Los sueños del migrante. Hasta cierto punto Brooklyn (2015) funciona en términos concretos como un gajo más -tan conservador como humilde- de ese mismo árbol genealógico que nos deleitó con la extraordinaria Carol (2015): estamos ante una especie de nota al pie cinematográfica de aquella, ya que por un lado mantiene el apartado “reconstrucción personal” y por el otro reemplaza la dialéctica de los prejuicios sociales por la angustia de los que deben dejar su hogar para probar suerte en tierras lejanas. El contexto es idéntico en ambos casos (la New York de la década del 50) y la perspectiva también (el melodrama de cadencia serena), sin embargo aquí no encontramos la complejidad de Todd Haynes sino un régimen discursivo muy simple que trae a colación la eficacia que a veces puede ofrecer la desnudez retórica. La primera lectura que canaliza el film viene de la mano de su esplendorosa protagonista, Saoirse Ronan, una veinteañera de cara angelical que hasta este momento había sido encasillada en el binomio “señorita sufriente/ luchadora gélida”; con un corpus profesional compuesto por las interesantes Camino a la Libertad (The Way Back, 2010), Hanna (2011), Byzantium (2012) y Río Perdido (Lost River, 2014), la desastrosa Desde mi Cielo (The Lovely Bones, 2009) y la mediocre La Huésped (The Host, 2013). En Brooklyn por fin puede despegarse del cliché vía el personaje de Eilis, una joven irlandesa que atraviesa el Océano Atlántico para intentar anidar en el barrio del título, donde trabajará en una tienda por departamentos y se enamorará de Tony (Emory Cohen), un fontanero italoamericano. Aquí la actriz despliega todo su talento no sólo en lo referido a las aflicciones reprimidas de la adolescencia, abriéndose camino -gracias a un registro naturalista y sutil- hacia la mejor performance de su carrera, ya en el campo de los dilemas de la adultez. Al igual que en Carol, las veleidades y los detalles de la época juegan un papel importante en un entorno dominado por la conmoción afectiva, pero siempre como “telón de fondo” de los vaivenes del corazón y jamás pasando al primer plano, como ocurre en casi cualquier otro exponente del mainstream contemporáneo. El trazo grueso en la demarcación de los personajes no está presente porque tanto el minimalismo de la puesta en escena y la dinámica de la intimidad constituyen los núcleos centrales del convite, por sobre todo atajo y/ o reducción dramática. El opus del siempre prolijo John Crowley, a partir de un guión de Nick Hornby, inclusive se toma la molestia de amortiguar la típica introducción del tercero en discordia, ya avanzado el metraje, mediante una correcta sistematización del antagonismo del caso y la estrategia de enfatizar que ningún “estado de cosas” es perenne (el viaje de Eilis de vuelta a Irlanda, luego de la muerte de su hermana, ejemplifica lo anterior porque la susodicha halla cambios por doquier, descubriendo que los sueños del migrante pueden materializarse en casa). Como en toda buena exaltación de los sentimientos, Brooklyn restaura una vez más el valor que poseen las decisiones individuales en el destino de cada pareja: hoy las pequeñas mentiras y las lágrimas del género no pesan más que las paradojas del propio ser humano…
La inmigración discreta. El sistema literario actual suele consagrar -salvo algunas excepciones- tan solo dos tipos de formas narrativas. Por un lado podemos encontrar obras que aportan una novedad en la construcción de la estructura del relato. Este tipo de novelas son recuperadas usualmente por el sistema académico. Por otro lado, tenemos las novelas cuya narración remite a imágenes, o más bien a escenas. Esta es una escritura más deudora de las técnicas cinematográficas de montaje que de la literatura. Nick Hornby es uno de los representantes más interesantes de este último estilo de escritura. Su primera novela, Alta Fidelidad (High Fidelity, Anagrama, 1995), fue un gran éxito y fue llevada al cine con una buena respuesta de público por Stephen Frears (High Fidelity, 2000). Con Enseñanza de Vida (An Education, 2009), Hornby decidió finalmente incursionar en el cine con la adaptación de las memorias de Lynn Barber en un film sobre el crecimiento personal a través de la idiosincrasia intelectual inglesa. Por este trabajo recibió merecidamente una nominación al premio Oscar. Con Alma Salvaje (Wild, 2014), otra película sobre una joven que emprende un viaje de autoconocimiento, cosechó algunos premios menores, al igual que la película, pero no pudo escapar a la redundancia de una historia que ya había sido explorada recientemente, con mejores resultados y una historia más interesante, en Hacia Rutas Salvajes (Into the Wild, 2007) por Sean Penn, con el aditivo de una banda sonora a cargo de Eddie Vedder. En su tercer guión, el escritor reincide en el retrato de una joven que sale a buscar su lugar en el mundo, esta vez para narrar la historia de una inmigrante irlandesa que llega a Nueva York en la década del cincuenta del siglo XX para encontrar las oportunidades que no tiene en su pueblo natal. Eilis emprende su viaje a Estados Unidos gracias a la ayuda de su hermana y descubre un país con grandes ocasiones de mejorar la condición social a través de una red de benefactores que la ayudan a conseguir trabajo, un techo y finalmente, una pareja. Cuando su vida parece un cuento de hadas se entera de que su hermana ha muerto y debe volver a su pueblo en Irlanda para consolar a su madre que se ha quedado sola. Allí conoce a otro joven que se enamora de ella y además consigue el trabajo que antes le era esquivo. Ante esta situación, la joven debe decidir si permanecer en el viejo mundo con todas sus añoranzas y su carga o volver a Estados Unidos a su nueva vida. Brooklyn (2015), la adaptación de la novela homónima del escritor irlandés Colm Tóibín, busca contraponer los dos mundos de Eilis para llevarla hacia la toma de una decisión, que en realidad es más una consecuencia de la cultura de la vida moderna por la que la protagonista transita ciegamente. A diferencia de Enseñanza de Vida y Alma Salvaje, Brooklyn narra la vida de una joven ordinaria que vive una existencia absolutamente normal, al igual que millones de personas en las grandes ciudades norteamericanas. En ese caso, el carácter propio de la obra le impide despegar a una historia en la que la sencillez y la discreción son el corolario de un retrato de época correcto, interesante, pero sin demasiado interés ni vuelo. Hornby y el director John Crowley cumplen, al igual que todo el elenco, destacándose la labor de fotografía de Yves Bélanger, pero sin lograr nunca la consolidación de una trama que pueda romper la inocuidad de esta bella historia de amor indoloro.
La geografía de la identidad. Brooklyn cuenta una historia que ya conocemos muy bien. Pinta un panaroma sobre el cual, especialmente los porteños, seguramente hayamos escuchado testimonios de primera mano en boca de alguna rama no tan lejana de nuestro árbol genealógico: la del inmigrante europeo en América. La película se centra en la historia de Eilis, una joven irlandesa que decide navegar hacia Nueva York en busca del mundo de posibilidades que promete la gran ciudad y que ella no encuentra en su pueblo de origen. La historia de Eilis es, en algunos sentidos, un tanto predecible. Como toda joven adulta siendo obligada a crecer en el tiempo que toma llegar en barco a Nueva York, Eilis pisa los Estados Unidos por primera vez con pies temblorosos. Sus aventuras a partir de este punto cuentan con todas las vicisitudes que implica ese emprendimiento hacia el nuevo continente. Pasará noches enteras extrañando a su familia. Mientras el motor de la ciudad ruge con la constancia de la metrópolis, Eilis se paraliza en su nostalgia. Finalmente, con el tiempo, logrará encontrarle la vuelta a su nuevo hábitat y, demostrando poderes de adaptación de los que no se creía capaz, se convertirá en una con la ciudad, en incluso conocerá al adorable y apuesto italoamericano Tony. Pues bien, como ya habíamos anticipado, todos estos elementos son un tanto predecibles. Toda historia de inmigrante tiene un componente de nostalgia, otro tanto de aventura y algún que otro romance como cereza del postre. En este sentido, Brooklyn no es ninguna obra maestra. No le revelará al espectador ninguna idea novedosa ni experimentará con el modo de contar su historia, pero nada de eso importa. Brooklyn funciona precisamente porque sus creadores comprendieron la belleza que puede esconder una historia simple y honesta como esta. Es una historia contada por milésima vez, sí, pero esto presenta una ventaja inesperada: debe haber algo en la historia de aquel que deja su hogar a miles de kilómetros de distancia para respirar otros aires -que no sabe si lo mantendrán vivo- que nos conmueve a todos como para tolerar tantas narrativas sobre el tema. Es una historia que genera empatía muy rápidamente, y con la que todos podemos conectar en un nivel inmediato y casi primitivo porque tiene mucho más que ver con lo emocional que con lo intelectual. La razón por la que Brooklyn logra escaparle al rótulo de “otra película más sobre inmigrantes” es porque se hace cargo del mismo, y logra así ir más allá de los estereotipos que tanto abundan en este tipo de historias. Resultará muy placentero ver a Eilis crecer, seguirla mientras se mimetiza con la gran ciudad y se convierte muy grande para el pequeño pueblo que la vio nacer: es en este proceso de maduración en el que se destaca la actuación de Saoirse Ronan. Así, cada personaje no es un estereotipo del lugar del que viene, sino más bien un reflejo de carne y hueso de cómo los lugares nos componen a nosotros, tanto como nosotros los componemos a ellos. La familia de Tony es una viva imagen de Italia, mientras que todos aquellos personajes que nacieron o han pasado mucho tiempo en Nueva York adquieren un aire cosmopolita que no se compra en ninguna gran tienda, sino que se contagia de las calles de la ciudad. El personaje de Eilis está tan bien construido que tras ver la película uno no se atrevería a referirse a ella como “la inmigrante irlandesa”. Eilis es Eilis, nadie más que ella, y por obvia que resulte esta afirmación, es este el elemento genuino y honesto que hace que la película funcione.
Brookyln es un drama romántico que muestra la nostalgia del inmigrante lejos de su tierra y las dificultades del sostener la decisión de un cambio de vida lejos de lo que se esperaba de nosotros. El hogar es el hogar John Crowley dirige la adaptación del libro de Colm Tóibín situado a principios de la década del cincuenta en la que una joven inmigrante irlandesa (Saoirse Ronan), atraída por la promesa de un futuro mejor en los Estados Unidos abandona la comodidad de su casa materna para mudarse a Nueva York, donde la espera un trabajo de vendedora y la posibilidad de estudiar para convertirse en contadora. Rodeada de irlandeses pero alejada de su familia, la nostalgia es una carga demasiado pesada y flaquea su voluntad de quedarse hasta que conoce a un joven italiano que la ayuda a realmente construirse una vida propia en su nuevo hogar. Sin embargo cuando una tragedia la obliga a regresar temporalmente a Irlanda, todo parece diferente que antes de irse. El pueblo que no tenía nada para ofrecerle, le brinda ahora la oportunidad de tener un futuro y tanto su madre como el resto de su entorno conspira para lograr que se quede y la pone en la difícil situación de tener que elegir entre dos vidas que desea intensamente. Aunque algunas situaciones no están del todo pulidas, la nostalgia es creíble y se transmite al público aunque sea algo tan difícil de imaginar para alguien que no le ha tocado vivirla en primera persona. No es una historia que busque sorprender sino emocionar, lo que hace que su simpleza y previsibilidad sea un poco perdonable porque aunque algunas cosas no cierran del todo está decentemente relatada y logra transmitir algunas de las fuertes emociones que padece la protagonista. Saoirse Ronan se luce con varias escenas muy dramáticas donde en soledad debe expresar sólo con gestos lo que no puede decir con palabras, dejando que sean sus compañeros los que aporten la dosis de humor que haga soportable tantas lágrimas. En ese aspecto destacan sus compañeras de pensión y la madura dueña de casa, capaz de replicar con mucha ironía las burlas de sus inquilinas menos cordiales sin que se le mueva un músculo de la cara. Tampoco se mueven mucho los gestos de su enamorado, aunque en ese caso no es algo para elogiar. El papel de Emory Cohen es muy bidimensional y empalaga ver como la persigue cual perro faldero sin decir ni hacer demasiado, lo que no ayuda a compenetrarse con el sufrimiento de Ellis cuando se siente tironeada entre Irlanda y Brookyln. Con una historia tan limitada, es necesario recurrir a lo visual para lograr potenciar la idea que pretende transmitir cada escena y en ese aspecto Brookyln resulta un poco mas interesante y llevadera. Retrata bellamente algunos paisajes urbanos de Nueva York así como los semi rurales de Irlanda, con una construcción de época muy verosímil y cuidada. Desde el mismo trailer se notan pequeñas sutilezas como vestir a la protagonista con un tapado verde en medio de una multitud ocre, repitiendo el código con la hermana que la despide desde el muelle para destacar sus individualidades. Detalles como estos hacen que pierda un poco en realismo, pero gana en poética y es un intercambio más que favorable. Conclusion Brooklyn es una película de género y difícilmente alguien la vea confundiéndola con otra cosa. Quien disfrute de una historia sentimental y romántica en un sentido un poco anticuado del término, volverá a verla cuando la pasen un domingo a la tarde por la TV y no prestará atención a algunos diálogos forzados y situaciones apresuradas. Sin embargo, sería un error simplificarla como sólo una historia romántica porque toca otros temas incluso mas fuertes, como el romper con el mandato familiar o los miedos de enfrentar proyectos deseados pero abrumadores.
