El filoso bisturí que hunden Gastón Duprat y Mariano Cohn a través de su humor ácido e implacable, ya se refirió al mundo del arte (“El Artista”, “Mi obra Maestra”), las inequidades sociales y la inseguridad (“4×4”) y al universo de la literatura (“El ciudadano ilustre”) pasando por un registro documental tan singular como el de “Todo sobre el asado” o “Yo, Presidente”. Ahora, en “COMPETENCIA OFICIAL”, es el momento de desplegar su mirada plena de ironía dentro del mundo del cine -su propio mundo- para desnudar los egos, la competitividad, la búsqueda de prestigio pero sin dejar de lado la necesidad de popularidad, los mecanismos voraces de la industria y el renombrado circuito anual de premios intentando acariciar una estatuilla o la ansiada Palma de Oro. Un empresario millonario y reconocido en su medio, quiere acercarse al mundo del cine, ámbito que desconoce por completo, con su fortuna como principal vector para que se abran todas las puertas. Rápidamente se convertirá en el productor de un filme ambicioso, con dos figuras internacionalmente reconocidas en los roles protagónicos y convocando tras las cámaras, a una directora que aportará sus ideas vanguardistas y su particular mirada a través de su reconocido método de trabajo. Todo esto, a priori, podrá posicionar a esta película dentro del circuito de prestigiosos festivales europeos lo que le daría al millonario, esa pátina de intelectualidad que está buscando. La directora Lola Cuevas (una exótica composición de Penélope Cruz, claramente en un punto alto de madurez creativa en su carrera) comienza a tejer una historia de rivalidad entre hermanos, la disputa de una herencia, accidentes, mucho melodrama y hasta problemas de identidad. Para su proyecto, convocará a Félix Rivero e Iván Torres (Antonio Banderas y Oscar Martínez respectivamente) quienes comienzan a ponerse en la piel de estos dos hermanos -que innegablemente remiten a Caín y Abel- y los acompañaremos en la construcción de sus personajes y en la elaboración del proceso creativo, en el que justamente Cohn & Duprat quieren poner su afilada lupa. Las diferencias en la concepción de sus composiciones, la repetición de las tomas que va agotando la paciencia de ambos, la competencia de egos que se establece rápidamente en el set, son algunas de las situaciones que permiten disparar los dardos sobre el snobismo y un ambiente marcadamente intelectual, donde todos los personajes parecen moverse como pez en el agua, a veces en forma natural y otras veces, víctimas de sus propias impostaciones. Mientras que uno de ellos elige viajar en clase turista porque detesta los privilegios de cualquier tipo, el otro parece pararse en las antípodas y disfrutar del glamour y los “derechos adquiridos” de su vida de celebrity que ya comienza a tener su lugar en Hollywood. Diferencias en la forma que pronto se encontrarán igualadas en su fondo, allí donde ambos se parecen mucho más de lo que ellos mismos piensan. La película que están comenzando a filmar se titula “Rivalidad” y ya desde esta referencia notamos como el dúo de directores –que son también los guionistas junto a Andrés Duprat-, por un lado utilizan un humor lleno de referencias cinéfilas y artísticas propias de su humor inteligente y mordaz, pero que en muchas ocasiones (demasiadas en este caso) echan mano a lo obvio, lo subrayado y hasta con un trazo grueso y algo procaz que debilita el resultado final. Los puntos fuertes de “COMPETENCIA OFICIAL” están en que tiene una muy buena idea como disparador, que no abandona el tono de sátira irreverente que los directores saben manejar y que cuenta con tres actuaciones protagónicas brillantes, cada uno con su perfil. Penélope Cruz sabe jugar con esa Lola Cuevas excéntrica y genial, mientras que Antonio Banderas se ríe abiertamente de sí mismo y muestra otros tonos en su actuación que enriquecen el juego con Oscar Martínez quien a su vez se transforma en una especie de alter ego de su faceta de prestigioso proveniente del mundo del teatro y prisionero de su máscara de “actor serio”. De todos modos, hay algo en el producto final que hace ruido: por un lado, lo mismo que Cohn & Duprat critican del show business y del universo creativo, es, por momentos, lo que ellos mismos hacen en su película: inflar algunas situaciones con un halo de intelectualidad para posicionarse como un film “festivalero” cayendo en los lugares comunes mientras que, por otra parte, parecen plagiarse a sí mismos y a líneas argumentales que ya habían planteado casi de la misma forma, en sus trabajos anteriores (la trituradora que es la industria frente a la creación artística, lo prestigioso en contraposición con lo popular, la forma en que el mercado “infla” un producto, los premios y la subjetividad que ponen de manifiesto, lo efímero una obra de arte) por lo que ya no cuentan con el “efecto sorpresa” y lo novedoso que aparecía en su cine en las primeras creaciones. Aciertan, en su mirada despiadada y potente sobre un mundo que conocen desde adentro, en el que finalmente para cerrar su fábula moral, logran instalar un clima de tragedia y siguen demostrando el talento para las buenas ideas. Así como muchas veces el llanto no es más que mentol, en “COMPETENCIA OFICIAL” se intenta desnudar la hipocresía, la banalidad y la auto-referencia de la industria cinematográfica de una forma que suena, también, a cartón pintado: no deja de ser una crítica moral perpetrada por los propios participantes de un mundo del que ellos mismos abrevan. POR QUE SI: » Penélope Cruz, claramente en un punto alto de madurez creativa en su carrera «
Enmarcada en el mundo del cine, pero para hablar del egoísmo, el arte creativo, el snobismo y la soledad, la nueva apuesta de la dupla Cohn/Duprat es un inteligente ejercicio que supera sus premisas y las potencia. Penélope Cruz es Lola, una excéntrica directora de cine, más cercana a Marina Abramovic que a las comparaciones que se han hecho con Lucrecia Martel, que utilizará particulares formas de ensayo a sus dos actores, Iván y Francisco (Antonio Banderas y Oscar Martínez), que se encuentran en las antípodas, para conseguir aquello que se necesita para su nueva película por encargo. “Competencia Oficial” de Mariano Cohn y Gastón Duprat, con guión de Andrés Duprat, basado en experiencias que los propios actores les han contado, desnuda las miserias de un mecanismo de producción que arrasa con todo, y en donde el prestigio a alcanzar es solo la excusa para dar rienda suelta a perversas y tiránicas prácticas ejercidas en la previa al rodaje de un nuevo proyecto. “Odio el circo decadente de famosos”, dispara Iván (Martínez) en un pasaje de la película, que se suma a una frase que la propia Lola dice por ahí. “Hay que tener cuidado sobre lo que nos gusta”, porque justamente, la propuesta, transita la reproducción de parámetros a los que el acto creativo debe ceñirse si es que quiere alcanzar su máxima popularidad dentro de la élite que circulará el discurso. Cohn y Duprat juegan con los personajes, por primera vez componen en la pantalla un espejo en el que los tres protagonistas se debaten a duelo, pero también se refleja la miseria del circuito alrededor de las películas, su negocio, la falsificación del hecho concreto que viabiliza la materialización de los sueños en la quimera del mal llamado séptimo arte. Con desparpajo y desatados, Cruz, Banderas y Martínez, se prestan lúdicamente a sus personajes, interactuando con las palabras que se proponen, pero también accionando, poniendo el cuerpo y construyendo seres de antología que resuenan de una manera precisa en la perfecta estructura narrativa que tiene la película. Así como en producciones anteriores los realizadores profundizaban sobre el negocio del arte, la escritura, la arquitectura, ahora el cine es el tema para hablar de otras cosas, y de cómo, en la actualidad, valen más la cantidad de seguidores de un intérprete, que aquello que encarna. “Competencia Oficial” propone una mirada desde dentro del cine hacia afuera, con una crítica que además refuerza ideas sobre el arte, deslizando en cada texto, con inteligencia, la necesidad de confirmar eso que “el arte no es ALGO, sino que se refiere a ALGO”, para que, en tiempos en donde la mirada snobista pretende determinar gustos, la posibilidad de salirse de los algoritmos que proponen todo, también sea una elección. POR QUE SI: “Porque mantiene un ritmo intenso en el que el devenir de los personajes potenciará el interés sobre el relato, apoyándose en las increíbles actuaciones protagónicas, destacándose una Penélope Cruz como nunca antes la vimos”
EL SHOW DEL CHISTE A esta altura, el corpus de obra perteneciente a Mariano Cohn y Gastón Duprat tiene una línea temática que es bastante transparente; la burla desde un pedestal bajo el disfraz de comedia negra correctiva sobre el mundo de las artes, en general. El pequeño hiato de 4×4 solo fue un desvío para exponer una serie de ideas sobre la “inseguridad”, las cuales se presentaban como un eco vacuo que ponía sobre tierra las fallas del funcionamiento de un sistema, en contra de las posibilidades individuales. En ese punto también se puede pensar el cine de esta dupla, porque cuando se trata del arte también hay una comezón que no les permite presentar sus propias ideas sino desglosar conceptos e ideas preconcebidas. Competencia oficial nace de la idea del prestigio, esa necesidad que tienen algunos por trascender, como lo que le sucede a un empresario farmacéutico español después de cumplir 80 años. Su primera idea es construir un puente que lleve su nombre, para luego donárselo al Estado. La segunda, que brota repentinamente, es producir una película. Su asistente convoca a “la mejor directora”: Lola Cuevas (Penélope Cruz), realizadora de obras que tuvieron una llegada en el circuito de festivales, mas no en el público general. Hasta aquí, la alusión a dos nombres propios es evidente; por un lado el empresario no es otro que Hugo Sigman (dueño de la productora K&S y, también, empresario farmacéutico) y la directora es Lucrecia Martel. Cohn y Duprat no escatiman en trazos bien gruesos para contornear las figuras de ambos. El empresario es bruto, ni siquiera leyó el libro que compró para la transposición cinematográfica y repite la palabra “mejor” cada vez que puede para mensurar la calidad artística. Lola Cuevas es excéntrica, desborda un carácter hiperbólico en su presencia física, en su dialéctica con los actores; sus maneras formales escapan a los cánones. En la ausencia de sutileza ambos directores se muestran más sueltos y punzantes, como por ejemplo en los dos momentos en los que ella se encuentra experimentando con el sonido. El trabajo meticuloso en el aspecto sonoro de Martel la diferencia del resto, por mostrarse preocupada por aquello que muchos desprecian. Construir a un personaje con el fin de reírse no es un problema necesariamente, pero darle todas las características de una persona para señalar que hay una falla en el arte (aquí el cine) por su culpa es poco menos que insultante. Los actores elegidos para los dos papeles importantes también representan estereotipos: Antonio Banderas es el actor que trabaja para el entretenimiento (casi en una composición meta de sí mismo) y Oscar Martínez es el intérprete de método, al que se lo considera un “maestro”. La grieta, un concepto sobre el que Cohn y Duprat se regodean desde antes de la aparición del término, está desde un principio: mientras Martínez llega en un taxi al primer ensayo, Banderas arriba con su joven novia en un auto deportivo de color naranja. Las diferencias y fricciones entre ambos van en escalada, también potenciadas por la propia directora en los ensayos extravagantes. En una bolsa de personajes desagradables, al menos como están presentados aquí, es difícil generar empatía por alguno de ellos. En una escena en la que ambos actores terminan de ensayar, antes de salir Banderas hace un comentario misógino y homofóbico sobre una mujer que espera fuera de un recinto. Luego Martínez (quien hizo caso omiso a los dichos) le presenta a quien es su mujer. En ese remate solo hay silencio, no hay incomodidad ni vergüenza, es por ello que la recepción del espectador podría mostrarse igual de indiferente. Al margen de los intereses temáticos de los directores, la película se sumerge en un espiral de chistes, observaciones y posiciones de los personajes, incluso trastabilla en la previsibilidad de los momentos dramáticos más determinantes. Competencia oficial es un chiste interno puesto en forma de película, en la idea de mostrar en público lo privado como si se tratará de un telón que se levanta sin permiso para que todos miren. En la canchereada de pensar que se le quita el velo a algo que está escondido, los directores caen en su propia fosa, porque de toda la cartilla sobre la creación de una película, Cohn y Duprat creen que ninguna de esas posibilidades les salpica. La discusión rancia de “cine arte” y “cine espectáculo” es la base de esta película, que solo exuda modernidad y progreso -según ambos directores- en las locaciones fastuosas donde se desarrollan la mayoría de las escenas. La única reflexión arriba al final, a partir de una voz en off rústica que direcciona el sentido como si fuera un piloto automático, pues Cohn y Duprat subestiman a todo el mundo incluso a sus propios espectadores. Precisamente una de las tantas ideas que uno de sus personajes esboza más de una vez, por si no quedó claro.
