La sonrisa antropófaga. Por fin encontramos una película de horror que sin ser una maravilla ni nada parecido, por lo menos califica como una propuesta potable que dignifica al género y nos rescata por un instante de tanto engendro estándar que pulula por ahí. El Payaso del Mal (Clown, 2014), como su título lo indica, respeta la tradición de los arlequines cinematográficos con tendencias homicidas y alguna que otra referencia -poco sutil- a la pedofilia, un rubro que ha dado de comer casi de manera exclusiva a representantes de la clase B de antaño en la línea de Clowns Asesinos (Killer Klowns from Outer Space, 1988), salvo excepciones mainstream como aquel bufón surrealista que interpretó el genial Tim Curry en It (1990). En esencia hablamos de una reformulación de la vieja premisa de la metamorfosis, símil La Mosca (The Fly, 1986) de David Cronenberg, pero en esta oportunidad con un payaso de sonrisa antropófaga. La historia se centra en Kent McCoy (Andy Powers), un agente de bienes raíces y padre de familia que el día del cumpleaños de su hijo Jack (Christian Distefano) termina probándose un traje de clown que descubre en una de las casas que tiene a la venta. Por supuesto que a la mañana siguiente los intentos por sacarse la prenda serán infructuosos y la desesperación ganará terreno, en especial porque el susodicho comienza a sentirse mal y los dolores en el estómago parecen demandarle que cambie su dieta habitual. Más allá de estar movilizada por estereotipos de diversa índole, como el de la degradación de un “hombre común” o el cliché del demonio ancestral que reclama sacrificios infantiles, la obra en sí es muy llevadera y hace de su humildad y sencillez sus mayores fortalezas. El segundo largometraje de Jon Watts es también su debut industrial, y esto se percibe en un ritmo narrativo algo apaciguado que en general se mantiene estable aunque por momentos llega al límite de planchar un poco el desarrollo de personajes. Por suerte el realizador compensa el problema con un tono naturalista que sabe acentuar la atmósfera cargada de ansiedad a través de una andanada de secuencias prudentes y bien interpretadas por Powers. Otro punto a favor del convite es el dúo que acompaña al protagonista, Laura Allen como Meg, la esposa de Kent, y el inoxidable Peter Stormare en el rol de Herbert Karlsson, una simpática variación del Van Helsing de Drácula de Bram Stoker: ambos tomarán la posta durante la segunda parte del film, cuando la transformación esté avanzada. A pesar de que el opus adolece de una dosis verdaderamente significativa de gore, que podría haber elevado su intensidad, sin dudas aquí resulta satisfactoria la ecuación de cadencia retro “arlequín psicópata + maquillaje tradicional + diálogos sin estupideces”, sobre todo si recordamos que el terror hollywoodense contemporáneo es adicto a los CGI más huecos…
Jon Watts hizo un trailer falso de una película inexistente: Clown y como broma le agregó “Producida por Eli Roth” lo puso online, Eli Roth lo vió y lo llamó para hacer la película real. Por algo dicen que Hollywood es la fábrica de sueños, no?. Con una idea en los papeles ridícula -un inocente se pone un traje de payaso maldito que no puede quitarse, se vuelve su piel y es poseído por un demonio- Watts y Roth lograron armar un film coherente bajo sus propios términos y con su propia mitología que hasta funciona como una alegoría a la pedofilia. Las actuaciones flojas que no hieren el film que -taquilla mediante- podría convertirse en una franquicia.
¿Qué más puede decirse del mundo de los payasos? Son diabólicos, pedófilos, enfermos, adictos, depresivos, misteriosos, abusadores y más… Clown tiene un guión creativo, distinto y eso atrapa dentro del género. En esta ocasión un antiguo traje de payaso, hecho de piel – necronomicón (?)- cobrará vida pero en la piel de un inocente humano. Por supuesto que nunca nadie jamás será como IT, pero bienvenido DOMO. Bajo un punto además por la mala actuación de la mujer y su hijo.
Tienes que matar a tu padre Somos muchos los que crecimos con el pánico a los payasos y a diferencia de lo que esos coloridos personajes deberían representarnos, nos provocan un miedo inexplicable. Un padre de familia propone una solución rápida al faltazo del payaso contratado para animar la fiesta de cumpleaños de su hijo: decide disfrazarse él mismo con un traje de payaso que encuentra dentro de un cofre y los problemas comienzan a aparecer cuando se ve imposibilitado de quitarse la vestimenta. Aunque el planteamiento en El payaso del mal (Clown) es muy claro y el desarrollo del guion bastante lineal (apoyado sobre todo en las normas habituales del género), Jon Watts sale aireoso en la dirección de su película debutante, sobre todo tratándose de un film de bajo presupuesto. La idea del film surgió de un falso trailer creado por el mismo Watts, quien utilizó el nombre de Eli Roth para su proyecto. El trailer atrajo la atención de Roth y un tiempo después decidió producirle la película. ¿Qué tiene a favor? El dramatismo del personaje, llevado delante de forma sobresaliente por Andy Powers como Kent McCoy, un hombre que pierde de a poco su humanidad y ve el proceso de su transmutación. Y por otro lado tenemos también las escenas de asesinatos muy bien logradas, donde el humor negro y lo grotesco hacen acto de presencia, usándolos a favor de la trama. ¿Qué tiene en contra? Una primera media hora bastante floja y con poca tensión (mejora a partir de la mitad) y escenas bastantes largas, que si las cortáramos no se perdería nada del engaño. Efectivamente no se trata de una película de la cual puedan todos disfrutar u ofrezca algo nuevo para los amantes del género, pero tiene una marcada estética que le otorga personalidad y recuerda a esos films ochentosos clase B con un estilo cuidado. Y en definitiva es más entretenida y perturbadora que muchas películas que pasaron este año por la cartelera.
Sangrienta mitopoiésis bufonesca. Si hay algo que el terror como género siempre supo explotar a su favor es esa habilidad innata que posee para convertir incluso las cosas más inocentes en verdaderos elementos horripilantes, salidos de los rincones más oscuros del retorcido subconsciente de la mente humana. Los payasos se encuentran circunscriptos desde hace tiempo dentro de esa lúgubre categoría. Cuando pensamos en payasos terroríficos, todos asociamos automáticamente al Pennywise de It (1990), esa novela de Stephen King llevada a la pantalla chica como film televisivo. Y en segunda instancia, los que somos un poco más viejos recordamos con cierto resquemor al payaso de juguete de la habitación de Robbie, el hijo del medio de esa familia acosada por espectros del más allá en Poltergeist (1982). El Payaso del Mal (Clown, 2014) vuelve sobre el tropo del bufón pensado como aterrador antes que figura de entretenimiento infantil. Dentro de esa burbuja idealizada que es la clase media suburbana norteamericana en el plano ficcional, Kent es un padre de familia que no quiere decepcionar a su hijo de siete años el día de su cumpleaños, y al enterarse de la ausencia sin aviso del payaso animador de la fiesta, decide él mismo ponerse el traje para salvar el día. Claro que el traje que utilizará no es uno comprado en el cotillón más cercano, sino uno que encuentra en una vieja baulera cuyo origen es desconocido. Todo transcurre con normalidad hasta que llega el momento de sacarse la peluca, la nariz y el traje: todo se encuentra pegado a Kent y no hay forma de retirarlo. Todo lo que hasta ese momento tiene tintes de horror con pizcas de humor negro se torna hacia el gore más gráfico y explícito. Kent se está convirtiendo progresivamente en un payaso; pero no un payaso amistoso, sino uno monstruoso, que debe alimentarse de niños para subsistir. Una vez expuesto el núcleo central dramático, aparecerá ese personaje que toda historia fantástica de horror necesita: el que explica el porqué de lo que sucede y qué hacer para detenerlo, interpretado por el siempre efectivo Peter Stormare (Fargo, 1996; Prison Break, 2005). El verdadero origen de los payasos/ “clowns” es mucho más tenebroso que el conocido popularmente, y el director/ escritor Jon Watts se encarga de generar toda una nueva mitopoiésis en torno a la figura del payaso, que se siente como una bocanada de aire fresco dentro de un género que últimamente parece no encontrar otra alternativa ante el binomio “espectros paranormales” y “registros vía cámara en mano”. La segunda mitad del film comienza a transitar los lugares comúnes del género y un ritmo narrativo cada vez más desparejo empieza a jugarle en contra a todo lo discretamente construido en la primera parte. Si bien se toman ciertos riesgos, como por ejemplo la violencia gráfica de los ataques del payaso contra los niños (caractéres que suelen ser tabú en casi todo tipo de ficción, ¿o acaso recuerdan muchos films -sin contar el género bélico- donde mueran niños de manera violenta?), conforme se acerca la resolución todas las piezas se acomodan según dicta el manual, el relato pierde tensión y queda poco espacio para algún tipo de sorpresa. Si bien la sangre y las tripas son de buen nivel para una película con este presupuesto -algo que seguramente complacerá a los fanáticos del género- resulta bastante decepcionante que una obra producida por un hombre entendido del tema como Eli Roth (Cabin Fever, 2002; Hostel, 2005) termine diluyéndose fotograma tras fotograma, entregándonos un producto final tan estandarizado y anodino como el resto de aquellas obras simplonas que desgraciadamente ofrece el género desde hace varios años.
A caballo entre ese capítulo de la serie Escalofríos donde una máscara de Halloween no podía ser removida y una de las tantas historias de terror de Stephen King -descontando a It, por supuesto-, Clown puede parecer un relato más de payasos malditos, pero no lo es. Hay una oscura y cínica historia por detrás, y una mitología suficientemente atrapante y digna como para agradar hasta el más acérrimo fanático del género. Lo que comienza con una cortesía de un padre para el cumpleaños de su hijo se torna una cruenta y desagradable lucha de un hombre por sacarse de encima una maldición que viene acompañada del traje de payaso que decidió vestir para la ocasión. Al director y guionista Jon Watts y Christopher D. Ford les basta con tener de protagonista a un padre de familia, un sujeto común que podría ser cualquiera de nosotros, y lo arrojan a una carrera contra el tiempo, a medida que el atuendo se vuelve más ajustado y el hambre por carne de niño más insostenible. Si bien un tanto pausada en su ritmo, Watts elige bien cómo filmar cada momento y entrega más de una escena interesante, adentrándose de a poco en la historia pasada del traje y en los cambios corporales que trae aparejado consigo. El diseño del payaso es espeluznante y su transformación final es simplemente materia de pesadillas, más aún para aquellos que siempre le hayan tenido fobia a estas extrañas criaturas. Y si a todo esto le sumamos grandes protagónicos de Andy Powers como el avasallado Kent y la de su esposa Meg -Laura Allen- el combo es casi perfecto. Clown no es particularmente terrorífica ni tampoco tan graciosa como alguno de sus chistes parece insinuar, pero la suma de sus partes intriga lo suficiente para darle el visto bueno. A todo esto, sumémosle que su director será el encargado de traer los orígenes de Spider-Man una vez más a la pantalla grande bajo el estandarte de Marvel Studios, así que es una buena oportunidad para descubrir la visión que tiene el peculiar director.
