesinato del funcionario militar Luis Carrero Blanco por el terrorismo, y es muy inteligente por parte del film como todo lo trágico e incoherente que transcurre en torno a la narración es el reflejo de lo que fueron largos años nefastos en el país europeo bajo el predominio fascista de la dictadura de Francisco Franco. El film es correcto en la mayoría de sus aspectos, pero queda la sensación de que el director podría haber explotado más su faceta bizarra, ya que por las características de los personajes y las acciones que transcurren estaba todo dado para que sucediera; parece que la obra es más trágica que grotesca, y aunque no este mal que se le haya dado ese tono, le falta ese acento más grotesco de films anteriores como El Día de la Bestia o el desquicio desenfrenado de Perdita Durango. Balada Triste de Trompeta es notable estéticamente y sus actores encarnan de gran manera a los personajes de la fábula, pero queda en el debe esa ilusión de que de la Iglesia podría haber jugado más con el pastiche que propone entre cine, violencia, sexo, surrealismo, política, entre otras cosas más, para poder hacer del film una historia un tanto más dinámica, ya que a pesar de tener escenas memorables, por momentos el hilo narrativo decae; aunque de todas maneras es para celebrar que el artista español haya vuelto a sus orígenes tras el correcto, pero intrascendente thriller Los Crímenes de Oxford que había filmado en Gran Bretaña.
Anexo de crítica: Balada Triste de Trompeta (2010) comienza con dos payasos riendo y finaliza con dos payasos llorando, lo que acontece entre los opuestos es una suerte de melodrama psicótico ambientado en la repugnante España franquista. El siempre extraordinario Álex de la Iglesia condimenta el relato con humor negro, mucha sátira social y una multitud de detalles sádicos que nos reenvían al terror más enajenado: aquí se desata de golpe toda la locura que el cineasta definitivamente venía acumulando desde Los Crímenes de Oxford (The Oxford Murders, 2008). La carcajada y el dolor vuelven a fusionarse en una aventura imposible en la que predominan la belleza de Carolina Bang y ese proverbial amor por el despropósito…
En la ciudad de Madrid en 1937, una disparatada función de circo queda en medio del salvajismo del combate de la Guerra Civil. Los hombres están matándose mutuamente y en medio del caos y el ruido de los disparos, el Payaso Tonto (una breve participación de Santiago Segura) es reclutado contra su voluntad para formar parte de la milicia. Antes de morir deja una semilla de venganza germinando dentro del frágil cuerpo de Javier, su hijo. Casi cuatro décadas después, durante el franquismo, Javier –que perdió toda capacidad de hacer reír a lo largo de su desafortunada vida- consigue trabajo como Payaso Triste, aquel que secunda y es humillado por el que hace divertir a los niños. Ambos payasos están fascinados con la trapecista, la mujer que será la perdición de ambos y que los llevará hasta el límite de la pasión y la violencia. Alex de la Iglesia repasa dos épocas sombrías de la historia española reciente, llenándola de alegorías, un toque de fantasía y un ligero surrealismo que por momentos recuerda a pasajes de “El laberinto del fauno” de Guillermo del Toro (incluso el maquillaje elegido remite en cierta medida a los desagradables personajes de Rob Zombie en “Devil’s rejects”). Políticamente incorrecto y mordaz en sus observaciones, la sangre corre tanto como las ironías y las metáforas. Los payasos se encuentran dentro de un triangulo amoroso, violento y no correspondido que muestra las locuras que se pueden llegar a cometer en nombre de ese sentimiento, pero sutilmente el realizador homenajea a todos aquellos payasos que sí animaron los días de los niños durante décadas. “Balada triste de trompeta” posee un cuidadoso trabajo de diseño de producción, musicalización y puesta en escena que se suman a la excelente fotografía, apagada y descolorida en un inicio, con tonos vivos y saturados más adelante. Todo aquí es tan excesivo y grandilocuente que podría considerarse presuntuoso, pero funciona de maravillas.
