PELVIS Decir que el australiano Baz Luhrman filma y edita a altas revoluciones como indica IndieWire en la crítica de David Ehrlich de Elvis es una obviedad. La biopic que propone Lurhman es frenética, jamás pisa el freno y es algo que no debe asombrar luego de conocer su filmografía. ¿Recuerdan Romeo+Juliet, Moulin Rouge, Australia e inclusive The Great Gatsby? En la única que podríamos marcar una pequeña diferencia, gracias a una narración más pausada, fue en su Strictly Ballroom, la opera prima que captó la atención allá por 1992 y que vendría a ser el puntapié inicial para que Luhrman acceda a una fuente de recursos que le permitieron consagrarse, específicamente con R+J y Moulin Rouge, esta última su mayor éxito. Guste o no, Lurhman es un director que tiene estilo propio, tiene marca. Al ver uno de sus films, uno reconoce instantáneamente quién está detrás de cámara, podemos ver sus fallas frecuentes, la agilidad de montaje como un chasquido de dedos constante y uniforme, como así también sus logros. De hecho hasta podríamos afirmar que con Moulin Rouge modernizó la idea que teníamos del musical clásico. Y le salió bien. Ahora, ¿qué ocurre con Elvis? Elvis es un proyecto gigante, tan grande como la misma figura de Elvis Presley. Podría excederme en adjetivos para describir qué es el film y no detenerme nunca, como erróneamente ha hecho Lurhman. La duración no importa. ¿A quien salvo a algún influencer o niño que recien entra en esto que es el cine le puede interesar la duración de un film cuando este te atrapa? Dividir El irlandés para verla en capítulos y otras tonterías… Elvis falla en su concepción, la decisión de narrarla a través del punto de vista del Coronel Tom Parker, quien fuera su histórico manager es un error, al igual que los kilos de maquillaje utilizados sobre el querible Tom Hanks y su acento en la composición del personaje. Recuerdan al peor de sus trabajos actorales como es el del profesor G.H. Dorr en Ladykillers. Este error de que todo gire alrededor de Parker, eventualmente nos hace recorrer la vida de Elvis volviendo siempre a Parker, o sea, decepcionándonos cada determinados períodos de jolgorio, tristeza y explosión como la vida misma de Elvis. Parker era un manipulador, jugador y es presentado como tal desde el inicio, en el que veremos que, según las propias palabras del personaje, poco entendía de música. Luhrman en su paso por Elvis tambien intenta con trazo grueso ligar a Elvis con sus raíces musicales negras, asociadas tambien a los conflictos raciales, o sea, colocar conciencia social sobre el personaje. Es un tanto burdo presentar a Elvis como un líder en contra de un movimiento, o el haber sido carismático, amigo o lo que sea de B.B.King. Como en aquellos films que se detienen en un período específico de la vida de una personalidad notoria, Luhrman decide ir por más y muestra todo o casi todo Elvis, desde su inicio, hasta conocer a Parker, hasta convertirse en un ícono musical y sexual, hasta ser divisado como una amenaza para la juventud y ser enviado al servicio militar como tambien su etapa como actor en Hollywood y su paso por las interminables presentaciones en Las Vegas. Elvis no se detiene en la intimidad del personaje. Elvis tambien falla en no poder generar en sus momentos dramáticos algo que realmente nos afecte: ni la muerte de su madre, ni su relación con Priscilla, ni los escuetos minutos para cumplir con Lisa Marie. Es asi como se presenta un film que brilla en los actos musicales, como una montaña rusa realmente, en la que son más las subidas y bajadas frenéticas que el detenerse sobre terreno plano, algo que le falta al film. Ni hablar de de la decisión de optar por pantallas divididas sin sentido que harían llorar a Brian De Palma. Si algo hizo bien Lurhman aca fue encontrar a Austin Butler, este chico pone realmente el cuerpo en querer ser Elvis y lo logra. Fuera de las malas decisiones de guion y la templanza aplicada a su personaje cada vez que aparece el coronel, Butler sencillamente la rompe, brinda un espectáculo de movimiento de caderas y fonomímica que realmente acercan a su personaje a lo que era Elvis.
El rock de la cárcel de oro Y finalmente Baz Luhrmann estrenó su biopic sobre Elvis Presley (1935-1977) luego de ocho años de planificación, Elvis (2022), y el resultado sigue esa estela de mediocridad tonta e hiper lustrosa que sintetiza su carrera, no obstante vale aclarar que el film supera a los dos bodrios inmediatamente previos del director y guionista, Australia (2008) y El Gran Gatsby (The Great Gatsby, 2013), y a aquella horrenda serie que craneó para Netflix, The Get Down (2016-2017), lo que nos deja con un nivel de calidad similar al de la Trilogía de la Cortina Roja, léase las huecas Estrictamente de Salón (Strictly Ballroom, 1992), Romeo + Juliet (1996) y ¡Moulin Rouge! (2001), obras empapadas en el lenguaje de la publicidad y los videoclips que utilizaban de herramientas retóricas a los tres pilares fundamentales del cine del australiano, el baile, las palabras/ la poesía y la música anacrónica. Es con respecto a El Gran Gatsby donde se nota más la diferencia y/ o la superación estilística, basta con pensar que aquella mamarrachesca reinterpretación de la célebre novela homónima de 1925 de F. Scott Fitzgerald caía muy por debajo de la elegante lectura cinematográfica de 1974 de Jack Clayton, con Robert Redford en la piel del personaje titular, y licuaba de manera burda el encanto melancólico del libro, por ello mismo no soporta comparación alguna con los pasajes más inspirados, amenos o quizás apenas potables de Elvis, propuesta que de todos modos arrastra las compulsiones de un Luhrmann que recupera la algarabía de sus tres primeras películas durante la primera parte del film, esa que cubre los años mozos de Presley, para después bajar las revoluciones narrativas en la segunda mitad de la faena, la correspondiente a una madurez que también trae a colación la crisis terminal del legendario cantante y su fallecimiento a la temprana edad de 42 años en paralelo al estallido del punk de la mano del querido Never Mind the Bollocks, Here’s the Sex Pistols (1977), el único disco de Sex Pistols, movimiento vanguardista de idiosincrasia iconoclasta y bases rockeras conservadoras que precisamente le debía mucho a estos pioneros del rubro de los años 50. El primer problema de la película, uno bastante paradójico por cierto, es anunciar desde el título que el núcleo principal será el inefable Rey del Rock and Roll cuando la perspectiva omnipresente es la de su manager, el Coronel Tom Parker, interpretado por un Tom Hanks demasiado caricaturesco, banal y con kilos de maquillaje y prótesis en su cuerpo para tratar de duplicar la contextura física fornida del susodicho, en esencia un estafador holandés hiper oportunista que se quedaba con la mitad de los ingresos del músico y lo convenció de aceptar el servicio militar entre 1958 y 1960, filmar una catarata de películas lamentables en Hollywood durante la década siguiente y renunciar a jugosas giras mundiales en pos de una interminable serie de tours norteamericanos y actuaciones en hoteles y casinos de Las Vegas, manipulación que se explica no sólo por el típico parasitismo de los representantes sino por la ludopatía de Parker, las deudas millonarias contraídas y el miedo a no poder reingresar a los Estados Unidos si dejaba el país porque su nombre verdadero era Andreas Cornelis van Kuijk, no tenía pasaporte y nunca pudo “solidificar” del todo su condición autoinventada de ciudadano norteamericano. Luhrmann, por el otro lado, sí hace un buen trabajo fichando al poco conocido aunque ya veterano Austin Butler como Elvis, un actor televisivo de largo devenir que participó en Los Muertos no Mueren (The Dead Don’t Die, 2019), de Jim Jarmusch, y Había una vez en Hollywood (Once Upon a Time in Hollywood, 2019), de Quentin Tarantino, y que se destaca cantando aquellas canciones de juventud y haciendo la mímica para los temas de la adultez, en los que se conserva la voz de Presley, logrando en suma un buen desempeño dentro del margen de lucimiento siempre acotado que deja el realizador por una pirotecnia visual que en algunas ocasiones transforma a los intérpretes en simples maniquíes sin alma, hoy por hoy haciendo un paneo por el “Elvis rebelde” de la radicalidad adolescente de los 50, el “Elvis estrella de cine” de los 60, el “Elvis comprometido con los derechos civiles” de 1968 y el “Elvis crooner” de los 70. Luhrmann, todavía creyéndose una especie de mixtura de Bob Fosse y Ken Russell, de Vincente Minnelli y Federico Fellini, de Alan Parker y Tony Scott, tranquilamente podría haberse centrado sólo en Elvis -sin intermediarios ni filtros narrativos- para ahorrarnos las redundantes locuciones en off de Parker y retenerlo como el villano del periplo profesional del nacido en Tupelo, Mississippi, acontecimiento que inspiró Tupelo, estupenda canción de 1985 de Nick Cave and the Bad Seeds, y fallecido en Memphis, Tennessee, suceso que llevó a John Lennon a considerar al Presley sobreexplotado de Las Vegas como “ejemplo negativo” por antonomasia dentro del show business de la música. Como decíamos con anterioridad, la primera mitad de las más de dos horas y media de duración total es quizás la menos interesante porque allí Baz entrega un resumen prolijo pero hiperquinético, naif y algo previsible para aquellos que conocemos de sobra la carrera del Elvis, una y otra vez interrumpiendo las canciones mediante un montaje que recupera latiguillos de antaño como la pantalla dividida, los textos sobreimpresos, los movimientos permanentes de cámara, el exceso de planos, la poca paciencia expositiva/ descriptiva, las superposiciones y demás trucos que lo llevaron a ganar el hilarante rótulo de ser el “Michael Bay de los musicales”, algo así como un hipotético Uwe Boll australiano especializado en cine posmoderno berreta que resulta exitoso en taquilla aunque con realizaciones igual de malas que las del alemán. La segunda parte del relato, ya en el Estado de Nevada, levanta mucho la puntería porque allí el guión del director, Sam Bromell, Craig Pearce y Jeremy Doner logra justificar en parte el enfoque desde los ojos y el sentir maquiavélico de Parker debido a la intención del Coronel de saldar sus deudas de juego y prolongar las giras domésticas todo lo que pueda para evitar el mentado tour internacional, panorama que desencadena interesantes escenas de disputas entre ambos que nos hacen olvidar que el Elvis de carne y hueso era un genio a escala musical y un ignorante absoluto en materia política, humana, comunal e ideológica. Honestamente resulta un poco patético que esta biopic, a la vez artificial, entretenida y algo mucho decepcionante, termine siendo superada por la película para televisión del mismo título de 1979, obra dirigida por John Carpenter y protagonizada por Kurt Russell como Presley que tampoco era gran cosa pero por lo menos no tenía los problemas dramáticos de toda odisea de Luhrmann, amigo de las montañas rusas sensoriales que caen en la grasitud formal, el costado superficial de los videoclips, la belleza de cartón pintado de la publicidad y el marketing y ese fetiche involuntariamente gracioso con la incorporación de chispazos de hip hop que se sienten muy fuera de lugar, casi siempre a través de esas insoportables e innecesarias “canciones puente” entre secuencia y secuencia de parte de gente que tampoco calza con el proyecto en general como Doja Cat, Eminem, CeeLo Green, Swae Lee, Diplo, Måneskin y tantos más. Elvis por suerte corrige la manía anacrónica de su realizador -y su propensión a trabajar con fragmentos de canciones, casi nunca con temas completos por más que la duración promedio de los exponentes del rockabilly inicial era de dos minutos- en las escenas correspondientes al Comeback Special de 1968, donde sí aprovecha como es debido If I Can Dream, el primer show en Las Vegas de 1969 en el International Hotel, con Suspicious Minds como caballito de batalla, y el último recital de 1977 en el Market Square Arena de Indianapolis, evento del que se retoma directamente un registro documental para la mítica versión de Unchained Melody, sin duda el pináculo emocional del film. Así como se agradece la presencia de B.B. King (Kelvin Harrison Jr.) y Little Richard (Alton Mason), molesta un poco el rol algo inflado en pantalla de Priscilla (Olivia DeJonge), esposa púber a la que conoció durante su conscripción en Alemania cuando ella tenía 14 años, y el relativo poco peso dado a la madre, Gladys (Helen Thomson), más sabiendo del Complejo de Edipo del cantante y el rol desdibujado de su padre, Vernon (Richard Roxburgh), también siempre controlado por Parker, su “cárcel de oro” y su estrategia de presión afectiva y económica…
Elvis fue la fantasía porno romántica de una generación. Ese ritmo plebeyo y salvaje era obsceno para una época reprimida en que las pulsiones vivían bajo el estado de sitio moral y religioso de los adultos.
Tras su première en el reciente Festival de Cannes, entre el miércoles 22 y el viernes 24 de junio se estrenó en los cines de casi todo el mundo esta biopic de una de las máximas leyendas del rock. Una exuberante, por momentos fascinante pero en muchos otros irritante acumulación pop con el sello del creador de Romeo + Julieta, Moulin Rouge!, Australia y El gran Gatsby. El lanzamiento en la Argentina será recién el 14 de julio próximo. No puede decirse que a la Elvis de Baz Luhrmann le falten intensidad, energía, brío, ínfulas y múltiples apuestas. Es una película desbordante hasta lo abrumador, una acumulación incesante de estímulos visuales y musicales, una ópera pop anfetamínica y concientemente kitsch y grasa, un mezcla de videoclip y comic de casi tres horas de duración que acelera hasta en las curvas cerradas. En ese tono, con ese ritmo, puede verse como un viaje en montaña rusa del que es imposible bajarse y cuyo efecto final es bastante parecido a la confusión y el mareo. La película está narrada no desde el punto de vista de Elvis Presley (correcta caracterización e imitación de movimientos a cargo del galán Austin Butler) sino desde quien fuera su representante: “Soy el legendario coronel Tom Parker”, dice de forma altisonante y con gruesas capas de maquillaje un casi irreconocible Tom Hanks. Y desde su perspectiva se reconstruirán los inicios, el ascenso, el boom globlal, la crisis y el derrumbe de un mito del rock como pocos, aunque nunca terminemos de entender en toda su dimensión la patológica relación entre ambos. Para algunos el villano de la película, para otros la verdadera mente maestra detrás del éxito, para algunos un explotador que se quedaba en con el 50% de los ingresos y culpable de su deterioro físico y artístico, para otros el creador del show-business moderno en cuanto a marketing, merchandising, organización de giras, etc, Tom Parker encuentra en el film más matices que un Elvis que por momentos parece limitase a sacudir las piernas para el delirio y los alaridos de la platea femenina. No hay en Elvis ningún momento de intimidad, austeridad, relajo o felicidad. Luhrmann apuesta a los greatest hits, a los momentos épicos (para bien o para mal) de su vida y, así, estamos siempe frente al mito, al bronce, la historia y no ante un hombre de carne y hueso. Por supuesto, el despliegue visual y musical está en sintonía con el lugar y la estirpe de Presley, las siempre excesivas pretensiones del director y la generosidad del presupuesto. Pero una vez que se apagan las luces, se desenchufan los parlantes y el público se aleja del ruido y el caos pasamos a una sensación de profundo vacío y parecido a la decepción. En ese sentido, no parece que Luhrmann haya sido la elección ideal para retratar el univeso de Elvis.
Baz Luhrmann vuelve a su mejor forma con la biopic del Rey del Rock El director de “Moulin Rouge” encuentra sus tópicos estilísticos en la vida del célebre cantante para hacer otra tragedia posmoderna, con mucho ritmo y rock and roll. La historia es narrada por el Coronel Tom Parker (un notable Tom Hanks), representante y responsable de la muerte de la estrella del rock. No es spoiler porque, como es habitual en los films de Luhrmann, en un prólogo clipero resume todo lo que vendrá después, e incluso, el mismo narrador se presenta de esta manera: “soy quién entregó a Elvis al mundo, aunque algunos me acusarán de su muerte”. Pero a Baz Luhrmann poco le importa la verdad de los hechos, que en última instancia serán juzgados por el espectador, sino los elementos visuales y sonoros para “orquestar” su nueva superproducción. El realizador australiano viene de pifiarla feo con The Get Down, la serie cancelada que hizo para Netflix, y este film es su gran regreso. Como Elvis (Austin Butler) cuando pierde la brújula de su carrera por la censura (por ser un adelantado a su tiempo), el director de El gran Gatsby (The Great Gatsby, 2013) regresa con todo su estilo a los escenarios. El éxito y la tragedia, el cielo y el infierno, son los extremos por los cuales Elvis Presley pulula en la película. En el humilde hogar de su infancia lo vemos correr -en un plano aéreo cenital- del burdel a la iglesia, un lugar a metros del otro y con rituales similares que el pequeño artista toma de influencia para sus exóticos movimientos. Del mismo modo que Luhrmann, Elvis entiende que no puede volver a medias porque su esencia está en salirse de la norma, en la rebeldía natural que lo caracteriza. El film utiliza tres momentos para expresar la necesidad del protagonista de ser él mismo, en el show en Texas, en el especial navideño y en el hotel intercontinental de Las Vegas. Su lucha será contra su representante, la otra gran figura de este relato. Tom Hanks compone un personaje despreciable como pocas veces en su carrera. Un manipulador, tramposo, farsante empresario, que logra con sus recursos engañar constantemente a su impulsivo artista. Pero Elvis (2022) también es la historia reciente de los Estados Unidos. Con habilidad el guión contextualiza el ascenso y caída en desgracia del cantante con la muerte de Martín Luther King o la de Kennedy, la guerra de Vietnam y el movimiento hippie. El mundo cambia en plena carrera de Elvis y él con el mundo. Luhrmann utiliza la imagen como un lienzo para dibujar sobre ella. Las imágenes se suceden unas detrás de otras, con sobreimpresiones, diferentes estilos que van desde dibujos animados hasta collage de fotografías. Todo sirve para narrar con un montaje frenético y las canciones de Elvis inteligentemente puestas en la trama para hacer con sus letras avanzar la historia. Elvis es el gran retorno de Luhrmann, apabulla pero sin indigestar al espectador, distrae pero sin perder el hilo de la historia, entretiene con una historia resuelta desde el inicio pero sin aburrir jamás.
Con una destacada interpretación de Austin Butler, y un universo particular creado por Baz Luhrmann, acaso el más creativo de los realizadores, Elvis cuenta el sueño americano y cómo este termina por destruir a sus deidades. Elvis, de Baz Luhrmann, es la particular mirada sobre uno de los artistas más importantes de todos los tiempos. Un hombre que aceptó las reglas del juego impuesto por la industria de la música y que, lamentablemente, terminó acorralada por ella. De su infancia a su adultez plagada de narcóticos y medicamentos, Elvis, busca revelar la relación de amor odio entre el artista y su representante (Tom Hanks), un vínculo enfermizo que terminó con la vida de uno de ellos. Pero Luhrman no se queda solo con la idea de una biopic concentrada en el músico, sino que, a partir del artista, termina por hablar de la historia norteamericana, el avance del capitalismo y la idea el progresismo como única salida a todo. Butler es una mimésis del héroe de Memphis, obligándose a copiar cada uno de los pasos y movimientos con los que Elvis conquistó a su público. Tal vez la duración y la sobreactuación de Hanks, detrás de prótesis que le impiden una correcta actuación, resienten su puesta, impidiendo una total conexión con la narración. Así y todo Luhrmann logra transmitir con potencia el ascenso y caída de la máxima estrella de todos los tiempos en un tour de forcé para su protagonista, el que, claro, ya recibirá los lauros y nominaciones que una actuación de esta característica siempre conlleva.
Las últimas imágenes de Elvis, una mezcla de ficción y material de archivo, son desgarradoras; toda la película presentada como un sueño en tecnicolor hecho realidad en estos últimos momentos se sienten más como una pesadilla. Allí, Luhrmann deja picando la pregunta: ¿Qué podría haber logrado Elvis si alguna vez se hubiera liberado de las garras de Parker? Cimentando de esta manera el atractivo perdurable del Rey del Rock and Roll en una pieza cinematográfica fenomenal impulsado por la increíble actuación de Austin Butler, un vestuario deslumbrante y una banda sonora perfecta.
Del ascenso a la fama de Presley hasta su estrellato Atención, señoras y señores: estamos a una vuelta de poder decir que Elvis es una de las mejores películas del año. Baz Luhrman que ilumina todo lo que toca. En el caso de la película que hoy nos ocupa, el director de The Great Gatsby (2013), Moulin Rouge! (2001) y Romeo +Julieta (1996), entre muchas otras creaciones, construye los personajes con sumo cuidado y respeto, y los acompaña en toda su complejidad. Para esta tarea eligió excelentes intérpretes. La auténtica sorpresa es el fantástico Austin Butler, una revelación absoluta que llegó al papel a través de un video enviado al director, en el que interpretaba “Unchained Melody”, canción que el cantante oriundo de Mississippi reversionó en el año 1977. Otra de las grandes integrantes del elenco es la australiana Olivia DeJonge, quien interpreta a Priscilla. Algunas de las cuestiones relacionadas a los elementos más importantes que hacen a ponerse en el cuerpo de una figura tan difícil de igualar (pese a los múltiples imitadores a lo largo del mundo) es, justamente, la más recordada, y se trata de los espectaculares movimientos que seducían a multitudes, y causaban histeria por igual. Butler trabajó en conjunto con la entrenadora de movimiento Polly Bennett, quien anteriormente tuvo a su cargo Bohemian Rhapsody y The Crown. Claramente, y dados no solamnete estos ejemplos, sino además lo visto en pantalla en la recreación de la vida y obra de “El rey”. En paralelo ensayó durante cinco meses junto a Luhrman para personificar a Elvis, un joven talentoso que solamente desea hacer música; y se cruza con un misterioso personaje, “el Coronel” Tom Parker, magistralmente personificado por el indiscutible Tom Hanks, quien se convierte rápida y naturalmente en su representante. La película es emocionante, luminosa, increíble. Pocas veces, fuera de una de las producciones mencionadas más arriba, un personaje es interpretado de manera tan cálida y veraz, y con una vitalidad contagiosa. Otros puntos remarcables son el gran trabajo de maquillaje (sobre todo en los detalles en la creación de las diferentes etapas de Parker), y el cuidado vestuario del protagonista que atraviesa las décadas de 1950, 1960, y 1970. Elvis es retratado como un joven con ciertas dificultades para vincularse, y las imágenes de su vida en la niñez lo pintan casi de manera mística. Un excelente juego visual y, por supuesto, musical. Cierta idea de un Presley dueño de una sensibilidad profunda, cuyo vínculo con su madre lo marcó fuertemente. Expresar más detalles respecto de una producción increíble y satisfactoria para todos los sentidos sería spoiler. Mi sugerencia es que vean y disfruten la que será considerada, más que seguramente, la película de 2022, y que recibirá premios acordes, como pienso que corresponde.
