Otro muerto de la industria bélica La carrera de Richard Linklater ha demostrado ser de lo más heterogénea, abarcando un poco de todo sin demasiada coherencia ni conceptual ni estilística ni de ningún tipo: el director se movió con soltura en el indie noventoso, los relatos bien románticos, el cine de animación experimental, las propuestas de época, las comedias irónicas, los dramas de índole existencialista, el cine de denuncia y ahora también en los productos bélicos o algo así. De hecho, su última excursión en el séptimo arte es la apenas correcta El Reencuentro (Last Flag Flying, 2017), otro ejemplo de su eficacia más allá del género de turno aunque asimismo la prueba cabal de que la ausencia de una identidad propia a veces le juega en contra porque todo el asunto termina trasladándose al opus en cuestión, el que suele caer en el campo de la indecisión más bizarra y en una serie de vueltas en espiral hacia ningún lado. Para colmo la película sufre debido a las inevitables comparaciones con el pasado: el film está inspirado en una novela del 2005 de Darryl Ponicsan que funcionó como una secuela directa de su recordado trabajo de 1970, The Last Detail, la cual a su vez derivó en El Último Deber (The Last Detail, 1973), una de las obras fundamentales del período de oro del gran Hal Ashby. Ahora es el propio Ponicsan quien escribió el guión con Linklater y lo cierto es que la faena cumple con las mínimas expectativas acumuladas y no mucho más, en especial porque la estructura duplica demasiado al pie de la letra a su homóloga del convite original, porque los 125 minutos de metraje resultan excesivos y en esencia porque los involucrados hoy por hoy podrán ser profesionales extraordinarios y blah blah blah, sin embargo lamentablemente están muy pero muy lejos de los apellidos de la década del 70. En esta oportunidad se cambiaron todos los nombres de los personajes centrales -vaya uno a saber por qué- y en vez de dos miembros de la Marina (interpretados por Jack Nicholson y Otis Young) escoltando a un pobre diablo (Randy Quaid) a la prisión para cumplir unos injustos 8 años de sentencia por haber robado 40 dólares a la mujer de un superior, ahora tenemos a dos veteranos de la Guerra de Vietnam (Bryan Cranston y Laurence Fishburne en el lugar de Nicholson y Young) que en 2003 aceptan la solicitud de un ex colega militar (Steve Carell en el rol de Quaid) para que lo acompañen a reclamar el cuerpo de su hijo y enterrarlo, quien murió hace muy poco en la invasión estadounidense a Irak. Carell viene de soportar la muerte reciente de su esposa, Fishburne se convirtió en pastor y Cranston posee un bar y es el más pendenciero de los tres, lo que desde ya provoca una catarata de “roces”. Quizás el mayor problema de El Reencuentro es que nunca se decide qué quiere ser y encima no incorpora nada novedoso a las fórmulas hiper conocidas de las road movies, los relatos bélicos y las comedias dramáticas en general. Aquí nos topamos con todos los lugares comunes imaginables, aunque enmarcados en una pulcritud formal que le sienta bien a la realización: imprevistos en el viaje, separaciones, avatares un tanto ridículos, cambios de planes, confluencias en algún tramo del periplo, personajes secundarios que condimentan la acción, etc. La cuestión es que la historia avanza a paso de tortuga y sus giros narrativos se ven venir a la distancia, lo que por otro lado permite el desarrollo de personajes y el lucimiento de los tres actores principales, los cuales están muy bien en sus respectivos roles a pesar de que el guión abre subtramas que después no retoma del todo. Aclarado el punto anterior, debemos reafirmar aquello de que Linklater no es Ashby y Cranston no es el tremendo Nicholson ni nunca llegará a ese nivel de “bestia sagrada” del cine, además la película se sumerge de lleno en varias recurrencias del rubro que la dejan mal parada ya que a las analogías con El Último Deber también se suman detalles de la superior y formalmente similar El Mensajero (The Messenger, 2009). Otro problema candente de la propuesta, luego de 50 años de guerras imperialistas por parte de Estados Unidos, es que la ideología timorata/ dubitativa a esta altura es en verdad inexcusable. Es decir, en la historia se ataca a las mentiras del gobierno pero se sigue apoyando a las tropas que marchan al extranjero por más que se reconozca que los conflictos son inventos logísticos para desviar el foco de la opinión pública de los atolladeros de la política interna y para mantener en funcionamiento la millonaria industria bélica del país del norte. En síntesis, el opus de Linklater incluye buenas actuaciones y algunos chispazos humanistas muy graciosos que terminan salvándolo del tedio al que estaba destinado desde el vamos…
El pasado que atormenta El último film del autodidacta realizador norteamericano Richard Linklater, Last Flag Flying (2017) aquí titulado El Reencuentro, es la adaptación de la novela homónima de 2005 del escritor estadounidense Darryl Ponicsan, quien escribió a su vez el guion. Según el propio autor, la novela es la secuela de su primera novela, The Last Detail, publicada en 1973 y adaptada ese mismo año por Robert Towne para la película homónima dirigida por Hal Ashby y protagonizada por Jack Nicholson, Randy Quaid y Otis Young. Aquí, un ex militar veterano de la Guerra de Vietnam, Larry Shepherd (Steve Carell), apodado Doc por sus compañeros, emprende un viaje para reencontrarse con dos de sus camaradas, Sal Nealon (Brian Cranston) y el Reverendo Richard Mueller (Laurence Fishburne), para que lo acompañen al funeral de su hijo Larry Jr., muerto en Iraq al principio de la invasión norteamericana que tuvo como pretexto infundado la supuesta búsqueda de armas de destrucción masiva producidas por el dictador otrora aliado de Estados Unidos, Saddam Hussein. El opus trabaja con el pasado de los personajes, revelando vivencias y traumas producto de su experiencia en el conflicto asiático que los tres personajes han intentado infructuosamente olvidar y regresa cual síntoma psicológico. Lo reprimido surge en Larry como tristeza y fracaso tras ser encarcelado asumiendo toda la culpa por la muerte de uno de sus compañeros y el robo de morfina mientras que Richard abraza la religión católica como mecanismo de distracción y absolución y Sal se sumerge en la bebida y la vida nocturna de su bar venido a menos. Linklater y Ponicsan proponen una obra de carácter melancólico marcada por los perfiles contrapuestos de los tres personajes que se revelan completamente distintos en lo superficial pero que comparten la misma herida que los aqueja. En el viaje la llaga aparece nuevamente representada en el hijo muerto en otra guerra injusta y absurda llevada a cabo a través de mentiras y manipulaciones, lo que los vuelve unir y desencadena los recuerdos reprimidos. En El Reencuentro Linklater no siempre logra lo que se propone por diversas cuestiones. Por un lado el guion resulta demasiado forzado y literario, las interpretaciones oscilan entre la contención y la exageración y la dirección parece por momentos a la deriva. Por otro lado, el film resulta demasiado redundante y no logra resolver algunas cuestiones sin extender las escenas innecesariamente. A pesar de esto, la película construye una crítica antibélica muy fuerte y con mucho valor sin ofender la idiosincrasia patriotera y belicista norteamericana, lo que produce un gran resultado a nivel argumental e ideológico. El Reencuentro no es uno de las mejores películas de Linklater ni de los elogiados protagonistas, tampoco está a la altura del film que supuestamente precede, pero cuenta con excelentes diálogos de carácter dialéctico, algunas escenas de un humor taciturno y una excelente reflexión sobre las guerras que Estados Unidos emprendió con resultados absolutamente negativos y las consecuencias de las acciones bélicas para el ego y la visión introspectiva del temperamento norteamericano.
Una buena historia pero el desenlace te puede dejar no muy convencido ya que sucede algo un tanto ilógico que suceda en la realidad, pues lo normal (¡cuidado! no voy a adelantar nada en forma clara pero voy a tirar un dato) hubiera sido que el personaje...