"Competencia oficial", con Penélope Cruz, Antonio Banderas y Oscar Martínez El film, fiel al estilo de la dupla que la dirige, parte de una divertida historia disfuncional, pero luego la corrosividad se convierte en misantropía. Gastón Duprat y Mariano Cohn conforman una excepción en el panorama mayormente amable del cine de ficción argentino contemporáneo. Una excepcionalidad dada no necesariamente por la calidad de sus películas, sino por una apuesta constante por la incomodad generada por personajes que, de mínima, se erigen como criaturas despreciables y engreídas ocultas detrás de una fachada de civilidad y sofisticación culturosa. Así era el diseñador interpretado por Rafael Spregelburd en El hombre de al lado (2008), que veía en su flamante vecino (Daniel Araoz) cómo la barbarie asomaba por la ventana de la mansión platense construida por Le Corbusier donde vivía. También el escritor ganador del Nobel Daniel Mantovani (Oscar Martínez) en El ciudadano ilustre (2016), quien sentía su regreso al pueblo que lo vio nacer como un reencuentro con la animalidad más crasa de la había huido despavorido décadas atrás. Y así son los dos actores y la directora que encabezan la marquesina de la película cuya preproducción ocupa el centro narrativo de Competencia oficial, nueva colaboración de la dupla junto a su habitual guionista (y hermano de Gastón) Andrés Duprat. Como en Televisión abierta, el recordado ciclo televisivo centrado en personas de a pie mostrando a cámara sus “talentos” y con el que los directores se abrieron camino en la industria audiovisual, la búsqueda de transcendencia funciona como la chispa que enciende la mecha del relato. En este caso, la de un empresario millonario español que, con 80 años recién cumplidos, empieza a pensar en qué quedará de él cuando ya no esté en este mundo. Dos ideas le surgen para dejar huella: financiar un puente que lleve su nombre y producir una película con el mejor equipo técnico y artístico disponible, cuestión de ganar cuanto premio se le ponga delante. Es así que se contacta con la directora Lola Cuevas (Penélope Cruz, con un pelo batido que de tan ochentoso podría ser el de Cyndi Lauper), quien a su vez convoca a dos reconocidísimos actores, aunque por motivos opuestos: si Félix Rivero (Antonio Banderas) hizo carrera en Hollywood y alega deberse a su público, Iván Torres (Oscar Martínez, elección que refuerza la filiación con El ciudadano ilustre) es uno de esos bichos de teatro que aun hoy, con largos años de carrera encima, siente que arte, cultura y espectáculo deben marchar sí o sí por carriles separados. El choque, como es de esperar, será inevitable. Durante su primera mitad, Competencia oficial –filmada casi íntegramente en una única locación y con pocos actores en escena, dándole así una indudable tonalidad pandémica– hace de esa disfuncionalidad grupal un motivo cómico por momentos de notable eficacia. Como en la extensa escena en la que Iván y Félix, sentados a cara a cara, repiten las mismas líneas de guion –que versa sobre la tragedia de dos hermanos tan opuestos como quienes lo interpretan– con variaciones imperceptibles ante el pedido de Lola. O aquella en la que los actores confrontan sus diferentes metodologías de trabajo, con Félix alegando que no necesita imaginar nada por fuera del libro e Iván, obviamente, ideando un complejo mundo interior como pilar para su trabajo. Todo indica que Duprat y Cohn entregarán una comedia sobre los entretelones del mundo de las industrias culturales en general y el cine en particular, una sátira meta discursiva donde los egos y, otra vez, la búsqueda de trascendencia ocupan roles fundamentales. Pero a medida que avance la historia, Cuevas y sus intérpretes empiezan a dejar que el Mr. Hyde que cada uno tiene adentro se apodere de sus actos, coqueteando así con un desprecio mutuo que impide cualquier atisbo de empatía hacia ellos y empujando la película del terreno de la corrosividad al de la misantropía. La acidez, entonces, deviene en un grotesco que arroja dardos cargados de veneno. El mismo veneno que convierte lo que toca en una fábula con olor a moraleja según la cual la humanidad no tiene chances de un destino positivo.
La película que vamos a ver a continuación ha nacido como muchas otras: con un apoderado empresario, con un megalómano no-necesariamente familiarizado con las artes cinematográficas, pero movido por el irrefrenable impulso de trascender. El hombre, elegantemente plantado en su amplio despacho, se acerca al ventanal y deja que su vista se pierda en el horizonte infinito que se atisba desde las alturas de una torre de cristal que, por supuesto, es de su propiedad. Ahí, en ese momento, surge la idea, y así prende la mecha: el mecenas, perdido en una visión inconcreta, es incapaz de establecer contacto visual con ese secretario que, a fin de cuentas, será el encargado de ponerlo todo en marcha. Pero la primera imagen que hemos visto, como no podía ser de ninguna otra manera, ha sido la del retrato de un payaso triste, o sea, un personaje que debería hacernos reír, pero que a la práctica llama a sentimientos opuestos: a la incomodidad, a la vergüenza ajena, a la depresión. El cine de Mariano Cohn y Gastón Duprat se siente cómodo vagando por la fina línea que separa unas pulsiones de las otras. Actitud post-humorística (en la decisión de querer reírse de aquello que en principio no debería ser gracioso) empleada de nuevo para mirarse al espejo. Total, que la dupla argentina vuelve a burlarse de su propio reflejo. Competencia Oficial es una sátira meta-fílmica que retrata el proceso de gestación de la que está destinada a ser una de las mejores películas de la Historia (la razón por la que, recordemos, el rico empresario será reconocido por los siglos de los siglos). La producción, como otras muchas hermanadas en el método de concepción, se justifica en la glotona aglutinación de talento. Se trata de la adaptación para la gran pantalla de una prestigiosa novela de un Premio Nobel de Literatura, dirigida por la realizadora más reputada de la autoría internacional e interpretada por los actores más famosos de la escena mediática y experimental. Del mismo modo, la película que estamos viendo nosotros implica el hermanamiento de nombres ilustres del panorama latinoamericano: Cohn y Duprat repiten con Oscar Martínez, y se estrenan con Antonio Banderas y Penélope Cruz. Esta última, por cierto, aquí bien podría ser una suerte de alter ego de Lucrecia Martel. Además, el productor (en la vida real) es Jaume Roures, magnate catalán destinado a poner su nombre en alguna avenida barcelonesa, a razón de sus más o menos peregrinas aventuras en el mundo de la política, de los deportes y, claro está, del arte. Todos los elementos, dentro y fuera de la pantalla, hacen lo posible para mezclarse los unos con los otros. De hecho, Competencia Oficial está trufada de escenas en las que la toma general coexiste con el primerísimo primer plano, y en las que los personajes se confunden con los de al lado… mientras sus acciones se empeñan en burlarse, una y otra vez, de la barrera que separa la ficción de la realidad. Cohn y Duprat en su salsa, disparando cual simios armados con una metralleta: indiscriminadamente, sin pensar demasiado (o nada) en las implicaciones de sus actos… o ni tan siquiera en el por qué los están perpetrando. Cine de situaciones que en realidad son viñetas. Un chiste nos lleva a otro, sin demasiada voluntad de tocarse con el siguiente, o con el que venía antes. Competencia Oficial tiene el encanto (pero también el engorro) de la puerilidad, la de esas mentes infantiles incapaces de distinguir las causas de las consecuencias; los crímenes de sus posibles castigos. Ahora vemos una trituradora engullir preciadísimos galardones cinematográficos con sus fauces metálicas, ahora vemos a una cineasta bailando el nuevo baile de moda en TikTok, ahora vemos a dos intérpretes jugarse el pellejo bajo una roca “damoclesiana” de un par de toneladas de peso. Mariano Cohn y Gastón Duprat se pasean por los no-espacios de la creación artística, dirigiendo nuestra mirada hacia sus vacíos rincones, sin mucho que decir con dicho gesto; simplemente apuntando hacia lo que puede despertar la risa primitiva, simple, efímera. Bien pensado, en la manera que tiene Competencia Oficial de auto-boicotearse a sí misma (a la hora de tirar las bromas a destiempo, en la tosca dirección actoral, o en la repetida incisión en golpes de efecto que se ven venir a la legua), se puede intuir el que quizás sea el verdadero chiste magistral del conjunto. El que de algún modo lo justificaría todo. A sabiendas de lo que estos dos directores opinan del prestigio (ese motor, pero también esa prisión), no es nada descartable la lectura de la película en clave de Caballo de Troya plantado en las mismísimas oficinas de Mediapro, el imperio de ese omnipotente empresario que, sin salir de las sombras, quiere que todo el mundo le recuerde. Es como si todo estuviera condenado al más estrepitoso de los fracasos, pero ahí está la criatura, en la “Competencia Oficial” de Venecia, disputando un León de Oro condenado a ser arrojado por el retrete… jugosísima guinda para que Cohn y Duprat sigan riéndose de todo el mundo.
El tema del prestigio. “Competencia oficial” de Gastón Duprat y Mariano Cohn. Crítica. La última película de los directores de “El ciudadano ilustre”. Francisco Mendes Moas Hace 6 mins 0 3 Desde un inicio, podemos afirmar que las producciones de los directores Gastón Duprat y Mariano Cohn siempre mueven algo cada vez que salen a la luz. En este caso, su última película “Competencia oficial” llega a las salas de todo el país este jueves 17 de marzo. Con un elenco de grandes estrellas, entre las cuales podemos resaltar a la tríada protagonista, formada por Antonio Banderas, Penélope Cruz y Oscar Martínez. Desmenuzando el obsceno mundo de la industria cinematográfica durante dos horas. Como si del señor Burns durante el festival de cine de Springfield se tratara, un empresario multimillonario busca la trascendencia a través de la producción de una película. Para esto hace lo que a priori todos pensaríamos correcto, buscar a los mejores en para llevarla a cabo. La directora más prestigiosa del país es convocada y es ella quien decide utilizar a la estrella de cine más famosa, junto al mayor maestro de actuación contemporáneo. Un choque de mundos y de metodologías, que no pareciera poder funcionar. Una de las preguntas que rondan la atmósfera del audiovisual es: ¿Qué es el éxito en el arte? ¿Serán los premios? ¿La consagración ante el público? ¿Qué publicó? Para algunos personajes es la adquisición de fama y abultadas cantidades de dinero. En otros, el éxito significa la mirada aprobadora por parte de los pares, los premios a una carrera aplicada y despejada de excesos. Por su parte, el multimillonario productor desea conseguir prestigio mediante su película, dejar de ser visto como alguien con mucho dinero y en su lugar ser alguien culto. Prestigioso. Esta aceptación, mirada consagratoria, aprobación que solo da cierto tipo de público. Las grandes masas carecen del poder de canonizar una película, en cambio si la pueden convertir en objeto de culto. No así la academia, los estudiosos, los jurados de festivales, quienes con su pulgar mirando al cielo, consiguen brindar esta condición intangible que hace a una película mejor que la otra. Algo que se puede percibir fácilmente durante la semana de Cannes en el complejo Gaumont. Donde los cultos espectadores se sacan los ojos a fin de conseguir una entrada para ver un audiovisual que saben jamás llegará a salas comerciales. Y la película se ríe de esto, del pretencioso esnobismo que acarrean algunos audiovisuales o la industria misma. Se burla de aquel público, de aquellas personas cultas que difieren una película de otra por sus galardones o paso por festivales. Empero, resulta en una burla al mismo público que irá a las salas a ver “Competencia oficial”. A veces con nosotros y otras veces de nosotros. Sus creadores saben muy bien cuál es su público y generan un producto para ellos. Como así lo saben los Midachi y los Le Luthiers. Por otra parte, se encuentra presente el, a veces arbitrario, concepto de química entre los actores. Aquella cualidad binaria, la cual se tiene o no, donde los actores y personajes comulgan en escena, abogando a una sensación de naturalidad ininterrumpida. Es innegable que entre los actores, Banderas, Martínez y Cruz podemos notar que esta condición existe. Sin embargo no sucede entre Iván y Felix, lo cual será la base del conflicto y de los pases de comedia. Teniendo al personaje de la directora, Lola, haciendo hasta lo imposible para conseguir que la rivalidad entre los actores desaparezca. Lo cual podría asemejarse a los chistes de comidas de avión que llenaban los repertorios de todos los comediantes de stand up de los 90’s. Por lo visto, todos viajaban mucho y comían mucha comida de avión. En resumen hablaban de lo que sabían. Algo similar sucede con los cineastas haciendo películas sobre hacer películas. Es de lo que más saben, le dedican su vida a eso. Por eso pueden desgranar cada parte del proceso de producción de un audiovisual y burlarse de ello con tan buenos resultados. Por lo cual, llegamos a la conclusión que “Competencia Oficial” cumple con su buena dosis de risas y situaciones cómicas. Repleto de aquel absurdo hiperbólico, que llega a dar la vuelta antes de quedar ridículo, con el que condimentan todas sus producciones Gastón Duprat y Mariano Cohn. Pero a diferencia del resto de su filmografía, esta podría ser la más amigable para el público en general, logrando su convocatoria a través de la cara de las famosas estrellas españolas Antonio Banderas y Penelope Cruz.
