Luces brillantes de ciudad Ya era tiempo de que el británico Edgar Wright regresase a ese terror y a esa fantasía cruel y sobrenatural que tantas alegrías nos dieron en ocasión de la llamada Trilogía Cornetto o Trilogía de los Tres Sabores Cornetto, chiste interno por la recurrencia en las películas de turno del postre helado del título utilizado como una “cura” para la resaca, hablamos de Muertos de Risa (Shaun of the Dead, 2004), reformulación desde el campo de la comedia absurda, social o cuasi costumbrista de aquellos zombies de George A. Romero y Lucio Fulci en sintonía con lo hecho por Dan O’Bannon en El Regreso de los Muertos Vivos (The Return of the Living Dead, 1985), Arma Fatal (Hot Fuzz, 2007), recordada parodia del terror folklórico inglés de El Hombre de Mimbre (The Wicker Man, 1973), de Robin Hardy, Sangre en la Garra de Satán (The Blood on Satan’s Claw, 1971), opus de Piers Haggard, y Cuando Arden las Brujas (Witchfinder General, 1968), de Michael Reeves, y Bienvenidos al Fin del Mundo (The World’s End, 2013), relectura de la ciencia ficción paranoica de La Invasión de los Usurpadores de Cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1956), de Don Siegel, y su primera remake de 1978, aquella muy interesante de Philip Kaufman, más diversos motivos del John Carpenter de La Cosa (The Thing, 1982) y ¡Sobreviven! (They Live, 1988). El resto de la producción artística del director y guionista asimismo es bastante digna aunque no llega al nivel de sus mejores trabajos, léase Muertos de Risa y Arma Fatal, pensemos que en el variopinto lote en cuestión encontramos tanto nuevas reinterpretaciones de recursos harto probados en el pasado, como su ópera prima Un Puñado de Dedos (A Fistful of Fingers, 1995), parodia cariñosa del spaghetti western y la Trilogía del Dólar de Sergio Leone, Don’t (2007), trailer humorístico falso para Grindhouse (2007) a lo slasher bien frenético, y Baby: El Aprendiz del Crimen (Baby Driver, 2017), homenaje a las heist movies de conductores especializados en fugas, rubro que va desde The Driver (1978), de Walter Hill, hasta Drive (2011), de Nicolas Winding Refn, como rarezas en línea con Scott Pilgrim vs. los ex de la Chica de sus Sueños (Scott Pilgrim vs. the World, 2010), exégesis más o menos explícita/ tácita de los ecosistemas de los videojuegos y los videoclips, y Los Hermanos Spark (The Sparks Brothers, 2021), excelente documental sobre Sparks, mítico dúo norteamericano de synth pop y art rock compuesto por los freaks Ron y Russell Mael. Si bien, como decíamos, la vuelta de Wright al ruedo ficcional, El Misterio de Soho (Last Night in Soho, 2021), constituye un retorno al horror ampuloso de antaño, vale aclarar que la entonación narrativa en esta oportunidad es diametralmente opuesta porque el humor negro y algo sonso de la Trilogía Cornetto desaparece al cien por ciento y por ello lo que tenemos ante nosotros es una relectura seria, pesadillesca y más tradicional del género, especie de mixtura enrevesada aunque bastante armoniosa del J-Horror de fines del Siglo XX y principios del siguiente, pero ahora con muchos fantasmas en simultáneo y todos lookeados y comportándose como muertos vivientes, el giallo del “espantoso mundo de la moda” símil Seis Mujeres para el Asesino (Sei Donne per l’Assassino, 1964), de Mario Bava, y “estudiante femenina en problemas” modelo Suspiria (1977), de Dario Argento, más detalles varios de Rojo Profundo (Profondo Rosso, 1975) e Infierno (Inferno, 1980), ambas también de Argento, y del neogiallo de Peter Strickland y los franceses Hélène Cattet y Bruno Forzani, y finalmente el thriller psicológico depalmiano que no le escapa a los traumas de larga data a lo Peeping Tom (1960), joya de Michael Powell, y Venecia Rojo Shocking (Don’t Look Now, 1973), de Nicolas Roeg. La historia es extremadamente simple: Eloise (Thomasin McKenzie), nieta de la adorable Peggy (esa legendaria Rita Tushingham) e hija de una pobre fémina que se suicidó por locura y a la que continúa viendo reflejada en espejos (Aimee Cassettari), ama la cultura y sobre todo la ropa y música de la década del 60 y viaja desde el interior británico hacia Londres con el anhelo de convertirse en diseñadora de moda, no obstante siente rechazo hacia su compañera universitaria de cuarto, la esnob Jocasta (Synnøve Karlsen), y así se muda a un dormitorio propiedad de la Señora Collins (la querida Diana Rigg) y consigue trabajo atendiendo la barra de un pub mientras inicia un romance con un colega estudiante, el negro John (Michael Ajao), flamante etapa de su vida que a su vez se va cayendo a pedazos debido a sueños/ visiones que experimenta durante las noches en la habitación y que la llevan a asumir otra personalidad, la bella Sandie (Anya Taylor-Joy), una aspirante a cantante en aquellos Swinging Sixties londinenses que termina en un cabaret y prostituyéndose a instancias de su novio y proxeneta, el maquiavélico Jack (Matt Smith), quien encima parece haberla asesinado a cuchillazos por su eterna rebeldía. Indudablemente en El Misterio de Soho, coescrita junto a Krysty Wilson-Cairns, conocida por haber firmado además el guión de 1917 (2019), de Sam Mendes, Wright por un lado sigue la estela de películas recientes acerca del costado caníbal y bastante sadomasoquista de la fama, el mainstream y el ambiente artístico y cultural en general, muy cerca de The Neon Demon (2016), de Nicolas Winding Refn, Starry Eyes (2014), obra de Kevin Kölsch y Dennis Widmyer, y El Cisne Negro (Black Swan, 2010), de Darren Aronofsky, y por el otro lado satiriza en primer plano el apego de la industria audiovisual mundial de nuestros días para con la nostalgia mercantilizada y en segundo lugar toda esa idealización hueca del propio público en relación a tiempos que no vivieron o a los que acceden sólo de manera muy fragmentaria mediante manifestaciones simbólicas o artísticas de tipo museísticas, por ello Eloise descubre que la manipulación y la esclavitud son atemporales y también abarcan a sus adorados 60 de la mano de su alter ego o doppelgänger atribulado, Sandie, planteo que genera una antiromantización interpretativa y una evidente confusión identitaria que sobrepasa la mera referencia a El Extraño Caso del Doctor Jekyll y el Señor Hyde (Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde, 1886), de Robert Louis Stevenson, ya que el personaje de McKenzie incluso malinterpreta la información y confunde a un caballero del presente (el magistral Terence Stamp), quien parece reconocerla cuando se tiñe de rubio para emular a Sandie símil Vértigo (1958), de Alfred Hitchcock, con una encarnación avejentada de Jack cuando en realidad es un policía retirado que pretendió auxiliar en su momento a nuestra joven meretriz. Entre citas al paso a films como Operación Trueno (Thunderball, 1965), de Terence Young, y a las temáticamente semejantes Desayuno en Tiffany’s (Breakfast at Tiffany’s, 1961), de Blake Edwards, Darling (1965), de John Schlesinger, y Sweet Charity (1969), de Bob Fosse, todas odiseas de utopías femeninas destruidas y una erotización que cosifica y en paralelo funciona como un atajo profesional, El Misterio de Soho, otra alusión sutil a una existencia reluciente que esconde peligrosidad y muchas frustraciones vía la zona londinense del título, célebre por su agitada vida nocturna, combina viaje en el tiempo retromaníaco, fantasía melómana macabra y un cuento de hadas para adultos de advertencia sobre este fetichismo nostálgico del montón, tan reduccionista como ingenuo y superficial. El director no sólo extiende el suspenso con sabiduría todo lo que puede en torno a quién es quién en esta dupla protagónica, por supuesto en esencia apuntando a una Eloise que sería Jekyll y una Sandie destinada a convertirse en Hyde, víctima que parece mutar en heroína aunque termina siendo verdugo resentido y algo misándrico, sino que además aprovecha lo que tienen para ofrecer McKenzie, ya vista en Leave No Trace (2018), de Debra Granik, El Rey (The King, 2019), de David Michôd, Jojo Rabbit (2019), de Taika Waititi, Viejos (Old, 2021), de M. Night Shyamalan, y El Poder del Perro (The Power of the Dog, 2021), de Jane Campion, y en especial la magnífica Taylor-Joy, aquella de La Bruja (The Witch: A New-England Folktale, 2015), maravilla de Robert Eggers, Morgan (2016), de Luke Scott, Fragmentado (Split, 2016), de Shyamalan, Purasangres (Thoroughbreds, 2017), de Cory Finley, Secretos Ocultos (Marrowbone, 2017), de Sergio G. Sánchez, y Gambito de Dama (The Queen’s Gambit, 2020), la extraordinaria miniserie de Scott Frank y Allan Scott para Netflix. Más allá del muy buen trabajo en música incidental de Steven Price y en fotografía de Chung Chung-hoon, colaborador asiduo del genial Park Chan-wook, una vez más llama la atención el dinamismo visual y sonoro apabullante de un Wright por suerte aquí bastante más contenido o cauteloso que de costumbre con la idea de imponer un quid de clasicismo paradójicamente iconoclasta y dejar que se luzca la cauta selección musical reglamentaria, destacándose sobre todo lo hecho con temazos como A World Without Love (1964), de Peter and Gordon, Starstruck (1968), de The Kinks, Got My Mind Set on You (1962), de James Ray, Downtown (1964), de Petula Clark, Happy House (1980), de Siouxsie and the Banshees, y la canción que le da el nombre a la película, una no muy conocida de 1968 de Dave Dee, Dozy, Beaky, Mick & Tich que el realizador destina a la secuencia de créditos finales. El Misterio de Soho analiza la corrupción de aquellas “luces brillantes de ciudad” a las que apuntaba Ray Davies en Starstruck con ironía alarmante y da nueva vida a premisas antiquísimas hoy más que nunca inspiradas en la enajenación antiinstitucional y surrealista de la Trilogía de los Departamentos de Roman Polanski, esa de Repulsión (1965), El Bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968) y El Inquilino (Le Locataire, 1976), gran basamento de una fábula de crecimiento individual a los tumbos y de una angustia apenas contenida…
El terror y el glamour se mezclan en El misterio de Soho, la nueva película de Edgar Wright, protagonizada por Thomasin McKenzie, Anya Taylor-Joy, Matt Smith y Diana Rigg. ¿De qué se trata El misterio de Soho? Eloise (Thomasin McKenzie) viaja a Londres para estudiar Diseño de Moda, pero adaptarse a la gran ciudad y su gente no será fácil. Tras dejar la residencia estudiantil y mudarse sola a una habitación, tendrá vívidas visiones de los años ’60, adentrándose en ese pasado junto a Sandy (Anya Taylor-Joy), una glamorosa aspirante a cantante. Con qué te vas a encontrar El misterio de Soho llega a los cines dos años después de su rodaje, en 2019, y también luego del furor mundial de “Gambito de dama”, dato no menor para quienes quedamos encantados con –nuestra- Anya Taylor-Joy y cuya aparición en la película es uno de los puntos atractivos. Pero dejando por un momento de lado a la reina de los churros y el dulce de leche, hablemos de El misterio de Soho, una película distinta, con una identidad muy particular y que difícilmente te deje indiferente: tres características que de por sí le suman puntos. Con el suspenso que la película propone desde su título en español, Wright comienza su relato adentrándonos en un Londres de sueños, música y glamour. Un Londres tan seductor e irresistible como peligrosos son los secretos que esconde. El misterio de Soho es también una historia de sueños rotos, los de Eloise y los de Sandy, que mutan en pesadillas, en historias paralelas del triste camino de la decepción. Es el retrato de dos mujeres que buscan triunfar en una ciudad idealizada, que no tarda en hacerlas chocar de frente con sus puras aspiraciones. Y cuando ni la música consuela, ni la ropa deslumbra lo suficiente, llega el terror, ese que estaba latente desde el comienzo. Un terror psicológico al que Edgar Wright homenajea tanto como a los años ’60, con referencias a películas como “Vértigo” de Alfred Hitchcock, por nombrar una. Los aciertos de El misterio de Soho Junto con presentar una historia original de terror psicológico, género que no se ve tan seguido en la cartelera, uno de los mayores aciertos de El misterio de Soho es su clara identidad. Desde una cuidada selección de vestuario con promesa de hacerse icónico hasta la magnífica banda sonora de una época de ebullición musical. La fotografía también se encarga de mostrar un Londres que fascina y encandila, con sus encantadoras noches, sus luces de neón, sus colores saturados. Un pasado y una cuidad idealizados que no podrían verse de otra forma más que así, tan deslumbrantes como abrumadores. Thomasin McKenzie hace un gran trabajo acompañando la transformación interna del personaje, al igual que Anya Taylor-Joy, fiel a ese halo de misterio que quién sabe cómo hace para aportarle a todas sus interpretaciones. Matt Smith, por su parte, está cómodo como ese seductor en el que quizás no habría que confiar. Mención aparte para Diana Rigg, en un papel que fue su último trabajo en cine. Tanto ella como Margaret Nolan (recordada por su papel en “Goldfinger” con Sean Connery como James Bond), íconos de los ’60, fallecieron en 2020, antes de que la película llegara a estrenarse. En resumen Con una premisa interesante, una impronta visual impactante y un talentoso elenco, El misterio de Soho es una película distinta que te hará salir de la sala cantando Petula Clark, mientras disimulas el temor a mirar un espejo. Sin mayores sobresaltos hasta bastante avanzado el metraje, logra entretener y mantener en vilo. Si unas dosis de terror y sangre no te espantan… ¡súper recomendada! El misterio de Soho (Last Night in Soho) Puntaje: 7.5 / 10 Duración: 116 minutos País: Reino Unido Año: 2021
Edward Wright es un director un poco subvalorado, olvidado a la hora de elegir realizadores favoritos, aún con títulos interesantes como Baby: El aprendiz del crimen, Bienvenidos al fin del mundo, Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños y Muertos de risa, entre otros. A partir del estreno de El misterio de Soho es muy posible que Wright sea tomado en serio y no se quede afuera de las listas que tanto nos gusta hacer. Eloise (Thomasin McKenzie) es una chica de un pueblitoque sueña con triunfar como diseñadora de moda hasta que recibe la confirmación desde Londres de que fue aceptada en un instituto de donde salen todos los diseñadores de esta época. Eloise sueña con ser Audrey Hepburn en Desayuno en Tiffany’s y vive escuchando los discos de los sesenta de su madre, aunque vive con su abuela porque la madre se suicidó hace mucho y tenía serios problemas psiquiátricos. En pocos minutos pasamos de su vida en el pueblo a la agitada e inquietante Londres del SXXI. Pero a Eloise le cuesta la adaptación. Deambula por el instituto, sufre las burlas de sus compañeras que están más en la onda y decide dejar el lugar donde viven quienes van al instituto para conseguir una habitación en una pensión en donde puede estar sola. La paleta de colores que usa Wright en pantalla comienza transformarse, de repente Eloise comienza a vivir una vida paralela en el swinging London de los sesenta y aparece Anya Taylor-Joy como Sandie, que va a ser algo así como un alter ego de una Eloise que durante el día es una apocada pero interesante estudiante de diseño, mientras que por las noches o en sus sueños, es Sandie, una aspirante a estrella de la música que se conecta con el submundo de la noche y que la desvía del mundo del arte y la empieza a explotar sexualmente. La película tiene momentos deslumbrantes, musicales atrapantes, Taylor-Joy le saca provecho a su Sandy para demostrar que ya es una estrella sin discusión. Thomasin Harcourt McKenzie a quien ya vimos en Jo Jo Rabbit sostiene a su Eloise, que fluctúa entre cierta inocencia naif y el temor de haber heredado algo de lo que llevó a su madre al suicidio. La puesta que presta particular atención a la escala de colores, varía a medida de que el relato pasa por distintos géneros, porque si por momentos juega a ser una especie de La la land, también hay un claro homenaje al cine inglés de los ´60, al giallo y a tips de que Brian Clemens (creador de “Los Vengadores”) supo hacer para la televisión. El misterio de Soho es una película sólida con grandes actuaciones como la de Terence Stamp y la última aparición en la pantalla de la gran Diana Riggs, justamente, una de las estrellas de “Los Vengadores” junto a Daniel Patrick Macnee. Una de las buenas propuestas de este 2021 tan errático para el negocio del cine. EL MISTERIO DE SOHO Last Night in Soho. Reino Unido, 2021. Dirección: Edgar Wright. Intérpretes: Anya Taylor-Joy, Thomasin Harcourt McKenzie, Matt Smith, Terence Stamp, Diana Rigg, Rita Tushingham, Michael Ajao y Synnøve Karlsen. Guion: Edgar Wright y Krysty Wilson-Cairns. Fotografía: Chung Chung-hoo. Edición: Paul Machliss. Música y sonido: Stephen Price. Distribuidora: UIP (Universal-Focus). Duración: 118 minutos.