La guerra oculta Richard Linklater vuelve a las pantallas, esta vez con una película producida por Amazon, cuyos tentáculos no parecen conocer límites. En un principio puede parecer una propuesta atípica para este director. Se trata de una película de guerra, cuando él, gamberradas al margen, se ha ocupado siempre de desmenuzar, en plano corto, las relaciones humanas, los sentimientos complejos y muchas veces inaprehensibles de sus protagonistas. Sin embargo estamos ante una guerra extraña, en la que no escucharemos ningún disparo, ni veremos una gota de sangre, ni presenciaremos el sufrimiento de las trincheras o el esfuerzo físico de los combatientes. Por no ver ni siquiera veremos, salvo en los informativos que la televisión emite, el rastro de ningún muerto o herido. Pero sí, es una película de guerra, una guerra siempre presente, que va más allá de lo obvio, y que se alza como una fuente inmensa de dolor, porque como dice Sal en un momento dado (qué gran personaje, y qué gran actor detrás de él), «dolor es dolor». Es una película de guerra y es mucho más, porque la gran virtud de esta obra es la multitud de capas que va superponiendo hasta alcanzar una densidad extraordinaria. Sin apenas esfuerzo (aparente) va diseminando los resortes que, una vez ensamblados, constituirán un universo que trasciende lo cinematográfico, algo que caracteriza, y que sólo le está reservado, a las grandes películas. Bajo la forma de una no muy convencional road-movie, Doc y sus dos antiguos compañeros se dirigen a recoger el cadáver de su hijo muerto en la Guerra de Irak. En ese viaje, y en el regreso para enterrarlo, quedará constancia del absurdo de la contienda, de la tragedia que encierra, con referencia siempre presente a la Guerra de Vietnam que los protagonistas vivieron. No se escatiman diatribas contra la situación, y quizá ahí, en el tono en algún momento excesivamente discursivo hacia la mitad del metraje, está la parte menos brillante del filme, por otra parte pródigo en sugerencias veladas y en apuntes llenos de elegancia. El enfrentamiento entre el coronel sometido a los absurdos procedimientos del ejército y los protagonistas, con esa alusión constante al Presidente de los Estados Unidos, o la crudeza con la cual se les presenta la disyuntiva de aceptar o no la compañía del amigo del soldado fallecido, así como el recuerdo de los poco honorables comportamientos que ellos mismos protagonizaron, trazan un perfecto mapa de la crudeza del tema abordado. Sin embargo el aspecto bélico posee siempre el contrapunto de la humanidad de sus actores, de sus miserias y pequeños heroísmos, de la verdad con la que dotan a su actividad. Y del olvido que sufren. En esta ambivalencia encontramos el comportamiento en Vietnam de Doc y sus amigos, y la persistencia, a pesar de todo, a pesar de la traición implícita, de su amistad. Como también la manera de morir del recluta, cuando se dedicaba a repartir material escolar entre la población iraquí, ejecutado por la espalda mientras compraba, como era ya rutinario, un refresco, y la consiguiente reacción descontrolada de sus amigos. Todo ello lejano al heroísmo que se quiere impostar y contra el que el padre del fallecido se rebela. Todo ello está filmado con un respeto, una elegancia y una contención admirables. Cuando Doc consigue, con su insistencia, ver el rostro destrozado de su hijo, la cámara se queda a distancia, con sus amigos, evitando profanar un momento tan íntimo, y al mismo tiempo colaborando en esa ocultación pública del dolor. Por otra parte, los lugares en los que transcurre la acción, desde la gelidez metálica del depósito de cadáveres a las oficinas o las casas por las que se desenvuelven, están dotados de un ambiente pulcro, acogedor, que insiste en ese olvido de la tragedia que está asolando los cimientos de la sociedad. La manera de filmar, la puesta en escena, se tornan cómplices, a la vez que delatan, la estrategia oscurantista de los responsables de la contienda. No anda muy lejos esta manera de presentar la acomodada sociedad americana de los paisajes urbanos que ofrecen en sus películas Tim Burton (aunque sin su carga de sarcasmo) o los hermanos Coen. lejano al heroísmo que se quiere impostar y contra el que el padre del fallecido se rebela. Todo ello está filmado con un respeto, una elegancia y una contención admirables. Cuando Doc consigue, con su insistencia, ver el rostro destrozado de su hijo, la cámara se queda a distancia, con sus amigos, evitando profanar un momento tan íntimo, y al mismo tiempo colaborando en esa ocultación pública del dolor. Por otra parte, los lugares en los que transcurre la acción, desde la gelidez metálica del depósito de cadáveres a las oficinas o las casas por las que se desenvuelven, están dotados de un ambiente pulcro, acogedor, que insiste en ese olvido de la tragedia que está asolando los cimientos de la sociedad. La manera de filmar, la puesta en escena, se tornan cómplices, a la vez que delatan, la estrategia oscurantista de los responsables de la contienda. No anda muy lejos esta manera de presentar la acomodada sociedad americana de los paisajes urbanos que ofrecen en sus películas Tim Burton (aunque sin su carga de sarcasmo) o los hermanos Coen. A pesar del dolor que se puede percibir en cada fotograma, su resolución no deja un regusto triste. Aunque la muerte siempre esté presente asistimos a una apología de la vida. Pero no de la vida en general, como una grandilocuente categoría filosófica, sino a la vida vivida y aún por vivir, a los restos de un naufragio a los que aún podemos aferrarnos, y en los que reconocemos a otros supervivientes con los que celebramos nuestra precaria existencia. Se trata de la cansada alegría de aquel viejo vaquero que se sienta en la mecedora resguardada por el porche viendo declinar el día. Ford, siempre Ford. Quizá a Richard Linklater le faltaba, para su total consagración, una opera magna, la contundencia de una película cuyo alcance fuera más allá de las escaramuzas minimalistas que hasta ahora nos había ofrecido, sin que ello signifique un menoscabo en cuanto a su calidad. Esa obra ambiciosa e incontestable es La última bandera. Sin renunciar a sus claves estilísticas, a sus intereses de siempre, ha sabido elevarlos a una dimensión que lo lleva a entroncar, por fin, con el cine de los grandes maestros.
Marcados por la guerra Richard Linklater toma la novela de Darryl Ponicsan (con quien escribe el guión) para hacer una road movie sobre el sentido del patriotismo. Entre la crítica social de Fast Food Nation (2006) y las largas conversaciones existenciales de Antes de la medianoche (2013) circula esta película que se recuesta en las notables actuaciones de su trío protagónico. El introvertido Doc (Steve Carell) se aparece una noche en el bar del irreverente Sal (Bryan Cranston), su ex compañero de Vietnam a quién no veía desde la guerra. Entre anécdotas de antaño van en busca de Muller (Laurence Fishburne), el tercer compañero de combate ahora devenido en reverendo. Los tres realizan un viaje con el fin de enterrar al hijo de Doc, fallecido en la Guerra de Irak. Sal y Muller funcionan como las voces de la conciencia de Doc, uno es el ángel bueno (Muller) y el otro el malo (Sal). Juntos acompañan a Doc en la dolorosa cruzada que le tocó atravesar. Pero para la película el camino es una excusa para reflexionar sobre el sentido bélico de los Estados Unidos, si se justifica o no dar la vida por la patria, las consecuencias dolorosas de hacerlo y, sobre todo, estar a la altura de las decisiones tomadas en momentos críticos. El reencuentro es un film de personajes, funciona en cuanto uno tiene la sensación de compartir con amigos momentos agradables y dolorosos de la vida. El fuerte está en las actuaciones de su elenco que compone tres posturas disímiles: uno es el que absorbe las culpas y el dolor (Carell); el otro es el rebelde en constante enfrentamiento con las autoridades (Cranston), y el otro el que se evade y encuentra -en este caso en La Biblia- un lugar donde refugiarse de los hechos (Fishburne). La trama busca la identificación del espectador con alguno de los aspectos de los personajes. Como toda road movie los personajes realizan un viaje interior que culmina en un aprendizaje, cierran heridas de su pasado y cambian. La metáfora plantea una mea culpa sobre las incursiones bélicas norteamericanas en países remotos, pero no desde los Estados Unidos como Nación sino desde los hombres comunes que la componen. Los presenta como víctimas de las situaciones y justifica su incredulidad, siendo una visión tranquilizadora para el público estadounidense al que se dirige. El reencuentro no presenta transgresión alguna. Como sus personajes satélite, queda bien con Dios y con el Diablo. Por eso centra el espacio de la incorrección política en el personaje de Cranston, quien despliega de manera incansable toda clase de injurias contra el ejército y su accionar. Sin embargo este personaje no deja de ser el de mayor atracción por su desfachatez y osadía, en un film que supera las 2 horas de duración con infinidad de diálogos. Y Linklater es sin dudas, uno de los directores que mejor se lleva con las largas conversaciones, en las cuales se percibe el devenir de la vida misma.
“El Reencuentro”, o “Last Flag Flying” en su título original, es el más reciente trabajo de Richard Linklater (“Boyhood”), director con una amplia y heterogénea filmografía, que en esta oportunidad se mete de lleno en la cuestión bélica que rodea a la sociedad norteamericana. Linklater dirige este melancólico y nostálgico drama con tintes de comedia que está basada en la novela homónima de 2005 del escritor Darryl Ponicsan, quien además ofició como guionista de la obra. La historia es una secuela del primer libro del escritor estadounidense titulado “The Last Detail”, el cual también fue llevado a la pantalla grande por Hal Ashby en una cinta protagonizada por Jack Nicholson y Randy Quaid. La película estrenada el año pasado relata los acontecimientos que rodean a tres veteranos de la guerra de Vietnam -Doc (Steve Carell), Sal (Bryan Cranston) y Mueller (Laurence Fishburne)– los cuales se reúnen en el año 2003 para enterrar a Larry Jr., el hijo de Doc, que ha muerto en combate en su primer año en la guerra de Iraq. El largometraje que nos ofrece Linklater arranca con una atractiva premisa que balancea bien el drama, algunos alivios cómicos e interesantes cuestiones sobre el duelo, la pérdida de los familiares y el concepto de la amistad. No obstante, lo más llamativo y admirable de la obra tiene que ver con una profunda crítica antibélica que busca enfrentar a la sociedad norteamericana sobre las pobres motivaciones belicosas del país y su tendencia a enviar a jóvenes ante un panorama desfavorable por meros temas relacionados al poder. Un mensaje interesante que se produce desde el propio seno del conflicto, de la mano de un autor avezado que presenta su trasfondo ideológico de manera correcta y sin ofender los mecanismos patrióticos de su país. Sin embargo, en la segunda mitad del relato se diluye un poco esta propuesta inicial al incurrir en ciertos momentos políticamente correctos. A pesar de esto, el film se mantiene gracias a las destacadas interpretaciones de los protagonistas que logran encontrar el tono indicado en sus labores para llevar a buen puerto una historia que se extendió un poco más de lo que debía. Carell, Cranston y Fishburne generan una química bastante acertada en estos veteranos que se encuentran mucho tiempo después del conflicto del que participaron y en una situación contraproducente. Linklater nos ofrece un punto de vista sincero, en el cual se ponen en tela de juicio los aparatos nacionalistas estadounidenses que muchas veces intentan generar un sentimiento de identificación con sus ciudadanos por medio del falso optimismo. “Lo mandaron al medio del desierto. ¿Por qué? ¿Quién sabe? No fue para proteger la patria. Al igual que la jungla a la que nos mandaron a nosotros. No era una amenaza. Y después me lo mandan de nuevo en esto, con más mentiras. Un héroe, honores, Arlington”. Con esta frase quedan evidenciados varios de los planteos del largometraje. Las autoridades le informaron a Doc que su hijo había muerto como un héroe, pero luego descubrimos que no es tan así, y es en esos momentos donde la película funciona. “El Reencuentro” es un road movie que, si bien transita algunos lugares comunes, sale adelante gracias a las actuaciones de sus protagonistas, la profunda mirada del director y su lisa y llana sinceridad a la hora de relatar los hechos relacionados con la familia, el dolor, la pérdida, el patriotismo y la amistad.
El nuevo filme del prestigioso director y productor, Richard Linklater, plantea una historia cargada de amistad y emotividad, con grandes actuaciones, que cautiva al espectador por su simple, pero bien lograda narrativa. Después de 30 años de haber batallado codo a codo en Vietnam, Larry “Doc” Shepherd (Steve Carell), logra reunirse con sus dos camaradas de la Marina, Sal Nealon (Bryan Cranston) y Richard Mueller (Lawrence Fishburne), con el objetivo de pedirles ayuda para llevar adelante uno de los más dolorosos momentos que un padre puede atravesar: enterrar a su hijo Larry, recientemente fallecido en la guerra de Irak. Movilizados por un sentimiento de camaradería que se mantiene intacto a pesar de los años y la distancia, y de haber construido estilos de vida muy diferentes, Sal y Richard deciden ayudar a su amigo, y emprenden el camino que los llevará a buscar el cuerpo de Larry, entre discusiones, risas, planteos y recuerdos. Linklater, ganador del Premio del Público en el Virginia Film Festival por este trabajo, logra relatar la resurgente amistad de estos tres soldados, evitando lo solemne y relatando una historia que se luce por su simpleza y profundidad. Los planos cortos en locaciones reducidas, aportan una intimidad que se centra en los vínculos, logrando recrear esos diálogos cotidianos y miradas cómplices que son tan reconocibles en cualquier charla de amigos. Las actuaciones de Cranston, Fishburne y Carell son magnificas: ejecutan personajes muy bien definidos, y para sorpresa de quienes tildaban a Carell como un actor cómico, aquí logra hacerse de un “Doc” lleno de matices. Una labor realmente notable. Potente, emotiva y divertida, “El reencuentro” (como se tradujo en nuestro país), es una muy buena opción para los cinéfilos.
