Altibajos de la economía doméstica. En el cine, como en la propia vida, la transformación es el único rasgo perdurable y aunque no resulte evidente, siempre hay movimientos -por más que sean mínimos- en el juego de las interrelaciones. Si bien el panorama mainstream a veces parece calamitoso, es posible encontrar ejemplos de una vertiente que se distinga del resto, lo que también implica que ninguna racha es eterna. Joy (2015), el último opus de David O. Russell, viene a “cortar” una seguidilla de obras sublimes compuesta por El Ganador (The Fighter, 2010), El Lado Luminoso de la Vida (Silver Linings Playbook, 2012) y Escándalo Americano (American Hustle, 2013): tan lejos de la mediocridad como de la excelencia, el film cae en un terreno intermedio que desde la humildad vuelca la balanza hacia el saldo positivo y las buenas intenciones, quizás padeciendo en algunos tramos un pulso narrativo un poco inconsistente. La historia está centrada en el personaje del título, un emblema del carácter agridulce del “sueño americano”: Joy Mangano (interpretada por una perfecta Jennifer Lawrence) es una ama de casa soltera y madre de dos hijos que queda desempleada y debe convivir tiempo completo con su atribulada familia (ex marido, padres divorciados y nuevas parejas de ambos). Luego de muchos años de postergar su desarrollo profesional en pos de satisfacer las expectativas de sus allegados, aprovechará la oportunidad para embarcarse en una gesta de lo más bizarra, basada en los altibajos alrededor del diseño y la venta de un nuevo modelo de trapeador de piso, que a su vez le permitirá canalizar su vocación de inventora. Aquí Russell apuntala una alegoría de reconstrucción personal que esquiva los estereotipos del feminismo y celebra el acto de batallar detrás de un ideal de independencia económica. Queda más que claro que el director continúa recurriendo a distintos elementos del cine de Billy Wilder a la hora de condimentar el relato con un tono sarcástico (hablamos de salidas narrativas imprevistas, one-liners de índole injuriosa, una progresión relativamente veloz, la apariencia general de “caos controlado”, la interrupción de la ironía cuando la cotidianeidad aplasta a los protagonistas, etc.), asimismo intensifica la incidencia del costumbrismo retro de sus opus anteriores, hoy analizando los primeros años de la década del 90 (con un elenco en el que regresan conocidos del neoyorquino como Robert De Niro y Bradley Cooper, la historia apela a una interesante amalgama entre la comedia de tumultos familiares y el drama de autosuperación, enmarcado en una crítica hacia la falta de ética de los diferentes actores en la cadena de formación de precios del comercio minorista, citadino y doméstico). Otra característica de Joy, si se quiere “indirecta”, pasa por su emplazamiento dentro de la carrera de Russell, circunstancia que pone de relieve la preeminencia de la película con respecto a la problemática Accidental Love, también conocida como Nailed, un convite que el señor rodó en 2008 y finalmente se estrenó en este 2015. A diferencia de esa propuesta simpática pero fallida, que padeció un sinfín de inconvenientes financieros y creativos, Joy sí se siente como parte de la trayectoria reciente del realizador (Accidental Love, en cambio, se asemejaba a lo que podría ser un exponente de su primera etapa). A mitad de camino entre las miserias laborales y el canibalismo del mercado estadounidense, y evitando toda solución romántica insulsa, la obra funciona como un retrato ameno de aquella génesis de la venta telefónica, los “infomerciales” y el marketing berreta de los productos hogareños…
JOYLESS Cuando alguien se refiere a una historia tipo “Cenicienta” inmediatamente nos imaginamos un recorrido de un personaje desde la pobreza y la humillación a la riqueza y grandeza. Esto es lo que sucede en “Joy” pero no es sólo una alegoría, la protagonista aquí literalmente limpia los pisos y sufre a una hermanastra mala. Su zapato de cristal es un palo de plástico y su príncipe que la lleva a una vida mejor son las televentas. Es lo que hay. Rusell continúa la caída artística que empezó con el éxito de público y crítica “El lado luminoso de la vida” (Silver Lining Playbook, 2012) que le dió un Oscar a Jennifer Lawrence, y siguió con el pretencioso bodrio “Escándalo Americano” (American Hustle, 2013). En este caso el gran problema del filme es un guión que sólo se recuesta en la exposición; si un personaje va a hacer algo, lo dice antes, luego vemos esa acción. Si un personaje siente algo, lo dice, así construye una narrativa pobre y sobreentendida que paradójicamente se mofa de las telenovelas. Para subrayar todo aún más -por si hiciera falta- está la voz en off de la abuela de Joy que continúa relatando inclusive después de muerta! No hay un plano memorable en toda la película, Russell nunca fue Scorsese, lo sabemos, pero no narrar en imágenes es un pecado demasiado grave. Basada en una historia real que habría que repensar si valía la pena contar, Russell describe a una Joy (Lawrence) prácticamente como una santa sólo por tener una familia disfuncional y haber relegado sus sueños. Y a su familia como malvados egoístas. Y es precisamente su familia una caricatura (como todo en el filme) pero no en el buen sentido como en The Royal Tenenbaums, aquí los trazos gruesos no dan lugar a ninguna sutileza ni doble lectura. Joy inventa un sistema para hacer más eficiente el trapeado del piso, lo patenta, pero la estafan, se lo pitchea a un productor televisivo que tiene una de las primeras cadenas de televentas, la estafan de nuevo, pero… happy ending. Para un estadounidense la idea de éxito en la vida es ser o no ser millonario, capitalismo puro y duro, la película celebra la creación por parte del matrimonio entre medios y empresas de la necesidad de adquirir productos innecesarios, en el medio el personaje de Joy como subrogante de la audiencia y nada más. Las correctas actuaciones protagónicas (Lawrence, De Niro, Cooper) no alcanzan para salvar una historia poco inspiradora que si no fuese por el talento que reúne pasaría desapercibida.
Joy Mangano (Jennifer Lawrence) es una humilde trabajadora de Long Island y madre de tres hijos, pero con muchas ideas… solo su abuela fue quién creyó en ella en esa disfuncional familia. Tener una idea es fácil, llevarla a cabo, complejo. Joy inventa un sistema para hacer más eficiente el trapeado del piso (el famoso lampazo), lo patenta, pero la estafan, y nada es justo (la vida no es justa)… Encima todo esto sucede en medio del furor de las ventas telefónicas, en la década del 80. El momento ideal para comprar y comprar sin moverse de casa (Llame YA!) Recuerda al film “Holy Man” (1988), con Jeff goldblum y Eddie murphy (que no envejece), que trata sobre ese mundo y la manera de cómo se debe vender. Podemos decir que luego de 30 minutos “empieza” la película, todo lo que muestran antes, cansa , más allá de que sea para ponernos en contexto de la vida de Joy. Porque todo el film se trata sobre ella, Joy, esta joven muchacha que consigue fundar una dinastía de negocios y se convierte en la matriarca familiar, más allá de la figura de Rudy (Robert De Niro), que no siempre la apoya y contiene. Más tarde aparece el ejecutivo del canal de las ventas telefónicas (Bradley Cooper), con un personaje al cual no le sacaron el jugo, una real pena, podrían haber marcado más características de ese personaje tan interesante, sin que Joy quede opacada. Por supuesto que el film trata de dejar un mensaje: todo puede ser posible y todo requiere de mucho esfuerzo, y también a veces no todo es justo.
Joy, el nombre del éxito, es una película con un relato de superación personal que atrapa de principio a fin. El elenco realiza un buen trabajo aunque se destaca sobremanera la labor de Jennifer Lawrence que ofrece como es habitual una actuación tan sólida y convincente que logra opacar a...
Una deconstrucción a medias del sueño americano Joy -2015- narra con ironía, aunque sin evitar la corrección política, la aventura de una emprendedora ama de casa que busca recuperar los sueños de su infancia a partir de la apuesta comercial de un invento hogareño para convertirse en una referente de todas las amas de casa como ella, que encuentran sus cinco minutos de fama en la pantalla chica. La premisa de David O. Russell para hablar del sueño americano, con sus pros y contras, desde el pretexto de la historia de Joy (película y protagonista con el mismo nombre) resulta en primera instancia atractiva porque apela a la ironía sobre las telenovelas para no caer en la convencionalidad de la familia disfuncional indie, tópico trillado incluso en el cine mainstream de estos últimos años. Ahora bien, David O. Russell no es Wes Anderson; la familia de Joy no son los Tenembaum, aunque la excentricidad a veces aparece, por ejemplo, en su madre –Virginia Madsen-, depresiva y obnubilada por las vulgares soap operas que transmiten los rayos catódicos, un padre ausente como el que interpreta Robert De Niro y una hermanastra que busca arrancarle el trono a toda costa. La única que parece confiar en Joy –Jennifer Lawrence, reciente ganadora del Globo de Oro- es su abuela –Diane Ladd- quien no ve la hora que su nieta termine de ser la Cenicienta en esa casa donde nadie parece respetarla. El director de American Hustle -2013- estructura el relato desde una puesta en escena ambiciosa en que se fusiona la opaca rutina de la soñadora con segmentos donde su vida y derrotero encuentran similitudes con la irrealidad. Sin determinar un terreno onírico o alucinatorio per se, los elementos extraordinarios conducen al relato por momentos a un espacio de fábula o cuento, con personajes estereotipados y la moraleja esperable al final. Joy no es necesariamente una reversión de la popular historia de Cenicienta, a pesar de existir paralelismos (si se busca, se encuentra) con algunas situaciones estaría faltando el elemento clave: el príncipe azul. Desangelado, pero no por ello menos emotivo, el film se despoja de inmediato de la crítica mordaz para relajarse en una trama que busca resaltar la auto superación, la auto eficiencia y el axioma del sueño americano al alcance de la mano, aunque las adversidades se presenten minuto a minuto. Jennifer Lawrence nuevamente cumple con creces en su caracterización de esta aguerrida joven emprendedora que debe lidiar con oscuros personajes secundarios, a veces ambivalentes otras ingenuos y llevar a cabo una titánica tarea de recomposición. Bradley Cooper, esta vez no llega ni siquiera a convencer por el rol pequeño que le toca en el juego, a pesar de sus esfuerzos por llevarse los minutos en que la cámara descansa en sus ocurrencias y no en las de la actriz fetiche de Russell. Con altibajos, sin perder el ritmo pero excesiva en la duración y tal vez ambiciosa desde la puesta en escena, Joy no supera el escalón de la más lograda American Hustle, pero tampoco defrauda en su tibio intento de deconstrucción del sueño americano.
Demasiada actriz para una película menor Jennifer Lawrence brilla en un film correcto pero no demasiado lucido dentro de la notable filmografía del director de Escándalo americano. Con películas como Tres reyes, El ganador, El lado luminoso de la vida y Escándalo americano, David O. Russell se convirtió en uno de los guionistas y directores más reverenciados del cine norteamericano y un favorito en las temporadas de premios que terminan con la entrega de los Oscar. Sin embargo, esta vez -más allá de algunos merecidos reconocimientos al trabajo de Jennifer Lawrence como el reciente Globo de Oro- Joy: El nombre del éxito cumplió a medias con las expectativas. Es una buena película, sin dudas, pero no una que se destaque particularmente dentro de la valiosa filmografía del talentoso cineasta. Russell se basó en la historia real de Joy Mangano (Lawrence), una mujer divorciada y madre de dos hijos pequeños que -tras vencer todo tipo de obstáculos- se convirtió en la reina del talemarketing y ganó fortunas con, por ejemplo, un trapeador que ella misma inventó. Joy reconstruye la odisea de una self-made woman, una mujer de clase trabajadora de Long Island devenida entrepreneur que durante los años '80 y '90 se sobrepone a todas las trampas de un capitalismo cuyas reglas no son parejas para todos, a los prejuicios sociales y hasta el desprecio familiar para lo que resulta una suerte de cuento de hadas, una fábula feminista sobre cómo reinventarse, cómo aprovechar las segundas oportunidades. En definitiva, un tema que suele fascinar tanto a Hollywood como a los medios de comunicación. Más allá del virtuosismo de Russell (un narrador con una energía desbordante, cuya cámara y sus personajes parecen no descansar nunca), a Joy le cuesta por momentos encontrar su eje y su tono, que pendula entre el realismo social con elementos de denuncia (las estafas con las patentes y los abusos en los negocios) y el absurdo, como cuando el director apela a intérpretes de telenovelas reales para hacer fragmentos de telenovelas incrustados dentro de la ficción del film (la madre de Joy que encarna Virginia Madsen no sale de la cama y es una adicta a ese tipo de programas de TV). En el terreno de las actuaciones también se notan diferentes registros. Mientras Lawrence, un prodigio a los 25 años, se carga la película en el papel de la sufrida e incansable heroína, otros personajes secundarios (como el padre que interpreta Robert De Niro y su nueva pareja Isabella Rossellini están más cerca del grotesco constumbrista). Más allá de que la historia es siempre entretenida y hasta en ciertos pasajes incluso fascinante, Russell resuelve todo de manera bastante convencional, como si fuera un simple telefilm para un director que ha hecho de la audacia y el desenfado su marca de fábrica. Algo decepcionante en función de las expectativas creadas por un realizador de su talla acompañado otra vez por un elenco de excepción, Joy no deja de ser un digno producto concebido con profesionalismo y solidez.