Edgar Wright, director reconocido por films como «Baby driver», «Scott Pilgrim vs the rest of the world» and «Hot Fuzz», nos deleita nuevamente con un film mucho más maduro y consolidado a su esencia artística, demostrando que cada vez está dejando su influencia de manera más rotunda, percibiendo el nombre del director en cada una de las escenas de este largometraje. Si bien habíamos venido de ver su anterior largometraje («Baby driver») con una serie de influencias típicas del director como los juegos de danza (sin llegar a convertirse en musical) acompañado de música acorde al ritmo de la escena y coreografías que se sincronizan con el juego de luces y cámara de manera armónica, además de las escenas con cierto humor de tragicomedia que vienen expresándose desde «Hot Fuzz» que marcan la visión del director, podemos ver en «Last Night in Soho» la madurez narrativa y dramática que, se puede notar, fue el atractivo principal de esta historia. Utilizando los recursos creativos del director ya antes mencionado, realiza una película que se centra en Eloise, una joven inglesa de las afueras de Londres que se dirige a la gran ciudad para estudiar Diseño de indumentaria, adentrándose en la zona de Soho, la zona de la ciudad que podría decirse que «nunca duerme» entre salidas nocturnas entre amigos, pubs y teatros abiertos toda la noche, siendo esto un mundo nuevo para ella. Eloise no se siente cómoda en el universo que la rodea por lo que decide hacerse un espacio personal para ella, alquilando una habitación en esta zona de la ciudad. A partir de aquí empezará a tener una especie de visiones de lo que fue la vida pasada de Sandie, una bailarina de los años 70 que en su afán de ser famosa termina en un bar ganándose la vida y haciendo espectáculos nocturnos para entretener a empresarios y hombres que buscan diversión en las oscuras calles de Soho. En este film, Edgar Wright da un paso mas allá y trata de tocar temas más profundos y fuertes que en sus películas anteriores, como los abusos a los que te puede llevar la vida nocturna y la prostitución como manera de ganarse la vida, cuestiones que pueden llegar a ser sensibles para algunas personas. Sin dejar esto de lado, la película te absorbe de manera tal que te enfocas en la historia a pesar de adentrarse en estos temas. No podemos dejar de lado las actuaciones de los personajes principales, Thomasin McKenzie como Eloise que viene debutando en grandes films como «Jojo Rabbit», Anya Taylor-Joy como Sandie y la actuación de Matt Smith que le da un toque bastante picante a este film, siendo parte de la perturbación de la historia. Coloca todo el peso de su actuación en un personaje bastante convincente, llegando a tener un poco de repulsión por el mismo mientras lo ves en la gran pantalla. Visualmente «Last Night in Soho» es un juego de colores y coreografía de cámara que está bastante cronometrado, como suele ser las películas de Edgar Wright, esta vez añadiendo efectos especiales que podría llegar a ser exagerado, a niveles que son muy evidentes y te pueden sacar un poco de la historia. Para culminar, Edgar Wright se adentró en un film bastante ambicioso para su carrera, ofreciendo una película que puede llegar a ser mencionada durante un largo tiempo en los medios. Además demuestra su madurez como director y la capacidad que tiene de hacer proyectos ambiciosos sin dejar de lado su impronta fílmica.
El thriller de Edgar Wright con Anya Taylor-Joy Edgar Wright mezcla el realismo mágico y la actividad paranormal para crear un thriller psicológico que hace a un lado el típico humor irreverente del cineasta para zambullirse de lleno en la oscuridad de su historia. La heroína es Eloise Turner (Thomasin McKenzie), una joven que deja la casa de su abuelita en el bucólico sur inglés para cumplir su sueño de estudiar diseño de moda en Londres, obsesionada (al punto del fetichismo) con el mítico glamour de los sesentas, la contracultura pop y la vida nocturna. Llega y en minutos es acosada sexualmente por hombres y abusada emocionalmente por mujeres. No soporta una sola noche en el dormitorio universitario y decide mudarse al altillo de una anciana (Diana Rigg, en su último papel), una cápsula del tiempo más acorde a sus gustos. Es aquí que Eloise descubre que al dormir sus sueños la transportan al Soho de los años sesentas, representado como una bacanal interminable de clubes y fiestas, y en particular a la vida de una rubia misteriosa llamada Sandie (Anya Taylor-Joy). Sandie entra al “Café de Paris” con la meta de convertirse en cantante, tan obnubilada por la mitología del showbusiness como Eloise lo está por un pasado que ha consumido en forma de películas y vinilos, y sale de ahí del brazo de Jack (Matt Smith), un depredador que le promete de todo. Sobre Eloise ya pende el fantasma de una madre suicida y la amenaza de un trastorno genético. Ahora se obsesiona con el fantasma de Sandie, estilándose como ella e inspirándose en su imagen (Taylor-Joy encarna perfectamente el canon de sensualidad de los 1960s). Se establece una relación mística entre ambas, reflejándose mutuamente en espejos y hasta intercambiando lugares ocasionalmente. Las hermana la ambición de triunfar y la desilusión por un entorno diseñado para atraerlas y someterlas. Pronto los sueños toman giros - turbios, deprimentes, sangrientos - y sus efectos comienzan a hacer eco en la vida de Eloise, quien entre el insomnio y la paranoia decide investigar quién era Sandie y qué fue de ella. Edgar Wright es un diestro narrador visual. Aprovecha cada corte y cada movimiento con una precisión tan abrupta como experta. Lo que hace al humor de sus comedias aquí genera una atmósfera intimidante y opresiva. Así como Eloise y Sandie son caracterizadas tan efectivamente en sus introducciones (en dos danzas muy distintas), el Soho también construye su propia personalidad: bañado en lluvia e iluminado por neón en el presente pero dominado por el esplendor de las marquesinas doradas en el pasado, ninguna de sus caras parece muy real pero evocan perfectamente las trampas del cinismo y la nostalgia. El guión resulta la parte más endeble de El misterio de Soho (Last Night in Soho, 2021). Co-escrito con Kristy Wilson-Cairns, pierde ritmo hacia el segundo acto. Mientras la línea narrativa de Sandie es de lo más cautivadora - cada escena transforma su historia drásticamente - en el presente las escenas se vuelven repetitivas al involucrar una y otra vez a los mismos personajes de la misma forma y terminando cada una de la misma manera, sin por ello avanzar la trama. El tercer acto repunta sin la fuerza del primero: llega a un final satisfactorio pero a la vez arruina algo de la ambigüedad que volvía tan fascinante al relato.
No tiene mucho en común, pero si vieron Baby Driver saben del gusto por la estilización y la cita del inglés Edgar Wright. Guionista, productor, director posmoderno, que juega aquí a los espejos con el cine negro, el suspenso hitchcockiano y el giallo italiano. Desde una propuesta de horror y diversión que se presenta con gran pirotecnia pero pronto deja ver sus cartuchos quemados. La sofisticación de su envoltorio visual está al servicio de una historia en la que los tiempos se cruzan. Un thriller psicológico, si se quiere, en el que se cruzan las vidas de sus dos mujeres protagonistas. Una chica de pueblo que llega a Londres en busca de sus sueños y con la mochila pesada de una madre que se mató. Su aterrizaje en el campus es algo traumático, y termina en un departamento en Soho, con luz de neón por la ventana. El lugar donde vivió otra mujer, Sandie (Anya Taylor-Joy), cantante de los sesenta cuyos sueños terminaron en pesadillas. Las intérpretes, Taylor-Joy y Thomasin McKenzie, se entregan con mucha gracia al juego del classic horror, en una especie de espiral vinculado a la posibilidad de hacer justicia con el pasado... de otra. Las idas y vueltas en el tiempo hacen juego con los coqueteos de género, y una banda musical (acaso demasiado) atractiva.
La última y esperada película del director británico Edgar Wright fue presentada en el Festival de Sitges y en el Festival Internacional de Venecia y nos sitúa en Londres, adonde la joven Eloise Turner (Thomasin McKenzie) se dirige luego de ser aceptada por la Universidad de la Moda en una de las capitales más importantes y fashionistas del mundo. Criada en el campo por su abuela Peggy (Rita Tushingham) raíz de la pronta muerte de su madre, una tímida Eloise es aceptada para estudiar lo que tanto ama y así convertirse en un afamada Diseñadora de Moda. Al llegar comprueba lo hostil que puede ser la gran ciudad al ser molestada por sus colegas de la residencia, especialmente por su compañera de cuarto, Jocasta (Synnove Karlsen). Por esto decide mudarse sola y consigue un cuarto arriba de la casa de la Sra. Collins (Diana Rigg, en su último rol) una anciana que le pone ciertas pautas. Eloise no sólo ama la moda, también la década del 60' y su música, que aprendió a amar por su abuela y es otra gran protagonista. A partir de la mudanza comienza a soñar con Sandie (Anna Taylor-Joy) una aspirante a cantante en busca de éxito y, como en un misterioso juego de espejos, acompañará a esta joven en su misterioso recorrido. Al principio, Ellie ve el costado divertido, cuando Sandie conoce a Jack (Matt Smith) quien le promete trabajo, pero con el transcurso de los días los sueños se transforman en visiones, todo se tiñe de oscuro y nada es lo que parece ya que Sandie corre peligro. Sumergida en el mundo de Sandie y Jack, Ellie es acosada por un misterioso hombre (Terence Stamp) y a la vez acompañada por su nuevo amigo John (Michael Ajao) el único que parece vislumbrar que está en problemas. Sin más para agregar, porque el guion tiene varias vueltas de tuerca el film tiene muchas cosas positivas: el elenco, sobre todo Taylor-Joy, la música es gloriosa (Cilla Black, Petula Clark, Siouxsie, The Who, The Kinks, Siouxsie and The Banshees) la recreación de época, el diseño de vestuario a cargo de Odile Dicks-Mireaux, y la fotografía de Chung-hoon Chung, excelentes. Pero lo mejor de todo son los efectos visuales y de sonido que se lograron al compaginar ambos mundos. La década del 60' y la actualidad. No todo es bueno, hay acciones que se repiten y eso hace que sobren minutos. El hecho de lograr un buen efecto no significa que haya que repetirlo cinco veces... a eso se le suman algunas cuestiones del guion que no convencen del todo. De todas formas, entretiene.
Anya Taylor-Joy, abusada en El misterio de Soho La actriz de “Gambito de dama” es una aspirante a cantante en una Londres de los '60 de acosos en esta fantasía de horror. ¿Vieron cuando uno está viendo una película, disfrutándola, y de repente parece que le hubieran cambiado el rollo en el proyector? Sí, un viejazo en épocas de cine digital, pero es que lo que sucede en El misterio de Soho, con Anya Taylor-Joy es precisamente eso. Un misterio. El director británico Edgar Wright (Baby: El aprendiz del crimen) comienza engolosinándonos -y engolosinándose él-. Los primeros minutos son de una belleza vintage, sesentista, nostalgiosa y naive. La película parece construida a gusto de los amantes de las películas de Marvel Studios -o aquéllos que entendieron de un saque Loki, por ejemplo-, porque hay saltos en el tiempo constantes. Y no solo eso. Acoso e incomodidad Eloise (Thomasin McKenzie) es una estudiante de moda del interior -del interior de Inglaterra- que llega fascinada a Londres. Ya el taxista le dice cosas incómodas. Su compañera de cuarto de la residencia universitaria le hace bullying, por lo que decide mudarse. El lugar no es precisamente acogedor. Pero como si se tratara de El inquilino, de Roman Polanski, Eloise acepta las reglas: no puede ingresar con hombres, le dice la señora que se lo alquila (el papel póstumo de Diana Rigg, de la serie Los vengadores en los ’60 a Game of Thrones). ¿Ya dije que Eloise tiene una fijación con los años ’60? Porque, desde algún lugar, de alguna manera, se encuentra transportada en el tiempo hacia la Londres de esa época, y se confunde (ella misma, y con eso al espectador que no sigue los cánones de Marvel) con la aspirante a cantante Sandie (Anya Taylor-Joy). Y Sandie no la pasa(ba) bien en su meteórico ascenso. Su representante (Matt Smith) le pedía hacer cosas non sanctas. ¿Ya dije que Ellie tiene cierta inestabilidad emocional? Seguramente embebida como una esponja de lo que le sucedió a su madre, que como ella quería triunfar en el mundo de la moda en Londres y terminó suicidándose. La fantasía, o mejor dicho, la pesadilla, que Eloise comienza a vivir está al principio bien retratada en el aspecto visual. Cuando todo comience a enredarse, el director de fotografía Chung Chung-hoon (que iluminóIt, de Andy Muschietti) se apropiará de la paleta de colores. En el cocktail que incluye la ingenuidad de Eloise, en el que digamos es el presente, con lo más oscuro que, supongamos, ocurriría en el pasado, hay una inestabilidad. Un desequilibrio. Y el problema es que, cuando Wright cambia de registro, y vira hacia el género del horror, no infunde miedo. Es raro. Tanto como que al frente del elenco estén Thomasin McKenzie (la joven de Jojo Rabbit, la veremos pronto en El poder del perro, que irá al Festival de Mar del Plata y luego estrenará Netflix), la cuasi argentina Anya Taylor-Joy y Matt Smith, Felipe, el Duque de Edimburgo en The Crown. Mucho talento un poquito desperdiciado.
