El cine tenaza El paulatino repliegue del antiguo capitalismo industrial tradicional corre de la mano del ascenso de la especulación financiera y de la peor faceta -la más concentrada y dañina- de las ramas extraccionistas, mineras y químicas de antaño, ahora monopolizando la creación de determinados componentes de los procesos productivos y contaminando a diestra y siniestra de la mano de mafias en las que los actores gubernamentales y las corporaciones se asocian para el saqueo de los recursos energéticos, las materias primas, los yacimientos y cualquier ingrediente de la naturaleza que pueda ser triturado y reconvertido en producto. Desde la connivencia en Argentina de los últimos lustros entre las empresas mineras y petroleras y las lacras kirchneristas y macristas hasta las demandas masivas de personas que se vieron afectadas por la producción de ácido perfluorooctanoico (PFOA) por parte de la transnacional DuPont para la fabricación de Teflón/ politetrafluoroetileno, el tema no ha sido suficientemente tratado por el cine reciente y El Precio de la Verdad (Dark Waters, 2019) viene a corregir el asunto al analizar -precisamente- la contaminación a cargo de DuPont y cómo ésta afectó a sus empleados y a las poblaciones que circundan a sus plantas químicas vía la producción de polímeros sintéticos que terminaron en animales y personas. La trama se centra en el derrotero del abogado corporativo Robert Bilott (Mark Ruffalo), miembro de una firma que se especializa en defender a grandes compañías, en una cruzada en la que cambia sus objetivos de base y opta por litigar legalmente en favor de aquellos que padecen el accionar del nuevo capitalismo salvaje de la factoría química: un día el señor recibe una caja repleta de VHS cortesía de un granjero, Wilbur Tennant (Bill Camp), que afirma que la planta de DuPont cercana a su hacienda en Parkersburg, West Virginia es la responsable de la muerte de 190 vacas de su propiedad a través de una colección de padecimientos que incluyen tumores, dientes negros y órganos hinchados. Con el visto bueno de su jefe, Tom Terp (Tim Robbins), Bilott comienza a investigar el caso y descubre no sólo las estrategias de la compañía para maquillar sus chanchullos y “comprar” el favor de la comunidad mediante donaciones y demás, sino también un largo historial de estudios, desechos, encubrimientos, corrupción y aberraciones biológicas con motivo de la línea de producción del Teflón, un compuesto que fue a parar a prácticamente toda la humanidad a través de su utilización en pinturas, mangueras, revestimientos, balas, electrónica, hilos, medicina y esos múltiples utensilios de cocina de supuestas propiedades “antiadherentes”. La película, dirigida por el genial Todd Haynes y escrita por Mario Correa y Matthew Michael Carnahan a partir del artículo de 2016 The Lawyer Who Became DuPont’s Worst Nightmare de Nathaniel Rich, realiza un trabajo estupendo en lo que atañe a la presentación dramática de un caso tan complejo y con tantas aristas que empieza en términos jurídicos en 1998 con el encuentro entre Bilott y Tennant y se extiende hasta nuestros días mediante una catarata de procesos legales contra DuPont por haber contaminado los suministros de agua de distintas zonas de West Virginia y provocado cáncer, úlceras, enfermedades de la tiroides, colesterol alto e hipertensión crónica. El film toma la posta de propuestas semejantes como Una Acción Civil (A Civil Action, 1998) y Erin Brockovich (2000), algo así como neoclásicos del séptimo arte de raigambre testimonial volcado a condenar las mentiras, la codicia y la impunidad de los conglomerados contaminantes contemporáneos, para denunciar que DuPont ya sabía desde mediados del siglo pasado acerca de la conexión directa entre las minucias de la fabricación del Teflón y sus consecuencias ultra tóxicas para la salud por experimentos hechos sobre animales y por los mismos nefastos correlatos que tuvieron que padecer sus empleados, incluyendo tumores y malformaciones varias en fetos de mujeres embarazadas. Catalogando el enorme volumen de información técnica y procedimental y debiendo luchar contra las diversas trabas que impone la todopoderosa multinacional, el abogado protagonista verá morir de cáncer a Tennant, padecerá en carne propia la batalla por el volumen de estrés y en esencia descubrirá hasta qué punto las intimidaciones mafiosas son una práctica común en el simpático “mundo de los negocios”. El Precio de la Verdad establece un constante contrapunto entre la toxicidad extrema de los componentes de la industria química y el desprecio por la vida en general por parte de DuPont, por un lado (circunstancia que puede comprobarse en la comercialización masiva de politetrafluoroetileno a escala global: por más que las dosis sean bajas, el “ingrediente estrella”, el ácido perfluorooctanoico, es resistente a la biodegradación y permanece tóxico dentro del organismo humano o animal), y la perseverancia semi solitaria de Robert y Wilbur en materia de hacerle pagar a la empresa el enorme daño infligido a comunidades que para colmo dependen de DuPont en tanto principal fuente de empleo, por el otro lado (a la paradoja de fondo, esto de una compañía alimentando y envenenando a la par a miles de personas, se suma la triple carga del lentísimo proceso judicial, el agravamiento escalonado de la salud de todas las víctimas y la evidente negligencia/ complicidad/ hipocresía de las agencias gubernamentales que debieron haber controlado el desarrollo de los nuevos productos químicos y su implementación práctica en el día a día de los norteamericanos, encima con lamentables casos de funcionarios estatales arrastrando “llamativos” vínculos pasados o presentes con la empresa en cuestión). El relato no descuida la faceta familiar de Bilott pero tampoco permite que se inmiscuya en el núcleo retórico excluyente, la lucha por justicia, dejando en un correcto segundo plano a la esposa del protagonista, Sarah (Anne Hathaway), una mujer que acompaña al hombre y con quien eventualmente tendrá tres hijos varones que atestiguarán ese deterioro físico y psicológico producto de años de hacer frente a gigantes bien nauseabundos del capitalismo más corrupto y despreciable de nuestros días. Si bien a priori Haynes parece una elección un tanto extraña para dirigir una película de estas características, la verdad es que el realizador se luce en lo suyo y hasta nos permite descubrir otra dimensión impensada de su carrera, esa que -recordemos- posee un costado experimental a lo Poison (1991), Safe (1995) y Wonderstruck (2017), una propensión a los musicales ambiciosos símil Velvet Goldmine (1998) e I’m Not There (2007) y un muy fuerte interés por el melodrama intelectual cercano a Douglas Sirk, presente en convites como Lejos del Paraíso (Far from Heaven, 2002) y Carol (2015). Un Ruffalo muy inspirado y asimismo productor recibe la ayuda de excelentes colegas en la línea de Camp, Robbins, Hathaway y un Bill Pullman que también maravilla a pesar de su breve participación en pantalla, todo puesto al servicio de una historia que subraya la capacidad dialéctica de este cine tenaza -tan valioso como valiente- capaz de cortarles la cabeza a los psicópatas intra y extra gubernamentales que funcionan como empleaduchos, testaferros o sicarios de estas compañías interesadas en hacerse del control absoluto de los distintos mercados del planeta a nivel de la infraestructura industrial, energética y comunicacional. El Precio de la Verdad llama a las cosas por su nombre y pone el acento en los riesgos a la salud pública que traen consigo prácticas todavía hoy en boga -ya con muchísimos años a cuestas- en lo referido al eterno fetiche sintético que maximice las ganancias y se ajuste al milímetro a los criterios voraces del capital más concentrado y caníbal, siempre dispuesto a fagocitarse a quien sea con tal de cumplir con sus metas y con una espiral ascendente de acumulación que no sólo empobrece a la mayoría del pueblo sino que lo enferma desde una urgencia desoladora…
“Dark Waters” dirigida por Todd Haynes (“Six By Sondheim” 2013, “Carol” -2015, “Wonserstruck” 2017, título original del filme, creemos que es más acertado que el que el que se le puso para la versión en español “El precio de la verdad”. “Aguas oscuras” resume mucho mejor el sentido de lo que trata, sobre la contaminación de las aguas en un pueblo de Virginia Occidental. El sentido subliminal del título no sólo hace referencia a las aguas contaminadas por productos químicos. sino atambién a la corrupción (judicial, parlamentaria, gubernamental) que existe alrededor de las grandes empresas químicas, a las que poco les importa la salud no sólo de las personas o animales que existen alrededor, sino también a la tierra sobre la cual están construidas sus fábricas. En nuestro país existen varios ejemplos de lucha sistemática contra estas corporaciones. El peligro de los 44 proyectos mineros que directamente se encuentran en zona glaciar, de los cuales 30 los llevan a cabo empresas de Canadá; 31 son en la provincia de San Juan; 21 buscan extraer cobre, 18 buscan oro, y uno, la empresa canadiense Pacific Bay Mineral que evalúa la posibilidad de obtener uranio en Arroyos Pajaritos (Chubut). El caso más emblemático es la mina Veladero, en la provincia de San Juan, operada por la compañía multinacional Barrick Gold, y el de la mina San Guillermo, que pertenece a las Reserva de Biósfera “San Guillermo”, el sitio de mayor concentración de poblaciones de vicuñas de nuestro país, y forma parte desde 1981 de la Red de Reservas de Biósfera de la UNESCO. A semejanza de “Baraka” , que en árabe significa “bendición divina” y en sufí “aliento de vida” , dirigida por Ron Fricke en 1992, “A civil action” realizada por Steve Zaillian en 1998, y “Erin Brockovich” por Steven Soderbergh en el 2000), “Escandalo en el poder” en 2015, por Austin Stark, entre otras. A las que ahora también se han sumado las series televisivas de HBO y Netflix filmadas en: Grecia, Alemania, Turquía, Noruega, en esta especie de cruzada contra la contaminación ambiental y la voracidad de las industrias químicas, a la que también se le anexa otro fenómeno que está apareciendo: el tráfico de órganos con la entrada ilegal de los refugiados. En la pantalla grande vemos a veces las verdades que no queremos conocer, por comodidad, por desconocimiento, o porque es mejor no pleitear con empresas poderosas que sabemos siempre van a ganar, ya que gran parte de sus suculentas ganancias se reparten entre jueces y otros intermediarios del poder. “El precio de la verdad” es uno de esos filmes aleccionadores y con una gran virtud, la denuncia (que sin ser perfecto ya que posee varios espacios en blanco en su guion), muestra una realidad tan terrorífica como alucinante. El agresor o asesino es una sustancia aparentemente mágica de la era moderna llamada teflón, destinada a hacer la vida más fácil de las amas de casa, pero que en realidad enferma a toda la familia. Y sus residuos contaminan la tierra, enloquecen a los animales (como las vacas locas), y a la población le ennegrece los dientes y afectas a sus pulmones. Un panorama nada alentador al que se le sumaban los anuncios publicitarios, como uno que apareció en Londres que sugería: “Elija una sartén recubierta de teflón como elige un hombre. Lo que hay dentro es lo que cuenta”. En esta época en que cualquier palabra cuenta, no sabemos cómo funcionaría el colectivo MeToo, ya que el mensaje es horrible. no sólo para los hombres sino para las mujeres que son utilizadas como objetos estúpidos que pueden comprar cualquier cosa,. Si hacemos memoria los recuerdos nos llevarían a ver como todas las mujeres corrían a comprar el mágico teflón, sin saber que adquirían un ticket a su propia muerte. ¿De qué estaba compuesto teflón? Aún no se sabe, es como la fórmula de Coca Cola, súper secreta. Pero una parte se descubrió, es ácido perfluorooctanoico (PFOA, también conocido como C8), el resto de los componentes se mantienen ocultos. En “El precio de la verdad” el espectador conocerá a Wilbur Tennant (Bill Camp), un granjero de Virginia Occidental lleno de ira, cuyos animales (y medios de subsistencia) mueren horrible e inexplicablemente en su hacienda. Tiene sus sospechas sobre la causa, pero las muertes son un enigma tan misterioso que lo lleva a buscar ayuda en un abogado corporativo: Rob Bilott (Mark Ruffalo), quien se convirtió en el gladiador de los rancheros y luchó contra DuPont. La historia se basa en un artículo de 2016: titulado "El abogado que se convirtió en la peor pesadilla de DuPont", de Nathaniel Rich que se publicó en The New York Times Magazine. En los años ‘60 la escritora Rachel Carson en su libro “Silence Sprint” (Primavera silenciosa) ya denunciaba los efectos perjudiciales de los pesticidas en el medio ambiente, especialmente las aves, y culpaba a la industria química de la creciente contaminación. Algunos científicos lo calificaron de fantasioso, pero para muchas personas se trata del primer libro divulgativo sobre impacto ambiental y se ha convertido en un clásico de la concienciación ecológica. Sin embargo, a pesar de la conexión ambiental, “El precio de la verdad” es más convencional que el trabajo habitual de Haynes en su estructura narrativa y enfoque del material. La película se centra en detalles muy técnicos, tanto químicos como legales, para demostrar primero el grave peligro al que DuPont exponía a la población. La fotografía es técnicamente impecable, con un enfoque preciso (por la cámara Edward Lachman), sobre paisajes urbanos deshumanizados, casi apocalípticos, en un conjunto sombrío, contrastados con paisajes campestres sin color y sombras oscuras que parecen manchas que se agigantan por el impacto del sol. La diagramación es como una cuadrícula en la que el espectador deberá acceder como si fuera una ficha de ajedrez. “El precio de la verdad” opta por hacer énfasis en todos los años que se requirieron para poder convencer a las autoridades gubernamentales de la responsabilidad de DuPont, y de soslayo a Monsanto, la carga emocional que eso implicó para todos. En su crónica de Rich sostiene: “No fue una espera pacífica. La presión sobre Bilott en Taft había aumentado desde que inició la demanda colectiva en 2001. Los honorarios legales le habían otorgado un aplazamiento, pero a medida que pasaron los años sin una resolución, Bilott continuó gastando el dinero de la empresa, no pudo atraer nuevos clientes, y se encontró en una posición incómoda”. Pero DuPont no sufrió mucho tiempo por su pérdida, en 2019 se fusionó con DOW Chemical para formar un conglomerado de superpotencias sosteniendo: “¿Por qué espera un futuro mejor? “Vamos a inventar uno mejor ahora”.
