Por un puñado de personajes al límite Es muy sencillo salir del cine y decir que Carne de Neón, último trabajo hasta la fecha del guionista y realizador Paco Cabezas (Aparecidos, SexyKiller), es un homenaje (o pseudo plagio, como se quiera ver) a la forma de hacer cine de cineastas como Guy Ritchie o Quentin Tarantino, y seguramente a los que tiendan a opinar de esa manera no les faltará parte de razón. Pero es que la gente tiene muy poca memoria cinéfila y no se acuerda de que el cine empezó hace muchísimo tiempo. Lumet, los primeros trabajos de Scorsese, Arthur Penn... películas como Tarde de perros, con personajes que tienen que sobrevivir; que viven el día a día; que están siempre al límite; que se preocupan de cómo van a pasar esa noche, que van a comer, personajes que están con el agua al cuello, al límite. Los protagonistas de Carne de Neón, un largometraje cuya idea nació de un multipremiado corto firmado por el propio director, cumplen a la perfección con todas estas características que acabamos de enumerar. Si a eso le añadimos un montaje a ritmo de videoclip, unos diálogos que se escupen más de lo que se hablan, y una ingente cantidad de hemogoblina que salpica cada fotograma, tendremos las pautas básicas en las que se asienta esta divertida y muy recomendable producción. No deja de ser algo extraño el hecho de que tratándose de una coproducción hispanoargentina, protagonizada por una estrella de la talla de Mario Casas (de quien hace muy poco también se estrenó en carteleras argentinas la muy prescindible Tengo ganas de ti) haya tardado en aterrizar casi tres años. Aquí, el idolo de masas quinceañeras da vida a Ricky, un chaval que se ha criado en la calle a base de trapicheos desde que fue abandonado por su madre a los doce años. Su crecimiento se ha visto ligado a prostitutas, chulos y yonkis, quienes han constituído su verdadera familia. Ahora, con veintitrés años, se decide a inaugurar un club de alterne, con todos los obstáculos de mafiosos y corruptelas varias que eso conlleva. Si bien el actor principal sigue mostrando un verdadero problema a la hora de acometer cualquier rol al que se le exija un mínimo de profundidad, su horrenda dicción tampoco ayuda a hacer creíble ninguna de sus caracterizaciones, y en esta ocasión no estamos ante una excepción, precisamente. Donde sí brilla la propuesta es en la aparición de un ramillete de personajes secundarios que sostienen la película a base de coraje y buen hacer, destacando sobremanera la presencia de Vicente Romero, como Angelito, un ladronzuelo de poca monta de buen corazón que se convertirá a lo largo del metraje en un auténtico robaescenas, y Dámaso Conde, quien borda el personaje de un travesti, cuyo sueño es convertirse en madre, lo que nos proporcionará los momentos más emotivos de la película. En cuanto al elenco femenino, encontramos a una Ángela Molina como madre del héroe de la función un poco pasada de vueltas; una guapísima y lolitesca Blanca Suárez, como chica secuestrada, y a Macarena Gómez, muy convincente en su rol de drogadicta desdentada de muy mala vida. La cuota argentina viene de la mano del siempre convincente Darío Grandinetti, a quien le toca ponerse en la piel de sádico villano que hará la vida imposible a los singulares emprendedores, sumada la aparición fugaz de Luciano Cáceres en el rol de El niño. En definitiva, estamos ante un divertimento cargado de violencia y mala uva, que cumplirá las expectativas de todos aquellos que quieran pasar un buen rato sin buscar explicaciones más profundas ni segundas lecturas de aquello que se nos muestra en pantalla. Y es que el mismo Paco Cabezas ya lo dejó claro el día de la presentación del film, donde afirmó que entendía que existiera el cine contemplativo, que el cine como arte tiene su función, pero que sin embargo le parecía que como espectador se daba cuenta de que necesitaba entretenimiento, porque para él el cine es como una droga y necesita que sea cada vez más intensa.
Anexo de crítica A pesar de las irregularidades e inconsistencias narrativas varias no deja de entretener esta coproducción hispanoargentina más que nada por sus virtudes formales muy cercanas al cine de Tarantino y su estética cuando no se vislumbra el tono de algunas películas de Guy Ritchie, otra innegable influencia para su director Paco Cabezas que se vale de su galería estereotipada de personajes fronterizos y reventados para salir airoso del convite siempre que transita por los carriles del exceso o lo bizarro y se aleja del melodrama que para el registro elegido no se integra en esta trama de prostitutas, mafiosos, travestis y perros que se arrojan por la ventana en medio de un festín de sangre y drogas. Un film pasatista, llevadero y divertido que llega bastante tarde a las carteleras locales.-
El Fin y los Medios Después de la pésima Aparecidos, una historia de fantasmas ubicada en la Patagonia , que tenía como protagonistas a dos hermanos españoles, que eran perseguidos por militares y recibían la ayuda de espíritus de desaparecidos de la dictadura, el español Paco Cabezas, regresa a filmar a la Argentina una llamativa obra que supuestamente debería suceder en España, pero cuyo escenario son los barrios de Buenos Aires. Al principio es un poco extraño ver a todos los autos con placas españolas, la policía integrada por españoles, y que básicamente la mayor parte del elenco hable con acento español, y que pareciera que los pocos argentinos presentes sean los extranjeros. Pero cuando uno se acostumbra a esta fantasía o realidad paralela que propone Cabezas, sin que le importe demasiado el verosímil del espacio físico, dónde se sitúa la historia es lo menos discutible de Carne de Neón. El protagonista, Ricky, decide darle un regalo a su madre que está por salir de prisión por ejercer la prostitución: un burdel, Hiroshima. Para eso le pide ayuda a Angelito, su mejor amigo, proxeneta y buen conocedor de antros, y ambientes marginales para que lo ayude en su misión. Ricky, Angelito su guardaespaldas, El Niño, salen a buscar inmigrantes ilegales, vendidas como trata de blancas. Al principio, el negocio prospera, hasta que aparece El Chino, un