Little Fockers, una comedia para ver Fui realmente con pocas expectativas al cine a ver la nueva entrega de “Los Fockers”, esta vez con la excusa de que ahora son padres, por eso el título “Little Fockers”. La antecesora “Meet the Fockers” , fue una película divertida pero no estuvo a la altura de la primera parte, salvo por la actuación de Dustin Hoffman (que realmente fue destacable) y algunos gags interesantes hicieron que sea llevadera. En Little Fockers, la historia vuelve a basarse en las peleas de Jack Byrnes (De Niro) y Gaylord Focker (Stiller). Jack vuelve a desconfiar de su yerno, pensando que luego de que Pam, su hija, y esposa de Greg, había dejado de atraerlo luego de dar a luz a sus gemelos. Si bien la historia es obvia, tanto De Niro como Stiller, con la compañía nuevamente de Owen Wilson (ex novio de Pam), hacen que la película no se caiga nunca, llevándola por pasajes realmente muy divertidos y otras veces con reminiscencias a clásicos como “El Padrino” y “Tiburón”. Muy lejos de estar entre las mejores comedias del año, bien vale la pena darle una oportunidad en el cine, desestresarse y reírse con estos actores que sin dudas forman un excelente elenco para reir sin parar.
Lo que se siente en esta película es que se perdió la frescura y novedad de la primera, pero sin embargo entretiene de principio a fin, con varias secuencias divertidas muy bien logradas. El elenco correcto como siempre, aunque se siente como forzada...
El triunfo del mainstream sobre la provocación Hay, en el universo mainstream, cosas para todos los gustos. Tiempo atrás, en épocas de flatulencias, eructos, vómitos, consoladores, pis y caca de todo tipo, cuando decir los hermanos Farrelly en una lista de las mejores películas del año era un acto “extravagante y provocador”, muchas cosas y gustos tenían menos espacio para encontrar su salida. Casi con una década encima de instalación y consolidación, la llamada Nueva Comedia Americana supo encontrar sus puntos más brillantes y resistidos así como su exposición y celebración mainstream. Dentro de ese segundo grupo, uno podría ingresar, sin miedo a equivocarse, a la serie de películas de la saga Fockers: La familia de mi novia (1999), Los Fockers: La familia de mi esposo (2004) y ahora Los pequeños Fockers (2010). Y, entre lamentos y celebraciones, quizás comenzar a convencerse de que eso que supo ser extraordinario es hoy un modo más de la comedia industrial americana. Ahora, ¿acaso hay algún inconveniente o impedimento para disfrutar de una comedia plenamente industrial? No. En todo caso, el lamento del crítico es otro: la saga Fockers es un perfecto ejemplo de cómo, cuando la comedia se dobla o se rompe, los que la mantienen en pie son los cómicos. Y algo de esa nostalgia invade cuando uno se encuentra con el mecanismo, los gags efectivos pero automáticos al fin de Los pequeños Fockers. Entonces se instala una sensación ambigua: la película es disfrutable, es graciosa, es ligera y rápida, es simpática y amable, pero a diferencia de films como Todo un parto no nacen de un lugar común para rizarlo hasta que eso que todos conocemos se parezca a otra cosa, sino que destila todos y cada uno de los recursos previsibles y programados. La película encuentra, sin ir más lejos, a todos los personajes de las películas anteriores casi tirando la casa por la ventana: ahí está Stiller y su eterno personaje de perdedor sin suerte en el lugar y momento equivocados, ahí está De Niro con su personaje sádico-psicópata-jefe de familia dispuesto a utilizar al resto (pero principalmente al Focker que interpreta Stiller como conejillo de Indias), ahí está la escatología y la hiperactividad sexual de los personajes de Dustin Hoffman y Bárbara Streisand, ahí está la falsa neutralidad y el gesto impávido de Owen Wilson, quien aporta el estallido en la calma. Todos y cada uno de estos elementos funcionan, pero, a su vez, no hacen más que eso: funcionar. Diez años atrás una cadena de vómitos, pis, esperma, caca, flatulencias y todo tipo de efluvios corporales podían salvar el día. Eran, al fin y al cabo, momentos liberadores en un contexto de fuerte conservadurismo y de una comedia industrial sin rumbo definido, sin cómicos estrella. Pero eso que ayer era el respiro, hoy puede ser agobio. Eso que daba libertad, hoy se vuelve una suma de piezas funcionales de una máquina que por efectiva no es perfecta. Quizás en eso radique la preocupación: que este tipo de comedias se hayan convertido en una más. Que por más variables y escatología que se intente, provoque la sensación irreparable de un techo, de un marco acotado, de la tarea cumplida. Y en ese terreno, de cálculo, especulación y efectividad, no nos acostumbramos a ver a tipos como Stiller, Adam Sandler o Will Ferrell. Será el signo de los tiempos: el cambio trae adaptación. Y habrá que entender que -disculpe el lector- los pedos se están poniendo viejos.
Sonrisas, enemas y erecciones Robert De Niro y Ben Stiller exprimen una saga cuya cantera ya parece agotada. Si no hay dos sin tres, era de esperar que guionistas, director y productores (Robert De Niro incluido) exprimieran una vez más aquello que fue una buena aunque no original idea –el enfrentamiento entre futuros suegro y yerno- diez años atrás, en la descostillante La familia de mi novia . Pero traten de encontrar una escena que les haga abrir la boca para reír, no esbozar una sonrisa, como la del jarrón con las cenizas, el partido en la piscina o la del avión en aquella comedia. No traten, porque no lo conseguirán. Los pequeños Focker abreva en lo que comenzó a forjarse como la “nueva” comedia sexual, pero aquí con menos apuntes sexuales, aunque los haya, y algo más o menos escatológico. Hay erecciones, enemas y vómitos, además de las clásicas confusiones que son el centro de la trilogía, sin las que la ¿trama? no podría desarrollarse. Greg (antes, Gay) Focker y su esposa Pam están atravesando la famosa crisis de la mediana edad. Tienen dos gemelos a punto de cumplir los 5 y problemas financieros. Jack Byrnes, el suegro de Focker ex agente de la CIA, para los desmemoriados, ha sido el patriarca del clan y un oculto ataque cardíaco lo devuelve a la realidad: desea delegar el mando del círculo de la confianza en alguien, y como su otro yerno, médico, se escapó con una enfermera, decide que el enfermero Greg Focker sea el “Padrino”. Pero eso implicaría confiar ciegamente en Focker, algo para lo que Byrnes no está entrenado. Y los problemas se apilan: los Focker quieren enviar a sus gemelos (la nena, más inteligente, no le habla al padre; el hijo es menos despierto) a un colegio exclusivo, afrontan complicaciones con el dinero, están a punto de mudarse y a Greg le aparece una oportunidad fácil de sumar dólares, todo legal, pero se lo ofrece el personaje de Jessica Alba y, sí, la infidelidad ronda la pantalla y, lo más importante, por la cabeza de Byrnes. El resto es más o menos lo mismo que en las anteriores: lo central es la tirantez entre suegro y yerno, y se ha recuperado al personaje de Owen Wilson, que fue novio de Pam, como para sumar inconvenientes y algún que otro gag, porque las apariciones de los padres de Focker, Dustin Hoffman y Barbra Streisand, son esporádicas. Casi, casi como las oportunidades de risa. Como pasatiempo que es, Los pequeños Focker deja en claro que la cantera parece agotada, y las bromas se perciben y divisan a la distancia, apenas arranca la primera línea de diálogo. Por suerte cada tanto La familia de mi novia aparece en la programación de la tele o el cable, para recordar que alguna vez Stiller y De Niro supieron ser lo graciosos que en Los pequeños Focker no les sale por más que se esfuercen.