Cientos de historias sobre denuncias ambientales han generado narraciones cinematográficas En esta oportunidad el apasionante relato de cómo una empresa megamillonaria supo contaminar y contaminarnos y la lucha de un abogado dispuesto a perderlo todo con tal de ayudar a una comunidad, permite el lucimiento de Mark Ruffalo en una de sus mejores interpretaciones en años. Anne Hataway lo secunda y con tan sólo una escena vale su participación en la propuesta.
En estos tiempos, se están adaptando a la pantalla grande historias verídicas con un carácter de denuncia. En este caso, la misma productora que se encargó de realizar «En primera plana» (2015), nos trae este film basado en un artículo publicado por el New York Times, escrito por Nathaniel Rich. En esta ocasión, el guion fue escrito por Mario Correa y Matthew Carnahan. Rob Bilott (Mark Ruffalo) es un abogado que se maneja dentro del mundo de las empresas químicas. Un día, Wilbur Tennant (Bill Camp) llega a su oficina con el objetivo de mostrarle cómo, en su granja, sus animales enloquecen y sufren las consecuencias de los desechos químicos arrojados en su pequeño pueblo por parte de DuPont, una empresa líder dentro de su mundo. Nadie quería seguir adelante con su denuncia por la importancia de la empresa a demandar, pero Bilott convenció a su jefe, Tom Terp (Tim Robbins) de avanzar y, así, empezar con un proceso judicial intenso y sumamente extenso. La historia está muy bien contada: paciente de a ratos, aunque al final consigue su efecto en aquella persona que la ve. A veces, hay planos que pueden parecer innecesarios, pero para nada el trabajo de cámara opaca la película. A su vez, el montaje logra representar fielmente los tiempos durante los cuales se desarrolla el film, ya que se da en un lapso de veinte años, aproximadamente. Lanza un mensaje sumamente fuerte, pero es rescatable el hecho de que se haya tomado sin miedo aquella posición. El elenco, a su vez, logra imprimir en sus personajes la intensidad necesaria para mantenerse en consonancia con el carácter del largometraje. Vale destacar, también, el trabajo hecho por Anne Hathaway y de Tom Robbins, quienes, con poco tiempo frente a la cámara, se transforman en los pilares de esta cinta junto a Ruffalo y Camp. Para concluir, «El precio de la verdad» es un producto intenso y llevado a cabo de una gran forma. En tiempos donde se está impulsando el cuidado de la naturaleza, este film se encarga de mostrar una historia más donde los químicos afectan al mundo. En estos casos, si películas de este calibre logran hacer que el público se replantee, al menos un poco, sus hábitos, el objetivo podría considerarse cumplido. Sin dudas, este largometraje consigue movilizar, por lo que cada persona debería verlo.
La “historia real” en tiempos de internet En los últimos años se fue creando una tendencia que redefine al género de la “historia verídica”. Los grandes estudios apuestan por relatar acontecimientos recientes, como en el caso de “Bombshell” (2019) y “The Big Short” (2015). Este grupo de películas repiten el mismo patrón, en parte, con el objetivo de generar consciencia inmediata sobre el mundo en el que vivimos. La década pasada fue testigo de muchísimos cambios sociales donde la información se consume de manera fugaz y, a veces, muy asfixiante. Es por eso que el cine se ocupó -en los últimos tiempos- de retratar esta cualidad de la mejor manera posible. El director Todd Haynes (quien dirigió la aclamada “Carol”), nos trae su último film: Dark Waters (2019). Con actuaciones de Mark Ruffalo, Anne Hathaway y Tim Robbins, narra la historia de Robert Bilott, un abogado que comienza a defender el caso de un granjero que incrimina a la megacorporación “DuPont” por contaminar el lago de su granja, envenenando así a cualquier ser vivo que se le acerque. La narrativa, cronológicamente ordenada, acompaña al protagonista en su lucha por ganar un imposible juicio y, a su vez, registra el deterioro psicológico que padece a lo largo de los años. En mi opinión, esta última afirmación es el mayor problema del film: el conflicto principal, por momentos, parece ser “opacado” por el conflicto interno. Ambos conflictos podrían manifestarse en armonía, pero eso no sucede y genera cierta desconexión con la trama. Excepto el personaje de Ruffalo, los otros carecen de personalidad y parecen ser únicamente funcionales al protagonista. La fotografía es muy buena; me hizo recordar a “Carol”, película rodada en fílmico por el mismo director de fotografía. "En conclusión, creo que esta película forma parte del grupo nuevo de “historias verídicas” y no la encuentro muy original. El tema es interesante pero debería poder distinguirse como una pieza audiovisual y no sucede." Clasificación: 4/10 Título original: Dark Waters Año: 2019 Duración: 126 min. País: Estados Unidos Dirección: Todd Haynes Guion: Matthew Carnahan, Mario Correa, Nathaniel Rich (Artículo: Nathaniel Rich) Música: Marcelo Zarvos Fotografía: Edward Lachman Reparto: Mark Ruffalo, Anne Hathaway, Tim Robbins, Bill Camp, Bill Pullman, Victor Garber, William Jackson Harper, Mare Winningham, Kevin Crowley, Trenton Hudson, Marc Hockl, Lyman Chen, Courtney DeCosky, Scarlett Hicks, Lea Hutton Beasmore, Denise Dal Vera, Louisa Krause, Daniel R. Hill, Chaney Morrow, Lisa DeRoberts, Brian Gallagher, John Newberg, Wynn Reichert, Tera Smith, Tyler Craig, Barry G. Bernson, Amy Morse, Jeffrey Grover, Teri Clark Productora: Killer Films / Participant Media. Distribuida por Focus Features Género: Drama | Basado en hechos reales. Drama judicial
El desprecio a la vida Durante dos décadas, un abogado investigó la contaminación química que ocasionaba la gigante DuPont Corporation, con consecuencias eternas y mortales para todo ser vivo. El precio de la verdad (Dark waters, 2019) nos trae una historia para reflexionar sobre el cuidado del medioambiente y el valor a la vida. En el año 2000, Julia Roberts se ponía en la piel de Erin Brockovich, una empleada jurídica sin formación que investigó y demostró la contaminación de una empresa, convirtiéndola en un referente cinematográfico del drama legal. Hoy, con El precio de la verdad, estamos otra vez en presencia de una obra donde un representante jurídico batalla contra el poder corporativo. Una película basada en un caso verídico donde, lejos de edulcorarla o maquillarla para resultar atractiva para las grandes masas, el acierto radica en mostrarla visceral, desalentadora y cronológica. Precisión en cada dato histórico, un Mark Ruffalo en plena forma (cada vez más estrella) y un guion capaz de convertir en thriller un drama sombrío son los argumentos necesarios para confirmar que El precio de la verdad es la mejor película jurídica desde Erin Brockovich. Dirigida por Todd Haynes (Carol), el relato y la estructura no sorprende. Rob Billot, un joven abogado, de reciente incorporación como socio del bufete, se intriga en un caso de contaminación en el pueblo en el que es oriundo. Los animales se enferman, sufren y mueren. A partir de allí, la profundidad de la investigación nos incorpora en esta lucha de hormiga frente a la inmensidad. A puro riesgo, se vivirá el vértigo de conclusiones terroríficas teniendo al teflón como protagonista omnipresente. Si bien el peso de la película recae en Mark Ruffalo, hay que mencionar un caso llamativo en el reparto. En el rol de la esposa de Rob, nos encontramos con Anne Hathaway (El diablo viste a la moda). Aquí la actriz está lejos de lucirse y queda desdibujada en un papel que pasará inadvertido en su carrera. Nuestra preocupación es clara: tenemos a una artista que se destacó en obras como De amor y otras adicciones (Love & Other Drugs, 2010) y Los Miserables (2012), ganando con esta última el Premio Oscar a Mejor Actriz de Reparto, y que en el último tiempo parece perdida. Si a este papel le sumamos su rol en Obsesión (Serenity, 2019) y Su último deseo (The Last Thing He Wanted, 2020), dos de las peores películas de los últimos tiempos, no nos queda otra que alarmarnos de las decisiones de Hathaway a la hora de elegir personajes. Debemos agradecer que esto no molesta en el disfrute de El precio de la verdad y eso es algo para celebrar. Una película que nos invita a reflexionar sobre el cuidado medioambiental. Nos da un grito de lucha, de conciencia y una pequeña cuota de esperanza. Nos refriega en la cara la impunidad de las grandes corporaciones multimillonarias sin preocuparse por la ecología y la vida humana y animal. Que estos casos sean la excepción y estas peleas sean esporádicas, nos dan la pauta que la batalla es muy difícil. Sin hundirnos en una ola de depresión, no nos queda otra que aportar nuestro granito de arena, de manera consciente y sentida, para proteger nuestra vida y la de todos los seres que habitan y habitarán el planeta.
Cuando la realidad supera a la ficción “El precio de la verdad” (Dark waters, 2019) es un drama legal biográfico dirigido por Todd Haynes (Carol). Basado en el artículo “The Lawyer Who Became DuPont's Worst Nightmare” de Nathaniel Rich, que fue publicado en 2016 por The New York Times Magazine, la cinta está co-escrita por Mario Correa y Matthew Michael Carnahan. Protagonizado por Mark Ruffalo, el reparto se completa con Anne Hathaway, Bill Camp, Victor Garber, Mare Winningham, Tim Robbins, Bill Pullman (Harry Ambrose en The Sinner), Denise Dal Vera, Kevin Crowley, entre otros. La historia se enfoca en el abogado defensor corporativo Robert Bilott (Mark Ruffalo), el cual trabaja a favor de las compañías químicas (controla que no violen la ley al contaminar). Cuando a Robert le avisan que en la sala de espera de la firma Taft está un hombre lleno de cajas con videocasetes que quiere a toda costa hablar con él, el abogado no se imagina para nada que ésta persona es Wilbur Tennant (Bill Camp), granjero que es vecino de su abuela en Virginia Occidental. Al principio renuente a escucharlo ya que tiene varias reuniones más primordiales a las que atender, Robert termina yendo a la granja de Wilbur. El panorama con el que se encuentra ese invierno es plenamente desalentador: un vasto campo con 190 vacas enterradas y más animales que están vivos pero se nota que están lejos de verse saludables. Tennant está convencido de que los desechos químicos tirados en el vertedero Dry Run por la empresa DuPont son los causantes del mal estado y fallecimiento de sus mamíferos. De esta manera, Bilott empezará a pedirle información a DuPont sobre las sustancias arrojadas al arroyo, lo que lo hará descubrir una verdad camuflada que afecta gravemente no solo a la ciudad de Parkersburg sino a la población mundial. El nuevo filme de Todd Haynes mezcla con maestría el thriller, el drama pero, por sobre todas las cosas, el horror de un problema ambiental que persiste hasta el día de hoy y que no solo afecta a los animales sino también al organismo del ser humano, provocando todo tipo de enfermedades (dientes negros, deformaciones, cáncer, entre otros). Con un conflicto que persiste a través del tiempo (los hechos de la cinta comienzan en 1975 y terminan en 2015), la película consigue generar conciencia sobre los utensilios que utilizamos para cocinar y los componentes que tiene el agua que consumimos regularmente, dándonos cuenta que la realidad es muchísimo más terrible que cualquier película de ficción. Recordándonos a producciones tales como “Una acción civil” (A civil action, 1998) y “Erin Brockovich” (2000), “El precio de la verdad” es de esas películas que provocan varios sentimientos: impotencia y bronca por el nivel de corrupción que maneja la industria química, la cual es consciente del mal que está haciendo pero continúa de igual manera ya que creen que cualquier cosa, hasta la propia salud, se puede solucionar con dinero o premios a los empleados y a los pueblerinos; tristeza por el sistema en el que vivimos, con un gobierno cómplice de la industria que no protege al ciudadano; y por último esperanza porque aún existe gente como Robert Bilott, un hombre que decide investigar a fondo, siendo lo suficientemente valiente como para cambiar de bando. A pesar del estrés, recorte salarial y el poco tiempo que le queda para disfrutar de su familia, Robert sigue en su lucha por la justicia hasta la actualidad. Con respecto a las actuaciones, a Mark Ruffalo se lo nota muy comprometido en su rol, demostrando que aparte de comedias románticas y películas de superhéroes también puede triunfar en géneros más serios. Además, Anne Hathaway funciona como apoyo moral del personaje y tiene una de las escenas más potentes con el jefe de Robert Bilott (Tim Robbins). El trabajo de fotografía también está muy bien logrado: los tonos oscuros y el clima nevado van perfecto con lo que se está contando. Con un guión comprometido para que el espectador pueda entender todo lo que ocurre en pantalla, “El precio de la verdad” logra abrirnos los ojos sobre los miles de productos químicos no regulados y ultra dañinos a largo plazo que habitan en cada uno de los hogares. Directa, atrapante y con un desenlace informativo impactante, la película de Todd Haynes no deja indiferente a nadie.