La cara oculta del éxito Hay herramientas que utilizamos siempre en nuestras casas sin prestarles demasiada atención. Herramientas y electrodomésticos que facilitan en sobremanera la preparación de nuestras comidas, la limpieza del hogar y de la ropa. Los utilizamos todos los días, pero lo hacemos de forma tan automática que seguramente ninguno de nosotros nunca se puso a pensar: ¿Quién los inventó? La nueva película de David O. Russell se trata ni más ni menos que de eso: la larga historia detrás de la invención de un objeto de limpieza tan mundano y cotidiano como la mopa. ¿La tienen a la mopa? ¿Ese elemento maravilloso que reemplazó al trapo de piso? Para los que no son adeptos a limpiar demasiado sus casas, les explico: tiene una cabecera desmontable llena de tiras de tela o de algodón que no requiere que uses las manos para escurrirla (lo que es un verdadero asco). Seguramente la hayan comprado y usado mil veces sin detenerse a pensar a quién se le pudo ocurrir semejante genialidad. Pero detrás de esa invención, hay toda una historia de superación personal que vemos demasiado bien contada en Joy. La película está basada en la historia real de Joy Mangano, quien armó su propio imperio a partir de su creación de la Miracle Mop (la mopa milagrosa). La inventora es interpretada por Jennifer Lawrence, quien les pasa el trapo a todos (nótese el doble sentido intencionado). Mentiría si dijera que no disfruto de las películas protagonizadas por la estrella de la saga de Los Juegos del Hambre, pero nunca la consideré una actriz digna del Óscar que ganó en el año 2013 por su papel de Tiffany en Silver Linings Playbook (también de David O. Russell). Pero en Joy, se lleva todos los aplausos. Acompañada por el mismo elenco que suele elegir Russell, compuesto por dos grandes como Robert De Niro y Bradley Cooper, la blonda es la única que destaca. Pero la gran actuación de Jennifer Lawrence no es lo único bueno de la película, sino también su ritmo desquiciado. Es rápida y fluida, tanto que no permite al espectador aburrirse ni por un segundo. Lo mejor de todo es que Russell deja bien en claro lo que ya intentó en películas anteriores: no hace falta ni una trama demasiado compleja, ni grandes efectos especiales para que una historia sea entretenida e interesante. Y en Joy lo logró: una película simple y bien contada, que refleja el arduo trabajo que se esconde detrás de cualquier éxito.
El sueño americano En su cuarta película, el director David O. Russell se mete una vez más con la historia americana de los últimos tiempos, buceando en la particularidad de los consumos culturales más populares y enfocando todo desde la perspectiva de una mujer que supo hacerse desde cero, a pesar que todo indicaba que iba a terminar mal y en otro lugar. "Joy: el nombre del éxito" (USA, 2015) se centra en Joy Mangano (interpretada por la siempre efectiva y contundente Jennifer Lawrence), una mujer que supo desde pequeña que lo suyo iba a ser algo bien grande, y que pese a los obstáculos que la vida le fue colocando, muchos derivados de su familia y algunas malas elecciones, a fuerza de empeño e inventiva, pudo crear un imperio a partir de la creación de nada más ni nada menos que un lampazo, el que pudo colocar en la TV para su venta. Russell hábilmente construye la narración, con proliferación de flashbacks y flash forwards, y primerisimos primeros planos, y la divide en dos partes, una primera verborrágica, estridente, explosiva, en la que se profundiza sobre Joy y su familia, un nervio visual que contextualiza la locura por la que la joven/niña se veía inmersa a diario. En cambio, para la segunda instancia, todo aquello que se potencia en la primera, como por ejemplo la obsesión por la psicología para construir los personajes, se corre para dejar el paso a una clásica historia, en el mejor de los sentidos y acepciones, de ascenso y descenso y de logros y pérdidas. Así, en la contradicción entre ambas etapas, es en donde "Joy: el nombre del éxito" se resiente, pero gracias a la poderosa interpretación de Jennifer Lawrence, quien también entrega primero una actuación llena de excesos para luego ofrecer una más controlada, acorde al tempo del relato. A partir del invento, y gracias a la colaboración de Neil Walker (Bradley Cooper), un ejecutivo de la naciente cadena de productos televisivos QVC, colocará su artesanal invento y formará una empresa familiar con la que enfrentará algunos contratiempos y engaños, algo que superará con su personalidad apabullante y algunas decisiones radicales que tome. En la historia de Joy se refleja la historia de miles de emprendedores que pese a la resistencia y al fracaso, no bajan los brazos y siguen intentando diariamente superarse y llegar a la meta. Algo que Russell sabe bien y que por eso termina tomando un personaje real de USA para nuevamente hablar de como la familia, los hijos y, principalmente, los sueños pueden tener, pese a la fantasía, su cuota de realidad y lograr el triunfo. PUNTAJE: 7/10
Jennifer Lawrence vuelve a trabajar con el director David O. Russell por tercera vez luego de El lado luminoso de la vida (Silver Linings Playbook, 2012), que le valió un Oscar como mejor actriz, y Escándalo americano (American Hustle, 2013). Sin el encanto de la primera, pero sin hundirse como la segunda, Joy: El nombre del éxito (Joy) queda a medio camino de encontrar su identidad. Como suele suceder en el cine, esta película está basada en una historia real: en la vida de Joy Mangano, una inventora estadounidense que pasó de no poder pagar las cuentas a fundar un imperio millonario. Lawrence interpreta a la mujer en cuestión, madre de dos hijos, responsable de la economía de su familia e incluso de su ex marido, que vive en el sótano. Joy tiene que hacerse cargo de una familia disfuncional e inestable por donde se la mire. Terry (Virginia Madsen), su madre, es adicta a las telenovelas y desde su divorcio que no hace más que encerrarse en su habitación y perderse en el televisor. Su padre, Rudy (Robert De Niro), tenía su independencia hasta que se separó de su pareja y se sumó al sótano donde ya estaba viviendo Tony (Édgar Ramírez). Los hijos son el principal motor de Joy, que por trabajar y sostener su hogar dejó de lado sus sueños y sus creaciones. De los adultos, Joy recibe apoyo de Mimi (Diane Ladd), su abuela, quien siempre le insistió en su poder para triunfar. La vuelta de Rudy sacude la situación en el hogar, hasta que comienza una relación con Trudy (Isabella Rossellini), viuda de un exitoso hombre de negocios. Un pequeño accidente y el agotamiento de las responsabilidades hogareñas llevan a Joy a crear un trapeador que se escurre sin tocarlo y puede ser lavado y reutilizado. Con el dinero invertido por Trudy, Joy utiliza su ingenio para poner su invento en el mercado, y así es como conoce a Neil Walker (Bradley Cooper), ejecutivo de QVC, uno de los famosos canales que se dedican a la venta de objetos al estilo Sprayette. Los problemas abundan en la vida de la protagonista, y en su mayoría tienen que ver con la intromisión de su familia. Su media hermana, Peggy (Elisabeth Röhm), celosa de que Joy logre destacarse, entorpece el negocio, y los malos consejos del grupo dificultarán las decisiones empresariales. Son su ex marido y Jackie (Dascha Polanco), su mejor amiga, los mejores asesores y compañeros de Joy en su camino al éxito. Russell usa las características de estos personajes para adornar la narración. La voz de Mimi acompaña varias escenas desde el off, al contar la historia de su nieta, mientras explica los cómo y por qué. El formato soap opera que capturó a Terry por momentos se roba la pantalla, como un recurso cómico pero que resulta excesivo. Flashbacks y flashforwards también son utilizados, a veces con mayor efectividad, por sobre todo al principio de la película, cuando se presenta a Joy como una niña que jugaba y creaba a la vez. La mezcla que crea el director, que además es el guionista del film, no resulta homogénea y se pierde en la estructura que no termina de definirse. El mayor acierto fue poner a Lawrence como protagonista, que se luce en el papel y le suma puntos a la película con su encanto y talento. Las actuaciones de Ramírez y Madsen son otro punto a favor, y Cooper, que tiene un rol menor de lo que indica su lugar en el poster, aporta su cuota de carisma. La fórmula del gran elenco que Russell ya probó, y no le resultó en Escándalo Americano, vuelve a demostrar que hay figuras que se desperdician, como es el caso de De Niro. A pesar de sus fallas Joy: El nombre del éxito logra algunas risas en el espectador. La inclusión de Melissa Rivers, que interpreta a su madre, la comediante Joan Rivers, es uno de los guiños que funcionan a su favor. Pero el afán del director de mostrar el entramado de los negocios, los conflictos familiares y el costo del éxito puede resultar tedioso. Uno de los problemas es el cariño que Russell le tiene a la figura de Joy Mangano, a quien agranda con cada escena del filme, mostrando lo difícil que es su vida pero que ella puede lograr lo que se proponga, sin importar el costo.
Una Cenicienta del “llame ya”. David O. Russell, director y guionista, ha cosechado a lo largo de los años un gran número de adeptos, fieles a su estilo, seducidos por títulos como El Ganador, El Lado Luminoso de la Vida, Escándalo Americano, entre otras; películas dotadas de historias congruentes, sostenidas por actores de calidad impecable, conducidos por un director que sabe lo que quiere decir y más importante aún, cómo decirlo. Con grandes expectativas, llega Joy, sobre una ama de casa y madre soltera, la cual ha renunciado a todos sus sueños de la niñez, a aquellos dotes natos para inventar cosas, relegados frente a las obligaciones personales y familiares (cabe mencionar un detalle: si bien la protagonista tiene dos hijos, una nena y un nene, éste último pareciera desaparecer del cuadro familiar en varias escenas, quizás como una metáfora del rol menor y peyorativo que se le da al género masculino a lo largo del film). Uno de los puntos más sobresalientes es la brillante actuación de Jennifer Lawrence, a quien muchos han tildado de “sobrevalorada”, sin embardo es justo decir que interpretando a Joy Mangano eleva la trama en aquellos momentos donde el ritmo narrativo paraciera no sostenerse del todo. Desempleada y viviendo en la misma casa junto a su madre (una adicta a las telenovelas), su padre (un desdibujado Robert De Niro), su ex marido instalado cómodamente en el sótano, una abuela preocupada por no dejar morir los sueños de su nieta mayor, una hermanastra digna de aquellas de los cuentos de niños; deberá encontrar la manera de no dejarse absorver por el entorno que la rodea. Este podría considerarse el cuento de una Cenicienta, sólo que en vez de ir en busca de un príncipe azul, el sueño es otro, el de la independencia económica y la superación personal. Así es cómo nuestra protagonista batalla contra todos los obstáculos que la sociedad y su propia familia le imponen, y logra dar con un invento, el famoso trapeador mop, aquel que no es necesario tocar al escurrir (otra analogía en concordancia con el cuento de la pobre sirvienta convertida en princesa). Dicha invención la convertirá en una millonaria y en una reina del telemarketing, llevando al máximo la utopía del sueño americano. Existe un dejo de feminismo a lo largo de toda la trama aunque probablemente la intención haya sido la opuesta, pero tanto remarcar el punto de la valoración de la mujer, de su indepencia, de las guerras unilaterales en contrapunto con el rol del hombre, siempre considerado como un obstáculo, invita a una sensación de ambigüedad, dejando por debajo a los valores que intentan ponderarse en la historia relatada. El film es correcto, mantiene el tempo narrativo gracias a la combinación de momentos dramáticos con buenas ironías, las cuales funcionan como salvavidas en los instantes en que el pulso decae (varios de ellos tienen que ver con el fallido personaje construido por la inigualable Isabella Rossellini, quien al menos -en el papel de la nueva novia del padre de Joy- bordea lo bizarro durante todas sus escenas). Seguramente no encabezará la lista de los mejores films del director de Tres Reyes, y muchos de sus seguidores quedarán algo insatisfechos, sin embargo la obra supera la línea de lo aceptable, no cae en clichés ni en resoluciones fáciles e ilustra de manera detallada la contienda entre el feroz mundo del comercio y los sueños que nos persiguen hasta cumplirlos.