Edgar Wright camina por el lado oscuro de la nostalgia Protagonizada por Anya Taylor Joy y Thomasin McKenzie, el film se entrega de lleno a la reconstrucción del swinging London para construir una historia de fantasmas Eloise (Thomasin McKenzie) es una aspirante a diseñadora de modas fascinada con el swinging London. Su cuarto es una suerte de museo personal con carteles de Carnaby Street (la legendaria calle de la moda del Soho donde nació el estilo “mod” y bandas como The Small Faces o The Who compraban su ropa) y una permanente banda sonora de chanteuses icónicas del período como Cilla Black o Petula Clark. El realizador Edgar Wright (Shaun of the Dead) siempre demostró una devoción idéntica a la de su protagonista por la cultura pop del pasado, solo que ésta es la primera vez en que excede la referencia oblicua (una canción retro, una alusión a un film clásico) para entregarse de lleno a la cita y a la reconstrucción de otra era. También es la primera vez que su mundo insistentemente masculino de nerds y losers se disuelve para dejar lugar a una mujer en el protagónico. La película no solo recrea al Soho londinense de los años 60 sino que arma una red de citas de un conjunto de films característicos de la década como Tres rostros para el miedo (Michael Powell, 1960) o Repulsión (Roman Polanski, 1965) y, de modo más general, recupera formas creadas por el giallo (los thrillers italianos capitaneados por Mario Bava y Dario Argento) y los títulos de la legendaria compañía Hammer. En ese pastiche estilístico recala la protagonista, una huérfana que deja la casa de su abuela (interpretada por Rita Tushingham, protagonista de la definitoria The Knack... y cómo lograrlo) y llega al Londres contemporáneo para estudiar diseño de modas. Tras un cruce con una compañera petulante en el moderno dormitorio de la universidad, decide alquilar un cuarto mucho más a su gusto, preservado tal como era hace seis décadas por la estricta señora Collins (Diana Rigg, protagonista de Los Vengadores, que falleció poco después del rodaje y a quien está dedicado el film). En su primera noche en su cuarto anclado en el pasado, Eloise sueña con el viejo Soho: como suele suceder, el pasado está sobresignificado y cada automóvil es icónico y en cada sala de cine se estrena un clásico. En el sueño aparece una joven cantante llamada Sandie (Anya Taylor-Joy), quien aspira a convertirse en la estrella de un club del lugar. Eloise se ve reflejada en Sandie (por una serie de ingeniosos efectos visuales, ambas se alternan en el rol) y en sus deseos de triunfar en la ciudad. En las noches sucesivas, queda claro que no se trata de una ensoñación, sino que Eloise viaja de algún modo inexplicable al pasado, donde se vuelve una testigo de las vicisitudes de la vida de su doble. Sandie, seductora y segura de su talento, empieza una relación con el atractivo Jack (Matt Smith), quien pronto se revela como un matón y ubica a Sandie en un club nocturno donde jamás logra cantar una canción sino que es apenas corista de un show erótico para luego ser forzada a prostituirse. En este punto, lo que parecía una película de iniciación y de fantasía retro se vuelve algo mucho más oscuro y comienza “una de fantasmas”. Eloise, quien tiene la habilidad de ver a los muertos, empieza a ser acosada por los espectros de los viejos clientes de Sandie que quizás la hayan asesinado y todavía se muestran sedientos de sangre. En su juego nostálgico, Wright a la vez glamoriza y desmitifica el pasado. Claramente intenta hipnotizarnos con el modo en que luce, pero no tanto como para que dejemos de notar que existió un lado oscuro. Su película recargada de canciones de celebridades de los 60 muestra la contracara de esas historias de éxito: la de una aspirante a artista reducida a un objeto por los hombres que la rodean. Si bien esta idea es contundente, las herramientas que utiliza para transmitirla no terminan de funcionar. Los componentes de terror son de mediano voltaje y dificilmente seduzcan a alguien interesado en el género. Su historia es a la vez forzada y predecible. Las vueltas de la narración son insólitas incluso para la lógica onírica que puede dominar en este tipo de films y las identidades de quienes rodean a Eloise dejan de ser un misterio bastante antes de que la película las revele. Wright es un realizador talentoso probado en la comedia y la acción. En este ejercicio de estilo que recrea el que parece su cine favorito, su talento brilla en escenas aisladas mucho más que en la totalidad.
Un Swinging London inquietante A pesar de sus excesos, su ritmo frenético y sobreabundancia de referencias, el film consigue una mezcla potente y a la que no le falta personalidad. “Londres puede ser tan agobiante…”, diagnostican varios personajes a lo largo de El misterio de Soho. La propia película puede llegar a serlo. Pero sólo sobre el final, cuando cada nueva secuencia representa una vuelta de tuerca no sólo argumental sino genérica. Film de fantasmas, de asesino serial, giallo all’italiana, terror dark, paráfrasis de Psicosis, cuento cruel a la inglesa, fábula de violación y venganza, regreso al cuento de hadas… y todo eso en los últimos 20 minutos. Coescrita por Edgar Wright y Krysty Wilson-Cairns y dirigida por Wright, Una noche en Soho muta tanto como su protagonista, y lo hace a velocidad turbo. Llegada a Londres con su sueño y su valijita, cuando el agobio urbano se vuelve demasiado para ella, Eloise produce una fantasía: un otro yo al que le sobra todo lo que a ella le falta. De allí en más la heroína se disocia y Una noche en Soho lo hace junto con ella. Hasta que el relato estalla. Como si uno de los espejos en los que la chica se busca a sí misma se partiera en pedazos, y el film se reflejara en ellos. En Argentina, tres de las películas que el británico Edgar Wright (Dorset, 1974) dirigió en su país salieron en tiempos del DVD (Shaun of the Dead, 2004, Hot Fuzz, 2007, y Bienvenidos al fin del mundo, 2013). Lo mismo sucedió con su debut estadounidense de 2010, Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños. Una noche en Soho es la segunda que se estrena aquí en cines, luego de Baby el aprendiz (2017). Su cine funciona como una multiprocesadora. En ella Wright mete todo lo que vio y le encantó (a la hora de la cinefilia es tan voraz como Tarantino), la pone en punto 10 y saca de allí un budín decididamente suculento, que lleva su marca. Los primeros dos actos de El misterio de Soho son algo así como Desayuno con diamantes (poster incluido) + El patito feo (o lo que es lo mismo, Carrie) + una inversión de Cenicienta + Christine, de Stephen King, envuelta en gasas, abullonados y tonos frambuesa. Después viene todo lo catalogado más arriba. Dictamen de MasterChef: el budín de Wright se hace grumos en algunas partes y se apelmaza un poco en otras, pero jamás pierde gusto y personalidad. ¿La historia? Eloise (Thomasin McKenzie compone una heroína de Disney sin caricatura) parte a consumar el sueño que su madre no pudo alcanzar: ser una diseñadora de modas reconocida. Para ello ingresa en la London School Fashion, the top of the top. Allí, armada de su virginidad, sus vestiditos de flores hechos a mano y el recuerdo de su querida abuelita (Rita Tushingham, primera de las tres glorias del cine británico a las que Wright homenajea en vivo), es la presa ideal para las “hermanastras malas” del college, que esnifan, fiestean y se pavonean. Refugiada en sus sueños del Swinging London, como Alicia Eloise ingresa en ellos, hallando a su proyección literal en el espejo: Sandie, rubia ambiciosa y descarada, que vuelve locos a los hombres, y a quien Anya Taylor-Joy -la estrella global más porteña- le regala su mirada triste. Eloise la sigue a todas partes, hace de ella su doble brillante y vive de allí en más una doble vida, la de los soñados 60 y la del duro siglo XXI. Pero los sueños suelen convertirse en pesadillas, y hacia allí se dirige Una noche en Soho a marcha veloz. Cada vez más afiatado en términos estilísticos, Wright usa cada corte de montaje como motor a propulsión. Los colores son saturados, la puesta exuberante, la banda de sonido pasa de la irresistible “Puppet on a String” a mazazos dignos de Stephen King, la reconstrucción del Swinging London es de ensueño, reina el neón, las capas narrativas se suman… y sobre el final, es verdad, tal vez el postre resulte como diez porciones juntas de Balcarce. En tal caso, siempre mejor el exceso que la falta. Ah, además de Tushingham tienen roles claves un siempre inquietante Terence Stamp y, en su último papel, una Diana Rigg perfectamente irreconocible.
En Thunderball / Operación Trueno, cuarta película de Sean Connery en la piel de James Bond, encontramos uno de los chascarrillos más icónicos del mito machirulo del “Agente al Servicio de su Majestad”. Ahí está 007, tanteando al malvado Emilio Largo. El intercambio dialéctico se produce en el contexto de una competencia de puntería. El héroe, extrañado tras efectuar el primer disparo, comenta: “Esta pistola parece estar hecha para una mujer”, a lo que el otro contesta, “Veo, Sr. Bond, que sabe usted de armas”. Pase de la muerte, Connery simplemente empuja el balón hasta la línea de gol: “No, pero sé un poco sobre mujeres”. Y por supuesto, la audiencia corresponde con una carcajada. Porque el intercambio está cargado con ingenio… y porque no se tiene en cuenta al objeto del chiste, la mujer, convertida precisamente en esto, en un objeto; en arma arrojadiza empleada por los hombres. Pero no pasa nada. Como suele decirse, “era otra época”. Y sí, aquello eran los años '60. Solo que sí que pasa, porque en la nueva película del siempre estiloso Edgar Wright, nuestros tiempos conviven con esa ya-no-tan-lejana década. Presente y pasado bailan, se podría decir, al ritmo de Petula Clark Barry Ryan. Pero, evidentemente, la lista de reproducción es mucho más larga. Casi inabarcable. El director y guionista británico, virtuoso de una narración cinematográfica entendida como aparato tan pegadizo como el estribillo de nuestra canción favorita, vuelve a desplegar sus ya conocidas virtudes de maestro del empaque. Las reglas del juego de El misterio de Soho quedan establecidas, como no podía ser de otra manera, con un plano secuencia que quita el hipo. Con una coreografía aparentemente imposible, en la que la cámara traza un travelling circular alrededor de Matt Smith, quien baila, por turnos que se suceden en cuestión de décimas de segundo, con las dos verdaderas protagonistas de esta función: Thomasin McKenzie y Anya Taylor-Joy. La primera, de mirada y voz cándidas, deja atrás su pueblo natal y se dirige a la gran ciudad, a una Londres donde espera convertirse en una afamada diseñadora de moda. La época en la que transcurre la acción es la nuestra; un presente que, a ojos de la chica, no es tan glamoroso ni encantador como la época que ella tiene idealizada: esos míticos '60. Pero, por suerte, o por desgracia, está a punto de descubrir que en la metrópolis los deseos se cumplen… esto sí, a cambio de un precio a menudo inasumible. Intolerable. Estamos en el escenario donde mueren los sueños y nacen las pesadillas. Atravesamos el espejo: Thomasin McKenzie adquiere ahora el carisma intimidador y arrollador de Anya Taylor-Joy. Edgar Wright se adentra en el país de las maravillas, y en el de los horrores. Allí donde el relato fantasioso y el cuento de terror son la perfecta pareja de baile. En la primera transformación, o sea, en el primer viaje en el tiempo, la joven modista se topa con un gigantesco cartel de Thunderball, esa película que de momento tiene su guasa… y que en el futuro ya no tanta. En esto consiste, precisamente, el modus operandi de El misterio de Soho, en captar y contagiarse de dos escenarios en el mismo lugar: una mega-urbe en dos puntos temporales distintos, al principio muy alejados; al final, peligrosamente pegados. La diversión y fascinación de los primeros compases se descubre, al poco rato, como una falsa promesa; como ese viscoso pegamento con el que se atrapa, cual moscas, a las almas más inocentes. Edgar Wright flirtea entonces con mecanismos y golpes de efecto característicos del giallo y el horror gótico. Casas centenarias impregnadas con el olor de los crímenes del pasado, luces de colores que arrojan escalofriantes sombras sobre los rostros filmados, reflejos fantasmagóricos en permanente amenaza de ese jump-scare diseñado para provocar una parada cardíaca. Aunque el mayor susto se lo reserva una revelación con la que no contábamos antes de entrar en la sala de cine: el autor de la desterniallente “trilogía Cornetto”, así como de otros brillantes vehículos de evasión, carga de contenido político su nueva película, la cual está además tomada desde una perspectiva femenina (otra novedad en su filmografía). El texto, escrito a cuatro manos junto a Krysty Wilson-Cairns, adopta gestos y actitudes de popes modernos del cine de género como Jordan Peele, al servirse de los espíritus invocados para arremeter contra los demonios de nuestra sociedad. Los de antes y los de ahora. Estamos, pues, muy cerca de la reinterpretación que Leigh Whannell hizo de El hombre invisible. El terror pasa pues por el miedo a ser la única persona capaz de detectar un mal que los otros han decidido invisibilizar. A ser tildada de “loca” por ver “fantasmas” donde no los hay (cuando en realidad, y por desgracia, sí que están allí). A nivel visual, El misterio de Soho se apoya constantemente en juegos de espejos, en imágenes reflejadas por cristales siempre a punto de resquebrajarse. La dupla Wright & Wilson-Cairns nos habla sobre cómo el proyectarse en temas identitarios puede ser visto por los demás como un signo de debilidad. Como esa brecha por la que alimentar deseos… y convertirlos en retorcidos instrumentos de control y sumisión. Así caen los ángeles; así es cómo -en plena era #MeToo- El misterio de Soho toma la osada decisión de querer indagar en la retórica de “víctimas y verdugos”, porque a lo mejor ahí también hay fisuras. Un gesto de inusitada valentía correspondido, para mayor placer, con una igualmente remarcable demostración de equilibrio. Entre tantas idas y venidas, Edgar Wright conquista el mérito de nunca perder el norte, pues siempre tiene claro cuáles son los auténticos monstruos de esta historia.
En El misterio de Soho el director Edgar Wright (Shawn of the Dead, Baby Driver) desarrolla un apasionado homenaje al viejo cine de suspenso europeo de los años ´60 y muy especialmente a la era del Swingin London. Un fenómeno cultural juvenil que tuvo lugar en Inglaterra durante la segunda mitad de la década de 1960 y que influenció numerosas expresiones artísticas de aquellos días como el cine, la música, la televisión y muy especialmente el mundo de la moda. Modelos como Twiggy y Jean Shrimpton se convirtieron en las caras de ese hedonismo adolescente que inmortalizó las zonas comerciales de Chelsea, Soho y muy especialmente Carnaby Street. El arte pop psicodélico que cobró fuerza durante este ciclo luego tuvo una enorme influencia en el movimiento hippy que surgió años después en los Estados Unidos. Para aquellos espectadores que sientan interés por estos temas el film de Wright es una propuesta de visión obligatoria en la pantalla de cine por la extraordinaria reconstrucción histórica que ofrece sobre ese período. En ese sentido su labor se encuentra a la misma altura de lo que hizo Quentin Tarantino en Érase un vez en Hollywood en lo referido al nivel demencial de detalles que presenta la puesta en escena y ni hablar de la banda de sonido que es brillante. A esta película la podés repasar en el futuro otra vez y vas a encontrar y elementos y guiños hacia el contexto cultural que inevitablemente se escapan durante la primera experiencia. No es un dato menor que Wright además nos regala la última actuación de una figura legendaria del Swinging inglés como fue Diana Rigg, la emblemática protagonista de la serie Los vengadores, un programa que reflejó como pocos el espíritu de ese movimiento juvenil. Su presencia en esta producción no fue una casualidad y se despidió por la puerta grande con una labor estupenda. A diferencia de lo que daban a entender los avances este film no se concentra tanto en el género de horror, sino que elabora una propuesta de misterio que contiene elementos fantásticos. Los fans del giallo italiano podrán detectar con facilidad cierta influencia del cine de Dario Argento, Mario Bava y la primera época de Roman Polanski. Sin embargo, el director no se estanca en la imitación del arte de aquellos realizadores sino que le da una vuelta diferente al tono del relato que resulta muy interesante. Se nota claramente la devoción de Wright por las expresiones artísticas de los ´60 pero lejos de limitarse a romantizar el período también aborda el lado oscuro de esa cultura. La película lidia con el sexismo de la época y la clase de situaciones tóxicas que padecían las mujeres y que la sociedad de ese momento normalizaba. El film de ese modo presenta una reflexión al respecto en los tiempos del Me Too y por consiguiente el espectáculo no se limita únicamente a la celebración nostálgica. En lo referido al reparto una carismática Thomasin McKensie (Old) se roba la película con una gran interpretación donde compone a una digna heredera de Nancy Drew. Anya Taylor Joy por su parte en un rol secundario tuvo la oportunidad de sobresalir con una composición dramática como no lo hizo en sus últimas películas donde se la notaba un poco más apagada. Una debilidad de El misterio de Soho es que la trama resulta más predecible de lo esperado y queda la impresión que en este proyecto el director puso toda su atención en los aspectos visuales. El tema con Edgar Wright es que el guión más flojo de su filmografía (probablemente sea este) sigue siendo superior y más efectivo que la gran mayoría de las propuestas hollywoodenses que se estrenan en estos días. Más allá de reconocerle sus falencias en el argumento, en lo persona la recomiendo y creo que sobresale entre las propuestas destacadas del 2021.