El director de Rebeldes y confundidos, la trilogía Antes del amanecer / atardecer / de la medianoche, Escuela de rock y Boyhood: Momentos de una vida adaptó y dirigió la novela escrita en 1970 por Darryl Ponicsan que ya había sido filmada en 1973 por Hal Ashby. Cranston, Carell y Fishburne son los tres veteranos de la guerra de Vietnam que se reencuentran después de muchos años y viajan juntos para cumplir con un último deseo. “Sometimes my burden seems more than I can bear It’s not dark yet, but it’s getting there” Bob Dylan Si bien directores como Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Brian De Palma o Peter Bogdanovich quedaron como los realizadores más representativos de aquella movida llamada New American Cinema que dominó la producción norteamericana entre fines de los '60 y mediados de los '70, acaso sean otros los nombres verdaderamente más representativos, estéticamente, de ese período de independencia creativa y ruptura de códigos tradicionales de Hollywood. Nombres menos celebrados como los de Bob Rafelson, Monte Hellman, Jerry Schatzberg o Hal Ashby tal vez fueron los que quedaron más claramente identificados con una época y un estilo, digamos, un tanto más lánguido y contemplativo, de narrar historias. Sin duda el que mejor heredó esa manera de pensar el cine es Richard Linklater. A su modo, el realizador texano viene armando una obra que tiene muchos puntos de contacto con aquel cine. Es por eso que es más que natural que le haya interesado llevar al cine Last Flag Flying (El reencuentro es el título de estreno local), especie de secuela espiritual de El último deber (The Last Detail), de Hal Ashby, película de 1973 que daba a conocer a los personajes que el nuevo film, con sus diferencias, retoma. Esa especie de comedia dramática mezclada con road movie protagonizada por Jack Nicholson y Randy Quaid tomaba a dos marinos de la Armada estadounidense encargados de llevar a la cárcel a uno más joven que ellos por un delito menor y contaba sus desventuras a lo largo del viaje. En el largometraje de Linklater, basado en una novela del mismo autor de la original, los detalles y apellidos han cambiado, pero el espíritu del trío se mantiene, solo que 30 años después. Ahora son tres veteranos de Vietnam con un pasado diferente en detalles pero con el mismo eje, solo que diferentes edades. El papel de Nicholson ahora lo hace Bryan Cranston y el del hombre más joven que va a la cárcel recae en Steve Carell. Es él quien, en 2003, va a buscar a ese hombre que, pese a enviarlo a prisión, se transformó en su compañero de aventuras entonces. Sal (Cranston) hoy es un alcohólico dueño de un bar que no ha hecho mucho con su vida pero sigue manteniendo un perfil ácido y anti autoritario, mientras que Doc (Carell) ha pasado un tiempo en prisión pero luego salió y formó una familia. El problema es que todo ha acabado para él: su mujer falleció muy poco tiempo atrás por una enfermedad y le acaba de llegar el telegrama informándole que su hijo murió en la guerra de Irak. El deseo de Doc es que Sal y su otro escolta de entonces, Richard (antes Otis Young, ahora Laurence Fishburne), ahora convertido en pastor religioso, lo acompañen al entierro en el cementerio de Arlington, Virginia. En principio es un viaje breve pero que terminará complicándose, no solo dando pie a la esperable road movie llena de tropiezos, sino a una suerte de cómica y a la vez dramática reflexión sobre el pasado y el presente militar de los Estados Unidos, uno que va de las críticas a los poderosos a la solidaridad entre pares, con Linklater encontrando el tono justo para ironizar sobre las causas y motivos que llevan a su país a meterse en tantas guerras (“somos el único ejército de ocupación que espera ser aplaudido cuando invade un país”, tira Sal) pero a la vez respetando la camaradería, el compañerismo y la sensación de deber y respeto entre pares veteranos de guerra. El trío se caracteriza, casi de manera estereotípica, por sus personalidades casi opuestas. Sal sigue siendo rebelde, pero Richard hoy es un hombre que decidió arrepentirse de todo y entregarse a Dios mientras que Doc es un hombre tímido y apocado que vive su drama interior casi en silencio mientras los otros dos discuten por casi todo, como si tuviera un ángel y un demonio dándole consejos opuestos. Al confrontarse con el ataúd de su hijo, se enteran que su muerte fue un poco más complicada de lo que le dice el Coronel de turno y deciden llevar el cuerpo a enterrarlo junto al de su madre, iniciando la cadena de peripecias. Para Linklater es claro que ese es apenas un punto de partida para poner a esos tres personajes -y a esos tres excelentes actores- a conversar, enfrentarlos a situaciones complicadas pero también divertidas, emocionales pero también ridículas. Es la excusa para lo que más le gusta hacer: poner a la gente a hablar con el paso del tiempo como eje central. Y, si bien es una película en buena medida política, me da la impresión que lo que más le importa al director de Boyhood es confrontar modos de ver el mundo y de relacionarse con las propias y diferentes crisis existenciales de cada uno de los protagonistas. Los suyos son esos personajes secundarios de las grandes historias, ese “norteamericano medio” que, muchas veces a su pesar, tiene que cargar en su cuerpo y en su mente las decisiones tomadas por otros. Son veteranos de una guerra permanente que terminó, en cierto modo, absorbiendo y consumiendo gran parte de sus vidas. Y que sin dudas las definió. Es un choque también de elecciones actorales, con Cranston poniendo toda la gasolina con una performance agresiva, casi teatral y por momentos muy graciosa, tratando de canalizar el espíritu con el que Nicholson abordó el original. Casi todo lo contrario hace Carell, un hombre apocado, consumido por su angustia y sus temores, el corazón emocional de la película. Fishburne, en tanto, aporta una inicial severidad, clásica de un hombre que decidió cortar con su pasado y transformarse en “un hombre de fe”, para luego ir dejando entrever otras facetas de su reprimida personalidad juvenil. En el emotivo cierre, cuando suena la canción de Bob Dylan que abre esta crítica, las fichas de esta película terminan por caer, precipitándose, unas sobre otras. Como en toda la obra de Linklater es el tiempo, finalmente, el gran tema. El que pasa y nos interpela, preguntándonos que hemos hecho y que tenemos pensado hacer con él.
Doc es un veterano combatiente de Vietnam, y recibe la trágica noticia de la muerte de su hijo, quien servía en Irak. Sin familiares cercanos, Doc busca apoyo en sus viejos amigos y antiguos compañeros militares, mientras tiene que decir como enterrar a su hijo, a medida que va enterándose de oscuros secretos del ejército actual. Antes de hablar de El reencuentro (Last Flag Flying en su nombre original), tenemos que hacer hincapié, en que su director es Richard Linklater. Y si conocen su cine, sabrán que nos vamos a encontrar una película muy hablada, pero donde los diálogos son el fuerte del film, ya que este realizador tiene el talento de retratar las conversaciones de sus personajes, como si fueran personas comunes y corrientes, que podríamos cruzarnos cualquier día. En este sentido el trío protagónico compuesto por Steve Carell, Bryan Cranston y Laurence Bishburne, son quienes sacan adelante un film que con otro casting menos dotado; hubiera terminado siendo bastante aburrido. Pero sobre todo queremos destacar la soberbia interpretación que nos da Cranston. El ex Breaking Bad vuelve a mostrar que es uno de los actores más en forma de estos años, y cada una de sus frases desborda carisma, pero sobre todo humanidad; haciendo que empaticemos con él casi de inmediato; pese a que más de una vez se vuelve odioso o no estemos de acuerdo con su forma de ver la vida. Pero por desgracia ni los actores sin sus diálogos pueden hacer que las dos horas de duración de El Reencuentro, no se sienta pesada. Por más que sus conversaciones sean interesantes, mas de una escena se siente estirada; dejando la idea de que podríamos haber visto una película con un metraje de hora y media, y habiendo tenido algo mucho más pulido y satisfactorio. Otro factor que puede jugarle en contra a El Reencuentro, es su temática. Y es que seamos honestos, muchos siente un repulus enorme cuando en una película se habla del ejército norteamericano, y ya por eso varias películas no son vistas. Y siento que por desgracia, este va a ser uno de esos casos. El Reencuentro es otra muestra que Richard Linklater es de los directores que mejor retratan los diálogos en el cine, además de escribirlos. Eso y un elenco tremendo con Cranston como cabeza de lanza, nos dan como resultado una cinta bastante recomendable para los que gusten de este tipo de cine.
En este film Richard Linklater vuelve a la preocupación que marca sus films, el paso del tiempo y lo que ese tiempo hace con los protagonistas. Como en su saga que comienza en “Antes del amanecer” o en “Boyhood” filmada durante años. En este caso recurre a una novela de de Darril Poniscan, que retoma a los personajes de su anterior trabajo, “The last retail” que dio pie a una famosa película de Hal Ashby que marcó toda una época: “El ultimo deber”. Pero este film no funciona como una secuela, el director y el autor se encargaron del guión y de realizar los cambios. Aunque en esencia, es como la otra, una road movie amarga, donde se reflexiona sobre Vietnam, Irak, el atentado a las torres, las guerras en las que cíclicamente se embarca EEUU. Entre ese hombre apagado, que rara vez se suelta, el barman socarrón y que parece estar de vuelta de todo y el actual pastor evangelista parece no haber nada en común. Pero tuvieron un pasado en Vietnam, donde el alcohol y las prostitutas eran la única vía de escape del infierno. Pero además, y ese secreto se develará poco a poco, un hecho sobre el que solo uno de ellos pagó con la cárcel. Treinta y cinco años después, el que se apoda “Doc” llega para pedirles el gran favor de su vida. Que lo acompañen a recibir el cadáver de su hijo, muerto en Irak para luego enterrarlo. Y en ese viaje, de a poco, retoman esa camaradería que alguna vez lo unió y que les resulta inolvidable, igual que su manera critica de ver las guerras, la institución militar y sus mentiras, un sentimiento patriótico que es común descubrir es el pueblo estadounidense, un tanto lejano y difícil de comprender, y por sobre todo una amargura y una lucidez que resplandece al cabo de tantos años. Con un trío de actores que es un placer de ver, Steve Carrell en una construcción dramática inolvidable, Bryan Cranston y Laurence Fishburne. Por ellos tres ya vale la película. Además de la mano de Linklater que los lleva a las zonas oscuras, las contradicciones, los climas inapelables, a verdades demasiado tiempo ocultas. Quizás no sea su mejor película, pero vale.
