Asesinatos a distancia. A esta altura del partido resulta imposible negar que la extraordinaria Vivir al Límite (The Hurt Locker, 2008) marcó a fuego a gran parte de las películas bélicas posteriores, ya sea que consideremos la perspectiva elegida para analizar las invasiones imperialistas de nuestros días (hablamos de un relativismo ideológico que señala continuamente las múltiples paradojas del caso) o el tópico/ entonación principal (de a poco se fue dando un proceso en el que la heroicidad de antaño dio paso a un magma cinematográfico dominado por la monotonía del flujo laboral de unos soldados símil administrativos). Una y otra vez estas “guerras” ponen en primer plano la doble moral del burócrata que se sabe homicida. Por suerte en Máxima Precisión (Good Kill, 2014), el realizador y guionista Andrew Niccol toma como base la obra de Kathryn Bigelow y nos devuelve aquella claridad discursiva de sus mejores opus, Gattaca (1997) y El Señor de la Guerra (Lord of War, 2005), ofreciendo otro retrato interesante de los recovecos más sucios de la sociedad actual. El neozelandés sigue obsesionado con un planteo formal basado en alegorías y restricciones autoimpuestas, las cuales en esta coyuntura vuelven a estar direccionadas hacia el análisis del militarismo estadounidense. Hoy es el Mayor Thomas Egan (Ethan Hawke), un piloto de drones, el encargado de asesinar a distancia y someterse a los tristes caprichos de las cúpulas de turno. De hecho, el cineasta contrasta todo el tiempo la uniformidad y el enorme aburrimiento que sienten los responsables de controlar las naves, en sus tareas cotidianas de vigilancia o bombardeo, con los “sentimientos encontrados” en torno a la generosa cantidad de civiles que dejan tendidos en el suelo bajo el concepto de “daño colateral”. Niccol utiliza con perspicacia el andamiaje del drama de crisis existencial para escapar a cualquier imposición vinculada al thriller de acción clásico, alternando el centro de mando (en esencia containers localizados en las cercanías de Las Vegas) y la vida familiar de Egan (su alcoholismo, fatiga y temple autista conforman la contracara de una esposa cariñosa y un hogar modelo). Aquí los dardos más ponzoñosos van dirigidos a la falta de escrúpulos de la CIA, la entidad que a comienzos de esta década pasó a suministrar los blancos y monopolizar las decisiones finales en materia de “ataques preventivos” en todo Medio Oriente y regiones varias de Asia y África, aun luego del impacto de los misiles: desde ya que los eufemismos esconden masacres cobardes durante la recolección de los cadáveres o el entierro de los mismos, sin el más mínimo apego a la ética o a la legislación internacional. Si bien el film a veces peca de ombliguista y amenaza con perderse en el limbo psicológico del protagonista, Niccol logra rescatarlo rápidamente y así edifica un alegato sutil en favor de la dignidad humana…
Desiertos yuxtapuestos. La moral bélica necesita de una contraparte progresista que la critique, así funciona el complejo inconsciente colectivo norteamericano. A través de la dialéctica, vemos tanto las críticas como la defensa de una cultura que se apuntala en su guerra permanente. En Máxima Precisión (Good Kill, 2014) esta premisa se actualiza en el desierto de Nevada. Allí, un grupo de oficiales de la Fuerza Aérea Norteamericana maneja remotamente drones que atacan posiciones en distintos lugares del mundo para “defender” la democracia y los intereses de Estados Unidos. El Mayor Thomas Egan controla estas naves desde la seguridad de su cabina y anhela la adrenalina de pilotear un avión real y volver a sentir el miedo de estar surcando los cielos. Su insatisfacción con su trabajo lo lleva hacia el abuso de las bebidas alcohólicas y a una ensoñación constante, incluso estando presente con su familia. La situación empeora cuando la Agencia Central de Inteligencia se involucra en las misiones y solicita la eliminación de varios presuntos terroristas sin medir los daños colaterales. La película de Andrew Niccol, director de Gattaca (1997) y El Precio del Mañana (In Time, 2011), trabaja todos los pruritos progresistas sobre la guerra para crear una obra despareja situada cerca de Las Vegas, una ciudad que funciona como bastión paradigmático de la sociedad de consumo norteamericana. En la cabina, la copiloto defiende una posición progresista mientras que los otros dos pilotos sostienen la defensa de los ataques preventivos y de la política pro belicista. La contradicción más grande se produce cuando el equipo, en una de sus misiones de vigilancia, presencia una violación y no puede hacer nada al respecto. Máxima Precisión plantea de esta manera la responsabilidad moral en contraposición a la rigidez marcial del ejército y la necesidad de acatar las órdenes. Mientras que aparentemente el imperturbable Egan se desmorona psíquicamente en el desierto de Nevada, los ciudadanos de Afganistán, Yemen y el resto de los países de Oriente Medio que parecen amenazar la seguridad de Estados Unidos sufren la vigilancia de los drones y las bombas que pueden caer en cualquier momento. Sin demasiado vuelo, la película no logra escaparle a los lugares comunes ni a los golpes bajos poco eficaces para representar una historia sobre los traumas post bélicos y las decisiones morales en tiempos de guerra, que falla a la hora de generar una visión novedosa o al menos interesante. Las buenas actuaciones levantan bastante el relato pero la elección de un guión demasiado moralista -que ni siquiera llega hasta las últimas consecuencias de sus propias proposiciones y juicios de valor- se pierde en los desiertos yuxtapuestos que se yerguen baldíos de una síntesis.
Maxima precision es un film bélico sumamente interesante que muestra un lado de las guerras modernas muy poco conocido por la mayoría, pero obviamente, con el toque Hollywoodense. Si bien es previsible el desenlace, el desarrollo es intenso y jugoso aunque nunca se despega de su premisa ni la profundiza demasiado...
Tan lejos, tan cerca La premisa de la película es interesante: un piloto de la fuerza aérea norteamericana lucha en la “guerra contra el terror” pero no en Afganistán sino desde Las Vegas, en un búnker, sentado en una computadora desde la cuál pilotea un drone con el que lanza misiles al enemigo como si se tratara de un videojuego. Esta cuestión de matar sin poner el cuerpo le trae diversos problemas éticos y morales al hombre, interpretado por Ethan Hawke. Máxima precisión (Good kill, 2014) plantea el dilema ético/moral que provoca en el protagonista el acto de matar a distancia y desde un lugar de omnipresencia. Situación que le trae diversos problemas con su familia y con el alcohol. La situación se agrava cuando queda bajo el mando de la CIA, que le envía la orden de exterminar civiles. El film dirigido y escrito por Andrew Niccol puede pensarse desde la construcción de los espacios. A saber: está el espacio virtual donde se vislumbra la guerra contra los talibanes mediante una pantalla -desde la visión de poder y superioridad que otorga la toma aérea-, está la ciudad de Las Vegas, ciudad ficticia en medio del desierto, llena de luces y glamour que esconde el búnker desde donde se invade a otro país. En ese punto el búnker, la casa en los suburbios y la carretera (que une uno y otro espacio), actúan de manera particular. El punto de vista del protagonista determina el dedo que señala, que juzga sobre aquello que observa a diario desde el drone. Situación que le genera un conflicto de poder e impotencia en su accionar. El hombre es piloto pero no se sube a un avión, es verdugo pero no ejecuta bajo su responsabilidad, es padre de familia en su hogar pero no logra establecer su rol, está en el desierto de Las Vegas pero sus días transcurren en otro desierto, el de la virtual -para él- Afganistán. Cuestión que le proporciona un gran conflicto de identidad personal que se traspone al papel de los Estados Unidos en la comentada guerra. Máxima precisión es una película más de entre las tantas que asume responsabilidades y cuestiona el accionar de los Estados Unidos en la denominada “guerra del terror”. Claro que dicho rol nunca se pone en crisis, sino simplemente la manera de ejercerlo. Nunca dejan de ser los salvadores del mundo, la escena final que no adelantaremos aquí, lo confirma. Sin embargo y en cuanto a la puesta en crisis de sus metodologías, es óptimo y hasta necesario que estos planteos se pongan en imágenes.
