Desaparición en la Calle 7 viene de la mano de Brad Anderson, el mismo de El Maquinista. En aquel film Anderson estaba inspirado y usaba trucos narrativos de alto vuelo para trazar una línea de duda sobre la estabilidad mental del protagonista - lo que ve, ¿es real o imaginario? -. Pero acá la magia de Anderson parece haberse desvanecido y el filme, que arranca con una idea prometedora, termina sepultado bajo el peso de un guión incompetente. Les soy sincero: la primera impresión que me dió Vanishing on 7th Street es que se trataba de una remake del telefilme de 1974 A Dónde se Fue Toda la Gente? (Where Have All the People Gone?). En aquella oportunidad Peter Graves conducía un grupo de gente que había sobrevivido a un extraño fenómeno solar que hacía desaparecer a las personas ... y sólo quedaba la ropa. Era un filme extremadamente estúpido, en donde una escena típica consistía en que uno de los personajes se topaba con un vestido vacío, exclamaba "mi hermana!!" y se ponía a llorar mientras abrazaba la ropa. Acá el maderoso Hayden Christensen (¿cómo puede seguir consiguiendo protagónicos este tipo?) encuentra trajes y vestidos prolijamente apostados sobre mesas y sillas por doquier, lo cual resulta ridículo. Al menos el director Anderson tiende a compensar ese primer pensamiento (natural y compartido entre todos los espectadores del filme) con algunos efectos especiales bastante prolijos, como para darle un aire apocalíptico un poco más denso. Y sí, hay una especie de plaga sobrenatural (que parecen las entidades infernales de Ghost, la Sombra del Amor) que acosa desde las penumbras; y sí, cada vez hay menos gente, hay menos energía y la luz del día dura menos. Y ahora, ¿qué hacemos? ofertas en software de facturacion para empresas de Sistema Isis Y eso mismo es lo que debería haberse preguntado el libretista Anthony Jaswinski, quien parece haber arrojado la piedra para luego esconder la mano. Muy linda la premisa; lástima que no va para ningún lado. Jaswinski empieza a meter molestos personajes de stock, los que parecen salidos de mediocres películas de cine catástrofe al estilo de la saga Aeropuerto. Esto es: la fanática religiosa que extravió a su bebé en el caos que produjo el fenómeno; el molesto nene que está convencido que su madre va a volver (aunque ya se murió el 95% de la población del planeta); el mexicano herido que alucina y es una carga para el grupo; y Hayden Christensen, que es el ateo líder del grupo. No pasa mucho tiempo hasta que uno empieza a desear ver muertos a todos estos personajes, ya que hablan, hablan y hablan ... y no dicen nada. El filme podía haber tomado un montón de rumbos distintos; por la existencia de la fanática que compone Thandie Newton (ésta era una buena actriz!; cómo terminó en este bodrio?), bien podríamos pensar que están en una especie de purgatorio o que el resto del mundo está ok y ellos están muertos o en una dimensión paralela; o bien se podría haber hecho algún tipo de investigación para llegar a alguna teoría sobre el fenómeno (oh si, hay una explicación que es sideralmente vaga y no aporta nada). O si esto era una experiencia alegórica, los personajes deberían haber aprendido algo al final del filme. Pero el incompetente libreto toma un camino intermedio, sin resolver ni explicar nada, y dejando un final abierto que resulta indignante. ¿Uno se ha comido 90 minutos de filme para llegar ... a ningún lado?. Salvo por el inicio y alguna escena aislada en donde Brad Anderson construye un poco de suspenso, no hay nada potable en Vanishing on 7th Street. Es algo a medio cocinar, fruto de un libretista perezoso. Déjela pasar, ya que no se va a perder de nada que valga la pena.
LA OSCURIDAD SE APODERO DEL MUNDO El apocalipsis toma aquí una forma distinta y atractiva, que sirve como principal eje argumental de la cinta, pero que falla en dejar demasiadas puertas abiertas a la libre interpretación del espectador, en desarrollar actuaciones que nunca se lucen y, principalmente, en brindarle al público los suficientes sustos y escenas de suspenso como para hacer de ésta una experiencia que se diferencie de las muchas otras que cuentan con una misma temática. La historia se centra en contar como un grupo de personas sobrevivieron al día final de la humanidad. La oscuridad se apoderó de cada rincón del planeta y son unos pocos los que han podido conseguir salvarse gracias a alguna luz artificial que los acompañaba en dicho momento. Ellos van a tener que tratar de encontrar la manera de ganarle a las sombras y volver a vivir como en el pasado. Esta película comienza de manera muy interesante, yendo al conflicto sin perder el tiempo en cuestiones paralelas, e introduciendo los diferentes puntos de vista del hecho de cada uno de los personajes que pudieron sobrevivir. Es aquí donde se crea un suspenso y un misterio que está muy bien logrado visual y dramáticamente y que, gracias a las pocas explicaciones que se dan, al principio se crea tensión e intensidad. Los momentos en el cine y esa maravillosa escena en la que participa un avión cayéndose en el horizonte, son, sin duda alguna, los mejores momentos de la película. Pero, luego de esta muy correcta introducción, la cinta transita por muchos lugares comunes, ocasionado que el interés y los muy bien logrados climas del comienzo se vean destruidos y sin sentido ya pasando la media hora de duración. Los personajes entran en un bar, el único lugar en el que tienen luz. Allí aparecen las típicas y previsibles escenas en las que ellos deben ingeniarse una manera inteligente para escapar, mientras que se les van acabando las baterías de las linternas y el generador va perdiendo fuerza. Son muchos los minutos en los que no pasa nada más que miradas, pensamientos y escenas de suspenso que finalizan, algunas en sustos y otras en la retirada estrepitosa de las sombras. A su vez, y allí el mayor problema de esta película, el guión no explora las causas del hecho ni se preocupa por explicar algunos pozos argumentales que aparecen y nunca tienen respuesta ni sentido. Son muchas las preguntas que quedan abiertas a la libre interpretación del espectador, lo que produce que, llegando al final, la caracterización de los personajes sea ínfima y que poco importen cuando van muriendo uno a uno. La muerte de un personaje, casi en la conclusión, carece de fuerza y de ingenio. Por otro lado, el remate, el momento en el que se suponía que algo interesante estaba por pasar, queda en la nada misma, no se explica nada de lo sucedido antes y es protagonizado por dos personas que le restan verosimilitud y mucha intensidad. Una lástima, porque la idea es buena, pero está mal llevada adelante. El villano aquí es la oscuridad, que toma formas humanas y que se desplaza con rapidez. Este recurso, pese a que se abusa demasiado el CGI, está muy correcto y aporta, en algunos momentos, un suspenso bien logrado y un estilo visual que juega con el movimiento de las sombras y las luces. Las actuaciones son regulares. John Leguizamo no logra destacarse, principalmente porque su personaje está casi todo el tiempo tirado en una mesa de billar, dolorido y con poco diálogo. Hayden Christensen, el protagonista, se destaca al comienzo, cuando expresa el desconcierto por lo sucedido. Thandie Newton, está muy sobreactuada, en especial en cada situación en la que se la ve buscando a su hijo. "Vanishing on 7th Street" es una película que juega, una vez más, con la etapa post-apocalíptica de la humanidad y falla en ser original y en transmitir emociones. Una cinta regularmente actuada, con recursos visuales aprovechados al comienzo, con una historia que nunca cobra sentido y con un final decepcionante. UNA ESCENA A DESTACAR: avión cayendo.
El film empieza atrapando al espectador, pero en el transcurso el interés se va diluyendo. Si bien hay suspenso e intriga, la resolución que se le da a la historia es posible que no convenza a muchos ya que a algunos no les va a quedar claro qué es lo que termina pasando, y otros se van a quedar...