Triángulo de amor bizarro Alex de la Iglesia nos presenta la que sin dudas es su obra mayor. Desmesurado, intenso, cruel, creativo, insolente, pero sobre todas las cosas: talentoso. Así es este cineasta con mayúsculas que se atrevió a usar la historia más sangrienta para construir un relato no menos sanguinario. En 1937 un grupo de los "rojos" llega a un circo para reclutar hombres dispuestos a pelear contra los "fachas". Lo hacen interrumpiendo la función, justo cuando el payaso tonto (Santiago Segura) debe rematar la rutina con el payaso listo (Fofito). No es casual que este tremendo homenaje a los payasos y su lucha en tiempos de crisis inicie nada menos que con Fofito en escena. Sí, el hijo de Fofó, el hermano de Gaby y Miliki. Los payasos españoles que bien supieron de que iba el franquismo y huyeron de este hacia centroamérica, para años después encontrar el éxito también en Argentina. Como contraparte está Segura, actor fetiche de Alex y bien podría decirse un payaso, a su modo. Cuestión que el payaso tonto es detenido por los "fachas" y una vez en prisión, durante una visita de su pequeño hijo Javier, fija en él una idea: la venganza. Años después, en 1973, Javier (Carlos Areces) consigue trabajo como payaso triste en un circo donde la estrella es el payaso listo (Antonio de la Torre). Un sujeto que con maquillaje es gracioso y que ama a los niños, pero que como hombre es un violento capaz de sangrar a su novia ante todo el mundo. La chica (Carolina Bang) en cuestión será el motivo del conflicto central que active en el hasta ahora contenido Javier la idea que su padre le instaló años atrás. "Balada Triste de Trompeta" es emotiva, gore, violenta, sádica y por momentos graciosa. Ofrece escenas que quedarán para la antología. Sólo destacamos una, esa en la que Javier, ya desaforado, apunta con un arma a un niño y mientras lo hace le dice "no te tengo miedo". Descomunal alegoría nada sutil es este filme que de manera inteligente utiliza hechos reales para convertirlos en escenario de este relato bestial. "No somos nosotros, es este pais" dice otro de los personajes. Puede que así sea, puede que la locura desatada sea fruto de otra más grande, intangible, imposible de abarcar y mucho menos de comprender. Es que los payasos de De La Iglesia hacen quedar al Joker de Heath Ledger como un mimo de la calle florida. Las actuaciones son sobresalientes y el trabajo de dirección artística como el de fotografía, notable. Es una pena que la distribuidora local haya manejado este lanzamiento de manera tan desafortunada; si bien el cronograma de estrenos de este año dificultó su estreno en tiempo y forma, semejante atraso hizo que muchos vieran este filme de la peor manera. Sí, está disponible en la red, pero no te la bajes, no porque tengamos una cuestion moral al respecto, para nada, es que películas como esta deben ser vistas en el cine, tal como fue concebida por su creador. Por esta vale la pena el esfuerzo y el gasto.
Por quién doblan las campanas Siempre digo que hay tres tipos de películas (esto es como un memorándum propio, no tomarlo como valedero, ni como axioma, puede aceptarlo, estar de acuerdo, o en desacuerdo, pero no lo repita demasiado ni mencione la fuente), digo tres tipos, las muy buenas, las muy malas y el resto. De las que se agrupan en el tercer rubro pasan de largo, son olvidables rápidamente, e integran el gran lote, casi podría decir que rondan el 85% de los estrenos en nuestro país. De las otras dos variables, no te olvidas, por razones diferentes es muy difícil olvidarse de, cómo ejemplos, “Hermanitos del fin del Mundo” o “Cruzadas” esa falta de respeto que significo el estrenar semejantes mamarrachos, para colmo el mismo año. Del mismo modo que es muy difícil olvidarse de filmes como “El Secreto de sus Ojos” (2009), “Garaje Olimpo” (1999) o “Esperando la Carroza” (1985), pero por las razones opuestas, y para que no haya sortilegios de ninguna naturaleza nombré todas producciones argentinas. En algunos casos, muy pocos en relación de porcentaje de producción, pasan a tener mejor sabor, o se convierten en clásicos, tal el caso del filme dirigido por Alejandro Doria que cada año que pasa, mejora. Con el último trabajo del español Alex de la Iglesia tengo esa sensación. Ante la primera lectura el filme parece a simple vista una historia de degradación, de violencia, en medio de una historia de amor, pero a medida que se alejan en el tiempo las imágenes traen mejores recuerdos. La posibilidad de segundas y terceras lecturas en cuando la importancia de lo estético no disminuye, al mismo tiempo que crece el relato como una gran metáfora. Como si fuera un excelente vino añejado en el mejor roble durante años. Así se va recuperando la película en la memoria, con muy buen sabor. Pero, ¿Que me esta queriendo decir el director? No es casual que la narración se abra en el año 1937, en plena guerra civil española, cuando un grupo de soldados republicanos entra a un circo en plena función a fin de enlistar hombres para la causa, quieran o no, y entre ellos se encuentra el Payaso Tonto (Santiago Segura), quien promete a su hijo que volverá y al mismo tiempo le exige que no olvide de donde proviene, de una familia de payasos. La guerra termina con el Payaso Tonto preso del gobierno franquista, tres años de desgarramiento interno, una dicotomía, la división de las aguas que todavía hoy parece perdurar. Es aquí, en este enorme contexto, que elije el director para