Servir al país El reencuentro (Last Flag Flying, 2017) es una comedia dramática dirigida, co-escrita y producida por Richard Linklater, reconocido por las películas románticas Antes del amanecer, Antes del atardecer y Antes de la medianoche. Está basada en la novela homónima del autor Darryl Ponicsan, que también participó en la escritura del guion. El reparto está compuesto por Steve Carell, Bryan Cranston, Laurence Fishburne, Yul Vazquez, J. Quinton Johnson, Graham Wolfe y Deanna Reed-Foster. En diciembre de 2003 el ex ayudante médico de la Marina Larry “Doc” Sheperd (Carell) ingresa al bar de Salvatore Nealon (Cranston), sargento retirado que, 30 años antes, fue su compañero en Vietnam. Luego de ese primer reencuentro, Larry convence a Sal de ir hacia una iglesia. Allí está predicando Richard Mueller (Fishburne), hombre que también fue soldado junto a ellos. Larry, que hace un par de días se enteró que a su hijo lo mataron en Bagdad, les pide a Sal y Richard que lo acompañen a enterrarlo. En ese viaje resurgirán tanto anécdotas divertidas como momentos duros de la etapa más oscura de sus vidas, a la vez que se darán cuenta de que muchas veces su propio gobierno les miente. Esta es una película de carretera (road movie) por lo que si no se cuenta con un guion ameno y buenas interpretaciones, el producto podría venirse abajo desde los primeros minutos. Por suerte, Linklater es experto en contar historias de este estilo, en las que el foco está puesto en los personajes y lo que tienen para expresar. Así conocemos a los tres ex infantes de la Marina, cada uno con una personalidad marcada que contrasta con la de los demás y produce situaciones súper divertidas. Steve Carell como Larry consigue transmitir el dolor que siente debido a la pérdida, la cual no es un aspecto nuevo en su vida. Su postura (apocado) y forma de hablar (bajito) denotan vulnerabilidad cada vez que está en pantalla. Pero para que la película no se convierta en un dramón tenemos a Bryan Cranston en el papel de Sal: su personaje es charlatán, malhablado, entusiasta, borracho y frontal, lo que genera choques muy agradables de ver con el Pastor. Sal nunca fue ni será creyente y su forma de ser no tiene nada en común con la seriedad y respeto que impone Richard, señor que siempre se atiene a las reglas. Aparte de las logradas actuaciones, la película se destaca por las críticas que expone al sistema de la guerra. Con mayor o menor ironía, se deja en claro que uno puede no estar de acuerdo con el gobierno de su país, que la confianza rápidamente se pierde cuando se descubre la verdad y que Estados Unidos actúa como invasor, por lo que es obvio que no tendrá una cálida bienvenida en Irak. Las palabras “honor”, “héroe”, “orgullo” e “inspiración” salen de la boca del Coronel repetidas veces, cuando lo único que Larry desea es tener a su hijo de 21 años vivo y no un mensaje poco creíble de que el presidente lamenta su pérdida. El clima del film, lluvioso o muy nublado, aporta una atmósfera lúgubre que combina a la perfección con lo que está sucediendo. Sin embargo hay algo que no encaja: en el desenlace pareciera que se quiere dejar una idea feliz sobre servir al país, lo que se contrapone con todo lo que se venía hablando anteriormente. Es probable que El reencuentro afecte en mayor medida a los norteamericanos, a pesar de ello la química entre Carell, Cranston y Fishburne será un deleite para cualquiera que conozca el cine de Linklater.
Políticamente correcta, esta road movie de Richard Linklater profundiza uno de los rasgos característicos de su obra, los largos diálogos. Sostenida en el trío protagónico, en la posibilidad de contar un relato sobre la guerra y sus consecuencias, se potencia el disparador de una película convencional y predecible.
Las consecuencias del paso del tiempo El director de Boyhood regresa una vez más al tema que vertebra toda su obra con la historia de tres veteranos de Vietnam que se reencuentran cuando su país está inmerso en la guerra de Irak. La obra de Richard Linklater es un buen ejemplo de cómo ser ecléctico sin perder personalidad ni resignar huellas autorales. El director oriundo de Texas se inició en el indie estadounidense a principios de los ‘90 (Slacker, Rebeldes y confundidos), y desde entonces se movió siempre ahí, a la vera de los grandes estudios, resignando espacio en las marquesinas a cambio de libertad artística absoluta. Se entiende, pues, que su filmografía haya alternado entre picos tan distintos como el romanticismo naturalista (Antes del amanecer y sus secuelas), la experimentación animada (Despertando a la vida, Una mirada a la oscuridad), el ejercicio de género (Tape), las comedias punks (Escuela de rock) y negras cargadas de ironía (Los osos de la mala suerte, Bernie), el coming of age o relato de crecimiento (Boyhood, la aquí inédita Everybody Wants Some!!) y hasta el cine de denuncia (Fast Food Nation, quizá el eslabón más débil de su filmografía). Pero todas esas escaladas fueron casi siempre una excusa para hablar una y otra vez de las consecuencias del paso del tiempo, misma obsesión autoral que ahora relee de forma melancólica y agridulce, casi elegíaca, en El reencuentro. A los protagonistas de Linklater podían faltarles muchas cosas, pero no tiempo. Estudiantes que vagabundeaban, una pareja enamorada durante décadas en las tres “Antes del”, el chico que atravesó la infancia encontrándose una vez a la año con la cámara en Boyhood… para todos la vida era una cuestión de proyección, de circunstancias y personas por venir. Para los cincuentones de El reencuentro, en cambio, es una seguidilla de hechos concretos ocurridos en un pasado acumulado a lo largo de más de media vida. Y que deja cicatrices. Sal Nealon, Richard Mueller y Larry “Doc” Shepherd se hicieron amigos en Vietnam a principios de los ‘70, pero desde entonces perdieron contacto, como si con ese olvido intentarán borrar el dolor, la oscuridad y los excesos de la guerra. Así hasta que, a fines de 2003, Doc (un Steve Carell magnífico, contenido y doliente como nunca) recurre a sus ex compañeros de armas –hoy dueño de un bar y pastor baptista, respectivamente– para… ¿para qué? Para enterarse hay que darle sus buenos minutos a El reencuentro, pues Linklater es de esos directores/guionistas humanistas menos interesados en las circunstancias que en qué hacen los personajes con esas circunstancias. El motivo finalmente se devela: Doc enviudó hace meses y acaba de perder a su único hijo en la guerra de Irak, según le dicen, combatiendo con honores y heroísmo. Sin “muchos amigos ni muy cercanos”, como él mismo reconoce, lo único es pedirles a sus camaradas el favor de acompañarlo al cementerio de Arlington, donde lo enterrará acorde al código marcial. Pero su muerte, en realidad, tuvo poco de heroico, y Doc no está muy de acuerdo con que su hijo vaya a descansar en paz vestido con uniforme militar después de que el Ejército le mintiera en la cara. ¿Cuál es el sentido de la guerra? ¿Para qué ir a pelear a un país lejano y desconocido por causas nunca del todo claras? “Hoy los turistas pagan miles de dólares para ir a donde cagaron por última vez 52 mil chicos”, dice Sal (Bryan Cranston) en plena charla que, como todas aquí, llevan invariablemente hacia aquel pasado en común. Una frase en principio contradictoria con el orgullo indisimulable de haber servido, pero en línea con un film ambiguo en su posición bélica. Para ellos Vietnam fue y es la contraseña de ingreso a una cofradía exclusiva, una extraña forma de pertenencia que hoy recuerdan con dolor y risas, quizá la mejor peor experiencia que tuvieron en sus vidas. Basada en el libro homónimo del aquí co-guionista Darryl Ponicsan, secuela a su vez de una novela del mismo autor que dio pie a una de las mejores películas del cine estadounidense de los ‘70 (El último deber, con Jack Nicholson), El reencuentro es el fruto maduro de un director habituado a universos masculinos y que creció junto a sus personajes. Otra vez la dinámica entre hombres en el centro del relato, sólo que ahora las preguntas pasan por el peso del legado, cuál es el sentido de vivir y dónde encontrar motivación para hacerlo. Esas dudas se despliegan en medio de un núcleo argumental que avanza al ritmo del largo viaje en auto, camión y tren hasta el cementerio local. Hay, es cierto, algunas secuencias no del todo logradas, como aquéllas que cargan las tintas sobre la diferencia generacional entre el trío y los jóvenes a través de la trillada recurrencia del (mal) uso del celular. Da la sensación que Linklater no se lleva bien con la acumulación de situaciones, que lo suyo son los diálogos afinados, justísimos, puestos en boca de tres actores en estado de gracia (lo de Carrel es, se dijo, consagratorio) que no hacen más que amplificar y ramificar sus sentidos incluso bastante tiempo después del fin de los créditos.
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Un hombre pide a dos amigos a los que hace mucho que no ve que lo acompañen a buscar y enterrar el cuerpo de su hijo. Los tres han sido compañeros en Vietnam; el joven ha perdido la vida en Irak. Con este punto de partida trágico y triste, Linklater logra construir una comedia de costumbres sobre la amistad, el paso del tiempo y, por supuesto, la relación entre la historia pequeña, la de la vida privada, y la grande, la de las guerras y la política. La película es en gran medida placentera a pesar del peso terrible del punto de partida, y además ver a los tres protagonistas es divertido y emocionante. Pero detrás hay un truco y el truco se ve: morigerar la tristeza con los gestos absurdos. Linklater quiere demostrar que no hay vida sin muerte, y que el humor puede aparecer en cualquier momento, algo cierto. Pero para conseguirlo, esta vez se notan demasiado las costuras, los hilos del guión. Aún así, una película de autor, personal y elegante como ya no se consiguen.