El sueño americano y su parodia El director devuelve el cuento de hadas –Cenicienta– a su versión más disfuncional y lo entremezcla con el film de mafiosos. Le da entonces al público pochoclero la historia de triunfo que le gusta ver, pero le mete de contrabando altas dosis de enfermedad familiar. Tratándose de una versión materialista de Cenicienta, es coherente que el príncipe azul de Joy sea un lampazo. En su opus 8 –que a la hora en que se lee esta nota estará recibiendo varias nominaciones al Oscar–, David O. Russell entrecruza cuento de hadas, épica feminista y una suerte de neorrealismo a la americana, con una heroína que para consumarse como princesa de sí misma deberá comportarse antes como mafiosa, imponiéndose como leona de la jungla social. Tercera reunión al hilo del realizador con Jennifer Lawrence y primer protagónico excluyente de ésta en un film del realizador, Joy se basa en la historia de Joy Mangano, una señora que inventó el Lampazo Milagroso (sic, uno que se escurre solo, evitando que su portadora tenga que ensuciarse las manos limpiándolo), convirtiéndose gracias a él en la multimillonaria dueña de una firma de limpieza. Habituado a enrevesar los géneros, para contar la historia de la Sra. Mangano el realizador de El lado bueno de las cosas (Silver Linings Playbook, 2012) y La gran estafa americana (American Hustle, 2013) fusiona la celebración del Sueño Americano y su parodia, devuelve el cuento de hadas a su versión más disfuncional (vía la familia de Cenicienta) y lo entremezcla con la película de mafiosos, hasta alcanzar lo que podría denominarse “vulgata feminista de masas”.El comienzo encuentra a Russell en modo Flirting with Disaster (1996) y I Heart Huckabees (2004), comedias enrarecidas por su grado de locura familiar, núcleo temático permanente para el realizador de Tres reyes. Apenas treintañera, Joy (Jennifer Lawrence) es, por imposición de los demás y asunción de su parte, el centro de la familia. Madre separada que trabaja para ganarse el pan, Joy debe hacerse cargo no sólo de sus dos hijos sino de su madre, que se pasa la vida mirando una única telenovela (la reaparecida Virginia Madsen), su ex marido latinoamericano, que mientras espera que le salga algún improbable contrato como músico vive instalado en el sótano de su casa (el venezolano Edgar Ramírez), la hermana postiza que la odia (no tan) sordamente (Elisabeth Röhm) y ahora también su papá (Robert De Niro), a quien diecisiete años después de haberse ido de casa una señora entrega en la puerta, diciendo “se lo devuelvo, no puedo seguir haciéndome cargo de él”, como si fuera un perrito.La única que ayuda un poco es la abuela, que además de cuidar y querer a Joy como hada buena es, de manera algo arbitraria, la narradora del cuento (Diane Ladd). Está faltando la bruja. No por mucho tiempo más: gracias a un servicio de solas y solos, papá va a conocer a una viudita italiana (Isabella Rossellini) que se complacerá en acosar a la Cenicienta de este relato. El tener que hacerse cargo de todos y de todo, incluyendo arreglos de urgencia de cosas rotas, es el lastre que impide a Joy levantar vuelo. Que la chica es capaz de volar alto queda demostrado desde pequeña, cuando con unos papeles y unas tijeras sabía darle cuerpo a su imaginación. Es lo que volverá a suceder cuando, en medio de la encerrona en que está, se le prenda la lamparita, imagine el Lampazo Mágico, se lo muestre al encumbrado dueño de un canal de televentas (Bradley Cooper), éste compre y la audiencia televisiva también. Pero el melodrama impone sus reglas, y éstas indican que para llegar al cielo falta sortear todavía un par de poderosos obstáculos.Ladeado por Annie Mumolo, coguionista de Damas en guerra, Russell juega a dos puntas, entregándole al público yanqui (y al del resto del mundo, cada día más yanqui) la historia de triunfo que le gusta ver, pero metiéndole de contrabando altas dosis de enfermedad familiar. Habida cuenta de que el anillo de poder es aquí el más craso de los objetos domésticos, está claro que la fábula de la self-made woman puede verse, si así se desea, como parodia de sí misma. Así como la historia de amor que se espera (entre Lawrence y Cooper, claro) tal vez nunca llegue. Hasta alcanzar su Sueño Americano, el derrotero de la protagonista devela el carácter mafioso de la sociedad estadounidense. Pero lo alcanza, confirmando que ésa es una sociedad de oportunidades para todos.Esa habilidad de darle a cada público lo que cada público quiere ver denota la astucia del realizador, pero también le pone límites a tan calculada maniobra. Ganadora del Golden Globe en la categoría respectiva el domingo pasado y nominada seguramente a esta hora al Oscar como Mejor Actriz Protagónica por tercera vez en su breve carrera, Jennifer Lawrence confirma presencia, entrega y credibilidad, en un papel que le permite mostrarse vulnerable, pero también dueña de un fuerte cable a tierra. Todo como corresponde. Demasiado como corresponde, tal vez sienta el espectador habituado a que Russell lo desacomode más.
El combo David O. Russell / Jennifer Lawrence es garantía de calidad. Por tercera vez consecutiva nos brindan una gran película donde los personajes y su desarrollo son todo. Así como lo hicieron en El lado luminoso de la vida (2013) y Escándalo americano (2014), nos traen una historia completamente diferente a la anterior pero con el mismo magnetismo. En esta oportunidad O. Russell trabaja sobre el tema que los norteamericanos aman ver: una historia de auto superación y triunfo sobre las adversidades. “Only in America”, suelen decir. La historia real de la inventora Joy Mangano es entrañable y desconocida. Una receta fundamental para que este film funcione muy bien al ritmo de un drama con pases de comedia. Para que algo así ocurra el elenco tiene que ser clave y obvio que aquí lo es. Jennifer Lawrence demuestra, una vez más, por qué es la mejor de su generación. Solo alterando el look de su cabello basta para que su persona se transforme. En esta oportunidad una frustrada ama de casa con una gran idea y la lucha por ella. Claro que está muy bien acompañada por Robert De Niro, Édgar Ramírez y el infaltable Bradley Cooper, en un papel menor esta vuelta. La película es bastante entretenida y con un buen mensaje. Su único problema es que la resolución es muy obvia. Joy: el nombre del éxito, es uno de esos films que pesa fuerte en esta temporada de premiaciones y la verdad es que se lo merece. ver crítica resumida
Otro sueño americano Basada en una historia real, la nueva película de David O. Russell se concentra (una vez más) en cómo superar obstáculo tras obstáculo para conseguir la prosperidad económica. Joy: El nombre del éxito (Joy, 2015) resulta un producto disfrutable, pese a que su único atractivo radica en la actuación de Jennifer Lawrence. Tras haber dado el batacazo con El Ganador (The Fighter, 2010) y El lado luminoso de la vida (Silver Lining Playbook, 2012), el cine de David O. Russell parecía haber encontrado la fórmula perfecta, sobre todo con la última: una pareja atractiva (la mencionada Lawrence y Bradley Cooper), un tema de sensibilidad popular (la depresión y la posterior recuperación vía romance) y un toque “autoral”, como para atraer la atención de los jurados además del OK del público masivo. La propuesta “cerraba”, y la dupla de actores retornó en Escándalo Americano (American Hustle, 2013), una película que no tuvo tanto concenso crítico pero que auguraba más éxito para el realizador. ¿Qué se puede decir de Joy: El nombre del éxito? Antes que nada, que es un retorno al territorio del sueño americano, basado en una historia real que aconteció en Estados Unidos desde la década del 80’. Es la historia de Joy Mangano, una mujer que estuvo a punto de perder su dinero y su propia casa, pero que nunca dejó de creer en su pequeña innovación: un práctico trapeador para utilizar sin necesidad de tener que retorcerlo manualmente. La historia suma una crítica al capitalismo más salvaje, aquel que puede dilapidar una familia entera sin importar que dentro de ella haya una madre divorciada haciendo lo que puede con sus hijos y con su propia vida. Ahora bien, ¿qué es lo que hace Russell para inclinar la balanza de su lado y conseguir algo más que otro relato de superación más, en el seno de la clase media baja urbana? Poco y nada. Hay algo del “caos” que aparece en sus películas anteriores; cierta urgencia con la que captura el mundo cotidiano, como si la cámara registrara los sucesos diarios como un integrante más que “pispea” lo que ocurre alrededor. Hay, también, una mirada casi fabulesca al comienzo del film, a tono con la percepción de una niña que trata de hacer la suya como puede, mientras que el universo cultiva su propia neurosis. Joy crece, pero a su alrededor todos parecen haber quedado en un estado de inmadurez. Sobre todo sus padres, condenados a comportarse como caricaturas: la madre, deprimida e incapaz de dejar de ver una patética novela que su propia familia parece por momentos imitar; el padre (Robert De Niro), que no tiene dónde caerse muerto y, pese a la separación, sigue viviendo en el mismo hogar. Jennifer Lawrence sale airosa, nuevamente obligada a asumir un personaje que tiene algunos años más que ella, sobre todo hacia el final del film. Joy atraviesa cada obstáculo con la nobleza de la mejor madera. Y, además, comprende. Tanto, que tolera que en su propia siga viviendo su ex marido (repetición de la generación anterior). La actriz (galardonada hace días con el Globo de Oro) produce que la película funciona “pese a”. Pese a que por momentos es reiterativa, pese a que Robert De Niro no brilla como antaño, pese a que la inclusión de Cooper (como un cínico productor de un programa de telemarketing) es más un gusto del director que otra cosa, pese a que las marcas de autor están ahí para realzar un argumento débil. Es la eficacia del sueño americano, esa incesante máquina de generar sueños que tan bien se llevan con la pantalla grande.
Historia de una mujer perseverante Joy es una rareza: es un cuento de hadas, pero no tanto, una película biográfica que gira sobre la telenovela y la usa y descarta con conocimiento de causa; posee un tono artificial para contar el sueño americano basado en una historia real, y a la vez utiliza la realidad de la dureza económica y legal como frentes de tormenta para el personaje central: Joy, basada en la vida de Joy Mangano, inventora, vendedora, emprendedora. Estamos ante una familia intensamente disfuncional: padre y madre de Joy divorciados, Joy divorciada, pero su ex marido sigue viviendo en el sótano y su padre regresa a la casa. Joy además tiene hijos, una medio hermana y una abuela-hada que narra por encima de la historia. David O. Russell se permite exageraciones estilísticas diversas, en decorados, en intensidad de personajes y actuaciones, en la entrada de la música (lo mejor es la utilización del piano de "Racing in the Street", de Bruce Springsteen), en los ascensos y caídas abruptos del triunfo y la esperanza. Así, la película tiene algo de ritmo cortado, y por último de estiramiento anticlimático. Cuando su arco narrativo, su humor y hasta su energía parecen haber llegado a una cumbre, Joy y Joy sufren un twist más del destino, por lo que el relato tiene un sobrante que lo debilita. Más allá de esta insatisfacción final permanece la comprensible fascinación del director David O. Russell con Jennifer Lawrence (una actriz de recursos aparentemente inagotables a la que dirige por tercera vez), la química de Lawrence con Bradley Cooper (cuarta película juntos), la sobriedad de De Niro y el venezolano Édgar Ramírez, y el show histriónico de Isabella Rossellini, Virginia Madsen y Diane Ladd (esta es una película en la que los personajes femeninos controlan las escenas). Y permanece, además, el sueño americano como fuerza inagotable para el cine, que en este caso transmite su poderío de forma intermitente, a esos mejores momentos de la despareja Joy.
El sueño americano Jennifer Lawrence ganó el Globo de Oro por esta fábula sobre una trabajadora que triunfa con un invento. Créase o no, el cine de Hollywood sigue exportando al mundo el sueño americano y el mito de la tierra de oportunidades. Esta vez, el medio para desparramar ese mensaje es Joy, inspirada libremente en la vida de Joy Mangano, una madre trabajadora que, gracias a sus invenciones, logró convertirse en una próspera empresaria, como el Tío Sam manda. El director y guionista David O. Russell (El lado luminoso de la vida, Escándalo americano) volvió a convocar como protagonista a su actriz fetiche, Jennifer Lawrence, la mejor paga de Hollywood, que por este trabajo acaba de ganar su tercer Globo de Oro y seguramente peleará por su segundo Oscar. Es la típica actuación premiable: Joy es una abnegada madre, sostén de familia, que cuida prácticamente sola tanto a sus hijos como a sus padres. Y que lucha contra todos los obstáculos habidos y por haber para imponer su primer gran invento: el Miracle Mop, un lampazo fácil de escurrir y limpiar. Hay una extraña -y perezosa- decisión de Russell, que decidió contar la historia mediante la voz en off de la abuela de Joy, un personaje desdibujado que sólo toma cuerpo por ese rol de narradora. (Nota al pie: tenemos que dejar de usar la voz en off por al menos dos años). Sí funciona el retrato del resto de las relaciones familiares, lo más interesante de la película: una madre (Virginia Madsen) que no se separa ni un minuto de su cama ni de su televisor; y un padre (Robert De Niro) hiriente, insoportable, inútil, malo, pero amado. Lo demás -el asunto de las patentes, la venta televisiva al estilo Sprayette; en fin, los negocios- puede ser tan fascinante para estudiantes de marketing como tedioso para el resto de los mortales. Es la fábula del ascenso de una self made woman, un canto a los emprendedores, con una heroína idealizada y una moraleja explícita: en Estados Unidos cualquier utopía puede hacerse realidad. Allá, la inteligencia, el trabajo duro y la perseverancia serán recompensados con una fortuna. Un viejo chiste de norteamericanos.
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La última película de David O’Russell (El lado luminoso de la vida, American Hustle, Tres Reyes) vuelve a unir a sus tres actores fetiches: Jennifer Lawrence, Robert De Niro y Bradley Cooper. Ambientada en la década del 90, Joy vive con su familia. Y me refiero a TODA su familia. Su ex marido y su padre en el sótano, su madre en un cuarto (esta divorciada del padre), su abuela y sus hijas. Como único sostén en todo sentido del grupo familiar (económico, anímico, etc.), Joy se pregunta que salio mal con su vida, como llego a donde esta siendo una gran estudiante con un brillante futuro por delante, en que momento se truncaron sus sueños. El gran problema que tiene la película, es que fue construida como un vehiculo para que Jennifer Lawrence se luzca. Es innegable el carisma de la actriz (aunque no comprendo el enamoramiento de gran parte de la prensa especializada, entre ellos, el jurado del globo de oro que le otorgo por esta cinta el premio) pero en este caso queda corto. Los personajes y el universo donde se mueven, parecen salidos de una película de los Hermanos Coen. Exagerados, forzando los estereotipos al limite, Joy es la única que se podría decir que actúa como “una persona normal”. Todos los demás están tan forzados que parecen ridículos. Y al no ser una cinta de los Hnos. Coen, no cierra. Se quedan cortos. A esto se suma que Russell trato de darle un toque personal a la cinta, darle su propia mirada como director, que coincida con esta locura de los personajes, pero falla y parece imitar a Paul Thomas Anderson y desgraciadamente, hay un solo P.T.A. La dirección distrae, y por momentos en vez de sumar a la historia la hace caótica. Como último agregado, solo me falta decir, que es realmente una lastima que semejante reparto, haya sido desaprovechado. La historia no es mala (sin contar el detalle que tratando de ser una película “feminista” el invento es uno de los conceptos mas machistas que he visto) y tenia todo para ser una gran película. Pero el vehículo para que brille Jennifer, en mi modesta opinión, fallo y se transformo en algo que esta pasando últimamente en Hollywood, películas que sirven para el ego del director y se olvidan de la parte que completa cualquier obra del séptimo arte: el publico.