Pocos son los aciertos de “La oscuridad”, título local de “Vanishing on 7th street”. El filme cuenta sobre una misteriosa y profunda oscuridad que llega a una ciudad. La gente de allí ha ido desapareciendo: los cines y centros comerciales se han vaciado; los hospitales y las calles están desiertos. Sólo quedan vestigios de vida reciente y, por alguna razón absurda, un puñado de sobrevivientes. Estos son un joven periodista (Hayden Christensen), una enfermera (Thandie Newton), un operador de cine (John Leguizamo) y un niño; los cuatro desconocidos coincidirán en una taberna abandonada e intentarán subsistir, comprendiendo de a poco el mal que los acecha. Aparentemente, el estar bajo un haz de luz los salva del peligro, y el generador que tienen en la taberna los ayuda a sobrevivir, pero es poco el tiempo que les queda. No logra real trascendencia esta cinta de pretendido terror. El mal que aqueja al lugar no logra constituirse muy claramente más que una sombra, y el guión no se toma el trabajo de dar algún tipo de explicación del fenómeno. Por otro lado, los personajes principales tampoco resultan de lo más atractivos: es difícil sentir pena o empatía por ellos, porque poco se sabe de sus vidas y sus pesares o conflictos, por lo que es arduo para el espectador comprometerse afectivamente con estos y queda la sensación de que da lo mismo lo que vaya a pasarles. Ni siquiera el afiche presentado para este país logra ser atractivo: parece un diseño hecho a las apuradas, con la imagen de uno de los afiches originales dispuesto a la izquierda... ¡un desastre! A pesar de tener un buen arranque (algunos pocos minutos del comienzo) la peli no encuentra un rumbo que logre interesar, y se producen situaciones poco originales y previsibles. Si bien, al menos, no es aburrida y permite un breve entretenimiento, queda la sensación de no haber visto nada... Nada nuevo…
¿Dónde está la gente? En un instante, la humanidad desaparece, y en cuestión de horas cuatro sobrevivientes logran agruparse para mantenerse vivos en este aparente Apocalipsis. Un apagón inexplicable sumerge a Detroit en el caos total y los habitantes quedan a merced de una fuerza oscura que se esparce para sembrar el terror. Este es el punto de partida de La oscuridad, la película de Brad Anderson (recordado por El maquinista) que tiene una premisa similar a El final de los tiempos y a una vieja película de tevé, ¿Y...dónde está la gente?. Lo que deja La oscuridad son pilas de ropa sin cuerpos, coches abandonados y una ciudad desierta donde se dan cita cuatro personajes: un periodista (Hayden Christensen); una madre (Thandie Newton) que busca desesperadamente a su bebé; un proyectorista de cine (un sobreactuado John Leguizamo) que explica el horror a través de mundos paralelos y bacterias, y un niño desprotegido (Jacob Latimore). La película de Anderson tiene un buen comienzo (personajes que sólo están a salvo en la luz) que se desmorona con el correr de los minutos como consecuencia de sus acciones reiteradas (en lugar de zombies u otras presencias monstruosas aparecen sombras que atrapan a sus víctimas) y de su escaso suspenso. Todo se vuelve tedioso en una trama que avanza sin nervios entre luces parpadeantes y tubos de neón hasta el desenlace ambientado en una Iglesia, donde sólo se perciben las luces de las velas. Aunque un generador de energía puede convertirse en la única esperanza de estas "presas", las expectativas que había al inicio se apagan inexorablemente. Y el espectador también corre peligro.
La luz de Dios La premisa de La oscuridad (Vanishing on 7th Street, 2010) era a priori atrapante: un grupo de hombres y mujeres sobreviven a un apagón instantáneo que acaba con gran parte de la población. Sin embargo, lejos de la coherencia o de una declarada opción por la ausencia de explicaciones como elemento de perturbación, Brad Anderson abunda en chapucerías que empantanan al film en el terreno de la alegoría religiosa. La ciudad de Detroit vivía la rutina diaria. Pero un apagón de tensión literalmente evapora a gran parte de la población, dejando apenas un puñado de sobrevivientes (Thandie Newton, Hayden Christensen, John Leguizamo, entre otros) desperdigados por la ciudad. De esta forma, sin saber exactamente los por qué ni los cómo de la situación, el grupo descubre que la muerte arrasa cuando llega la temida oscuridad. ¿Qué haría uno si de buenas a primeras un bajón eléctrico finiquita a la humanidad? Bueno, los protagonistas de La oscuridad no hacen nada. En realidad sí, pero con la naturalidad y parsimonia de quien no magnifica lo sucedido. Esa forma de proceder, junto con la apuesta por la no explicación, le da un aire profundamente enrarecido al film, perturbador. Hasta que el grupo empieza a conglomerarse en el bar, y ahí sí, se acabó lo que se daba. La ubicación geográfica y circunstancial del film remiten a un misterio sobrenatural. No hay que esforzarse demasiado para trazar un paralelo entre esta oscuridad que acorrala a los supervivientes y aquella niebla que hacía lo propio con empleados y clientes de un supermercado en el film homónimo dirigido por Frank Darabont. La diferencia entre ambas, entonces, no está en el significante, sino en el significado. Pero en ese caso operaba casi un McGuffin. Al fin y al cabo, su presencia latente e inexplicable se corría del eje central que ocupaba durante la primera mitad del metraje para develar la auténtica esencia del film: la miseria humana, la impaciencia y la falta de tolerancia. No es casual, entonces, que ni siquiera se explique de qué se trataba todo el fenómeno ¿meteorológico?. Justamente ahí radica el encanto de La Niebla (The mist, 2007). Aquí ocurre algo similar, solo que el director de El maquinista (The machinist, 2004) choca con la encrucijada de usar la oscuridad como alegoría o mera excusa argumental y opta por lo primero. El último tercio del film borra con el codo los climas y vacíos previamente generados. La muerte como símbolo de castigo, la redención y la culpa son los platos principales de un menú cuya entrada hacía suponer lo contrario.
Existencialismo vacío y con las luces casi apagadas A todos los que vamos mucho al cine nos gusta Brad Anderson, director de prestigio en la industria americana. Principalmente por "The machinist" y un poco menos por "Session 9", dos films que mostraban a un tipo preocupado por retratar mundos donde lo sensorial y lo físico se encontraban en contradicción. Sabemos que le gusta el relato metafísico y los dilemas existenciales y a pesar de no haber dado con la nota exacta en "Transsiberian" (del 2008), tenía el crédito abierto (merced a sus antecedentes) para intentar profundizar en el cine que le gusta. Acostumbrado a trabajar con actores de peso (DJ Caruso, Woody Harrelson, Ben Kingsley, Christian Bale, Philip Seymour-Hoffman entre otros), ya nos extrañó de movida que le haya dado el protagónico a Hayden Christensen, un intérprete que sigue buscando encontrar su lugar en el mercado. Más allá de eso, nos dispusimos a ver que proponía Anderson incursionando en el suspenso de alto impacto. "Vanishing on the 7th street" no alcanza a ser una buena película, desgraciadamente. Lo que arranca bien (hay que reconocer el valor de los primeros 15 atrapantes minutos), el establecimiento del encuadre situacional, está logrado y predispone al espectador a vivir una experiencia aterradora...pero cuando la historia empieza a desarrollarse, comienza a desinflarse sin remedio: hay mucho detalle puesto en la atmósfera en la que los protagonistas están inmersos, más que en la profundidad del conflicto que los atraviesa. Anderson parte de una premisa interesante, una película de desapariciones y apocalipsis, de sobrevivientes y de esperanza aunque su intención real parece alentar un tratamiento existencial que excede las posibilidades del guión con el que trabaja. Sabemos que está movido por una idea original (la caracterización de un final para la humanidad en el cual la luz abandone este plano, donde el vacío y la oscuridad nos absorba a todos y a cada uno de nosotros de manera que nos fundamos con la fría y eterna noche del universo), el problema es que el trasfondo filosófico que se propone, no alcanza como sostén para una trama despareja y aburrida. Debutando como guionista en esta oportunidad aparece el novato Anthony Jaswinski, quien se ve que no logró acordar junto a Anderson un camino claro en el que los personajes mostraran sus miedos más arcaicos y se articularan de manera significativa para enfrentar la suerte que el destino les ofreció. Sus líneas son repetitivas, impregnadas de estereotipos religiosos y plagadas de lugares comunes. No importa cuanto esfuerzo se ponga, con ese libro lograr buenos resultados era altamente improbable. A ver, "Vanishing..." logra ese clima opresivo y ténebre que deben tener los films de este tipo. Lo tiene, conseguido por sus virtudes técnicas en el tratamiento de la imagen. La cuestión aquí es que no logra interesar al espectador por la suerte de los personajes (algo grave), ya que desde la butaca, nos sentimos todo el tiempo en alerta para encontrar pistas que nos permitan explicar el hecho en cuestión y nada nos distrae de ese objetivo. ¿Será esto porque sentimos que entender que pasa es muy importante y dejamos de lado la empatía por los sufridos sobrevivientes para prestar atención a esa cuestión? Supongo que algo de esto opera. Anderson y Jaswinski no creen que es importante el porqué están allí y nosotros, pensamos exactamente lo contrario. No podemos seguir en ese vacío de información porque sin ese contexto, no hay texto que se vuelva significativo. La historia nos trae a cuatro personas que viven en Detroit. Cierta noche, un apagón se expande sobre la ciudad, dejándola a oscuras. Esta oscuridad devora (o desintegra, o funde... o....) a la población. Hombres y mujeres desaparecen en instántes. De los cuerpos, ni rastros. No hay restos materiales que permitan saber que sucedió. Extrañamente, hay personas que siguen con vida. Conoceremos entonces a Luke (Christensen), hombre de los medios de comunicación que se encuentra en la producción de un noticiero de tevé cuando sucede el hecho. Linterna en mano, buscará adentrarse en las calles de su ciudad hasta dar con gente que haya sobrevivido al extraño hecho. Llegará a un bar abandonado y allí se encontrará con un niño (James, jugado por Jacob Latimore) y una fisioterapeuta (Rosemary, aquí la dúctil Thandie Newton) que han logrado atrincherarse en el lugar. Hay luz gracias a un equipo electrógeno y eso permite que el lugar sea seguro. A ellos se les acoplará un proyector de cine (el sujeto que cambia los rollos en las salas) herido, Paul (John Leguizamo) quien llega a contar parte de su experiencia en la oscuridad. Entre ellos se instalará la esperanza de supervivencia y la inquietud de decifrar las razones de lo que están viviendo. El problema es que son cuatro personajes para sostener casi una hora de metraje en el medio de una creciente oscuridad, poca acción y diálogos planos sin relieve emotivo. Pocos elementos e ideas para tanto tiempo... Cierro los ojos y recuerdo "Buried" de Rodrigo Cortés con Ryan Reynolds (del año pasado) y me digo: se podía hacer algo mejor. Un buen guión puede casi todo. Para cerrar, hay que decir que el film es un intento fallido por intentar conectar un ideario existencialista con una película de terror convencional. No termina siendo ni una ni la otra cosa. Encima en el climax derrapa mal y... no hay sonrisas al final al llegar los títulos de cierre. Hay decepción. Un paso en falso de un gran cineasta. No importa. Esperemos que la próxima sea mejor. Madera, el hombre tiene.