Tres veteranos de guerra se reencuentran después de décadas, reunidos por uno de ellos que acaba de perder un hijo en Irak y quiere que lo acompañen a enterrarlo, en ceremonia militar. No podrían ser más distintos: Larry -Steve Carrell-, el convocante, es un tipo apocado, pulcro y melancólico, Sal -Bryan Cranston, un alcohólico ácido y decadente- y Richard -Laurence Fishburne- se ha convertido en un reverendo, un pastor. Son tan distintos como los registros de sus tres extraordinarios actores, desde lo desatado a lo hiper contenido. Basada en una novela de Darryl Ponicsan, esta reunión es el punto de partida para esta road movie, último film de Richard Linklater -Boyhood, Antes del Amanecer/Atardecer/Anochecer-. Triste, tierna, profundamente humana, la película se estructura en base a la serie de diálogos, más algunas peripecias del camino, de estos tres personajes, en los que los recuerdos compartidos aparecen desde sus presentes y personalidades. Como en sus films anteriores, el paso del tiempo atraviesa este estudio de personajes, entrañables y lejos de las mayúsculas de los héroes o grandes protagonistas. Los Estados Unidos del costado de la ruta, hechos de pequeñas historias de tipos como éstos, a los que Linklater observa con enorme cariño e interés. Pero los 125 minutos de El Reencuentro no terminan de resultar en una obra tan redonda como algunos de sus films anteriores, en buena parte porque la duración lleva a un desgaste inevitable de la gracia inicial: como en la saga Antes..., es un prodigio de trabajo conjunto el de la puesta entre director y actores, pero el encanto termina por agotar un poco en el fárrago de conversaciones. Hacia el final, envuelto en la voz de Bob Dylan, el aliento patriótico le gana a los dardos críticos hacia la política exterior de Estados Unidos, en línea con tanto otro cine de glorificación de sus soldados. Amamos a Linklater, pero esta, con sus enormes virtudes, no es su mejor película.
Dentro de un arte donde está todo inventado es el modo de contar una historia lo que marca la diferencia y con su nuevo trabajo el director Richard Linklater vuelve a demostrar que es un maestro absoluto en su oficio. Podría hacer una lista con 50 grandes películas que tiene como premisa una road movie en la que un grupo de personajes buscan la redención de sus demonios personales a través de un viaje. El reencuentro no ofrece nada nuevo que no hayamos visto en otros filmes y tal vez no representa el guión más inspirado del Linklater. Sin embargo, la experiencia de disfrutar a Bryan Cranston, Steve Carrell y Lauren Fishburne en estos personajes es lo que marca la diferencia y genera que la película sea tan amena, pese al terreno convencional en el que se desarrolla. La trama es una adaptación de la novela Last Flag Flying, de Darryl Ponicsan que fue una continuación de The Last Detail, adaptada en el cine, en 1973, con Jack Nicholson, Randy Quaid y Otis Young. Aunque algunos medios describieron a El reencuentro como una continuación espiritual de The Last Detail, el propio Linklater se encargó de aclarar en entrevistas que no hay ninguna conexión entre los dos filmes, algo que es cierto. El director de Boyhood en este caso utiliza el relato de Ponicsan, quien también colaboró con el guión, para explorar el concepto de patriotismo más allá de las exaltaciones nacionalistas. La trama construye un lazo entre los veteranos de Vietnam y los soldados que participaron de la invasión de Irak tras los atentados del 11 de Septiembre, que también resultaron manipulados por el gobierno norteamericano en otra guerra sin justificación. El film ahonda en el valor de la verdad, los héroes inventados (un karma de la cultura estadounidense desde la famosa foto de la Batalla de Iwo Jima) y la religión a través de un relato tragicómico que genera que esta película sea tan disfrutable. Tiene momentos solemnes, otros desgarradores pero también sorprende con algunas situaciones graciosas muy efectivas por la gran química que tienen los protagonistas. Si bien se excede un poco con su duración y las numerosas discusiones de estos veteranos de guerra que no llegan a nada, la película nunca llega a ser densa gracias a los vínculos humanos que se generan entre estos personajes. Disfruté mucho de El rencuentro y recomiendo tenerla en cuenta porque es una película muy emotiva de Richard Linklater sobre una temática que nunca había trabajado en su filmografía.
El Reencuentro: Mambrú se fue a la guerra, qué dolor, qué dolor, qué pena. Richard Linklater nos trae una película llena de sentimiento en lo concerniente al tema del heroísmo en la guerra, sin dejar de lado el humor y las charlas sobre la vida misma. La razón por la cual mandan a jóvenes a las guerras fue mencionada varias veces en el cine a lo largo de estos años. En esta película Richard Linklater se enfoca seriamente y con pizcas de humor en este tema, poniéndonos en la piel de un ex cuerpo de la armada. El de Larry “Doc” Shepherd, que 30 años después se reúne con sus viejos amigos y veteranos de Vietnam; Sal Nealon y Richard Mueller padre de un infante de marina, que ha sido asesinado en la guerra de Irak. La cuestión de la guerra es vista desde un punto de vista diferente gracias a la composición de estos personajes, guionados por Linklater y Darryl Ponicsan, quien fue el que en 2005 escribió la novela en la cual está basado este film. La misma titulada “Last Flag Flying” (Título original de la película) es una secuela de su novela de 1970 “The Last Detail“, que protagonizaron los mismos personajes pero en su juventud. Por esa razón, Last Flag Flying o El Reencuentro se ha descrito como una secuela no oficial de la adaptación cinematográfica de 1973 de su novela anterior, The Last Detail, la cual fue dirigida por Hal Ashby (Being There, In The Heat Of The Night), guionada por Robert Towne (Chinatown, Mission: Impossible) y que recibió 3 nominaciones a los Oscars, en Mejor Actor Principal con Jack Nicholson, Mejor Actor Secundario con Randy Quaid y Mejor Guion Adaptado con el mencionado Towne. Existen películas que recalcan las secuelas que dejaron las guerras, como en Deer Hunter (1978), American Sniper (2014) entre muchas otras. O el compañerismo entre camaradas de la guerra, como Rescatando al Soldado Ryan (1998) o Black Hawk Down (2001). Como aquí como en El Reencuentro, en que la amistad fluye gracias a las actuaciones de Steve Carell (Larry “Doc” Shepherd), Laurence Fishburne (Richard Mueller) y especialmente Bryan Cranston (Sal Nealon). La película comienza con Doc yendo al bar de Sal, sorprendiéndolo con su visita. Desde la primera escena podemos identificar a los personajes, la inmadurez e impetuosidad que circula en la sangre llena de alcohol de Sal, y la timidez de Doc. Cranston es el más natural y constante del film. Su personaje Sal, es el que más genera conflictos y soluciones entre los tres siendo obviamente el más entretenido y nutrido de la película. Él pone el humor en el desierto deplorable de Doc. Mientras que el reverendo Mueller es el que integra el tema de Dios y las creencia, además de servir como antagonista varias veces en la película. Mayormente el que reacciona a todos los temas que se discuten es Sal, mientras que Doc funciona como el que emplaza la trama base para que ellos tres salgan de viaje. Todos los tópicos que se tocan resaltan y revolotean alrededor de Doc. Linklater logra el dinamismo digno de sus películas, agregando una madurez extrema en los momentos más dolorosos del film, entregados con profundidad por la actuación de Carell. También involucra su clásico personaje inmaduro con Sal, que nos recuerda por momentos al Jesse de la trilogía “Before…”, o al grupo de jugadores de béisbol de la universidad en su última película “Everybody Wants Some!!” (2016). Además de que nos presenta varias secuencias de diálogos realizadas en trenes que las podríamos consideras metáforas del transcurso de la vida, o sobre el paso del tiempo que moldea nuestra forma de afrontar diferentes cosas, que hemos visto en films de Linklater como en Boyhood (2014). A pesar de todo el final queda ambiguo con respecto al tema que venía siendo discutido en el film. Logra poner en la mesa ese distinto punto de vista sobre la guerra, pero pareciera que en el desenlace el mensaje se desdibuja para quedar bien con ambos lados de la mirada. Aquí no nos aclararan el por qué van a la guerra, en esta película apreciamos la discusión de esa cultura tan impuesta en Estados Unidos que les parece heroico ir hacia allí a dar la vida luchando por su país, a pesar de “creer las mentiras que les dijeron”. El disentimiento ante este tema que vemos en los personajes a lo largo del film, se difumina al final con el atuendo de los amigos de Doc, y con aquella carta. Solo queda claro que hay que aferrarse a los buenos momentos para sobrepasar los malos, y no quedar atrapado en un abismo de tristeza.
De no ser por el absorbente trío protagónico, la última película del vanagloriado Richard Linklater -la excelente trilogía Before Sunrise/Sunset/Midnight y Boyhood– pasaría a conformar las huestes de ese subgénero que yo personalmente califico como lo que la guerra nos dejó. El mensaje de que esta nunca es buena y deja consecuencias en la mente humana, a veces irreversibles, es un tópico frecuente en el cine, uno al que se vuelve incontables veces y hace difícil la separación entre tantas propuestas. Last Flag Flying es víctima de dichos lugares comunes, pero la fuerza interpretativa de los alucinantes Steve Carell, Bryan Cranston y Laurence Fishburne eleva el drama post-bélico por encima de la media.