El payaso del mal es un proyecto que nació como un chiste en internet y demuestra el enorme poder que tienen las redes sociales en estos días. En el 2010 el director de publicidades John Watts y su amigo Christopher Ford hicieron un trailer falso sobre la historia de un payaso asesino y lo subieron a You Tube. El clip duraba 77 segundos y hacia el final se anunciaba que la película era una producción de Quentin Tarantino y Eli Roth. Una mentira burda que formaba parte del chiste. Eli Roth vio el video y decidió producir en serio el film que se convirtió en la ópera prima de Watts. Un director desconocido que entró a Hollywood a partir de un chiste en You Tube y terminó siendo elegido por Marvel para realizar la próxima película de Spiderman. El payaso del mal tiene su mayor fortaleza en la primera parte de la trama, cuando el director desarrolla el conflicto como un thriller con elementos sobrenaturales. El enigma del traje maldito que se adueña del espíritu de la persona que lo usa es atractivo y el film presenta un buen trabajo en la construcción del misterio. La película luego se vuelve más predecible cuando la dirección de Watts se enfoca de lleno en el subgénero slasher. Obviamente no faltan los momentos sangrientos que le recuerdan al espectador que Eli Roth es el productor de esta propuesta. El payaso del mal la verdad no es una gran película de terror que merezca su visión en el cine, pero ante tantas historias de cintas perdidas y exorcismos al menos llegó a la cartelera una producción clase B que va por otro lado.
Coulrofobia La historia detrás de El payaso del mal (Clown, 2014) es que Jon Watts y Christopher D. Ford subieron un trailer falso a YouTube anunciando que Eli Roth produciría su película sobre un payaso endemoniado. Roth vio el trailer, y en vez de demandarlos les dio el dinero. Profecía autocumplida si alguna vez la hubo. La trama, en una sola oración: un hombre se pone un disfraz de payaso y no se lo puede quitar. Apurado por encontrar un reemplazo payasesco para el cumpleaños de su hijo, se pone un traje que encuentra de casualidad en un viejo baúl. Se maquilla, se calza la nariz roja, se pone una peluca multicolor y se encierra en el traje. Pero al día siguiente no se lo puede sacar. El maquillaje no se lava. La nariz y la peluca se han asimilado. Y el traje (no tiene cierre) se ha constreñido a su cuerpo. Los intentos del personaje de quitarse ciertas partes del disfraz son dolorosos y sanguinarios. Lo que sigue es un procedimiento muy parecido al de La mosca (The Fly, 1986). Acompañamos a un hombre que lenta e irrevocablemente se va despojando de su humanidad mientras se convierte en un monstruo, muy a su espanto, y comienza a poner en peligro a la gente que ama (su mujer y su hijo). Si el tipo además fuera alcohólico la historia podría haber sido escrita por Stephen King. Pero no, el protagonista ansia vorazmente carne de niño, no alcohol. Kent (Andy Powers) termina disfrazándose encima de su disfraz y solicitando la ayuda de un tal Karlsson (Peter Stormare), hermano del anterior dueño del traje y el único que puede explicar qué está ocurriendo. Karlsson prefiere matarlo y arrancar de cuajo el problema (y su cabeza); Kent huye y comienza a acechar campamentos y peloteros en busca de niños para devorar. Andy Powers está muy bien como el pobre tipo. Le toca vestirse de payaso toda la película, usar ropa indigente encima del disfraz, e interpretar a una persona escondida bajo tres capas de indumentaria y maquillaje que recorre un amplio gamut de ansiedad, irritación, pánico, confusión, tristeza, suicidio y finalmente bestialidad. Pese a la suma idiotez de la trama, el tipo vende el suplicio de su personaje, de una persona cuyo cuerpo la traiciona. La otra mitad del crédito va para Alterian Inc., la compañía de efectos especiales a cargo de crear el disfraz payasesco. Pertenece a Tony Gardner, quien sabe lo que hace. Trabajó con Rick Baker, maquilló los zombies de “Thriller”, vistió al duo robótico Daft Punk, le cortó la mano a James Franco en 127 horas (127 Hours, 2010) y añejó a Johnny Knoxville 50 años en Jackass: El abuelo sinvergüenza. Aquí el traje maldito va mutando asquerosamente mientras reconfigura el cuerpo de Kent de manera que se asemeje, grotescamente, al de un payaso. La película va a ser un éxito con los niños y los coulrofóbicos. En los demás no inspirará mucho temor. El payaso del mal es más asquerosa que terrorífica; pasamos demasiado tiempo con el protagonista y estamos demasiado al tanto de su situación y sus movimientos como para sentir verdadero miedo. Sí sentimos asco, y morbo, y un poco de tedio en las partes que se alargan o se conducen formulaicamente. Y sobre todo piedad.
El disfraz del demonio La película de Jon Watts va aislando cada vez más al personaje central que sale en busca de niños para saciar su apetito. Si bien el comienzo funciona más que el resto, hay secuencias que mantienen un clima inquietante. Entre tanto mal exponente del género de terror visto este año, asoma esta producción de 2014 que aborda el tema de los payasos siniestros que siempre rinden sus frutos en la pantalla grande mientras alimentan los miedos infantiles más profundos. Ejemplos como It, la novela de Stephen King que protagonizó un inolvidable Tim Curry en los años noventa, pasando por la más inquietante Clown House, de Víctor Salva, y hasta el reciente payasito visto en la última versión de Poltergeist. El payaso del mal viene de la mano de Eli Roth, el creador de la saga Hostel, en el rol de productor y también actor, y cuenta la historia de Kent McCoy -Andy Powers-, un agente de bienes raíces que en el cumpleaños de su hijo Jack -Christian Distefano- se convierte en la nueva atracción de la fiesta cuando se prueba un disfraz de payaso que encuentra en una de las casas que tiene a la venta. Con el correr de las horas, la anécdota simpática va dejando lugar a la desesperación porque Kent no puede quitarse el traje que parece pegarse cada vez más a su cuerpo. Su mujer Meg -Laura Allen- también intentará ayudarlo -y dudará de la cordura de su marido- en una trama que reformula las recetas del género, recordando a La Mosca, de Cronenberg. La película del director Jon Watts va aislando cada vez más al personaje dominado por un demonio ancestral que sale en busca de niños desprotegidos para saciar su apetito. Si bien el comienzo del film funciona más que el resto, hay secuencias que mantienen el suspenso -la del motel donde se esconde el protagonista o la del pelotero- e imponen la eterna lucha del Bien y el Mal con un rostro que se irá deformando cada vez más. El padre de Meg, ahora la única figura paterna del hogar, y Herbert Karlsson -Peter Storemare-, una suerte de Van Helsing moderno, son las piezas de este puzzle simpático y, por momentos, aterrador.
El terror semanal con un punto de partida inquietante: un padre amoroso encuentra un traje de payaso (el verdadero le falla) para el cumple de su hijo. Se lo pone, ese disfraz se transforma en su piel y él se transforma en un demonio asesino. Escenas sangrientas, explicaciones delirantes y suficientes mutilaciones y sangre. Si aprecia el género…
Asquerosa y demasiado cruel Un padre se disfraza de payaso para el cumpleaños de su hijo. El disfraz lo encuentra en una casa vacía, de las que vende como agente inmobiliario. El traje, la peluca y la nariz están malditos y no se los puede sacar, y va mutando en un payaso malvado. Hay una mitología tenebrosa, con libros diabólicos y todo. Peter Stormare hace del señor que explica. Y hay decapitaciones, sangre, vísceras (Eli Roth produce), también de niños y perros. El punto de partida es difícil de sostener, la narrativa es adocenada y un tanto ripiosa, y se abusa de música artera para pegar saltos de susto o intentar sostener la tensión, pero al fin de cuentas hay menos terror que crueldades y asquerosidades. Eso sí, quienes padezcan coulrofobia -fobia a los payasos- quizás sufran El payaso del mal como terrorífica en grado extremo.
La leyenda del clown caníbal Vale el riesgo de un director intrépido que cree inmunizar su historia en base a un humor oscuro, insólito, perverso. La reacción del espectador frente a El payaso del mal es una cuestión de sintonía. Los más osados amantes del género, los acostumbrados a una perversión sin limite, seguramente disfrutarán de esta comedia macabra dirigida por Jon Watts con el nombre de Eli Roth, un gurú del cine de terror, encabezando el cartel (produce y también interpreta al sangriento clown). Quien no logre o no quiera decodificar semejante dislate, probablemente salga maldiciendo a Watts, Roth y a la cada vez más poderosa campaña anti payasos. La historia es tan macabra como sencilla. Jack cumple años y Kent, su papá, empleado de una inmobiliaria, debe contratar a un animador para la fiesta. El payaso avisa que no irá, pero Kent tiene la "suerte" de toparse con un viejo traje de clown en el sótano de la casa que arregla para vender. El traje está endemoniado, y el pobre Kent, que no puede quitárselo, asiste a su propia transformación en Dummo, un payaso canibal, devorador de niños, eterno resabio de una superstición nórdica, de las tantas que llegan de Islandia, mucho más macabra que las que cautivaron a Borges. Una historia de origen insólito que depende del humor con el que se la decodifique, pues el cine de terror naturaliza y se evade de la perversión de manera sorprendente. A Watts, que dirigirá a Tom Holland en la versión de Sony de El Hombre Araña, le gusta jugar con estas historias de origen cuasi ridículo que van creciendo. Y su apuesta parece exitosa. El payaso... nació cuando subió un trailer apócrifo de esta película, en la que ya anunciaba a Eli Roth como su factótum sin que este lo supiera. Roth aceptó el desafío, y aquí lo tenemos. Y también tenemos a Peter Stormare, el actor sueco que encaja a la perfección en la decodificación de esta leyenda. "Tenemos que matar a tu padre", le dirá sin anestesia al pequeño Jack, azorado por la transformación del payaso. ¿Comedia macabra? Sin duda, entenderla así es la única manera de relativizar lo que aparece en la pantalla, una lisérgica, terrorífica e injustificada historia de un clown devorador de chicos con imágenes fuertes y gags de los más oscuros. Sintonizar o no, esa es la (difícil) cuestión.