Cuando Jennifer es todo Desde la interesante El lado luminoso de la vida (2012), el director David O. Russell colabora periódicamente con la dupla Jennifer Lawrence – Bradley Cooper. Sociedad que continuó en la correcta Escándalo americano (2013), y ahora sigue con la fallida Joy: el nombre del éxito. Algo queda claro: la triada Russell – Lawrence – Cooper no es tan fructífera como otra triada famosa conformada por los responsables de Antes del amanecer (1995), la del director Richard Linklater y los intérpretes Ethan Hawke y Julie Delpy. Joy (Lawrence) es el nombre de la protagonista de esta historia de superación personal basada en hechos reales. Estamos ante una mujer orquesta que abandonó sus sueños de juventud para intentar mantener a flote a su desmembrada familia, que incluye: un divorcio, dos hijos, una abuela, y sus propios padres divorciados viviendo en la misma casa. Russell esquiva lo obvio, no nos cuenta el esperable derrumbe de esa estructura familiar imposible y el resurgimiento de Joy desde las cenizas. Nos cuenta cómo Joy hizo guita, manteniendo los mismos vínculos destructivos y a pesar de ellos. Russell teje un estilizado cuento de ascenso al mundo empresarial para el lucimiento de Lawrence. Y a Joy: el nombre del éxito le termina pasando lo mismo que a Los juegos del hambre: Sinsajo – El final (2015): queda asfixiada por el peso de la actriz, en detrimento de los demás elementos del film que son más bien enclenques. Tenemos a Bradley Cooper en piloto automático haciendo de amigo/enemigo de Joy (y de Jennifer), como si hubiera ido a filmar sus escenas por pura amistad. Luego está De Niro retomando su porte de suegro mala onda que a veces funciona en comedias, y también Isabella Rossellini sobreactuando un personaje que parece Margaret Tatcher. La absurda utilización de la voz en off de la abuela Mimi (Diane Ladd), o el hijo varón de Joy que sólo aparece fuera de campo o atrás de una puerta (en una decisión que parece más contractual que artística); todo luce más o menos, excepto Joy. Por otro lado, aún en una película que es pura exaltación de Lawrence, en donde su magnetismo y fotogenia están en primerísimo orden, es difícil sentir empatía por su personaje. No hay manera de identificarse con Joy, esta especie de pionera del diseño industrial que crea un objeto novedoso pero que no sabe cómo venderlo, pero que de repente tuvo una epifanía y es una genia del marketing y una feroz mujer de negocios, finalmente devenida en una Amalita Fortabat generosa, joven y omnipotente. Nunca se reinventa, ni reconstruye sus vínculos, todo lo que consigue ya estaba en ella, todo lo que tuvo que hacer es repetir patrones de conducta hasta el final feliz, a la manera del Steve Jobs (2015) de Danny Boyle, sólo que en esa película lo que importan son los demás personajes. Joy: el nombre del éxito sufre el drama de ser una película de lucimiento, al mismo tiempo que es difícil sentir cariño por su personaje principal. Es inevitable que falle.
La farsa del sueño americano Joy no ha tenido una vida familiar fácil, padres divorciados, una madre más apta para una psiquiátrico que para llevar una vida normal, solo su abuela le daba a la chica algo de paz y contención; algo que también hallaba en sus dibujos y maquetas hechas de papel. Ya adulta, la joven mantiene el hogar ya con un hijo a cuestas, fruto de una matrimonio fallido. El punto es que Joy es una creativa por naturaleza, siempre en busca de soluciones ante los problemas que se le presentan. Un día, mientras limpiaba el resultado de una copa con vino estrellada contra el piso, al ver sus manos heridas por los trozos de vidrio, comenzó a pergeñar lo que sería su salvación económica. La joven ideó un trapeador con el cual se puede limpiar el piso y escurrirlo sin necesidad de tocarlo. En los setentas esto era algo novedoso, pero no muy atractivo. Nadie quería comprarle la idea a Joy, pero resulta que -y he aquí la clave del asunto- con una millonaria dispuesta a ayudar y un buen contacto para promocionar el producto, las cosas se le hicieron más fáciles. Jennifer Lawrence encara un rol al que no logra llenar por completo. Alcanza a llevar bien a su personaje mientras es joven e impetuoso, pero le queda grande y expone su debilidades como actriz cuando debe mostrar madurez. Ahí también hace agua el director al querer mostrar la magia del sueño americano, cuando en realidad no hizo más que exponer lo excepcional del caso de Joy, quien no tuvo solo la actitud emprendedora necesaria, sino también una enorme dosis de suerte que la mayoría, por más creativos que sean no suelen tener. De aspectos técnicos solventes, bien ambientada y con toques de comedia que le sientan bien, el filme no llega a conmover como quisiera.
Del director y guionista David O. Russell (“Escándalo Americano”, “El lado luminoso de la vida”, “El ganador”) la historia de una mujer real que por un invento logró convertirse en empresaria de éxito y estrella de la tele vendiendo sus productos. El trabajo de Jennifer Lawrence es de primer nivel. Ella pone su talento e intensidad en un film que no está hecho a su medida. Va de la comedia a la denuncia, deja a sus otros personajes como estereotipos. La lucha de esta mujer por superar las trampas y excesos del sistema vale por la ganadora con justicia del Golden Globe.
El cine de David O. Russell es anárquico, caótico, acelerado narrativamente. Y es desprolijo, descuidado, vital, en lo visual. Lo suyo en estos tiempos parecen ser comedias dramáticas (o dramas con toques cómicos) que juegan con los convencionalismos y hasta clichés de los géneros de una manera deforme, deshilachada, como si fueran un demo –o un ensayo general– de una película que se hará después. Ese estilo tiene sus fans y sus detractores, personas que se sienten a gusto en ese caos de gritos, peleas y familias y/o parejas disfunciales y otros a los que, simplemente, los agotan. En mi caso, siempre depende de la película y de lo bien que funcione en lo específico. De las últimas que hizo desde que “regresó” con EL GANADOR, tengo la sensación que cada película ha dado un poco menos que la anterior, empezando por la muy buena EL LADO LUMINOSO DE LA VIDA siguiendo por la más despareja ESCANDALO AMERICANO hasta llegar a JOY que, sin ser mala, es acaso la más floja de todas ellas. Repitiendo la trifecta Jennifer Lawrence, Bradley Cooper y Robert De Niro, en esta ocasión Russell pone todo el peso de la película en J. Law, que interpreta a una chica creativa y soñadora a quien los problemas familiares le van cercenando esa capacidad hasta convertirse en una ama de casa divorciada con dos hijos que vive en una casa en la que también está su ex marido (Edgar Ramírez) y su también separado padre (De Niro) viviendo juntos en el sótano (y se odian), mientras que su madre (Virginia Madsen, muy maquillada) mira la tele todo el día y casi no se levanta de la cama. Los hijos y la abuela (Diane Ladd) son los únicos que parecen creer en Joy y piensan que merece otra oportunidad para cumplir sus sueños de cuento de hadas pero sin príncipe. joy-1-credit-courtesy_twentieth_century_foxEso es, en definitiva, lo que es JOY: un cuento de hadas moderno, una especie de “Cenicienta” adaptada a las dificultades de cumplir con el tan ansiado “sueño americano”. Joy, como la citada Cenicienta, tiene a todo el mundo en contra: su padre, su “madrastra” (Isabella Rosellini), su media hermana y hasta su empastillada madre le boicotean todos sus planes y creen que lo único que debe hacer es buscarse un trabajo, ayudar en la cas y criar a sus hijos. Pero ella está convencida que un objeto que acaba de inventar –un trapeador para los pisos con un sistema novedoso de autolimpieza– puede sacarla de ese lugar terrible de caos, gritos y negatividad. Pero no será nada fácil. La exageración casi caricaturesca de los personajes no sólo es típica de las películas de Russell sino que es lógica para una película que se apoya en modelos como los cuentos de hadas, con sus brujas y sus príncipes y sus trampas para descuidados. Pero en JOY hay algo que resulta demasiado disonante entre el realismo casi caótico de la puesta en escena y la estilización “artificial” que habitualmente requiere este tipo de caracterización. Hay un punto en que los personajes que rodean a Joy –salvo su abuela, su ex marido y su única amiga, encarnada por Dascha Polanco, de ORANGE IS THE NEW BLACK— terminan siendo demasiado exagerados, demasiado irritantes, forzosamente insoportables. joy2Algo similar, pero en menor medida, sucederá con Neil Walker (Cooper), ejecutivo de QVC, un canal de televisión dedicado a las ventas (una especie de Llame ya! de 24 horas), a quien Joy contacta y con quien tiene la primera posibilidad real de hacer conocido a su producto y venderlo. La secuencia –que promedia la película y que lidia con los pasos de Joy por QVC, con sus idas y vueltas– son lo mejor del filme. Y la innegable química que Lawrence tiene con Cooper ayuda a que todo el sistema funcione bien, por un rato. Pero luego vuelve la telenovela familiar caótica y excesiva (que es, apenas, un poco menos grotesca que las que su madre ve por la televisión y que Russell grabó con actores de soap operas norteamericanos reales) y el asunto comienza a ser ya agotador, especialmente en una película de dos horas de las cuáles más de la mitad se va en discusiones y peleas familiares. El tema de Russell ha sido siempre la familia y ya en EL GANADOR –bah, en sus primeros filmes también– quedaba claro que su retrato de ese mundo sería siempre chirriante y excesivo. En JOY da la sensación que llegó el momento de cambiar un poco de registro. No solo por el agotamiento que generan sino porque la historia que la circunda a esa familia no parece tener demasiado fuerza para aceptar ese conventillo propio de sainete criollo o alejarse lo suficiente de él. Lawrence es una actriz poderosa, capaz de cargarse con la película y llevársela puesta –por suerte esta vez está más contenida que en otras, funciona como la voz de la razón en medio del caos–, pero a la película le sucede como casi siempre al personaje: la mayoría de las veces la familia insoportable le gana por cansancio.
Joy: el nombre del éxito, es un film semi biográfico sobre una mujer que inventa un modelo de trapeador que puede limpiarse con facilidad, lo inventa como resultado de una serie de experiencias y situaciones en su vida, verán, la vida de Joy no era feliz, su madre había abandonado la vida social para alienarse frente al televisor, su ex-marido nunca asumió la responsabilidad de la carga familiar y no se había mudado de su casa luego de divorciados, su padre y su hermanastra conspiraban en contra de ella y sus ideas, la única quien motivaba a Joy a buscar más en la vida era su abuela, pero desde el lugar terrible de la expectativa, constantemente le sumaba la presión de ser exitosa, la presión de ser feliz, la presión de la promesa infinita de una vida mejor. Bueno, sucede con Joy que inventa un trapeador, uno con ciertas ventajas, se estruja solo y la cabeza de algodón es lavable, pero comercializar un producto no es lo mismo que crearlo, y si Joy pensaba que la vida familiar la hacía miserable no tenía ni idea que el mercado es un lugar mucho más descorazonado, y es allí donde la película comienza, me gusta describir el momento del film que es anterior al punto de inflexión del segundo acto, porque es el momento donde todo empeora, por supuesto nosotros ya estamos al tanto del estilo cómico de David O. Russell así que podemos sufrir con el personaje Jennifer Lawrence todo lo que deseemos sabiendo que al final siempre hay recompensa. Es importante para una crítica útil de Joy: el nombre del éxito que mencionemos las tendencias de Russell en la construcción narrativa pues es un realizador que se repite mucho y de forma grosera, como por ejemplo la eterna repetición de la pareja Lawrence-Cooper, quienes poseen en pantalla una química gustable pero un poco estropeada por el uso, sin embargo hay pequeños descubrimientos, ciertas composición de la imagen acertadas, como la demora de la presentación de los personajes, o la obstrucción deliberada de los personajes secundarios, también hay metáforas afortunadas, las escenas de las armas como la cima de la determinación empresarial por ejemplo. Un film que no trasciende puede ser un film digno, este es el caso Joy: el nombre del éxito, una historia tierna y por momentos perturbadora, que nos recuerda que debemos seguir luchando, que los fracasos no son determinantes y que la vida es larga, tanto en victorias como en frustraciones.
Jennifer Lawrence, el gran atractivo de la nueva película de David O. Russell. La familia y los negocios Antes de comenzar se nos aclara que Joy está basada en una historia real. No solo de una mujer, si no de muchas. Aunque en parte eso es cierto, la mayoría de la película está adaptada a partir de la vida de Joy Mangano, una madre de familia italoamericana devenida en inventora, quien se volvió millonaria con la creación y el patentamiento de útiles productos de uso doméstico a comienzos de la década del 90. David O. Russell, no del todo contento con la historia de Mangano y el guión original de Annie Mumolo, se tomó algunas libertades a la hora de la re-escritura y transformó al material en algo que va mucho más allá de de una simple biografía, bien cerca del cine clásico de Hollywood e incorporando momentos casi oníricos, no del todo comunes en su filmografía. Russell vuelve a posar su lente una familia disfuncional, pero esta vez lejos de como las presentó en The Fighter o Silver Linings Playbook. Joy y los suyos parecen una suerte de primos lejos Los Excéntricos Tenenbaum. Joy es una madre divorciada que trabaja en la parte de reclamos de equipaje de una aerolinea, un trabajo con momentos difíciles si los hay. Vive junto a su abuela, sus hijos y su madre, una adicta a las telenovelas que rara vez se levanta de su cama y se niega a abandonar su cuarto. Tiene a su hermanastra con la que no guarda la mejor de las relaciones, a su mejor amiga y confidente de toda la vida, y un excelente trato con su ex marido, un cantante de origen venezolano quien vive en el sótano de su casa, el cual pronto tendrá que compartir con el padre de Joy, que se suma a la difícil convivencia hogareña luego de separarse de su última pareja. Joy es lo que suele llamarse una underachiever, una persona de la que mucho se esperaba dado que era creativa desde pequeña y con un gran rendimiento escolar, pero que luego del divorcio de sus padres pareció perder interés por convertirse en ese alguien que todos creían y aguardaban. Sin embargo, una larga racha de fracasos y frustraciones hará que se decida de una vez por todas a salir en busca de ese futuro que alguna vez supo añorar. Lo cierto es que a pesar de hacer las cosas bien en casi todo momento, Joy no es una película que vaya a dejar una marca imborrable en la carrera de Jennifer Lawrence y mucho menos en la del todavía resistido por algunos David O. Russell. Es una buena película, no hay dudas de eso, quizás la más clásica de su director hasta hoy, pero a la que le cuesta trabajo impresionar a pesar de que todos los elementos están al alcance de sus manos. Aunque Lawrence fue cuestionada por su corta edad a la hora de interpretar el papel de Joy, y es un reclamo cuestionable a primera vista, todas las quejas se evaporan cuando la joven actriz finalmente se pone en la piel de su personaje. Es el gran motor que tiene el film y el foco de interés en todo momento, aunque sin el lucimiento que tuvo en sus otras colaboraciones con Russell. Pero incluso habiendo gente como Robert De Niro, Bradley Cooper, Édgar Ramírez, Diane Ladd, Virginia Madsen e Isabella Rossellini interpretando personajes con vuelo propio y bien delineados, nunca llegamos a conocerlos verdaderamente. Algo que no suele suceder en las películas de Russell, donde el elenco secundario tiene su espacio para lucirse. Esto queda graficado en la falta de nominaciones a los premios Oscar o Globo de Oro en dichas categorías, ternas en las que el director suele arrasar. Conclusión Joy es un film que sin dudas será mejor bienvenido por los cinéfilos con gustito por lo clásico, que solo busca contar su historia de la manera más simple y efectiva posible y sin momentos de grandilocuencia. Cosa que logra sin sobresaltos. Cuenta con una muy buena interpretación de Jennifer Lawrence y un elenco secundario que cumple, pero del que se podría esperar mucho más.