gángster que monopoliza la prostitución de la ciudad y le pide una parte de las ganancias de Hiroshima. Paco Cabezas realiza una suerte de thriller a lo Guy Ritchie, intercalando humor, acción y dramatismo en esta ciudad ficticia. Las nacionalidades que importan son las de las mujeres extranjeras secuestradas para ser usadas como esclavas sexuales. Cabezas apela a los peores golpes bajos posibles y guarda reminiscencias con otras películas: desde una inmigrante africana embarazada (parecida a la de Niños del Hombre), hasta escenas de violaciones y sodomías. Sin embargo, a pesar de todo, el guión tiene una búsqueda formal y una construcción alrededor de la relación madre/padre – hijos/hijas que es bastante interesante. Más allá del sentimentalismo, se nota una intención de parte de Cabezas de generar una suerte de cómic al estilo Sin City, con personajes sólidos y actuaciones verosímiles, a pesar del tono caricaturesco de varios de ellos. La estética videoclipera, está bastante bien aplicada en función de la historia y el mensaje anti trata. La fotografía y dirección de arte remite un tratamiento crudo, similar al que podría aplicar Joe Carnahan o Alejandro González Iñarritú. Esto demuestra, sin duda, las ambiciones y pretensiones de Cabezas. La películas es dinámica, tiene ritmo y humor. Y en este sentido es donde se genera la mayor incomodidad acaso, ya que por momentos, Cabezas se deja tentar por cierta mirada misógina y sexista que contrasta con el mensaje final. La película tiene momentos extremos, pero a la vez la tensión de ciertas escenas son dignas de admirar. Es un trabajo impecable en su factoría técnica, que profundiza en un tema demasiado serio, y que con una estética modernosa, “cool” como trasfondo desorienta por sus contradictorias intenciones. Es realmente destacado el trabajo de Vicente Romero, el cómic relief del film; de Luciano Cáceres como El Niño – trabajo introspectivo, austero, diferente a lo que nos tiene acostumbrados en la televisión argentina – de Darío Grandinetti como el villano de turno y, especialmente de eterna Ángela Molina como la madre de Ricky, una prostituta con Alzheimer. Películas, con tantos golpes, con una visión tan marginal del mundo, tan cruda es blanco fácil de críticas, y más especialmente si se cruzan los géneros, pero al mismo tiempo es imposible no reconocer, que el relato fluye, que todas las intenciones de Cabezas, terminan por tener coherencia en la resolución final del film, y para enfatizar la moraleja. Que para el debate y la reflexión, si en este caso el fin justifica los medios.
A Mario Casas tuvimos el ¿placer? de poder verlo en pantalla recientemente con el drama romántico "Tengo ganas de ti" que pasó inadvertidamente durante la última semana de nuestro 2012. Como en aquella, en Carne de Neon vuelve a ser protagonista casi absoluto; pero por género o temática, este film de Paco Cabezas debería ser casi un opuesto de la secuela de "3 Metros sobre el cielo"; veremos si esto es tan así. Casas es Ricky, un joven de 23 años abandonado por su madre, y que desde los 12 años convive en la calle, de la cual parece ser el dueño. Se codea con mafiosos de poca monta (alguno con más peso), prostitutas, dealers, travestis grotescos, matones, en fin, gente del bajo mundo. Pero ahora su madre, Pura (Angela Molina) está por salir de prisión y Ricky no quiere que vuelva a descarrilarse, por eso intenta “regalarle” un cabaret o burdel el cual ella regenteé como madama, nada de volver al viejo oficio. Como es de esperarse, las cosas se saldrán de cause, se complicarán, y los personajes más extravagantes inundarán la pantalla. Carne de Neon se plantea como una mezcla de comedia entre negra y grotesca, con algo de acción, cámara ligera, una trama de policial, y también, ya que está, drama familiar. Lo que ocupa gran parte del metraje es la relación entre madre e hijo, el vínculo roto, los reproches que se tienen sin decir; y es justo decirlo, es aquí dónde la película suena más coherente. Volviendo al tramo inicial, uno de los mayores inconvenientes de la película es otorgarle el protagónico fuerte al modelo Casas que por más empeño que ponga no parece poder despegarse del mínimo gesto de levantar una ceja como máxima expresión, y hablar a los gritos constantemente porque el personaje (supuestamente) así lo exige. El film juvenil de Fernando Gonzales Molina hablaba muy superficialmente de unos motociclistas supuestamente bohemios pero sin ninguna preocupación financiera; Carne de Neon, por momentos pareciera hablar de lo mismo, pero sobre los veinteañeros inmersos en lo peor de la sociedad. Hay un intento de drama social, de poner el foco sobre la problemática de la marginalidad, y más allá de la opinión de cada uno, pareciera ajena (en un estilo hollywoodense) y algo cesgada. Los momentos de humor funcionan esporádicamente y en distintos niveles. Lo mismo con la “subtrama” de acción, estará en uno creerle o no a estos gangsters modernos. Al carilindo Casas lo acompaña un elenco variado, co-producción entre España, Argentina ,Francia y Suecia, encontraremos varios rostros reconocibles como el de Luciano Caceres y Dario Grandinetti en papeles convincentes. No podemos decir lo mismo de Ángela Molina que actúa mirando a un costado, como si estuviese esperando una oportunidad para escaparse. La dirección de Paco Cabezas y fotografía de Dario Aranyó son correctas y demuestran una buena producción, ambos trabajan con oficio. En este intento de mixtura de estilos y géneros, son variadas las sensaciones que despierta "Carne de Neon", es un film correcto desde lo técnico y seguido con cierto interés; aunque también, pueda resultar irritante y por más grotesco, como una vuelta al cine almodovariano de los ’80 pero en una escala muy menor. Estará en el espectador abrazar o no una propuesta tan arriesgada como esta, de seguro tendrá un público que la considerará aceptable. Terminando, e insistiendo con la carrera actoral de Mario Casas, el diálogo, la interpretación rica en matices, y los sentimientos no serán lo suyo... pero que bien levanta una sola ceja, quizás como discípulo de Marcel Marceau tenga un buen futuro.