Saoirse Ronan, nominada al oscar como mejor actriz por este protagónico, interpreta a una inmigrante irlandesa que llega a la ciudad norteamericana del título. Eilis -Saoirse Ronan- es una chica muy joven de clase trabajadora. Vive en un pueblito irlandés a mediados del siglo pasado. Trabaja en una suerte de ramos generales y su jefa es una señora mandona y abusiva que no tiene el más mínimo decoro en pisotear el orgullo de sus empleadas y el de los clientes que no superen el piso de sus prejuicios de clase. Su vida es más o menos parecida a la que llevan todas las chicas de su edad, con las expectativas puestas en conocer a algún muchachito y formar una familia. Eso es todo lo que hay en el futuro para Eilis y las mujercitas de su pueblo. Aunque su futuro no le preocupa tanto a ella como a su madre y a su hermana, Rose, que trabaja como contadora en una empresa y cree que su hermana menor merece conocer otras realidades, superar los límites geográficos y posicionarse económicamente. Con ese plan le compra un pasaje en barco a Estados Unidos, arregla la estadía en una pensión de señoritas y un trabajo en una empresa de cosméticos. Así es como Eilis cruza el Atlántico y llega a Brooklyn: una inmigrante irlandesa entre tantísimos en ese país durante 1950 en busca de oportunidades. Allí, en esa ciudad tan opuesta a las costumbres de su pueblo natal va a fabricar su futuro, aunque primero deberá poner a prueba sus propias decisiones. Brooklyn -2015- es un relato clásico, bien construído, aunque predecible, sobre la novela del irlandés Colmbrooklyn 1 Toibin, con dirección de John Crowley y guión de Nick Hornby, que se cierra sobre este personaje femenino, pero lo que subyace es una mirada sobre aquellos inmigrantes, la ciudad norteamericana que los cobijó a miles de kilómetros de la tierra y sobre la capacidad de forjarse una vida nueva lejos de su patria. Brooklyn -2015-, aunque competirá como mejor película en la próxima entrega de los premios Oscar (deberá ganarle a El Renacido, de Iñárritu; Mad Max: furia en el camino, de George Miller; Misión Rescate, de Ridley Scott; La gran apuesta, de Adam McKay; Puente de espías, de Steven Spielberg; En primera plana, de Tom McCarthy y La habitación, de Lenny Abrahamson) y mejor guión adaptado, es un pasatiempo de verano, mientras esperamos por las grandes películas. Ojalá no tarden mucho.
Relato de iniciación, idealización del sueño americano, drama romántico...Todo eso está condensado en Brooklyn, película de John Crowley (basada en la novela homónima del escritor irlandés Colm Toibin) que competirá por varias nominaciones en los inminentes Oscars. Entre ellas, la de Mejor Actriz para Saoirse Ronan, que había brillado en Expiación (2007) como reparto y aquí vuelve a destacarse, esta vez para competir por el rubro protagónico. Ronan encarna a Eilis Lacey, una joven que vive en un pueblo irlandés en los años 50 y, sin chances de progresar en su lugar de origen, parte a Brooklyn, Nueva York, para trabajar en una boutique y estudiar contabilidad gracias a los contactos de un sacerdote amigo que vive allí (el distrito neoyorquino es un bastión de la colectividad irlandesa). Como indican los cánones, los días de Eilis en la Gran Manzana no serán fáciles al comienzo (deberá adaptarse a las modas, a su nuevo empleo, a sus compañeras de pensión), pero con el correr del metraje poco quedará de esta chica modosita y aflorará una mujer cada vez más segura de si misma. Cuando encuentra al amor (el bonachón Tony, personificado por Emory Cohen) es prácticamente una ciudadana norteamericana, hasta que un suceso trágico la devolverá provisoriamente a su país y la hará replantearse sobre cuál es su lugar en el mundo. La previsibilidad de Brooklyn no la convierte en una mala película, al contrario: entre sus méritos, la factura técnica es impecable y las actuaciones, no sólo la de Ronan, son muy sólidas. Pero todo aquí es tan clásico, tan prolijamente empaquetado, que hace suponer que un poco de riesgo no le hubiese venido mal al film.
Sueños en un barco Arraigada en el melodrama más clásico, la adaptación de la aclamada novela de Colm Tolbin “Brooklyn” (UK, 2015), ofrece un almibarado relato de superación y lucha por el futuro que permite, más allá de cualquier convencionalismo desde la dirección, empatizar con la protagonista, Eilis (Saorsie Ronan), quien a fuerza de empeño pudo trascender sus orígenes. Con el barco como nexo conector entre el pasado y el futuro, Eilis deja atrás su Irlanda natal, en la que vivía junto a su madre y hermana, para poder progresar en la América rebosante de oportunidades y logros. Pero no le será fácil, más allá de los obstáculos tradicionales, sus propios temores y una adaptación complicada, harán titubear todo el tiempo a la joven sobre si fue lo correcto o no el haber llegado a Estados Unidos. Allí conocerá el amor, de la mano de Tony (Emory Cohen), un italoamericano, que con su frescura y espontaneidad conquistará rápidamente a Eilis. Pero cuando una llamada inesperada de Irlanda, le brinda una trágica noticia, Eilis, luego de un tiempo, deberá regresar a su país y se enfrentará con una nueva disyuntiva, al conocer a un joven llamado Jim (Domhnall Gleeson) sus sentimientos entrarán en contradicción al, imposibilitada de revelar el estado civil con el que regresó de tierras lejanas, y verse confundida, una ex jefa intentar chantajearla para revelar la información secreta. “Brooklyn” es una historia dirigida por John Crowley que recupera la atmósfera de las historias épicas de aquellos inmigrantes que vinieron al continente, provenientes de diferentes latitudes, para poder cumplir con sus sueños. Aquí, la joven Eilis es representada como una mujer que puede sortear, desde el inicio del metraje, con estoicismo, cada una de las trabas que la pluma de Tolbin imaginó para narrar la historia de amor de una mujer escindida no sólo por su patria, sino, principalmente, por el amor. El papel de la tradición y la religión como fundamento de las esperanzas depositadas en el futuro, la idea de progreso ulterior y de sacrificio, pero, principalmente, la idea de postergación a futuro, funcionan como ejes temáticos de un filme que cuenta con la soberbia y sólida interpretación de Saoirse Ronan como la Eilis frágil, y, a la vez fuerte, eje del relato. El retrato simple de la cotidianeidad de los inmigrantes, sus rutinas, trabajos, relaciones, y la reconstrucción de una época llena de oportunidades, son sólo algunos de los puntos más interesantes de esta película. PUNTAJE: 8/10
El blef del año John Crowley, que en su currículum cuenta con la dirección de un par de capítulos de True Detective, es el hacedor de este fallido drama romántico, nocivo ideológicamente, donde una joven muchacha irlandesa corre en busca del llamado “sueño americano”. Eilis Lacey (la nominada al Oscar Saoirse Ronan) vive en la Irlanda de los años 50. Sin trabajo, amores, y con el único lazo familiar de su madre y hermana, decide emigrar hacia Brooklin en los Estados Unidos de América. Una vez instalada la espera un trabajo, nuevas amigas, un joven italiano que la corteja y todo lo que siempre imaginó tener. Al comienzo la melancolía por su país la abruma, pero con el correr del tiempo pasará y la vida será tan bella que ya nunca más querrá volver. Pero un día Eilis recibe la noticia de la repentina muerte de su hermana y deberá partir nuevamente hacia Irlanda. En su país de nacimiento la esperan con bombos y platillos. Eilis ha adquirido un estilo neoyorquino único y ya no es la pobre fracasada que un día vieron partir sino la exitosa que cumplió sus sueños (o al menos lo que vende). Por eso ahora si le ofrecerán trabajo, sus viejas amigas se desvivirán por estar con ella y el soltero más codiciado le tirará todos los galgos ¿Pero qué es lo que ella quiere? Brooklyn (2015) es la típica película pro yanqui, de esas que como un comercial vende la historia del sueño el americano, el país de la libertad, donde todo es posible y los deseos se hacen realidad. Un país que recibe a los inmigrantes con los brazos abiertos, trata bien a todo el mundo y sobran las oportunidades laborales, Más que una película pareciera ser un comercial de las ventajas de vivir en Estados Unidos. El discurso que quiere instalar es tan obvio que uno no puede parar de sentir que todo es una tomada de pelo. La luz que envuelve a la protagonista cuando cruza la puerta de migraciones para ingresar a yankilandia es de un mal gusto incomprensible, al igual que el travelling usado para marcar la elipsis del viaje de regreso a Irlanda. Ni un principiante utilizaría un recurso estético tan simplista. Saoirse Ronan más que una actriz parece una modelito que se pasea por una pasarela mostrando la veintena de vestidos fifty que luce a lo largo de toda la película. Su (falsa) heroína es una mitómana que no para de engañar a todos con su actitud inocente. No solo miente en la película sino que su actuación es una mentira. Recurre a todos los clisés a los que una buena actriz les escapa. Su nominación al Oscar es tan incompresible como todas las que consiguió Brooklyn. Sin duda Brooklyn es uno de esos blef que todos los años Hollywood vende de la misma manera que la historia trata de vender la idea del sueño americano. Por suerte ya no nos dejamos engañar (o al menos los que no queremos creer en este tipo de historias).
Nuevo mundo, nueva vida Saoirse Ronan se luce en el papel de una tímida joven irlandesa que en 1952 viaja a los Estados Unidos en busca de oportunidades. Entre el drama romántico y la épica de inmigrantes, esta transposición de la novela de Colm Toibin escrita por el talentoso Nick Hornby y dirigido con ductilidad por el realizador de Intermission y Boy A indaga en las diferencias generacionales, de clase y de comunidades (sobre todo con la de los italianos radicados en Brooklyn) con resultados convincentes. Nominada a tres premios Oscar (película, guión y actriz protagónica). Eilis Lacey (Saoirse Ronan) es una tímida muchacha que vive con su madre (Jane Brennan) y su hermana mayor (Fiona Glascott) en una pequeña ciudad irlandesa en 1952. Cuando recibe la propuesta de viajar a los Estados Unidos con la ayuda de un cura radicado en Brooklyn (Jim Broadbent), no lo duda: es la única oportunidad de huir de una existencia tan gris como previsible. Ese es el punto de partida de esta historia de inmigrantes sobre diferencias generacionales (padres e hijos), de clase (burgueses y trabajadores) y de comunidades (irlandeses e italianos) que escribió el siempre virtuoso Nick Hornby (a partir del best seller de Colm Toibin) y dirigió con convicción John Crowley (Intermission, Boy A). El autor de novelas como Alta fidelidad y Un gran chico y celebrado guionista de Enseñanza de vida y Alma salvaje construyó un triángulo amoroso clásico entre Eilis, un joven del que se enamora en Brooklyn (un sensible plomero italiano interpretado por Emory Cohen) y un rugbier de su pueblo natal (el galán Domhnall Gleeson). La subtrama romántica, de todas maneras, no es el único eje de un film que aborda también la evolución de la protagonista (un personaje que va ganando en autoestima mientras trabaja en una tienda, estudia contabilidad por las noches y vive en una encantadora pensión para mujeres) y, claro, las contradicciones, sueños y estados melancólicos de aquellos que se radican muy lejos de su tierra con la idea de iniciar una nueva vida. Brooklyn tiene algo de cuento de hadas (quizás por momentos peque de ser demasiado inocente), pero no por eso es superficial ni obvia. Se trata de una película diáfana y generosa, con los sentimientos siempre a flor de piel, con múltiples referencias al cine (los personajes van al cine a ver estrenos de la época como Cantando bajo la lluvia y El hombre quieto), al béisbol y a la dinámica propia de los irlandeses en los Estados Unidos. Pero si hay algo que distingue y eleva a Brooklyn es la notable actuación de Saoirse Ronan, una actriz que ya había llamado la atención en films como Expiación: Deseo y pecado y Hanna, pero que aquí se consagra de forma definitiva con una interpretación llena de delicadeza y de matices. Ella es el as en la manga para transformar una digna película clásica en una propuesta poco menos que irresistible.
La última de las nominadas al Oscar llega a la cartelera argentina pocos días antes de la premiación y lo hace sin mayores sorpresas porque tal vez es el film más “clásico” de todos los ternados.Brooklyn ofrece una historia de amor cruzado cuyo personaje principal se encuentra en el medio de dos amores: uno tras haber migrado a Estados Unidos y otro en Irlanda, su tierra natal.Más allá del amor, la película aborda muy bien temas como la soledad y el aislamiento a través de una muy sólida Saoirse Ronan, también nominada.El gran problema de la cinta es que aburre un poco y que no presenta ninguna mayor sorpresa tanto en lo argumental como en lo cinematográfico. Sinceramente no entiendo su nominación. O sea, es buena y de eso no hay dudas ¿pero para estar entre las mejores del año? Para nada.El director John Crowley lograr recrear muy bien la época y el sentimiento de esa oleada de emigrantes en el tono del film bien acompañado por la fotografía, pero no se puede alabar mucho más que eso.En definitiva Brooklyn es una buena película pero que puede llegar a aburrir como consecuencia de su solemnidad. Y no tenemos que olvidar que es una de las nominadas al Oscar y por lo tanto el trabajo de buen cinéfilo es verla.
Entre dos tierras. Este es un filme sobre inmigrantes. Podría ser la historia de una galleguita llegada a Buenos Aires en la primera mitad del siglo pasado, pero es la de una irlandesa que viaja a Nueva York en busca de un futuro mejor. En esencia es lo mismo. El desarraigo, el temor a lo desconocido, la ilusión de un provenir venturoso, todo lo que es común en aquellos que dejan su tierra para aventurarse en la búsqueda de una mejor vida; de eso trata esta película.Eilis (Saoirse Ronan) es alentada por su hermana a dejar el pueblo irlandés en el que vive. Con la ayuda de un sacerdote radicado en Nueva York, Eilis cruza el océano para radicarse en una casa de huéspedes en Brooklyn, barrio en el que además tiene un empleo asegurado. La joven sufre horrores el estar lejos de casa y de su madre y hermana, pero trabajar y comenzar a estudiar por las noches le ayuda a mitigar la tristeza. Mucho más la ayuda el conocer a un chico.Pasará algo más de la mitad del metraje para que surja un conflicto. Hasta entonces todo se trata de contemplar cómo Eilis lleva su vida de inmigrante, algo que dependerá de cada uno evaluar qué tan interesante le resulta. El director se empeña en ser grandilocuente y reforzar cada escena con música que subraya el tono melodrámatico elegido. Excesivamente melodrámatico. La producción artística se expresa por sí sola en cada plano, como así también las excelentes actuaciones, de manera que no era necesario resaltar tan gruesamente lo que de por sí podía ser sutil. Pero el director está decidido a ir por algunos premios, algo que se nota. Mucho.La cuestión es que a la pobre Eillis se plantea un dilema que el guionista resuelve de una forma algo torpe y caprichosa. Y rápida, para un relato que se toma su tiempo, bastante, para presentar los personajes y la adaptacion de la protagonista a su nueva vida."Brooklyn" es de esas películas que parecen ser más de lo que son en realidad, como esos paquetes ampulosamente armados cuyo contenido no coincide con su presentación.Nuestra calificación: Esta película justifica el 70 % del valor de una entrada.