"Ese miedo inoxidable" En un año para el olvido en materia de terror, esta opera prima que carece de originalidad resultó ser una de las pocas propuestas decentes y entretenidas que vale la pena recomendar a los más fanáticos del género. “Clown” o “El payaso del mal” nació como un pequeño cortometraje de internet que, tras viralizarse, llegó a manos del inquieto realizador Eli Roth quien no tuvo mejor idea que darle financiamiento y forma al proyecto del desconocido Jon Watts. Así, junto con la ayuda del guionista Christopher Ford, Watts se sacó de la galera una película que básicamente explota al máximo la coulrofobia y las escenas sangrientas. No mucho más. Así como las producciones de exorcismos posteriores a “El Exorcista” de William Friedkin tienen que cargar con el estigma de ser la sombra de una de las mejores películas de terror de la historia, algo similar ocurre con los films que tienen como protagonistas a payasos diabólicos o asesinos. En este rubro podemos seguir afirmando que “IT“, la minisierie televisiva basada en la novela de Stephen King, es una propuesta inoxidable e insuperable hasta la fecha. Tim Curry como Pennywise continua siendo una verdadera pesadilla para grandes y chicos, ya que con tan solo una sonrisa o una mirada puede quitarte el sueño o incomodarte por un largo rato. Andy Powers, el protagonista de esta película, está lejísimos de lograr un efecto similar y solo logra incomodar a través de la violencia gráfica que acompaña cada una de sus apariciones como el payaso en cuestión. Técnicamente la película es impecable y el trabajo realizado con el maquillaje como así también con los efectos especiales merece ser destacado porque en definitiva estamos frente a una propuesta independiente de muy bajo presupuesto que logra estar a la altura de las grandes producciones. Aunque si las comparamos con las más recientes, tranquilamente podemos decir que “El payaso del mal” es superior en este aspecto. En definitiva, “Clown” es una propuesta chiquita y sencilla que entretiene y salpica sangre todo el tiempo. No busca asustar sino más bien incomodar. Eso también es terror, aunque no es aquel que genera entusiasmo y euforia en los seguidores acérrimos. Habrá que seguir de cerca la carrera de Jon Watts ya que con su más reciente trabajo (“Cop Car“) logró llamar la atención de Marvel y a partir de eso se convirtió en el director de la nueva versión de Spiderman.
First of all, forget Pennywise, the world-famous scary clown from Stephen King’s It, as portrayed in Tommy Lee Wallace’ miniseries of the same name. Then forget the demented clowns from Victor Salva’s legendary Clownhouse. And Stephen Chiodo’s campy Killer Clowns from Outer Space as well. Not to mention the tragic comic clown from Conor McMahon’s Stitches. Let alone the sinister clown from American Horror Story Freakshow. Because in Jon Watts’ clown slasher, inventively titled no less than … Clown, you won’t find any of the horror, fear, and fun of the above. To be fair, there’s nothing wrong with the title. And neither with the premise: a caring father (Andy Powers) jumps into a clown suit for his son’s birthday party only to later find out that this suit does not come off — it fuses with his skin and his hair, and then a cannibal demon with a penchant for kids begins to possess him. The problem, or better said the problems, are in the development of the premise. And we’re talking about huge problems, starting with the film’s tone. It begins as a nightmarish descent into the realm of the absurd, as the father tries to take off the suit by all means and fails pitifully. So you have to wonder: is it a comedy? Is it a tragedy? Is it a tragic comedy? The film is very indecisive about it, so it’s played both ways but misses the mark almost always. It’s not funny when it’s meant to, it’s just dumb. It’s not tragic when it should be, it’s just pathetic. Then, after a very long while, I’d say 45 minutes into the film, the “real horror” begins — so to speak. Clown is presented and produced by Eli Roth, who also plays the demonic clown and who, in my book, only deserves some credit for Hostel I and Hostel II, so you would expect the horror to come with plenty of gore and splatter. Or, at least, with some really shocking scenes. Forget all about it. The jump scares are formulaic and lame, the kills are very unimpressive, the gore is risible, and graphic imagery is basically child’s play. Clown is rated R, but it’s definitely a mild PG-13. By the way, the performances range from poor to mediocre, and so do the camerawork, the cinematography, the editing and the sound design. There’s no sense of aesthetics, or at least, an effective mise-en-scene. And to think the premise held a good deal of potential. So in the end you have a clown that won’t make you laugh, won’t terrify you and won’t seduce. What kind of a clown is it? A stupid clown you can forget all about, if you ask me. Production notes Clown (US/Canada, 2014). Directed by Jon Watts. Written by Christopher D. Ford, John Watts. With Eli Roth, Peter Stormare, Laura Allen, Andy Powers, Christian Distefano. Cinematography: Matthew Santo. Editing: Robert Ryang. Running time: 100 minutes.
Kent es un agente de bienes raíces, un buen marido y un padre amoroso. Durante la fiesta de cumpleaños de su hijo, recibe la noticia de que el payaso contratado para el evento no podrá asistir, por lo que el propio Kent se encarga de hacer de payaso usando un disfraz que encuentra en un baúl dentro de una de las casas que tiene a la venta. El problema empezará cuando Kent descubra que lo que parecía un disfraz, no lo era. El payaso Carambola Una tendencia que parece no tener fin en nuestro país es la decisión de las distribuidoras de exhibir algunas cintas de terror mucho tiempo después de haber sido estrenadas en su país de origen –algunas son estrenadas luego de años–, el común denominador entre todas esas propuestas de estreno tardío es el hecho de que todas son de una calidad bastante dudosa, y El Payaso del Mal no es la excepción a la regla. La idea original no es para nada mala: un padre decide hacer de payaso durante la fiesta de su hijo, usando un disfraz encontrado en una casa, el cual en realidad no era un disfraz sino la piel de un demonio que se alimentaba de niños. Si bien en los papeles suena medio ridículo, entre tantas historias sobre posesiones y brujas, la historia de un demonio payaso no resulta tan mala, y el origen histórico que se le intenta a dar al demonio protagonista es un buen toque. Lamentablemente la forma en que se plasmó la idea no es tan buena, por lo que a pesar de contar con un buen primer acto y un aceptable segundo acto, la cinta se cae a pedazos sobre el final, cayendo en los típicos clichés de las películas de terror actuales tirando por la borda todo lo construido. El Payaso del Mal pertenece al género del terror, aunque no asuste demasiado, pero si llega a producir un ambiente de suspenso, por lo que como propuesta de terror falla estrepitosamente, aunque como suspenso no erra demasiado, un ejemplo de esto es el hecho de que al final, ya durante los créditos, la música infantil elegida produce más escalofríos que la propia cinta. Las actuaciones por momentos dejan bastante que desear, y cada vez que los protagonistas emiten algún grito, los alaridos parecen sacados de cualquier película pornográfica. La música acompaña bastante bien, sobre todo durante los créditos. Lo más destacable de la cinta son los efectos especiales, y la transformación que paulatinamente va sufriendo el protagonista, recordando un poco a La Mosca, Sector 9, o a La Metamorfosis de Kafka. Lamentablemente el guion no ayudó demasiado en la propuesta, y la cinta logra apenas salir airosa gracias a la dirección de Jon Watts, director del reinicio de la próxima Spider-Man. Conclusión El Payaso del Mal es una cinta de terror que falla al no asustar absolutamente nada. Como si de una enfermedad se tratara, las películas de este género apenas si logran generar suspenso –algunas no cuentan con dicha fortuna–, y al menos esta propuesta cumple en ese apartado. La cinta se hace disfrutable gracias al pulso narrativo del director, y a los efectos especiales, aunque las actuaciones y el guion no ayudan demasiado. Recomendable solo para aquellos que no son muy exigentes con estas propuestas.
La vida le sonríe a Jon Watts. De hecho, después de hacer pequeñas cintas (pensando en temas de presupuesto), se encontró con el ofrecimiento de Marvel de hacer el nuevo reboot de Spider Man en este nuevo encuadre del universo que se viene a partir de 2017. Hoy es el tema de ver cómo este novel director encaró este cinta de género, cuyo valor agregado es la participación de Eli Roth, referente del terror de bajo presupuesto. Y la idea de "Clown", hay que decirlo, es original. Será que hoy hay pocas ideas originales entre los guionistas que se repiten usando found footage e invocando espíritus en forma demasiado etérea para mi gusto. Si vamos a hablar de terror, o trabajamos la veta de suspenso, psicológica, al estilo Wan (al menos en lo que hoy en día se juega, en la línea "The Conjuring"), o vamos por la clase B, gore, hecha con clase (y aquí hay que señalar que tenemos pocos exponentes, aunque “Saw” es referente ineludible). Y "El payaso del mal" elige la segunda, la abraza con fuerza y Watts se la juega, con pocos elementos (el también la escribe), para afectarnos e impactarnos como audiencia. No todo le sale bien. De hecho, el guión no es algo logrado, ni prolijo. Lo siento como una construcción borrosa, planteada en un tablero como esquema, donde el peso de la trama recae en la suerte de su protagonista, un padre responsable que ante una suerte de reparación para su hijo, elige utilizar un disfraz de payaso que encuentra en la casa con ánimo de celebrar un cumpleaños. Pero el traje, obviamente, tiene características especiales. Y las mismas, comienzan a afectar la personalidad y curso de acción de los hechos, cuando Kent (Andy Powers, en una interesante labor) no logra despegarse de esa segunda piel que lo va devorando en vida. Su deseo de asesinar crece y ahí nomás llega Eli Roth, (quien también produce la cinta) listo para dinamitar lo poco que queda de cordura, dandole un giro interesante a la trama, lejos de los habituales recorridos del género. Y de ahí en más, los crímenes. El horror, la muerte y las clásicas escenas violentas, sangrientas y perturbadoras, bien a tono con los paladares “slash” en toda su dimensión. Hay algo que asuste más que los niños sean protagonistas de esta historia? “Clown” peca de apelar a algunos mecanismos simples para subrayar los cambios de ritmo y la atmósfera ténebre. Watts trabaja mucho con Powers, pero no tanto con el resto del elenco, con lo cual hay poca fibra en el cast, cuestión que no le permite al film alcanzar grandes alturas. Sí, es cierto que hay mucho que revuelve el estómago en la segunda mitad pero… no es eso lo que los fans de Roth quieren? Tengo que decir que “El payaso del mal” es un film correcto, fuerte, esperable pero honesto. Tiene poco y lo muestra en carne viva. Desde sus ideas centrales, propone un juego al que cada espectador debe adherir para disfrutar… o angustiarse. “Clown” es una buena cinta. Que peque de falta de recursos originales para la resolución de ciertas escenas no deja de ser una anécdota. Lo que termina haciendo la diferencia es como te la late el corazón cuando salís de sala. Ahí, aprobamos la propuesta. Seguramente se podría haber hecho mejor pero… aquí hay algo que vale la pena verse, y no es poco.