Después de observar con un microscopio todas las posibilidades del ejercicio del arte como impostura en la literatura (El ciudadano ilustre) y en la plástica (Mi obra maestra), Gastón Duprat y Mariano Cohn decidieron que había llegado el momento que había que hacer lo mismo con el cine, la materia prima con la que trabajan en esa búsqueda desde sus comienzos. Competencia oficial, primera (y muy ambiciosa) coproducción internacional del cada vez más prolífico dúo, avanza en esas indagaciones llevándolas bastante lejos del naturalismo costumbrista que atravesaba a las dos películas anteriores. En vez de instalarnos en reconocibles barrios porteños o ciudades bonaerenses, Cohn y Duprat (con el aporte desde el guión de Andrés Duprat, el otro artífice creativo de estas búsquedas) nos llevan a España para llenar de observaciones sobre el ego de los artistas una historia que tensa al máximo todas las posibilidades que ofrece la sátira. La historia que narra Competencia oficial es la del armado de una película imaginada por un poderoso empresario farmacéutico en el final de su vida como herramienta ideal para alcanzar el prestigio social. Tan millonario como vacío de afectos, representado en la primera imagen de la película con la pintura de un payaso triste, el hombre sueña con producir un film de autor para limpiar su imagen y, sobre todo, satisfacer su vanidad, que se convierte de entrada en el eje fundamental de la historia. Para lograrlo adquiere los costosos derechos de la obra de un premio Nobel (el argentino Daniel Mantovani, el personaje protagónico de El ciudadano ilustre), convence a una directora (Penélope Cruz, con una curiosa melena rizada) famosa por sus métodos innovadores y excéntricos, y se asegura la participación de dos actores famosos que no podrían ser más distintos. Iván Torres (Oscar Martínez), reconocido intérprete y docente de raíz teatral obsesionado por mostrarse ante el mundo como defensor de una ética que desprecia al arte como vehículo para el disfrute de las masas, y Félix Rivero (Antonio Banderas), estrella indiscutida de proyectos destinados al éxito económico inmediato y pensados como material descartable para el gusto popular. La historia transcurre en toda la etapa de preparación previa al rodaje. La directora utiliza ese tiempo para hacer toda clase de experimentos conceptuales con la idea de explotar al límite las tensiones entre dos figuras acostumbradas a mirar al mundo desde arriba. En el fondo, ninguno quiere resignar el altísimo concepto que tienen de sí mismos y cada nuevo ensayo es una muestra cada vez más contundente, hostil y hasta delirante de esa pugna. Cohn y Duprat transforman todos esos momentos en viñetas que ponen en juego su visión del mundo y de la mente egocéntrica de los artistas. También aprovechan al máximo los fantásticos escenarios (gran trabajo del director de arte Alain Bainée) en los que se desenvuelve la acción: extensos exteriores e interiores con formas rectilíneas, simétricas y de gran profundidad. La frialdad de esa ambientación se contagia a las acciones, bastante más gélidas y distantes de lo que veíamos en Una obra maestra y El ciudadano ilustre. Hay algunos momentos muy graciosos (los actores ensayando sobre una gigantesca piedra sostenida desde una grúa o inmovilizados con cinta adhesiva, completamente a merced de los caprichos de la directora), pero la película no divierte tanto como incomoda en el retrato de tres personajes que solo se esfuerzan por imaginar la mejor estrategia para mentir, ocultar sus verdaderas intenciones y mostrar que al fin y al cabo son mucho mejores (más astutos, más ingeniosos, supuestamente más auténticos) que todos los demás. Sin demasiadas vueltas ni sutilezas, los directores vuelven a entregar el retrato explícito, impiadoso y cruel de un mundo marcado a fuego por las simulaciones, el envanecimiento, los sueños de gloria y el falso orgullo. El espectador es puesto a prueba en todo momento, invitado a descubrir cada uno de los pliegues de esas actuaciones perfectas que no resultan ser otra cosa que puro disfraz. Con veladas referencias a personajes de la vida real y a sus propias trayectorias, Cruz, Banderas y Martínez se suman a este juego con entusiasmo, convicción y compromiso. Los tres consiguen, sobre todo, que sus respectivos personajes dejen a la vista una monumental vulnerabilidad detrás de esa armadura de arrogancia, orgullo y desdén hacia los demás que utilizan para protegerse. Nunca lo sabrán, porque en el mundo de Cohn y Duprat la impostura artística aparece como la marca indeleble que acompaña hasta el final el destino de sus criaturas.
Bien dicen que el ego refleja más la falta de seguridad en sí mismo y esa necesidad imperiosa de sentirse el centro de atención que la mera valoración excesiva o sobrevaloración de lo que uno cree que es. Los personajes de Penélope Cruz, Antonio Banderas y Oscar Martínez son, en Competencia oficial, un muestrario de mezquindades y divismos sin límite aparente. A Mariano Cohn y Gastón Duprat, los directores de El ciudadano ilustre y El hombre de al lado, les gusta, sienten fascinación por los personajes que tienen dos caras. Hipócritas. Y si tienen poder o reconocimiento, mejor cuidarse de ellos. La película trata sobre una película. Un empresario multimillonario quiere trascender, ganar prestigio y antes de levantar un puente prefiere producir un filme. Para ello elige contratar a una artista que ha ganado todos los premios, la cineasta Lola Cuevas (Cruz, quien quiera ver en ella a otra artista, que arroje la primera piedra), quien decide que los intérpretes indicados son Félix Rivero (Banderas) e Iván Torres (Martínez). Pero no porque sean los mejores. O tal vez, sí, Félix ha saltado al star system hollywoodense (qué mejor que Banderas para encararlo) e Iván es un tipo que viene del Método, maestro de actores. Van a interpretar a dos hermanos, y siendo tan diferentes -aunque se verá que no- y utilizando diferentes abordajes para llegar a compenetrarse en sus personajes, Lola apela a los choques para delinear a los personajes. Para el cacheteo Cine de choque, de sopapos es el de Cohn y Duprat. Priorizan cachetear a los protagonistas como también al público, como pretendiendo sacarlos de la modorra, del acostumbramiento, de lo ya establecido o probado. Como Lola hace con Félix e Iván. Es una historia en la que los juegos de poder, el sincerarse o no, están allí arriba, en el centro del cuestionamiento. “Tú también te arrastras por dinero, sólo que por menos que yo”, se defiende el personaje de Banderas ante los ataques del de Martínez. Las zancadillas son constantes, filosas, los diálogos son puntuales, precisos, no les sobra ni les falta nada. Todas estrellas consagradas, se sabe que los actores aportaron experiencias en rodajes previos, situaciones que podían bordear el ridículo que vivieron con otros compañeros de elenco para que los ensayos, que es en verdad el núcleo de la película, resultaran lo más divertido, sorpresivo y, de nuevo, desestabilizante. Al margen, o seguramente a partir del guion que los realizadores escribieron con su habitual colaborador, Andrés Duprat, las actuaciones del trío protagónico son estupendas. Podrán estar enmarcadas en primerísimos primeros planos, o estar allí, en el centro de una habitación enorme, y el cimbronazo, el efecto de lo que dicen o actúan, llega, produce su impacto. Impresiona. La impostura, el snobismo, la necesidad de reconocimiento y el sentirse superiores son temas que tocan a todos y a cada uno de los que están involucrados en Competencia oficial, una comedia ácida, por momentos desvergonzada, siempre atrevida. Y como mucho o todo el cine de Cohn y Duprat, tendrá quienes la amen y quienes la desestimen o subestimen… Que es uno de los logros de la película.
El cine arte según Mariano Cohn y Gastón Duprat Los directores de “El hombre de al lado” vuelven a escribir en conjunto con Andrés Duprat, una comedia sobre el mundillo del arte pero esta vez con actores internacionales y el cine como eje de los dardos. Un magnate de la industria farmaceútica decide -por mero capricho- producir una película prestigiosa. Para eso contrata a la directora de renombre Lola Cuevas (Penélope Cruz) quien realizará un film con el actor de Hollywood Félix Rivero (Antonio Banderas) y el actor de teatro Iván Torres (Oscar Martínez). La cinta a producir cuenta la conflictiva relación de dos hermanos, un vínculo problemático que se traslada a los actores en la realización de la película. La historia es conocida para quien siga la filmografía de los realizadores de El ciudadano ilustre (2016). Los egos de los artistas y el circo montado por la industria detrás del hecho artístico, son apuntados con mirada crítica por los guionistas. Desde ese punto de vista aparece el humor que observa con distancia crítica los comportamientos de los personajes en el detrás de escena del arte. También desde ese lugar emergen infinidad de conflictos entre los personajes. Uno puede imaginar por donde van los chistes, algunos mejores que otros, de Competencia Oficial (2021), de los cuales no se salvan ni los críticos, ni los festivales de cine, ni los fanáticos aduladores, y mucho menos el productor que no tiene idea del mundo del cine en el que quiere incursionar. Aunque, hay que decirlo, parte del encanto del film está en el funcionamiento del trío protagónico. El mejor es sin dudas Antonio Banderas, en una autoparodia de sí mismo, usando el imaginario construido alrededor de su carrera internacional. Penélope Cruz compone a una directora excéntrica de métodos extraños para la preparación de los actores. Todos los personajes son estereotipados para generar humor, pero quizás el de ella sea el más exagerado. Mientras que Oscar Martínez hace un personaje muy similar al de El ciudadano ilustre. La película es una suerte de Upa! una película argentina (2007) hecha con mayor presupuesto. La historia es la misma: egos enfrentados, miserias expuestas y glamour artificial. Claro que en línea con las otras películas anteriores de Mariano Cohn y Gastón Duprat, sobre el final hay un giro narrativo que genera la paradoja sobre el arte, sin la vehemencia de otras producciones similares. Sin embargo, Competencia Oficial roba alguna que otra sonrisa mientras hurga, una vez más, en el hilarante mundillo alrededor del arte.
Gastón Duprat y Mariano Cohn ya tienen su sello y siempre darán que hablar. De por sí, tienen detractores que intentan verter ideología en sus películas, como por ejemplo decir que 4x4 (2019) es un film fascista. En fin, es increíble lo que uno puede leer. Porque esa misma película bajo un sello de Hollywood hubiera sido festejada por lo que es: entretenimiento. La realidad es que su dupla es magnífica le pese a quien le pese, desde el más gritón en twitter hasta la gente más rancia de la cinefilia argentina. Competencia oficial es una película magnífica, que da nota de un ingenio agudo y sutilezas deliciosas. Es un film muy cinéfilo y que celebra ese mundo, motivo por el cual una parte del público puede sentirse un poco alienado. Y está bien que sea así, porque su historia gira en torno a hacer una película, a la relación de una directora con dos actores consagrados (y opuestos). Allí reside la grandeza de este film, en las apabullantes interpretaciones de Penélope Cruz, Antonio Banderas y Oscar Martínez. Describiría más de una situación, pero más allá del spoiler sería un sacrilegio porque es algo que hay que ver en pantalla. El film juega con el espectador todo el tiempo, te hace reír y te pone incómodo. Odiás y amás a los personajes que son tan queribles como miserables. Por momentos un tanto minimalista y por otros más grandilocuente, la puesta de este estreno es un punto fuerte para destacar. Sin dudas es la producción más importante encabezada por la dupla Cohn/Duprat. En definitiva, Competencia Oficial es una gran película que gustará más o menos, pero no pasará desapercibida por quien la vea.