“Joy: El nombre del éxito”: De pobre a rica en una sola idea El director David O. Rusell parece haber encontrado su musa en Jennifer Lawrence. Y no es para menos, después de haberla llevada al Oscar con “El Lado Luminoso de la Vida” y a las diez nominaciones al premio de la academia que le valieron “Estafa Americana“, intentará repetir la fórmula con “Joy: El nombre del éxito”, que cuenta una vez más la historia de una vida excepcional. En este caso la mujer que da nombre a la película (Jennifer Lawrence) tiene una vida con la que no está muy conforme. Obligada a dejar de lado la universidad por cuidar a sus padres, divorciada con hijos pequeños y una familia disfuncional, todos sus sueños parecen más lejanos que nunca. Sin embargo, en un momento de inspiración diseña una mopa de fregar que se escurre sin necesidad de tocarla. Cobrándole un favor a su padre Rudy (Robert de Niro) y a su nueva novia Trudy (Isabella Rosellini), consigue patentar su invento. La película sigue los intentos de Joy por vender su producto hasta llegar a un programa de televentas que catapulta su éxito. Si tuviéramos que definir esta obra en una palabra sería justo decir que la película entera es Jennifer Lawrence, cuyo presencia en pantalla es la mayor parte del tiempo disponible. Robert de Niro tiene probablemente uno de los papeles menos llamativos de su carrera, con poco diálogo y aún menos cambios que lo hagan humano, con escasos minutos en pantalla. Lo mismo ocurre con Neil Walker, el personaje que interpreta Bradley Cooper. Son todos secundarios, pero aun peor: son unidimensionales. Parecen tener una sola cualidad todo el tiempo, sin cambios en su carácter y es una pena que se desperdicie a buenos actores en personajes pobremente escritos. De la misma manera que estos personajes se opacan, Joy tiene la oportunidad de brillar y Jennifer Lawerence se pone a la altura del desafío. El guión es más frustrante que tensionante y la historia comienza a tornarse cíclica después de un tiempo. Las similitudes con “Escándalo Americano” son a veces evidentes, aunque se nota un esfuerzo para mostrar a Joy como una persona normal. Esto se hace por momentos demasiado forzado, como si el personaje oscilara entre mostrar una mujer luchadora y mostrar una mujer fracasada. Pero es una historia de redención, por lo cual terminará demostrando que cualquiera puede alcanzar sus sueños con esfuerzo, aunque comience en la pobreza. ¿Un cliché? Un poco, sí. El director repite fórmulas que ya había usado en otras ocasiones, y aunque no dejaron de funcionar del todo, pierde efectividad en la repetición. Lejos queda de las geniales producciones de “El Luchador” o “El lado luminoso de la vida“. Es una película que cumple, pero no en exceso. No es una historia tan conmovedora ni esperanzadora como pretende hacernos creer al principio. Si consideramos también los personajes que quedan afuera, alrededor del personaje principal pero sin llegar a tocarlo casi nada; nos encontramos con una película prácticamente unipersonal. Necesitaría una vuelta de tuerca, de otro modo se queda a mitad de camino.
David O. Russell, el director de "Joy", vuelve a entregarnos una película con un mundo de personajes que serán inolvidables. Ya hemos visto "El Lado Luminoso De La Vida", "The Fighter", "American Hustle" y algunas otras, y sabemos que David apunta a grandes elencos y buenos guiones. En esta oportunidad vas a poder disfrutar de una Jennifer Lawrence deliciosa - por algo se llevó el Golden Globe -, un Robert De Niro genial, Bradley Cooper, Isabella Rossellini, y todo el elenco que son uno mejor que el otro. La historia transita momentos de comedia y gags muy bien resueltos, aunque no dejan de lado el lagrimeo en una partecita más que emotiva. Hermosa película para salir cargado de pilas a emprender el negocio que tanto venis teniendo en tu cabeza... porque si hay pasión, como sucede en "JOY", las cosas se cumplen.
Atractivo relato sobre una atípica triunfadora ¿Quién habrá inventado la virola del mate? ¿Y la parrilla chulengo con un tambor de 200 litros? Sabemos algo sobre los grandes nombres de la humanidad, pero ignoramos todo sobre los pequeños inventores que hacen más humana la existencia. He aquí la mujer que inventó el combo de lampazo con balde y escurridor, tres en uno, que según dicen ayuda en la limpieza del hogar. Debe ser cierto, porque ganó muchísima plata y le hicieron esta película. Pero eso apenas daría como una curiosidad para ver haciendo zapping. Hay algo más: es la biografía de Joy Mangano, mujer que pudo avanzar en la vida a pesar de su propia familia y de una caterva de aprovechadores que fue pateando a lo largo del camino. David O. Russell, director y coguionista, y Jennifer Lawrence en esforzada, meritoria actuación (y con una carita dulce, muy distinta a la de la auténtica inventora), desarrollan en dos horas las vicisitudes de esa mujer que no se dio por vencida. Los padres no sabían apreciarla, el marido era un buen tipo pero perdedor full time, etcétera. Cuando se le prendió la lamparita sólo la apoyaron de corazón el ex, su pequeña hija y una amiga. Luego, un cura que buscaba trabajo para los pobres del barrio y un ejecutivo de televisión sin gusto para vestirse pero con ojo para ver una estrella de la venta. Ahí vio el éxito. Y con el éxito, los ventajeros de toda clase. La película se estira un poco en intrigas y asomos de melodrama, y el público puede perderse, pero el asunto siempre tiene vetas atractivas, y enseña bastante sobre mecanismos de venta, trampas de proveedores, engañifas de derechos de patente y otras situaciones de las que se saca buena moraleja. De adecuado ingenio, la parodia de las novelas televisivas tipo "Dinastía" que envolvían el hogar materno, y la pintura del mundillo de la Home Shopping Network donde va a parar nuestro personaje. También la síntesis evocativa, algunos diálogos, y una resolución tipo Mujer Guerrera metida en un cuadro de Hooper en Texas, que parece de otra película pero aporta algo de energía cuando la película ya empieza a alargarse. Sospechosa, la mantenida bondad de la triunfadora con su familia, después de todo lo que le hicieron. Pero eso tiene una explicación: la misma Joy Mangano participó en la producción ejecutiva de su propia biografía. Esperemos que no le haya pagado con lampazos al personal.
Del director estadounidense David Russell nominado en varias ocasiones a los Premios Oscar y Globos de Oro, como por ejemplo "El lado bueno de las cosas"(2012) donde obtuvo su primer Premio Oscar Jennifer Lawrence a los 22 años, continua con “Escándalo americano” (2013) con quien vuelve a trabajar, también nominada sin ganarlo. Dice que se encuentra basada en hechos reales sobre la vida de Joy Mangano. Su guión intenta ingresar en el universo femenino. Se muestra una familia disfuncional, como tantas otras, con sus mentiras, dudas, secretos, encuentros y desencuentros. El personaje principal a pesar de las dificultades de la vida logra triunfar, aunque parezca un cuento parece que fue así. A Lawrence le dieron un papel para lucirse, esta correcta y poco creíble cuando se la ve con trajecito como mas adulta. Igual recordemos que el domingo 10 se llevó el Globo de Oro a la Mejor actriz en el rubro comedia o musical. Con las correctas actuaciones de Cooper y De Niro aunque le den pocos minutos siempre se destaca. Contiene un buen montaje, ambientación, buenos diálogos y un buen mensaje. Lawrence ya está sonando para competir por un Oscar.
Ama de casa milagrosa Joy, el nombre del éxito es un cuento de hadas contemporáneo en el que se luce Jennifer Lawrence, nominada a un Oscar por este papel. La nueva película de David Russell (autor y director de El lado luminoso de la vida y Escándalo americano) va un paso más atrás del típico relato del sueño americano y pisa el legendario terreno de los cuentos de hadas. Pero se trata de un cuento de hadas que ha asumido el presente de la igualdad entre los hombres y las mujeres y del capitalismo como gramática del éxito. Si bien es contado por una abuela (la de la protagonista) no hay hechizos ni príncipes azules en Joy, el nombre del éxito, aunque el sentido de la magia, traducido en términos de talento y esfuerzo individual, sí permanece, matizado por las infinitas circunstancias que hicieron de la vida de Joy Mangano una rara combinación de melodrama y sueño realizado. David Russell es uno de esos directores convencidos de que el cine es una especie de escuela de ejemplaridad, pero los ejemplos que elige se encuentran en una zona turbia de la sociedad norteamericana. Son personajes depresivos, acomplejados, estafadores; o arrastran, como en el caso de Joy, una familia disfuncional y más o menos autodestructiva. Jennifer Lawrence es la encargada de meterse en la piel de Joy, la mujer que se hizo famosa por haber inventado el miracle mop (el lampazo milagroso), que consiste básicamente en un lampazo que se escurre solo mediante un dispositivo mecánico. Todos los obstáculos que tuvo que superar para vender ese producto vertebran la historia de Joy, el nombre del éxito. Sólo hay que revisar en YouTube algunos de los viejos infomerciales en los que aparece Joy Mangano vendiendo sus inventos para darse cuenta de la distancia que separa al personaje cinematográfico de su modelo real. Una distancia mitológica. Sin embargo, Jennifer Lawrence se las arregla, como tal vez ninguna otra actriz de su generación podría hacerlo, para encarnar a la vez a la leyenda de la superación femenina y a la mujer de carne y hueso que fue ama de casa, madre de dos hijos y tuvo que soportar más de una humillación. No sorprende que otra vez haya sido nominada a un premio Oscar como Mejor Actriz. La forma de trabajar de Russell, casi con el mismo elenco en sus últimas tres películas, revela algo que también subyace en el fondo de sus historias: la idea de que para que alguien triunfe es necesario una red solidaria de amistad o de amor que lo sostenga. Esa humanidad, sin embargo, se ve opacada en esta película por dos razones. La primera es que Jennifer Lawrence pasa por encima a todos los demás, incluidos Robert De Niro y Bradley Cooper. La segunda es cierta impaciencia (que vira hacia la caricatura o el desprecio) a la hora de retratar a los personajes secundarios. No es mucho lo que aporta Joy, el nombre del éxito al género de las biopics: una buena reconstrucción de época y un elegante manierismo formal. De todas formas, no deja de ser meritorio contar bien un cuento de hadas contemporáneo y sumar al currículum de Jennifer Lawrence una estrella más.