EL DISCRETO (DES)ENCANTO DEL PATRIOTISMO El reencuentro es una película extraña en la filmografía de Richard Linklater. No es un cineasta interesado en la guerra y las gestas patrióticas, y mucho menos ha contribuido con sus películas a vivificar esa tara cultural que el cine estadounidense se encarga de vindicar sistemáticamente en torno al heroísmo. La superstición cívica consistente en postular que un hombre frente a ciertas circunstancias extraordinarias sintoniza con el reservorio moral de una nación jamás le ha interesado al responsable de Despertando a la vida. Las ideas, en los films de Linklater, se discuten, nunca se imponen. Los antecedentes del cineasta pueden explicar la manifiesta ambivalencia con la que se desarrolla este drama íntimo y patriótico, en el cual tres veteranos de Vietnam se reencuentran 30 años después debido a que uno de estos acaba de perder a su hijo en otra expedición militarista de Estados Unidos en una tierra lejana. El contexto histórico es la segunda invasión a Irak y la captura de Saddam Hussein; el dilema del relato (y del propio Linklater) es cómo interpretar la muerte del hijo del protagonista en Irak. ¿Fue una muerte inútil? ¿Una contribución a la democracia universal? ¿Un sinsentido disfrazado de heroísmo? Las circunstancias previas a la muerte del soldado son dudosas, y el esclarecimiento de estas constituyen el fundamento para que el padre tome o no una decisión respecto de cómo y dónde enterrar a su hijo. He aquí el presunto centro de gravedad narrativo del film, una inquietud que suele apasionar a los editores de los diarios, los guardianes externos del cine como argumento. Pero a Linklater no le interesa tanto resolver las tensiones de un argumento sino más bien dispersarse deliberadamente en la conversación y ver cómo esta puede operar en la vida anímica de los personajes. Al respecto, hay un pasaje notable que tiene lugar en un vagón de tren, en el que los tres amigos y un joven militar recuerdan anécdotas de Vietnam, algunas vinculadas a la inexperiencia sexual. El ritmo de la escena, los cambios de tonalidad anímica que transmite y el placer espiritual que les prodiga a los personajes sintetizan el humanismo del director y su profunda fe en la conversación. Pero El reencuentro es una pieza anómala en el cuerpo de la obra del director. Las criaturas de Linklater suelen ser pacifistas y proclives a alinearse ideológicamente a la contracultura, lejos del rancio nacionalismo que a veces seduce a directores de peso. ¿Cómo filmar entonces una película de soldados? El campo de batalla es aquí propiedad absoluta del fuera de campo. Solamente se sienten y se verifican las consecuencias. Uno de los tres veteranos es alcohólico, el otro un religioso bastante ortodoxo, el tercero un médico, un hombre abatido, y no solamente por la muerte de su hijo en una acción militar confusa. Por cierto, Bryan Cranston, Lawrence Fishburne y Steve Carell brillan como nunca, porque entienden que el lucimiento mayor es aquel que surge de la interacción. Los tres son uno. El gran tema y el gran esfuerzo de El reencuentro residen en cómo develar las mentiras que se tejen detrás de los relatos de heroísmo. Al respecto, hay dos casos en el film, uno que remite a Vietnam y otro a Irak. En ambos, Linklater desmonta el mecanismo por el que se propaga el mito para sustituir el absurdo de los caídos en batalla. En esto, Linklater se recuesta en la clarividencia de un Sam Fueller: nadie vence en una guerra, nunca, filosofía política que destituye el concepto de enemigo y es por eso entonces que este adquiere rostro. En los dos o tres momentos en donde se ve por televisión el rostro de los iraquíes, Linklater no hace otra cosa que hendir la retórica del enemigo. Los últimos 15 minutos son indudablemente problemáticos, tanto para la propia lógica del film como también para el resto de la obra de Linklater. Rápidamente, se le puede adjudicar una concesión patriótica y acaso reaccionaria al film, que desdice la lúcida posición con la que trabaja sus materiales con una distancia y una ambigüedad inteligentes. No es una lectura descabellada, y es posible que el peso de la evidencia sea demasiado contundente para contrarrestar ese veredicto. Una carta, por un lado, y la estética y los rituales castrenses, por el otro, son signos de una ostensible univocidad semántica. ¿El inesperado patriota Linklater subvierte al cineasta que reverenció desde sus inicios la rebeldía y el inconformismo? A veces hay que ir a buscar en los sonidos lo que las imágenes no pueden decir. ¿Cómo? El tema de Bob Dylan que suena en el epílogo desdice lo que en este se representa. Es un tema inadecuado, tanto por su vitalidad rítmica y melódica, como también por lo que enuncia ahí el controversial ganador del premio Nobel. La discrepancia entre la canción y la acción de los personajes permite conjeturar una puesta en escena quebrada entre lo que sienten estos y cómo se posiciona el propio Linklater frente a ellos. O, simplemente, sin ir tan lejos, y restringiendo así la atribución de una voluntad en el autor, se puede indicar que la incompatibilidad señalada, que sí es comprobable, propone una tensión entre dos posiciones ante un solo evento. Lo que resulta indesmentible es que la canción conjura la solemnidad y, al hacerlo, atenúa la tentación de erigir un mito y perpetuar la eficiencia de un rito. No parece ser esta una decisión propia de un cineasta de bandera.
En su cine, Richard Linklater ha viajado al pasado con cierta recurrencia. La pandilla Newton, Rebeldes y confundidos y Me and Orson Welles eran películas "de época", pero siempre desde la mirada del año del rodaje, y en Tape se revisaba el pasado desde la trama. Boyhood fue un registro singular del paso del tiempo, y fue un relato rodado en presente. En la extraordinaria película anterior a El reencuentro, Everybody Wants Some!!, Linklater contaba una historia de 1980 con el estilo de la década que en el momento de la acción estaba terminando, en una pirueta arriesgada, pero de una notable efectividad. Los setenta en su modelo de mayor deriva, libertad y desasosiego en sus personajes generaban un ejercicio de disfraz notable. En El reencuentro tenemos a tres excombatientes de Vietnam que se reencuentran -culpen de la repetición al título de estreno local-, porque uno de ellos va a buscar a los otros dos para que lo ayuden en el momento del duelo más doloroso. Así se genera un viaje más o menos planificado que terminará siendo, claro, otra cosa. Hay algo de humor -que funciona sobre todo mezclado con la agresión o el enfrentamiento-, algo de acidez política que asume en general las formas vetustas del comentario anacrónico, tristezas varias y personajes que, salvo por momentos el de Bryan Cranston, se mueven menos por su propia energía que por los designios escritos. Linklater hace una pirueta doble: sitúa la acción en 2003 y otra vez busca inspiración en el cine de los setenta, en el mood, en la puesta en duda de las instituciones, en la estructura de road movie, en la manera de iluminar. Y hay algo de desajuste en ese encastre entre el humor social de principios de siglo en Estados Unidos luego de que las armas de destrucción masiva no fueran encontradas en Irak y el tono de los setenta que se monta sobre El último deber, de Hal Ashby, de 1973, con Jack Nicholson; otra película de militares en viaje y con algo a resolver, y con el mismo autor del libro original, Darryl Ponicsan. Cuando un cineasta con el currículum temático de Linklater pasa a una película como El reencuentro podría llegar a afirmarse que ha encontrado alguna forma de madurez. En el caso del director de la trilogía iniciada en Antes del amanecer, eso podría no ser del todo un comentario elogioso, porque las formas más clásicas y fluidas que encuentra de a ratos en El reencuentro ya estaban mucho más logradas y con más energía en, por ejemplo, su inolvidable Escuela de rock.
En 1973, Jack Nicholson y Otis Young eran dos marines que debían custodiar hasta una prisión militar al pobre Randy Quaid, culpable de tratar de robar 40 dólares. Imposible describir esta obra maestra semiolvidada, "The Last Detail" ("El último deber" de Hal Ashby). Darryl Ponicsan, autor de la novela original y luego autor y productor de films de culto como "The Boost", uno de los máximos opus de James Woods, resucitó a sus marineros del siglo pasado en el libro del 2005 "Last Flag Flying", enfrentando a los tres personajes con sus fantasmas y la oscura realidad del siglo XXI. El trio ahora está conformado por Bryan Cranston, Laurence Fishburne y Steve Carell, y sus actuaciones bastan para justificar el precio de la entrada. Lo que no implica que esta comedia negrísima pueda hacerle sombra al film de Ashby. Es que finalmente esto es una producción de Amazon, lo que a veces hace que luzca como un telefilm de la era del streaming. El director Richard Linklater hace un trabajo más que digno, logrando momentos brillantes y aprovechando sus actores al máximo, pero nunca termina de dejarse llevar del todo hacia la incorrección política que pide el asunto. De hecho, el tono de melodrama de los últimos actos y el desenlace conciliatorio provocarían un feroz escupitajo de aquel viejo Nicholson de "The Last Detail". Pero mas alla de las comparaciones, este "reencuentro" merece verse.
Es una road movie en la que se habla hasta por los codos. Y en eso no tiene nada de raro, viniendo de Richard Linklater, el director de la trilogía Antes del amanecer/atardecer/ medianoche y Boyhood. Suerte de secuela de El último deber (1973, Hal Ashby), la nueva película de Linklater también se basa en una novela de Darryl Ponicsan, y si aquel filme trataba sobre dos marineros de la Armada (Jack Nicholson y Otis Young) que escoltaban a un tercero (Randy Quaid) a una prisión militar, el espíritu de esos tres personajes emerge en el filme, con otros nombres y 30 años más tarde. Ahora los veteranos de Vietnam son Doc (Steve Carell), quien desea reunir a quienes lo llevaron a prisión para que lo acompañen a enterrar a su hijo, también soldado, quien murió en un confuso episodio en la Guerra de Irak. La televisión muestra la caída de Saddam Hussein, un George Bush hijo que es denostado por Sal (Bryan Cranston en el que sería el papel de Jack Nicholson), un alcohólico dueño de un bar -qué mejor-, y el otro personaje, Richard (Laurence Fishburne) se ha convertido en un religioso pastor. No hay por qué haber visto ni recordar El último deber (The Last Detail) para entender El reencuentro. La película se motoriza por sus propios medios, y está estructurada -tal vez se note demasiado- en bloques narrativos. Charla en el bar. En lo del pastor. En el reconocimiento del cuerpo. En un camión para transportarlo. Y así. No, no es una obra de teatro, tampoco podría ser un radioteatro, porque Linklater es de los que narran con las imágenes, dándole entidad y espacio a cada gesto de sus criaturas. Cranston, sí, no hace mucho por no hacernos recordar a Walter White, su personaje emblemático en Breaking Bad, todo cinismo y que no tiene pelos en la lengua -o los lleva embebidos en alcohol- para enfrentarse a lo que sea. Steve Carell ya dio muestras de que el drama le sienta tan bien como la comedia, y quizá sea Fishburne el que tiene más reducido su espacio para (re)crear su personaje, sea o no porque lleva un cuello clerical. Es una road movie, decíamos, con todos en camino al cementerio de Arlington, si es que Doc se decide a enterrar allí a su hijo de 21 años. Es comedia, es drama, es la relación de tres seres que no son amigos, pero a los que los une algo, ese algo que no tiene una definición precisa como sucede muchas veces en la vida.
