Desde hace años que una nueva generación de cineastas de la provincia de Córdoba llegan con sus creaciones no sólo a Buenos Aires sino al mundo. Proveniente de la arquitectura y de la música (fue un reputado DJ durante los ’90), Moroco Colman es uno de los representantes más recientes, y también uno de los más atrevidos. Al menos, así lo demuestra en Fin de Semana (2016) Debido a lo que parece haber sido una pérdida humana, Carla (María Ucedo) viaja a Villa Carlos Paz, Córdoba, para reencontrarse con Martina (Sofía Lanaro). Este vínculo, nunca especificado, entre las dos mujeres de diferentes edades (Carla, ya madura, y Martina, de veintipico) es tenso al principio, pero de a poco irán recuperando algo que alguna vez fue, ¿o acaso fortaleciendo un lazo que nunca se había dado? Por lo pronto, ambas viven con una angustia que las lleva a canalizar sus penas en determinados excesos. La ópera prima de Colman -que, según el director, no tiene mucha más relación con el cortometraje homónimo de su propia autoría que estrenó en 2009- es un drama intenso, cargado de misterio, donde es el espectador quien debe unir los puntos para completar el todo. El nivel de honestidad del realizador a la hora de plasmar la intimidad de los personajes lo lleva a mostrar situaciones sexuales de fuerte impacto. La de Martina con su “amigo” (Lisandro Rodríguez) es de carácter masoquista, con un nivel de crudeza destinado a incomodar. Otro de los puntos fuertes reside en la estética, y para eso Colman recurrió a tres directores de fotografía: Gustavo Biazzi, Fernando Lockett y Pablo González Galetto. Lejos de responder a un capricho, cada uno se desempeña en diferentes secuencias, a fin de transmitir mediante la luz y el encuadre el estado de ánimo de los personajes. Y hablando de personajes, María Ucedo y Sofía Lanaro llevan adelante la película, en actuaciones de gran exigencia física y mental. Ambas cargan con una sensualidad lejos de toda convención, pero con un encanto que las hace únicas. Completan el elenco, en intervenciones breves pero puntuales, Eva Bianco y Jean Pierre Noher. En su ahora faceta como cineasta, Moroco Colman se diferencia de las propuestas de sus coterráneos y demuestra que tiene las condiciones para ser un autor a seguir.
(También referida en AM 910, Radio La Red y www.partedelshow.com.ar) Fin de semana es la ópera prima de Moroco Colman, protagonizada por María Ucedo, Sofía Lanaro y Lisandro Rodríguez, entre otros, que se estrena esta semana luego de su paso por la Competencia Argentina del último BAFICI. Narra el reencuentro entre dos mujeres cuando una regresa al pueblo en el que vive la otra, y cómo el vínculo sexual de la primera con un hombre y el silencio instaurado entre las dos mujeres las lleva a enfrentarse. Moroco Colman sorprende en este debut con un film provocativo, arriesgado, erótico, con tres directores de fotografía para momentos distintos de la historia, centrada en la incomunicación y la soledad. La excelente actuación de Ucedo no deja atrás muy buenas labores de Lanaro y Rodríguez al frente de un elenco de indudable solidez. Un debut que invita a seguir el futuro de Colman con ansiedad y expectativa, porque su fin de semana es impactante.
Los Colores de la Ambigüedad La ambigüedad es la línea que traza el rumbo de este relato, que parte desde la llegada de alguien de afuera para romper con la inercia de un repetitivo círculo vicioso que tiene como eje a Martina. La muerte de alguien cercano es otro indicio que justifica la llegada de Carla, pero nunca lo suficientemente sólido para clausurar esa ambigüedad del comienzo. Cierta atmósfera opresiva, cierta ligazón problemática en los vínculos, llevan a la búsqueda de nuevos aires y el film desde el punto de vista estrictamente estético se contagia de esa búsqueda. Y así mixtura las texturas de colores, fondos y encuadres en sintonía directa con el estado emocional y el derrotero ciclotímico de Carla y su conflicto con el entorno. Pero el sexo también protagoniza esta fuga de fin de semana, tanto como vía de autoagresión para ocultar el dolor del luto como escape y descontrol del cuerpo en un claro contraste con el placer. Si volvemos a lo ambiguo como el faro también la violencia de género encuentra otro encuadre en una relación de sumisión buscada y con la urgencia que trae otro tipo de placer.
La película de Moroco Colman juega con una potente propuesta visual el desandar los pasos de dos mujeres que se reencuentran luego de mucho tiempo, y en ese reencuentro la llama de algo que pasó anteriormente se reaviva ante la ausencia masculina. Algunos desaciertos en cuanto a su tratamiento “sexual” terminan por deslucir esta ópera prima.