trabajar, darle forma a la historia como para ser entendida como una gran alegoría. Esta introducción al relato posterior es, en si misma, una pequeña maravilla de producción, de montaje, de guión, de actuación, de dirección, de diseño de arte en general y de la fotografía en particular. Por obra del destino y elipsis mediante nos encontramos en el año 1973. Javier (Carlos Areces) aquel niño es ya un adulto, cumplió con el deseo del padre y continuo la tradición, es un payaso, pero no es el tonto, simbólicamente o no, es el Payaso Triste, la contrafigura en la profesión. El que recibe los golpes, tanto en la ficción y en la función que asimiló desde que nació, como en la vida real, donde, valga la redundancia, aprendió a los golpes. Compite con Sergio (Antonio de la Torre) el Payaso Tonto, por el amor de Natalia (Carolina Bang), la trapecista del circo, ella que juega a seducir a ambos, que no sabe que, pero de los dos algo la atrae al mismo tiempo, que siente por la necesidad de preservarse de no poder elegir. Si quiere leer a este personaje como un imaginario de España, tiene mi consentimiento. Una historia triste, amarga, violenta, de la pérdida irreparable de la inocencia, de la venganza como mecanismo, como dice el personaje de Javier, “sino fuera payaso, sería un asesino”. Nada promisorio el futuro de España, como si el final ya estuviese anunciado, tal cual el titulo de la novela de Osvaldo Soriano “Triste, solitario y Final” o la novela de Ernest Hemingway “Por Quien Doblan las Campanas” (1943). Técnicamente hablando, posiblemente estemos en presencia de la mejor realización del director de “El día de la Bestia” (1994), con la cual tiene muchos puntos de contacto. No dije nada de la inversión numérica 1937 / 1973, se lo dejo a los matemáticos y/o cabalistas. (*) Producción de 1943, dirigida por Sam Wood, basada en la novela homónima de Ernest Hemingway.
¿Qué clase de payaso sos? El film de Alex de la Iglesia, con un recorte muy especial, retrata las barbaridades del franquismo sin concesiones y con payasos que no causan ninguna gracia. La película de Alex de la Iglesia empieza bien arriba y mantiene un intenso clima hasta el final utilizando todas las herramientas para provocar y sorprender al expectador. Madrid 1937. Un niño junto a otros aplaude la rutina de dos payasos, uno de ellos es su padre, el “payaso tonto” en una notable actuación de Santiago Segura (Torrente - El día de la Bestia...) Las risas de los niños se entrecortan y contrastan con el ruido de las bombas que viene del exterior. Tras el estallido de la guerra civil española las tropas rebeldes de Franco entran en Madrid y el ejército popular republicano reclutará a cualquiera que pueda sostener un arma para enfrentarlo incluso a los payasos. Las risas deberán esperar y el horror se abre paso. Desde la pantalla, los tambores y el flamenco marcarán el ritmo de una etapa nefasta para España y para el mundo en una sucesión de imágenes que a modo de cambalache discepoliano juntará la belleza con el horror, la piedad con la muerte y como en una galería de mounstruos desfilarán los de ficción (el hombre lobo, Frankenstein) junto a otros tristemente reales Hitler, Mussolini, Franco... El niño se quedará solo ante un mundo que no entiende. Sin haber conocido a su madre y con su padre preso crecerá en un mundo hostil y será un payaso como lo fue su padre y su abuelo. - ¿Qué quieres ser de mayor? ¿quieres ser payaso? - Pues claro, como tú, como el abuelo, como todos. - ¿payaso tonto? - Sí, el que hace reir a los niños - No, es mejor que seas payaso triste - ¿porqué? - Porque has sufrido demasiado. Hijo, tu nunca vas a tener gracia. Nunca has sido niño. Desde pequeño te has enfrentado con la muerte. Tendrás que ser un payaso triste, el que lleva la caja grande y el saxofón pequeño, el que acompaña al gracioso, el que le ríe los chistes... Los primeros quince minutos del film han servido de introducción en el contexto histórico que dará fundamentación a la historia y que marcará su desarrollo. Madrid 1973. El cine tiene la ventaja de poder viajar en el tiempo con una simple técnica de montaje. Y así, el niño (Javier) ha crecido con sus conflictos y mandatos paternos incorporados y con la guerra civil española, la segunda guerra mundial y otros horrores de adultos incorporados en su cuerpo y mente. Como “payaso triste” (excelente trabajo de Carlos Areces) ingresará a un circo que como metonimia de la sociedad reproducirá sus miserias y facetas mas terribles. Ahí conocerá a Sergio, el “payaso tonto” que hace reír a los niños, un violento y siniestro personaje en la piel de Antonio de la Torre y a Natalia, una espléndida trapecista a cargo de Carolina Bang. Alex de la Iglesia utiliza todos los elementos a su disposición para poner en pantalla imágenes contundentes. Desde el guión en adelante todo está destinado a conmover al espectador. La fotografía (Kiko de la Rica) y la música orquestada y dirigida por Roque Baños colabora en la construcción de los climas con gran eficacia. No faltarán canciones emblemáticas para la época como las escritas por Palito Ortega, Rafaela Carrá e interpretadas por Marisol y otros. Mención especial para Raphael interpretando “Balada de la trompeta”. Un acertado trabajo en la dirección de actores logra destacadas actuaciones en general y especialmente en sus protagonistas con algunas escenas memorables. Balada triste de trompeta es un film tremendo como la época en la que se halla encallado.