Durísimo drama que oscila entre lo bélico y lo político Las guerras cambian y por ende también cambian las películas de guerra. Sólo que si no estuviera basado en una historia real, este drama bélico directamente parecería una película de ciencia ficción. Justamente, el director y guionista Andre Niccol (conocido principalmente por ser el guionista de "The Truman Show") hizo películas de ciencia ficción como "Gattaca" y también enfocó el lado más oscuro del tráfico internacional de armas en "El señor de la guerra". Ethan Hawke es un ex piloto de combate que abandonó los aviones caza y ahora -corre el año 2010- sólo pilotea drones. Los drones despegan en Afganistán, o en Yemen, y ubicados a unos tres mil metros de altura, enfocan blancos de supuestos talibanes o miembros de Al Qaeda, los siguen y los eliminan con misiles. Todo esto sin que el protagonista tenga que moverse de un cubículo dentro de una base militar ubicada en un desierto cerca de Las Vegas. Mientras para algunos de sus colegas la situación no podría ser mejor, dado que no sólo enfrentan al enemigo sin correr riesgo alguno y ni siquiera tienen que alejarse de sus seres queridos, ya que sus mujeres e hijos los esperan en el barrio militar cercano a la base, para el mayor interpretado por Hawke la situación es extraña y por momentos aborrecible, no deja de sentirse un cobarde y extraña desesperadamente volver al combate al mando de un F16. Para colmo, las cosas empeoran cuando la Fuerza Aérea debe obedecer órdenes de la CIA, con objetivos generalmente rodeados de civiles, incluyendo niños, y con tácticas tan tremendas como volver a bombardear lo ya bombardeado eliminando a los rescatistas. Esta es una película totalmente diferente a todo lo conocido, pero ésa no es la única cualidad de este drama terrible que oscila entre lo bélico y lo político pero que, sobre todo, se centra en el daño psicológico que toda la operación le provoca al protagonista, un excelente Ethan Hawke, secundado por un sólido elenco en el que se destaca Bruce Greenwood como su oficial superior. Niccol no busca la espectacularidad sino el horror surgido de este nuevo tipo de guerra, y realmente logra estremecer con imágenes que uno querría fueran parte de un film fantástico y no de una película basada en hechos reales.
Distancias y distanciamientos En cierta forma, Máxima precisión es una película extraña a dos puntas. Por un lado, su medio tono y uso de la acción y efectos especiales la colocan a un costado de la mayoría del Hollywood actual. Por otro, ese medio tono, ese andar pausado y con diálogos en su mayoría secos, la apartan también un poco del estilo que venía marcando la filmografía de Andrew Niccol, un realizador que siempre ha querido dejar bien en claro sus capacidades como guionista, tirando toda clase de líneas sentenciosas y pretendidamente astutas cada medio minuto. Por eso no deja de ser interesante este film sobre el mayor Thomas Egan (Ethan Hawke, que ya a esta altura forma un dúo creativo con Niccol), quien supo ser piloto de avión pero ahora maneja drones con los que se la pasa bombardeando zonas de conflicto como Afganistán y Yemen… desde una casilla en una base militar en Las Vegas. Ya el trabajo cuesta cada vez -Thomas extraña ser un piloto de verdad, no le gusta un laburo donde se la pasa manejando un control de mando que es demasiado parecido a un joystick de videojuegos-, las cosas con la familia están difíciles -Thomas se conecta cada vez menos con sus hijos y su esposa Molly (January Jones)- y la llegada de una nueva compañera, Vera (Zoë Kravitz), que es demasiado consciente, cuestionadora de las cosas que hacen y, encima, atractiva, terminará de poner a Thomas al borde del colapso emocional y laboral. Donde Máxima precisión es más compleja y atrayente es cuando se dedica a observar la labor de esos militares puestos a hacer algo demasiado parecido a un videojuego, volando a gente a la distancia, sin tomar real consciencia -más allá de lo que puedan decirse a sí mismos- de que están asesinando seres humanos apretando el botón de un joystick. Allí hay que reconocerle a Niccol la habilidad para brindarle cierta tensión, nervio y pulsión cinematográfica a ese minúsculo espacio que es la lata donde cuatro tipos manejan los drones, comunicándose mediante un par de esquemáticos modismos militares. Cuando los conflictos están puestos al mínimo, casi como un telón de fondo, y lo que importa es la observación, la película no es apasionante pero constituye una mirada mínimamente original sobre el nuevo tipo de militarización estadounidense: esa donde se reducen las pérdidas propias al mínimo, pero sólo queda el ojo absolutamente distanciado para conectarse con el horror real. Claro que a medida que avanza el metraje Niccol se da cuenta que el relato está así condenado a la frialdad, y es por eso que intenta cortar esto forzando los conflictos, los discursos bienpensantes y las situaciones límite que ponen a prueba la ética y moral del protagonista -y de quienes lo rodean-, del propio cineasta y de los espectadores. Allí es cuando le sucede lo mismo que en El precio del mañana y El señor de la guerra: el que pierde las batallas éticas y morales es el director, que toma muchas decisiones cuestionables -hay una secuencia donde se crea suspenso con una supuesta muerte que roza lo abyecto-, manipula las acciones en función de su discurso y baja línea -principalmente a través de monólogos del personaje de Kravitz y del de Greenwood (quien igual está perfecto)- de manera torpe, sin la más mínima ambigüedad. El final va en esta senda: toda una serie de disposiciones facilistas, que en vez de sacudir al público, lo terminan tranquilizando. Es que el cine de Niccol es así: amaga con romper todo pero al final siempre llega a las conclusiones más simples, quedándose en las superficies de los temas que toca. Y para eso no está el cine.