La balada de Jack y Greg Y finalmente ocurrió: Los fockers se hicieron franquicia. Tercera parte de la ¿saga? iniciada en el 2000, Los pequeños Fockers (Little Fockers, 2010) es una comedia sin un eje claro que naufraga entre la corrección y la medianía. Si hasta Ben Stiller está atado... La historia transcurre ocho años después de que Greg Focker (Ben Stiller) y Pam (Teri Polo) dieran el sí. Con mellizos y una inminente mudanza a cuestas, Jack (Robert de Niro) sigue alerta ante los movimientos de su yerno, a quien tiene entre ojos por un posible affair con la bonita empresaria farmacéutica Andi García (Jessica Alba). Todo estallará cuando el clan se reúna nuevamente para celebrar el primer lustro de los pequeños Fockers. Tanto La familia de mi novia (Meet the Parents, 2000) como La familia de mi esposo (Meet the Fockers, 2004) se apoyaban principalmente en la dicotómica relación entre una pareja de personajes. Así como en la primera era el duelo constante entre el veterano exagente de la CIA y el buenudo del futuro marido de la hija, en la segunda era la irrupción de los padres de éste, cuya relación oscilaba constantemente entre una conexión metafísica y el amor como acto primigenio (la exteriorización constante del deseo sexual es una característica sine qua nonde la Nueva Comedia Americana). Por eso era fundamental tándems actorales que hicieran gala de aquello a la vez tan inaprensible pero visible y notorio que es la química en pantalla. Robert de Niro redescubriéndose como comediante y un Ben Stiller elevando hasta el paroxismo la extraordinaria capacidad de sus criaturas para estar en el lugar inoportuno al momento menos indicado hacían de La familia de mi novia una comedia clásica y previsible, pero a la vez fresca y redondita. Aún se recuerda la profunda incomodidad de ambos personajes en cada plano. Algo más desparejo fue el resultado de La familia de mi esposo. La historia original reescrita a la inversa (el encuentro de ambas parejas progenitoras) y situaciones demasiado artificiales dejaron atrás la incomodidad seminal, pero la película respiraba con la incorporación del flamante pareja Dustin Hoffman - Barbra Streisand como padres de Greg y la feliz idea de acentuar la escatología en varias escenas rumbeándolas al sello Farrelly (inevitable recordar a Jim Carrey amamatándose en Irene, yo y mi otro yo cuando de Niro hace lo propio con su nieto). Y así llegamos hasta esta tercera parte con el neoyorquino Paul Weitz reemplazando a Jay Roach –ahora productor- en el sillón de director. Ya ese cambio era indicio del posible nuevo rumbo de la saga. Bien lejos de la catalogación de mal director, Weitz es un cineasta ajeno no a la construcción de comedias (American Dreamz es una gran comedia) sino al cosmos de la Nueva Comedia Americana. Quizá allí esté el origen del intento de corrección y moraleja final chirriante felizmente ausente de las anteriores películas, ubicando a Los pequeños Fockers más cerca del tono reflexivo de la mucho mejor Un gran Chico (About a boy, 2002) que de la festividad y la mencionada escatología de sus entregas previas. Pero falla también la clave dualística. Aquí no “enfrentamientos” que procedan a los recapitulados un par de párrafos más arriba. Jack y Greg siguen peleando, sí, pero con el amesetamiento propio del paso del tiempo en conjunto, sin el efecto “sorpresa” de las dos películas anteriores. Los pequeños Fockers es como la vida misma: da la sensación que con el aumento del conocimiento las peleas yerno-suegro son más por hábito que por razones atadas a la coyuntura emocional. Por eso Jack enarbola teorías conspirativas a raíz del acto tan cotidiano de una bolsa de medicamentos en la valija de un enfermero, por eso la propuesta de continuar el legado familiar a su yerno es menos una novedad que otro eslabón más en una larga cadena de tumultos. Y allá también Owen Wilson pululando como banquero espiritista. Gracioso en su primera, segunda y hasta tercera intervención, el loop y falta de dimensionamiento lo deslucen. Es el fiel reflejo de una saga que, lamentablemente, asentó cabeza en la monotonía de la rutina.
Una cita familiar - Por A.D. Desde el vamos el director se apura en presentar a los protagonistas. Como si quisiera tranquilizar al público y mostrarle que Ben Stiller, Robert De Niro, Dustin Hoffman, Barbra Streissand y el resto del elenco de las dos películas anteriores volvieron para hacerle pasar un buen rato. Y no está mal. Porque este tipo de comedias, y especialmente esta nueva entrega, necesita de estos talentos para justificarla. El peso actoral de estos artistas, a los que se suman Harvey Keitel y una divertida y sexy Jessica Alba, sirve para que un guión plagado de chistes y situaciones bastante básicas alcancen otro vuelo. Enredos amorosos, problemas en el liderazgo familiar, crisis de autoridad y los ya clásicos enfrentamientos entre suegro y yerno, conforman un filme entretenido por demás, en el que podemos hallar algunas perlas como el encuentro entre Keitel y De Niro, chistes sobre clásicos como "El Padrino" y hasta una parodia de "Tiburón". Tal vez haya una cuarta entrega, aunque todo indique que ya estuvo bueno, que ya está, no hace falta.
La tercera entrega de la serie perdió la gracia de sus antecesoras "Tenemos que reírnos de las cosas que nos hacen humanos." La frase, dicha por uno de los personajes principales hacia el final de Los pequeños Fockers, contiene un muy lindo mensaje. O lo que sería un lindo mensaje si para la película eso que nos hace humanos y de lo que vale la pena reírse implicara alguna otra cosa que vómitos, enemas, una cantidad considerable de sangre y un buen número de situaciones que obligan a visitar hospitales, además de humillar a niños y adultos casi en la misma medida. La comedia -supuestamente- familiar que protagonizan Ben Stiller y Robert De Niro, como el yerno y el suegro con la relación más tensa del mundo, tuvo una predilección por el humor escatológico desde su primera y exitosísima entrega pero aquí, la tendencia se vuelve una constante de la que no se salva prácticamente ninguna escena. Aquella premisa inicial de combinar en busca de risas incómodas, y de las otras, las opuestas personalidades del inflexible ex agente de la CIA Jack Byrnes (De Niro) con la del sensible enfermero Greg Focker (Stiller) se repite aquí con pequeñas variaciones. Para aquellos espectadores para los que la previsibilidad del relato y de cada una de sus resoluciones cómicas resulta tranquilizador y reconfortante esta es una película ideal. No hay aquí sorpresas ni chistes que no adelanten su remate mucho antes de su llegada. Desde el momento en que Greg lleva las muestras gratis de una pastilla recetada para tratar las disfunciones eréctiles se sabe que su suegro la probará con resultados avergonzantes tanto para los personajes como para los admiradores de De Niro, cansados de que su ídolo hace tiempo no haga papeles a la altura de su talento y su leyenda. Decepciones A pesar de un comienzo aparentemente armónico, rápidamente la relación de los opuestos volverá a tensarse cuando Jack se convenza de la infidelidad de Greg, acosado por una bellísima representante de la industria farmacéutica interpretada por Jessica Alba con su habitual ineptitud. De hecho, más allá de algunos momentos graciosos provocados por la reaparición de Kevin, el ex novio de Pam, papel creado a la medida de Owen Wilson- un comediante que parece siempre funcionar a una velocidad mucho más lenta que el resto de los mortales-, ninguno de los otros actores supera el ridículo al que los somete el guión de John Hamburg y Larry Stuckey y la dirección de Paul Weitz. Y eso incluye las breves apariciones de Harvey Keitel-cuyo personaje desaparece sin rastro ni explicación alguna de un momento para el otro-, Barbra Streisand y Dustin Hoffman como los abuelos Bernie y Roz Focker, un compilado de estereotipos que resultan algo ofensivos. Aunque la película insista en que nos estamos riendo con ellos y no de ellos, resulta difícil creerle.