Si hay un director que todo el mundo sabe que es bueno, pero aun no logra calar hondo en el corazón de Hollywood, es Edgar Wright. Todo cinéfilo que se precie conoce (y suponemos que ama) su Trilogía del Cornetto, y sabe el inconveniente que tuvo con Marvel Studios en la previa a Ant-Man. Por cosas así, y porque iba a trabajar con una de las actrices más de moda actuales, es que muchos teníamos El misterio de Soho (nombre original, Last Night in Soho, sin comentarios…) en el radar desde el momento de su anuncio. Veamos qué tal la película una vez vista. La trama gira en torno a Eloise, una entusiasta fanática de la moda, que se muda del campo a Londres para estudiar su sueño. Una vez en el lugar, y viendo lo insoportables que son sus compañeras de cuarto, decide mudarse a una habitación cercana al barrio de Soho. Lo que no sabía Eloise era de los oscuros secretos que se escondían en su nuevo hogar. Antes que nada, les suplicamos que, si no vieron nada de la película, no vean los trailers, porque sobre todo el segundo, es de esos que spoilea todos los giros del film. Y si encima esos giros, no son demasiado sorpresivos, mal vamos. Esta vez vamos a comenzar hablando de lo malo; y es el punto que mencionamos más arriba, el de los giros. En las casi dos horas de metraje, se nos plantean un par de interrogantes sobre determinados personajes; y sus verdaderas identidades. Por desgracia para quienes ya llevan años viendo películas, y, sobre todo, la de fantasmas justicieros, a la hora de que se nos muestre la verdad, muchos van a revolear los ojos al cielo porque estas “verdades” se ven venir desde varios minutos antes que sucedan. Ahora, dicho esto, poco más tenemos para criticar a El misterio de Soho. Porque dentro de lo bueno, podemos mencionar varias cosas, como, por ejemplo, las actuaciones de la dupla principal. Las dos actrices principales, Thomasin McKenzie y Anya Taylor-Joy (quien es más secundaria que protagonista) se cargan la película a sus espaldas sin ningún problema. McKenzie es quien más tiene con qué jugar, ya que su personaje pasa por varias emociones que van desde la felicidad, tristeza, miedo y hasta locura; demostrando que aquella niña que vimos en Jojo´s Rabbit tiene bastante potencial para grandes proyectos a futuro. Mientras que Anya sigue con su paso firme; quizás muchos esperen más de ella en este film, pero eso es culpa de una dudosa campaña de marketing (que incluye los dichosos trailers) que por su actuación. Para ir finalizando, decir también que la dirección de Edgar Wright es uno de los puntos más altos de la película. Si bien en esta ocasión sus cortes abruptos en la edición no están tan presentes, el cómo juega con los reflejos en las partes oníricas, así como también la utilización de las luces de neón, da al film un salto de calidad que muy pocos directores pueden atribuirse en este año. En conclusión, El misterio de Soho es una buena película, pero que no logra superar las expectativas que muchos teníamos para con ella. Con una buena dirección y sólidas actuaciones, son las enormes lagunas de guión lo que le termina bajando puntos a la película. Una lástima.
Es una encantadora película que une la nostalgia del Londres de los años 60 con sus íconos de diversión y creatividad, sus canciones, su cine, sus actores, pero también lentamente sumerge al espectador en el horror más sangriento, que también puede interpretarse como un descenso a los infiernos de la locura, para una de las perturbadas protagonistas. Un armado brillante, lujoso, entretenido, que no da respiro y que se disfruta del principio al fin. Todos los rubros técnicos son magníficos desde el diseño de producción a cargo de Marcus Rowland, la fotografía de Chung-Hoon Chung, el vestuario, la edición. Para el director Edgar Wright el mejor elogio, el escribió el libro con Krysty Wilson-Cairns para darles a Thomasin McKenzie y a Anya Taylor-Joy la mejor manera de lucirse. Una joven de nuestro tiempo que va a Londres a estudiar diseño, entra en una especie de oscuro relato como Alicia a través del espejo y se identifica con una aspirante a cantante en la época que ella adora. Y en ese ir y venir como espectadora y protagonista comienza la excitación y después la pesadilla, la invasión, el terror. Además están tres actores icónicos de los 60, Terence Stamp, Rita Tushingham y Diana Rigg, en su último trabajo, el film fue dedicado a ella. Las vueltas de tuerca de la historia demuestran como la realidad de los hechos le quitan glamour a la nostalgia para darle un tono tan siniestro como el presente. Hay que verla.
Wright nos mete en un policial caleidoscópico. Vuelve el director de Baby Driver con una propuesta que ya es uno de los puntos álgidos de su carrera. ¿De qué va? Eloise, una aspirante a diseñadora de moda, se muda del campo al centro de Londres. Pero la nueva realidad es tan dura que, al descubrir que puede transitar el Soho de los ’60 durante sus sueños, Eloise se pierde en una aventura tan esperanzadora como peligrosa. Eloise (Thomasin McKenzie) mira a través de la ventanilla del tren que la lleva desde Cornwall, un pueblito campestre de Inglaterra, hasta Londres, el epicentro de todo. En este cruce de umbral, Eloise abandona, paulatinamente, las luces cálidas del sol del atardecer para sumergirse en el bochinche de una ciudad que deslumbra, tanto desde sus espectaculares oportunidades hasta sus nefastos obstáculos. Con una idea errónea sobre el triunfo y el lograr desarrollar su propio potencial, Eloise se esconde en vestidos hecho a mano y en canciones de The Kinks, The Walker Brothers y Cilia Black. Nuestra protagonista, corrida y atemporal, no encuentra su lugar en el apabullante Soho, hasta que su sensorialidad y su capacidad de ver más allá de nuestra propia realidad la arrastran, a través de los sueños, hasta una versión algo más antigua del espacio que transita día a día; Eloise es capaz de recorrer y percibir el Soho en los ’60, rodeado de luces de neón, afiches de Thunderball y sombríos clubes en donde los hombres se baboseaban con la intérprete de turno. Como si de su propia versión empoderada y autosuficiente se tratara, Eloise, dentro de sus sueños, se coloca en los zapatos de Sandie (Anya Taylor-Joy), una cantante que busca dar el salto dentro de estos antros de mala muerte. Es así que, al ver cómo Sandie es cortejada por Jack (Matt Smith), el representante con el que inicia un viaje tanto amoroso como profesional, es que Eloise decide perderse entre los espejos de esta nueva realidad, escapándose de las aburridas y sofocantes voces del Londres actual. Pero la historia de Sandie tiene muy pocas luces de esperanza, y Eloise queda atrapada entre dos mundos, en donde el misterio del pasado y su peso en el presente implosionan en un film que Edgar Wright sabe llevar con una madurez exquisita. Asemejándose más al trabajo realizado en Baby Driver que a su hilarante trilogía Cornetto (Shaun of the Dead, Hot Fuzz y At World’s End), Wright nos trae un relato que descansa en la experiencia de su aprendizaje a lo largo de sus años en la industria. Utilizando como base al género policial, Last Night in Soho recorre los pasillos del thriller psicológico, brindándonos puestas llenas de indicios y detalles a tener cuenta. Nada está puesto porque sí, todo es una señal, una puerta a algo más grande. Wright, con su toque distintivo, decide llevarnos a través de dos líneas narrativas, una accionada por Eloise y otra por Sandie, hasta que en el tercer acto ambas líneas se cruzan en una sola, explotando en una clímax que se corre de un espectacular plot twist para brindarnos una poética demostración de transformación de personaje. Es en este lado narrativo que el director y guionista decide pedir ayuda a la coescritora Krysty Wilson-Cairns (1917, Penny Dreadful), una de las mujeres más importantes del filme. Tras convencerla de escribir juntos el guión, Edgar decide confiarle su historia, que mucho tiene de su lado personal, para que Krysty indague en el lado más oscuro del Soho y de aquella década. Es por eso que al transitar el camino de Sandie a través de los ojos de Eloise, que no son más que nuestros propios ojos de espectador, nos encontramos con los horrores patriarcales que sometían al alma más inocente. En dónde vislumbraba una pequeña luz de oportunidad, una sombra negra y sofocante aparecía para marcar su territorio y para apagar cualquier brillo ingenuo. Chung-hoon Chung, director de fotografía de varias de Park chan-Wook y de la primera parte de It, llega al filme para regalarnos un trabajo visual que destaca casi más que cualquier otro aspecto. Desde luces de neón que irrumpen un fondo monocromático a oscuros amenazantes que dejan ver lo justo y lo necesario, Chung se apoya en sus trabajos anteriores para crear una visión tan rica como necesaria para el desarrollo de la historia. Desde lo sonoro, destacar la musicalización de los filmes de Edgar son moneda corriente, y acá no cambia la cosa. De alternar el montaje a través de los diversos bits que se escuchaban en Baby Driver, ahora nos sumergimos en un juego que va desde lo diegético a lo extra diegético. Que Eloise ponga en su tocadiscos Dansette a Petula Clark no es algo al azar, es la puerta a ese mundo de ensueño, en dónde esa música que descansa en discos de pastas suena por todo el Soho caleidoscópico. Last Night in Soho es, posiblemente, uno de los puntos más álgidos de la carrera de Edgar. Con una maestría en la utilización sin exceso del CGI y con un montaje que nos lleva a los recónditos pasillos de una industria de antaño, ver esta película en la pantalla grande no solo trae esperanza, sino que otorga al espectador esa sensación tan linda y reconfortante como ser la de ver los créditos rodar y pensar para uno: “acabo de ver cine”.
Magia en el Soho… y en el cine El director de la trilogía del Cornetto (Shaun of the Dead, Hot Fuzz, The World’s End) regresa a la gran pantalla con una ambiciosa película que podía salir muy bien o muy mal. Sin embargo, Edgar Wright se sale con la suya y demuestra una vez más que entiende sobre cualquier género. Thomasin McKenzie (la joven de Jojo Rabbit) encarna a una chica que recibe una beca para ir a estudiar moda a Londres, razón por la que abandona su pequeño pueblo y viaja sola a la frenética y multifacética ciudad. Allí las cosas no son como las esperaba, pero consigue abstraerse de su actualidad en sus fantasiosos recorridos nocturnos por la mágica y peligrosa década de los ’60 en ese mismo lugar. Wright compone un film repleto de nostalgia que nos recuerda un poco a la reconstrucción de los fines de la década de 1960 de Los Ángeles de Tarantino en Once Upon a Time… in Hollywood, solo que esta vez estamos situados en pleno Londres. La banda sonora, como no se podía esperar otra cosa del cineasta, es totalmente de lujo y nos retrotrae a otra época. Los juegos de luces y sombras funcionan a la perfección, y toda la película parece ser un recorrido de glamour, fantasmas del pasado y maravillas. Un poco como Baby Driver que está casi pensado como video-clip, Last Night in Soho se desliza con naturalidad en su propio mundo a través de fantásticas secuencias y magníficas transiciones que hipnotizan a la audiencia. El reparto cumple con lo esperado. Anya Taylor-Joy y Matt Smith conforman un buen dueto, pero sin dudas quien se lleva todas las flores es la increíble Thomasin McKenzie. Desde el inicio hasta el final se pone la película a los hombros y es convincente en cada escena. Totalmente magnética. Con solo 21 años y algunas buenas cintas en su bolsillo, la actriz comienza a dejar huella y promete un grandioso futuro. El arco del personaje principal está bien construido y ejecutado en todo momento; quizá lo peor de la cinta sea su último acto. Pareciera no tener tanta fuerza como el resto del metraje, pero hay que reconocer que aún así termina siendo satisfactorio y nunca deja de tener sentido. Eso sí, a Wright pareciera importarle más lo maravilloso que lo propiamente real (y qué bien le sale). Por último, las referencias. Se nota que Edgar le gusta ver buen cine, viejo y actual, y en cada propuesta tiene bien en claro lo que quiere. Párrafo aparte a su homenaje a Pulp Fiction de Tarantino (o si nos retrasamos más, a Fellini). Wright contó en una entrevista que fue Quentin quien le propuso la idea del nombre del film y, como son buenos amigos, no sería nada extraño que hayan charlado varias cosas más sobre cómo encarar la cinta. Last Night in Soho es un thriller psicológico de fantasía que no defrauda y, por el contrario, supera las expectativas. Si bien a muchos puede no convencerles algunas cosas propias de la trama, el film resulta un hipnótico viaje en el que Wright demuestra su habilidad para conseguir el ritmo justo en cada escena y salta de una época a la otra con soltura. Nos recuerda que es en la sala de cine donde realmente ocurre la magia. Ideal para los amantes de la buena música. Puntaje: 8,5/10 Por Manuel Otero
Una joven amante de la moda viaja en el tiempo y termina en Londres en la década de 1960. Allí conoce a su gran ídolo, una cantante. Sin embargo, tiene que descubrir que la vida en ese momento en el Soho es diferente de lo que ella esperaba. El misterio de Soho (Last Night in Soho, 2021) es la nueva película de Edgar Wright, director de culto que con media docena de títulos que trabaja los géneros cinematográficos con originalidad y les imprime un ritmo que es su marca de fábrica. Aquí muestra con que naturalidad es capaz de construir narraciones ambiciosas que en sus manos fluyen de manera asombrosa. Acá la trama policial y el cine fantástico van se unen en una reconstrucción del famoso Swinging London, aquel esplendor de moda, música, cine y cultura de la década del sesenta. Eloise (Thomasin McKenzie) es una joven que viaja a Londres en la actualidad para cumplir su sueño, estudiar para ser diseñadora de moda. Su abuela (Rita Tushingham), que vivió en esa ciudad en los sesenta, le pide que se cuide, más aun recordando que la madre de Eloise, se ha suicidado años atrás. Cuando la muchacha llega finalmente a la ciudad, la hostilidad del entorno la hace mudarse sola y rentar una habitación en un edificio en el Soho, administrado por la señora Collins (Diana Rigg). Pero desde la noche inicial Eloise vivirá una experiencia que la conectará con aquella década de Londres que tanta idealiza. Al dormir será testigo y doble de una joven llamada Sandie (Anya Taylor-Joy) que como Eloise, llegó a la ciudad llena de sueños. Pero verá pronto como esos sueños se transformaron en una pesadilla. Todas las noches Eloise soñará con ella pero poco a poco eso afectará su vida y hará que todos duden de su cordura. Con la maestría técnica que ya todos le conocen, Edgar Wright juega visualmente con el tema del doble y la suplantación de identidad. Aprovecha todos los trucos que la cámara le permite con una puesta en escena intensa y veloz, embriagante como la ciudad de Londres. Una mezcla de fascinación y horror, en una película que fluctúa entre el cine policial y el de terror. La protagonista es espectacular como también lo es su contraparte. Y además elenco juega a estar lleno de rostros del cine del Swinging London. Diana Rigg fue nada menos que Emma Peel en Los vengadores, la serie más representativa de esos años. Pero también está Terence Stamp, quien trabajó en Modesty Blaise; Margaret Nolan, famosa chica Bond en Goldfinger y Rita Tushingham recordada por su rol en The Knack… and How to Get It. La música, el vestuario y la reconstrucción de época consigue llevarnos sin problema por aquellos años. También se ven y se reconocen rastros del terror italiano, de Repulsión, de Blow-Out y de Don´t Look Now. Siempre dentro de las reglas del cine de Edgar Wright, a quien las influencias no le impiden hacer un cine personal. Los tiempos que corren tienen sus reglas y acá el director decide jugar su juego dentro de los parámetros actuales. Por eso las protagonistas son mujeres y la historia cuenta un punto de vista olvidado o despreciado de aquellos años. El director consigue darle a todo la ambigüedad necesaria para que la trapa tenga sorpresas y no se quede en la primera lectura. Tal vez, solo tal vez, se trata tan solo de una mujer que se abre paso en un mundo hostil, entre hombres peligrosos y mujeres competitivas, con la enseñanza de un pasado siniestro que la acecha pero que también puede liberarla. Una historia de fantasmas diferente a todas.