Desde lejos no se ve El director Andrew Niccol nos tiene acostumbrados a escarbar en los lugares donde el ombliguismo yankee hace la vista gorda, pero también a no profundizar demasiado en la mugre y quedarse con la periferia y las intenciones bien pensantes, que a veces no alcanzan a consolidar su idea conceptual y dejan abierto un interrogante sobre su cine en particular. La guerra teledirigida es un hecho ya tomado por el cine industrial como parte de la nueva vedette, para lucir todo tipo de puesta en escena y ganar así la espectacularidad que el público requiere cada vez que consume ese producto prefabricado, que busca rescatar héroes y salvar cualquier tipo de culpa, simplemente con el esgrima de palabras que justifiquen un trabajo. Alguien tiene que hacer la tarea sucia, parece ser la filosofía y desde allí todo tipo de análisis sobre el verdadero papel de los hombres resulta por lo menos estéril. En esa complicada senda transita Máxima precisión -2014-, que toma la experiencia traumática de un piloto de aviones de guerra, a quien le llegó su peor noticia: transformarse en un burócrata y dejar de lado la acción en el teatro de operaciones. Lo de burócrata en realidad se concatena con una tarea de escritorio, que no está alejada de resolver el destino de vidas humanas, pero que apela a la matanza virtual manipulando drones mediante un joystick. Los blancos elegidos, siempre vinculados a Medio Oriente, objetivos estratégicos o sencillamente terroristas dentro de ciudades que pasan a ser el escenario de daños colaterales, siempre que se consiga aniquilar al enemigo. La distancia entre aquellos que, en un abrir y cerrar de ojos, desaparecen del monitor de Thomas Egan –Ethan Hawk- hace mella en su relación con el entorno, incluida su esposa - January Jones- y detona en su conciencia cuál es el verdadero rol dentro de una guerra absurda y mucho más aún con un enemigo invisible, mientras las evidencias de los juegos de poder circulan en cada orden recibida por parte de un superior - Bruce Greenwood-, que tampoco está convencido sobre lo que en ese espacio contenido de Las Vegas se desarrolla. Lo interesante del opus de Andrew Niccol recae en la descomposición psicológica del protagonista y en algún que otro diálogo punzante y crítico contra la política exterior del imperio norteamericano y el avance de intereses del propio Estado por dominar el negocio de la militarización con nuevos paradigmas en juego y socios que antes eran serviles para ahora transformarse en actores decisivos y poderosos a la hora de pulsar botones o enviar soldados y drones a cualquier lugar del planeta. No obstante, Máxima precisión se queda en la superficie del dilema moral, aunque debe reconocerse que no apela a los lugares comunes de todo film antibélico -o camuflado de bélico-, sino que confía en una mirada intimista y muy particular sobre las personas autómatas, que ejecutan órdenes, porque ese es su trabajo.
Los juegos de la guerra El uso de drones e imágenes satelitales permitió limitar la guerra “cuerpo a cuerpo” para transformarla en un conflicto a distancia, operado cual videogame desde una lejana oficina. Ese es el punto de partida de este valioso, provocativo y cuestionador film del director de Gattaca también protagonizado por Ethan Hawke, quien interpreta a un ex piloto de la fuerza aérea que añora el combate y se sumerge en un conflicto íntimo y moral cuando recibe las órdenes de apretar el botón y aniquilar al enemigo sin que a nadie parezca importarle demasiado los daños colaterales. “Good Kill” no es sólo el título original de la película sino también la frase que repiten los operadores cuando el misil que acaban de lanzar da en el blanco previsto y arrasa con los enemigos de turno. Pueden ser talibanes, miembros de Al-Qaeda ubicados en Afganistán, Pakistán o Yemen, pero también -si la mala suerte aparece- algún niño que cruzaba por el lugar. Las órdenes provienen desde el centro de la CIA en Langley, Virginia, pero los encargados de disparar están en unos cubículos ubicados en las afueras de Las Vegas. En uno de ellos transcurre la jornada laboral de Tom Egan (un contenido y eficaz Ethan Hawke, con algo del Tom Cruise de Top Gun, pero cada vez más parecido a Harrison Ford, como bien indicó un crítico de The New York Times). Tom es un ex piloto (las misiones tripuladas han sido reemplazadas por los drones) que ahora sólo tiene que cumplir la tarea “burocrática” de apuntar y disparar desde ese lugar ubicado a pocos kilómetros de su casa. Por la noche, después de haber matado a unos cuantos talibanes, vuelve al hogar, donde lo esperan su bella esposa Molly (January Jones) y sus dos hijos. Claro que Tom no la pasa nada bien. Angustiado por su trabajo, escindido entre el deber profesional y los cuestionamientos morales, empieza a estar cada vez más ausente... incluso cuando está presente. Y bebe. Mucho. Y añora el riesgo de volar, la adrenalina de combatir en territorio enemigo. Es que la guerra moderna se ha convertido casi en un juego de niños (es muy buena la idea de que los futuros soldados serán los jóvenes gamers actuales). Si bien hay algo ya bastante transitado en cuanto a los conflictos humanos en el frente interno (el personaje de Hawke tiene varios elementos en común con el de Bradley Cooper en Francotirador, de Clint Eastwood), el irregular director de Gattaca, Simone, El señor de la guerra, El precio del mañana y La huésped construye aquí uno de sus mejores films, una propuesta honesta e inquietante basada en hechos reales, con una solidez formal e interpretativa a la que aportan, además de Hawke y Jones, Bruce Greenwood (el jefe del equipo) y Zoë Kravitz (su indignada compañera de tareas). Cine inteligente y cuestionador. No es poco, sobre todo viniendo de las entrañas de Hollywood.
Los pilotos, en este caso en Las Vegas, que manejan los drones que matan gente en Afganistán y alrededores con una precisión implacable y una lejanía que genera terribles conflictos emocionales. Se sienten burócratas que matan gente sin reglas ni moral. Ethan Hawke se luce mostrando la destrucción de ese hombre que se siente un cobarde. Con un final para discutir, vale.
En Máxima precisión conocemos a Tommy Egan un oficial de la Fuerza Aérea encargado de dirigir los ataques con drones en la lucha contra el terrorismo. Matando diariamente gente a distancia, pronto comenzará a cuestionarse su papel en una guerra que parece no tener fin. Ethan Hawke se pone en la piel de este antihéroe que se aleja radicalmente del "sueño americano" en una película de narrativa lenta pero contundente. Contada desde un montaje intenso, el director Andrew Niccol logra que la tensión dramática del relato crezca a medida que avanza el metraje mientras nos deja apreciar una mirada crítica contra los procedimientos políticos de su país. No es la típica cinta bélica, y hasta puede resultar monótona, pero es clara, sincera y original.
Un dilema frío sobre la guerra El mayor Thomas Egan (Ethan Hawke) fue un piloto de combate y arriesgó su vida sobre territorio afgano varias veces, pero ahora, instalado con su familia, está a cargo de una terminal y un drone que jositic en mano, le da un letal poder de fuego a miles de kilómetros de distancia. El mayor Thomas Egan (Ethan Hawke) fue un piloto de combate y arriesgó su vida sobre territorio afgano varias veces, pero ahora, instalado con su familia, está a cargo de una terminal y un drone que jositic en mano, le da un letal poder de fuego a miles de kilómetros de distancia. A través de de cámaras e imágenes satelitales que identifican a los objetivos y además le dan una perspectiva de las muertes que causa y que incluso le permite cuantificar los "daños colaterales" –las víctimas inocentes que también son arrasadas por los misiles en Yemen, Afganistán, Pakistán- Egan intuye, sabe que hay algo profundamente inmoral en esas batallas sin poner el cuerpo, desde un búnker con aire acondicionado rodeado de otros militares más jóvenes , casi casi esos fanáticos de los videojuegos, gamers. que ni una vez tuvieron la experiencia del combate. Y entonces el síndrome del combatiente se traslada a su hogar, a la ausencia como esposo y como padre a pesar de que está ahí, perdido, aferrado al alcohol y ajeno a su familia, con varios puntos de contacto con el especialista Chris Kyle de El francotirador. Andrew Niccol, que como director es responsable de títulos como La huésped, El señor de la guerra y S1m0ne, entre otros, aborda el horror de la guerra desde un relato en donde la despersonalización del conflicto influye de manera bien personal en un individuo y fricciona con las órdenes que llegan desde el Pentágono o del cuartel general de la CIA, decisiones que llegan a un centro de operaciones en una no-ciudad como Las Vegas para ubicar y neutralizar objetivos, que muchas veces incluyen niños, familias y otras, rescatistas que acuden a ayudar luego de un primer impacto. La película es un íntimo y convenientemente frío retrato sobre el dilema moral y ético de un combatiente, que cuestiona no solo la problemática casi burocrática y aséptica de matar a distancia, sino que objeta la política exterior de los Estados Unidos –tal vez de manera un tanto discursiva, dejando innecesariamente en claro que la propuesta se alinea con el discurso bienpensante, que en su accionar funciona como una fábrica de odio y resentimiento en buena parte del mundo.