Ubicada dentro del género de terror y más precisamente de un nuevo subtipo de filmes que pueden ser llamadas como “retro terror”, que encuentra en el “homenaje” a viejas películas su materia prima para consturir el relato, “El Payaso del Mal” (USA, 2014), de Jon Watts con producción de Eli Roth, se presenta como una buena propuesta para los adeptos a este tipo de historia concreta y sintética. “El Payaso del mal” bien podría ser una adaptación de algún viejo cuento del maestro del horror Stephen King, porque en su atmósfera y narración hay pequeños destellos de muchas otras clásicas historias revisitadas y muchos puntos en común con algunos relatos como “Maleficio” o “Sortilegio”, novelas que, ya han sido llevadas al cine y que desde una pequeña anécdota terminan construyendo una épica sobre el bien y el mal y la decisión de algunos de quedarse en uno u otro bando. Y si bien en éstas dos películas mencionadas la contraposición entre roles y lugares era más notoria, en esta oportunidad, Watts, trabaja con la negación de un lugar claro en el que se debe colocar el espectador, que más que en el de pasivo receptor, hasta que la tragedia que toma por sorpresa a una familia se esparce, debe decidir si acompaña al perverso clown del título en su periplo hacia la oscuridad total. En “El payaso del mal” hay un ascendente ejecutivo inmobiliario llamado Kent (Andy Powers) que por cumplirle a su pequeño hijo la fantasía de tener en su fiesta de cumpleaños a un payaso (el contratado cancela a último momento), decide ponerse un viejo traje de clown encontrado en una vivienda en reparación que comercializa. Sin saberlo, ese mismo traje será el que, luego de dormirse con él y ante la imposibilidad física de quitárselo, irá transformándolo en un terrible villano que, según luego se enterará, forma parte de una vieja leyenda en la que deberá consumir “niños” para poder subsistir y evitar quedar finalmente mutado a la más horrible caracterización, la más grotesca, y la más alejada, de aquellos bufones que otrora supieron entretener a las grandes audiencias. Watts va deformando el mito del payaso para hablar de la necesidad de cumplir con algunos roles en la sociedad y de cómo éstos ante alguna modificación van mutando hacia un lugar mucho más oscuro y complejo. Si bien no es la primera vez que el tema de payasos y maldad ha sido trabajado desde el cine, es justamente en su posibilidad de revisitar el género y de tomar de sus predecesoras aquellos puntos más relevantes en donde “El Payaso del mal” funda su posición de disfrute y placer de género. Watts va dosificando la transformación de Kent y agrega indicios de la posible amenaza que él mismo puede llegar a convertirse para su propia familia. Su pequeño hijo (Christian Distefano) y su mujer (Laura Allen) irán colaborando con él, a pesar de los denodados esfuerzos de un misterioso mercader de objetos mágicos y circenses (Peter Stormare) por aclararles que todo aquello que puedan creer como bien para su padre/marido en realidad será contraproducente. El efectismo en algunas escenas quitan peso a una historia que trabaja con climas y atmósferas logradas, y que principalmente en la clara transmisión de un cuento de hadas a la inversa, en la que todo de un momento para el otro cambia, sin una solución cercana aparente, y en la que un estado de equilibrio inicial, el de una familia ideal, con anhelos y con planes por venir, termina viniéndose abajo cuando la cabeza de familia pierde justamente la cabeza, es en donde la materia prima del relato se regodea con el gore y aprovecha el placer de género para construir una de las historias de género más interesantes de los últimos tiempos.
El Payaso del Mal, nos presenta a un abnegado padre que se disfraza de clown para el cumpleaños de su hijo, sin sospechar que dicho disfraz contiene una maldición que ira transformándolo de a poco en un ser demoniaco sediento de sangre. Esta original e interesante cinta de horror independiente, de estética "Kafkiana" no se vale de las excesivas escenas sangrientas, que las hay, ni el horror gratuito para generar momentos de tensión genuinos. Por el contrario en su manejo del suspenso y los climas se encuentra su mayor virtud, además de utilizar uno de los personajes más iconicos de los terrores infantiles, el payaso, en un ámbito familiar y naturalista que acrecienta la experiencia de horror. Bien actuada y con el espíritu clase B que la transformara en objeto de culto instantáneo.
Matar a un niño ‘El payaso del mal’ no es una gran película pero es el debut de un director al que habrá que prestarle atención. En el afiche de El payaso del mal sobresale el nombre de Eli Roth, uno de los productores y estrella del cine de terror estadounidense. Pero al que hay que observar con atención es a Jon Watts, el director, que como todavía no es muy conocido no tuvo la suerte de ver estimulado su ego de la misma manera. Sólo es cuestión de tiempo: El payaso del mal es su primera película pero ya estrenó la segunda (Cop Car, con Kevin Bacon) y fue contratado por Marvel para dirigir el año que viene un nuevo reboot de Spider Man dentro del Marvel Cinematic Universe. Digo que a Jon Watts hay que observarlo con atención porque a pesar de que El payaso del mal no es un gran película, deja entrever un director inteligente que tiene muy claros los resortes del género (el terror, en este caso). El problema es que aunque la historia empieza con una idea fuerte y precisa y la progresión dramática de la primera media hora sea prolija y apasionante, a partir de un momento toma un rumbo que le quita interés y la arroja a un bache, del que emerge en los últimos veinte minutos para un final correcto pero sin sorpresas. La película empieza enseguida, sin prólogos innecesarios, y esa es su primera virtud. Kent (excelente Andy Powers) tiene que conseguir un payaso de urgencia para el cumpleaños de su hijo y encuentra un traje guardado en un viejo cofre. Se lo pone y, después de la fiesta, no se lo puede sacar. El tópico del payaso terrorífico se suma al del protagonista atrapado en una situación inexplicable al que nadie le cree. El resultado es una primera media hora apasionante que surfea entre el humor negro y el gore con una picardía perfecta. Pero la transformación de Kent en un payaso maligno ocurre demasiado rápido y el foco de la película pasa a su mujer, Meg (una no tan convincente Laura Allen). Ahí es donde El payaso del mal empieza a perder potencia: la historia se extravía en explicaciones mitológicas acerca del origen de la maldición y el terror juguetón cede ante el suspenso y el thriller; Kent sale de la cancha y entra Meg; ambos cambios son para peor. En ese sentido, los extensos 100 minutos de película no ayudan. (Tengo la teoría no muy fundamentada de que las películas de terror deberían durar menos de 90 minutos.) Más allá de estos problemas, hay algo en El payaso del mal que resulta irresistible: la crueldad para con niños y animales. Es célebre el arrepentimiento de Alfred Hitchcock por haber matado a un niño en Sabotaje y Truffaut, en ese mismo diálogo publicado en El cine según Hitchcock, dijo que es “un abuso de poder”. Pero la historia de Watts y Christopher D. Ford está cimentada sobre la acechanza del payaso asesino de niños y la muerte del primero traspasa un límite: Hitchcock lo traspasó y se arrepintió, Watts y Ford lo hacen a conciencia. La dupla vuelve a torturar niños en Cop Car, una película bastante superior que se estrenó este año en la sección Park City at Midnight del Festival de Sundance, sobre un policía corrupto y violento que persigue a dos chicos que robaron su auto. Algunos podrían escandalizarse por la decisión de Marvel de darle Spider Man a este torturador de niños, pero creo que Kevin Feige y compañía han dado en la tecla. Jon Watts no es un sádico: es muy vivo y sabe que, mientras vemos películas de terror, todos somos niños de 10 años.