“El Precio de la Verdad” de Todd Haynes. Crítica. Navegando por aguas turbias. Comprometido con la lucha por el medio ambiente, Mark Ruffalo compone magistralmente al abogado que se hizo cargo de la lucha contra la compañia química Dupont. Por Bruno Calabrese. Tood Haynes rescata un género perdido, los dramas de denuncia de conspiración corporativa. Desde “Erin Brockovich” de Steven Soderbergh no tiene un exponente fuerte en los cines. Lo hace contando un hecho que comenzó a suceder partir de principios de la década de 1950. Cuando Dupont, la compañía química estadounidense más poderosa, utilizaba materiales tóxicos en varios de sus productos, aún sabiendo del daño que hacían, debido a la propia investigación de la compañía. La película se basa en la historia de 2016 de la revista New York Times “El abogado que se convirtió en la peor pesadilla de Dupont”, y la persona de la que se trataba era, de hecho, un abogado defensor corporativo, un hombre cuyo principales clientes eran empresas químicas. Sin hacer foco solamente en la contaminación de la empresa, también cuenta la historia de Rob Elliot (Mark Ruffalo), el tenaz abogado que descubre el oscuro secreto que conecta un número creciente de muertes y enfermedades con una de las corporaciones más grandes del mundo. En ese proceso de lucha e investigación arriesga su futuro, su trabajo y hasta su propia familia para sacar a la luz la verdad. Volcarse a la historia personal del obsesivo heroe le da la película un mayor grado de intensidad emocional, sobre todo a la hora de plantear los vínculos del abogado con las víctimas y la desprotección de los mismos ante el poder de la corporación. Un aire a “Zodiac” de David Fincher se ve reflejado en la obsesión de Rob por el caso (incluso hay una escena del abogado clasificando las pruebas en el living de su casa que es similar al film sobre el célebre asesino serial). Pero. además, aprovecha la era Trump para reflotar ese sentimiento de impunidad que parecen gozar nuevamente las grandes empresas, sobre todo ese sentimiento de que el poder siempre tendrá otra forma de defenderse. Sobre todo si tenemos en cuenta el desprecio del presidente norteamericano por el medio ambiente y las advertencias sobre el calentamiento global a nivel mundial. Todd Haynes, famoso por los dramas “Carol” y “Far from Heaven” le da a “Dark Waters” una textura singular de docudrama sobre hechos poderosos como el envenenamiento de la vida estadounidense. “El Precio de la verdad” es la incansable lucha del débil contra el poderoso; una especie David y Goliat que, más allá del final esperanzador, nos dejará la sensación de estar desprotegidos y una sensación de inseguridad ante la contaminación ambiental. Puntaje: 85/100.
Dispuesto a perderlo todo Basada en hechos reales, esta oscura historia sigue el proceso por el cual Robert Billot (Mark Ruffalo), un abogado corporativo de Ohio, arriesgó su carrera y su vida para desenmascarar las mentiras de una gran empresa. Su labor fue siempre defender a las grandes corporativas de la Industria Química, pero la historia de Billot cambiará un día donde conocerá un granjero (Bill Camp) del pueblo donde vivió toda su infancia que despertará su interés tras acusar a DuPont, una de las más grandes empresas químicas del país y del mundo, de echar químicos en el agua del río del pueblo. Uno de los mayores aciertos de la película se encuentra en el brillante trabajo de Edward Lachman en la fotografía, que acompaña y anticipa desde un principio la trama y envía un mensaje al espectador: “El mundo es un lugar oscuro”. Si la película va a hablar de aguas turbias y compañías con secretos dañinos, que irán creciendo a medida que avance la trama, la fotografía tendrá las mismas características y nos sumergirá en el universo inquietante y sombrío que la historia plantea. Si les interesa ver más acerca de la labor de Lachman junto a Todd Haynes, director de la película, pueden ver Carol, estrenada en el 2015. Donde su trabajo como director de fotografía le valió una nominación a los Oscars. Otro acierto, y probablemente el más importante, fue castear a Mark Ruffalo como protagonista. Su forma de actuar es naturalmente inquietante, siempre fue así. Hasta a veces aburre verlo haciendo casi siempre los mismos personajes. Pero en esta película, su interpretación estresante y tensa transmite sus sentimientos al espectador, cumple con su propósito y es quien sostiene al filme de caer en una historia abrumadora más. Todo acerca de esta película es oscuro. La trama, la fotografía, las actuaciones y bueno, literalmente, el agua. No es una gran película. Pierde por momentos el hilo de tensión que intenta mantener constantemente, y se ahoga en sus propias aguas turbias. Sin embargo, por más que haya algo denso en la manera en que está contada la historia es interesante, y si buscan un thriller con un estilo similar al de David Fincher (quien nos tiene a la espera de su nueva película) El precio de la verdad quizá les brinde lo que están buscando.
El thriller judicial inspirado en hechos reales goza de buena salud y prueba de ellos es este film basado en el caso de unos granjeros afectados por derrames tóxicos de una planta de la multinacional Dupont. Con algo del espíritu de Erin Brockovich, una mujer audaz, esta película muestra al director de Velvet Goldmine, Lejos del Paraíso, I'm Not There y Carol alejado de sus búsquedas autorales, pero como un eficaz y contundente narrador dentro de este género. Hace pocos días se estrenó en la Argentina Buscando justicia (Just Mercy); ahora es el turno de El precio de la verdad (Dark Waters), otra reconstrucción de un caso legal que tuvo importantes resonancias. Es que el thriller judicial basado en historias reales es un subgénero siempre seductor para los estudios, los directores y las estrellas de Hollywood. En la línea de Erin Brockovich, una mujer audaz, de Steven Soderbergh, El precio de la verdad –cuyo guion está basado en una nota publicada en 2016 por New York Times Magazine titulada The Lawyer Who Became Dupont’s Worst Nightmare– tiene como eje la problemática ecológica y se sustenta en el siempre atractivo enfrentamiento entre ciudadanos comunes y poderosas corporaciones. En esta oportunidad, las víctimas son unos simples granjeros del pueblo de Parkesburg, en West Virginia, que sufren la contaminación de las aguas por los desechos tóxicos de una fábrica de productos con teflón perteneciente a la multinacional Dupont. El resultado es tan trágico como previsible: desde la masiva muerte de animales hasta el cáncer. Lejos de su veta más autoral (aunque con alguna lejana conexión en su exposición de la paranoia con Safe), Todd Haynes se muestra aquí como un sólido narrador. Algunos podrán argumentar que es como tener a Messi en el equipo y ponerlo a jugar de defensor, pero lo cierto es que el realizador de Lejos del Paraíso y Carol se muestra seguro y convincente a la hora de exponer el largo y complejo entramado (la historia tiene su germen en la década de 1950 y se desarrolla luego a lo largo de varias décadas) con antihéroes en un principio incomprendidos, grandes estudios de abogados, abusos de las corporaciones y avatares del poder judicial. Es Mark Ruffalo quien se carga la película al hombre con el personaje de Robert Bilott, un abogado que en 1998 acaba de incorporarse como socio a Taft Stettinius & Hollister, una de las firmas más prestigiosas del mundillo legal de Cincinnati, y -en vez de tomar casos rentables para clientes poderosos- se obsesiona cada vez más con el de los residuos tóxicos de la planta de Dupont, al punto de empezar a descuidar el resto de su prometedora carrera y hasta su vida familiar. Con un protagonista tan omnipresente, no alcanzan a lucirse del todo como podrían (y deberían) los personajes secundarios de Anne Hathaway (la esposa) y Tim Robbins (el jefe de Robert). En cambio, sí es conmovedor el de Wilbur Tennant (un irreconocible y notable Bill Camp) como el testarudo y tosco granjero que inicia la movida contra Dupont. Las teclas emotivas que toca El precio de la verdad son las imaginables en tiempos de corrección política: seres anónimos, hombres comunes a-lo-David demostrando que se puede enfrentar a los Goliath de turno que tantas veces son amparados por un sistema injusto y en muchos casos corrupto. El tema aquí, por lo tanto, no es el qué (podrán imaginar o googlear el desenlace si es que aún no vieron el documental The Devil We Know) sino el cómo. Y, en ese sentido, Haynes y Ruffalo (más el siempre brillante aporte visual del fotógrafo Ed Lachman) nos acompañan durante el intrincado camino de este docudrama -lleno de obstáculos y sinsabores- con la promesa de llegar a un destino un poco más feliz. Será justicia.
Es, sí, toda una rareza El precio de la verdad, viniendo de Todd Haynes, un realizador que se ha destacado por ser director inclasificable. Un hombre que en sus títulos se mostró más adicto a las audacias formales (de Velvet Goldmine a I’m Not There, o hasta Carol) que a los relatos como los que plantea esta película que protagoniza y coproduce Mark Ruffalo. Que puede ser considerada, cómo no, dentro del subgénero del filme tribunalicio, o aquel en el que un abogado casi en soledad se enfrenta a las grandes corporaciones. Sí, como Erin Brockovich, de Steven Soderbergh, que también se basaba en hechos reales, sólo que ahora el protagonista es un abogado de una firma importante, que suele cuidar los intereses de megacompañías, y aquí demanda nada menos que a DuPont. Que se cuenta entre sus clientes, pero bien podría. Ruffalo, cuerpo encorvado, marido afectuoso hasta que se compromete con uñas y dientes en la demanda, es Rob Bilott. Por intermedio de su abuela, un granjero llega hasta la oficina que tiene la firma de abogados a la que acaban de asociarlo. Los hechos son, se verá, claros y contundentes. DuPont ha vertido químicos en un arroyo de un pueblo, y ha matado a varias cabezas de ganado. No sólo eso. Bilott descubrirá que ha envenenado a varios humanos, y el famoso teflón no es precisamente el mejor amigo de quien cocina, porque también puede originar efectos contra la salud. Lo dicho: no es un tema, ni tiene la trama que uno pensaría que podía interesarle a Todd Haynes. Pero allí está Haynes, sin mostrar rasgos de su talento en cuanto a lo formal, pero llevando, dirigiendo a buen puerto el relato. Mark Ruffalo se ha preocupado por construir a su personaje de adentro hacia afuera. Uno lo ve, y cuando lo escucha contarle a su mujer (Anne Hathaway, ciertamente en un papel impensado para la actriz de El diablo viste a la moda) todo lo que ha investigado, logra que se nos erice la piel. Esta es una de sus mejores actuaciones, como la de Foxcatcher, o Mi familia. Ya es hora de que se lo reconozca, pero la última temporada de premios, en la que pudo figurar, lo pasó de largo. Experimentados actores como Tim Robbins, Bill Pullman, Bill Camp y el canadiense Victor Garber (Argo, Titanic) acompañan a Ruffalo en esta película de denuncia a la que, tal vez, por portación de apellido del director, uno creería que podía pedirle algo más.
Dirigida por Todd Haynes y basada en un artículo llamado “El Abogado que se convirtió en la peor pesadilla de DuPont” de Nathaniel Rich, publicado en The New York Times en 2016 llega éste film que denuncia cómo las grandes corporaciones son negligentes en muchos aspectos causando la muerte y enfermedades de inocentes, además de contaminación ambiental. Lo que comienza como la consulta de un agricultor, vecino de su abuela, Wilbur Tennant (Bill Camp) hacia el abogado Robert Bilot (Mark Ruffalo) porque sus animales estaban muriendo de manera inusual y de a cientos, se transforma en la demanda más importante hecha y ganada a un titán poderoso como DuPont. Al principio reticente, va hasta el pueblo y toma el caso cuando se da cuenta de que debe hacerse justicia. El verdadero daño es hallado en los arroyos en la zona de Parkesburg en Virginia Occidental, envenenados por tantos químicos que la Empresa desechaba allí, y el daño es lo que tiene que probar el tenaz e incansable abogado a lo largo de casi dos décadas (desde 1998 hasta la actualidad). Su jefe, Tom Terp (Tim Robbins) no siempre lo comprende, su mujer, Sarah (Anne Hathaway) tampoco, aunque nunca se fue de su lado, aún con las dificultades de un marido ausente, ensimismado en su trabajo. Con el guión de Mario Correa y Matthew Michael Carnahan, el film está bien narrado, con una reconstrucción minuciosa para lograr la victoria merecida. Mark Ruffalo vuelve a mostrar el gran actor que es, apesadumbrado. El caso gigantesco y multimillonario traspasa su vida laboral, personal y hasta su salud. Las actuaciones del resto del elenco son buenas pero no alcanzan la variedad que hace que el personaje de Ruffalo nos haga enfocarnos sólo en él, realmente se llevó toda mi atención. ---> https://www.youtube.com/watch?v=F2BDFcP64i8 TITULO ORIGINAL: Dark waters DIRECCIÓN: Todd Haynes. ACTORES: Mark Ruffalo, Anne Hathaway. ACTORES SECUNDARIOS: Tim Robbins, Bill Pullman, Victor Garber. GUION: Matthew Michael Carnahan. FOTOGRAFIA: Edward Lachman. MÚSICA: Marcelo Zarvos. GENERO: Drama , Biográfica . ORIGEN: Estados Unidos. DURACION: 127 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años DISTRIBUIDORA: BF + Paris Films FORMATOS: 2D. ESTRENO: 12 de Marzo de 2020 ESTRENO EN USA: 22 de Noviembre de 2019
En 1979 en Virginia, un grupo de adolescentes no sabe que las aguas en las que se están bañando están condenando su salud futura. Veinte años después, en Ohio, un granjero que ya perdió 190 vacas decide recurrir el nieto de su vecina, un abogado exitoso, para exponerle el caso. La cuestión es que Rob siempre se dedicó a defender a grandes laboratorios y petroquímicas, no a demandarlas. Al involucrarse con la situación (animales y niños con dientes negros, piedras decoloradas en los arroyos, innumerables pacientes con cáncer) se da cuenta que una cosa aúna a todos: los niveles de teflón en sangre.