Un piloto top gun devenido en jugador de Play, dentro de un contenedor, pero que hace lo mismo que si estuviera sobrevolando y detonando sus armas en pleno escenario sin ser derribado y en peligro de muerte real. En dos líneas el trasfondo de "Good Kill" (título original) que es el comando que desactiva el láser de precisión luego de haber dejado un agujero en la tierra y contado las víctimas o lo que queda de ellas. Ethan Hawk interpreta a Thomas Egan, quien anhela volver a subirse a su F-16 y ver al enemigo en vivo y directo y no con intermediaciones tecnológicas. Es que es mejor estar en el campo, aunque la adrenalina nunca baje y la vida se termine allí sin volver a casa. Todo este comando a distancia está instalado en un complejo en las afueras de Las Vegas y al abandonar su turno, Egan vuelve con su esposa e hijos de los que cada vez está más lejos a pesar de volver a su hogar. Está como frizado, sin exteriorizar emociones. La cosa se complicará más aún cuando la CIA intervenga el control militar y se encomienden misiones en la que los daños colaterales en vidas humanas (mujeres o niños) no serán mitigados. El jefe de los pilotos suelta una perorata a los novatos reclutas que sentados en un reluciente hangar lo escuchan, Egan también lo escucha y cada vez se siente peor. Un nuevo equipo está en marcha con "Langley" (seudónimo para la CIA en las comunicaciones), que lo ve y lo oye todo, y ordena matar. Lo que me molestó de esta película es que el ejército tira las culpas sobre la CIA por ser tan fríos, mientras que ellos se consideran héroes por haber peleado en el frente y ahora se lamentan por hacer las cosas detrás de un escritorio donde no pueden ser tan precisos como quisieran y así salvar la vida de sus compañeros y/o de desconocidos, mujeres y niños, blancos civiles que son considerados no errores de precisión, sino una lección para cada día tener la piel y el corazón más duros. Veremos los males de los que vuelven de ese infierno en países lejanos por distancia y cultura: infidelidades, insomnio, alcoholismo, drogas, etc. Me extraña que Andrew Niccol que nos brindó aquella poderosa "El Señor de la Guerra" con Nicholas Cage, escritor de "La Terminal", "Gattaca" y el alucinante alegato de "El Show de Truman", acá se haya quedado en un filme tan chato, por momentos melodramático, con un Ethan Hawk de cartón. Peor es saber que esta basado en hechos reales; bien dicho, hechos, pues me parece que faltaron testimonios de personas reales. No quisieron hacer un documental, hubieran probado con un docudrama y todo bien. Lo único real parece ser esto de la culpa de matar a distancia y volver a casa como si se hubieran apostado las últimas monedas del sueldo en alguna máquina del strip de Las Vegas. Esta no es la manera. Si quieren paz, no hay que matar ni desde un contenedor ni desde un avión, ¿verdad?
Los señores de la guerra digital A veces el contenido es tan importante que las formas quedan en un segundo plano, apenas detalles en el camino de la transmisión del mensaje. El realizador Andrew Niccol que ya había demostrado su capacidad por entender y cuestionar el discurso dominante en films como Gattaca y El señor de la guerra, y también como guionista de la premonitoria The Truman Show, en este caso no acierta del todo. Al querer contar desde el punto de vista del piloto de combate devenido operador de drones que interpreta Ethan Hawke algo sobre las consecuencias de la guerra permanente de Estados Unidos en Medio Oriente, el relato se vuelve repetitivo y farragoso. Así, cada personaje es más una función narrativa, una posición en un debate político que criatura cinematográfica. De todos modos, el guión consigue desplegar el conflicto y Hawke acierta en su interpretación.
El drama de los drones. Un tema candente de la vida real y un gran protagonista suelen ser cartas de presentación auspiciosas en cualquier proyecto cinematográfico. Good Kill posee ambas, pero carece de todo lo demás que define a una película en su calidad. Prácticamente sin línea argumental, este drama bélico remoto norteamericano se lanza a su suerte en la pantalla grande, con la esperanza de que la mera provocación sea suficiente. Lamentablemente no lo es… Ethan Hawke no muestra lo mejor de sí en esta entrega. El resto del reparto, en cambio, probablemente muestre lo peor. January Jones y Zoe Kravitz por momentos dan vergüenza ajena frente a la cámara. Quizás no sea culpa de los actores, sino de un pésimo guión, por no llamarle inexistente. Más allá de la descripción de su contexto, que sí es sumamente interesante, no hay mucho más para contar en Good Kill. El vacío es suplido con diálogos pobres, escenas dramáticas inverosímiles y muchas explosiones a miles de kilómetros de distancia apreciadas a través de un monitor. El cine es arte, no política. Si en el trámite de contar una historia, un director logra concientizar al espectador, bienvenido sea; pero nunca puede relegarse el guión a un segundo plano en un drama. Good Kill es, en el mejor de los casos, un intento cinematográfico provocador altamente ineficaz.
Luego de colaborar juntos en Gattaca y en El Señor de la Guerra, el realizador neozelandés Andrew Niccol (La Huésped) y el actor Ethan Hawke (Boyhood: Momentos de una Vida) se reúnen para explorar los dilemas éticos actuales por el uso de drones en situaciones bélicas en el nuevo largometraje Máxima Precisión (Good Kill). Con un reparto que incluye a Zoë Kravitz (X-Men: Primera Generación) y Bruce Greenwood (Star Trek: En la Oscuridad) y January Jones (Mad Men). El escritor, productor y director Andrew Niccol viene de un fracaso artístico y comercial con su film La Huésped, pero para su nuevo trabajo tiene como protagonista a su colaborador Ethan Hawke, conocido por su versatilidad y por su participación tanto en films de género como en films independientes como Daybreakers: Vampiros del Día o Boyhood: Momentos de una Vida. Esta colaboración ha dado sus buenos frutos y en Máxima Precisión ha resultado en otro resultado positivo para la dupla. Cada generación tiene su film de guerra que refleja no sólo la tecnología de la época sino también los desafíos sociales, morales que se enfrentan por dicho conflicto bélico, En el caso de Máxima Precisión el uso de drones para matar seres humanos hace del film un producto muy atípico en lo que a drama bélico se refiere: ya no hay lucha cuerpo a cuerpo, no hay soldados con pistolas atrincherándose, las tropas ya no desembarcan en una playa en territorio enemigo, etc. Ahora los soldados se quedan en sus casas, usan un joystick para matar gente a medio mundo de distancia y ven la guerra a través de un monitor HD. Inclusive la película muestra al personaje principal sufriendo las consecuencias psicológicas del daño colateral que causa, con síntomas parecidos al Síndrome de Stress Post Traumático. El protagonista empieza a desilusionarse con su trabajo y a desconfiar de la efectividad de las misiones en las que participa (Algunas de ellas son operaciones clandestinas de dudosa moralidad comandadas por la CIA). Todo esto causa problemas en su vida familiar, el personaje comienza a alejarse de su familia y a acercarse a su compañera de trabajo. Máxima Precisión contiene demasiados diálogos, algunos de ellos muy obvios y carentes de sutileza en los puntos que quiere remarcar, pero gracias a las actuaciones del reparto, llegan a pasar desapercibidos. Otro elemento que puede llegar a ser criticable es el final de la película, debido a que es considerablemente menos oscuro y depresivo que el resto del film, pero al menos no contradice a la naturaleza del personaje de Hawke. Visualmente lograda gracias a un gran trabajo de fotografía y de cámara, el largometraje logra ser visualmente dinámico a pesar de que los personajes están la mayor parte del tiempo en oficinas, cuarteles militares, etc. La música de Christophe Beck (Ant-Man: El Hombre Hormiga) resulta más que adecuada para el tema que se trata y la dirección de Niccol es simple y precisa. El film logra ser bueno gracias a la correcta actuación de Hawke, quien se muestra emocional a pesar de interpretar a un personaje emocialmente cerrado en sí mismo, gradualmente mostrando sus distintas facetas sin traicionar a la naturaleza del personaje. Máxima Precisión encuentra al realizador Andrew Niccol volviendo a estar en forma luego de su traspié con su anterior trabajo, y a Ethan Hawke haciendo gala de su consistencia como actor. El trabajo de ambos potencia a este largometraje controversial y muy actual a los tiempos difíciles que corren.