Una bienvenida rareza Un film bello, sensible, transparente en su sencillez, que emociona sin ceder al sentimentalismo y conmueve con su delicado clima de nostalgia. Es el retrato de una joven irlandesa de la década del 50 en la época (tiene poco más de 20 años) en que decide emprender una nueva vida en otro país -los Estados Unidos, más exactamente Brooklyn, donde la ruptura no será para ella tan brusca porque ese mismo destino han elegido antes muchos otros compatriotas-, aunque deba enfrentar el previsible dolor de la nostalgia del hogar. Del otro lado del mar habrán quedado su madre, sus mejores amigas, entre ellas la hermana que ha tenido tanto que ver con la concreción de la mudanza como el sacerdote que le consiguió vivienda y empleo en el nuevo país. Lo que significa que los dos temas que dominan esta historia personal y colectiva -crecimiento y nostalgia, ya que mucho se apunta aquí sobre las ventajas y las tristezas de la inmigración- son los mismos que provienen de la novela de Colm Tóibín, de la que el adaptador, Nick Hornby (el autor de Alta fidelidad), supo sacar el mejor provecho. El viaje es también, pues, el que llevará a Eilin (que así se llama la protagonista por cuya admirable interpretación Saoirse Ronan es una comprensible candidata al Oscar) de la asombrada y recién llegada jovencita solitaria y todavía un poco desorientada a la mujer segura de sí misma a la que se le abre un porvenir cada vez más promisorio. De a poco irá también de la dependencia infantil a la mujer independiente, sobre todo a partir del momento en que nazca la relación con Tony, un gentil plomero de origen italiano tan honesto y bienintencionado como ella. Claro que no faltará el giro dramático, y como consecuencia de éste habrá un regreso a casa y otra determinación difícil que tomar. Son muchas, variadas y decisivas las opciones que se le presentan a la protagonista, y a todas responde Saoirse Ronan con admirable expresividad. No le hacen falta palabras para traducir su ánimo. Le basta con sus miradas, con las gestos más mínimos para que el espectador conozca cada estado de su espíritu. Se la ve madurar en cada escena. Asumir sus pequeñas vacilaciones, iluminar su honda felicidad con apenas un esbozo de sonrisa, la sombra de un pensamiento que la apena en la que por un instante opaca el brillo de su mirada. En Brooklyn, el espectador ve el mundo con la mirada de Eilin, y también -a veces- con los ojos igualmente diáfanos del franco Tony (Emory Cohen). Es imposible sustraerse a la seducción de ese silencioso mensaje de emociones que la cámara de John Crowley percibe y traduce con maravillosa exactitud. La misma que ha aplicado Hornby para entender la prosa de la novela y traducirla en diálogos que nunca están de más. En pocas palabras, un producto que resulta casi una bienvenida rareza en el cine de hoy.
Es difícil volver a casa Una joven inmigrante irlandesa, entre dos amores: un filme impecable, romántico y real. La historia de Brooklyn, la octava y última película candidata al Oscar en estrenarse en nuestro país, plantea infinidad de cuestiones al espectador. Muchas referidas al amor, al sentirse completo o vacío. A estar dispuesto a pegar una vuelta al hogar, desafiar el destino, apostar al futuro. Brooklyn es también una historia de inmigrantes y de un amor entre seres de distintas culturas. Eilis (la siempre sorprendente Saoirse Ronan) vive en su casa en Enniscorthy, al sudeste de Irlanda, con su madre y su hermana. Es 1952. Sabe que puede quedarse hasta apolillarse ahí, en la claustrofóbica vida provincial, o subirse a un barco que la lleve a la impersonal Nueva York e intentar una nueva vida. El director John Crowley, que es irlandés, presenta a Eilis como una joven tímida, virginal pero de carácter y, a su manera, decidida. Sabe pintar el mundo irlandés en Brooklyn, desde la casa donde va a vivir con otras jóvenes inmigrantes, regenteada por la Señora Keogh (una exquisita y compradora Julie Walters) a su relación con el cura que interpreta Jim Broadbent. Por supuesto que la llegada del amor es la que le da el cimbronazo más fuerte a la protagonista. Más, llegando de alguien lejano a su comunidad, como el joven plomero italiano Tony (Emory Cohen). Es a partir de ese momento en el que la película, cuando una crisis familiar la reclame del otro lado del océano, plantea las preguntas del comienzo. ¿Dónde late nuestro corazón, dónde es nuestro hogar? ¿Se puede empezar de nuevo allí desde donde se fue? ¿Vale la pena? ¿Es un esfuerzo o un placer? Nick Hornby adaptó la novela y best seller del escritor y periodista irlandés Colm Tóibín con afecto y hasta se diría delicadeza. Porque la incertidumbre que proviene de la indecisión de esta joven entre dos amores y entre dos formas de vida está plasmada en el libreto con naturalidad, ya desde la construcción de los diálogos, o del armado de cada escena. Y porque Booklyn escapa de la dicotomía entre un hombre bueno y uno malo, ya que es palpable la sinceridad de Tony y de Jim (Domhnall Gleason), y que Eilis bien podría ser igual de feliz con cualquiera de los dos. Y es en esas interpretaciones más que caracterizaciones donde está también buena parte del éxito del filme. Que si conmueve y atrapa a cada instante es por la intensidad de Saoirse Ronan, y porque hace que Eilis sea real e imprevisible. Y si no gana el Oscar será porque Brie Larson en La habitación parece este año invencible.
Brooklyn narra la historia de Eilis Lacey, una joven inmigrante irlandesa que se va abriendo camino en ese barrio de Nueva York durante los años cincuenta. Pero tras el inicio de un idílico romance la joven europea deberá elegir entre la comodidad de su tierra natal y los rigores de un país en el que siempre será extranjera. Este drama de época sutil, narrado con estilo, se sostiene sobre todo por la tremenda y conmovedora labor interpretativa de Saoirse Ronan. Una composición que se hace fuerte en las palabras pero también en las miradas. Un relato sobre el desarraigo, pinturas de personas que forjaron una nación.
Un retrato de lo irlandés demasiado almibarado En las novelas policiales que el escritor irlandés John Banville escribió bajo el seudónimo de Benjamin Black y que tienen como protagonista al patólogo Quirke, la iglesia católica (uno de los pilares de la sociedad de su país) no tiene precisamente las manos limpias. Ya la primera entrega de la serie, El secreto de Christine, ambientada en los años 50, sugiere que detrás de la fuerte corriente inmigratoria de irlandeses hacia los Estados Unidos estaba no sólo la necesidad de lavar los trapos sucios de la feligresía local sino también la de abastecer una red de oscuros intereses en el país de adopción.En Brooklyn, uno de los ocho títulos que este domingo aspira a tres premios Oscar (mejor película, actriz protagónica y guión adaptado), la acción también tiene lugar en los años 50 y también hay una chica inocente que viaja a la tierra prometida por intermediación de la Iglesia, pero allí acaban las coincidencias. Todo lo que en las novelas de Black es negro como el carbón, en esta adaptación de otro celebrado escritor irlandés, Colm Tóibín, es deliberadamente ingenuo, esperanzador y finalmente luminoso.Parece mentira que este relato de iniciación, tan amable como convencional y conformista, haya ocupado un lugar en el podio del Oscar que le fue negado, por ejemplo, a Carol, de Todd Haynes, o a Los ocho más odiados, de Quentin Tarantino. Esa elección, en todo caso, habla a las claras de cuán terriblemente académica está estos días la Academia de Hollywood. Y no sólo la Academia sino también la crítica anglosajona, que de manera mayoritaria celebró a Brooklyn con un entusiasmo digno de mejor causa. ¿Es acaso Brooklyn una mala película? Todo en el film dirigido por el aplicado amanuense John Crowley (realizador de la segunda temporada de True Detective) parece estar en su lugar: la almibarada fotografía, la no menos empalagosa música, los diálogos sentenciosos y explicativos, que se ocupan de ahorrarle trabajo al espectador. “Te puedo comprar un vestido, pero no te puedo comprar el futuro”, le dice su hermana mayor a Eilis Lacey (Saoirse Ronan) cuando la convence de que acepte la propuesta del padre Flood (Jim Broadbent), quien le ofrece techo, trabajo y comida del otro lado del océano.Considerando que el adaptador de la novela original es Nick Hornby (el autor de Alta fidelidad y Un gran chico entre sus propias novelas) podía esperarse un tratamiento más elaborado, pero todo en Brooklyn –el casto romance de Eilis con un plomero italiano, el traumático regreso a su pueblo natal a causa de una desgracia familiar, la difícil decisión de quedarse a cuidar de su madre o volver al nuevo mundo donde empezó a construir una nueva vida– es un dechado de lugares comunes y giros previsibles. Los irlandeses bailan en la parroquia del barrio, los italianos comen spaghetti y Nueva York parece una fiesta, donde no hay conflictos sociales o raciales de ningún tipo y la realidad exterior (la guerra de Corea, la amenaza nuclear, la caza de brujas) está a tal punto escamoteada que la película bien podría transcurrir en cualquier otro momento sin afectar en nada a los personajes. Así da gusto vivir, en Brooklyn o en donde sea.
John Crowley y Nick Hornby hicieron de un libro de Colm Tóibín un melodrama de época con la inmigración como tema principal. Saoirse Ronan en un protagónico de fuerza mundial se lleva todo por delante. Años 50. Eilis Lacey es una joven irlandesa que trabaja en un almacén de clientela selecta a cargo de una anciana muy estricta. Como siente que no consigue progresar en su país natal, decide ir a probar suerte a Nueva York, mas específicamente, a Brooklyn. Ya instalada en la ciudad americana y con su hermana y su madre tras el Atlántico, una inesperada situación la hará decidir entre quedarse en América o regresar a su tierra de origen. Brooklyn tiene un conflicto tardío. La llegada y estadía de Eilis en América se hace demasiado larga, aunque no por eso tediosa, hasta que llega el momento de su regreso a Irlanda. La primera media hora llevará al espectador a imaginar que está ante un drama romántico del estilo de The notebook, pero luego la lucha de nacionalidades de la protagonista tomará las riendas de la historia y se impondrá. La música de Michael Brook acompaña cada momento de sumo dramatismo de manera un tanto empalagosa, aunque no por eso falsa. Las escenas de gags cómicos, casi siempre de la mano de Julie Walters y Jim Broadbent, se dan frecuentemente en la primera mitad y funcionan. El juego de repetición de escenas es muy utilizado, generalmente para recurrir a la comedia -véase las divertidas comidas en la casa de la señora Keogh (Walters) junto a sus “hijas” postizas- y a la comparación. Si bien Saoirse Ronan posee una talento admirable, el joven actor americano Emory Cohen también llama la atención. El personaje de él, Tony Fiorello, es muy original. Crowley intentó hacer de este hijo de inmigrantes un prototipo de ítaloamericano de pocos modales y seductor, y le salió bien. El otro intérprete masculino que entra en los nombres grandes del póster es Domhnall Gleeson, el irlandés que este año dejó de ser promesa para convertirse en realidad al quedarse con papeles de películas de renombre como Ex Machina, Star Wars: El despertar de la fuerza y El renacido. Su trabajo lo hace de manera correcta, aunque no remite ni por casualidad al buen papel que hizo en la comedia romántica Cuestión de tiempo. Las ciudades están bien recreadas y el vestuario cumple los requisitos de una dirección de arte que apunta a lo colorido de la época. Como dato de curiosidad: hay tres actores del reparto que participaron de al menos una de las Harry Potter: Domhnall Gleeson, Julie Walters y Jim Broadbent.
Pequeña y sentida, pero presa de cierto academicismo un tanto trasnochado, BROOKLYN es una película menor y amable que está lejos de ser merecedora de incontables premios y nominaciones, pero no por eso es un filme del todo despreciable. Muy probablemente su nostálgica amabilidad y su tono anticuado (transcurre en unos años ’50 que parecen principios del siglo XX) la han hecho la favorita de ciertos miembros más veteranos de la Academia, seguramente muchos de los mismos que –sin quererlo– terminaron por causar el debate #OscarsSoWhite, sobre la falta de representación de las minorías en las nominaciones. Es que película más blanca (“vainilla” es un buen término que se usa en inglés para definir filmes como éste) que BROOKLYN probablemente no haya habido en todo el año. Uno podría compararla con otro filme como CAROL, que transcurre en esa misma época y fue marginada en los premios Oscar, para entender en más de un sentido como funciona la Academia de Hollywood y cuáles son las coordenadas estéticas en las que se apoyan buena parte de suss miembros. BROOKLYN es una historia de inmigración contada cientos de veces en distintas variables o versiones. Lo mejor que ésta tiene es que evita cualquier tipo de crueldad o tremendismo innecesarios y que, gracias a la muy buena actuación de Saoirse Ronan, suma puntos y torna creíbles escenas que de otro modo podrían ser excesivamente banales. El filme de John Crowley basado en la novela de Colm Toibin se centra en Eilis (Ronan), una joven irlandesa de una familia de bajos recursos que decide emigrar a los Estados Unidos y comenzar una nueva vida allí. Con la ayuda de un cura (Jim Broadbent) se hospeda en una “casa de señoritas” regenteada por Ma Kehoe (Julie Walters) donde va aprendiendo, con las otras huéspedes más experimentadas, ciertos hábitos culturales de las que ya están allí hace más tiempo. En especial en lo relacionado a conseguir pareja. A Eilis le cuesta adaptarse y extraña a los suyos. Pero de a poco empieza a encontrarle el gustito al asunto, trabajando en una tienda de Brooklyn (barrio en el que también vive), estudiando y, especialmente, cuando en una de las salidas con “las chicas” conoce a Tony (Emory Cohen), un muchacho italiano de esos que parecen existir solo en las películas: buen muchacho de familia, plomero, trabajador y “buen mozo”. Mitad Brando, mitad GREASE y con un toque de personaje de EL PADRINO, Tony se enamora de ella, el asunto de a poco se vuelve recíproco, y el encuentro de culturas que marcó a Brooklyn queda sellado. Pese a que al principio italianos e irlandeses parezcan muy diferentes entre sí a ambos los une el amor por su nuevo país y, bueno, la religión. Sí, así de old fashioned es BROOKLYN. Luego la situación se complicará un poco y entrarán en juego el pasado, otros hombres, ciertas tradiciones y secretos, pero la idea no cambiará: es una película tradicional y tradicionalista, con la familia italiana reunida en la mesa comiendo y hablando en voz alta, con los irlandeses cantando en la Iglesia canciones nostalgiosas del viejo país y así. Con guión de Nick Hornby que, extrañamente en él, no hace casi referencias a la cultura popular más que para mostrar que la pareja va al cine a ver CANTANDO BAJO LA LLUVIA y alguna otra cosa más, a la película la saca del tedio y la rutina la performance de Ronan, que logra emocionarnos donde sabemos que van a tratar de emocionarnos… pero no podemos evitarlo. Películas como ésta son las que ponen en discusión términos como clasicismo versus academicismo. Y si bien alguno podrá citar a John Ford como referencia a la hora de hablar de su tema, de ciertos aspectos de su puesta en escena y su tono demodé, también es cierto que el uso de esas citas está más ligado a la idea de “patrimonio”, de reiterar patrones tradicionales por su peso simbólico sin profundizar en la búsqueda (estética, sociopolítica, cultural) que esos patrones representan. El clasicismo de BROOKLYN es superficial y eso es lo que la hace poco trascendente. Amable y por momentos emotiva, pero menor.