Elvis: Un genio a la altura de otro Existen directores que tienen un estilo tan característico y único que las únicas dos opciones son amarlo u odiarlo, no hay término medio. Baz Luhrmann es uno de ellos; en esta oportunidad dirigió Elvis, film que se estrena en cines la semana del 14 de julio. El realizador de Moulin Rouge (2001) decidió darle una vuelta de tuerca interesante y teatral al darle la voz narradora al antagonista, el Coronel Tom Parker (Tom Hanks), de quien se desconfía desde el principio por el mal manejo de la carrera de Elvis Presley (Austin Butler), lo cual se comprobará a lo largo de la cinta. No hay dudas de que Parker tuvo su papel en llevar al talentoso artista a la fama pero, según el film, lo manipuló al extremo para sus propios beneficios. En pocas palabras, el Coronel no quería dejar ir a su gallinita de los huevos de oro. El juicio de este largometraje queda en manos del espectador dependiendo de sus gustos. Baz Luhrmann tiene en su haber un estilo extravagante, más allá de todo, con ediciones rápidas, superpuestas y divisiones de cuadro. En este sentido, no hay mucha diferencia con Romeo + Juliet (1996) y El Gran Gatsby más que un leve refinamiento: sabe dónde y cómo atacar con lo suyo, para después dejar que la historia hable por sí sola. Pero quizás lo más atractivo es la dupla protagónica. Empezando por Austin Butler, quien se preparó bastante para interpretar a Elvis y se nota. El actor brilla tanto arriba como abajo del escenario, interpretándolo con una soltura tal que la línea entre ficción y realidad por momentos desaparece; cabe aclarar también que, en varias instancias, es el propio Butler quien canta como Presley. Por su parte, Tom Hanks decidió ir a por un personaje inusual para su trayectoria, pero necesaria para demostrar que puede, y lo hace tan bien que no hace falta demasiado para hacerse odiar. Sería raro que ambos actores no formen parte de la próxima temporada de premios. Y es imposible no hablar sobre Elvis y no discutir sobre la música. Más allá de lo propio de Presley -sin desperdiciar ninguno de sus éxitos-, Luhrmann hizo de las suyas para mezclar ese rock que cautivó a millones con música contemporánea -a lo Moulin Rouge- y que suene bien; confíen en lo hermoso que se ve un primer plano de Elvis caminando en la calle con Doja Cat rapeando de fondo. Hay otras dos o tres mezclas sorpresas que sólo las personas con el oído afilado captarán. Siguiendo con el tema, un lado interesante que se tocó durante la película -y que no podía faltar- fue el tema de la segregación y el racismo porque, seamos sinceros, estamos hablando de un blanco cantando un ritmo tan característico de los músicos afroamericanos -donde muchos no obtenían su merecido reconocimiento-. Más allá de algunos rumores que permanecen en el tiempo, el largometraje muestra la relación y conexión de Elvis con esa comunidad al punto de asegurar -on the record en el especial de 1968- que el rock and roll nace del gospel y el rhythm and blues. Más cosas para añadir a la leyenda. Elvis no va al golpe bajo cuando se trata de sus vicios: no lo banaliza ni lo romantiza, los muestra porque existieron. No idealiza su figura, lo celebra. Muestra el talento y la capacidad de un chico de Memphis y cómo se convirtió en uno de los artistas más admirados de todos los tiempos. Baz Luhrmann entendió esto desde el principio, y por eso se ve la película que se ve, donde cada minuto de sus 152 vale la pena. Aclaración: Es menester quedarse hasta el final de los créditos. La espera valdrá la pena.
Nace una estrella. Estamos ante ¿un biopic?, nada menos que el de Elvis Presley (Austin Butler), y de la mano de Baz Luhrmann, responsable de un musical como Moulin Rouge. Una estética cuidada de colores brillantes, entonces, no va a estar ausente; así como cierta rigurosidad histórica a la hora de narrar los hechos. Los episodios de vida de un Elvis que gradualmente se convierte en una leyenda musical. La película está narrada desde la voz del coronel Tom Parker (Tom Hanks), el controvertido representante de Elvis, responsable de la mediatez meteórica (además de sus aptitudes, por supuesto) y el perfil mercantil que adquirió el astro del rock. Aparte la cinta, recorre los orígenes del cantante, su infancia y las influencias de la música negra en su estilo, en una época donde el racismo era moneda corriente. Y así recorremos el ascenso y la caída de Elvis, en un relato frenético, también desordenado, que pinta de forma maniqueísta a nuestros protagonistas: nuestro chico es idealista y sentimentalista, mientras que el coronel es un verdadero villano, quién se limita a exprimirle todo el jugo al cantante/personaje (monetariamente hablando), sin dejar que experimente su propio camino artístico. “Encerrándolo” en un hotel lujoso de Las Vegas. No, no vamos a ver una historia que explora el costado más humano de Elvis. Vamos a ver show, luces, espectáculo… y nos remontamos a sus orígenes siempre secundados de los hechos históricos mas relevantes de la época. La muerte y el discurso de Martín Luther King; el asesinato de Kennedy; la guerra de Vietnam y sus consecuencias… situaciones que no solo modifican la historia de un país, del mundo, también que afectan al propio Elvis. Luhrmann, despliega una puesta en escena única y amalgama de manera perfecta las canciones y el personaje en contexto. Le escribe una carta de amor a Elvis, se cuela por cada fotograma la admiración y ese entusiasmo por transmitir la pasión colectiva que provocaba el rey del rock. Lo hace con precisión, con respeto y dispersando mucha belleza. Hay épica.
Luego de la ovación en el pasado Festival de Cannes, dónde la película fue aplaudida por la crítica, llega este jueves 14 a las salas de nuestro país la última película del director Baz Luhrmann («El gran Gatsby», «Moulin Rouge», «Romeo y Julieta»), con el protagónico de Austin Butler y Tom Hanks. Un film avasallante e intenso sobre la vida del ícono Elvis Presley, desde sus inicios y hasta su muerte. La película en sus más de dos horas y media de duración no escatima en recursos ni los dosifica. Desde el primer minuto Lurhmann pone todo lo que considera necesario (quizás demasiado) para atraer al espectador: colores, música, gran variedad de personajes y estilos, recursos visuales, efectos de cámara, e idas y vueltas en el tiempo para retratar por un lado los comienzos en la vida de E.P y por otro lado la mirada del manager sobre los diferentes eventos que ocurrieron en la lamentablemente corta pero intensa vida del ícono pop. La historia se apoya en el relato del coronel Tom Parker (Hanks) para ilustrar el ascenso, los altibajos y la consagración de quien representó el rock y el pop en EE.UU en una época en la cual un cantante blanco no podía rodearse de gente de color. Si bien la película no solo hace eje en la faz profesional de Elvis, pues retrata varios aspectos de sus vínculos familiares y amorosos (el personaje de Priscilla, interpretado por Olivia DeJonge es central en ese aspecto), el filme en su conjunta quizás se recuerde más por su gran producción y el efecto de entretener a la audiencia, que por su sensibilidad al abordar ejes más dramáticos, los cuales se encuentran muy presentes en la historia real de E.P y podrían haber sido trabajados con más detenimiento y profundidad. Butler realiza un notable trabajo de interpretación y entrega. Logra transmitir ese sex-appeal por el cual Elvis fue tan reconocido, más allá de su indiscutible talento musical. El oscarizado Tom Hanks muestra un correcto y detestable «Tom Parker», aunque su extrema caracterización lo vuelve por momentos irreconocible. Visualmente la película es avasallante, no se puede negar su excelencia a nivel técnico y musical (excelente trabajo de Elliott Wheeler en la música). Se advierte que Luhrmann contó con un equipo de primer nivel para llevar a cabo esta biopic / homenaje de Elvis Presley, un icono amado en EE.UU y que generó una ola de fans fieles que al día de hoy lo mantienen vivo. Su música lo trascendió y esta película viene a recordar algunos temas e interpretaciones entrañables y pegadizas que logran que el espectador tenga ganas de salir a rockear en su butaca. Si el objetivo es entretenerse y escuchar los hits de Presley, «Elvis» cumple con su objetivo y con creces.
A 45 años de su muerte, Elvis Presley sigue siendo desde la visión de Baz Luhrmann un modelo para armar. El director australiano recurre una vez más a su estilo ampuloso, grandilocuente, hiperbólico y lleno de estridencias para mostrar que el breve y agitado paso por este mundo del Rey del Rock and Roll fue una suma de vidas soñadas que se frustraron y arruinaron mucho antes de ponerse a prueba. Son ensayos sucesivos de una búsqueda que tal vez solo haya alcanzado la cumbre en materia musical (con la fusión inigualable lograda por Elvis entre el góspel, el rock, el country y los ritmos negros de aquél tiempo inigualable) sin que su propio artífice lo haya percibido en plenitud. Lo demás (el cine, la vida familiar, el vínculo con sus colegas y otras personalidades de la época, los viajes por el mundo) quedaron siempre para él en el ámbito de lo posible, de lo que no pudo ser. Y cuando parecía por fin encontrar el camino ya fue tarde. Luhrmann deja a la vista ese destino fallido a través de una mirada retrospectiva básica y elemental, propia de los manuales escolares. Cada episodio de la vida de Elvis se reduce a alguna ilustración que simboliza y sintetiza todo lo demás. La pintura del vínculo del artista con su esposa Priscilla y con su padre no podría ser más pueril. En una película que dura dos horas y 39 minutos casi todo lo que vive Elvis con sus afectos familiares, con sus compañeros de ruta musicales y a través del contacto con la realidad política y social de su tiempo aparece expuesto de un modo demasiado superficial, como si su vida pudiese ser contada desde un álbum de diapositivas. Todo esto resulta bastante curioso. A Luhrmann parecen interesarle mucho cada uno de esos detalles existenciales, pero en su visión terminan livianamente sacrificados en el altar de sus pretensiones. Lo que quiere es construir un retrato de Elvis desde el artificio de un gran musical pop en el que funciona como títere de la voluntad de otra persona. Quien maneja los hilos del Rey del Rock (y de la película) es el “coronel” Tom Parker, el hombre que le manejó casi toda su carrera desde un impulso egoísta (su propósito fundamental siempre pasaba por pagar cuantiosas deudas de juego), manipulador y despiadado. Toda la historia se cuenta desde el punto de vista de Parker, que narra la acción en el momento final de su vida, cuando se encuentra enfermo y casi agonizante en un hospital pagando el precio de sus infinitos excesos y sin aceptar sus culpas. Parker no solo es el villano del relato. Antes que nada es un personaje muy desagradable, vulgar y casi repulsivo, rasgos deliberadamente acentuados en el modo que lo representa Luhrmann a través de la personificación de Tom Hanks, escondido detrás de una monumental masa de maquillaje y prótesis que lo muestran calvo, obeso y con serias dificultades para moverse. Ese retrato grotesco deja a la vista que Hanks, el actor de Hollywood que mejor representa la nobleza, la autenticidad y la integridad moral en todas sus formas, es la peor elección imaginable para ese papel. Y lo demuestra con una actuación desapegada y distante, como si el desprecio que expresa su personaje se hubiese apoderado por completo del actor que lo interpreta. El punto de vista de Parker, asumido por Luhrmann, es una cárcel de la que Elvis no puede escapar. Esa mezquina conducta condiciona hasta el momento del aparente y efímero triunfo musical que Elvis exhibe en la última etapa de su vida, cuando se adueña por completo en Las Vegas del único escenario que el falso coronel le permite ocupar a sus anchas. Allí queda a la vista todo el compromiso y la entrega de Austin Butler, mucho más cercano a Elvis en los movimientos corporales que en la voz. Luhrmann saca a la cancha en ese último tramo de la película todo el poderío de su maquinaria audiovisual, como si quisiera mostrar que allí está el corazón del gran homenaje en forma de ópera pop que en el fondo soñó para Elvis. Ese momento final le pone además la rúbrica definitiva a la inmolación del Rey del Rock y el reconocimiento de su derrota frente al poder del “coronel”, un hombre incapaz de cualquier arrepentimiento. La otra capitulación de Elvis, la película, es musical. Lo que queda de aquella inspirada fusión que construyó el mito del Rey del Rock aquí solo queda un pastiche de remixes y flojas versiones de grandes éxitos modificadas por cantantes de bajo vuelo. En el confuso modelo para armar imaginado por Luhrmann para contar la vida de Elvis queda nada más que un puñado de retazos sueltos.
Elvis es brillante y ostentosa, tiene un diseño de producción casi escandalosamente opulento, como toda película de Baz Luhrmann, el australiano que tiene en su haber un nuevo clásico como Moulin Rouge! y un desastre arruinando otro, como El gran Gatsby, con Leo DiCaprio. A Luhrmann le gusta complacer al público, o habría que decir al que entiende es su público, porque el director de Romeo+Julieta se percibe y filma como un autor, más que como un director, y así como tira a la pantalla toda la parafernalia que le es posible, se enreda en una trama que se extiende a casi los 160 minutos, cuando un poder de síntesis -o a algún amigo que en la mesa de edición le alertara o pusiera límites- hubiera sido, tal vez, quizás, en una de ésas, más aconsejable. Con Elvis, la película y el personaje, Luhrmann medita sobre la música, la leyenda y el negocio comercial detrás de un ídolo, de un hombre que revolucionaría la música, no solamente en los Estados Unidos. Pero Elvis no comienza con Elvis, sino con el Coronel Parker, un Tom Hanks -siempre comprador, aunque haga de un personaje inescrupuloso- con nariz y papada de goma prostética, quien tras un infarto nos va a contar la historia del niño al que convirtió en estrella. “Sin mí no habría Elvis Presley”, se ufana. Parker era un comerciante, un tipo del showbusiness que supo manejar a una estrella como fue Elvis a su antojo, que le hizo la vida imposible, que se quedaba con el 50% de sus ganancias, y para quien -y lo tenía muy, pero muy claro- el beneficio económico estaba por encima de la música y el arte. Y los principios. Bueno, el Coronel Parker -que no era coronel y tampoco se llamaba Parker- tenía los suyos, y eran los que regían su vida y, por añadidura, la de su representado. El problema que surge con los filmes de Luhrmann aparece cuando se denota la hechura, cuando la película es más importante que la historia, o hasta que el protagonista. A Luhrmann le encanta descolocar al espectador. Como darle un sopapo mezclando culturas. Ya lo había hecho en Moulin Rouge!, incluyendo Smells Like Teen Spirit, de Nirvana, a principios del siglo XX. Aquí la “confusión”, o la libertad creativa e histórica pasa también por ¿habría que decir insertar, mejor que incorporar? otras canciones fuera de sintonía -Britney Spears, agradecida-. Están el Elvis que movió la pelvis, está el parásito codicioso del Coronel Parker, y está el nacimiento del ídolo. OK, quizá los más jóvenes no supiera antes de entrar al cine que Elvis supo combinar los estilos musicales, la música negra y el blues, para sorprender a todos. Austin Butler y Tom Hanks La interpretación de Austin Butler es muy buena, aclarando que no se parece a Elvis. El actor que fue Tex Watson, la mano derecha de Charles Manson en Había una vez… en Hollywood está casi todo el tiempo en la pantalla… cuando no lo hace Tom Hanks. Porque el filme también pudo titularse incluyendo el nombre del Coronel. Como sea, Elvis es un espectáculo. ¿Que se resiente? Y, sí, pero que entretiene, entretiene.
Texto publicado en edición impresa.
Ya tuvimos películas sobre Freddie Mercury, ElthonJohn, ahora le toca el turno a Elvis Presley (Austin Butler), su vida y su música a través del punto de vista del coronel Tom Parker (Tom Hanks), una disección de su relación con el misterioso manager. La historia profundiza en la compleja dinámica que existía entre Presley y Parker que abarca más de 20 años, desde su ascenso a la fama hasta su desaparición física,en medio todo lo que se pueda exhibir del icono, no del sujeto, en el marco de la llamada revolución cultural. Como dijo Carlos Santana
GLORIOSA, ÉPICA e INOLVIDABLE. Más que una biografía tradicional se trata de un espectáculo musical que celebra de un modo pasional el arte de Elvis con una adición especial. Además es una película del director Baz Luhrmann que arrastra las excentricidades de su particular estilo narrativo. La primera media hora se podría titular Elvis: La montaña rusa donde el cineasta vuelve loco a los espectadores con una narración no lineal frenética, que incluye viñetas de cómics, piezas de hip hop y esa puesta en escena especial que suelen tener sus secuencias musicales. Luego baja un poco la intensidad pero en todo momento queda claro que esta producción lleva el sello del creador de Moulin Rouge. Si bien el relato se apega más de lo esperado a los hechos verídicos, Luhrmann aborda la vida de Presley como si se tratara de una fábula mítica. La versión rockera de The Once and Future King, de T.H. White, con la diferencia que no asistimos al ascenso y caída del monarca de Camelot sino del Rey de Graceland. Esta producción toma el riesgo de contar los hechos desde la perspectiva del manager de Elvis, el Coronel Tom Parker, quien históricamente fue representado como la encarnación humana de Drácula, Lex Luthor y el Diablo. Hace 30 años el fandom pasional del cantante probablemente hubiera colgado a Luhrmann en una plaza de Memphis por hacer esta película. Sin embargo desde mediados de la década de 1990 numerosos biógrafos empezaron a cuestionar la figura maléfica de Parker con el fin de estudiar la compleja personalidad del productor musical y su relación con Presley. El director tuvo en cuenta esta cuestión y optó por narrar los hechos sin imponer un juicio directo sobre los personajes. Aunque la trama no redime a Parker y retrata con claridad sus prácticas sucias, también muestra el ingenio y la astucia que tenía para desenvolverse en el mundo del espectáculo. En la actualidad la familia Presley todavía factura mensualmente millones de dólares con la misma línea de merchandising que el Coronel creó en los años ´50 y el film no ignora estas cuestiones. Una enorme virtud de esta propuesta reside en el modo inteligente en que comprimió la historia de vida del artista dentro de una producción de 159 minutos. Obviamente hay un montón de cosas que quedaron afuera y otras se cambiaron para darle una mayor estructura dramática a la película pero lo más atractivo e importante está presente. El director nos regala algunos momentos hermosos donde podemos ver a Elvis junto a B.B King, Sister Rosetta Tharpe y Little Richards (en escenas que tienen la función de subrayar sus influencias musicales) y le otorga un espacio generoso a la gesta del histórico especial de televisión de 1968. Un evento muy especial ya que fue la primera vez que Presley se rebeló ante su manager para explotar su máxima faceta creativa con la ayuda de los productores de los Rolling Stones que revivieron su carrera. Toda la interna detrás del programa es muy divertida y si no te emocionás con la secuencia musical de If I Can Dream revisá tu pulso porque estás muerto y no lo sabías. Los hechos no se desarrollaron exactamente de esa manera pero Luhrmann lo convierte en un momento mágico muy especial donde la biopic tradicional se fusiona con la fábula mítica. Durante el desarrollo del film el argumento consigue explorar todas las facetas de la personalidad de Elvis y la industria del espectáculo que eventualmente se lo fagocitó. En lo referido a las interpretaciones del reparto Austin Butler, quien hasta no hace mucho tiempo era una figura juvenil de Nickelodeon, sorprende con la versión definitiva de Presley en el cine. Aunque físicamente no se parece tanto al artista a través de su composición se pierde por completo en el personaje para darle vida de un modo especial. En el pasado Kurt Russell y Jonathan Rhys Meyer brindaron muy buenos trabajos en otras biografías que se concentraban en momentos específicos de esta historia. Sin embargo, la labor de Butler tiene un mérito mayor ya que tuvo que trabajar la transición del personaje en la diversas etapas de su vida y el resultado es estupendo. El Coronel Parker de Tom Hanks es un caso diferente y puede dividir las opiniones. En lo personal no me disgustó y tiene sus buenos momentos pero creo que debe ser tomado como la versión excéntrica del manager que uno imaginaría encontrar en una película de Luhrmann. La puesta en escena no decepciona en absoluto y está al nivel de la jerarquía artística que se espera de este director. En esta oportunidad sorprende con el nivel de detalles demenciales que tiene la reconstrucción de los diversos períodos temporales en lo referido a las vestimentas y peinados. Cuestiones que no pasarán desapercibidas por los fans de Elvis que van desde el legendario conjunto rosa con el que se presentaba el artista en los años ´50 a la apariencia del público en el especial del ´68 que es exactamente igual a la del material televisivo. Elementos que tranquilamente se podían haber omitido pero están presentes en el film y resaltan la enorme dedicación que le puso el realizador a este trabajo. Amé esta película y la recomiendo. Uno de los mejores espectáculos hollywoodenses del año que deben ser disfrutado en la mejor pantalla posible.