Guerra a distancia El mundo ha cambiado, y las formas de matar no han perdido el rumbo y han evolucionado junto a él. Esa podría ser una forma de ver o de entender en una pequeña premisa el contexto de Máxima precisión (Good Kill), la nueva película de Andrew Niccol (Gattaca, Lord of War) Esta es un film un tanto curioso, no solo por su contexto ideológico y político, sino también por ser muy posiblemente la primera producción hollywoodense que dedica tanto entusiasmo a mostrar con detalles los estragos que pueden realizar los drones militares con todo el potente armamento y tecnología que los diferencia ampliamente de los de uso hogareño. En Máxima precisión se intenta mostrar de una manera sensible y cercana a lo humano, no solo en el accionar en vistas de eliminar enemigos de bandos contrarios con todo el derecho que concibe la guerra como es aceptada, sino también como esta nueva tecnología facilita los crímenes de guerra y demás actos deshonrosos en pos de evitar, en teoría, males peores para el país que los ejecuta. Si bien su director ya tiene experiencia con la temática armamentista, es cierto que se aleja un tanto de sus producciones más relevantes, tales como El precio del mañana (In Time, 2011) o Gattaca (1997), y más aún si hacemos hincapié sobre las producciones en las cual se desempeñó (excelentemente cabe decirlo) como guionista, como The Truman Show (1998) y La Terminal (The Terminal, 2004). Aun con todo esto dicho, queda más que claro que Niccol no es ningún aficionado, y aun con una corta carrera a cuestas, ha sabido demostrar un talento innato a lo largo del tiempo para mantener entretenido al público, tal como lo hace en este nuevo film. Máxima precisión se nos presenta inicialmente con un ritmo caótico, marcado sobre todo desde su montaje que roza lo poco profesional en más de una ocasión, pero aun así logra mantener la tensión de manera ordenada y atractiva al espectador. La carismática interpretación de Ethan Hawke (Boyhood, Gattaca) cumple y ayuda a que la narración se de tan fluida y atractiva como uno esperaría, dando así una toque de cualidad extra para complementar el buen guion que desarrollo Niccol para esta película. Si algún defecto se le puede encontrar a Máxima precisión es su falta de compromiso con algunos de los temas que aunque se presentan correctamente, padecen de cierta frialdad o falta de desarrollo. Y aun no siendo una de las mejores producciones de su director, no deja de lado que sea una buena opción para ver.
En Máxima precisión el director Andrew Niccol volvió a trabajar junto a Ethan Hawke con quien filmó las dos mejores películas de su filmografía, como fueron Gattaca (1997) y El señor de la guerra (2005). En los últimos años el cineasta se dedicó a realizar producciones más comerciales como El precio del mañana (2011) y The Host (2013) que no tuvieron gran repercusión en los cines. Con este proyecto incursionó en el drama militar con una propuesta interesante. La trama se centra en la tarea de los pilotos de drones que participan de combates sin tener un contacto directo con el enemigo. Una temática que no contaba con ningún antecedente en el cine. Niccol presenta un gran trabajo a la hora de describir en detalle el trabajo de los pilotos de drones, que plantea varios dilemas morales por la cantidad de vidas inocentes que genera este estilo moderno de combate. Un conflicto interno que enfrenta en la película el personaje de Ethan Hawke, quien es un piloto de aviones que se ve a obligado a matar gente por control remoto desde una oficina. Lamentablemente Máxima precisión nunca llegar a trabajar ese tema con el mismo atractivo con el que Niccol abordó el tráfico de armas en El señor de la guerra. La narración del film decae por completo cada vez que el director se aleja del conflicto principal para centrarse en una subtrama relacionadas con el matrimonio del protagonista. Un conflicto tedioso que no hace otra cosa que desperdiciar a una buena actriz como January Jones, quien interpreta a la esposa de Hawke e hizo lo que pudo con un personaje limitado. La película se luce en los aspectos técnicos y el modo en que se reconstruye los ataques de los drones, pero la historia no logra ser cautivante. En parte también por el modo en que fueron desarrollados los personajes principales. El espectador sigue de cerca la rutina de la vida laboral del rol de Ethan Hawke pero nunca se llega a conocer a fondo al soldado que interpreta. Por consiguiente, no se establece una conexión emocional con el protagonista y la película termina siendo un concepto interesante cuyo potencial nunca termina de ser explotado. Máxima precisión no es para nada una mala producción de Andrew Niccol, pero al igual que sus últimos trabajos tampoco quedará en el recuerdo como lo más destacado de su carrera.
Llega a la cartelera este retrasado estreno cuya premisa es plantear los conflictos de un piloto de combate de la era moderna. ¿Qué quiere decir esto? La respuesta se encuentra en el debate y análisis que propone el film sobre una realidad muy comentada en los últimos 10 años sobre el uso de los drones por parte de la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Esta tecnología les permite hacer disparos de precisión (y grandes matanzas) sin la necesidad de que un ser humano pilotee de forma presencial sino a mucha distancia y a control remoto cual video juego. La película (basada en hechos reales) nos cuenta la historia del Mayor Thomas Egan, quien vive una especia de doble vida ya que va todos los días conduciendo a su trabajo en una base militar, se mete en un bunker, comanda un drone y mata mucha gente, para luego regresar a su casa con su familia. La premisa es muy interesante dado a que plantea como este tipo que ha siso piloto de la vieja escuela prefiere esos combates y regresar a los mismos, mientras en paralelo muestra como la guerra lo afecta mucho a nivel personal y familiar aunque no se encuentre en la zona de combate. Ethan Hawke hace un gran papel, tal vez uno de sus mejores laburos porque podemos ver una faceta de él poco explorada. Si bien hay mucho diálogo y su personaje habla bastante de lo que le pasa, son sus miradas las que dicen todo y da mucho gusto ver una labor actoral así. El resto del elenco está bien pero sus personajes no poseen mucho desarrollo por lo cual son opacados con facilidad por Hawke. Máxima precisión, cuyo título original “A good kill” (una buena matanza) es un mote que se repite bastante en la cinta, funcionaría mucho mejor como punto de partida para explicar el escenario planteado por el director Andrew Niccol. Esta es su mejor película desde El señor de la guerra (2005) dado a que sus últimos dos films fueron bastante impersonales y marketineros. Aquí genera tensión en pocos planos observando lo que los protagonistas ven en un monitor. Así de simple. Y muy efectivo. Si bien Máxima precisión no trascenderá como una obra fundamental del cine, es una muy buena opción para ver, muy entretenida y original. Una especia de lavado de cara a las películas bélicas.