Producto con fecha de vencimiento El axioma del éxito a veces tiene su otro costado. Repetir fórmulas supone dividendos pero también límites a la creatividad y eso es precisamente lo que ocurre con esta tercera entrega de la familia Focker, iniciada allá por el año 1999 con El padre de mi novia, luego con una secuela en el 2004. El proyecto de la tercera parte siempre en tono de continuación de la historia, Los pequeños Fockers, venía arrastrando una serie de contratiempos desde su gestación entre los cuales se encontraban las reescrituras de los guiones y un cambio de dirección que terminó incorporando finalmente a Paul Weitz (el anterior fue Jay Roach). Semejantes cambios de rumbo se notan ostensiblemente en el resultado final, donde el reparto funciona pero acusa cierto desapego con la propuesta que se acentúa tanto en Ben Stiller como en Robert de Niro pese a que la química entre ambos sigue intacta. Tampoco termina por convencer la idea de introducir nuevos personajes como ya se había hecho en la segunda parte con Dustin Hoffman y Barbara Streisand, quienes vuelven a participar aquí pero con menos presencia en pantalla. La novedad es sin duda Jessica Alba en un papel ya recurrente en ella que pondrá en jaque la estabilidad matrimonial de Gregg (Ben Stiller) y un desaprovechadísimo Harvey Keitel, a quienes se suma el reaparecido Owen Wilson sin aportar nada nuevo a su insulso personaje. El resto es una sumatoria de gags bien elaborados que se focalizan en primer término sobre la falta de autoridad de Gregg tanto en el manejo de sus hijos gemelos -a punto de cumplir cinco años- como en el freno necesario para que su suegro Jack (Robert de Niro) no interfiera en su vida haciendo gala de la eterna rivalidad entre ellos. Por otra parte el film procura afianzar ese lazo de confianza y enemistad al poner en juego la idea del legado familiar como base del conservadurismo que siempre ha caracterizado a estas comedias. La premisa es básica: Jack se preocupa por encontrar al candidato que continúe con la tradición familiar una vez que parta de este mundo y pone los ojos en su yerno Gregg, quien deberá mostrar con creces que es el indicado pero como siempre una serie de complicaciones y situaciones que prestan a la confusión arruinará los planes y afianzará la desconfianza mutua. Para terminar con algunos apuntes sobre el desgaste del matrimonio y la disminución del apetito sexual causado por la rutina. Efectiva como siempre, sostenida por las desganadas actuaciones del dúo protagónico y con algunos chistes verbales ingeniosos -que se pierden al traducirlos al español- Los pequeños Fockers no defraudará a sus seguidores pero resulta evidente su fecha de vencimiento tratándose de un producto de corto alcance.
Anexo de crítica: El cambio de director no parece haber favorecido el nivel de esta tercera entrega de la saga iniciada con La familia de mi novia en 2000 y continuada por Los Fockers: la familia de mi esposo en 2004. Más allá del ingreso de Paul Weitz en lugar de Jay Roach hay aquí un problema de agotamiento de ideas que le impide a la comedia igualar el efecto causado por las dos películas anteriores. De Niro ya cansa con su gesto adusto, Stiller se repite histéricamente una vez más, Jessica Alba luce descontrolada en su papel de chica tonta y sexy, Barbra Streisand le aporta algo de dignidad a su rol y Dustin Hoffman actúa (muy mal) en apenas dos escenas por el pancho y la coca. Ah, el cameo de Harvey Keitel es de lo más patético que hemos visto en mucho tiempo. Sólo algunos gags aislados la salvan del desastre. Y roguemos que sea la última… aunque el final indique más bien lo contrario…
¿Qué hubiera pasado con The Party o la saga de La pistola desnuda si la primera hora de metraje no hubiera incluido más que un mísero buen chiste, más que apenas un gag relativamente certero? O vengamos más acá en el tiempo. ¿Qué hubiera sucedido con las dos primeras partes de esta historia de la familia Focker si De Niro y Stiller no hubiesen jugado más que uno o dos buenos momentos en más de 90 minutos de relato? Los pequeños Fockers, tercera entrega de esta saga familiar con toque bizarro (o desopilante, como dirá alguna comentarista desde la fila ocho del cine) es lo más parecido a la agonía de una idea, al cierre malogrado de lo que supo tener una porción de gloria bien lograda pero se despide con una jubilación mediocre y desganada. El relato, pese a lo que adelanta el título, no se centra en los hijos de la familia Focker, sino, una vez más, en la relación entre los personajes de Stiller y De Niro, que siguen con el ya remanido cortocircuito, pero sin los gags luminosos que jugaron en los films anteriores, a la vez que refritando el conflicto, sin gracia, como haciendo de cuenta que se pelean, como jugando a que recrean a los personajes, hoy lejos de la chispa de entonces. La estructura de la película pone el foco en los achaques del ex agente de inteligencia (De Niro) y en cómo el enfermero de clase media (Stiller) intenta congraciarse con su suegro y, claro, sin que le salga una sola bien. Lo de siempre. Hasta lo bueno esta gastado, ya que una de las ideas fuerza a las que apuesta el guión, a la vez que la única que depara un momento rescatable, apela al chiste ya un tanto anaftalinado de la pastilla para lograr potencia sexual. Sí señor, usted podrá ver al viejo Bob con una erección. Por otro lado, y quizá como forma de acompañar al fallido regreso de la pareja protagonista, el resto de los personajes parecen confabulados en no hacer reir, aunque aquí hay que disparar los cañones contra la dupla guionista, que no pudo ni siquiera acercarse a igualar la efectividad de los dos films precedentes. También, por supuesto, va algún pastelazo contra Payul Weitz (American Pie), que en la dirección luce rutinario, aburrido por el encargo, poco convencido de que lo que tiene entre manos es un potencial tanque humorístico. Ni siquiera la presencia de Dustin Hoffman y Barbra Streisand (lo mejor de la película pese a sus breves participaciones) logra reflotar un salvavidas de plomo para una saga que probablemente quede en trilogía con final infeliz. Lo mismo sucede con Owen Wilson, recuperado para la historia aunque sin peso en el resultado final. Todo (todo) un gran, enorme y ominoso desatino.