La oscuridad es una propuesta cuya premisa tranquilamente podría haber formado parte de un capítulo de la serie La Dimensión Desconocida. Esta es una historia apocalíptica donde la amenaza que enfrentan los protagonistas no son zombies ni virus letales, sino la oscuridad. Las personas que quedan atrapadas en la oscuridad, por razones misteriosas desaparecen y para sobrevivir los protagonistas deben permanecer siempre en la luz. La idea de la historia está muy buena y el director Brad Anderson hizo un muy buen trabajo al comienzo del film, a la hora de presentar la trama con logrados climas tenebroso. Lamentablemente no consiguió mantener el mismo nivel de suspenso en el resto de la película. La Oscuridad es el clásico film que comienza muy bien con una historia que te engancha y después se desinfla mal. Un problema de la película es que a lo largo de su desarrollo la trama deja abiertos demasiados interrogantes básicos que nunca se llegan a responder, como qué demonios es la supuesta fuerza diabólica que ataca a la gente a través de la oscuridad. En el fin de los tiempos, de M Night Shyamalan, por lo menos sabíamos después que toda era una venganza de la naturaleza. Por más ridículo que resultara el concepto, dentro de todo uno por lo menos entendía por qué la gente se suicidaba de repente en las calles. En este estreno todo queda a la deriva. Supongo que si le escribís al director por mail te cuenta que de iba la historia y lo que quiso hacer con ella. Es una lástima porque la idea era atractiva, pero al no tener un rumbo definido, el film se volvió monótono y repetitivo.
Todos le tememos a la oscuridad. Imagínense si ésta cobra vida y se propusiera invadir el mundo, succionando a las personas, provocando el Apocalipsis. Bueno eso es lo que sucede en La Oscuridad. Detroit está en tinieblas. Casi no hay rastros de vida en los alrededores. Sólo unos pocos están tratando de sobrevivir: Luke (Hayden Christensen), un presentador de noticias; Rosemary (Thandie Newton), una madre angustiada por la desaparición de su hijo; James (Jacob Latimore), un niño que espera a su madre, y Paul (John Leguizamo), un proyectorista de cines. Los cuatro se refugian en un bar con generador, ya que la única manera de estar a salvo de la noche eterna y de los entes negros que se allí surgen es estando a la luz. Por supuesto, eso no impedirá que el Mal trate de devorarlos. Luego de dirigir comedias independientes con elementos románticos y dramáticos, el director Brad Anderson se sumergió en el cine de suspenso y terror. Primero con Session 9, acerca de unos obreros (encabezados por David Caruso y Peter Mullan) que la pasan muy mal en un hospital psiquiátrico abandonado. Luego vino su mejor película hasta la fecha: El Maquinista, un descenso a los infiernos protagonizado por la versión más raquítica de Christian Bale. Siguió con Transsiberian, coproducción europea estelarizada por Woody Harrelson, Ben Kingsley, Emily Mortimery Eduardo Noriega. Y supo dirigir un interesante capítulo del unitario Maestros del Horror. A diferencia de la mayoría de sus colegas actuales en el cine de horror, Anderson no recurre a los efectos gore ni a efectismos; lo suyo pasa por los climas y las actuaciones, y por generar miedo en base nuestros terrores y fobias y secretos más primarios y ocultos. La Oscuridad tiene algo de sus obsesiones, incluso ahora la amenaza es a una escala gigante. Pero se queda a medio camino. Hayden Christensen —el fallido Anakin Skywalker— demuestra que, si bien no es un actor desastroso, tampoco le alcanza para llevar adelante una película. Está acompañado por Thandie Newton y por John Leguizamo, pero, aunque el personaje de la Newton tiene más carga dramática, no alcanza para sentirse muy identificados con ellos porque nunca llegamos a conocerlos demasiado bien, y nunca hay química entre los sobrevivientes. El concepto de gente encerrada a merced de una amenaza exterior remite al cine de John Carpenter y a los films de muertos vivos de George A. Romero. También hay paralelismos con La Niebla, devastadora película de Frank Darabont, basada en una novela de Stephen King. Pero Anderson no consigue imprimirle el nivel de tensión ni el ritmo como los que manejaban los mencionado directores, y cae en la monotonía. Y el final, aunque muy abierto, es bastante predecible. El paisaje apocalíptico está logrado. Las primeras secuencias, en las que se muestran las reacciones de los protagonistas ante las malas nuevas (calles atestadas de coches abandonados, gente que se desvanece, un avión estrellándose) son lo mejor de la película. Recuerda a Exterminio, de Danny Boyle, que también se nutría de obras literarias como El Día de los Trífidos, escrita John Wyndham, y Soy Leyenda, a cargo de Richard Matheson. Y también es acertado que nunca se expliqué por qué pasa lo que pasa, como en las películas de zombies de Romero. La Oscuridad pudo haber sido un buen film, pero sin garra ni buenas actuaciones, termina... en las sombras.