La precisión de la historia Dentro del conjunto de películas acerca de la lucha contra el terrorismo, cada vez más complejas, ‘Máxima precisión’ es menor pero inteligente. El título en inglés de Máxima precisión es Good Kill. La traducción puede parecer sencilla (“Buen asesinato”) pero no refleja lo que significa realmente: “good kill” es lo que murmura Thomas Egan (Ethan Hawke) cada vez que logra matar a un objetivo en su pantalla, como si de un videojuego se tratara. Pero no es un videojuego, aunque lo parezca: Egan pilotea drones que matan seres humanos de verdad a 7 mil millas de su hogar confortable en Las Vegas. Un poco a la manera de Francotirador, la película de Clint Eastwood, pero llevado al extremo: Egan no mata, como Chris Kyle, a una distancia de metros; está en la otra punta del planeta y sus víctimas son casi irreales. Pero también Andrew Niccol, el director, parece más obsesionado que Eastwood en subrayar las contradicciones morales de su héroe, y también introduce una capa de sentido acerca del progreso tecnológico y sus consecuencias, que sin dudas es su marca en el orillo. Recordemos: Niccol fue el guionista de The Truman Show, su película debut fue Gattaca y también dirigió El señor de la guerra. Un mundo cuyos avances tecnológicos generan nuevos conflictos morales que no terminamos de saldar. Y Máxima precisión es un poco una síntesis de esas tres películas y quizás la más redonda y apasionante de Niccol. Se extraña, eso sí, la potencia que podría haber tenido si además de apuntar a la angustia de Egan hubiera puesto sus fichas también en la tensión del combate. Es cierto que, por la naturaleza de su trabajo -en resumen: por no estar físicamente en el teatro de operaciones- la tensión posible se reduce bastante, pero esto es cine y el montaje puede hacer milagros. Hay algo de Vivir al límite y La noche más oscura -las últimas dos de Kathryn Bigelow- pero no les llega a los talones en cuanto a puesta en escena. Máxima precisión es más que nada una película de guión, terreno en el que evidentemente Niccol se siente más cómodo. Hay algunos hallazgos de puesta, pero lo fascinante es la historia, los personajes -en particular el de Zoë Kravitz, la pilota compañera de Egan, más rebelde que él- y la relación de Egan con su familia, a la que intenta mantener al margen de su trabajo pero que, previsiblemente, termina por sufrir las consecuencias. (Algo de Francotirador también hay acá, pero es todo menos sutil, más claro.) Si bien estamos en la “era de ISIS”, hace tiempo que en el cine y en la TV norteamericanos el tratamiento de la “guerra al terror” se ha complejizado. Además de todas las películas ya mencionadas, está la serie Homeland, y podemos recordar Samarra -como se conoció acá Redacted, la de Brian De Palma-, que en conjunto forman un “corpus” extraordinario que seguro algún estudiante ha tomado para alguna tesis. Dentro de ese panorama, Máxima precisión es una película menor pero inteligente, original y consciente de sus limitaciones y de sus virtudes.
Sin importar lo agotado que está el tema, las películas sobre la guerra entre Estados Unidos y organizaciones terrorista ubicadas en Afganistán, Pakistán o Yemen, no dejan de estrenarse, pero siempre con algo diferente por ofrecer. Máxima precisión (Good Kill, 2015) es el nuevo film del director de Gattaca, Andrew Niccol y que vuelve a tener como protagonista a Ethan Hawke interpretando a Tom Egan. El título original de la película remite a la frase que repiten los operadores cuando el misil que acaban de lanzar da en el blanco previsto y arrasa con los enemigos de turno. Tom, un nostálgico ex-piloto, trabaja en el centro de la CIA en Langley, Virginia, y su trabajo consiste en disparar estos misiles desde unos cubículos ubicados en las afueras de Las Vegas. La jornada laboral del protagonista comienza a molestarle de manera acentuada. Comienza a replantearse su trabajo y a sentirse disconforme con su presente. De este modo, su estado afecta la rutinaria vida que posee con su familia, y sobre todo con su mujer, la hermosa Molly (January Jones). Una película correcta que por momentos pesa lo estructurado y silencioso de la narración. El director intenta reflejar la psiquis del personaje y lo logra a costa del ritmo narrativo. Sin dudas es uno de los mejores films de Niccol; Simone, El señor de la guerra, El precio del mañana y La huésped e completan su irregular carrera de este realizador. No está nada mal la interpretación de Ethan Hawke. Después de haber volado tres mil horas en un F-16, de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, el Major Tommy Egan está comprometido con su nueva tarde de combatir las fuerzas hostiles. Exhibiendo su destreza en los controles, el empuje de sus pies y la frialdad para ejecutar su trabajo, se podría decir que Hawke está en racha y “Good Kill” es un nuevo buen desempeño a su carrera. Bruce Greenwood, como el Coronel Jack Johns y Zoë Kravitz, su indignada co-equiper, se mueven todo el tiempo como iniciadores de situación para que el personaje de Hawke tome la posta. Desde un lado y el otro, desde el deber de ejercer el trabajo encomendado sin cuestionamientos por el lado del Coronel, hasta el de cuestionar por qué y hasta cuándo, proveniente desde los reclamos de su compañera. Todo sucede en una misma cabina donde el silencio es casi ensordecedor. Un film que no es malo, pero tiene sus deficiencias. Honesto, provocador y comprometido que se sostiene en la buena madera de Hawke para estos papeles donde el interior del personaje suele ser lo más perturbador e inestable.
"Máxima Precisión" suponía, luego de ver el trailer, ser una gran peli más que interesante, pero conmigo no funcionó de esa forma. Ethan Hawke y January Jones (Betty Draper de Mad Men) son lejos, lo mejor de la historia. Las escenas que comparten son deliciosas y de profunda carga emocional. El guión se cae en varios momentos y se torna un poco denso. La idea de mostrar los ataques con drones se queda un poco en el camino y hasta hace que todo se vuelva aburrido y tedioso. Si hay que sacar algo en positivo, es que mucha gente no sabe como se opera en esta nueva guerra "moderna" y es una buena oportunidad para entender como está el mundo hoy. Una peli un tanto desbalanceada pero con un elenco que la salva.