Fin de semana, de Moroco Colman Tras su estreno mundial en la sección Nuevos Directores del Festival de San Sebastián y recientemente exhibida en la 19ª Edición del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente –BAFICI 2017, Fin de semana, ópera prima de Moroco Colman se estrena en la cartelera comercial. Proveniente del llamado “nuevo cine cordobés”, la propuesta ahonda en un drama intimista sobre la dificultad de los vínculos y las pérdidas con un interesante tratamiento formal. Carla (una versátil María Ucedo) regresa a Córdoba, después de un largo tiempo, para visitar a Martina (Sofía Lanaro, toda una revelación) quien perdió a un ser muy cercano a sus afectos. No sabemos cuál es el vínculo ente ellas, pero el recibimiento es frío y distante, nadie dice lo que verdaderamente pasa y la tensión aumenta. Martina oculta, hasta donde pueda, una relación clandestina con Diego (Lisandro Rodríguez), con quien mantiene encuentros de sexo duro. Carla se da cuenta de esa relación enfermiza e intentará protegerla alejándola de él. A medida que el tiempo transcurre, ambas esclarecerán su relación. Con un buen manejo de la tensión y de lo no dicho, el relato omnisciente procura dosificar la información al espectador, quien deberá ir hilvanando los hechos. Así como no dice y trabaja sobre lo latente, Colman lo expresará a través de las imágenes. Las escenas de sexo explícito son un claro ejemplo de esa dicotomía. Hay una mirada natural sobre el sexo, el uso del cuerpo y la libido como una función catártica. En Carla, angustiada por el rechazo y ninguneo que siente, la vemos pasada de alcohol disfrutando de un trío junto a un amigo (Jean Pierre Noher) y una chica que recién conoce. En Martina, una joven hermética, rebelde y enojada con el mundo, le gusta someterse a una relación sadomasoquista con Diego, revelando una faceta interior opuesta a cómo se muestra. Sin embargo, será a partir de esas acciones, donde ambas descubrirán tanto sus debilidades como los lazos que las unen. El tratamiento sobre la luz y la fotografía da cuenta de la experiencia compositiva que maneja Colman, siendo arquitecto. Sobre eso: “Quise poner un acento en la búsqueda de “cómo” contar la película, comenta el realizador. Para eso dividí una historia lineal que transcurre en un fin de semana en tres partes o bloques, y doté a cada bloque de una estética (trabaje con tres directores de fotografía), ratios, montaje y sonido muy diferentes entre sí. La trama no va al pasado ni al futuro, y no hay flashbacks. Todo transcurre en tres días linealmente, pero formalmente va cambiando mientras pasan los minutos. El riesgo era cómo hacer para que partes tan distintas tengan unidad y no quede un todo fraccionado en tres”. A esa fusión entre fondo y forma, se suman buenas interpretaciones, entre las que se agrega al elenco, la actriz Eva Bianco, intentado balancear el destrato hacia Carla. Fin de semana supera cierto tratamiento puritano del cine nacional en relación al cuerpo y al sexo, y en su afán por mantener las sutilezas y lo no dicho, tropieza con un desenlace algo abrupto y premeditado, que no le resta mayor mérito a un buen debut. FIN DE SEMANA Fin de semana. Argentina, 2016. Dirección: Moroco Colman. Guión: Moroco Colman, Andrea Gigena, Sofía Castells. Intérpretes: María Ucedo, Sofía Lanaro, Lisandro Rodríguez, Eva Bianco, Jean Pierre Noher, Jessica Kloner, Roberto Videla, Magdalena Combes Tillard. Producción: Sofía Castells, Moroco Colman. Duración: 74 minutos.
Uno de los estrenos más interesantes. Es la opera prima de Moroco Colman que escribió el guión con Andrea Gigena y Sofia Castells. Una película intensa, distinta, con incógnitas para el espectador y mucha audacia en las escenas eróticas que se integran perfectamente a la historia de estas dos mujeres. Lo único que se sabe es que estas dos mujeres hace años que no se ven. Que murió un hombre. Y queda para quien ve la película como se relacionan las protagonistas, si son madre e hija, hermanas, amigas. Lo que importa es que la menor no puede mas que expresar rechazo y esta buscando límites, necesita reafirmar su independencia y esta embarcada en una relación con un hombre mayor y que solo busca aparentemente “sexo fuerte”. La mayor una mujer independiente que vive lejos y que trata de recomponer una relación, objetivo que parece una misión imposible. Y sin embargo hay una luz de esperanza en esa relación. También la película tiene interesantes inquietudes formales, con tres bloques hechos con distintos directores de fotografía y distintas posibilidades técnicas. Dos grandes actrices que se entregan a sus personajes para darles carnadura, angustia, ternura. Un mundo femenino en conflicto frente al dolor, al placer, la comunicación. Bienvenida la audacia con la que todos encararon la historia de estos dos seres. Y la buena exploración de dos mundos en conflicto que parecían destinados a chocar y que sin embargo pueden en los momentos de mayor fragilidad encontrar el afecto que durará mas que un fin de semana.
Dos mujeres El conflictivo reencuentro entre dos mujeres separadas por el tiempo y la distancia es el tema elegido por Moroco Colman para su ópera prima Fin de semana (2016), un relato intimista sobre incomunicación generacional.. Carla (otro trabajo descomunal de María Ucedo) vuelve al pueblo para estar con Martina (Sofía Lanaro, todo un descubrimiento), no se sabe bien qué relación las une (y tampoco mucho importa). El vínculo entre ellas es ambiguo y el reencuentro tiene que ver con la perdida de una figura masculina (que podría ser el padre de Martina y el ex de Carla). Hay mucha tensión entre ellas y esta se intensificará cuando Carla descubra la relación entre Sofía y Diego (Lisandro Rodríguez), un muchacho que no solo la dobla en edad sino también con el que tiene una relación violenta (no desde la violencia de género sino sexual).Pero, ¿ella es muy distinta? El cordobés Moroco Colman ahondará desde el drama psicológico en lo profundo de una relación que a medida que los minutos avancen tendrá muchos más puntos de contacto que diferencias. Y para hacerlo pone toda la carne en el asador con escenas de sexo explícito, violento y hasta tríos (algo a lo que el cine argentino mucho no nos tiene acostumbrado). Pese a esto, Fin de semana no está anclado en lo sexual sino que esto será la excusa para mostrar los opuestos y semejanzas ente dos generaciones de mujeres con mucho más en común de lo que ellas creen. Fin de semana no solo arriesga en lo que muestra sino también en lo visual. Recurre a tres directores de fotografía que utilizan tres formatos diferentes: Gustavo Biazzi (1.33:1), Fernando Lockett (2.35:1) y Pablo González Galetto (1.85:1). Una idea interesante para dividir la trama en tres momentos bien diferentes desde lo emocional. Cuando en el cine argentino parecía que nadie estaba dispuesto a provocar quiebres en las formas y los contenidos, más allá de ciertas convencionalidades, aparece un director que se las juega. Y eso siempre es bienvenido.