Sin luces Así como se alinean los planetas para que de cuando en cuando emerja una obra maestra, también suele darse la antítesis con unos cuantos ejemplos comprobables. Lo que no sucede con tanta asiduidad es que a semejantes porquerías se les permita acceder al estreno comercial en los cines locales mientras que obras infinitamente superiores con suerte se estrenan en DVD. La Oscuridad es uno de ellos y debe estar, sin sobredimensionar ni un ápice, entre las peores películas de los últimos años. Una sorpresa más que desagradable viniendo de Brad Anderson, un director al que respetábamos por su trabajo en el género fantástico. Particularmente en El maquinista y la serie Fringe. Después de este lamentable simulacro de thriller sobrenatural y pseudo existencial Brad va a tener que remarla bastante para que le perdonemos el desliz… Bajo el aparente look de una clase B se esconde una de las más pobres producciones estadounidenses que hayamos visto alguna vez. No en recursos de producción, que sería lo de menos, sino en inspiración y profesionalismo. Históricamente han existido títulos modestísimos en presupuesto que con inteligencia y algo de talento han conseguido superar sus limitaciones. Recordemos que los mejores exponentes de la clase B son aquellos que generan la sensación de valer más de lo que realmente costaron. Por eso Roger Corman fue uno de los más notables especialistas en obtener productos comerciales decentes con cifras irrisorias. La Oscuridad, desde lo temático, es probable que apunte más alto que el estándar pero en definitiva esa ambición provoca que el fracaso artístico sea todavía más categórico. La película narra un Apocalipsis abrupto e insólito cuando las sombras nocturnas empiezan a devorarse a la gente dejando sólo sus ropas. Un porcentaje mínimo de la población se ha salvado pero por la noche vuelve el peligro de desaparecer para siempre. Esta idea argumental es factible de ser explotada de varias formas: jugando con la mirada micro, macro o una combinación de ambas. Anderson y el ignoto guionista Anthony Jaswinski, obviamente se han inclinado por la micro. Para desarrollarla nada más idóneo que el viejo truco de encerrar a varios personajes en un lugar físico determinado (como en la clásica La noche de los muertos vivientes y tantas otras). Jaswinski reúne en un bar a dos hombres, una mujer y un preadolescente a los que ha caracterizado con la torpeza de un amateur. Los conflictos que los movilizan son de manual y tan precarios que ni siquiera dos intérpretes del nivel de John Leguizamo y Thandie Newton salen bien parados de la experiencia. Hayden Christensen, por su parte, tal vez esté en condiciones de protagonizar filmes de acción por su porte o su rostro pero si como actor dramático no da la talla y encima lo dirigen en piloto automático... Sinceramente, no encuentro palabras para describir la “actuación” de este muchacho. Sin justificar nunca el origen del fenómeno, todo queda reducido a especular sobre quién será absorbido por las sombras y quién no. Argumentaciones filosóficas, existencialistas e incluso científicas pueden tener cabida en el contexto de la historia. No importa, da igual, la trama es tan deslucida, inerte y desganada que a los treinta minutos de metraje la atención del espectador ya está irremediablemente perdida. Quien siga sentado luego de la hora de proyección se asegura la canonización…
Anexo de crítica: Incuestionablemente deudora de La niebla y de parte del cine de John Carpenter, el realizador Brad Anderson (El maquinista) explota la idea de la amenaza latente sin rostro a partir de un relato apocalíptico donde cuatro sobrevivientes, entre ellos un proyectorista de cine, un periodista, una madre soltera y un niño, intentan sobrevivir en un mundo asediado por una densa sombra que pretende cubrirlo todo. Fiel a una apuesta minimalista y con un esmerado tratamiento en la imagen -que por momentos recuerda al expresionismo alemán- el director de Sesión 9 cuenta con un guión al que le faltan ideas y le sobra hermetismo, dejando un resultado incierto para una historia con una premisa interesante y un puñado de lecturas posibles detrás que por su falta de rumbo quedan clausuradas...
Anexo de crítica: A pesar de un comienzo prometedor y una premisa apocalíptica realmente sugestiva, La Oscuridad (Vanishing on 7th Street, 2010) vaga sin rumbo fijo en función de un guión rebosante de planteos inverosímiles, inconsistencias varias y diálogos neutros. Este es el típico caso en el que director y elenco no supieron salvar la situación, así el producto final resulta tan fallido como desconcertante...
En las fuentes mismas del terror El gran hallazgo de la película es el de reducir el miedo cinematográfico a su más pura esencia. Esta vez son las sombras mismas las que adquieren un poder letal. Lástima los subrayados metafísico-religiosos que terminan destiñendo la premisa central. En un medio como el cine, basado en la pura dinámica de luces y sombras, es lógico que se recurra a ellas para dar miedo: desde pequeños sospechamos que en las sombras se esconde algo de temer. Curiosamente, lo que hasta el momento no se le había ocurrido a casi nadie es hacer de las sombras la fuente misma del terror, la encarnación del mal y no su mero reflejo. Ese es, sin duda, el gran hallazgo de La oscuridad: el de reducir el miedo cinematográfico a su más pura esencia, animar de un poder letal las sombras inanimadas. No lo que está detrás de ellas, sino ellas mismas: detrás de las sombras aquí no hay nada. El de La oscuridad es uno de esos comienzos ejemplares para el género –como los de tantos episodios de La dimensión desconocida, como el de la genial El pueblo de los malditos–, por el modo claro, sencillo y rotundo en que se subvierte la normalidad cotidiana, instalando en un instante el súbito imperio de lo desconocido, lo inexplicable y aterrador. Un proyectorista de cine (el gran John Leguizamo) sale de su cabina en medio de una función, va a tomar algo al barcito del shopping y cuando vuelve se produce un apagón general, producto del cual tanto las butacas de la sala como los pasillos quedan regados de montones de bultos de ropas, sin nada adentro. What the fuck?, pregunta el tipo, y lo mismo se pregunta el espectador. Al mismo tiempo, un movilero de televisión (Hayden Christensen, en cuya radical asepsia facial muchos quisieron ver la razón del hundimiento de Star Wars) se levanta de la cama, encuentra todas las luces apagadas, baja por la escalera los veintitrés pisos de su edificio y sale a la calle, donde halla los mismos bultos de ropa, vacíos de gente. El movilero, el proyectorista, un chico negro cuya mamá desapareció y una paramédica (Thandie Newton, en su habitual show de lágrimas y mocos) terminarán recluidos en un barsucho que cuenta con grupo electrógeno propio, mientras afuera las sombras se devoran todo. Sentir una profunda inquietud, terminar pegando un salto en la butaca, nada más que porque desde uno de los bordes del cuadro una mancha gris, etérea y difusa se extiende casi hasta alcanzar a un cuerpo humano es una de las mayores refutaciones que el reciente cine de terror le haya dado al reciente cine de terror. Nos explicamos: frente a la irrefrenable tendencia a asustar mediante los más aparatosos procedimientos sonoros-visuales-digitales, que siempre, inevitablemente, apuntan a materializar la fuente del miedo, a hacerla explícita, a cosificarla, La oscuridad demuestra, con la más espartana simpleza y economía de medios, que nada de todo aquello hace falta ni está bien encaminado. Que siempre dará más miedo lo sugerido y sospechado, lo apenas atisbado, que el monstruo feo, bruto y malo. Vayan a hacérselo entender a los cráneos de Hollywood, que en este preciso momento estarán aprontando efectos de última generación para el tanque de terror de la próxima temporada. Escrita por un tal Anthony Jaswinski y dirigida por el prolífico Brad Anderson (cuya película más lograda, El maquinista, se editó aquí años atrás en DVD), el problema de La oscuridad es que no logra estar a la altura del radical back to basics que la sostiene. El desarrollo de personajes es escaso, y encima la inexpresividad de Christensen y la hiperexpresividad de Newton arman una mescolanza dramática de primera agua. Además, las licencias con respecto a la premisa básica son mayúsculas: en el sótano de un barcito cualquiera funciona un generador casero, instalado allí por vaya a saber qué freak de la supervivencia; el motor de una camioneta enciende mágicamente, aunque por el corte de energía no hay motor que funcione, y el sol brilla de pronto una mañana, tras suponerse que se había apagado para siempre. Si con todo esto no bastara para desteñir la premisa central, allí están los subrayados metafísico-religiosos para terminar de hacerlo. Sin embargo y con todas esas contras, hasta último momento, cada vez que las sombras se ciernen sobre uno de los personajes, cada vez que se oye el siseo de la evaporación humana, el espectador siente el inconfundible estremecimiento que produce el cine de terror, cuando apunta un único y simple dardo sobre el blanco justo.
Brad Anderson explota el género y convierte el guión en una pesadilla El miedo a la oscuridad es uno de los miedos más primitivos de la humanidad, y cuando Detroit quede sumergida en un inexplicable apagón, sus habitantes se convertirán en sombras que van desapareciendo lentamente. Al llegar el amanecer permanecerá en la ciudad un reducido grupo de personas sobrevivientes de ese cataclismo que se hallarán entre pilas de ropas sin cuerpos, coches abandonados y comercios transformados en siniestras ruinas. Apenas cuatro jóvenes lograron pasar la terrible noche y sus caminos se cruzarán en un bar venido a menos cuyo generador a base de gasolina y sus reservas de comida y bebidas lo convierten en el último refugio de esa ciudad desierta. Con la receta de los variados elementos de los thrillers apocalípticos que la cinematografía norteamericana sabe explotar con contundencia, el director Brad Anderson, que tiene en su haber varios films de similar temática, logró aquí su propósito de convertir en una pesadilla un acertado guión que, a veces con innecesarias repeticiones, acierta en su propósito de transformar la historia en tensión que atrapará a los seguidores de este género. El elenco, encabezado por Hayden Chistensen, John Leguizamo y Thandie Newton, aporta solvencia a los momentos más terroríficos del film. La trama está también acertadamente dosificada sobre la base de una impecable fotografía y de una música que apuntala los momentos de suspenso, que son muchos.