La difícil tarea de decir adiós Un viaje es algo que generalmente define a aquellos que lo realizan. Ya sea en solitario o acompañado, un viaje te aleja de tu confort, de tu familia, de tus amigos, de tu antigua vida. Brooklyn, de John Crowley, y quien dirige su primera gran película (y vaya que lo a hecho de gran manera), más allá de lo mucho que me llegó por situarse en Irlanda (mi descendencia es irlandesa), el film es hermoso. Un buen guion, con toques cómicos muy divertidos y el vestuario de los años 50 son lo mejor que tiene el film. Es una historia de amor que no empalaga. John Crowley habló con el sitio The Playlist sobre cómo logró que la historia fuese personal respecto al tema de extrañar tu casa: “Bueno, eso era algo fácil. Yo había emigrado a Londres cuando tenía 27. Siempre había querido dirigir obras de teatro en Londres. Y todo estaba bien y había trabajo a un alto nivel de forma inmediata. Pero me quedé asombrado con lo confuso que era sentirse como un exiliado . Y eso no tenía ningún sentido, yo me creía alguien sofisticado, pero la relacion que tenes con tu antiguo país se modifica notoriamente. Y cuando vuelves, te ven de manera diferente y los ves de otra manera. Y las experiencias que has acumulado pueden hacerte apreciar cosas de casa, pero también criticar otras. Te hace sentir como si hubiera una duplicidad de tu existencia . Eso no pertenece a ninguno de los dos lugares”. También contó que fue lo que le hizo elegir este proyecto: “Se sentía como una historia profundamente importante, no solo para Irlanda, sino también para Estados Unidos . Se sentía como una historia muy fresca pero también muy familiar, pero en realidad muestra algo que no se ha visto en la pantalla con mucha frecuencia, que es la narración completa de la inmigración de un país a otro y de nuevo para ver el efecto de lo que los países han hecho a ellos. En segundo lugar, es el punto de vista de una mujer joven lo cual es interesante y más raro en estos días y las complicaciones emocionales que se puede conseguir en una muy buena pieza de ficción”. Actores: Saoirse Ronan: esta hermosa joven tiene una performance para ponerse de pie. Yo la consideraba una gran actriz antes de este film pero con esta película confirma su gran momento en la pantalla grande. Su sensibilidad ante cámara y lo bien que se banca los primeros planos le dan un toque especial a su gran actuación. Saoirse habló sobre su nominación como Mejor Actriz en los Globo de Oro: "Estaba haciéndome las uñas cuando sonó el teléfono, pero no pude contestar porque mis uñas estaban húmedas. Cuando finalmente respondí, me dieron la noticia y comencé a gritar de emoción. Los del salón me felicitaron y hasta bebimos champán". Emory Cohen: este desconocido actor (ya no, en 2016 va a hacer cinco películas) tiene una actuación que es aceptable. Su papel como un joven italiano que enamora a Ronan es clásico y bien interpretado. No tiene baches notables. Domhnall Gleeson: este joven irlandés no ha parado de trabajar desde que apareció en la película Calvary (2014) donde trabaja con su padre Brendan Gleeson. Este año ya hizo cuatro films, los cuatro éxitos rotundos (Ex-Machina, Brooklyn;,Star Wars VII y El renacido). En Brooklyn hace del tercero en discordia donde se lo ve con una gran sensibilidad frente a cámara.
La última de las películas nominadas a la categoría principal de los próximos Oscars, a realizarse este domingo, es Brooklyn, una de las que tuvo un paso discreto por la temporada de premios, pero sin duda dijo presente. En su casa, los BAFTA, obtuvo el premio a Mejor película británica y Saoirse Ronan acumula nominaciones como actriz. Dirigida por John Crowley y escrita por Nick Hornby (últimamente dedicado a adaptar novelas de otras personas como en “An education” o “Wild”) en base a la novela de Colm Tóibín, Brooklyn cuenta la historia de una joven, Eilis, que decide ir a Norteamérica, tierra de oportunidades, porque en Irlanda no parece esperarla un futuro muy brillante, mucho menos como empleada de la insoportable señora Brady. Mudarse allí, cruzar el océano, es dejar atrás lo que hasta el momento era su hogar, a su madre, a su hermana, y claro, a una parte de sí. Brooklyn es un melodrama clásico, que sigue a su protagonista en esta época de cambios, es ante todo una coming of age. Saoirse se entrega de manera tan apasionada como sutil a su personaje, que se carga toda la película. Vemos todo a través de sus ojos impresionantemente azules. Así, Brooklyn es una película simple a primera vista, pero que indaga ante todo en el proceso de la búsqueda y construcción de un hogar propio, entendiendo por hogar un lugar no sólo físico. Porque Eilis, que llega sola y un poco perdida, se encuentra luego con que se hace amigas, tiene un buen trabajo, su estilo personal mejora y se enamora de un italiano. El problema es que cuando todo comienza a verse bien y en su lugar, recibe la inesperada llamada de su madre y debe regresar a su país natal, el cual lo encuentra muy distinto porque en realidad es ella la que cambió. Y Eilis se ve dividida entre dos lugares, dos hogares, dos trabajos, dos hombres. Brooklyn es una película chiquita, menos ambiciosa de lo que uno podría suponer, de decisiones cinematográficas simplistas, con un uso subrayado de la iluminación y algunos travellings, y una banda sonora un poco empalagosa. A la larga, a música de Michael Brook y la fotografía de Yves Bélanger cumplen con su cometido, pero no sobresalen. Uno de los puntos más interesante del film quizás radique en la actuación de Emory Cohen, el pretendiente italiano que logrará enamorar a su protagonista, logrando opacar incluso a Domhall Gleeson (que como dato no menor, aparece en cuatro películas con nominaciones a los próximos Oscars). Es Emory quien logra impregnar a su personaje de mucha ternura. Las escenas que ambos protagonizan son de las más honestas que se perciben. A grandes rasgos, Brooklyn es una película que cumple, aunque se percibe menor en comparación a otras nominadas. Se queda un poco a medio camino además en el tono elegido, es un melodrama muy suave, con algunas escenas más dramáticas que a la larga se sienten algo forzadas. De desarrollo más bien lento, Brooklyn se preocupa más en resaltar el cambio emocional, paulatino, que va sufriendo su protagonista, el problema es que las dos horas de duración se hacen notar.
En la temporada de premios no estamos acostumbrados a ver este tipo de películas en las que se ven miles de sellos para mostrarte de dónde la financiaron pero es un buen ejercicio, demostrando que un buen guión y con personajes sólidos (la BBC es una gran escuela) es el alma de cualquier film. Brooklyn es la historia de una chica irlandesa que va a probar suerte del otro lado del océano. Mientras seguimos sus pasos en Nueva York, vamos conociendo la fauna local, la mezcla de inmigrantes, de cómo se incorporan al trabajo y al mercado allí. La reconstrucción, al estilo inglés, es minuciosa y de detalles encantadores. John Crowley, quien estuvo a cargo de muchos capítulos de la segunda temporada de True Detective, muestra su oficio en todo su esplendor cuando maneja los tiempos del melodrama, del peso de miradas y de los movimientos y gestos mínimos que son sumamente funcionales a la historia. Y el trabajo de Saorise es realmente remarcable. Pero de su talento sabíamos ya cuando aprendimos a odiarla en Atonement. El problema del film no es ni su elenco, ni su producción, ni el guión. El problema es que a la historia le falta gancho y que los intentos del partenaire de ella para poder engancharla terminan resultando débiles. Y la historia termina pareciendo muy pequeña para semejante metraje, por un lado, y para un estreno comercial por otro. Con esto quiero decir que cuando vemos que puede verse claramente la imagen manipulada del choma key y que el cuento que se cuenta parece tan pequeño, el film parece más bien televisivo. La nominación al trabajo de su actriz principal es sin dudas de las más justas de la temporada, sin embargo el resultado final se desdibuja en que al romance le falta peso y hasta al vestuario le pudimos haber sacado más jugo. Lo mejor de todo es que podemos ver un melodrama que permite que el barco salga de Gran Bretaña y llegue finalmente a Nueva York. Kate y Leo no tuvieron la misma suerte.
Diario de una migrante Uno de los platos fuertes de esta semana sin dudas lo constituye Brooklyn, nominada a tres premios de la academia, entre ellos mejor actriz y mejor película. Con una estupenda dirección de arte y fotografía, y una actuación descomunal por parte de la bella Saoirse Ronan, el film relata la historia de una joven irlandesa que en 1952 emigra a los Estados Unidos con una valija repleta de sueños, miedos y la perspectiva de un futuro mejor. Dirigida por John Crowley (“Intermissión”, “Boy A”) y basada en la novela Colm Tolbin, el film comienza en un apagado pueblito Irlandés a mediados del siglo pasado, en donde Ellis Lacey (Ronan) decide -gracias a la ayuda de un párroco amigo radicado en EE.UU- cruzar el atlántico dejando atrás a su hermana y a su madre (a quién no le agrada nada la idea de perder a su hija menor). En un principio el trabajo en una boutique y el hecho de mantenerse ocupada estudiando contabilidad no logran ocultar el sentimiento de desarraigo, la pérdida de su identidad, las diferencias culturales en un entorno hostil y el desamparo ante la lejanía de sus afectos. Poco a poco, sin embargo, la cosa va cambiando, y la timorata niña inmadura que veíamos al principio se va transformando en una mujer segura de si misma, resolutiva y afincada en sus convicciones, en un proceso descrito con mucho feeling por parte de Crowley, quien además ahonda con inteligencia en los contrastes entre la impasible vida irlandesa y el ritmo ajetreado de una urbe como Brooklyn, en plena expansión en el contexto de posguerra. Una de las cosas que más le suma a esta cinta es que todos los elementos se van concatenando con armonía, desde la subtrama amorosa (con la que es imposible no empatizar) hasta el perfil de los personajes secundarios, todos ellos creíbles y con motivaciones bien definidas. Pero claro, todas las luces se las lleva Saoirse Ronan, que con una actuación repleta de matices hace que nos identifiquemos con una Ellis tan frágil como valiente hasta en el más mínimo detalle. Una performance digna de hacerse acreedora de la estatuilla dorada. En definitiva, Brooklyn es una hermosa historia de amor que incluye un retrato honesto sobre las experiencias de los migrantes de mediados de siglo XX (con todos los miedos, esperanzas y anhelos que cargaban sobre sus hombros). Con actuaciones extraordinarias y un nivel de excelencia en todos los rubros técnicos, la película desanda el camino del desarrollo identitario de una persona que al fin y al cabo busca lo que todos buscamos: encontrar nuestro lugar en el mundo.
Todo lo que pasa en "Brooklyn" es hermoso, porque plantea la historia de una mujer honesta, cruzándose con gente buena a lo largo de su camino por la vida. Decisiones importantes, amor, tristeza y creencia en uno es todo lo que vive Eilis Lacey, el personaje que interpreta Saoirse Ronan, una mujer irlandesa que decide viajar a Nueva York para cambiar de vida. La fotografía, vestuario, banda sonora y todo lo que envuelve a esta peli es un lujo absoluto y no por nada obtuvo su debida nominación por Mejor Película, Mejor Guion Adaptado y Mejor Actriz para Ronan. Tan acostumbrados que estamos a ver películas con muchas vueltas en sus guiones, esta es una propuesta sincera, honesta, con gente sin maldad que intenta ser feliz siendo fieles a sus sentimientos. Una peli chiquita pero gigante - plagada de sentimientos - que tenes que ver sin dudarlo.
Melodrama dulzón, con una gran Saoirse Ronan Basada en la novela homónima de Colm Toibin, editada en 2009, he aquí la historia sentimental de una joven inmigrante irlandesa a comienzos de los años 50, cuando la posguerra se hacía sentir. Su hermana decidió para ella la posibilidad de un futuro mejor, y para sí misma el sacrificio de quedarse con la madre. Nada de lloriqueos. Más bien entereza y reserva emotiva, aunque la procesión vaya por dentro, llorando a mares. Así transcurren las despedidas, el duro viaje, la adaptación a una nueva vida en un pensionado de señoritas, cuidada por la dueña rígida pero comprensiva, y por el cura de la parroquia, que le consigue trabajo y le impone un curso de contabilidad para que progrese. "Necesitamos chicas irlandesas en Brooklyn", dice el cura, con la esperanza de afianzar la raza. Pero a ella le tienta un chico italiano. El problema es que, a cierta altura, debe visitar a su madre y su pueblo, y ahí le tienta un chico irlandés. No se trata sólo de un noviazgo. Detrás también está lo que cada uno significa: americanizarse o volver al pueblo. Ese y otros conflictos se ilustran con una bonita fotografía, linda ambientación, muy linda selección de intérpretes, en caracteres bien representativos, y pudorosa exposición de conflictos. Esos caracteres pueden acercarse a la caricatura, pero no derrapan. Hasta las "viejas malas" tienen su parte de razón en lo que dicen. Y sus intérpretes las vuelven memorables. Allí están Brid Brennan como la "señorita Kelly", temible dueña de un negocio y de las almas de sus clientas y dependientas, Jane Brennan como la madre, que lógicamente también debe pensar en sí misma, y la más conocida Julie Walters como la dueña de la pensión, vigilante pero a veces también cómplice. Muy bueno el personaje del cura, a cargo de Jim Broadbent. A lo que se suman Emory Cohen y Domhnall Gleeson como los noviecitos, y un lote de actrices jóvenes digno de crédito. Encabezando ese reparto, aparece Saoirse Ronan, la Agatha de "El Gran Hotel Budapest", con su capacidad de transformación, su carita redonda, los ojos claros, la expresión intensa, que va pasando de la timidez y el acatamiento al paulatino descubrimiento de libertades y nuevas responsabilidades, que debe tomar por decisión propia (y qué problema es decidirse, en este caso). Ella es la mayor riqueza de la película. Muy merecida su candidatura al Oscar. Dirección, John Crowley. Adaptación y guión, Nick Homby. Ahora, dicen que la novela de Colm Toibin es otra cosa, más profunda, más dura, más reflexiva, mucho menos dulzona. Será cuestión de leerla.