¿ALEGRÍA? Joy, es una invitación al sueño, pero no al que idealmente se suele recurrir para el descanso o para la grata sensación de planificar el futuro, sino más bien para el sueño que provoca el aburrimiento, ese tedioso sentimiento que, por ejemplo, estimula a la distracción del espectador haciendo resaltar ciertos comportamientos de otros seres que momentáneamente comparten la misma condición dentro de la sala oscura. Y es justamente ahí cuando se comienza a sentir el primer ronquido para luego dar paso a la brillante luz de alguna pantalla electrónica, o el ringtone de un celular sin silenciar, etc. La atención se va lejos del filme porque éste no produce nada más que cansancio. Ahora pregunto, ¿es necesario seguir haciendo películas que hablen del sueño americano trunco basado en el mágico golpe de suerte? Lamentablemente parece que si. Joy (Jennifer Lawrence) es una joven muchacha a la que su abuela le implantó ideas utópicas, las cuales la pequeña se creyó y forjó una vida llena de… “fracasos”. ¿No se dio cuenta que la cosa no iba cuando después de tener dos hijos, divorciarse de su esposo (un bohemio cantante venezolano) y tener una madre inserviblemente deprimida encallada frente al televisor, que el dinero no incrementaba, sino más bien decrecía? Claro que no, porque la revelación, vendrá luego de que su abuela parta al otro mundo. La abuela se fue y con ella sus ideas. Más allá de todo este carnaval dantesco, Joy es una película que intenta mostrar a una familia disfuncional quienes a toda costa se empeñan en convencer a la protagonista lo equivocada que está. Pero ella es la líder de la manada y seguirá adelante por sobre sus cadáveres (y sus ahorros). Porque es la nueva mujer de papá quien pondrá en juego parte de su fortuna heredada a merced de la confianza (obligada) hacía su hijastra. Una telenovela brasilera se queda corta al lado de este filme al que sólo le falta el golpe bajo melodramático para pasar a formar parte del creciente cúmulo de productos audiovisuales fabricados especialmente para rellenar los espacios muertos de los canales de la tv de aire. Sin logros visuales y con un uso confuso del flashback, Joy, deja mucho que desear. Historia trillada, personajes arquetípicos y la infaltable mano de obra inmigrante que colabora para dar el punto final al manual de cómo hacer quedar a los norteamericanos como los “los buenos de la película”. Con un guión repleto de lugares comunes que cada tanto cae en la moralina. Los tres puntos son para los técnicos que habrán pasado semanas sin dormir por culpa de esta “sublime idea” o revelación artística de quien seguramente su propia abuela haya sugerido. Una lástima todo el esfuerzo para tan pobres resultados. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Tras su trabajo juntos en “El Lado Luminoso de la Vida” (2012) y “Escándalo Americano” (2013), Jennifer Lawrence, Bradley Cooper y Robert De Niro vuelven a reunirse con el director David O. Russell en esta producción basada libremente en la verdadera historia de Joy Mangano, la emprendedora que durante la década del ’90 inventó la mopa (el trapeador para pisos) y se convirtió en millonaria. Pero para llegar al éxito del Miracle Mop, Joy tuvo que lucharla. Se plantó frente a todos como una gran empresaria. El film, que balancea muy bien el drama, con los momentos emotivos y de comedia, desarrolla la historia de una familia disfuncional a través de cuatro generaciones centradas en la niña que se convierte en una mujer, que funda una dinastía empresarial y se convierte en una matriarca por derecho propio. El argumento tiene momentos narrados en voz en off de la abuela de Joy, Mimi (Diane Ladd) que nos anticipan los momentos clave que el espectador verá sobre la vida de esta joven oriunda de Long Island, Nueva York, que siempre ha postergado su sueño de ser una mujer independiente y el de desarrollarse profesionalmente. Por esas las cosas de la vida se conformó con ser una ama de casa que, siendo madre de dos hijos, debe convivir tiempo completo con su ex marido (Edgar Ramírez), sus padres divorciados (Robert De Niro y Virginia Madsen), quienes no siempre la apoyan, y la abuela mencionada al comienzo de este párrafo. A todos, prácticamente los cuida y se hace cargo ella. Pero, de casualidad, llega el momento en que la protagonista aprovecha la oportunidad que le servirá para explotar su talento como inventora (desde niña lo ha demostrado); y de simplificarle la tarea a aquella ama de casa que se rompe las manos escurriendo el trapeador, con una pieza que lo haga por sí sola. Joy es interpretada a la perfección por la talentosa Jennifer Lawrence (quien acaba de ganar un Globo de Oro y ser nominada por cuarta vez al Oscar por este papel), mientras que Bradley Cooper le da vida a un ejecutivo de la compañía de televentas que compra el dispositivo inventado por su personaje, que también debe enfrentar problemas con dinero para la inversión, patentamiento, etc. Si hay algo que nos deja claro esta “Joy: El Nombre del Éxito” es que cuando tenemos pasión y convicción en lograr algo en la vida, las cosas se dan. Siempre hay que pensar en positivo y no bajar los brazos. Una historia de superación personal en pos de conseguir el sueño americano.
La clave sobre Joy: el nombre del éxito, de David O. Russell, que se estrenó hoy en Buenos Aires, la ofreció el siempre lúcido David Walsh en su crítica para el World Socialist Web Site: "Puede ser que frente a la actual penuria económica generalizada y la ausencia de cualquier sentido de una alternativa política emergente, lo mejor que el cineasta piensa que puede hacer es perpetuar ilusiones y mitos en la creencia de que la población necesita algo para mantenerse en marcha. Pero sería mucho mejor decir la verdad sobre la situación". La película, como se difundió profusamente, está inspirada en el caso real de una treintañera de clase media baja que en los noventa inventó el Lampazo Milagroso (sic), lo vendió a todo Estados Unidos a través de programas de televenta tipo "Llame ya" y se hizo millonaria. Russell cuenta esta (otra) historia de una mujer que se construyó a sí misma en forma de cuento de hadas, e incluso, como para darle más fantasía al asunto, ubica la narración en la voz en off de una muerta. Así, como señaló Walsh, perpetúa el mito de que si se quiere se puede, que todo es posible si se tiene fuerza de voluntad. Pero como el director no es ningún tonto echa mano a un recurso cada vez más habitual para tomar distancia de lo que muestra: la autoconciencia. En lugar de, por ejemplo, preguntarse cuán necesario es un lampazo que se enjuaga solo y se puede lavar en el lavarropas -o cualquier otro de esos productos supuestamente milagrosos que nos venden como si fueran esenciales para la vida moderna- o insinuar alguna alternativa política al asunto, el director apenas puede condimentar con un poco de ironía su cuentito y dejar en claro que, bueno, él es consciente de que lo que está narrando es un poco más de lo mismo. Esa distancia irónica que funcionaba en Escándalo americano -esencialmente, una película sobre las apariencias- acá resulta cuanto menos ingenua. Russell, dijimos, no es ningún tonto, y entonces además de la autoconciencia introduce en Joy algunas pinceladas que intentan dejar en claro que él sabe que el sueño americano también tiene algo de pesadilla. La protagonista está a cargo de una familia muy disfuncional, alejada de cualquier imagen de felicidad, y el mundo de los negocios está habitado por algunos inescrupulosos que intentan enriquecerse con el trabajo ajeno. Pero en el fondo el sistema funciona: no hace falta más que una idea y algo de tenacidad para salir del pozo e incluso empezar a hacer beneficencia, que no es más que otra forma de replicar las inequidades del sistema (como la muestra la escena final, otro ejemplo de autoconciencia, con Jennifer Lawrence sentada detrás de un escritorio en una versión bondadosa de Marlon Brando en el comienzo de El padrino). Si Joy no llega a ser un desastre es porque Russell tiene buen pulso para narrar ciertas escenas (en particular algunas bochincheras y caóticas situaciones en el comienzo), porque suele musicalizar con ingenio (aquí suenan bellas canciones de Cream y Bruce Springsteen, entre otras) y porque eligió un sólido elenco, desde el protagónico indiscutido de Lawrence -una actriz que parece tener un potencial ilimitado- hasta sólidos secundarios como Robert De Niro, Diane Ladd, Isabella Rossellini y, sobre todo, Virginia Madsen. Pero estaría bueno que en lugar de perpetuar mitos inherentes al sistema alguna vez nos proponga alguna alternativa.
David O. Russell es un director que divide aguas. Conquistó a la crema de Hollywood con películas como “El ganador”, “El lado luminoso de la vida” y “Escándalo americano”, pero también están quienes lo ningunean y lo cuestionan. Más allá de estas discusiones, hay algo claro en lo que hay consenso: “Joy” es hasta ahora su película más floja. El director se centra en una historia real, la de Joy Mangano, una mujer de clase media baja que se convirtió en millonaria con una pequeña innovación: un “lampazo mágico” que no hay que retorcer manualmente. A través de esta madre separada que debe sostener a una familia disfuncional que la boicotea constantemente, Russell intenta hablar del tortuoso camino al sueño americano y de la superación personal en un sistema perverso. El problema es el tono de fábula y cuento de hadas que elige para contar la historia, y el contraste con escenas realistas, lo que genera un desequilibrio que termina debilitando el corazón de la historia misma. Si la película se sostiene y sale a flote es por obra y gracia de Jennifer Lawrence, que ya ganó un Globo de Oro por este papel y está justamente nominada al Oscar. La rubia —que es la actriz fetiche de Russell— llena de matices y de intensidad a esta suerte de Cenicienta moderna.
Sí, Jennifer Lawrence. Es extraordinaria, es la actriz que hace lo que tiene que hacer en cada escena donde trabaja, y además es linda (lo que podría ser un problema, de hecho, pero no: la combinación de alguien a quien uno no se cansa de ver y el talento para actuar es irresistible). Joy se justifica en gran medida por Jennifer Lawrence, porque David O. Russell ha utilizado mucho mejor a la actriz (y a su adláter Bradley Cooper) en la genial El lado luminoso de la vida. Aquí, la historia de la mujer que inventó el mejor secapisos del mundo -real- y se vuelve poderosa, llena de ritmo y de amor por los personajes, complementa con una historia de éxito las miradas desencantadas sobre América de El lado luminoso... y Escándalo americano. Lo logra, como si completase un álbum de figuritas. Pero cuando excavamos un poco en el juego, nos preguntamos si todo esto vale la pena. No es un problema contar una historia trivial ni disfrazarla de épica. Lo es que nunca olvidemos su trivialidad. Y salvo cuando seguimos a la actriz por lo que actúa, siempre lo recordamos. Tal es el drama: notamos que actúa.
Tomando prestado el nombre de otra de las películas que se estrenan esta semana en carteleras locales, la relación cinematográfica entre David O. Russell y Jennifer Lawrence está por llegar a un punto de quiebre. Ya ni siquiera puedo dar por seguro que J-Law sea la actriz fetiche del director, no es capricho que la ponga siempre en sus películas, sino el hecho de que Jennifer es una actriz de la puta madre y que tenerla en un film de prestigio equivale a premios y nominaciones en cantidades, como se probó en la última premiación de los Globos de Oro, donde la veinteañera se alzó con el galardón a Mejor Actriz de Comedia. El verle la comedia pura y dura a Joy es material para otra discusión en otro momento. Idos al caso, la biografía de la creadora de un trapo de piso milagroso - miren hasta donde llegamos en el territorio biográfico - es apenas interesante por el aporte que le hace Lawrence a la protagonista, porque por más vueltas de tuerca que Rusell le haga a la historia, no es más que una linda y agradable fábula de suceso a contramano. Las dramedias de Russell siguen involucionando, acomodándose creo a un estilo que tiene pinceladas típicas del director, pero que viran hacia el conformismo. La historia de una joven divorciada que debe mantener a su familia de cigarras que no hace más que complicarle su existencia y vivir de ella tiene todo el terreno caótico familiar que ya estuvo presente en Silver Linings Playbook y American Hustle, que en definitiva es lo que ofrece los mejores momentos de la película, cuando todo el elenco empuja hacia un lado, y crea magia. Pero son chispazos nomás, el resto es cuestión de que Jennifer le ponga el hombro a la situación, y como es costumbre, lo hace con todo el aplomo del mundo. Quizás su primera venta al público de su trapeador milagroso - cuya incepción tiene una escena que suscitó el enojo de la platea en la función a la que asistí - es la cumbre de lo que puede hacer Lawrence en Joy, momento que de seguro formará parte del clip de Oscar si llega a ser nominada. El resto, es palearla frente a una idea que toma tiempo y dinero en llevar a cabo, pero que en definitiva la fuerza interior de cada uno todo lo puede, y eso cree Joy para cumplir sus sueños. Cuando el terreno es comedia, Joy puede deslumbrar. El elenco, donde destacan mayormente Robert De Niro como el padre de Joy y un sorprendente Edgar Ramirez como el ex-esposo que va cambiando con el correr del tiempo, se une y logra maravillas. Cuando llega el momento del drama, que pesa bastante, ya las cosas cambian. Se agradece igualmente que no se empuje una vez más el romance de la protagonista con Bradley Cooper - ya vimos eso antes y mejor, gracias - sino que es una figura importante en el ascenso de Joy, y nada más que eso aunque haya alguna que otra sutil insinuación aquí y allá. En la dramedia, algunas cosas pueden funcionar y otras no, es por eso que la óptica que decide darle Russell a Joy es la de un filtro novelesco, como esos pequeños bocaditos que se ven aquí y allá de ridículas telenovelas que tanto le gustan a la madre de Joy. Darle ese toque de artificialidad a una historia de vida única es una marca fuerte de director, pero que en definitiva no puede funcionarle a todo el mundo. Joy entonces es una oscilante biografía que sufre por sus excentricidades pero que se ayuda mucho en el poderío actoral que tiene Lawrence. Si fuese otra la protagonista, creo que la fascinante historia de vida de Joy Mangano estaría más cerca del canal Lifetime que de una sala de cine.
El retrato de una mujer que no se rindió Nominada a los Oscar como mejor actriz protagónica, Jennifer Lawrence se luce en esta biopic con moraleja. Jennifer Lawrence ganó el Globo de Oro a mejor actriz de comedia por Joy: el nombre del éxito, y ahora se planta firme en la carrera por el Oscar a mejor actriz protagónica. Y no es de arriba. La chica de Kentucky que a sus 25 años es la actriz más joven con más nominaciones (cuatro) a los premios y, por ahora, una estatuilla ganada por El lado luminoso de la vida (2013), se carga al hombro la biopic, que dirigió y coescribió David Russell, secundada por un elenco multiestelar (ver aparte). La historia está inspirada en Joy Mangano, una mujer que, de madre divorciada, en la quiebra y con una familia complicada a cuestas, logró convertirse en la presidenta de Ingenious Designs, LLC, a partir de inventos de uso cotidiano que vende por telemarketing. El primero fue la Miracle Mop, que patentó en 1990. En la película --perfectamente recortable--, la historia de sus comienzos es relatada en off por su abuela Mimi, la única familiar que la apoya en sus iniciativas junto con su ex marido, su amiga de la infancia y, eventualmente, Neil Walker, ejecutivo de la Home Shopping Network. Con trazos en el límite del grotesco, el director suaviza la imagen de los miembros de una familia disfuncional y poco empática con la protagonista --y el espectador--, en un contexto donde el sueño americano es alcanzado a fuerza de perseverancia individual. "No creas que el mundo te debe algo porque no es así. Lo único que tendrás será lo que tú hagas", es la moraleja. Un reparto de lujo Estelares en segunda línea En la primera línea del elenco que acompaña a Lawrence en Joy aparece Robert De Niro, efectivo hasta la exasperación en el rol del padre de Mangano, un hombre débil de carácter, manejado por su nueva esposa (una Isabella Rossellini que se muestra odiosa) y su ventajera hija mayor Peggy (Elizabeth Röhm), mientras maltrata y descalifica hasta la nulidad a su ex mujer (Virginia Madsen) y a Joy. Bradley Cooper se sumó poco después como el ejecutivo de la Home Shopping Network que da ayuda a Joy con el Miracle Mop, junto con Édgar Ramírez como Tony Miranne, ex compañero de Universidad Pace y ex marido de Joy. Otros secundarios son Diane Ladd, como la abuela Mimi, narradora de la historia y admiradora de Joy; y Dasha Polanco, como Jackie, amiga de Joy desde la infancia y su principal colaboradora hasta el día de hoy.