La propuesta de los directores Gastón Duprat y Mariano Cohn, sobre el libro de Andres Duprat propone una comedia donde las búsqueda de la sonrisa, el ridículo, los dardos sobre todos los sectores que hacer posible una película son llevados adelante con mucha seriedad para cumplir con su cometido. Ese libro propone miradas críticas y sátiras sobre el proceso de la creatividad, la medida de los egos de los artistas, sus convicciones construidas sobre bases de barro, pero también miradas agudas donde nadie se salva y salen a relucir desde reflexiones interesantes a mostrar el revés de una trama increíble. Muchas de las anécdotas fueron aportadas y vividas por todo el equipo creativo del film. Esa es una de sus bases sólidas unida a una elegancia única en la ejecución donde se descubren obras de arte increíbles, performances de avanzada, artistas renombrados y una mirada, en una locación gigantesca que hace recordar la obra de Richard Serra, “Lla materia del tiempo”, un gigantesco laberinto donde los humanos son siempre pequeños .Los directores y todo el equipo técnico sacan enorme provecho. Y la actuación de los actores es el otro punto de deleite: Penélope Cruz suelta y divertida compone a una artista conceptual que debe armar una película sobre una novela premiada, con dos actores que se odian. Y ella que tiene sus momentos vulnerables pero en realidad practica métodos salvajes y sádicos para que los dos intérpretes saquen su verdadera naturaleza, amasijo de frases hechas, vanidad y egocentrismo supremos. Uno el personaje de Banderas, que merece todos los elogios, es el exitoso y pragmático que pasa de una película con talentos que supuestamente admira a una de aventuras espaciales, que tiene exigencias de divo y asistentes sumisos. El otro, un Oscar Martinez siempre sutil y profundo, un hombre de prestigio en la profesión que desde su torre de marfil da cátedra de sencillez, actitudes políticamente correctas y desprecio. Todos coincidirán en las miserias humanas que disimulamos como podemos. El conjunto propone una comedia elegante y critica, disfrutable y divertida.
De los creadores de El hombre de al lado y El ciudadano ilustre entre otros títulos, llega Competencia Oficial y la mirada habitualmente vitriólica y misántropa de la que han hecho gala en sus anteriores películas, esta vez se dirige al mundo del cine con lo cual se meten a jugar en ese universo que es el de las películas hechas sobre el mundo del cine, es decir “Cine dentro del cine”. Un poderoso industrial decide celebrar su vida y su obra con una serie de eventos y entre ellos está el de dejar su huella en el mundo del cine, pero no se trata solamente de meter plata en la producción de cualquier cosa. Este multimillonario español se ve a sí mismo como un mecenas, así que convoca a Lola Torres (Penélope Cruz) una directora de gran fama en el mundo del cine arte. Lola es arriesgada, es temperamental, de sexualidad fluida y puede dar de sí lo mejor para filmar una película que deje en la historia el nombre del empresario. Su idea es filmar un libro de mucho prestigio que se llama “Rivalidad” y que cuenta la historia del enfrentamiento entre dos hermanos. Para protagonizar la película son convocados Félix Rivero (Antonio Banderas) e Iván Torres (Oscar Martínez) dos actores que por supuesto le van a agregar su propia rivalidad a la ya existente en la historia que van a protagonizar. Félix es una estrella vanidosa, millonaria, atenta a la frivolidad, está rodeado de todo lo que las estrellas necesitan, es un poco machista y no le importa nada entender de qué se trata lo que van a filmar. A Félix le alcanza con saber la letra. En cambio Iván es un maestro de actores, tiene prestigio, es culto y le gusto demostrarlo, se asume como actor del método al estilo Brando, odia la banalidad y el desparpajo de su co protagonista lo enerva. La película se enfoca en los ensayos de preparación que la directora le propone a sus dos estrellas y en los que por supuesto va explotar al máximo las diferencias. A favor de Competencia Oficial hay que decir que los tres protagonistas se entregan con gracia a la mirada de Kohn y Duprat sobre el mundo del cine. En contra, algunas cosas que pasan se ven venir aunque otros giros y chistes son efectivos. Lo cierto es que algunos planos y situaciones están pensados para el público cinéfilo, así que la película avanza hasta el momento del giro que lo cambia todo en la historia. En fin, un estallido de egos expuesto en la pantalla que provoca una vorágine que va de la comedia al drama, con el habitual sello de los directores. COMPETENCIA OFICIAL Competencia Oficial. España/Argentina, 2021. Dirección: Gastón Duprat y Mariano Cohn. Intérpretes: Penélope Cruz, Antonio Banderas, Oscar Martínez, José Luis Gómez, Nagore Aranburu, Irene Escolar, Manolo Solo, Pilar Castro y Koldo Olabarri. Guión: Andrés Duprat, Gastón Duprat y Mariano Cohn. Fotografía: Arnau Valls Colomer. Edición: Alberto Del Campo. Distribuidora: Star (Disney). Duración: 114 minutos.
La esperada película Competencia Oficial, dirigida por Mariano Cohn y Gastón Duprat (creadores de exitosos títulos del nuevo cine argentino como El ciudadano ilustre, Mi obra maestra y El hombre de al lado), llega hoy a las salas porteñas y de todo el país. Las expectativas vienen de la mano de la dupla creativa a cargo de la dirección y del guión (junto a Andrés Duprat), del reparto estelar que cuenta con tres figuras convocantes que se encuentran en lo más alto del podio internacional de habla hispana como son Antonio Banderas, Penélope Cruz y Oscar Martínez, y el hecho que fuera muy bien recibida en varios festivales internacionales en 2021, desde el Festival Internacional de Cine de Toronto hasta la última edición del Festival de Cine de Venecia. La historia que cuenta Competencia oficial se inicia con un empresario millonario (a cargo del excelente actor español José Luis Gómez, que aparece solo en un par de escenas) quien al cumplir 80 años decide dejar alguna obra que inmortalice su nombre y para ello emprende la aventura de financiar una película. El proyecto recae en Lola Cuevas (Penélope Cruz), una directora excéntrica y rupturista que convoca a Iván Torres, un metódico maestro de actores (Oscar Martínez) y a Félix Rivero, un cotizado galán de fama internacional (Antonio Banderas). A partir de allí se desarrolla la película dentro de la película, en un estilo cuasi episódico, a lo largo de una serie de escenas o sketches breves que nos muestran los preparativos del rodaje en la mansión del magnate que pone los dinerillos para financiar la alocada empresa. Esta coproducción coloca a los actores en medio de enormes escenografías minimalistas que muestran el vacío de un mundo materialista y desolador, y por medio de una alternancia de planos panorámicos con primeros planos nos permite disfrutar de la terna central, captando guiños y matices que construyen el tono justo de una comedia velada, en la que se luce en particular Penélope Cruz, en un gran momento de su carrera (está nominada al Oscar por su papel en Madres Paralelas, de Almodóvar). El juego de cajas chinas de hablar del cine desde el cine, subrayando la impostación de creernos lo que aparentamos, les da la excusa perfecta a Cohn y Duprat, en complicidad con sus tres protagonistas, para reírse de sí mismos y tomarle el pelo a buena parte de los pecados capitales de la industria cinematográfica en relación con la popularidad, el prestigio, la soberbia, la codicia, la superficialidad, los clichés y la esencia misma del arte. La dupla creativa retoma varias de las temáticas que habían trabajado en películas anteriores, y como en El ciudadano ilustre (gran realización de 2016 que marca lo que muchos consideramos su mayor logro) explora el mito de Caín y Abel: la dualidad humana representada por dos personajes que son caras opuestas de la misma moneda. El resultado es una parodia sutil sobre el valor de los premios, una gran broma (desde el título hasta el final abierto) a la que tal vez le sobren algunos minutos pero que sin dudas se presta a ser objeto de consumo como parte de la industria del entretenimiento para analizar en la charla y el cafecito post función.
Los ensayos del ridículo creativo Mariano Cohn y Gastón Duprat construyeron un estilo francamente único que se aparta por completo del cine tanto latinoamericano actual, éste reducido a una eterna imitación de modelos hollywoodenses y en ocasiones europeos artys de otras épocas más interesantes, como internacional, plano en el que la globalización hizo estragos porque universalizó el esquema productivo yanqui y ahora en todo el puto planeta se hace exactamente lo mismo en materia de productos anodinos e intercambiables símil mainstream norteamericano hiper lelo de cotillón: los directores argentinos, muchas veces asociados con el guionista Andrés Duprat, el hermano mayor de Gastón y nada menos que el director del Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, han combinado a lo largo de su carrera -y con una enorme coherencia ideológica y formal- el absurdo costumbrista, la experimentación, las ironías del humor seco de probeta, la autorreferencialidad solapada, el grotesco criollo, las comedias dramáticas intimistas, cierto surrealismo mundano, una meticulosidad ultra independiente, el motivo de la farsa detrás de la creación artística y en especial una impronta retórica muy minimalista basada en tomas estáticas, espacios voluminosos, silencios, detalles específicos disruptivos, rituales verbales y físicos varios y una tensión permanente que explota hasta hacer estallar estas “tableaux vivants” o pinturas vivientes que en parte se asemejan a sus homólogas de otros realizadores adeptos al preciosismo punzante como Peter Greenaway, Serguéi Paradzhánov, Wes Anderson y Park Chan-wook. Desde sus trabajos televisivos, como por ejemplo aquella Televisión Abierta (1998-2018), Cupido (2001-2013), El Gordo Liberosky (2000-2003) y Cuentos de Terror (2002-2005), pasando por sus documentales, en línea con Enciclopedia (1998), Yo Presidente (2004), Living Stars (2014) y Todo sobre el Asado (2016), hasta llegar a los largometrajes, sobre todo El Artista (2008), El Hombre de al Lado (2009), Querida, Voy a Comprar Cigarrillos y Vuelvo (2011) y El Ciudadano Ilustre (2016), la dupla de Cohn y Duprat ha sabido hacer del extrañamiento narrativo su principal horizonte y de la pugna entre arte elevado y arte popular su razón de ser, conflicto antiquísimo que atraviesa en gran medida a su producción ficcional y que no ha perdido vigencia con el transcurso de las décadas, precisamente, debido a la enorme mediocridad del estrato underground de hoy en día y de su homólogo industrial inflado, ambas comarcas siempre pretendiendo reconciliar las dos posiciones en disputa y fallando miserablemente. Luego de una doble aventura en solitario por parte del dúo, Cohn de la mano de la polémica aunque muy interesante 4×4 (2019), una reformulación en plan de comentario social de los thrillers de entorno cerrado, y Duprat mediante la genial Mi Obra Maestra (2018), suerte de relectura de aquel esnobismo y aquella falsificación intra gremio pictórico ya trabajados en ocasión de la estupenda El Artista, los señores en esta oportunidad vuelven a unir fuerzas con Andrés para entregarnos la asimismo exquisita Competencia Oficial (2021), epopeya alrededor de unos ensayos convulsionados para una película que en esencia aplica al campo del séptimo arte aquel idéntico arsenal retórico, uno plagado de pinceladas mordaces cual espejo que se burla de las miserias y latiguillos del medio en cuestión, que los directores habían utilizado para desmenuzar a las artes plásticas en El Artista y Mi Obra Maestra, a la arquitectura, el diseño y la educación académica en El Hombre de al Lado, a la literatura en El Ciudadano Ilustre y finalmente al acervo popular argentino y sus idioteces intolerantes cruzadas en Querida, Voy a Comprar Cigarrillos y Vuelvo, 4×4 y desde ya buena parte de la producción documental señalada, por cierto eje de una antropología del delirio masivo en la que el distanciamiento discursivo permite a cada uno de los personajes caer ellos solitos en el ridículo hedonista prosaico sin ninguna clase de estereotipo mainstream redundante y sin esa melancolía automatizada de la fauna indie global de los años 90 en adelante. Aquí el catalizador del relato es el cumpleaños número 80 de un millonario de mierda de la mafia capitalista farmacéutica, el español Humberto Suárez (José Luis Gómez), quien pretende ser recordado con algo de prestigio a cuestas y por ello baraja la idea de construir un puente para donarlo al Estado y/ o financiar un film sobre algo que sea tenido en alta estima por las elites culturales del gobierno y la crítica, así adquiere los derechos de una novela llamada Rivalidad, escrita por el ganador del Premio Nobel de Literatura de El Ciudadano Ilustre, Daniel Mantovani, y su asistente de turno, Matías (Manolo Solo), elige a una directora de moda para que se encargue de la adaptación, Lola Cuevas (Penélope Cruz), y ésta a su vez selecciona a dos actores opuestos para llevar a la pantalla este derrotero melodramático baladí sobre dos hermanos enfrentados, el populachero Félix Rivero (Antonio Banderas), típico producto del star system o culto al actor, y el elitista Iván Torres (Oscar Martínez), un pedante insoportable