Desde que tengo memoria, la cultura me ha enseñado que los payasos no son algo lindo. El tradicional circo ya es considerado como un espectáculo retrógrado, no por culpa de los narices rojas, pelucas multicolor y zapatos gigantes, pero aun así. La televisión (en especial los dibujos animados) los suele retratar como seres humanos muy venidos a menos y melancólicos. El cine, sin preámbulos, los ha transformado en el terror de generaciones. Crecí viendo a la figura del payaso como un monstruo; alguien que puede ser un asesino detrás de todo ese maquillaje y actitud bufona. Hoy me cuesta asumir que a una persona adulta pueda provocarle coulrofobia ver a alguien disfrazado como Krusty, de hecho hay muchos payasitos amigables que vuelven locos a los niños. Como le pasa a Jack, uno de los protagonistas de esta nueva película producida por Eli Roth (Hostel, 2005 y El último exorcismo, 2010). Ha llegado el momento más alegre y esperado por todo peque, cumplir años. La temática de su fiesta ya se imaginarán cuál es, por lo que el más mimado de la casa espera con ansia a quien vendrá a animarles el evento a todos. Sin embargo, lo alegre durará poco, ya que no sólo el payaso contratado nunca llega, sino que papá no tiene mejor idea que cargarse el personaje al hombro con un aparentemente perfecto traje hallado en un sótano. Ok, es obvio que nada bueno va a salir de eso y así es como el legendario disfraz comienza a devorarse todo lo bueno de Kent (Andy Powers) hasta convertirlo en una criatura caníbal con especial gusto por carne cruda infantil. el_payaso_del_mal_loco_x_el_cine_1 No hay que ser ilusos, un guión así no es para nada innovador. Nunca acabaría de mencionar la cantidad de clichés que pude contar en 100 minutos. Cuanto más diabólico el villano, menos creíble es, además de totalmente predecible. Apunta más a lo desagradable de sus escenas sangrientas y su necesidad de deglutir cinco menores (uno por cada mes del invierno, de acuerdo con lo dicho en la película), que a sorprender o asustar. Según cuenta una leyenda nórdica, este payaso es una bestia diabólica que no revertirá el hechizo del traje que lo poseyó hasta saciar su hambre voraz o hasta que alguien le corte la cabeza y ya. Con el correr de las escenas, el film va de mal en peor, para llegar a un final totalmente decepcionante. Qué decir de las actuaciones… Correctas y hasta ahí. Quizás el papel más interesante lo tenía Peter Stormare como Karlsson, el hermano de quien previamente tuvo la primicia de padecer el maleficio de “Dumbo” y que logró salvar su vida para luego dedicarla a vigilar el cofre donde yacía esa segunda piel demoníaca. el_payaso_del_mal_loco_x_el_cine_2 Cuando las tripas del payaso asesino comienzan a sonar, no hay nada que las detenga. Ni aunque el mismo menor de 12 años le quiera enternecer el corazón convidándole una deliciosa golosina. Cuanto más pura el alma, más sabrosa la carne. Para vos se oye horrible, para él sabe increíble. Y aunque haga fuerza y quiera luchar contra la oscuridad interna que lo invade, es imposible escaparle -saliendo vivo- al demonio escandinavo que solía habitar cuevas en Islandia y que por esas cosas de la vida llegó a los Estados Unidos. Poné la mesa, colgá los adornitos, inflá los globos, sacá la torta de la heladera y ponele las velitas, que viene el primo hermano de Centavito y ya arranca la fiestita. En más de un sentido, Clown (2014) está para morirse, y no de risa.
Pequeña máquina de asustar No es la primera vez que el género de terror presenta a un payaso como fuente de sustos en pantalla, pero el realizador Jon Watts se las arregla para dibujar una película atractiva. Aun a pesar de un segmento final en el que sucumbe a los lugares comunes.La postergación serial del estreno de Te sigue continúa privando a la cartelera local de una de las películas de terror más estimulantes de las últimas temporadas. Mientras tanto, desde comienzos de año y semana tras semana, siguen apilándose –como cadáveres en una slasher movie– decenas de títulos que van de lo mediocre a lo abominable. En ese contexto, la aparición de El payaso del mal viene a ser algo así como un bálsamo con moderadas propiedades curativas. No es que el film de Jon Watts sea, de ninguna manera, una maravilla del horror cinematográfico, pero sus modestas dosis de clasicismo narrativo bien temperado y su capacidad de navegar ingeniosamente aguas harto derivativas lo transforman en una pequeña máquina de asustar. El origen del proyecto es bastante conocido: Watts dirigió un trailer falso (esto es, de un film todavía inexistente) con la intención de captar potenciales productores y terminó siendo el mismísimo Eli Roth (el director de Hostel y Cabin Fever) el encargado de conseguir el capital necesario para la producción del proyecto tal y como se lo conoce.No es la primera vez que un clown demoníaco es protagonista de un largometraje, pero lo interesante de la primera media hora de El payaso del mal es la forma en la cual el film presenta el material al espectador, previa manufactura y elaboración de un punto de salida francamente absurdo. Como en un capítulo de La zona desconocida –serie de unitarios que, en muchas ocasiones, partía de situaciones potencialmente estrafalarias para llevarlas a su propio límite de tolerancia–, el protagonista encuentra la peor de las maldiciones posibles bajo la forma de un clásico disfraz de bufón. Padre de familia aparentemente escrupuloso, la necesidad de llevar en tiempo y forma un animador a la fiesta de cumpleaños de su hijo termina convirtiéndose en el inicio de una pesadilla interminable. Que el día después el tipo no pueda, literalmente, sacarse el traje, la peluca multicolor o la típica nariz colorada se convierte en una de esas situaciones que pueden hacer desbarrancar a una película antes de empezar; Watts, sin embargo, se las arregla bastante bien para que la embarazosa situación se sienta tan genuinamente ridícula como desesperante.De allí en más, las explicaciones del caso, que llegan bajo la forma de un Peter Stormare deliciosamente sacado: en realidad, lo de los payasos modernos es apenas un derivado inocuo de unos viejos demonios nórdicos dedicados al consumo de la más tierna carne humana, como en un cuento de hadas llevado a extremos de crueldad. Y así el pobre Kent (Andy Powers, actor con tremenda cara de buenazo) irá transformándose no tan lentamente en una criatura cada vez menos humana, un poco como el hombre lobo americano de Landis, jugando primero a las escondidas por pura vergüenza, lanzado más tarde a máxima velocidad a la caza de su próxima víctima. Dejando los detalles más sanguinolentos para el último acto y trabajando el fuera de campo ante los crímenes de sus pequeñas víctimas (¿quién puede matar a un niño en cámara y con qué fin?), la película va perdiendo algo de energía a medida que se acerca a su desenlace y se entrega casi por completo a los tópicos del suspenso más previsible.Pero antes de que eso ocurra se aplica a la confección, con detalles y terminación artesanales, de un horror no exento de humor sardónico (la escena con el joven boy scout o los fracasados intentos de suicidio del payaso son los mejores ejemplos), mientras cuenta su historia sin apuros ni excesos formales de montaje. Incluso se permite una pequeña disquisición filosófica acerca de hacer el mal a otros para evitar el sufrimiento propio. La de El payaso del mal es la nobleza del buen maquillaje en pleno reinado del efecto especial digital: está a la vista en toda su falsedad y, sin embargo, no deja de impresionar y causar el efecto deseado.
EL DERROCHE DE GORE VUELVE RECOMENDABLE "EL PAYASO DEL MAL" A LOS AMANTES DEL CINE DE TERROR Aunque desparejo, un film que asusta en serio Esta película de terror clase B tiene el mérito de inventar un par de trucos nuevos, lo que a esta altura es algo cada vez más difícil. en el género. La culpa de todo la tiene un payaso que falta a una fiesta infantil de cumpleaños: ante la ausencia del animador de la fiestita, el padre del cumpleañero intenta hacerse cargo del entretenimiento y lo logra al encontrar un traje de payaso que le queda a las mil maravillas. El problema es que el disfraz le queda tan bien que luego no se lo puede sacar (hay una escena totalmente demente con la mujer tratando de arrancarle la típica nariz roja). Y las cosas empeoran cuando, además, el tipo empieza a comportarse de maneras muy raras, incluyendo el homicidio de niños pequeños. Se supone que unos productores desconocidos filmaron la película por las suyas y luego le mostrarn a Eli Roth un tráiler en el que ya estaba su nombre en los créditos, y el truco impactó tanto al creador de los "Hostel" que terminó figurando no sólo como productor sino también en el elenco. Aunque actoralmente el que realmente se luce es Peter Stormare, que tiene una aparición muy interesante como el antiguo payaso que puede contar los orígenes de este payaso del mal. La película es despareja, con una buena idea aprovechada más o menos bien, con bastante gore y sustos a granel como para disimular algunas incoherencias argumentales y lo barato del presupuesto. En DVD puede llegar a parecer hasta realmente buena.