Amenaza fantasma Efectivo filme de terror y suspenso sobre un extraño apocalipsis urbano. La oscuridad tiene uno de los mejores arranques del cine de terror de los últimos tiempos. Y también una premisa atrapante, naturalmente cinematográfica. Un proyectorista de cine está pasando una película en su cabina en penumbras cuando se corta la luz (y, obviamente, la proyección). Al salir de su cubículo encuentra que la gente en la sala no está, pero que han quedado sus vestimentas en sus asientos. Al irse al hall del complejo se topa con lo mismo: un vacío total y prendas tiradas sin los cuerpos que las vestían. Luego sale a la calle y la visión es aún más aterradora. ¿Qué sucedió? Habrá que ver la película para saberlo, o suponerlo. Cercano en espíritu al cine de John Carpenter o al estilo catástrofe minimalista de M. Night Shyamalan, el director Brad Anderson propone un misterio intangible, casi metafísico. Da la impresión de que es la propia oscuridad la que se lleva los cuerpos, una negrura que arrasa con todo a su paso y a la que sólo se puede combatir teniendo algún tipo de luz encima. Esto es literal, por un lado (linternas, focos, lámparas, todo lo que funcione a batería) y, finalmente, metafórico. El proyectorista (John Leguizamo), un conductor de TV (Hayden “Anakin Skywalker” Christensen), una mujer que no encuentra a su pequeño hijo (Thandie Newton) y un preadolescente, hijo de la dueña de una taberna, terminan convergiendo en ese lugar tratando de mantener viva la luz mientras la ciudad (¿o el mundo?) parece sumergida en una oscuridad sin fin, ya que ni el sol parece poder salir. La segunda mitad del filme –claramente inspirado en títulos de Carpenter como La niebla y Asalto al precinto 13 ; o Señales , de Shyamalan- casi no saldrá de ese bar y se centrará en el grupo intentando sobrevivir, mientras vamos conociendo sus historias y explorando sus relaciones. Anderson allí no logra mantener la tensión y la intriga que sí sabían lograr sus maestros, y La oscuridad empieza a girar en falso, a volverse algo mística y hasta tediosa. Pero la economía de recursos, la inteligencia a la hora de plantear un misterio sólo con sombras y con un villano inasible, resulta un recurso que, por momentos, funciona muy bien. La explicación, seguramente, convencerá a pocos. Pero también es tarea del espectador poder disfrutar de un filme o una serie (como Super 8 o Lost ) sin la imperiosa necesidad de que el fin justifique los medios. El suspenso es ese “medio”. Si las cosas no cierran como uno quisiera, más allá de una justificable decepción, no debería arruinar del todo la experiencia.
Tras el apagón reina el misterio El espectador adicto al cine de misterio tiene la clave en la mano desde el comienzo. Porque la primera escena muestra a un operador de cine leyendo la real historia de la Colonia Roanoke en 1585. Los sucesos posteriores no lo defraudan; estamos ante una muy buena película de género. Imagínense ustedes viendo una película en un shopping bien concurrido. De repente un apagón. Ustedes corren al hall y allí sólo trajes vacíos tirados en el piso. La calle amplifica el efecto de cientos de vestidos y trajes vacíos. La pregunta: ¿Por qué yo no? Esto es lo que sucede en "La oscuridad" y lo que se pregunta Luke, cuando se encuentra súbitamente refugiado en una cantina como fuera del tiempo que parece haberse escapado del misterio. Hasta el chico de la cantinera está allí, desesperado por la desaparición de su madre. A estos personajes se suman Rosemary, una fisioterapeuta en la búsqueda de su pequeño hijo, desaparecido de su cuna. SIN LUZ Toda una ciudad, Detroit, en la oscuridad y sólo los que pueden mantener alguna luz sobreviven. Como salida de la mítica serie conocida como "Dimensión desconocida" (Twiligh Zone, 1959), la cantina del pequeño James parece surgida como una hermana menor del Cotton Club de los años "20 (flashback a la manera de ensoñación), donde todo puede ocurrir. Película de bajo presupuesto, buena narrativa y especialmente un interesante guión y correctas actuaciones, "La oscuridad", dirigida por Brad Anderson, agrega un atractivo diseño de producción y arma una atrapante atmósfera, donde una bella selección de jazz transforma el cuadro y crea especiales momentos, especialmente cuando la cámara planea por las calles y deja de lado la figura humana. El director de "El maquinista" utiliza flashbacks, maneja muy bien la iluminación y el suspenso y no abusa de los recursos especiales. Dos niños actores a seguir, Jacob Latimore y Taylor Groothuis, junto a ellos se destaca Hayden Christensen.
VideoComentario (ver link).
Apocalipsis entre obvio y pretencioso No se puede culpar a los distribuidorrees por rebautizar como «La oscuridad» a un film que bien traducido serí «Desaparición en la Calle 7», ya que es realmente oscuro. Lamentablemente, también es bastante obtuso y demasiado pretencioso, combinación que provoca un desinterés casi inmediato en el espectador. La película trata sobre una siniestra sombra que parece apropiarse de todos los habitantes del mundo, visto desde los pocos sobrevivientes de la ciudad de Detroit, empezando por el proyeccionista de un multiplex, John Leguizamo, que es el primero en seguir vivo luego de que todos los espectadores del cine en el que trabaja, y prácticamente toda la gente a su alrededor, ha desaparecido, dejando atrás sólo sus ropas. De todas las opciones de matanzas y entre todos los mundos posapocalípticos que el cine nos viene describiendo en las últimas décadas, el paisaje desolador que propone «La oscuridad» es uno de los más aburridos. Para colmo, entre los actores protagónicos, el que más aparece es el pétreo ex Darth Vader de la última trilogía de «Star Wars», Hayden Christensen, cuya inexpresividad habitual se acentúa aún más en medio de esta situación que no da lugar a una gama demasiado amplia de expresiones. Ahora, para lograr que un gran actor como John Leguizamo no actúe bien hay que trabajar mucho, y esto ha hecho el director Brad Anderson, que parece haber emprendido este film como algún homenaje a la serie clásica «Dimensión desconocida», olvidando que una cosa es contar una historia minimalista en menos de media hora y otra cosa hacer un largometraje entero a partir de una sola idea. Los fans del fantástico ya vieron esto muchas veces y mejor, y tal vez sólo a los neófitos el asunto pueda llegar a parecerles mínimamente interesante.
Una película que deberia permanecer en las sombras… Como dato principal podemos mencionar que La oscuridad es solo es una película post-apocalíptica más del montón. Y, hablando de montones, es gracioso ver que el afiche del filme es demasiado parecido a una de las principales imágenes de Soy leyenda. Diciendo esto damos un hincapié al tema principal de la nota. “Vanishing on the 7th street” (traducido al español como “Desvanecimiento en la calle 7”) es solo una burda película que no aporta nada nuevo. Efectos decadentes, historia poco solida, y un argumento altamente agotador y para nada cautivador. Todo sucede en un escenario aparentemente mundial donde un gran apagón sumerge todo en la oscuridad y las penumbras, la gente desaparece como por arte de magia, desvaneciéndose y evaporándose en el aire y dejando así simplemente sus pertenecías y atuendos. Pero entre tanta oscuridad y miedo hay algunos sobrevivientes. Ahí entra un reportero llamado Luke (Hayden Christensen), el cual despierta y se encuentra con que el mundo tal como lo conocía no existe más. En su intento de sobrevivir se encuentra con varios personajes, entre ellos Rosemary (Thandie Newton), Paul (John Leguizamo) y James (Jacob Latimore). Ellos son los protagonistas de esta tediosa y extensa película en donde lo único que los mantendrá vivos es la luz. La oscuridad es una de esas películas lentas. Los personajes son cansinos y agotadores, al cabo de unos pocos minutos puede aburrir verlos en la pantalla. No hay diálogos realmente memorables y probablemente el único momento donde un personaje queda bien parado ante una situación, teniendo una línea algo imponente y heroica, es una propaganda descomunal a una marca de autos. Todos estos detalles que van deteriorando el entretenimiento que debería proveer el filme se mezclan con unos efectos de una calidad horrible para lo que es el cine actual, un guion aburrido, que, no aporta ni un mínimo encanto. La cinta es un recorrido de hora y media de puro aburrimiento y desconcierto de lo decepcionante que puede ser la película. Otro punto importante es la falta de explicación. Si, hay una clase histórica presente que nos explica en líneas generales el gran inconveniente de la película, pero no hay algo consolidado o una historia del todo desarrollada. Si buscan una película dinámica y atrapante en esta no la van a encontrar. El escenario principal donde transcurre es un bar. Sí, hay salidas momentáneas, intentos de acción en la oscuridad y suspenso de tensión (cosa realmente no lograda en ambos casos), pero todo se presenta en el mismo plano sin gracia alguna. Si bien las actuaciones no son atroces tampoco suman un grado de gracia a la película. Simplemente figuran allí, entre todos los problemas que presenta el filme. El director, Brad Anderson, simplemente cumple su labor entre un escenario culminado por la luz y la oscuridad que da una completiva altamente pobre y con poco que ofrecer. Para cerrar es destacable que el movimiento cultural y representado en el cine sobre el mal en la oscuridad y la lucha de sobrevivir en ella no es tema nuevo. Es un tema que se presenta desde hace años y no solo en el medio de las películas. En los video juegos y libros la lucha de la luz contra las sombras no es algo nuevo, haciendo que la cinta tampoco aporte un nuevo escenario de terror y desesperación. Pero si entre todas estas cosas pensas que el filme va a aportar terror y suspenso, estas equivocado, no hay momentos para exaltarse y mucho menos para pegarse un buen susto.