Mucha tristeza y pocas trompetas Santiago Segura disfrazado de payaso corriendo en el medio de una batalla y matando fascistas en la España franquista. Imagen cargada de significado político que ilustra al payaso, en su tristeza y en su felicidad, que ilustra también un país y su ambigüedad. Difícil no llorar con una imagen así, difícil no reir con una imagen así. Con esa imagen sería bueno quedarse, solo con esa imagen podría valorar una obra que en su totalidad se cae a pedazos. Con esa sola imagen nos promete mucho, nos impone un tono. Y esa promesa que no logra cumplir es lo que termina de desbarrancar una película que no sabe reírse de sí misma. El payaso triste la protagoniza (Carlos Areces). Un payaso triste es un payaso lisa y llanamente. El payaso es triste por definición, pero transmite alegría por payaso. En la última película de Álex de la Iglesia la ambigüedad payasesca pasa desapercibida, dándole lugar a una amargura que ni el sinsentido puede apaciguar. Trata de juntar humor con violencia, risas con sangre, tristeza con alegría, en lo que parece querer ser su marca registrada (no me animo a decir su marca de autor). Pero en este caso los ingredientes se distribuyen mal. Es que la película por momentos se toma demasiado en serio. Lo que debería ser una fiesta de sangre y venganza se convierte en un drama que pretende tener significado. A Carlos Areces como el payaso triste lo acompaña Antonio de la Torre (el gemelo malvado de Juan Antonio Pizzi) como el payaso tonto, y cierra el trio actoral y amoroso Carolina Bang. Un trio que tiene a su chica linda, tiene al chico malo, pero carece de chico bueno. Y las analogías se multiplican y parecen querer hablar de un país y su historia. Pero lo literal parece no tener historia, parece sostenerse sobre bases endebles, o directamente sobre la nada.
Con faldas y a lo loco. Hay un rumor subterráneo en las películas de Álex de la Iglesia, una musiquita ominosa que parece operar como señal de la evidencia del dolor insondable del mundo. Si en Balada triste de trompeta el Payaso Triste es capaz de ver, en un rapto de éxtasis melancólico, a la mujer de su vida encarnada en esa chica que revolotea en las alturas, intocable como un sueño, conocida en el circo como La chica de las telas, enseguida recibe una seca advertencia acerca de la imposibilidad de la unión: los personajes están condenados a un sordo peregrinaje a través de ese violento absurdo que martillea a cada paso la existencia y se vuelven criaturas solas, girando torpemente en el desatino de su propio deterioro. Como sucedía en Muertos de risa, el franquismo balbucea bruscamente un lenguaje que termina moldeando a los protagonistas y estableciendo el follaje auroleado de tragedia que los envuelve casi sin que alcancen a darse cuenta. Cuando el Payaso, perdido su nombre y su amor, pasa a convertirse en una bestia que solo acierta a errar por los recovecos de su desconcierto y de pronto, acaso súbitamente iluminado, muerde la mano del Generalísimo, de la Iglesia consigue un momento cuya violenta comicidad no desdeña la sutileza con la que en la película se funden el fondo y las figuras. Allí, el amour fou que atormenta a la bestia parece ser también el producto de un cincelado insaciable mediante el que la historia con mayúsculas se apodera de los individuos y que el cineasta encierra entre paréntesis, señalándolo con piadosa ironía. Viendo la película se impone por momentos la sensación de que el director español estaría dispuesto a matar a cambio de que sus guiones los escribiera Rafael Azcona. Como eso ya no es posible, se dedica él mismo al asunto, armado con la falta de pudor de los conversos y la convicción feroz de los desamparados: el hombre hace rato que intenta perfilar estas tramas de seres arrebatados, obsesionados, hundidos en el maelstrom de sus humores y de sus carencias, criaturas que solo se oyen a sí mismas o a los demonios personales que los habitan. El estilo fiero y brutal del que hace gala de la Iglesia, compensado ocasionalmente con desmañadas bocanadas de compasión, es el de alguien que se acerca a los géneros cinematográficos para dinamitarlos y rearmar los pedazos, esos fragmentos sueltos que pasan a constituir más o menos eficazmente la simulación de un universo perdido que ordene un poco todo ese ruido y encauce, aunque sea con desapego y distancia, los vaivenes caprichosos de lo que nos rodea.