Como era de esperarse, llegó la tercera parte de una de las comedias más conocidas, y que ha logrado varios adeptos con el correr de los años, teniendo sólo dos películas (bueno, ahora tres). Ya pasó un tiempo, y en esta tercera entrega los protagonistas ya tienen dos hijos, alrededor de los cuales girará la trama de la película, que además va a tocar otro tema que Greg (Ben Stiller), puede llegar a ser (o no) el sucesor de Jack (Robert De Niro). Tiene algunos gágs que están muy buenos, y otros que, al menos a mí, me resultaron bastante asquerosos (sangre, vómitos...), y que tranquilamente se podrían haber eliminado, porque no causan demasiada gracia, y quedan "de adorno", pero bueno... La crítica siempre lo cuestionó el trabajo de Robert De Niro en estas películas, no porque trabaje mal, sino porque es algo demasiado "simple" o "bajo" para un actor como él, pero más de una vez admitió que le divierte mucho hacerlo, y por eso sigue aceptando el trabajo. En lo personal, creo que la película es una más del montón, pero que la actuación de Robert, es genial, como siempre, y simplemente con ver las caras que pone a lo largo de la película, es suficiente para demostrar una vez más porque se ganó el lugar que tiene. Ben Stiller no es un actor que me agrade mucho, de hecho ví muchísimas películas de él para tratar de convencerme de que si lo siguen contratando por algo será...pero realmente no me gusta, aún así, tengo que admitir, que la dupla De Niro - Stiller, es buenísima, y al menos en la saga de los Fockers, la compro! Creo que los fanáticos van a salir contentos de la salas, pero a quienes vayan en busca de una buena comedia, llena de gágs, buenas actuaciones, y un guión sólido, les aviso que esta no es la opción indicada! :P
Química actoral y corrección política Aunque el final deje todo listo para imaginar un próximo eslabón, la saga de Gaylord “Greg” Focker debería comenzar a cerrarse. Parece no quedar mucho por decir sobre este simpático perdedor con alma de víctima (estereotipo habitual en el Hollywood comercial y moderno, del cual Ben Stiller es uno de sus mejores intérpretes), que vive acosado por su suegro, ex agente de la CIA. Si en El padre de la novia (2000), el pobre Gaylord debía soportar antes de la boda la paranoica oposición de Jack (Robert DeNiro); y en Los Fockers: la familia de mi esposo (2004), el choque se daba entre la diestra rigidez republicana del suegro y la liberalidad progresista de los padres del protagonista, Rozalin y Bernie (Barbara Streisand y Dustin Hoffman), esta tercera parte adolece de toda novedad en el conflicto. El cumpleaños de los pequeños hijos de la familia es apenas una excusa para volver a poner frente a frente a Gaylord y Jack, en un duelo de titanes alfa peleando por el liderazgo de la manada. Toda la saga Focker tiene un problema de base: cultivar un humor que no por ser en ocasiones efectivo deja de rondar el gusto dudoso. Pero en esa marca de nacimiento, ese pecado original que autoriza con motivos sobrados a encolumnarla dentro de la comedia burda, Los pequeños Fockers halla también una de sus fortalezas. Se trata de un caso saludable de corrección política: la saga se ríe de unos y de otros, sin agredir ni burlarse de nadie (y eso incluye a las minorías raciales y sexuales). Porque la incorrección política es un recurso válido cuando se lo usa para llegar a alguna parte, y ante la posibilidad de caer en la mala praxis, la película toma el camino menos riesgoso; elige el “reírse con” al “reírse de” y hace una defensa orgullosa de su linaje. Sobre el final, el personaje de Hoffman dice que debemos reírnos de nuestros pedos y nuestros mocos y de todo aquello que nos haga humanos. A priori no está mal esa premisa y entonces el nivel de la discusión es otro: escatología, ¿para qué? Y ahí Los pequeños Fockers vuelve a estar en problemas. Para la película (la saga completa), la escatología es un fin, nunca un medio. Para verlo con claridad –aunque las películas son evidentemente incomparables– puede tomarse el caso de La gran comilona, de Marco Ferreri (recientemente programada en el Festival de Mar del Plata). Ferreri llega al non plus ultra en materia escatológica para, a partir de sus cuatro personajes hastiados de un mundo que no los satisface, tejer una metáfora sumamente lúcida sobre Occidente y su prerrogativa de consumo, y ya en 1973 anunciar consecuencias que recién tras los años ’90 terminaron de quedar claras para muchos. Contra ese modelo, el inocente pedo de un nene resulta una escatología tan módica como gratuita y vacía. Sin dudas, lo mejor de Los pequeños Fockers sigue pasando por la química natural entre Stiller y De Niro. A pesar de sus berretines y aun con personajes que no tienen nada demasiado nuevo que ofrecer (los chistes con el nombre y el apellido de Gaylord; las persecuciones entre ellos y hasta los gags durante la cena, ya suenan a figurita repetida), los dos actores conforman una dupla cómica muy carismática. Quizá deberían probar suerte más allá del universo Fo-cker y tratar de forjar uno de esos equipos que acaban en leyenda, al estilo de Lewis-Martin. Otro de los recursos que entrega buenos dividendos a lo largo del film es el de hacer que el cine se muerda la cola. Las secuencias que remedan a El padrino de Coppola o reproducen en un enorme pelotero la estampida playera de Tiburón (Spielberg, 1975) son hallazgos que se agradecen. Eso, más el trabajo de un sólido elenco de comediantes, suben el promedio de una película que sin esas pequeñas virtudes, bien podría haber sido olvidable.
El eterno placer de volver a verlos El vértigo doméstico amenaza a los Fockers por varios frentes. Greg (Ben Stiller) ascendió en el trabajo, está construyendo una casa grande, ‘cuadrada, clásica americana’ y ve crecer junto a Pam (Teri Polo) a los gemelos, a quienes hay que buscarles una buena escuela. En Los pequeños Fockers, el quinto cumpleaños de los niños es la excusa para recibir a los abuelos en Chicago y reavivar la llama de la desconfianza que une desde el primer momento de la relación a Greg y su suegro Jack, ex agente de la CIA. Ben Stiller y Robert De Niro protagonizan escenas divertidas, con un timing que va llevando los enredos a esa lugar de difícil acceso, el de la comedia de trazo limpio. Greg debe lidiar con el constructor, muy gracioso Harvey Keitel en breve paso por la película, y con Andy Garcia, Jessica Alba gatuna, como la vendedora de un fármaco para la disfunción eréctil. Los guionistas John Hamburg, Victoria Strouse y Larry Stuckey vuelven a reunir a los personajes que los espectadores de la saga conocen en detalle, y lo hacen cargando las tintas sobre el perfil neurótico del suegro. En ese sentido, el hallazgo de la comedia y centro de las situaciones es el vínculo suegro-yerno, una rareza en estas latitudes donde se cosechan los chistes sobre suegras. Greg se esfuerza por cumplir los mandatos familiares que Jack exagera desde su trinchera ridícula. Con esa sobreexigencia debe conformar a todos, mientras Greg lo observa y lo hace acreedor del dudoso título de Padrino/patriarca de la familia. Mirada va, mirada viene, la humorada suma escenas como la del pavo, la del camión o la inyección, por nombrar algunas del mano a mano entre De Niro y Stiller. La dupla llega a lo más alto en la pelea cuando el enfrentamiento se vuelve físico, en medio de peloteros y castillos inflables. Owen Wilson aparece con más protagonismo, siempre encantador jugando al absurdo, mientras ellas cumplen el rol de compañeras pacientes, testigos de la competencia despiadada de los hombres del clan.