Esperaba mucho esta película. Amo profundamente a Elvis y amo del cine de Baz Luhrman, Moulin Rouge (2001) es uno de mis films preferidos de todos los tiempos. Hay unas cuantas biopics de “El Rey”, siendo alguna que otra buena tal como Elvis (1979), donde Kurt Russell interpretó a la leyenda del rock un par de años después de su muerte. Pero sin duda alguna este estreno es lo mejor y va a ser insuperable. Luhrman nos mete en su frenesí narrativo donde cada plano es un cuadro y cada secuencia es una experiencia. Obvio que edulcorada y obvio que alterada, pero no por ello menos épica. La puesta es increíble y todos y cada uno de los elementos, ya sea la escenografía , el vestuario, maquillaje y demás, merecen estar premiados. Amén de eso, lo que logra Austin Butler es apabullante y aquí una futura frase hecha: “Logra que el verdadero Elvis se apodere de su cuerpo, no solo en movimientos sino también en características muy distintivas”. Butler no hace algo del estilo Rami Malek en Bohemian Rhapsody (2018) sino más en la senda de Taron Egerton en Rocketman (2019). O sea, no calcar (incluso con prótesis) al verdadero sino más bien hacer una versión de él, pero aún conservando rasgos propios. El resultado es una maravilla y una catapulta para el intérprete. Y lo que le termina de dar jerarquía a la película es Tom Hanks, quien siempre hace todo excelente y/o “Oscarizable”. Aquí su interpretación del polémico Coronel Parker es sublime. Y que la película esté contada desde su memoria y punto de vista, lo hace aún más especial. Cada uno -más aún si es fan- tendrá sus quejas y/o secuencia favorita. La mía definitivamente es cuando canta Unchained Melody semanas antes de su muerte, no solo por cómo los trasmite sino porque es un calco a la realidad, pero de manera más ampliada y cinematográfica. En síntesis, Elvis es un viaje adrenalínico y nostálgico con sello propio: Baz Luhrman, quien nos regala la biopic musical más épica de la historia del cine.
“¿Naces con un destino o simplemente toca a tu puerta?” Este no sería el primer film que trata de abordar la fascinante y ciclotímica historia del legendario Rey del Rock & Roll, Elvis Presley. Sin embargo, “Elvis” es un proyecto ambicioso que viene bajo el brazo del visionario cineasta, Baz Luhrmann (director de la mítica Moulin Rouge y El Gran Gatsby), que por medio de su desorbitado estilo kitsch, explora la vida y música del gran ícono del rock a través de su compleja relación con su enigmático manager, “Coronel” Tom Parker. Escrita por Luhrmann y Jeremy Done, y narrada desde la mirada del Coronel Parker, la película recorre especialmente los primeros años de Elvis Presley como artista, dándole vital importancia a su origen y a su infancia. En 1948, luego de la encarcelación de su padre, su familia debe mudarse desde Mississippi a Memphis, a un barrio habitado en su mayoría por afroamericanos. Al haber sido criado bajo el espíritu del gospel, la música negra terminaría siendo una enorme influencia en su repertorio musical, con un especial impacto en él como artista. Con la sorprendente interpretación magistral de Austin Butler en la piel del Rey, y con la increíble transformación de Tom Hanks en el Coronel, la película se concentra en abarcar más de 20 años de carrera del músico por medio de la particular dinámica entre Presley y Parker: desde su ascenso a la fama hasta su estrellato sin precedente, pasando por sus distintas facetas musicales tan visualmente particulares. Si bien “Elvis” es un filme biográfico especialmente adrenalínico -en el cual se obvian algunas cuestiones polémicas del artista- es a la vez un chillante retrato pop que hace culto a la figura de Elvis y lo que él simbolizaba en el panorama cultural y racial de los Estados Unidos durante la década de los 50 y de los 70. Con una estética tan estridente como la misma personalidad del músico, “Elvis” es una montaña rusa anfetamínica que no da respiro ni pausas, prácticamente como la vida misma del Rey del Rock.
Elvis es la sexta película de Baz Luhrmann, un hecho bastante curioso teniendo en cuenta la popularidad de algunos de sus títulos. Nueve años pasaron de su film anterior, El gran Gatsby. Desde el inicio del proyecto en el año 2014, quedaba claro que era el director ideal para este título, aunque muchos otros realizadores podrían haber aportado otras miradas, sin ir más lejos John Carpenter en 1979. Pero Luhrmann tiene un sentido del espectáculo y una estética que lo hace parecer la versión director de cine de la ciudad de Las Vegas. Esa ciudad es, claro, una pieza clave dentro de la carrera de Elvis Presley. De todos los artistas del siglo XX, Elvis es uno de los más complejos y diversos y su vida incluye etapas muy diferentes entre sí, cada una marcada por características difíciles de aunar en un solo relato. Muchos biopics de artistas prefieren tomar solo un fragmento de una vida para evitarse los problemas de pasar por tantos momentos tan disímiles. Pero Baz Luhrmann no es un director al que le falte coraje o ambición, así que en esta película apuesta a cubrirlo todo. Ya se sabe que el corte original duraba cuatro horas, pero lo que quedó finalmente para el estreno son dos horas y media. Sin haber visto la versión más larga, nada de lo que podamos decir tiene mucho asidero, aun cuando los cortes más largos de las películas ambiciosas suelen ser más interesantes y logrados. Por ahora, ese no es nuestro problema. La película tiene un comienzo arrollador y una noticia que los primeros espectadores no tienen, aunque con el correr de los meses se vaya sabiendo más. La historia tiene dos protagonistas y solo uno de los dos es el narrador. Y no es Elvis (Austin Butler), sino su manager, el Coronel Tom Parker (Tom Hanks). Esto puede verse raro en un comienzo, porque no se compara la fama de ambos personajes. Mientras que cualquiera que conozca bien al músico conoce a Parker, la mayoría de los que solo conocen a Elvis por escucharlo no tienen la más remota idea de quien ese personaje raro, con un acento europeo y un aspecto poco agraciado. En ese sentido la película se debate entre aquellos que saben del tema y los que no tienen idea. La tesis de Elvis es muy sencilla: el Coronel Parker llevó a Presley a la gloria y al mismo tiempo lo condenó al desastre. Tal vez ambas cosas hubieran ocurrido sin él, pero eso nunca se sabrá. Baz Luhrmann juega a realizar un Fausto que le debe, secretamente, mucho a las opera rock de los setenta, incluyendo Fantasma en el paraíso. El éxito de Elvis Presley no tuvo nada que se le compare, ni antes ni después, su legado es gigantesco y está completamente vigente. Su influencia en la música supuso una revolución en aquel momento y lo sigue siendo hoy. Se han hecho muchas películas sobre él, cubriendo diferentes épocas de su vida, también documentales, series y su figura ha aparecido, aunque sea de forma breve, como un personaje clave de la cultura popular. Esto sin sumar sus participaciones televisivas, su famoso especial de 1968 y sus treinta largometrajes. ¿Puede una película captar todo eso? Hay que sumarle su vínculo con la música afroamericana, el góspel, el blues, su herencia de la música country y su convivencia con diferentes modas. Su paso por el ejército, su época de paranoia, su condición de mito y su vida privada. La película intenta -y logra- cubrir todo eso. Ahora bien, esto es Baz Luhrmann, por lo que algunas de las cosas que cubre la película pasan a toda velocidad, en gran parte son imposibles de registrar completamente. Algunos momentos son sublimes e invitan, como siempre en este realizador, a ver el largometraje más de una vez. Sin embargo lo abrumador tiene un efecto más logrado en los primeros momentos del film. La escena en la que él sube al escenario y comienza la locura en el público pone la piel de gallina. Es un momento puramente cinematográfico. Si uno no conoce a Elvis, por primera vez alguien nos explica qué fue lo que hizo y, simplificaciones aparte, como logró lo que logró. Lo que no se entiende con imágenes lo explicará la voz en off del Coronel Parker, pero no tendrá el mismo efecto. Más aún, el acento marcado y la ironía permanente son un recurso que se va apagando con el correr de los minutos. La película no se hace larga porque no cuente cosas interesantes, se alarga porque resulta difícil seguir acumulando información. No es irónico decir que si fuera más larga, se sentiría tal vez más divertida. El montaje frenético y brillante de la película deja de golpear con la misma calidad. O tal vez sea glorioso ver un ascenso y menos interesante ver una decadencia. Pero de lo que no hay duda alguna es que se trata de un largometraje en el sentido más bello del término. Narración potente, actores dándolo todo, decorados increíbles y el vestuario inagotable que uno puede imaginar. El amor de Baz Luhrmann por el gran espectáculo siempre es bienvenido. No es Moulin Rouge pero mantiene la alegría de filmar que también se veía en Romeo + Julieta. El actor es directamente Elvis y la película juega al final con esa mimetización. Si algún ser humano sale de ver esta película sin cantar las canciones, entonces es sordo o está muerto. La vitalidad y la energía del Rey del Rock están captadas a la perfección.
Elvis Presley empieza a ser conocido en la década del 50 y desarrolla su carrera junto a su manager el coronel Tom Parker. El cantante tuvo muchos altibajos en su vida y una relación compleja con las personas de su entorno. “Elvis” es un drama biográfico sobre la vida del famoso cantante Elvis Presley desde su salto a la fama hasta su prematura muerte en 1977. Esta película fue presentada por primera vez en el festival de Cannes el pasado 25 de mayo de 2022. Su estreno en Argentina fue programado para el 15 de julio del mismo año. Con una duración de 2 horas 40 minutos aproximadamente se nos presenta la historia de un personaje emblemático de la música de los 60’. El film es un poco largo, pero no hay ninguna escena que parece sobrar, sino que algunas son demasiado largas, aun así este largometraje se puede disfrutar y está muy bien hecho. La música y la estética general me gustó mucho, en especial cuándo hacen paralelismos entre la ficción e imágenes reales del cantante. Creo que es un film que emociona más allá de lo que sepa uno o no sobre la historia. Cabe destacar que el actor protagonista, Austin Butler es quién realmente canta en la película y lo hace de una manera espectacular. Creo que eligieron a la persona perfecta para el papel. Se destacan las actuaciones de Austin Butler (Elvis Presley), Tom Hanks (Tom Parker) y Olivia DeJonge (Priscilla Presley).
La extravagante y tormentosa vida de Elvis Presley ha sido siempre una página irresistible tanto para melómanos como para historiados y curiosos. Originario de Tupelo, un barrio humilde de Mississippi, la leyenda del Rock supo beber de la música góspel que escuchaba en la Iglesia, refugio de las familias obreras, así como también de las melodías country y aquellos sonidos bluseros provocadores que convocaban a la comunidad afroamericana en aquelarres de nostalgia y sensualidad en la famosa calle Beale de Memphis. Fue la fusión de estos mundos lo que configuró el lenguaje artístico de Elvis y le permitió elevarse entre la generación de baby boomers, hambrientos de nuevos referentes. Search Alta Peli Alta Peli CRÍTICASElvis, de Baz Luhrmann (REVIEW) ByGiuliana BleekerPublished on 11/07/2022 El director de Moulin Rouge! imprime su estilo exuberante y embriagador en Elvis, la biopic heterodoxa del Rey del Rock and Roll. Crítica a continuación. La extravagante y tormentosa vida de Elvis Presley ha sido siempre una página irresistible tanto para melómanos como para historiados y curiosos. Originario de Tupelo, un barrio humilde de Mississippi, la leyenda del Rock supo beber de la música góspel que escuchaba en la Iglesia, refugio de las familias obreras, así como también de las melodías country y aquellos sonidos bluseros provocadores que convocaban a la comunidad afroamericana en aquelarres de nostalgia y sensualidad en la famosa calle Beale de Memphis. Fue la fusión de estos mundos lo que configuró el lenguaje artístico de Elvis y le permitió elevarse entre la generación de baby boomers, hambrientos de nuevos referentes. Contra todo pronóstico, lo que en un principio desconcertó a una audiencia de jovencitas sucumbida ante los movimientos prohibidos del músico rebelde, rápidamente acaparó la atención de los medios y los cazadores de talentos. El resto es historia: cientos de discos de oro y platino, películas, shows desbordantes y un melancólico descenso a los infiernos como prisionero de su fama en Las Vegas, ciudad donde encontró la muerte en 1977 producto de sus adicciones. Y si había alguien que podía plasmar, con el mismo nivel de euforia y épica, aquel remolino de sensaciones que significó la irrupción de Elvis durante los años ’50 en la sociedad norteamericana, definitivamente ese era Baz Luhrmann. Fiel a su estilo excesivo y teatral, el director australiano responsable de la ópera pop Moulin Rouge! (2001) y de la adaptación de El Gran Gatsby (2013), presenta en Elvis una historia frenética que parece salida de las historietas que leía el cantautor, con villano propio incluido, aventuras y sus típicos mashups que compaginan diversos estilos y épocas. Como en una montaña rusa, Luhrmann recorre el origen, esplendor, la construcción del mito y la apresurada caída de uno de los personajes más importantes del siglo XX. Search Alta Peli Alta Peli CRÍTICASElvis, de Baz Luhrmann (REVIEW) ByGiuliana BleekerPublished on 11/07/2022 El director de Moulin Rouge! imprime su estilo exuberante y embriagador en Elvis, la biopic heterodoxa del Rey del Rock and Roll. Crítica a continuación. La extravagante y tormentosa vida de Elvis Presley ha sido siempre una página irresistible tanto para melómanos como para historiados y curiosos. Originario de Tupelo, un barrio humilde de Mississippi, la leyenda del Rock supo beber de la música góspel que escuchaba en la Iglesia, refugio de las familias obreras, así como también de las melodías country y aquellos sonidos bluseros provocadores que convocaban a la comunidad afroamericana en aquelarres de nostalgia y sensualidad en la famosa calle Beale de Memphis. Fue la fusión de estos mundos lo que configuró el lenguaje artístico de Elvis y le permitió elevarse entre la generación de baby boomers, hambrientos de nuevos referentes. Elvis, de Baz Luhrmann - Poster Contra todo pronóstico, lo que en un principio desconcertó a una audiencia de jovencitas sucumbida ante los movimientos prohibidos del músico rebelde, rápidamente acaparó la atención de los medios y los cazadores de talentos. El resto es historia: cientos de discos de oro y platino, películas, shows desbordantes y un melancólico descenso a los infiernos como prisionero de su fama en Las Vegas, ciudad donde encontró la muerte en 1977 producto de sus adicciones. Y si había alguien que podía plasmar, con el mismo nivel de euforia y épica, aquel remolino de sensaciones que significó la irrupción de Elvis durante los años ’50 en la sociedad norteamericana, definitivamente ese era Baz Luhrmann. Fiel a su estilo excesivo y teatral, el director australiano responsable de la ópera pop Moulin Rouge! (2001) y de la adaptación de El Gran Gatsby (2013), presenta en Elvis una historia frenética que parece salida de las historietas que leía el cantautor, con villano propio incluido, aventuras y sus típicos mashups que compaginan diversos estilos y épocas. Como en una montaña rusa, Luhrmann recorre el origen, esplendor, la construcción del mito y la apresurada caída de uno de los personajes más importantes del siglo XX. Elvis, nace una estrella Elvis da inicio en la década de los ’90 mostrando al Coronel Tom Parker (Tom Hanks), antiguo manager del músico, en el crepúsculo de su vida mientras rememora la oscura historia detrás de aquella relación y afirma haber sido el artífice detrás del icono. Narrado por la voz en off del Coronel, a quien Hanks le imprime un exagerado e intencional acento sureño, el relato traslada a la audiencia rápidamente a un momento clave: el recital de Louisiana Hayride en enero de 1955. Esa sería la fecha en que Parker, un veterano del ejército con un pasado secreto, conocería por primera vez a aquella voz misteriosa que había escuchado en la radio y que llamó su atención al descubrir que se trataba de un cantante blanco. En el momento en que Elvis Presley (Austin Butler) sube al escenario y la música empieza a sonar, el ritmo desenfadado y los movimientos pelvianos ultrasensuales hacen estallar al pequeño auditorio repleto de mujeres en pleno éxtasis. No había forma de que aquel chico de jopo engominado no fuera un éxito y el Coronel, quien en ese entonces se ganaba la vida como promotor de circo, era totalmente consciente de ello. Apelando a su poder de persuasión, el astuto representante convence al joven músico de trabajar con él, prometiendo no solo un contrato con una discográfica magna, como era la RCA, sino la posibilidad de ser conocido en todo el mundo. El camino a la gloria apenas estaba por comenzar. Search Alta Peli Alta Peli CRÍTICASElvis, de Baz Luhrmann (REVIEW) ByGiuliana BleekerPublished on 11/07/2022 El director de Moulin Rouge! imprime su estilo exuberante y embriagador en Elvis, la biopic heterodoxa del Rey del Rock and Roll. Crítica a continuación. La extravagante y tormentosa vida de Elvis Presley ha sido siempre una página irresistible tanto para melómanos como para historiados y curiosos. Originario de Tupelo, un barrio humilde de Mississippi, la leyenda del Rock supo beber de la música góspel que escuchaba en la Iglesia, refugio de las familias obreras, así como también de las melodías country y aquellos sonidos bluseros provocadores que convocaban a la comunidad afroamericana en aquelarres de nostalgia y sensualidad en la famosa calle Beale de Memphis. Fue la fusión de estos mundos lo que configuró el lenguaje artístico de Elvis y le permitió elevarse entre la generación de baby boomers, hambrientos de nuevos referentes. Elvis, de Baz Luhrmann - Poster Contra todo pronóstico, lo que en un principio desconcertó a una audiencia de jovencitas sucumbida ante los movimientos prohibidos del músico rebelde, rápidamente acaparó la atención de los medios y los cazadores de talentos. El resto es historia: cientos de discos de oro y platino, películas, shows desbordantes y un melancólico descenso a los infiernos como prisionero de su fama en Las Vegas, ciudad donde encontró la muerte en 1977 producto de sus adicciones. Y si había alguien que podía plasmar, con el mismo nivel de euforia y épica, aquel remolino de sensaciones que significó la irrupción de Elvis durante los años ’50 en la sociedad norteamericana, definitivamente ese era Baz Luhrmann. Fiel a su estilo excesivo y teatral, el director australiano responsable de la ópera pop Moulin Rouge! (2001) y de la adaptación de El Gran Gatsby (2013), presenta en Elvis una historia frenética que parece salida de las historietas que leía el cantautor, con villano propio incluido, aventuras y sus típicos mashups que compaginan diversos estilos y épocas. Como en una montaña rusa, Luhrmann recorre el origen, esplendor, la construcción del mito y la apresurada caída de uno de los personajes más importantes del siglo XX. Elvis, nace una estrella Elvis da inicio en la década de los ’90 mostrando al Coronel Tom Parker (Tom Hanks), antiguo manager del músico, en el crepúsculo de su vida mientras rememora la oscura historia detrás de aquella relación y afirma haber sido el artífice detrás del icono. Narrado por la voz en off del Coronel, a quien Hanks le imprime un exagerado e intencional acento sureño, el relato traslada a la audiencia rápidamente a un momento clave: el recital de Louisiana Hayride en enero de 1955. Esa sería la fecha en que Parker, un veterano del ejército con un pasado secreto, conocería por primera vez a aquella voz misteriosa que había escuchado en la radio y que llamó su atención al descubrir que se trataba de un cantante blanco. En el momento en que Elvis Presley (Austin Butler) sube al escenario y la música empieza a sonar, el ritmo desenfadado y los movimientos pelvianos ultrasensuales hacen estallar al pequeño auditorio repleto de mujeres en pleno éxtasis. No había forma de que aquel chico de jopo engominado no fuera un éxito y el Coronel, quien en ese entonces se ganaba la vida como promotor de circo, era totalmente consciente de ello. Apelando a su poder de persuasión, el astuto representante convence al joven músico de trabajar con él, prometiendo no solo un contrato con una discográfica magna, como era la RCA, sino la posibilidad de ser conocido en todo el mundo. El camino a la gloria apenas estaba por comenzar. En mayor o menor intensidad, la película revela los momentos imprescindibles en la vida del Rey del Rock. La influencia de la música afroamericana se manifiesta desde una óptica lisérgica, con escenas de estética onírica del pequeño Elvis en su Tupelo natal infiltrándose en reuniones secretas en carpas pentecostales repletas de humo, guitarras, voces rasposas y bailes libidinosos. Tiempo después, se puede ver a Elvis en su juventud por las calles de Memphis asistiendo a conciertos y compartiendo su arte con músicos de rhythm and blues como Big Mama Thornton (Shonka Dukureh), Big Boy Crudup (Gary Clark Jr.), BB King (Kelvin Harrison Jr.) y Little Richard (Alton Mason). Claramente, la biografía se posiciona en la vereda de enfrente de cualquier pensamiento popular que insinué que Elvis les haya robado su creatividad a los artistas negros. Más allá de todos aquellos elementos del montaje que alejan a Elvis de una biopic ortodoxa, Luhrmann mantiene cierta línea temporal que permite a los espectadores ser testigos de los porqués detrás del auge y declive de la leyenda. La ida de Elvis en 1958 y en pleno éxito musical al servicio militar en Alemania (plan ideado por Parker para calmar las aguas de quienes lo veían como una amenaza hacia la moral y las buenas costumbres), la relación sentimental con Priscilla (Olivia DeJonge), con quien se casaría y tendría su única hija, los recitales multitudinarios, los especiales televisivos, el consumo desmedido de anfetaminas y las revelaciones constantes de Elvis ante las imposiciones de su manager, impregnan este relato de 2 horas y 39 minutos de extensión. Search Alta Peli Alta Peli CRÍTICASElvis, de Baz Luhrmann (REVIEW) ByGiuliana BleekerPublished on 11/07/2022 El director de Moulin Rouge! imprime su estilo exuberante y embriagador en Elvis, la biopic heterodoxa del Rey del Rock and Roll. Crítica a continuación. La extravagante y tormentosa vida de Elvis Presley ha sido siempre una página irresistible tanto para melómanos como para historiados y curiosos. Originario de Tupelo, un barrio humilde de Mississippi, la leyenda del Rock supo beber de la música góspel que escuchaba en la Iglesia, refugio de las familias obreras, así como también de las melodías country y aquellos sonidos bluseros provocadores que convocaban a la comunidad afroamericana en aquelarres de nostalgia y sensualidad en la famosa calle Beale de Memphis. Fue la fusión de estos mundos lo que configuró el lenguaje artístico de Elvis y le permitió elevarse entre la generación de baby boomers, hambrientos de nuevos referentes. Elvis, de Baz Luhrmann - Poster Contra todo pronóstico, lo que en un principio desconcertó a una audiencia de jovencitas sucumbida ante los movimientos prohibidos del músico rebelde, rápidamente acaparó la atención de los medios y los cazadores de talentos. El resto es historia: cientos de discos de oro y platino, películas, shows desbordantes y un melancólico descenso a los infiernos como prisionero de su fama en Las Vegas, ciudad donde encontró la muerte en 1977 producto de sus adicciones. Y si había alguien que podía plasmar, con el mismo nivel de euforia y épica, aquel remolino de sensaciones que significó la irrupción de Elvis durante los años ’50 en la sociedad norteamericana, definitivamente ese era Baz Luhrmann. Fiel a su estilo excesivo y teatral, el director australiano responsable de la ópera pop Moulin Rouge! (2001) y de la adaptación de El Gran Gatsby (2013), presenta en Elvis una historia frenética que parece salida de las historietas que leía el cantautor, con villano propio incluido, aventuras y sus típicos mashups que compaginan diversos estilos y épocas. Como en una montaña rusa, Luhrmann recorre el origen, esplendor, la construcción del mito y la apresurada caída de uno de los personajes más importantes del siglo XX. Elvis, nace una estrella Elvis da inicio en la década de los ’90 mostrando al Coronel Tom Parker (Tom Hanks), antiguo manager del músico, en el crepúsculo de su vida mientras rememora la oscura historia detrás de aquella relación y afirma haber sido el artífice detrás del icono. Narrado por la voz en off del Coronel, a quien Hanks le imprime un exagerado e intencional acento sureño, el relato traslada a la audiencia rápidamente a un momento clave: el recital de Louisiana Hayride en enero de 1955. Esa sería la fecha en que Parker, un veterano del ejército con un pasado secreto, conocería por primera vez a aquella voz misteriosa que había escuchado en la radio y que llamó su atención al descubrir que se trataba de un cantante blanco. En el momento en que Elvis Presley (Austin Butler) sube al escenario y la música empieza a sonar, el ritmo desenfadado y los movimientos pelvianos ultrasensuales hacen estallar al pequeño auditorio repleto de mujeres en pleno éxtasis. No había forma de que aquel chico de jopo engominado no fuera un éxito y el Coronel, quien en ese entonces se ganaba la vida como promotor de circo, era totalmente consciente de ello. Apelando a su poder de persuasión, el astuto representante convence al joven músico de trabajar con él, prometiendo no solo un contrato con una discográfica magna, como era la RCA, sino la posibilidad de ser conocido en todo el mundo. El camino a la gloria apenas estaba por comenzar. En mayor o menor intensidad, la película revela los momentos imprescindibles en la vida del Rey del Rock. La influencia de la música afroamericana se manifiesta desde una óptica lisérgica, con escenas de estética onírica del pequeño Elvis en su Tupelo natal infiltrándose en reuniones secretas en carpas pentecostales repletas de humo, guitarras, voces rasposas y bailes libidinosos. Tiempo después, se puede ver a Elvis en su juventud por las calles de Memphis asistiendo a conciertos y compartiendo su arte con músicos de rhythm and blues como Big Mama Thornton (Shonka Dukureh), Big Boy Crudup (Gary Clark Jr.), BB King (Kelvin Harrison Jr.) y Little Richard (Alton Mason). Claramente, la biografía se posiciona en la vereda de enfrente de cualquier pensamiento popular que insinué que Elvis les haya robado su creatividad a los artistas negros. Más allá de todos aquellos elementos del montaje que alejan a Elvis de una biopic ortodoxa, Luhrmann mantiene cierta línea temporal que permite a los espectadores ser testigos de los porqués detrás del auge y declive de la leyenda. La ida de Elvis en 1958 y en pleno éxito musical al servicio militar en Alemania (plan ideado por Parker para calmar las aguas de quienes lo veían como una amenaza hacia la moral y las buenas costumbres), la relación sentimental con Priscilla (Olivia DeJonge), con quien se casaría y tendría su única hija, los recitales multitudinarios, los especiales televisivos, el consumo desmedido de anfetaminas y las revelaciones constantes de Elvis ante las imposiciones de su manager, impregnan este relato de 2 horas y 39 minutos de extensión. La segunda mitad de Elvis encuentra al músico desesperado por desvincularse de las intenciones marketineras de Parker de convertirlo en un producto familiar y volver a abrazar su estilo salvaje, uniendo fuerzas con un implacable productor. Sin embargo, el Coronel nunca deja de tirar de los hilos y cual títere, Elvis es engañado para continuar trabajando a merced de las deudas y vicios del hombre de negocios. Una situación agobiante que termina conduciendo al artista hacia la etapa más triste de su vida, con su cuerpo deteriorado y resignado a entregar sus últimos años a conciertos exclusivos en el Hotel Internacional de Las Vegas. Un Elvis para la generación MTV La película de Elvis es todo lo que cabría esperar de un proyecto de Baz Luhrmann, con los pros y contras que esta frase implica. La edición, llena de estímulos visuales artificiosos, los cortes rápidos y los movimientos vertiginosos de cámara, forman parte de las marcas a las que nos tiene acostumbrado el director. Un aspecto que seguramente sea lo que más divida aguas en esta ocasión, teniendo en cuenta que fuera de los brillos y la opulencia, lo que al público le interesa ver es al hombre de carne y hueso detrás del mito. De alguna forma, aquella conexión se consigue y aunque resulte paradójico, el Elvis de arriba del escenario es retratado con una cercanía y una sensibilidad que dice mucho más de su persona que cualquier otra escena de su vida cotidiana. Search Alta Peli Alta Peli CRÍTICASElvis, de Baz Luhrmann (REVIEW) ByGiuliana BleekerPublished on 11/07/2022 El director de Moulin Rouge! imprime su estilo exuberante y embriagador en Elvis, la biopic heterodoxa del Rey del Rock and Roll. Crítica a continuación. La extravagante y tormentosa vida de Elvis Presley ha sido siempre una página irresistible tanto para melómanos como para historiados y curiosos. Originario de Tupelo, un barrio humilde de Mississippi, la leyenda del Rock supo beber de la música góspel que escuchaba en la Iglesia, refugio de las familias obreras, así como también de las melodías country y aquellos sonidos bluseros provocadores que convocaban a la comunidad afroamericana en aquelarres de nostalgia y sensualidad en la famosa calle Beale de Memphis. Fue la fusión de estos mundos lo que configuró el lenguaje artístico de Elvis y le permitió elevarse entre la generación de baby boomers, hambrientos de nuevos referentes. Elvis, de Baz Luhrmann - Poster Contra todo pronóstico, lo que en un principio desconcertó a una audiencia de jovencitas sucumbida ante los movimientos prohibidos del músico rebelde, rápidamente acaparó la atención de los medios y los cazadores de talentos. El resto es historia: cientos de discos de oro y platino, películas, shows desbordantes y un melancólico descenso a los infiernos como prisionero de su fama en Las Vegas, ciudad donde encontró la muerte en 1977 producto de sus adicciones. Y si había alguien que podía plasmar, con el mismo nivel de euforia y épica, aquel remolino de sensaciones que significó la irrupción de Elvis durante los años ’50 en la sociedad norteamericana, definitivamente ese era Baz Luhrmann. Fiel a su estilo excesivo y teatral, el director australiano responsable de la ópera pop Moulin Rouge! (2001) y de la adaptación de El Gran Gatsby (2013), presenta en Elvis una historia frenética que parece salida de las historietas que leía el cantautor, con villano propio incluido, aventuras y sus típicos mashups que compaginan diversos estilos y épocas. Como en una montaña rusa, Luhrmann recorre el origen, esplendor, la construcción del mito y la apresurada caída de uno de los personajes más importantes del siglo XX. Elvis, nace una estrella Elvis da inicio en la década de los ’90 mostrando al Coronel Tom Parker (Tom Hanks), antiguo manager del músico, en el crepúsculo de su vida mientras rememora la oscura historia detrás de aquella relación y afirma haber sido el artífice detrás del icono. Narrado por la voz en off del Coronel, a quien Hanks le imprime un exagerado e intencional acento sureño, el relato traslada a la audiencia rápidamente a un momento clave: el recital de Louisiana Hayride en enero de 1955. Esa sería la fecha en que Parker, un veterano del ejército con un pasado secreto, conocería por primera vez a aquella voz misteriosa que había escuchado en la radio y que llamó su atención al descubrir que se trataba de un cantante blanco. En el momento en que Elvis Presley (Austin Butler) sube al escenario y la música empieza a sonar, el ritmo desenfadado y los movimientos pelvianos ultrasensuales hacen estallar al pequeño auditorio repleto de mujeres en pleno éxtasis. No había forma de que aquel chico de jopo engominado no fuera un éxito y el Coronel, quien en ese entonces se ganaba la vida como promotor de circo, era totalmente consciente de ello. Apelando a su poder de persuasión, el astuto representante convence al joven músico de trabajar con él, prometiendo no solo un contrato con una discográfica magna, como era la RCA, sino la posibilidad de ser conocido en todo el mundo. El camino a la gloria apenas estaba por comenzar. En mayor o menor intensidad, la película revela los momentos imprescindibles en la vida del Rey del Rock. La influencia de la música afroamericana se manifiesta desde una óptica lisérgica, con escenas de estética onírica del pequeño Elvis en su Tupelo natal infiltrándose en reuniones secretas en carpas pentecostales repletas de humo, guitarras, voces rasposas y bailes libidinosos. Tiempo después, se puede ver a Elvis en su juventud por las calles de Memphis asistiendo a conciertos y compartiendo su arte con músicos de rhythm and blues como Big Mama Thornton (Shonka Dukureh), Big Boy Crudup (Gary Clark Jr.), BB King (Kelvin Harrison Jr.) y Little Richard (Alton Mason). Claramente, la biografía se posiciona en la vereda de enfrente de cualquier pensamiento popular que insinué que Elvis les haya robado su creatividad a los artistas negros. Más allá de todos aquellos elementos del montaje que alejan a Elvis de una biopic ortodoxa, Luhrmann mantiene cierta línea temporal que permite a los espectadores ser testigos de los porqués detrás del auge y declive de la leyenda. La ida de Elvis en 1958 y en pleno éxito musical al servicio militar en Alemania (plan ideado por Parker para calmar las aguas de quienes lo veían como una amenaza hacia la moral y las buenas costumbres), la relación sentimental con Priscilla (Olivia DeJonge), con quien se casaría y tendría su única hija, los recitales multitudinarios, los especiales televisivos, el consumo desmedido de anfetaminas y las revelaciones constantes de Elvis ante las imposiciones de su manager, impregnan este relato de 2 horas y 39 minutos de extensión. La segunda mitad de Elvis encuentra al músico desesperado por desvincularse de las intenciones marketineras de Parker de convertirlo en un producto familiar y volver a abrazar su estilo salvaje, uniendo fuerzas con un implacable productor. Sin embargo, el Coronel nunca deja de tirar de los hilos y cual títere, Elvis es engañado para continuar trabajando a merced de las deudas y vicios del hombre de negocios. Una situación agobiante que termina conduciendo al artista hacia la etapa más triste de su vida, con su cuerpo deteriorado y resignado a entregar sus últimos años a conciertos exclusivos en el Hotel Internacional de Las Vegas. Un Elvis para la generación MTV La película de Elvis es todo lo que cabría esperar de un proyecto de Baz Luhrmann, con los pros y contras que esta frase implica. La edición, llena de estímulos visuales artificiosos, los cortes rápidos y los movimientos vertiginosos de cámara, forman parte de las marcas a las que nos tiene acostumbrado el director. Un aspecto que seguramente sea lo que más divida aguas en esta ocasión, teniendo en cuenta que fuera de los brillos y la opulencia, lo que al público le interesa ver es al hombre de carne y hueso detrás del mito. De alguna forma, aquella conexión se consigue y aunque resulte paradójico, el Elvis de arriba del escenario es retratado con una cercanía y una sensibilidad que dice mucho más de su persona que cualquier otra escena de su vida cotidiana. Por otro lado, es interesante cómo diversas expresiones de la cultura pop, entre las que podemos nombrar el cómic, el videoclip y hasta el hip hop contemporáneo, se compaginan tan fantásticamente en esta obra de época que, al igual que el mesías del rock and roll, también se vale de su imaginería kitsch. Esto, sumado a un diseño de producción meticuloso que proyecta la esencia de cada momento y lugar, de Memphis a Las Vegas, y a un poderoso vestuario a cargo de la diseñadora Catherine Martin (Moulin Rouge!), hacen de Elvis una biopic visualmente vibrante e hipnótica. Search Alta Peli Alta Peli CRÍTICASElvis, de Baz Luhrmann (REVIEW) ByGiuliana BleekerPublished on 11/07/2022 El director de Moulin Rouge! imprime su estilo exuberante y embriagador en Elvis, la biopic heterodoxa del Rey del Rock and Roll. Crítica a continuación. La extravagante y tormentosa vida de Elvis Presley ha sido siempre una página irresistible tanto para melómanos como para historiados y curiosos. Originario de Tupelo, un barrio humilde de Mississippi, la leyenda del Rock supo beber de la música góspel que escuchaba en la Iglesia, refugio de las familias obreras, así como también de las melodías country y aquellos sonidos bluseros provocadores que convocaban a la comunidad afroamericana en aquelarres de nostalgia y sensualidad en la famosa calle Beale de Memphis. Fue la fusión de estos mundos lo que configuró el lenguaje artístico de Elvis y le permitió elevarse entre la generación de baby boomers, hambrientos de nuevos referentes. Elvis, de Baz Luhrmann - Poster Contra todo pronóstico, lo que en un principio desconcertó a una audiencia de jovencitas sucumbida ante los movimientos prohibidos del músico rebelde, rápidamente acaparó la atención de los medios y los cazadores de talentos. El resto es historia: cientos de discos de oro y platino, películas, shows desbordantes y un melancólico descenso a los infiernos como prisionero de su fama en Las Vegas, ciudad donde encontró la muerte en 1977 producto de sus adicciones. Y si había alguien que podía plasmar, con el mismo nivel de euforia y épica, aquel remolino de sensaciones que significó la irrupción de Elvis durante los años ’50 en la sociedad norteamericana, definitivamente ese era Baz Luhrmann. Fiel a su estilo excesivo y teatral, el director australiano responsable de la ópera pop Moulin Rouge! (2001) y de la adaptación de El Gran Gatsby (2013), presenta en Elvis una historia frenética que parece salida de las historietas que leía el cantautor, con villano propio incluido, aventuras y sus típicos mashups que compaginan diversos estilos y épocas. Como en una montaña rusa, Luhrmann recorre el origen, esplendor, la construcción del mito y la apresurada caída de uno de los personajes más importantes del siglo XX. Elvis, nace una estrella Elvis da inicio en la década de los ’90 mostrando al Coronel Tom Parker (Tom Hanks), antiguo manager del músico, en el crepúsculo de su vida mientras rememora la oscura historia detrás de aquella relación y afirma haber sido el artífice detrás del icono. Narrado por la voz en off del Coronel, a quien Hanks le imprime un exagerado e intencional acento sureño, el relato traslada a la audiencia rápidamente a un momento clave: el recital de Louisiana Hayride en enero de 1955. Esa sería la fecha en que Parker, un veterano del ejército con un pasado secreto, conocería por primera vez a aquella voz misteriosa que había escuchado en la radio y que llamó su atención al descubrir que se trataba de un cantante blanco. En el momento en que Elvis Presley (Austin Butler) sube al escenario y la música empieza a sonar, el ritmo desenfadado y los movimientos pelvianos ultrasensuales hacen estallar al pequeño auditorio repleto de mujeres en pleno éxtasis. No había forma de que aquel chico de jopo engominado no fuera un éxito y el Coronel, quien en ese entonces se ganaba la vida como promotor de circo, era totalmente consciente de ello. Apelando a su poder de persuasión, el astuto representante convence al joven músico de trabajar con él, prometiendo no solo un contrato con una discográfica magna, como era la RCA, sino la posibilidad de ser conocido en todo el mundo. El camino a la gloria apenas estaba por comenzar. En mayor o menor intensidad, la película revela los momentos imprescindibles en la vida del Rey del Rock. La influencia de la música afroamericana se manifiesta desde una óptica lisérgica, con escenas de estética onírica del pequeño Elvis en su Tupelo natal infiltrándose en reuniones secretas en carpas pentecostales repletas de humo, guitarras, voces rasposas y bailes libidinosos. Tiempo después, se puede ver a Elvis en su juventud por las calles de Memphis asistiendo a conciertos y compartiendo su arte con músicos de rhythm and blues como Big Mama Thornton (Shonka Dukureh), Big Boy Crudup (Gary Clark Jr.), BB King (Kelvin Harrison Jr.) y Little Richard (Alton Mason). Claramente, la biografía se posiciona en la vereda de enfrente de cualquier pensamiento popular que insinué que Elvis les haya robado su creatividad a los artistas negros. Más allá de todos aquellos elementos del montaje que alejan a Elvis de una biopic ortodoxa, Luhrmann mantiene cierta línea temporal que permite a los espectadores ser testigos de los porqués detrás del auge y declive de la leyenda. La ida de Elvis en 1958 y en pleno éxito musical al servicio militar en Alemania (plan ideado por Parker para calmar las aguas de quienes lo veían como una amenaza hacia la moral y las buenas costumbres), la relación sentimental con Priscilla (Olivia DeJonge), con quien se casaría y tendría su única hija, los recitales multitudinarios, los especiales televisivos, el consumo desmedido de anfetaminas y las revelaciones constantes de Elvis ante las imposiciones de su manager, impregnan este relato de 2 horas y 39 minutos de extensión. La segunda mitad de Elvis encuentra al músico desesperado por desvincularse de las intenciones marketineras de Parker de convertirlo en un producto familiar y volver a abrazar su estilo salvaje, uniendo fuerzas con un implacable productor. Sin embargo, el Coronel nunca deja de tirar de los hilos y cual títere, Elvis es engañado para continuar trabajando a merced de las deudas y vicios del hombre de negocios. Una situación agobiante que termina conduciendo al artista hacia la etapa más triste de su vida, con su cuerpo deteriorado y resignado a entregar sus últimos años a conciertos exclusivos en el Hotel Internacional de Las Vegas. Un Elvis para la generación MTV La película de Elvis es todo lo que cabría esperar de un proyecto de Baz Luhrmann, con los pros y contras que esta frase implica. La edición, llena de estímulos visuales artificiosos, los cortes rápidos y los movimientos vertiginosos de cámara, forman parte de las marcas a las que nos tiene acostumbrado el director. Un aspecto que seguramente sea lo que más divida aguas en esta ocasión, teniendo en cuenta que fuera de los brillos y la opulencia, lo que al público le interesa ver es al hombre de carne y hueso detrás del mito. De alguna forma, aquella conexión se consigue y aunque resulte paradójico, el Elvis de arriba del escenario es retratado con una cercanía y una sensibilidad que dice mucho más de su persona que cualquier otra escena de su vida cotidiana. Por otro lado, es interesante cómo diversas expresiones de la cultura pop, entre las que podemos nombrar el cómic, el videoclip y hasta el hip hop contemporáneo, se compaginan tan fantásticamente en esta obra de época que, al igual que el mesías del rock and roll, también se vale de su imaginería kitsch. Esto, sumado a un diseño de producción meticuloso que proyecta la esencia de cada momento y lugar, de Memphis a Las Vegas, y a un poderoso vestuario a cargo de la diseñadora Catherine Martin (Moulin Rouge!), hacen de Elvis una biopic visualmente vibrante e hipnótica. La actuación de Austin Butler como el legendario Elvis resulta más que gratificante. Lejos de las parodias que tanto han azotado al Rey, el joven actor que participó en las últimas películas tanto de Jim Jarmusch como de Quentin Tarantino, combina armoniosamente el arte provocador de Elvis con su personalidad empática, sensible y por momentos, extremadamente frágil. No se puede decir lo mismo de parte de Tom Hanks, a quien la configuración del Coronel como un villano hiper caricaturesco no le concede mucho margen de trabajo.