Esta película del español PACO CABEZAS bebe de la estética de Tarantino, Rodriguez y Ritchie, apelando al montaje veloz, la estética recargada y cierta estilización de la violencia y la ley de la calle. La sordidez de la fotografía y la puesta en escena, así como un elenco tremendo de actores argentinos y españoles conviviendo en armonía, hacen de esta, una interesante opción dentro del thriller castizo. Hay acción, sangre, sudor y diversión. No es pretenciosa y entretiene, no es poca cosa.
Ricky es un joven que se ha criado en un entorno de delincuencia y que vive rodeado de prostitutas, drogadictos y proxenetas y cuyo sueño es reencontrarse con su madre, encarcelada cuando él tenía 12 años. Cuando finalmente logra el ansiado reencuentro, le hace a su progenitora un regalo muy especial: un club por el que transitan individuos de la clase más baja siempre dispuestos a la venganza, la traición y la lujuria. Sin embargo, las cosas no salen tal como lo esperaba Ricky, ya que su madre, acostumbrada a la vida carcelaria, no recuerda que tiene un hijo e intentará toda clase de triquiñuelas para volver a prisión. En este punto comenzará una aventura trágica, una carrera de obstáculos protagonizada por ese joven y por su grupo de amigos, entre ellos un proxeneta, un matón con el desarrollo mental de un adolescente y un travesti convencido de que desciende de la familia real. Entre torturas, sangre y odio a esos personajes se suman otros tantos iguales o más sanguinarios que acompañan a Ricky en sus cotidianas andanzas, y así la historia va entrelazando entre la muerte y la violencia un thriller en torno a gente que tiene que luchar cada día para hallar un poco de dignidad en sus absurdas vidas. El director sevillano Paco Cabezas logró un retrato casi salvaje de esas criaturas que no logran una estabilidad en ese micromundo. El muy buen trabajo de Mario Casas responde cabalmente a lo intentado por el director, mientras que Luciano Cáceres, Vicente Romero, Darío Grandinetti y Ángela Molina apoyan con indudable capacidad esta historia que si por momentos abusa de las escenas más escalofriantes no por ello deja de radiografiar un pequeño mundo en el que los vicios, la maldad y la humillación juegan su gran partida
Uno, dos…. ultraviolento! El español Paco Cabezas no perdió la chaveta y sabe lo que hace. Putas, merca, sangre, sadismo, estética clipera vía herencia Guy Ritchie (uf, otra vez el director de Snatch), personajes violentos y babosos, policías y chorros vengativos y redenciones varias de características maternales en el desenlace. El cóctel explosivo y violento está servido en bandeja y reúne a Ricky (Casas, estrella española con problemas de dicción), al Angelito (Romero) y sus puteadas cada cinco segundos y al dócil El Niño (Cáceres), un patova con estructura neuronal de corto alcance. Los tres, entre truhanes y proxenetas, deciden inaugurar el boliche Hiroshima y allí aparecen las chicas maltratadas y un par de personajes que disminuyen un poco el carácter misógino y reaccionario de la cinta: la madre de Ricky (Ángela Molina) que padece Alzheimer, y la travesti La Infantita (Conde), quien quiere irse de la roña pero no puede mientras recuerda su supuesta descendencia de Familia Real. Pasada la mitad, surgirá el vengador que interpreta Grandinetti con alta dosis de perversión y sadismo. Carne de neón plantea un dilema interesante que ronda a una parte del cine de estos días: cómo transmitir cierta moraleja teñida de lección moral en medio de una historia que degrada a la mayoría de sus personajes. Cabezas construye el relato (o algo parecido) con planos brevísimos, impecable sonido y edición, congelados de la imagen y balas en ralenti, demostrando que vio muchas películas y series de televisión, además de pasar revista al videoclip de los 90 hasta estos días. Pero ni ahí resulta suficiente cuando el sadismo gobierna cada una de las escenas y la estilización de la violencia intenta encubrir los desmanes estéticos que recorren las imágenes del film. Un par de gags bien negros con perros (a uno de ellos lo tiran por la ventana) y la potencia actoral de Ángela Molina (¿qué hace acá?) no inclinan la balanza a favor. El siguiente proyecto de Cabezas es filmar con Nicholas Cage en Hollywood. Agarrate fuerte.
Curvas, sangre y risas Filmada parcialmente en Buenos Aires, tiene una dosis del humor de “Torrente” y guiños a lo Tarantino. Con una dosis humorística a lo Torrente, la narrativa y presentación de personajes a lo Snatch de Guy Ritchie y la crudeza de Quentin Tarantino, Carne de neón es una intensa (e interesante) propuesta del español Paco Cabezas, realizador de Aparecidos, que dirigirá a Nicolas Cage en el policial Tokarev. La película, donde lo azulado se impone en su lograda fotografía, se desarrolla en el submundo de la prostitución. Allí Ricky (Mario Casas) es un joven que se crió en el entorno de la delincuencia y que lidia diariamente con drogadictos y proxenetas. Su misión de vida es darle un peculiar regalo a su madre Pura (Angela Molina): el club nocturno Hiroshima. Ella, prostituta y recién salida de la cárcel, no reconocerá a su niño: el Mal de Alzheimer la nubla. El filme apila demasiadas situaciones dignas de un thriller policial: secuestros extorsivos, torturas, violencia de género, tráfico de bebés, lo que engrosa a una película correcta que con menos condimentos también habría funcionado. Pecó de abundante. El entrañable personaje de Angelito (Vicente Romero), un proxeneta antihéroe amigo de Ricky se contrapone a El Niño (Luciano Cáceres), en un papel frágil de sentimientos, aunque algo atontado. Es destacable la mutación del galán Mario Casas (de la exitosa Tres metros sobre el cielo), difícil de sacar de su rol de seductor, acá se lo ve fiero, rápido para las negociaciones, con carácter, mérito de la dirección del realizador. El Hiroshima es un mundo aparte, con la base rockera como sonido ambiente, entre el meneo de las chicas en el caño y algunos desnudos oportunos como el de La Canija (Macarena Gomez), clon de Courtney Love. La película no baja una línea moral aunque navega entre la sensibilidad (en torno a un bebé) y la violencia. La dureza se ve con El Chino (Darío Grandinetti), un mafioso de la noche que asesina a un policía (maniatado) a través de un submarino seco, o a patadas a otro uniformado, clavado a una mesa con navajas. Curvas, sangre y risas.