A comienzos del 2001 llegaba a nuestras carteleras La Familia de mi Novia, que vendría a ser la primera edición de esta franquicia, que en el 2005 tuvo su continuación con La Familia de mi Esposo y que ahora acaba de estrenar la tercera edición titulada Los Pequeños Fockers. Es esta última edición nos encontraremos nuevamente con la ya clásica relación tensa entre Greg Focker y su suegro Jack Byrnes, con la novedad de que ahora el primero ha sido papá de dos traviesos gemelos. La "amistad" que llevan adelante estos antagónicos personajes pareciera haberse reestablecido a la normalidad por completo con la boda final de la segunda parte, hasta que lamentablemente Jack comienza a buscar en Greg el líder familiar que necesitará su linaje cuando él ya no se encuentre entre los vivos. Esta situación de tensión se acrecienta cuando comienzan a verse asiduamente debido a la cercanía del cumpleaños de los mencionados gemelos. Es allí que empiezan a surgir los conocidos mal entendidos entre la familia Focker y el patriarca Byrnes, para desencadenar los conflictos que aquejan a este film. Si a la ya sabida tirante relación de Gaylord Focker y el neurótico ex agente de la CIA le sumamos que Jack sospecha que Greg tiene una amante, los tradicionales desencuentros entre estos personajes aumentarán de manera considerable hasta sobrepasar límites que no habíamos podido visualizar en las anteriores dos entregas. Lamentablemente a Paul Weitz -director de la excelente Un Gran Chico- y compañía no se le ocurrió una vuelta de tuerca mejor que repetir las fórmulas de las anteriores entregas, matizadas con algunas apariciones que en un comienzo son como una pequeña brisa innovadora para luego convertirse en una repetición que sobre el final no generan las mismas reacciones. Creo que otro de los errores de Los Pequeños Fockers es el desaprovechamiento de los personajes secundarios, algo en lo que en la segunda entrega se puso más foco y donde el resultado fue altamente superior al que vemos en este caso. En el film estrenado en el 2005 los padres de Stiller ocupaban casi la misma cuota de pantalla que los protagonistas de la primera entrega -incluso el conflicto se daba entre los seis papeles protagónicos-, en cambio aquí se centralizó mucho la "acción" en las ya hartamente conocidas trenzas que tienen Greg y Jack, haciendo que en muchos pasajes la historia se vuelva tediosa y pesada. En cambio cuando Jessica Alba, Owen Wilson y Dustin Hoffman irrumpen en pantalla, los diálogos comienzan a fluír con otro ritmo que se torna altamente desconcertante y divertido. Un claro ejemplo del desaprovechamiento que mencionaba arriba es la escasa participación que tuvo un excelente actor como Harvey Keitel, el cual solo aparece en dos escenas. Robert De Niro y Ben Stiller tienen grandes momentos en las secuencias que les ha tocado compartir, demostrando que más allá del paso de los años la química entre ellos parece inagotable. Pero como bien dijo Calamaro "No se puede vivir del amor" y las situaciones de enredos que antes nos causaban risa, ahora se tornan previsibles y no logran ocasionar las mismas reacciones que antaño. Lamentablemente el tiempo pasa para todos y la dinastía Fockers no es la excepción... Más allá de las "pálidas" que acá citamos hay varias secuencias que pagan el valor de la entrada y son muy graciosas, aunque el examen final convierte a Los Pequeños Fockers en la peor de las tres entregas y deja un cierto sinsabor por la oportunidad desaprovechada de seguir levantando una buena cosecha de comedias. Los Pequeños Fockers se queda en un intento de reflotar una exitosa saga de comedia, con un resultado bastante irregular que se salva por algunas buenas secuencias y las actuaciones a la altura de lo que la franquicia merecía.
Quizás haya sido bueno que mi visión de esta película fuera en una sala comercial, un sábado por la noche, llena de espectadores. Leí en algunas críticas de medios que la saga perdió la gracia... pero no se si por el entorno mencionado, o por que yo tenía la risa fácil, la película cumplió su objetivo. Tiene muchas cosas tiradas de los pelos, pero todo es para lucimiento de los personajes que la gente ya conoce y espera ver. Ya se conocen los gestos que logró implantar la saga "I´m watching you..." No hay mucha ciencia y menos mucho para analizar. Los pequeños Fockers... que ni siquiera habla de los pequeños y solo se queda con el duelo habitual de suegro y yerno, es para ver y despejarse un poco. Los chistes están bien repartidos, las situaciones son graciosas y la duración es la lógica y no se hace esperar su resolución. Por mi parte es mucho mejor que la 2°, donde habían patinado fiero en varias partes. Está bien
Scary movie Parece que hay todo un mundo, construido alrededor de cierta idea de familia como castigo y sacrificio, cuya versión burlona circula en powerpoints y burlitas de sobremesa. Es un mundo con chistes sobre suegras en el que la esposa de alguien puede ser ”mi jermu” o “la jabru” y en el que un hombre casado es más o menos un inútil que por inercia pone su vida y sus finanzas al servicio de una institución demoníaca que lo convierte en un pelele alrededor del cual circulan los reproches y reclamos de padres, suegros, esposa, hijos y mascotas. Está bien, hay que ser tolerante. Pero cuando el pelele es nada menos que Ben Stiller, todo se vuelve un poco doloroso. Es que con Los pequeños Fockers la trilogía del apellido seudogracioso (sí, sé que esta noche las trilogías vendrán a mi cama a ahogarme con la almohada) se instala definitivamente en una visión infernal de las relaciones entre seres humanos y al mismo tiempo llega al último subsuelo posible de los artilugios para provocar risa: el de chistes con Viagra. Se trata en definitiva de una pesadilla disfrazada de comedia, que retoma a Gaylord Focker en el momento en que sus hijos lo desprecian y excluyen de la vida familiar durante el desayuno (el hijo incluso le vomita un baldazo en la cara), sus padres lo siguen tratando como a un idiota y el suegro sigue convencido de que lo es. Nada de esto puede ser muy gracioso, de ahí que el punto de comedia de la película tenga que ver con un posible adulterio, investigado detectivesca y repetitivamente por el suegro, entre Ben Stiller y Jessica Alba. O al menos eso me pareció, porque lo cierto es que Los pequeños Fockers es una serie de escenas cómicas fallidas y pésimamente pegadas, que llegan a niveles de inconsistencia cósmicos cuando la abuela Barbra Streisand sienta a la nietita para explicarle que no tiene que pelearse con el papá porque los chicos son estúpidos pero está todo bien si se aprende cómo manejarlos (?), consejo que viene a cuento de nada. Y la nietita, que es una estatua con sonrisa siniestra, se hace la que escucha y sonríe al final con una mueca desfasada que pone de relieve la falta de sentido de absolutamente todo lo que pasa en la película, y sobre todo su falta de gracia. Porque aparte del chiste sobre “pene del suegro inyectado por el yerno enfermero mientras el nieto mira”, hay que tragarse a Owen Wilson haciendo payasadas en calcitas (aunque él es bello y su sonrisa bobesponjosa y a prueba de balas es lo único luminoso de todo este asunto), a Jessica Alba tirándose de panza en un pozo y a Harvey Keitel haciendo un papel inexistente (sí, se trata de una película que desperdicia actores a mansalva, incluida Laura Dern). Un deseo para el 2011: que los chicos de la nueva comedia se queden en el Wonderland de la nueva comedia, porque afuera (sacando a Todd Phillips) está áspero.
Esta tercera entrega, irremediablemente innecesaria, de la saga familiar en donde Jack Byrnes (Robert De Niro) es el suegro de Gaylord Focker (Ben Stiller), engaña al espectador ya desde el titulo, que haciendo referencia a la descendencia nunca instala tal alusión. La historia no se centra nunca en ese par de mellizos hijos del matrimonio joven. La historia comienza varios años después de la segunda parte. Los chicos están grandes y el enfermero es jefe en el hospital, esto esta armado como para ponernos en situación de lugar y carece de toda importancia, podría haber renunciado a su profesión, podría haber estudiado medicina o podría ser publicista, da lo mismo, sólo rellena minutos como para ser estrenada y recaudar dinero apoyándose en el éxito de las dos anteriores. Tal el fin de esta producción cinematográfica, sólo eso. A este descalabro hay que agregarle que todo vuelve a girar en torno a la relación discordante, conocida y a esta altura aburrida, entre esos dos personajes. Si bien desde un principio la saga se instalaba dentro del cine de género, comedia pasatista, tenia como plus la construcción de los personajes, muy bien interpretados por un gran actor, y otro muy buen actor. Los demás acompañaban adecuadamente. La segunda parte de esta, esperemos que termine en trilogía, tenia como plus a su favor el que se añadan otros personajes, los padres de Ben Stiller, grandes personajes interpretados maravillosamente por Barbra Streisand y Dustin Hoffman. Ahora se agregan más, con otros grandes actores, desperdiciados, ya sea por falta de ideas inclusivas, de guión, de diálogos, de construcción de los mismos, o por que su inclusión peca por falta de peso narrativo, como ejemplo vale el personaje interpretado por el gran Harvey Keitel, que es un contratista de la construcción, su personaje aparece sin justificación y desaparece sin pena ni gloria. Durante los 90 minutos que dura el filme no hay ningún escena que mueva ni siquiera a una sonrisa, será por lo trillado, lo previsible o lo mal ejecutado, tal el caso como cuando quieren, o intentan, tener un giro a un humor escatológico y termina siendo vulgar y chabacano. No hay sorpresas de ninguna naturaleza y perdió no sólo el rumbo de la comedia de producción sino también la frescura de sus predecesoras. A esta altura de lo dicho no es posible dejar pasar por alto, valga la redundancia, unos guiños musicales en escenas típicas, de puja de poder entre suegro y yerno, con la música del film “El Padrino” (1972) y otra escena donde la música del “Tiburón” (1975) genera un leve mueca, que no llega a ser una sonrisa.