La historia de un hombre que se pone un traje de payaso y se va endiablando, no creo resulte muy original. Eso mismo es lo que pasa en "El Payaso del Mal", una peli de terror, que no asusta sino que impresiona (para mal) por la propuesta y por los efectos regularmente realizados en todo el trayecto de la historia. ¿Momentos interesantes? Para mí, ninguno y menos cuando arranca la matanza de niños (Advertencia: si sos impresionable, más allá de que es mala, te recomiendo no entrar al cine). El guión hace agua en muchos momentos y el final... el final... solo digo esto... prestale atención a los efectos especiales -?- (si te reís - que estoy seguro te va a pasar - mejor que sea así, porque es para llorar el ir a ver una peli así)
Nunca uses disfraces ajenos Las películas de payasos asesinos tienen una larga tradición en el cine de terror, desde clásicos como “It, El Payaso Asesino” (1990), hasta propuestas más bizarras como “Killer Klowns From Outer Space” (1988). Más allá de sus diferencias estilísticas y tonales, el factor que aglutina a todos estos films reside en la seductora premisa de convertir a estos amistosos bobalicones que entretienen a nuestros hijos en crueles y psicóticas máquinas de matar, construyendo a menudo un trasfondo simbólico asociado con la pedofilia. El mensaje siempre es claro: desconfiar hasta de lo que nos resulta más familiar. “El Payaso del Mal” (2014), en ese sentido, es un producto más de la industria estandarizada del terror hollywoodense que no aporta demasiado al corpus existente antes mencionado. Dirigida y guionada por Jon Watts (Cop Car), el film narra la historia de Kent (Andy Powers), un padre y esposo ejemplar que encuentra un disfraz de payaso en el sótano de una de las casas en las que trabaja y decide usarlo para animar la fiesta de cumpleaños de su hijo Jack (Christian Distefano). ¿El problema? El traje tiene una antigua maldición que convierte a quien lo usa en un asesino devorador de niños y, a su vez, le impide deshacerse de él. Si bien su esposa Meg (Laura Allen) intentará recuperarlo valiéndose de la ayuda del inestable Karlsson (el genial Peter Stormare), que es el único que sabe cómo neutralizar la maldición, la situación se irá agravando cada vez más hasta llegar al descenlace. El aspecto más interesante de la propuesta que nos convoca reside justamente en el modo en que está filmado ese proceso de transformación que lleva a Kent de ser un tipo jovial e inocentón hasta convertirse en un demonio con nariz roja y maquillaje blanco incapaz de contener sus ansias antropofágicas de jóvenes precoces (entre cuyas potenciales víctimas se encuentra su propio hijo). La caracterización del payaso, el maquillaje y los efectos especiales construyen verosimilitud en el marco de una producción de bajo presupuesto encabezada por Eli Roth (“Hostel”; “El Último Exorcismo”; “Green Inferno”) que además logra correctos momentos de tensión dramática (sobre todo en la secuencia final). De yapa, los personajes no se la pasan tomando decisiones estúpidas como en todas las películas de terror: pulgar arriba en ese sentido. La nota negativa la dan la reproducción de clichés y lugares comunes que convierten a ésta en una historia demasiado previsible, sin sorpresas y con una narración dispersa. Las actuaciones son bastante flojas, la historia un tanto flaca y, si bien el payaso es lo mejor de la película, le hubiera venido muy bien una mayor dosis de violencia y de gore que aportara una mayor atmósfera de terror. La sensación final es que el demonio no es todo lo malo que podría haber sido. Una pena, porque no hay nada como un buen payaso asesino. Por Juan Ventura
Puedes correr pero no esconderte. Si algo podemos decir del gran maestro del cine gore es que siempre se animó a jugar con los miedos. Nadie podría negar que le teme -al menos en la fantasía- a un secuestro y la posterior tortura mientras viaja por el mundo (Hostel, 2005), un poco al canibalismo (The Green Inferno, 2013) y otro poco a contraer un extraño virus que descompone tejidos (Cabin Fever, 2002). Hoy Eli Roth está de vuelta y arremete con una temática -y ya casi un subgénero- que hemos visto bastante en el cine: un payaso malvado que persigue y come niños. Si eso no es una fiel representación de un miedo infantil y de antaño, ¿qué otra cosa puede ser? Kent McCoy (Andy Powers) es un padre y marido ejemplar. Cuando el animador que contrata para la fiesta de cumpleaños de su hijo cancela su presentación, él decide darle una sorpresa y aparecer disfrazado. No se le ocurre mejor idea que hurgar en un viejo y misterioso cofre, donde parece encontrar el atuendo ideal. Su hijo se queda encantado y su esposa maravillada por tremenda acción. Kent se duerme accidentalmente con el disfraz de payaso puesto y al día siguiente descubre que no puede quitárselo de ninguna manera. Con el correr del tiempo, Kent se sumerge en una maldición de origen nórdico bastante desconocida vinculada al lado oscuro. Si bien Roth no dirige esta cinta, El Payaso del Mal (Clown, 2014) está plagada de sus marcas de estilo. Quizá con una estética más comercial, más “americana” si se quiere, la película no provoca sobresaltos pero tiene sus buenos momentos. Sin demasiados artilugios, el film viene a darnos un pequeño respiro en este año en el que el buen terror no se hizo presente. Convengamos que Roth también juega muy bien con la tensión pero esta vez se ha volcado más hacia lo sobrenatural. Quizá ésta es la pata que le faltaba experimentar. Pero démosle crédito también al director Jon Watts, que supo construir un personaje más que interesante con un giro original rindiéndole culto al género, cuyas joyas más emblemáticas son It (1990), Killer Klowns from Outer Space (1988); algunas menos conocidas e incluso olvidadas como Clownhouse (último slasher de la década de los 80 sobre el tema) y Fear of Clowns (2004). Ni hablar del payaso que se mece en la silla en Amusement (2008). Mérito aparte merece el actor sueco Peter Stormare, quien ayudará a la esposa de Kent a combatir el mal que padece su marido de una forma un tanto drástica. Su rostro -que resulta muy familiar en el cine- encaja a la perfección con este personaje que viene a adicionar un poco de humor a la cuestión. Casi sin gore, poco terror (más bien un toque de suspendo), actores no conocidos en su mayoría y asesinatos fuera de cuadro, El Payaso del Mal podría ser para muchos una buena alternativa del género aunque no le alcance. Rescatemos que vemos al productor en acción y disfrutemos de una historia que va por otros caminos y se distingue del resto. Así puede que se disfrute más.
Un asesino detrás del maquillaje La película de Jon Watts construye un extraño mix con la alusión al terror de dos décadas diferentes. Al fin y al cabo el primero de los responsables es un payaso que faltó a la cita. Ocurre que un clown de fiestas de púberes se ausenta a un cumpleaños, razón por la que el padre del agasajado encuentra entre los bártulos un traje rancio y otros adminículos farsescos que le serán útiles para el entretenimiento onomástico. Todo sale bien hasta que, luego de un día feliz, llega el momento de sacarse la colorida vestimenta. Esfuerzos vanos, sangre por acá, la nariz cortada, la piel que se rasga un poco, la familia que se inquieta porque el asustado Kent (Andy Powers) no se cambia de vestuario ni para darse una ducha. En fin, el clown de marras, debido a su nuevo look, se convierte en un asesino que busca, asusta y asesina niños y adultos porque, obviamente, un espíritu muy malo se apropió de él a través de la avejentada vestimenta. Los payasos en el cine tuvieron su clásico noventista con It sobre la novela del prolífico Stephen King pero, dentro del género de terror, la presencia de patéticos seres groseramente maquillados siempre provocó más de una inquietud y temor en el espectador. El caso de El payaso del mal parte de una extraña combinación estética: el director Jon Watts, con poco dinero concedido por el productor, realizador y actor Eli Roth (responsable de bodrios sanguíneos como Hostel), construye un extraño mix al citar al terror de los años 70 y 80 con la crueldad exterior del gore de los últimos tiempos. Como si aquellos films de segunda línea de hace tiempo atrás (Aniversario de sangre, por ejemplo) necesitaran de ciertos condimentos actuales que apelan a la crueldad como único propósito argumental. Como si el recuerdo de la gran Sisters/Hermanas diabólicas (1973) de Brian De Palma fuera forzado a salpicar el lente con litros gratuitos de sangre. Es que en El payaso del mal hay otra pelea, con un empate salomónico, entre la original y clásica puesta en escena del director y las imposiciones actuales del mercado y, tal vez, las de un productor sólo preocupado porque en su película se acumule la mayor cantidad de cadáveres sin extremidades. En ese ambiguo lugar se ubica el film, tan sobrecargado de maquillaje como su personaje principal.
Un susto que termina en chasco Tal vez poco o mucho tenga que ver el nombre de Eli Roth detrás de este proyecto cinematográfico dirigido por Jon Watts, que tiene por protagonista a un payaso. Lo cierto es que sin estar frente a una obra maestra del género, la calidad de este film se sustenta desde dos pilares importantes: su factura artesanal y su mirada poco convencional de un cliché del género como el de los payasitos demoníacos, abanderados desde It (1990) hasta muchas películas mediocre que pueden rastrearse aún si se busca recuperar ese miedo infantil tan rentable al cine de terror. La premisa -más que sencilla- podría tranquilamente ser el argumento para un buen cortometraje, o capítulo de serie unitaria con elementos sobrenaturales, y arraigada a una tradición escandinava, que desmitifica el aspecto bondadoso y risueño de los clowns para simplemente dejar en claro que se trata de perversos que se pintan la cara de blanco y comen chicos. A no enchascarse con niños envueltos, porque aquí de las víctimas, todas ellas asesinadas fuera de campo, quedan los huesitos pero a diferencia de lo demoníaco en primer plano, en realidad opera una lenta metamorfosis que hace mella tanto en la psiquis como en el cuerpo de un agente de bienes raíces, quien encuentra para su mala suerte un traje de payaso y sólo con tomar contacto con el objeto se va transformando paulatina y tortuosamente en el monstruo del afiche. El payaso del mal (2014) arranca por méritos propios como una promesa, sin dejar de lado los elementos característicos del género, pero siempre en búsqueda de un giro inesperado para aquellos fanáticos. Sin embargo, pierde fuerza al promediar su segunda mitad y cae en la tentación del gore ATP, en ese sentido el nombre de Eli Roth no es otra cosa que puro maquillaje y por eso comienza como un gran susto para terminar como un gran chasco.
Plin plin eran los de antes La última década no ha sido muy positiva en el cine de terror, que sufre de exceso de historias de entes paranormales y mockumentaris. No es alarmante declarar la muerte del género al menos en Estados Unidos, donde hay demasiada dependencia del sector de producciones independientes que cada tanto salva el año con alguna joyita o se cae en detestables remakes de films originales de Europa o Latinoamérica, ya que nada les ha quedado en recursos a los amigos asiáticos. Ahora es el turno de un diamante mal esculpido, El payaso del mal -título original Clown- ópera prima de Jon Watts estrenada tardíamente, ya que este año se conoció otro film de su autoría, el thriller Copcar, con Kevin Bacon. La premisa se centra en un padre de familia que, al enterarse de la ausencia del animador de la fiesta de su pequeño hijo, decide sorprenderlo disfrazándose de payaso, consiguiendo la vestimenta en un viejo baúl de una casa en alquiler en horas de su trabajo como presentador inmobiliario. Terminada la fiesta y cumpliendo su objetivo, Kent -nuestro protagonista- no puede sacarse el maquillaje ni el grotesco disfraz. Tampoco puede frenar la maldición que se apodera de su cuerpo, transformándolo en un ser hambriento de niños. Sin dudas, la temática resultó una idea fresca y una vuelta a los payasos malditos que nos recuerda al diabólico clown Pennywise de It, quien sigue siendo el abanderado junto a Ronald Mc Donald en inculcarnos verdadero terror. Watts, que no es ningún tontito, aprovechó la potencial trama convirtiéndola interesadamente en un falso tráiler con la aparente producción del director Eli Roth, quien lejos de ofenderse aceptó el desafío de apadrinar esta moción en largometraje. Pero la interesante historia con el transcurso de sus 30 minutos comienza a debilitarse y cae en los lugares comunes del cine de terror. A favor de El payaso del mal se puede mencionar cierto grado explicito de gore en cuanto al sadismo con infantes, un tabú que se está rompiendo con la aparición de series como The walking dead o The game of thrones, estandartes en liberar a su suerte la baja -es decir la muerte de forma cruenta- en personajes menores de edad. También se agradecen las cuotas de humor negro y el dramatismo que conlleva la metamorfosis del protagonista, que nos recuerda a La mosca, de David Cronenberg, aunque sin llegar a sus talones y ahogándose en una tragedia griega simplista. Además, El payaso del mal goza de una correcta actuación por parte de Peter Stomare como ese típico personaje aparentemente conocedor de la maldición y salvador externo al núcleo familiar padeciente. Por otra parte, es destacable el aspecto técnico de los efectos especiales que al final expone el film, los cuales hacen guiños al viejo stop motion de Sam Raimi en Evil Dead en manos de Tony Gardner, quien se luce aquí y en la trilogía mencionada. Pero esos puntos a favor no terminan de salvar a El payaso del mal, cuyo demoníaco personaje prometía mucho, pero que termina debilitándose y desinflándose. Esta vez Plin Plin se pinchó nueva y amargamente la nariz.