Una versión boba de “El francotirador” Máxima precisión puede ser entendida como una versión boba de El francotirador. Ambas fueron producidas en paralelo y estrenadas en los Estados Unidos con apenas algunos meses de diferencia y en los dos casos la situación en Medio Oriente (para usar la terminología occidental al uso) es vista a través de la mirada algo alejada de un soldado norteamericano, un preciso sniper en el caso del último y polémico largometraje de Clint Eastwood, y un piloto experto en el uso de drones militares cargados de explosivos en el film de Andrew Niccol. Pero si en el primero de esos relatos el viejo zorro de Clint se las arreglaba para ofrecer puntos contradictorios y más de una zona ambigua, un derrotismo disfrazado de falsa euforia, en Máxima precisión todo termina desembocando en una tibia defensa del uso de los misiles teledirigidos, aplacando gradualmente cualquier dolor por los daños colaterales, sean estos las vidas de ciudadanos inocentes en “tierras lejanas” o la propia psiquis y vida cotidiana del militar involucrado.El punto de partida resulta interesante: bien lejos de la idea del cine bélico en su acepción más física, el nuevo rol del mayor Egan (Ethan Hawke, taciturno y con look Ray Ban) consiste en disparar sobre blancos en Irak o Afganistán desde una cabina cómodamente acondicionada en el desierto de Las Vegas. La imagen de esos cubículos con sus joysticks y tableros hace pensar en las viejas salas de videojuegos, cada uno de los militares al mando haciendo las veces de excelsos jugadores. Luego del rutinario día de trabajo y los cadáveres apilados ahí en la pantalla, el regreso a casa y una falsa idea de normalidad. El tono elegido por Niccol –director de Gattaca y El señor de la guerra y guionista de The Truman Show, entre otros pergaminos– es de baja intensidad, más cerca del estudio psicológico que del thriller. Durante sus primeros 20 o 30 minutos Good Kill (el título original, algo así como “buena matanza”, resulta mucho más brutal) puede hacerle suponer al espectador que la película irá algo o bastante lejos en su búsqueda de las contradicciones y horrores de las híper tecnologizadas guerras modernas. En particular luego de que la CIA, con sus órdenes anónimas e inmateriales, meta la cola. Pero no.Como si le tuviera miedo a la idea del relato como disección (a veces lo gélido tiene la virtud de ser preciso), rápidamente el guión introduce personajes y conceptos diseñados para bajar línea y plantear conflictos de sencilla comprensión. La joven y sexy novata que hace las veces de objetora de conciencia testimonial como contrapunto al ciego belicismo imperante, el alcoholismo de manual que parece dominar cada vez más a Egan –consecuencia de sus conflictos internos pero también de su deseos de... volver a volar–, los problemas familiares que comienzan a horadar la relación con su mujer e hijos. Al respecto, resulta notable lo poco desarrollado que está el personaje de su esposa (la rubia January Jones), casi un muñeco a resorte que reacciona previsiblemente ante cada acción de su pareja. La subtrama de un violador afgano toma cada vez mayor relevancia y terminará justificando narrativamente los males internos, monumento a la más ridícula de las expiaciones y catarsis simbólica de una película que se mete en un berenjenal ideológico del cual no puede (¿ni quiere?) salir.
Pantalla del mundo nuevo Poco conocido por el gran público, el neozelandés Andrew Niccol es una de las personas más interesantes del cine de Hollywood. A mediados de los noventa, tras formarse en la industria publicitaria de Londres, presentó a un productor de la Paramount un guión acerca de un tipo al que le inventan una vida y que es registrado desde su nacimiento por las cámaras de un canal de televisión. El film se llamó The Truman Show, pero la multinacional –insegura con Niccol debido a su escaso oficio como director– prefirió dársela a su vecino, el experimentado australiano Peter Weir. En el ínterin, el neozelandés hizo su debut con Gattaca (1997), otra utopía, en este caso sobre la manipulación genética en un mundo totalitario, que se instaló en el canon de la mejor sci-fi de la década. Mientras que en 2002, con Simone, Niccol se adelantó a los trucos de computadora e inventó el caso de una actriz que abandona el rodaje y es reemplazada por una convincente recreación digital. Y ahora con Máxima precisión, su sexto largo, se mete en la guerra teledirigida de drones norteamericanos en Medio Oriente. No es ciencia ficción, pero se le parece mucho. El mayor Thomas Egan (Ethan Hawke) es relevado de sus misiones como piloto para integrar un selecto equipo que bombardea Afganistán desde la seguridad de una oficina a metros de su casa. Para sus vecinos y sobre todo para su mujer, Molly (January Jones), defender los intereses de su país a control remoto parece la ecuación perfecta. Pero Thomas no opina lo mismo. No sólo extraña la adrenalina de volar sino que al asesinato quirúrgico lo siente amoral, externo a la lógica del combate. Defraudado por los nuevos tiempos, su depresión empeora cuando ve que entre la joven camada no arriban soldados. Los reclutas son expertos gamers: la guerra se convirtió en un juego a distancia. Vale entonces lo que dijo Niccol, tras estrenarse la película, respecto de que Máxima… nació de su percepción de que los Estados Unidos empezaron a percatarse del mundo, conscientes ahora de que el mundo los critica. Y su crítica es como el “subject” de su película, igual de quirúrgica.
El film, desde un comienzo nos indica que se encuentra basada “en hechos reales”. Una historia diferente con varios elementos interesantes, una fuerte crítica al sistema de los drones y para analizar desde el punto de vista político. Resulta cruda y fuerte, su título original es “Good kill” -“Buena matanza” (hubiese sido el título más apropiado). Una acertada interpretación del versátil actor Ethan Hawke quien va transmitiendo a la perfección sus distintos estados de ánimo y logra muy bien los climas. Bien actuada por el elenco secundario: January Jones, Bruce Greenwood y Zoë Kravitz. Con cierta similitud al film “Francotirador”, de Clint Eastwood.
Las guerras de hoy y las culpas de siempre Hay películas que interesan porque abordan un tema nuevo y aportan conocimiento. Más allá de los méritos cinematográficos, que los tiene, este es un film que interesa. Reflexiona sobre la locura de la guerra, sobre las dudas morales de los soldados y hasta cuestiona a su país: insinúa que Estados Unidos con sus ataques puede estar fabricando más terroristas. Por todo eso el film nunca pierde interés. Por lo que deja ver y por lo que invita a pensar. El mayor Tom Egan (Ethan Hawke) es un ex piloto de guerra. Los ataques tripulados han sido reemplazados por drones. Tom ayudado por el satélite ahora sólo tiene que cumplir la tarea “oficinesca” de apuntar y disparar sus misiles desde un lugar ubicado a pocos kilómetros de su casa, en las afueras de Las Vegas. Por la noche, vuelve al hogar, donde lo esperan su linda esposa y sus dos hijos. Los operativos son comandados desde la CIA. A veces se eliminan focos peligrosos pero a veces se mata por las dudas. Pueden ser talibanes, miembros de Al-Qaeda ubicados en Afganistán, Pakistán o Yemen, pero también sin querer pueden caer inocentes. Las guerras nunca seleccionan. Pero Tom se hace preguntas y reproches. Matar de lejos sin arriesgar el pellejo le resulta inmoral. El tipo extraña la adrenalina de su avión de guerra. Y esa locura se expresa en su hogar. La despersonalización de los combates de hoy, que se juegan como si fuera una play station, dejan sus rastros en el alma devastada de este soldado confundido. Tom es un ausente, en la guerra y en su casa. Su vida está en otra parte. También dirige a distancia sus afectos, tan amenazados, pero allí no hay misiles que despejan el terreno. Las añoranzas y culpas no le dan tregua. ¿Qué hacer? Un film valiente, inquietante, provocador.
