En el regazo de los Dioses Duna (Dune, 1965), de Frank Herbert, es quizás la mejor novela de la historia de la ciencia ficción, un trabajo intrincado y de una riqueza apabullante a escala ética, social, política, religiosa, económica, filosófica y militar que reclama varias lecturas para comprender la complejidad del mundo retratado por el autor, en esencia un periodista reconvertido en escritor en verdad muy meticuloso. Ambientada diez mil años en el futuro, la historia nos presenta un Imperio Galáctico controlado por un sistema de gobierno feudal en el que dominan tres familias cruciales en un equilibrio tambaleante que admite cuestionamientos de distinta envergadura y tenor, la Casa Atreides del Planeta Caladan, la Casa Harkonnen del Planeta Giedi Prime y la Casa Corrino del Planeta Salusa Secundus, donde reside el Emperador del Universo Conocido, Padishah Shaddam IV, y sus legiones represoras fanáticas, los Sardaukar. El andamiaje del poder incluye además a la Combine Honnete Ober Advancer Mercantiles o CHOAM, mega corporación preponderante en materia del comercio y la banca, la Cofradía Espacial, institución que monopoliza el viaje estelar, y el Landsraad, consejo de nobles que funciona como contrapeso real de la hegemonía castrense del emperador, en suma una camarilla dominada por la misma Casa Corrino, de cuyo linaje salió el susodicho Shaddam IV, la Casa Atreides, al mando del Duque Leto Atreides, y la Casa Harkonnen, controlada por el Barón Vladimir Harkonnen y encargada de extraer con cosechadoras y refinar la sustancia más poderosa y deseada del universo, la melange o especia geriátrica, una droga que se encuentra en la superficie desértica del Planeta Arrakis y que alarga la vida del consumidor, despierta una vitalidad extrema, eleva su cognición y hasta provoca la presciencia o capacidad de vislumbrar el futuro. El emperador cedió a sus socios y testaferros, los Harkonnen, la explotación de Arrakis en lo que derivó en una tensión permanente con los habitantes locales, los Fremen, tribus errantes que llaman Duna a su planeta, resisten el dominio absolutista y mafioso del Imperio Galáctico y sobreviven en el páramo mediante destiltrajes que recuperan el agua de sus cuerpos. La casta que predomina en Arrakis siempre es la más poderosa a nivel económico y político porque la melange, producida por unos enormes gusanos que recorren las profundidades del planeta a lo largo de su misterioso ciclo de vida, es utilizada para navegar por los pilotos deformes de la Cofradía Espacial, por las clases pudientes en tanto signo de superioridad y por las dos principales escuelas de pensamiento que surgieron luego de la Yihad Butleriana, una guerra santa de antaño en la que los hombres destruyeron a los ordenadores, máquinas y robots pensantes que los habían esclavizado, nos referimos a los Mentat, cónclave que reemplaza en la praxis a las computadoras en lo que atañe a la lógica y los análisis predictivos, y las Bene Gesserit, una secta femenina orientada al control corporal y del pensamiento con vistas a mejorar la raza humana por eugenesia positiva o favorecimiento de la reproducción de los considerados más aptos, unas semi hechiceras que acceden sólo a la sabiduría de sus antepasados hembras y por ello están obsesionadas con generar un macho con la misma capacidad de acumular conocimiento genético aunque ya de toda la humanidad, el Kwisatz Haderach, un mesías perfecto llevado al terreno divino cuyo mito impregnó también a los Fremen y a su anhelo de mejoramiento de las arduas condiciones de existencia en Arrakis. La trama en sí de la novela, la cual sería adaptada por la muy despareja película homónima de 1984 de David Lynch, recordada faena producida por Dino De Laurentiis mediante su hija Raffaella, y por la apenas correcta miniserie del 2000 de John Harrison para el Sci-Fi Channel, obra que tuvo una secuela también bastante rutinaria en 2003 a cargo de Greg Yaitanes, es relativamente sencilla porque implica una trampa del Emperador Padishah Shaddam IV contra el Duque Leto Atreides, quien recibe del primero el control de Arrakis luego de una mentirosa expulsión de la Casa Harkonnen de Duna que esconde el objetivo de sacar a los Atreides de su fortaleza en Caladan para eliminarlos como competencia directa de los clanes Corrino y Harkonnen en el Landsraad. Leto tiene de concubina a la Dama Jessica, fémina perteneciente a las Bene Gesserit y súbdita de la Reverenda Madre Gaius Helen Mohiam, y de hijo a Paul Atreides, un adolescente que desde muy pequeño fue entrenado por su madre, por un Mentat llamado Thufir Hawat y por los soldados de elite Duncan Idaho y Gurney Halleck, siendo la propia Mohiam la que somete al joven al “gom jabbar”, una prueba de dolor extremo con la meta de descubrir si el muchacho es digno sucesor de su padre y de las enormes responsabilidades por venir. Consciente del peligro pero sin la capacidad de negarse, Leto termina siendo traicionado por su médico personal, Wellington Yueh, quien droga al duque y se lo entrega al Barón Harkonnen y su Mentat, Piter De Vries, durante una arremetida masiva de los Sardaukar y las tropas del tremendo Vladimir, quien decía retener a la esposa del doctor cuando realmente la había matado. El barón asesinada a Yueh aunque éste predice la movida y sustituye uno de los dientes de Atreides por una cápsula de gas venenoso, la cual es utilizada por Leto para intentar cargarse al cabecilla de los Harkonnen, quien de todos modos sale con vida y reemplaza al finado De Vries con el Mentat de sus enemigos, Hawat. Jessica, embarazada sin saberlo de Leto e hija ella misma del Barón Harkonnen por los chanchullos genéticos de las Bene Gesserit, y Paul, sufriendo visiones recurrentes acerca de su futuro, huyen al desierto y eventualmente son aceptados por los Fremen, la fémina convirtiéndose en Reverenda Madre de las tribus del páramo al pasar por la Agonía de la Especia, ritual que desbloquea la memoria de la estirpe al ingerir un veneno y transformarlo en inocuo en el cuerpo, y el joven enamorándose de Chani, otra adolescente, y erigiéndose como caudillo bajo el mote de Muad’Dib, con el transcurso del tiempo padre de Leto II y propulsor de una guerra de guerrillas contra los Harkonnen basada en los sabotajes y las muchas incursiones bélicas subrepticias a lo contrarrevolución. Paul ingiere el Agua de la Vida, aquel veneno de la Agonía de la Especia, y después de tres semanas en coma regresa a la lucidez como el Kwisatz Haderach, adalid de una clarividencia todopoderosa a través del tiempo y del espacio, para derrocar al barón montando los gusanos de arena, quien fallece a manos de la pequeña hermana del protagonista, Alia, y para destruir el poder restante del emperador, obligándolo a abdicar a su favor mediante el matrimonio con su hija mayor Irulan Corrino, a su vez manteniendo como concubina a Chani. Ni siquiera el endiosado Paul puede detener la Yihad, un movimiento religioso que se le escapa de las manos y lo tiene como núcleo espiritual en pos de extender los credos Bene Gesserit y Fremen por el universo. Ahora bien, la tercera adaptación oficial de aquella novela primigenia de Herbert, “oficial” porque el libro en cuestión desencadenó gran parte de la ciencia ficción posterior en lo que hace a influencias muy vastas y hasta laberínticas, es Duna (Dune, 2021), maravilla del canadiense Denis Villeneuve, señor que en esta ocasión se inspira en el marco productivo empleado por su colega Andy Muschietti para su díptico de traslaciones de 2017 y 2019 de It (1986), una de las diversas cumbres cualitativas de la carrera de Stephen King, ambas de Warner Bros. Pictures como la presente Duna, la cual opta por limitarse a la primera mitad del trabajo fundacional de 1965, léase finiquitando en la fase inicial de la aceptación de Paul y Jessica en el colectivo de los Fremen y la vuelta al dominio en Arrakis de la siempre brutal Casa Harkonnen, y por escaparle a la inevitable tentación de incluir referencias al igualmente fascinante mundo complementario de las secuelas literarias, una retahíla de novelas en la que únicamente se destacan las primeras cinco continuaciones porque fueron las realizadas por el propio Herbert antes de fallecer en 1986 a los 65 años de una embolia pulmonar, hablamos de El Mesías de Dune (Dune Messiah, 1969), Hijos de Dune (Children of Dune, 1976), Dios Emperador de Dune (God Emperor of Dune, 1981), Herejes de Dune (Heretics of Dune, 1984) y Casa Capitular: Dune (Chapterhouse: Dune, 1985), obras que sin renunciar a los entretelones enrevesados del poder, la sutil marca registrada de la saga, fueron incorporando ingredientes cada vez más fantásticos o metafísicos con la idea de balancear el anhelo de paz de la humanidad y sus luchas intestinas eternas cual dialéctica de las venganzas, los atropellos, las frustraciones y las conjuras en espiral. El guión de Jon Spaihts, Eric Roth y un Villeneuve que viene de otros dos tanques estupendos de ciencia ficción, La Llegada (Arrival, 2016) y Blade Runner 2049 (2017), se concentra por un lado en el carácter atormentado de Paul Atreides (Timothée Chalamet) y la Dama Jessica (Rebecca Ferguson), el primero por su futuro como mesías y ambos por los sacrificios que implica su accidentado derrotero y la misma muerte del Duque Leto (Oscar Isaac), y por el otro lado en las perspectivas opuestas de las dos ramas del imperialismo espacial que se dan cita en Arrakis, un trofeo disputado por la corriente moderada/ piadosa/ seudo humanista o simplemente maquiavélica clásica del mandamás de la Casa Atreides, quien desea pactar con los Fremen en buenos términos para no generar una situación de animadversión sostenida, y aquella otra intolerante que apuesta por la limpieza étnica, la encabezada por el Barón Vladimir Harkonnen (Stellan Skarsgård) y su sobrino Glossu “La Bestia” Rabban (Dave Bautista), propensos a masacrar a los locales siempre que tienen oportunidad para que no se metan en el proceso de recolección de la especia, encarado por cosechadoras gigantescas que penetran en el desierto profundo y son transportadas por naves de carga cuando los peligrosos gusanos osan acercarse, atraídos por las vibraciones en la arena. La película, asimismo, divide implícitamente a la Casa Atreides en función de las diferencias entre las dos manos derechas de Leto, ese Duncan Idaho (Jason Momoa) que es muy amigo de Paul y hace de diplomático para garantizar la paz ante el cabecilla de los Fremen, Stilgar (Javier Bardem), y el algo paranoico Gurney Halleck (Josh Brolin), militar de hierro que siempre desconfía y que en la novela incluso sospecha de una traición por parte de Jessica. Villeneuve, responsable además de otros neoclásicos instantáneos como Maelström (2000), Polytechnique (2009), Incendies (2010), La Sospecha (Prisoners, 2013), El Hombre Duplicado (Enemy, 2013) y Sicario (2015), ya había adelantado que su idea era construir una versión para adultos de La Guerra de las Galaxias (Star Wars, 1977), dando a entender en simultáneo -y con toda la razón del mundo- que la franquicia de George Lucas es para retrasados mentales y que la saga craneada por Herbert es la cúspide de la ciencia ficción intelectual debido a que, precisamente, privilegia las nociones de fondo, las intrigas, el desarrollo de personajes, el peligro acechante y el melodrama shakesperiano del poder por sobre la acción o el patético fetiche con la tecnología por parte de la fantasía del Siglo XX en adelante, obsesión frente a la cual la epopeya del escritor estadounidense propone un ludismo conceptual que sitúa en primer plano la capacidad de los seres humanos de carne y hueso para reemplazar cualquier habilidad de la técnica ortopédica o llevarla hacia nuevos horizontes de ambición y desenfreno. El canadiense evita tanto la exégesis de Lynch como aquella homóloga legendaria de la década del 70 de Alejandro Jodorowsky, un proyecto faraónico encarado junto al productor Michel Seydoux que lamentablemente no prosperó y fue retratado en un glorioso documental de Frank Pavich, Jodorowsky’s Dune (2013), y apuesta a la bella fotografía de Greig Fraser, muy cerca de Ridley Scott, y a la majestuosa banda sonora de Hans Zimmer para ofrecer una interpretación cuidada, adusta y cerebral de una obra magna que supo beber de diversas fuentes históricas y artísticas; pensemos para el caso en esa estructura claustrofóbica de dominio símil Edad Media, las múltiples alusiones al acervo beduino musulmán, la presencia de una dimensión ecológica determinante para los personajes, la figura de un imperio en clara decadencia como aquel encabezado por Roma, el motivo antropológico siempre insistente del choque cultural entre los Fremen y unos invasores que rapiñan su planeta/ hogar a lo Conquista de América, cierto esquema de un mesianismo transreligioso que aglutina elementos del budismo, del cristianismo y del mencionado islamismo, un trasfondo narrativo que se asemeja a una hipotética novela de aprendizaje/ “bildungsroman” inspirada en la fábula del Rey Arturo y en el poema épico Beowulf, la metáfora de la especia geriátrica para pensar el botín por antonomasia del colonialismo y del despotismo monopólico comercial en Medio Oriente, el petróleo, el papel de occidentales concretos como por ejemplo Thomas Edward Lawrence alias T.E. Lawrence en la rauda unificación de las tribus nómadas del desierto y en la reconversión militar subsiguiente para provocar la Rebelión Árabe contra el Imperio Otomano durante la Primera Guerra Mundial, la influencia de la figura del matriarcado misionero en las Bene Gesserit y su cruzada vía la eugenesia positiva para superar las diferencias burdas de los sexos a través de la creación del Kwisatz Haderach, un manto zen a lo Carl Gustav Jung aplicado a un heroísmo de lenta cocción que se aparta de los poderes automáticos de los superhéroes pueriles de los cómics, y desde ya un regreso en general a las temáticas de Fundación (Foundation, 1951), otra novela exquisita del género aunque de Isaac Asimov, en sintonía con la crisis escalonada del Imperio Galáctico y esa presciencia de una melange empardada en misticismo premonitorio a aquella ciencia de la psicohistoria de Hari Seldon. Más allá de la dinámica retórica del surgimiento de un estadista y líder social polirubro en la anatomía del paradójico Paul, otro de los caudillos patológicos de Herbert eventualmente adictos a la violencia o la egolatría, la película también indaga en la pobreza de las culturas monotemáticas como la occidental, representada en el relato mediante la fijación popular y aristocrática con la especia a lo petróleo aunque también empardada a cualquier clase de energía que resulte fundamental para desplazarse o hacer funcionar los aparatejos de los que están rodeados los bípedos en su contexto cotidiano, por ello los enfoques extractivos en Arrakis de los Atreides por un lado y los Harkonnen y Corrino por el otro pueden ser opuestos aunque ambos responden a la misma lógica predatoria y forman parte del mismo Landsraad, planteo que se complementa a través de las diferentes idiosincrasias alrededor de la melange entre las castas invasoras y los Fremen, éstos considerando a la especia geriátrica un alucinógeno sagrado que extiende la vida, vigoriza la salud y genera sus ojos azules característicos, no obstante para las huestes del imperio y el consejo de nobles, desde la óptica secular del capitalismo pancista e inhumano, la sustancia en polvo constituye el más preciado de los commodities tanto porque su consumo recreativo es sinónimo de estatus jerárquico comunal como debido a que su utilización práctica se hace indispensable en materia de la burguesía del transporte, la Cofradía Espacial, la rama piadosa psicologista en las sombras, las Bene Gesserit, y la tecnocracia que heredó muchas de las destrezas de las máquinas y de las inteligencias artificiales de antaño, hoy prohibidas a posteriori de la Yihad Butleriana, los Mentat. Las significaciones contrastantes en torno al agua, otro recurso compartido por los locales y los extranjeros, asimismo sirven para pintar uno de los grandes motivos del film de Villeneuve y de la saga literaria de Herbert, la hibridación cultural de la mano de una amalgama tragicómica de desconcierto, aceptación o rechazo y finalmente adaptación a lo que el otro tiene para ofrecer, pensemos primero en la sorpresa de los representantes de la Casa Atreides ante la costumbre Fremen de escupir como símbolo de buena voluntad, renuncia honrosa cual ofrenda frente a un prójimo al que se le regala algo tan preciado en la aridez como el líquido, y segundo en la necesidad de estos beduinos aggiornados para con el destiltraje, atuendo que recicla la orina y la transpiración, y esos martilleadores que utilizan para atraer a los gusanos de arena y subirse al lomo del animal con ganchos y cuerdas, medio de transporte ultra bizarro que ha quedado grabado en el imaginario de los amantes de la ciencia ficción por generaciones y generaciones. Todas las actuaciones son muy buenas y parejas y a los nombrados Chalamet, Isaac, Skarsgård, Ferguson, Bardem, Momoa, Brolin y Bautista, se agregan David Dastmalchian como Piter De Vries, Stephen McKinley Henderson en el papel de Hawat, la querida Charlotte Rampling en la piel de Mohiam, Zendaya Maree Stoermer Coleman como Chani, Chang Chen como el pérfido a la fuerza Yueh y Sharon Duncan-Brewster y Babs Olusanmokun como Liet-Kynes y Jamis, respectivamente, personajes centrales del último acto. Entre el steampunk de globos aerostáticos y helicópteros símiles libélulas y la sensación de viajar sobre el regazo de Dioses surcando el desierto, el opus de Villeneuve por fin le hace justicia a la novela aunando lirismo, fastuosidad y contenido valioso de resonancias universales…
Cuando uno ve Duna se pregunta si se trata de una de las películas más pretenciosas, aburridas y feas de la historia del cine. Al terminar de verla un poco de reflexión lleva a concluir que hay películas más feas, también algunas más aburridas y, aunque no vengan a la memoria, es posible que algo más pretencioso que esto haya existido alguna vez. La memoria, que intenta protegernos de las experiencias traumáticas, es posible que nos haya hecho olvidar de esas películas, pero sin duda Duna es de una pretenciosidad difícil de soportar o perdonar. Dos horas y treinta y cinco minutos difíciles de llevar, más aún sabiendo que en esos 155 minutos solo nos están contando la mitad de la historia. La película termina en cualquier lugar, porque claramente es media película. En el cine clásico hubiera habido un intermedio y por el precio de la misma entrada hubiéramos visto el resto. Y claro, hubiera durado menos, además de ser más bella y entretenida. Pero no hay más cine clásico, solo cineastas sobrevalorados como Denis Villeneuve. Duna Primera parte es realmente media película. Cuesta imaginar que alguien quiera algún día volver por más, porque la experiencia es verdaderamente insufrible por donde se la mire. Los admiradores de los libros podrán argumentar lo que quieran, porque seguramente cuánto más larga sea la adaptación, más cosas entrarán. Pero el chiste de toda buena película, y Duna no lo es, está en que no dependa del libro que adapta para ser interpretada o disfrutada. La historia es bastante sencilla, más allá de los detalles y las ideas detrás del guión. En el año 10191 Arrakis, un planeta desértico, feudo de la familia Harkonnen desde hace generaciones, queda en manos de la Casa de los Atreides después de que el emperador ceda a ésta la explotación de las reservas de especia, una de las materias primas más valiosas de la galaxia y también una droga capaz de amplificar la conciencia y extender la vida. El duque Leto Atreides acepta la administración del peligroso planeta aunque sabe que es una trampa. Atreides se dirige a Arrakis, también conocido como Duna, junto a su concubina Bene Gesserit Lady Jessica, su hijo y heredero Paul, además de sus más fieles asesores. La trama política se combina con la religiosa. El misticismo típico de las películas de ciencia ficción aparece acá repitiendo lo que todos conocemos y disfrutamos en docenas de otras películas, aunque aquí no podemos divertirnos, acá todo tiene una gravedad total, carente de humor, suspenso o acción. Duna tiene algunas referencias a Apocalypse Now. El Barón Harkonnen (Stellan Skarsgård) coquetea con el personaje del coronel Kurtz interpretado por Marlon Brando en el film de Coppola. También hay referencias visuales a Excalibur, Lawrence de Arabia y muchos otros films, aunque en todos los casos los originales son mejores. El timing de cada escena del film de Villeneuve es insólito. Hay una intención de achatar la acción, quitarle nervio, aplanarla y convertirla en un martirio. No hay error alguno, el director lo quiere así y se nota. Las actuaciones tienden a lo mismo. Los actores son muy famosos, así que es evidente que los aplastaron para que vayan con la misma parsimonia de bronce que todo el film tiene. Pero el peor de todos es, como no podía ser de otra manera, el protagonista, que debe cargar sobre sus hombros un personaje que le queda grande, incómodo, poco creíble, fuera de todo lo que él es. Timothée Chalamet puede que tenga algunas buenas actuaciones y no es su culpa el saco que le han puesto aquí. Cargado de gravedad, exento de cualquier simpatía, deambula como un imposible elegido en un mundo de colores apagados, como toda la película. En 1984 todos coincidieron en que la versión de David Lynch era fallida. Con 137 minutos apenas se podía entender lo que el director había filmado. Aparecieron otras versiones pero nada que hiciera la diferencia. Fallida es una palabra interesante, porque es todo lo contrario a la versión del 2021, al menos en esta primera parte. El film de Villeneuve es cualquier cosa menos fallido. Ha dado en el clavo de todo lo que el director ha querido y todo indica que nadie le puso límites ni le amputó su obra. Y lo irónico es que David Lynch fallido es mucho más interesante, divertido y lleno de hallazgos visuales que este mamotreto hecho tal cual su director soñó. El elenco del film de 1984, también descomunal, se divierte más y logra una química con la historia que acá no existe. Podría haber sido de animación esta nueva versión y no hubiera cambiado nada. Un poco de gracia causa Javier Bardem convertido en el Anthony Quinn del Hollywood actual, pero ese es un mérito dudoso, de todas maneras. Cuesta creer que la segunda parte traiga algo mejor que esto, al contrario. Habrá que recordar los eventos narrados acá porque es poco atractiva la idea de un repaso. Será también un acto de generosidad pasar por alto las alegorías políticas acerca de la lucha por el petróleo en oriente medio, porque huelen a progresismo culposo plagado de obviedades. Incluso una referencia a la muerte de Ernesto Guevara hace pensar que el director es más irresponsable y banal de lo que uno creía. En cualquiera de los casos, Duna Primera parte promete ser una de las películas más sobrevaloradas de la historia, lo que no sorprende, ya que su director es uno de los realizadores más sobrevalorados que existen.