Return to the past. Después de la enérgica Baby Driver, estábamos más que ansiosos por ver la incursión de Edgar Wright en el mundillo noir y lisérgico de la Londres de los años 60’; pero partimos del presente, siguiendo a la joven Eloise (Thomasin McKenzie), una aspirante a diseñadora de moda que vive en la campiña inglesa junto a su abuela, y le surge la oportunidad de ir a la universidad en Londres. Una joven algo introvertida que heredó el don de su fallecida madre: percibe la energía de espíritus errantes. Eloise es una fan de los años 60´, su estilo de vida está signado por esta década. Es así que deja la tranquilidad del campo para aventurarse a la gran ciudad, lugar que tiene sus riesgos y que marca un recuerdo trágico en relación a su mamá. Cuando llega al campus universitario, se encuentra que no encaja con el ambiente fiestero y decide mudarse a una habitación en pleno Soho. Un edificio viejo, suspendido en el tiempo, con una dueña muy particular. Un edificio en donde las paredes hablan y la energía se palpa en rincón. Y donde Eloise comenzará a experimentar las tan performáticas visiones heredadas, y se involucrará de lleno con Sandie (Anya Taylor-Joy) una aspirante a cantante, que alquilaba la misma habitación en los años 60´. Lo que comienza siendo un sueño, gradualmente se irá convirtiendo en una pesadilla, poniendo en riesgo la cordura de la protagonista. Wright sabe crear el clima y el climax de la historia. Domina el suspense rodeado de una estética glamorosa, colorida y musical, que deviene en densa y noir; desnudando una realidad que a muchas mujeres le toca atravesar. El neón brillante puede ser tan artificial como las falsas promesas de un abusador. A destacar la actuación magnética de Taylor-Joy, una de las actrices más interesantes en la actualidad. Last Night in Soho decae narrativamente hacia el final, cuando llega la etapa de la resolución, dado que pierde el estado onírico para abrir paso a una dilucidación explícita, que se puede interpretar como misógina o, por el contrario, como el “Frankenstein” de una época próspera y fascinante que esconde en sus entrañas un arraigado sistema patriarcal. A pesar del traspié, vale la pena el viaje.
Las verdaderas novedades en el cine son poco comunes – historias que se repiten, terror que no es terror y así sucesivamente. Pero finalmente llegó el turno de Edgar Wright para traernos, sin dudas, algo verdaderamente nuevo. A Wright lo hemos visto dirigir films bastante recordados por el público como Baby Driver y Muertos de risa, por lo que la expectativa es mucha, y más en el género terror psicológico/thriller. En esta oportunidad nos trae la historia de Eloise (Thomasin McKenzie), una joven que se muda a Londres para comenzar su carrera como diseñadora. El comienzo de esta nueva etapa significa mucho para ella, por la historia de su madre. Sin embargo, llega con mucha ilusión y sueños por cumplir. Todo iba bien hasta que comienza a tener sueños realistas en su nuevo departamento. Esto la lleva a perder el equilibrio entre lo que es real y lo que no, viéndose perjudicado su entorno. La protagonista de estos sueños es Sandie (Anya Taylor- Joy), quien también llegó a la ciudad con el sueño de triunfar como cantante en los años 70′ pero el costo que tuvo que pagar por cumplirlos la llevó a perderse y a ver oscuridad. Ahora, la tarea de Eloise será ver el significado de estas vivencias que tiene con Sandie y así evitar que su cabeza explote de sufrimiento y terror. La actuación de Thomasin es para ponerse de pie. Realmente logró conectar con el personaje de una manera espectacular, tanto que el espectador sufre a cada segundo con ella. Con respecto a Anya, cumplió con su personaje pero creo que no hubo escenas en la que se destaque, y el resto del cast estuvo muy bien pensado. Si hablamos del guión, en ningún momento hay baches ni momentos en los que la historia cae. Wright y Krysty Wilson-Claims han hecho un gran trabajo; el suspenso está siempre presente y esos flashes al género italiano giallo es lo más increíble y maravilloso del film. Además, la fusión de la música, la estética y fotografía fue un gran acierto, logrando el combo perfecto. Cada escena tiene su momento especial, logrando que el espectador esté atento a cada una de ellas. Hacía mucho que no se veía una película de este estilo en cartelera, con un terror/suspenso de verdad y con una historia simple pero que combina todos los elementos de manera correcta. Si bien me quedé con ganas de más (para que sea perfecta hubiera sido un gran acierto sumar algunas historias de ciertos personajes para enriquecer la trama), «Last Night Soho» marcará un precedente del buen cine – de todo lo que hay que hacer, con pocas cosas sin divagar ni llenar espacios con contenido vacío. Para los amantes de Hitchcock y del género, sin dudas deben ir al cine a disfrutarla.
Es innegable la capacidad de Edgar Wright para hacer películas vistosas, en las que sobresale prácticamente todo: el decorado, el vestuario, los movimientos de cámara, las actuaciones, la música, la fotografía. Cada película suya (al menos las últimas) es un derroche de estilo, una demostración de su talento para manejar la técnica y de su facilidad para plasmar en imágenes tanto su cinefilia de género como su melomanía refinada. En El misterio de Soho, su nueva película, el director inglés se luce nuevamente con su pulso narrativo y su buen gusto compositivo, e incursiona en el thriller psicológico con referencias a la década de 1960, con toques de musical retro pop y un despliegue visual que hipnotiza por su belleza y encanto. También es increíble lo bien que la hace actuar a la protagonista, Thomasin McKenzie, y a los actores y a las actrices que la acompañan, como Anya Taylor-Joy, quien entrega una interpretación sólida, y la gran Diana Rigg en su última actuación (la actriz murió el año pasado), en un papel que complejiza la historia y le da sentido a la película. Sin embargo, hay algo que falla en El misterio de Soho, hay algo que hace que la película se desmorone a medida que avanza, en parte debido al reiterado uso del recurso que despierta a la protagonista de la pesadilla que tiene todas las noches, como si la película fuera un interminable entrar y salir de un profundo sueño que acaba con el sonido del despertador. Hasta que nos damos cuenta de que la película decae porque peca de una inocencia desgarradora. El argumento dice algo de esa inocencia. Una joven del interior, de belleza blanca reluciente, llamada Eloise (Thomasin McKenzie), va a la ciudad (Londres de la actualidad) a cumplir su sueño de ser diseñadora de moda y se sorprende de que haya proxenetas que hacen trabajar a jovencitas que llegan sin recursos económicos. Eloise se instala en una de esas pensiones compartidas para estudiantes. Allí conoce a Jocasta (Synnove Karlsen), su compañera de cuarto, quien se va a encargar de tirarle mala onda. Es por esto que Eloise decide alquilar una pieza sola en la casa de una tal Señora Collins (Diana Rigg), quien le exige estrictas condiciones de convivencia. Desde el primer día que llega a Londres, Eloise se lleva una mala impresión, sobre todo de los hombres maduros, ya que el taxista que la lleva le hace un par de comentarios desubicados que la asustan. Wright empieza de a poco a mostrar su intención política. Después de ese primer susto, Eloise empieza a tener misteriosos sueños con una joven rubia llamada Sandie (Anya Taylor-Joy), quien quiere ser cantante y es apadrinada por un tipo que trabaja en un club nocturno, Jack (Matt Smith), quien la enamora y le promete un futuro exitoso. Pero pronto descubrimos que Jack es un fiolo, y lo que le ofrece a Sandie, doble onírico de Eloise, es que trabaje de prostituta. Cuando la película muestra su intención de denuncia y ajusticiamiento, pierde consistencia porque lo hace de una manera simplona, estereotipada y naíf. El director resuelve el problema como si se tratara de una pesadilla biempensante de fórmula, como si necesitara tener la conciencia tranquila con un trabajo políticamente correcto. Lo que queda después de ese ascenso de adrenalina ensoñada que culmina con un giro un tanto rebuscado, y de ese simultáneo descenso de entusiasmo narrativo, es la impresión de que Wright está más preocupado por sacar el carnet de buena persona que por hacer una película honesta y arriesgada.
Sabemos que los sesenta tienen un aire nostálgico único. Una década que cambió al mundo, en muchos sentidos, siempre puede ser un buen punto de partida para bucear en cualquier género cinematográfico. Suponemos que esa fue la idea del original Edgar Wright («Shaun of the dead», «Baby driver», «Hot fuzz»), instalar una historia enigmática en dicha década, fusionando el thriller clásico con el terror sobrenatural. Instalar un escenario colorido y excitante como el de la Inglaterra de fines de los sesenta es una gran pasarela para sus personajes. «Last night in Soho» dijimos entonces, es una cinta honesta, enrevesada y potente sobre una aspirante a diseñadora de modas, Eloise (Thomasin McKenzie) quien desde un escenario rural llega a la gran Londres de esa época, para estudiar en la universidad y llevar adelante su sueño. Es una chica que tiene ciertas percepciones «paranormales» e iniciar una vida tan demandante como la citadina, parece un desafío para su emocionalidad. A poco de instalarse en la gran metrópolis, decidirá mudarse a un cuarto en una vieja casona, para poder dedicarse tranquila a su actividad. Pero más pronto que tarde, sus intuiciones y una serie de sueños, la transportarán a unos cuantos años atrás, en un tiempo donde seguirá la historia de Sandie (Anya Taylor-Joy), aspirante a cantante y posible estrella en ascenso. Eloise se adentrará entonces en una serie de episodios diurnos y nocturnos que la llevarán a ir adentrandose en esa tortuosa trama que parece albergar un incierto final que la apelará en su más profunda intimidad. Sandie posee una personalidad magnética y Eloise seguirá su relación con Jack (Matt Smith) para desentrañar qué sucedió con la sufrida mujer. Claro, no será fácil porque mientras ella vive en esta época, sus viajes psíquicos afectarán a su medio y la pondrán en una compleja situación en su ámbito académico. La historia está muy bien narrada, Taylor-Joy seduce y se transforma en el centro de las miradas. McKenzie hace su aporte bien acompañada por los aportes de Smith, Michael Ajao (en el rol de pseudo novio de Eloise) y el gran Terence Stamp en un papel interesante que desconcertará a la audiencia. Desde los aspectos técnicos, la peli es impecable. Gran recreación de Londres en esa época, una soundtrack inspirado y un trabajo de arte destacadísimo. Wright coquetea con el terror durante gran parte del metraje pero condensa sus mejores armas en el clímax de la historia. La atmósfera de misterio planteada puede parecer contenida pero está bien construida y el metraje es disfrutable en toda su extensión. Realmente debo decir que esta es una producción es de las más sólidas de este 2021 y recomiendo no perdersela. Un nuevo acierto de un director que ahora juega decididamente en las grandes ligas.
Los sueños. Material difícil de estudio e interpretación. Uno de los que se animó a observarlos de cerca y consiguió un mínimo de éxito fue Sigmund Freud. Sin embargo, gracias a las artes, en este caso el cine, es posible ser testigos de ellos, analizarlos y hasta aceptarlos. ‘Last Night in Soho’, la nueva película de Edgar Wright, se anima a desenvolverse en diferentes ámbitos que recurren a fenómenos como lo son los sueños. Y lo hace de una manera espectacular. En esta nueva obra del cineasta inglés, Thomasin McKenzie y Anya Taylor-Joy se manejan en el barrio de Soho del Londres de los años sesenta. Donde los sueños retoman las características de pesadillas, que abandonan lo inconsciente para habitar el mundo real, y convertirse en verdades. Edgar Wright elige Londres como escenario para su nueva aventura. No es casualidad. En los años sesenta, la ciudad del Big Ben era conocida por ser el epicentro de los pubs, el twist, la moda y el rock and roll. Sin embargo, se toma a esta década como un segundo espacio, siendo el Londres actual el universo principal. Pero, hay que recordar, que se trata siempre de una misma ciudad. Es aquí donde se desarrollan todos los hechos del filme. ‘Last Night in Soho’ cuenta la historia de Eloise (McKenzie). Una joven que vive en la parte campestre de la ciudad con su abuela y que tiene el don, al igual que su ya fallecida madre, de ver más allá. Ellie recibe una beca para estudiar moda en la ciudad de Londres, por lo que tendrá que mudarse a la ciudad. Su sueño se convierte realidad. Algo que más tarde volvería a sucederle. Ya que, al llegar allí, se empieza a comportar de una manera extraña. Ella ve cosas. Cuando se muda a lo que será su departamento rentado, empieza a tener sueños y visiones que rozan lo real con Sandie (Taylor-Joy). Una aspirante a cantante, bailarina y actriz, que quiere iniciar su carrera de una buena vez. Para ello, se consigue un reconocido representante de artistas conocido por todos: Jack (Smith). Sin embargo, poco a poco, Sandie se encontrará con el detrás de escenas de la bella cara de Londres en los años sesenta. Se choca con la realidad de su oficio. Nada es lo que parece. El director agarra al Londres de los sesenta con todo lo que conlleva. Su psicodelia, su neón, su glamour y, sobre todo, su música. El soundtrack realmente acompaña. Tanto al contexto como a su personaje principal. Ambos personajes, de McKenzie y de Taylor-Joy se topan inesperadamente con la realidad de lo que quieren ser. Wright mostrará en los primeros minutos escenarios de glamour y de elegancia. Para después volcarse en escenarios cada vez más turbulentos. Thomasin McKenzie interpreta el rol protagonista de una manera perfecta, llevando a cabo una excelente actuación. Sin embargo, es válido mencionar que el trabajo de Anya Taylor-Joy es un robo a mano armada. En el mejor de los sentidos. La joven intérprete se roba la película. Hace del papel de Sandie una figura propia y la encarna como si estuviese hecha específicamente para ella. Ambas actrices se destacan y ayudan a la experiencia total del filme. La historia de ‘Last Night in Soho’ se construye de una manera sublime. Los personajes son fáciles de comprender, caracterizar y de empatizar con ellos. Estos, a la vez, son utilizados como simples marionetas dentro de una trama de asesinato, misterio, glamour y twist, mucho twist. Wright ejecuta a la perfección un relato de terror y suspenso, donde juega con los sueños y lo real. Entregando una obra por momentos surrealista y por momentos nostálgica. Pero que en su totalidad, configura de lo mejor (por no decir lo mejor) del año.
Un viaje fascinante e hipnótico De Edgar Wright, director de Shaun of the Dead (2004), Scott Pilgrim vs. the World (2010) y Baby Driver (2017), llega una de las más logradas películas del año. El misterio de Soho (Last Night in Soho, 2021) abarca varios puntos estéticos diferentes y echa mano de todas las herramientas que dispone con un aplomo tal que realmente es un regocijo, generando la sensación de absoluta conformidad con el hecho de pasar por la sala de cine. La temática en principio podría parecer sencilla y repleta de lugares comunes, pero el disparador es un guante tan bien recogido por Wright que las circunstancias vividas por la protagonista, desde la partida de su casa entre la bucólica y plena de oscuridad hasta la llegada a la gran ciudad, se vuelven inconmensurables y a la vez fantásticamente hipnóticas en su mirada a la alteración psicológica que padece la Eloise interpretada por Thomazin McKenzie. El ida y vuelta entre McKenzie y Anya Tayor-Joy es como un baile al ritmo del muy buen soundtrack, que contribuye a ambientar aún con mejor calidad la década del 60, momento en que la historia en paralelo está anclada. Y aquí es justo mencionar al trabajo en la fotografía de Chung Chung hoon, quien ha participado ejerciendo el mismo rol en películas como Oldboy (2003) y Stoker (2013). La aparición de figuras actorales de peso en los relatos que se entrecruzan y forman parte de toda la dimensión de la historia son un punto de apoyo sostenido y generan un conjunto amplio y luminoso, como los colores y las texturas con las que juega la protagonista. Casi como hace el director con los diferentes géneros que atraviesa el largometraje. Y es ese enfrentamiento con la incomodidad y eso que no se quiere ver, o es necesario ocultar, representado por las sombras que van creciendo anulando la magia y el esplendor de época, lo que genera todavía un mejor espectáculo. Tal vez parezca un análisis muy profundo, pero si le quitáramos toda la parafernalia lingüística a esta opinión queda lo importante y es que se puede ser sorpresivo sin caer en clichés. Se puede armar una visión desde un personaje quebrado y hacerlo con gran trabajo técnico sin perder la búsqueda de la interpretación emocional. Es posible jugar con la estética, el color, la música, los climas en pos del resultado, que es maravilloso y digno de verse en pantalla grande.