que se dedicó más a la docencia que a trabajar como intérprete. Si bien arrastra cierta lógica -y hasta se podría aseverar que es algo común en el ecosistema artístico- la decisión de Cuevas de reclutar a adversarios doctrinarios natos para componer a criaturas ficcionales en lucha por una meretriz de un burdel, el vástago de ésta y la muerte accidental de los padres de estos hermanos protagonistas, léase el introvertido, borrachín e insípido Manuel, en la piel de Félix, una estrella internacional que ganó muchos premios en diversos festivales de cine (de allí la sorna del título), y el mayor, adinerado y seguro de sí mismo Pedro, interpretado por un Iván que considera que el vulgo es un todo homogéneo y sinónimo de una colección de imbéciles ignorantes y conservadores que siempre quieren ver los mismos bodrios y adoran a payasos sin talento como el susodicho Rivero, el asunto pronto demuestra ser una bomba de tiempo en potencia debido a que los componentes del triángulo creativo de fondo no dejan de dar señales de una egolatría desproporcionada y muy neurótica basada en simultáneo en el narcisismo y en la defenestración sistemática y el sabotaje para con el prójimo, nunca visto como un colaborador en términos igualitarios sino como un competidor o quizás un “medio para un fin”, éste un objetivo siempre vinculado a acumular fama, poder, respeto y/ o dinero: Cuevas, una lesbiana taciturna que construye collages interminables con recortes y marcadores como parte de su proceso artístico y tiene de amante a una señorita que baila muy bien, les hace repetir muchas veces los diálogos a los actores, les cuelga una roca falsa de cinco toneladas sobre sus cabezas, se besuquea con la hija de Suárez, Diana (Irene Escolar), quien compondrá a la prostituta de la trama, Lucy, les destruye con una trituradora las estatuillas y galardones favoritos a Félix e Iván en plan de anulación simbólica del ego, un día los deja plantados como otro ejercicio acerca del vacío sin sentido alguno y se insulta a sí misma a través del caño flexible de plástico de una aspiradora; Torres, por su parte, el cual vive encerrado en su ortodoxia contracultural y está casado con una mujer tan aburrida y tan estéril como él, la escritora infantil asquerosamente “progre”/ de izquierda pueril Violeta (Pilar Castro), suele llamarse a los gritos a sí mismo como ejercicio de autoexteriorización, improvisa ante un espejo el rechazo de un hipotético premio futuro por Rivalidad y simula reconocer que su rival escénico es mejor actor que él; y finalmente Rivero, un mujeriego y amante de la cocina macrobiótica y los Lamborghinis, también vocaliza a los gritos antes de actuar, casi siempre llega tarde a los ensayos, se pone como loco por una herida en el rostro cuando Iván rompe una silla, graba saludos vanos en video para redes sociales por cumpleaños de fans o a favor de un supuesto “delfín rosado” en peligro de extinción e incluso les miente a la realizadora y su compañero de elenco sobre un fraudulento cáncer de páncreas que forma parte de todo este ciclo general de venganzas, humillaciones y mega delirios de grandeza que no se justifican desde ningún punto de vista. Más allá del excelente desempeño de profesionales de hierro como Martínez, Banderas y Cruz y de la clásica puesta en escena de Cohn y Duprat en lo que respecta a las citadas tableaux vivants, la aridez expresiva y el fetiche de siempre para con el racionalismo y el brutalismo en lo que hace a la arquitectura, aquí presentes en el espacio elegido para los ensayos del trío, la película en sí contrapone todo el tiempo las distintas clases de soberbia de cada uno, pensemos en un Iván que no puede aceptar que existan productos populares valiosos, siempre dependiendo de pavadas avant-garde trasnochadas/ anacrónicas que ponen en primer plano cómo sus ideales elitistas y su tiranía como docente no impiden que se baje los pantalones ante un proyecto como Rivalidad en el que es tratado para la mierda por la directora en cuestión, en un Félix que vive sumergido en jugadas demagógicas de imagen pública, detallitos que lo convierten en un esperpento como tantos magnates del mundo del espectáculo que desean ser admirados, a la par de ese Suárez que reconoce ante Matías que su fundación benéfica sólo sirve para evadir impuestos, y en una Lola que es algo así como una caricatura de cierto feminismo fundamentalista y naif contemporáneo de cadencia misándrica o lunática, a veces adepto a gestos terroristas irrisorios que de tanto pretender separarse del varón terminan igualando en necedad y rauda altanería a hombres y mujeres al demostrar que estas últimas son capaces de las mismas bajezas sádicas de los machos. Si durante los ensayos, esos que ocupan la enorme mayoría del metraje, se podría hablar de una batalla campal apenas disimulada y bastante sincera entre los actores y la cineasta que encabeza este colectivo creativo, durante el último acto, uno que transcurre en la fiesta de comienzo de rodaje y deriva en una caída de Torres desde una azotea durante una patética pelea con Rivero, aflora en cambio uno de los latiguillos excluyentes del cine sobre el cine, la hipocresía de los artistas y de todos los mecenas asociados, nos referimos al millonario farmacéutico y sus discursos falaces, los ataques verbales por la espalda de ambos intérpretes y una Lola que le roba una idea bien caníbal a Iván cuando éste termina convertido en un vegetal a pesar de que ella deduce que Félix fue el culpable del desplome del veterano, eso de reemplazar al “no enfermo” de cáncer de páncreas haciendo ambos personajes protagónicos él mismo, Manuel y Pedro, tarea que luego acapara Rivero. Entre alguna que otra escena de desnudez teatral símil Dogville (2003) y Manderlay (2005), las dos dirigidas por Lars von Trier, que enfatiza los paralelismos entre realidad y ficción porque el personaje de Félix en Rivalidad mata a su contraparte para ocupar su vida justo como ocurre a nivel conceptual con la caída de Iván, Competencia Oficial apuesta tanto al intelecto como a las emociones viscerales e indaga con suma sabiduría en las escaramuzas y extravagancias burguesas durante los “tiempos muertos” del arte y la industria cultural…
Un empresario multimillonario de la industria farmacéutica quiere producir algo que se convierta en su legado. No sabe si construir un puente que lleve su nombre o producir una película prestigiosa. El cine, algo de lo que no sabe nada, parece la mejor opción. Paga derechos carísimos de un libro importante y contrata a la directora más prestigiosa para dirigirlo, Lola Cuevas (Penélope Cruz). Para los protagónicos elige a los dos mejores actores, aunque son todo lo contrario a nivel actoral. Félix Rivero (Antonio Banderas) es un famoso actor de fama mundial, protagonista de grandes éxitos de taquilla e Iván Torres (Oscar Martínez) es un actor teatral extremo y exigente, contrario a las ideas comerciales asociadas al arte. Ambos son brillantes en lo suyo, pero están destinados a chocar de frente en los ensayos para la película. Gastón Duprat y Mariano Cohn son una sana rareza para el cine argentino. Creadores de comedias feroces, no se hunden en la banalidad del discurso político populista de casi toda la cinematografía nacional. Su cine, con fuerte estilo visual, muestra una misantropía también infrecuente en una cinematografía voluntarista y cínica como la que habita en esta parte del mundo. Aquí la sátira lanza todos sus dardos contra el cine, con chistes fáciles de entender para todos los que entiendan un mínimo de la realización cinematográfica pero también con guiños un poco más exclusivos para aquellos que sepan algo más. Las marcas más evidentes son la asociación entre el productor que aparece aquí y Hugo Sigman, millonario farmacéutico y productor de cine. Y obviamente Lola no es otra más que Lucrecia Martel. La película es justa: a Lola, a pesar de la burla, la quiere mucho más que al oscuro, siniestro y también burro productor. La película está filmada casi exclusivamente una sola locación que aprovecha al máximo. Un enorme espacio minimalista y gigantesco a la vez donde el trío protagónico realiza la preparación de la película. En estos ensayos se producirán las peleas que no son otra cosa más que viñetas cómicas de enorme efectividad gracias a un trío protagónico impecable. La película es demoledora en su primer tercio, donde los tres personajes se lucen y se sacan chispas. Luego de lograr eso no puede crecer más como comedia y los chistes pierden fuerza, en parte porque son previsibles. Luego arremete con un humor negro lleno de vueltas de tuerca y recupera el aliento. Competencia oficial es una película arriesgada porque pelea contra sí misma en muchos aspectos. Se burla del ego y la locura de los que hacen cine, de los directores, los actores y los productores. Esta comedia negra se ríe desde su título del mundo del cine pretencioso, pero sabe que irá a los festivales que pone en duda. La misantropía de los directores no se detiene frente al trabajo que ellos mismos hacen. Lo mejor que tiene la película es justamente como se pone en duda mientras hace volar por el aire a la gran familia del cine.
Juegos de artificio. El cine siempre es verdad y artificio, aunque hay ficciones que apuestan claramente a esto último, procurando que lo lúdico o lo absurdo se impongan por sobre la representación verosímil: ejemplos hay muchos y diversos. El más reciente film de la dupla Cohn-Duprat (los mismos de El hombre de al lado y El ciudadano ilustre) propone, precisamente, una suerte de juego ácido en torno a las actitudes egocéntricas y competitivas que suelen habitar el mundillo del cine. Para ello se vale básicamente de tres personajes, envueltos en la preparación de una película surgida del anhelo de un millonario de dejar un legado prestigioso. El punto de partida es válido pero la propuesta termina siendo vistosa en términos escenográficos tanto como trivial en cuanto al enfoque del medio que supuestamente retrata. Dichos personajes, en principio, son estereotipos: la directora excéntrica (y por lo tanto lesbiana), el actor popular (y por lo tanto mujeriego), el actor prestigioso (y por lo tanto casado con una mujer que es una caricatura de lo progre). Todo lo que va ocurriendo es la demostración, una y otra vez, de lo que cada uno de ellos representa: los extravagantes métodos y las exigencias de la directora, la falta de sutilezas del galán exitoso, las muestras de irritación del inflexible actor serio por todo lo que considera vulgar o contrario a sus principios. Algunos sarcasmos desperdigados funcionan, incluyendo dos o tres reflexiones sobre determinados conceptos (si una película es mejor o peor, por ejemplo) que, con invariable displicencia, dispara la realizadora (Penélope Cruz logrando, a pesar de todo, hacer creíble y querible a su personaje); asimismo, puede advertirse cierta búsqueda en el criterio de la dirección artística (responsabilidad de Alain Bainée) y el empleo de planos generales exhibiendo edificaciones exuberantes por donde circula el trío en cuestión. Si por momentos asoma el recuerdo del cine de Jacques Tati, queda solo en la cáscara: en Competencia oficial los sitios sirven únicamente para confirmar lo que sabemos de los personajes (ejemplo: la casa del actor prestigioso) o adornan la acción sin provocar gag alguno relacionado con la monumentalidad arquitectónica. Una frialdad publicitaria se impone, y si la intención fue articular un universo cerrado en sí mismo, cabe preguntarse cuánto representa al cine actual –más aun teniendo en cuenta que se trata de una película realizada por directores argentinos– esos ámbitos lujosos y el desentendimiento por problemas de financiación, producción, contratos, etc. Ocasionalmente el film insinúa juegos con el sonido, aunque sin plasmar nada ingenioso al respecto. En tanto, las situaciones supuestamente graciosas son de una insignificancia que defrauda, como lo demuestran las secuencias de los besos y de las puteadas. La confusión de la pareja culta escuchando un disco cuyos sonidos se confunden con los martilleos del vecino tiene su gracia, pero no puede decirse que sea un recurso cómico brillante. El hecho de que el empresario millonario (José Luis Gómez) no haya leído el libro cuyos derechos compró es una ironía tan obvia como las características del sótano donde el actor prestigioso (Oscar Martínez) da sus clases o la manera en que les habla a sus amedrentados alumnos. Innecesario e insensible, además, el regodearse con una supuesta enfermedad mortal de uno de los personajes como recurso para una sorpresa posterior. ¿Habrán visto alguna vez Cohn y los Duprat (Mariano y su hermano Andrés, coguionista y actual director del Museo Nacional de Bellas Artes de CABA) un film de Buñuel? Competencia oficial –que, curiosamente, en ningún momento muestra la proyección de algo filmado, ni siquiera en una computadora, de la misma manera que el equipo técnico que suele acompañar cualquier rodaje de este tipo aquí parece prescindente– termina siendo apenas una serie de bromas poco perspicaces sobre algunos aspectos del quehacer audiovisual, con escenas que se extendien varios segundos más de lo conveniente y tramos que se corresponden más con el espíritu de ensayos teatrales que con la aventura de hacer cine. Otros son los problemas de Azor, ya que, en principio, su historia ligada a