Durante mi adolescencia una de las cosas que más disfrute y que más me influyó a futuro fue la clase de literatura de cuarto y quinto año. Durante esos años la profesora nos introdujo en el mundo de Lovecraft, Poe, Lou Reed, Bowie, Moupasant y Proust, tenia la capacidad de despertar la curiosidad de un grupo de adolescentes en cosas que no estaba al alcance de nuestra mano. Recuerdo que en esos años ella fanatizada con David Lynch nos habló sobre su obra y nos mostró Twin Peaks (Twin Peaks, 1990) El hombre elefante (The Elephant Man, 1980), Erasehead (1977) y Duna (Dune, 1984). Lo cierto es que Dune no me gusto y que en un acto de honestidad ella admitió que la película era muy mala pero que provenía de un gran libro, es ahí donde entra Frank Herbert y su libro enorme, lento y lleno de complejidades. Tarde seis meses en leer ese libro, de forma pausada, tratando de comprender cada página y cada hecho que se relataba en él. De a poco fui comprendiendo la estructura de la novela, la forma en que se construyó a cada personaje, sus motivaciones y sus miedos. Denis Villeneuve es un director que no llega a gustarme, básicamente su cine me parece aburrido, falto de dinámica con una lentitud y cuidado en los detalles innecesarios que son disfrazados por una estética casi perfecta, dada por sus directores de fotografía, de arte. En realidad esa lentitud y esa falta de acción, de movimiento y de diálogos inteligentes son más producto de una incapacidad de narrar que de una búsqueda estética, esa estética preciosista es el camuflaje bajo el cual esa incapacidad y pretenciosidad quedan escondidas. Al enterarme que este director se iba a encargar de adaptar Duna sentí cierto rechazo y desconfianza, pero luego entendí que esa forma de relatar aletargada, parsimoniosa y mastodóntica que necesita mostrar todo y que debe enfocarse en detalles innecesarios era la forma que necesitaba Duna para ser contada de una manera que no cayera en torpezas y en una efervescencia que distorsioné el relato. Villeneuve necesita mucho para construir una escena y eso hace que la mayoría de sus películas no sean atractivas, tal vez entonces el problema (es mío por no entenderlo, esa es una opción que nunca descarto) es que el director no dio hasta ahora con un relato que requiera de su forma y su tono para narrarlo, a lo mejor Duna es el relato que estaba buscando y se ajusta perfectamente al director. En Duna Villeneuve recurre a todas sus herramientas visuales para narrar, la película es impresionante desde el diseño de producción, el sonido y la fotografía, la música es una constante en la construcción del drama a pesar de la repetición del recurso melódico de Hans Zimmer, quien si bien es todo un maestro en la materia ha empezado perder originalidad. La película se toma una buena parte del metraje para introducir a los personajes y construir sus motivaciones a pesar de esto la trama es algo que no se detiene y por medio del montaje esa construcción mantiene un dinamismo poco común en las obras de este director. Duna más allá de ser una historia de ciencia ficción dura es una obra política en la cual se mueven los entrecejos de una trama compleja que incluye un alegato anti imperialista y ecologista que aun en el texto se vuelve difícil de expresar, una de las mejores cosas que hace el guion de Villeneuve es dejar todo en claro y sentar bases para la segunda parte, a lo mejor es lenta y lineal pero la historia así lo requiere. En lo que corresponde a las actuaciones la película no anda con altibajos y eso se debe enteramente a la dirección ya que Villeneuve ya que en esta historia no pide estridencias y se conforma con un tono pausado y contenido, es por eso que actores limitados como Chalamet, Momoa y Bautista no desentonan. De alguna manera logra que el tono medio de la película sea el mismo y que actores como Barden, Isaac, Brolin y Skarsgård logren ajustar su nivel al de los demás; se puede decir que la película mantiene un tono que es adecuado para actores que solo tienen un personaje que interpretan siempre. Solo Bautista logra demostrar que ha evolucionado dentro de forma de interpretar, pero aun así es la calidad de la cinta y la dirección lo que termina construyendo la interpretación. Si, Chalamet es una vez más el joven atormentado, taciturno y con cierta rebeldía que ha sido en todos sus trabajos anteriores, pero esta vez el personaje le exige eso y nada más. Rebeca Ferguson construye una Jessica que es quizás el personaje más interesante y con mayores matices de la cinta, aunque es cierto no se aleja demasiado del personaje original del libro. El resto se mueve dentro de un tono monocorde que es adecuado y tal vez necesario en esta película El argumento gira en torno a Arrakis, el planeta del desierto, dominado por la familia Harkonnen durante varias generaciones, que es entregado por el emperador a la familia Atriedes. En este planeta se lleva a cabo la explotación de las reservas de especia, una materia prima más valiosas que al mismo tiempo es un alucinógeno poderoso capaz de amplificar la percepción y extender la vida. El duque Leto (Oscar Isaac), su consorte Jessica (Rebecca Ferguson) y el hijo de la pareja, Paul Atreides (Timothée Chalamet), llegan al planeta con la idea de ampliar el prestigio de su casa, pero se ven envueltos en un complot lleno de traiciones que les deja como única vía de supervivencia unirse a los Fremen, la población local que además de conocer el terreno y tienen una relación especial con la specia. Duna de Villeneuve es más que nada una película correcta, que no tiene estridencias pero que logra contar bien el primer arco argumental del libro, siendo claro en lo que quiere decir. Villeneuve en esta película no comete ninguno de sus excesos y si tal vez lo hace pasa por alto porque por primera vez ha puesto la historia por sobre su necesidad de hacer saber que es un director con pretensiones artísticas, villeneuve no pretende mostrarnos lo que sabe hacer, simplemente lo hace y eso es todo un adelanto tratándose de él.
Tras reiteradas postergaciones debido al contexto pandémico, finalmente se estrena «Dune», la nueva adaptación de la novela homónima de Frank Herbert, dirigida por el director canadiense Denis Villeneuve («Arrival», «Prisoners», «Sicario»). Villeneuve parece ser bastante intrépido a la hora de elegir sus proyectos cinematográficos, o al menos es lo que viene demostrando con sus últimos trabajos. Convengamos que fue una decisión osada la de llevar adelante «Blade Runner 2049» (2017), secuela de la mítica película de ciencia ficción de 1982 dirigida por Ridley Scott, basada en una novela de Philip K. Dick. Dicha secuela consiguió honrar tanto al primer film como al material original siendo aclamada por la crítica, pero obteniendo un tibio desempeño en la taquilla. Decimos que a Denis no le tiembla el pulso, ya que al poco tiempo de haber concluido con su visión del mundo de Deckard y los replicantes se confirmó que su próximo trabajo sería una nueva película de «Dune», otro clásico de la literatura y la ciencia ficción cuyos antecedentes en la pantalla grande no habían sido, por ponerlo de forma bondadosa, del todo «felices». En 1975, Alejandro Jodorowsky comenzó a trabajar en una adaptación de la novela que no llegó a pasar de la preproducción (hay un documental de 2013, titulado «Jodorowsky’s Dune», que explica en detalle los pormenores de este proyecto trunco). Años más tarde, en 1984, la novela de Frank Herbert llegaría a la pantalla grande de la mano de David Lynch («Twin Peaks», «Blue Velvet»), con una versión algo separada de la novela que terminó siendo un fracaso de taquilla y de recepción por parte del público y la crítica especializada. Con los años, dicho film adoptó un status de culto con opiniones diversas sobre su «calidad». Entonces quedó por un lado una versión que nunca verá la luz que fue romantizada por demás y una que a pesar de ser fallida terminó brindando algunas cuestiones interesantes. Cabe destacar que «Dune» ha ejercido una enorme influencia en el marco de la ciencia ficción, sirviendo de inspiración para una enorme cantidad de obras literarias, películas, series y producciones de renombre que puedan ser encasilladas dentro del género y que probablemente hayan conseguido hasta mayor reconocimiento que ella. Es quizás por eso que se sigue insistiendo con las adaptaciones. La vinculación de Villeneuve a una nueva producción de «Dune», 37 años después del film de Lynch, generó una cálida sensación teniendo como antecedente la digna secuela de Blade Runner. Como es sabido, la novela podría ser catalogada como aquellas que pertenecen a la «ciencia ficción dura», la cual aborda una historia compleja y rica en detalles con un desarrollo de una mitología amplia y avanzada. La misma se sitúa en un universo donde reina un emperador, el cual se encarga de mantener el status quo entre los planetas que pertenecen a su imperio. El eje central de dicho reinado parece ser el planeta desértico conocido como Arrakis, que comprende un feudo bastante codiciado por todos, ya que en dicho inhóspito lugar abunda una especie cuya riqueza pasa por ser la materia prima más valiosa de la galaxia. Con ella se pueden realizar viajes interplanetarios, pero al mismo tiempo puede ser utilizada como droga capaz de amplificar la conciencia y extender la vida. Hace años que el feudo es administrado por los temibles Harkonnen, pero el emperador decide ceder el control de Arrakis a la Casa de los Atreides. Es así como El duque Leto (Oscar Isaac), la dama Jessica (Rebecca Ferguson) y el hijo de ambos, Paul Atreides (Timothée Chalamet), viajan a dicho feudo para tomar la administración y hacer que el nombre de su casa vuelva a recuperar la gloria. No obstante, ellos mismos saben que deben preparase ante una posible traición o represalia de los Harkonnen. Para ello, el duque investiga realizar una alianza con los lugareños, los Fremen, unos habitantes del desierto que conocen los secretos de la especie. Al parecer Villeneuve tuvo cierta libertad para desarrollar su visión, comenzando por la decisión de cortar el primer libro de la saga en dos partes, algo que hizo ruido cuando se anunció pero que en retrospectiva resulta acertado ya que le permite desarrollar de mejor manera la enorme cantidad de personajes, la complejidad de los vínculos entre los clanes, los planetas y sus relaciones, así como también desplegar la enorme mitología que rodea a la novela. Esto hace que, si bien por momentos se esboce cierta sobre exposición necesaria para explicar los conceptos complejos alrededor del mundo de «Dune», esta no resulte tan pesada o forzada como suele pasar en este tipo de relatos. Por otro lado, el guion que escribió el propio director junto a Jon Spaihts («Prometheus», «Doctor Strange») y Eric Roth («Forrest Gump», «Munich»), encuentra una perfecta forma de estructurar esta primera mitad con un extenso pero inevitable primer acto que explique las intricadas cuestiones políticas que rodean a la galaxia para desembocar en un maravilloso segundo acto donde los personajes principales comienzan a cumplir sus roles en esta especie de juego de ajedrez galáctico para culminar en un tercer acto algo más apresurado y desprolijo pero necesario para preparar esa segunda mitad que vendrá más adelante. Esto es complejo para analizar en solitario ya que por ejemplo el arco de evolución de Paul Atreides (un siempre cumplidor Chalamet) parece por momentos no ser del todo armonioso, probablemente debido a que la historia no llega a culminar y mostrar ese camino del héroe completo sino solamente una parte. La puesta en escena que logra Villeneuve es realmente impresionante, y no solo se lucen tanto el diseño de producción como la fotografía, sino que, además, se hace uso de la grandilocuencia que requiere este tipo de superproducciones, pero sin dejar de lado la funcionalidad e incluso aprovechando los espacios utilizados sin que estos luzcan como sets enormes y vacíos sino haciéndote partícipe y mostrándote detalles vitales para hacerte sentir parte del universo de Herbert. El trabajo de casting es otro de los grandes aciertos de la película, encontrando en cada intérprete a un rol perfecto para cumplir. Hablamos de Chalamet como el protagonista al que no le queda grande el personaje, pero también hay un enorme trabajo de los actores y actrices secundarios, así como también de la relación que se da entre los mismos. Rebecca Ferguson como la madre de Atreides logra una perfecta química y un buen contraste con Chalamet. Jason Momoa y Josh Brolin hacen un buen trabajo como los mentores y protectores de la Casa Atreides, e incluso los villanos interpretados por Stellan Skarsgård, Dave Bautista y David Dastmalchian, como los representantes de los Harkonnen parecen encontrar inspiración en tragedias shakesperianas sin desafinar con el tono del relato. Probablemente, falte desarrollo de los personajes de Zendaya o incluso de Javier Bardem, como los representantes de los Fremen, pero ello es porque cobrarán mayor relevancia en la parte 2. Es probable que para algunos resulte algo extensa e incluso pretenciosa, pero, particularmente no hubo mejor destino de la novela que las manos de Villeneuve. Por el lado musical, la banda sonora recayó en Hans Zimmer que también logra acompañar lo majestuoso de la obra desde un meticuloso trabajo que busca escoltar la complejidad inherente al relato. «Dune» es una película fascinante que logra capturar la magia y la complejidad de la obra original y trasladarla a la pantalla en su mejor forma hasta la fecha. Un film que se nutre de la visión de su director para conseguir tanques no solamente entretenidos sino sustanciales y repletos de resignificaciones que van en consonancia con los tiempos que corren. La película que debe ser vista en pantalla grande de forma obligatoria.
DUNA es un blockbuster que a su vez contiene y habilita una ciencia ficción capaz de trascender al puro divertimento ya conocido de batallas espaciales y rayos laser a mansalva, mostrando que el género puede contener un drama más profundo y cercano al estudio de personajes. Es una pena que, aunque es solo la primera entrega de una duología, no pueda contenerse a si misma y dar la satisfacción que necesita el drama que relata. Porque DUNE también es un extenso prólogo colmado de expectativas.
“CODA” Crítica. Mirar la vida desde los dos lados El film se diferencia de los otros de su estilo yendo más allá del prejuicio y la idealización. Las dinámicas familiares vienen de todo tipo y color, más si uno de sus miembros siente toda la presión al depender siempre de él, en este caso, ella. Así es que el espectador empieza a conocer a la protagonista de CODA, film a estrenarse en cines el próximo 21 de octubre. Ruby es hija de adultos sordos (CODA por sus siglas en inglés: Child Of Deaf Adults) y tiene un hermano también sordo, o sea que es la única persona oyente en la casa. Es la intérprete donde sea que vaya. Sin embargo, canta muy bien y el profesor de música de su escuela se lo hace notar, pero el conflicto explotará cuando sus sueños de entrar a la universidad chocan con la necesidad de mantener a flote el negocio pesquero de la familia. El film se apoya en una amalgama entre las interpretaciones y la historia que se quiere contar, haciendo prevalecer esta última. Florece más con el vínculo y los conflictos, tan reales e identificables que logra separarse del resto de su género, a veces tan melosas o dramáticas que el quid de la cuestión pasa desapercibido. El largometraje está basado en el film francés La Familia Bélier, la cual causó gran controversia y decepción por la contratación de actores oyentes en roles que no lo son. CODA remedia este error al tener actores sordos en los papeles correspondientes; esto es asegurado por la presencia de la actriz Marlee Matlin (ganadora del Oscar por Te Amaré en Silencio, en 1986), siendo ella también sorda es una de las principales personas que aboga por mayor representación en los medios audiovisuales. Al igual que demuestra el gran trabajo de detrás de cámara de Emilia Jones, como Ruby, quien no sólo tiene una muy linda voz sino que también pasó nueve meses aprendiendo lenguaje de señas. Se podría decir que este es un film dramático con comedia, porque sus momentos graciosos llegan a ser desopilantes en manos de la mismísima Matlin y Troy Kotsur. quienes interpretan a los padres de Ruby. Por su parte, el profesor de música es nada menos que el actor mexicano Eugenio Derbez, acá un poco cliché pero esperablemente gracioso y humano. El último aspecto a destacar, pero no menos importante, es la música: con canciones de David Bowie, The Clash, Etta James y Joni Mitchell, se consigue darle ese toque de gusto musical ilimitado, que tan bien hace sentir al espectador. CODA es una película más, pero a la vez, no lo es. Muestra la necesidad no sólo de luchar por los sueños, sino también de cómo se superan los prejuicios construyendo puentes y no levantando muros. Calificación Actuación Arte Fotografía Guion Música Una buena historia que deja de lado los idealismos para mostrar directamente los prejuicios y cómo salir adelante a pesar de todo. User Rating: No Ratings Yet !
Todos los caminos conducen al desierto. El reconocido cineasta Denis Villeneuve (entre sus películas se encuentran Blade Runner 2049, Enemy, Arrival, y Sicario) nos trae quizás una de las películas más esperadas del año, tanto como para los amantes de la ciencia ficción como para aquellos que, en un pasado, han quedado encantados con su manera de hacer cine. Dune es una película basada en el libro de Frank Herbert, en el cual se narra un conflicto intergaláctico y político que se encuentra totalmente centrado en Arrakis, un planeta desértico que produce naturalmente la especia más codiciada por toda la galaxia. Allí serán enviados con la intención de trabajar la especia y por orden del imperio galáctico, la casa Atreides: una de las más poderosas y ricas del imperio. Lo que no saben los Atreides, es que el mismísimo imperio les está tendiendo una trampa en donde, a su debido momento, los conducirá a un enfrentamiento letal entre los Harkonnen (la casa que ha producido la especia por más de 80 años), con el fin de destruirlos para siempre. Estos serán los eventos que deberá afrontar el joven Paul Atreides (protagonizado esta vez por un opaco Timothée Chalamet) quien, a su vez mientras vaya enfrentando estos diversos caminos, tendrá que lidiar con el peso de una antigua superstición que lo señala como un posible “elegido”; un ser que será capaz de dar paz a la galaxia y que liberará a los Fremen, el pueblo autóctono de Arrakis. Villeneuve intenta hacer de Dune un film claro y conciso a la hora de otorgarle a los personajes y a la trama en sí un desarrollo adecuado para poner en juego los distintos conflictos que se desatarán con la llegada de los Atreides al planeta desértico. Aún así, si bien la película consigue captar un aura diferente, es necesario señalar que la narrativa no se despega mucho del molde ya establecido por la versión de Lynch (Dune de 1984). Villeneuve no termina de sumergirse en su abanico de recursos a la hora de contar una historia, y al no poder contar con ellos, su película termina siendo bastante explicativa y grandilocuente; en otras palabras: no tiene alma. Si bien a niveles técnicos y estéticos es notable, Dune se termina conformando por brindarle al público un entretenimiento pretencioso y chato de 155 minutos que no desprende honestidad alguna. O al menos, no desprende la originalidad con la que creí que el director le podía aportar a esta historia. Por ahora, solo tendremos que esperar para ver como finaliza la segunda parte. Pero de seguir por el mismo camino, no habría sorpresa alguna: seguiremos caminando por el desierto.
Finalmente, con un gran despliegue visual y un elenco extraordinario llega a los cines la muy esperada primera parte de "Duna" ("Dune") nueva adaptación del clásico de ciencia ficción del norteamericano Frank Herbert del año 1965 que ya fue llevada al cine en los años 80' por David Lynch y ahora quedó en manos del franco-canadiense Denis Villeneuve. Sabemos que es un libro difícil de adaptar al cine por el enorme abanico de temas y de personajes que se despliegan. Estamos en el año 10191 cuando el duque Leto Atreides, también conocido como "El Justo" (Oscar Isaac) viaja al planeta desértico Arrakis junto a su heredero Paul (Timothée Chalamet, perfecto y magnético en su rol) y su pareja, Lady Jessica (Rebecca Ferguson) quien posee un poder especial. En Arrakis, llamado también Dune, hay algo valioso: "la especia" que actúa como una droga que otorga poderes extraordinarios, entre ellos la posibilidad de prolongar la vida, viajar en el espacio, predecir el futuro e influir a las personas. Dicha especia es custodiada por los Fremen, habitantes de Arrakis que no pueden permitir que la misma quede en otras manos. Leto tiene que hacerse cargo de la cosecha de la especia, pero debe cuidarse del clan de la casa Harkonnen, liderada por el Barón Vladimir Harkonnen (Stellan Skarsgard, memorable villano). Finalmente la familia compuesta por Leto, Paul y Jessica viaja a Arrakis, planeta gobernado por los Atreides. Básicamente es la eterna lucha entre el bien y el mal, pero contar más sería arruinar la diversión, así que si les atrae la historia vayan a verla en la pantalla más grande posible (consejo de su director) y de paso se aseguran la segunda parte que depende de la recaudación de la primera. Completan el reparto, Jason Momoa (Duncan Idaho), David Bautista,(Rabban Harkonnen) Josh Brolin (Gurney Halleck), Zendaya (como Fremen Chani, aunque en un breve rol que suponemos crecerá en la segunda parte) Javier Bardem (Stilgar) y Charlotte Rampling. Otro acierto es la música grandilocuente y efectos sonoros de Hans Zimmer como así también la fotografía maravillosa de Greig Fraser y los efectos visuales de Paul Lambert y Gerd Nefzer. El cast, ya mencionado, encaja a la perfección y posee gran química, pero el camino del héroe que lleva a Paul a su destino, ser "El Elegido", nos muestra que gran actor que es Chalamet. La película ya tuvo su paso por el Festival de Venecia, donde cosechó opiniones dispares, pero el film es magistral por donde se lo mire. Esperamos con ansias su segunda parte (aún no confirmada).
Embole intergaláctico con serios problemas de ritmo Una vez más, la innovadora novela de ciencia ficción de Frank Herbert falla al ser adaptada al lenguaje cinematográfico y lo que logra Denis Villeneuve es un producto a medias, flojo y con marcados desniveles rítmicos. En 1965 Frank Herbert revolucionó la literatura de ciencia ficción con el lanzamiento de Duna, una novela de aventuras épica con multitud de personajes, planetas fantásticos y escenarios alucinantes. Un universo más que tentador para el valiente que quisiese adaptarlo en lenguaje cinematográfico. Pasaron las décadas, las adaptaciones poco convincentes y la promesa de que en manos de Denis Villeneuve (Arrival, Balde Runner 2049) el desafiante material finalmente tendría una merecida redención. Lo cierto es que tras ver el resultado final, este crítico quedó un tanto desalentado. Lejos del viaje magnífico que prometía, la base de Duna se siente bastante defectuosa. Paul (Timothée Chalamet) no es un joven común y está aprendiendo a lidiar con habilidades especiales de su madre mientras tiene sueños importantes, lo que lleva a su entorno a pensar la posibilidad de que él sea la respuesta a una vieja profecía. Por otro lado, los Harkonnen, liderados por el barón (Stellan Skarsgard) planean una sanguinolenta venganza. La trama es ambiciosa y, sin lugar a dudas, la adaptación de Denis Villeneuve es notablemente superior a las estrenadas en 1984 y 2000. Pero los logrados efectos especiales, la cinematografía y la exquisita partitura que dan vida a este mundo arenoso quedan opacados por los problemas de ritmo que arrastra la película. Durante las 2 horas, 35 minutos de Duna hay partes que podrían recortarse, para así agilizar el relato y llevarlo a los puntos y eventos más importantes. Y pese a la larga duración, los personajes quedan desdibujados, poco establecidos en el escenario. De Paul Atreides poco se sabe, de la profecía mucho menos y los villanos apenas si cuentan con espaciadas apariciones. Las caras desconcertadas en buena parte del público no tardarán en aparecer. Si bien todavía falta una segunda parte de la historia, es necesario que el departamento de guionistas mejore el ritmo de los personajes para obtener mejores resultados. Hay momentos apabullantes, de verdadero placer visual. Lamentablemente, son más bien escasos y prima la sensación de estar presenciando un embole intergaláctico con serios problemas narrativos.
Difícil distinguir cuánto del estreno de Duna llega a importar por sí mismo o solo como parte de una historia. La particular historia de, precisamente, la dificultad que ha tenido el cine para adaptar esta novela de ciencia ficción de Frank Herbert, publicada en 1965. Al punto de considerarse “infilmable”, luego de “la película más grande jamás realizada” que soñó y diseñó el chileno Alejandro Jodorowsky en 1974 y de la versión de David Lynch, de 1984. La primera, una odisea creativa registrada en un muy buen documental, Jodorowski’s Dune, que puede verse por YouTube. La segunda, memorable como ejemplo de lo que a Lynch le salió mal. Más que ridiculizada, olvidada como una especie de anécdota bizarra. Ahora, el canadiense Denis Villeneuve, que se atrevió con la continuación de Blade Runner y propuso unos encuentros cercanos lingüísticos con la pomposa La Llegada, ve cómo se estrena en todo el mundo su nueva versión. En verdad, el film de dos horas y media que es solo la primera parte. Con la segunda en preproducción y una serie en camino (La hermandad). Algo de esa sensación de importancia, de encarar una empresa más grande que la vida, sigue impregnando el proyecto, esta película. Que se lanzó en el Festival de Venecia y tiene a Thimothée Chalamet (Call me by your name) como protagonista. El joven príncipe, o hijo de noble, brillante y misterioso, Paul Atreides. Acaso, el elegido, según las creencias de los pueblos originarios de esa duna, Arrakis, un planeta desértico pero rico en la especie más codiciada. Riqueza que por supuesto es condena, pues saca lo peor, lo más violento de los humanos. Ciertamente, todo lo que George Lucas puso en escena en 1977 con Star Wars, ya estaba ahí. En el texto de Herbert, y en el desarrollo visual arenero que le dieron los artistas convocados por Jodorowsky: nada menos que Moebius, en los story boards, y el suizo H.R, Giger, el de Alien, en el diseño de las locaciones fantásticas. El psicomago, director de La montaña sagrada o El Topo, cumbres del cine lisérgico, soñó en grande: el elenco formado por Mick Jagger, Orson Welles y Dalí; la música, compuesta por Pink Floyd. Plagio, influencia o inspiración, lo cierto es que Star Wars se convirtió en la máquina de hacer dinero que es, mientras que Duna, bueno, estrena su nuevo intento de traducción a las imágenes. El segundo sin contar proyectos como la miniserie con William Hurt. Esto no quiere decir que la nueva Duna sea un bodrio con mayúsculas. De hecho, después de una primera parte enunciativa, que se toma demasiado tiempo para presentar a sus personajes y dejar lo más claro posible sus conflictos y que parece un refrito de mil cosas ya vistas, llega la acción. Con un viaje familiar que es a la vez una travesía mística y militar. Una aventura colectiva y una liberación personal. A partir de ahí es que Villeneuve consigue hacer de Duna un espectáculo disfrutable, que transmite amor por el género y sus alcances, a la hora de crear universos. Es así que Paul viaja con su padre, el duque Leto Atreides (un barbudo Oscar Isaac) y su “concubina”, es decir, su madre, Lady Jessica (Rebecca Ferguson). Madre amantísima pero bruja, integrante de una logia más o menos secreta que trafica con, digamos, “la fuerza”. El muchacho, instruido en las artes marciales, el lenguaje telepático y los poderes ocultos, consigue probar su lugar en la primera línea de acción cuando lo dejan salir del nido para conocer otro mundo. En Arrakis, adonde llegan por orden del monstruoso Emperador (Stellan Skarsgard, difícil de reconocer) y su mano derecha (Dave “Guardianes de la Galaxia” Bautista), no tardarán en darse cuenta de que han sido engañados. Y es cuando Duna se pone más entretenida. Combinando intrigas palaciegas shakespereanas, con venenos y traiciones incluidos, con los temblores de la solapada guerra exterior. Entre las dunas, o debajo de ellas, viven los Fremen, un pueblo guerrero dispuesto a entregar la especie con tal de liberarse de los invasores. Paul sueña con ellos, especialmente con una joven (Zendaya), pero el encuentro se posterga... y será sustancia de la segunda parte. Además, hay gusanos gigantes con predilección por los sonidos rítmicos. La duna es un planeta peligroso, en el que Paul se convertirá en héroe. Mientras Villeneuve se convierte en el director que logró reunir a un gran elenco, con un enorme presupuesto y no menos grandes ambiciones, para este regreso de Duna al cine. Entre un pastiche de metáforas —ecológicas, políticas, new age— y un guion agobiado por las arbitrariedades, por el que se cuelan algunos momentos de bienvenida espectacularidad. Los desiertos tienen ese no sé qué.