Brooklyn es la pequeña película que pudo. En un terreno donde cada nominada al Oscar de 2015 luchó con uñas y dientes para llegar, y con ciertas ausencias muy notables, el hecho de que un drama histórico como el que presenta John Crowley esté nominado a Mejor Película desconcierta y mucho, pero méritos no le faltan. Una de las mejores cosas que se pueden decir acerca del film es que tiene encanto para tirar al techo. La historia de vida de Ellis -una magnífica Saoirse Ronan- puede parecer convencional al principio, pero a fuerza de voluntad y con un inmenso trabajo desde el guión de Nick Hornby, el despertar de la joven irlandesa es un viaje que acaricia el alma cuando quiere. Hornby tiene algo que parece el toque de Midas. Cada vez que elige adaptar un trabajo literario, las nominaciones llueven a diestra y siniestra, y no es casualidad. El autor inglés tiene una sensibilidad especial que se transmite muy bien en pantalla, ya sea en 2009 con An Education o en 2014 con Wild. Su tercer guión, nuevamente con una protagonista femenina al comando, está nominado al mayor galardón de los próximos Oscars, y con mucha razón. En un principio, el cuadro narrativo de Brooklyn parece que se presta mucho al melodrama, pero está lejos de ello. No hay grandes situaciones dramáticas -exceptuando una que llega como una catástrofe, totalmente inesperada- y si bien no toma sus tópicos con liviandad, sí lo hace con una ligereza y soltura extremadamente bien conducidas por un director experto que sabe sacar lo mejor de su protagonista. A cada segundo que uno se imagina que ya ha visto lo que propone la película, al siguiente momento llega una escena que logra sacar al espectador una sonrisa de complicidad y simpatía. Si bien hay excelentes jugadores en el terreno como los inmensos Julie Walters, como la dueña de una casa de chicas en Brooklyn, o Jim Broadbent, como el párroco que ha facilitado la nueva vida de Ellis en América, los aplausos se los lleva Saoirse con una sentida pero firme interpretación de una chica tímida que debe dejar su hogar natal para forjarse una nueva vida cruzando el Atlántico, y su lenta pero segura transformación en una mujer segura de sí misma. La atención de Ellis es dividida entre el joven Tony de Emory Cohen y el irlandés Jim de Domhnall Gleeson, y por más que parezca un triángulo amoroso, la situación es mucho más sencilla y menos conflictiva de lo que parece. Saoirse tiene un fantástico nivel de química con los dos jóvenes actores, así que el enredo romántico, empujado ciertamente por costumbres de antaño difíciles de ignorar, lleva a la película a un tercer acto algo cenagoso, pero resuelto de la mejor manera. Brooklyn es una agradable mezcla entre historia de inmigrantes y coming of age, solidificada por una impresionante actuación protagónica que le abre las puertas a Saoirse Ronan a jugar en las grandes ligas.
Se estrena Brooklyn, de John Crowley, protagonizada por Saoirse Ronan y ganadora de múltiples reconocimientos, inclusive tres nominaciones al Oscar. Eilis es una joven irlandesa que abandona a su madre y su hermana en pos de cumplir un sueño y buscar una vida en Estados Unidos. Se establece en un riguroso hogar para señoritas, consigue un trabajo como vendedora y estudia por la noche, mientras tanto conoce el amor a través de un joven plomero, hijo de inmigrantes italianos, pero cuando un hecho repentino la obliga a volver a Irlanda, ahí empieza una relación con otro hombre, heredero de una importante mansión. El personaje debe elegir si construir una vida en su tierra o volver a Brooklyn para vivir el sueño americano. Basada en una novela Colm Tolbin y adaptada por el prestigioso Nick Hornby, Brooklyn es una pretenciosa obra que vende una historia acerca de la inmigración, pero que no se trata ni más ni menos de un culebrón rosa, ingenuo y conservador. Estados Unidos termina siendo realmente un sueño hecho realidad, la tierra de las oportunidades e Irlanda una sociedad bruta de campesinos o ricos estancieros con hijos depresivos. Ese es el contrasta que se construye y poco pesa narrativamente. La moraleja es que los inmigrantes hicieron Estados Unidos ensuciándose las manos. Bono lo ha expresado mejor. El director John Crowley se limita a narrar con una puesta transparente, cuidando detalles de reconstrucción de época con un presupuesto limitado y confiando en la potencia interpretativa de Saoirse Ronan para ponerse la película sobre los hombros. Pero eso no es suficiente. Más allá de que el trabajo de la protagonista de Desde mi cielo es interesante por la relación que establece con las típicas heroínas del cine clásico, Crowley arremete con una suma de clisés, estereotipos y lugares comunes prácticamente insoportables. El retrato de la familia italiana no puede ser más superficial y caricaturesco en un contexto narrativo que busca una supuesta seriedad y solemnidad en cada escena. La emotividad del film es efectista y forzada. Los realizadores acuden a golpes bajos, escenas sentimentales que nada tienen para envidiarle a las cursis historias romanticonas de Nicholas Sparks y planos aburridos de besos bajo la lluvia, así como erotismo televisivo. Brooklyn peca de una ingenuidad notable, haciendo apología de la moralidad de la década de los ´50 y pretendiendo mostrar una falsa cara del feminismo. Por el contrario, todos los personajes femeninos responden a los estereotipos creados por la sociedad machista, defendiendo los valores que imponía por entonces la iglesia católica. El humor naif tampoco aporta a romper la monotonía y la previsible decisión sobre el final de la historia, no hacen más que justificar la ingenuidad a la que es sometida la protagonista. Veteranos intérpretes como Julie Walters o Jim Broadbent realizan cameos más cercanos a un cómic relief que a un justificado aporte narrativo. Un poco mejor están Emory Cohen y Domhall Gleeson, los pretendientes de Eilis. Superficial, monótona e ingenua, Brooklyn es un retrato sobre la inmigración que se toma demasiado en serio una historia de amor absurda y de novela rosa.
Al otro lado del mundo La última de las nominadas al Oscar en estrenarse, ‘Brooklyn’, también es la peor: un guión chato en el que se luce milagrosamente Saoirse Ronan. Todos los años hay alguna película berreta nominada a los Oscar. El año pasado fue La teoría el todo y en otros años incluso las berretas fueron las que ganaron, como pasó con El discurso del rey o El artista. Berretas en el sentido de que por ahí no sean totalmente malas pero están hechas sin pasión, sin nervio. Son correctas pero demasiado cuidadosas, demasiado fieles a la formulita. Este año ese lugar lo ocupa la irlandesa Brooklyn. Ambientada a comienzos de los años '50, Brooklyn cuenta la historia de Eilis Lacey (Saoirse Ronan), una joven que vive en un pequeño pueblo al sur de Irlanda junto con su hermana y su madre. Trabaja de vendedora los fines de semana a las órdenes de una jefa déspota, la típica vieja maledicente de los pueblos. Con toda la culpa por abandonar a su madre y a su hermana, y con todo el temor a lo desconocido, decide irse a probar suerte a Nueva York. Eilis consigue trabajo como vendedora en una tienda de Brooklyn. Su jefa es más buena -y más linda, y más joven- que la de Irlanda (no es otra que Jessica Paré, la Megan Draper de Mad Men) y pronto conoce a Tony (Emory Cohen), un joven descendiente de italianos del que se va a enamorar y la va a ablandar y relajar, además de unirla definitivamente a esa ciudad hasta ese momento extraña y demasiado grande. Promediando la película ocurre algo que es mejor no adelantar, una especie de deus ex machina al revés, pero que obliga a Eilis a tener que optar entre Brooklyn y su pueblo. Y eso es todo. Pero el problema no es tanto la simpleza de la historia sino la chatura con que está contada. Los personajes no son siquiera personajes, son nombres con cara que podrían ser aludidos por sus arquetipos: El Novio Bueno, La Hermana Abnegada, La Jefa Comprensiva. La relación entre Eilis y Tony carece de pasión y hasta de explicación: ¿por qué se enamoran? Lo único que podría hacer que nuestra atención se mantenga -¿la chica se quedará con el chico?- no funciona. No leí la novela de Colm Tóibín en la que está basada la película, pero resulta extraña tanta desidia en el guionista que la adaptó, que no es otro que Nick Hornby. Más extraño resulta que esté nominado al Oscar, aunque probablemente se lo deba a su renombre más que a su trabajo en particular. Los dos plot devices que hacen avanzar la trama (el que ocurre en la mitad y otro, cerca del final) son arbitrarios y tramposos y ejecutan la tarea sucia de darle a la historia la ilusión de que está contando algo. Lo cierto es que si la trama avanza de esa manera es porque es incapaz de hacerlo como debería: Eilis viaja de un lado al otro del mundo no como consecuencia de su viaje interior, de su evolución como personaje, sino por los trucos de un guionista -o escritor: puede que esto sea deficiencia de la novela- que uno imagina sentado en su computadora, bien entrado el siglo XXI, apurado por entregar el material con el correo del productor abierto en su gmail. Pero en el medio de todo esto, brilla con una luz cálida Saoirse Ronan, que logra encantarnos con un personaje que en los papeles tenía poco de dónde agarrarse. Es cierto que su evolución es torpe (pasa de tímida a extrovertida demasiado de golpe y con la sola excusa de su flamante relación, detalle que debería poner en alerta a l@s cazador@s de discursos machistas) pero sin una belleza fatal ni tampoco una arriesgada inversión corporal le da a su Eilis un aura cautivante.
Una vez más el cine nos introduce en una historia de inmigrantes. Una joven en busca de otro destino en tierras lejanas, ambientada en los años 50 vamos viendo todas sus vivencias como así también la de otros que al igual que ella sufren la pérdida de su lugar de origen. Una dura adaptación y un regreso circunstancial, surgen algunas dudas y un recibimiento especial, ya no se sentirá la misma. Todo se va manifestando a partir de la distinguida actuación de Saoirse Ronan (refleja muy bien el dolor, amor, asfixia. Buena reconstrucción de época, climas y un tono nostálgico y romántico.
Corre el año 1951. Como muchos de sus compatriotas, Eilis Lacey (Saoirse Ronan) es forzada a emigrar de Irlanda a la América (léase, Nueva York, Brooklyn, la tierra de las oportunidades), un poco a instancias de su hermana mayor pero, sobre todo, por las raleadas demandas laborales en la Europa de posguerra. Así las cosas, Lacey abandona al desesperanzador poblado de Enniscorthy en un barco que pone proa rumbo a Brooklyn; allí toma una habitación en una boarding house, suerte de antepasado de los bead & breakfast, y pese a la buena camaradería, su nueva vida estará siempre al acecho por los fantasmas del exilio. Otra producción del ahora prolífico Irish Film Board, con guión de Nick Hornby (Fiebre en las gradas, Alta Fidelidad, About a Boy) sobre una novela homónima del irlandés Colm Tóibín, y con protagónico oscarizado de Ronan (una promesa de 21 años que dio lustre a opacas superproducciones como Atonement, The Host y Byzantium), Brooklyn es una dramatización suave, un giro no sin encanto acerca de un tema conocido.
Durante la década del 50 muchos europeos e Irlandeses escapaban de los estragos causados por la segunda guerra mundial y la complicada situación que atravesaba el viejo continente, para cruzar el charco y volver a empezar en América. Nueva York se veía inundada de inmigrantes que abandonaban su hogar sin la certeza de si verdaderamente conseguirían una mejor vida. Brooklyn está contada en este marco. Pero la historia de Eilis (interpretada por la nominada al Oscar Saoirse Ronan) no se centra en detallar la vida de los inmigrante en Estados Unidos, basta con la ambientación y un cuidado diseño de producción para situarnos en la época y el contexto social e histórico de la película. La historia, contada de un modo muy tradicional al mejor estilo del Hollywood de los 50, se centra en las nobles intenciones de la familia de la protagonista para que Eilis consiga un mejor pasar, y todas las potenciales complicaciones que migrar a otro continente suponen. El sencillo, honesto e inocente relato del director John Crowley cuenta la historia de una joven que se convierte en mujer a partir de su independencia emocional, moral y física. La emocionalidad de la historia crece junto al desarrollo de su personaje principal de manera equilibrada sin ningún giro inesperado que convierte a Brooklyn por lejos en la producción más conservadora de las ocho nominadas al Oscar. Algo así como un guiño al viejo Hollywood. Brooklyn es un viaje tan placentero como convencional confeccionado por cuidadas imágenes de la pintoresca Nueva York de los cincuenta que no ofrece mucho más que eso. Crowley no decepciona ni sorprende con su película. Lo que su trailer adelanta en breves dos minutos, el director extiende a casi 2 horas una historia que es simple hasta la medula.