Policial fuerte, bien actuado Esta comedia negra con momentos de policial fuerte tiene la incorrección política a flor de piel, a veces demasiado, como una película que adelanta sus ambiciones de convertirse en objeto de culto. Por otro lado, tanto en su humor negro como en su descripción de un submundo criminal, tiene situaciones realmente logradas y, sobre todo, buenos diálogos y actuaciones. La historia es la del cabaret Hiroshima, nuevo proyecto de un cafisho de mala muerte y un vendedor de drogas callejero que viene ahorrando para cumplir el sueño de su madre prostituta, que luego de años en prisión está por salir en libertad. Para cumplir el sueño materno hay que vender al mejor postor las chicas callejeras no aptas para un club un poco más fino, y luego aguantarse la ira de un hampón todopoderoso llamado «el Chino» que quiere una buena parte de todo negocio nuevo, y si no se la dan, puede enojarse mucho, lo que aparentemente siempre implica torturas y mutilaciones de todo tipo. La mezcla de humor negro y acción propio de un policial, a veces funciona muy bien y otras queda descolocada, igual que el argumento que incluye algunas subtramas que estiran el asunto innecesariamente. Las descripciones sórdidas y los diálogos irónicos naturales son un fuerte de este film que tiene además dos grandes cualidades: Angela Molina como la desquiciada madre prostituta y un inédito Dario Grandinetti como el malísimo Chino, quien en una escena culminante le da patadas en la cara a un tipo que tiene las dos manos clavadas con cuchillos a una mesa. También hay que destacar que la película tiene una cuidada estética de cine negro moderno, y que los efectos especiales gore son realmente convincentes.
Un thriller violento y bizarro La venganza, la corrupción, las coimas y el saldar cuentas son parte de esta afiebrada historia, en la que el director-guionista parece haberse inspirado no sólo en maestros del cine de acción y la violencia, como Quentin Tarantino, sino también en la disparatada estética de Pedro Almodóvar. Esta nueva película del sevillano Paco Cabezas (1976), partió de un cortometraje que realizó en 2005. "Luces de neón" tiene el formato de un thriller violento -con potente banda de sonido-, al que su director le sumó un humor absurdo y algunas escenas bastante bizarras, para contar la historia de un grupo de hombres y mujeres, de distintas edades, ubicados en los márgenes de la sociedad. La mayoría del grupo son prostitutas, rufianes, drogadictos, travestis, vendedores de droga, ladrones de vuelo bajo, criminales, chantajistas, y policías corruptos. HIJOS DE LA CALLE En medio de esta variada se crió Ricky (Mario Casas), un muchacho que conoce la calle más que a él mismo y tiene una obsesión en su vida: reencontrarse con su madre, Pura (Angela Molina), cuando ésta salga en libertad, ya que se encuentra presa por prostitución, entre otras cosas. Ricky, que tiene veintitrés años, está solo desde los doce y logró juntar algo de dinero, a partir de pequeños trabajos no demasiado legales. Su sueño es ir a esperar a su madre a la salida de prisión y regalarle un prostíbulo para que ella se haga cargo. Finalmente, Ricky logra su objetivo, inaugura el Hiroshima Club, pocos días antes de ir a buscar a Pura. Lo desconcertante es que cuando la ve salir y se acerca para darle un abrazo, ella no lo reconoce y poco después se entera que tiene Alzheimer. DESDE EL CHINO A partir de ese momento la historia comienza a complicarse para Ricky, que tiene que aprender a lidiar con los negocios ligados a la prostitución y la droga y se ve obligado a tener que asociarse con El Chino (Darío Grandinetti). Este siniestro personaje, maneja el negocio del juego, la droga y la trata y una de sus preocupaciones es vengarse de un comisario, que por error le mató a su hijo, por lo que El Chino, lo amenaza con maatar a Verónica (Blanca Suárez), su hija. La venganza, la corrupción, las coimas y el saldar cuentas son parte de esta afiebrada historia, en la que Paco Cabezas parece haberse inspirado no sólo en maestros del cine de acción y la violencia, como Quentin Tarantino, sino también en la disparatada estética de Pedro Almodóvar. Una de las curiosidades que ofrece la película es que fue filmada en Buenos Aires y se utilizaron locaciones que resultan prácticamente irreconocibles para los que conocen la ciudad. Entre las convincentes y divertidas actuaciones que ofrece la película, se destacan los españoles Mario Casas (Ricky), Angela Molina (Pura) y Blanca Suárez (Verónica), junto a Darío Grandinetti, como El Chino.
Masacre en el Puticlub Ricky (Mario Casas) espera que su madre, prostituta, salga de la cárcel. Y la espera con una gran sorpresa: estuvo ahorrando todos esos años para poder abrir un club, un prostíbulo, y así sacarla de la calle, el lugar que lo vio nacer y crecer. Se suman al proyecto dos peculiares socios: el proxeneta callejero Angelito (Vicente Romero), y su custodio incondicional, el no muy avispado Niño (Luciano Cáceres). El problema es que ninguno de los tres sabe realmente en qué se está metiendo, y poco a poco diferentes obstáculos irán complicando lo que parecía un sueño hecho realidad. El guionista y director Paco Cabezas utiliza un lenguaje de gran violencia y humor para narrar esta historia dura, meterse con temas como la trata de personas, la esclavitud sexual e incluso el comercio de niños, las mafias y la corrupción policial, y logra salir airoso. Si bien el guión tiene un par de vueltas que, considerando la temática podrían considerarse ingenuas, no dejan por eso de ser coherentes, graciosas, y un poco liberadoras ya que la idea no es hacer un film de denuncia. Habitantes de una ciudad costera española que nunca se nombra, estos personajes, algunos bastante almodovarianos, como el travesti Infantita (Dámaso Conde), logran ganarse al espectador porque, si bien son marginales, Cabezas nunca los juzga, destaca su lado más humano, y los muestra como lo que son: víctimas de sus circunstancias. Así resultan torpes, quieren ser “malos”, pero no pueden evitar compadecerse, y eso es lo que les juega en contra en un mundo manejado por personas mucho más frías y calculadoras. Enmarcado en una estética de videoclip, con mucha acción, y violencia explícita (infaliblemente recuerda al Tarantino de "Perros de la Calle" o "Pulp Fiction") pero a la vez mucho humor, "Carne de Neón" es un film interesante y bien logrado.