Con Dune, Denis Villeneuve se le anima a otro amado clásico de ciencia ficción ¿Está a la altura de la expectativas? Denis Villeneuve lo hizo de nuevo. Dune ofrece una invitación a un mundo de ciencia ficción fascinante, en el que te podés perder (si así lo querés). Incluso con un elenco de marquesina que reúne a muchos de los nombres más convocantes del momento, el protagonismo se lo roba un alucinante diseño de producción que relata con cada objeto y ángulo arquitectónico un pedazo de historia. Para bien o para mal, esta es una película más preocupada por relatar un mundo que a una relación o el desarrollo de un personaje. En su sensibilidad estética, adusta y alienígena, que tanto disgustó a los fans de David Lynch y Alejandro Jodorowsky ni bien comenzaron a circular los trailers, se puede ver ecos de los films de Ridley Scott, especialmente de Prometheus para adelante. Algo que quizás se trajo de su también excelente, aunque poco taquillera secuela de Blade Runner. El diseño mecánico de las naves de Dune recuerda los mejores animes de los ochentas y noventas. El diseño de vestuario es apropiadamente avant-garde y extraño, pero al mismo tiempo lleno de referencias tangibles que cargan los símbolos (como los hijabs que usan los locales del planeta desértico). Pero quizás el mejor elogio que se puede dar es que uno se olvida que está viendo CGI. Estás realmente en Arrakis. A lo visual se debe sumar la banda sonora de Hans Zimmer, que con 40 años en el rubro parece encontrar un techo para su arte. Esté la instrumentación bombástica, así como esos graves que popularizó el compositor con su trabajo para The Dark Knight. Pero también momentos más delicados, con marcada influencia de sonidos de Medio Oriente. En particular, el tema de las Bene Gesserit, un mix de voces corales y habladas inquietante, le suma muchísimo a la ominosa presencia de la misteriosa orden, y se queda con uno mucho después que terminó de sonar. Villeneuve, junto con sus coguionistas Jon Spaihts (Prometheus, Doctor Strange) y Eric Roth (Forrest Gump, Munich, El Misterioso Caso de Benjamin Button), están preocupados en Dune por introducir un mundo, por dotarlo de historia. La historia de los Atreides y los Harkonnen, de los Fremen y la especia, son solo el lienzo sobre el que se pinta el mundo ficcional de Frank Herbert. Un enfoque que puede ser tildado de deshumanizador y frio. Si, para mi, no llega a tales extremos, es por virtud del elenco. Con sus dotes actorales, pero ún más con su presencia (y todos acá tienen pasta de movie star) logran destacarse y darle carnadura a personajes que no tienen tantos momentos sobre la página con los cuales trabajar. El núcleo familiar de los Atreides (Oscar Isaac, Rebecca Ferguson y Timothée Chalamet), los más destacados. Duna Mucho se ha escrito de lo influyente que ha sido Dune. En ese sentido, de manera similar al caso de John Carter, quien tenga aquí su primer contacto con el mundo de Herbert verá toques similares a otras historias más presentes en la cultura pop. (Cuando sacó George Lucas de acá es increíble). Pero eso debería jugarle a su favor, no en contra de la película. Otro tópico es la mirada política de la historia. No la intriga palaciega entre los Atreides y Harkonnen, sino los deliberados guiños visuales a las guerras en Medio Oriente libradas por Estados Unidos en los últimos 30 años. Que la película abra con un ataque terrorista de los Fremen y la voz en off de Zendaya, la cual nos pone como espectadores del lado de los locales, hace explicita la intención de Villeneuve, que alguno podrá juzgar de poco sutil. Por otro lado, el hoy criticado tropo del “mesías blanco”, del extranjero que viene a liberar los pobres oprimidos que no pueden liberarse solos, está y siempre estuvo al centro de Dune. (Para que no quede dudas, se casteó al más blanco y carilindo y hegemónico actor disponible en el papel de Paul Atreides). Queda más para la hipotética segunda parte (que aún no ha sido aprobada por el estudio y cuya existencia según el director depende enteramente de la taquilla de esta) ver como los guionistas laburan el material original para amortiguar el impacto. En definitiva, con más de dos horas y media que solo cuentan media historia (Parte 1 avisa al principio, un subtítulo ausente en los posters y trailers), y un ritmo meditativo similar al de Blade Runner 2049, Dune podría no ser para todo el mundo. Pero quien tenga ganas de dejarse ir, de perderse en otro mundo, le recomiendo que se busque la pantalla más grande, con el mejor sonido disponible, y que tenga buen viaje.
Luchas de poder y una iniciación necesaria para cumplir un ineludible destino de sacrificio y grandeza son los pilares de la esperada Duna, de Denis Villeneuve, basada en la famosa novela homónima del estadounidense Frank Herbert. La película, enorme en términos de producción y de espectacularidad visual y ambiciosa en su intención espiritual, logra que por primera vez el texto de Herbert abandone la categoría de “maldito” y se preste, con sus aciertos y deficiencias, a la adaptación cinematográfica. Para los no iniciados, Duna, habla de un futuro lejano, en el que los seres humanos pueblan diferentes galaxias en busca de su supervivencia y deben aplastar la resistencia de muchos planetas, sobre todo de Arrakis, un territorio hostil que alberga “la especia”, una sustancia que posibilita los viajes intergalácticos, además de tener propiedades longevas y expandir la conciencia y el entendimiento de los seres humanos. El libro de Herbert ganó el prestigioso premio Nébula a la mejor novela de ciencia ficción de 1965 y desde entonces fue el objeto de deseo de varios cineastas, entre ellos Alejandro Jodorowsky (La montaña sagrada, El topo), un director que en su obra apela a la fantasía y al surrealismo, ideal para llevar adelante la imaginería y el vuelo de la novela. El proyecto quedó trunco por el presupuesto inalcanzable que el realizador chileno pidió a sus productores franceses. Luego fue el turno de David Lynch, un artista visual que con solo dos películas hasta ese momento (El hombre elefante (1980) y Cabeza borradora (1977)) encaró junto al productor Dino De Laurentiis su versión de Duna (1984), un delirio audaz y fallido que no convenció al público ni a la crítica y cerró, al menos para él, la posibilidad de una saga. Treinta y siete años después, el director canadiense eligió ser lo más fiel posible a la novela de Herbert, con un relato que podría resumirse de manera arbitraria como la transitadísima lucha entre el bien y el mal, aquí a partir de Paul, un joven de origen noble que por las noches sueña futuros llenos de aventuras y también pesares, que viaja al planeta Arrakis en donde por orden del Emperador, su familia, los Atreides, se van a hacer cargo de la extracción de “la especia” en lugar de los antiguos explotadores, Los Harkonnen. A las luchas entre las familias por el preciado material en el planeta de arena se le suma la resistencia de los fremen, los aguerridos nativos de Arrakis, obligados a sobrevivir en el desierto -en compañía de unos temibles y gigantescos gusanos de hasta 400 metros- que esperan la llegada de un elegido que los conducirá a la liberación del planeta y el comienzo del fin del dominio del Emperador en la Galaxia. La dirección de La llegada (2016) y Blade Runner 2049 (2017) fueron antecedentes suficientes para que Warner Bros eligiera a Villeneuve, que se animó al desafío de llevar Duna al siglo XXl, con el diseño de un díptico capaz de abarcar la compleja historia, de la cual esta película es la primera parte. Una puesta tan grandiosa como esperable con un elenco multiestelar encabezado por Timothée Chalamet, junto a Rebecca Ferguson, Oscar Isaac, Josh Brolin, Stellan Skarsgård, Dave Bautista, Zendaya, Charlotte Rampling, Jason Momoa y Javier Bardem, dan cuenta del alcance con que se imaginó el proyecto. En Paul Atreides (gran trabajo de Chalamet) recae el peso del relato, que tiene la monumentalidad requerida para albergar en su centro la pregunta decisiva: ¿El joven está a la altura del desafío que vendrá? El destino manifiesto del protagonista aún está por verse pero apenas su familia se hace cargo de la colonia, empiezan las hostilidades con el Barón Harkonnen, mientras los habitantes del desierto observan sin intervenir las luchas palaciegas entre los invasores. Más que en su predecesora, Duna tiene como marco conceptual Lawrence de Arabia (1962) del británico David Lean, una referencia a la que Villeneuve le agrega grandilocuencia y solemnidad sin perder claridad en el desarrollo de la maraña de personajes y de las distintas líneas narrativas, un problema que David Lynch no pudo sortear más allá de su audacia y desprejuicio. El interrogante que se mantiene sobre las más de dos horas y media de película es si Paul Atreides cumple con los requisitos para hacerse cargo de lo que se avecina -“Un buen líder no busca liderar, está destinado a ello”, le dice su padre en un momento-, sobre todo si está dispuesto a traicionar a los suyos, en un filme que sin dudas es entretenido pero que puede ser tomado como un lujoso prólogo para una segunda parte. Duna puede ser cuestionada en varios aspectos y, a la vez, exculpada e incluso aplaudida en muchos otros. La necesidad de Villeneuve de establecer un universo complejo plagado de historias paralelas y temáticas diferentes se cumple en gran medida, pero deja poco espacio para el desarrollo de personajes. También con el imperativo del presente, que curiosamente está en sintonía con las problemáticas que obsesionaban a Frank Herbert en el siglo pasado, la película se siente en la obligación de hacer una lectura de la devastación de los recursos naturales y de la condena que padecen los pueblos ricos en materias primas pero indigentes en su desarrollo. Pero se trata solo de una referencia breve, casi testimonial. Demasiado grande para fracasar, demasiado amplia para abarcar, Duna cumple para los convencidos -la prensa especializada del mundo se mostró dividida-, pero deja la expectativa puesta en una segunda parte que, en el mejor de los casos, promete resoluciones y fulgores que apenas anticipó esta entrega. DUNA Dune. Estados Unidos/Hungría/Jordania/Emiratos Arabes Unidos/Noruega/Canadá, 2021. Dirección: Denis Villeneuve. Intérpretes: Timothée Chalamet, Rebecca Ferguson, Oscar Isaac, Josh Brolin, Stellan Skarsgård, Dave Bautista, Sharon Duncan Brewster, Stephen McKinley Henderson, Zendaya, Chang Chen, David Dastmalchian, Charlotte Rampling, Jason Momoa y Javier Bardem. Guion: Jon Spaihts, Denis Villeneuve y Eric Roth, basado en la novela homónima de Frank Herbert. Fotografía: Greig Fraser Diseño de producción: Patrice Vermette. Música: Hans Zimmer. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 155 minutos.
La novela Duna de Frank Herbert se publicó en 1965 y pronto ganó fama de infilmable. Una previsiblemente cancelada versión de 10 horas a cargo del “psicomago” Alejandro Jodorowsky y la fallida adaptación de 1984 de David Lynch sellaron ese diagnóstico. Sin embargo, en nuestra era de imparable reciclaje cultural ningún artefacto que tenga un público potencial (el libro de Herbert es la novela de ciencia ficción más vendida de la historia) será dejado en paz. Esta nueva versión, encargada al canadiense Denis Villeneuve (Blade Runner: 2049) claramente reconoce a la obra de Lynch como el mapa de errores a ser evitados: es mucho más fiel a la letra de la novela y, más importante, impone claridad y se da tiempo para desarrollar su laberíntica trama (incoherente en la versión de Lynch). También retoma algunas de las virtudes de ese film. El mayor mérito en ambas adaptaciones es la creación de mundos: tal como Lynch, Villeneuve demuestra una extraordinaria creatividad para transmitir la “otredad” de una cultura alienígena, en particular cuando presenta rasgos ominosos. Así, los mundos tétricos de los Harkonnen y de los Sardaukar, fanáticos soldados imperiales, toman rasgos de la siniestra morfología de los insectos y de la imaginería fascista para plasmar la crueldad de un modo sobrecogedor. La majestuosidad tanto de El triunfo de la voluntad como de Lawrence de Arabia también está en la hoja de ruta de esta versión. El estilo evocativo, pausado y tendiente a la grandilocuencia de Villeneuve, que funcionó tan bien en La llegada, aquí se encuentra con un relato épico que, por momentos, requiere otro nervio. La película es la primera parte de dos y, como tal, presenta una historia inconclusa que reduce la marcha tras presentar a los personajes centrales (encabezados por Timothée Chalamet, en el rol del “elegido” Paul Atreides) y su conflicto (la disputa política y bélica por la especie mélange, la commodity más valiosa del universo). El antagonista principal, el barón Vladimir Harkonnen (interpretado por Stellan Skarsgard como si fuera el Brando de Apocalipsis Ahora con problemas glandulares) es el personaje más interesante del film pero casi no aparece (como todo monstruo, brillará en el último acto, que se verá en la segunda parte de la historia, aún no filmada). Esta película es, sin dudas, la mejor versión de Duna, sin embargo, sus mayores méritos se concentran en la creación de fascinantes imágenes panorámicas. Su intermitente flaqueza narrativa vuelve a poner de manifiesto que algunos libros acaso no deban ser llevados a la pantalla.
Cuando Denis Villeneuve dijo que ver Duna en una pantalla de TV era “como conducir una lancha rápida en tu bañadera”, podía parecer pretencioso y solemne. No. Duna es la razón por la que se hicieron las pantallas enormes y los sistemas de sonido envolventes en los cines grandes. Es una experiencia para ser disfrutada, no solo vista, por streaming (como será desde este viernes en los EE.UU., y de allí su queja). Es una creación artística ampulosa en la que los colores y hasta el grano de la película, sumado a las dimensiones de los encuadres al aire libre, exigen una visión adecuada. El realizador de Blade Runner 2049, La llegada y Sicario abordó la primera mitad de la novela de Frank Herbert de 1965 -que ya había sido llevada al cine por David Lynch, en 1984, con música de Toto-, por lo que el hombre aguarda que su Duna sea un éxito y le permita rodar la continuación. El canadiense no da muchas vueltas y tras un preámbulo expone las cosas como son. Es el año 10191, y el duque Leto Atreides (Oscar Isaac) llega a Arrakis, un planeta árido junto a su concubina Lady Jessica (Rebecca Ferguson) y su hijo Paul (Timothée Chalamet). Fue enviado por el Emperador: debe supervisar la extracción de la especia, un polvo reluciente, un elemento capaz de lograr cualquier cosa. Los habitantes de Arrakis y que se dedican a su cultivo son los Fremens, que tienen los ojos azules por el contacto con la especia, y sí, viven más o menos como si estuvieran rodando Mad Max, ya que el clima es implacable. Paul tiene un sueño recurrente con Chani (Zendaya), así que pondrá cara de sorpresa cuando conozca a la Fremen. Parece que es el Elegido, no solo a heredar el trono de su padre. Memorable es la prueba que debe pasar de la orden femenina Hermandad Bene Gesserit, que integra su madre. Además, hay otros que quieren apoderarse de la especia, y son capaces de todo por hacerlo. Hasta desafiar a los gusanos, monstruos enormes que viven bajo la tierra y la arena. Y hay puntos de contacto con Star Wars: la lucha por el dominio de la galaxia, el universo o lo que fuera libre. Todo es tan exorbitante en Duna que por supuesto el elenco tenía que estar a la misma altura que el diseño de producción, el vestuario y los efectos visuales. Están Josh Brolin y Jason Momoa como guerreros que guían y cuidan a Paul, Javier Bardem es un líder Fremen, y entre los enemigos, Stellan Skarsgård como el barón Vladimir Harkonnen y Dave Bautista es su sobrino. Pero lo que logra Villeneuve es una visión propia del texto original. De allí lo de creación artística, además de que Duna no se parezca a nada que se haya visto últimamente del cine mainstream, el cine comercial hollywoodense. La música de Hans Zimmer es otro elemento primordial: no solo es envolvente, sino que acompaña cuando debe y no se pone jamás en primer plano. Villeneuve, amado y vilipendiado por igual, es un cineasta con una imaginación visual única, como lo testimonia Blade Runner 2049 (aquí también hay ventiladores). A él se le ocurrieron esos helicópteros con palas de alas de libélula, y los desiertos como océanos, y los espacios abiertos. Ojalá pueda terminar su proyecto y rodar la continuación, y que este filme atrapante, seductor, impactante, no quede como escrito en la arena de Arrakis.
“Esto recién empieza”. Dicho a las 2 horas y 20 de proyección, esta frase podría sorprender al espectador que está terminando de ver “Duna” y empezando a entender que es una película con final trunco. El detalle que Denis Villeneuve sólo cuente la mitad de la novela de Frank Herbert sobre el planeta que guarda toda la energía de una galaxia en la forma de una especie alucinógena es, probablemente, el punto débil de esta producción que intenta triunfar donde falló David Lynch en 1984. Pero lo cierto es que aquí el complejo libro de Herbert está contado no solamente con gran fluidez y coherencia, sino también con un ritmo narrativo que va creciendo desde el descriptivo principio hacia una vertiginosa serie de fugas y notables escenas de acción que atrapan al espectador de este film que, en muchos aspectos, está a la altura del desafío que enfrentó el director de “Sicario” y “La llegada”. Aquellos que recuerdan el lujo visual del film de Lynch, dotado de una de esas increíbles direcciones de arte y vestuario que sólo podían surgir de una superproducción de Dino De Laurentiis, probablemente tengan cierta dificultad para digerir el tono ascético del film de Vielleneuve. Es que para él, “Duna” es algo así como un “Star Wars” para adultos, y por eso basó gran parte de la estética de su realización en las escenas desérticas de la primera parte del primer film de “La guerra de las galaxias”. Pero, al mismo tiempo, aquí hay una contradicción, dado que Villeneuve también limitó las explosiones de violencia, el gore y cualquier toque de erotismo que pudiera surgir del libro de Herbert. Dicho esto, “Duna” sin duda conformará en lo narrativo y en el tono general de la adaptación, y también incluye un gran manejo visual de las escenas épicas, con su uso de la pantalla ancha para momentos claves de la historia y decorados ciclópeos que a veces parecen inspirados en la estética oriental mezclada con el expresionismo del Fritz Lang de “La muerte cansada”. Pero tampoco hay ni una pizca de sentido del humor, y la solemnidad de la aproximación de Villeneuve no ayuda mucho a la performance del protagonista Timothée Chalamet, que no es el actor más carismático del mundo pero por suerte está rodeado de un excelente elenco donde se lucen Rebecca Ferguson, Josh Brolin y Jason Momoa, mientras que uno querría ver más del villano volador Stellan Skarsgård y del enigmático nativo de Duna, Javier Bardem. En definitiva, más allá de algunos elementos desparejos, da la sensación de que cuando finalmente Villeneuve estrene la por ahora distante “Duna 2” ésta habrá sido la mejor adaptación de un libro difícil como pocos a la hora de llevar al cine.
Era una de las películas más esperadas de los últimos tiempos por el prestigio de su director, por el megapresupuesto, por la amplitud del elenco galáctico (Timothée Chalamet, Rebecca Ferguson, Oscar Isaac, Josh Brolin, Stellan Skarsgård, Dave Bautista, Zendaya, Charlotte Rampling, Jason Momoa, Javier Bardem y siguen las firmas), pero sobre todo porque la obra homónima de culto de Frank Herbert tiene millones de fans y ha seducido (y complicado) a otros cineastas como Alejandro Jodorowsky y David Lynch. El resultado, sin ser del todo decepcionante (el esplendor visual es innegable), abre unos cuantos interrogantes respecto del futuro de lo que está planteado como una saga. Esta historia es una especie de círculo que, por supuesto, empieza y termina en el mismo punto. Primero estamos en Venecia, en 2016, año de presentación en el Lido de La llegada / Arrival, arriesgada pero a la postre híper-aclamada incursión de Denis Villeneuve en los terrenos de la fantasía y la ciencia-ficción. Pues bien, resulta que en aquella edición de la Mostra, un periodista le pregunta al director canadiense sobre su relación con el cine y la literatura de género, a lo que él responde que por todo esto él siente un fuerte amor que nació, atención, con la lectura compulsiva de la obra de Frank Herbert. Allí es cuando declara públicamente, y por primera vez, que lleva tiempo soñando dirigir su propia adaptación de Duna. 4+1 años después, estamos en el mismo sitio, en el mismo festival, dando fe de que Villeneuve es uno de esos pocos, poquísimos afortunados. Un elegido, se podría decir, que a base de aciertos (sobre el papel nada fáciles de concretar) ha conquistado el favor de una industria que, según cuentan, ha puesto todos los medios a su disposición. ¿Para qué, exactamente? Pues ni más ni menos que para salir vivo de ese desierto que en su momento engulló a Alejandro Jodorowsky y que dejó malherido a David Lynch. Las dunas como mar de dudas; como trampa mortal a base de unas arenas movedizas que pueden hacer desaparecer a quienes las pisan, sin dejar el más mínimo indicio de que alguna vez estuvieran allí. Los sabe el pueblo de los Fremen, y también lo saben en la Casa Harkonnen y, a partir de ahora, también en el seno de la noble Casa Atreides. Su líder, el Duque Leto, ha recibido la orden directa del Emperador de instalarse en el planeta Arrakis y hacerse cargo de la fundamental recolecta de la “especia”, la sustancia más preciada del universo conocido, el combustible que alimenta a un imperio intergaláctico. Pero sucede, como con otras misiones, que hasta que no se llega al puesto de trabajo, no se descubre la verdadera naturaleza venenosa del encargo. En ocasiones, el paralelismo entre la trágica figura del patriarca del clan Atreides y el propio Denis Villeneuve, es flagrante. Al fin y al cabo, tanto uno como el otro deben responder, en última instancia, a los intereses superiores de una industria siempre sedienta, tan empeñada en el crecimiento infinito, que se entrega a la destructiva empresa de intentar hacer crecer, ad eternum, unos ingresos sin los cuales todo esto se colapsaría en cuestión de segundos. Y buena suerte con la pandemia mundial y, por supuesto, buena suerte con las inclemencias del desierto. Antes siquiera de que la pantalla nos muestre el logo de la major que corre con el riesgo de la inversión, la película asesta el que seguramente sea su único verdadero golpe de genio. Un sonido que no llega a voz inteligible, nos transmite un mensaje que necesita ser traducido con la ayuda de los subtítulos: “Los sueños son mensaje de las profundidades”. Pero, como decía, inmediatamente después se ve el sello de Warner Bros., y entonces se asesta el primer golpe. Esto no es Duna, sino más bien Duna, Parte 1. El equipo de la producción se apresura a explicar el movimiento. Resulta que el mundo creado por Frank Herbert es tan complejo, implica a tantos personajes, tiene tantas líneas argumentales y aborda tantas temáticas, que si de verdad quiere respetarse la esencia de la creación, esta debe dividirse. El objetivo, juran, es ganar tiempo. Solo que claro, venimos de El Hobbit, y de Harry Potter, y de Los juegos del hambre… de esos casos, todavía recientes, en los que las malas artes del gran capital intentaron duplicar los datos de recaudación, esa especia de la que nunca hay suficiente. Ahí está el problema, en que para jugar con las reglas del ahora tan afortunado relato episódico, deben darse argumentos para volver a pasar por taquilla, para seguir así disfrutando de los siguientes episodios. Y por mucho que Duna, Parte 1 sea una space opera que a la hora de levantar el telón no le tiemblan las piernas ante las gigantescas expectativas que ella misma ha creado, no menos cierto es que al final de la función quedan pocos motivos para atraernos hacia los siguientes capítulos que están por llegar. Y llegarán, se supone, si las cuentas cuadran. En tiempos de crisis mundial y de fuertes incertidumbres en los modelos de consumo cinematográfico la industria se repliega sobre sí misma y apuesta por lo de siempre. Es el conservadurismo y la cobardía del dinero: la táctica es no arriesgar, no fallar. Y efectivamente, Duna, Parte 1 no tropieza… ni destaca por nada en especial. Suficiente, al menos por ahora, para que la Warner pueda decir que acaba de poner los fundamentos para su propia Star Wars, Lo que pasa es que Duna, lo sabía Jodorowsky, es un material que debe marcar el camino a seguir, y que a lo mejor no tendría que ir a rebufo de los demás. Por todo esto, la experiencia debería servir por lo menos para abrir un debate sobre la conveniencia de seguir abonado a la fórmula del “too-big-to-fail” (el “demasiado grande para fracasar”), ese tótem al que cine y videojuegos adoran para encontrar otro filón de oro (y otro, y otro…). Y es que sobre el papel, Duna, Parte 1 lo tiene todo para dar la razón a las voces que la han querido describir como el proyecto fílmico más ambicioso de los últimos años. Un reparto actoral increíble, un equipo técnico y artístico de primerísima línea, una línea de crédito y una red de contactos ideales para dar respuesta a las necesidades de un director dotado, en racha y que, además, debería estar jugando en casa. Pero no, al final no. Las promesa de ahondar en el espíritu de los libros se resuelve siempre con pinceladas vistosas, pero a fin de cuentas poco sentidas. Paradójicamente, parece que no hay tiempo para detenerse en los detalles; para dotar al contexto de verdadera alma. La narración, permanentemente enfrascada en saltos inter-planetarios, contempla los posibles momentos de pausa como un mal a evitar: así no se puede conectar con unos personajes cuyo carisma radica exclusivamente en el -espectacular- actor que lo encarna, y no en su escritura. Tampoco se puede ahondar en ninguno de los grandes temas tratados, si acaso dar con un puñado de apuntes (poco más) cuyo valor se debe más a la escritura profética de Frank Herbert y no tanto a la interpretación de Denis Villeneuve. Del mismo modo, la (re)construcción de planetas y escenarios increíbles luce más en las ilustraciones conceptuales que se han usado a modo de promoción y no tanto en una película incapaz de hermanar todo esto de forma orgánica. Hay, en definitiva, más dudas incómodas que soluciones realmente convincentes. Un balance que a lo mejor da para llegar a la línea de meta de la primera etapa, pero que ofrece pocas esperanzas de cara a afrontar la(s) siguiente(s).