Una película con buenas intenciones y personajes queribles no es necesariamente una buena película Brooklyn, otra película misteriosamente nominada para un Óscar. Su insipidez es tan evidente como sus buenas intenciones; su falta de imaginación cinematográfica es apabullante, su retórica mecánica, una invitación a la fatiga, ni qué decir del candor obsceno con el que se tratan los potenciales conflicto de la trama. A su favor, su modestia y el deseo de retratar el preciso momento en el que una persona cualquiera elige su propio camino. Legítima elección que requiere un poco de brío, virtud desconocida en este relato con vocación inspiracional. El filme transcurre a mitad del siglo pasado. Es tácito que Europa ha salido de una guerra, lo que podría explicar la falta de horizontes para los pobladores de un pueblo irlandés, aunque el sentido histórico de este filme se circunscribe al mobiliario, la indumentaria y un respeto por los buenos modales que incluye una circunspecta forma de entender el erotismo. Que Estados Unidos resultaba un horizonte de sentido para una joven inquieta como Eilis, la heroína de Brooklyn, es aquí una petición de principio. Es así que en menos de 15 minutos, la chica ya está subida a un barco despidiéndose de su madre y su hermana mayor. En el navío, una pasajera con experiencia le (y nos) explicará el ABC de la vida de todo inmigrante. Mucho más tarde, Eilis repetirá el procedimiento en un mismo espacio, una prueba necesaria de su aprendizaje. La escena aludida puede pasar desapercibida, pero es la que articula la didáctica general del filme. Lo que no debería pasar inadvertido es la simulación física de la escena. El mar inexistente adquiere su presencia digital como fondo, la iluminación excesiva lo delata y la película expresa su triste confort enraizado en el diseño. Más que un filme es un póster de una época por el que se mueven los personajes. Estados Unidos es la panacea. Una sociedad dinámica y pletórica de oportunidades, que rápidamente albergará a Eilis. Conseguirá trabajo, conseguirá un novio, también inmigrante, aunque no será irlandés, y a medida que pase el tiempo dejará de pensar en su patria. Hasta que una desgracia la obligue a regresar por un tiempo, lo que incluso puede poner en riesgo su flamante matrimonio. He aquí la enunciación de un drama que permanecerá como esbozo. Frente a Brooklyn, de John Crowley, escrita para el cine por Nick Hornby y basada en una novela de Colm Tóibín, que un filme como Carol, de Todd Haynes, no esté entre los candidatos es un escándalo. Ambos están situados en el mismo período y son deudores de una novela. Pero una es una película notable y la otra una pulcra ilustración en imágenes de una pieza literaria. A esto último se le llama cine académico. El desdén por la forma cinematográfica es parejo al desgano con el que se encaran los materiales del relato para neutralizar el poder expresivo del cine a costa de asegurar asentimiento y comodidad. Demagogia benevolente de Brooklyn, un remedo de cine clásico.
SIN LUGAR EN EL MUNDO Llama la atención que un film tan convencional, tan lleno de lugares comunes y tan superficial, tenga chances de ganar el Oscar a la mejor película. Todo aquí es bueno, edificante y pesado. Es la historia de una muchacha que en los años 50 deja su modesto hogar en Irlanda para tentar suerte en Brooklyn. Y le sale bien, más allá de pequeños incidentes y roces en su nuevo hábitat. La ayuda su cara, su cura (sacerdote servicial), sus amistades y su estrella para encontrar gente buena. Tiene novio y buen trabajo. Pero extraña aunque no mucho. Y una desgracia familiar la obligará a volver a su país. Y allí enfrentara –¡por fin!- un conflicto: qué hacer con su vida. Tiene dos hogares, también dos pretendientes (los dos buenísimos). Lo crucial es poder saber cuál es su lugar en el mundo. Y en la balanza pone recuerdos, afectos, proyectos, arraigo, futuro. Encrucijada que la película resuelve con una mirada liviana, gastada y empalagosa
La crítica de cine tiene sus mañas. Todos las tenemos. Una de ellas consiste en utilizar términos indistintamente sin saber bien qué significan. Se podrían citar varios, pero el de “academicismo” o “qualité” son recurrentes y parecen enmarcarse en el aura de la cuestionable mirada que la generación de la Nouvelle Vague dirigió contra las supuestas películas de calidad y su pretendido realismo psicológico. Hoy podemos revisar con cierta pretensión de justicia algunos artículos de batalla para corroborar que parte de las películas y los directores incluidos en una cierta tendencia del cine francés de entonces merecerían, por lo menos, una revisión y tal vez, una reivindicación. De modo tal que hay conceptos que con ligereza están instalados pero a la hora de definirlos habría que esforzarse más. Sin embargo, no puede evitarse la paradoja: palabras como academicismo y qualité son difíciles de precisar pero sumamente fáciles de designar o atribuir a determinados filmes. Alguien podría decir que Carol de Todd Haynes y Brooklyn de John Crowley son académicas, de calidad. Pero una diferencia sustancial las separa: la primera tiene algo para mostrar y decir que la segunda no. Además, una fue obviada por otra idea de Academia (la de Hollywood) para los premios principales y la otra no. No es que Haynes, en su ahora variante de esmoquin, aparezca como revulsivo ante las conciencias bien pensantes del Norte pero seguramente elude varios lugares seguros, comunes y digeribles de los cuales sí se hace cargo Brooklyn, y con creces. La edulcorada estética que propone Crowley asume una noción de belleza vacua, de absurda moderación y destila mecanismos constantes de reparación que evitan el escándalo. Desde sus primeras imágenes se harán presentes todos los signos característicos para que sintamos que la pantalla es el lugar en el que queremos estar cómodos y seguros: ambientación rigurosa, vestidos y peinados adecuados, música a la altura y una puesta en escena cuyo sesgo es la estabilidad sostenida con moderados movimientos de cámara. La invitación es inofensiva; lo perjudicial es la grosera forma en que se erige detrás de esa delicada epidermis un discurso etnocentrista, aquel que destaca a EE.UU. como la tierra prometida. El móvil principal para sostener lo anterior es la joven heroína dramática que, agobiada por la rutina de la Irlanda de los cincuenta, tiene la posibilidad de viajar a Nueva York. Las imágenes ralentizadas envueltas en orquestaciones para mostrar la despedida desde el barco que parte son apenas el inicio de la búsqueda de lindura vacua que predominará a lo largo del filme. Otros significantes tales como la ropa comenzarán a marcar el territorio ideológico de conversión cultural. Instalada en su incómodo camarote, Eilis llevará un tapado verde para connotar su apego a la tierra que deja. Inmediatamente, otra joven blonda, más osada y decidida, compartirá el lugar con ella. Su vestido es rojo y cuando llegan a Estados Unidos su consejo es “piensa como una americana”. Inmediatamente vemos como la tímida protagonista atraviesa una puerta azul mientras se cuela una angelical iluminación, como si entrara al paraíso. Más allá de la conciencia de un inmigrante irlandés de la década del cincuenta, no deja de ser burdo el ideologema: bienvenidos a la tierra prometida. En ese plano se filtra, como el destello de luz, la moral de la película. Y en este período de aprendizaje (un eufemismo de colonización de identidad), lejos de proponer un “saber femenino” o una percepción socialmente significativa de la mujer en torno a como ve y comprende el mundo, se privilegia una serie de consejos tendientes a promover un imaginario con todos los signos propios de la cultura americana en desmedro de los propios. El nuevo mundo al que accede Eilis pidiendo permiso tiene sus consejeros estratégicamente puestos por Crowley en momentos específicos. Cuando consiga trabajo en una tienda, la encargada le dirá “trata al cliente como si fuera un amigo”. Más adelante, un cura bonachón le conseguirá estudiar en Brooklyn (es obvio que en este tipo de películas, la iglesia no se toca). El personaje será la excusa para introducir otra de las frases solemnes y etnocentristas. Hay una cena de caridad para ancianos irlandeses y entonces la protagonista le pregunta por qué no regresan a Irlanda y la respuesta no se hace esperar: “si no hay oportunidades para una joven como tú allí, cómo la tendrían ellos”. Un vocero más del sueño americano. A esta altura, Eilis es un muñeco encerrado en el universo de Cenicienta a punto de hallar a su príncipe azul, disfrazado con las ropas de la cultura dominante. Ha abandonado su traje verde pálido. En un baile, sus compañeras residentes en un hogar de estrictas reglas de convivencia, le pintan los labios para que no se vea como alguien “que acaba de venir de ordeñar vacas” y cuando se va, el saco ya es rojo. Entonces, como todo está regido por la falta de riesgo estético como narrativo, aparece el enamorado, un italiano simpático de numerosa familia, en la que se destaca un hermano gordito (se roba la película) que habla como mafioso (así de paso se afirman los estereotipos). Los duros eslabones de causa-efecto se construyen de manera previsible y la nueva pareja ya vive a la americana y lo irlandés, a esta altura es una reminiscencia acotada al verde de una bikini en la playa. Y si los vestidos dicen mucho en la película, a su forzado regreso en un pasaje de la historia a Irlanda, el luto de los presentes contrasta con un amarillo vivaz de la protagonista. Es Eilis ahora quien da consejos glamorosos mientras los “pobres irlandeses” le dicen que ahora ellos están atrasados. Y como los diálogos son tan elocuentes como la ropa, ella remata con una frase, a esta altura del metraje, obscena: “Por supuesto que se ven tranquilos y civilizados. Y encantadores.” Todo en Brooklyn, hasta la posible transgresión, está controlado. Lo único que despabila a los personajes es el dinero. Por ello hay que volver a la tierra prometida con una escena espejo de la primera que da pavor por la chatura discursiva. Curiosamente, varios interpretaron esta historia como un drama sobre la pertenencia a un lugar. Es parte del juego laberíntico de las apariencias. Basta con desmontar los cimientos ideológicos que sostienen a la película de Crowley para destacarla apenas como un folleto propagandístico solapado de la “tierra prometida”. Una lástima si se considera la potencia y la ambigüedad de la novela de Colm Tóibín que sirvió como base y una decepción si estuvo Nick Hornby en la pobre adaptación. Pero los tiempos cambian. Y si bien nada garantiza que el tiempo pasado fue mejor, hay una tendencia que parece irrefutable y que ya la había anticipado Serge Daney: “Creo que las cosas se invirtieron: un público que perdió toda inocencia se hace el inteligente ante el espectáculo publicitario de un cine infantil y corrupto.” Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
La irlandesa que clavaba el visto En Irlanda, a mediados del siglo pasado, la vida no era fácil aún para los jóvenes de gran capacidad intelectual, de moral irreprochable o incluso teniendo ambas condiciones. Eilis Lacey (Saoirse Ronan) se ha forjado una excelente reputación como estudiante y trabajando a tiempo parcial en el almacén de su zona comandado por la insufrible señora Kelly, lo cual provoca que la iglesia a través del padre Flood (el siempre sólido Jim Broadbent), le consiga una plaza de residencia y un trabajo estable en Brooklyn, Nueva York. Para ello debe dejar a su madre viuda y a su hermana (con la que la que tiene un vínculo especial) y así poder probar suerte en ese nuevo mundo. Eilis acepta la propuesta y decide viajar a esa ciudad de grandes oportunidades. Una vez allí -y luego de un período razonable de adaptación- el cambio es tan grande en su vida que la lleva a tener una actitud totalmente distinta al frío y distante comportamiento que lucía cuando llegó. La causa más grande es el haber conocido a Tony (Emory Cohen) que completa casi a la perfección sus necesidades afectivas y la hace aceptar y corresponder el amor por primera vez en su vida. Este muchacho italiano representa algo así como el marido ideal para los valores que le han sido inculcados a la chica irlandesa. Pero por cuestiones argumentales que no conviene revelar, la pobre Eilis se ve obligada a volver a su tierra por un tiempo no determinado y esto dará vuelta su mundo una vez más, ya que todo ha cambiado y las oportunidades se le ofrecen casi de manera vertiginosa. Ahora deberá decidir pero no entre cero y una oferta tentadora, sino entre dos opciones que la completan y le dan sentido de pertenencia de maneras diferentes pero igual de satisfactorias. Uno de los problemas más grandes que tiene Brooklyn es su extremada corrección y mesura en todos sus aspectos. Los conflictos, ya sean menores o centrales, tardan en aparecer y sólo surten efecto porque a esas alturas, ya está dada la empatía con lo que le sucede a Eilis, cuya vida se parece a la de millones de personas que en algún momento llegan a creer que jamás serán profetas en su tierra y deciden emigrar. Y hablo de problemas porque la extrema prolijidad atenta con no poder mantener abiertos los párpados más pesados del espectador, aquellos que entienden de sobra que no hay historia atractiva sin conflicto, su real motor y generador de situaciones. Esos mismos párpados se cerrarán en una buena siesta si eso no aparece y termina convirtiendo a la sucesión de fotogramas en una anécdota sosa e intrascendente. El que esto no suceda en la candidata al Oscar Brooklyn es en buena parte mérito de la gran Saoirse Ronan -también candidata a mejor actriz- que viene demostrando su capacidad para transmitir emociones y lograr que podamos ver a través de esos ojos de aparente frialdad y profundidad infinita. Claro que John Crowley fue quien la puso allí y construyó la historia a su alrededor con excluyente protagonismo, pero no se puede dejar de decir que con lo fácil que le hace las cosas la actriz con sólo aparecer en pantalla, el director pudo haberse esmerado un poco más en salir de la comodidad de un relato tan estandarizado. Los personajes que rodean a Eilis son queribles a pesar de lo estereotipados y del poco desarrollo que tienen. La odiosa dueña de la tienda en la que tiene empleo parcial en Irlanda antes de partir -luego fundamental en la resolución de la historia-, la madre viuda que mantiene distancia por su largo duelo, la hermana compinche sobreprotectora, y luego están las nuevas compañeras y convivientes de la joven irlandesa en la casa de Brooklyn, tan predecibles que hasta puede jugarse a adivinar sus diálogos en las situaciones que comparten, la mayoría de ellas en la mesa de la anfitriona, una anciana moralmente irreprochable que convierte a Eilis en su favorita pero no deja de tratar al resto del rebaño como a hijas apenas descarriadas a las que debe llamar al orden con regularidad. Y por último los pretendientes, ese italiano brooklinalizado sin aristas que no puede dejar de ser el primer hombre que toda chica al estilo Eilis quisiera conocer, o el irlandés universitario -el versátil Domhnall Gleeson que no ha dejado de aparecer en película que se precie en el 2015- y que en la primera etapa de su vida en Irlanda le era inaccesible y a su regreso estaba a sus pies siendo todo ternura. Todos ellos son piezas de un puzzle tan limpio y perfecto que por funcionales pierden atractivo. Y entonces resulta tan pasteurizado y aséptico ese ambiente creado, que logra, sin embargo, que el conflicto final sea efectivo por una simple cuestión moral. Esto provoca una ruptura y genera un debate que no por pequeño deja de ser interesante. Todo se justifica por la última decisión que debe tomar Eilis, en la cual nos involucra porque resulta imposible mantenerse al margen y no opinar -a la manera de cualquier director técnico- sobre la vida de quienes nos importan, de determinar sin dudas qué debe hacer y cómo repercutirá sobre sus afectos. Y allí probablemente nos damos cuenta del mérito real del film, nos ha metido de lleno en un mundo de más de sesenta años de antigüedad en el que las relaciones a distancia -y no hablo sólo de las amorosas sino también de las familiares- dependían de intercambios epistolares en papel o -ya pensando en urgencias- llamados telefónicos muy costosos y para nada privados. Quizás en los tiempos presentes del Skype, de videollamadas y toda clase de gadgets a nuestro alcance que antes sólo veíamos en películas de espías, resulte difícil entender el precio de mantener vivos los afectos con la distancia de por medio, pero la película lo logra y al menos parcialmente podemos sentir lo peligroso de la falta de noticias para mantener vivas ese tipo de relaciones. Como si el “ojos que no ven corazón que no siente” resumiese esta anécdota a la perfección. Brooklyn es una de las nominadas a mejor película en los premios que otorga la Academia, a mi entender sólo porque este año no hubo demasiadas sorpresas o títulos que pretendan, por gusto del público o beneplácito de la crítica, arrasar con una buena cantidad de premios. Entonces no es injusto que esté allí, porque es fiel testimonio de la prolija mediocridad de la producción actual de mayor alcance comercial.