La nueva "balada" bizarra de Alex de la Iglesia parece decir que el amor, a veces, puede detonar una locura aún mayor que la propia guerra. O mejor: una víctima de la guerra puede desatar una sangrienta carnicería tomando como excusa una historia desgraciada de amor. El filme arranca en 1937 con el payaso tonto reclutado a la fuerza por los milicianos en plena Guerra Civil y su hijo viéndolo todo desde atrás de sus anteojos. En los 70, el hijo, siguiendo el camino paterno, entra a un circo como el payaso triste y así arranca una historia compartida entre dos payasos apocalípticos, enfrentados por el ambiguo amor de una bailarina. Una mezcla de novela gótica, comic de humor negro y gore. Una arriesgada propuesta no apta para todo público y con 20 minutos finales donde el lado más salvaje hace explotar a todo por el aire.
Una venganza melancólica y poética Pocas imágenes tan siniestras como la de un payaso. O, en otras palabras, ¿qué se esconde tras el maquillaje blanco y la sonrisa roja y exagerada? Sergio (Antonio de la Torre), dueño del circo, dice ser payaso para no tener que asesinar. Por su parte, el Payaso Triste (Carlos Areces) esconde su dolor desde una lágrima negra, enorme. Su padre, el Payaso Tonto, hubo de morir en las fauces de la guerra civil. Su legado opera en él como rescate de la memoria paterna, pero también como forma melancólica de venganza, tan poética como maldita. Pero los niños ya no ríen. Al menos no con el Payaso Triste. El tampoco. El escenario es el de un circo en la España de 1973. Las huellas de la guerra civil están, todavía duelen, amén de una mujer rubia, hermosa, que sabrá cómo templar los ánimos tristes del payaso para despertar su deseo. Quizá sea allí, entre sus curvas y el aliento caliente, donde pueda encontrar otro lugar, distinto del gris y ocre que tiñen de inmundicia a tanta historia reciente. Pero Natalia (Carolina Bang) es también mujer de Sergio, de quien gusta recibir golpes. Sexo, violencia, risas, muertes. Un triángulo y un duelo, así como aquél que consumara las vidas del Gran Wyoming y Santiago Segura en Muertos de risa (1999). La televisión allí pero también aquí. Es decir, Balada triste de trompeta puede pensarse como reformulación en clave destripada del payaso televisivo alla Gaby, Fofó o Miliki, con algo de gratitud así como de recelo hacia su recuerdo. (Fofito integra, de hecho, el reparto circense). Ahora bien, lo increíble de Alex de la Iglesia es que se adentra en la situación límite, fronteriza, que marca este recuerdo de niñez. En este sentido, es un film que revisita una niñez adulta, que muy bien supo acerca de lo que se vivía, que muy bien pudo superar tanta resaca posterior gracias a sonrisas payasas, aullidos de Paul Naschy, y sustos de Chicho Ibáñez Serrador. La niñez como umbral hacia la vida adulta, como manera de ver y entender, nada ingenua, nada inocente. Un payaso psicópata, vestido de oro eclesiástico y balas de metralla, será su corolario. Alusión aquí, nada mejor, en clave cinéfila: "¿Quién puede matar a un niño?". Al fin y como se esperaba, el desmadre. A de la Iglesia ya no se le puede parar, y quizás sea esto lo que de veras ocurre tras la pantalla de sus films. Tanto es el desborde que la cruz se vuelve gigantesca -guiño delirante por hitchcockiano-, los tiroteos infernales, el hombre bala vuela, todos gritan, aúllan, se queman y desfiguran la cara, mientras desde el cine Raphael canta su balada triste con cara de payaso. Lo mejor es que el film nada proclama. Sólo expone dolor y un grito que no calla. El último plano, la última mirada, seguirá triste y plena de bronca. Es que hay algo que es mucho, y que a este payaso le han quitado para siempre. Bienvenida la rabia con la que se muerde, por ello, a la mano generalísima, misma zarpa que Salvador Dalí supiera reverenciar.