los intereses y sospechas que reinaban en la Argentina de la última dictadura apunta a la intriga. El realizador, suizo radicado desde hace unos años en nuestro país, desconcierta al imprimirle a la llegada a Buenos Aires de un banquero privado europeo (Fabrizio Rongione, actor habitual en el cine de los hermanos Dardenne) para sustituir a su socio desaparecido, un tono seco, indolente, desdramatizado. Es cierto que los ámbitos en los que se mueve dicho personaje (caserones, una estancia, un hotel, el hipódromo, el Círculo Militar) son espacios confortables pero privados de vitalidad, elegantemente fríos, en los que todos (aun formando parte de un sector social con privilegios) expresan el miedo o la tensión de la Argentina de 1980 –año en que transcurre la acción–, como si no disfrutaran mucho de nada. Pero el clima de distanciamiento y desconfianza no debería llevar al protagonista a un intercambio tan débil o artificioso con sus diversos interlocutores. Si muchas de las personas con las que se relaciona son desconocidas y eso lo inhibe, o reprimen la sinceridad, no debería ocurrir lo mismo con su propia esposa (Stéphanie Cléau), quien –mientras fuma todo el tiempo impostando gesto distinguido– nunca parece expresar emoción alguna. Las alusiones a la vida cotidiana durante la dictadura (“La situación aquí era catastrófica” dice el conserje del hotel, como señal de complicidad o justificación, del mismo modo que otros personajes afirman “Estamos en una etapa de purificación” o “Los parásitos hay que erradicarlos”), o a ciertas características de nuestra oligarquía (“Mis hijos no hacen más que especular, solo piensan en la plata”, se lamenta un terrateniente), a veces completan adecuadamente el friso sombrío y otras recuerdan a cierto cine argentino declamado de años atrás. Sin dudas, un lastre de Azor es la elección –o la dirección insuficientemente eficaz– de los actores, que dialogan con despareja convicción combinando el francés y el inglés con el español. Entre ellos casi no hay argentinos: apenas el realizador Pablo Torre (como un oscuro obispo casi salido de un film de terror) y el santafesino Juan Pablo Geretto (en un papel diferente a los que suele interpretar), además de la fugaz aparición de otro director, Mariano Llinás. Este último colaboró también en el guion: precisamente, puede decirse que el tono de Azor recuerda a algunas películas en las que Llinás intervino como guionista (Secuestro y muerte, La cordillera). Aquí hay también un rodeo algo difuso por sitios a los que el ciudadano de a pie no tiene acceso, deslizándose ligeras referencias a una que otra figura histórica. En la búsqueda del protagonista y en el desenlace, parte de la crítica ha visto algo de El corazón de las tinieblas, la novela de Joseph Conrad; asimismo, ciertos elementos (el guitarrista que entretiene a los visitantes a la estancia, la mezcla de idiomas entre hombres de negocios en pleno campo argentino) traen a la memoria a Paula cautiva (1963, Fernando Ayala, basada en un cuento de Beatriz Guido). Pero desde su título intrigante, la división dudosamente necesaria del relato en cinco capítulos y la voluntad de involucrar al espectador en una trama tenebrosa sin generar empatía ni suspenso, Azor –aunque luce esmerada en términos formales– se sumerge en asuntos deseables de ser rescatados por el cine de manera desangelada, como demasiado preocupada en no caer en las fórmulas de un thriller. Por Fernando G. Varea
LA HOGUERA DE LAS VANIDADES El arte siempre está presente en el cine de Gastón Duprat y Mariano Cohn: la pintura (El artista), la arquitectura (El hombre de al lado), el arte contemporáneo (Mi obra maestra), la literatura (El ciudadano ilustre). Pero más que el arte, o la experiencia artística o creativa, a los directores argentinos les interesa lo que el arte y los artistas connotan, y la hipocresía que rodea todo el asunto. Todas estas películas son comedias de una u otra forma, y muy especialmente sátiras: hay algo despiadado en Cohn y Duprat, casi misántropo en la selección de personajes miserables, cínicos; seres que desprecian a los demás y, en ocasiones, lo que ellos mismos representan o el mundo que habitan, como le pasaba al personaje de Luis Brandoni en Mi obra maestra. Lo que hace funcionar a estas películas, más allá de una puesta en escena que en ocasiones puede ser fría o distante -y que por eso generan un nexo extraño con el humor-, es que en todos los casos el mundo del arte (y de los artistas) es puesto en fricción con el mundo exterior, con espectadores, lectores, públicos; en definitiva con una cultura. Eso permite algún tipo de identificación, por más que uno pueda disgustarse con la mirada que Cohn y Duprat tienen sobre el mundo. En Competencia Oficial finalmente se meten con el cine, con los egos y las vanidades de sus integrantes: directores, intérpretes, productores. Con una puesta en escena más ascética que de costumbre, lo que registran aquí los directores es la serie de ensayos en la preparación de una película prestigiosa basada en un libro prestigioso, y producida por un empresario que quiere ser recordado para la posteridad por esta obra. Casi en un único espacio, la película plantea los métodos de trabajo de una directora/autora consagrada, que reúne a dos actores, uno que es un maestro de actuación y otro que es una estrella popular, lo que servirá para progresar en ese caldo de cultivo de las miserias que suele ser el cine de Cohn y Duprat. Los tipos se desprecian, la directora se manifiesta a base de caprichos insoportables. No deja de ser divertido (y hasta emocionante) el esfuerzo de Penélope Cruz, Oscar Martínez y Antonio Banderas por darle a sus personajes más dimensiones de las que tienen: la sinopsis de Competencia Oficial ya nos sintetiza a este trío de criaturas construidas en base a puro estereotipo y la película no hace nada por salir de esa pereza en la representación de la directora caprichosa, el actor esnob y el actor populachero (la clave son las escenas supuestamente cómicas: todos los chistes son de una obviedad pasmosa). Uno tiende a pensar, por lo tanto, que Competencia Oficial solo podría funcionar en un público que padezca cierto nivel de soberbia intelectual, que lo ponga por encima de los demás y que vaya al cine a confirmar sus prejuicios. Ahora bien, uno podría discutir un montón de cosas de las películas anteriores de Cohn y Duprat, pero no dejaban de ser películas que interpelaban al espectador hasta incomodarlo, que se atrevían a pensar aspectos sociales o políticos en el contexto de los personajes. Aquí no hay nada de eso, incluso adivinamos cierto confort en darle al espectador lo que el espectador más o menos quiere (que los del cine son todos son unos soretes). Si El hombre de al lado se permitía cierta humanidad en el personaje de Araoz, si El ciudadano ilustre podía conectar con un espectador anti-peronista y pensar aspectos del cine costumbrista, si Mi obra maestra podía jugar con el subgénero de las películas de estafas, Competencia Oficial no es más que un reptil que se muerde la cola. No hay un mundo más allá de estos personajes, es todo de un nivel de ombliguismo que termina asfixiando al relato, algo a lo que ayuda además la casi única locación y el aspecto quirúrgico de la puesta en escena. Es una sátira a un tipo de cine mientras se edifica a sí misma como un cacho de mármol pensado para colarse en los festivales de cine. Y uno no sabe si Cohn y Duprat son conscientes de la hipocresía que destila la película o directamente se regodean en esa hipocresía.
Fórmula de desmarque de la media contemporánea, fórmula de éxito estirada a lo largo de los años: lucha de opuestos, manierismos ampulosos en la puesta en escena, sátira burlesca y reduccionista de los representantes del arte contemporáneo y provocación que no provoca, sal que no sala. Al menos aquí, dentro de este juego de choques, la dupla argentina no destila su desprecio de clase como en El hombre de al lado ni se engalana con su propia ignorancia y sus prejuicios como en El ciudadano ilustre; en Competencia Oficial todo es menor.
"La triple sospecha" Ya se estrenó en los cines argentinosCompetencia Oficial (2021), la nueva película de Mariano Cohn y Gastón Duprat, reconocidos por los largometrajes El hombre de al lado, El ciudadano ilustrey Mi obra maestra, entre otros. Competencia Oficial fue filmada en España y es protagonizada por los sobresalientes actores Antonio Banderas, Penélope Cruz y Oscar Martínez, cuyos personajes componen una especie de “santa trinidad” de la industria cinematográfica. Recordemos que la narración inicia con un plano detalle a una pintura de un triste payaso, y entre otros objetos llega a una figura de una virgen, lo cual condensa el sentido del relato, puesto que sus protagonistas oscilarán constantemente del ridículo a la“santificación” o valoración. En consecuencia, el tono general de la narración -dividida estructuralmente en tres partes (prólogo, desarrollo y epílogo)- es de una comicidad ácida y sarcástica que se ríe dramáticamente de los clichés artísticos y de la industria cinematográfica en sí misma. Pero también esboza críticas sociales a magnates empresariales que poseen fundaciones, pues “todos sabemos para que sirven”, enunciando negativamente e implícitamente la cuestión de la reducción de impuestos y no el interés genuino. Tal frase es expresada por Humberto (José Luis Gómez), el millonario en cuestión, quien será caprichosamente el mecenas del proyecto artístico liderado por Lola Cuevas (Cruz) una prestigiosa y excéntrica directora de cine, quien desea realizar una transposición cinematográfica de la novela “Rivalidad”. Es pertinente mencionar que quizás el personaje de Humberto Suárez, refiere por ejemplo a figuras como las de Hugo Sigman -nótese que ambas iniciales se repiten- accionista mayoritario de un conglomerado empresarial con presencia en los campos de la farmacéutica, la agroforestería y el cine. En consecuencia, en Competencia Oficial “cualquier similitud con la realidad [no] es pura coincidencia”. En un universo diegético lleno de hipocresía, Lola Cuevas convoca a dos prestigiosos actores con métodos y personalidades opuestas, Félix Rivero (Banderas) e Iván Torres (Martínez), quienes finalmente serán dos caras de una misma moneda, al igual que los hermanos en conflicto en la novela, que para Lola son una misma entidad. Pues la duplicidad está presente constantemente en el filme, desde la poética metadiscursiva de la representación (los ensayos) dentro de la representación (la película en sí misma), el par actoral, los lindes entre ficción y realidad, actores vs. dirección, masculino o femenino y arte popular o arte elitista. En una puja constante de egos, de la que Lola también es parte con sus métodos creativos experimentales, y en este sentido es muy interesante que la cabeza de esta trinidad sea una figura femenina, quien aparentemente tiene el “poder” de la situación. Esa competencia y rivalidades constantes, aludiendo al nombre de la novela en la ficción y al título de la película, que no solo refiere a la reconocida sección de los festivales internacionales de cine, sino también a la competencia interna entre los tres personajes. Al igual que varias obras de los directores el par masculino protagónico se odia, esta característica ya parece conformar un estilema constante en su filmografía. Además la película posee sutiles relaciones intertextuales con las películas anteriores del binomio, por ejemplo, cuando Iván se queja de su vecino de al lado, aludiendo al film El hombre de al lado (2009) o cuando Lola le pregunta a Iván si se hizo algo en los dientes, y aunque lo niega él se había realizado un blanqueo dental, quizás allí se refiere indirectamente al actor Dady Brieva, que trabajó en dos ocasiones con ellos, y al menos quien escribe al ver El ciudadano ilustre (2016) no dejaba de pensar lo mucho que distraía la atención la blancura extrema de su dentadura. Competencia Oficial se burla de los discursos snobs de algunos artistas o intelectuales tales como “poner el arte a competir me parece atroz” en la boca de Iván o sus expresiones en contra del entretenimiento banal o cuando Lola manifiesta “el arte no se refiere algo, en si ya es algo” oponiéndose a la necesidad de los “intelectuales” de querer enmarcar todo dentro de una interpretación de acuerdo a la ideología del momento. Por un lado, Competencia Oficial pretende ridiculizar ese sistema de producción y circulación de las películas y, por otro lado, forma parte del mismo. Recordemos que la película tuvo su avant-première en el Festival Internacional de Cine de Toronto, además tuvo su estreno mundial en la Sección Oficial en el Festival Internacional de Cine de Venecia y también fue presentada en el Festival de Cine de San Sebastián. Casi sobre su clausura la película explicita “¿cuándo termina una película?” interpelando de esa forma al espectador y apelando a la reflexión. Por ejemplo ¿termina cuando finaliza su circuito de distribución? O ¿termina cuando el espectador le da un sentido? En conclusión, si bien el relato tiene algunas vueltas de tuerca algo predecibles para un espectador entrenado, es una propuesta dinámica, sólida y recomendable, en la que finalmente se manifiesta una verdadera competencia del talento y verosimilitud actoral de sus tres intérpretes principales equitativamente.