AMAGUES DE CINEFILIA Lejos de los ritmos frenéticos de la trilogía del Cornetto y las pinceladas onomatopéyicas de su primer largometraje con presupuesto norteamericano, Edgar Wright persevera en el que probablemente sea el género más discutido cada vez que en una nueva película de terror abundan las paletas de colores propias de este: el giallo. Hoy parecería que el mismo término solo es aplicable para mofarse si lo menciona una voz ajena y se tiende a considerar que la Suspiria de Dario Argento es el paradigma de aquella variación italiana, cuando la discusión más pertinente se daría a partir de preguntarnos cómo puede esa obra ser considerada un giallo, siendo que carece de un elemento indispensable como el factor policial (o criminal o, incluso, detectivesco). No ha faltado quien catalogara a El misterio de Soho como un intento de secuela espiritual de Suspiria –pero a la vez como ejercicio de mera adulación a la nostalgia de los 60s- con solo ver pósters y tráilers, mientras que, por su parte, Wright fue de lleno con los rasgos policiales durante toda la segunda mitad de su más reciente película. No sin recurrir a la manera hitchcockiana de poner en escena la inevitable inoperancia del brazo de la ley en este tipo de relato sobrenatural y haciendo que los enigmas sean resueltos por su protagonista adolescente, quien toma partido cuando la verdad es presentada ante su mirada, pero la comprende por la mitad. Sí, en esta película se representa el abuso de posición dominante del hombre hacia la mujer, específicamente en el mundo de los clubes nocturnos londinenses durante la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, en la actualidad, los hombres son mayormente ajenos a todo y es la mujer la que quiere disminuir el rol de la mujer, ya sea en el ámbito profesional o en tiempos de ocio. Por esto Eloise (Thomasin McKenzie) toma distancia de sus compañeras universitarias, no solo por no encajar con sus gustos ajenos, y así con ella nos conducen hacia un orden del tipo fantástico. Eloise viaja en el tiempo cada noche que duerme en su habitación de soltera, eso es un hecho. Ella estudia diseño de modas y es una aficionada absoluta de todo lo relacionado a los años 60, lo cual nos deja en claro su imitación a la Audrey Hepburn de Muñequita de lujo en la primera escena. En sus visitas al Soho de aquella década ella percibe todo desde la perspectiva de Sandy (Anya Taylor‑Joy), una cantante con la que pronto se fascinará, compartirá sus primeros años de experiencia como tal y conocerá los turbios motivos de su inserción en el rubro. Cuando despierta la primera mañana, Eloise descubre que los registros de que Sandy haya existido realmente son dudosos. Hasta ahí todo podría ser un simple sueño. No obstante, al poco tiempo nota un chupón en su cuello, ubicado en el mismo lugar que Sandy fue besada por Jack (Matt Smith), su manager, la noche que se conocieron. Ahí se entra en un terreno muy conocido, sobradamente referenciado por la saga Pesadilla y la más citada habilidad de Freddy Krueger, con la que matar a sus víctimas en sus sueños equivale a matarlas en vigilia. Son comunes y esperables las referencias bondianas por parte de Edgar Wright. Ya en el primer adelanto se veía el póster de Operación Trueno y se sabía que en El misterio de Soho se presenciaría la última actuación de Diana Rigg, la eterna Tracy de Vincenzo, efímera esposa de James Bond. No se sabía que a Eloise le encantaría el Vesper Martini –el mismo que inventó Ian Fleming en la novela Casino Royale– al probarlo por primera vez. Concretamente, no hay un abuso de nostalgia con la presencia de esos guiños. De hecho, si lo pensamos, alguien que conozca sobre el mundo de 007 puede anticiparse uno de los giros narrativos de este film. Es decir, Anya Taylor-Joy tiene –más o menos- la misma edad que Rigg cuando se estrenó la cuarta Bond interpretada por Sean Connery. Y en el uso del Vesper hay una suerte de inversión de roles entre Sandy y Jack, con respecto a Bond y su primer amor, de quien tomara prestado su nombre para bautizar ese trago. Jack es presentado con el estilo de bon vivant que se le adjudica al espía del servicio secreto británico, pero en las consecuentes citas con Sandy, a Eloise no le cuesta notar que su pareja no es más que un simple proxeneta. De esta manera, Edgar Wright juega con la lectura que se hace de Bond en tiempos de corrección política, sobre todo con el de Connery. Él sabe muy bien que directores como Terence Young y Guy Hamilton hacían que triunfara constantemente en sus conquistas lascivas, aun cuando inicialmente se le negaran. Esto lo contraponían con la presencia de otro personaje –aliado o villano- que trata a las mujeres como mercancía y siempre es limitado por Bond en ese aspecto. Entonces Wright patea un centro a la audiencia más cómoda que se conforma con la interpretación de que todo hombre con esos gustos es una inmundicia viviente (que lo son, los de esta película) o unos inoperantes, como la figura policial de turno. Es un amague atrás del otro, sobre todo de comodidades, más si son cinéfilas. Siguiendo con lo bondiano, la mujer de la barra que mira a Sandy con gesto reprobatorio desde un plano subjetivo es Margaret Nolan: la que Connery nalguea en Goldfinger y la misma que interpretara a la mujer pintada de oro para los créditos iniciales de dicho film. Además el director hace que la relación amorosa principal sea una pareja interracial. John (Michael Ajao) es el único joven que conecta con Eloise, el único que no cree jamás que ella esté delirando. Entramos así al aspecto criminal de Soho, aquello que la traducción local identificó como “misterio” en vez de una “última noche” y donde muchos coincidirán en que es donde residen los vicios del film. Hay carne de cañón, ya sea para verosimilistas -o adictos cazadores de agujeros de guion- o puristas del fantástico como género. Los primeros se quejarán de que en el último tercio hay elementos sin sentido, los segundos de que hay un vale todo con respecto a la otredad que invade el presente desde el pasado. Eloise se salva de ser arrestada después de estar al borde de apuñalar el ojo de una de sus compañeras, la que más se burla de ella. Los cadáveres de las víctimas de Sandy fueron escondidos en los alrededores de la habitación actual de Eloise y ella nunca se percató del aroma putrefacto, pero tampoco nos aclaran si los cuerpos fueron removidos previamente. Nunca nos queda claro hasta qué punto los fantasmas de aquellos hombres pueden dejar su huella en el mundo real. Lo primero se puede explicar con cierta lógica narrativa. Su compañera pudo no haberla acusado de intento de homicidio porque anteriormente le puso drogas a su trago en una salida nocturna y nos pusieron al tanto de sus vicios ocultos. Aun así, este aspecto Wright lo esquiva polémica y –añadimos- deliberadamente. Los otros dos son de interés verosímil y a la vez de discusión sobre puesta en escena del fantástico. La Sandy del presente se incinera en su casa y los únicos cuerpos que sacan las autoridades están vivos (los de Eloise y John), de todo lo demás no se habla. Otra vez, el director decide ser polémico. Ahora bien, los fantasmas, ¿son una forma gratuita de recordarnos que es el primer intento del director de meterse en el terror?; ¿Pecan de exceso, como es común en el mainstream de estos tiempos?… Tal vez sí. Aunque también hay un uso polémico en ellos. Un ejercicio de jugar con los límites morales del público, diremos. Sandy es una víctima, definitivamente. De haber podido progresar en su carrera sin lanzarse a la promiscuidad perversamente impuesta, lo habría hecho, de ser una opción. Ella disfrazó a su verdadera finalidad de lujuria y la convirtió en ritual, pero, en su repetición, recuperó estéticamente lo que comprendió éticamente. De ahí que fuera capaz de drogar e intentar matar a Eloise y John para mantener sus pecados en secreto. En El misterio de Soho hay un crimen por resolver. La ley es incompetente –deliberadamente- en el pasado y –agnósticamente- en el presente, que no entiende lo sobrenatural y muere por un taxi ritualizado que siempre circula cuando no abunda el tránsito. La juventud nostálgica encarnada en Eloise es la única capacitada para hacerlo. Le hace la vista gorda a los favores que le piden los fantasmas, primero porque reclaman venganza (si queremos, la forma perversa de Sexto sentido) y segundo porque ella se ve espejada en Sandy, en todos los sentidos posibles. Eloise es una joven cuya nostalgia no encaja en su presente y necesita convertirla en algo más. Eventualmente reproduce las prendas favoritas de Sandy y, mediante un último espejo, la adopta como nueva madre, la segunda que muere tras intentar quitarse la vida. Hay dos personas que atentan contra la cordura de Eloise, la malcriada que casi muere por su mano y el policía que es atropellado por su intervención. Nunca sabremos si existió una resolución legal sobre esto, ni sobre los hombres que “desaparecieron” según los periódicos locales, pero, bien supimos, fueron apuñalados por Sandy. Ya todo forma parte de un fuera de campo que nos pone en duda si Eloise aprendió a recuperar la ética que Sandy perdió, o si lo que nos mostraron los espejos a lo largo de la película es más mimético de lo que suponemos.
LA NOSTALGIA DE LO NO VIVIDO Edgar Wright es un apasionado del cine, su valor radica en que no hace falta escucharlo en entrevistas, sino que se observa en sus películas. Criado entre blockbusters y películas de terror, los “vhs nasty”, ese cariño y admiración que suelen jugarle una mala pasada a cualquier realizador al querer homenajear por sobre lo que está narrando, pero no es el caso del director inglés. Wright, al igual que Tarantino, corresponde a aquella primera generación de directores que consumen cine de una manera más democrática mediante el vhs. Si los clásicos se nutrieron de la literatura, la generación del 60 y 70 de la televisión y la educación cinematográfica, los 80’s, sumado a lo anterior, permitía alquilar cualquier película, pero no solo de la actualidad, sino la posibilidad de acceder al pasado. Un tiempo, un callejón que se visita en El misterio de Soho. Eloise es una joven amante de los 60 que deja su pueblo para estudiar diseño de moda en Londres, idealizando lo que ha visto en revistas de su abuela, la música, el estilo, se termina topando con una capital donde poco y nada ha quedado de aquella época. Pero tiene la particularidad, digámosle poder o don, de que, al momento de irse a dormir, se traslade a la década de sus sueños encarnando a Sandie, una mujer atrevida, fina, sensual, talentosa, la suma de sus fantasías. Wright aborda la nostalgia, aquella memoria selectiva por el pasado, en alguien que no lo ha vivido, pero ha idealizado al no encajar en un presente que la rechaza como en el caso de sus compañeras. Eloise se siente maravillada, se refugia entre las luces de neón, y las aventuras que experimenta como Sandie. Pero a su vez empezará a vivir su lado negativo, siendo presa de un sueño que noche a noche se torna en pesadilla y que también afecta su realidad. Se encuentran paralelismos con Medianoche en París, pero Soho dialoga más con Había una vez en Hollywood…, no solo compartiendo contexto histórico, sino que además en la mirada de ambos directores sobre un mundo que no vivieron, pero aprendieron de ello mediante el entretenimiento de la tv y el cine. Mientras Tarantino decide reescribir la historia, Wright disfruta, pero también padece lo que en la película se menciona como “visiones del pasado”. Y que al igual que Dorothy en El mago de Oz o Marty McFly: “There’s no place like home”. Un thriller bien desarrollado cuya media hora final se transforma en un gran terror, y con dos muy buenas interpretaciones como es el caso de Thomasin McKenzie y Anya Taylor-Joy. La primera haciendo méritos en un papel que exige bastante, y la segunda que -debo reconocer- que siendo la primera vez que la veo actuar, se justifica el reconocimiento que está teniendo, no solo desde la interpretación, sino de la presencia que transmite. Por su parte Wright aborda un género del que se proclama fan, siendo espectador, riéndose con él como en Muertos de risa, pero en El misterio de Soho se adentra en el mismo, utilizando varios elementos estéticos de Dario Argento y su obra más reconocida: Suspiria. Un director que puede variar de producciones y géneros, pero que lo veremos cercano a protagonistas rechazados, nostálgicos (siendo la música una gran herramienta), pero que en vez de hundirse en un tiempo mejor, asumen el presente así de peligroso y divertido como puede ser.
Edgar Wright el autor que le hace honor al cine que ama Un paseo surrealista dentro de la mente de un irreverente. Edgar Wright es conocido en todo el mundo por mantener un estilo autoral a pesar de haber explorado a lo largo de su filmografía diferentes géneros. El director inglés que saltó a la fama luego de haber dirigido la sitcom británica Spaced (1999-2001) y que posteriormente alcanzó el reconocimiento de la industria con películas, ya de culto, como la Trilogía del Cornetto (Shaun of the Dead 2004, Hot Fuzz 2007 y The World´s End 2013) Scott Pilgrim vs. the World (2010) y su último trabajo con Baby Driver (2017). Todas películas que entre ellas tienen más en común que lo que su género puede decir, hay acción, hay comedia, hay ¡zombies! En fin, de todo un poco. Y todo bien hecho y repitiendo algunas fórmulas que a esta altura ya son una marca distintiva de Wright, la combinación estética, la meticulosidad de la producción, la banda de sonido, el humor y una constante retribución en forma de homenaje o guiños al cine que él vio de chico y que lo hizo ser quién es hoy. Por todo eso, y quizás todavía más, es que Last Night in Soho es una película que se palpa diferente a otras que él ha hecho y se nota que hay una conexión en particular. Pero para analizar eso hay tiempo, primero lo primero… Esta nueva película cuenta la historia de Ellie (Thomasin McKenzie), una joven que vive en un pequeño pueblo a las afueras de Londres, con ganas de ser diseñadora de moda y que gracias a su talento consigue una beca para mudarse a la gran ciudad y asistir a una de las universidades más reconocidas en la materia. Claro que al mudarse de la tranquilidad de la campiña al alboroto constante de la gran ciudad, no todo será color de rosa para ella y ahí es donde encontrará, a priori, una especie de refugio en un departamento en el que al dormir es transportada inmediatamente al pasado y logra ver, y posarse en, la vida de Sandie (Anya Taylor-Joy) una aspirante a cantante que, como ella, hará lo imposible para lograr el éxito. Ellie no sólo encontrará algunas respuestas para su inspiración artística sino que también que quizás los ‘60 en Soho no fue todo color de rosas. O sí, pero de las rosas color sangre. Cómo se mencionó antes, está película escrita y dirigida por Edgar Wright, con la colaboración de Krysty Wilson-Cairns en el guion, parece ser el mismo tipo de historia que fue Once Upon a Time in… Hollywood para Quentin Tarantino. No puntualmente por la trama que se narra, sus personajes, ni mucho menos por la historia per se, pero sí tiene ese dejo de sentimiento que en las películas, cuando se tiene, se percibe, se siente y se palpa de forma instantánea. Esta época de luces de neón que alumbran lo más profundo de la noche, la estética de una época que nunca tendrá parangón, la explosión musical, la irreverencia de una generación revelándose ante lo estipulado.Todas cuestiones que definen a la perfección la personalidad de Wright y que transmite todo su amor por esa época en cada plano que puede y en cada minuto rodado de película. Claro que no sólo tiene guiños u homenajes de tipo estéticos. Él, como autor que es, decidió volcar todos sus gustos cinéfilos para crear un relato que tiene cosas del giallo de Dario Argento, las referencias a Suspiria (1977) son más que claras y el surrealismo y la profundidad del cine David Lynch o Ingmar Bergman. Claro que todo esto, que está plasmado de una forma soberbia, está barnizado por el estilo propio de Wright. Con sus pros y sus contras también. La puesta en escena y su manejo en pos de la historia todo al compás de una banda sonora curada como nunca por él mismo es una belleza estética/narrativa que enamora desde el primer momento hasta el último y que salvo por algunos momentos no se pierde en su propio surrealismo. Lastimosamente esos momentos llegan en forma de sobre explicación y ,sin sacarle el sabor a todo el camino transcurrido previamente, un poco empaña un trabajo de dirección y escritura. Una sobre explicación que se entiende es expuesta para que el film pueda llegar a un público más amplio y general y que no se quede tanta gente afuera. Si bien su tercer acto es algo irregular, es una celebración de lo que Edgar Wright es como director y de cómo se divierte él haciendo lo que hace y que ojalá eso nunca se termine. Uno de los grandes aspectos que ha mantenido en vilo prácticamente al público desde que se anunció fue su elenco, ya que reúne a un binomio de actrices que está en pleno auge y en el foco de todos los medios del mundo como lo son Anya y McKenzie. Ambas la rompen. Lisa y llanamente, las dos muestran un nivel de actuación muy alto y en la que es realmente difícil decir si hay una que esté mejor que la otra. Otra de las estrellas de la película es Matt Smith, que no tiene tanta participación en cine pero sí en series y que está totalmente a la altura de lo que se requiere cambiando incluso su registro de actuación. Quienes lo tengan de Doctor Who no van a poder creer los sentimientos que afloran a medida que la película se desarrolla. Y ellos cómo máximas figuras porque el resto del elenco se ve completado por Michael Ajao, Diana Rigg y Terence Stamp que en sus roles cumplen a la perfección. Last Night in Soho es sin dudas una de las grandes películas de este año. Por su calidad técnica, por los actores y actrices que trabajan en ella, porque es una historia original, y sobre todo porque es una película de autor, al que no lo nublan los grandes estudios y las franquicias. Alguien que se mueve por sus propios caminos y que cuando hay algo que no le cierra, caso Ant-Man, no teme en salir porque sabe que su propio talento le abrirá las puertas de nuevos y fantásticos mundos. En este caso nos abrió la puerta de su concepción de un Soho que tiene todo y así de bien salió. Ya estamos ansiosos de saber donde nos llevará la próxima vez.