LOS AÑOS DE LA BESTIA El fascismo es bestial, una política eficiente, cruel, omnipresente, un régimen que se introyecta en la vida de quienes lo padecen y lo ejercitan, un circo de(l) terror, como sugiere aquí Alex de la Iglesia que, tras su académico filme anterior, Crímenes imperceptibles, revive intoxicado de furia, no exenta de humor, a través de un exorcismo paródico y un delirio hiperbólico sobre la totalidad y el totalitarismo del gobierno del dictador Franco. En un prólogo estupendo, el Ejército Popular Republicano irrumpe en un espectáculo infantil. Es 1937, y el payaso interpretado por Santiago Segura estará obligado a sumarse a las filas castrenses, ante la mirada de su único hijo, Javier, quien más tarde también será payaso, no tonto como su padre, sino triste. En la primera lucha cuerpo a cuerpo, más que un payaso parecerá un samurái. No pasará mucho tiempo hasta que las huestes de Franco terminen con su vida, pero esto no impedirá que el padre selle el destino de su hijo, su determinación fatal: la venganza es un buen camino para conjurar la tristeza. Desde entonces, y hasta 1973, Franco reinó y aquel niño se convirtió en adulto, en un payaso triste, lógica elección para un sujeto tímido y huérfano, que al entrar en un circo madrileño se enamorará de la mujer de su jefe, otro payaso, Sergio, cuya vocación es precisa: “Si no fuera payaso sería un asesino”. Triángulo amoroso luctuoso e irascible, metáfora en miniatura de una confrontación social, el enloquecimiento progresivo de ambos payasos es una consecuencia de la violencia social de una nación. El fascismo produce kitsch y locura; Alex de la Iglesia lo demostrará. Como en El día de la bestia y La comunidad, la violencia jamás es gratuita pero sí explícita; las películas de Alex de la Iglesia, bizarras y extremas, insisten en reírse del malestar español en distintas fases de su modernidad. Las virtudes dispersas del filme se pueden constatar en algunas secuencias extraordinarias: el devenir animal de Javier, que culmina con la persecución de un jabalí en un bosque; el pasaje onírico en el que Javier recordará a su padre; su primera visión de Natalia descendiendo del cielo; los créditos iniciales; la presentación de los personajes del circo. Los travellings, el timing del montaje, la inserción del material de archivo, la predilección por un expresionismo sucio y gore confirman que Alex de la Iglesia es un animal cinematográfico de pura cepa. El problema en esta ocasión está en que su película es una evidente alegoría de la historia de España, y el imperativo de subrayar y explicitarlo todo termina fagocitando y normalizando la fuerza caótica y rebelde que se percibe en un comienzo. Con faunos o payasos, la alegoría es un recurso de superficies y generalidades.
Hecho con rabia y ganas de llorar En “Balada triste de trompeta”, parece que Alex de la Iglesia se da el gusto de juntar varios asuntos que conforman el legado cultural de su país y que se manifiestan mediante la forma de obsesiones, a las que aborda con una mirada rabiosa, irreverente y despiadada. En esta película. parece hacer un gran ejercicio de catarsis, algo así como un vómito creativo. La historia y la estética, desmesuradas ambas, grotescas, esperpénticas, surrealistas, confluyen en un mensaje provocador, que abunda en situaciones y en imágenes chocantes, y hasta repulsivas, que buscan llegar al espectador no de manera complaciente sino más bien agresiva. La anécdota comienza en 1937, en plena Guerra Civil, cuando un grupo de militares irrumpe en una función de circo para reclutar combatientes y se llevan a los payasos, que justo en ese momento estaban divirtiendo con sus humoradas a unos niños, que se reían con alegría. Momento que queda completamente destruido y violentado para siempre con la intromisión, nada elegante por cierto, de la guerra. Uno de los payasos, el Payaso Tonto, alcanza a despedirse de su hijo, el pequeño Javier, y a partir de allí, la historia se va a centrar en este niño, que luego crecerá y se convertirá también en payaso, porque eso es lo que quiere, seguir la tradición de su padre y de su abuelo. Rápidamente, el guión pega un salto en el tiempo y la acción culmina en 1973, con Javier ya adulto, y realizando su deseo y su vocación, pero al mismo tiempo, sin poder eludir la carga trágica y violenta que los acontecimientos históricos dejaron marcada a fuego en su vida. Su padre, finalmente, murió en la cárcel y fue uno de los obreros que ayudó a levantar