De putas y humor crudo A primera vista, Carne de neón (2010) podría ser un típico film sobre tipos recios que, engendrados bajo la ley de la calle, no les cabe el mínimo remordimiento por el negocio sucio de la prostitución forzada al que se dedican por tiempo completo. Sin embargo, la desopilante crueldad de la trama quedará de fondo, cuando la extravagante hibridación de géneros y el particular estilo de su director Paco Cabezas, transformen la vida marginal y la violencia sangrienta en un extraño escenario para el humor. Claro que uno bastante negro y desorientador. Ricky (Marios Casas) es un joven ventiañero con una vida dura. Hijo de una prostituta (Angela Molina) que lo abandona a los 12 años, habita un barrio funesto rodeado de contrabandistas, asesinos y cafishos de poca monta. Una vida entera dedicada al negocio ilegal, en la que pudo hacerse de un puñado de amigos y colegas en el rubro: La infantita (Dámaso Conde), una travesti que sueña con ser estrella porno pero la acongoja la decisión de tener que operarse, Angelito (Vicente Romero), el tipo que trae nuevos negocios y obliga a su novia adicta a prostituirse y El niño (Luciano Cáceres), un forzudo de pocas luces encargado del trabajo sangriento. Anhelando recuperar el amor de su madre, Ricky abre un prostíbulo de trata de blancas donde ella pueda trabajar cuando llegue el día que salga de prisión. Pero todo saldrá de su cause cuando él descubra la enfermedad de su madre y el arsenal de mafiosos que ansían destruirlo. Una cal y una de arena. De un lado a otro del cuadro, una bala pasa en cámara lenta atravesando la primera toma de Carne de neón. Un comienzo prometedor para un film de acción que, en el discurrir de la historia, parece debilitarse en el tratamiento poco delicado sobre la trata de personas, como en la escena donde la inauguración del prostíbulo, celebrada con champagne, luces de colores y esclavas sexuales, es musicalizada con un tema más apropiado para una comedia romántica. Sin pretender una lectura minuciosa del asunto, el uso de estos recursos generan, no menos, que ruido en el espectador. A esto se suma una realidad preocupante en la sociedad argentina entorno a la explotación sexual de mujeres, una problemática actual que puede traducirse en una especial sensibilidad del público local al recibir un film de este tipo. No obstante, existen aspectos dentro del film que hacen de Paco Cabezas un director codiciado entre los productores de Hollywood. Y esto se encuentra en el manejo de cámaras cuando de escenas de sangre y acción se trata. Esto sucede al promediar la película, cuando la aparición de un capo mafia (Dario Grandinetti) da paso a un logrado cambio en el tono de la historia, redireccionada lo más siniestro. Las huellas estilísticas de films precedentes son reconocibles en Carne de neón, como el tipo de vestimenta y los modismos gangster de los personajes de Snatch: Cerdos y diamantes (Snatch, 2000) o la acción ralentizada de las imágenes de El club de la pelea (Fight club, 1999) o el calibrado uso de suspenso, violencia y humor negro que, magistralmente, lleva adelante Alex de la Iglesia en sus películas. Recordando que la crítica no es más que una reflexión particular sobre un film, queda en el público realizar sus propias observaciones sobre esta película que incluso su mismo director calificó de arriesgada. Un panorama no muy alentador.
Una elaborada puesta en escena Este segundo trabajo como director del español Paco Cabezas, combina elementos propios del policial y el thriller con ciertos aportes de humor negro, en un relato que narrativa y formalmente presenta numerosas referencias a directores de la talla de Guy Ritchie, Danny Boyle o el mismo Tarantino, pero con una vuelta de tuerca basada en elementos o personajes característicos del cine español que funcionan muy bien. Con un comienzo al estilo Snatch (o de algún modo a Memento) veremos la trayectoria de una bala que se congela antes del impacto, para que el protagonista comience a relatar en tono de flashback qué lo ha llevado a esa situación. Con referentes estéticos y narrativos de los ya mencionados directores, Carne de Neón suma a una galería de personajes extravagantes compuesta por prostitutas, cafisos, yonkis, policías corruptos y mafiosos, que se mueven en un mundo sórdido y salvaje, otros tan particulares como la prostituta con Alzheimer y un travesti singularmente almodovariano, que combinados con escenas de violencia tratadas con cierto sadismo tragicómico, propio de Álex de la Iglesia, logra atrapar al espectador y generar por momentos cierta sensación de complicidad con estos personajes que, a pesar de traficar con mujeres y bebés y secuestrar o matar si la situación así lo requiere, resultan simpáticos. En ello contribuye la solvencia y solidez tanto de los roles protagónicos como de los secundarios, dándoles naturalidad y verosimilitud a sus personajes. Se destaca la gran calidad técnica y puesta en escena que, con planos elaborados y efectistas acompañados de una atractiva fotografía, contribuyen significativamente en la estilización del film. Con personajes arquetípicos pero carismáticos y aún imitando estilos, Carne de Neón sorprende en su alternancia del thriller violento al humor sádico, manteniendo siempre el ritmo y la fluidez del relato. Paco Cabezas logra dotar al film de una identidad propia,con personajes entrañables, entretenido, vertiginoso y que sorprende.