Eloise es una joven que ama la moda y decide ir a Londres para estudiar una carrera afín a su pasión. Ella es una persona muy particular que tiene algunos problemas de integración y algunos inconvenientes relacionados a la salud mental. Toda su vida da un giro de 360 grados cuando misteriosamente se adentra en la década del 60 y sigue la vida de Sandy una aspirante a cantante. Nada es lo que parece y una experiencia placentera no tarda en convertirse en una verdadera experiencia de terror. “Last Night in Soho” es una película de terror psicológico dirigida por Edgar Wright estrenada originalmente el 29 de octubre del 2021. Estamos ante una historia fuera de lo común que está plagada de giros argumentales y sorpresas para el espectador. Es un film sumamente entretenido al que no le sobran escenas y que nos hace mantener la concentración en todo momento. La ambientación es espectacular y los vestuarios extraordinarios. Realmente se siente cómo si estuviéramos en la Londres de los años 60. Nos adentramos en el detrás de escena de una mujer que quería triunfar en el mundo del espectáculo y nos encontramos con las dificultades que sufrían esas mujeres en esa época. Eloise, la protagonista de esta historia, es un personaje memorable que destaca entre los demás de la película. Tiene un estilo propio y realmente no le interesa lo que piensen los demás, considero que ese es un elemento invaluable. El único punto negativo es que todos estos hechos fuera de lo común que en muchos casos son terroríficos no tienen un efecto a largo plazo en la mente de la protagonista. Simplemente todo se arregla mágicamente algo que jamás sucedería en la vida real. Se destacan las actuaciones de Thomasin McKenzie (Eloise), Anya Taylor-Joy (Sandy) y Matt Smith (Jack) Actualmente pueden ver “Last Night in Soho” en cines de todo el país.
Reseña emitida al aire en la radio
El Misterio De Soho es una de esas películas que querés volver a ver para disfrutar mejor un montón de detalles visuales y de realización, pocos directores activos hoy en día hacen lo que hace Edgar Wright, en especial con el presupuesto que suele manejar. Y si bien esta es una película muy distinta a lo que nos tiene acostumbrados, no deja ser una propuesta atractiva que puede significar un punto de quiebre en su filmografía.
El Misterio de Soho: gran despliegue visual en un original thriller psicológico ambientado en el Swinging London. La última película de Edgar Wright — Shaun of the Dead (2004), Scott Pilgrim vs. The World (2010), Baby Driver (2017) — es un grandioso palimpsesto de géneros narrativos. Y como todo palimpsesto, las huellas indelebles que se filtran a través de homenajes a iconos de la cultura pop y cinematográfica son enormes. De hecho, ya en filmes anteriores el director y guionista hibridaba la comedia romántica con el terror como en Shaun of the Dead o la comedia con la acción más desaforada como en Pilgrim. ¿A qué mezcla nos enfrentamos en esta nueva historia ambientada en los años ´60? A todo lo que uno pueda imaginarse. Si existe un período cultural en donde los límites de la creatividad, el color y la irreverencia no tenían techo y se fusionaron en un nuevo paradigma, fue el llamado Swinging London; una década que sentó y consolidó las bases de la cultura pop a nivel planetario en contraposición al monocromatismo de solo un par de décadas anteriores, cuando el mundo se despertaba aturdido de la Segunda Guerra Mundial. Por eso, esta nueva apuesta de Edgar Wright hace honor al exceso y al desborde creativo tan presente en el Soho de aquella época, pero también al que pululaba por Picadilly Circus, por los innumerables pubs del centro de Londres, por Carnaby Street y por la infinidad de School of Arts que proliferaron como hongos para algarabía de una generación ávida de nueva emociones. Una emoción que se desparramó como una mancha de aceite a toda la isla y desde allí al mundo entero. Claro que todo cambio puede producir un agobio extremo, como le sugiere Peggy Turner, la abuela de Eloise, nuestra heroína, cuando decide cambiar la atmósfera bucólica de una vida campestre por la explosiva experiencia en los callejones del Soho londinense. Tiene dos motivos para hacerlo: estudiar en la London School Fashion para convertirse en una afamada diseñadora de moda, y para escapar de las visiones fantasmales de su madre que se suicidó cuando ella solo contaba con siete años de edad. Por eso la advertencia de su abuela. Si adentrarse en ese mundo tan radical puede resultar un gran desafío por su manera de ser — más acorde con los preceptos conservadores de los ´50 — su capacidad de ver fantasmas y espíritus puede proporcionarle una dosis extra de sensaciones extremas. Y allí va la frágil Eloise, con su atuendo confeccionado por ella misma, con su aire inocente e ingenuo en un claro homenaje a la Alicia de “A Través del Espejo”, de Lewis Carrol, a “La Cenicienta”, con sus malvadas hermanastras que aparecerán como las futuras compañeras de estudio y, por qué no, también a la desvalida “Carrie”, de Stephen King, que parece salir de los escenarios de la película de Brian de Palma y aterrizar en la habitación — sangre y vestido vaporoso mediante — de un hotel sórdido y lleno de fantasmas. Palimpsesto en estado puro. Si bien Eloise deja atrás al fantasma de su madre, en el Soho hace contacto con otro mucho más inquietante: la rubia y sugestiva Sandy, un claro homenaje a la cantante Sandy Shaw que está presente con su tema más conocido: “Puppet On a String”. A partir de este momento, en un increíble juego de espejos — mérito absoluto de un trabajo de montaje y edición impecables — , su vida se desdoblará y vivirá una serie de eventos que pondrán a prueba su salud mental. De día será la tímida y afanosa Eloise en tiempo presente; de noche, la sugerente y voluptuosa Sandy en los tiempos de la psicodelia. Un personaje — imaginario o no — que la involucra de lleno en su vida pasada, esto es, en su ascenso como cantante, en la relación con su representante que, luego de vanas promesas la explota artística y sexualmente, con su agobio — el mismo que siente Eloise al verla, dentro de sus visiones cuasi oníricas — y cómo se va desintegrando como persona en el lado más oscuro y siniestro de una década percibida con el brillo de las luces de neón y la felicidad como factor omnipresente. A partir de la mitad de la película, Edgar Wright nos conducirá como si estuviésemos a bordo de un Ford Thunderbird — auto icono del James Bond de 1965, el de Thunderball, cuya marquesina aparece en varias secuencias de la película, junto al póster de Desayuno en Tiffany´s — a toda velocidad y sin frenos hacia un final a toda orquesta. Eloise se convierte en Sandy; Sandy revive su vida a través de Eloise, y tras varias vueltas de tuerca que se desatan furiosamente en los últimos 15 minutos, un despliegue visual con los colores chillones del giallo italiano, la violencia del slasher de los ´70 y el terror psicológico de un Roman Polanski y su obra más estudiada como Repulsión (1965) — el detalle de brazos y manos que salen de las paredes es fundamental — , nos abruma y nos desubica en tiempo y espacio. A algunos les parecerá excesivo; a otros les parecerá maravilloso. Para que todo este desborde de imaginería visual funcione tiene que haber intérpretes que lo puedan llevar a cabo. Thomasin McKenzie como Eloise es una de ellas. Una actriz que con solo 21 años posee una capacidad y un talento que desborda empatía con solo un par de gestos que realice a cámara. Del otro lado, la inigualable Anya Taylor-Joy — más argentina que el dulce de leche, de hecho hizo la secundaria en el Northlands School, de Olivos, en Buenos Aires — que posee ese aire entre enigmático y provocativo que utilizó muy bien en su opera prima — La Bruja, de Robert Eggers (2015) — y en la premiada miniserie Gambito de Dama, de Scott Frank. Aquí no solo actúa sino que baila y canta en aquellas escenas en que el film se transforma en un colorido musical. Por esas cosas del destino, ambas trabajaron en películas de otro maestro del suspenso psicológico: Night Shyamalan. McKenzie en Viejos (2021) y Taylor-Joy en Fragmentado (2016) y Glass (2019). Por otro lado, y para completar un trío de actrices inigualables, tenemos al símbolo por excelencia de esa época tan maravillosa: la increíble Diana Rigg — una de las actrices que acompañó a Patrick Macnee en Los Vengadores, miniserie televisiva de los años ´60, bajo el nombre ficticio de Emma Peel — que tiene un papel clave en el desarrollo de la trama. Para resumir, algo difícil de llevar a la práctica luego de tanta información y metalenguaje, Misterio en el Soho — título sugerido al director por Quentin Tarantino, otro de los insaciables depredadores de géneros y estilos — es una experiencia para los cinéfilos de los años dorados de la cultura pop, algo parecido a lo que hizo Steven Spielberg con Ready Player One con los ´80. Pero lejos de la inocencia y añoranza que nos brindó el Rey Midas de Hollywood, aquí nos encontramos con la misma inocencia y añoranza de los ´60 pero teñido con el rojo sangre que brota como el manantial de El Resplandor, de Stanley Kubrick o de cualquier film de Darío Argento o Mario Bava. En resumen. y ahora sí, un deleite para los sentidos.
Un asesinato en el pasado dispara un misterio en el futuro, y viceversa. La originalísima “Misterio en el Soho” mezcla dos líneas de tiempo situadas en el barrio de Soho (Londres). Su responsable es Edgar Wright, dueño de una importante fanbase de cinéfilos que resguarda el buen gusto por el cine de autor. Y allí está Wright, un esteta consabido, llevando a cabo su explícito homenaje al cine giallo. Su sobrenatural mezcla de estilos, pericia técnica mediante, resulta una aventura emocionalmente envolvente. Ambiciosa y no despojada de irregularidades, su arrojo resulta un acto celebratorio, en tiempos donde la degradación del cine genérico prolifera en la cartelera. Dueño de un sello visualmente arrollador, el cineasta realiza un manejo de cámaras que juega con las perspectivas del personaje y del propio espectador. Por momentos, su instinto recuerda al del mejor Roman Polanski en “Repulsión” (1965), en otros al Brian De Palma de “Vestida para Matar” (1982). Sedientos de sangre, buscamos rastros del inmortal Dario Argento y su “Phenomena” (1985). Deslumbrante, nos invade la elegancia de una puesta en escena onírica. Mérito del director de “Baby Driver”, alabado musical encubierto en violento cine negro, pareciera ser la especialidad de la casa el hecho de tergiversar los límites del género abordado. En “Misterio en el Soho”, un flow de imágenes pergeña un viaje en el tiempo. Escindida la realidad, es la sensualidad y nostalgia de los años ’60 la forma elegida que acaba por comprarnos. Una vez que caímos en la trampa, vira el argumento al truculento terror. La mezcla de color y movimiento consigue pasajes francamente evocativos. Poderoso mecanismo mediante, este ejercicio de thriller examina las claves de su intriga con dispar suerte, no obstante el recurso meta narrativo ensaya una próxima vuelta de tuerca. Perverso y deslumbrante tour de forcé por la calle más oscura, bajo notorias influencias que no ocultan su lado lyncheano, puede esta radiografía psicológica sobre una extraña inserta en la gran ciudad reflexionar acerca de la sensación de ajenidad con notable ambigüedad. Realismo mágico, una suculenta dosis de fantasmagoría y una firme creencia en lo paranormal conforman el menú de este portentoso laboratorio visual.
Nadie dijo que perseguir sueños propios, y más en el mundo de la moda, fuera algo sencillo. Eloise, o Ellie, como le dice su abuela, decide apostar e ir por más. Lo que no sabía era que el viaje la iba a estar esperando con más de un obstáculo por sortear.
Alguna vez, en el remoto pasado, Edgar Wright fue un hábil parodista. Después se convirtió en autor de culto (cool) e hizo “Baby, el aprendiz del crimen”, un film donde tomaba el género criminal-chorros-conductor de ladrones y lo convertía en un objeto pop mayúsculo. Divertidísimo. Intenso hacia el final, cuando lo trágico del melodrama negro se hacía presente. La misma operación realiza con “El misterio de Soho”, solo que con el drama sobrenatural con ribetes oníricos. Pero algo falla: la abundancia de estilo, de vueltas de tuerca sexys, de canciones para corear, del rostro de Taylor-Joy, parecen indicar que nada tiene que importarnos demasiado. El factor humano se disuelve en esa última media hora de truculencias varias. Es una pena, porque el material no es del todo malo y por momentos Wright parece preocuparse por lo que narra.
Critica emitida en radio. Escuchar en link.
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Si algo no puede achacarsele a Edgar Wright es de no ser creativo. Desde aquella locura de zombies como lo fue "Shaun of the Dead" hasta esa comedia de videojuegos titulada "Scott Pilgrim vs...", la inventiva del director británico ha sido puesta de manifiesto. Coherente con su historial, lo realizado en "Last Night in Soho" representa una nueva búsqueda con remarcada ambición, logrando un despliegue visual por momentos impresionante. Ahora bien, no alcanza solamente con la marca de autor para lograr una película sólida en todos sus aspectos. El guión manda y cuando no está bien ejecutado, se nota demasiado. ¿Es acaso la amalgama de géneros la que falla en este film? O es el hecho de haber querido aportar cierto giro de guión efectista, lo que hiere tanto a la obra. • Para centrarnos en la historia hay que viajar hacia Gran Bretaña, más precisamente a Londres, lugar al que acaba de mudarse Eloise para comenzar sus estudios en Diseño de Indumentaria. Eloise es una joven muy particular, de cultura rural, enamorada del brillo y las figuras de la década del 60. La decepción con la Londres actual será tal, que huirá en su mente casi 60 años antes, a vivir una vida tan idealizada como peligrosa. En este juego de idas y vueltas temporales, de despliegue onírico y fastuoso es donde Wright encuentra sus mejores momentos, apoyados en el valor artístico tanto de su producción como de su protagonista (Mackenzie). De forma temprana, la película se vuelve estimulante, casi adictiva. Preguntas y misterios rodeados de ilusiones, deseos y decepciones. Pero lamentablemente, a medida que avanza la obra y se requiere de un guión capaz de ofrecer respuestas y resoluciones es cuando esa magia empieza a perderse. La inclusión forzada de cierto impacto termina desembocando en un un thriller mal llevado y previsible que culmina de tropiezo en tropiezo. • "Last Night in Soho" se vuelve un cúmulo de obsesiones tan rico como por momentos infantil. Una obra de claroscuros, tan disfrutable como decepcionante.