Escuchá el audio (ver link). Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
Woman's picture El grotesco reciente de David O. Russell puede dar dos películas desparejas y más bien pobres como El luchador y Escándalo americano, o dos buenas como El lado luminoso de la vida y Joy: El nombre del éxito. La diferencia entre unas y otras es simple: en las primeras, el director fabrica mundos recargados y convierte a sus personajes en objeto de burla; en las segundas, los acompaña y construye la comicidad en torno a ellos. En Joy, Russell exhibe un pulso sin precedentes en el manejo del montaje: el comienzo, donde se describe velozmente la vida cotidiana de la protagonista y de los que la rodean, tiene una fluidez casi musical, como si cada personaje que aparece en escena fuera un instrumento que el director toca en el momento justo.La sobreabundancia habitual de su cine encuentra un eco perfecto en el motivo de la telenovela, de la que la película parece tomar cierta licencia para el exceso y, también, la figura de la mujer fuerte que pelea sola en un mundo de hombres. El relato avanza sin deberle nada a ninguna clase de verosímil. Diálogos imposibles y una estilización evidente en el tratamiento arrojan por tierra cualquier posible orden genérico: esto no es un melodrama, una comedia, ni siquiera una película de ascenso, sino la historia más o menos libre de una ama de casa con espíritu de emprendedora. El de Jennifer Lawrence tal vez sea su mejor papel hasta la fecha: eficiente, indómita, impulsiva, su madre-soltera-inventora es dueña de una fortaleza como pocas, sin nada que envidiarle a las heroínas del melodrama clásico. Russell sabe que tiene un prodigio en sus manos: el director la sigue con su cámara como embelesado con la gracia de sus movimientos ágiles y económicos, propios de alguien que mantiene a flote la casa y hasta la familia sin perder nada de su sensualidad. Al igual que Russell Crowe, Lawrence también aprovecha sus cachetes: hay que verla seria, concentrada, o también contenta, las pocas veces que se ríe; los ojos casi achinados, la boca y sus gestos parecen apoyar y asegurar su funcionamiento en los cachete que organizan sus facciones. Su performance, al igual que la de sus compañeros, depende de un arte muy delicado consistente en exagerar el tono pero sin llegar a la parodia (salvo tal vez por el ejecutivo de Bradley Cooper, que se presta más al ridículo), como si todo fuera una especie de recreación camp del registro descarnado del melodrama. Lo extraño es que, con esos materiales tan particulares, y desdeñando cualquier clase de realismo psicológico, el director consigue que nos importe el destino de sus personajes, que nos involucremos en su empresa, como si cada éxito y caída suyos fueran los nuestros. Hay en ese tono incierto algo de resbaladizo, del orden de lo sinuoso que a esta altura seguramente sea la zona más interesante de las películas de David O. Russell.
Bien de “ciudadano de a pie” son las historias que cuenta David O. Russell. Personajes de la calle, del barrio, de la casa. Esos que sufren y gozan como cualquiera de nosotros, incluso si son delincuentes o con alguna patología que los marginan. Hay algo especial en eso. Una bella intención de encontrar esperanza donde parece no haberla, luz donde hay oscuridad y redención donde todo parece condenado a la tristeza. Así fueron sus obras previas “El lado luminoso de la vida (2013) y “Escándalo Americano” (2014), y también su último opus “Joy: el nombre del éxito”, basada en una historia real (¡ay!). “Al menos una de ellas es real” reza una frase al principio. La búsqueda de empatía se conecta con Joy Mangano (Jennifer Lawrence). Como si fuese un cuento de hadas escuchamos una voz que le augura a la niña un futuro en el que inventará grandes cosas. Elipsis mediante, nos encontramos con un ama de casa divorciada y con tres hijos, que además tiene a su madre Ferry (Virginia Madsen) viviendo en la pieza de arriba, aislada del mundo exterior luego del traumático matrimonio con Rudy (Robert De Niro) e inmersa en un culebrón televisivo a lo “Dinastía” como si su vida dependiese de ello. Tony (Edgar Ramírez), su ex, no es ninguna maravilla por cierto. Una vez decidió dedicarse a perseguir su sueño de ser cantante y así se cayó la familia que había formado descansando en Joy (sin eufemismos para la ironía: Es el nombre, pero también significa alegría, en inglés) todo el peso de sobrellevar la “locura de todos” y aguantar también la que recibe en su trabajo, que por cierto no alcanza para llegar a fin de mes. Este cuadro de presentación de personajes se condice con esa particular forma de decir “había una vez…” del comienzo, porque Joy bien podría ser una versión urbana de la Cenicienta. Puesto a contarnos cómo es que Joy tendrá una oportunidad para salir de esa situación exasperante para cualquiera. El director aborda esta producción con la loable idea de expresar que todo llega, y que cada uno debe creer en sí mismo para poder superar cualquier adversidad. Para ello, traza una bisectriz muy inteligente: un posible camino al éxito a partir de un curioso invento que facilita el trabajo del ama de casa. Luego llenará ese camino de palos en la rueda, tropezones y decepciones, como para ser casi una alegoría a la depresión, pero con la convicción del buen manejo de un humor que nace desde cierto dolor y que lo hace verdadero. Por cierto, ya no hace falta destacar la calidad de los actores, pero sí volver a ponderar la dirección de los mismos. David O. Russell es realmente bueno ensamblando y manejando elencos para narrar el cuento. De hecho es el único que logró nominaciones al Oscar (algunos ganó) para las cuatro categorías de actuación durante dos años consecutivos. “Joy: el nombre del éxito” adolece de alguna situación redundante o de un final algo estirado en la zona de definición respecto del ritmo de sus trabajos anteriores, pero al tratarse de una moderna versión de Cenicienta hay concesiones que son saludables hacer para disfrutar de una historia bien contada, con cierto lugar para la poesía urbana en algunas imágenes y claro, emocional.
David O. Russell, Jennifer Lawrence, Robert De Niro y Bradley Cooper vuelven a juntarse. En esta oportunidad los tenemos con JLaw como la protagonista y el resto acompaña. La película comienza con una telenovela en la que vemos una parodia exagerada de cómo los hombres machistas creerían que es el estereotipo de mujer y al mismo tiempo tenemos a la pequeña Joy que construye historias con papeles, mientras le contesta a su hermana que ella no necesita un príncipe.
Todo por un sueño Si en “Escándalo americano” (2013), David O. Russell proponía una mirada cínica y demoledora respecto del american way of life (el estilo de vida norteamericano), en “Joy: el nombre del éxito” reivindica el american dream, el famoso “sueño americano” a través de una historia que tiene final feliz gracias al afán de autosuperación de su protagonista y, obvio, a las posibilidades que le otorga el sistema. Pero lo hace a través de un artificio tan bien elaborado, que es imposible no rendirse ante este cuento de hadas sin castillos, príncipes y brujas, pero con una especie de “Cenicienta” moderna que halla su “zapatito de cristal” en las ventas televisivas de un producto innovador de su propio diseño. Jennifer Lawrence, una de las estrellas que más brillan en la actualidad en el firmamento de Hollywood, interpreta a Joy Mangano una sacrificada y humilde trabajadora que termina convirtiéndose en exitosa emprendedora. La actriz obtuvo una nominación al Oscar por esta labor. Buenos actores Russell es un excelente conductor de planteles actorales y en “Joy” demuestra su pericia en este sentido. Lawrence, una actriz talentosa que ha sabido adaptarse a los distintos géneros, ofrece aquí una muestra de su diversidad de recursos: está tan creíble cuando se convierte en agresiva inversionista que defiende su invento con uñas y dientes, como en los momentos en que debe ser una madre joven al borde del colapso cuando se pone al frente de una familia compleja. La película se recuesta siempre en su poderosa actuación que es, en definitiva, el mayor atributo. Edgar Ramírez como bonachón ex marido, Robert De Niro como inestable padre, Isabella Rossellini como una madrastra implacable y Bradley Cooper como avispado empresario, le ofrecen el contrapunto ideal en varios tramos de la película. Sin embargo es en la interacción con Diane Ladd, quien interpreta a su abuela Mimi (la narradora en off de la historia) y sobre todo con Virginia Madsen, quien encarna a su madre divorciada y confinada desde hace años en una habitación donde su único contacto con la realidad son las telenovelas, donde Lawrence tiene las mejores oportunidades de lucirse. Sencillez “Joy: el nombre del éxito” es una película ágil, disfrutable y agridulce. Por momentos remite a las telenovelas y resulta interesante la manera en que el director juega con sus arquetipos cuando construye los sueños de la protagonista. También recuerda a las viejas películas de Frank Capra (como “Caballero sin espada”, de 1939) donde un individuo que trabaja duro logra triunfar, aun ante circunstancias adversas. Es una comedia dramática que, mas allá de todo ornamento, contiene una historia simple, que no se aleja nunca de los límites de la corrección. No emociona, pero entretiene.
Subestimando al espectador: Joy: El Nombre del Éxito Joy: El Nombre del Éxito (Joy) está algo inspirada en la vida de la empresaria Joy Mangano aunque según las propias palabras de su director, David O. Russell, el film no es una biopic. La película se centra en las vicisitudes tanto familiares como comerciales que debe enfrentar Joy (Jennifer Lawrence) hasta convertirse en una persona (en términos del film) exitosa. Voy a olvidarme de la vara con que se mide el éxito en la película, no voy a desarrollar las ideas conservadoras que se esconden detrás de este relato que se supone, se expresa a favor de la igualdad de géneros. Tampoco voy a hablar de la forma en que el mismo muestra con orgullo a una persona que tiene en su taller a diez mujeres inmigrantes cociendo mopas para ella la noche de navidad (como los duendecitos de santa pero mucho menos simpático). Sabemos que los cuentos de hadas no son para toda la comunidad y la película se encarga de resaltar que ella es especial, no es “cualquier” mujer. Voy a aceptar todas esas reglas para poder continuar hablando de la película. El principal problema en Joy: El Nombre del Éxito, es su narrativa. Los errores en la puesta en escena, en la interrelación de los actores y el nulo desarrollo en el sentido más básico de las herramientas que funcionan como motor del relato hacen al nuevo film de Russell muy difícil de ver. La actuación de Jennifer Lawrence dadas las características de la obra, es para resaltar ya que sobre ella decae en todo momento absolutamente todo el peso dramático. Se sabe que el director le tiene mucha confianza y que lograron buenas cosas juntos en El Lado Luminoso de la Vida (Silver Linings Playbook) pero su última obra parece concebida sólo para que Lawrence se luzca. Los personajes que la rodean, a excepción de Bradley Cooper, parecen sacados de un manual de tipologías neuróticas destinado a chicos de primer grado (hay que firmar petitorios para que dejen de repetirle personaje a Robert De Niro porque el pobre está dando pena). Todo está resaltado con un gran fibrón grueso en Joy. Joy: El Nombre del Éxito es un museo de alegorías. La película, además, basa su expresión discursiva en enormes alegorías. El grado de subestimación hacia el espectador toma niveles alarmantes: Joy atormentada porque no puede realizar su deseo de convertirse en inventora sueña que está en el funeral de una Joy de 5 años que le dice “Hace 17 años me dejaste morir”, en el mismo sueño ve a sus padres destruirle los pequeños “inventos” que realizaba cuando era chica. Por favor ¿es necesario? Otro ejemplo: Joy tiene una hermanastra vengativa que le impide cumplir sus sueños. Muchos van a objetar sobre este punto que se trata de una biopic pero como mencione antes, mucho en el film está ficcionalizado y una de esas cosas es dicha hermanastra. En fin, podría seguir pero algunas de las subestimaciones más graves están en hechos importantes para el argumento y podrían considerarse spoilers. Joy: El Nombre del Éxito es una película fallida, con extraños baches argumentales para lo simple del relato y que cree que el espectador o es muy pequeño o muy boludo.