Nos están envenenando. El precio de la verdad es una historia basada en hechos reales inspirada en un polémico artículo periodístico. En 2016 el New York Times publicó un reportaje sobre un abogado de Cincinatti que decidió sacar a la luz los peligros de un compuesto químico que llevaba décadas contaminando y envenenando a los habitantes de una zona rural. Una ilegalidad que provocó cáncer a miles de personas y que la empresa química negó hasta el último día. Finalmente, tras El precio de la verdad: Nos están envenenando 3un proceso judicial que llevó más de 10 años, la empresa química fue condenada por delitos contra la salud pública. Todd Haynes (Carol) y el actor Mark Ruffalo construyen un poderoso relato judicial sobre el poder y presión de las grandes corporaciones industriales. Haynes explica que el sistema está amañado y que los políticos y los grandes medios de presión buscan ocultar la verdad. Nos movemos en un mundo corrupto en el que decir la verdad puede costar muy caro, ya que el gobierno y las grandes empresas tienden a ir siempre en la misma dirección. Tener la verdad no es sinónimo de victoria. Nos encontramos ante una película que funciona bien y cuenta de una manera ágil y dinámica el proceso que llevó al abogado Rob Billot a demandar a la empresa química. Una poderosa corporación que durante décadas estuvo matando a los ciudadanos que entraron en contacto con sus productos. Algo que nos implica a todos, ya que la cinta advierte que el 90% de la población ha estado en contacto con algún producto cancerígeno. El precio de la verdad funciona bien mientras se limita a ser un thriller corporativo sobre los tejemanejes y mentiras de las grandes empresas. La primera hora de la película no da descanso al espectador y nos propone un interesante juego de ajedrez entre mentiras y verdades. Resulta perturbador ir descubriendo las argucias legales que presentan las grandes empresas para evitar ser sancionadas y condenadas. Además la cinta se encuadra muy bien en el reciente cine ecológico que lucha por defender el medio ambiente y el cambio climático. Desgraciadamente El precio de la verdad no es todo lo constante y dinámica que el espectador podría esperar. El guion construido por Matthew Carnahan,El precio de la verdad: Nos están envenenando 4 Mario Correa y Nathaniel Rich adolece en su recta final de un excesivo relleno para cumplir con las doras horas de metraje, llenando el argumento de banalidades y de peleas familiares. Todd Haynes quiere contarnos que luchar contra una gran empresa pasa factura a nivel emocional y personal, pero lo hace tirando de tópicos y restándole algo de fuerza al resultado final. El precio de la verdad es una película muy solvente aunque por debajo de otros trabajos de Haynes como Carol y I´m not there. Es quizás su cinta menos audaz, menos arriesgada, aunque hay que reconocer que Anne Hathaway, Tim Robbins y Bill Pullman dan un estilo maduro y sereno a la historia. Quizás lo más interesante es descubrir cómo las grandes empresas nos están engañando y envenenando. Da bastante miedo.
Realidad para asimilar. Es una historia basada en hechos reales que impacta e impresiona, cuya misión es distinguir la verdad de la mentira. El protagonista y encargado es un abogado defensor corporativo que emprende una demanda ambiental contra una compañía química que expone una larga historia de contaminación. El film nos enseña a luchar por una causa justa, superar todos los obstáculos y a valorar la vida. El documental cuenta con escenas muy sensibles. En Dark waters (2019), film del director Todd Haynes quien se basa en un artículo del novelista estadounidense Nathaniel Rich, seguimos al abogado Rob Bilott, interpretado por Mark Ruffalo y casado con Sarah Bilott (Anne Hathaway). El mismo descubre un oscuro secreto que conecta un número creciente de muertes inexplicables debido a una de las corporaciones más grandes del mundo. En el proceso arriesga todo: su futuro, su familia y su propia vida, para exponer la verdad. Haynes se nutrió de esta cruel y verdadera historia al trabajar el guión junto a Rich, el autor del artículo. Inicia con un inocente flashback que dará lugar a una tremenda historia muy bien desarrollada con realismo y a la vez con los instrumentos que utilizan las ficciones para lograr atrapar al espectador de principio a fin. La empatía con el protagonista y su solitaria lucha es enorme, sufrimos junto a él al punto de desear que no sea cierto lo que vemos por el impacto que logra la trama. En ese aspecto, las elecciones del director resultan muy atinadas. La música es la indicada para generar intriga y suspenso. Lo más destacable es la comprometida interpretación de Ruffalo a quien acompañamos en investigar y meternos de manera profunda en la mugre intoxicada para descubrir la verdad. La humanidad padece de una amnesia histórica, especialmente en EE.UU., puesto que este caso no se encuentra muy alejado en el tiempo y en la realidad político-social de las empresas y la comunidad. Aunque no existen cambios significativos con respecto a la concientización del cambio climático y del impacto natural, ocasionados por intereses económicos de grandes empresas, los cuales pueden provocar muertes y enfermedades terminales. Esta película no nos recuerda esta realidad, en la que para ganar la batalla a poderosos que actúan en silencio, es necesario entregar la vida por la causa, con amenazas y con un entorno que la señala como una misión imposible.
El delicado y virtuoso Todd Haynes prefirió menoscabar la gramática que caracteriza sus películas par ilustrar con simpleza la fría lógica el capitalismo y sus consecuencias abyectas. En efecto, quienes piensan desde ese espacio de razones son capaces de ocultar información, envenenar a los ciudadanos, ponderar la ganancia sobre cualquier otro factor que no sea de índole económica y seguir adelante con sus deberes empresariales. Discreta y acertada presunción de El precio de la verdad: no hay villanos, sí un modelo de razonamiento que arrastra a quien decide, y quizás sea esta la mayor clarividencia, no exenta de desesperanza, que el film dispensa.
Texto publicado en edición impresa.
Quienes disfrutaron Buscando justicia y se quedaron con ganas de ver otro drama judicial interesante en este estreno encontrarán una gran alternativa, que en este caso contó con la dirección de un referente del cine independiente norteamericano como es Todd Haynes. El precio de la verdad es probablemente la película más maisntream de este realizador cuya filmografía cuenta con títulos tan diversos como Velvet Goldmine (1998), el melodrama Lejos del paraíso (2002), la excéntrica biografía de Bob Dylan, I´mNot There (2007) y Carol (2015), con Cate Blanchett, que se estrenó hace unos años. En su nuevo trabajo explora los terrenos del docudrama y los thrillers judiciales para recrear el litigio entre el abogado ambientalista Robert Billot y la corporación DuPont, responsable de contaminar el agua potable de un pueblo de West Virginia que ocasionó numerosas muertes. Una historia muy interesante ya que Billot inicialmente se desempeñaba como defensor de estas compañías y luego emprendió una batalla legal épica que cambió el destino de su vida. A través de un relato escalofriante, debido a la relevancia que tiene este tema en la actualidad, el director Haynes recupera en el cine a un inspirado Mark Ruffalo, quien hace rato no se destacaba con una interpretación dramática. En esta producción es la gran figura central y está muy bien acompañado por Anne Hathaway. Bill Pullman y Tim Robbins, quien no aparecía desde hace un tiempo en los estrenos de la cartelera. El film detalla toda la investigación del abogado y la batalla legal para reparar económicamente a las familias de las personas que murieron envenenadas por los tóxicos de DuPont. La narración de Haynes describe la crónica estos hechos a través de un conflicto muy interesante que por momentos juega bastante con el género del thriller. Más allá que la trama se centre en un caso concreto, El precio de la verdad también expone una temática que sigue vigente con numerosas corporaciones de este tipo en todo el mundo. Un gran trabajo de este director que no tuvo demasiada difusión y merece su recomendación.
El precio de la verdad es de esas películas que te dejan inquieto y pensando, pero no por sus aciertos cinematográficos sino por el tema que trata. Aprender que todos los seres vivos del planeta estamos envenenados por objetos que usamos a diario, y que la multinacional detrás de todo (Dupont) siempre lo supo y no hizo nada al respecto, es escalofriante. Este film cuenta la historia real del abogado Rob Bilott y su lucha de varios años contra el monstruo empresarial y lo que fue descubriendo durante. Era clave la elección de un gran actor y Mark Ruffalo cumple a la perfección con ese requisito. Le da gran carisma y solemnidad a su personaje. Y, por sobre todas las cosas, lo legitima y evidencia aún más el reclamo y la realidad. El director Todd Haynes (Carol, 2015) logra alejarse del telefilm documental, un mal que suelen tener este tipo de producciones, en pos de una narrativa bien planteada. Más allá de la denuncia, hay una película. La fotografía es buena y te mete en clima con una buena combinación con la banda sonora. Tal vez el punto flojo es la repetición de hechos que señala el guión, lo que puede hacer que el espectador sienta algunas secuencias como pesadas. Más allá de eso todo fluye. El precio de la verdad o Dark Waters (Aguas Oscuras, título original) provee un buen entretenimiento pero muy indignante, y tiene como consecuencia que todos chequeemos ciertos objetos ni bien llegamos a nuestro hogar.
A LA ERIN BROCKOVICH: la justicia tarda, pero llega Todd Haynes nos sumerge en un drama legal basado en hechos reales, que se extendió a lo largo de dos décadas de lucha justiciera. Todd Haynes tiene en su haber películas bastante disímiles como “Carol” (2015), “Lejos del Paraíso” (Far from Heaven, 2002) y “Velvet Goldmine” (1998), pero un denominador común en sus historias: la impronta de sus personajes y las relaciones que establecen, mucho más allá de los artificios narrativos o visuales. Con “El Precio de la Verdad” (Dark Waters, 2019) entra en el terreno del thriller legal basado en hechos resales, camino que supo recorrer Steven Soderbergh de la mano de “Erin Brockovich” (2000) con la que, salvando las distancias y la exuberancia (o no) de sus protagonistas, mantiene varios puntos en común, sobre todo cuando se trata del “Quijote justiciero” que debe luchar contra los molinos de viento de las grandes empresas y los poderosos, muchas veces amparados por la política. Por ahí viene la historia de Robert Bilott (Mark Ruffalo), abogado corporativo de Cincinnati (Ohio) que se embarca en una cruzada de más de dos décadas contra la empresa DuPont y sus acciones contaminantes. Como nuevo socio de la firma Taft Stettinius & Hollister, Bilott está más que acostumbrado a defender a grandes corporaciones como DuPont, pero tras un pedido personal de su abuela, acepta investigar el caso de Wilbur Tennant (Bill Camp), un granjero de Parkersburg, West Virginia, que está perdiendo todo su ganado por culpa de un vertedero cercano conectado con la compañía en cuestión. Robert se resiste al principio, pero siente que la moral lo empuja y emprende una pequeña acción legal contra DuPont -con el visto bueno de su jefe Tom Terp (Tim Robbins)- como una forma de dar el ejemplo y, de paso, poder acceder a más información sobre los químicos desechados por la empresa. Componentes que, pronto descubre, no están regulados por ningún organismo oficial, y por esta razón nadie sabe si son o no peligrosos para los seres humanos y los animales. Mientras los abogados de DuPont pretenden ahogarlo en una montaña de papeles, él empieza a desentrañar una verdad nociva oculta por más de cuatro décadas, causante de malformaciones y enfermedades mortales: un compuesto utilizado para la fabricación del teflón, un elemento común en millones de viviendas norteamericanas e incluso en su propio hogar. La batalla que viene a continuación es la del propio Bilott tratando de demostrar el riesgo causado por el llamado PFOA, la negligencia de la compañía y la búsqueda de justicia para su cliente y toda una comunidad ignorante de este peligro. Con el correr de los años (todo empieza en 1998), su trabajo en el bufete entra en conflicto, así también como su matrimonio, pero la tenacidad de Robert va más allá de cualquier recompensa o acuerdo económico que pueda conseguir, sino la posibilidad de salvaguardar el futuro médico de los residentes de Parkersburg, todo un precedente para este tipo de acción legal. Tarda, pero llega Haynes y los guionistas Mario Correa y Matthew Michael Carnahan parten de varios artículos periodísticos, entre ellos “The Lawyer Who Became DuPont's Worst Nightmare” de Nathaniel Rich, publicado en New York Times Magazine en 2016; “Welcome to Beautiful Parkersburg, West Virginia” (2015) de Mariah Blake, y la serie denotas “Bad Chemistry” de Sharon Lerner, además de las memorias del mismo Bilott, detallando estos veinte años de batalla legal. Sí, el film se extiende a lo largo de este período siguiendo los tropos y lineamientos de este tipo de dramas, pero con la cabeza siempre en la lucha de poderes, donde el peso socioeconómico siempre desequilibra la balanza en favor de los más ricos. A Robert le toca convertirse en abanderado de los ignorados y aquellos que no tienen voz, justamente, por no contar con los recursos. Si somos sinceros, “El Precio de la Verdad” no trae nada nuevo al panorama cinematográfico, pero sí mucha sinceridad y conciencia a través de los ojos (y la cámara) de Haynes que busca constantemente estos contrastes (visuales), poniendo el foco en las pequeñas ciudades afectadas y sus habitantes, y no tanto en lo que ocurre en la corte con los señores de traje. A veces hay que involucrarse El espectador no puede quedar inmune ante los sucesos de la pantalla -ni evitar sentir la misma empatía e impotencia que va sofocando al protagonista-, y más allá de las distancias geográficas y los diferentes escenarios que nos propone, se nos hace imposible no reaccionar (o paranoiquear) a medida que se van revelando los efectos del PFOA. Puede que queramos llegar a casa y revolear todas las sartenes, pero también podemos sentarnos a reflexionar sobre todas esas cosas que nos rodean -y en apariencia, nos facilitan la vida- que también ocultan su lado dañino porque nunca nadie se ocupó de averiguar si lo tienen. O peor aún, los que están bien arriba barrieron los riesgos debajo de la alfombra porque la economía y el capitalismo son criaturas con las que no siempre se puede luchar… ni mucho menos, ganar.
Horrores y monstruos ambientales En la cena anual de la Alianza Química Ohio, una gala de celebración para las compañías petroquímicas y sus abogados defensores, Rob Billot (Mark Ruffalo) quiebra la armonía. Se acerca a uno de los ejecutivos de DuPont para exigirle detalles sobre el contenido de los desechos que vierten en el río Ohio. En ese clima de festejo, Billot expone el secreto, lo saca a la superficie a los gritos. Allí se consagra la personalidad de Todd Haynes, más allá del peso de la denuncia, de la expresión grave de Ruffalo, de la vocación programática de la película. Su mirada como director asoma bajo el tono lúgubre y azulado de la puesta en escena como un consciente ejercicio de rebeldía. Tráilers "El Precio de la Verdad: Dark Waters" - Fuente: Fandango Latam02:40 El precio de la verdad cuenta la historia de una extensa demanda, que comienza en los años 90 cuando Billot recibe la visita de un granjero de Virginia al que se le muere el ganado. Billot sortea su incredulidad y su lealtad laboral con una firma que defiende compañías químicas, para iniciar una cruzada que le lleva toda la vida, que lo consume como un deber y una obsesión. Es cierto que a la película le falta la fuerza espectral que podía vislumbrarse en la genial Safe (1995), en la que ese mundo de contaminaciones y poderes intangibles también llevaban la vida de Julianne Moore hacia el límite de lo posible. Sin embargo, bajo una apariencia más prolija y discursiva, Haynes nos regala una película de horrores y monstruos, mucho más peligrosos y presentables que los que habitan en la oscuridad.