el Monumento a los Caídos. Javier lleva en el alma otro dolor, nunca conoció a su madre, y además, ha tenido que vivir gran parte de su infancia en soledad, debido al arresto de su padre, y en medio de un país desgarrado por una violencia interna interminable. La película de Alex de la Iglesia es una alegoría en la que intenta reunir esos grandes tópicos de la historia de España, que no porque sí, la llevó a una guerra fratricida de la que aún hoy perduran remezones. Por otra parte, el director también homenajea a los grandes directores del cine que influyeron en su estética y a otras figuras descollantes del mundo del arte y del espectáculo, que marcaron esa etapa de la vida española. Hay reminiscencias, entre otros, de Luis Buñuel, Hitchcock, Salvador Dalí, y más acá en el tiempo, homenajes a figuras populares como Raphael, Kojak y una mélange de íconos del pop, mezclando todo en un gran collage desbordante. La anécdota se desenvuelve en torno a una trágica historia de amor: Javier se enamora de la trapecista del circo donde consigue trabajo, pero resulta que es la novia del otro payaso, el dueño del circo, y se arma un triángulo de pasiones desatadas, capaz de arrasar con todo a su paso. Plagada de detalles desopilantes y personajes fronterizos, el filme transita cómodamente por un escenario freak, a veces onírico, en el que lo feo, lo grotesco, burdo, violento, fantástico y desagradable es siempre dominante, y sin embargo, no deja de percibirse un anhelo de belleza, la añoranza de una ilusión sublime, muy alla española, pero que queda frustrado por el peso de la tragedia inevitable. Como si lo único que hubiera para celebrar fuera la pasión, la muerte y la destrucción.
Una alegoría ingenua El desarrollo de algunos directores puede constituir todo un símbolo de los caminos que ofrece el séptimo arte en la última década: Alex de la Iglesia, aquel rebelde iconoclasta de El día de la Bestia y La comunidad, es un caso ejemplar. Considerado heredero directo del cine del maestro Luis García Berlanga, representante mayor de la comedia española negra, ácida y socarrona, De la Iglesia llegó a pegar el gran salto al cine mainstream con Los Crímenes de Oxford, una película que precisamente sirvió para mostrar cuánto deben resignar los autores para ingresar a la gran industria. Basada en un libro del argentino Guillermo Martínez, aquel filme ofreció un De la Iglesia raquítico, resignado a perder su identidad, absolutamente falto de pasión y enjundia. Todo lo contrario parece querer mostrar ahora su esperado regreso a las fuentes, Balada triste de trompeta, un filme desmedido por donde se lo mire, ambicioso e inclemente, que sin dudas lleva impreso su sello original, aunque resulte profundamente fallido. De la Iglesia nunca fue un director moderado ni sutil, y acaso de allí surgía su singularidad. Sus películas son lecturas descarnadas de su sociedad, que apuestan a la comedia y los excesos para diseccionar sin contemplaciones las miserias y mezquindades de la España (o los Estados Unidos de Perdita Durango) contemporánea, a menudo partiendo de hechos históricos como en Balada triste de trompeta. El problema aquí, sin embargo, es no sólo que su cine se ha revestido de una gravedad inusitada (que tal vez aparecía agazapada en otros de sus filmes), sino que su lectura del mundo parece cada vez más gruesa, frívola e inerme, hasta ser políticamente ingenua, por decir lo menos. Balada triste de trompeta es una gran alegoría de la peor historia política de la España reciente, que intenta revisar lúdicamente los últimos años de la Guerra Civil y la posterior dictadura de 36 años de Francisco Franco, a través de un triángulo amoroso trágico, desmedido y violento. Coherentemente, el tono general de la película es sombrío y demencial, y hasta se puede arriesgar que De la Iglesia vislumbra cómo los regímenes fascistas son correspondidos por una profunda pauperización de la cultura en todos sus órdenes, hasta transformar a las sociedades en frívolas, vacuas y grotescas. Pero el problema es que la propia película caerá en los mismos vicios, como si no pudiera separarse de su objeto (¿de estudio?), y terminara convirtiéndose en una fantasía oscura, gratuitamente obscena y brutal, en vez de aquella lúcida revisión de la historia que aspiró a ser. El mismo comienzo sugiere ese devenir. Corre el año 1937, y el ejército republicano interrumpirá una función de circo para reclutar soldados para enfrentar a los nacionales de Franco, entre