10000 años en el futuro no todo es muy distinto El universo del aclamado escritor americano Frank Herbert, después de una larga espera, contó con una nueva oportunidad de brillar en el cine, y si bien la ambición de Denis Villeneuve en este proyecto es indiscutible, lo único que motiva al interés de esta nueva franquicia es la potencial llegada de una segunda parte. Desde que el director de Sicario, Incendies y muchas más declaró su interés por dirigir su adaptación de Duna, no parecía descabellado ilusionarse con que cuente con esa oportunidad. Tras su anuncio, muy poco tiempo fue el que transcurrió para que Brian Hebert, hijo de Frank, confirmara que el canadiense era el elegido para hacerse cargo de darle vida a la saga en la pantalla grande. Tras el fracaso comercial de la adaptación de David Lynch y los frustrados intentos de realizadores como Ridley Scott o Alejandro Jodorowsky por llegar siquiera a realizar la obra, el acercamiento de Villeneuve era motivo de celebración, más teniendo cuenta su incursión en la ciencia ficción con la exitosa La llegada (Arrival, 2016) y, posteriormente, con Blade Runner 2049, gran secuela del exitoso clásico de 1982. Finalmente, luego de reiterados retrasos a causa de la pandemia, el esperado estreno de Dune llega a los cines aunque, en definitiva, todo es el avance extendido de la potencial Duna: Parte 2. Sí, tal como su afiche lo anticipa, “todo comienza”, y no mucho más que eso. Resulta difícil, por no decir imposible, hablar de Duna como un todo cuando lejos está de serlo. Porque, claro, además de ser la primera parte de una presunta saga sobre la que aún no se sabe demasiado de su futuro, esta space opera también está de alguna manera fragmentada internamente. La primera mitad de la película inicia con la presentación de los Fremen, pueblo que habita Arrakis –o Dune-, un desértico planeta repleto de la especia Melange, la sustancia más rica del universo. En virtud de ello, la noble casa Atreides liderada por el Duque Leto (Oscar Isaac), recibe la orden de un enigmático emperador para instalarse en Arrakis junto a sus tropas y recolectar esta especia, también codiciada por la despiadada casa Harkonnen, con el barón Vladimir (Stellan Skarsgård) al mando. Alrededor de este conflicto gira fundamentalmente la presencia de Paul Altreides (Timothée Chalamet), hijo de Leto y algo así como un mesías que posee recurrentes visiones alrededor de una misteriosa Fremen, Chani (Zendaya). Este extenso -y caótico- preámbulo transcurre a través de extremos que mutan entre arrojar toda la información fundamental para esta nueva saga como si el espectador fuera un conocedor acérrimo de la obra literaria e insertar a los protagonistas con un intimismo tan desconcertante como tedioso. Alternando primeros planos, silencios reflexivos y una solemnidad abrumadora, lo que debería haber sido la gran carta de presentación de Duna termina por convertirse en una somnífera introducción que reprime rápidamente cualquier expectativa por el film. Es recién en la segunda mitad del metraje donde toda la espectacularidad que prometía esta nueva adaptación comienza a aproximarse, amén de que también lo haga con un ritmo que lejos se encuentra de ser cautivante. Porque hasta los más ajenos al tema intuirán que a partir de ese momento donde el asunto se torna realmente interesante comenzarán a correr los créditos finales, hecho que indudablemente es así. Desde ya no caben dudas de la inmensa dificultad que representa trasladar a la gran pantalla la obra de Hebert, más allá de que para gran parte del público esta nueva versión parezca ser la que mejor encaminada esté para expandir la franquicia. Pero en tiempos donde la taquilla es determinante y la asistencia al cine parece estar relacionada al entretenimiento ligero, resulta una utopía pensar en la segunda parte de una película que, a pesar de un elenco repleto de estrellas y una opulencia visual brillante (indudablemente es digna de ver en la pantalla más grande posible), aviva el interés por el futuro dependiendo en mayor medida de lo que provoca su abrupto final. Desde ya, dentro de una industria que planea secuelas en razón del éxito de sus antecesoras, significa un enorme riesgo el camino adoptado por Duna. En este caso, todo da a entender que las verdaderas expectativas están puestas en una potencial película que realmente será épica. Por el momento, solo contamos con una inmensa y fría superproducción que únicamente funciona como el preámbulo de un futuro que quien sabe cuándo llegará.
ero. Villeuneve nunca termina de contar por qué es tan importante el conflicto entre las casas reales de Atreides y Harkonnen ni consigue generar empatía y mucho menos interés por el protagonista, Paul Atreides. Un muchacho que encima carga con el estigma de arrastrar el infumable cliché de la profecía del Elegido. En general los personajes no son carismáticos y se nota un problema narrativo para generar situaciones de tensión o suspenso que nos permitan tener una mayor conexión con el cuento que se presenta. Al menos para el público que no está familiarizado con este mundo. Probablemente los fans que ya conocen por donde va la trama la disfruten de otra manera. Pese a que el film dura dos horas y media no hay un gran desarrollo de los protagonistas (sobre todo de los villanos y su agenda) ni se construye un clímax sólido que despierte entusiasmo por conocer la continuación. El reparto reúne artistas de primer nivel que prácticamente tienen presencias testimoniales y aunque todos ofrecen interpretaciones decentes ninguna figura se come la película. Rebecca Ferguson y Charlotte Rampling sobresalen un poquito más en algunas escenas dramáticas, mientras que Javier Barden y Zendaya en breves participaciones generan interés por conocer más sobre sus personajes en una potencial continuación. En lo referido a las temáticas del argumento, toda la profundidad filosófica y las referencias ecológicas sobre la que tanto había escuchado hablar la verdad que en este film brillan por su ausencia. Tal vez ese contenido se guardó para más adelante pero en esta entrega claramente no tuvo prioridad en la narrativa. La enorme frustración que deja Duna es que se trata de una obra incompleta que termina con un final abrupto con el fin de anunciar una continuación que no sabemos si llegaremos a ver. Hasta ahora el estudio Waner no le dio luz verde a la siguiente película ni existe una fecha de estreno definida. Me parece que el gran problema de esta producción, más allá de su ritmo narrativo, radica en que Villeneuve no pudo filmar de manera simultánea las dos películas que comprenden este arco argumental, como lo hizo Adam Wingard con las últimas dos historias de Godzilla. De este modo la concreción de la segunda parte dependerá del desempeño del film en la plataforma HBO Max y existe el riesgo de que nunca se haga, ya que el estudio tampoco parece demostrar demasiada fe en esta franquicia. La pobre y tibia campaña de marketing y promoción que le destinaron se relaciona con esta cuestión. El tema es que después si el proyecto sale adelante habrá que esperar dos o tres años hasta que llegue a los cines y el interés, al menos para el público que no es fan de Herbert, se desinfla un poco. Para la enorme ambición que presenta la película es raro que Warner y la productora Legendary manejaran el proyecto de esta manera. Ojalá Villeneuve pueda filmar el siguiente episodio ya que se nota que fue un proyecto personal al que le puso una enorme dedicación y este primer film funciona como una introducción a una saga que todavía no habría mostrado lo mejor de su contenido.
Cuando Frank Herbert escribió en 1965 ‘Dune’ difícilmente pudo haberse imaginado lo que su obra provocaría. Su primera novela marcaría el inicio de una de las sagas de ciencia ficción más leídas en el mundo. Con varias adaptaciones, algunas realizadas y otras que quedaron en el tintero, que popularizaron las aventuras épicas del joven Paul Atreides en el planeta desértico Arrakis. El filme dirigido por Denis Villeneuve y presentado en el Festival de Venecia se estrenará en simultaneo en los cines y en HBO Max este jueves 21 de octubre, luego de más de un año de demora debido a la pandemia del COVID-19. Filmada en gran parte en los desiertos de Jordania, con un despliegue de efectos especiales y una belleza estética con el sello distintivo de Villeneuve, la película ofrece una experiencia visual y sonora completamente distinta. No sólo es una historia que trata sobre el clásico recorrido del héroe , sino que, temas como la explotación de los recursos naturales, el cuidado del medio ambiente o el avance violento sobre los pueblos originarios, son claves en esta nueva entrega que propone despertar al espectador sobre lo que sucede en nuestra realidad. La historia comienza cuando el duque Leto Atreides (Oscar Isaac), su concubina Jessica (Rebecca Ferguson) y su hijo Paul (Timothée Chalamet) deben abandonar sus tierras en el planeta Caladan, a pedido del emperador, para trasladarse a Arrakis también conocido como Duna. Este planeta desértico es importantísimo en el desarrollo de la trama ya que es el único lugar en el universo donde se puede encontrar “la especia” o melange que, entre otras cosas, permite prolongar la vida y realizar viajes a través del espacio. El motivo de la mudanza no es otro que poner orden en el planeta habitado por los Fremen, las tribus libres de Arrakis que intentan proteger sus tierras y recursos. Allí, la Casa Atreides se enfrentará a las amenazas del desierto como los gusanos de arena, y a la traición por parte de sus enemigos encabezados por la Casa Harkonnen. La trama del filme cuenta el ascenso de un joven mesías destinado a ocupar el lugar de líder de los nativos. Algo que las profecías y los cuentos folclóricos de los arrakianos venían vaticinando. En su recorrido, Paul tendrá visiones del pueblo Fremen. Mayormente de Chani (Zendaya) y las posteriores batallas en las que conducirá al pueblo de Arrakis y será conocido por ellos como Muad’Dib. A diferencia de otras adaptaciones cinematográficas de ‘Dune’, el estilo de Denis Villeneuve se impone en esta nueva entrega. Películas como Blade Runner 2049 (2017), La llegada (2016), Sicario (2015), Prisoners (2013) o Incendies (2010) nos permiten recomponer un estilo propio y característico del director canadiense. La atmósfera y el clima creados en sus filmes, muchas veces con niebla y una paleta de colores de tonos sombríos en la gama de los azules y marrones, acompañan las emociones de los protagonistas. Los paisajes desérticos de sus películas toman un lugar primordial, convirtiendo a ‘Dune’ en una obra de arte por la forma en que captura la belleza del desierto. Las ondulaciones del terreno, el brillo de la especie en la arena, o los atardeceres saturados en Arrakis que conforman un paisaje estéticamente hermoso. En esta nueva entrega, y retomando algunas cuestiones del libro, se focaliza en el cuidado ambiental, la ecología, y particularmente la explotación de los recursos naturales. La novela describe minuciosamente los distintos ecosistemas que forman parte de Arrakis, la forma de vida de las comunidades que allí residen y la importancia de la especia tanto para las tribus como para el emperador. En palabras de Villeneuve: “Necesitamos modificar nuestra forma de vida. Debemos cambiar la manera en la que nos relacionamos con la naturaleza y el mundo. Eso implica mucho coraje y ética, y creo que Duna es un llamado en ese sentido. Tiene raíces en todos esos tópicos, y es por eso por lo que Duna es ahora más relevante que nuca”. En varias entrevistas, el director remarcó que ‘Dune’ sólo puede disfrutarse en una sala de cine, y claramente está en lo cierto. Porque no es sólo una experiencia visualmente hipnótica, sino que también lo es a nivel musical. La banda sonora a cargo de Hans Zimmer (‘Blade Runner 2049’, ‘Interestelar’, ‘Gladiador’, ‘El último samurái’) ofrece un repertorio de temas que nos transportan a otro mundo. Como señala Villeneuve “Hans se inspiró en el sonido del viento y la arena, porque en Duna el ritmo lo es todo. El ritmo es vida y, lo más importante, también puede ser la muerte, porque el ritmo atrae a los gusanos de arena. Así que debíamos pensar en una música con un ritmo totalmente original”. Para esto, el compositor pasó meses creando nuevos instrumentos con el objetivo de definir un lenguaje y paisaje musical que no nos sea conocido o propio, sino que refleje un sonido de otro planeta. El casting de la película no podría ser más correcto, el dream team con el que muchos directores querrían trabajar. Con Timothée Chalamet y Zendaya encabezando el elenco más jóven, acompañados por grandes figuras reconocidas como Oscar Isaac, Javier Bardem, Josh Brolin, Jason Momoa y Rebecca Ferguson, entre otros. En esta primera entrega de ‘Dune’, los personajes secundarios no se lucen tanto como Paul y su madre la Bene Gesserit, Jessica. De hecho, Zendaya que es de un talento actoral enorme, no cuenta con muchos diálogos, sino que aparece mayormente en las visiones de Paul. Seguramente, en la próxima entrega que se espera que comience a rodar en 2022, veremos más de otros personajes, incluido el de Chani. Si bien la ciencia ficción como género implica pensar un mundo con otras reglas, ya sea en una galaxia muy lejana con naves que viajan a la velocidad de la luz al estilo ‘Star Wars’, o mundos realistas distópicos como en ‘El cuento de la criada’. La ciencia ficción es mucho más que sables láser o un escenario distinto al que estamos acostumbrados. Como bien señala Villeneuve, su último filme escapa al encasillamiento del género de ciencia ficción. Ya que para él, ‘Dune‘ es un thriller psicológico, una aventura, una película de guerra, una película sobre la mayoría de edad. Y también es una historia de amor.” Aunque el género suele representar no sólo la típica lucha entre el bien y el mal u opresores y rebeldes, también hay un gran desarrollo de tramas familiares y pasionales sumamente shakesperianas. Las naves, los planetas, los poderes mágicos, e incluso los gusanos de arena son una excusa para contar esas historias. Para presentar las reglas de ese mundo desconocido y terminar de conformar el clima del mismo. Es difícil hablar de comparaciones con la adaptación anterior de 1984 dirigida por David Lynch (‘Mulholland Drive’, ‘Blue Velvet’, ‘Twin Peaks’). Ya que son distintas, cuentan con otro tipo de tecnología con respecto a los efectos especiales, y están contadas de otra manera, con un ritmo completamente diferente. No por eso, vamos a decir que una es mejor que la otra, sino todo lo contrario, se complementan. Al ver ambas películas podemos entender aún más el universo creado por Herbert. De hecho, el filme de Lynch no recibió las mejores criticas en el momento de su estreno, se la consideró un fracaso durante muchos años. Sin embargo, es una película de ciencia ficción que apuesta por un ritmo distinto, más cercano a una ópera espacial con tintes autoreflexivos. Otra adaptación de la novela que fue engullida por las arenas movedizas y nunca pudo completarse es el proyecto del director y artista de origen chileno, Alejandro Jodorowsky. Conocido por sus obras con guiños surrealistas como ‘El topo’ (1970) o ‘La montaña sagrada’ (1973). Existe un documental de Frank Pavich, ‘Jodorowsky’s Dune’ (2013) que retrata el ambicioso proyecto que no pudo ser. Algunos creen que hubiera sido una versión revolucionaria, y otros afirman que de haberse estrenado habría sido un fracaso rotundo. Lo cierto es que el filme hubiera sido un experimento surrealista para apreciar. Que iba a contar con las actuaciones de Orson Welles en la piel del Barón Harkonnen y Salvador Dalí en el rol del emperador. Y para cerrar con broche de oro, la banda sonora a cargo de Pink Floyd. Sin duda, la nueva versión de Denis Villeneuve se impone gracias a efectos especiales muy bien logrados, la música transportadora de Hans Zimmer y unas postales desérticas perfectas que hacen de ‘Dune’ una experiencia para disfrutar en las salas de cine.
La épica de sacrificios, familia y distopía de Denis Villeneuve Una vez más la inabarcable e inasible novela de Frank Herbert es llevada a la pantalla grande y en esta oportunidad, bajo la batuta de Denis Villeneuve. Villeneuve recupera la épica que las páginas proponían y reduce la expresividad lingüística de los protagonistas para concentrarse en una parafernalia visual, en donde la aridez del desierto y los cálidos colores elegidos para la propuesta, son sólo la excusa para empoderar un relato de lucha de castas y supervivencia, de amor y sueños, de poderes y legados. Paul (Timothée Chalamet) se desvive por comprender cuál es su lugar en el mundo, ya que si bien sabe que sus padres, y particularmente su madre, le dicen constantemente cuáles son los mandatos que debe cumplir, a partir de presagios y reglas, intentará transitar un camino propio en donde la previsión será algo secundario para sus días. Sueños recurrentes lo acechan, en donde una misteriosa y bella joven (Zendaya), tendrá protagonismo hasta que, claro, abra los ojos o despierte de su descanso, otorgándole allí al espectador la potestad de completar un puzzle en el que, independientemente del conocimiento previo sobre la historia, todo se reinventa, se recicla, y se presenta como nuevo. Duna (2021) además de esconder subtramas asociadas a la ecología con el agotamiento de recursos naturales, la explotación de clases (o castas, según la novela), los vínculos, la sociedad, y el amor; se permite jugar desde el deseo de los protagonistas un relato en presente, en donde los flasbacks, flashfowards y predicciones, sirven para potenciar aquello que se sugería en la novela. Así, Paul pasa de ser heredero poderoso al fugitivo del relato, entendiendo que esta fuga podría alejar malos presagios y malas compañías a su pueblo pero, principalmente, le evitarán ser parte de una historia que escapa a lugares comunes, diezma la posibilidad de alimento de otros pueblos y solo perpetúa mecanismos de sujeción y control. De esta forma comenzará la aventura en la árida superficie en pos de un futuro idílico para los habitantes de esta distopía, que en manos de Villeneuve, se transforma en una épica shakespereana. Gracias al carisma del trío protagónico -Chamelet, Rebecca Ferguson, Oscar Isaac- esta primera entrega cierra con intrigas y expectativas hacia lo que vendrá, nuevas aventuras plagadas de traiciones y enconos familiares, pero con el amor como objetivo final.
Duna: Ciencia Ficción en modo especulativo Una nueva adaptación del clásico de Frank Herbert Una obra gigantesca, un clásico que tiene una historia de adaptaciones fallidas en su haber. La llegada de Denis Villeneuve como director, y un espíritu que se aleja del entretenimiento no-brainer, para contar sobre un nuevo mundo. Sean bienvenidos y bienvenidas para conocer sobre Duna. ¿De qué va? “Duna” es el viaje mítico y cargado de emociones de un héroe. Cuenta la historia de Paul Atreides, un joven brillante y talentoso nacido con un gran destino que trasciende su comprensión; él debe viajar al planeta más peligroso del universo para asegurar el futuro de su familia y su pueblo. Las fuerzas malévolas estallan en un conflicto por el suministro del recurso más valioso que existe (un producto básico capaz de activar el mayor potencial de la humanidad), que se encuentra exclusivamente en ese planeta. Sobrevivirán solo quienes puedan conquistar su miedo. Hay obras que son complicadas de adaptar. Pero en el mundo del audiovisual, todo cambió en 2001 cuando Peter Jackson decidió y llevó a cabo la titánica tarea de llevar adelante The Lord of the Rings. Pero no fue el primero en intentar llevar a cabo pruebas hercúleas de este tipo: en 1984 David Lynch puso toda su pluma de autor para adaptar la novela de Frank Herbert como sólo él podía hacerlo. Y hubo que esperar mucho para volver a ver esta historia en pantalla grande. La dificultad para Villeneuve es elegir, de todo el mastodonte de líneas argumentativas, qué camino seguir. Lo que sabemos es que hay varias familias en el Universo, bajo el régimen de un Emperador. Que algunas son poderosas a nivel armamentístico, otras a nivel político y otras a nivel recursos. Y el recurso más importante de todos está en un planeta desértico y eso desata una suerte de intrigas palaciegas que no escatima en guerras, traiciones y descubrimientos. La marca de autor del director nos prepara para lo que vamos a ver: esto no es The Chronicles of Riddick, o una de acción en el futuro como Minority Report. Quien realizó Arrival, se despacha con algo más cercano al Interstellar de Christopher Nolan. Pero además, concatenando una cantidad grande de personajes que van entrando y saliendo de escena para mostrar que “hay algo más”. Ese es uno de los grandes problemas para adaptar Duna. Quienes conozcan la novela, van a sentir que algo falta (un síntoma que llamaré “El síndrome Tom Bombadill”) y quienes vayan vírgenes van a sentir que no entienden todo lo que pasa. Pero en el hacer de Denis, eso se va moldeando a base de una fotografía bellísima, una música tensa y constante, y grandes actores y actrices. El protagonismo absoluto se basa en un trío de Madre / Hijo / Futura Amante compuesto por Rebecca Ferguson, Timothée Chalamet y Zendaya. La presencia de Zendaya es continua, aunque solo la veamos hacia el final del metraje interactuando con el protagonista. El resto del cast se maneja con soltura y le aportan su parte al relato… sobre todo Oscar Isaac, Jason Momoa y Javier Bardem que exudan carisma. La presencia de Ferguson -madre del protagonista- aporta la parte “mágica” del asunto, la Bene Gesserit. Una suerte de matriarcado oscuro que maneja los hilos del entramado del Universo, y de la que Lady Jessica Atreides es parte… habiendo preparado a su hijo Paul Atreides (Chalamet) para que sea “el elegido”. Dos grandes familias que entran en conflicto para entretenimiento del Emperador, la Especia del planeta Arrakis como centro de la búsqueda, un hijo criado para ser El Elegido, una sociedad cansada que se la use sólo por sus recursos, asesinos tecnócratas, lombrices asesinas gigantes (GIGANTES), la música de Hans Zimmer (que rechazó trabajar en Tenet para estar en esta película), efectos visuales de vanguardia y algunas batallas épicas hacen de Duna una experiencia para disfrutar en pantalla grande (sobre todo el IMAX).