"El precio de la verdad", lucha contra las corporaciones Lejos de su estilo habitual, el realizador estadounidense hace de Mark Ruffalo el típico abogado-héroe enfrentado a una empresa que contamina sin escrúpulos. Con películas como Safe, Velvet Goldmine, Lejos del paraíso, Carol o la serie Mildred Pierce, Todd Haynes se ganó el estatus de director de “películas de mujeres” hechas con un estilo inconfundible, con el que a partir de Lejos del paraíso reescribía el melodrama de los años 50, con una pluma delicadísima. Todo eso queda temporalmente de lado en una película como Aguas peligrosas, vehículo narrativo en el que se vuelve a contar la historia del hombre solo, o casi solo, yendo en contra de todo el sistema, y de sus propios y pequeños intereses personales. El sistema es representado aquí por la empresa DuPont, una de las más grandes del mundo en productos químicos, que a lo largo de casi medio siglo envenena las aguas de una región, y de la vida cotidiana de los seres del mundo entero. La historia es real y el resultado, efectivo ya que no original, desorientará a quienes se acerquen en busca de “una película de Todd Haynes”. Todo comenzó, como en tantos otros casos, con una larga crónica de The New York Times, sobre un abogado que llevó a juicio a un gigante como DuPont. Lo curioso es que para ello el abogado tuvo que volverse contra quien le daba de comer, ya que Robert Bilott (Mark Ruffalo, uno de los productores de la película) trabaja para un superestudio jurídico, uno de cuyos clientes es justamente… DuPont. El asunto comienza el día en que un granjero de pocos modales, Wilbur Tennant (Bill Camp) irrumpe en el despacho, el mismo día en que el director ejecutivo comunica a los socios que ha decidido elevar a Bilott a la misma categoría que ellos ocupan. Al granjero se le murieron casi un centenar de vacas en el curso de los últimos años, y a otras se vio obligado a matarlas, ya que se pusieron inesperadamente agresivas. Sin saber que Bilott trabaja como abogado corporativo viene a pedir su ayuda, sabiendo que se especializa en temas químicos, ya que con muy buen criterio sospecha que su ganado ha sufrido un contagio de ese tipo, a través del agua que bebe a diario. Bilott acepta investigar, por la sencilla razón de que el granjero es vecino de su propia abuela. Temiendo tal vez un contagio de su pariente cercana, el abogado toma el toro por las astas y se hace cargo del caso. De allí en más se inicia una odisea trágica, de la que no está ausente la enfermedad del propio granjero y su esposa. Como tampoco están ausentes todas las marcas de esta clase de películas sobre luchadores quijotescos en la sociedad estadounidense, desde la investigación a solas hasta el descubrimiento de horrores mayores aun que los originales, hasta las presentaciones en distintas instancias legales. Desde las amenazas más o menos veladas de los ejecutivos hasta las más concretas, en manos anónimas. Desde las dudas y afección del héroe hasta el cuestionamiento de su esposa (Anne Hathaway), alarmada por el enfrascamiento de su marido en el asunto, que lo lleva a alejarse de ella y sus hijos. Desde la aparente derrota hasta la posibilidad de una épica de último minuto, que compense un poco los disgustos, enfermos y muertos habidos en el curso del pleito. Cambiando químicos por tabaco, se advertirá que El precio de la verdad no dista mucho de un clásico del rubro como El informante, sin dejar ni siquiera afuera la puntualización de que, en caso de haber una victoria, el responsable absoluto será el héroe, como si hubiera luchado solo. Más allá de sumergir la película entera en una ominosa bruma azulada, el realizador de Carol ha decidido no atribuirse ninguna otra intervención personal, sea estética o narrativa, de modo de permitir que el relato camine como si nadie lo estuviera contando. La ausencia incluye el inveterado interés de Haynes por los personajes femeninos, registrable en el papel casi inexplorado de la esposa de Bilott. Hecha esta aclaración, el relato fluye de modo efectivo y las actuaciones son tan compactas como era de desearse. Más allá de que el estilo del engordado Ruffalo, que no carece de gesticulaciones y afectaciones, pueda contar con sus fans, pero también sus posibles detractores.
Esta es la verdadera historia de un abogado corporativista, que trabajó para grandes empresas defendiendo sus intereses, pero al que un encuentro le cambió la vida y lo obligó a enfrentarse con una mega compañía química: DuPont. El filme, basado en un artículo periodístico publicado por Nathaniel Rich en el New York Times, cuenta el encuentro de un granjero de Virginia Oeste con el abogado Robert Bilott. El motivo de la consulta es la muerte de su ganado y otros de la zona, que hace que Bilott vaya conociendo la relación entre la empresa química y los desechos contaminantes que vierte en aguas de la zona, sabiendo de su toxicidad. Diecinueve años de lucha contra la empresa y el mismo estado, varias muertes, problemas familiares y de trabajo, son algunas de las circunstancias de este verdadero thriller ambientalista que dirige Todd Hynes. Y el hecho de haberlo dirigido es también lo que hace al filme diferente. CUIDADO FORMAL Hynes es director de "Velvet Goldmine" y "Carol", clásicos de notable belleza visual, característicos del cine de este director. Así, lo que se podría considerar un áspero filme de denuncia se convierte en un cuidado testimonio, donde la lucha por la legalidad es paralela al cuidado formal de la historia, que se extiende a la fotografía de Bachman o a la música de Zarvos. Hay sí una cierta densidad que afecta el ritmo en general, pero "El precio de la verdad" se convierte en un filme de testimonios y pequeñas secuencias donde lo legal deja paso a la sensibilidad y lo humano. Mark Ruffalo, también productor y verdadero promotor de la realización de esta película, hace una excelente interpretación. Ya estamos acostumbrados a verlo en filmes de denuncia que él mismo elige, como "Spotlight" (contra distintos sacerdotes pedófilos de Boston) o "Fox Catcher", que llamativamente cuenta el escándalo que enviara a la cárcel al heredero de la fortuna DuPont, asesino del medallista Mark Shultz. Filme realista, con buen elenco secundario: Anne Hathaway como la esposa del abogado; Tim Robbins (un letrado de la empresa en disidencia), Bill Camp y Victor Garber.
El precio de la verdad está basada en hechos reales. Y nos relata la denuncia realizada hacia la empresa DuPont, causante de ser la principal culpable de generar altos niveles de intoxicación en el agua. Nos introducen en esta demanda desde el primer momento cuando una persona acude al abogado, Robert Billot, pidiendo su ayuda y así poder resolver el problema que golpea en su granja, el cual está provocando la continua muerte de su ganado. Al inicio de la historia el problema ya es presentado, y siempre se nos cuentan los hechos de manera cronológica, mostrando paso a paso la investigación. Los avances y descubrimientos realizados por el personaje principal, como también los impedimentos ocurridos durante la misma. Este caso duró años y años de lucha y dedicación, desenmarañando un problema gravísimo que a fin de cuentas era mucho más complejo de lo que se pensaba. Y se logra demostrar las verdaderas caras de las personas y de lo que estas son capaces de hacer para su propio beneficio sin tener en cuenta las acciones y decisiones tomadas. Haciendo notar la avaricia del poder y el egoísmo presente en todo momento. Y así como se muestra lo incorrecto, también hay lugar para lo correcto a cargo de Mark Rufallo. Él es la única persona que acepta este caso, y al ver tanta injusticia y la poca humanidad que esta gente tiene, dedica gran parte de su vida en resolver la situación interpretando de manera excelente a un abogado totalmente comprometido en la causa. Que a su vez es muy bien acompañado por los demás actores, los cuales logran sus momentos de destaque dentro de la cinta Para finalmente dar un mensaje de batalla y pelea constante, destacando la bondad de unos por sobre el accionar equivocado de otros. Y resaltando que aunque por momentos las esperanzas se vean derrotadas, jamás hay que bajar los brazos ni rendirse ante ningún obstáculo.
Quizás deberíamos decir, antes que nada, que en esta película se cuentan verdades inquietantes, que posiblemente nos lleven a tirar muchas ollas y sartenes de nuestras casas que tengan teflón, es decir un polímero de nombre casi impronunciable, politetrafluoroestileno, que ha contaminado los cuerpos de la mayoría de la población mundial. Lo que se cuenta en el film es una historia real que conmueve y subleva. Nada más y nada menos que una historia de un David, el abogado de la historia, Robert Bilott contra un Goliat, una de las mayores compañías químicas del mundo, la DuPont. Y es un caso donde el director Todd Haynes, lejos de la sofisticación de sus otras películas, elige un tono despojado, desolado como la lucha que debe llevar adelante un hombre común que no puede resignarse a una injusticia flagrante. Un hombre que no es grandilocuente, que cree en la honestidad para salvar el sistema, un sistema donde las empresas se autorregulan (no interviene el Estado) pero cuando mienten, guiadas por la codicia sin límite, deben pagar. Literalmente. Mark Ruffalo es el motor del proyecto y un protagonista excepcional, con la cabal comprensión de su rol, conmovedor e inamovible, la lucha contra la compañía tomo largos años. Lo acompañan actores como Anne Hathaway ( un rol en apariencia pequeño con una gran escena), Tim Robbins, Bill Pullman, y un gran elenco. El guión se basa en un artículo publicado en “The New York Times” de Nathaniel Rich, titulado “El abogado que se convirtió en la peor pesadilla de DuPont” y fue escrito por Mario Coarres y Matthew Michael Carnahan. En sus dos horas de duración ese material arduo, de reunión de pruebas, testimonios y retrasos legales, se transforma en un film imprescindible, de grandes actuaciones, suspenso y sobre todo denuncia. Una película no cambiará demasiado al mundo, pero abre ojos y despierta conocimiento. No es poco. Y realizada con pericia, vale.
Basado en el artículo periodístico que publicó Nathaniel Rich en el New York Times Magazine en el año 2016 —The Lawyer who Became Dupont´s Worst Nightmare— el director Tom Haynes tomó este disparador argumentativo para realizar un extraordinario alegato en contra de la contaminación ambiental, en este caso por parte de una de las compañías químicas más grandes y poderosas del mundo: DuPont Corporation. - Publicidad - El que se pone el traje de David en su lucha contra el casi invencible Goliat —digo casi porque nadie es invencible por mucho tiempo— es el abogado corporativo Robert Bilot —una memorable interpretación de Mark Ruffalo— que a pesar de ser socio de Taft Sttetinius & Hollister, grupo de abogados que defienden a empresas, entre ellas a la misma DuPont —emprende una lucha que sabe difícil, espinosa y con altas probabilidades de que toda su lucha quede en la nada. Así como en su momento Steven Sordebergh planteó un caso similar en su película Eric Brockovich (2000) en donde una mujer (Julia Roberts) investiga un caso de contaminación de las napas de agua con cromo hexavalente por parte de la Pacific Gas and Electric Company y que gracias a la colaboración y demanda de los habitantes de Hinckley (California) la compañía fue llevada a juicio en donde perdió y tuvo que pagar cifras multimillonarias a favor de la comunidad, en el caso de El Precio de la Verdad (2019) son los habitantes de Pakersburgh (West Virginia) los que deciden hacer lo mismo en contra de esta compañía química, aunque no sin cierta reticencia a raíz de que Dupont, muy hábilmente, invierte sumas considerables en el bienestar de la comunidad, esto es: plazas de juegos, escuelas, lugares de esparcimiento para personas de edad avanzada, cestos de basuras —todos con el logo de DuPont—, complejos de esparcimiento y, obviamente trabajo dentro de la misma planta. Es contradictorio, por no decir nefasto, que mientras por un lado la corporación les ofrece una mejor calidad de vida a miles de familias, por detrás contamina los ríos —en donde todos extraen agua para beber— con el llamado PFOA, es decir, ácido perfluorooctanoico, un elemento altamente cancerígeno, que no solo contrarresta esa calidad de vida ofrecida como si de un Caballo de Troya se tratase, sino que se las acorta de manera dramática. Esta pelea tan desigual la lleva a cabo Bilot, pero también su jefe inmediato interpretado por un extraordinario Tim Robbins que no solamente no se opone a que uno de sus empleados litigue en contra de una empresa para la que trabajan, sino que lo defiende e incentiva al resto del bufete a que tomen el caso ya en plan ético y moral. Y es aquí en donde Dark Waters —título original— sigue el mismo derrotero que Civil War (1999) de Steven Zaillian en donde el abogado Jan Schlichtmann, interpretado por John Travolta, investiga y lleva a juicio a varias empresas que derraman sus efluentes tóxicos al río Woburn. Si bien existe una misma línea conceptual entre las tres películas, la de Haynes toma un cariz más espeluznante porque lo que sale a la luz no es solo la contaminación de los ríos lindantes a dichos pueblos, sino que es el efecto colateral que produce la fabricación de un producto que se vendió de a millones. El verdadero problema —y de alcance mundial— es que DuPont Corporation creó un elemento químico para utilizarlo como revestimiento antiadherente para utensilios de cocina: las famosas sartenes de teflón. Un producto que en su momento fue utilizado para armamento militar —repeler el agua en tanques de guerra— y que ahora se encuentra diseminado en millones de hogares. Un “invento estadounidense para el mundo”, como reza su slogan, que produce cáncer y anomalías genéticas para bebés en gestación. Y lo más grave de todo esto es que DuPont lo sabía y fraguaba los controles sanitarios para demostrar a la Organización de Medio Ambiente de los EE.UU. —encargada de autorizar o vetar cualquier producto que ponga en riesgo la salud de la población— que el politetrafluoroetileno —nombre químico del teflón— es totalmente inofensivo. Es así que Bilot comienza la etapa de recopilación de pruebas y más pruebas en centenares de cajas con miles de expedientes, informaciones técnicas, evaluaciones medioambientales y demás documentación —entre ellas, fotografías y artículos periodísticos— que datan de más de diez años atrás. Una secuencia que no deja de homenajear a una de las tantas escenas emblemáticas de una película trascendental: Todos los Hombres de Presidente (1976) de Alan Pakula en que vemos a los periodistas del Washington Post, Carl Berstein (Dustin Hoffman) y Bob Woodward (Robert Redford), encima de miles de tarjetas bibliotecarias para descifrar un entramado político y escandaloso que le costó la presidencia a Richard Nixon. Hasta la cámara alejándose en plano cenital de Bilot rodeado de papeles, es muy semejante a la de los periodistas arrumbados en la Biblioteca del Congreso de los EE.UU. Y si hablamos de semejanzas, la fotografía de Edward Lachman utiliza ese color sepiado tan característico de las grandes cintas de los ´70. A modo de ejemplo, podemos citar a Norma Rae (1979), que habla sobe la defensa de los derechos laborales de las mujeres, Contacto en Francia (1975) de John Frankenheimer, sobre una red de narcotráfico o Taxi Driver (1976) de Martin Scorsese sobre la alienación mental post Vietnam. Una característica de la fotografía de esos lejanos tiempos del 35 mm en que el cine analógico, con un tipo de granulosidad que le da calidez y cierto grado de cine documental, hoy en día nos parece totalmente entrañable. El reparto se completa con una también increíble actuación de Anne Hathaway como Sarah Bilot, Bill Pullman como Harry Dietzler y Victor Garber como Phil Donnelly, sin olvidar a Bill Camp en el papel del granjero Wilbur Tennat quien es el que lleva la denuncia a Bilot cansado de deambular por cuanta dependencia oficial cuando sus vacas empezaron a morir de a decenas. Pero si bien todos están correctos, el que se lleva los laureles es Mark Ruffalo, un actor en estado de gracia que realiza una simbiosis perfecta en la caracterización de su personaje. Con su pose, sus gestos y hasta su parecido físico con el Bilot de la vida real, nos brinda una de las mejores actuaciones de toda su carrera. Es paradójico como la potencia económica más importante del mundo —que se niega a firmar tratados de defensa del Medio Ambiente en cuanto Simposio Mundial se realice— sea la primera en producir obras como la de Haynes, Sordebergh, Zaillian y tantos otros. Quizás porque son sucesos que ocurren en su mismo suelo, pero así y todo es encomiable que cada tanto afloren este tipo de cine de denuncia para desenmascarar a los verdaderos “malos” de la película que no portan armas, sino un abultado talonario de cheques.