Y finalmente, tres días antes de la ceremonia de entrega, se estrena en la Argentina la última película nominada al Oscar. Se trata de un excelente drama romántico dirigido por John Crowley (“Circuito Cerrado”) basado en la aclamada novela homónima escrita por Colm Toibin que además cuenta con otras dos nominaciones a Mejor Actriz Protagónica y Mejor Guión Adaptado. La historia, que se desarrolla en 1952, es la de Eilis Lacey (Saoirse Ronan), una tímida joven irlandesa que vive con su madre, la Sra. Lacey, (Jane Brennan) y su hermana mayor, Rose (Fiona Glascott), en la pequeña ciudad de Enniscorthy, ubicada al sur de Irlanda. En la búsqueda de un futuro mejor, decide abandonar la comodidad de su hogar para viajar a los Estados Unidos e instalarse en Brooklyn (Nueva York), donde la espera una visa, un trabajo como vendedora en una tienda y estudio para recibirse de contadora, gracias a los arreglos de un cura irlandés, el padre Flood (Jim Broadbent), radicado hace años en el barrio que da nombre al film y donde radica gran parte de la comunidad del país británico. En medio de esta historia conmovedora sobre inmigrantes, la trama desarrolla un triángulo amoroso entre la protagonista, que sufre mucho el estar lejos de su tierra, el dulce Tony (Emory Cohen), un muchacho ítalo-estadounidense, y Jim Farrell (Domhnall Gleeson), un joven de familia acomodada que, cuando Eilis se ve obligada de regreso a Irlanda, trata de conquistarla. Su corazón debe elegir entre dos amores, dos países y las vidas que existen dentro. El drama se combina con algunas dosis de humor que toman lugar en la pensión para señoritas donde reside Eilis y que está regenteada por Madge Kehoe (una divertida Julie Walters). Allí entabla amistad con Patty (Emily Bett Rickards (Felicity de la serie “Arrow”), Sheila (Nora-Jane Noone) y Diana (Eve Macklin). Saoirse Ronan, nominada por segunda vez a un Premio Oscar (la primera fue en 2008, a los 14 años, por su trabajo en “Expiación, Deseo y Pecado”) se luce en este papel que tiene muchas similitudes con su propia vida, ya que la actriz nació en Nueva York y a los 3 años se fue a vivir a Irlanda para luego regresar a los Estados Unidos y desarrollar su carrera cinematográfica.
El sueño es el otro lado del espejo Con una sencillez aparente, de matices críticos, Brooklyn compone una historia de afectos y desgarros alrededor de una inmigrante irlandesa, los años '50 y el sueño americano. La gran caracterización de la joven actriz Saoirse Ronan. El cine es el arte de la inmigración. Los viajes entre continentes le acompañan desde siempre, con el Charlot de Chaplin ‑en El inmigrante (1917)‑ como uno de sus primeros ejemplos. También porque las películas se hacían mientras esos movimientos de masas ocurrían, con el cine como el medio de expresión que el siglo pasado privilegió. En este sentido, las películas quedan como testimonio de las épocas, capaces como lo han sido de capturar el movimiento de las aguas a la par de los sentimientos encontrados, heridos entre el abandono de la tierra y un porvenir fortuito, promisorio. Entre ellas, una que es ejemplar: Good morning Babilonia (1987), en donde Paolo y Vittorio Taviani emigraban con sus personajes a la tierra en ciernes que era Hollywood, para encontrar allí a ese otro padre que es, para el cine, David Wark Griffith. Con momentos de pantomima y ciudades de cartón ‑para una pantalla capaz de capturar todos los tiempos históricos, tal como sucedía en Intolerancia, de Griffith‑, los Taviani citaban con el vaivén de los platos de sopa en alta mar al inmigrante del bigotito y bastón, otro de los padres fundadores. Con esta película, los hermanos italianos situaban en Hollywood el acta de nacimiento y su lugar en el mundo: el cine. Porque es allí donde fueron a parar tantos otros exiliados, refugiados y viajeros, para hacer del cine una patria compartida y resentida; Hollywood, se sabe, recibió y expulsó. La reciente Brooklyn, consciente del hecho, se inscribe allí, en ese mareo con malestar de barco que zarpa, entre la incertidumbre de lo que sobreviene, y la certeza de lo que se pierde. La acción se sitúa en los años '50, a partir del viaje que Eilis (Saoirse Ronan) emprende desde su Irlanda natal. Detrás quedan su madre y hermana, alguna amistad, y el trabajo oscuro en la panadería. La valija apenas carga algo que vestir. La propia hermana es quien alienta la partida, amparada por la ayuda que propicia uno de los párrocos de la Iglesia. Brooklyn es, apenas, esta historia. Antes bien, sabrá encontrar su momento fundamental cuando Eilis deba volver. Allí es donde la película aparece, en el desgarro dialéctico, en la renovación de un dolor que parecía abandonarse para, de pronto, reaparecer en la forma de un encantamiento peligroso, que paraliza. Desde luego, para llegar a esta instancia, la película tendrá que recurrir a sus costados más o menos previsibles: el acostumbramiento a la nueva ciudad, la melancolía, el trabajo, los estudios y el afecto. Hasta que aparezca el amor, momento que hará crisis en Eilis, en coincidencia con las indecisiones que le procurarán el retorno a la tierra de la niñez, que la espera para retenerla como el hechizo de una bruja vieja. Es cierto que la construcción que de Brooklyn ‑y Estados Unidos, por extensión‑ la película propone es acorde con la tierra prometida del "sueño americano". Pero habrá que atender a que éste, justamente, es una de las muchas consecuencias simbólicas que el mismo Hollywood ha suscitado. América aparece como el horizonte de la oportunidad, el lugar donde puede pensarse el porvenir. Tal como en las películas: un mundo casi irreal, en donde los sueños pueden materializarse. No importa si esto es más o menos cierto, lo que en todo caso merece atención es la potencia de este "sueño" como noción compartida. Ahora bien, que tal situación ocurra durante los años '50 ofrece, desde ya, sus matices. Se trata de la década del macarthismo y las persecuciones ideológicas. Podría pensarse que Brooklyn pasa por el alto el asunto, enfrascada como lo parece en encuadres que semejan esas mismas ensoñaciones. Pero esto no es así. Por un lado, porque las primeras impresiones que el film dedica a Eilis en suelo americano la sitúan de manera cercana a la soledad que pintara Edward Hopper: en la tienda comercial, en el bar frente al espejo, entre la multitud, así como a merced de algún diálogo casual en donde el peligro comunista es invocado. Eilis está sola. Es más, este aspecto será acentuado con la cena de Navidad para los homeless en la que ella colabora: viejos irlandeses caídos en el olvido, sin embargo constructores de las autopistas, puentes y edificios que el país exhibe con orgullo. El otro aspecto sustancial remite al mismo cine. Brooklyn guarda, por lo menos, dos referencias explícitas. Una de ellas, inevitable, es El hombre quieto (1952), de John Ford, donde el director norteamericano sueña, inversamente (¿irónicamente?), con Irlanda como su lugar de fábula. La otra es Cantando bajo la lluvia, la obra maestra de Gene Kelly y Stanley Donen, del mismo año. A la salida del cine, Tony (Emory Cohen), el novio italiano de Eilis, emulará para ella el momento donde Kelly baila aferrado al poste de luz. La cita implica, amén del guiño, otro: es la escena donde un policía observará el comportamiento del bailarín callejero, enamorado, detalle magistral que ha sido leído como la mirada crítica del film hacia los tiempos vigías del macarthismo. Este doblez sutil que Brooklyn maneja ‑y que la emparenta con el talante perspicaz del gran cine de aquellos años‑ queda remarcado en la respuesta que Eilis pide a una de sus compañeras de cuarto. "¿Te volverías a casar?" La interrogada dice que sí, claro; del mismo modo en que, una vez encontrado el hombre, pensaría en no haberlo hecho. Un espejo reitera el asunto. Lo que sigue es el viaje de Eilis a Irlanda. Ir de un lado al otro de ese espejo que, en última instancia, también es el sueño americano. Todo esto sin omitir la caracterización perfecta que de Eilis logra Saoirse Ronan, cuyo rostro es capaz de conjugar timidez, belleza escondida, dolor, decisión. Hay una mutación gradual en sus facciones y comportamientos que la llevan a encontrar, finalmente, la reiteración de una situación que será, también, protagonizada por otros. Tomar conciencia de esto significará su arribo a una etapa diferente, que le implicará un salto cualitativo. Finalmente, Eilis sabrá proseguir, proyectarse, y ser otra.
Propaganda yanqui "Brooklyn" cuenta la historia de una inmigrante irlandesa que se encuentra en dicha ciudad atraída por la promesa de una vida mejor. Pero pronto, deberá elegir entre dos países y las vidas que existen dentro de cada uno de ellos. El concepto de que Estados Unidos es una “tierra de las oportunidades” se reitera en la película nominada al Oscar. Nominada a mejor película para los Oscar que se entregarán el domingo, “Brooklyn” narra la historia de una joven irlandesa, Eilis Lacey (Saoirse Ronan) y su viaje a Estados Unidos en los años ‘50, en busca de un futuro mejor. Gracias a la ayuda de un sacerdote, la chica llega con trabajo, casa y estudios pagos a esta “tierra de las oportunidades”, concepto que se reitera en la película. Eilis primero extraña su hogar y no se halla dentro del suburbio de Nueva York donde pasa sus días, pero al conocer a Tony (Emory Cohen) en un baile, todo cambia, pues el amor hace que se sienta más a gusto en la ciudad y empieza a reconocer la “belleza” de este nuevo mundo. Una tragedia la obligará a viajar a su país natal para ayudar a su madre, y más oportunidades surgen para ella, obviamente bañada por el aire neoyorquino, que la hace más interesante para empleadores y pretendientes. En ese momento, Lacey deberá decidir si llama hogar el lugar que la hizo crecer como persona o en el que nació pero que poco tiene que ver con ella en su actualidad. Con un inicio muy similar a “Titanic”, con una Europa pobre enviando a gente esperanzada hacia el gran país del norte, en las primeras escenas todo comienza a tener un olor a propaganda estadounidense que se acrecienta a medida que Eilis se amiga con Brooklyn. El clásico “todo es posible aquí si sigues tus sueños” es tan naif y condescendiente que ni siquiera puede generar empatía la historia de amor, forzada por demás. A todo esto, el lugar de la mujer, para el filme, es al lado de un hombre. “No lo dejes escapar”, “Debes aprender a comportarte ante su familia”, frases que se escuchan de parte de las “menos afortunadas”, tienden al sexismo liso y llano. Está bien, hablamos de un filme que evoca la década del ‘50, pero no es necesario la exaltación de un pasado como si fuese un tiempo de oro. Del lado bueno, es una película amena, en el que el drama es apenas una loma sin mucha altura a atravesar. Y todo es lindo en Brooklyn, nuevamente exaltando la gran ciudad por sobre la fría Irlanda. Así que no sorprende su nominación como “mejor película” ya que los yanquis de seguro que la amaron y amarán honestamente al verla, pero ese panorama que intenta ser universal (sueños, composición de un hogar) vuelve constantemente a sobrevolar Nueva York, indicando inconscientemente que todo lo bueno proviene de ese lugar y no de las intenciones propias.