Duna, de Denis Villeneuve Supe que existía una trilogía casi al mismo tiempo del estreno del film de Lynch en 1984. Un Biólogo español, que trabajaba en el mismo lugar que yo, era un fanático, y nuestro jefe, por aquel entonces un racionalista radical, no podía entender lo que despertaba el libro, una saga compleja que luego de aparentemente cerrada en el 1976, tuvo tres entregas más, 81, 85 y 86, conformando una hexalogía, con final abierto: Frank Herbert es de esos autores que entienden el mercado. Me acuerdo de ver el estreno del film de Lynch ya sabiendo algunas cosas que me parecían interesantes en las novelas. Por ejemplo, las mujeres podían decidir el sexo de los hijos o tener embarazos de tipo partenogenético, o los viajes espacio-temporales eran mediados por una sustancia de carácter desconocido. El film (Duna) oscilaba entre la grandeza y el ridículo; educado uno en la imagen de la computadora como un “blanco lavarropas” de 2001, Odisea del espacio de Kubrick (Stanley Kubrick, 2001: A Space Odyssey, 1968), incluso conservan la misma lógica las naves de Star Wars, la descripción ultrabarroca cuasi rococó, completamente antifuncionales, mezclando techno pop o lo que hoy se considera steampunk de indumentaria y tecnología, resultaba por lo menos raro. El amor fue inmediato aún cuando la crítica la odio y el público le dio la espalda, rotundo fracaso para un director que venía de dar un batacazo[1] con El hombre elefante; sin embargo éste quedó en el olvido y Duna se convirtió en un film de culto y de referencia. Lo que voy a decir es válido para todas las versiones. La mezcla entre guerra santa, ecología, religiones existentes o no, oficiales o alternativas, también sobre una mirada un tanto conservadora sobre el lugar de la mujer; lo que llevaría a una lista in extenso de personajes, lugares y hechos, completamente inútil a mi criterio, ya que todo está expuesto, de modo más o menos sutil, más o menos simbólico, más o menos alegórico, pero siempre tuve la impresión de que no había en la saga mucho que explicar, más de lo que cualquier versión diga, en todo caso el tema era el cómo, los recursos y la imaginería. En el 2000, la serie Duna fue emitida por Sci Fi Channel. Si bien ganó dos Emmy por cinematografía y fotografía, su producción temprana en los albores de la experiencia del streaming, la llevó por un derrotero visual que quizás se pareció más o lo mismo que a los primeros videoclips. Entre buenas y voluntariosas ideas y a medio camino entre lo ambicioso y la baja calidad de producción, no movió el termómetro entre los fans del Duna de Lynch. Y más cuando ya en el año 2000, Lynch había construido su reputación y sus filmes icónicos ya habían sido estrenados y permitirían desentrañar o por lo menos tomar con otra perspectiva su obra. Duna se inscribiría en el universo personal de Lynch y poco a poco, de fílmico a VHS luego a CD hasta nuestros queridos días que el videoclub lo tenemos en casa gracias al universo digital pasó de ser “ese fallido film” a el “film maldito de Lynch” sumado a que la música es del nunca bien entendido Toto y del nunca suficientemente bien ponderado Brian Eno, lo cual cierra todo un universo freak en el que se mantuvo desde entonces. Villeneuve, (Denis Villeneuve Quebec, Octubre de 1967) estudió cine en la Universidad de Quebec en Montreal, con un constante éxito desde sus inicios, parece replicar en sus films la lógica o el mito canadiense de la buena persona, (siempre digo que en una producción canadiense, hasta los vampiros son buenos) que hacen películas donde todos los protagonistas son buenas personas, y hasta los malvados, (al mejor modo aristotélico) tienen algo bueno para dar, aunque sea una sonrisa o estilo, quizás como modo de marcar una diferencia com el maniqueismo del cine Norteamericano. La novela tiene obvias referencias a la guerra del petróleo y la Yihad islámica una mirada de tipo romántica — proto eco vegana- en su descripción de las diversas familias. Incluso podría decirse que es un claro subproducto de la crisis del petróleo, las referencias son incontables, el resultado es una saga plagada de referencias nunca confirmadas a una guerra santa (Yihad), mezclado con referencias bíblicas y sobre todo evangélicas Incluso el planeta de los Harkonen, podría ser asimilado a una enorme refinería de petróleo, pero así también una mención a China o a la ex URSS cuyos proyectos eran y son los de super industrialización. Si el film de Lynch tenía el sabor de algo incompleto, roto y como dije rozaba el ridículo, tenía grandeza y por momentos la sordidez era extrema, principalmente en la descripción del Barón Harkonnen (Kenneth McMillan) un sadismo vampírico con un claro tono homosexual (siempre se supo el costado reaccionario de Lynch), el pelo rojo le daba cierto carácter punk al personaje, en esta misma dirección no es casual que se convocara a Sting como Feyd Rautha Harkonnen El conjunto producía imágenes verdaderamente sórdidas y perturbadoras. En el film de Villeneuve todos los excesos lyncheanos están aplacados, puestos con sordina, tornando al film en una aburrida y pretenciosa epopeya. Igual que Lynch, Villeneuve convoca a grandes actores, como Stellan Skarsgård (Barón Harkonnen) que bien sabemos está a la altura de un Max von Sydow pero lo emparenta más al Jabba el Hutt de Star Wars que a la abominación lyncheana; la sensación final es que los cambios están meticulosamente pensados para que no atragante ni espante, el excesivo rococó está borrado, quedando sólo el aire de una arquitectura que rinde más homenaje a su propio Blade Runner. Y si Lynch quería mostrar una tecnología que no se sostenga sobre nada de lo conocido y cuyo costo sea bordear el ridículo, Villeneuve no mueve el pie del realismo (lo posible de los objetos y acciones). Si La llegada (Arrival, Villeneuve, EEUU, 2016) basada en el cuento corto homonimo, adaptación de la novela corta Story of your Life de Ted Chiang (Chiang Feng-nan (姜峯楠), EEUU, 1967) Premios Hugo y Nebula, lo llevaba a explorar la irracionalidad del miedo al otro de un modo casi minimalista, con una fotografía correcta sin ampulosidades, en Duna parece querer, necesitar, conmovernos, emocionarnos sin más motivo que vivenciar la emoción, como el adolescente que más que amar, está enamorado del amor, quizás Denis Villeneuve tuvo demasiados éxitos juntos. Lo que me resultó más curioso es que el corte de esta nueva versión no aporta nada al entendimiento de la zaga más que lo que el trabajo de Lynch, borrando todo lo que de inquietante tenía, se apoya más en un excelente casting, (todos a su manera son bellos) incluido el archi simpático Momoa, que en lo que es una verdadera construcción de un universo. Probablemente en la novela esté el secreto del problema, a medio camino entre la literatura “seria” no deja de ser una de esas sagas para adolescentes, de la misma manera que Juego de tronos, quiere incorporar problemas de actualidad, mostrar casi de manera hegeliana la conformación de sociedades, de religiones, bah, ser antropología, teología, ecología a bajo costo; que la revolución mientras suceda en el papel o en la pantalla estamos a resguardo de sus horrores. El resto son miradas y gestos bonitos que serpentean como un psicofármaco en las partículas de arena del desierto. Lo que no me puedo explicar (aunque claramente si), (cosa sobre la cual La llegada parecía querer ser crítica), es la de la visión maníaca sobre la violencia bélica, como único modo, en definitiva, que hay para resolver un conflicto. El encuentro con el otro siempre es violenta nos dice Spielberg una y otra vez. Cosa que no parece ingenuo, el film plantea que habría un modo de explotación pacífica y sustentable lo cual en definitiva significa sostener la utopía cristiana, la cual consiste en que, si en la actualidad hay un infierno, es porque tenemos amos malos y, en definitiva, todo pueblo tiene su redentor, es cuestión de esperarlo. En este sentido,el film se afirma en la vieja sentencia de Clausewitz (Carl Philipp Gottlieb von Clausewitz, De la guerra, Prusia, 1780–1831) “que la guerra es la continuación de la política por otros medios” aunque en Duna podría ser esto, producto del deseo egoísta de una mujer (tener un hijo) que al anteponer la felicidad, personal al bien común (en este caso perteneciente a una una religión matriarcal (brujas, ménades, pitonisas, mujeres con poderes sobrenaturales con ciertos ribetes a los oscuros Idus romanos, que hunde sus raíces en las religiones dionisiacas y matriarcales del neolítico. Profetisas de un nuevo orden futuro pero que, en definitiva, buscan el momento correcto (la genética apropiada[2]) para engendrar y elevar un macho como Mesiah. O sea, el patriarcado seria saltado gracias a la capacidad teratogénica de la mujer, pero conserva la idea de que un macho es qel que debe reinar sobre el universo aún cuando, como en este caso, este poder será compartido con una hermana. Tanto en una como en otra versión, y el libro mismo parece confirmarlo: una religión es necesaria e intrínseca a cualquier cultura. Hay que estar atento a las profecías. Si de misticismo se trata el film Duna cumple holgadamente con la premisa, todos los pueblos necesitan religión y sus profecías, eso es lo que mueve la historia y no la lucha de clases que es en Duna algo estático y lleva a mecanismos brutales de represión. Quizás el mejor indicio de que Dios ha muerto es que desde que Nietszche lo ha explicitado y Marx fundamentado, una y otra vez, de diversos modos, se lo está intentando resucitar. [1]Si la palabra batacazo significa: 2. m. Fracaso o caída brusca en un asunto, negocio o posición. 3. m. Arg.,Col.,Ec.,Par.,Perú,Ur. y Ven. significa también triunfo inesperado de un caballo en unas carreras. Dar el batacazo. (Real Academia Española) [2] las ideas de buscar en humanos una raza con una genética particular es lo que se llama Eugenesia (del griego εὐγονική /eugoniké/, que significa ‘buen origen’: de εὖ /eu/ [‘bueno’], y γένος /guénos/ [‘origen’, ‘parentesco’]) es una forma de ingenieria social, tiene principalmente raices en el darwinismo social tambien en el mathusianismo, el nacionalismo, basada de un modo intitivo en las leyes de Mendel. Fue Sir Francis galton el que la propuso y los Nazis los que quisieronllevarla masivamente a la practica. Propper la critica dentro de lo que llama las ingenierias sociales
Hoy se estrena Duna (Dune,2021) en las salas de cine, una nueva transposición de la novela homónima de ciencia ficción escrita por Frank Herbert, publicada en 1965. No es la primera vez que se realiza una transposición cinematográfica del texto literario, en 1984 se estrenó una versión dirigida por el gran David Lynch y en el 2000 una miniserie de tres episodios. Al comenzar el filme, aparece en pantalla un intertítulo que indica "Primera Parte", es decir, que la película ya está pensada como una parte a completarse con una segunda entrega. Si bien es cierto que ya es tediosa esta cuestión de que en el cine actual todo este pensado con el fin comercial de una saga, esto no sería un problema si el relato no se viera limitado por esta premisa. El mayor problema de la película es que es una primera parte que narrativamente no le brinda nada al espectador hasta la última media hora, de su injustificada duración de dos horas y media. Si bien Duna tiene el acierto de despegarse de sus precedesoras y crear una maravillosa estética propia (tanto de escenografía como de vestuario) y de generar una peculiar atmósfera, en cuanto a lo rítmico y la acción es poco convincente y demasiado pausada. El relato parece reducirse lamentablemente a un prólogo extenso que deja sabor a poco, incluso pocas ganas de ver su segunda parte. A pesar de desarrollar muy bien, como un viaje de autoconocimiento, el estatuto de personaje de Paul Atreides (interpretado de forma convincente por Timothée Chalamet), el resto del sistema de personajes queda algo desdibujado. Aparecen muchos personajes relevantes y bien actuados pero que carecen de peso en el eje de acción. Hasta ahora parece ser una fallida transposición de la novela, que no supo bien qué acciones seleccionar para hacer avanzar el relato de forma intrigante. Situada temporalmente en un futuro lejano, un elemento interesante y algo esbozado es la cuestión del intercambio y las diferencias culturales entre los planetas Caladan (casa de la familia noble de Atreides), Arrakis (el planeta de los siempre colonizados pero con recursos naturales), y el planeta de los Harkonnen.
Después de tanto hype, finalmente llego a nuestros cines la nueva versión de Duna, una adaptación de la popular novela de ciencia ficción de Frank Herbert. ¿Y quién mejor que Denis Villeneuve para llevar a cabo tal hazaña cinematográfica? Tras la última transposición de Blade Runner, este chico no le teme a nada. No le teme a la construcción de un universo solemne y épico donde las cuestiones existenciales de la humanidad, se representan a través del periplo de un héroe. En esta primera entrega (si señores, son dos partes), el realizador quiere que el espectador conozca este mundo nuevo, para quienes no leyeron las novelas. Un mundo de lo más complejo que se sitúa en un futuro lejano, conformado por un imperio galáctico de estructura feudal, controlado por familias nobles (Las Grandes Casas). Es así que la familia Atreides, Leto (Oscar Isaac), Lady Jessica (Rebecca Ferguson) y el hijo de ambos, Paul Atreides (Timothée Chalamet), es designada por el emperador para controlar Arrakis, el planeta del desierto. Resulta que allí hay grandes cantidades de “especia”, la materia prima más preciada del universo, ya que funciona como combustible para realizar los viajes interespaciales, y también es una droga capaz de ampliar la conciencia y alargar la vida. La familia llega al nuevo planeta con cautela, perciben algo raro, y en consecuencia se verán envueltos en una enredada trama de traiciones, engaños y muertes (si a lo Shakespeare); por lo que Jessica y su hijo serán desterrados al desierto propiamente dicho, lugar habitado por los Fremen, una estirpe de habitantes con capacidades extremas de supervivencia. Una cinta imponente, formalmente hablando; con escenarios majestuosos, sin dudas para apreciar en una sala de cine. A pesar de la trama intricada, Villeneuve se las arreglas para involucrarnos en este universo de manera racional. Y si bien por momentos nos sobrepasa tanta información recibida, la belleza de las imágenes y el tono sombrío de la historia ayuda a sosegar la sobredosis. El relato ya es harto conocido, por más que se involucre una coralidad de vínculos, problemáticas y situaciones. Hablamos del camino del héroe, que bien supo postular el filósofo Joseph Campbell; cómo muestro chico de mirada melancólica sale de su caparazón de cristal, se hace fuerte y enfrenta las vicisitudes que le ofrece el universo para (tras el periplo), regresar cambiado y fortalecido. Una de las decisiones más inteligentes de Duna, es la elección de los personajes principales. Madre e hijo, ambos inseguros ante tanta nebulosa política y personal; Paul sin demasiadas ganas de asumir responsabilidades, y Jessica abrumada. Aparentan ser demasiado frágiles (también físicamente hablando), y a pesar de todo resurgen de las profundidades de la arena tal ave fénix; a medida que avanzan, sacan a relucir sus dotes y virtudes para enfrentar el momento más difícil y doloroso de sus vidas. Este contraste es atractivo y bien planteado. Sí, la película se toma demasiado en serio, pero esto no resta interés a este universo fundado entre armaduras, gusanos de arena, guerreros y naves espaciales.
Si había una película que estaba en la lista de los estrenos más esperados del 2020, seguro que Duna figuraba al menos en los primeros tres puestos de todos los listados. Por eso dolió tanto que su estreno se retrasa un año, pero al mismo tiempo eso hizo que el hype fuera incrementándose mes a mes ¿Esto terminó jugándole en contra a la nueva adaptación de Duna? Veremos. Estamos en un reino galáctico, donde la Casa de los Atreides es ordenada para hacerse cargo de un planeta donde se consigue un precioso mineral. Pero todo parece ser una trampa orquestada por la Casa de los Harkonnen. Ahora el joven Paul Atreides deberá luchar no solo por su familia, sino por el bien de toda la galaxia. ¿Cómo decir que estamos ante una película que es buena, pero que al mismo tiempo nos deja con gusto a poco? Porque esa es la sensación con la que termine de ver esta película en el cine; que acababa de presenciar un muy buen film casi sin errores en todos sus apartados, pero que no tiene ni un ápice de épica o emoción. Empezando por el elenco de lujo (una de las cosas que llamó la atención cuando se anunció el proyecto), podemos decir que cumple. Ninguno está mal, pero tampoco nadie destaca. Incluso diríamos que un par de intérpretes salen bastante poco para la calidad de actores que son, sintiéndose que están ahí para una eventual secuela. Solo destaca por sobre el resto Rebecca Ferguson, quien además tiene el personaje con más matices, y por ende más posibilidad de explotar sus dotes actorales. Donde sí brilla la película es en lo técnico. Tanto la música, la mezcla de sonido, la fotografía y los efectos, son del nivel que uno esperaba y quizás aún mejores. Varias escenas llegan a dar ganas de aplaudir, pese a que narrativamente no esté pasando nada, pero la unión de imagen y sonido, generan unas ganas de quedarse viendo esos planos casi en forma de loop. Pero es hora de hablar del elefante en la habitación, y es el nulo corazón que tiene esta película. Como dijimos, todos los apartados técnicos se ven impecables, y si uno se pone a ver qué está mal ejecutado, va a notar que no podemos decir nada específico. Pero es que el film no logra transmitir nada, pese a que hay varios personajes que mueren, momentos donde algún actor podría dar un discurso épico; o incluso un final en el que no pasa lo que media sala estaba esperando; siendo el clímax el claro ejemplo de que esta nueva cinta de Denis Villeneuve es muy fría a nivel emocional. En conclusión, Duna pareciera que está hecha por una inteligencia artificial, y no por alguien del calibre de Denis Villeneuve. Sintiéndose bien en todos los aspectos, pero al mismo tiempo sin pasión por parte de sus responsables (y acá incluimos a los actores), quizás el tiempo de espera y las enormes expectativas que había para con ella, terminaron por hacernos sentir que estamos ante un proyecto que podría haber dado mucho más de sí.
En un futuro lejano, el duque Leto Atreides acepta administrar Arrakis un peligroso planeta desierto que solo tiene algo valioso. “La Especia”. La importancia de este componente viene porque tiene la posibilidad de extender la vida humana, proporcionar mayores niveles de pensamiento y hace posible el viaje interestelar. Pero no todo sale como lo pensaba y la vida de Leto, su concubina Lady Jessica, su hijo Paul al igual que todo su reinado están en peligro. “Dune” (2021) es una película de ciencia ficción basada en la novela homónima de Frank Herber. Se estrenó el pasado 15 de septiembre a nivel internacional a excepción de algunos países entre los que se encuentran los de latinoamérica. Allí llegará recién el 21 de octubre de 2021. Originalmente este film iba a estrenarse en 2020 pero la fecha tuvo que ser modificada debido a la situación sanitaria global. El film está muy bien logrado, tiene una muy buena atmósfera creada en gran parte por la banda sonora de Hans Zimmer y el excelente trabajo de dirección por parte de Denis Villeneuve. Fue grabado en un desierto sin la utilización de pantallas verdes lo que lo hace real y el espectador se teletransporta a este mundo. “Dune” tiene una duración de 156 minutos. ¡Demasiado larga! Hay escenas muy extensas y otras que sobran, aun así, el balance es positivo. Se destacan las actuaciones de Timothée Chalamet (Paul Atreides) y Rebecca Ferguson (Lady Jessica). Sin lugar a dudas “Dune” es una película para ver en cines, preferentemente en IMAX que fue el formato para el que fue creada. Verla en la televisión jamás le hará justicia a la espectacularidad de las escenas. Si les gusta la ciencia ficción y las historias sobre el apocalipsis entonces este largometraje es para ustedes.
Varios milenios en el futuro, la Especia es indispensable para el viaje interestelar. Arrakis (conocido como Duna por ser un continuo desierto de arena) es el único planeta conocido de donde puede extraerse, convirtiéndolo en una fuente inagotable de riquezas y poder para quien logre controlarlo. Después de estar en manos de la Casa Harkonnen por 80 años, el Emperador ha decidido desplazarlos y poner en su lugar a la Casa Atreides. Es una decisión que está bastante lejos de ser el premio que aparenta y así lo entiende el Duque Leto Atreides (Oscar Isaac). Sabe que han llevado su Casa a una posición de suficiente poder como para que el Emperador se sienta lo suficientemente amenazado, tomando una decisión que deja a la Casa Atreides expuesta a una posible guerra con los Harkonnen y a un castigo imperial si no lograra cumplir con la misión encomendada. Atrapado en esta red de intrigas políticas de la que desearía nunca tener que formar parte, Paul Atreides (Timothée Chalamet) mientras tanto entrena y estudia para convertirse en un digno sucesor de su padre, pero también desarrolla en secreto sus habilidades psíquicas bajo la instrucción de Jessica (Rebecca Ferguson), su madre y discípula de la orden de Bene Gesserit. Esta lleva un milenio operando desde las sombras para provocar la llegada de una figura mística de enorme poder. Aunque es apenas un adolescente que no se ve a sí mismo como líder, Paul será puesto a prueba por las expectativas que el resto del mundo tiene sobre él. Del resultado puede depender el futuro de la humanidad. El enorme peso de Duna Las novelas de Frank Herbert son un clásico del género, influenciaron muchas obras posteriores y hasta fueron adaptadas en más de una ocasión con distintos niveles de éxito. Todas ellas se enfrentaron con el mismo problema: su enorme escala y complejidad; la nueva versión dirigida por Denis Villenueve no está exenta de esa dificultad, pero ya de antemano parece contar con mejores recursos para combatirla. No solo por el abultado presupuesto a su disposición para imaginar el mundo ficticio de Duna y poblarlo de un elenco multiestelar, también por tener la posibilidad de hacerlo tomándose todo el tiempo que necesite para explicarlo. Una de las críticas más frecuentes de la versión de Duna que hizo David Lynch es justamente que toda la narración está tan compactada que se vuelve incomprensible, necesitando de largas explicaciones relatadas para compensar. Villeneuve esquiva este problema tomándose el mismo tiempo para contar apenas la mitad de esa misma historia y deja el resto para una lógica secuela. Cabe esperarse que ella tenga un tono más centrado en la acción que esta primera parte, la cual se dedica a la difícil tarea de presentar un universo complejo donde las cuestiones políticas y religiosas ocupan el lugar central. Esta versión de Duna sale bien parada en la difícil tarea de lograr un buen balance entre mantenerse fiel al texto adaptado y seleccionar en qué información necesita profundizar. Al no obligarse a explicar cada concepto o detalle en profundidad, pero sobre todo por confiar en que la mayoría del público podrá entender por contexto lo que necesita, cae en muy pocos momentos que se sientan innecesariamente expositivos o monologados. Sin embargo, sufre el problema de la escala a su propio modo, enredándose en su propia búsqueda de una épica monumental y tomándose (más de una vez) demasiado tiempo subrayando la innegable espectacularidad de su propuesta visual y sonora. Si a la Duna de Lynch “la salva” lo ridículo de una propuesta que distrae de sus problemas narrativos, a Villeneuve le pesa un poco el tomarse demasiado en serio o con demasiado respeto lo que está contando. La búsqueda de épica y solemnidad constantes se traduce en un ritmo cansino que deja la idea de que la trama avanza mucho menos de lo que realmente lo hace. No es que Duna necesite de ejércitos corriendo entre explosiones para funcionar; es un drama o un thriller político antes que una historia de aventuras y está muy bien que así sea. Pero en ese caso debería lograr generar mucha más empatía e interés por los personajes que nos ofrece, la suficiente como para que nos conmueva de alguna forma lo que les sucede. El elenco lleno de nombres reconocidos hace un trabajo más que correcto, aunque no alcanza para que la mayoría de los personajes de Duna sean más que figuras que se mueven entre escenarios espectaculares, permanentemente rodeados por una banda de sonido que a cada paso insiste con subrayar lo épico y monumental que, por más que sea algo que quedó claro al segundo intento. Esta nueva versión de Duna dirigida por Denis Villeneuve apunta a lograr su propio estilo de espectacularidad visual que no se quede en lo efectista, sino que sirva para narrar su historia con esas imágenes, algo que la mayoría del tiempo funciona y se agradece, porque es sin mucha discusión el punto más alto de toda la propuesta. Como contraste, su mayor problema es que no hace mucho para compensar el hecho de que está contando solo media historia. Es la introducción hacia algo que siempre está por venir y que nunca llega al clímax. Por eso, esta primera parte parece pensada desde un principio no como una pieza individual que sea al mismo tiempo parte de una saga, sino para ser vista en un continuado inmediato con una secuela que aún no tiene siquiera fecha de rodaje confirmada. Disfrutar de esta Duna depende mucho de creer o no en la promesa incierta de que lo mejor está por venir. Que se nos haga ese pedido es un poco injusto, pero también es cierto que las cuestiones de fe son centrales en este universo.
Quizás lo que se le debe pedir al espectador de esta película es que vaya lo más virgen posible a verla. Que “olvide” que la novela de Frank Heverts en que se inspira es un clásico de la ciencia ficción que junto a “Fundación” de Asimov se transformaron en pilares de un género con fanáticos por millones y de donde abrevó y “homenajeó” mucho el creador de “Stars War”. La lectura de estos clásicos es lo mejor que nos puede pasar. Tal vez sería bueno que se dejara atrás esa fama de texto infilmable que por muchos años frustró a muchos creadores y puristas. Denis Villeneuve se atrevió con un presupuesto millonario, un elenco increíble, y sin dejarse tentar por un caos de efectos especiales, a realizar una lenta pero hipnótica versión que plantea con claridad el argumento, aunque eso le lleve mucho tiempo. Y recién al acabo de dos horas y media cuando todo comienza a tomar forma, se promete lo mejor para una segunda parte. Las cosas que tiene a su favor: una dirección de arte monumental, grandes diseños de producción y vestuario, que le da una belleza innegable por la que hay que dejarse atrapar. Corre el año 10.191 y el universo tiene un imperio que decide mandar a una familia noble, los Atreides a un planeta fundamental y desértico. Para eso le sacan el dominio a los Harkonnen, para que los nuevos poderosos sigan explotando al pueblo originario, los Fremen. En ese planeta arenoso, tan estéticamente parecido a Lawrence de Arabia, hay una sustancia, una “melange” que ayuda a mejorar a los humanos, le da poderes y de paso hace posible los viajes intergalácticos. Tienen lo que desean todos. Lastima los gusanos gigantes que todo se lo pueden tragar. Y esos Fremen testarudos que sueñan por siglos con un mesías que cambie la cosas con un concepto ecológico muy de estos tiempos. Filmada en Jordania con mucha pericia con muchos chiches técnicos donde sobresalen unos helicópteros libélula, diseños increíbles de fortalezas, mas visiones maravillosas de un desierto interminable, tampoco faltan las escenas de acción y peligro. Pocas pero están. Todo es lento, por momentos pesado, pero igual atrae mucho. Se lucen Timothée Chalamet como un héroe de sueños premonitorios que se prepara para ser el elegido, para construir su destino, con una contenida ansiedad, que ni sus poderes especiales, dados por su madre, logran calmar. Un joven con dudas pero que llegará a lo que marca la leyenda. Sobresalen Oscar Isaac, Rebecca Ferguson, Janson Mamoa, Zendaya, Javier Bardem y siguen los nombres. Es un desafío para el espectador de hoy poro vale la pena dejarse llevar por la seducción que encierra este film.