El Precio de la Verdad: La verdad incomoda. Todd Haynes vuelve a su mejor versión con un thriller corporativo que busca profundizar y concientizar sobre el rol de las empresas en lo que respecta al impacto ambiental y en el derrame de químicos en el medioambiente. Últimamente están surgiendo algunos filmes de denuncia que buscan abrir los ojos de la sociedad sobre ciertas cuestiones que están sucediendo debajo de nuestras narices. Incluso tenemos ejemplos bastante recientes en los estrenos de las semanas anteriores con Bombshell (2019) que cuenta los casos de abuso sexual que rodearon a la figura de Roger Ailes, fundador de Fox News, y Buscando Justicia (2019), que cuenta la historia real de un abogado encargado de limpiar el nombre de un condenado a muerte falsamente acusado. Ahora le toca el turno a Dark Waters (título original de la película que aquí nos convoca), también inspirada en hechos reales de la historia reciente. El largometraje sigue a un tenaz abogado corporativo, Robert Bilott (Mark Ruffalo), que es abordado por un vecino de su abuela debido a un problema que está teniendo en su granja. Wilbur Tennant (Bill Camp), afirma que la fábrica de DuPont cercana a su estancia en el condado de Parkersburg, West Virginia, es la responsable de la muerte de su ganado (más precisamente de 190 vacas). El problema radica en el conflicto de intereses que envuelven a Robert que trabaja para una prestigiosa firma de abogados que representa entre varias corporaciones a la misma DuPont. En el proceso arriesgará su futuro, su trabajo y hasta su propia familia para sacar a la luz la verdad. Un oscuro secreto que conecta un número creciente de muertes y enfermedades con una de las corporaciones más grandes del mundo. No solo afectando a los animales sino a las vidas de los seres humanos de aquel estado y del mundo en general, al ser esta empresa los más grandes productores/fabricantes de Teflón. La cinta fue escrita por Matthew Carnahan y Mario Correa a partir de un artículo que se publicó en la revista de The New York Times, y resulta más que interesante el resultado que podemos apreciar en esta versión cinematográfica de los hechos narrados. Un guion más que sólido que no se queda en lo anecdótico o en la simpleza de buscar dar un mensaje ecologista, sino que construye una narrativa interesante, con personajes bien definidos y un conflicto concreto. Un drama legal que no se mete de lleno en las cuestiones puramente jurídicas del asunto, sino que se apoya más que nada en el lado sensible y humano de la cuestión. Mucha gente se enfermó y tuvo un impacto tanto en sus vidas como en las de sus hijos a partir de la contaminación del agua que se dio en la región. Asimismo, se busca retratar el costado inescrupuloso de la compañía al intentar encubrir y/o despegarse de los hechos por medio de los vericuetos legales que les ofrecen sus asesores. Además, es interesante el aire de thriller con el que se viste la película al intentar reflejar la paranoia del protagonista y de los afectados al enfrentar a un gigante transnacional como lo es DuPont y su amplio abanico de recursos. Mark Ruffalo hace un excelente trabajo como Robert Bilotti, un individuo atribulado por sus deseos personales en contrapunto con el deber ciudadano que se le plantea al comenzar a descubrir todo el entramado que esconde esta situación de un campesino enojado. En los roles secundarios cumplen correctamente Bill Camp y Tim Robbins, pero la que más se destaca del conjunto es Anne Hathaway como la esposa de Robert, que no llega a entender el grado de involucramiento de su marido dejando de lado su vida personal y poniendo en riesgo todo por lo que había trabajado desde sus inicios como jurista. El Precio de la Verdad es un film intenso que busca perturbar tanto al espectador como darle esperanzas sobre el futuro. Un relato que se nutre de la visión de Haynes y por lo cual se distancia del thriller legal convencional y lo lleva a explorar un costado más humano. Algo que muchos agentes corporativos deberían plantearse, ser más compasivos para no terminar destruyendo al medio ambiente y en definitiva a nosotros mismos.
Debería inquietarnos no solo como espectadores sino también como sociedad que un realizador como Todd Haynes (Carol, Far from Heaven…) tome las riendas del thriller para hablar de algo en apariencia pedestre. Sus búsquedas recientes han tendido a los melodramas del alma norteamericana. Tomemos en cuenta además que el tema central de esta ocasión parte de un artículo escrito por Nathaniel Rich en el New York Times sobre los efectos dañinos del teflón en los seres vivos*. Lo central es que la inquietud está afianzada discursivamente en la obra no como un prejuicio sino por cómo se desenvuelve en el nivel visual. Consideremos para ello que más del 90% de los planos de El precio de la verdad están marcados por líneas verticales y horizontales. Esto no es una mera repetición geométrica. En una de las primeras tomas, la seguidilla de cortinas en la firma donde trabaja Rob Billott (Mark Ruffalo) nos sugiere un drama encubierto pero con las tonalidades poco cálidas de una oficina de abogados. Las líneas enfrentadas en varios momentos posteriores nos muestran a un protagonista arrinconado por su necesidad de proteger al indefenso Tennant (Bill Camp), el primero que notó los efectos medioambientales de la empresa Dupont sobre su granja en West Virginia. Pero ese mismo exceso nos genera desconfianza en las linealidades cronológicas que marca el guion con respecto al seguimiento de los casos investigados desde los 70s por Rob. Haynes es tan minucioso en esto que cuando llegamos al tramo final de los años 2000 y caemos en cuenta de que la investigación no progresó en esa época, el simplísimo cambio gráfico en la fecha anual sobre un fondo negro descoloca. Y de hecho ya la película nos ha preparado a la impersonalidad de los procesos judiciales cuando descubrimos el alcance letal del químico C8 en los trabajadores de DuPont. En voz de Mark Ruffalo y mediante reacciones de Sarah, su esposa embarazada (Anne Hathaway) y con un montaje alterno, tal descubrimiento progresa como una perturbación en el parto de ella, en su jefe (Tim Robbins) y en él mismo. Así como esta simultaneidad significativa consolida la desconfianza en lo lineal, la firma de Haynes también está matizada en el hecho de que ese químico vendido como una maravilla para las amas de casa, no es tal cosa. Que él no recurra a teorías conspirativas sino a una atención a la ignorancia indiferente de los directivos de Dupont es un acierto a buscar responsables y no echar a la suerte las decisiones de sus personajes. Y si se le puede achacar con razón a la película que tambalea por ciertos actores o escenas exageradas en el nivel técnico como cuando a Rob le da una embolia, reconozcamos que son detalles menores. Cuando ruedan los créditos a quienes pone en primer lugar es a las personas que padecieron directamente las consecuencias de estos experimentos. Son ellos quienes aparecen como hitos en la historia, entre ellos Bucky Bailey, quien nació con una malformación facial debido a los experimentos, y Barry G Bernson. Si creíamos que Haynes solo desmontaba géneros de la cinematografía para hurgar en los conflictos humanos de las minorías raciales o sexuales, ahora desmonta una gran corporación desde el lado más humano. Lejos de la indignación o el sentimentalismo, hay un detalle clave para intuir esto: la circularidad visual. Detallemos los cortes de cabello sobre todo de los personajes femeninos y qué rol representan. Como si las curvas nos acercaran al desengaño, muchas víctimas y la propia Sarah tiene un corte circular que alivia su gestualidad. Y sus actitudes nunca se victimizan ni cuando nos enteramos de que dejó a un lado su carrera como abogada para ser ama de casa. No olvidemos que en otras películas de Haynes los rostros enmarcados en círculos nos hablan de soledades en busca de su propia protección como Cathy y su pañoleta lila, y el corte masculino de Therese. De todas maneras, en caso de que desestimemos la película por sus tropiezos, mínimo dejemos a un lado el llamado a la indiferencia y el carácter tóxico de la expresión “ponerse un traje de teflón” como si un anti resbalante fuese mágico o la ignorancia nos salvara. Como cierra la película, el 99% de los seres humanos tenemos el químico en el organismo. Así que la indignación y la indiferencia son vacuas frente a enfermedades que ha creado químicamente el ser humano y ante las que hace caso omiso. * https://www.nytimes.com/2016/01/10/magazine/the-lawyer-who-became-duponts-worst-nightmare.html?0p19G=3248
Tal vez un poco alejado de la contundencia creativa de films anteriores tales como la evocación a Brian Slade que construyó en “Velvet Goldmine” (1998); el homenaje a Douglas Sirk que exteriorizó en “Lejos del Paraíso” (2002); la evocación a Bob Dylan en “I´m Not There” (2007) y la vuelta a los 50´s en “Carol” (2015), regresa Todd Haynes en un film probablemente de encargo (“Dark Waters” o “El Precio de la Verdad” su poco felíz y ganchero título en castellano) para trasladar a la pantalla la historia que se desprende del artículo aparecido en el New York Times y firmado por el periodista Nathaniel Rich “The Lawyer Who Became DuPont’s Worst Nightmare”. El film desgrana el daño que provocó la Empresa Dupont al verter desechos tóxicos en el Río Ohio afectando a toda la población de Parkersburg, West Virginia y que dio origen al famoso caso judicial que comenzó en 1998 hasta su resolución final en el 2015, impulsada por el abogado Rob Bilott, encarnado por el siempre eficaz Mark Ruffalo, quien ha elaborado cada detalle del personaje hasta su postura física y su aire “antiguo”. Este es otro exponente del llamado Court Room Drama, en el que gran parte de su metraje transcurre en los Juzgados, y que ha sido narrado con gran solvencia y fluidez, enfocando la historia prácticamente en la lucha de este abogado contra una corporación y tal vez dejando en segundo plano aspectos familiares y personales que hubieran enriquecido más la historia. El valor del film radica en su testimonio ecologista y la interpelación a Empresas que siguen generando dividendos a costa de la contaminación a cualquier precio, sin conciencia social alguna. Otro dato a destacar es la impecable composición de Bill Camp como el granjero Will Tennant que acerca el caso a Bilott y aporta las pruebas de la matanza de casi todo su ganado. Sobre el final, y como casi siempre sucede con este tipo de historias, se podrá apreciar a los reales protagonistas de esta historia. POR QUE SI: «El valor del film radica en su testimonio ecologista «
Robert Bilott (interpretado por Mark Ruffalo), es un abogado corporativo que da un vuelco drástico a su carrera para enfrentarse a quienes defendió: una todopoderosa multinacional por sus prácticas que dañan el medio ambiente y envenenan a un pequeño pueblo. En su búsqueda de exponer la verdad, arriesgará, no solo su futuro profesional, sino su vida familiar, convirtiéndose en el enemigo público número uno de la siniestra empresa. El cineasta californiano Todd Haynes, director de grandes films como “Velvet Goldmine” (1998), “Far from Heaven” (2002), “I’m Not There” (2007) y “Carol” (2015, que obtuviera el premio a Mejor Película Extranjera en los Premios Cóndor de Plata) se inspira en una impactante historia real que remite a films exitosos como “Silkwood, “Una Acción Civil”, “Erin Brokovich” y “Tierra Prometida”, referentes del cine social e denuncia que aborda Hollywood, y que descubrían oscuros secretos de grupos de poder al tiempo que denunciaban el accionar y los intereses detrás de la contaminación ambiental. Nutriéndose de un gran elenco (Tim Robbins, Bill Pullman, Anne Hattawhay) y mostrando gran astucia narrativa, se observa la experiencia del director para involucrar al espectador en este entramado de tragedias, descubriendo el costado más débil y vulnerable de una sociedad. Con espíritu de denuncia, ofrece cierta urgencia en su enunciado y un impacto dramático que pretende indignar al espectador, cuestionando las turbias maniobras de esta corporación. “El Precio de la Verdad” provee un planteamiento al servicio de una causa cuyo mensaje no deja lugar a segundas interpretaciones. Efectivo, aún sin tratarse de una gran obra, este thriller judicial se apoya en la camaleónica labor de Ruffalo y demuestra el amplio abanico genérico del que es capaz de abordar este ecléctico realizador.