Una de las cosas más interesantes de Bafici2017 que acaba de terminar es la ventana que abrió a un cine argentino cuyas historias y locaciones están lejos de la capital. Es el caso de Fin de Semana, que sigue a una atractiva mujer madura -estupenda María Ucedo- en viaje a Córdoba para reencontrar a su hija Martina, con la que, es evidente, no tiene mucha relación. La mujer viaja para acompañarla en un momento difícil, la muerte del padre. La relación es en principio muy tensa, porque la hija le da todo menos la bienvenida. Es un personaje: una mujer que disfruta el sexo duro y fuerte, que le deja moretones, con un hombre casado al que la madre desaprueba inmediatamente. Y una mujer que, más allá del dolor por la pèrdida, que maneja muy secretamente, no parece necesitar a nada ni a nadie. Una chica dura. En ese retrato de personajes, mundo femenino casi cerrado, excepto por la esporádica aparición de un ex (Noher), Colman tiene para decir y mostrar. Madre e hija juntas, en sus silencios y forzadas comuniones -una resaca, el sexo- generan escenas potentes, en las que esa relación difícil muestra su ambivalencia constante: tan capaces de matarse como, quizá, de quererse un poco. Frente a esa dinámica interesante que atrapa la cámara de Colman, la insistencia en lo sexual, con una larga secuencia descolgada en el centro del relato, se siente forzada, más como gesto provocador que como parte que fluya con estos personajes. Es cierto, claro, que la información sobre ellos es escasa. Parte del misterio de Fin de Semana, un film que, con sus debilidades, consigue poner en escena dos personajes que permanecen.
Fin de semana: propuesta audaz y adulta El cine cordobés se ha convertido no sólo en uno de los polos de producción más prolíficos del país, sino también en uno de los más diversos. Para ratificar esa afirmación surge ahora esta ópera prima que se estrena tras su reciente paso por el Bafici. Fin de semana es una película audaz en más de un sentido: en lo dramático, porque decide no explicar ciertos conflictos; en lo visual, porque Moroco Colman trabajó con notables directores de fotografía en tres formatos de pantalla diferentes (Gustavo Biazzi en el más angosto 1,33:1; Fernando Lockett en el más ancho 2,35:1, y Pablo González Galetto en 1,85:1), y en algunas apuestas que generarán ciertos rechazos como lo explícito de sus largas e intensas escenas sexuales. Carla (María Ucedo) arriba a Villa Carlos Paz tras una larga ausencia para acompañar durante el fin de semana del título a Martina (Sofía Lanaro, notable). No queda claro si son madre e hija. Tampoco el motivo de la visita, pero se adivina una reciente tragedia de una figura masculina. La joven la recibe con frialdad, incluso con cierto desagrado y rechazo. Carla intenta algunos gestos conciliadores, pero pronto descubrirá que Martina mantiene una relación sadomasoquista con Diego (Lisandro Rodríguez) que le está dejando múltiples secuelas físicas. A partir de ese planteo, Colman narra una historia de encuentros y desencuentros, de confrontaciones y conexiones afectivas que se van recuperando incluso en las situaciones más extremas.
Carla arriba a Córdoba, se toma una cerveza, llega a una casa sin dueños a la vista y se recuesta en una reposera de mimbre. Espera, dormitando, a que llegue gente. Cuando lo hace, el recibimiento es demasiado tibio, y la joven Martina es recibidora de un sentido pésame para, momentos después, entrar hecha una tromba a la casa al grito de ¡Quién mierda la invitó, la puta madre! Así comienza Fin de semana, un drama familiar con una carga sexual más que erótica, que delinea a la dupla protagónica en más de un sentido.
Madre (e hija) hay una sola Conviene mirar más allá de las jugadas escenas de sexo de este filme provocador. No es habitual –o no lo era en los últimos tiempos- que el cine argentino mostrara sin tapujos ni vergüenza escenas de sexo más o menos de manera explícita. La noche fue un ejemplo de quiebre, y Fin de semana no se regodea en esas escenas, aunque es probable que varios espectadores salgan del cine comentando más acerca de ellas que del asunto troncal de la película. Fin de semana arranca como debe. La cámara descubre a los personajes y no se saben, aunque se intuyen, las relaciones entre una recién llegada, Carla, y Martina (Sofía Lanaro). De a poco sabremos que la muerte del padre de Martina, la adolescente que muestra hasta con orgullo los moretones que le deja con quien tiene “sexo fuerte” (sic), hace que Carla (María Ucedo), su ex y madre de Martina, regrese a Córdoba a acompañar a la joven. Pero así como Martina tiene una relación con mucho de sadomasoquismo con Diego (Lisandro Rodríguez) un joven más grande que ella, en pareja y con una hija -el hombre es hijo de una amiga de Carla-, Carla no le va a la zaga en probar lo que venga. Tal vez sean dos incomprendidas en su búsqueda del amor, quizás una no sepa qué buscar y la otra no haya encontrado lo que desea, pero son dos personajes que el director y coguionista Moroco Colman esculpe con precisión. En sus actitudes y cada vez que abren la boca. La relación entre una madre que se avizora ausente y su hija, más siendo adolescente, da para un manual de psicología, pero Colman le escapa a los psicologismos y prefiere adentrarse en la correspondencia, en el vínculo directo. A las buenas actuaciones de las actrices nombradas –Lanaro es una revelación a tener en cuenta- se suma Eva Bianco como la amiga de Carla y madre de Diego en este filme que se muestra como provocador, pero que conviene mirar con más atención que la que sugiere.