Volver al futuro Hay varias maneras de representar cómo es vivir el sueño americano. Y “Brooklyn” es una de ellas. John Crowley se encargó de reclutar a la ascendente Saoirse Ronan, de tan sólo 21 años, para encabezar un filme que es una simple historia de amor, pero narrada de un modo impecable. Se trata de las andandas de la joven inmigrante irlandesa Eilis Lacey, ambientada en los años 50, cuando la crisis de posguerra azotaba la vida social y laboral de Europa. Eilis decide dar un golpe de timón en sus días opacos y sin futuro para ir en busca de las luces de Brooklyn, en Nueva York. Allí se topará con un trabajo más digno, aunque también más exigente, y un amor a la vuelta de la esquina: Tony (Emory Cohen), un plomero de oficio, de familia italiana, capaz de amarla incondicionalmente. Un hecho trágico la obligará a volver a Dublin, y el calor del hogar atravesado por la nostalgia la hará dudar sobre volver o quedarse. Es cuando le costará ubicar qué es el pasado y qué es el presente, lo que será determinante para bosquejar su proyecto de vida a largo plazo. Con un relato dinámico y llevadero, “Brooklyn” logró cautivar a la Academia de Hollywood y va por tres Oscar: mejor película, actriz protagónica (Saoirse Ronan) y guión adaptado. Del voto del domingo, dependerá la suerte de la película en el futuro. Esa decisión, al igual que en la historia de la protagonista, hará que nada vuelva a ser como antes.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
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Camino a la libertad "Brooklyn" es una vieja fotografía recatada de un albún de recuerdos, es un retroceso en el tiempo que de modo implícito nos ubica en otra realidad. Nada en la película tiene lugar en el presente, pero todo en él se desarrolla como si una corriente invisible ligara al espectador con el imaginario de los personajes. Al igual que su fuente literaria (la novela de Colm Toibin), la producción, dirigida por John Crowley ("Boy A", 2007), y escrita por Nick Hornby, se percibe como el resultado de la investigación en la vida de una generación anterior, que al pasar las páginas cada recuerdo se transforma en una acción, dando movimiento a la historia. En “Brooklyn” se narra la vida de Eilis, una chica provinciana, tímida, que llega a los Estados Unidos en 1951, gracias a la ayuda del sacerdote, Padre Flood (Jim Broadbent) que oficia en la congregación irlandesa. En Brooklyn, Eilis renta un cuarto en una pensión a cargo de una matriarca, Mrs. Keogh (Julie Walters), y que a la vez comparte con otras mujeres jóvenes. Al poco tiempo de establecerse en Brooklyn, Eilis Lacey (Saoirse Ronan) – la jovencita que es el principal interés y razón de ser de la película – conoce a Tony Fiorello (Emory Cohen), y se enamora. Van de excursión azotados por el viento y mientras caminan por la hierba en Long Island, como todo enamorado Tony genera planes para el futuro desde una visión muy idílica en la que le presenta una bonita casa y un negocio de plomería familiar próspero: una vida tranquila y feliz más allá de los estrechos confines de la ciudad. “Brooklyn” dota a sus personajes con deseos y aspiraciones, y examina el pasado con la curiosidad de una mente abierta y no con sentimentalismo. El paisaje urbano de Nueva York poco tiene que ver con los paisajes irlandeses que son entre románticos, bucólicos y austeros. En él hay tranvías, casas de huéspedes, edificios y grandes almacenes a un lado del océano, tiendas ordenadas y pubs con paneles oscuros en el otro. También hay un montón de reglas y expectativas de los jóvenes, y de las mujeres en particular. Eilis no experimenta estas normas como indebidamente opresivas. Son semejantes a lo que está acostumbrada y también, por tanto, son la condición de su libertad. Ella sale de su casa no para huir de la violencia política o la pobreza extrema - como millones de inmigrantes anteriores de Irlanda y de otras partes de Europa hicieran –, sino para escapar de la estrechez y oportunidades limitadas de su ciudad natal. Ella deja atrás a una madre (Jane Brennan) y una hermana mayor (Fiona Glascott), y soporta los mareos en el barco que la lleva a Nueva York y la nostalgia, en aras de un horizonte mejor. Las calles de Brooklyn no están pavimentadas con oro, pero hay una habitación en una casa de piedra rojiza y un puesto como empleada de ventas que espera a Eilis cuando arriba a ese nuevo mundo. Ella está asesorada por el sacerdote, atendida por una casera de lengua afilada (Julie Walters) e instruida en los caminos de la feminidad de americana por su supervisora en el trabajo (Jessica Paré) y por las demás residentes de la pensión. La verdadera razón es que Saoirse Ronan no hace más que cumplir la promesa inicial de "Expiación" (“Atonement” dirigida por Joe Wright en 2007) y aquella niña temerosa pasa a ser una actriz increíblemente inteligente, para transformarse en una intérprete cuya imagen en la pantalla adquiere notable fuerza y sensibilidad. En la novela, Eilis cobra vida a través de la finura de la prosa de Toibin, un devoto seguidor de Henry James, que registra las fluctuaciones del clima interno del personaje con precisión etérea. La interioridad es un gran reto para los realizadores. El rostro humano es tanto una pared, así como una ventana. Las palabras pierden su poder si no encuentran quien las articule con sensibilidad. Todo depende de la capacidad de los actores para comunicar los matices de un sentimiento y las fluctuaciones de la conciencia. Y Saoirse Ronan utiliza todo - su postura, sus cejas, su aliento su cuerpo, sus manos, sus dientes, sus ojos – para transmitir un proceso de cambio que es a la vez sísmico y sutil. Eilis está en movimiento, y hasta cierto punto en el limbo, atrapada entre dos etapas de la vida y dos concepciones de diferentes de mundos. Al final de "Brooklyn " ella ya no es quien era cuando comienza el filme. Si bien “Brooklyn” puede parecer una cursi historia de amor, la realización adquiere importancia a través del crecimiento de su personaje, Eilis, y de todas las subtramas que tienen relación con el entorno social de aquellos años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Es una película que reconoce lo complejo de las interacciones humanas que a veces se mueven a través de los fuertes lazos familiares, tanto en el mundo irlandés como en el italiano o el neoyorquino. Todo en la película de Crowley se cierne sobre el desempeño de Saoirse Ronan como Eilis. Una y otra vez el director y su director de fotografía Yves Bélanger regresan a los primeros planos de Ronan; las emociones más pequeñas se mueven a través de su cara y son claramente legibles. Lo que el espectador sentirá con “Brooklyn” es que se encuentra frente esquemas cinematográficos de los ‘50 (movimientos de cámara suaves, lentos, elegantes, con el foco en detalles de época, y valores altos de producción en la reconstrucción de época), a la que además se le agregan precisión psicológica y especificidad emocional. “Brooklyn” en realidad es la imagen de una mujer que a mediados de siglo XX debe escoger su camino en la vida. En su viaje de ida y vuelta, su conducta es sorprendentemente ingenua, testaruda, incluso un poco engañosa. Y esos rasgos contradictorios, al final, es lo que permite que su personaje sea memorable.
Una chica irlandesa (Saoirse Ronan, que es muy buena en general) emigra en los años cincuenta a los Estados Unidos. La pasa mal, después se enamora, la pasa bien y después aparece una sombra del pasado en su vida. Es decir, un melodrama bastante claro y, en cierto sentido, tradicional, que trata de concentrarse en pequeños gestos, en la observación de un mundo. Hay una descripción muy precisa del ambiente familiar y el personaje se transforma en una especie de espíritu que va tiñendo con su comportamiento todo lo que la rodea. Por eso, en cierto sentido, el giro que la trama experimenta para generar un conflicto resulta un poco artificial. Pero también es necesario entenderlo: se trata de una narración tradicional que se construye a partir de ese tipo de ganchos. No se trata de un film innovador, sino de una historia querible y emocionante, con una protagonista atractiva.
Una película delicada, romántica, pero no ingenua. Que tiene el enorme plus de la actuación plena de matices de Saoirse Ronan, nominada al Oscar de mejor actriz. Ella es la emigrante irlandesa que se va sola a EEUU a sufrir nostalgias terribles pero que poco a poco se adapta y enamora. Habrá un regreso a su pueblo natal y luego las grandes decisiones. Bien ambientada, con buenos actores.
Entre el amor y la patria Si se permite una analogía, podría plantearse que “Brooklyn” es una construcción sólida y prolija cuyas piezas están acomodadas con precisión milimétrica. Pero de ningún modo sorprendente, audaz o alejada de las convenciones. Es el trabajo de un artesano, nunca de un autor decidido a dejar su marca. Esto no impide que la película, que se coló entre las nominadas al Oscar, posea varios atributos. Más bien se traduce en cierto insalvable distanciamiento con el espectador, que nunca llega a identificarse con las encrucijadas que atraviesa la protagonista. Todo se asemeja demasiado a un perfecto mecanismo de relojería donde cada engranaje está en su lugar. Funciona muy bien, pero no conmueve. Cuidadosamente ambientada en la década de 1950 (éste es uno de los aspectos logrados del film, el detalle que se observa en la reconstrucción de los distintos escenarios) “Brooklyn” es una crónica de las vivencias de la veinteañera irlandesa Eilis Lacey (Saoirse Ronan) desde el momento en que decide abandonar el opresivo ambiente de su pueblo natal para probar suerte en Estados Unidos, donde poco a poco logra asentarse, encuentra trabajo, se enamora del plomero Tony (Emory Cohen) y comienza a edificar su sueño americano a pequeña escala. Sin embargo, su patria la reclama a partir de una inesperada tragedia familiar y a partir de ahí Eilis deberá tomar decisiones que alterarán el curso de varias vidas. Más allá de la gran belleza estética, acentuada por el excelente trabajo de fotografía, que impregna el film, la ligereza y corrección con la que el director, John Crowley, aborda temas complejos como el amor, las relaciones familiares, el sexo, la muerte y sobre todo el desarraigo, contribuyen a acrecentar el efecto de distanciamiento. Por caso, la legendaria (y breve) secuencia de “El padrino II” (1974) que muestra al joven Vito Corleone a bordo de un barco atestado de inmigrantes que observan la Estatua de la Libertad con una mezcla confusa de temor y esperanza es más elocuente que la travesía marítima que emprende Eilis: aunque la nostalgia y sus secuelas deberían ser evidentes, estos sentimientos nunca terminan de cuajar. Gran actriz Lo que eleva a “Brooklyn” por encima de la media y diluye en gran parte sus deficiencias es la actuación de Saoirse Ronan, merecedora de una nominación al Oscar que finalmente quedó en manos de Brie Larson por “Room” (2015). Ronan domina con firmeza todas las escenas, maneja a la perfección los diferentes registros. Convence tanto en los momentos en que prevalece el melodrama como en aquellos otros donde el humor funciona como necesario contrapunto. Un ejemplo de sus cualidades interpretativas es el monólogo ante la tumba de un ser querido. Es uno de los pocos instantes en que la película logra franquear sus obstáculos y emocionar. Mérito que corresponde por completo a la actriz. Con apenas 21 años, hija del actor Paul Ronan, despuntó en “Expiación: deseo y pecado” (2007) con un papel secundario pero de gravitación esencial en la trama, mostró un talento absorbente en “Desde mi cielo” (2009) y probó fuerzas como heroína adolescente en los thrillers “La huésped” y “How I Live Now” (ambas de 2013). Sin embargo, la intepretación que propone en este drama romántico implica un giro en su carrera que pone de relieve su versatilidad y la afianza entre las más prometedoras de su generación. En el mismo rumbo, es un acierto en “Brooklyn” la ubicación estratégica de dos actores secundarios de comprobada solvencia como Jim Broadbent como cura neoyorquino que colabora con la adaptación de los inmigrantes irlandeses y Julie Walters como rígida pero benévola propietaria de la pensión que aloja a Eilis.
Amor a la distancia Otra de las candidatas a llevarse el Oscar por mejor película se estrena esta semana en la Argentina y cuenta con la destacada actuación de Saoirse Ronan. Saoirse Ronan es una actriz que a sus 21 años ya recibió dos nominaciones al Oscar –una de ellas por el filme que ahora reseñamos y otra por Expiación, Deseo y Pecado- y que se hizo conocida hace cinco años como la pequeña y efectiva asesina de Hanna. Su carrera resulta no menos que prometedora y en cierto punto comparable con la de Jennifer Lawrence, la otra gran intérprete de esta época que a sus 25 años acumula cuatro postulaciones –en una de ellas ganadora- y que compite este año por Joy en la categoría "Mejor Actriz". Con este antecedente, todos los ojos que se posen sobre la pantalla a la hora de ver Brooklyn estarán centrados en esta joven actriz de nombre difícil de pronunciar pero de origen norteamericano que no defrauda en absoluto. Ocurre que Brooklyn es sin mucho análisis un filme de época, en este caso uno inspirado en la novela de Colm Tílbin del mismo título que relata el viaje de una joven inmigrante irlandesa a la ciudad de New York en la década de 1950. Eilis Lacey, de apenas 20 años, zarpa de la tierra de los duendes con destino a la de las oportunidades y allí emprende otro viaje: el del autodescubrimiento y es ahí donde el director John Crowley (Circuito Cerrado) acierta con su visión de la novela ya que Ronan logra mostrar con grandioso realismo la transición de una joven insegura a una mujer independiente que busca realizarse en una tierra extraña sin resignar sus valores. Pero además, el filme narra convenientemente no una sino dos historias de amor: la de Eilis con su enamorado (Emory Cohen) y con su familia, a la que extraña horrores e idealiza en interminables cartas. De todas formas, el relato está muy bien llevado para un filme de época y el director no abusa de las escenografías y no se coloca jamás en un plano solemne en el que las palabras del autor se vuelven algo sacro, un mérito en el que también tiene mucho que ver el guionista Rick Hornby, un experto en la materia de la adaptación que tiene en su CV nada menos que a Alta Fidelidad, esa joya de la década pasada que protagonizó John Cusa junto a Jack Black. De esta manera, Brooklyn se convierte en una buena opción frente a la gran cantidad de estrenos que arremeten contra un público que intenta disfrutar de las vacaciones.
Una historia de amor clásica y elegante "Brooklyn" es una historia clásica de amor y crecimiento personal que podría haberse quedado perdida entre otros títulos del género pero gracias a una muy buena dirección, una producción muy prolija y actuaciones de calidad, logra no sólo trascender sino que además obtiene tres nominaciones a los premios Oscar, incluyendo mejor película del año. La trama no es de lo más original en su esencia, pero en su ejecución es pintoresca y atrapa. El trabajo de producción es realmente muy bueno y transporta al espectador al Estados Unidos de mitad de siglo XX, lo mismo cuando la historia se traslada a Irlanda. Esto es fundamental en la credibilidad de la historia y la mística que rodea al guión. Las costumbres de la época, el vocabulario, el vestuario y la mentalidad de los personajes hacen que la experiencia sea completa y muy satisfactoria. La guía del director es muy importante en esta credibilidad y la fluidez de una historia que hacer reír, entristecer y enamorar al público. John Crowley es un director relativamente nuevo pero hace un trabajo estupendo. En lo que a interpretaciones se refiere, "Brooklyn" está muy bien llevada adelante, sobretodo por la ascendente Saoirse Ronan ("Hanna", "The Grand Budapest Hotel") que con su personalidad calma pero misteriosa llena la pantalla y transmite las sensaciones que vive su personaje, Eilis. Acompañan en el trío protagónico Domhnall Gleeson ("Ex Machina") y Emory Cohen ("Afterschool") que hacen muy buenos trabajos también. Algo que me gustó bastante de este film es que los personajes secundarios aportan mucho en conjunto a la trama principal. Las compañeras de residencia de Eilis junto a la tutora aportan frescura y humor, mientras que las intérpretes que personifican a la familia de Eilis aportan nostalgia y el interés amoroso irlandés junto con sus amigos de su país natal le ponen elegancia al relato. Hay una escena en particular en la que Eilis cena por primera vez con la familia de Tony, su novio italoamericano, en la que el hijo más chico de la familia se la roba completamente. Una historia de amor y crecimiento personal con aire de Hollywood clásico, elegantemente filmada y con interpretaciones que nos llevan por un ratito a una época linda y convulsionada a la vez.