EL CINE Y SU UTILIDAD POLÍTICA En El precio de la verdad, un abogado que trabaja defendiendo los intereses de empresas químicas viaja al interior de Virginia Occidental y descubre que la compañía estadounidense DuPont ha ocultado durante décadas la naturaleza nociva de un químico utilizado en la creación de diversos objetos de uso cotidiano, entre ellos las primeras sartenes de teflón. Todd Haynes, quien dirige la película, ya había mostrado interés en el tema de la contaminación química en su segundo largometraje, Safe, que trata sobre una mujer que posee hipersensibilidad a los químicos de uso cotidiano. Sin embargo, poco importante parece el sello autoral de Haynes a la hora de hablar de esta película que, estéticamente, poco tiene que decir salvo algún momento de lucidez en el uso del lenguaje cinematográfico, por ejemplo en la introducción del personaje principal. Frente a Safe, una película en la que la mano del director no deja de notarse en ningún momento, El precio de la verdad resulta un producto estéticamente conservador, que apunta a una reconstrucción fiel y a la búsqueda de un verosímil casi documental. El principal autor de esta obra es, en realidad, el actor principal, Mark Ruffalo. Como cuenta en diversas entrevistas, la idea se le ocurrió tras leer el artículo en el que la película está basada: The lawyer who became DuPont’s worst nightmare, de Nathaniel Rich. Para quienes estén familiarizados con la militancia política de Ruffalo (que, por ejemplo, ha hecho grandes esfuerzos por apoyar públicamente la candidatura de Bernie Sanders a la presidencia de los Estados Unidos) no resultará alocado pensar a El precio de la verdad como una pieza dentro de un entramado de gestos políticos; los cuales resultan más estimulantes que cualquier cosa que la película en sí tenga para ofrecer. Y es que esta película ha funcionado como el motor central de una campaña llevada adelante por el actor que incluye una aparición como testigo en el caso DuPont, en el mismísimo Capitolio. Allí, tal y como el propio actor manifestaría posteriormente, fue ninguneado por republicanos tales como James Comer o Fred Keller, quien lo llamó “un actor sin ninguna habilidad médica, científica o de investigación salvo por un par de escenas como Bruce Banner”. Ruffalo ha realizado diversas apariciones públicas hablando sobre problemas de contaminación y el caso DuPont específicamente, además de haber incluido al propio Rob Bilott en la campaña publicitaria del film. El contexto político que dio origen a El precio de la verdad se refleja en sus elecciones estéticas: el caso DuPont es reconstruido mediante el lenguaje de los thrillers políticos, o más específicamente de lo que podría llamarse coverup movies o películas sobre conspiraciones políticas, cuya obra más representativa es sin duda Todos los hombres del presidente. Pero, ¿qué es lo que esta película tiene para decir sobre las relaciones entre el sistema de justicia norteamericano y el sector empresarial? Parecería que la conclusión, en palabras del propio protagonista, es que “the system is rigged”, es decir que el ovillo de lana generado por el entrelazamiento entre intereses privados y leyes públicas no puede ser deshecho, y que por lo tanto no existe justicia más allá de la que puedan forjar la comunidad o el individuo. Sin embargo, la imagen con la que la película nos deja parecería mostrar lo contrario: el sistema puede ser transformado por la acción de ciudadanos ejemplares puestos al servicio del bienestar social, tales como Rob Bilott. Pero, insisto, nada de lo que la película aporta, más allá de promocionar un caso valioso en la historia de la lucha contra la contaminación industrial, es tan interesante como el rol que esta cumple en la campaña política del actor protagonista. Se trata de un ejemplo claro del cine entendido desde una perspectiva puramente instrumental. Casi como si la película existiera sólo para que Ruffalo pudiera decir, en el programa de televisión The view emitido por la cadena ABC, “if you care about your water then you know what to do in 2020”.
Un abogado descubre que una serie de muertes están vinculadas a una de las compañías más grandes y poderosas del mundo. Al tratar de demostrar la veracidad de sus investigaciones, el letrado pone en peligro su futuro profesional, a su familia y su propia vida. ¿Puede un film tener a los amados Mark Ruffalo y Anne Hathaway, una primicia que involucra a absolutamente todo el mundo, un aire muy similar a "Chernobyl" (una de las series más exitosas de los últimos años) y aun así ser tan intrascendente? Aparentemente sí. Dirigida por Todd Haynes ("Carol"), "DARK WATERS" se presenta como otra obra más dentro de la explotada tendencia de exponer los errores de EEUU y sus emblemáticas figuras. Y sí, solo quedará en eso. Incluso aunque sea necesario destacar su construcción, que lleva al espectador por un viaje sorpresivamente siniestro para el género que tiene de base donde, al igual que el personaje principal, es difícil distinguir a los héroes de los villanos en un comienzo; y claro, la importancia de que existan obras de este tipo. Es un gran aporte a la concientización sobre el maltrato constante al medioambiente y cómo las personas estamos expuestas a un peligro que parece ser irrelevante en nuestras vidas. Luego de varios minutos de intentar que no se te cierren los ojos del sueño, llega el esperado final y es el correcto. Es un baldazo de agua helada: eso que acabas de ver, también te incluye a vos. Y solamente por ello tenes que ver la película, para una vez finalizada la misma correr a tu casa y desechar cada sartén de tu cocina. El problema es que después de hacer eso, te vas a olvidar de lo que acabas de ver. Porque en su conclusión, aunque mantenga una estética y temática sumamente rentable en la actualidad y una realización correcta, no logra llegar a la altura de anteriores películas del mismo estilo (como "Erin Brockovich", protagonizada por Julia Roberts 20 años atrás). Es densa sin ser lo suficientemente intensa para justificar y Hathaway está totalmente desaprovechada (a esta altura sorprende que se siga arriesgando a tomar papeles como este). Rescato a Ruffalo interpretando un personaje a quien es imposible no tenerle amor y la relevancia que existe detrás del hecho. Es crucial que estas historias lleguen a todo el mundo para que se pueda reflexionar y deje algo de esperanza en una sociedad atravesada por los errores de unos pocos. Por Estefanía Da Fonseca
El Precio de la Verdad (Dark Waters) tiene el privilegio de estar dirigida por Todd Haynes, el director de Lejos del paraíso y Velvet Goldmine entre otros grandes títulos. No es tan común que un autor tan personal haga un film de contenido político y denuncia como este, al menos no en relación con el tema de la película, que es la contaminación sistemática del medio ambiente por parte de una gigantesca compañía. DuPont Corporation es el objeto de la denuncia y el protagonista de la historia es un importante abogado llamado Robert Bilott (Mark Ruffalo, también productor). Billot fue un abogado corporativo durante años, hasta que un granjero se acerca a él desesperado por lo que está sufriendo su comunidad en West Virginia. Billot acepta el caso porque es su propia madre quien hizo la recomendación de que lo contactaran. Allí la vida el abogado dará un vuelco, porque deberá no solo cambiar de lugar como abogado, sino que además se debe enfrentar a un enemigo que parece invencible. Basado, obviamente, en un hecho real, la película está muy bien narrado y el oficio del director va más allá de cumplir con lo básico. Los actores son de primera línea y la historia avanza hasta lograr picos de drama y emoción verdaderamente logrados. Aunque es posible que muchos conozcan el final de la historia, quien no investigue el tema antes podrá aprovechar, además, un enorme suspenso y varios giros de la trama, los mismos que hubo en la vida real. Efectiva en su denuncia, el estreno de la película hizo caer las acciones de DuPont, no se me ocurre mejor ejemplo de mensaje que ha sido recibido y tomado que ese. El cine, por otro lado, también está presente en esta intensa historia llena de drama.
Todd Haynes trabaja por encargo este thriller de abogados donde termina escarbando con bastante eficiencia los engranajes de un sistema macabro. Maneja una tonalidad tan opaca que por momentos parece una de terror.
Entre caníbales Con dirección de Todd Haynes y un notable protagónico de Mark Ruffalo, El precio de la verdad es un film testimonial carente de las mañas del género. En algún punto a lo largo de El precio de la verdad –otra despiadada adaptación vernácula de un título extranjero, que en este caso padece Dark Waters–, uno percibe cómo Mark Ruffalo se monta al hombro el peso de esta historia, quijotesca por donde se la mire. Como actor y productor, era esperable que el film fuera un mano a mano entre él y el director Todd Haynes. Sobre todo porque una biopic testimonial no parece entrar dentro de la órbita del autor de Velvet Goldmine –si bien Lejos del cielo (2002) y Carol (2015), dos ficciones ambientadas en los cincuenta eran sentidos alegatos sobre un pasado no muy lejano–. En El precio de la verdad, Rob Bilott (Ruffalo) es un abogado de Ohio con una prometedora carrera por delante que, inesperadamente, recibe una propuesta que puede abortar su futuro. Es el viejo dilema de decidir entre la ética o el bienestar asegurado para él y su familia. Ese es el meollo de un hecho real, transcurrido entre fines de los noventa y los primeros 2000, adaptado por los guionistas Mario Correa y Matthew Michael Carnahan a partir de un artículo en The New York Times. Y Haynes, operando desde las sombras, maneja la trama para sustraer toda la épica tradicional en un film de estas características. Hay curiosamente una faceta religiosa en el film, y es el tema de la conversión. De la inicial incredulidad al apostolado –notoriamente, también, los Bilott son católicos practicantes–. Rob integra Taft, un prestigioso bufete de abogados de Cincinnati presidido por Tom Terp (Tim Robbins), cuando durante una reunión es solicitado en la recepción por un desconocido. Bilott abandona momentáneamente a sus colegas para lidiar con una situación dantesca. Dos granjeros con las ropas embarradas, como recién salidos de un lodazal, lo increpan con miradas hoscas en la antiséptica sala de recepción. Uno de ellos, Wilbur Tennant (un intenso Bill Camp), toma la palabra. De manera vehemente, rústico, en franca tensión con el entorno, Tennant solicita a Bilott representación legal contra la compañía química DuPont, que, según alega, está envenenando a su ganado en West Virginia. Es una escena maestra de Haynes, ayudado por la pericia de Camp, un batallador de roles secundarios en films como 12 años de esclavitud, Birdman y Joker. Básicamente, Rob no puede representarlo porque DuPont es un “cliente amigo” de Taft. Y Winnant –que irrumpió en escena como un vaquero decidido a robar un banco– va gradualmente empequeñeciéndose, pasando del tono demandante al tartamudeo, y finalmente a una silenciosa retirada signada por la impotencia. El motivo por el cual acude a Bilott es tan descorazonador como simbólico de su ingenuidad: fue recomendado por su abuela, vecina de Winnant en West Virginia. ¿Dónde están las marcas de Haynes? En el registro de una suburbia por momentos desangelada, que contrasta hogares tranquilos, de felicidad a raya, con casas típicamente norteamericanas, grandes pero venidas a menos, en las calles de Parkersburg, West Virginia –un patio trasero que podría ser cualquier rincón del conurbano–, y sus habitantes malhadados, acechados por un tóxico arrojado por una multinacional despiadada. El guion y la historia lo habilitan, por no decir lo compelen, pero Todd Haynes se asoma a esos interiores como quien hace un allanamiento, y muestra lo que ninguna familia desearía mostrar. Bilott visita a Tennant, residente de una de las zonas más próximas al apocalipsis del sueño americano. La contaminación es palpable en las aguas blanquecinas del arroyo; el granjero lleva perdidas 190 vacas y difícilmente pueda recuperarse. Espantado por lo visto –y también, vale decir, llevado por la culpa católica–, Bilott libra una orden pidiendo la captura de documentos sobre la actividad de DuPont en West Virginia; así descubre la presencia de una sustancia sospechosa, conocida como PFOA, presente en varias regiones del Estado. La búsqueda de información sobre la sustancia –hay un gracioso cameo de Ruffalo surfeando infructuosamente en un obsoleto buscador de la época, como Altavista– lo enfrentará abiertamente con Phil Donnelly (Victor Garber), representante del gigante químico en Ohio. Así, todo termina con una demanda a DuPont cuando el abogado descubre que la sustancia surgió en los cincuenta, con la creación del teflón, y circula ante la pantalla un espeluznante material de archivo de época que Haynes –casi un “natural” del período– maneja pese a todo con sobriedad. Desde esa década, los residuos de PCOA arrojados en el ambiente provocaron la proliferación de casos de cáncer en operarios, así como malformaciones en los bebés de embarazadas que trabajaron en la planta. Desde luego, DuPont siempre estuvo al tanto de la situación y desconoció su negligencia, a riesgo de resignar la manufacturación de teflón, un producto que le generaba ganancias por un billón de dólares anuales. Hay en todo esto ecos de la serie Chernobyl y la creciente enemistad de Hollywood con los sectores de poder norteamericanos. “Nuestro gobierno es cautivo de DuPont”, confiesa en algún momento Billott a su esposa, durante un período del film cronológicamente coincidente con la administración del propio Obama. Es la transparencia de estos personajes larger than life al tiempo que cotidianos lo que da al film una atracción indeleble. Un simpático cameo de Bucky, víctima real de esas malformaciones, es una muestra de cómo Haynes documenta sin innecesarios golpes bajos. Este tenor se sostiene hasta el final, cuando, como al pasar, una placa informa –¡horror de horrores!– que la presencia de PCOA se extiende actualmente al 90% de la población mundial. Y en el medio está Bilott, David y Quijote, un héroe sin capa. Ruffalo hace una interpretación excepcional, muy probablemente inspirado en el Columbo de Peter Falk. Es un hombre aparatoso y desgastado, algo tímido, pero implacable a la hora de investigar y arrinconar a los poderosos en una corte, aunque sea para hacerles pasar un mal rato. Y en el mano a mano, Todd Haynes lo hace transpirar, lo estresa, lo hace colapsar de tensión e incluso atravesar momentos de peligro –muy verosímiles, por cierto–, como en un thriller. Ojalá haya más Dark Waters testimoniales, igual de envolventes. Que para eso está el cine.