Fin de semana exhibe un relato sobre un re-encuentro familiar forzado a partir de un duelo. Carla (María Ucedo) regresa a Córdoba luego de muchos años para reencontrarse con la joven Martina (Sofía Lanaro) y acompañarla en los tiempos difíciles. Sin embargo, ésta última deja bien en claro que esa ausencia marcó algo y que la distancia entre ellas es inevitable. A la vez, Martina mantiene una relación secreta un tanto agresiva con un antiguo vecino, cuasi pariente. Carla no sabe como acercarse a ella, pero al descubrir esto, rápidamente intenta frenar la relación. La película de Moroco Coleman no aclara demasiadas cuestiones. En ningún momento se explicita cuál es la relación entre las dos mujeres, pero intuímos que se trata de una madre, que a partir de una separación, se alejó de su hija y de su cuidad y se dirigió a Buenos Aires. En el presente la confrontación es difícil y compleja, ya que Carla nota que Martina ha avanzado -aunque no como a ella le hubiera gustado- en su vida y maduración, y que realmente no la necesita. Anoticiada de esto, se escapa a una fiesta a la que toma como forma de canalizar sus angustias y frustraciones. Mediante un excelente trabajo en fotografía -con participación del gran Fernando Lockett, junto a otros DF-, Fin de Semana plasma a la perfección esa sensación de incertidumbre en torno a un duelo pero también en torno al crecimiento y a esa aparente necesidad de un plan o proyecto de vida.
Nada está muy claro en el inicio de Fin de semana. Ni por qué Carla (María Ucedo), una mujer de unos cincuenta años que acaba de bajarse del avión, se instala en una residencia familiar de Villa Carlos Paz, ni cuáles son las razones por la que la visita genera un clima hostil en los anfitriones, sobre todo en Martina (Sofía Lanaro), la menor del grupo. Se advierte que hubo un fallecimiento de alguien cercano y que hacía bastante tiempo que Carla no se aparecía por allí.
Fernetcito cinematográfico: el debut del director cordobés se impone como uno de los favoritos de la Competencia Argentina. Sólido y oscuro (des)encuentro y dinámicas familiares tienen espumita de sexo sadoexplícito, donde flota una búsqueda estilística fresca y espesa. Dramón poderoso para mandarle mensajito a mamá después. Moroco Colman es hombre minipimer: disc-jockey de vivieza cordobesa durante añares, diseñador gráfico, arquitecto, guionista y cineasta. El rejunte es un cocktail molotov que explota en Fin de Semana, la película con la que debuta en la Competencia Argentina del BAFICI. Sensibilidad estética, construcción milimétrica de guion, sólido hormigón narrativo, musicalización pipí-cucú son pilares de un relato en que forma y fondo se propulsan mutuamente. Carla (María Ucedo) y Martina (Sofía Lanaro) tienen tres días para sanar. El viaje de la primera a Córdoba para ver a la segunda durante el fin de semana del título es la primera sutileza: ni cómos, ni por qué, ni nada de nada. Los detalles sutiles de la interacción entre las dos marcan la pauta: Martina (¿hija? ¿prima? ¿hermana menor?) detesta la presencia de Carla y se cobija en la relación sadomasoquista con Diego su (casi) secreto amante que le dobla la edad. Carla lidiará entonces con lo que descubrimos como su pasado cordobés y el segundo acto está plagado de patrones que se dramatizan al punto del trío, el descontrol, borrachera, porro, etcétera. Ahondamos en el duelo y el dolor para remerger en el tercer acto que, sin pretensiones, opera como bocanada serrana para sanar la tendencia (auto)destructiva de las protagonistas. Las explicaciones no abundarán: los detalles sí. En una historia simple y contundente, las intimidades son las que llenan nuestros puntos ciegos, desde la relación difusa entre las impecables protagonistas, hasta los simbolismos del sexo explícito, la violencia y las patas de rana. El drama familiar, los vínculos afectivos, las conexiones románticas, el pasado, la muerte, la resurrección se desdoblan como una espiral. La dialéctica de Fin de Semana pendula entre la progresión dramática correcta hasta la reverencia de sus sólidos personajes y la disrupción del radio como forma narrativa para construir un relato plagado de simbolismos y sutilezas.Del arranque-sofoco en formato cuadrado en el primer acto con primerísimos planos que revelan el tumulto interior (y solitario) de Carla y Martina, al pico de tensión en el segundo con la apertura a Cinemascope y el casi panorámico que no puede mostrar lo que nos estamos perdiendo, el desemboque en el panorámico 16:9 final que se come la montaña íntegra está tejido con el hilo invisible de un experto en inventiva. Cabe destacar el trabajo de los tres Directores de Fotografía Gustavo Biazzi (1.33:1), Fernando Lockett (2.35:1) y Pablo González Galetto (1.85:1) para ensamblar este dispositivo que tan bien funciona.En la inmanencia del formato, trasciende la continuidad del encuadre, el jazz y el saxofón como vehículos sonoros (¡y hasta Virus!) y los demoledores primeros planos. Fin de Semana como Moroco, es la película arquitectónica que deja los ladrillos en cada frame para que el espectador haga de constructor del relato. Y bravo por eso.