La nueva película de suspenso del director de «Baby Driver» se centra en una joven diseñadora de modas que se transporta a los ’60 y es testigo de extrañas situaciones que pueden o no ser reales. Con Thomasin McKenzie, Anya Taylor-Joy, Terence Stamp, Matt Smith y Diana Rigg. La nostalgia suele ser tramposa. Con el correr del tiempo, el pasado queda fijado en ciertos significantes –modas, objetos, películas, canciones, fotografías– que nunca reflejan la complejidad de la época que evocan. No fui testigo de los ’60 pero sí de los ’80, una época que vive hace tiempo una similar recuperación retro, y todos los que la atravesamos sabemos que fue mucho más complicada que una película de John Hughes, un disco de Madonna o alguna olvidada moda de corta vida. Y Edgar Wright –que tampoco fue testigo directo de los Swinging Sixties londinenses– pero los estudió al dedillo, asegura que su película EL MISTERIO DE SOHO tenía como uno de sus objetivos desmontar parte de esa imagen pop, efervescente y encantadora para mostrar el lado oscuro de esa época en una ciudad que tiene historias más densas para contar. Los complicados desafíos de LAST NIGHT IN SOHO pasan por los problemas con los que se enfrenta el director de SCOTT PILGRIM… a la hora de poder, a la vez, celebrar el estilo de una época y demolerlo para presentarlo como falso, como pura cáscara de una realidad mucho más perturbadora, violenta, sexista y cruel. No, claro que su película no es un documental y ni siquiera intenta ser realista –es, en su curiosa y estilizada manera, una de terror–, pero el eje que lleva adelante la historia tiene que ver con esa doble mirada a esos años ’60, una que los muestra en todo su colorido esplendor pero a la vez los intenta demoler desde sus raíces. Y el experimento funciona, de a ratos, pero de a poco empieza a perder el rumbo, como si el propio Wright no supiera bien cómo salir del enredo en el que se metió. Siendo un director que, como su amigo Quentin Tarantino, operan desde la cinefilia y la cita, todo o casi todo lo que verán en EL MISTERIO DE SOHO está rodeado de algún paralelismo u homenaje. El más evidente y lógico es el musical (ver link a la banda sonora al final de la crítica), que es un maravilloso pastiche que apuesta más al pop adulto de la época que al naciente rock británico representado aquí fundamentalmente por The Kinks y The Who. Canciones pop de la época interpretadas por Cilla Black, Petula Clark, Barry Ryan, Dusty Springfield o Sandy Shaw –muchas de ellas escritas por Burt Bacharach y Hal David– dan una mejor idea del estilo retro que busca Wright aquí. Pero también está el homenaje cinéfilo, que es amplísimo. Por un lado, desde los roles fundamentales que tienen en el film leyendas del cine inglés como Terence Stamp y la recientemente fallecida Diana Rigg, todo un ícono de entonces gracias a su rol en la serie LOS VENGADORES. Y, por el otro lado, por las citas específicas. De hecho, el propio director hasta se dedicó a publicar una lista de películas (ver aquí) que lo influenciaron a la hora de hacer la suya y que, además, recomienda ver para los que quieran continuar explorando el cine británico de los ’60. De todos modos, esa no es la única referencia presente en el film, que también bebe del giallo italiano y de exponentes del cine de suspenso hollywoodense. La trama arranca en el presente y su protagonista es la muy inocente y tímida Eloise (Thomasin McKenzie, brillante en SIN RASTRO), una chica de Cornwall, del «interior campesino» inglés, que quiere ser diseñadora de moda y está, además, obsesionada con los años ’60, tanto en lo musical como en lo que respecta al vestuario. Pero la chica jamás pisó Londres y cuando le llega la noticia de que fue aceptada en la prestigiosa Royal College of Fashion parte hacia allí ilusionada con que encontrará un lugar parecido al que existe en su imaginación. Tiene, sí, un par de advertencias. Está su abuela (la célebre veterana Rita Tushingham) que le dice, en plan «fijate que no te pongan nada raro en la bebida en el bar«, que tenga cuidado porque la ciudad tiene sus peligros y «puede ser demasiado». Y, a la vez, una historia familiar de enfermedades mentales que acabaron con la vida de su madre y que parecen circular también en la de ella. Nada al llegar a Londres es como Eloise lo soñó. Los taxistas son acosadores, las nuevas compañeras son insoportables y crueles (especialmente con ella, toda modosita y reservada) y no se siente a gusto en el lugar. Para escapar de eso decide mudarse a un cuarto dentro de un caserón en el barrio de Fitzrovia que ahora está gentrificado pero que en los ’60 solía ser bastante denso. Y es en ese cuarto, durmiendo a la noche, que empieza a tener muy realistas sueños que la transportan directamente al Soho (el de Londres, no confundir con el de Manhattan) de 1965. Y en ellos se ve transformada –más bien, espejada, ya que no se convierte en el otro personaje sino que la observa siempre desde afuera, como si fuera testigo de una película pero a la vez parte de ella– en una tal Sandie (Anya Taylor-Joy), una bella, carismática y seductora chica que sueña con cantar en los clubes más famosos de la ciudad. Pero de a poco, en sus muy creíbles viajes nocturnos (el pasado ocupa mucho más tiempo que el más opaco presente, que Wright muestra casi con desgano), Eloise empieza a darse cuenta que no todo es tan pop ni tan swinging en la vida de Sandie, en el mundo que la rodea y la gente con la que se mezcla, en especial su manager Jack (Matt Smith). Y que esos idealizados años ’60 esconden, entre otras cosas, un profundo «bolsón» de machismo, abusos y maltrato a las mujeres que no siempre fue recordado en las biografías de la época, al menos hasta estos últimos años de revisionismo. Y, de algún modo, esos hechos de los ’60 empiezan no solo a rebotar en la actualidad sino a transformar a la propia protagonista. El problema de EL MISTERIO DE SOHO, algo que suele sucederle a menudo a Wright, es que es muy buena en lo que respecta a la construcción del mundo que habitan los personajes pero luego no logra salir de esa perfectamente decorada cáscara. Los personajes no tienen complejidad alguna (el trazo grueso de algunos roles secundarios es desesperante), salvo que se considere «complejidad» a una inesperada vuelta de tuerca. Y la constante necesidad del director de no perder jamás el ritmo (sus películas siempre se mueven a toda velocidad) le hace perder parte de la elegancia y la posibilidad de ir un poco más allá de la propia colección de posters y mementos de la época. Demasiado nostálgica para ser crítica de esa misma nostalgia, demasiado consciente de sus gestos para ser verdaderamente aterradora cuando tiene que serlo, demasiado conformada como rompecabezas de otras películas como para funcionar por sí misma, EL MISTERIO DE SOHO no logra estar a la altura del encanto que tiene en su primera mitad, en la que tanto la reconstrucción de época como las canciones y el universo cinematográfico recreado pueden fascinar al espectador. Es que más allá de eso, de la potencia del personaje de Taylor-Joy, de la acaso excesiva inocencia (más del giallo que de otra cosa) del de McKenzie y de los muy bien utilizados Stamp y Rigg, lo que la película no logra es construir algo creíble –aún dentro de los amplios parámetros del género– con todo lo que presenta. Básicamente, no consigue que nos importe mucho qué es lo que sucede por detrás de los fuegos de artificio de la puesta en escena. Habrán otras discusiones respecto a cómo la película maneja el tema de la violencia de género y de los abusos sexuales de los ’60 en función a los propios giros que tiene el guión, pero es un asunto en el que no conviene entrar porque llevaría a spoilers, algo que esta época no parece perdonar. Lo que sí dejará la película flotando en el aire es esa sensación que comentaba al principio, que la nostalgia puede ser tramposa y que un bonito vestido, un fabuloso peinado, una extraordinaria canción y un cocktail de la vieja escuela no reflejan toda la verdad de una época. Pero eso mismo lo dejó muy en claro, ya hace unos años y en un registro muy distinto, MAD MEN. La película de Wright, lamentablemente, podría resumirse en la «lección» de la abuela al comenzar el film o la de cualquier madre que despide a un adolescente que se va a vivir a una gran –y potencialmente peligrosa– ciudad.
Ellie (Thomasin McKenzie) es una joven aspirante a diseñadora de moda que vive en las afueras de Inglaterra. Para cumplir su sueño, ingresa a una universidad que se encuentra en el Soho de Londres, donde encuentra que la gran ciudad y la gente allí no es lo que parece. Una vez instalada en su departamento, comienza a tener unas extrañas visiones sobre la década de los sesenta, que involucran a Sandie (Anya Taylor-Joy), una cantante, Jack (Matt Smith), el representante, y un crimen sin resolver. El realizador Edgar Wright deslumbra con un thriller inspirado en el género del Giallo. Con un muy buen ritmo narrativo y una trama super interesante que no te deja sacar los ojos de la pantalla, El misterio de Soho (Last Night in Soho, 2021) es otro excelente filme del director, con destacable elenco y producción. Esta es una de aquellas películas que se pueden recomendar, particularmente a todo aquel que disfrute del suspenso, terror psicológico y una cantidad exagerada de sangre.
Last Night in Soho se siente como el cuestionamiento de Wright sobre sus propios impulsos sentimentales y, al mismo tiempo, su obra estilísticamente más grandiosa.
Ha llegado a los cines argentinos El misterio de Soho (Last Night in Soho, 2021) dirigida por Edgar Wright (Baby Driver, Shaun of the Dead, Hot Fuzz, Scott Pilgrim vs. the World) quien escribió el guión junto a Krysty Wilson-Cairns. La película tiene como protagonista a Eloise (Thomasin McKenzie) una joven que vive en un paisaje rural, adora la cultura y música de los ´60, y aspira a ser diseñadora de modas. En su cuarto hay posters de Breakfast at Tiffany's (1961) y Sweet Charity (1969), ambas películas de la misma década, una época que nuestra protagonista, que fue criada por su abuela, añora. También en ambos filmes sus protagonistas femeninas, aspiran a cambiar sus vidas a través del romance. Eloise se muda a Londres, es decir que pasa de lo rural a la gran ciudad, y al igual que las películas del periodo clásico la gran urbe será representada como una “amenaza” para la joven inocente. ¿Podrá la ciudad corromper a la ingenua Eloise? Al no sentirse a gusto con otros jóvenes en el campus estudiantil, ella decide rentar un cuarto en la casa de una misteriosa señora, interpretada por Diana Rigg, en la que lamentablemente fue su última película. A partir de allí Eloise que posee un don sobrenatural cada vez que duerma se trasladará a la Londres de los ´60 y constantemente se homologará al cuerpo de Sandie (Anya Taylor-Joy), una bella corista de un club nocturno en el Soho. En consecuencia, una vez más el relato posee elementos del cine clásico, puesto que la acción girará en torno a la representación del doble femenino entre los personajes de Eloise y Sandie. También resulta pertinente destacar que a nivel formal posee varios elementos del cine del “maestro del suspense” Alfred Hitchcock, como por ejemplo la alternancia de luces que provienen de la calle rojas y azules, e iluminan dramáticamente el cuarto de Eloise al igual que en La Soga (Rope, 1948) o el juego del doble femenino mencionado anteriormente propio de filmes como Vértigo (1958) o Rebeca (1948). Al comienzo ese mundo nocturno que vive Sandie parece ser tan deslumbrante, al punto que Eloise en su vida diurna imitará su aspecto, e incluso su vestuario servirá de inspiración para sus diseños. A medida que se sumerge cada vez más por las noches en el inconsciente de Sandie, descubre que su integridad es amenazada por su violenta pareja, que funciona como una especie de proxeneta, en un mundo dominado por hombres crueles. A partir de allí, el pasado y el presente se fusionan cada vez más, cambiando por completo el tono del relato del misterio y del suspenso, recurriendo a elementos del género del terror. Y es aquí donde se considera que el relato, con algunas vueltas de tuerca acertadas y otras demasiado previsibles o forzadas, pierde verosimilitud y potencia. Después de un hermoso deleite visual y una ambientación exquisita que venía ofreciendo el filme recae en el uso exagerado de efectos CGI para nada estéticos, que le quitan solidez al relato, aun así, logra mantener intrigado al espectador durante todo su desarrollo.
Crímenes, música swing y cabellos batidos. En su película El misterio de Soho (2021), el realizador británico Edgar Wright elige contarnos una atrapante historia de terror sobrenatural y suspenso, acerca de una joven amante de la música y la moda de los años sesenta que viajará al pasado, más específicamente a esa misma década, para intentar salvar a una aspirante a cantante que sufre de violencia de género por parte de su amante. Eloise (Thomasin McKenzie), la muchacha en cuestión, sueña desde hace mucho tiempo con poder trasladarse a Londres para convertirse en diseñadora de modas. No obstante, tras su fachada llena de entusiasmo también se oculta una gran tristeza: su madre se ha suicidado y la ha dejado sola. Es por eso que Eloise se aferra firmemente a los viejos discos heredados de su progenitora, todos de la época Mod dentro de la música inglesa de los años sesenta. Una vez en la universidad, Eloise, de carácter reservado y exacerbada timidez, tendrá que padecer de las burlas y hasta el desprecio de sus otras compañeras, abandonando la residencia que compartía, para luego alquilar una habitación en la casa de la Señora Collins (Diana Rigg), una anciana que la ayudará a viajar en el tiempo y así poder conocer en persona a Sandie (Anya Taylor-Joy), una magnética cantante de la década de los sesenta. Desde la puesta en escena, pasando por su estilizada estética y también en la propuesta narrativa se aprecia que el director de El misterio de Soho es un gran admirador/ conocedor del cine del pasado, en este caso de los 60’s. La reconstrucción de época del Soho, donde Eloise caminará deslumbrada, está realmente muy lograda. Carteles de cines alegóricos, un magnífico vestuario, pegadizas canciones pop y de espíritu alegre y encantador. Pero detrás de toda esa magia del Swinging sixties inglés se oculta una verdad mucho más perturbadora, abusadora y violenta. Y será Sandie, una soñada Anya Taylor-Joy, quien pagará por su belleza y talento ante un mundo que todavía era dominado por un machismo acérrimo y dominante. Tal es el asombro de Eloise, quien miraba ese mundo nostálgico como ideal y único, cuando las cosas comiencen a ponerse turbias y oscuras. Es en ese tramo de la película que el director toma recursos provenientes del subgénero italiano, Giallo, aquel que nació en la misma década y que relataba historias de misterios, crímenes y sexualidad de la mano de directores como Mario Bava, Darío Argento o Lucio Fulci. La música ocupa un lugar importantísimo en la película, en realidad en toda la filmografía del director, también responsable de Muertos de Risa (2004), Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños (2010) y Baby, aprendiz del crimen (2017). Temas de músicos como Cilla Black, Petula Clark, Barry Ryan, Dusty Springfield o Sandy Saw, que formaron parte del movimiento musical y cultural Mod, que lideraron las bandas The Who y The Kinks, acompañarán en su recorrido por las calles de Soho a las protagonistas Eloise y Sandie. Y también nos dan evidencia del gran impacto social que dejaron en aquella estructurada sociedad inglesa. Cinefilia, citas, homenajes (fue el último trabajo en vida de la actriz Diana Rigg, todo un icono de los 60’s gracias a su papel de Emma Peel en la serie Los Vengadores), música a Go-Go, cabellos batidos y sueños rotos. Estas serán las premisas de El misterio de Soho, un intenso y por momentos terrorífico relato que nos deja como simple moraleja que no todo lo que brilla es oro.