"Duna": el clásico camino del héroe El director de "Sicario" y "La llegada" contó con un presupuesto de 165 millones de dólares y lo cuida con una adaptación sólida, prolija y coherente, pero a la que le falta sorpresa y riesgo. Hay películas cuya producción y realización se llevan a cabo como una campaña militar. Se establece un presupuesto generoso, se reúne un ejército de actores y técnicos, se estudian mapas del campo de batalla, se resuelven tácticas y estrategias, se designa a un general capaz de ponerse al frente de esa maquinaria bélica, se fijan fechas y plazos. Dados los costos, caben sólo dos opciones: el triunfo aplastante o la derrota humillante. Sólida, prolija y coherente, seguramente Duna no correrá ese riesgo y dejará atrás el recuerdo del desastre filmado por David Lynch en 1984. Lo que no aparece por ninguna parte es algún disfrute, la audacia del que se lanza a la batalla sin el resultado asegurado, la decisión repentina de un conductor que resuelve un ataque sorpresa. El canadiense Denis Villeneuve mostró tener espaldas anchas, afrontando una rápida sucesión de batallas de primera línea, desde La sospecha (2013), Sicario (2015), La llegada (2016) hasta, cómo no, Blade Runner 2047 (2017), aunque esta última no le haya reportado a la comandancia de la Sony los réditos esperados. Fue la Warner la que apostó por él 165 millones de dólares (¡más de un millón por cada minuto de película!), encomendándole ya antes del estreno de Duna – Parte I la secuela de lo que en su origen literario fue una saga de seis novelas. Sin embargo Columbia-Sony no retiró las fichas del casillero Villeneuve. Una vez cumplido ese segundo compromiso para la firma de Bugs Bunny, el realizador de Incendios (2010) deberá remontar la leyenda negra de Cleopatra, cuya dispendiosa rendición de 1963 casi hunde a la compañía. Uno de los pilares del género fantasy, que combina mitos arcaicos con épica medieval, magia, mística, zoología fantástica, ucronías espacio-temporales y alegoría, la saga de Frank Herbert, que comienza en el año 10.191, narra las tribulaciones del clan de los Atreides, al que el Emperador Shaddam IV (el sueco Stellan Skarsgaard) ha puesto en control del planeta Arrakis. En ese desierto interminable se obtiene la mélange, sustancia de uso paradójico: además de servir como alucinógeno es el combustible que permite que todo funcione. Cuando el Emperador decide quitarle a los Atreides esa fuente de riqueza, el duque Leto (Oscar Isaac) resuelve reconquistarlo, poniendo la campaña militar en manos de su hijo, el veinteañero Paul Atreides (Timothée Chalamet). El jovencito deberá ganarse la confianza de los fremen, pobladores del desierto, encabezados por Stilgar (Javier Bardem). Pero Paul no sólo se inicia como militar y político, sino que es -además y aunque se resista a reconocerlo- El Elegido. La novela de Herbert yuxtapone elementos de distintas épocas y culturas: la relación política entre los Atreides y las fuerzas de Shaddam recuerda las de las películas “de romanos”. El desierto de Arrakis, sus habitantes que parecen beduinos, algunos burkas, el solo nombre del Emperador y el hecho de que esa geografía albergue el gran combustible universal, remiten inconfundiblemente a los países árabes, facilitando la posible alegoría que da el hecho de ser ambicionadas por el hombre blanco. La madre de Paul, Jessica (Rebecca Ferguson), proporciona el factor mágico: es, también a su pesar, una bene gesseret. Entre nos, una bruja. Paul recorrerá, claro, el clásico camino del héroe, debiendo sortear pruebas de coraje, inteligencia y madurez. Hay una dosis de angustia en todos los miembros de la familia Atreides, que el cronista no sabe si está en la novela original o le es propia a esta traslación coeescrita entre otros por el experimentado Eric Roth (Forrest Gump, El informante, la versión más reciente de Nace una estrella), porque no leyó aquélla. Como indica la moda actual, la iluminación es sumamente oscura. Ambos elementos, sumados al ominoso autoritarismo del Emperador, generan un clima dark, en el que no prima el espíritu de aventura sino un aura de fatalidad. Tal vez exprese el temor de la Warner, Hollywood o quizás Occidente entero, de que su imperio se derrumbe para siempre, como arena en el desierto.
Sin duda alguna, “Duna” trae una gran historia detrás y expectativa actual. Recordemos que a varios directores se les propuso realizar la adaptación del aclamado libro de ciencia ficción de Frank Herbert , pero nadie se atrevió. Quien logró llevarla a la pantalla grande fue David Lynch en 1984, aunque sin el revuelo esperado. Ahora fue el turno del francés Denis Villeneuve, a quien lo vimos muy entusiasmado por seguir atrás de esta saga. Paul Atreides (Timothée Chalamet) es hijo del duque de Caladan, Leto (Oscar Isaac). De por sí ya se sabe que tiene un deber a futuro, pero hay muchos que están al pendiente de su destino. Toda la familia debe emprender un viaje a Arrakis, donde tienen la gran tarea de unir a los pueblos y de lo más importante: encargarse de la recolección de especia. A medida que pasa el tiempo, Paul comienza a vivir situaciones extrañas, justo cuando una serie de eventos desafortunados comienzan a ocurrir y debe hacer frente a ello para defender el planeta. En las actuaciones, claramente son dos actores quienes destacaron, uno más que otro. En primer lugar su protagonista, Timothée Chalamet, quien estuvo muy bien en su papel a pesar de que le faltó desestructurarse y pisar con más fuerza ese protagonismo. Igualmente hace un digno y gran trabajo. Por otro lado, quien se llevó definitivamente todas las miradas y estuvo realmente brillante es Rebecca Ferguson, quien más allá de tener un papel que era un tanto enigmático fue la única que logró hacernos ver y sentir la verdadera esencia de la historia. Gran parte de los aplausos para este film también se los lleva la banda sonora, a cargo de nadie más ni menos que Hans Zimmer, encargado también de crear la música para grandes éxitos como Gladiador y El código Da Vinci. A esto también se le suman los planos de cámara y la estética que es excelente. La fotografía y la dirección de arte son maravillosas. El film dura 2 horas y media, pero les aseguro que vale cada minuto porque de esta manera se logra apreciar la historia en su totalidad. El miedo de cuando una película está basada en un libro es que se lleve a la pantalla grande demasiada información y la historia termine siendo inentendible. Por suerte, con “Dune” pasa todo lo contrario. Villeneuve logró finalmente el resultado que se quiso lograr años atrás, porque el revuelo y la expectativa con la que se sale del cine por ver cómo sigue esta saga es real. Sin dudas, hay que ir a ver la película en el cine, aprovechando que están abiertos. Si no leíste el libro, andá a verla igual porque la historia es excelente y es uno de esos films que se hacen apreciar por todo el trabajo que hay detrás de cámara.
Dune (1965) de Frank Herbert es, sin lugar a dudas, la novela de ciencia ficción mas importante de su tiempo. Fíjense sino en su contenido: drogas, estados expandidos de la mente, religiones paganas, convivencia en armonía con el medio ambiente, conspiraciones pergueñadas por las potencias de turno, guerrilla, la lucha por el dominio de recursos naturales escondidos en el desierto… wow!. Desde el movimiento contracultural estadounidense hasta el conflicto del petróleo con la OPEP, desde los hippies hasta la movida ecológica surgida a principios de los 70s, todo eso fue anticipado por Herbert en su monumental novela. Es, claro, un texto difícil de digerir por su densidad; pero uno plagado de capas y capas de temas de actualidad, escritos solo de manera metafórica. El drama con una obra tan compleja e intrincada es que su adaptación bordea lo imposible. Alejandro Jodorowski quiso adaptarla en los 70s en una obra alucinógena de 8 horas con música de Pink Floyd, diseños de Moebius, Orson Welles como el barón Harkonnen y Salvador Dalí como el emperador. Semejante pire se cayó por el peso de sus propios excesos y ambiciones y los derechos sobre Dune flotaron en el aire hasta finales de la década, cuando Star Wars hizo capote en las taquillas y todo el mundo quiso tener su propia franquicia de space operas. Dino de Laurentiis se hizo con los derechos y trajo a David Lynch, quien cocinó su repudiada versión de 1984. Mientras que Dune (1984) es una maravilla en cuanto a cast y diseño de producción, el drama es que Lynch se enredó con la adaptación – quiso meter todo lo que la novela tenía en un único filme de 137 minutos – y la hizo densa y antipática. Público y fans de la novela la odiaron y, por mi parte, debo admitir que recientes revisiones del filme me hacen tender un manto de piedad sobre el mismo. Lo que ocurre es que Lynch es un tipo que desborda de originalidad y en Dune (1984) hay decisiones artísticas, toneladas de simbolismos y una imaginería visual que son realmente brillantes y únicas. Aun cuando haya sido un fracaso comercial todas las versiones posteriores de Dune – sea la miniserie del 2000, los videojuegos, esta misma versión – han vivido a la sombra de lo que Lynch plasmó en pantalla. Si, los mecanismos dramáticos de la versión 1984 no son los mejores – la sobreactuación atroz abunda – pero la visión de un Barón Harkonnen volador, pustulento y perverso es una que resulta imposible de borrar, amén de la dignidad puesta por Kyle MacLachlan en el rol de Paul Atreides. Todo era impactante, fuera para bien o para mal. Fallida pero épica. A Lynch le siguió la miniserie del 2000 y una secuela – que adaptaba dos novelas siguientes de la saga -, las cuales hicieron un mejor trabajo en la profundización y enseñanza didáctica de los complejos mecanismos que rigen el universo de Herbert. Es mas que posible que Dune, como tal, no sea material cinematográfico sino de miniserie – le ocurre a obras tan disimiles que van desde His Dark Materials hasta Fundación de Asimov – pero los estudios insisten con las sagas y las máquinas de hacer dinero en taquilla. Lo que precisa Dune es un Peter Jackson: un tipo que sea fan del material original, que lo reordene y simplifique sin perder el espíritu del texto y que, sobre todo, sea tan épico como didáctico. La tarea recayó acá en Denis Villeneuve quien – después de Christopher Nolan – se ha convertido en el nuevo chico maravilla de la ciencia ficción cinematográfica. Basta ver lo que hizo Villeneuve en sus filmes anteriores de género – léase Arrival y Blade Runner 2049 – para darse cuenta de que es el hombre indicado para la tarea. Hace años que flota la idea de revivir la franquicia – y lo mas cercano que hubo fue un proyecto con Peter Berg a principios del 2000 – pero sólo ahora, con el auge de los efectos especiales, la búsqueda de franquicias multimillonarias y, sobre todo, la guerra muerte en el mercado del streaming es que Dune consiguió luz verde para ser concretada. Lo que hace Villeneuve con Dune 2021 es titánico. Simplificó la trama – esto no es mas que una de intrigas reales a lo Shakespeare, con el emperador y los Harkonnen conspirando para derribar la próspera casa Atreides; los Atreides, conscientes de que la imposibilidad de cumplir las cuotas semanales de especie lo llevará a un enfrentamiento inminente e inevitable con el imperio y por ello debe armar una alianza de apuro con la guerrilla local – y tiró, al pasar, el tema de la herencia de superpoderes mentales que le corresponde a Paul por ser hijo de una Bene Gesserit – la orden de brujas que manipula el lado religioso del imperio con mano de hierro -. Chau explicaciones posibles sobre por qué no hay computadoras, robots o por qué todos usan naves de madera y cuchillos; el emperador no aparece (todavía) y mucho menos se ven los gusanos espaciales del Sindicato de Navegantes. Es todo mucho mas simple y con mas aire para tridimensionalizar los personajes. Ya no están las molestas intrusiones de Lynch donde todos escuchábamos las voces en off donde los personajes se preguntaban sobre si Paul es el elegido de la profecía – acá es mas sutil, es la gente susurrando 5 o 6 palabras en lengua extranjera y éso solo ocurre un puñado de veces -, e incluso la figura del duque Leto y Duncan Idaho, líder de la guardia real, adquieren estatura épica. Leto realmente es un estadista inteligente y generoso pero no un quedado o un almidonado y, en cuanto al otro, es simplemente Jason Momoa en su salsa. Por otro lado las Bene Gesserit apenas figuran – no son la presencia insidiosa, letal y constante de la versión de Lynch pero, bue, falta la segunda parte – y los Harkonnen son meramente mercenarios amorales. Atrás quedó la lascivia, acá solo hay negocios. Stellan Skargard es astuto y retorcido, pero carece de esa ampulosidad larger than life que tenía Kenneth McMillan – por lejos, lo mejor de la visión lynchiana -. Dave Bautista es mejor que su contraparte de 1984, mostrando a pleno el por qué del sobrenombre “la Bestia”, decapitando decenas de soldados enemigos capturados en cuestión de segundos y sin el mas mínimo miramiento. Y luego está Timothée Chalamet. No tiene el porte real de MacLachlan, se ve mas virginal pero no por eso deja de ser menos pragmático. Es muy bueno sobre todo en las partes intensas – donde tiene visiones sobre Arrakis -, falta ver si en la segunda parte va a rebosar del carisma que precisa el rol. Su química con Rebecca Ferguson es simplemente excelente. Mientras que las perfomances son bárbaras – y los momentos épicos son espectaculares; acá todo es masivo desde los palacios hasta las naves, cosa que me hace acordar a los Necromonger de Las Crónicas de Riddick -, hay algunas fallas. El relato simplemente se para a las 2 horas 30 simplemente porque no pueden meter mas metraje. El final es anticlimático. Las peleas con cuchillos se ven descremadas y, como lider Fremen, Javier Bardem es un error de casting. Sobreactúa, es teatralmente dramático, incluso los Fremen se ven demasiado estoicos. Honestamente los últimos quince minutos del filme – con Paul y Jessica encontrando a los Fremen – se ven como salidos de la película de Lynch de 1984. Falta que Stilgar le diga con tono ridículo “pero… Muadib!!” – tal como hacia atrozmente Everett McGill en la versión de Lynch, lo que sonaba a piropo gay! – para caer en las mismas fallas. Los Fremen deberían ser puro misterio, acción y pragmatismo pero parecen plagados de discursos, teatralidad y reglas estúpidas. Faltan cosas aquí – ¿y Feyd Rautha? – pero lo visto es brillante en un 90%. Falta ver el resto, ya que el filme no se sostiene en sus propios pies por falta de final. Con unos ajustes menores Dune 2021 puede ser un éxito arrollador – es la novela de Herbert hecha de manera mucho mas accesible y épica – pero falta ver si Warner / HBO le dan el visto bueno o sólo queda algo brillante e inconcluso… algo que ha ocurrido demasiado seguido en franquicias de fantasía y ciencia ficción que murieron al final de su primer capítulo.
Una línea de tiempo que se retrotrae más de medio siglo atrás. Durante la década del ’60, los amantes de la ciencia ficción conocieron “Duna”, de Frank Herbert, prolífico fotógrafo y periodista que construiría una auténtica cosmogonía alrededor de las cinco secuelas que componen el universo desértico. Una pieza literaria destinada a convertirse en un clásico de culto. La empresa de llevar a la compleja novela a la gran pantalla, por parte de un joven e inquieto David Lynch, se convertiría en una odisea, hacia 1984. Producida por el legendario Dino De Laurentis, se insertaba dentro de un panorama del cine sci-fi posmodernista regido por la omnipotente saga de “La Guerra de las Galaxias”. Guerreros galácticos, batallas épicas y un salvador con poderes paranormales, en la piel de Kyle MacLachlan, a punto de convertirse en actor fetiche del siempre impredecible Lynch, conformaron los elementos preponderantes de esta mastodóntica transposición. Sin embargo, el veredicto de la crítica fue, en absoluto, aprobatorio. Sucede que el director nativo de Montana, por aquel entonces, no gozaba de los pergaminos y la validación como cineasta ultra respetado que hoy ostenta el responsable de logradas gemas como “Prisioneros” (2013) o “La Llegada” (2016). Desde su inquietante “Maelstrom” (2000) a su abrasiva “Polytecnique” (2009), Dennis Villeneuve se ha confirmado como un visionario arquitecto visual, perfeccionista orfebre de la imagen cinemática. No resulta extraño que haya sido elegido para dirigir la inesperada secuela de una de las películas de ciencia ficción más fenomenales de todos los tiempos, la distópica “Blade Runner 2049” (2017), digna heredera futurista, ciberpunk y neo-noir de la magna obra de Philip K. Dick. Su interés casi fetiche por la literatura apocalíptica parece no agotarse, encargándose de una nueva adaptación de “Duna”, uno de los estrenos cinematográficos del año. ¿Quién mejor que él para vestir de imágenes en movimiento la siniestra cosmovisión del incomprendido Herbert? Nacido en Québec, este brillante cineasta reconocido internacionalmente, se vislumbra como uno de los talentos más atractivos del mapa industrial contemporáneo. Aquí, se muestra, por enésima ocasión, en excelente forma. En Villeneuve, todo cobra magnitud operística: “Duna” es un abrumador poema visual que toma prestada una página del manual shakesperiano consumando la más exagerada tragedia. Como indudable marca autoral, una compleja estructura dramática nos lleva a desconfiar de sus extrañas criaturas, mientras un tratamiento narrativo fuera de lo convencional otorga dinamismo a sus relatos, brindando algunos de los más impactantes momentos cinematográficos del nuevo milenio. La novela le cae como anillo al dedo para su siempre grandilocuente puesta en acción. Su detallismo es tal, que objetos portadores de verdades milenarias adquieren la significancia grandiosa de resolver la narrativa de forma elocuente y original. Allí radica la grandeza de un cineasta de inagotable creatividad, capitalizando para sí el inmenso potencial de tan épica novela. Prestemos atención al perturbador uso de la música (en manos del proverbial Hans Zimmer); también a la sorprendente inventiva para que los médanos desérticos cobren vida propia como si de una pieza de opt-art se tratara. Ubicándonos en un futuro distante, una fastuosa puesta en escena recrea las coordenadas histórico-temporales, mientras una paleta de colores saturados transmite cierta falta de esperanza respecto a la condición humana. Para el autor, los temores más resonantes e intrínsecos se vuelven realidad sin compasión por sus personajes. Su pesquisa se vale de elementos cruciales para cimentar una mirada impactante sobre la incomunicación humana, la identidad y los miedos. “Duna” se conforma como un espectáculo visual y sonoro, un blockbuster distópico en donde metáforas lo suficientemente logradas suelen representar deseos reprimidos. Villeneuve utiliza una única perspectiva: sus personajes conllevan un sentido insustituible del honor y la venganza, concatenando un all star que incluye a intérpretes de la talla de Timothée Chalamet, Rebecca Ferguson, Javier Bardem, Oscar Isaac, Josh Brolin, Stellan Skarsgaard y Charlotte Rampling. La sofisticación del canadiense no llega al delirio colosal y lisérgico de Jodorovsky, así y todo, sabe valerse de su inagotable cantera de recursos para adaptar a esta auténtica odisea esteparia, haciendo gala de una personalidad arrolladora.
LA INMENSIDAD DEL DESIERTO Hay en Duna, pero enterrada bajo muchos metros de arena, una buena película. Tal vez una gran película. Tiene todo para desafiar los cánones del género de la ciencia ficción de aventuras y construir un relato distinto: un universo cuya inmensidad se adivina en lo misterioso de sus formas; una fotografía cuidada, con personalidad e imaginación; una trama política, religiosa y romántica con gran potencial para llenarlo; y personajes ricos en el papel, contrapuntos de una narración en potencia. Y sin embargo, la película de Denis Villeneuve no termina de funcionar. Como una de las naves en las que vuelan los protagonistas, elegante y cautivadora, pero que gracias a dos o tres componentes falla y se estrella en el desierto. Como Icaro volando demasiado cerca del sol, Duna pretende construir un relato inmenso, capaz de expandirse tanto como lo requiere su universo. Es, sin duda, una película pretenciosa, pero no por ello carente de aciertos. El tono de las películas de Villeneuve suele ser de una grandiosidad peligrosa, aun cuando se limita a historias más pequeñas como lo hizo en Sicario. Sus mundos narrativos son solemnes en extremo, a veces oscuros, y siempre moviéndose lentamente hacia abajo, descendiendo en busca de un espacio en el que las voces de sus personajes resuenen con un profundo eco filosófico y ético. De nuevo, no hay necesariamente nada malo en esto. Y además, es de destacar que este anhelo no lleva a Duna a romper la regla principal de la economía del relato de Eco: “un texto es un mecanismo perezoso (o económico) que vive de la plusvalía de sentido que el destinatario introduce en él y solo en casos de extrema pedantería, de extrema preocupación didáctica o de extrema represión el texto se complica con redundancias y especificaciones ulteriores (hasta el extremo de violar las reglas normales de conversación)”. Con lo tentador que puede resultar, Duna no cae en una extrema preocupación didáctica. No lleva al espectador de la mano sino que hace emerger sus escenarios en toda su grandiosidad para que el espectador se pierda en ellos. Ante tal magnitud espacial, deben sin embargo aparecer elementos capaces de sostenerlo, de evitar que los espacios se vuelvan inhabitables para el espectador, y es aquí donde Duna falla. Sus personajes no dan la talla; un universo de estas características exige un protagonista asertivo, capaz de cartografiarlo a fuerza de empatía y humanidad. La película opta por el estoicismo de Timothée Chalamet que carece del vigor necesario y de la capacidad para conectar con el espectador. Pero el pecado más grande de Duna surge de aquello que la vuelve admirable: su ambición. Al encarar la construcción de su universo, lo hace con el propósito de empaparlo de un misticismo que brota de la confusión entre el sueño y la vigilia. Hay, de nuevo, un propósito noble, una intención estética clara. Pero su ejecución resulta pobre: trabaja la irrupción del pasado y del futuro ensayando un montaje poético, pero en una escala en la que se vuelve insoportable. Tal vez el recurso funcionaría en un cortometraje experimental, pero un gigante narrativo de dos horas y media exige ritmo, disciplina y rigurosidad. Una y otra vez los sucesos se paralizan con el uso de la cámara lenta o se fragmentan dando lugar a escenas que no son sino de otra película. Porciones de una etapa distinta de la historia que pueden funcionar fenomenalmente en una novela pero que en una película entorpecen y quiebran la estructura. En Duna no hay actos ni nada que los sustituya indicando al espectador en qué momento se encuentra. La monstruosidad de su geografía desborda completamente la dimensión temporal. Lo que produce esto es que, si bien el espectador puede entender dónde y cuándo se encuentran los personajes, no es capaz de sentir el dónde y el cuándo de la historia. La narración se convierte en un limbo, un desierto interminable y repetitivo por el que el espectador circula sin saber cuándo ni dónde terminará. La película concluye dejando una sensación extraña: si bien hemos sido testigos de un mundo sublime por su belleza y grandiosidad, y sucesos o plot points han ocurrido, hemos sido despojados de una dimensión temporal que haga de aquello que vemos una historia.