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Cuidado con los niños El payaso del mal dignifica al subgénero de películas de terror sobre clowns diabólicos. El filme narra la historia e un padre de familia que se prueba un disfraz fatal. Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo, en algún lugar del norte de los Países Bajos, un hombre salía de las montañas con la piel blanca y la nariz roja a causa del frío y conducía a los niños de la villa a su cueva (atrapaba uno por cada mes del invierno). Con los siglos, la leyenda del “Cloisne” fue olvidada y se convirtió en el “Clown”. Su rostro blanco y su nariz roja para hacer reír a la gente y entretener a los niños eran su anzuelo. Así se explica el origen de la figura del “Payaso” (Clown en inglés) en El payaso del mal, película que viene apadrinada (y producida) por Eli Roth, un director que ha demostrado talento y amor por la materia con gemas como Cabin Fever y Hostal. El hecho de que Roth esté de custodio la favorece y por primera vez se nota que hay un intento serio por hacer algo decente con este subgénero tan maltratado por la crítica. No cae en el psicologismo explicativo a lo Rob Zombie y no se olvida de los clisés a los que obliga la categoría. Hasta ahora no se hizo ninguna película de payasos asesinos que sea una obra maestra. Los títulos de este subgénero marginal y condenado al fracaso en la taquilla siempre ocuparon el lugar de “bizarras” en los videoclubes, ya que la mayoría fueron lanzadas directamente al video y casi siempre se trataba de producciones de bajo presupuesto hechas por amateurs. El payaso del mal, en cambio, demuestra de entrada un propósito distinto. No demora en mostrar al protagonista, el padre de familia Kent (Andy Powers), y su pronta conversión en el payaso asesino. En el cumpleaños de su hijo Jack (Christian Distefano), los verdaderos payasos contratados para animar la fiesta no pueden asistir y es así que papá Kent decide ir en busca de un disfraz para hacer él mismo del hazmerreír. Pero elige el traje equivocado, un disfraz viejo que tiene una particularidad: es la piel y el cabello de un demonio, que posee a quien se lo pone y cuya única manera de sacárselo es decapitando a quien se lo coloca. El director Jon Watts va mostrando de a poco la transformación del personaje. El timing para hacerlo, muy a lo Cronenberg en La mosca, es la virtud del filme. Hay además varios planos acertados, por su economía y pertinencia (por ejemplo el cenital para mostrar un choque de auto) y cuenta con una secuencia memorable: cuando están dentro del pelotero en el parque de diversiones y los asesinatos de los niños van quedando fuera de campo. Roth y Watts conocen el paño y lo demuestran en detalles: los dientes del payaso, la incorporación del ruido que hace Kent cuando empieza a ser poseído (como si las tripas le silbaran de hambre, pero de una manera terrorífica), en cómo Kent lucha por no dejarse poseer, entre otros. El payaso del mal cumple y el resultado dignifica a las películas de payasos diabólicos.
“Clown”, tal el titulo en el original, podría considerarse como una película de terror sobrenatural, de producción independiente en EEUU., está dirigida por Jon Watts y escrita por él mismo en colaboración de Christopher D. Ford, sin embargo es promovida como un filme de Eli Roth, quien en realidad está cargo de la producción. Kent McCoy (Andy Powers) es un agente de bienes raíces, un maravilloso padre y esposo, calido, afectuoso, de buen humor. Su mujer Meg (Laura Allen) casi venera la entrega de su pareja para con ella y el hijo en común. Le promete a Jack, su hijo, que a su fiesta de cumpleaños vendrá el mejor de los payasos, personajes que apasionan y divierten, al hijo, por supuesto. Ante la ausencia por un imprevisto accidental del payaso contratado, Kent se hace cargo y al descubrir un viejo traje de payaso en el sótano de una casa que está remodelando para vender, y decide ponérselo para entretener a su hijo y sus amigos. Después de la fiesta, Kent se duerme con el traje puesto. A la mañana siguiente ya no es capaz de quitárselo, todo los componentes del traje, la peluca, la nariz roja, están adheridos a su cuerpo y progresivamente se van transformando en su propia piel, lo que determinará cambios radicales en su conducta. La única que continua viendo debajo del maldito disfraz a Kent es su esposa, y es a partir de ese instante que se constituye como una trama paralela, ya que ambos, Kent y Meg, serán los personajes actanciales, ambos son los que con sus acciones le dan un tono creciente y constante a la historia. Por un lado, Kent se transformara en un asesino de niños, en tanto Meg busca ayuda, la que encuentra en Karlsson (Peter Stormare), un buen aliado, ya que es quien conoce el maleficio del traje. Si bien algo del orden de los estereotipos en la presentación y constitución de los personajes está puesto en juego, en ningún momento el filme recurre a las formulas establecidas para facilitar la progresión dramática, hasta por momento parece constituirse en ese axioma que uno termina siendo aquello que nos define en las acciones. Tampoco va en detrimento el relato en si mismo, esos comunes denominadores de las producciones del genero, tal como la invasividad del “traje” en el cuerpo de un hombre común, llevado a su propia degradación, el cliché de un demonio que se apoderó del traje desde tiempos inmemoriales, pues su mayor solidez se encuentra en las actuaciones, en la simplicidad de su propuesta, y en la ausencia casi absoluta de diálogos idiotas, tan comunes en los últimos filmes del mismo género.
Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli. Un espacio dedicado al cine nacional e internacional. Comentarios, entrevistas y mucho más. ¡No te lo pierdas!
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El trailer de El Payaso del Mal (absurdo título hispanoamericano para Clown) generó muchas expectativas por tener, en principio, una premisa que se sale de la media. Personalmente pensé que iba a ver una comedia sin límites y pasada de rosca. Pensé que iba a ver una Killer Klowns From Outer Space de esta época. Sin embargo, la película va en serio (los toques de comedia son menores) como la mayoría de los films de terror actuales. Se coquetea con los temas del cine Z de los 80´s pero no con sus modos desenfadados. Se cambió la fiesta por la lección moral. Esa es la realidad del género actualmente y dentro de esa realidad, si bien El Payaso del Mal no juega con las cartas que esperaba, juega bien. El Payaso del Mal funciona porque se condensa en una línea simple: Kent es un tipo que un día se puso un traje de payaso y no se lo pudo sacar. La trama, para sostenerse tiene algunos extras: Kent tiene una esposa (Meg), un hijo pequeño (Jack) y uno por venir; hay una leyenda sobre un demonio nórdico (algo así como el primer payaso) y un montón de cosas más. Lo esencial, sin embargo, me sigue pareciendo ese primer puntapié. Kent jugó (se le da mucha importancia a lo lúdico en el film) por un rato a ser otro y se convirtió en ese/eso otro. Cuando la conversión empieza se da cuenta que el mecanismo de esa maldición incluye que se coma a cinco menores. Por lo cuál va a empezar una lucha consigo mismo para zafarse sin matar a nadie. La película cae cuando la focalización se traslada desde Kent hacia Meg. Se intuye que este cambio está dado para posibilitar el final clásico del “enfrentamiento con la cosa”, pero teniendo en cuenta que este es un film que no tiene la presión comercial del mainstream respecto a las boleterías, hubiese sido interesante que se mantenga por el camino por el cuál arranca, ya que este es el que otorga sentido a la totalidad de lo que vemos. Kent se convierte en algo que detesta (desde lo estético y ético) y es en esa lucha interior por no atacar niños en donde se ven las mejores escenas de la opera prima de Jon Watts. Por supuesto el payaso como icono, el verbo “comer” y la preferencia hacia los niños están relacionados con la práctica de la pedofilia. Es en ese tipo de monstruo en que Kent se convierte y contra lo que lucha. Bajo esos términos está planteada la densidad del relato. El Payaso del Mal funciona porque se condensa en una línea simple: Kent es un tipo que un día se puso un traje de payaso y no se lo pudo sacar. La focalización, que en primera instancia parece buscar centrarse en lo humano (o en los humanos que aún siguen siéndolo) termina sembrando el terreno para que Eli Roth (porque este es su sello propio) nos diga una vez más que las personas son más monstruosas que aquello a lo que llaman monstruos y, de paso, que intente aleccionarnos (como en todas las películas donde produce y/o dirige). La diferencia que consigue el productor con esta cinta es que la construcción del relato (tanto narrativamente como en la esfera simbólica) es más orgánica para que esta inserción sea posible. Esto hace que Clown sea llevadera y no una prédica constante como Aftershock. Sin detallar spoilers sobre los aspectos de crítica al grupo social del cual forma parte Meg que están presentes en la cinta, puede decirse que es lógico que los personajes en El Payaso del Mal tengan sus propias mascaras sociales, que cambien su posición y que intenten mantener las apariencias hasta las últimas consecuencias, dado que es una película cuyo punto de partida es un tipo que no puede sacarse un disfraz y este lo termina absorbiendo. El Payaso del Mal pudo haber sido una película pésima y pudo también ser La Mosca. Digamos que se queda a la mitad de esos dos terrenos. Por mi parte espero ver el próximo proyecto del debutante Jon Watts sin Eli Roth detrás. A ver qué pasa.