Pequeños burgueses conservadores Estaba viendo el último jueves Los pequeños Fockers en una función comercial en el Abasto de Buenos Aires. Sala llena, el público festejando cada chiste. Tenía a un par de asientos a unas chicas bastante jóvenes, de unos veinte años. Llega toda una secuencia donde los conflictos entre los personajes de Ben Stiller y Robert De Niro sobre la conducción de la familia, la fidelidad y la responsabilidad terminan por estallar. Stiller se queda solo en la casa que estaba mandando acondicionar para el cumpleaños de sus hijos, cuando le aparece en la puerta el personaje de Jessica Alba -con quien había entablado una amistad circunstancial a partir de un vínculo laboral-, con una botella de vino en una mano y una bolsa repleta de comida china en la otra, dispuesta a charlar un poco, toda muy simpática, linda, adorable (bueno, lo que pasa es que Jessica Alba es simpática, linda, adorable ¿no les parece?). En ese instante, una de las chicas murmura “puta…”. Pero mirá vos, ésta sí que no la sabía: si sos una mina que se presenta en la casa de un tipo con comida y una botella de vino, calificás inmediatamente como puta. La que tampoco sabía es que muchas mujeres un poco menores que yo son tan machistas y conservadoras como podrían serlo viejos de ochenta años. Lo que se dice una generación progresista, liberal, con nuevos valores. Lo peor es que el filme le da luego la razón a estas dos espectadoras (¿y a toda la sala quizás?) cuando Alba se le tira encima a Stiller, sin razón aparente previa, sin que haya una construcción que permitiera anticipar y justificar sus acciones. Ése es el problema principal de la tercera parte de la saga, en la que el cumpleaños de los niños es apenas una excusa para acumular chiste tras chiste condimentados con una buena dosis de ideología conservadora. No sería tan problemático ese mecanismo de acumulación ideológica y chistosa, sino fuera porque en el medio los personajes pasan a ser, en el mejor de los casos, meros transportes de tesis sobre la institución familiar. Eso ocurre con el personaje de Alba, que sirve para hablar sobre la fidelidad y ciertas malas actitudes femeninas (¡puuuutaaaa!!!), cuyos cambios de actitud son incomprensibles y que desaparece súbitamente de la historia apenas cumplió su “propósito”. Lo mismo se puede decir del Dr. Bob, al que se lo usa para hablar nuevamente de la fidelidad y los deberes del hombre para la Familia. Barbra Streisand y Dustin Hoffman sólo parecen estar de relleno y en cuanto a Harvey Keitel, no se sabe para qué demonios está: pareciera que integra el reparto simplemente para que algún espectador diga “¡uy, ese es Harvey Keitel!”. Hasta Stiller y De Niro la ligan bastante. En especial el segundo, cuyo personaje a esta altura es bastante insoportable: su paranoia lo lleva a actitudes nefastas, que luego son rápidamente olvidadas en pos de la armonía familiar y un absoluto acuerdo con sus planteos machistas y retrógrados. Si en las dos primeras partes (en especial la primera entrega) hasta realizaba un camino por el cual comprendía su entorno y comprendía que sus actitudes estaban equivocadas, aquí la comprensión no es tal, pues es sólo un disfraz que encubre (sin mucha efectividad) el aval a su pensamiento, según el cual el hombre es el rey del hogar, el que comanda el destino de la familia, sin oposición de nadie más. El pobre de Stiller se ve obligado a seguirle la corriente a esto y sólo durante sus encontronazos con el personaje de Owen Wilson aparece ese gran actor que supo realizar un inteligente trabajo sobre la incomodidad y la necesidad de estallar de una vez por todas, en filmes como Loco por Mary, Zoolander e incluso La familia de mi novia. Evidentemente, con Wilson se conocen, y la química es mucha, con lo que logran los momentos más cómicos e interesantes. Si Los pequeños Fockers no termina ofendiendo gravemente, es gracias a ellos. Con severos problemas en el montaje narrativo, apelando a chistes escatológicos y sexuales que rara vez funcionan (a la vez que nunca se muestra una parte íntima o un acto sexual), Los pequeños Fockers muestra un agotamiento definitivo de la saga Focker, a nivel formal, narrativo y de contenido. Y es un punto en contra muy grande para Paul Weitz, un director irregular, quien entre American Pie, Un gran chico, En buena compañía, Muriendo por un sueño, El aprendiz de vampiro y esta cinta no termina de consolidarse y sólo por momentos asoma algún rastro de personalidad. Aún así, sigue conectándose con un público muy amplio, lo que nos hace pensar si el público evolucionó como se suponía en su mirada sobre el mundo, o si en verdad sigue apoyando el status quo.
Tanto en La familia de mi novia como en Los Fockers lo que se ponía en crisis era precisamente el discurso patriarcal del abuelo Jack Byrnes. Aquí, en cambio, lo que sí se pone en cuestionamiento es la virilidad de don Byrnes. Los pequeños Fockers está escrita, dirigida y actuada con tanta flojera que ni ganas dan de ponerse a pensarla o, siquiera, escribir algo sobre ella. Es floja, ni siquiera mala. En ese sentido, cumple negativamente con una de sus premisas: ser una comedia de verano. El verano, ese momento del año cuando el calor se filtra por las grietas del cerebro e impide hasta el razonamiento. Pero Los pequeños Fockers, que debería aprovechar ese estadio de la mente para asestar golpes de humor veloz y efectivos, se complota con el calor para abombar al espectador y dejarlo impávido y sin reacción. Cuando termina, uno se pregunta: ¿hubo acá una película? Luego se levanta y se va de la sala, tal vez a tomarse un helado. Tercera parte de la saga que comenzó con La familia de mi novia, lo más evidente en este caso es que no hay nada nuevo por contar. La saga se agotó. Si la segunda parte le buscó la vuelta por el lado del choque de culturas que representaban los Byrnes y los Fockers, y salía ganando gracias a su progresismo pre Obama, aquí el cumpleaños de los mellizos hijos de Ben Stiller debería potenciar la crisis en la relación entre yerno Greg y suegro Jack. Sin embargo el director Paul Weitz (que algunas vez dirigió una joya como Un gran chico) carece de la efectividad de Jay Roach (director de las dos primeras partes) para construir gags y además narra desde una confusión ideológica tal, que pretende poner en ridículo al abuelo fascista (De Niro) para luego congraciarse con él para luego burlarse nuevamente. El problema básico del film es el siguiente: tanto en La familia de mi novia como en Los Fockers lo que se ponía en crisis era precisamente el discurso patriarcal del abuelo Jack Byrnes. Y se lo hacía poniendo atención en la ridiculez del mundo que sostenía: se sabe, la risa es la mejor forma de exorcizar el horror. Aquí el discurso nunca es puesto en duda y lo que sí se pone en cuestionamiento es la virilidad de don Byrnes, a partir de chistes sobre erecciones y demás. Es decir, en vez de reírnos porque el abuelo es un fascista estúpido, nos reímos porque no se le para. Y en esa vuelta del discurso no sólo hay ausencia de política, sino que además hay un punto de vista machista autocelebratorio. Si bien muchos incluyen a La familia de mi novia dentro del mapa de la Nueva Comedia Americana, lo cierto es que el film nunca perteneció a este grupo. Por el contrario, fue siempre el ejemplo más efectivo de eso que representa Ben Stiller: una trayectoria zigzagueante entre la comedia mainstream y la más subversiva. Stiller, comediante emblema de su generación (internacionalmente funciona mejor que Adam Sandler), pisa aquí en falso tal vez por primera vez dentro de su propio territorio. Con escasos momentos de real comicidad, con una preocupante falta de conflicto real y con una mirada indulgente hacia el discurso machista (lo que incluye una poco feliz participación de Jessica Alba), por más que el personaje de Dustin Hoffman diga sobre el final que no hay que tenerle miedo a los pedos, los eructos y los mocos, y que esto suponga una declaración de principios, lo cierto es que eso se queda en nada más que un gesto para la platea. Si la platea aplaude, es otro tema y no es culpa de Los pequeños Fockers. Es que a semejante tontería ni siquiera la podemos hacer cargo de tremendas atrocidades.