Es una película musical con acento melodramático, absolutamente desmesurada, como es el sello de su creador Baz Luhrmann. Y como se comprueba, del tamaño de su admiración por un hombre que cambio la historia de la música popular, la relación del ídolo con la pasión desatada de sus fans, y la oscura y tremenda historia con su abusivo representante el Coronel Parker. Los momentos musicales son fantásticos, colores intensos, explosión del lenguaje del videoclip, graficas retro, una edición intensa que logra un impacto visual realmente asombroso. Y además los temas de Elvis remasterizados y reeditados, con otros temas contemporáneos, como suele hacer su habitual supervisor musical Anton Monsted. Las partes musicales son electrizantes, recargadas, y hasta agotadoras. En el centro de ese fervor Austin Butler que no solo se dedico a moverse como Elvis, no es un imitador, sino que se metió en la piel de un ídolo desde que comienza su carrera hasta su decadencia final. Esta composición con su rostro aniñado y bello, desvalido por momentos y transformado sobre el escenario seguramente será premiada. Toda la visión del origen, con ese niño que abreva de la canción afro-americana y el góspel y la conjugación única, nunca vista de en un cantante blanco, mas los custodios de la moral y la persecución de las agencias de inteligencia, y los asesinatos de los Kennedy y Martin Luther King, ubican inteligentemente a la película en su contexto histórico. Pero en el centro de la historia, el narrador elegido, es sencillamente repelente; ese descubridor, representante y manipulador que definió la carrera de Elvis, es un negro por momentos indigerible. Tom Hanks, en un personaje único en su carrera, aun debajo de toneladas de siliconas para transformar su rostro en un esfuerzo grotesco e innecesario, encarna a un ser repugnante, un ladrón sin medida ni piedad, su elección como narrador desagrada. En este melodrama agigantado, es el diablo que solo sabe utilizar a ese ídolo- cuya construcción se atribuye-para exprimirle hasta su última gota de sangre. Un ser repugnante frente a otro lleno de luz. Con un Elvis decadente, casi desmayado, solo dice “Lo único que me interesa es que este hombre suba al escenario esta noche”. No importa como reanimarlo. La película no tiene una narrativa fluida, elige momentos, elige que resaltar y se olvida de personajes tan ricos como la madre de Elvis o Priscilla, su gran amor. Pero en su caprichosa, desorbitada concepción y extensión (dos hora y media) también conmueve, tiene un corazón que late desgarrado y fascina. Por eso hay que verla.
"Elvis", de Baz Luhrmann: los excesos del personaje son también los del director. El director de "El gran Gatsby" consigue que su estilo afectado le haga honor a la figura del legendario cantante, yendo de un extremo al otro de su vida. ¿Cómo filmar un mito? Esa debe haber sido la pregunta que le rompió la cabeza a Baz Luhrmann cuando aceptó el desafío de dirigir una biopic de Elvis Presley, rey del rock and roll, el hombre que revolucionó la cultura universal justo a mitad del siglo XX (y que no vivió para contarlo). Especialista en hacer películas donde la música ocupa un rol protagónico –aunque no siempre se trata de comedias musicales—, el cineasta australiano aparecía como uno de los candidatos naturales para encabezar el proyecto. Entre sus virtudes se encuentran la capacidad para hacer que lo sonoro se convierta en el hilo sobre el cual el drama discurre en sus películas y la particular habilidad para abordar el montaje como quien lee una partitura. Es por eso que en sus trabajos el ritmo narrativo es tan importante, incluso en los menos musicales de ellos, como su adaptación de la novela El gran Gatsby (2013), obra magna del escritor Scott Fitzgerald. Todo eso está presente en Elvis. Sin embargo, la tendencia al manierismo, que convierte a sus películas en ejercicios barrocos signados por la exuberancia estética, aparecía como una incógnita. No es que los excesos (estéticos y de los otros) no formaran parte de la vida y obra de Elvis. Para probarlo están los shows que dio durante sus últimos siete años en Las Vegas, tan recargados como épicos, que coinciden con la etapa en que la depresión lo empujó a abusar de los fármacos y tranquilizantes que colaboraron en su temprana muerte. Pero también está el origen humilde en uno de los barrios más pobres de la ciudad de Tupelo, en el muy sureño estado de Mississippi, donde se nutrió de la cultura negra sobre la que edificó su carrera y donde lo único excesivo eran las carencias. El mismo camino del héroe por el que pasaron, antes y después, tantos ídolos populares de acá y de allá, de Muhammad Alí a Maradona y de Michael Jackson a, por qué no, L-Gante. Luhrmann consigue que su estilo afectado le haga honor a la figura del legendario cantante (interpretado con solvencia por Austin Butler), yendo de un extremo al otro de su vida. Organizada en segmentos bien definidos –infancia, surgimiento, éxito, rebelión, aburguesamiento, renacer, decadencia y muerte—, que el director va enhebrando no siempre con la misma fluidez, el recorrido de Elvis cuenta con un narrador que se encarga de guiar al espectador por una historia que es menos laberíntica de lo que el deslumbrante despliegue hace parecer. Y que, ciertamente, es mucho menos compleja de lo que fue en realidad, reduciendo grandes etapas para concentrarse en otras. O acentuando determinadas características para (casi) pasar por alto muchas más. Como la paranoia y la megalomanía del Elvis final, que aparecen muy bien retratadas en, por ejemplo, Elvis & Nixon (Liza Johnson, 2016), donde Michael Shannon realiza una tremenda interpretación del cantante. Quien guía el relato es Tom Parker, alias el Coronel, representante y hombre de confianza de Elvis, lo cual no hace de él una persona de fiar. A pesar de su mala fama, es su punto de vista el que ordena la acción. Una perspectiva que le permite al director replicar el mecanismo que articuló el vínculo entre ambos personajes en la vida real, haciendo que el Coronel, en la piel de Tom Hanks, trate de enroscarle la víbora al espectador igual que antes hizo con Elvis. Por su parte, aquí el cantante es retratado como una víctima constante de esa hábil manipulación, exculpándolo de la responsabilidad de las que, es evidente, fueron malas decisiones. Todo eso deja claro cuál es la respuesta que Luhrmann encontró para aquella pregunta inicial: la mejor forma de filmar un mito es mantenerlo siempre en el aire, como un prodigio de la naturaleza que debe luchar contra las oscuras fuerzas terrestres que buscan devorar su luz. Por eso la película apenas toca su trágico final, presentándolo casi como una ascensión, un paso a la inmortalidad antes que una muerte. Y está bien.
Del director de «Moulin Rouge» y «El Gran Gatsby» llega un espectacular retrato de la vida del Rey del Rock N’ Roll que promete superar las expectativas de varias generaciones.
LA FRIALDAD SECRETA Hay una escena de Elvis que puede ser mucho más relevante de lo que uno cree. Allí el Coronel Parker está mostrándole tanto al astro como a la familia de este el merchandising que está realizándose con su figura. Entre objetos de todo tipo y color aparece tanto un pin que dice “amo a Elvis” como otro que dice “odio a Elvis”. Cuando la madre de Elvis le pregunta no sin cierto enojo a Parker por qué hay un pin que expresa sentimientos negativos hacia el cantante, el Coronel responde que si hay gente que detesta a su cliente, lo mínimo que puede hacerse es sacar ganancia de eso. Es una forma inteligente de mostrar la personalidad del Coronel: extremadamente hábil, y más preocupada por Elvis como producto que como persona, al punto tal de ver el odio que tienen hacia su cliente no como algo molesto sino como una oportunidad para facturar. Es curioso que Luhrmann haya elegido que la historia de Elvis sea contada desde la perspectiva de un personaje que roza (cuando no toca) la psicopatía. Por no decir además que el Coronel Parker, aquel histórico manager de Elvis, es uno de los personajes más infames de la historia del rock. Pero supongo que hay una lógica en ello, una que tiene que ver con explorar el Elvis que a Luhrmann (o mejor aún, a la estética de Luhrmann) le queda más cómodo. Luhrmann es un cineasta obsesionado con la intensidad, uno de esos realizadores que nunca le importó mucho seguir aquella máxima de Minnelli que decía que la espectacularidad sólo funcionaba por contraste, y que si todo era espectacular, nada terminaba siéndolo. Luhrmann ha creído y sigue creyendo que uno puede mantener una estética desbordada durante horas. Su estrategia no pasa tanto (o no pasa sólo) por la edición acelerada y la música pop explotando cada minuto, sino por algo más elaborado que eso: hacer de cada plano, de cada escena, algo estéticamente sorprendente. A cada rato Luhrmann mueve la cámara de forma extravagante, recicla algún recurso que remite o al videoclip o a la época muda, utiliza el recurso del anacronismo en una película de época para sorprender a su espectador, o explora las posibilidades del color mediante lo escenográfico, lo lumínico o el uso de distintos filtros. Si se entra en esa estética, el cine de Luhrmann puede ser a veces una verdadera fiesta, pero de lo que necesita es de una historia simple y personajes estereotipados. Moulin Rouge!, con sus conceptos básicos, sus personajes perfectamente delineados a los segundos de ser presentados, es un buen ejemplo de esto. Su caso contrario es su versión de El Gran Gatsby. Allí la adaptación fiel de una novela con personajes ambivalentes, que necesitaba de una puesta en escena sobria, choca inevitablemente con la estética eufórica del realizador. El resultado de su versión de la novela de Fitzgerald termina siendo como ver una obra maestra pictórica llena de detalles exquisitos desde la perspectiva de una montaña rusa. Decidir que la historia de Elvis sea narrada desde la óptica de un chanta, un vendedor obsesionado más con la leyenda de Elvis que con el Elvis de carne y hueso, le permite a Luhrmann que ese Elvis sea ante todo un mito antes que un humano, capaz de moverse y cantar de forma tal que provoque una energía sexual desbordante e irrefrenable sin importar en qué contexto se encuentre. De hecho la escena más perfecta de la película sucede en ese instante en que Elvis da un concierto en un teatro pequeño, cuando aún era un desconocido, y Luhrmann nos va revelando de a poco y mediante un montaje virtuoso la excitación cada vez mayor de las mujeres del público. Se trata de un momento de suspenso exquisito, con su cantante vistiendo un traje rosa y un peinado extravagante mientras exhibe frente al escenario algo que de a poco va transformándose en un ritual erótico y pagano. Pero Elvis no es solamente un gran showman en esta película. Acaso además sea, sin proponérselo, una posibilidad de unión entre las razas negras y blancas en un Estados Unidos marcado por la segregación. También es retratado como un chico querible, algo ingenuo, que ama profundamente a su madre, no conoce de ningún tipo de discriminación ni tiene aires insoportables de divismo. Sí es un esposo infiel y uno puede deducir también que un padre poco presente, pero es imposible no relacionar esto con un ritmo de vida vertiginoso, producto de una fama imposible de resistir para cualquier hombre; un genio del carisma cuyo mayor talento lo llevó a un remolino de adrenalina y adicciones que no pudo resistir. Es una versión simplificada y carente de matices, pero, nuevamente ¿qué puede esperarse de un vendedor talentoso como Parker que nos hable de un producto en forma simplificada y atractiva? El Elvis del coronel es al fin y al cabo eso, un superhéroe de historieta (algo que la película representa de forma literal en una de las escenas más atractivas del film), que viste con trajes extravagantes y se mueve y habla distinto a cualquiera. Desde este punto de vista, la sorprendente actuación de Austin Butler se ajusta perfecto a las intenciones del director. Su interpretación es impostada (todo lo hace con estilo, no sólo cantar y bailar sino también tirar un cigarrillo, cruzar una vereda y sentarse en un sillón) sin que esto implique caer en la imitación ridícula ni en un personaje tan artificial que nos sea imposible empatizar. Distinto de lo que pasa con Hanks interpretando al Coronel Parker, con unos mohínes y un acento tan marcado que termina por ser irritante. Especulo que debemos esta actuación fallida no tanto a Hanks sino a un Luhrmann, que buscó básicamente que uno de los actores más naturales que tiene Hollywood se transforme en una suerte de payaso con rasgos psicopáticos y un maquillaje evidentemente falso. Es una actuación que en algún punto corresponde a la de un farsante, alguien que está actuando para su propio beneficio y piensa que el espectáculo lo es todo. Quizás por eso a uno no le extraña que el relato del propio Coronel no sea apologético. No intenta disfrazar ni pedir disculpas porque fue un canalla y un explotador, ni siquiera porque cometió una tremenda cantidad de errores para con la carrera de Elvis al punto tal que algunos de sus picos más grandes como artista se dieron gracias a que lo desobedecieron. A uno le da la impresión de que el Coronel justifica todo el mal y los errores que hizo porque le dio al mundo a un ícono inolvidable. Es posible que Luhrmann tenga más en común con el Coronel de lo que está dispuesto a admitir. Más allá de que hacia el final quiera condenar moralmente su figura, es evidente que Luhrmann se siente cómodo con su Elvis artificial, uno que es ante todo y sobre todo un fenómeno estético hecho de estilo, baile, euforia y erotismo. Tal es así que los momentos más evidentemente fallidos de la película se dan en los comentarios políticos o en cualquier escena donde la película quiera hablar aunque sea un poco de las relaciones humanas de Elvis. Ahí está esa escena espantosa y de un mal gusto increíble donde se corta un clip euforizante para mencionar el asesinato de Robert Kennedy; el recurso de usar estereotipos groseros para describir a racistas y censores; o la reducción de las cuestiones más intimistas de Elvis (como su relación con su esposa e hija, o la falta de carácter de su padre) a un par de escenas intrascendentes. Es como si Luhrmann se sintiera obligado a filmar todo esto para cumplir con el manual del biopic de Elvis, sin darse cuenta de que solo entorpecen la narración y dejan en evidencia las limitaciones de él como cineasta. Es que en el fondo, tras su máscara apasionada y vibrante, su gusto por lo excesivo y las pasiones desmesuradas, Luhrmann es un director frío, muy frío, cuya mayor obsesión está en la experimentación técnica y las posibilidades estéticas del cine. Todo mundo que esté por fuera de eso, todo lo que implique la esfera de lo íntimo o lo social no es en el fondo su interés o no sabe cómo retratarlo con la más mínima profundidad. Como al Coronel, las texturas brillosas le son mucho más interesantes que lo que puede haber en el fondo de ellas. Y ese amor puro y exclusivo por las superficies termina generando en el caso particular de Elvis un film con momentos magníficos pero fallido en su conjunto, un raro caso de una película intrascendente con escenas inolvidables, que ilumina mucho menos sobre Elvis o el Coronel Parker que sobre las virtudes y defectos de un director particularísimo. Una película distinta en un contexto cinematográfico donde lo distintivo es cada vez más infrecuente. No es lo mejor, pero tampoco es poco.
‘Elvis’ es un viaje frenético y veloz de 2 horas y cuarenta minutos sobre aquel niño de Memphis a quien la música le poseyó el alma, alguien quien siempre quiso ser grande, alguien quien siempre amó a sus fans. Pero no todo brilla en esta colorida aventura. Buz Luhrmann decide contarnos esta historia a través de un narrador omnisciente que es el Coronel Tom Parker, interpretado sorprendentemente por Tom Hanks. El coronel Parker, un estafador por naturaleza, nos recuerda reiteradas veces que es él quien creó a Elvis Presley. Sin embargo, la película se encarga de subrayar las artimañas de este jugador quien no hizo más que manipular toda la carrera musical del rey del rock. Sin rebozo, la película parte de este vínculo para atravesar todas las décadas del mítico cantante hasta el ocaso de su carrera. “Tú y yo somos lo mismo, dos extraños y solitarios niños, buscando la eternidad” le dice el monstruoso y codicioso Parker a Presley (Butler) para poder seguir reteniendo a su marioneta quien intentó pero nunca pudo salir. Una relación abusiva para cuestionar hasta el día de hoy. Pero lo que no se puede cuestionar es la actuación de Austin Butler quien es el encargado de darle vida al Rey. El talento de Butler es sin dudas el corazón que bombea la película. Suena “Unchained Melody” en el Hotel Internacional de Las Vegas, Butler es Presley, Elvis es Austin. Así es como decide terminar la historia, estas dos almas se unen en una de las representaciones más sentidas y uno desde la butaca entre lágrimas se entrega a vivir ese legendario momento: el adiós al Rey. Un estilo barroco con mucho color y luces, un montaje exaltado y la música como hilo que teje escena tras escena son las peculiaridades que nos regala Baz Luhrmann en ‘Elvis’, que por momentos puede ser avasalladora pero muy consciente de lo que quiere generar. Es un show desde lo visual hasta lo auditivo. En definitiva es un espectáculo, tal como lo fue Elvis.
Muchas veces se cree que el cine es lo que se ve en la superficie, lo técnico, lo formal, sin advertir que el cine también es darse cuenta de quién tiene que tomar la palabra para decir lo que se cree que es la verdad. Es decir, el cine también es saber elegir el punto de vista desde el que tiene que estar narrada la película. Elvis, la biopic de Baz Luhrmann sobre el rey del rock and roll, es de esas películas que lo tienen todo para ser una obra maestra: despliegue técnico arrollador, edición frenética, fotografía perfecta, vestuario deslumbrante y una banda de sonido emotiva y contagiosa. Luhrmann tiene experiencia en el manejo visual, sabe cómo tienen que lucir sus planos y sus personajes, y entiende el espectáculo como un atuendo extravagante con mucha brillantina, porque quiere que sus imágenes resplandezcan con belleza decorativa. Pero la película falla al ponerse del lado del villano, el Coronel Tom Parker, interpretado por un correcto Tom Hanks. No se sabe qué mató a Elvis Presley en la vida real, lo que sí se sabe es que en la película, durante sus excesivos 160 minutos, Luhrmann muestra quién lo condujo a la muerte. La actuación de Austin Butler como Elvis es un acierto, ya que el profesionalismo histriónico del actor logra transmitir algo de la personalidad del ícono de Misisipi, aunque Luhrmann le corta las alas a cada rato. Cuando Parker le dice a Elvis que tiene que elegir entre la política o el espectáculo, Elvis elige la política, aunque Parker lo obliga a elegir el espectáculo para seguir facturando sin tener consecuencias legales. Por lo tanto, la película también elige el espectáculo frívolo que quiere Parker en vez de la rebeldía comprometida de Elvis. Elvis se da cuenta de que la música negra es lo que lo apasiona, ya que se crió rodeado de afrodescendientes que la tenían clara en materia de swing. De joven queda impactado cuando los ve tocar la guitarra, cantar y bailar, entre quienes se encuentran Little Richard, B. B. King y Mahalia Jackson. Elvis siente esa música en el cuerpo y no puede evitar hacer esos movimientos obscenos (para la época) arriba del escenario. Sin embargo, en vez de asumir la veta desobediente y rocanrolera del personaje, o en vez de darle más importancia a la versión de B. B. King (quien tira la posta sobre el representante de Elvis), Luhrmann decide continuar la historia desde el punto de vista de Parker, quien viene de la feria de fenómenos, en la que aprendió el arte del engaño y la estafa. El origen de Parker siempre fue un misterio, y esto queda claro en la película. También se muestra la relación con la madre de Elvis, Gladys (Helen Thomson), cuya temprana muerte lo marca para siempre. Y cuando conoce al amor de su vida, Priscilla (Olivia DeJonge), con quien se casa. Luhrmann nos quiere hacer creer que Parker y Elvis son lo mismo, pero nos muestra con lujo de detalles que no lo son. Quiere hacernos creer que lo que mató a Elvis fue el amor a su público, pero durante toda la película muestra lo contrario, es decir, que el amor a su público era lo que le daba vida. Luhrmann se empecina en mostrar cómo destruyen a su personaje principal, cómo le chupan la sangre, sin darle la posibilidad de que se redima, de que hago algo para demostrar que su vida merecía otro destino.
Después de casi diez años desde The Great Gatsby, regresa Baz Luhrmann con una historia que le permite desplegar su amor por los números musicales con un estilo estridente desde lo visual y narrativo. Para retratar ni más ni menos que a Elvis Presley el elegido fue Austin Butler, un actor que después de enamorar a Carrie Bradshaw en la serie The Carrie Diaries ha conseguido papeles con Jim Jarmusch y Quentin Tarantino (y será parte de la segunda parte de Dune, de Denis Villeneuve). Más allá de la lograda caracterización, Butler se entrega con soltura y confianza a un papel difícil y se destaca ante Tom Hanks, un actor reconocido y premiado que queda deslucido bajo capas de maquillaje y con un personaje que nunca logra desplegar matices interesantes. Elvis no es ni pretende ser una simple biopic sobre la mítica estrella, por eso opta por una perspectiva cambiada, pero aun así recae en ciertos tópicos usuales de este subgénero. El protagonista es Tom Hanks como el Coronel Tom Parker, el hombre que algunos dicen que descubrió a Presley y otros tanto que lo estafó, que lo explotó y se hizo rico gracias a él. Luhrmann muestra poco de los inicios del músico para adentrarse más que nada en esa relación que comienza promisoria y se torna asfixiante mientras el estrellato asciende. La historia de Elvis siempre termina volviendo a la de Parker y es una decisión extraña que no termina de funcionar en el guion. De Tom Parker poco se sabe pero él siempre se presenta como un hombre confiado y decidido. Desde el principio se anuncia que tiene problemas con el juego y el resto de la película lo muestra queriendo o necesitando ganar cada vez más dinero, así a veces forzando a Elvis a convertirse en un tipo de estrellita que no le sienta natural. Es incluso un pionero del marketing vendiendo merchandising de la popular estrella lo que demuestra que lo tiene como un negocio, un objeto a comercializar. Pero Elvis tiene carisma, tiene encanto y sobre todo tiene un sex appeal que despierta a una generación de mujeres acostumbradas a contener y reprimir el deseo sexual. Sus movimientos provocan suspiros y un montón de sensaciones que no pueden describir porque nunca antes la habían sentido. En este aspecto, Luhrmann logra retratar de manera precisa la fiebre que provoca el músico. En cuanto a específicos personajes femeninos, como el de su madre o el de su mujer Priscilla, quedan reducidas a estereotipos, con poca o nula profundidad sobre quiénes y cómo eran. Desde el aspecto histórico entonces no aporta mucho más que un repaso biográfico que se puede encontrar sin mucha dificultad. También el personaje de Tom Parker queda en un costado cuando el director prefiere lucirse con frenéticos números musicales y de a poco poner en escena el declive de Elvis a causa de varios motivos, como la muerte de su madre, la adicción a los medicamentos, una fama repentina para la que nadie está preparado, y el encierro que siente cuando su carrera se estanca en un solo lugar, un hotel de Las Vegas, sin poder salirse de esa agenda y dejando de lado a una esposa, a una hija y a las promesas de una carrera internacional. Sin embargo todo sucede rápido y de una manera espectacular, sin momentos de una intimidad real, lo que da la sensación a la película de ser un resumen muy largo, como un trailer que te cuenta toda la película pero sin la gracia de ésta. El resultado es entonces desparejo y llamativo. No consigue aburrir pero tampoco asimilar nada: ni la muerte de esa madre a la que siempre se quiso complacer sin éxito, ni el matrimonio que fracasa, la hija de la que se va alejando cada vez más, la adicción a las drogas que apenas se percibe en ciertas escenas puntuales. Incluso su narrador, el representante, insinúa de manera textual que podría adicionar una mirada distinta a la imagen que se ha creado la gente de él pero la película no deja muchas dudas, no brinda muchas posibilidades diferentes y queda como el explotador que se conoce, con un perfil siempre manipulador. Visualmente apabullante y con todos los hits de Presley (a veces saltando muy rápido de uno a otro), Luhrmann pone el ojo, el despliegue más que nada en el escenario y descuida los momentos que harían crecer mejor a sus personajes. En este duelo actoral Butler sale ganando porque no deja que la caracterización ni ciertas gesticulaciones se coman al personaje. Al contrario sucede con Hanks, quizás desacostumbrado a un personaje de intenciones oscuras y demasiado entorpecido por el maquillaje. Elvis resulta liviana y superficial a la hora de retratar a estas dos figuras contrapuestas.