Hay dos maneras de acercarse a esta sátira sobre el mundo de la creación artística en general y del cine en particular. Una es tomando la anécdota de la competencia entre dos actores: un maestro “comprometido” que odia el pasatismo (Martínez) y una estrella de Hollywood (Banderas) convocados por una muy manipuladora directora de vanguardia para intentar la obra maestra (por encargo de un farmacéutico ansioso por el prestigio). La otra es buscar qué hay de verdad en las posiciones de cada uno y descubrir que, más allá de varios momentos donde la risa es permanente gracias a un perfecto uso del aparato cine (sonido, disposición en el espacio, el sutil movimiento de cámara aun cuando prima el plano fijo), todos tienen razón y que, en última instancia, una película es, como un cuadro o una novela, algo que nace de la cabeza de alguien, de una persona en particular que se nutre, pero no usurpa, el arte de otros (o su artesanía). El núcleo es Penélope Cruz, que aquí logra combinar el capricho de una artista con la inteligencia, una rara ternura y, sobre todo, gracia, conocimiento sobre los tiempos de la comedia. Incluso los textos más “declamados” tienen un segundo grado, una distancia en la puesta en escena, que nos permite el guiño.
Como en otras anteriores ocasiones, los filmes de los Cohn-Duprat busca anclarse en la sátira, en la narrativa paródica, digamos más directamente en la burla acerca de algo que puede resultarnos más o menos familiar, cercano, reconocible, con posibilidades de identificarnos, o en su opuesto con ninguna chance de identificación posible. Esta nueva burla meta discursiva, pues narra la construcción de un filme dentro de un filme, juega a evocar las famosas producciones fílmicas –conocidas o no– pero que intuimos o sabemos que esta ficción juega a caminar en el borde entre lo posiblemente real y lo totalmente ficcional. Esta película dentro de la película podría ser una historia posible, pero la pregunta que nos podríamos hacer al ver Competencia Oficial es si contada con este procedimiento de gags dispersos y estereotipos vacuos, vale la pena ser contada. El cliché ya parte en la trama cuando el personaje de un empresario deseoso de trascendencia a como dé lugar, busca la manera de llegar a su objetivo megalómano. Podría ser cualquier otra cosa la elegida, pero finalmente rejuntar algunas estrellas – dos actores top sumados a una directora high class – todo eso sumado a una novela ganadora del Nobel para hacer, de esta forma con ese puchero de estrellas, la mejor película de la historia del cine. Es obvio que seremos testigos de una serie de situaciones ridiculizantes enfocadas de manera fragmentaria e inconexa en cada una de las perlas que deberían hacer de este filme, la obra maestra que jamás llegará. Una directora al estilo de yo soy la loca de lo autoral –sí, justo ahora en el momento en que algunas mujeres brillan en la pantalla– un par de actores que antagonizan desde el minuto cero, el actor divo estrella del momento, y el ya maduro actor de trayectoria que ve a su par como un idiota de moda. Así de vacía y vacua es la trama, pero lo que ratifica la puerilidad no es el cuentito, sino más aun la forma de esa trama, la estética de la narrativa puesta en escena con planos impactantes y espacios donde la modernidad y el vacío reinan en cada secuencia. Todo se ve imponente y hueco, y la cámara se ocupa de resaltar esa ausencia de sustancia. Cada plano hasta podría evocarnos a algún director/directora en tanto su encuadre y la composición de los personajes dentro del lugar no-lugar en el que habita el filme. Sería una reminiscencia donde el autor evocado queda igualmente ausente, porque la burla entre otras cosas es a una idea de lo que es la autoralidad. Y por supuesto le sigue el chiste sobre lo que podríamos llamar el prestigio, el talento o la trayectoria que estos son temas que ya se vienen repitiendo en la filmografía de este dueto aun cuando aborden historias totalmente distintas en apariencia. Tener en escena a Penélope Cruz, Antonio Banderas y Oscar Martínez en vez de provocarnos ese disfrute o goce que nos pueden otorgar los grandes actores, nos recuerda una frase magistral, “el lujo es vulgaridad”, cita que algunos atribuyen a Borges, otros a Los redonditos de ricota, o sino quien sabe, a ambos a la vez. Todo intenta ser tan brillante que no sabemos si nos enceguece o realmente es una luz falsa reflejada sobre un plano opaco. Las risas que buscan producir los narradores quedarán a criterio de cada espectador y su percepción subjetiva, ya que esta es una cadena de chistes de irregular solvencia, donde el humor de lo que conocemos como sátira queda pendiendo de un hilo.
Cuando el ego es tan fuerte que es capaz de matar Demasiado ego. Y no se trata aquí del título de un disco de Charly García, sino de los egos de dos actores Félix Rivero (Banderas), tallado en Hollywood, y el otro es Iván Torres (Martínez), que respira teatro y prestigio. Como si fuera poco, tienen que hacer una película juntos bajo la dirección de Lola Cuevas (Penélope Cruz), que es peor que los dos juntos. La dupla de Gastón Duprat y Mariano Cohn se especializa en hacer una mirada crítica y mordaz sobre el universo de los artistas. “El artista”, “El hombre de al lado” y “El ciudadano ilustre” son tres ejemplos contundentes. Y aquí vuelven a surfear esas aguas, y lo bien que lo hacen. Todo arranca con el capricho de un multimillonario poderoso -otro ególatra perdido- que está por cumplir 80 años y quiere dejar algo a este mundo, piensa en un puente, pero le parece poco, entonces se le ocurre una película. Y debe ser con los mejores. El libro, que nunca leyó, es “Rivalidad”, y sobre esa idea trabajará una realizadora tan creativa como disparatada, que tendrá métodos poco ortodoxos para lograr el máximo rendimiento de los protagonistas. Por ejemplo (perdón por el spoiler) romperles en su propia cara algunos de los premios más importantes de su carrera para que potencien su furia en el rodaje, y encima no pueden impedirlo debido a que ambos están atados con cinta de embalar. Esa delgada línea entre el talento y la ridiculez es lo que explora la dupla de directores. Y lo jugoso está en cómo muestran los ensayos, y de qué manera cada uno a su turno busca su propia conveniencia, sin importarle si perjudica al de al lado. En esa tensión de vanidades, que en algunos casos incluye también la tensión sexual, no hay nadie que salga ileso o ilesa. Planteada como una comedia, la película es ideal para los estudiantes de teatro, no sólo porque pueden ver de cerca un mundo de ficción muy cercano a lo real, sino porque en ese trayecto disfrutarán del talento de figuras como Penélope Cruz, Oscar Martínez y Antonio Banderas. Es que, en pequeñas o máximas dosis, entregarán una clase de actuación con personajes tan descabellados pero no tan lejanos a ciertos divos y divas del jet set mundial. El final es a lo Cohn-Duprat, con algún tinte trágico y un mensaje en clave de moraleja. Para tenerle miedo al ego.
Una sátira mordaz al incontrolable ego Un empresario farmacéutico acaba de cumplir 80 años, pero se pregunta qué legado puede dejar una vez que abandone el mundo. Con la conciencia clara de que la gente lo ve como un millonario sin corazón, decide apostar a cambiar la cara. ¿Cómo? Financiando una película que tenga a los mejores en el proyecto, sean directores o actores. Así nace Competencia oficial, el nuevo film de la aceitada dupla Mariano Cohn–Gastón Duprat. Los mejores en cuestión son la directora Lola Cuevas (Penélope Cruz), consagrada directora con pocas películas pero varios premios, quien le sugiere al principal benefactor económico, el cual compró los derechos de un libro que nunca leerá, que contrate a Felix Rivero (Antonio Banderas) e Iván Torres (Oscar Martínez). El tema es que estos dos nunca han actuado juntos y son completamente diferentes. Rivero es popular y pura pomposidad, el ejemplo claro del artista español que la rompe en Hollywood, mientras que Torres es un actor de método, detallista, y que prefiere considerarse “prestigioso”. En un ambiente minimalista (el 80% de la película transcurre en una gigantesca sala de ensayo, seguramente porque fue filmada en medio de la pandemia), el desafío de Lola será lidiar con los gigantescos egos de ambos y con el suyo propiamente dicho. Hay una batalla actoral, claro, pero hay también varios resquemores, lo que da a momentos hilarantes (hay una escena donde Lola les pide que lleven algunos de los premios que han ganado en su carrera, con consecuencias inesperadas). El tema de la soberbia y el ego están ahí presentes en cada diálogo, en cada crítica despiadada que se disparan Rivero y Torres, también cansados del estilo extravagante por demás que tiene la directora. Hacia el tercer acto sucederá algo que cambiará la película, pero esta nunca perderá la tonalidad ni el humor ácido y mordaz. Competencia oficial no es claramente para todos los públicos, no todos los chistes o gags podrán ser entendidos por igual. Hasta incluso se la podría catalogar de pretenciosa en algunas escenas, pero lo cierto es que gracias a un virtuoso guion y a las tres actuaciones principales, vale la pena sumergirse en ese mundo para que luego cada uno saque sus propias conclusiones. *Review de Leandro Sia.