Dark was the night La idea del Apocalipsis (o el post) siempre me resulto interesante. Las diversas variantes que existen con zombies, vampiros, extraterrestres, y otras yerbas (asesinas) generalmente tenían una entidad física a la cual temer y de la cual resguardarse. La oscuridad en este aspecto, con su intangibilidad y omnipresencia, es una agradable variación. Porque regala dudas constantemente ¿Que será esta devoradora negrura llena de voces? ¿Qué existe en su interior? ¿Fantasmas? La película comienza en el cine (oscuridad en donde los amantes de este arte nos sumergimos) para mostrarnos el primer ataque de estas tinieblas. Luego nos ira mostrando los escasos sobrevivientes que por diversas circunstancias confluyen en un bar de la séptima calle (el titulo original es Vanishing on 7th Street), un conductor televisivo con actitud de supervivencia a cualquier costo (Hayden Christensen), un niño que estaba en ese mismo bar cuando la oscuridad se los llevó a casi todos, una enfermera que perdió a su hijo y que cegada lo busca desesperadamente, y por último, se sumara el proyectorista del cine donde dio comienzo el relato. No tenía grandes expectativas con este film y ver al insípido Christensen como protagonista no sumaba en lo más mínimo. Pero con el correr de los minutos (y a pesar de la inconsistencia de ciertas circunstancias) la idea de la luz como última esperanza, siempre frágil y de tenue protección (la noche cada vez se extiende más, el día se hace más corto), me fue conquistando. Esto se potenció además por el detalle de la reclusión en el bar. La opresión se acrecienta (ni hace falta citar grandes películas de encierro como Enigma de Otro Mundo de Carpenter o La Niebla de Darabont) para angustiarnos y sentir realmente que no existe ninguna posibilidad de supervivencia. La sensación de que nadie parece estar a salvo es determinante. Lo que uno no puede pasar por alto es el aditamento religioso ¿Es que acaso el infierno se liberó en la tierra? ¿O quizás Dios decidió reiniciar el mundo?. La lucha entre oscuridad y luz, conjuntamente con un par de circunstancias cercanas a la desenlace parecieran sugerir alguna de estas ideas. Puede que se desdibuje la trama a medida que avanzan los minutos, aun así, no deja de intrigarnos que va a suceder y la eterna duda de porque esta sucediendo. También que el director no abuse del gore burdo y sin sentido (y sin divertimento), que no se escude solo en golpes de efecto y que de prioridad a la construcción de los momentos de tensión es algo que viene bien en estos tiempos de palo, corte, y a la bolsa.
Especies que desaparecen La oscuridad es uno de esos estrenos tardíos y de relleno, que llega sin explicación a las salas argentinas, bastante después de su lanzamiento estadounidense y cuando ya se pueden conseguir copias de todo tipo y calidad en Internet, lo cual acota bastante sus posibilidades de éxito. Dirigida por Brad Anderson (El maquinista, Sesión 9), alguien con habilidad para el thriller “enroscado”, que sin embargo, a pesar de ciertos clímax, no puede disimular las lagunas de guión y la incapacidad de Hayden Christensen para expresar algo creíble. Porque la verdad, luego de un prologo potente lleno de suspenso que recuerda al tipo de tópicos y maneras de la serie Dimensión desconocida (Twiligh Zone 1959 – 1964), llega la entrada del loco de Hayden, que marca el momento en el cual desaparece la mayoría de lo medianamente interesante que se plantea en el principio. La premisa del filme es interesante: de repente se produce un gran apagón y la mayoría de las personas desaparece misteriosamente dejando sólo sus ropas y las cosas que tenían a mano. Cierta presencia misteriosa en las sombras amenaza a los “supervivientes”, cuya única protección son las fuentes de luz portátiles, que se están agotando. Luke (Christensen) se escapa hasta un bar junto a otras tres personas, el tiempo de luz se agota y deberán idear un rápido escape. Entonces La oscuridad, que arranca como una película que muestra un cataclismo mundial, se achica hasta ser una de esa especie de subgénero de films sobre personas-encerradas- en-un- bar-amenazadas- por- terroríficas- amenazas- externas. Esto no es del todo malo, pero el problema es que a medida que pasan los minutos se vuelve evidente la falta de consistencia del guion. Aparecen arbitrariedades que no suman absolutamente nada, como la niña con expresión cadavérica que cada tanto entra en escena y sale corriendo. Además, la absoluta falta de explicación de lo que está sucediendo suena más a pereza de los escritores que a elipsis consciente, ya que por un lado se logra ese horror e impotencia ante lo desconocido, pero por el otro, el director nos sugiere explicaciones nada sutiles, acerca de lo que se encuentra en la oscuridad, que nunca terminan de definirse, y deja al film con cierto vacío argumental que lo vuelve intrascendente. Es otras palabras, así contado, el film de Anderson pierde interés y se vuelve predecible. Las actuaciones son también un punto flojo: John Leguizamo (Tierra de los muertos, de George Romero) vuelve a hacer de hispano católico en plena capital gringa, con un exagerado acento, y encima, sin la gracia que a veces demuestra. Otro estereotipo es el que compone Thandie Newton (Aquella ladrona peligrosa de Mision: Imposible 2) que es una madre que perdió a su hijo en “la oscuridad” y tiene la esperanza encontrarlo aún. Y bueno, nos queda Hayden Christensen, aquel que tuvo la oportunidad de ser el mítico Darth Vader, y que lo convirtió en un pavote que hace pucheros sith, o sea, lo que la mayoría vimos en la última trilogía de La guerra de las galaxias. Aquí no logra ni un grito contundente, todo lo que muestra es tan artificial y fuera de registro que nos expulsa de la historia en cada intervención. En fin, La oscuridad es un film fallido de buen comienzo que se diluye y termina aburriendo. Asimismo, presenta la peor actuación de Christensen desde Darth Vader. Por todo esto no se justifica su estadía en las salas marplatenses con un gran film como Super 8 aún sin estrenarse.
En un instante, la humanidad desaparece, y en cuestión de horas cuatro sobrevivientes logran agruparse para tratar de resolver una forma de mantenerse vivos en este aparente Apocalipsis que acontece alrededor de ellos. Si no se supiera de antemano quienes están detrás de esta película, Vanishing on 7th Street podría ser atribuible al peor M. Night Shyamalan, aquel que, antes de cambiar de género y fracasar con The Last Airbender, llevaba adelante el fallido proyecto The Happening. Si se las piensa juntas, tienen mucho en común: una idea base original que pronto se muestra sin sustancia, un actor protagonista que no es capaz de llevar bien su papel y un guión abandonado que se deja a medio terminar. Digamos que hasta incluso comparten la presencia de John Leguizamo, de quien no es difícil predecir su final. Brad Anderson, quien ha estado detrás de buenos proyectos como The Machinist o Transsiberian, logra sostener el interrogante de por qué la gente se evapora y con eso mantener cierto interés, no obstante las múltiples fallas de la propuesta acaban por desandar este camino. Su guionista, Anthony Jaswinski, quien hace nacer a su historia inmersa en el conflicto, rápidamente permite que esta se torne pesada y circular. Repetitiva hasta el hartazgo, sus personajes una y otra vez verán y oirán cosas que realmente no existen o se dirigirán en forma continua hacia pasajes oscuros en soledad. El abandono definitivo del guión tiene lugar al pretender que una palabra aislada escrita en una pared, la cual remite a una leyenda norteamericana del 1500, sea suficiente como para explicar todo lo sucedido. Flexible y selectiva, la historia se acomoda a las necesidades de sus personajes y a la comodidad de su autor. De esta forma permite que, por ejemplo, haya desapariciones con pleno sol (avión que cae incluido) pero que en la noche más negra sus protagonistas se salven portando los colgantes luminosos que se usan en los boliches. Anderson conduce así esta fallida propuesta que a pesar de toda la luz artificial que emplea, no logra arrojar algo de claridad a todos los puntos oscuros de su guión.