Otro realizador del que uno no sabe bien qué pensar: Andrew Niccol. Responsable de un clásico menor como Gattacca, sus películas giran alrededor de guiones siempre ingeniosos donde un elemento extraño nos obliga a sentir que el mundo es totalmente inestable. Su problema suele ser la rémora didáctica, explicar de más, tratar de predicar alguna verdad política o social que lastra el relato. Aquí narra la historia de un piloto de drones (Ethan Hawke) que, seguro desde un comando en Las Vegas, se dedica a bombardear a control remoto al Talibán. A quién bombardee es lo de menos: aquí el relato pasa por la relación entre la tecnología y la moral, y el campo de batalla, la conciencia del protagonista. Aunque Niccol no deja de lado sus taras habituales, tiene un actor que comprende a la perfección a su criatura, y provee al film de uns profundidad moral menos literal de lo que el director habría querido. Es decir, no nos toman como nenes de escuela sino como adultos, y eso otorga al film un espesor poco habitual.
La muerte a un solo un click de distancia. Los drones y la contradicción de la tecnología al servicio de la guerra. La llamada del deber La psíquis del soldado americano ha sido ampliamente explorada en el cine moderno. Películas como The Hurt Locker o la muy reciente American Sniper son ejemplos que han profundizado en esta temática siempre tomando como contexto el mundo post 11/9/2001. Máxima Precisión continúa esta línea de largometrajes pero con la particularidad de nunca adentrarse en el campo de batalla. El último film de Andrew Niccol – guionista de Truman Show y director de Gattaca – narra la historia de Thomas Egan (Ethan Hawke), integrante de la fuerza aérea, cuya responsabilidad es manejar los U.A.V.s (Unmaned Aerial Vehicles), es decir, los comúnmente denominados Drones. Armas de destrucción controladas a distancia por un software emparentado con la lógica gamer. La vida del “piloto” que maneja estos bombarderos inteligentes es relativamente simple: se levanta a la mañana, desayuna unos cereales junto a su esposa (January Jones), maneja su Mustang a través de Las Vegas, mata a algunos musulmanes (algunos niños si es necesario) desde una base militar y retorna a su confortable refugio suburbano para descansar. Todo muy lindo si dejamos a las víctimas inocentes de lado, algo que el personaje de Ethan Hawke no parece tomar muy a la ligera. El cuestionamiento a las políticas internacionales de Estados Unidos está muy claro en el guión; explícito en cada diálogo, en cada escena, en cada cliché. Desde la tensa operación antiterrorista donde un niño aparece súbitamente en un descampado, hasta las trilladas escenas de alcoholismo y autodestrucción con heavy metal de fondo. La culpa, la guerra injusta (si es que alguna vez una guerra fue justa), la amoralidad de las órdenes militares y la falta de comprensión humana atormentan a nuestro frágil protagonista y lo llevan por un camino de crisis cuasi existencial. Esa es la trama, y no mucho más, un panfleto bastante obvio de algunos flagelos hartamente conocidos. Todos los personajes son unidimensionales y resumidos en un montón de frases acartonadas sin ningún tipo de dimensión emocional. El coronel malhablado, la novata frágil y liberal, el marine retirado que quiere volver a ruedo; el marine derechoso que habla como cowboy y la esposa relegada a la soledad doméstica. La oportunidad de innovación en el relato es desperdiciada ya que el director se queda con la simplicidad de estos estereotipos en vez de ahondar en algunas problemáticas que apenas supo vislumbrar sobre la ficción y la tecnología en una sociedad violenta. Paradójicamente, el mayor error de este film es el mayor acierto. Niccol, cineasta que supo brindar buenas dosis de originalidad en la narrativa, aquí no encuentra los recursos necesarios para sustentar el conflicto interno de los personajes y recurre a una aliteración de secuencias que se basan en momentos de suspenso relativamente entretenidos. Es decir, la guerra como entretenimiento cinematográfico, como si fuera un videojuego de estrategia militar. Dichas escenas, principalmente compuestas por un plano picado (hecho por computadora), dos actores y una explosión (también hecha por computadora) funcionan bastante bien y son prácticas para el moderado presupuesto con el que se tuvo que manejar la producción. Entonces, lo que se supone es un crítica se convierte justamente en aquello que intenta criticar. Justamente si la vida humana no debe ser tratada como si fuera un divertimento pixelado en una pantalla, por qué vanagloriarse sobre este mismo punto. Conclusión Máxima Precisión es un film que intenta ser revulsivo sin conseguirlo en ningún momento. Un cúmulo de lugares comunes sin mayor atractivo que unas pocas escenas de tensión tan correctas como su aspiración política.
Escuchá el audio (ver link). Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli. Un espacio dedicado al cine nacional e internacional.
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Ya vimos en distintas series y en algunas películas el uso de los drones para pelear batallas sin necesidad de poner en riesgo tu vida y sin darle la posibilidad de sobrevivir al que este donde el drone vaya a caer. En “Máxima Precisión” vemos a un ex piloto que al volver de la guerra le dieron un asentamiento a él y a su familia en “Las Vegas” y su trabajo consiste en vestirse como piloto para ir a sentarse al cubículo que le corresponde a su tripulación para vigilar y terminar con futuras amenazas en el Medio Oriente. Acostumbrados al ritmo de las películas de guerra más físicas, se siente lo mismo que Thomas Egan, que la rutina aburre, que necesita más riesgos y que no puede seguir viviendo esta farsa. Igual ojo, es lo que quiere la película, que sientas el mismo agotamiento que él siente, que te indignes y que quieras hacer lo que el personaje de Ethan Hawke quiere
La guerra tecnológica "Good Kill" es la última película del irregular director Andrew Niccol, cuyo curriculum tiene algunos títulos muy buenos como "Gattaca" y "El señor de la guerra", y por otro lado otros bastante flojos como "Simone", "El precio del mañana" y "La huésped". Por suerte este nuevo trabajo se ubica más cerca de sus buenos productos, ofreciéndonos una historia distinta, que por momentos pone en vilo nuestros valores morales. El Mayor Thomas Egan (Ethan Hawke) es un ex piloto de aviones de combate que por el avance de la tecnología y los cambios en las políticas de combate de los Estados Unidos, es relegado a piloto remoto de drones apostado en el territorio de Las Vegas. Su trabajo es básicamente apuntar misiles desde un drone a blancos terroristas en oriente. De por sí es un trabajo estresante, en el que tiene que soportar cosas como ver atrocidades sin poder hacer nada al respecto si no recibe una orden directa de acción, en algunos casos asumir "daños colaterales" de gente que estaba cerca de los blancos al momento de efectuarse el disparo y por supuesto, no olvidemos el eliminar personas a través de un dispositivo remoto de control. Esto le genera al Mayor muchos problemas morales y psicológicos que lleva a su casa con su familia. La trama básicamente se enfoca en este día a día de una persona que debe activar un dispositivo para matar personas, nada más. En mi opinión es un buen drama, bien elaborado, que nos va llevando por el mismo camino sinuoso del protagonista y nos pone en los mismos dilemas. El horror de la guerra se hace presente más allá de la distancia que tiene el Mayor Egan con sus blancos y esto me parece muy bueno, muy bien logrado. La guerra es guerra, y los horrores de la misma no pueden minimizarse. Acompañan a Hawke la ascendente Zoe Kravitz, Bruce Greenwood y January Jones entre otros. Una buena propuesta de drama y suspenso que los mantendrá interesados y reflexivos sobre los acontecimientos que se van sucediendo.