Dos años después de su estreno en España, llega finalmente al país Carne de neón, este filme escrito y dirigido por el sevillano Paco Cabezas (Aparecidos), que durante casi dos horas traslada al espectador al submundo de la prostitución, la delincuencia y la noche en una ciudad andaluza donde manda ley de la calle. La película es una versión extendida de un cortometraje que realizó el director en 2005, y lo primero para decir es que la experiencia resulta desconcertante, porque la cámara cambia demasiadas veces de tono para ir de la comedia negra al thriller, del drama crudo a la acción. Y pocos directores pueden tener el pulso justo para ser convicentes en ese desborde. El filme rinde tributo a esas influencias del mejor Tarantino, Almodóvar o Guy Ritchie, con escenas bien logradas, travellings ágiles, música potente y relatos de videoclip a pantalla dividida. Sin embargo, la alquimia funciona de a ratos. En esta coproducción española, francesa y argentina, la historia gira en torno a Ricky (encantador Mario Casas, una de las figuras del momento en España), un joven abandonado en la calle a los 12 años por su madre prostituta que se hizo hombre vendiendo pastillas y drogas en la calle. Con esas artes logró reunir un buen ahorro y ahora les pedirá a sus amigos, un proxeneta perdedor (Vicente Romero) y su bruto guardaespaldas (Luciano Cáceres), y una travesti sensible y amorosa (Dámaso Conde), que lo ayuden a instalar un puticlub para que regentee su madre (Ángela Molina) cuando salga de la cárcel. Con solvencia en las interpretaciones, cada uno de estos personajes tejerá su propia trama y se volverá querible, recortado en su imperfecta humanidad. Con buenas y varias pinceladas de humor negro, sin duda está allí lo mejor de la película.El plan inicial del burdel tendrá que sortear varios obstáculos para volverse realidad, y queda claro enseguida que Ricky se habrá criado bajo el imperio de la ley de la calle, pero le falta malicia para ser un explotador. Luego, la historia se irá desparramando hacia otros tópicos, sórdidos, como la represión a los inmigrantes, el tráfico de bebés o la trata de mujeres para la explotación sexual. Y a la hora de las definiciones habrá descontrol, muchos tiros y sangre a borbotones por todos lados. Entre el interesante elenco se destaca también el argentino Darío Grandinetti, como "El Chino", un mafioso descarnado y despreciable que anota a Carne de neón en una incómoda lista de películas escabrosas. Probablemente, en sus escenas haya un límite muy cercano al sadismo que habría sido mejor no cruzar en una cinta que se presenta al público con la etiqueta de "comedia". Es que resulta muy difícil reírse después de las escenas de tortura. No hay chiste que funcione después de eso.
La vida son cuatro días Después de haberse estrenado en España hace casi tres años llega a nuestras carteleras Carne de Neón, un film rodado mitad en su país originario y mitad en el nuestro y cuyo elenco está también dividido entre españoles y argentinos. Carne de Neón es un film de género hecho y derecho, tal vez es por eso que para muchos espectadores (críticos incluidos) esto va a ser una sentencia que lo ubique en el casillero de los films "que no te dejan nada después de verlos" sin embargo como en el buen cine de genero las reflexiones y la critica social están presentes en este nuevo trabajo de Paco Cabezas cuya narración avanza de manera arrasadora (algo que me recordó a Diablo) a fuerza de chistes ácidos y acción desenfrenada. Lo primero que salta a la vista en el film es la clara referencia de Guy Ritchie tanto en la estética del film como en la presentación meticulosa de cada uno de los actuantes, incluidos los menos importantes, que reflejan no tanto un conjunto de personalidades sino que representan las pinceladas de un paisaje que servirá de marco contenedor de las acciones. Esta referencia tal vez es la más calcada y menos procesada dentro del film, otras sin embargo como las no menos obvias alusiones al cine de Quentin Tarantino y Robert Rodriguez no coquetean con el "robo" si no que se encuentras incorporadas y re inventadas por Cabezas en los diferentes tipos de planos utilizados para las secuencias violentas y las cadencias utilizadas para narrar el breve apogeo del Club Hiroshima, con sus cuerpos desnudos en constante movimiento. Es que la dirección de Paco Cabezas resalta y se hace fuerte en esas secuencias que son de lo mejor del film por lo obsesiva organización de la puesta en escena (Paco Cabezas sabe que para filmar bien los desnudos no alcanza sólo con tener una mujer desnuda). La decisión de rodar en lugares argentinos y españoles, halla sido o no una decisión deliberada, le da al film un aura que lo acerca a la fábula (suburbana) creando ambientes y situaciones que parecen pertenecer a un mundo que corre en paralelo respecto al que conocemos, cuya arquitectura dispar refuerza la idea de un orden que cuenta con sus propias normas y estas al igual que sus personajes-collage se rigen por el mandato de lo que se puede y no lo que se quiere. Las diferencias ideomáticas hacen que los gestos comuniquen más que las palabras y es por eso que las acciones toman ventaja en elocuencia frente a los diálogos, los personajes luchan en este mundo creado por ellos mismos frente a un destino que tiende a organizar las cosas naturalmente, que tiende a poner las cosas en su lugar, pero que se guía por un orden natural que es ajeno a los habitantes de estas calles y por ende se convierte en su enemigo. Así, frente a la corriente, avanzan personajes y relato, con una consciencia respecto a su entorno que rápidamente se contagia al espectador y se convierte en código interno. La esclavitud sexual, lo marginal, las adicciones, el alzheimer y sobre el final con la historia de venganza de El Chino (Grandinetti), oponente físico en la historia, cuya base es la necesidad de la restitución de los cuerpos, una temática ya abordada por Paco Cabezas en "Aparecidos", film que mezclaba una historia de fantasmas con la dictadura militar ocurrida en nuestro país son algunos de tantos otros temas en los que la película se sumerge evitando inteligentemente los juicios de valor y poniendo el énfasis en el cine como modo de narrar acciones. En conclusión Carne de Neón es una película que usa al entretenimiento como herramienta para expresar ideas (algo que parece simple pero no lo es) y un ritmo vertiginoso que verifica la frase de despedida de La Canija: "La vida son cuatro días".