DUNE, una de las superproducciones más esperadas del año, llega a los cines para intentar quedar en el recuerdo de sus espectadores. Denis Villenueve quiere dar un salto en su carrera adaptando el aclamado libro de Frank Herbert en forma de saga cinematográfica. El extraordinario cast está compuesto por: Timothée Chalamet, Rebecca Ferguson, Zendaya y Oscar Isaac, entre otros. La historia sigue el camino de Paul Atreides (Timothée Chalamet), hijo de una importante familia noble que se encargará de luchar por Arrakis, un planeta desierto que fue esclavizado por el imperio de la familia Harkonnen. Los aspectos técnicos de esta película son una completa maravilla. Los paisajes son impactantes, los planos son preciosos, la construcción de los escenarios es sumamente precisa, la musicalización de Hans Zimmer es sobresaliente, la caracterización de los personajes es excelente, los vestuarios son increíbles y las elecciones cinematográficas a la hora de construir el sentido en las imágenes es cautivante. Denis Villenueve vuelve a demostrar todo su potencial como director, elevando a la enésima potencia su capacidad artística. Las actuaciones son excelentes. Todos cumplen con sus papeles. Quiero destacar a Rebecca Ferguson que vuelve a demostrar la brillantez que tiene a la hora de interpretar diferentes personajes. Los personajes poseen una diferenciación muy marcada. Esto es muy importante en películas que poseen una gran cantidad de mundos y de familias. Es muy difícil lograr una identificación cuando la cantidad de personajes es infinita, pero este film lo consigue. El mayor problema de esta producción radica en los tiempos narrativos. La cinta entra en baches enormes donde el contenido carece de entretenimiento, se recurre a planos muy extensos de apreciación cinematográfica y se pierde un poco el hilo de la historia. Hay problemas, se resuelven y se vuelve a entrar en un vacío que alarga el film de manera burda e innecesaria. Esto hace que una producción magnífica se reduzca a una historia de aventuras sumamente extensa. Hay muchos minutos de película y muy poco camino recorrido en la historia principal de la misma. Esto hace que el espectador llegue a aburrirse en varias ocasiones. En conclusión, DUNE es preciosa, impresiona y cautiva, pero, por momentos se hace extensa y densa en su contenido. Probablemente la vara estaba muy alta y eso hizo que ante ciertos baches sienta un poco de decepción. Para un disfrute auténtico de su cinematografía recomiendo verla en cines, incluso pienso que verla en casa puede llegar a ser una experiencia un poco densa. Gran película desde lo visual y sensorial, faltó un poco de genuino entretenimiento. Por Leandro Gioia
LA POMPA Hay un momento particularmente curioso en Duna. Allí vemos al personaje de Oscar Isaac reclamarle a aquel que interpreta Josh Brolin que ponga una cara sonriente. Este responde con un rictus particularmente serio: “Esta es mi cara sonriente”. Se trata de un chiste, uno malo, pero chiste al fin, en una película en la que el humor parece vedado. Como momento de humor además es raro, porque dentro de la lógica de la película no parece tener mucho sentido. El personaje de Brolin no es menos sonriente que casi cualquier otro personaje del film. Esto sucede básicamente porque casi todos en Duna están sumamente preocupados o sumamente alarmados por algo: un sueño, una guerra, un familiar secuestrado, lo que sea. Y no parece haber una sola escena donde esa seriedad no tenga que ser señalada de forma impostada, con una musicalización en general acorde. La única excepción a esto es el personaje de Jason Momoa. Acaso por la propia expresividad irónica del actor y su fisonomía de actor de acción trash de los 80, Momoa parece una brisa fresca en una película que ha decidido tomarse más en serio que nunca. Será por eso que la película decide darle una muerte trágica y sacrifical en medio de una musicalización altisonante, como señalando que ese estilo de interpretación descontracturada es casi un accidente dentro de un mundo regodeado en su solemnidad. Que se entienda, no es que reniegue particularmente de que una película sea muy solemne, ni siquiera de que una película de aventuras lo sea. Incluso diría que en medio del reinado de la cada vez más irritante liviandad marveliana, la apuesta por una superproducción con personajes que no buscan la empatía inmediata y una abierta búsqueda filosófica puede ser interesante. Pero siempre hay un problema con este tipo de propuestas, y es que la solemnidad hay que ganársela. Construir un relato que nos convenza de que podamos tomárnoslo tan en serio, sea por sus conceptos o por la profundidad de sus personajes. Sería un mínimo requerimiento si vas a despojar tu película de uno de los rasgos más inteligentes que puede haber en el ser humano como es el humor. Pero Duna no tiene eso. Acá nadie deja de encarnar un estereotipo mil veces visto, ningún pensamiento deja de ser expresado en líneas de diálogo cuya sutileza es la de un terremoto. Quizás entonces ese respeto pueda ser ganado por el imaginario visual. Pero acá es donde la película vuelve a fallar. Duna resuelve varias de las escenas oníricas con una estética publicitaria, carente de todo misterio o ambigüedad. Además posee un montaje insoportablemente lento, que se enamora de grandes planos generales regodeados en un diseño de producción apenas interesante. Posiblemente en ese amor por un montaje lento pueda rastrearse la influencia de Lawrence de Arabia, la obra maestra de David Lean en la que Villeneuve dijo basar mucho de su estética. Lo cierto es que la película de David Lean está entregada a una narración espectacular pero nunca inútilmente ostentosa. Lean, como Villeneuve, también amaba los planos del desierto y su montaje era particularmente lento cuando tenía que filmarlo. Pero allí estábamos ante escenarios reales, en los que sentíamos a sus personajes realmente trasladándose con enorme esfuerzo de una punta a la otra. En Duna sobresale, como pasa con casi todas las grandes producciones actuales, el exceso de CGI, y antes que sentir el calor o la épica del desierto, lo que se siente es el derroche de computadoras, dineros invertidos y un director embriagado en su autoimportancia. La versión de Duna de David Lynch podía ser muy fallida -aunque hay una minoría resistente que sigue insistiendo en que es una obra maestra maldita- pero al menos resultaba algo distinto, un experimento donde se intentó que un director obsesionado con personajes extraños y perturbadores y planos enrarecidos nos contara un relato de aventuras. Duna, en cambio, es menos un experimento que un film muy profesional y prolijo, que a lo sumo quizás constituya lo que hoy se entiende como una superproducción mainstream adulta. Es decir, un film que por su solemnidad no podría ver un chico, pero que en rasgos generales tiene todos los elementos de cualquier película de superhéroes de medio pelo. Mucho digital, bichos raros, un villano muy villano y un héroe ingenuo que va creciendo frente a nuestros ojos. También, de paso, un final con cliffhanger que nos hace esperar una secuela. Es como si Villeneuve, en suma, nos hubiera llevado al Teatro Colón, hubiera preparado una gran orquesta y nos hubiera obligado a vestirnos de gala, para terminar viendo a un señor muy serio que, tomando una galera, nos quiere impresionar sacando un conejo.
CANTAR EN VOZ BAJA La primera característica de un narrador épico es su humildad. El contraste poético se produce entre un hecho inmenso y una voz que se reconoce muy por debajo de las capacidades necesarias para retratarlo. Leemos a Homero en el Catálogo de las naves de la Iliada: “La multitud contar yo no podría ni tampoco nombrarla aunque tuviera diez lenguas y diez bocas y voz infatigable y en el pecho tuviera yo de bronce los pulmones…” Esta humildad de la voz es necesaria para que el canto no sea un pastiche entre los sucesos épicos y un narrador orgulloso de sí, de sus palabras, de su honor, de la atención que se le presta. La épica está en sus héroes, no en quienes los cantan. El problema del film Dune es que el narrador se toma muy en serio a sí mismo, queriendo impregnar cada uno de sus planos de un aura épica que no se consigue por las acciones sino por una mística anterior, que al ser forzada, resulta falsa y molesta. No hay conversación, paisaje, objeto o acción cotidiana que no pida ser leída como paso de Aquiles o grito de Héctor. Más que relato épico, parece una gran publicidad de autos y perfumes: bella y fría, forzada y lejana. Pero además, Dune tiene el problema de venerar la misma historia que está contando, como si realmente esta se tratara de la Iliada de Homero. Y la novela de Herbert es muy, muy fallida. “Dune” es hija de su época. Solamente un norteamericano alejado de la religión de sus padres, católico en este caso, y deslumbrado por la moda de su época, podía haber creado semejante menjunje. Orientalismo, ecología, drogas y alucinaciones, arabismo, mesianismo, espiritualismo. Dune es una novela de la new age, y por eso mismo su interés para personas como Jodorowsky, Lynch o George Lucas. “Dune” es una novela que quedó vieja, siendo uno de los mejores retratos de una generación confusa que veía el mal en el petróleo, el bien en las religiones exóticas a occidente, o la salvación en la aparición de un mesías revolucionario que es enviado por las fuerzas cósmicas de la era de Acuario pero no por Dios. Esta misma generación, algunos años después, seguiría apostando por una espiritualidad de libros de autoayuda y piedras minerales compradas con tarjeta de crédito. Sin ser una novela perfecta, “Las brujas de Eastwick” de John Updike, es un buen retrato de esta generación hippie que termina practicando magia negra por aburrimiento consumista. “Dune” está escrita con una seriedad risible, una confusión puesta adrede para hacerla sentir importante, una prosa que fuerza la épica y unos personajes tan venerados como chatos. Tolkien, que tenía las ideas más ordenadas, hace también un relato épico donde lo grande se combina con canciones, donde hay humor, un leve erotismo elfo y páginas de puro terror. La película de Denis Villeneuve parece sentir un temor reverencial por su material de origen y en vez de atacar sus puntos débiles, los sigue como si fueran dogma. Una historia que tarda mucho en arrancar, un desarrollo de personajes que resulta frío, un tono orgulloso y forzado que resulta agotador. Para contar la épica de necesita de una voz humilde y un hecho grande. Cuando la voz grita su importancia y la épica está inflada, solo obtenemos una derrota olvidable.
El canadiense Dennis Villeneuve vuelve a utilizar el plano gigante, subrayado, solemne, para hacer algo con la ciencia ficción. La novela de Frank Herbert tuvo un par de adaptaciones: la más notable sin dudas ese fracaso hermoso que fue la de David Lynch, llena de momentos extraordinarios. Ninguna logró borrar algo fundamental: el texto es mediocre. Y el gran problema de esta versión Villeneuve es que el director no se da cuenta de eso y se toma todo en serio. Como dijo alguien (mi colega Quintín, de los mejores críticos de las últimas décadas, idioma aparte), es un cine de ingenieros. Agreguemos: de arquitectos, de diseñadores de producción, de fotógrafos, de sonidistas, incluso de actores. Un cine de capas que no se unen en busca de una emoción sino que simplemente se superponen buscando, por su propia presencia, obnubilar al espectador. La historia se cuenta fácil: un imperio galáctico hace pelear a dos clanes por una ventaja económica en un planeta desierto y resulta que el retoño de uno de esos clanes es una especie de mesías liberador. Hay alguna batalla, varias peleas, unos gusanos gigantescos, un poquito de misticismo, y cero (cero) alegría, humor o diversión en un campo que lo pide a gritos. Duna, esta Duna, es una serie de imágenes sin cuajar en principio apabullantes pero que se escurren como arena entre los dedos.
Villeneuve nos trae su gran épica futurista El director de Blade Runner 2049 y Arrival nos regala una nueva gran película de ciencia ficción, protagonizada por Timothée Chalamet como una suerte de Michael Corleone espacial. ¿De qué va?: Perseguido por sueños proféticos, el noble heredero Paul Atreides deberá encontrar su propio camino en medio de una guerra que condena al valioso planeta Arrakis como a sus nativos a la destrucción. “Los sueños son mensajes desde las profundidades.”, nos dice una voz gutural que parece salida del inconsciente más perturbador. Así da inicio esta primera parte, que narra el viaje de Paul Atreides (Timothée Chalamet), el Michael Corleone espacial, que transitará, a través de visiones confusas y decisiones que condicionan cada futuro paso, la travesía de su vida. Tras una intro que nos zambulle en el espectáculo audiovisual de Denis Villeneuve (Prisoners, Arrival, Blade Runner 2049), conocemos la historia de como los Fremen, nativos del árido planeta Arrakis, son perseguidos por los Harkonnen, los forasteros colonizadores que llegan al planeta para hacerse con las especias, una poderosa fuente de poder que alarga la vida y hace posible los viajes interestelares. Al finalizar este montaje de escenas, nos situamos en el rostro dormido de un Paul inocente, que revolea sus ojos como si de un mal sueño se tratara. Allí, entre las imágenes de un sol escondiéndose entre la arena, los ojos azules de Chani (Zendaya) lo llaman, lo instan a que tome una decisión, por más que no sepa cuál. Viviendo en el ceno de una familia noble, Paul es contenido por su madre, Lady Jessica, interpretada por una Rebecca Ferguson que es lo mejor de la película, cuya protección y admiración va de la mano con el poder que Paul tiene en su interior. Un poder que comparte con su progenitora, haciendo que este no solo sea una excusa narrativa, sino la manifestación del verdadero vínculo que los une, una unión que atravesará los peligros más inesperados. Del otro lado de la mesa está el padre, el Duque Leto (Oscar Isaac) que, lejos de la figura autoritaria militar que estamos acostumbrados a ver, somos partícipes de como su poder como dirigente se complementa perfectamente con su deber de padre, generando en Paul un alivio, pero también un sinfín de preguntas existenciales. “Un gran hombre no busca liderar. Es llamado a ello. Y él responde”. Y si tu respuesta es no, seguirías siendo lo único que necesito que seas, mi hijo.” Así, entre un destino que lo llama a ser el heredero de un poder enorme y las visiones de una figura que le urge perseguir sus más profundos deseos, Paul se deberá enfrentar a una batalla tanto externa como interna, donde las decisiones tomadas serán la manifestación de su propio poder, y de cómo este determinará el destino del planeta y el curso de esta guerra interestelar. Tras estas palabras, la identificación con el capo de la mafia llevado al cine por Coppola es casi completa, y lo es gracias a que el personaje es puesto a prueba no solo físicamente, sino mental y emocionalmente. Tanto en este film como en El Padrino, tenemos a un protagonista que pertenece, por herencia y sangre, a un mundo del que poco quiere saber (la mafia, en caso de Michael, la herencia al trono en caso de Paul) y que a lo largo de la travesía descubrirá que sus intenciones de mantenerse corrido de ese legado terminan interrumpiéndose, o simplemente se transforman en el camino que debían elegir desde el principio, solo que no lo sabían. Al final de film, y luego de haber atravesado múltiples batallas y un vasto desierto, nos paramos frente a un Paul transformado, de mirada y rasgos adultos. Un Paul que sufrió, pero consciente de que ese sufrimiento es el nuevo sentimiento que lo atravesará en el resto de la travesía. El sufrimiento del liderazgo. Corriéndome de lo narrativo para no entrar en detalles que perjudiquen a su visionado, es necesario mencionar que el registro de la película es, obviamente, de lo más exquisito que se puede ver en cines en el último tiempo. Un claro ejemplo de cómo los efectos visuales y los presupuestos desmedidos son controlados por una visión decidida, que sabe qué contar, qué mostrar y cómo hacerlo. A pesar de que, por momentos, la clasificación +13 no es la mejor aliada de Villeneuve, la película logra mantener ese tono oscuro y solemne que tan acostumbrados estamos de ver en el resto de la filmografía del director. Los granos de especias que irrumpen en pantalla, las tormentas de arena que acechan de fondo, las caminatas pensativas de nuestros héroes, la figura del sol que amanece y atardece, generando un ciclo sin fin de transformación; son estas algunas de las tantas imágenes que construyen el tiempo fílmico del film, brindando una experiencia tan enriquecedora como placentera. De todas formas, y haciendo referencia explícitamente a sus dos horas y media de duración, es importante mencionar que un apartado visual y sonoro, por más espectacular que sea, no es la base de todo, sino que es la manifestación y ejecución de un guion escrito previamente. Un guion que, aquí, pierde un poco el rumbo al llegar a su tercer acto, dónde el tiempo se vuelve un chicle algo repetitivo, que lejos está de generar intriga como lo hacía en sus primeros minutos. ¿Es algo grave? Para nada, estamos hablando de una película extensa, con un guion escrito por tres personas que tiene más logros que fallos, pero es importante mencionar este detalle, ya que el espectador de hoy en día, visionador empedernido del universo del ratón, está acostumbrado a sentarse por más de dos horas a ver películas que no son más que copias de la anterior. Con esto quiero decir que Villeneuve tiene como tarea, y responsabilidad artística, comprender que la duración del metraje no tiene que estar ligada a un parámetro de mercado, sino a la necesidad de la historia para ser contada. Te aplaudimos por poder meterte en esta feria tan compleja y exhaustivamente repetitiva, Denis, pero cuidado, no te nos vayas para el otro lado. Por supuesto, no quiero olvidarme de mencionar al gran Zimmer, que tras escucharlo en No Time to Die, vuelve a deslumbrar con una obra inédita, rica en experimentaciones sonoras y en un ritmo que no solo acompaña, sino que encuentra su identidad por si sola. En definitiva, y sin recaer en el nombramiento de un cast que sobresale, pero de los cuáles 4 o 5 aparecen un poco más de 10 minutos en pantalla, Dune es la siguiente huella sci-fi contemplativa y “madura” de un Denis que parece haber entrado en este mundo para quedarse, pero que necesita combinar, tanto para la segunda parte como para sus futuras producciones, las herramientas que este género le brinda para no recaer en una verborragia audiovisual que peca de sacar brillo a un contenido vacío.
Frank Herbert creó en el año 1965 una novela de ciencia ficción – que luego completaría en una serie de obras construyendo una saga – Dune, la novela maldita para la historia de las transposiciones de la literatura al cine en este género tan icónico y de la mano de varios grandes directores que tentaron o que abismaron su carrera en el intento, así como Alejandro Jodorowsky que nunca llego a su destino y David Lynch que la considera su peor experiencia lingüística y productiva dentro de una carrera genial e indiscutible. Hoy, el elegido por la industria y el arriesgado en esta empresa ciclópea es Dennis Villeneuve, que ya había pisado el territorio duro del género en La llegada (Arrival, 2016). Pero mas allá de la calidad de su filme anterior Dune es, fue y será un coloso que se impone entre la palabra y la pantalla. En este abordaje la obra se presenta dividida en dos partes, la parte exhibida actualmente es Dune Parte I, por lo que entendemos que habrá una parte II inevitablemente, y quien sabe si una III o una IV y así sucesivamente como en la saga novelística original. La obra de Herbert propone y demanda mucho para la tarea narrativa en el lenguaje audiovisual, misticismo, dramaturgia, cosmogonías precisas, niveles de información gigantes, personajes shakespereanos y un relato bíblico instalado en el espacio más arduo de la imagen, el desierto. El universo del inconsciente puesto en el espacio narrativo. El todo y la nada en un mundo sci- fi. Si hay algo que se propone como una narración del canon clásico es esta versión de Villeneuve, que organiza la trama de la parte I en tres bloques bien definibles. La introducción o Acto I donde nos presenta al mundo, sus personajes y todo el catálogo de información sobre la familia real, los antagonistas, y las batallas pasadas que predicen las venideras. En el segundo Acto del filme la narración se transforma en una secuencia infinita de escenas de acción, conflictos bélicos, situaciones hostiles, muertes varias y sobrevivientes esenciales. Un canon del que llaman los teóricos canónicos , el acto de la lucha. Y dado que el filme tiene una continuación el Acto III presenta el giro del protagonista hacia su destino heróico, y no tengo mucho más que detallar para no caer en el spoiler. Las escenas de lugar a lugar de contexto a contexto pasan por corte a una velocidad donde la introspección, la reflexividad y hasta el problemático carácter rizomático de la novela no logra plasmarse. Sin incomodar a los amantes de Star Wars, esta propuesta de Dune también tiene al mismo tiempo todo ese aire a space opera, a novela familiar, al camino del héroe, pero la génesis de ambos proyectos es tan opuesta, que lo que queda a la luz es que aun Dune no logra revelarnos su alma, como alguna vez la otra lo consiguió para sus amantes. La belleza espectacular de los decorados, con un diseño estético de gusto exquisito, la fotografía, los planos monumentales, y la capacidad expresiva de ese mundo visual hace olvidarnos de hasta los mismos efectos especiales. El diseño de sonido es otra estrategia para atrapar la atención del espectador, ya que está construido en capas de compleja elaboración generando climas de manera constante y creciente. El joven Chamalet cumple de manera eficiente con su función de hijo del líder de la Casa Astreides, un personaje hamletiano, en plena crisis existencial que busca definir su destino y su identidad abrumado por visiones y sueños entre perturbadores y premonitorios. El saldo es más un interrogante que una respuesta definitiva. Si Dune toma este camino, querría saber como hará Villeneuve para seguir su sinuoso derrotero narrativo con la sombra de Herbert tras sus pasos.