Elvis es una película que probablemente vaya al ritmo del personaje al cual retrata; o sea, es una película apasionada, acelerada, desquiciada, caótica, musical, y extravagante; es la obra de un verdadero artista, el director Baz Luhmann, que hace que se destaque esta película sobre otras populares que han llegado últimamente en las cuales también se retratan a figuras de la música, como rapsodia bohemia, que retrata a Freddie Mercury, y Rocketman, la película de Elton John; está en cambio, es distinta, se siente distinto, y eso se percibe en cada plano, en cada corte del montaje, en cada transición entre tomas; fluye otra energía, otra búsqueda artística, no es una película vainilla, no es una película genérica, es una película que transmite la pasión del arte, de la música, y de la creación artística a cada fotograma que se proyecta. Es un filme muy efectivo, qué muestra al personaje de una manera caótica, cómo era él; de una manera intensa, cómo era él; y de una manera dramática, cómo era él; y en ese sentido, podemos decir que la forma y el contenido están unidas de muy exitosa manera en este producto artístico. La historia está contada de una forma poco convencional, no solo desde los planos, la gran agilidad que tiene el montaje, donde vemos tomas distintas cada un segundo, sobre todo en la primera parte, sino que también tiene un narrador extraño: el representante de Elvis, un personaje que muy pocas personas conocerán, interpretado por un severamente maquillado Tom Hanks, casi irreconocible para muchos, y él cuenta cómo lo descubrió a Elvis, y cómo se le atribuye su caída y su muerte. Ciertamente era un personaje que solamente velaba por su propio bien, y no por el de su estrella que lo alimentaba, pero queda a lo largo del desarrollo de la película ver las particularidades de las cosas que le hacía a su gallina de los huevos de oro. Elvis es una película que tiene un gran ritmo, y con un montaje muy acelerado sobre todo en la primera parte de la película, quizás la primera hora, y luego ese nivel de locura del montaje se va tranquilizando, y la segunda mitad del film es mucho más serena, lo cual quizás daña un poco al ritmo del filme, pero ni por asomo se vuelve un filme lento, aunque se siente qué no termina con el nivel de excelencia con el que empieza; sin embargo es notable como puede mostrar cómo cuenta toda la historia de Elvis, a lo largo de dos horas y media, y lo hace de forma entretenida, intensa, y por momentos muy emotiva; y a su vez el filme logra poner a Elvis como figura histórica dentro de una serie de personajes claves en la historia norteamericana, y comparando cómo se fueron dando los destinos trágicos de estos personajes históricos que sacudieron a la nación americana. Lo que podríamos decir criticable del filme, es que en algunos momentos se siente como mucho ruido y pocas nueces; es mucha parafernalia artística de tomas, angulaciones, movimientos de cámara, cortes, ritmo, música y sonidos, para contar poco de la vida de él. No es una película que nos meta en las profundidades de su vida, y en detalles muy jugosos, sino que gran parte del argumento es lo que más o menos ya sabemos de la vida de Elvis; y en ese sentido, comparada con otras biopic de artistas, se la ve como que por momentos fuera puro fuegos artificiales, sin indagar en toda la profundidad a la que podría haberse sumergido y explorado; como si sucedió por ejemplo con el tema del alcoholismo de Elton John, y su entrada a un grupo de recuperación de adictos; en el caso de Rocketman; o las particularidades de creación de diversos temas musicales clásicos como pasaba en rapsodia bohemia, que tampoco era muy profunda, quizás por ser bastante respetuosa de la figura mostrada, al igual que en Elvis, quizás ese filo más jugado que tiene Rocketman en relación a las otras deviene de que Elton John está vivo, y dio el ok para que vayan a fondo, en cambio hacerlo sobre un muerto es como desacralizar el mito. Aun con esta falta de profundidad en ciertas partes, la verdad que el producto en sí, no deja de ser arrollador, y es una película muy artística, muy jugada, muy arriesgada en su forma, y en diversos aspectos de la construcción cinematográfica; que está llena de música, llena de vida, llena de pasión, cómo fue Elvis, y que definitivamente hay que verla con público, en una sala, con u sonido impresionante y envolvente, como había que verlo al verdadero Elvis.
"Elvis, ícono cultural de lo ardiente" Con gran expectativa desde que fue anunciada su producción se recibe la película biográfica "Elvis", dirigida por Baz Luhrmann. Por Denise Pieniazek “I learned very early in life that: Without a song, the day would never end; without a song, a man ain´t got a friend; without a song, the road would never bend. So I keep singing a song.” Elvis Presley Ya se ha estrenado en los cines argentinos Elvis (2022), biopic recibida con gran entusiasmo por parte de los admiradores de la música del popularmente llamado “Rey del Rock”. En lo personal desde que me he enterado del proyecto lo he estado esperando, también porque se encuentra bajo la dirección del talentoso Baz Luhrmann, responsable de Moulin Rouge! (2001), Australia (2008), Romeo+Juliet (1996), Strictly Ballroom (1992) y The Great Gatsby (2013). El estilo del realizador está presente en dicha biopic debido al dinamismo frenético que posee, ya que al igual que Moulin Rouge!, domina la lógica rítmica del video clip. Sin dudas, es una tarea compleja realizar una película biográfica y más aún de un talento artístico y una vida tan fructífera como la del cantante, actor y performer Elvis Presley (1935-1977), quien tuvo una vida corta pero gloriosa como Aquiles, según diría la antigüedad griega. En cuanto a producciones audiovisuales previas sobre Presley se recuerdan las películas televisivas Elvis (1979, John Carpenter) en la cual el cantante es interpretado por Kurt Russell y Elvis and me (1988), como así también la miniserie televisiva Elvis (2005) protagonizada por Jonathan Rhys Meyers y el filme Elvis and Nixon (2016). Asimismo, entre los numerosos documentales se destaca y recomienda Elvis Presley: The Searcher (2018) dirigido por Thom Zimny y escrito por Alan Light. Se desea hacer hincapié en este último puesto que Elvis (2022) toma varios elementos del mismo, reiterando su línea narrativa adaptándola a través de los elementos poéticos y estéticos al género de la biopic. Incluso, fue este documental el responsable de resaltar positivamente toda la influencia que el músico recibió de la cultura afroamericana de Memphis. Al respecto se debe elogiar la obra de Luhrmann, por enaltecer varios aspectos de la personalidad de Presley, no sólo su enorme aporte a la música debido a sus innovaciones y transgresiones, sino también que dichas rupturas estaban vinculadas al contexto socio-cultural, a fin de ir en contra de la segregación racial en Estados Unidos. El relato muestra que el artista tomó elementos de distintos estilos musicales tales como el góspel y el blues, para fusionarlos con la música country, el rock and roll y hasta la ópera. Todo ello mediante varios recursos estéticos y visuales característicos del director, por ejemplo, a través de la superposición de distintos lenguajes, a manera del comic, y la dinámica del video clip. En adición, el filme representa muy bien la energía, la sensualidad y los movimientos provocativos de las interpretaciones del cantante en el escenario, evidenciando como en esta ocasión el objeto de deseo era un hombre (y no como en la mayoría de los casos una mujer), permitiendo a las mujeres de la época manifestar su deseo sexual sin culpa, alejándose de las ideas de la tradición cristiana norteamericana. En cuanto a su estructura, el largometraje es construido de forma dual. Por un lado, entre los vaivenes temporales de los inicios y el desenlace de Elvis, recorriendo entremedio toda su vida, y, por otro lado, entre la tensión de la enunciación en voz del personaje del “coronel” Tom Parker y su refutación en la mayoría de los casos mediante el significado opuesto plasmado en la pantalla. Al respecto, se remarca que aquí se observa otra faceta actoral de Tom Hanks, quien logradamente interpreta a un desagradable Parker, puesto que éste es representado como el villano del relato. Además, se destaca la caracterización física del personaje, en donde Hanks es casi irreconocible, pero con el equilibrio justo (sin excesos de prótesis como en otros casos) para que pueda notarse al actor y al personaje a la vez. Respecto al protagonista, es notable el trabajo interpretativo de Austin Butler quien le pone el cuerpo a Elvis Presley, mediante un exhaustivo y logrado trabajo vocal (incluso canta acertadamente algunas canciones como “Trouble” y “Hound Dog”) y a través de su gran desempeño coreográfico, cuyo entrenamiento estuvo supervisado por la especialista Polly Bennett. Todo el esfuerzo previo durante un exigente casting del que participó Butler durante cinco meses rindió sus frutos. Si bien en cuanto a los gestos faciales no todo es perfecto, sobre todo si se busca cierta mímesis, cabe decir que, de todas las interpretaciones ficcionales de Presley, la de Butler es la más lograda y convincente hasta el momento. Por último, el relato construye también acertadamente un crescendo, en el que Butler se asienta cada vez más en el personaje, para llegar al apogeo de la estrella a fines de los ´60 y principios de los ´70. Curiosamente uno de los datos que desliza la película es que Elvis era candidato a protagonizar junto a Barbra Streisand el remake de A Star is Born (1976), la cual finalmente fue encabezada por Kris Kristofferson. Analógicamente podemos decir que con Elvis estamos ante el nacimiento de una nueva estrella: Austin Butler, a quien apenas habíamos visto en la serie The Carrie Diaries (2013) y en Once Upon a Time in…Hollywood (2019) interpretando a Tex. En adición, igualmente brilla el vestuario diseñado por Catherine Martin (también aquí directora de arte y productora) ya que en el largometraje los atuendos son un sistema de signos fundamental. La idea del director era transmitir a Presley como un símbolo de la cultura desde su música, pero también a partir de sus looks y su estilo. Butler viste más de noventa trajes que van de la década del ´50 al ´70, en consecuencia, la indumentaria también transmite la historia del artista visualmente. Respecto al soundtrack y los cuadros musicales que se representan, este es uno de los desafíos más complejos que enfrentaba la película, recordemos que Presley grabó inmensamente 1684 canciones. La selección de temas musicales es quizás algo reiterativa ya que algunos se utilizan en varias ocasiones, pero los cuadros musicales que se realizan son tan logrados que por momentos el público se queda con ganas de más. Algunos de los cuadros que se desarrollan son “That´s all right”, “Hound Dog”, “Trouble”, “Blue Sued Shoes”, “Heartbreak Hotel”, “If I can Dream”, “Suspicious minds”, y otras tantas canciones del artista son utilizadas en un segundo plano y en ocasiones remixadas. En cuanto a las pocas, pero contundentes objeciones que tienen para hacérsele al relato se encuentran principalmente tres. En primer lugar, el poco detenimiento en la carrera cinematográfica de Elvis (quien filmó 31 películas), sobre todo hubiese sido atinado que se profundice en el primer periodo de la misma, donde se destacan obras como Love Me Tender (1956), Jailhouse Rock (1957) y King Creole (1958), la favorita de Presley. En segundo lugar, el desatinado protagonismo constante del personaje de Tom Parker y su doble presencia, debido a ser la voz over que va narrando el relato resulta por momentos algo reiterativa e incluso agobiante. Por ende, se considera que la voz de Parker tiene demasiado protagonismo, cuando el centro y eje de la acción debiera pasar principalmente por Elvis, la verdadera estrella de la cuestión, esto hace que se desbalancee un poco la narración. En tercer lugar, si bien el ritmo vertiginoso mantiene entretenido al público, por otro lado, por momentos es tan veloz que no permite detenerse más en el disfrute del protagonista. Ya sea cuando canta o en otras situaciones en donde quizás pausar para permitir la observación y el goce, hubiesen sido necesarios para alcanzar mayor conmoción. En conclusión, Elvis (2022) es una propuesta interesante, entretenida y con gran deleite tanto visual como auditivo, donde se lucen el talento tanto de los intérpretes como de su director. A pesar de no ser perfecta, es la mejor biopic de Elvis Presley que se ha hecho hasta el momento y la más completa de todas ellas, puesto que muestra todas las aristas del artista, como así también su siempre presente conciencia social.
ELVIS ESTÁ VIVO La exuberancia del cine de Baz Luhrmann había encontrado un límite en El gran Gatsby, una película fallida en la que el director no lograba imbricar su estilo audiovisual barroco con los dilemas existenciales y la introspección del personaje. Por eso que el abordaje de la vida de Elvis Presley generaba cierta expectativa: un director desbordante recreando la vida de un artista más grande que la vida misma, uno de esos tipos que redefinió la idea del showman y que se convirtió en mito. Por lo tanto Elvis es todo lo que uno puede esperar de una película de Luhrmann, pero incluso más: porque al artificio constante, al juego exacerbado con los códigos del melodrama y a su habitual falta de miedo al ridículo (puede pasar de un momento notable a uno bochornoso de una escena a la otra), el director suma un grado de profundidad inusitado. Esto le permite no solo recrear a Elvis por medio de la imitación, y hasta de la exageración de la caricatura (y en todo eso es clave la enorme actuación Austin Butler), sino que incluso logra un grado de cercanía que hasta le permite capturar la esencia del personaje. Elvis es Elvis. Esta noción de tomar la esencia del personaje no es algo menor si pensamos que Luhrmann navega aquí las turbulentas aguas del biopic musical. Este subgénero tiene reglas propias, pero el director -como es habitual- usa esos marcos reguladores hasta hacerlos volar por los aires. Si las biografías cinematográficas se han vuelto un compendio de datos enciclopédicos (eso que llamamos wikipedismo) acomodados por la mayor o menor pertinencia del guion y dispuestos para un espectador campeón del dato y de la trivia, el director satura las dos horas y media de película con información, datos y detalles hasta volver todo un guiso de referencias medio inasible. La síntesis mejor lograda es la escena en la que comprime la etapa cinematográfica de Presley en una secuencia de montaje magistral. Luhrmann acumula esos datos, que pautan los giros dramáticos de su película, como elementos dispuestos para lo que importa: el Elvis artista, aquel que explotaba sobre el escenario y que aparece por primera vez ante nuestros ojos en una de las mejores escenas, robando a pura electricidad gritos, jadeos y orgasmos de una platea que parece fundar el concepto de histeria en el Siglo XX. Pero otra cosa que pone a Elvis en un lugar desacoplado de la biografía tradicional es que el relato es llevado por la voz en off del Coronel Parker (un Tom Hanks deslucido, al que evidentemente le sienta mejor el relato clásico que la épica artificiosa de Luhrmann), representante histórico de Presley, y un personaje tan ambiguo como fascinante. El Parker que habla es el de los últimos años, el viejo decadente y enfermo que merodeaba los casinos de Las Vegas, el que ya había sido descubierto en todas sus trampas. Por lo tanto la voz en off no puede ser otra cosa que una mezcla de adoración y desprecio, o de auto-justificación. No deja de ser curioso que Luhrmann elija a Parker como punto de vista, aunque también es cierto que Luhrmann, ilusionista del cine, siente una empatía evidente por ese personaje que es un poco un charlatán de feria (como el Harold Zidler de Jim Broadbent en Moulin rouge!). Por lo tanto Elvis, la película, opera sobre la figura de Parker (le da el beneficio de la palabra pero también lo desnuda) de la misma manera que Parker opera sobre el Elvis personaje. Todos los reparos se detienen cada vez que Elvis/Butler sube al escenario. Aquella secuencia iniciática en Memphis, la preparación de un especial navideño, los shows en Las Vegas, todo está filmado con un nivel de energía que muy pocos pueden capturar en el cine actual. Y no son muchos, además, los que lo hacen a puro movimiento; pero Luhrmann lo logra: la puesta en escena brilla, el montaje es preciso y fundamental, y las ideas visuales se acoplan al ritmo de las canciones. Es como si para el director todo lo que sucede por fuera del escenario no fuera más que un tiempo muerto solo justificado por esos estallidos multicolores del artista. Sobre el final Luhrmann pone el pie en el freno y logra dos secuencias muy buenas: una, la despedida que Elvis tiene con su mujer y su hija; la otra, aquella que por medio de una transición brillante pasa del registro de la ficción del rostro de Butler al registro documental del verdadero Elvis. Que no logremos dilucidar cuál es cuál es uno de los guiños que evidencian que se logró el milagro, que la película capturó la esencia. O que, simplemente, Elvis está vivo.
El artista, el hombre, la leyenda... Elvis es, como su nombre lo indica, la biopic de Elvis Presley, el solista más exitoso de la historia del rock, interpretado por Austin Butler, bajo la dirección de Baz Luhrmann. Y lo acompañan Richard Roxburgh, Olivia DeJonge, Helen Thompson y la estrella ganadora de dos Oscars Tom Hanks, entre otros. Para contar esta historia, Baz Luhrmann tomó la decisión de optar por el mismo recurso narrativo de Amadeus (1984), que es abordar el mito desde la perspectiva de otro personaje. Y en este caso es Coronel Tom Parker, su representante, interpretado por un Tom Hanks que una vez más vuelve a interpretar a un hombre común envuelto en situaciones extraordinarias. Abordando veinte años de carrera del “rey del rock”, desde sus comienzos hasta su muerte En primer lugar es necesario destacar el montaje, a cargo de Jonathan Redmond y Matt Villa, cuya velocidad vertiginosa sirve para condensar el enorme potencial narrativo en casi tres horas de duración, intentando mostrar de forma adecuada la dimensión del fenómeno musical. Y un comienzo caótico, que apabulla al espectador con sus saltos temporales, variedad de efectos de transición y cambios de formato, se va ordenando en función de la historia, sin perder el estilo. Un párrafo aparte merece la fotografía, a cargo de Mandy Walker, con la constante espectacularidad de sus imágenes y sus incesantes movimientos de cámara. Así como también el vestuario y diseño de producción de la ganadora de cuatro premios Oscar Catherine Martin, la persona indicada para sacar provecho de la estética kitsch del protagonista, manteniéndose fiel a su vez al estilo visual de Baz Luhrmann, que ella misma ayudó a crear. Y por último hacen falta mencionar las actuaciones, en primer lugar de Austin Butler, tanto por el parecido físico con la estrella como por la forma fidedigna en la que lo interpreta arriba del escenario, imitando especialmente su particular forma de bailar. Así como también a Tom Hanks, con un personaje más complejo, cuya codicia y habilidad para manipular a los demás lo convierte en un enemigo inesperado del exitoso personaje que él mismo lograra elevar a la cima de la industria musical durante más de dos décadas de trabajo. En conclusión, con Elvis Baz Luhrmann aprovecha para sacarle el máximo provecho al personaje de la vida real que más se adecua a su estilo narrativo. Y marca un salto de calidad respecto de otras biopics musicales como Bohemian Rapsody (Bryan Singer, 2018), por ejemplo, ya que prioriza el homenaje a la figura tal como se la ve en la actualidad por sobre la humanización y el respeto por los datos históricos.