Paul (John Leguizamo) trabaja como proyeccionista en un multicine. Controla las proyecciones y como todo está bien se sienta a leer un libro. Apagón general. Con la luz de los generadores el hombre empieza a descubrir que la gente desapareció y sólo quedaron sus ropas tiradas, como si todo el mundo se hubiera ido a la orgía más grande del mundo. Hay otros que sobreviven Luke (Hayden Christensen), Rosemary (Thandie Newton), James (Jacob Latimore) y Briana (Taylor Groothuis) Parece la extinción de la raza humana. Como terminada la función seguimos todos vivos... parece que es la extinción del género del terror nomás. Qué, Quién, Cómo, por qué, para qué y otras preguntas básicas, y necesarias para el espectador, jamás tendrán explicación alguna en “La Oscuridad”. Da rabia, porque la propuesta inicial está buenísima... pero dura diez minutos. Así que decidí mandar una carta a Hollywood. Si me llega la respuesta prometo publicarla en este mismo espacio así despejamos dudas. A continuación, una copia de la carta. “Estimado Brad Anderson: De mi mayor consideración. Le envío esta misiva para desearle una pronta recuperación de su estado de amnesia, el cual seguramente hizo que teniendo un antecedente de buena película como “El maquinista” (2004), lo haya hecho dirigir “La Oscuridad”. A propósito de la misma, quisiera saber un par de cosas, si no es mucha molestia. Para empezar, si el guionista que le encajó el estudio, Anthony Jaswinski, le entregó un guión o sólo una idea escrita en una servilleta del bar. De ser esto último todo tiene más lógica. Hablando de la historia en sí, se que ocurre en nuestros días y en Detroit. ¿Sería tan gentil de contarme qué es esto de las sombras y por qué hacen lo que hacen? O sea, entendí que usted ve muerte en la oscuridad y vida en la luz, pero le recuerdo que la gente que va al cine a ver una de terror ya está acostumbrada a aceptar lo inverosímil, pero, eso sí, las reglas del juego deben ser claras y la fluidez del relato debe justificar lo que sucede. Por ejemplo, usted propone que los personajes siguen vivos si tienen un poco de luz a mano. Hasta un fósforo sirve. Si no hay luz, vienen los deditos de las sombras y los matan a sombrazos limpio. Sin embargo, en varias escenas los personajes están acorralados y se salvan igual. De todos modos, si se inspiró un poco en la serie televisiva “Lost” (2004/2010) le recuerdo que al final (haya gustado o no) hay una explicación hasta para ese humito negro que se llevaba a la gente a la espesura de la isla. En su caso ¿Por qué no pasa lo mismo? Si es una nueva tendencia en Hollywood, avise para estar prevenido. Otra cosa que me llamó la atención es que ninguna linterna funciona en esa ciudad. La única que anda es la de Briana, una nena preciosa que se suma a la idiotez generalizada de sus personajes y cada vez que ve alguien vivo sale corriendo a la oscuridad. Por otro lado, las luces delanteras de una camioneta pueden durar tres días encendidas. Sé que la General Motors le debe haber regalado un montón de autos para explicar esto con la frase “Es una Chevrolet”, pero para el espectador es insultante. ¿Se da cuenta? Hablando de luz, avísele al director de fotografía que debería estar presente todos los días de rodaje, y no mandar a un cadete con un fotómetro, porque después pasa lo que le pasó acá: Defasajes conceptuales entre la luz en la cara de los actores y el lugar de donde proviene. ¡Ah!, ya que estoy, felicite de mi parte a Lucas Vidal, el compositor de la banda de sonido, por ser el único que se tomó en serio su tarea. Espero ansioso poder escuchar algún próximo trabajo. Sigo preguntando: ¿Le enseñaron alguna vez lo qué es un flashback y para qué sirve? Digo, porque todos los que puso en “La Oscuridad” no aclaran nada, apenas sirven para mostrar que sus personajes siguen vivos de casualidad, algo que ya sabíamos todos. Por último Sr Anderson, y no lo molesto más, si empezó algo termínelo por favor. ¿Me comprende? Usted no puede irse del set a tomar cerveza con los técnicos mientras deja que la película se resuelva sola. Queda feo, ¿vio? Es más, si puede le ruego me tenga al tanto del paradero del caballo que aparece al final, a ver si ya llegó a la frontera mexicana o lo agarró el delegado de la sociedad protectora de animales. Espero que usted, o alguien de su entorno, pueda responderme pronto, mientras tanto yo tengo tres o cuatro personas que detesto profundamente a las que ya les he recomendado su película. Saludos Cordiales” Iván Steinhardt
Dirigida por Brad Anderson, que en un par de films anteriores había logrado buenos exponentes de cine de suspenso con toques fantásticos; aquí no repite esos méritos a través de una película fallida. Uno de sus problema quizás sea que no se decide por un género específico para narrar su odisea. La oscuridad es un thriller con toques apocalípticos que precisamente no opta nunca por ser simplemente eso, un film –subgénero en boga- acerca del fin de la humanidad, uno alegórico con referencias teológicas o filosóficas o uno claramente orientado hacia el más puro terror. La combinación de géneros a veces es apropiada, pero en este film, en el original Vanishing on 7th street (Desapareciendo en la 7ma. calle) no consigue amalgamar una trama coherente que, básicamente, gire alrededor del mítico miedo a la oscuridad. Un extraño apagón en la ciudad de Detroit viene acompañado de funestos sucesos que se harán visibles al amanecer, al encontrar unos pocos sobrevivientes ropas de gente que se ha esfumado, coches abandonados y silencio espectral. La película llegaa lograr algunos pasajes angustiantes, en los que asoma inquietud acerca de la suerte de los personaje, pero en realidad es una sensación forzada, porque el film logra una escasa empatía con el espectador y en su tramo final se vuelve algo reiterativa y rebuscada.
En un instante, la Séptima calle de Detroit queda sumida en una oscuridad total. Las pocas personas que no se desvanecieron si dejar rastro comparten un denominador común: en el momento del apagón, todos estaban en contacto con una fuente de luz, por mínima que ésta fuera. Con el llegar de la mañana unos pocos sobrevivientes descubrirán un panorama desolador: centenares de prendas de vestir despojadas de sus portadores alfombran las calles, la energía eléctrica ha dejado de existir, las sombras se compran de manera errática y los días son cada vez más cortos. Un bar será el refugio para un puñado de personas (Hayden Christensen, Thandie Newton, John Leguizamo y Jacob Latimore) que utilizarán el mismo como base de operaciones para descubrir qué es lo que se esconde en la oscuridad y de qué manera pueden detener el avance de la misma. El novedoso planteo no alcanza para sostener la película más de quince minutos: los poco elaborados efectos visuales, los tradicionales flashbacks para contarnos que hacía cada uno de los protagonistas al momento del apagón y las actuaciones dispares hacen de “La Oscuridad” una historia de terror sobrenatural tan mal concebida que provoca más risas socarronas que saltos en la butaca. El director Brad Anderson tiene tan poco manejo del clima y de las situaciones (es cierto que los guionistas brindaron una trama por demás endeble) que los personajes deben recitar en voz alta todos sus planes y dilemas morales en lugar de traducirlo en acciones.
Prendan la luz!!! Los primeros minutos surgen cierto interés en el público, pero cuando la trama, que desarrolla una situación con ribetes apocalípticos en la Ciudad de Detroit, empieza a ser monotemática, repetitiva y a rodar cuesta abajo, ya el filme no se salva, ni se recupera. Hay sombras largas que atacan a un pequeñisimo grupo (cast actoral económico), y murmullos en las mismas, pero para desgracia del que la esté viendo, nunca sabrá que son, ni de donde vienen, si son muertos vivos, zombies de pared, extraterrestres, mutaciones, monstruos invisibles, o lo que la imaginación alcance. Eso sí para escapar y sobrevivir hay que guarecerse bajo iluminación -aunque sea de un fósforo...-, terrible bodrio fílmico que no debiese haber pasado por los cines, ya los fanáticos del género la vieron hace meses en copias pirateadas. Y basta de finales abiertos.....el público está cansado!!!