La Space Opera original pide revancha en el cine del nuevo siglo Denis Villeneuve al frente de la difícil tarea de llevar a cabo la adaptación que la novela de Herbert se merece luego de truncos y fallidos intentos. Dune es esa novela de 1965 que consagro al escritor Frank Herbert con el premio Hugo y Nebula, los más importantes referidos a literatura de ciencia ficción (y que dio pie a una saga literaria) pero a su vez, Dune, es ese proyecto de adaptación difícil y maldito, que carga con una versión fallida de David Lynch estrenada en 1984 y precedida por otro proyecto que murió antes de nacer por lo cual adquirió status de leyenda por todo lo que pretenciosamente quiso ser de la mano de Alejandro Jodorowsky a finales de los 70’s. Éste preámbulo tiene todo su sentido de ser contado, ya que el recorrido de Dune como obra a ser adaptada al cine, tiene periplos que ya conforman su propia historia aparte y que ante el anuncio de que Denis Villeneuve iba a ser el encargado de llevar a cabo una nueva versión, hizo que la crítica y los fans del libro se preguntaran: ¿Podrán al fin llevar a cabo una película que le haga justicia a una saga de Herbert con todo el presupuesto y la capacidad tecnológica del cine actual? Un relato con un héroe protagónico en su camino de ascenso y autoconocimiento dentro de un contexto complejo de castas interplanetarias, viajes por el hiperespacio, un imperio galáctico, misticismo religioso y un planeta árido hace que nos venga en mente la afamada primera trilogía Star Wars, la cual junto con Alien, Terminator y Blade Runner, son de esas pocas películas sci-fi de los 80s que al día de hoy podemos decir que siguen siendo creíbles técnica y estéticamente o en su defecto «envejecieron» bien. Pero Dune, pese a que su relato es la génesis de lo que conforma una Space Opera y que fue una de las obras que influyó a George Lucas, en lo que respecta a su encarnación en celuloide no puede decir lo mismo: Dune de David Lynch no solo envejeció mal, nació vieja. Su diseño de producción, estética, escenarios, naves y efectos especiales era lo que se podía esperar de la factoría De Laurentiis luego de lo que fue su versión en cine de Flash Gordon en 1980 (La cual buscaba ser un calco de la estética del comic original y del serial de 1936) Una Dune estéticamente kitsch, poco creíble y sin clima no podía sostenerse siendo contemporánea de todos los filmes de los 80s antes citados. Igual ésta aseveración no es culpar a Lynch, quien hizo lo que pudo en adaptar una historia con un contexto ultra complejo de explicar en pantalla y peleando contra la productora que invadió su control creativo. Lynch luego de esa experiencia juró y perjuró nunca más hacer proyectos donde él no tenga el control total. Tal es la vergüenza que aún siente Lynch ante Dune que cuando se estrenó una versión extendida para TV, la cual dura casi 3 horas, no quiso estar acreditado ni como autor del guion adaptado ni como director, usando los pseudónimos de Judas Booth y Alan Smithee respectivamente (siendo éste último célebre por su uso cada vez que un director no queda conforme o está en conflicto con la productora y no quiere quedar pegado) Entonces, sabiendo que las comparaciones son odiosas, volvemos a la pregunta inicial: ¿Podrán al fin llevar a cabo una película que le haga justicia a una saga de Herbert con todo el presupuesto y la capacidad tecnológica del cine de hoy? La respuesta los sorprenderá. En Dune (2021), Villeneuve tiene el tablero ideal para jugar a lo que sabe, a usar sus recursos de ritmo, clima, atmósferas y tonalidades. Si bien se le critica que a veces peca de narrativa tan contemplativa que roza lo lento y que hace que sobren minutos en el metraje (Blade Runner 2049 es un caso) no peca de ser pretencioso hasta la pedantería como suele pasarle a Nolan. Esa cosa áspera, cruda y tensa que vimos en Sicario (2015) la encontramos en cómo el director retrata a los Fremen, los humanos nativos por adopción del planeta Arrakis, también llamado Dune y eje de todo el conflicto del film. Acá los Fremen son lo más parecido a las insurgencias de lo que fueron los conflictos de medio oriente en la primera década de nuestro siglo. Combatientes letales y furtivos endurecidos por la vida en un planeta que tiene en sus arenas el recurso más valioso del universo: una droga psicoactiva que expande la mente y permite los viajes en el hiperespacio: La especia Melange. Por la cual dos feudos planetarios, Los Atreides, nuestros protagonistas y los sádicos Harkonnen entrarán en guerra por la administración de su explotación, fogoneados entre las sombras por un imperio central que teme a la casa del duque Leto Atreides, y de poderes religiosos oscuros que vinieron tejiendo un plan hace siglos cuya culminación y propósito apunta al hijo del duque, el joven Paul Atreides, quien tiene visiones y sueños donde junto a la joven Chani se convierte en el mesías prometido de los Fremen y que llevara a la humanidad un nuevo periodo de gloria. La película está estelarizada por nombres de primera línea de la actualidad y entre ellos la actuación protagónica de Timothée Chalamet se destaca por sentirse similar al personaje adolescente de la novela y en pantalla es convincente. Oscar Isaac brinda al Duque Leto Atreides una impronta de autoridad y de héroe trágico hasta su última escena. Josh Brolin encarna un personaje severo que deberíamos volver a ver en la segunda parte y Jason Momoa tiene a su cargo un personaje con bastante carisma y escenas de acción, pero aunque queramos hacer que no nos damos cuenta como en varios de sus papeles, hace de Momoa. El Lado Fremen tiene a un Javier Bardem a la altura de un líder de una casta guerrera y la aparición de Zendaya como Chani por ahora es casi solo anecdótica. Por el lado de los villanos Harkonnen el Baron Vladimir interpretado por Stellan Skarsgård dista del grotesco de su encarnación anterior para ser alguien sádico junto a su sobrino Rabban interpretado por Dave Bautista cuyo papel pareciera ser la síntesis de los dos sobrinos que tiene el Baron pero en un solo personaje. De no ser así es de esperar que para la próxima parte apareciera el otro sobrino, Feyd que en 1984 fue interpretado por el cantante Sting. Una curiosidad del cast es que Charlotte Rampling, quien encarna a la madre superiora de la Orden de las Bene Gesserit, debía encarnar a la madre de Paul en la versión jamás filmada de Jodorowsky. Hans Zimmer vuelve a musicalizar para Villeneuve con un banda sonora inmersiva, épica y solemne, repleta de sonidos árabes y de otras culturas que se conjugan en un tándem efectivo con las imágenes y climas que propone el film. El diseño de producción de esta nueva Dune tiene la solidez, credibilidad y espectacularidad que la versión producida por De Laurentiis (saquemos a Lynch de esto) no logró ni quiso dar. Planos con naves monolíticas y mega ciudadelas amuralladas, dos cosas que Villeneuve dio cuentas de su capacidad para retratarlas en Arrival y Blade Runner 2049, volviéndolo a lograr sumando además escenas con acción bélica, bombardeos y luchas encarnizadas hombre a hombre cuando el conflicto estalla. Los exponentes de la casa Harkonnen acá son seres sádicos, implacables y oscuros con una estética en su diseño como si fueran cenobitas espaciales, muy lejos de la visión grotesca y «pelirroja» del film de 1984. Hay un guiño en este cambio si se tiene en cuenta que en la versión jamás filmada de Jodorowsky, quien fue comisionado por él para diseñar la estética y el planeta de la casa Harkonnen fue nada más ni nada menos que un joven H.R. Giger (y recomendado por el mismísimo Salvador Dali) quien unos años después saltara a la fama por ser el diseñador de Alien, film cuyo guion es de Dan O’Bannon, otro de los colaboradores estrechos de Jodorowsky en el proyecto trunco de filmar Dune. Otra cosa que notoria son esos Ornitópteros que estaban proyectados en ese proyecto trunco buscando ser fiel a las aeronaves usadas en la novela, al fin aparecen en la pantalla y se ven genialmente funcionales, un punto que el fan de la novela va a valorar. Dentro de los cambios que hay en la historia (género de algún personaje o ausencia de otros) y en la manera de contarla, Villeneuve no hace una gran introducción explicativa de los que paso desde el año 6000 hasta 10191 donde se lleva a cabo la historia del film (la novela lo hace, la película de Lynch lo hace y la versión extendida directamente toma párrafos de la novela narrados en off con ilustraciones de fondo). Acá se explica lo suficiente para que el neófito entienda y entre en sinfonía rápidamente con lo que va a comenzar a ver. Lo que para algunos puede ser un punto en contra que atenta a la fidelidad de la obra escrita, cinematográficamente le da más dinamismo para que la historia vaya avanzando, aunque a un ritmo pausado, contemplativo. Cosas que al ojo no educado con otro tipo de cine y domesticado por blockbusters de Hollywood de 2000 para acá no lo va a disfrutar, es mas lo va a sufrir argumentando de manera valida que en sus 2 horas y media solo llega a un punto intermedio de la historia y eso es el punto flojo de la película de Villeneuve, que cubre apenas la mitad de la historia de la versión de 1984 y eso lamentablemente deja un gusto agridulce de decepción y ansiedad por ver la segunda parte lo antes posible, pese a haber visto hasta la fecha la mejor versión de Dune llevada al cine. De eso estén seguros. Para concluir esta reseña y como recomendación y para entender más sobre Dune como fenómeno seminal que derivó en influencia de varias obras que tuvieron mejor suerte y masividad, el documental de 2012 «Jodorowsky Dune» es de visionado cuasi obligatorio. También ayuda ver la Dune de Lynch; sea en la versión que salió en cine o la extendía para TV para poder ir ver la version de Villeneuve y poder sacar conclusiones propias.
La Duna de Villeneuve está un escalón por debajo de películas anteriores como Arrival o Blade Runner 2049, películas que no tienen que soportar el peso de un proyecto tan ambicioso. Pero está a la altura a pesar de todo, sólo resta esperar y ver si la segunda parte potencia todo lo que prometió hasta acá y puede cerrar satisfactoriamente la historia, algo que la adaptación previa no consiguió.
Villeneuve se hace cargo de Dune y recrea una ópera espacial inmensa, en la que podemos ver trazas del adn de Blade Runner 2049 y Arrival.
Tan gigante como su director Un director que se desafía una y otra vez. Con un colchón de excelentes películas tales como Incendies (2010), Prisoners (2013) y Arrival (2016) -por nombrar algunas-, Denis Villeneuve tuvo la posibilidad de realizar la secuela de la mítica Blade Runner (1982) de Ridley Scott. ¡Y qué bien lo hizo! Ahora, siguiendo la línea de la ciencia-ficción, decidió embarcarse en un territorio oscuro que deseaba desde hace tiempo: lleva a la pantalla la majestuosa obra Dune de Frank Herbert. Territorio en el que Jodorowsky no pudo encontrar el rumbo y aquel en que el mismísimo David Lynch (1984) se llevaría una mala recepción de crítica y público por su versión cinematográfica de la novela. La película transcurre casi en su totalidad en el planeta Arrakis, conocido por un vasto desierto que provee de una especia que es de las más valiosas de la galaxia. Cuando la familia Atreides es enviada por el Emperador a administrar esas tierras, se verán involucrados en una serie de traiciones y engaños que no estaban esperando. Para no cometer los errores de sus predecesores, Villeneuve decidió dividir la obra en dos películas (la secuela se espera para 2023). La magnitud de esta historia y el mundo por dar a conocer era casi imposible para una sola entrega. En esta espectacular introducción, no hizo más que dejarnos impacientes por la parte final. La puesta en escena es magnífica, enorme. Hace un tiempo, Denis declaró que desde el rodaje de Incendies ya venía buscando locaciones para llevar a la pantalla grande Dune. Cada fotograma es un suspiro. Cuanto más grande la pantalla, más disfrutable. Y para acrecentar lo monumental, Hans Zimmer compuso una banda sonora que penetra, invade a cualquier espectador, que queda arrojado y perplejo ante este universo tan extraño y gigante que trajo Villeneuve. La trama se siente coherente en toda su extensión, construyendo una mitología e intentando dar a conocer a la audiencia los pormenores de estos planetas y sus habitantes, los conflictos políticos, lo espiritual y lo terrenal. Por momentos parece ser una mezcla de Star Wars y The Lord of the Rings, aunque no deja de gozar de esencia propia, siempre vacilando -inteligentemente- entre lo cerebral y lo más comercial. Del reparto no se podía esperar menos. Cada uno del elenco plagado de estrellas tiene sus momentos, encabezados por un Chalamet y una Ferguson brillantes. Seguramente algunos actores y actrices serán más gravitantes en la segunda y última entrega de Dune. Quizá esto último haya sido un foco de crítica: al ser el inicio de una par de cintas, por momentos se percibe algo introductoria y sin tanta acción como se esperaba. Claro está que el panorama ya está presentado y la segunda cita dentro de dos años se dedicará más a los acontecimientos propiamente dichos. Dune es una de esas películas que recuerdan la poderosa fuerza del séptimo arte. Alejado de producciones pensadas para ver en pantalla chica, Villeneuve vuelve a los cimientos y construye un mundo enorme, que se siente como una declaración de principios: “esto es cine”. Nos embriaga con una complejísima obra de ciencia-ficción que dará que hablar y, por supuesto, esto es solo el principio… Puntaje: 9/10 Por Manuel Otero
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Monumental y solemne, visualmente impactante pero grandilocuente y un tanto hueca, la adaptación de la clásica novela de ciencia ficción tiene como protagonistas a Thimotée Chalamet, Oscar Isaac, Josh Brolin, Jason Momoa y Zendaya. El cine de Denis Villeneuve peca de solemnidad, de grandilocuencia, de una confusión entre profundidad y pomposidad. Sus películas son dispositivos enormes que se reconocen como tales: todo en ellas excede la escala humana. Lo suyo son los grandes misterios universales, eventos de escala masiva en los que se juegan tensiones personales de manera a veces tan imperceptible que hace falta la música de Hans Zimmer para que uno advierta que algo ahí vibra. Lo curioso es que se trata de un director casi ideal para algo como DUNA, una novela que funciona por esos mismos lados. Se trata de construir no un mundo sino un universo entero. Y el canadiense parece llamado para hacer justamente eso. Claro que esa coincidencia mastodóntica no necesariamente genera una buena película. A Villeneuve le falta ligereza, humor, ritmo, chispa. Su DUNA procede de modo elefantiásico, se mueve como uno de esos grandes animales –un hipopótamo, digamos, o un rinoceronte– en un zoológico interminable en el que la gente es otra pieza a la que posicionar dentro del imponente cuadro. Cierta ciencia ficción parece condenada a este destino –especialmente la inspirada en clásicos literarios–, pero está en el talento de los cineastas más vivaces y creativos sacarla de ese ímpetu monumental. No es el caso del director de BLADE RUNNER 2049: el monumento es su elemento constitutivo, su fuerza motora. Más que cineasta, quizás debería haber sido escultor. Esta primera parte de DUNA –el póster no lo dice, la publicidad tampoco, pero la película arranca con un claro «Parte 1»– puede también dividirse, internamente, en otras dos. Una primera mitad dedicada a construir y explicar un mundo complejo, lleno de personajes, rivalidades y curiosos «elementos». Y una segunda en la que el pesado aparato empieza a ponerse en movimiento, transformando ese largo preámbulo en algo así como un extendido primer acto y entendiendo que la película se corta cuando promediamos el segundo, quizás en el momento en el que parece encontrar algún tipo de ritmo interno, de movimiento hacia adelante, como un auto que tarda mucho en arrancar y en llegar a la velocidad buscada. Adaptada de la novela de Frank Herbert de 1965 que tuvo varias frustradas o frustrantes adaptaciones previas, DUNA es más interesante de ser pensada y analizada que, al menos en esta versión, de ser vista más de una vez. Es la historia de Paul Atreides (Timothée Chalamet portando un look similar, cuando calza su apretado uniforme desértico, al de Johnny Depp en EL JOVEN MANOS DE TIJERA), el heredero de la Casa Atreides, el clásico joven que no parece demasiado convencido de tener que hacerse cargo, tarde o temprano, de toda esa gigantografía que lo rodea. Es un tipo de personaje que ya se transformó en un estereotipo del género (no es culpa de Herbert, cuya novela precede a los Luke Skywalker y émulos posteriores) y que Chalamet encarna en su versión más mustia y torturada. Los Atreides han sido designados por el Emperador para hacerse cargo de manejar Arrakis, un desértico planeta que produce un bien muy buscado en el Imperio al que se conoce como «especia» o melange, una suerte de combo entre el petróleo y el LSD, un producto que tiene capacidades tanto alucinógenas como, digamos, productivas. Al Duque Leto Atreides (Oscar Isaac con una bíblica barba), su padre, no le queda otra que aceptar la misión, pero el tipo huele algo a podrido «en Dinamarca«, ya que sabe que los Harkonnen, que controlaron durante décadas el comercio de ese producto, no se quedarán callados y con las manos vacías. Pero más peso para Paul tiene su relación con Lady Jessica (Rebecca Ferguson), su madre, que es miembro de un esotérico grupo de mujeres llamado Bene Gesserit y posee algunos poderes inusuales, uno de ellos bastante parecido a la telepatía. Si bien es una suerte de secta solo compuesta por mujeres, Jessica educó a su hijo varón en algunas de sus artes y Paul parece ser más que receptivo. Dicho de otro modo: es una suerte de elegido («the chosen one») que se ve enfrentado a tener que hacerse cargo de su destino. Y uno sabe que el tipo lo es porque tiene visiones y maneja algunos talentos y reflejos llamativos a la hora de la acción, algo raro viniendo de un chico que tiene cara de preferir estar leyendo cómics tirado en la cama. Y sí, previsiblemente, entre sus visiones aparece una chica que ni él sabe quién es pero que tiene el rostro de Zendaya. Además de su espectacularidad visual y de su evidente cuidado en todos los aspectos técnico/artísticos, lo mejor que se puede decir de la pomposa primera hora de esta película es que Villeneuve y sus guionistas consiguen que se entienda bastante claramente qué está en juego y quiénes son los contrincantes. Por el lado de los Harkonnen, el literal peso pesado es el tal Barón Vladimir (Stellan Skarsgård, que parece hacer una imitación del Marlon Brando de APOCALYPSE NOW interpretando a Jabba the Hut), una mole humana también con sorprendentes talentos, acompañado por un ladero gruñón encarnado por Dave Bautista. Y, last but not least, están los Fremen, que son el «pueblo originario» de Arrakis, siempre castigados y ninguneados por invasores dominantes que vienen a quedarse con sus recursos naturales. Entre ellos, el cheguevaresco Stilgar (Javier Bardem) parece ser de los que pisan fuerte, uno de los que no están dispuestos a seguir poniendo la otra mejilla en el asunto. A partir de un evento fuerte y masivo en escala que sucede promediando el film –hasta ese entonces, salvo por un tenso encuentro de Paul con la líder de la secta de su madre, todo es una larga introducción/exposición–, su segunda mitad disparará de modo más claro (y, convengamos, entretenido) el costado de relato de acción y aventuras que uno, mínimamente, espera en este tipo de películas. Allí habrá huidas, persecuciones, combates y «la especialidad de la casa»: escaparse de esos gusanos gigantescos que avanzan como aspiradoras subterráneas desde lo profundo de las dunas que rodean el planeta más marrón de todos los planetas en la película más marrón de todas las películas desde LAWRENCE DE ARABIA. Quizás, más que atravesar sus tedioso-majestuosas dos horas y media de duración, sea interesante analizar los temas que trabaja DUNA, que cambian según las épocas y que ahora parecen estar enfocados, desde el guión al menos, en establecer más que nada comparaciones entre lo que se vive ahí con las guerras en Medio Oriente ligadas a la explotación de recursos naturales (petróleo, gas, etcétera) y desmadre ambiental de parte de las grandes potencias. Los Atreides, en cierto punto, intentan ser una suerte de mediadores en ese conflicto y hasta hay un recorrido a lo DANZA CON LOBOS que puede adjudicársele al viaje mesiánico del muchacho. Convengamos que se trata de una Casa inusual la de los Atreides, al punto que sus guerreros principales –y mentores del joven, encarnados por Josh Brolin y Jason Momoa– son también poetas, músicos y, caramba, a uno de ellos se le da hasta por hacer las únicas bromas que hay en toda la película. Difícil imaginar que DUNA vaya a convertirse en una franquicia a lo EL SEÑOR DE LOS ANILLOS. Villeneuve no tiene el músculo cinematográfico/narrativo pop de Peter Jackson y el guión no logra transformar algo supuestamente infilmable, como lo era la saga de Tolkien y lo es la de Herbert, en algo narrativamente vivo y activo como lo fue aquella trilogía. Será, más bien, amiga de cierto prestigio que este tipo de adaptaciones lujosas proveen al espectador que espera ver «algo más que una película de aventuras». Pero tengo mis dudas si logrará salir de ese nicho para transformarse en el evento cultural/popular que pretende ser. Odio tener que volver a aquella famosa frase que Borges usó para referirse a EL CIUDADANO, pero es la mejor definición posible para esta película: «Adolece de gigantismo, de pedantería, de tedio.» Se la puede apreciar, admirar, uno puede debatirla en una mesa de amigos, pero difícilmente den ganas de verla varias veces. Es como ese libro gigante y lujoso de fotografías que alguien nos regala, miramos una vez y ponemos en la mesa del living, pero jamás volvemos a abrir.
Arenas movedizas "Frank Herbert escribió en 1965 la novela de ciencia ficción que, además de transformarse en clásico, fue un éxito. Dando lugar, en las décadas siguientes, a una de las sagas literarias más importantes. Los conceptos clásico y éxito se volverían “máxima” a la hora del salto a la pantalla grande. Un claro ejemplo fueron las experiencias malogradas, en el caso de Alejandro Jodorowsky; cuestionada, respecto a la adaptación de David Lynch. Entonces uno supondría que esta nueva adaptación, a cargo de Denis Villeneuve ,saldaría la máxima antes mencionada. Lamentablemente la película se siente cómo vacía, fría. Parece tener corazón, pero éste nunca late." Dune (2021) es el viaje mítico y cargado de emociones de un héroe. Cuenta la historia de Paul Atreides (Timothée Chalamet) un joven brillante y talentoso nacido con un gran destino que trasciende su comprensión; él debe viajar al planeta más peligroso del universo para asegurar el futuro de su familia y su pueblo. Las fuerzas malévolas estallan en un conflicto por el suministro del recurso más valioso que existe (un producto básico capaz de activar el mayor potencial de la humanidad), que se encuentra exclusivamente en ese planeta. Sobrevivirán solo quienes puedan conquistar su miedo. No hay reproches respecto al diseño de producción, vestuario y efectos visuales. Aunque por momentos la dirección de fotografía parezca no estar en la misma sintonía, y debido a esto, las escenas más memorables respecto a batallas o enfrentamientos terminan por enterrarse en oscuros profundos y poco legibles. Por el contrario donde Greig Fraser - director de fotografía- se luce, es en la elección de las diferentes paletas de colores para llenar de identidad los diferentes planetas. El filme cuenta con un elenco de super estrellas, de las que destacan por su interpretación Rebecca Ferguson, como Lady Jessica y Javier Bardem como Stilgar, aunque este último no aparezca demasiado minutos en pantalla. La música compuesta por Hans Zimmer es sin dudas lo mejor, si bien no hay una composición que se vuelva icónica, Zimmer nos introduce de manera brillante en el universo Duna, gracias a gaitas escocesas y melodías arabescas, y si la épica que se narra en algún momento abraza al espectador, esto es gracias a su banda sonora. No caben dudas que Villeneuve lo a puesto todo junto con la gente de Warner, pero la sensación que se tiene pasado los primeros diez minutos y que, ponosamente perduran hasta el final, es una falta de empatía hacia los personajes; no sentimos sus temores, no nos alegramos por sus triunfos, existe dejo de falta de profundidad y escasez de texturas. En definitiva, es como si los personajes fueran inversamente proporcionales a la épica colosal que se nos relata.
Reseña emitida al aire en la radio
Denis Villenueve (Blade Runner 2049 y La llegada) se transformó sin dudas en una referencia en la ciencia ficción moderna. Logró en varios de sus films el equilibrio entre los efectos visuales y contar una historia. Y con Duna volvió a conseguirlo. En principio hay que marcar que la primera decisión correcta fue dividir la historia en dos (¿o tal vez tres películas?). Las novelas de Frank Herbert son tan extensas que resultan complejas de adaptar en la gran pantalla. Tal vez, hasta hubiera funcionado mejor como serie, ya que habría permitido desarrollar mucho más a cada personaje (uno de los puntos que no termina de explotar). La película propone varios cambios de ritmo entre la acción y las escenas de drama tratando de lograr la tensión necesaria. Pero, por momentos, tornan un poco lento el desarrollo. Por otro lado, es visualmente excelente. Vestuarios y escenarios son realmente muy buenos y logran transportarnos al lugar. En momentos quizás nos encontramos con un exceso de grandilocuencia, pero es una forma de mostrar la inmensidad del mundo en el que el director desea relatar la historia. El elenco es otro acierto. Cada personaje encaja a la perfección y cumple su rol. Nadie brilla por demás, pero cada quien acepta e interpreta su personaje. Desde Timothée Chalamet (Paul Atreides) y Oscar Isaac (Leto Atreides) en sus roles de padre e hijo, hasta el carismático Jason Momoa (Duncan Idaho) como protector del joven príncipe cada uno cumple su labor sin fisuras. Por último, es importante destacar que debe ser muy difícil conformar a los fundamentalista de las novelas. Dune es un largometraje, ideado en partes y que busca plasmar algo del mundo narrativo de Herbert. Veremos cómo se completa la historia. El comienzo fue alentador.
A una semana de la gran noche nos encontramos con la octava película camino al Oscar, a esta altura ya puedo confirmar que descarté la posibilidad de ver todas las de documental y animadas. Solo voy a ver las nominadas a mejor película y mejor película internacional. Esta vez es el caso de una peli que cuenta con DIEZ nominaciones a los Oscar, las cuales son: Mejor Película, Mejor Guion Adaptado, Mejor Banda Sonora Original, Mejor Cinematografía, Mejor Diseño de Vestuario, Mejor Diseño de Sonido, Mejor Maquillaje y Peinado, Mejores Efectos Visuales, Mejor Edición y Mejor Diseño de Producción. Dato de color: no es la película con más nominaciones. Demasiadas nominaciones para una película tan lenta. Puedo entender los de vestuario, maquillaje, edición, Diseño de producción. Pero hay algunas nominaciones que están un poco de más. Mejor película ni cerca. Lo de guion adaptado no lo sé, pues no leí el libro original. Escuché por ahí que es dentro de todo una buena adaptación (mejor que la de Lynch en el 84, entendible pues no existían los mismos efectos), de todas maneras, en esas dos horas y media de película no parece suceder mucho, abren muchos caminos para dejar algunos abiertos. La banda sonora no es buena para nada, algo extraño para ser Hans Zimmer quién estuvo a cargo. Muchas veces me parecía que había unos sonidos extraños que no iban con lo que estaba sucediendo, no es como para que gane algún premio. La cinematografía no es mala, pero se queda super corta. El desierto se ve muy terrícola para ser de otro planeta, si están bien logrados las naves y algunos planetas, no parecen ser nuestros. Los efectos se quedan corto también, al ser ciencia ficción esperaba algo más un poco elaborado, como mejores efectos, no me parecieron como para una nominación. Las actuaciones…no están mal, pero demasiado casting para que pase tan poca cosa. A Zendaya me la pusieron como si fuera la principal, y si aparece 20 minutos es demasiado. A Timotheé Chalmet lo he visto hacer mejores papeles, muy desabrido, muy que no le pasaba nada. Momoa apareció lo justo y necesario, no sobresalía, pero si quizás fue lo mejorcito. Isaac me pareció que estuvo bastante bien. Con Rebecca Ferguson tengo sentimientos encontrados, por momentos parecía hacer las cosas bien y a veces era como meh, y después un sin fin de actores de nombre en personajes que si lo hacía otra persona no pasaba nada, entre ellos Brolin y Bautista. Esta fue la primera parte de dos películas. ¿Hacían falta dos? Si en la primera casi que no me contas nada, la segunda me vas a terminar de cerrar todos esos caminos que abriste. Espero que pasen más cosas, hay que esperar dos años para que salga. Hubiese sido mejor que hagan una serie y listo. Su director, Denis Villeneuve, viene sumando muchos créditos en el área de ciencia ficción, pero viene un poco en declive. Fue el encargado de la hermosísima ‘Arrival’ y la última de Blade Runner, que según parece no les gustó a los fans. Por suerte no hay nominación como mejor director, porque la verdad que no me parece. Mi recomendación: Si leíste el libro vas a querer verla, no es horrible, pero no pasa nada.
Duna es un filme grandilocuente, ambicioso, con una producción del más alto nivel, funciona muy bien pero no para todos, es un filme más bien lento, pero está lejos de ser aburrido, es un filme que se toma el tiempo para desarrollar la historia y los personajes. Visualmente es extraordinario, desde el sonido también, es una fiesta cinematográfica de los sentidos de la visión y la audición y vale la pena verlo en la gran pantalla, verlo en menos hace perder parte del impacto, aún así, en pantalla chica o grande sigue siendo un espectáculo cinematográfico . La crítica radial completa en el link.