PRENDE Y APAGA CARNE DE NEÓN (2010) brilla más durante sus fogonazos de humor negro que cuando se pone sentimentaloide o se toma a sí misma demasiado en serio. Con su edición vertiginosa, su fotografía cool de videoclip, su potente banda sonora y los ambientes sórdidos en los que se desarrolla la historia, esta película del director español Paco Cabezas remite a los primeros trabajos de Guy Ritchie, especialmente SNATCH (2000). La principal diferencia es que el guión de CARNE DE NEÓN no parece estar tan ajustado y las situaciones se van dando de forma demasiado inconexa. Basado en un cortometraje del mismo nombre, el film cuenta la historia de Ricky (Mario Casas), un joven que vive en la calle rodeado de putas, drogadictos y travestis, y que se entera de que su madre, que lo abandonó cuando era pequeño, está por salir de la cárcel. Entonces, con los ahorros de toda su vida y con la ayuda de sus amigos Angelito (Vicente Romero) y El Niño (Luciano Cáceres), decide abrir un prostíbulo para que su mamá lo administre. Pero claro, no será nada fácil poner en marcha el emprendimiento y las cosas se complicarán bastante cuando entren en escena un mafioso (Dario Grandinetti), policías, productores de cine porno y hasta una inmigrante ilegal embarazada. La película alterna entre fuertes escenas de violencia explícita, muchas protagonizadas por personajes casi caricaturescos, con otras de enternecedor amor maternal, pero sin conectarlas de forma satisfactoria. En cuanto a las actuaciones, hay algunas destacables, especialmente las de Dámaso Conde como la travesti Infantita (uno de los personajes más logrados y bizarros) y de Ángela Molina como Pura, la mamá de Ricky: ambos entregan los mejores gags y los momentos más conmovedores, pero sin buscarlos de forma explícita, como pasa con Ricky. Por su parte, El Chino (Grandinetti), del que podría decirse que es el gran villano, demora mucho en aparecer y sus diálogos suenan muy exagerados, algo que desentona con el estilo más “callejero” de la película. Lo que sucede con este personaje es una muestra de los tropiezos del guión, que abusa de las coincidencias y se desarrolla de forma caótica y, por momentos, vacilante: CARNE DE NEÓN ilumina de forma intermitente.
En 2005 el español Paco Cabezas dirigió un cortometraje titulado “Carne de neón”, con el cual obtuvo algún premio por allí. Dos años después anduvo por la Argentina por primera vez para filmar “Aparecidos” (2007), una de terror con Héctor Bidonde y protagonistas españoles. Con más plata, y seguramente con ganas de ampliar el cortometraje, en 2010 volvió a nuestro país para realizar su versión larga de “Carne de neón”, manteniendo casi el mismo elenco del original y agregando actores argentinos, los que en su mayoría están doblados. Por último, Hollywood lo importó a sus filas para realizar “Tokarev”, con Nicholas Cage, a estrenarse en el 2014. Hasta aquí un poco del currículum vitae de este realizador que va en la línea estilística (salvando las distancias) de Robert Rodriguez, Quentin Tarantino, Guy Ritchie y el resto de los imitadores. Aclaro esto, pues así el espectador tendrá cierta idea de la estética que caracteriza a esta comedia negra de acción. Ricky (Mario Casas) nació en el ámbito sucio, corrupto y prostibulario de una ciudad de Europa (las locaciones en Buenos Aires no pretenden mostrarla como tal). Su madre (Angela Molina), prostituta, está presa y él, que ya se mueve en el sub-mundo como pez en el agua, pretende poner un cabaret para ser regenteado por ella cuando salga en libertad. Todo a pesar de los consejos de su amigo y partenaire Angelito (Vicente Romero), un cafisho de mala muerte que también anda en la “joda” de hacer plata fácil. Según él, “El Chino” (Darío Grandinetti), “capo” mafia de la ciudad, no es muy fanático de la competencia sin su “bendición” a cambio del 50% de las ganancias. Bien al estilo de los directores mencionados, pero sin ofrecer una trama con formato de rompecabezas, “Carne de Neón” ofrece varios personajes secundarios que, como tales, constituyen las subtramas. Cada uno anda en la suya, pero metido en el mismo círculo con lo cual, eventualmente, todos los hechos confluyen hacia el mismo río. Paco Cabezas no anda con eufemismos a la hora de filmar acción, tampoco da tregua al humor negro (y a veces muy ácido) que propone; ni al ritmo vertiginoso de la compaginación de la cual es responsable Antonio Frutos. Va a una velocidad intensa, ya sea siguiendo el hilo narrativo, rebobinando la acción, o deteniéndola en seco para que las voces en off de Ricky o Angelito actúen como narradores de la situación, y de gags cuyo remate es endilgado a la imagen. El resto del elenco cumple a rajatabla con lo hecho en el cortometraje de 2005 y, en todo caso, ofrece crecimiento a cada personaje. Por el lado argentino, Luciano Cáceres se luce manteniendo el mismo matiz constante, dejando que la circunstancia se acomode a la acción o al humor, y Darío Grandinetti compone un villano creíble dentro del género. A “Carne de neón” sólo puede achacársele el instalarse dentro del estilo sin ofrecer nada nuevo, y dos o tres momentos en los cuales la línea entre el humor negro y el mal gusto se vuelve muy fina. Por lo demás resulta, simplemente, una película muy entretenida.