Sombras, nada más La película tiene un comienzo auspicioso: un apagón sorprende al proyectorista de un multicine y, cuando se encienden las luces de emergencia, el hombre se encuentra solo en el inmenso shopping, en el que no quedan más que los bultos de la ropa, los zapatos y los anteojos de la gente que, literalmente, se esfumó. Pero una vez que se presentó el tema, comienzan los problemas para el director; se le muestran al espectador las pequeñas historias de otros tres sobrevivientes de un súbito e inexplicable fenómeno y, arbitrariamente, se reúne a los cuatro en un bar cuyas luces siguen funcionando gracias a un grupo electrógeno que se mantiene milagrosamente en acción. De ahí en más, los lugares comunes se suceden hasta el desenlace, que tampoco aporta demasiadas sorpresas. Queda claro que el director Brad Anderson (en cuya filmografía se destaca la interesante "El maquinista" dentro de una gran cantidad de trabajos para la televisión) apostó a ganarse la atención del público jugando con el ancestral temor a la oscuridad que caracteriza a los seres humanos. Esa idea de que las tinieblas siempre albergan algún peligro habita en el subconsciente de la mayoría de las personas. Y si bien es cierto que el director logra algunos interesantes golpes de efecto sin apelar a espectaculares trucos visuales, también lo es el hecho de que la tensión se va disipando y todo se reduce a esperar el desenlace. La trama impone (ya desde el título en español) un tratamiento visual donde la escasa iluminación es protagonista; y si bien estas penumbras omnipresentes potencian la eficacia de los (pocos) momentos de tensión, también es cierto que terminan por fatigar al espectador. Desde el punto de vista actoral, tampoco hay demasiado apoyo para el director: Hayden Christensen resulta por demás inexpresivo y la interpretación de Thandie Newton es monocorde y rutinaria. Escapa a este tono menor el buen trabajo de John Leguizamo, en breve intervención.
La nueva película del director de “El maquinista” narra la historia de cuatro personajes que, tras un extraño incidente que hace desaparecer a toda la población de una ciudad, se refugian en el mismo bar, el único lugar seguro que queda. El cuarteto trata de escapar de un ente tan abstracto como la oscuridad misma que se ha apoderado de la ciudad. Aquí, parece ser que la ausencia de luz el enemigo principal. Una película apocalíptica, con el misterio instalado en el origen mismo de esa extraña oscuridad y el suspenso derivado de si los personajes lograrán escapar de esa pesadilla. Lo destacable es la atmósfera de suspenso y lo reprochable que esa intensidad se vea menguada con el correr de la narración. Un intento en desmarcarse de la reiterativa y ya tradicional línea apocalíptica-adolescente de algunas películas.
Cuando las luces se apaguen El fin del mundo fue contado tantas veces que ya estamos dispuestos a aceptarlo. No será sorpresivo, no nos mostrará nada nuevo. El cine ha explorado todas sus variantes. Sin embargo, en La oscuridad se elige tal vez una de las versiones más sutiles y aterradoras del apocalipsis: se apagarán las luces y los cuerpos desaparecerán en la noche. Vale recodar los famosos versos de Los hombres huecos , de Eliot: “Así se acaba el mundo / no con una explosión / sino con un gemido”. La oscuridad empieza en el cine de un shopping y un estudio de TV y termina en una iglesia y en una autopista. Tanto esos escenarios como la oposición luz/oscuridad están cargados de un simbolismo cultural que la película no subraya con trazos gruesos, pero que no dejan de ser significativos y funcionales a la vez. De pronto se produce una apagón eléctrico y la gente es devorada por las sombras: quedan sus ropas y sus zapatos vacíos. Sólo se salvan los que están expuestos a alguna fuente de luz alternativa. En este caso, serán cuatro personajes principales: un proyectorista de cine (John Leguizamo), un presentador de noticias (Hayden Christensen), una fisioterapeuta (Thandie Newton), un niño negro (Jacob Latimore) en un bar, y un quinto personaje, secundario, pero importantísimo para la trama: una nena rubia de unos cinco años (Taylor Groothuis) Todo es austero y de bajo presupuesto en La oscuridad pero a la vez todo es tremendamente cuidado hasta el último detalle. Los efectos especiales se centran en el movimiento de las sombras que a veces adquieren siluetas humanas y otras sólo son una agitación voraz. La fotografía remite a las producciones clase B de la década de 1970, granulosa, con marcados contrastes entre la luz y la tiniebla, lo que da como resultado una imagen espectral de Detroit, la gran ciudad industrial norteamericana donde empezó el apocalipsis económico de los Estados Unidos, cuando las grandes fábricas de autos locales perdieron la competencia contra las japonesas. No en vano la única línea de humor de la película es un elogio a una vieja pick up Chevrolet, que arranca en medio de un cementerio de autos con las baterías agotadas. Pero por suerte La oscuridad no es una metáfora de la crisis financiera de los Estados Unidos sino una mirada inquietante y a la vez reflexiva sobre el fin de los tiempos en un sentido bíblico. Los sobrevivientes se reúnen en el bar donde está el chico porque en el sótano hay un generador. Allí, los personajes adquieren una densidad dramática inusual en una película de terror. La historia se hace metafísica sin perder suspenso ni tensión. Cada uno de los protagonistas tiene sus razones para seguir con vida, aunque ninguno entiende lo que está pasando, y esa incertidumbre se transmite a sus acciones en forma de impulsos y reacciones desesperadas. Actúan de manera egoísta y solidaria alternativamente frente a una oscuridad que los repele y los atrae al mismo tiempo con imágenes oníricas seductoras y voces queridas. Uno puede estar a favor o en contra de las promesas de redención, puede sentirse atraído o repelido por el contenido religioso de este tipo de alternativas en un relato; sin embargo, la belleza visual de la última escena se justifica a sí misma y justifica la historia que la precedió.
Denso Filosorror Vanishing on 7th Street o La Oscuridad como se titula para nuestro país, es un film difícil de encasillar, de terror pero con toques dramáticos de aires filosóficos, con una premisa buena que se va diluyendo con el pasar del tiempo, que plantea varias dudas en el espectador, pero dudas que resultan tan tediosas que parecen más una molestia que una oportunidad de reflexionar, y quizás ese es el punto más débil de esta película que está pasando sin pena ni gloria por nuestra cartelera. Dirige el talentoso Brad Anderson, responsable de rodar "El Maquinista", aquella cinta donde aparece Christian Bale pesando 54 Kg. haciendo una interpretación muy buena y jugada. También ha dirigido varios capítulos de TV para series como Fringe y Masters of Horror. En esta ocasión se nota la impronta de Anderson, pero creo que se pasó de rosca con el concepto de la oscuridad, la luz, el fin del mundo, la religión, la culpa, y muchos otros conceptos que trató de conectar en una película que se transforma en una experiencia bastante densa por momentos. La historia trata de que un día cualquiera, sin aviso ni razón aparente, desaparecen todas las personas del mundo, tragadas por las sombras que parecen tener vida propia y ¿desintegran? a todos los seres humanos que aunque sea por 1 minuto se alejen de la luz, de cualquier tipo de luz. Claramente se le imprime una connotación religiosa que por momentos se torna siniestra, donde se juega con la idea de que las sombras son en realidad la dimensión donde los protagonistas deberían estar y la luz es una trampa para mantenerlos atrapados en el miedo (visión de una religión manipuladora), mientras que en otros momentos la luz es la salvación para no terminar comido por los seres de las sombras que toman a veces, la forma de nuestros seres más queridos que ya no están con nosotros representando tentaciones irresistibles. Entre medio hay delirios varios de parte de los protagonistas, que en vez de acercarlos al espectador, los baña de repelente cinematográfico hasta el punto de que no nos importa mucho que termina sucediendo con ellos. Una cuestión respetable y para resaltar es el muy buen trabajo sobre la figura de la oscuridad en el aspecto técnico, un concepto que a muchos (me incluyo) nos ha sugestionado durante gran parte de nuestras vidas y ha generado miedo en muchas ocasiones. Cuando termines de verla te quedará la inquietante sensación de no querer circular solo por lugares oscuros. Como no hay más nada para resaltar, en general diría que no es una película recomendable.