FILME: “COMPETENCIA OFICIAL” Este nuevo filme de la pareja de directores argentinos se sostiene en principio desde dos variables, pasaron cinco años del éxito obtenido (exagerado a mi entender) con “El Ciudadano Ilustre”, el segundo son sus protagonistas, juntos Penelope Cruz, Antonio Banderas y Oscar Martinez. El problema radica en que la historia que quieren relatar es minima, todo se centra, desde las imagenes y el guión, en la puja de los dos actores, personificando actores. El subtitulo del filme es “Demasiado Ego”, pero se queda en eso, constituyendo una seguidilla de gags, solo algunos logrados y eficientes. Veamos la síntesis argumental: En busca de trascendencia y prestigio social, un empresario farmaceutico multimillonario al momento de cumplir 80 años, se da cuenta que con su muerte nada quedará de su nombre, se le ocurren dos opciones, construir un puente con su nombre y donarlo al estado y/o financiar una película dirigida por el mejor director y los mejores actores del momento. Simultáneamente compra los derechos de una nueva novela muy exitosa, suponiendo que así dejará huella. Para ello, contrata a la celebérrima cineasta Lola Cuevas (Penélope Cruz) ganadora de fstivales y premios pero que no tuvo biuena acogida de los espectadores, y dos reconocidos actores, dueños de un talento enorme pero diferente, con un ego aún más grande: el actor de que finalmente recalo en Hollywood Félix Rivero (Antonio Banderas) y el actor radical de teatro Iván Torres (Oscar Martínez), maestro de actores. (Recuerdo en este sentido, el personaje Michael Dorsey en “Toostie”, interpretado por Dustin Hoffman). Ambos son mitos vivientes, pero no son exactamente mejores amigos. Todo o casi, transcurre en una misma locación, en los días de ensayos sobre “Rivalidad”, el texto elegido. Todo desde la excentricidad de Lola Cuevas queriendo imponer su autoridad y demostrar también su ego, claro. De hecho la novela trata sobre la enemistad de dos hermanos a partir del accidente automovilístico que provocoó la muerte de sus padres, en que uno de ellos estuvo involucrado. A través de una serie de pruebas cada vez más excéntricas establecidas por Lola, Félix e Iván deben enfrentar sus egos, solos entre sí. Todo esto termina constituyendo solo un cúmulo de escenas, como si hubiesen perdido de vista que el único personaje que puede presentar una especie de conflicto es Lola, quien desea poder filmar una película que la instale definitivamente en el corazón del público. Es real que todo puede ser leído como una gran sátira al mundo del espectáculo, o al cine si se quiere, no solo eso intenta parodiar y/o denunciar la pedantería de las películas de cierto cine actual, denominado no narrativo o lo que es peor presntarse como arte conceptual, sin embargo estas son solo interpretaciones validas, el principal inconveniente es que se demora demasiado para decir lo que quiere decir y lo termina diciendo de manera banal o mas propiamente dicho, tenuemente. En términos de aburrimiento no lo hace, pero al finalizar el vació de haber perdido dos horas es inevitable. Calificación: Regular
La fértil dupla argentina conformada por Gastón Duprat y Mariano Cohen debuta en territorio español. Las mega estrellas internacionales Penélope Cruz y Antonio Banderas se suman al actor argentino radicado en España Oscar Martínez. Presentada fuera de concurso en el último Festival de Venecia, el género de comedia y el siempre atractivo ejemplar de cine dentro de cine se mixturan con absoluta delicia bajo el inagotable encanto de los creadores de “El Hombre de al Lado” (2011). En “Competencia Oficial”, el sarcasmo como seña autoral marca la pauta de un film que nos habla acerca de la esencia de actuar. Desde sus primeros minutos, Cohn y Duprat ponen en marcha el más grande McGuffin que el cine reciente recuerde. El desproporcionado pretexto argumental utilizado (también un deseo que satisface sueños vacuos de posteridad para toda impostación de buen nombre y fortuna) contribuye a zambullirnos de lleno en la caótica aventura de un rodaje. Antes del set de filmación, ensayo general para la hermosa farsa. Ejerce la película una mirada poliédrica sobre tres personajes que, si bien comparten el amor por el arte cinematográfico, son extremadamente distintos entre sí. Lucha de egos en abundancia, vorágine de manías para la mirada cruel que no escatima diversión a la hora de aprovechar el potencial de este explosivo cóctel de talento. “Competencia Oficial” es, a la vez, una dinámica sobre la ficción y una lección acerca del quehacer cinematográfico; toda actriz y todo actor, toda realizadora y realizador se sentirá identificado con los mecanismos aquí exhibidos. Desde la butaca de espectadores, empatizamos con los personajes, aún en sus divismos y miserias. El actor al que interpreta Oscar Martínez nos instruye acerca de amar a un personaje que interpretamos. Creernos la ficción para convencer luego a la audiencia de su propósito. Una lógica interna que requiere el total compromiso. Abunda la dupla de autores en artefactos para la ficción, neurosis para el pan de cada día. Abundan guiños al ambiente, colisionan acentos, referencias culturales, modos coloquiales. El film se hace de imágenes poderosas: una maquina trituradora se lleva toda la ferretería de premios. Demasiado narcisismo, las estrellas disputan su status. Banderas hace de Banderas y se burla de las malas películas que vive haciendo para Hollywood hace décadas; pero si lo invitan a la alfombra roja, con gusto iría. Por su parte, Martínez saca a relucir su estirpe de actor de culto y corte intelectual, jamás cediendo al público cautivo, siempre buscando una audiencia selecta. Aborrece el entretenimiento banal, jamás sucumbirá al conformismo industrial, aunque su comportamiento deslice matices superfluos. Dispuesto el gran show, las apariencias están a la orden del día y las redes son un gran panóptico que incentiva al autoestima de cada estrella, pecados de snobismo que ceden a la tentación. Golpes de suerte o desgracia aguardan en el lugar menos pensado, mientras cuestiones personales intervendrán en cada tramo de los ensayos, aunque hay ciertas emociones difíciles de ocultar. Nada intencional, nada personal… La competencia está en marcha y es descarnada. ¿Mutua admiración o recelo? Hay cierto vampirismo en un desenlace planeado con precisión de radiografía, y la opción elegida muestra notable habilidad para burlarse del mundillo artístico al que pertenece. No se deja sin explorar ninguna arista que involucre la realización de films y la intención en sí que una obra de arte posee. La interpretación de un sentido y los posibles pareceres estéticos; la fauna periodística que acecha tras los flashes en cada premiére de festivales; la liviana apariencia que adorna cada rincón de las fiestas del ambiente. Asimismo, atañe su capacidad de observación a temáticas de actualidad, proveyendo una mirada hacia los ismos contemporáneos y el espíritu inclusivo, siempre y cuando las ideologías no profundicen grietas existentes; el arte habla por sí solo y sin necesidad de explicitar su compromiso, simplemente ‘es’. Los directores de “El Artista” (2008) y “El Ciudadano Ilustre” (2016) llevan a cabo un quirúrgico tratamiento acerca del proceso que involucra el detrás de escena de un film. El método caótico se ríe de la propia condición, el oficio que trasciende los límites de la ficción. Lola, el personaje interpretado por la maravillosa Penélope Cruz afirma que la paternidad le quita al artista toda cuota de riesgo. Disfruta libremente del sexo, exige a su dupla de actores llevándolos al límite de su resistencia, seduce sin reparos, responde preguntas a la prensa con fórmula cassette y combate los monstruos de su propia creación. Sin complejo ni atisbo de corrección alguno. Instantes antes de que la cámara capture un primer plano de su bellísimo rostro, Penélope nos interroga en off y la pregunta sacude el intelecto de todo amante del cine: ¿cuándo termina una película?, ¿con sus créditos, años después de haberla visto? El arte de actuar ensaya mañas y artimañas del oficio, esencia del día a día de cada actor que cuenta con la cuota de tragedia necesaria para vivir bajo su piel. Dos pesos pesados miden su rivalidad en el espejo. Bohemios o eruditos; premiados por la industria o maestro de aspirantes a actores; liberales y sensibles, alocados y pícaros. Se preguntan cuanto estarían dispuesto a sacrificar por ese papel que resignifica una trayectoria entera. La cámara capta detalles imperceptibles, la mirada de la dupla creativa ostenta una enorme originalidad. Al fin, todo es mentira. El peso existencial se soporte bajo una roca gigantesca de utilería.
Competencia Oficial es una ingeniosa película argentino española, que trata sobre las vicisitudes de la creación de una obra cinematográfica a cargo de una directora estrella, muy artística, interpretada por Penélope Cruz; un actor muy carismático, muy popular, que no tiene tanto prestigio actoral, pero es una verdadera estrella absolutamente consagrada, interpretado por Antonio Banderas, y otro actor el cual tiene la particularidad de ser un actor metódico, concentrado, intelectual académico, de gran prestigio, y con numerosos premios, interpretado por Oscar Martínez. Estos tres personajes a medida que van leyendo y ensayando la película, van generando situaciones humorísticas, van definiendo a los personajes, van mostrando sus miserias, y se genera una lucha de egos entre las dos estrellas masculinas, que son coprotagonistas y rivales en el film. La película curiosamente no se manifiesta de la misma forma que otros filmes que tratan sobre hacer cine, en los cuales el rodaje es lo principal, o quizás hasta la edición es lo principal, sino que, en este caso, el corazón de la película, y gran parte de su metraje, pasan por los ensayos; en los cuales los personajes se sacan chispas entre sí, y pueden mostrar de mejor forma sus miserias en la intimidad, que si la cámara estuviera rodando frente a un gran número de personas. En ese sentido la película es novedosa, pero a la vez un poco rara, lo cual quizás no le guste esa dinámica a cierta parte de la audiencia. La película es una sátira, y una crítica ácida al mundo artístico, especialmente de los actores, y en menor medida de los directores; dónde se pone en evidencia el ego de estas figuras, y lo que pueden llegar a hacer debido a eso. La película funciona bastante bien, aunque no es lo mejor de esta dupla Cohn / Duprat que ya nos ha dado grandes películas, y en algunos casos películas más populares, como Mi Obra Maestra, sin embargo, funciona; se disfruta, vale la pena verla, y es muy probable que también nos deje pensando sobre el proceso artístico, y sobre como los artistas transforman sus vidas, sus miserias, y sus problemas, en creaciones artísticas, a veces memorables. Recomendada. Cristian Olcina
Los realizadores de «El hombre de al lado» dirigen a Penélope Cruz, Antonio Banderas y Oscar Martínez en una comedia que satiriza el mundo del cine de autor y los egos de todos los involucrados en él. Hay un mecanismo que es integral a la obra de Mariano Cohn y Gastón Duprat. Sus películas –escritas usualmente por Andrés Duprat, hermano del segundo– presentan choques de opuestos: políticos, ideológicos, económicos, sociales, lo que sea. Dentro de ese esquema, uno de sus ejes favoritos es el mundo artístico. En sus películas se las han tomado con escritores, pintores, arquitectos. Y la oposición casi siempre está presentada de similar manera: pretensiosos versus populares, intelectuales versus «mercachifles» y, en ciertos casos, los que creen que están haciendo algo importante y fundamental para cambiar el mundo y los que piensan en ser accesibles y cobrar un buen cheque como resultado de su trabajo. No hay favoritismos en sus películas: ambos contendientes suelen ser egoístas, despreciables y sin importar cuáles sean sus posturas públicas, lo que los moviliza es su ego desmedido. ¿Y qué mejor punchline para esa feria de vanidades que ir al mundo del cine? Especialmente, el cine arte, de autor, el que se considerar «importante». COMPETENCIA OFICIAL es una mirada que intenta ser mordaz sobre los descontrolados narcisismos de la industria cinematográfica. Y acá las víctimas/victimarios son directores, productores, pero sobre todo los actores, los más claramente identificados con esas características aunque claramente no los únicos. En una película rodada en lo que parece ser una enorme y única locación –en la ficción es una fundación vacía utilizada como sala de ensayo–, y con poquísimos actores además de los tres protagonistas (imaginamos que la pandemia tuvo que ver con esto), lo nuevo de Cohn y Duprat enfrenta a dos actores, ambos divos a su manera, que le dan cuerpo y alma a las oposiciones antes mencionadas. Y a los que, por primera vez, les toca actuar juntos. Iván Torres (Oscar Martínez) es un «maestro de actores» prestigioso e intelectual, que dice despreciar todo el universo del estrellato y la masividad que da el cine, y que se toma muy (demasiado) en serio a sí mismo. Félix Rivero (Antonio Banderas) es todo lo contrario: triunfador en Hollywood, amado por el público pero despreciado por la crítica, con millones de seguidores en redes sociales y casi todos los clichés de este tipo de celebridades. En algún punto, la imagen de cada personaje no es tan distinta a la que existe en la imaginación de la gente respecto a los actores que los interpretan. Pero aquí aparece un personaje que se ubica en el medio entre ambos, una suerte de titiritera cuyo método de trabajo consistirá en explotar esas diferencias. Es Lola Cuevas (Penélope Cruz), una cineasta a la que se podría definir como excéntrica y personal (cualquier similitud con Lucrecia Martel quizás no sea casualidad) y que los une para adaptar una famosa novela escrita por un Premio Nobel que un millonario de la industria farmacéutica con ansias de cambiar su imagen pública (el correlato con la vida real es también obvio, al punto que hasta su mano derecha se llama Matías) compró, sin haber leído, para producir. La película consistirá en los ensayos de ese otro film, el que harán en breve y que se centra en una lucha entre hermanos en apariencia muy distintos entre sí y que se llama, caray, Rivalidad. A partir de una serie de ejercicios, Cuevas irá llevando a los actores a extremos impensados, generando una competencia feroz entre ambos por lucirse y por humillar al otro. A su vez, la realizadora está en su propio ego-trip, generando enigmáticas pruebas que intentan agregarle otra capa de sentido a la película. Con ella, COMPETENCIA OFICIAL intentará parodiar ciertos excesos del cine de autor que los realizadores consideran como caprichos incomprensibles, gestos a los que se le imponen sentido porque en el fondo no los tienen. Cohn-Duprat imitarán a esas películas, paródicamente, desde la puesta en escena. Planos excesivamente largos buscando un efecto cómico ligado a su extensión, otros –como el que abre y cierra la película– armados casi como una broma para críticos que buscan interpretar «qué es lo que quiso decir» y frases que suenan como grandes verdades pero en el fondo no tienen demasiado sentido más que para la propia cineasta. Mientras tanto, el match actoral entre Martínez y Banderas correrá por carriles más convencionales: uno es un actor «del Método» y mete sus experiencias vitales en el personaje mientras que el otro prefiere aprender solo el guión y «actuar»; uno tiene varias novias, un valet personal y muchos requerimientos específicos mientras que el otro dice que quiere cobrar lo mínimo, viajar en el vuelo más barato y asegura que de ningún modo irá a la ceremonia del Oscar si es que le toca ganarlo. Ninguno, en el fondo, dice la verdad. Quizás porque la película toca demasiado cerca el propio mundo al que pertenecen los realizadores y los tres actores, COMPETENCIA OFICIAL termina siendo la más liviana, tolerable y casi inofensiva de las películas de los directores de EL CIUDADANO ILUSTRE. Hay una malicia generalizada que es a la vez algo tontuela, más propia de una obra teatral de la calle Corrientes que de una película supuestamente ácida o controvertida. Ese ha sido siempre uno de los problemas del cine de Cohn-Duprat: se burlan de todo el mundo desde una supuesta altura que su propio material jamás alcanza. Los Coen, por citar una dupla con puntos en común con la argentina, operan a veces desde similar cinismo pero lo hacen con una elegancia y creatividad que raramente alcanzan los directores de este film. Por momentos COMPETENCIA OFICIAL es disfrutable como un pasatiempo menor, viendo a tres famosos actores burlándose un poco de sí mismos, de los clichés del mundo en el que viven y trabajan, y riéndose con algunas bromas simples y efectivas que les toca interpretar. Cuando el film se torna más grave o intenta ponerse un poco más serio, se le notan sus limitaciones, lo esquemático de su planteo y de a poco va cayendo en la misma banalidad a la que supone estar criticando.