¿Se acuerdan de Elvis cuando movía la pelvis? Seguro que se acuerdan y sino, vino Baz Luhrman para recordárnoslo. No es la primera vez que el cine se ocupa de la figura del rey del rock pero en esta ocasión, a pesar del título, hay que decir que el protagonista es el Coronel Parker. Al menos es su voz la que abre el relato diciendo que él, es el que nos dio a Elvis. Lo vio en una feria, vio cómo hipnotizaba a las mujeres, vio que ese chico blanco que cantaba como un «chico de color» (negro, claro), así que fue y se convirtió en el que le dio a América su figura mas emblemática. La primera hora de la película de Luhrman es potente como un tren expreso y se lleva por delante al espectador. Todo está bien en la primera hora de película, ni siquiera molestan los kilos de maquillaje que le pusieron a Hanks para que se parezca al Coronel Parker real, pero lo más impresionante es Austin Butler que no necesitó maquillarse para dar vida a Presley. La gracia de la interpretación de Butler está en su intensidad y en sus cualidades vocales. Butler canta los clásicos de Elvis en la banda de sonido y realmente lo hace bien. La versión que se ve en las salas dura dos horas cuarenta, pero existe un corte alternativo de cuatro horas que por ahora está en la casa de Luhrman. Hay que decir que el director australiano intentó contar a Elvis y a su contexto, en su época, la Norteamérica de las luchas por los derechos civiles, y muestra que Elvis se metió de lleno en temas complicados, de manera tal que el poder trató de lavar su imagen, trató de que no moviera la pelvis de esa manera, trató de que no trasladara esa música de «gente de color» a los blancos y de esa manera los corrompiera. La vorágine de la película hace que se pierda por momento el tema de que el relato es del Coronel Parker, el manager que no era ni coronel ni se llamaba Parker, era holandés pero en los hechos no tenía ninguna patria y fue además el que finalmente terminó destruyendo a su propia obra. Espero que no se tome esto como un spoiler pero la muerte de Elvis, si Elvis está muerto, es tratada de manera sumamente edulcorada y evita los momentos que podrían haber sido traumáticos de ver en la pantalla. No sería raro que a la hora de la temporada de premios volvamos a escuchar sobre esta película en varios rubros y realmente espero que alguna vez podamos ver el corte de cuatro horas porque este videoclip acelerado deja de lado algunas cuestiones y es ganado por la vorágine pese a lo cual es una película para ver más de una vez y en el cine porque verla en una pantalla chica no le hace justicia al barroquismo y al fanatismo de Luhrman por Elvis, la pelvis. ELVIS Elvis. Estados Unidos-Australia, 2022. Dirección: Baz Luhrmann. Intérpretes: Austin Butler, Tom Hanks, Olivia DeJonge, Helen Thomson, Richard Roxburgh, Dacre Montgomery, Luke Bracey, Natasha Bassett, David Wenham, Kelvin Harrison Jr., Xavier Samuel, Kodi Smit-McPhee y Gary Clark Jr. Guion: Baz Luhrmann, Sam Bromell, Craig Pearce y Jeremy Doner. Fotografía: Mandy Walker. Edición: Matt Villa, Jonathan Redmond. Música: Elliott Wheeler y canciones de Elvis Presley. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 159 minutos
El director de «Romeo + Julieta» (1996), «Moulin Rouge» (2001) y «The Great Gatsby» (2013) vuelve a la pantalla grande tras 9 años de ausencia con una biopic sobre el icono del rock and roll norteamericano, Elvis Presley. Es difícil concebir una mejor elección que Baz Luhrmann para dirigir un largometraje sobre la vida y obra de Elvis. El estilo ampuloso y cargado de excesos que propone el director australiano, se condice con el tipo de vida igual de exuberante y fastuosa que llevaba el «Rey del Rock and Roll». Si a eso le sumamos todos sus sellos característicos como un exquisito diseño de producción, tan minucioso hasta con el más mínimo detalle, así como una puesta en escena maravillosa donde se hace gala del enorme despliegue que pudimos ver en sus trabajos anteriores, y esa combinación de estética videoclipera con un montaje sumamente inspirado con un estilo entre lo pop y lo moderno, tenemos un combo infalible que no tiene ningún tipo de adversario. Hemos tenido varios intentos de llevar la vida del cantante al ámbito audiovisual, desde la película para televisión dirigida por John Carpenter, «Elvis» (1979) protagonizada por Kurt Rusell pasando por la miniserie homónima de 2005 interpretada por Jonathan Rhys Meyers, hasta la más reciente «Elvis & Nixon» de 2016 que solo se dedicaba a narrar el encuentro entre la estrella de rock y el ex mandatario de EEUU. No obstante, el opus de Luhrmann parece ser el intento definitivo por inmortalizar la atribulada y breve vida del cantante, con sus altibajos, su vida privada, la injerencia que ejerció en la cultura popular y el contexto sociopolítico que vivía Estados Unidos por aquella época, donde la segregación racial estaba a flor de piel y el cantante intentaba por medio de sus influencias y/o raíces oriundas de Memphis, transgredir y rebelarse contra las autoridades, yuxtaponiendo melodías que iban desde el Gospel y el Rythm and Blues, hasta el country y el rock n’ roll así como también implementar unos movimientos nunca antes vistos arriba del escenario que los puristas del momento catalogaban como algo obsceno. Lo interesante es que el largometraje posee una estructura temporal disonante que va y viene en el tiempo, yendo un poco de la mano con ese estado de confusión y desenfreno que rodeaba al cantante, mientras vamos viendo los hitos y acontecimientos más importantes de su vida. Asimismo, el relato explora la relación entre el mismo Elvis (Austin Butler) y su enigmático manager el coronel Tom Parker, interpretado por un Tom Hanks irreconocible que se le da un tono caricaturesco y simpático al villano de la historia, que también funciona como narrador poco confiable de la película generando cierto contrapunto atractivo en la narración. Lo que merece un párrafo aparente es el compromiso y el enorme trabajo de Austin Butler como el Rey del Rock, poniéndole cuerpo y alma al icono, así como también su voz, logrando una composición superlativa del personaje y probablemente postulándolo como uno de los grandes candidatos al Oscar a Mejor Actor, en la próxima entrega de los premios de la Academia (en general todo el film sería un gran contendiente de cara a la temporada de premios pero le juega un poco en contra haberse estrenado tan lejos de la fecha). El resto del elenco también se encuentra perfectamente seleccionado para la tarea, desde sus padres Gladys y Vernon (Helen Thomson y Richard Roxburgh) hasta Pricilla Presley (Olivia Dejonge), brindando sólidas interpretaciones que elevan el trabajo de Butler aún más. En síntesis, el homenaje que le rinde Luhrmann a la figura histórica por medio de un relato entretenido (aunque con un segundo acto que se siente algo extenso) que se beneficia de sus recursos estéticos y estilísticos y un trabajo consagratorio de Austin Butler presentándose como la nueva gran estrella de Hollywood, es algo más que destacable en este género tan abundante (y últimamente de manual) que resulta ser la biopic. Una película que seducirá tanto a los fanáticos de la música como aquellos que no conozcan absolutamente nada de la intrigante y mítica figura de Elvis Presley.
Bueno, después de dos explosiones a medias (la subvalorada Australia, la un poco barroca El gran Gastby), volvió el Baz Luhrman de Romeo + Julieta y, sobre todo, el de Moulin Rouge! Es decir, la aplanadora pop a pleno con todo lo que el término “pop” puede incluir (que, seamos precisos, es básicamente todo, también) puesta al servicio de narrar la historia de la primera gran aplanadora pop, ni más ni menos. Es difícil encontrar en la historia (del arte o la historia a secas) un tipo que influyera con tanta fuerza en las sociedades como Elvis Presley. No es solo la música, no es solo el rock, no es solo la ruptura de toda barrera: Presley es inasible. Y ahí es donde esta película que juega a todos los juegos al mismo tiempo (desde la biografía más ramplona hasta la caricatura: el personaje de Hanks se mueve entre esos dos polos constantemente) tiene su única debilidad. En efecto, después de acelerar de un modo hoy desaconsejado en el cine de gran espectáculo, aparece la “historia” y sus “grandes hits”, que hay que mostrar o mencionar. Es cierto que la vida de Elvis aparece curada por el ojo flamboyante de Luhrman, también que esta es una película de Luhrman que lo pone en juego y riesgo absolutamente. Pero hay algo de “Billiken” que está a punto de molestar. Solo a punto: el repertorio tremendo del icono (aquellas canciones de Leiber y Stoller, por ejemplo) rompe todo nuevamente y volvemos al encanto y al vértigo. En tiempos grises, hacía falta una película a todo color.
Un rockero desdibujado y un manager que se lleva todo el protagonismo La película de Baz Luhrmann que cuenta la historia de Elvis Presley, "El Rey" del rock, tiene una narración frenética y veloz como una montaña rusa, pero no queda bien en claro quién es el verdadero protagonista: ¿Elvis o su manager? Elvis Presley fue una víctima fatal de los excesos y las manipulaciones de quienes ejercieron poder y se llenaron los bolsillos de dinero con su talento. Y su manager, un hombre de dudosa reputación llamado coronel Tom Parker, fue el gran titiritero de su vida artística. Baz Luhrmann (Moulin Rouge, Australia, The Great Gatsby) parte de la estrecha y compleja relación que tuvieron ambas figuras y compone una biopic tan desenfrenada como un rock and roll de "El Rey": es divertida, un poco sexy y desprolija, y no termina de definir quién es el verdadero protagonista, pero aún así satisface al espectador promedio. Y eso es muchísimo, si se tiene en cuenta la mediocridad en la que suelen caer este tipo de películas. La cinta explora la vida y la música de Elvis Presley (Austin Butler) y su complicada dinámica con Tom Parker (Tom Hanks), que abarca más de 20 años: desde el ascenso de Presley a la fama hasta su estrellato sin precedentes, en un panorama sociocultural de raíz conservadora en los Estados Unidos (que abarca eventos como la muerte John Fitzgerald Kennedy y Martin Luther King, así como el florecer del hippismo, la guerra de Vietnam y la censura en los medios). El mecanismo de narración que propone Luhrmann -Parker es el guía y conoceremos los hechos según su visión- logra que, por momentos, Elvis no destaque como el protagonista de su propio filme, no así su manager. Pese al protagónico desdibujado, Elvis tiene un despliegue visual alucinante y el registro actoral de la dupla Butler - Hanks es digno de ser disfrutado en una pantalla grande. El actor de Forrest Gump y Náufrago compone a un vil y desalmado empresario y saca a relucir una faceta villanesca, poco transitada en su filmografía, que probablemente le valga una (o unas cuantas) nominaciones en la próxima temporada de premios. En una oración, Elvis es un tanque comercial con fragancia a pochoclo y una estructura de trama efectiva, con muchos excesos y algunos aciertos nostálgicos.
Historia de un poseído atemporal La nueva película de Baz Luhrmann brilla por encima de los demás biopics musicales. ¿De qué va? Desde su niñez hasta sus últimos días, Elvis Presley lucha por ser aquella figura anárquica que revolucionó una época mientras su representante, Tom Parker, y toda una sociedad busca rebajarlo a su mínima expresión. Memphis, Tennessee. Un joven Elvis lee su tira de historietas, obsesionado por los superhéroes que aparecen en ella. De fondo, un canto coral, estruendoso y vibrador. Como si el mismo destino tocara a su puerta, el pequeño sale corriendo para infiltrarse en la carpa de donde proviene semejante música. Dentro, Elvis se ve envuelto en un show que despliega un arcoíris de sentimientos, en dónde las palabras se transforman en canto y un espíritu lo posee para transformarlo en el superhéroe que siempre quiso ser. Apoyándose en la estructura de la biopic tradicional, Baz Luhrmann, que escribe junto a Sam Bromell y Craig Pearce -este último también guionista de Romeo + Julieta, Moulin Rouge y El Gran Gatsby– le da su toque distintivo con una planificación que roza lo teatral y lo espectacular al mismo tiempo. Con una banda sonora que refuerza la influencia de Presley en la música contemporánea, reversionando temas originales a mano de Doja Cat, Diplo, Kacey Musgraves y hasta Eminem, Luhrmann nos zambulle en una montaña rusa tan colorida como emocional de forma inteligente y prolija, sin perderse en lo fastuoso. La historia, que atraviesa desde las primeras producciones en Sun Records hasta las últimas presentaciones en Las Vegas, se dedica a presentarnos de forma muy minuciosa un contexto cultural que influye directamente en el accionar del protagonista y sus decisiones. Corriéndose de las secuencias meramente expositivas, carentes de conexión entre sí y sin ninguna otra intención que representar de forma calcada una época, tal como se vio en Bohemian Rhapsody (2018), el guion de Elvis se preocupa tanto por sus personajes como por el espacio que los rodea, logrando un relato que evoluciona a merced de los lugares que visita como de los múltiples personajes que influyen en la vida del Rey del Rock and Roll. Teniendo como base la relación conflictiva entre Elvis (Austin Butler), el chico que sueña en ser un superhéroe con sus meneos lascivos, y el Coronel Tom Parker (Tom Hanks), el hombre que ve negocios hasta en la más mínima oportunidad, la película nos presenta un viaje agridulce, en donde la balanza entre lo que el músico quiere ser y el representante necesita que sea, está en desequilibrio todo el tiempo. La lucha racial presentada durante gran parte del filme se aleja de la corrección política para justificarse como parte de la caracterización del protagonista, mostrada en sus orígenes en las viviendas comunales de Memphis como también en su recurrente frecuencia a los bares de blues durante su carrera profesional. Su pelvis y movimientos pornográficos no son más que la demostración de ese pueblo natal y esa música, prohibida ante los ojos de los puristas, que lo poseyó y lo convirtió en la cara de algo nuevo, y por ende censurable. Cuando se lo cancela al personaje también se cancela a ese pueblo que danza en la oscuridad, apresado por la ideología de aquel entonces. Es así que Elvis logra presentarse como una biopic que trasciende tanto por su puesta, voluptuosa y prolija, como también por su desarrollo de personaje, que toma la inteligente decisión de correrse del imaginario colectivo para brindarnos un trasfondo coherente, funcional a una trama que evoluciona hasta un clímax tan demoledor como majestuoso.
Lo mejor ha sido el final de la película, en donde se realiza una transición del personaje al verdadero Elvis en su última actuación: allí, se encontraba interpretando un excelente cover de la inolvidable canción “Unchained Melody”. Poco después, este cantante de apenas 42 años perdería la vida en Graceland, su singular mansión en Memphis, Tennessee. Tras un ataque cardíaco, luego de años de abuso de medicamentos y drogas. Y comenzaría así una de las máximas leyendas musicales, el dios Elvis.
Baz Luhrmann, director de y productor oriundo de Oceanía, es uno de los exiguos exponentes contemporáneos del llamado cine de autor. Su estilo de escritura, diseño y composición musical en sus trabajos, lo ha llevado a trascender con grandilocuencia y sumo éxito hacia Hollywood. “Romeo+Julieta” (1996) y “Mouling Rouge” (2001) lo convirtieron en un especialista en el género musical, rubro al que regresa, con su habitual ambición artística, pero desde una perspectiva diametralmente opuesta. Luhrmann se anima a bordar la biopic de una de las más grandes leyendas de la historia del rock and roll: Elvis Presley. En casi dos horas y cuarenta minutos de metraje, el film (selección oficial fuera de concurso del Festival de Cannes 2022) explora la extraña relación que el artista labrara con su mánager Tom ‘Coronel’ Parker (Tom Hanks), cuya ligazón profesional se extendiera por más de veinte años, entre el descubrimiento de Presley y la cima del estrellato alcanzado por este. Visionar la trascendencia de Elvis como un precursor del género nos lleva a situarnos en una época (magnífica reconstrucción mediante) que no parece tan lejana como perteneciente a una era más romántica y menos impersonal. Las formas de consumo han progresado y la propia mutación del paradigma converge en una serie de factores sociales y culturales que, medio siglo después, convirtieron al fenómeno rock en un acontecimiento masivo sin igual. Por aquellos años, ver a Elvis subirse a un escenario constituía una auténtica revelación. Un furor impensado, un fervor incondicional despertado en incrédulas fans, solo comparable al posterior boom Beatle. Cabe mencionar que, tanto el mito como la película dividirá opiniones; en esos extremos también se traza toda leyenda. Examinar su vida y trayectoria es reconocer la valía de un exponente de la música autóctona norteamericana, también los tormentos de un hombre encerrado en sí mismo y en su talento musical, preso de sus propias limitaciones. Allí afuera, la elvismanía se había desatado. Luhrmann intenta captar la energía sexual desbordante en el cantautor, y lo hace sin miramientos. El compás musical se acelera, la platea delira, un primer plano de su pelvis resulta por demás evidente y la trama respira (transpira) los excesos de un tiempo en dónde el rock and roll estaba a punto de superar sus límites musicales para entronarse como una poderosa herramienta social. La imaginería visual de Luhrmann deslumbra como de costumbre. Con gran originalidad y dinamismo, otorga al film una identidad estética que fusiona diversas técnicas, intercalando, a modo de collage, registros de la época o, incluso, recreando la misma con artesanal detalle. Aspecto que podemos evidenciar en tramos que albergan a la efervescente actividad cultural nocturna en Beale Street (Memphis) y de allí al encandilar de las luces que iluminan la majestuosa Las Vegas, la ciudad de las apuestas. Alterando líneas temporales, el film contrapone la revelación que para Elvis representara la música afroamericana, como impostergable camino de descubrimiento y luego inspiración constante, en la guía de sus búsquedas musicales, mixturando el country, el gospel, el R&B y el rock and roll. La ambición del director (en su profundo carácter vanguardista, si revemos parte de su filmografía) no suele conocer de límites. Al respeto, cuestionable resultan ciertas decisiones respecto a la banda sonora que acompaña diversos tramos del film. La inclinación del australiano en incluir géneros e intérpretes musicales (entre ellos, el rapero Eminem) anacrónicos a la época en la que está emplazada la película puede llegar a descolocar a más de uno. No obstante, en la variación se encuentra el gusto, incluyendo tracks interpretados por CeeLo Green («El rey y yo»), Tame Impala («Edge of Reality (Remix)», mash-up con Elvis Presley), Stevie Nicks & Chris Isaak («Cotton Candy Man» ) y otro improbable dueto: Jack White con el mismísimo Presley (“Power of My Love”). Apreciamos en Austin Butler una auténtica transformación en tiempo real. A lo largo del periplo de veinte años que abarca la porción de vida de Elvis que nos es relatada, el colosal talento del novel intérprete nos permite reconocer el fulgurante ascenso y la estrepitosa caída de un pionero musical, víctima de sus frágiles estructuras emocionales. Percibimos a un artista devorado por sus fantasmas, profundamente afectado por la pérdida de su madre, hacia los inicios de su carrera musical y con quien entablaba un estrecho y peculiar vínculo. Butler se deja la piel en cada escena y en su rostro se vislumbra el magnetismo y carisma de un frontman sin igual sobre el escenario, no obstante, debajo de las tablas en Elvis todo era inseguridad y paranoia. Butler salta a la fama encarnando a un incomparable ícono cultural siglo XX; y su actuación es, sencillamente, consagratoria. Podemos intuir, trazando un paralelismo, que similar impacto establecerá paralelismos con las buenas impresiones causadas por actores de la talla de Rami Malek, Taaron Egerton o Jamie Fox, encargados de colocarse en los zapatos de mitos musicales como Freddie Mercury, Elton John o Ray Charles, respectivamente. Cabe aclarar, que “Elvis” no sería la gran película que es sin el vital aporte de Tom Hanks. La actuación del monumental Hanks es, sencillamente, deslumbrante. Debemos esperar para saberlo, pero puede que se envuelva en papel celofán el tercer Premio Oscar en su haber, merced a una camaleónica performance que posee cabal incidencia en la resultante final. Por la singular razón de que Luhrmann decide contar la historia a través de la óptica de Hanks, en el rol del polémico manager. Aspecto no menor. Un ser de luces y sombras, capaz de aconsejar paternalmente a Elvis, tanto como de planear fríamente cada movimiento de la carrera artística de su pupilo, en pos del propio beneficio económico. Hanks, irreconocible mediante una labor de maquillaje asombrosa, oficia de narrador omnisciente, llevando los hilos cronológicos de una vida y obra de consonancias míticas. El actor entrega pasajes de suma sutileza a la hora de delinear la patética silueta de un hombre de negocios de dudoso proceder y dueño de una imagen infundida en misterio e incógnita. En “Elvis” cotejamos el carácter trailblazer de un artista que revolucionó los cánones estéticos y conceptuales de la música de su tiempo. Profundamente influenciado por los sonidos afroamericanos alrededor de los cuales creció y se nutrió musicalmente, pero también atravesado por el fenómeno rock naciente (de la mano de íconos como The Rolling Stones, The Who o The Byrds), en medio de un panorama social de una Estados Unidos que ardía, literalmente, sumida en plena de Guerra de Vietnam y diezmada por el asesinato de líderes civiles y político de la talla de Martin Luther King o Bobby Kenendy. Luchas colectivas en las que un descontento Elvis se involucraba. Un acuerdo millonario con una discográfica de distribución a nivel nacional colocó su obra musical a oídos de una nación entera, dispuesta a entronarlo como auténtico rey del rock and roll. Como anteriormente expuesto, Elvis fue un auténtico parteaguas que introdujo movimientos escénicos y estilos de vestuario inauditos. Representa esa clase de rebeldía capaz de desafiar contratos televisivos, se inclina por la canción de protesta. Pero acaba siendo incomprendido. Explotado físicamente y mentalmente para giras a lo largo y ancho de todo el país. Comienza a depender de sustancias químicas, abusa del alcohol. Su figura prontamente se desdibuja. No ha sido únicamente su desempeño musical el que valide la permanencia de Elvis como una de las estrellas del espectáculo más rutilantes de su tiempo. La carrera de Presley traza fuertes lazos comerciales con el cine: el cantante poseía suficiente calidad actoral como para encaminar una decente carrera delante de las pantallas, no obstante, la elección de roles mediocres en películas meramente pasatistas encasilló su trayectoria demasiado pronto. Gracias a títulos como “Love Me Tender” (1956), “Loving You” (1957), “El Rock de la Cárcel” (1957) y “El Barrio Contra Mí” (1958) logró apoderarse de la cámara, a puro carisma. Más pronto que tarde, acabaría lanzando por la borda aquel anhelo de triunfo. Del joven que soñaba con emular a James Dean nada quedaba en pie. Podía contemplarse la caída libre de aquella estrella que cautivara a Barbra Streisand y que estuviera a punto de hacerse con el recordado papel que finalmente interpretase Kris Kristofferson en “A Star si Born” (1974). Preso de su cuestionable séquito, Elvis enfrentaba un callejón sin salida. Hacia el final de su carrera, de su corazón brota dolor y allí encuentra la alquimia fértil para producir una obra musical que no cesa en superarse. Sin embargo, los demonios internos lo estaban consumiendo. La estrella, hastiada de sí misma, maniatada por las estrictas reglas de mercadeo, se prestaba a la extenuación. Acabaría siendo un esclavo de sus propios sueños, un peón en un tablero dominado por avaros comerciantes con nulos intereses artísticos. Presley, con su interminable residencia en el Hotel Internacional de Las Vegas, se había convertido en una burla de sí mismo. Escuchó vacuos consejos del ascendente movimiento hippie. Se casó con Priscilla y fue padre de Lisa-Marie, para luego perderlas a ambas. Engordó hasta volverse irreconocible. Aburrido de sí, nada más podía entregar a la devota platea por la cuál el dio su vida. Literalmente. Hubo un tiempo en que el mundo ardía por Elvis. Mediante el retrato de su persona que la historia de la música ha tejido para la posteridad y el presente biopic refrenda, se permite admirar el espíritu de una época en la que también se vislumbran personajes provenientes de la comunidad afroamericana, emblemas de su generación, evidente en las mínimas intervenciones para la presente ficción de B.B. King (Kelvin Harrison Jr.) o Little Richard (Alton Mason). Asimismo, la moda instaurada por Elvis se expandiría en otros facsímiles contemporáneos ligados al folk, como Johnny Cash, objeto también de una biopic, en el año 2005, a cargo de James Mangold. La analogía vale por cuenta propia, la gran pantalla adora deslumbrarnos con historias de vertiginoso ascenso y abrupta caída. “Elvis”, de Luhrmann, se presta al homenaje sin caer en lo burdo. Y no hay secretos que en su Memphis natal no sepan: en su cuarto forrado de leopardo dorado, nos dice Andrés Calamaro para el disco «Alta Suciedad» (1997), el Rey del Rock se sienta a paladear su propia grandilocuencia.