Antes de comenzar a análisis, quiero dejar en claro que Clown no es una película de terror, sino mas bien una mezcla de suspenso y drama. La película no comienza contando una historia como muchas otras, sino que va directo al hecho en primera instancia y luego nos adentra en el trasfondo de la misma. Un padre (Eli Roth) que encuentra en el sótano de una casa en venta un traje de payaso, y decide usarlo para el entretenimiento de los chicos durante la fiesta infantil de su hijo (Christian Distefano), por la ausencia del payaso contratado luego del aviso de su esposa (Laura Allen). La primera hora parece más de una película de drama que de terror o suspenso, donde veremos la transformación del padre en algo completamente diferente y su lucha constante interna contra esto, por el amor hacia su familia. Dicha transformación esta muy bien llevada, dando varios tintes sentimentales que invitan a la emoción del publico, pero que vamos, no es lo que vinimos a buscar teniendo en cartelera otras películas más interesantes para esto. Ya pasado eso, Clown parece empezar a mostrarnos algo. Dijimos que esta producción no encaja en el genero de terror, sino en suspenso, con lo justo, y te cuento porque. La película no deja ese tinte emocional y dramático nunca, solo que agrega pasada la primera hora las escenas de violencia. Escenas que son una total decepción, donde no usan ninguno de los recursos conocidos dentro del género de terror ( cámaras, sonidos, apariciones, luces etc), sino que simplemente suceden y realmente no asustan a nadie, hasta que algunas causan gracia por el exceso de gore sobre las victimas, mas allá de que se trate de inocentes niños. Otro punto flojo es la banda sonora, los sonidos están bien pero no encajan con las escenas, dejando varias mudas, como si de una película de mimos se tratara. Otro aspecto molesto, o por lo menos para quien relata, es la ausencia de los clásicos sonidos de payasos (risas siniestras, voces, etc) y el uso excesivo del ruido del estomago por hambre, que se vuelve muy repetitivo. Veredicto final Clown es una película que mezcla los géneros de suspenso y drama, no entendiendo muy bien cual es el objetivo final y no se sabe si intenta asustar o emocionar al publico. De terror no tiene nada, las escenas son super simples y no usan ningún recurso como para generarnos tensión en el momento que llegan, y hasta en muchas de ellas ni vemos lo que pasa. En contraparte hay que destacar que en comparación con otras películas de la misma temática, Clown se destaca en su calidad artística, como evoluciona el payaso me encantó, no así en la sonora. "Personalmente la considero una nueva decepción del género y la recomiendo solo como excusa para ir con un/a chico/a."
La película te satura de payasitos en sus primeros dos minutos: Jack (Christian Distefano, de Finding Christmas) festeja su cumpleaños y es fanático de los payasos. La torta, los vasos, todo, todo tiene payasos. Pero el payaso principal, el de carne y hueso, el animador, cancela su visita. Indignada por partida doble, su madre Meg (Laura Allen, The Collective) telefonea al padre del mocoso, Karlsson (Peter Stormare, Fargo), que no sólo aún no llegó al cumpleaños, sino que se ve obligado a sacar de la galera un Plan B para mantener en pie la ilusión del pequeño. Resulta que este padre, ocupado pero tierno y dedicado, es agente de bienes raíces, ¿y qué es lo que encuentra en una de sus propiedades, guardado en un viejo baúl? ¡Así es! Un traje de payaaaaso. Creyendo que la buena suerte le sonríe, se lo pone y parte rumbo a su casa para animar él mismo la fiesta de cumpleaños. Pero, finalizado el festejo, no se lo puede sacar: es que no sólo se puso el traje, sino que también se convirtió en vehículo de un demonio que exige el sacrificio de cinco niños para dejarlo ir. En primer lugar, la idea de encontrar el traje tan oportunamente me fastidió. Me generó la idea de “Aaaah, siii, tan fácil, justo ahí estaba el traje y justo él lo necesitaba, que estafa”... pero no. No es así. Es la voluntad propia de los objetos malditos, que como tienen su propio objetivo se acercan, deliberadamente a los humanos que podrían sacarlos de su inacción. Es el sentido completo de su ser: por algo están malditos. Más allá de usar al humano que los descubre para lograr su cometido, también tienen que lograr atraerlos hacia ellos. Y en este punto, como en tantas otras películas de terror, sucede algo que en la vida real no sucedería (de hecho sucede todo lo contrario, cuando buscás algo, desaparece); pero, ¿vale la pena mencionar que estamos viendo una película de género, el cual establece claramente sus reglas y su verosímil? No, no seamos giles. Por otro lado, el tema del género es quizás el punto más flojo: la historia se va narrando de manera clásica. Se dosifica de a poco la información: qué es el traje, qué ocasiona, de dónde salió y cómo librarse de él. Mientras tanto, en paralelo, asistimos a cómo la vida propia del traje se va apoderando de Karl, convirtiéndolo poco a poco en demonio y atravesando la necesidad de sacrificar niños para alimentarse. Lo cuestionable es que, al principio, la secuencia en que no puede sacarse el traje se desarrolla como un drama lleno de humor negro. De este punto en adelante la trama podría tomar absolutamente cualquier giro: da lo mismo que vire al terror o que continúe siendo un filme dramático con una gran preponderancia del absurdo, donde el principal obstáculo a superar es no poder sacarse el traje. Dato Nerd: quien se caracteriza como payaso para interpretarlo es el mismísimo director, Eli Roth. Es por eso, justamente, que cuando comienza la cacería de infantes uno puede sentirse un poco... incómodo. Claro que no estamos hablando del Pennywise de nuestra querida adaptación ochentosa de It; éste es otro payaso. Con menos presencia, menos chapa. De hecho, la esposa, en plan de liberar a su marido de la maldición, termina cobrando más fuerza en la trama que el mismo protagonista. Al no tener tanta presencia el payaso en sí, cuesta creerse que avance tan firme en el camino de cumplir su cometido; si bien la voluntad principal pasa por el demonio originario poseyendo a Karl a través del traje, la poca voluntad que le queda a él mismo (sumado a la esposa y los distintos ayudantes que van apareciendo a lo largo de la trama), da la sensación de que el payaso no representa ningún riesgo. Y si efectivamente, para dejar ir a su esposo, le exige a Meg que traiga un nene más para completar el sacrificio de los cinco... medio que ya fue: da igual si mata a cuatro o mata a cinco. A menos que ese quinto sea, claro está, el hijo de la pareja. La cuenta regresiva con la que la película pretende alcanzar el clímax se apoya en esta premisa. Pero tampoco logra tener fuerza, a uno no le genera ninguna empatía el hijo de ambos, más allá que lo hayan mostrado siendo víctima de bullying. No sólo no nos importa si muere, sino que, también, en un punto hasta lo consideramos justo: ¿Karl-payaso mató a cuatro chicos inocentes? Bueno, que mate a su hijo y vuelva a la normalidad, así al menos vive el resto de su vida atormentado por la culpa. VEREDICTO: 6.0 - UNA PAYASADA El Payaso del Mal es una película que, para disfrutarla, hay que romper con toda la solemnidad de la sala de cine. Si la ves, tiene que ser en un pijama party, con amigos, riéndote y comentándola. En ese contexto, es un plan increíble. Pero si querés ver algo en sala, seriamente, mejor andá a ver la israelí (o de por ahí), esa que se llama Omar.
Ideas sueltas Originalmente era poco más que un chiste, un trailer falso que el director de publicidad John Watt y su amigo Christopher Ford filmaron para colgar en Youtube. Como parte de la broma le agregaron al video un "producida y dirigida por Eli Roth", refiriéndose al director de Hostal y The Green Inferno, figura de cierto prestigio en el ambiente del cine gore extremo. La cuestión es que Eli Roth vio el trailer y se decidió a apadrinar a John Watt, haciéndose cargo de la producción, incluso encarnando él mismo al payaso del título. El "chiste" no le salió nada mal a Watt, al punto de que ahora ha sido llamado a filas de las grandes superproducciones de Hollywood para filmar la próxima película de Spiderman. Si bien se trata de una historia pequeña que parecería prestarse para poco más que una broma, hay que ver lo bien que funcionan estas ideas sencillas como premisas para el cine de terror. La historia de un traje de payaso de origen ancestral e incierto, que una vez colocado queda adherido al cuerpo sin que exista posibilidad alguna de sacarlo y que va convirtiendo al portador en un demonio devorador de niños es, increíblemente, una posibilidad de gran punch cinematográfico. Se echan mano a un puñado de miedos atávicos, la otredad, los monstruos interiores, la figura siniestra del payaso (la fobia a ellos ya se ganó un nombre: la coulrofobia) y la antropofagia, y de esta manera el abrupto comienzo no podía ser más prometedor. El problema es el desarrollo: a medida que la anécdota avanza ninguno de los actores parece demasiado convencido de lo que está haciendo y los personajes carecen de un pasado y de la complejidad necesaria como para que importe mucho lo que les sucede. El conflicto además se extiende demasiado y siempre de acuerdo a lo previsible (en su desesperación por dejar de ser payaso, el hombre busca al típico veterano medio loco que pueda ayudarlo, se esconde y lucha contra sí mismo, con el creciente demonio aflorando en su interior). Quizá lo más interesante del planteo sea utilizar la contienda interior del hombre y sus intenciones de no lastimar a los niños como una referencia velada a los pedófilos y su propia incontinencia. Hay escenas en que los niños, regalados, buscan al horrendo payaso y hasta golpean a la puerta del apartamento en el que se recluye, que si bien carecen totalmente de verosimilitud, pueden ser leídas como la fantasía esquizoide de un pederasta. Si bien se trata de una película con buenas ideas –la mejor escena por lejos es el ataque del payaso a un niño que está solo en su casa, jugando videojuegos en red– los problemas repercuten negativamente en el ritmo y la historia acaba convirtiéndose en algo cansino. Y en definitiva, no parecería estar aportándose nada nuevo al género.
El cine de terror no está teniendo un gran año, aunque trate y trate no encuentra el camino, busca por el lado de exorcismos y falla. Busca algo nuevo de la mano de un terror más científico y también falla. Falla porque caen en la fórmula suspenso, suspenso y te ponen algo para que te asuste de golpe. Pero no hay nada que te haga estar tenso durante toda la película. “El payaso del mal” no es la salvación del género, pero por lo menos les deja sacar la cabeza del fondo del agua para respirar un poquito a los fans del terror. El film escrito y dirigido por Jon Watts (dirigirá el reinicio de “Spider-Man” en 2017) cuenta la historia de un hombre que encuentra un disfraz de payaso, se lo pone para animar la fiesta de su hijo y no se lo puede sacar.