Un regreso y un vínculo roto que se busca recomponer durante el fin de semana del título en la opera prima del cordobés Moroco Colman. Carla (María Ucedo) regresa a Carlos Paz. Se nota que hace rato se ha ido. Llega a una casa sola y se dormita en una hamaca paraguaya. Cuando ingresan una pareja y una joven se sorprenden con su presencia (menos los mayores que la chica). Alguien ha muerto (más tarde confirmaremos que es José, ex marido y padre) y esa mujer recién llegada y Martina (Sofía Lanaro) son una madre e hija que tienen un pasado de reproches para sacar a la luz. A la típica historia de vínculos materno-filiales en tensión y conflicto permanente, tratada en infinidad de ocasiones, el director logra organizarla de una forma si no original por lo menos distinta a partir de una puesta que no apela al discurso evidente y a los diálogos explicativos y que procura mantener el secreto y la intriga de los lazos que relacionan a los personajes y a lo que colabora un elenco muy afiatado. Un universo femenino que se las trae y entrega personajes complejos y contradictorios muy bien delineados y actuados (además de las nombradas se destaca Eva Bianco). Desde lo formal el trabajo con tres formatos distintos y con un director de fotografía para cada uno de ellos es algo más que un simple adorno visual ya que acompañan con su expansión una “liberación” de los personajes. La cuestión de lo sexual que comienza discursivamente en uno de los primeros diálogos entre madre e hija se resuelve luego visualmente apelando a lo cuasi pornográfico o explícito (los encuentros sexuales entre Martina y Diego -que además recurren a la violencia física-y la fellatio en el bote y el menage a trois en el barco entre Carla, Rober -un amigo- y una desconocida), lo que resulta más una provocación adolescente que una necesidad funcional. En la mitad del relato, tras una discusión violentísima entre las protagonistas, un quiebre del guion (más un volantazo que un giro) nos transporta a otra película. Como si al salir de esa casona familiar se dificultara hallar el tono. De alguna manera pareciera como si los conflictos hubiesen sido llevados a tal extremo que el regreso a cierto “atisbo de solución” pareciera necesitar de un poco más de transición, pero el tiempo apremia. Igualmente se esquiva exitosamente el dejar nada cerrado y de alguna forma el final nos acerca a esa “verdad” que notábamos en un comienzo.
Pensé que me iba a ser difícil criticar esta película, debido a que conozco a varias personas del elenco y tengo una buena relación. Mi mente estaba preparada para pensar que decir si no me gustaba (he tenido malas experiencias con el cine cordobés), pero por suerte a lo largo de la película pude olvidarme de eso. Nos encontramos con Carla que vuelve (vaya a saber usted de donde) a Carlos Paz por la muerte del padre de Martina, el guionista y director nos juega un chascarrillo durante toda la película y no nos cuenta cuál es su relación, nos deja suponiendo, pero sí está claro que son familia. Martina que tiene una relación sexual (“me gusta el sexo violento” dice Martina) con Diego, el hijo de la última pareja de su padre. Antes de ir a ver la película leí un par de críticas y en ellas destacaban las escenas de sexo, que había que mirar más allá dice uno de los críticos. Por ende fui preparado para ver muchas escenas de sexo, y no puede evitar evocar el recuerdo de una película argentina del año pasado “Sangre en la boca” en la cual había muchísimas escenas de sexo, el 95% sin sentido ni justificación alguna. Afortunadamente las escenas de sexo que hay en esta película no son tantas y son justificadas. No voy a hablar mucho de ellas, evitando el spoiler, pero sepa espectador que, como dijo un crítico, hay que ver más allá de las escenas, hay que observar cómo se llega a ellas y que nos muestra y nos quiere decir o hacer entender el director en las mismas. Me encontré con una película cordobesa que no es lenta. No miras la hora a cada rato, es amena y llevadera. Con buenas imágenes, y con un guion sutil que nos deja con muchas preguntas, pero que te vas del cine sin necesitar las respuestas. Te muestra puntas de algunos hechos que a veces nos parece necesario saber más, pero al final de cuentas terminamos de entender que lo que se mostró es más que suficiente. Las actuaciones están a un nivel parejo todas, se destaca Sofía Lanaro como revelación según la crítica (para los que la hemos visto actuar no es nada nuevo ver lo bien que actúa), una Eva Bianco que siempre queres ver más de ella y María Ucedo que hace una buena actuación como Carla. Mi recomendación: Es una película cordobesa bien hecha, con buen guion y actuaciones, hay que verla en el cine para que pueda quedar en cartelera y el cine cordobés siga creciendo.
Ayudado por dos actuaciones sublimes, Moroco Colman explora en su debut como director un universo femenino convulsionado. Dos condiciones atmosféricas se disputan un espacio en Fin de semana, la ópera prima de Moroco Colman: el intimismo sensible y la confrontación vanguardista. Es probable que el director haya querido aunar ambas instancias para dotar a sus personajes de claroscuros, pero a diferencia de un filme como La Noche, de Edgardo Castro, en donde el desenfreno adquiría un aura espiritual, aquí lo dulce y lo punk lucen mezclados antes que orgánicos. Fin de semana narra el reencuentro de Carla y Martina, dos mujeres de distintas generaciones. Pueden ser madre e hija, o quizás hermanas; el filme prefiere soslayar este dato y concentrarse en el vínculo a secas, sin parentesco que lo predisponga. Lo único objetivo será que Carla visita a Martina por unos días para acompañarla en un duelo. La película, con calma, va puliendo los rencores de una ausencia. La puesta está diseñada con múltiples elementos en tensión, la mayoría sugeridos. Cada escena tiene algo atractivamente autoconclusivo, con pequeños zigzags narrativos que habilitan el lucimiento actoral. Las interpretaciones de María Ucedo y Sofía Lanaro son inagotables y excelentes, esta última cargando de electricidad a su personaje sin exagerarlo, con exabruptos viscerales bien alejados del berrinche adolescente. La irrupción del sexo explícito quizás sea el mayor traspié del relato. No por cuestiones morales: la intensidad de las imágenes perdura por encima de la propuesta sigilosa; estamos ante provocaciones que distraen el corazón del relato, e inclusive hacen quedar como naif otras escenas en donde estas mujeres se asoman a la redención. Algunos formalismos no son disruptivos pero flirtean con lo snob: la música atonal y el cambio de formato de pantalla en tres ocasiones (ratio de 1.33:1 para el inicio, 2.35:1 durante un episodio intermedio y 1.85:1 sobre la conclusión), cada uno con su propio director de fotografía. Esta alternancia de formato recuerda un poco a Mommy, de Xavier Dolan, aunque sin tanta torpeza poética. Nada cambiaba si Colman respetaba un ratio de principio a fin: la película seguiría siendo igual de sofisticada y las actuaciones igual de potentes.