Fuck the Fockers Comienza el año. En enero, como de costumbre. Y el público, luego de abandonarlos en octubre, noviembre y especialmente diciembre, vuelve masivamente a los cines. Se sabe en el ambiente: las comedias funcionan muy pero muy bien en enero y febrero. Y si encima es una comedia con personajes conocidos, mejor aún. Los cines ofrecen aire acondicionado y, en Buenos Aires, una posibilidad cercana de escape de una pringosa ciudad poco benévola en el verano. Así las cosas, Los pequeños Fockers (la tercera comedia de esta serie con Robert De Niro como suegro y Ben Stiller como yerno) es un lamentable gran éxito. Si bien las dos películas anteriores de esta serie, La familia de mi novia (Meet the Parents, 2000) y Los Fockers: la familia de mi esposo (Meet the Fockers, 2004) nunca estuvieron entre lo mejor del cine de o con Ben Stiller (Zoolander, Tropic Thunder y Mi novia Polly, por ejemplo, son mucho mejores), eran comedias más o menos armadas, profesionalmente realizadas, con cierta dignidad industrial. Pero esta tercera parte es –no andaré con vueltas– una porquería. Hagamos una lista de algunos de los defectos de este artefacto hecho con un llamativo desgano, con una enojosa desidia: 1. Si uno ubica su nivel de atención en el 10 o el 15 por ciento de su capacidad, y tiene unas diez o veinte películas vistas en toda su vida, es altamente probable que vea venir los chistes de Los pequeños Fockers a unas veinte cuadras. Acá no hay sorpresas posibles, no hay timing alguno, todo está cosido más o menos, ningún elemento nos distrae como para que otra situación nos pesque desprevenidos. En una rara excepción en comedias hollywoodenses de este nivel de producción, todo está en primer plano, nunca hay dos situaciones paralelas en el mismo cuadro. Pensada para un público excesivamente haragán y adormecido, sólo pasa una cosa por vez, y con un detenimiento y una subestimación equivalentes a leer letra por letra una frase como “mi mamá me mima” (y arrastrando las emes). 2. Para que la película pase de una situación a otra, se introducen peripecias de una arbitrariedad llamativa, una tras otra, dignas de esas ficciones televisivas que van matando o mandando de viaje a personajes si los actores que los interpretan no renuevan el contrato. Un par de ejemplos entre decenas: el accidente del nene en el patio y la foto subida a My Space. Me imagino a los guionistas diciendo, con demasiada asiduidad, “ma’ sí, metemos esto y vamos para adelante”. 3. El desgano, la molicie, la apatía, el desinterés son verdaderamente evidentes. Para más pruebas, los implicados en este desastre tienen algunos buenos antecedentes. El director Paul Weitz fue corresponsable de la dirección de la maravillosa Un gran chico, y el coguionista John Hamburg dirigió Mi novia Polly y fue coguionista de Zoolander. Una demostración más de que en la industria son pocos los nombres que garantizan calidad por sí solos. Los pequeños Fockers es un paquete muy mal armado desde todos los ángulos (a excepción del marketing), y por más nombres que se sumen los resultados son oprobiosos (o son más oprobiosos aún por el alto nivel de desperdicio). 4. Si Ben Stiller está en piloto automático, De Niro está aún peor. Su última década como actor ha sido entre mala y desastrosa (chequeen los títulos), con un catálogo de gestos limitado y repetido hasta el hartazgo: es triste ver a uno de los grandes actores de la última parte del siglo XX pertrechado de este catálogo de muecas pavotas que se están convirtiendo en su marca registrada en el XXI. Ah, acá aparece Harvey Keitel en dos escenas (hay que decir que su remera de Kiss es simpática). Para películas con De Niro y Keitel, vean Calles peligrosas, Taxi Driver o Cop Land. 5. Las referencias a El padrino o Tiburón en Los pequeños Fockers deben estar sacadas del “Manual de citas para analfabetos cinematográficos”, del que desconocía su existencia pero esta película parece indicar que en algún lado alguien lo debe tener y lo usa como guía. La cantidad de música “padrinosa” que se pone acá es directamente vomitiva. Y la cantidad de planos-tiburón-música de Williams en el pelotero es altamente ofensiva. ¿Cuán idiotas creen que somos? Hay mucho más, entre otras cosas la nulidad de Jessica Alba como actriz (la chica linda sin carisma), o las tonterías andaluzas sin gracia que hace Dustin Hoffman (comparen con Buzz Lightyear en Toy Story 3), la pavada del corte del pavo, o los hijos maltratados como meros objetos cómicos (digamos que no habría tanto problema con esto si la película no lo pusiera en contradicción con su conservadurismo emocional de base) y, pecado de pecados, Laura Dern desaprovechada. En fin, una experiencia horrible. Para borrarla, les recomiendo ir al ver Volver al futuro en los cines, que gracias a la gente del sitio cinesargentinos se reestrena en el país a pesar de que la distribuidora había decidido no hacerlo. Sí, le dieron muy pocos horarios a la película (sobre las razones de esto lean www.cinesargentinos.com.ar). Ojalá se llenen las funciones de la querida película de Robert Zemeckis –una demostración de gran cine de gran recaudación– y se vacíen las de los Fockers. Fuck the Fockers.
Por un momento creí que podría pasarla bien con Los pequeños Fockers. Error. Grave error. Ya con la franquicia instalada y consolidada para los espectadores, recurrir a una nueva entrega poniendo en foco a los hijos, no parecía una mala idea. En los papeles podía funcionar: un gran elenco, uno de los directores de Un gran chico detrás, y dos entregas previsibles pero no abominables como precedente. Sin embargo, no. No hay nada, pero absolutamente nada que la rescate del oprobio. El cúmulo de calificativos negativos a la hora de resumir “qué tal está Los pequeños Fockers” es abrumador. Apenas algunos: de pequeños Fockers tiene poco y nada porque los chicos son apenas más que accesorios como lo pueden ser el pavo, el gato o Jessica Alba, es decir, ni siquiera se le da un giro a la trama habitual, pero se plantea la idea de que podría ofrecer algo diferente, puro marketing caza bobos. Nuevamente el centro son el yerno y su suegro en una batalla ridícula, torpe, insípida y nada creativa sobre el supuesto “control” de la familia, una idiotez supina. Se siguen haciendo los mismos chistes que se hacían en las anteriores películas acerca del apellido, del nombre, del sexo. Plantea situaciones inverosímiles hasta para su propio universo. Escena tras escena se suceden sin siquiera una lógica interna. Los actores están en piloto automático, cuando no con un notorio desgano. La referencia a El padrino es insultante y repetida hasta el hartazgo. La de Tiburón mejor ni la describo. Los pequeños Fockers no divierte. No entretiene. No propone una idea detrás de los planos pegados con cinta scotch. Nada. La nada misma. Una soberana e insuperable porquería.