Derecho de piso Ricky es en un joven criado en la calle quien junto a sus dos socios se propone a abrir un puticlub para ayudar a su madre. Una historia muy pasional y llena de violencia donde los excesos se mezclan con las peores ámbitos de la sociedad. Una película que se toma demasiado en serio para tratar de manera muy histriónica las miserias de las personas, cuyo intento de ser una comedia negra de acción no logra funcionar del todo, al no poder balancear eficientemente el humor con la tragedia y tener momentos de acción bastante pobres. Cada vez que uno ve una película de género que no haya sido realizada en Hollywood, casi siempre tiene la sensación de estar ante una copia en vez de una obra original. En este caso, "Carne de Neón" se asemeja demasiado a las producciones más "cool" de Guy Ritchie o Quentin Tarantino, pero llamativamente si logra crear un universo singular con identidad propia. La estética tan cuidada junto a un casting muy profesional, vuelven a la película en lo formal algo impecable y único. Lamentablemente, la historia no hace lo mismo y la experiencia se vuelve bastante vacía. Por un lado hay virtuosismo visual y en el otro hay ideas inacabadas o unidas muy forzadamente. Ya desde el principio con Ricky, el protagonista, recorriendo la calle donde todo esta bien expuesto para que el espectador note la actividad ilegal inmediatamente, se demuestra la falta de sutileza conceptual ya que si bien es bien factible que el lugar exista, es más notoria la construcción del espacio basado en el estereotipo. Todo en la película desde las prostitución hasta los villanos, se crea a base de moldes bien reconocibles, que le evitan a la trama alcanzar originalidad. Aunque tenga su probabilidad de verosimilitud con el mundo real, todo se siente como una imitación barata. "Carne de neón" tiene sus altibajos, pero por suerte nunca deja de ser un relato con mucho ritmo y giros dispuestos a entretener al espectador. Si bien ya llegando al desenlace las falencias se van volviendo cada vez mayores y los huecos en la historia se empiezan a sentir mucho, la película al menos es bien concreta y compacta. Dentro todo, no presenta resoluciones absurdas o giros carentes de sentido. El problema principal de la trama radica en sus lugares comunes, la falta de desarrollo en los múltiples aspectos que trata o una mirada bastante lavada e impersonal de algo tan terrible como puede ser la vida en la ilegalidad.
Una bala se aproxima a Ricky en cámara lenta. Cómo ha llegado el muchacho hasta esa peliaguda situación es lo que centra la atención de Carne de neón, segundo film de Paco Cabezas, que adapta su corto homónimo de 2005 con suerte mezclada y elige nuevamente posarse a medio camino entre la tierra patria y un escenario argento bastante notable. La especie de comedia negra y barriobajera que presentaba en su corto se traslada al largo con puntos a favor y en contra, pero su peor error es cambiar de registro a medio camino, lo que hace que el conjunto se desestabilice por completo. El acierto de la película es que, a pesar de partir de un ejercicio fílmico heredero de Tarantino y sus allegados (Boyle, Ritchie o Rodriguez), la mirada de Cabezas al universo sórdido y peripatético de sus personajes es netamente brusco. Más allá de las escenas de violencia, tratadas con su apropiada estética y un sadismo convincente, la verdad es que, como ocurriera también en el corto original, estamos ante un ejemplo de puro y duro realismo noir tragicómico español. Matones, prostitutas, yonkis, policías corruptos, traficantes de carne y sangre, un cóctel de elementos recurrentes en cierta ramificación del thriller urbano moderno, mezcolanza presidida por la sensación de que ni el que apunta va a salir vivo de este periplo. Como es habitual en un corto hecho largometraje, el guión de Cabezas pierde gas progresivamente luego de un comienzo lleno de humor negro para virar hacia un drama social brutal que comienza a aleccionar al espectador, cuando al principio prometió un viaje sin historias con moraleja. Afortunadamente, la capacidad del cineasta para exprimir lo mejor de su abultado reparto eleva la percepción de la trama, encabezado por la joven estrella ibérica Mario Casas, que por momentos es más que una cara bonita y brinda un par de sorpresas, cuando su elenco secundario no lo opaca con las participaciones nacionales de Luciano Cáceres y el gran Darío Grandinetti, o por la parte española con la fabulosa Ángela Molina como la confusa madre del protagonista, o Infantita, la travesti roba-escenas de Dámaso Conde. Aunque su estreno era una cosa impensable en nuestras carteleras -su lanzamiento comercial en España data de Enero del 2011- Carne de neón hace un arribo tardío en las salas, promete una comedia sucia e irreverente y se queda con las ganas de salir de ese mismo molde que se creó para sí misma engañando con su trama sentimental y su desenlace algo moroso.
Una realidad marginal, con seres que necesitan afecto pero viven inmersos en el delirio, la violencia, los tiros. Todo es extremo, desde las reglas de juego hasta los sueños de poner un local de prostitutas para una madre enferma que ni siquiera recuerda a su hijo. De Ángela Molina, a Luciano Cáceres y Darío Grandinetti, y buenos actores españoles, un viaje alucinado a los bajos fondos de opereta.
Personajes a la parrilla El director Paco Cabezas, habia hecho en el 2007, una historia fumadísima que filmó en Argentina ("Aparecidos"), allí mezclaba el tema de los desaparecidos con el del terror psicológico, en ese caso la cosa no había funcionado. Aquí redobla la apuesta con un thriller de alto voltaje -mezcla mucho y de todo- que rodó tanto en Andalucía como en Buenos Aires, por esas cosas de la coproducción. Todo gira sobre el personaje de un joven llamado Ricky quién decide aguardar la salida de su madre de prisión para mostrarle que puede regentear un "puti-club" y mostrarle un negocio de futuro promisorio, el cual ha montado con dos más: un psicótico "pasado de revoluciones" y un guardaespaldas apodado "El niño", de poco cerebro y mucha garra violenta. Así les irá entonces, habrá enfrentamientos con otras bandas, las desavenencias que traerán las chicas que han "esclavizado" para ser alternadoras, y hasta la madre que al a salir después de muchos años, se halla enferma y mal. La película se muestra excesiva, desbordada, bastante sádica en su propuesta, y quizás algunos de sus logros se hallen en las partes jugadas de humor, donde se instala la comedia negra. Parece a mitad de camino entre el cine de Tarantino y el de Guy Ritchie, en cuanto los roles interpretativos no están mal llevados, aunque sí excedidos de una histeria colectiva que por momentos abruma.