Relaciones quebradas El paisaje serrano promete paz, pero cuando las relaciones están quebradas siempre asoma la guerra. Carla llega de Capital a visitar a Martina en medio de la calma chicha de Villa Carlos Paz, pero lo que recibe está lejos de ser una bienvenida. Nunca se explica si Carla es mamá de Martina, pero es evidente que lo es. Ambas atraviesan la angustia de la pérdida del supuesto papá de Martina y cada una lo vive a su manera. Martina elige descargar tensiones tocando la batería, fumando porro, haciendo nada todo el día y teniendo sexo fuerte con un tipo violento, que además está casado y con familia. Carla toma sol, alguna que otra cerveza de más y se enfiesta con un ex y una amiga, como una suerte de antídoto ante la infelicidad. El director Moroco Colman hizo foco en esas soledades, con más sugerencias que apuntes explicativos y retrató como pocos ese vínculo ambiguo madre-hija con tanto odio expuesto como amor impuesto. Y también se animó a mostrar la crudeza de ciertas relaciones, y lo hizo incluso con una escena de sexo explícito tan riesgosa como necesaria. Hay pocas cosas que pueden cambiar de cuajo en un fin de semana. En las películas pochocleras en dos días todo se soluciona. Por suerte, en esta historia, la realidad sin tapujos se apodera de la pantalla.
Este filme cordobés que se suma a las varias decenas que se han presentado a lo largo de los últimos años en el BAFICI no tiene demasiado que ver con la estética predominante de los realizadores de esa provincia. En un formato inusual y cambiante que va pasando del clásico 4:3 para expandirse al cinemascope y luego retornar a un formato intermedio (Gustavo Biazzi, Fernando Lockett y Pablo González Galetto fueron los directores de fotografía que trabajaron, cada uno en su sección específica), Colman narra la historia de dos mujeres, Carla y Martina, que se encuentran tras mucho tiempo sin verse. De entrada no queda del todo claro cual es la relación entre ambas, pero lo que sí es obvio es que es bastante tensa. Martina, la más joven (Sofía Lanaro, notable descubrimiento), tiene una pareja casual (Lisandro Rodríguez) con la que tiene violentos y bastante gráficos encuentros sexuales, pero Carla (una intensa y perturbada María Ucedo) no ve con buenos ojos esa relación tan agresiva. Las dos, además, tienen que enfrentarse a una pérdida cercana que prefieren no procesar. En cambio, discuten y pelean todo el tiempo. A su vez, Carla tiene sus propios asuntos por resolver. Es una mujer que está sola, para en lo de una amiga (Eva Bianco) y se reencuentra con un viejo amigo suyo (Jean-Pierre Noher), con quien termina en una fiesta un tanto descontrolada para sus hábitos. Es claro que ambas mujeres buscan alguna manera de mitigar ese dolor generado por esa ausencia (de una figura masculina) y el filme es un relato de un momento en sus vidas –ese “fin de semana” que da título a la película– en el que buscan la manera de superar ese pasado y mejorar esa relación. Pero no es fácil ya que se trata de dos mujeres de carácter fuerte que no dan fácilmente el brazo a torcer en ninguna de sus discusiones y peleas. Con la peculiaridad formal que mencionaba antes, FIN DE SEMANA es una opera prima intensa, franca e inusual en sus elecciones narrativas y estéticas, a la que la presencia de dos personajes “de armas tomar” –interpretadas por dos actrices dispuestas a sacarles el jugo– le da un plus dramático importante, el que seguramente le permitió ser elegida para la competencia de Nuev@s Director@s del pasado festival de San Sebastían.
Afectos y dolor en simetría Está bien que el realizador cordobés Moroco Colman provenga de la arquitectura y todavía mejor que quiera quedarse en el cine. Esa combinación da cuenta de una continuidad, de un proceso estético, de un camino que destila un cine evidentemente detallista, de organización espacial obsesiva. No sólo desde lo que significa la composición del cuadro cinematográfico sino, antes bien, a partir de una puesta en escena en donde la construcción del entorno resulta en un ánimo de perfección quebradiza. Estas fisuras están presentes en los cortes del montaje, en la fusión que entre plano y plano Fin de semana exhibe. Como una sumatoria de bloques que se perfilan como peldaños, en tanto uniones que culminan por erigir unos pocos días en las vidas de sus personajes. Pero atención, es desde estos personajes cómo debe pensarse el espacio visual: casi ofuscado, poco visto, sumido en un penar que une y desune. De esta manera, Fin de semana se mueve como un péndulo, entre los protagónicos de María Ucedo y Sofía Lanaro. Las dos, los puntos de toque de este film que no necesita explicitar el vínculo que las relaciona. El ir y venir compone un equilibrio móvil, que hace a la película direccionarse de una manera y luego, simétricamente, de otra. Por momentos, el vaivén distancia, a veces es más cercano. Un afuera y un adentro que es, a su vez, textura de fricción entre sus protagonistas. Es extraordinaria, por esto mismo, la meticulosidad con la que el film se concibe, a partir de su división en tres momentos, como número perfecto. Tres capítulos o instancias o días, cualquiera podría ser la acepción. Eso sí, cada una de estas grandes secuencias opera como situación particular, que oficia de manera autónoma pero no por eso desgajada del conflicto general. La repercusión fotográfica que cada una de ellas conlleva repercute sobre las otras, y culmina en un círculo que toca el inicio y abre una posibilidad de respiro allí donde, parecía, no la había. Arribado a este punto, es menester (re)ver Fin de semana, a la manera de un loop, como un juego de afectos, de caricias y heridas. Hay algo roto, pero también gestos y detalles que avizoran más. En este sentido, la última escena en donde intervienen las dos protagonistas -‑¿madre e hija?, ¿hermanas?, ¿qué?‑- es ejemplar: la acción es meticulosa, atenta con la composición del encuadre; tanto como lo son, a lo largo del film, los momentos de sexo. Ahora bien, lo que sobresale es la artesanía de un realizador que, aun cuando controla los elementos puestos en juego, tiene habilidad suficiente para dejar abierta una rendija por la cual el espectador complete según su sensibilidad, sus deseos y sus miedos.