La Receta light. Tercera parte de la saga de “La familia de mi novia”. Que nos llega casi 7 años después que su antecesora. Nuevamente protagonizada por Ben Stiller como Gay “Greg” Focker y Robert de Niro como Jack Byrnes. Acompañados de Teri Polo (Pam Focker), Owen Wilson (Kevin Rawley), Dustin Hoffman (Bernie Focker), Barbara Streisand (Roz Focker) y la incorporación de Jessica Alba como Andi Garcia. En esta oportunidad, Jack que ya se siente algo viejo y debilitado busca al sucesor en su cargo de patriarca familiar y ya que su hija mayor de ha divorciado, solo queda un candidato al cargo, que es nada mas y nada menos que Greg Focker. Así empezarán nuevamente las mil y una demostraciones por parte de Greg para intentar convencer a su suegro de que está preparado para el cargo. Pero como siempre tendrá que luchar contra sus propias limitaciones y contra su familia para conseguir este objetivo, a lo que se sumará el duro trabajo de ser padre. Y no faltarán las intromisiones de Kevin con su vida “bohemia”, Bernie intentando aprender a bailar flamenco. Roz con su programa de Tv sobre sexo y toda la belleza y desfachatez de “Andi“ Pero el centro siempre será el conflicto de Jack y Greg y la eterna lucha del yerno por terminar de encajar en el ideal familiar de su suegro. El título es solo una excusa para la tercera parte, la verdad que los niños tienen poca participación. Con algunos momentos de buen humor, aunque no llega a la hilaridad de las anteriores, en una opción aceptable para ir a entretenerse al cine.
PEPSI Y COCA La tercera es la vencida; no estaría mal que el dicho popular se cumpla en esta ocasión para describir el destino de la familia Focker. Robert De Niro, Barbra Streisand, Harvey Keitel, Ben Stiller, Owen Wilson. Esto es Hollywood y, si se trata de divisar un tema preferencial en la fábrica de sueños, no hay duda de que la gran familia americana es el tema por antonomasia. Naturalmente, los Fockers no son cualquier familia. Constituyen una suerte de utopía doméstica en donde se encuentran esas dos líneas que definen la vida política estadounidense. Nacer en una familia republicana no es lo mismo que nacer en una familia demócrata. Por eso, la segunda instalación de este producto funcionaba como una alegoría del mapa electoral del país. Tras los ecos del 2001, la nación estaba dividida en dos: rojos y azules casi por igual, paranoicos nacionalistas y liberales narcisistas, los partisanos de la seguridad y los amantes de la libertad. O en términos de Paul Weitz: los Byrnes y los Fockers. Unos años más tarde, en tiempos de Obama, Los pequeños Fockers, más paródica que cómica, ancla su relato y sus conflictos en un universo ahistórico y apolítico. En todo caso, Weitz ahora ha elegido la política doméstica y una explotación del estereotipo psicológico. El humor se predica, como en la mayoría de las comedias de y con Ben Stiller, de la resistencia del astro a la humillación. El motor narrativo es doble: ¿quién será el nuevo padrino de los Byrnes, ahora que el otro yerno ha resultado ser un adúltero? Greg es el posible heredero, el patriarca del porvenir, pero su candidatura, auspiciada por Jack, durará hasta que el suegro sospeche de su elegido. La fidelidad es un valor supremo en las comedias de Weitz, y ésta no es la excepción. Una promotora empresarial de un símil del Viagra apto para cardíacos le traerá problemas a Greg, ahora director general de enfermeros. La escatología, la erección como tema humorístico, la propensión paranoica del milico y el narcisismo New Age de los Fockers son los vectores de esta comedia mecánica, forzada a repetir un pasado supuestamente glorioso que retorna para la carcajada de los fieles. Sin duda, lo mejor del film es la parodia de la educación de niños prodigio (y ricos). En Estados Unidos, aparentemente, la educación pública también está bajo sospecha. Más ligada al universo de las sitcom que a la comedia clásica norteamericana, Los pequeños Fockers carece de timing y audacia política. La dicotomía Fockers versus Byrnes reproduce un espectro político en el que las diferencias entre un conservador y un liberal resultan mínimas. Allí radica, paradójicamente, su mediocridad festiva y su inesperada virtud involuntaria. Es que Los pequeños Fockers confirma una hipótesis: ser demócrata o republicano es casi lo mismo, como si se tratara de elegir entra la Pepsi o la Coca. Por eso es preferible “reír de las cosas que nos hacen humanos”, un postulado universal que maquilla las falencias de una cultura y afecta oblicuamente una tradición, la de la comedia norteamericana, cuya veta libertaria y anárquica queda reducida a un asunto de familia.
Que las comedias tengan secuelas no es una novedad, pero está claro que no es lo más habitual, ya que en este género es muy difícil lograr repetir el encanto original y volver a sorprender con el humor. Sin embargo, Los pequeños Fockers (Little Fockers en el original) posee una premisa básica muy fuerte a la que le es fiel hasta las últimas consecuencias. La película es la tercera parte de una serie que comenzó en el año 2000 con La familia de mi novia y que continuó en 2004 con La familia de mi esposo. El protagonista, Greg Focker (Ben Stiller), sigue sintiéndose presionado por su suegro, Jack Byrnes (Robert De Niro), en esta ocasión por dos motivos: la educación de sus hijos y la posibilidad de transformarse en el patriarca de la familia. A su vez asoma el fantasma de la infidelidad, lo que agrega otro ingrediente a la historia. El personaje protagónico siempre es obligado a rendir examen frente a los demás y también intenta no decepcionar. En ese aspecto no es raro que los films hayan tenido éxito, ya que –no tan exageradamente, claro– esta es una angustia que las personas solemos tener en común. Las tres películas que conforman esta serie tienen un mismo tono para la comedia: por un lado apuestan a un humor de grueso calibre y, por el otro, a cierto sentimentalismo, que era muy claro sobre todo en la primera parte. En la segunda, el personaje de De Niro cobraba más importancia y complejidad. Y en la tercera entrega, la historia se sostiene con el mayor ritmo posible sin llegar a explotar prácticamente nada. Los actores vuelven a estar graciosos y, como homenaje al público que ha seguido estas historias, esta tercera parte le agrega una cuota de citas de cine que van desde Contacto en Francia a Tiburón, pasando por homenajes a El Padrino y a Scorsese, al unir, aunque sea brevemente, a De Niro con Harvey Keitel. Porque si finalmente Los pequeños Fockers se da un lujo, es el de tener no sólo a los tres mencionados, sino también a Dustin Hoffman, Barbra Streisand, Owen Wilson (en un papel de mucha mayor importancia que en las anteriores), Jessica Alba y Laura Dern. Con semejante elenco es difícil hacer las cosas mal y aunque la película no vuela alto, al menos se convierte en un rato agradable y ligero que cumple con las simples premisas que se propone. En el mejor de los casos, servirá para exorcizar algunos fantasmas familiares mediante el siempre efectivo recurso de la risa.
Tercer capítulo de una saga que conquistó al público con los permanentes conflictos de un joven paramédico y su suegro ultraconservador. Desde la primera vez que tomó contacto con los padres de su novia, Greg Focker (B. Stiller), educado en un hogar muy liberal (sus papás fueron hippies en los `60), supo que iba a tener problemas. El principal se llama Jack Byrnes (R. De Niro). Ex agente de la CIA, pretende ordenarle la vida a Greg según sus códigos inalterables. En esta aventura, el joven matrimonio Focker ha tenido mellizos y los chicos cumplen un año. Hora de que las dos familias se reúnan para festejarlo; y Greg será puesto una vez más a prueba por su implacable suegro. Pretende convertirlo en un jefe familiar a la vieja usanza. Felizmente, arriba a la celebración la parentela del muchacho y un antiguo novio de ella para equilibrar los tantos. Como de costumbre, hay enredos y malentendidos a granel, pero la gracia luce un tanto más moderada que en los dos films anteriores.