Realmente es difícil encontrar las razones por las que Richard Linklater (uno de mis directores favoritos de todos los tiempos) decidió filmar una secuela (aunque no reconozca que así es) de "The last detail" (cinta del 73' con un juvenil Jack Nicholson). Pero sí. Lo cierto es que sobre su propia novela, el autor Darryl Ponicsan junto a Linklater desarrollaron un guión, a mitad de camino entre el drama post-combate y una comedia de aire triste y perdido. Si, ya sabemos que Linklater es un artesano brillante de la industria, capaz de transformar los proyectos menos interesantes en piezas atractivas y potentes. Lo ha hecho a lo largo de su carrera y "Last flag flying " es un eslabón más en su cadena de producción. No puedo considerarlo (quizás por el tema que trae), un gran trabajo, pero sí una cinta aceptable, prolija y amistosa, que presenta trae a tres grandes actores en una propuesta directa y melancólica, elemento de reflexión necesaria sobre lo que le sucede a los Marines que mueren fuera del territorio americano. En algún momento de la película, el cuestionamiento cobra forma, si es un soldado americano, ¿por qué muere a miles de kilómetros en territorio iraquí /afgano o similar? ¿Desde que lugar se plantea la defensa del territorio cuando todo se resuelve a través de una intervención en geografías lejanas, bajo el pretexto de que esos pueblos, representan serias amenazas para el modelo de vida estadounidense? ¿Son argumentos creíbles a la hora de enviar tropas a esos destinos? Digo esto, porque me gustó como "El reencuentro" plantea estas cuestiones, y creo que es importante que sepan que la película es justa en cuanto a ofrecer el debate todas las aristas del caso en cuestión. Steve Carell es Larry Shepard, quien un día cae en el bar de Sal (Bryan Cranston), ex compañero de un grupo de tareas en Vietnam, para invitarlo a ver a otro ex de ese pelotón. El hombre en cuestión ahora es un ministro religioso, Richard (Laurence Fishbourne) quien se extraña por la visita y no es precisamente amistoso, con sus ex colegas de armas. En ese instante, Larry les cuenta que su hijo era marine, y que murió en acción hace horas. Le llegó la notificación y traen el cuerpo a una base militar, un poco lejos de donde están. Al verlo así, Sal y Richard deciden acompañarlo a recibir el cadáver de su hijo y allí, se producirán una serie de incidentes con las fuerzas militares, que generarán discordias entre todos los involucrados. Sin anticipar demasiado, hay que transportar el cuerpo de vuelta a su tierra y Larry quiere hacerlo a su manera, lo cual chocará con la férrea posición de los Marines, que consideran a su hijo un héroe que debe descasar en el cementerio de Arlington. La película se estructura como una road movie triste, que por momento ofrece algún giro hacia la comedia simple, siempre comandada por el contrapunto entre Cranston y Fishbourne. Carell luce apagado (su rol pide algo de eso) pero acompaña con lo que mejor puede dar, un rostro acongojado y perdido y un tono gravitoso que nos conecta con su dolor, rápidamente. Linklater sabe rodar y sacarles lo mejor a sus intérpretes. Incluso cuando el guión no es ninguna pieza destacada, hay diálogos muy bien armados, que suenan creíbles y muy reflexivos, sobre el estado de la situación que desarrolla el film. Por lo demás,¿quién no querría ver un film con estos tres actores? "Last flag flying" en definitiva, quizás no sea el viaje que ustedes esperan, pero es honesta y directa en sus intensiones y se hace fuerte en las chispas que generan sus grandes intérpretes. Ellos le dan vida a un guión que, en otras manos, seguramente ni siquiera se hubiese estrenado en muchos mercados cinematográficos a nivel global.
Hay varias maneras de retratar la tristeza desoladora que representa la guerra. El cine norteamericano, en algunas instancias más crudas que otras y con resultados igual de variados, nunca le escapó a este desafío. Si bien hay realizadores que se enfocan en el conflicto per se, otro punto de vista interesante a nivel dramático es lo que pasa después del conflicto y las cicatrices que deja en sus participantes. El Reencuentro, el más reciente título de Richard Linklater en llegar a las salas argentinas, se inscribe dentro de esta vertiente. Heroísmo cuestionado Es el año 2003. Doc, un veterano de la Guerra de Vietnam, le pide a Sal y Mueller, sus compañeros de unidad, un favor muy particular: que lo acompañen al funeral de su hijo, quien falleció durante el conflicto armado en Irak. Este viaje de una punta a la otra de los Estados Unidos no estará exento de conflictos ideológicos, aparte de la presión de un Coronel de la Infantería de Marina que desea que se siga el procedimiento a como dé lugar. Durante la primera mitad, la película ofrece interesantes intercambios entre los opuestos que son los protagonistas, pero llegada la segunda mitad comienza a desinflar en favor de un naturalismo que -aunque certero y nos permite conocer en mayor profundidad cómo piensan estos personajes- no aporta mucho a la trama como un todo. Cabe aclarar que el tema de la película es la verdad y la dignidad, cuando una importa más que la otra y, en particular, cuando se trata de los caídos en una guerra. Si bien durante la primera mitad esta temática nutre gran parte de los conflictos, es afectada por el desinfle de la segunda mitad, trayendo como consecuencia una confusión sobre el mensaje que quieren dar. ¿Cuál termina ganando? ¿Cuál termina siendo más importante según lo que quieren narrar? La confusión también se genera porque ese debate no se sostiene en la segunda parte tanto como en la primera, haciendo que el revés de la resolución parezca comprensible aunque un poco forzado. En materia actoral, el reparto es sobresaliente. Tanto Bryan Cranston, como Laurence Fishburne y Steve Carell entregan potentes y muy humanas interpretaciones, aunque debe decirse que el carisma de Cranston es el que no pocas veces saca a la película del atolladero. En materia técnica no hay mucho para destacar más que una fotografía y montaje prolijos que están alineados a lo que se ofrece en materia interpretativa. Conclusión El Reencuentro es una película que si bien no podría estar mejor en el apartado interpretativo, presenta desniveles narrativos que le juegan en contra. Si lo que les interesa es ver a tres solidos actores hacer lo que saben hacer mejor, tal vez le quieran dar una chance; pero por la historia en si misma, eso ya es harina de otro costal.
El paso del tiempo es uno de los grandes temas de la filmografía de Richard Linklater (“Antes del amanecer”, “Boyhood”). En su última película, “El reencuentro”, el director norteamericano vuelve a hacer eje en la misma cuestión, aunque esta vez hay un problema con el “tiempo” de la película en sí, porque sus 125 minutos resultan interminables. Esta suerte de secuela de “El último deber” (1973) cuenta la historia de tres ex combatientes de Vietnam que se reúnen después de tres décadas cuando uno de ellos tiene que ir a buscar el cuerpo de su hijo, recientemente fallecido en la guerra de Irak. Hay un viaje planificado que va a complicarse, como es esperable, pero la película termina siendo una road movie de manual con giros narrativos previsibles. Linklater siempre trabaja con estereotipos, y esta no es la excepción. En el trío protagónico está el pendenciero medio borracho (Bryan Cranston), el padre golpeado por las pérdidas (Steve Carell) y un ex soldado de pasado salvaje que se convirtió en pastor (Laurence Fishburne). Las personalidades opuestas generan roces, está claro, pero el director agota este recurso hasta al cansancio. Cranston y Fishburne parecen estar enredados en un mismo e interminable diálogo durante dos horas, y el peso dramático recae sólo sobre el formidable Carell, que brilla en una escena donde su gesto de angustia muta en un genuino ataque de risa. Otro asunto que hace ruido es la ambivalente relación de los personajes con el concepto de patriotismo: critican las mentiras de los sucesivos gobiernos pero en el fondo reivindican que se sigan mandando tropas al extranjero. Tal vez el único motivo para quedarse hasta el final de “El reencuentro” sea el tema de Bob Dylan “Not Dark Yet”, que suena en los títulos. Esa sola canción dice más que la película.
TRES TRISTES TIGRES Hay en el cine de Richard Linklater no una, no dos, sino hasta tres líneas (si no más) que se distancian entre sí pero que convergen ineludiblemente: encontramos sus comedias más amables (Escuela de rock, Los osos de la mala suerte), sus dramas existencialistas (Despertando a la vida, Una mirada a la oscuridad) y sus acercamientos a la adolescencia (Slacker, Rebeldes y confundidos, Everybody Wants Some!!). En el caso de la trilogía Antes de… o Boyhood estamos ante películas que fusionan varias de esas líneas, porque si pueden ser existencialistas también logran ser amables y tienen a la juventud y el paso del tiempo como un elemento clave. Sin embargo hay otro detalle que permite ver cómo ese amplio universo expresivo de Linklater, que resulta para nada homogéneo en una mirada rápida, confluye en un solo canal: hablamos de lo narrativo. Las películas de Linklater fluyen con la sabiduría del noble artesano, entre charlas y divagues varios, sin nunca perder el norte de lo que está contando pero poniendo el foco más en lo anecdótico que en la gran historia de fondo. Una operación estética que se vincula fuertemente con el cine norteamericano de los 60’s y primera parte de los 70’s, y que nos arrastra entonces hasta su última película, El reencuentro. Si Linklater ha sabido experimentar con la narración, El reencuentro es un nuevo y curioso experimento. Escrita por el director junto a Darryl Ponicsan, es el propio Ponicsan el autor de la novela en la que se basó El último deber, clásico de los 70’s dirigido por Hal Ashby (un director al que Linklater parece deberle mucho) y de la que El reencuentro funciona como secuela. O no: digamos que la estructura es similar, los personajes comparten rasgos, pero ni los nombres ni su historia son las mismas. En aquella película de Hasby dos marines (Jack Nicholson y Otis Young) tenían que trasladar a prisión a un joven marino (Randy Quaid), acusado de robarse el dinero de unas donaciones. Hasby narraba aquello como una suerte de road movie existencialista, donde no parecía haber un mundo exterior y todo se centraba en el vínculo que los tres personajes iban construyendo. Sin embargo, a partir de lo que allí les pasaba se adivinaba la tragedia de un universo en decadencia, donde quebrar las reglas y rebelarse contra el orden institucional era la única salida posible. En El reencuentro, Bryan Cranston sería Nicholson, Lawrence Fishburne sería Young y Steve Carell el personaje de Quaid. Y si sus experiencias parecen algo trastocadas respecto del pasado, se pueden encontrar lazos entre estos y aquellos, aunque fundamentalmente la principal unidad estética la aporta el cine lánguido y despreocupado, aunque vital, de Linklater. En El reencuentro, el Shepherd de Carell es quien reúne a los otros dos como aquella vez lo fue el Meadows de Quaid. Aquí, el ex militar sufrió la muerte de su hijo en la guerra y tendrá que recibir el cuerpo: por eso convoca a los otros dos para que lo ayuden en el traslado. Lo que surge a partir de ahí será una nueva road movie, con raptos de humor extravagante, con personajes que tendrán que saldar sus diferencias y enfrentarse a lo que el paso del tiempo les ha hecho a sus vidas. Si los personajes del film de Hasby sugerían su hastío sobre lo castrense, los de Linklater son mucho más explícitos: indudablemente la distancia en relación a las instituciones (tanto que ahora uno de ellos es pastor) es mayor y se animan a reflexionar con frases tan lapidarias como esta: “debemos ser los únicos invasores de la historia que esperan caer bien”. Si pensamos en aquellas líneas sobre las que Linklater ha construido su filmografía, El reencuentro está más cerca de las comedias amables aunque deja un gusto amargo. Y si bien el director no está tan inspirado como en otras ocasiones, tiene la suficiente inteligencia como para ver dónde está lo que realmente importa de esta historia. Indudablemente para los norteamericanos el vínculo con sus fuerzas armadas es totalmente diferente al que puede tener un latinoamericano, por eso que las nociones de patria y heroísmo, desde una perspectiva castrense, son diferentes. El reencuentro está protagonizada por tres personajes que de alguna manera buscan en ese lazo que aún mantienen con las fuerzas un sentido a sus vidas. Linklater tiene la sabiduría como para que el discurso de la película pueda tomar distancia del de sus criaturas, sin por eso dejar de lado una mirada tan cuestionadora como compasiva. Y si algo no funciona del todo, siempre está a mano el humor como esa herramienta amable que puede revelar todo el absurdo de un sistema de creencias con un solo gesto. Hay que entender entonces El reencuentro como la forma más directa que ha encontrado Linklater para saldar sus cuentas con la esencia de su cine.