Crítica emitida por radio.
Interesante tratamiento estético para una lograda narración intimista En el marco de las sierras cordobesas, más precisamente en Villa Carlos Paz, y el lago San Roque, que es un protagonista más de este film dirigido por Moroco Colman, su ópera prima, relata la historia de una chica que vive allí, Martina (Sofía Lanaro), y transita el duelo por el fallecimiento reciente de su padre. De visita llega de lejos Carla (María Ucedo) para acompañar a Martina en ese momento, durante un fin de semana. El vínculo entre ellas es tirante, distante, especialmente de parte de Martina, aunque Carla la trata de forma amable y afectuosa, también le hace planteos morales y de conducta que la joven siempre rechaza con una marcada rebeldía post adolescente, donde habitualmente tiene una actitud desafiante ante todo, especialmente en el plano sexual, que se manifiesta transgresora, audaz, fuera de lo común en la cinematografía argentina. Durante la estadía de Carla, ambas van a vivir distintas situaciones que es retratada eficientemente, por decisión del director, en tres formatos de pantalla distintas, sumados a la tonalidad fotográfica que comienza con un claroscuro en una pantalla chica, luego pasa a un color rojo y azul, con una pantalla de tamaño mediano, para finalizar las imágenes con luz natural y pantalla grande. Este criterio estético se nota marcadamente ante los cambios de estado de ánimo que van teniendo las protagonistas. La relación va mutando, tiene sus vaivenes, no sólo por ellas mismas, sino por los vínculos que tejen por separado, que les hacen cambiar de parecer. La película está contada de un modo intimista, todos los engranajes van funcionando con precisión, la parsimonia y la letanía tienen su razón de ser por la localidad donde se desarrolla esta realización, que fuera de la temporada de vacaciones, y lejos de las marquesinas de los teatros, los tiempos que manejan esta ciudad son mucho más tranquilos. Tal vez, el mayor logro del director y los guionistas, no sólo es haber podido plasmar en la pantalla el hecho estético descripto anteriormente, sino el mantener la incógnita y el misterio de saber cuál es el nexo que las une y también las separa, por qué es el enojo permanente de Martina y la necesidad que tiene Carla de confortarla, consolarla, y tratar de ayudarla a encarrilar su vida. Cuestionarse qué es lo que sucede entre ellas no tiene relevancia, mantiene la intriga, sino que lo más importante es ver la evolución anímica de Martina, si logra distenderse y puede acercarse a Carla.
La ópera prima del cineasta cordobés Moroco Colman trabaja a partir de un registro de exploración cuyo centro está compuesto por los vínculos entre dos mujeres. Carla regresa después de un prolongado período de ausencia para acompañar a Martina, quien afronta la muerte de un hombre. El carácter controlador de una afecta y cae como un lastre para la otra, abierta a un duro juego sexual con un joven mayor que ella. Un moretón aparece como el primer indicio. “Me gusta el sexo fuerte” dice la chica; “no es gracioso”, le advierte Carla. Es apenas uno de los pocos intercambios que mantienen luego de un reencuentro frío donde las implicaturas superan a lo hablado. Mientras tanto, Martina mantendrá sus rituales con Diego. Ambos conciben el sexo de manera rutinaria según dicta el deseo. Nada trascendente hay en un acto que es visto como si se tomaran una cerveza: se ven, se dan masa y tocan la guitarra. Los afectos son recuerdos lejanos en un ambiente crudo y despojado que la cámara recorrerá sin perder de vista esos cuerpos y rostros femeninos en contrapunto dialéctico. El presente es privilegiado y los perfiles se arman con el mismo tiempo de enunciación, como si el cerco comunicacional que mantienen las protagonistas se extrapolara a los espectadores, quienes deberán reponer información emocional elidida. No sabremos incluso con certeza qué lazo mantienen entre sí. En este sentido, Colman continúa una (ya) larga tradición de personajes en el nuevo cine argentino, desganados, abúlicos pero siempre creíbles. La lógica de búsqueda que propone el filme se prolonga hacia un desafío formal en la medida en que se escogen diversos formatos de encuadre según los bloques de equilibrio y de leves alteraciones emocionales. Y si bien el virtuosismo técnico y cierta idea de montaje seducen visualmente, tal vez el corazón de la película parece invisible ante tanto cálculo. Un cambio de registro y una pequeña ruptura abren el juego. De la palidez de la casa y los tonos azulados diurnos pasamos al rojo de una fiesta en la que Carla participa y se cruza con un amigo con el que compartirá un trío. A la vuelta, la experiencia parece poner a las dos mujeres en el mismo escenario, como si el tejido vincular se recompusiera a partir del dejarse llevar por el placer, más allá de la escatológica orgía de fluidos (alcohol, semen, vómitos). Martina se relaja cuando Carla aterriza y se muestra imperfecta. Solo estos deslices, que las devuelven a su estado original, otorgan el aire necesario a vidas urgidas de ventilación. A esta altura, el fin de semana deviene en un redescubrimiento, en una especie de resignación y de aceptación: somos lo que podemos ser. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