ellos al payaso tonto (Santiago Segura), que deberá abandonar a su hijo Javier. Lo que sigue será una batalla campal de estética tarantinesca (Quentin Tarantino es referencia clara de la película), en la que nuestro protagonista quedará detenido. Años después, el tímido Javier (Carlos Areces) se convertirá en un payaso triste (aquel que es objeto de las burlas ajenas) con un mandato trágico: encontrar felicidad a través de la venganza. Aunque su destino lo llevará a un circo comandado por otro payaso, el brutal y abyecto Sergio (Antonio de la Torre), donde se enamorará de Natalia (Carolina Bang), que es la pareja de aquél, su flamante empleador. El triángulo está servido y lo que sigue será una disputa violenta y destructiva por Natalia, que implicará un progresivo desquiciamiento de Javier, quien se convertirá en el exacto reflejo de su contrincante. Esquemática y grave, Balada triste resulta tan ambiciosa en sus aspiraciones que ni siquiera se permite un buen desarrollo dramático de sus tramas: las situaciones se suceden con una rapidez tan apabullante que el relato irá adoptando un halo de fantasía (demencial) que terminará en un festival de excesos. Se podrá decir con razón que se trata de la materialización de una ideología igualmente oscura y desquiciada, pero la propia película se encargará de dar una lectura precisa a la tragedia que narra (se trata de una alegoría de la lucha entre la izquierda y la derecha por España, encarnada por ambos protagonistas y Natalia como aquella nación, a la que muestra un tanto tramposa e interesada), que resultará absolutamente ingenua, deshistorizada y despolitizada (como escribió Horacio Bernades, constituye otra teoría de los dos demonios). Algunos pasajes notables recuerdan la capacidad formal de De la Iglesia (el uso del primer plano para transmitir el desquicio, la secuencia de transformación del protagonista, ciertos tramos de batallas y escenas de masas), pero como en Los crímenes de Oxford aquí no hay mucho lugar para el humor, y ni siquiera la legítima apuesta por los excesos ayuda al filme a librarse de su absoluta gravedad.
¿Tragedia romántica?, ¿comedia macabra?, ¿retrato social?, termine de ver “Balada triste de Trompeta” y todavía no se de que género es la película. Simplemente por que algo definido hay que poner en la ficha de la película, es que escribí “comedia”, pero es que esta delirante película de Álex dela Iglesia, quiere ser todo y no es nada más que una película deforme. Se que muchos (¿?) van a odiarme por esta critica, y no me malinterpreten, me gustan varias películas de de la Iglesia. Para nombrar algunas que me gustaron “la comunidad”, “Crimen ferpecto”, “muertos de risa”, “el día de la bestia”. Hay muchos fanáticos de este director, y les aviso que van a amar la película. Una vez más pone a la gracia en igualdad con lo triste, como en “Muertos de Risa”, pero esta vez demasiado triste. La película nos lleva a la época de Franco en España, y nos muestra la crueldad de la guerra civil y luego el franquismo en todo su esplendor, todo con simbolismos muy marcados. El argumento de la película es sobre un payaso triste, que llega a payaso por herencia de su padre secuestrado por el ejército de Franco, el cual le enseña que la única solución eficiente es la venganza. Este payaso llega a un circo manejado por un payaso alegre, borracho, violento y golpeador. En lo narrativo la película falla constantemente, con soluciones forzadas, y hasta sin razón. Todo pasa a500 km por hora, y los personajes no llegan a mostrar sus intenciones, que ya están cometiendo los hechos. La película empieza bien, pero se vuelve todo el tiempo mas descabellada. Hay hasta acciones de los personajes que no se entienden. Las actuaciones son buenas, pero la que destaco es la de Carolina Bang, que es el interés amoroso del payaso triste y el alegre. Visualmente la película es muy buena, con escenas de acción bien realizadas (la mejor escena es la de un atentado en un auto), y con algunas referencias, por parte de del director, a películas como “El tercer hombre” y una muy clara sobre el final a “Intriga Internacional”. Para resumir, “Balada triste de trompeta” es una mezcla de estilos de Álex de la Iglesia, que tiene muchas fallas arguméntales, y termina por no tener un eje, ni un norte que defina a la película, y por un momento se convierte en un sinfín de extrema violencia. Vamos a hacerlo fácil. Fanáticos de Alex, vayan a verla, no enamorados de Alex abstenerse.