Esta es una clásica road movie que se encuentra rodeada de la buena química de los protagonistas, con destacadas actuaciones y contiene diálogos muy ricos, además se tocan temas sociales, bélicos y religiosos. El film sirve para reflexionar, con momentos conmovedores, tiene toques de una comedia agridulce, entretiene aunque no mantenga el ritmo.
Crítica emitida en Cartelera 1030 por Radio Del Plata (AM 1030) el sábado 14 de abril de 19-20hs.
Al director Richard Linklater parecen apasionarles claramente dos aspectos cinematográficos: desde la estructura, las road movie, y desde lo estético narrativo, las cuestiones del paso del tiempo, ya sea dentro de la misma estructura o lo que este, digamos el tiempo, le produce a sus personajes. Y en la conjunción de ambos se construye éste último filme del mismo realizador de la muy buena “Antes del amanecer” (1995) y de la sobrevalorada “Boyhood” (2014). La historia basada en la novela de Darryl Ponicsan, también coguionista junto al director, narra el viaje de tres ex compañeros de armas en la guerra de Vietnam. Pasaron 30 años, de los que ninguno tuvo noticias del otro. Ahora, Larry “Doc” Sheppard (Steve Carell) es el que necesita de los otros dos y va en su rastro, más que nada como apoyo moral. Debe ir a buscar el cuerpo de su hijo fallecido en la guerra de Irak. Por un lado nos encontramos con el irreverente Sal Nealon (Bryan Cranston), un hombre olvidado de la vida, y por otro con Richard Mueller (Lawrence Fishburne), ahora vuelto un religioso que dirige una iglesia. Mientras el primero transita por un duelo que no tiene palabra, Sal Nealon no deja pasar oportunidad para que su lengua filosa de cuenta de los 4 jinetes del Apòcalipsis que alimenta la política exterior de los EEUU. Por su lado, y refugiado en su fé, el Reverendo Richard Mueller podría ser casi la contrapartida de su excompañero del ejército. Este tipo de presentación y desarrollo de los personajes hará que el espectador se sienta identificado con alguno de los tres, o simplemente empatia, que por estructura y viabilidad hasta produce saltos en esa elección. En las actuaciones de los tres protagonistas y en los diálogos, en los que el director siempre demuestra su talento, se apoya y sostiene toda la narravción. No demasiado más. Sin embargo el final de las historia, con una vuelta de tuerca, casi da por tierra con todo lo construido anteriormente transformándose en un “cuasi” panfleto de patrioterismo a ultranza. Esto le quita demasiados puntos, que ya había ido restando por la duración de la misma. En situación de contemporaneidad, e igualmente realizado en la madre patria, existe otro filme, “Gracias por los servicios prestados” (USA 2017) que narra la historia de tres amigos, soldados ellos, que regresaron de la guerra de Irak, planteando en principio las consecuencias en cada uno de ellos para terminar haciendo loas de sus actos patrióticos. Ambas películas dan la sensación de estar producidas, económicamente hablando, por Donald Trump.
Crítica emitida en radio.
Crítica emitida en radio.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Con extraordinarias actuaciones de Steve Carell, Bryan Cranston y Laurence Fishburne, esta road movie del director de “Antes del amanecer” mezcla drama y comedia para contar las historia de tres veteranos de la guerra de Vietnam que se reencuentran, treinta años después, ante difíciles circunstancias. Si bien cineastas como Scorsese, Coppola, De Palma o Bogdanovich quedaron como los cineastas más representativos de aquella movida llamada New American Cinema que dominó el cine norteamericano de fines de los ‘60 a mediados de los ‘70, acaso sean otros los nombres verdaderamente más representativos, estéticamente, de ese período de independencia creativa y ruptura de códigos tradicionales de Hollywood. Nombres menos celebrados como los de Bob Rafelson, Monte Hellman, Jerry Schatzberg o Hal Ashby tal vez fueron los que quedaron más claramente identificados con una época y un estilo, digamos, un tanto más lánguido y contemplativo, de narrar historias. Sin duda el que mejor heredó esa manera de pensar el cine es Richard Linklater. A su modo, el realizador texano viene armando una obra que tiene muchos puntos de contacto con aquel cine. Es por eso que es más que natural que le haya interesado llevar al cine EL REENCUENTRO (LAST FLAG FLYING), especie de secuela espiritual de EL ÚLTIMO DEBER (THE LAST DETAIL), de Hal Ashby, película de 1974 que daba a conocer a los personajes que el nuevo filme, con sus diferencias, retoma. Esa especie de comedia dramática mezclada con road movie protagonizada por Jack Nicholson y Randy Quaid tomaba a dos marinos de la Armada estadounidense encargados de llevar a la cárcel a uno más joven que ellos por un delito menor y contaba sus desventuras a lo largo del viaje. En el filme de Linklater, basado en una novela del mismo autor de la original, los detalles y apellidos han cambiado pero el espíritu del trío se mantiene, solo que 30 años después. Ahora son tres veteranos de Vietnam con un pasado diferente en detalles pero con el mismo eje, solo que diferentes edades. El papel de Nicholson ahora lo hace Bryan Cranston y el del hombre más joven que va a la cárcel recae en Steve Carell. Es él quien, en 2003, va a buscar a ese hombre que, pese a enviarlo a prisión, se transformó en su compañero de aventuras entonces. Sal (Cranston) hoy es un alcohólico dueño de un bar que no ha hecho mucho con su vida pero sigue manteniendo un perfil ácido y anti autoritario, mientras que Doc (Carell) ha pasado tiempo en prisión pero luego salió y formó una familia. El problema es que todo ha acabado para él: su mujer falleció muy poco tiempo atrás por una enfermedad y le acaba de llegar el telegrama informándole que su hijo murió en la guerra de Irak. El deseo de Doc es que Sal y su otro escolta de entonces, Richard (antes Otis Young, ahora Laurence Fishburne), ahora convertido en pastor religioso, lo acompañen al entierro en el cementerio de Arlington, Virginia. En principio es un viaje breve pero que terminará complicándose, no solo dando pie a la esperable road movie llena de tropiezos, sino a una suerte de cómica y a la vez dramática reflexión sobre el pasado y el presente militar de los Estados Unidos, uno que va de las críticas a los poderosos a la solidaridad entre pares, con Linklater encontrando el tono justo para ironizar sobre las causas y motivos que llevan a su país a meterse en tantas guerras (“somos el único ejército de ocupación que espera ser aplaudido cuando invade un país”, tira Sal) pero a la vez respetando la camaradería, el compañerismo y la sensación de deber y respeto entre pares veteranos de guerra. El trío se caracteriza, casi de manera estereotípica, por sus personalidades casi opuestas. Sal sigue siendo rebelde pero Richard hoy es un hombre que decidió arrepentirse de todo y entregarse a Dios mientras que Doc es un hombre tímido y apocado que vive su drama interior casi en silencio mientras los otros dos discuten por casi todo, como si tuviera un ángel y un demonio dándole consejos opuestos. Al confrontarse con el ataúd de su hijo, se enteran que su muerte fue un poco más complicada de lo que le dice el Coronel de turno y deciden llevar el cuerpo a enterrarlo junto al de su madre, iniciando la cadena de peripecias. Para Linklater es claro que ese es apenas un punto de partida para poner a esos tres personajes -y a esos tres excelentes actores- a conversar, enfrentarlos a situaciones complicadas pero también divertidas, emocionales pero también ridículas. Es la excusa para lo que más le gusta hacer: poner a la gente a hablar con el paso del tiempo como eje central. Y si bien es una película en buena medida política, me da la impresión que lo que más le importa al director de BOYHOOD es confrontar modos de ver el mundo y de relacionarse con las propias y diferentes crisis existenciales de cada uno de los protagonistas. Los suyos son esos personajes secundarios de las grandes historias, ese “norteamericano medio” que, muchas veces a su pesar, tiene que cargar en su cuerpo y en su mente las decisiones tomadas por otros. Son veteranos de una guerra permanente que terminó, en cierto modo, absorbiendo y consumiendo gran parte de sus vidas. Y que sin dudas las definió. Es un choque también de elecciones actorales, con Cranston poniendo toda la gasolina con una performance agresiva, casi teatral y por momentos muy graciosa, tratando de canalizar el espíritu con el que Nicholson abordó el original. Casi todo lo contrario hace Carell, un hombre apocado, consumido por su angustia y sus temores, el corazón emocional de la película. Fishburne, en tanto, aporta una inicial severidad, clásica de un hombre que decidió cortar con su pasado y transformarse en “un hombre de fe”, para luego ir dejando entrever otras facetas de su reprimida personalidad juvenil. En el emotivo cierre, cuando suena la canción de Bob Dylan que abre esta crítica, las fichas de esta película terminan por caer, precipitándose, unas sobre otras. Como en toda la obra de Linklater es el tiempo, finalmente, el gran tema. El que pasa y nos interpela, preguntándonos que hemos hecho y que tenemos pensado hacer con él.