Era de esperarse que David O. Russell , luego de dos años consecutivos de estar en la cima de su poder creativo, intentara continuar esa racha con un tercer film en el cual estén sus actores favoritos. Junto a Jennifer Lawrence, Robert De Niro y Bradley Cooper, se lanza ahora a un ejercicio biográfico intenso, recreando (muy libremente) la vida de Joy Mangano, una emprendedora brillante que rompió canones en los Estados Unidos hacia los 90. Esta mujer desarrolló un producto en particular, el "trapeador milagroso", que serviría como puerta de entrada al mundo de las ventas por televisión y que no sólo la haría famosa, sino que le permitiría crear una empresa para seguir materializando sus iniciativas. Pero no nos adelantemos. Russell escribe este guión junto a Annie Mumolo, sobre la figura de Mangano, mujer de la que se sabía poco, antes de su estrellato. Si bien hay muchas libertades creativas en el film (que han sido fogoneadas por la figura que lo inspiró, quien estuvo en contacto constante con los productores), "Joy" ofrece lo que en esta época el mercado quiere, ser la típica película de superación, esfuerzo y victoria con la que cualquier estudio gana premios. La cuestión es preguntarse, si eso hace a un film interesante y atrayente para todo tipo de públicos. Quizás, la respuesta no sea tan positiva. Eso sí, "Joy", no es ni por lejos, de lo mejor de Russell. De no haber contado con Lawrence, probablemente el film hubiese tenido categoría televisiva básica, lejos incluso del nivel de las superproducciones de HBO y similares. Joy decíamos, es una mujer divorciada, con dos chicos, que a principios de los 90', vive en una casa que se cae a pedazos (y es más que literal!) y es el único ingreso familiar de su núcleo. Su mamá, Terry (Virginia Madsen), no está muy bien de la cabeza y sólo se dedica a mirar novelas. Tampoco obtiene ayuda ni de su ex marido, Tony (Edgar Ramirez), inquilino quebrado que habita en el sótano de su casa, ni de Rudy (De Niro), su padre, que lleva adelante un taller que apenas sobrevive a las crisis de esos años. Como mujer multifacética y decidida, Joy decide quebrar su destino marcado (el de un futuro pobre y marginal) y se lanza a desarrollar un producto para salir del lugar donde está e impulsar a su familia a mejorar sus perspectivas. Esta es entonces, la lucha de una madre dispuesta a pelear con todas sus energías para llegar a donde quiere ir y en ese lugar, sabemos que Lawrence se siente muy cómoda. El recorrido a la cima no es sencillo y en él, Joy conocerá alguna gente que podrá apoyarla (Bradley Cooper es un secundario importante aquí) y otra que saboteará sin titubear el proyecto. El problema de esta biopic es su extensión (innecesaria) y la obsesión de Russell por atosigar de conflictos al personaje de Lawrence. Ese frenético uso de los problemas para avanzar en la historia, no deja que cada actor dentro de su universo, desarrolle sus perfiles con trazos claros. Como el centro es Lawrence, el director la ubica todo el tiempo en escena y desgasta su empatía con el público, con el correr de los minutos. El resultado no es malo, porque la historia (en definitiva) es un inspirador ejemplo de vida, pero en términos cinematográficos, no luce ajustada y potente, ni tampoco equilibrada. La talentosa Lawrence lleva adelante su trabajo, solvente y neurálgico hasta el final, sin bajar un cambio desde los primeros minutos, lo cual define un poco el tono de la cinta. Párrafo especial para Russell en cómo muestra el proceso de creación de una obra, dentro del mundo del emprendedorismo. Ese es el mejor acierto del film (muestra desde el génesis la idea madre del producto que ella quiere crear, hasta su concreción última) y lo más atrayente para el público no familiarizado con esa técnica de diseño. Sólo para apasionados por conocer a una emprenedora única (Mangano)o fanas de Lawrence, una talentosa todoterreno que se le anima a cualquier personaje con éxito en estos días.
Finalmente, Joy, quedó bastante lejos de ser una favorita de los miembros de la Academia de Hollywood, apenas una nominación para Jennifer Lawrence que deja el arco y la flecha para convertirse en la múltiple inventora, Joy Mangano. David O. Russell creador del personaje protagónico no intentó hacer una biografía autorizada ni mucho menos, por eso, no aparece en ningún momento el apellido familiar. Ya conocemos su cine frenético y el impacto que dejó con "Escándalo Americano", similar estilo utilizó para esta producción. Para el caso, se basó en la novela de la actriz y guionista Annie Mumolo aunque parece que sólo lo que quedó de esta novela es el espíritu emprendedor y su primer gran milagro, el lampaso con cabezal automático para no arruinarse las manos siendo una ama de casa siempre impecable. Para mí, es el cuento de la Cenicienta reinventado, con varias mujeres fuertes, la madre de Joy (Virginia Madsen), separada del padre (Robert De Niro), que vive en el sótano y una media hermana, Peggy, que también es un invento de la mente de Russell. Peggy representa en sí muchas de las trabas y el desamor que significa no ser la favorita de papá y al mismo tiempo solucionar los problemas de millones de mujeres. Me olvidaba de un personaje sumamente importante que es la abuela de Joy, la que hace que ella se tenga confianza, un poco como el hada madrina de la historia. De pequeña, Joy tendrá su mundo ideal en el que proyectará su futuro; es un mundo de papel. La realidad es que el mundo es cruel y le hará bastante difícil el camino. Esta historia, en la vida real hizo su explosión en los años 90 y es muy interesante la manera en la que está recreado ese mundo, a través de la tele, de la que no se despega la madre de Joy y de una novela, que parece ser "Days of our lives", algo así como la "Dulce Amor" norteamericana. También habrá un recuerdo a la policía de la moda de la alfombra roja y su creadora, Joan Rivers, seguro que si estuviera viva, hubiera hecho un singular cameo. Neil Walker (Bradley Cooper) aparece como un personaje ambiguo, el productor que la hace entrar en los novedosos canales de teve comprás. En su relación con Joy, es una amigo, al mismo tiempo un adversario comercial y también un seductor. Joy, al igual que su madre está separada de su marido, que es un bohemio cantante al que el papá de Joy rechaza pero que ella tampoco echa de su vida fácilmente y también ocupa el sótano. Quizá, si el guión fuera más coherente y no tubiera tantas digresiones, el producto hubiera funcionado como el trapeador maravilla; sin embargo, es una peli que homenajea a las mujeres que se metieron en un mundo de negocios, colmado de hombres y se hicieron lugar llegando a sobrepasar sus límites en todo sentido y que tiene todo su brillo en los actores que encarnan encantadoramente a los personajes. Es posible que Jennifer vuelva a ganar un Oscar, como ya ganó el Globo de Oro, esperamos que esta vez no tropiece ni dentro ni fuera del escenario, como es su costumbre.
Otro film basada en hechos reales. Otro ejemplo de perseverancia con otros osos mordiendo cerca. Está inspirada en la vida de la inventora de un lampazo de última generación. Y desde allí lanza una mirada farsesca pero punzante sobre el sistema, sobre sus implacables exigencias. Hay algo de mafioso en ese mundo de hallazgos y negocios. Jennifer Lawrence le da consistencia a esta madre que vive bajo un clima hogareño de fuerte presión, con padre tarambana, madre aislada y media hermana envidiosa. Su lucha es un mensaje que va mas allá de honrar al feminismo. Sus logros, tan entrecruzados, muestran la cara más cruel de un sistema feroz. La primera parte trastabilla por su costumbrismo ramplón, su tono de fábula ingenua y sus forzados recursos. Pero al final, cuando se pone seria, se hace valer.
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Otro poroto para Jennifer Lawrence La nueva película de David O. Russell, que repite por tercera vez a su elenco de actores fetiche, se perfila como un número puesto para la próxima entrega de los Oscars. Y tiene con qué El director David O. Russell ha logrado crear en los últimos años una suerte de tendencia con tan sólo cuatro películas: El Luchador, El Lado Luminoso de la Vida, Escándalo Americano y Joy, el nombre del éxito que llega este jueves a las pantallas locales precedido por muy buenas críticas y nominaciones a los Golden Globes en las categorías Mejor Comedia o Drama y Mejor Actriz de Comedia o Drama. Esta nueva película, filmada a la medida de la talentosa Jennifer Lawrence, cuenta también con el co protagónico de Robert DeNiro y, en menor medida, de Bradley Cooper, que también fueron parte de los mencionados filmes y a esta altura son actores fetiches de Russell. En Joy, inspirada en una historia de la vida real, Lawrence interpreta a Joy Mangano, una mujer que, pese a todos los pronósticos que tiene en contra, logra triunfar en el mundo de los negocios con un revolucionario invento doméstico, hecho que será sólo el inicio de una verdadera odisea legal que deja al descubierto los teje y manejes de la legalidad del sistema comercial norteamericano. Sin embargo, y a pesar de que el film aborda las tramas del sistema, se enfoca más en la comedia dramática y le da pie al personaje de Lawrence que debe lidiar no sólo con su empleo de medio tiempo sino llevar adelante una casa en la que viven su madre deprimida (Virginia Madsen), su abuela Mimi (Diane Ladd), sus dos hijos; y su padre (De Niro) y su ex esposo (Edgar Ramírez) en el mismo sótano. También hay lugar para el lucimiento de Isabella Rossellini, Jimmy Jean-Louis, Elizabeth Rohm y Dascha Polanco en papeles secundarios pero no por ellos menos importantes, Es de imaginar para el espectador que semejante rejunte da material de sobra para los momentos humorísticos pero lo cierto es que Lawrence se pone el filme al hombro y demuestra que a los 25 años se puede llevar un nuevo Oscar si los planetas se alinean el próximo febrero. Russel logra con Joy, el nombre del éxito otro de sus filmes memorables que sin embargo no está a la altura de sus dos últimas obras y por eso no se lleva más nominaciones pero así y todo se trata de una película muy disfrutable para estos calurosos días de verano que no defrauda y no baja el ritmo en ningún momento. Recomendable especialmente para aquellos que admiran a esta joven y talentosa intérprete y los que gustan de las historias de superación.
En un contexto social donde los derechos de la mujer y la igualdad de género se han vuelto materia de visibilidad y las luchas están siendo (de a poco) escuchadas, aunque son muy pocos los avances que vemos hoy día, Joy es un film que al menos llama la atención. La historia real de una madre soltera que se ocupa de sus dos hijos, de sus padres, de su ex marido, de su abuela, de la casa, las cuentas, menos de sí misma y que llega a convertirse en magnate a través de un invento propio. Joy (Jennifer Lawrence) es una mujer ante todo cansada de la vida, rodeada de injusticias; su vida es tan llena de problemas y los que la rodean abusan tanto de su “bondad” que ya se vuelve un escenario algo tragicómico, por lo exacerbado. Joy era un niña creativa a la que el tiempo y las responsabilidades han convertido en una ama de casa que no llega a pagar la boleta de teléfono (la amarga realidad de la adultez como demoledora de sueños). Pero en medio de una crisis de hartazgo, Joy despierta esa niña dormida, que en algún punto está conectada con esta adulta práctica y los problemas del diario vivir, y crea un tecnológico trapeador. La historia está contada como lo exige: son tantos los problemas de Joy, incluso cuando algún plan amaga a salirle bien, se derrumba su mundo en un segundo, y se le van acabando los ases bajo la manga, generando una bola de nieve imparable. No solo que nosotros como espectadores vamos sintiendo cada vez más su sufrimiento sino que el efecto de triunfo final convoca a una sensación más que placentera: por un momento nos hace creer que la justicia y la ley de “merecimiento” existe. Luego de cintas como American Hustle (2013) o The Fighter (2010), David O. Russell ya es un director de peso, que suele ofrecernos historias, al menos, originales. La película cuenta con la exquisita actuación de Jennifer Lawrence (nuevamente trabajando con el director), que debemos decir ya se ha convertido en una de las favoritas del gran público que sigue deslumbrando con su eclecticismo actoral y con su belleza de “chica de barrio”. Robert De Niro y Bradley Cooper son otras de las apariciones importantes en el film. Parece ser que la historia de Joy es de lo más exótico y digno de contar. Estamos frente a una figura múltiplemente lumpen: no solo es la historia de un pobre que se vuelve rico sino que es una mujer. Y parece que ese es uno de los puntos más llamativos, ya que la cinta lleva su nombre y no The Pursuit of Happiness como lo es la cinta de Will Smith (otro lumpen que destaca su éxito inesperado siendo pobre y de raza negra, envuelto de una vida repleta de adversidades). Por momentos me pregunto, ¿cómo debo situarme frente a obras como estas? Una de las opciones sería celebrar el hecho de que se hagan visibles las historias sobre mujeres que triunfan sin la ayuda del hombre; pero la contracara de esto es que el cuadro de situación implica que una historia como esta es tan pero tan poco común que puede convertirse en película, ganarse el Globo de Oro y generar millones de dólares. Tal vez el triunfo de esta historia se debe a que el terreno está más “abonado”, por así decirlo; o tal vez siga constituyendo una rareza dentro de las historias de “héroes”.
"Joy" es la nueva película del prolífico director David O. Russell ("Silver Lyinnings Playbook", "American Hustle", "The Fighter", entre otras) que llega para contarnos la historia real de una mujer que venció muchos obstáculos para convertirse en una gran empresaria de los Estados Unidos. Si bien la dinámica del film tiene la impronta de calidad de Russell, resulta en su conjunto un producto un tanto disperso y menos interesante que otras películas dirigidas por él. Creo que el afán de combinar su forma de narrar con esta historia de base feminista y capitalista terminó por exagerar algunas cuestiones de manera un poco torpe. Es como la historia de una Cenicienta cuyo poder femenino se diluye bastante en el trasfondo económico de la propuesta. Joy alcanza su felicidad y realización cuando se convierte es uno de esos empresarios que en el camino le pusieron trabas a ella misma para lograr sus objetivos. A nivel interpretativo todo el cast está muy bien, como suele suceder en películas de Russell. Jennifer Lawrence se destaca en el rol protagonista aunque no se si es una interpretación digna de un premio. Creo que ha tenido mejores. Le siguen Virginia Madsen, Robert De Niro, Edgar Ramirez y Bradley Cooper entre otros. Lo mejor del film pasa por el ritmo que se ofrece, los diálogos filosos y algunas escenas realmente emocionantes como cuando increpa al empresario que la viene estafando o cuando logra su primer gran venta en un programa de televentas. Russell sabe lo que al espectador le gusta ver en pantalla y lo explota muy bien. Lo no tan bueno de la propuesta tiene que ver con remarcar demasiado lo que está pasando, como por ejemplo la narración de la abuela de Joy que está presente en buena parte de los momentos. Otra cuestión negativa es la resolución con mensaje de éxito personal asociado indefectiblemente al ascenso económico. Sí, es la definición de sueño americano del estadounidense, pero es algo que me resulta muy banal, superfluo. En "Joy" lo muestran de manera que queda claro que la protagonista encuentra la felicidad y el equilibrio de su vida cuando llega a ser la CEO de una gran cadena de productos, no cuando compone sus relaciones familiares. Esto me dejó un gusto un poco amargo. Por último, creo que Russell se dispersa un poco con algunos caprichos, como las secuencias en las que Joy tiene pesadillas con las novelas que ve religiosamente su madre. Una película que sin ser de lo mejor del director o Jennifer Lawrence, se deja ver y por momentos resulta reveladora y entretenida.