Se sorprenderá el lector que coloquemos como “principales” dos entretenimientos natos y le demos menos importancia a este film que trata del juicio contra DuPont por contaminación. Y encima porque la dirige un cineasta importante y tiene un elenco comprometido y de renombre. Bueno, sí, es todo cierto y también que si ve esta película en la tele un miércoles a la noche no pierde absolutamente nada. Quizás Haynes necesitaba el trabajo o quería intentar algo tradicional. Lo logró, sin la menor duda.
El precio de la verdad, lo nuevo de Todd Haynes, se inscribe dentro del subgénero “cine de denuncia” y, si bien se aleja de la temática y estética tradicional del realizador, confirma, al mismo tiempo, la solidez como narrador del director de Lejos del paraíso. Abogados luchando contra empresas que contaminan el agua de granjeros. No se trata de una temática novedosa en el cine estadounidense. En 1998, Steven Zaillian, el guionista de El irlandés, dirigió Una acción civil, película en la que John Travolta interpretaba a un ambicioso abogado que decide defender a una familia, cuya agua fue contaminada por una empresa multinacional. Dicha temática también fue la excusa de Erin Brockovich, el film del año 2000 dirigido por Steven Soderbergh, donde Julia Roberts, que ganó un Oscar por este personaje, era una abogada y mesera que decide ir en contra de una importante empresa que también contaminó el agua de todo un pueblo rural. El tema parece no agotarse nunca. Ahora Todd Haynes, el prolífico director que, por un lado, representó la homofobia en los años 50, y la represión sexual con las excelentes Carol y Lejos del paraíso, y por otro hizo dos notables y personalísimas biopics musicales con Velvet Goldmine (sobre la relación de Iggy Pop y David Bowie) y I’m not there (el original retrato de la vida y obra de Bob Dylan), es quien aborda el tema, desde una perspectiva bastante clásica y convencional, en ciertos aspectos, pero sin dejar de lado la solidez narrativa y la cinefilia que lo representan. Mark Ruffalo interpreta a Robert Bilott, un relevante abogado de una firma que tiene como clientes a casi todas las empresas que hacen productos químicos en Estados Unidos. Todas, salvo DuPont. Cuando un granjero, amigo de su abuela, le pide a Robert que lleve a juicio a la compañía multinacional por envenenar y asesinar a casi todo su ganado, el protagonista comienza una investigación que deriva en un proceso judicial que duró más de 14 años, y la constatación del peligro que representa el uso de cierto producto químico, no sólo en el pueblo donde se centra el conflicto, sino, también, para el resto de la humanidad. Todd Haynes aborda la historia con la tensión de un thriller psicológico y se da la libertad de poner en perspectiva el riesgo de la contaminación ambiental, usando de ejemplo a una de las más terroríficas películas de todos los tiempos. Con mucha sutileza, el director emula en la secuencia de inicio al comienzo de Tiburón (Spielberg, 1975), para demostrar el peligro real que representa la eliminación de desechos en el medio ambiente. Haynes y Ruffalo deciden exhibir el arco dramático de Bilott en toda su amplitud, desnudando, además, las consecuencias personales y sociales que le trajo este pleito, tanto en el terreno laboral (enfrentamientos con sus jefes, reducción de sueldo) como en lo familiar (discusiones con su esposa, descuidos como padre) y, asimismo, a nivel físico y psicológico. Por fuera del recorrido de héroe que tiene Bilott, el granjero, que interpreta el gran Bill Camp, es otro de los personajes fuertes del relato. Sobre ambos se concentra la mayor tensión y suspenso del filme. Así como es notable el dinamismo y la solvencia narrativa que Haynes le aporta a la historia, también hay que destacar que el guión es uno de los puntos más flojos del film. Más allá de la convencional estructura, los diálogos son sobreexplicativos y la función de ciertos personajes secundarios, como la esposa y el jefe de Bilott (desaprovechados Anne Hathaway y Tim Robbins), son una mera excusa para que el protagonista descargue todo lo que sabe y explique aquello que es demasiado técnico para el espectador común. Entonces, cuando los personajes hablan, exponen lo que el espectador, seguramente, se pregunta a medida que avanza la investigación. Esa sobrecarga de información, por momentos, provoca cierta morosidad y redundancia en el relato. Por suerte, la maestría visual de Ed Lachman, habitual director de fotografía de Haynes, y la sólida, austera y genuina interpretación de Ruffalo, para construir un universo contaminado y crear al perfecto antihéroe de los más humildes, respectivamente, potencian los méritos que ya tenía la historia. Entre los secundarios también aparecen Mare Winningham, Victor Garber y Bill Pullman, en un personaje un poco caricaturesco. El fuerte del cine de Haynes es siempre la forma en que incorpora la cinefilia y el arte popular en la construcción de un relato clásico. Y si bien queda demostrado que este fue un trabajo por encargo y la estética o intereses temáticos de su obra habitual quedan relegados, hay un componente noble en la construcción del personaje que lo emparenta con aquellos abogados pacíficos pero insistentes, que tienen la moral como bandera, para defender a los más marginalizados del sistema y hacer justicia hasta las últimas consecuencias. El Rob Bilott de Mark Ruffalo sigue, de esta manera, el camino del Atticus Finch de Gregory Peck en Matar a un ruiseñor, o alguno de los tantos justicieros civiles que interpretaran James Stewart, Paul Newman o Al Pacino, trabajando para Preminger, Lumet o Jewison. En esa línea, y en la de alguna novela de John Grisham, va esta película que, aún con algunos clisés y lugares comunes, logra atrapar, entretener y hacer reflexionar. El precio de la verdad no escapa de ciertos estereotipos y convenciones del thriller de denuncia, pero la habilidad como narrador de Todd Haynes, aún alejado de sus propuestas más autorales y radicales, y la sólida interpretación de Mark Ruffalo, la convierten en una obra intensa, cuya meta de concientización va en forma paralela y termina siendo completamente justificada y, a la vez, necesaria para los tiempos que corren.
Basada en un hecho real, y en el artículo “El abogado que se convirtió en la peor pesadilla de DuPont” de Nathaniel Rich, publicado en 2016 por la revista del New York Times. el docudrama de Todd Haynes, con guion de Mario Correa y Matthew Michael Carnahan, sigue el derrotero del abogado ambientalista Robert Billott que durante más de veinte años llevará adelante una batalla legal contra la gran corporación DuPont para la que ha trabajado, entre otras empresas químicas, durante años, defendiendo sus intereses, para finalmente tomar partido por los damnificados, centrándose en los reclamos de un granjero gravemente enfermo por la contaminación que la planta DuPont ha provocado en el río y en el agua potable, poniendo en riesgo así su trabajo, su reputación y hasta su propia familia. LA PEOR PESADILLA DE DUPONT Robert Billott (Mark Ruffallo) es un abogado ambientalista de Cincinatti, Ohio, que trabaja para el bufete de abogados Taft Law, uno de los estudios jurídicos que se dedican a defender los intereses de empresas químicas, entre ellas, DuPont, una de las corporaciones de la industria química más importantes y poderosas del mundo. En 1998 Billott decide ayudar, en contra de la voluntad y consejo de sus colegas, a un granjero pobre y enfermo, Wilbur Tennant (Bill Camp), ya que resulta ser amigo de la familia, más precisamente de su abuela. Cuando Robert visita a Wilbur en su granja comprueba el daño que la empresa que él representa ha provocado en la ciudad, contaminando el río, los suelos y la atmósfera. Wilbur deberá sacrificar una a una sus vacas que han enfermado gravemente debido al agua envenenada por la empresa Du Pont, ya que durante los últimos años esta misma empresa ha venido arrojando desechos tóxicos no sólo en las aguas del río, sino también en la atmósfera, contaminando el aire a través de escapes tóxicos de sus chimeneas. Frente a sus reiterados reclamos, Wilbur recibirá en su granja a representantes de la Agencia Federal de Medioambiente, que en connivencia con DuPont confeccionarán un informe adverso haciendo responsable de la muerte de las vacas al mismísimo Wilbur, por desnutrición, atención veterinaria insuficiente y falta de control de pesticidas. Wilbur le entregará a Billott, documentación y videos que muestran el estado de las vacas, a las que deberá incluso sacrificar. Lo que hace el filme, a través de las batallas legales que lleva adelante Robert Billott, es poner al descubierto los manejos espurios y fraudulentos, incluso criminales, de las grandes corporaciones, obsesionadas únicamente con los dividendos. DuPont facturará un billón de dólares al año, solamente con los productos de Teflón que fabrica, y por eso mismo prefiere ignorar el daño que está provocando en el medioambiente y en este caso puntualmente en la salud de los habitantes del pueblo de Parkersburg, Ohio. DuPont, como tantas otras corporaciones tienen tanta incidencia y poder sobre los gobiernos que prácticamente los extorsionan y manipulan a su antojo para que se les permita hacer lo que quieran sin ningún tipo de restricciones ni regulaciones que protejan al medioambiente. La empresa química DuPont cuenta en su haber con muchísimas víctimas fatales, sus propios trabajadores, que al haber estado en contacto con el teflón, desde los años cincuenta, han enfermado gravemente desarrollando tumores cancerosos, deformaciones faciales en los bebés de las trabajadoras, incluso aparece en el filme uno de los damnificados, Buck Bailey, cuya madre trabajaba en la planta Du Pont, y que cuando diera a luz a Buck, el bebé naciera con una fosa nasal y otras deformidades faciales. EN BUSCA DEL ASESINO SILENCIOSO El filme está planteado como un thriller corporativo, a medida que avanza con paso lento pero seguro, el abogado ambientalista, tratará de descifrar qué es el C8, el PFOA, es decir, el ácido perfluorooctanoico, el asesino silencioso que parece encontrarse en las aguas del río, y en los suelos y que parece provocar por lo menos seis tipos de cáncer, hipertiroidismo, diabetes, entre tantas otras enfermedades. Frente a las reiteradas demandas judiciales de Rob la empresa DuPont accede a una investigación llevada a cabo por un plantel de médicos para comprobar si existe realmente un vínculo entre el PFOA y las enfermedades que supuestamente provoca. Los resultados de esta investigación llegarán después de siete años, en los que Rob no sólo se verá despojado de beneficios laborales, la pérdida gradual de su prestigio, el menosprecio de su jefe (Tim Robbins), la desconfianza de sus colegas y hasta el deterioro en el ámbito familiar con su mujer Sarah (Anne Hathaway) una abogada retirada que no dejará de reclamarle su falta de compromiso en lo que respecta a su vida familiar y de reprocharle una actitud fría y distante para con ella. TIERRA BALDÍA La cámara de Haynes registra con crudeza documental las calles desoladas de la ciudad, los barriales alrededor del río, y con tomas cenitales, la granja en ruinas de Wilbur Tennant. En una recorrida en automóvil que hará, Rob comprobará el daño irreversible que la poderosa compañía ha provocado en la ciudad y en sus habitantes. Todo luce gris, opaco y roído. Casi todos los niños lucen dientes ennegrecidos por el agua que beben y que se encuentra contaminada. A partir del escándalo de las denuncias y de los litigios, muchos de los empleados de la planta perderán sus fuentes de trabajo y lo harán responsable al mismísimo Rob por sus denuncias y reclamos contra la empresa DuPont, que en definitiva es la única proveedora de empleos en la ciudad. UNA BATALLA GANADA Gracias al insistente e incansable Rob, DuPont accederá a llevar adelante un estudio médico, inédito por la magnitud, de realizarle análisis de sangre nada menos que a setenta mil personas, y por cada uno que se presente, se le dará la suma de cuatro mil dólares. Recién en 2011 se comprobará el vínculo entre el PFOA y el cáncer de riñón, cáncer testicular, colitis ulcerosa, colesterol alto, y la enfermedad tiroidea entre otras. Por lo que finalmente DuPont accede a indemnizar a los damnificados, y a costear sus tratamientos médicos. Además de hacerse cargo del reemplazo de todos los sistemas de agua potable de las ciudades en las que se registraron casos de enfermedades. Lo aterrador de la historia que nos cuenta Haynes es el hecho de que la empresa conocía el carácter altamente tóxico de los compuestos de teflón y siempre tuvo conciencia de todo el daño que estaba provocando no sólo en sus trabajadores y en la población de Parkersburg, sino de ser responsables de la destrucción sistemática del medioambiente; sin embargo este hecho nunca los hizo desistir de cambiar el sistema de producción, o tomar medidas en el modo de manejar sus desechos tóxicos. Por lo que concluimos que mientras sus ganancias vayan creciendo exponencialmente también al mismo ritmo el ecosistema irá en franca decadencia, como la salud de todos los seres vivos del planeta. Recomendamos al que esté interesado en el tema de la contaminación ambiental ver el documental Envenenados, The devil we know (2018) de Stephanie Soechtig, y Jeremy Seifert que denuncia con testimonios de los pobladores del lugar la magnitud del daño que la empresa DuPont ha provocado en el planeta, valga como ejemplo el dato de que el 99,7 de las muestras de sangre de los norteamericanos dieron positivo en C8. Por Gabriela Mársico @GabrielaMarsico
Veneno para el pueblo Esta película nació a partir de una enorme indignación y un posterior encargo. El gran actor y militante ambientalista Mark Ruffalo se escandalizó al leer un artículo de The New York Times llamado “El abogado que se convirtió en la peor pesadilla de Dupont”, firmado por Nathaniel Rich, en el que se describía a un personaje de la vida real llamado Robert Bilott, un abogado defensor corporativo, que, por un giro del destino, acabó enfrentándose a Dupont, multinacional del teflón, en una denuncia penal en la que la responsabilizó por envenenar el agua, las tierras, los animales y hasta los mismos pobladores de la localidad de Parkersburg, en Virginia Occidental. Ruffalo decidió que la historia merecía una película, colocó el proyecto sobre sus hombros y, con mucho acierto, llamó al director Todd Haynes (Velvet Goldmine, Lejos del cielo, Carol) para encargarle el proyecto.