Un universo femenino cargado de provocación, lazos familiares asimétricos, y una propuesta en el que la estética y la teatralidad copan la escena. Moroco Colman lleva su cortometraje de 2010 al largo en Fin de semana, de reciente paso por la 19° edición del BAFICI. Carla emprende el camino de regreso. Se presenta en el pueblo en el que pasó su juventud y del que parece haber huido. El motivo de ese regreso es el fallecimiento del padre de Martina, bastante más joven que Carla, una chica rebelde que no parece estar dispuesta a escuchar de consejos. Carla se quedará un fin de semana en ese pueblo a orillas del río, y tendrá que convivir con Martina en la misma casa. Los roces no tardarán en llegar. ¿Quién es Carla? Es algo que Moroco Colman nunca se dispone a expresar, por lo menos no vivamente; aunque varios indicios indican que es la madre biológica de Martina, que el muerto fue su marido, y que deberá tener una relación de cortesía con quien era la nueva pareja del fallecido. Aunque también podría ser la hermana de Martina, o una amiga muy íntima de la familia, quizás sea que no importa. Lo importante es la relación entre Martina y Carla. La más joven es una chica saliendo (o todavía dentro) de la adolescencia, con una ebullición de hormonas y poco respeto por lo normado. Rechaza todo tipo de control, en especial si provienen de Carla. Carla intenta conectarse con Martina, pero constantemente rebota contra una pared, se alarma ante su estilo de vida, intenta poner algún freno y resulta imposible. Claro, Martina sale con Diego, que es casado y no tiene ninguna intención de dejar de serlo, menos quiere blanquear la relación con Martina, y además es mayor de edad siendo Martina menor. Con el correr del metraje, si no lo intuimos desde el principio, veremos que Carla y Martina no fueron ni son tan diferentes. Fin de semana es un hervidero provocativo, los cuadros están llenos de sexo libre, de ruptura, de transgresión. Siguiendo ese propósito, Colman opta también por una transgresión estética. Diferentes tipos de encuadre, de iluminación, todo girando alrededor de tres relaciones de aspecto diferentes (sería fundamental verla en sala, en pantalla grande). A cada relación de aspecto le corresponderá un estilo de fotografía diferente, no de modo caprichoso, las imágenes acompañarán el estado en el que se encuentra la historia y los sentimientos de sus personajes. Sofía Lanaro como Martina exuda precoz erotismo, una interpretación muy libre y jugada, que juego con Lisandro Rodriguez (Diego) un juego de constante provocación, que llega a picos emocionales realmente altos. Un personaje que vive constantemente al límite de quemarse no es sencillo de abordar, y Lanaro sorprende. Quien no sorprende es María Ucedo como Carla, a esta altura Ucedo se elevó como una de nuestras mejores intérpretes actuales, y en fin de semana sencillamente vuelve a demostrarlo. Carla pasa por diferentes capas, etapas, y en todo momento la actriz de Contra las cuerdas lo sostiene con extrema convicción. Sus duelos con Lanaro y otra grande de la escena como Eva Bianco serán los puntos más alto de esta propuesta. Fin de fiesta pertenece a ese cine independiente con intenciones rupturistas. No extraña que su director provenga del mundo de la arquitectura. La apuesta visual es fuerte y expresa más que los diálogos ya de por sí construidos con corrección. Un film que inmediatamente capta nuestra atención.
Dos mujeres se reencuentran después de lo que uno presume es mucho tiempo. Una es Martina –de unos 20- y otra es Carla -de unos 40-. Si bien uno sospecha que pueden llegar a ser madre e hija, la relación nunca queda del todo clara, en una película donde justamente la falta de información será clave para mantener una sensación de tensión permanente. Durante el transcurso de esta narración habrá de todo: acercamientos y alejamientos varios, represión de sentimientos, alguna que otra muestra tímida de afecto. Junto con todo esto también estará la figura de un muerto cuya identidad nunca se revela pero cuya ausencia parece afectar, y mucho, el comportamiento de estos personajes. También habrá escenas de sexo muy bien filmadas y un poco sadomasoquistas que Martina denomina sencillamente como “sexo fuerte”. En ese juego, la chica jugará a que el hombre la trate despectivamente, sin sospechar que ese desprecio puede exceder el ámbito del juego sexual. Por otro lado, también estará Carla, conocedora de estas prácticas, a la que juzgamos en principio como una señora conservadora preocupada por este tipo de actividad sexual, cuando en verdad terminará revelándose –en una sorpresa muy bien manejada por la película- como alguien mucho menos pacata de lo que se cree. Además de estos detalles que la película maneja con sutileza, hay otra gran virtud, y es el hecho de que logra transmitir más de una vez ese clima entre calmo y melancólico que tienen los personajes. Si tuviera que objetarse algo, serían ciertos clichés: como el emborrachamiento en la playa o la escena del esparcimiento de las cenizas. Clichés que se vuelven un problema cuando se trata de una película que intenta siempre correrse del lugar común. Pero son detalles que no afectan demasiado una película potente y distinta, que logra hacer sentir no tanto aquellas cosas que se dicen sino que se silencian, y en donde detrás de la dureza de su narración puede esconder una insospechada ternura y hasta una extraña forma de optimismo.