El blues pirotécnico del rey prisionero El director de Moulin Rouge delinea en Elvis la vida de un músico prisionero y genial, pero también la de un manager atento al negocio y sus reglas no dichas. Era la película adecuada para su director, Baz Luhrmann. Las Vegas, la purpurina, los enchapados dorados, la música, el casino, y el racconto veloz de cómo llegó allí el músico que supo cantar y moverse como un negro. Velocidad trepidante y capas sobre capas de brillo, oropel, dólares y monedas tintineantes, para un músico exhausto que cae ante la mirada iracunda de su manager, que dictamina: “Como sea, Elvis debe subir al escenario”. La relación entre Elvis Presley y el Coronel Parker es irresistible, traumáticamente atractiva. Es un nudo que encierra varias cuestiones y se mitifica por sí solo. Hay algo del orden trágico que hace que esta historia plantee su posibilidad contrafáctica porque, como se sabe, ¿qué hubiese pasado si Elvis cruzaba el Atlántico? Esa es otra película y tal vez la filme algún émulo de Tarantino. Pero lo más interesante está en su posibilidad negada, en la cárcel de oro en la que quedó atrapado el rey del rock, con ésta y otras historias rondándole la cabeza mientras el Coronel Parker lo chantajeaba y canjeaba presentaciones en Las Vegas por sus deudas con el casino. Todo esto está en la película de Luhrmann, y a su manera. No tiene demasiado sentido detenerse en el desborde del director, algo congénito, por así decir, a su puesta en escena. Quien haya visto Moulin Rouge o El Gran Gatsby ya lo sabe y qué sentido tiene pedir algo diferente, más aún cuando el tema en cuestión es, ni más ni menos, Elvis, con su capita “Captain Marvel” y los anteojos dorados con iniciales. Así las cosas, sólo resta –por qué no– disfrutar. Y escuchar. Porque una de las protagonistas es la música, una banda sonora que, como se intuye, repasará las canciones del chico de Memphis y –marca de Luhrmann– las intervendrá. Las melodías de ayer serán retocadas y “pinceladas” por artistas contemporáneos, sin alterar la esencia que las articula. Funcionan, en todo caso, como nuevas versiones que todavía aúllan. Luhrmann se lo debe haber pasado en grande; seguramente tuvo in mente las múltiples posibilidades visuales que la vida de Elvis, y sus legendarios capítulos, le ofrecían. Como el referido al descubrimiento musical, entre el negro que “blusea” solitario para las parejas entre sombras, y el llamado espiritual del góspel. Todo a la vez, en un montaje superpuesto, con el pequeño que corre de un lado a otro con su relámpago de Capitán Marvel Jr. en el pecho. Vale decir, el pibe supermúsico, que responde al llamado de la “Roca de la Eternidad”, ese lugar de disparate místico de aquella historieta de la que Elvis fue su fan. Todo funciona como un ensamble músico-visual, potente como un rayo. Que puede extraerse de la película y sostenerse por sí solo. Algo así ocurre en muchas otras secuencias, que bien podrían entenderse como fragmentos dispersos de una narración elíptica, a la manera de episodios cuya fantasía/realidad es convocada para disparar sus luces pretéritas: las del primer Elvis, las del actor de Hollywood, las de la comunidad afroamericana, las de Las Vegas, las de la familia. Entre ellas, despunta la del meneo de pelvis, como si una fuerza invisible, involuntaria, llevara al músico a provocar los gritos histéricos de la audiencia y los retos moralistas de la derecha. Todo esto Luhrmann lo aborda, lo escenifica, da cuenta de lo estúpida que la televisión puede ser –por su connivencia estrecha con la derecha–, mientras delinea, de a poco, a un músico que quiso, y no pudo, volver a sus raíces, rebeldes y negras. El Elvis de Luhrmann está casi dibujado, esculpido, con su boca calcada y los gestos calculados por el actor Austin Butler. Una estampita, que el director adora. Un posicionamiento que lo lleva a tener pudor ante ciertas cuestiones, como el abuso televisivo (convirtiendo a Elvis en un sabueso con traje, algo que el film, de modo inteligente, elude) o las adicciones. El retrato que surge es el de un niño atemorizado, que se queda solo tras la muerte de su madre, siendo él el sostén de su grupo familiar (y vaya a saberse de cuántos otros colgados de él) y de un padre tan inútil como para fungir como gerente de cartón. Desde ya, el personaje que refulge y guía el relato es el Coronel Tom Parker, y Tom Hanks lo compone como el gran actor que es, imposible no disfrutarlo, también a las órdenes de un director que lo modela a su antojo, sea desde el maquillaje como la fragmentación visual. Cuando los planos de una película no exceden los 3 segundos de duración, ¿de qué composición actoral se habla? (la del cine, guste o no). Hanks está desplegado en pedacitos de sí, y a partir de ellos surge el personaje. De hecho, la película no abunda en diálogos o situaciones íntimas, sólo algunas pocas escenas, como la de Elvis junto a su reciente novia, Priscilla (Olivia DeJonge), con él cumpliendo el servicio militar y ella rehuyendo el mandato familiar. El devenir del relato es a los saltos y apurado. Las tres horas quedan chicas, la película pide más y seguramente ello moleste a más de uno. Pero ésta es la puesta en escena del director y tiene su valía. El realizador australiano indaga en el género musical, lo reescribe, y delinea algo que sería una biopic. De hecho, lo es. Y deja clara su impresión sobre ciertas reglas del show business, horribles y parece que inherentes, junto a la existencia de parásitos que esperan por su presa: allí ese plano donde el Coronel Parker se acerca a Elvis por primera vez en su vida y por la espalda (a traición); o la bobería complaciente del padre del músico, cómodo en la holgura económica. Pero también, la permanencia de un legado auténtico, en forma de música, de entrega; así lo rubrica el momento final de la película, cuando recurre al material de archivo y al verdadero Elvis, desfalleciente, y presto a dar lo mejor de sí.
Critica emitida en radio. Escuchar en link.
Reseña emitida al aire en la radio.
Ay En algún lugar del primer tomo de las 1.400 páginas de la muy recomendable biografía sobre Elvis Presley de Peter Guralnick, pueden leerse algunas recomendaciones de actuación que le hicieron a Presley: “Richard Egan le dijo que el truco estaba en ser uno mismo, y Davis Weisbart insistió en que las clases de interpretación probablemente le arruinarían como actor ya que su mayor virtud era la naturalidad”. Seguramente nadie le dijo nada ni remotamente parecido a Austin Butler, el actor californiano que interpreta a Elvis en Elvis de Baz Luhrmann, quien quizás hasta lo haya alentado para que hiciera todo lo contrario a eso que le aconsejaban al Elvis de verdad. Butler se manda una de esas actuaciones obsesivamente miméticas, intensamente miméticas, insufriblemente miméticas. Una de esas actuaciones pensadas y ejecutadas -sobre todo ejecutadas- con esfuerzo, entrenamiento, seguramente también con no poco sufrimiento. Actúe, Butler, déjese de estas cosas de imitador que siente la actuación. Pero no, Butler, seguramente acicateado por Luhrmann, sigue y dale que va con una de esas actuaciones hechas como si estuviera perseguido por un espejo que le pregunta ¿quién es el más igualito a Elvis Presley? Y todo ese esfuerzo se vuelve pringoso, molesto, hasta desolador. Y, peor aún, se vuelve irrisorio e inútil cuando, sobre el final, Luhrmann decide poner unos segundos de imágenes del verdadero Elvis Presley. Si vas a jugar a la actuación mimética, nunca pero nunca metas ni un segundo de imagen del imitado porque lo más probable es que el imitador quede haciendo sus gracias en el vacío. Y así sucede en esta mayúscula decepción titulada Elvis, que muestra a Baz Luhrmann ya alejado de sus bríos pasionales de Moulin Rouge! (¿Me animaré a volver a ver ahora a mi amada Moulin Rouge!? no sé, temo enfrentarme a la película, porque es mentira que veinte años no es nada, y menos todavía veintiuno, como en este caso.) Elvis es, no demos muchas vueltas, una película no solamente inútil e incapaz sino además largamente tonta. Quiere decir “algo” -¿para qué?- sobre los Estados Unidos de las décadas del cincuenta, sesenta y setenta y en esos aspectos se evapora tristemente ante una comparación de apenas unos minutos con cualquier película de John Waters que transcurra en alguna de esas décadas, y también ante tres o cuatro planos cualquiera de Forrest Gump. Las osadías y la falta de miedo al ridículo que podía ostentar Luhrmann en sus mejores películas -las primeras, claro- se han vuelto viejas y sobre todo han mutado en caídas en el ridículo sin más. ¿Qué cuernos es ese aspecto pingüinesco -a lo Danny DeVito- de Tom Hanks? ¿Para qué? ¿Para qué se nos ubica en el punto de vista del Coronel Parker si va a llegar a la obviedad de obviedades ya recontra sabida de que el falso Coronel le jodió la carrera y la vida a Elvis? No solamente no hay sorpresa alguna; no hay tampoco osadía, juego, vuelo. La cámara parece ser revoleada con insistencia, como manda el Luhrmann style, pero a pesar de eso casi todas las imágenes son malamente pedestres, yermas. Al final llegamos a lo que ya sabemos, o ya sabíamos. Sí, maldición, el Coronel hizo todo lo posible para que Elvis no saliera de gira a otros países, lo acható y además contribuyó a profundizar sus adicciones y seguramente lo destruyó. Chocolate por la noticia, y encima todo contado con ínfulas de estar diciendo novedades, de estar siendo enjundioso, porque en esta Elvis Luhrmann hasta parece haber perdido el placer por entender y comunicar las bellezas de las superficies y quiere disfrazarse de profundo. Pero ya no se sabe poner ningún disfraz y su vacuidad está desnuda. Tal vez lo mejor sea olvidar esta Elvis y escuchar los discos de Elvis at Stax (link), que demuestran esa potencia increíble que el Coronel ayudó a limar y a limitar. Y, sobre todo, tengo ganas de imaginar una biografía de Elvis dirigida por Quentin Tarantino que se anime a mostrar al Coronel preso y a Elvis de gira por Japón, Inglaterra y Argentina y su encuentro con Sandro. Y vivo para cantar, más panzón y sonriente, en la apertura del mundial 1994.
Este extravagante retrato biográfico de Elvis Presley se centra en la complicada relación del músico con su manager Tom Parker a lo largo de toda su carrera. Con Tom Hanks y Austin Butler. Seamos claros. Si a uno le dicen que Baz Luhrmann hará una biografía de Elvis Presley se imaginará algo bastante parecido al producto final. No es, uno pensaría, el director más convencional o esperable para este tipo de película. Pero eso, en lugar de un problema, podría ser una ventaja, ya que uno sabe que el realizador australiano de MOULIN ROUGE! tiene una imaginación tan personal y desbordante que puede llevar un proyecto de este tipo hacia, literalmente, cualquier lado. Eso sucede en ELVIS, aunque no siempre con el mejor de los resultados. La película abarca a Elvis a lo largo de su vida poniendo el foco en dos etapas clave: el inicio de su carrera en 1955 hasta su partida al servicio militar en Alemania en 1960 y su regreso con gloria, en 1968, gracias a un clásico especial para televisión y su posterior estadía –más larga que la planeada– haciendo su show en vivo en Las Vegas. Pero lo principal para ver acá no pasa por el recorrido biográfico más que conocido del artista sino por descifrar las ideas de Luhrmann respecto a su protagonista. Y es cierto que, más allá de los extravagantes clips audiovisuales típicos de un realizador que piensa un relato de 160 minutos como un largo trailer de sí mismo, no hay demasiadas. Ideas, digo… El comienzo de su carrera está contado, inteligentemente, utilizando los recursos de la novela gráfica, de la que Presley era fanático de adolescente. Con cuadros veloces, movedizos y juveniles en su tono, Luhrmann narra el descubrimiento de Presley y su éxito inicial con el típico fervor clipero que el realizador usa en el inicio de sus films, donde todo es energía desbordante. Acá, sin embargo, el «lado oscuro de la fuerza» está presente de entrada. Se trata del llamado «Coronel Parker» (Tom Hanks abajo de kilos de maquillaje), el hombre que toma en sus manos al joven Elvis y no lo suelta hasta su muerte, manejando su carrera de manera bastante cruel y perversa. ELVIS se cuenta como la historia de la manipulación de un un explotador cruento a un joven inocente que, por distintos motivos que van cambiando con el correr de los años, jamás puede quebrar la trampa en la que Parker lo ha metido. Que es contractual pero, fundamentalmente, es psicológica, ya que cada vez que Presley intenta abrirse un camino propio su manager tuerce su destino en función de sus propias conveniencias. En los ’50, podían ser paralelas y hasta adecuadas. Pero de 1960 en adelante ya no lo fueron. De hecho, el regreso de Elvis a fines de los ’60 se muestra aquí como algo hecho a contramano de los deseos de su manager. Austin Butler captura de manera extraordinaria al Presley escénico, especialmente en su etapa de 1968 en adelante, imitando a la perfección lo que se puede ver en el Especial de NBC o en el excelente documental ELVIS: THAT’S THE WAY IT IS que aquí por momentos se muestra y se cita hasta en su estilo de montaje. En sus años jóvenes es difícil decirlo porque Luhrmann parece más preocupado en mostrarlo de la cintura para abajo que de otro modo. Lo cual es lógico –sus movimientos pélvicos fueron revolucionarios y escandalosos promediando los ’50– pero es difícil juzgar la actuación de las piernas del chico. Luhrmann va bajando los decibeles de su propio show cuando la película arranca con su segunda etapa, su regreso a los escenarios y a recuperar «su esencia» en 1968. Es curioso pensar que entonces tenía solo 33 años y ya muchos lo daban por acabado desde hacía tiempo, ya que gran parte de esa década se la pasó haciendo malas películas y sacando aún más flojos álbumes siguiendo los consejos de Parker, que pierde la brújula comercial de su artista cuando empieza la década de los Beatles y los Rolling Stones y jamás la recupera. Su vuelta con el show de TV y la inauguración del hotel en Las Vegas en el que se quedaría por años y años generan los mejores momentos de la película, ya que ahí se combinan una gran etapa musical con un momento en el que Elvis había recuperado la confianza, se juntaba con gente más afín y peleaba contra Parker. El manager, sin embargo, terminaría ganando esa batalla psicológica y comercial, y convirtiéndolo casi en un esclavo de los shows en casinos hasta prácticamente su muerte. Y la decadencia de Presley termina dándole un cierto peso dramático a la historia, uno que antes no tenía, un formato que Luhrmann maneja en general muy bien en sus musicales y que viene de su amor por las óperas y tragedias. El problema principal de ELVIS pasa por el punto de vista y la vacuidad de mucho de su desarrollo, hasta que encuentra su nervio dramático en su segunda mitad. Haber elegido a Parker, un personaje bastante repulsivo, como narrador y casi protagonista de la historia, es una elección entendible pero dramáticamente compleja, ya que no hay casi de donde «agarrarse» para tenerle cierto aprecio a un personaje horrendo que Hanks encarna como si fuera un villano transpirado (y con algún tinte de cliché antisemita) de algún cómic de DC. Musicalmente Luhrmann hace algo parecido a otros de sus films, armando remixes de canciones de Elvis, mezclando varias juntas (algo que él hacía muy seguido) y agregándoles un beat actual y electrónico, algunos versos rapeados y esos mash-ups tan característicos de MOULIN ROUGE! De hecho, el propio Elvis tuvo uno de sus mayores éxitos en 2002 con un remix de «A Little Less Conversation» y, por momentos, lo que intenta el realizador acá es ir por un camino similar al que funcionó allí. Tampoco funciona demasiado bien la idea de reconvertir a Presley es una persona mucho más «progresista» y preocupada por la realidad social de su país en los complicados ’60 cuando pocos lo recuerdan como un campeón de los derechos civiles y más como un colaborador de Richard Nixon. Más allá de alguna canción sobre la «tolerancia» como «If I Can Dream«, que interpretó en el especial de 1968 pese a los deseos de Parker (que no quería verlo «metido en política» y al que le obsesionaba que su artista no saliera del país, por motivos que irán descubriendo de a poco a lo largo del film), la película presenta una versión light y demasiado benévola de un personaje al que se le conocen zonas más oscuras que las presentadas acá. ELVIS, más allá de lo un tanto hueca y atolondrada que es al principio, termina ofreciendo suficiente material rico para que un espectador que no está embebido en la figura del «solista más vendedor de discos de la historia» se interese por escuchar y conocer más de su obra. Y ahí habría que empezar por el principio, la piedra basal de todo lo que Presley fue después, en especial sus discos para Sun Records, que acá pasan clipeados y remixados. En los últimos años, las ediciones centradas en sus grabaciones de 1969 encuentran a otro Elvis que vale la pena revisitar. Un artista maduro, que quiso tener una segunda etapa gloriosa en su complicada carrera pero que no llegó a desarrollarla –o al menos esa es la tesis de muchos que Luhrmann sostiene aquí– por culpa de un manager que jamás dejó de pensarlo como mercadería.
Se estrenó uno de los films biográficos más esperados del año: “Elvis”, dirigido por Baz Luhrmann (“Moulin Rouge!”, “El Gran Gatsby”). La historia del Rey del Rock and Roll promete mucho para estas vacaciones de invierno… ¿Cumple? El Coronel Tom Parker (Tom Hanks), viejo y agonizante, cuenta cómo encontró el mejor “acto de circo” de su vida, Elvis (Austin Butler), a quien representó por muchos años, y argumenta no haberlo “matado” ni “estafado”. Parker, allá por los años ‘50, solía gestionar un espectáculo itinerante de música country. En uno de los viajes, le hacen escuchar un demo que le llama la atención, pero descarta por ser música “negra”, o más bien, común en la comunidad afroamericana. Cuando le dicen que el cantante es en realidad blanco, el Coronel decide ir a verlo cantar en una grabación en vivo (con público) de un programa de radio llamado Louisiana Hayride. El sex-appeal y la voz de Presley, gestados en un pueblo pobre de Memphis, escuchando soul afroamericano, transforman a la audiencia. Lo que sigue a eso después, es la historia del ascenso más alto y caída más trágica de uno de los artistas musicales del siglo XX con más impacto a nivel mundial. Baz Luhrmann es conocido por su afición al storytelling intenso y dramático, y esta cinta no es la excepción. Las decisiones tomadas, ya sea en el estupendo casting de Butler como Elvis, o la impresionante fotografía, nos sumergen por completo en lo que sucede en pantalla. La temática de la ciudad de Las Vegas, las apuestas, el simbolismo, el brillo, así como la aridez, la neutralidad y también oscuridad, muestran hermosos contrastes describiendo diferentes épocas de la vida del cantante y su carrera en crecimiento, apogeo y luego crisis. El trabajo actoral no podría ser mejor, sumado a la capacidad del departamento de arte para terminar la transformación física del elenco. Butler exuda talento y logra moverse, sonar, mirar, sonreír, seducir y hasta sudar como Presley lo hacía, y con la misma aparente facilidad. Hanks, por otro lado, más allá de ejecutar su rol de forma adecuada, no es especial o irremplazable. La química, sin embargo, entre todos los actores, y la dinámica que se logra, nos captura y nos hace sentir mucha empatía por el cantante y su ingenuidad frente a una industria que lo consume por completo. Es necesario destacar la audaz mezcla de sonido y la impecable musicalización. Se hace un gran énfasis en las influencias del artista: en un Estados Unidos extremadamente segregado y con mucha gente racista, era fácil confundir la música de Presley como “música de blancos”, como el coronel quiso venderlo por un tiempo. Pero lo que hace esta cinta es hacer entender a nuevas generaciones que todo lo que escuchan ahora tiene un origen en la apasionante música negra de principios y mediados del siglo XX. El soul, el funk, el jazz, y todo lo que vino después (y durante) es producto de una cultura viva, que evoluciona y se transforma, siendo así Presley un importantísimo agente de cambio. Luhrmann intenta, de esta forma, generar una suerte de reparación para con la comunidad afroamericana y la tremenda apropiación cultural de la que fueron foco durante mucho tiempo (y, en algunos casos, aún lo son). La dirección de arte y especialmente el maquillaje y vestuario son la frutilla de la torta para este film; realmente se lucen y aprovechan para “tirarle todo encima”; puras decisiones acertadas al vestir al muchacho flaco, talentoso y, como lo describe Parker (Hanks), “amanerado”. Se muestra al intérprete con un hombre sin miedo a vestirse fabulosamente, a llevar el show a su cuerpo y atraer atención hacia este. Un hermoso antecedente de lo que actualmente conocemos como la “yassificación”. Esta es una película absolutamente imperdible para estas vacaciones de invierno, para todas las edades. Mi recomendación: ¡verla en salas con buen sonido Surround! A no perdérsela; a enamorarse de Elvis una vez más. Por Carole Sang