El megalodón o megalodonte (Carcharodon megalodon o Carcharocles megalodon), nombre que significa “diente grande”, es una especie extinta de tiburón que vivió hace entre 19,8 y 2,6 millones de años, aproximadamente. Algunas apariciones en algunas películas de bajo presupuesto le han permitido volver a la vida en la ficción pero claramente este estreno es el que lo ubica en la primera línea del cine actual. Este tiburón gigante es un material atractivo para el cine, siempre interesado por monstruos gigantes y animales prehistóricos. Muchas horas de entretenimiento y felicidad cinéfila está vinculada a estas criaturas. La historia gira en torno a una base marítima dedicada a la exploración de las profundidades del océano. Un multimillonario financia una investigación que busca probar que la profundidad del océano es mayor a la conocida. Con el hallazgo de que realmente es así, vendrá el descubrimiento de una criatura monstruosa que se convertirá en cazador de los exploradores. Cuando los exploradores queden atrapados en esa profundidad, la única solución será llamar a un especialista en rescates, Jonas Taylor (Jason Statham). Jonas está retirado, porque en su última misión no pudo salvar a todos los atrapados y nadie aceptó su teoría de un monstruo marino. Los expertos de la base, algunos ex compañeros de Jonas, deberán buscar la manera de salvar a sus compañeros y decidir qué harán con el peligroso descubrimiento científico. Un poco de todos los grandes films del cine catástrofe aparece en el guión, como era de esperarse, pero desde el nombre el nombre del protagonista, Jonas, las citas se multiplican de forma abierta o sutil a lo largo de la trama. Jonas y la ballena, el relato bíblico, contaba una historia donde el protagonista fallaba en su misión, huía de ella, y debía pagar arrojándose al mar, siendo tragado por un enorme monstruo marino, una ballena. Luego era perdonado y la ballena lo vomitaba. Si pensamos que el Jonas de la película es acusado de fallar en su misión también, las similitudes no son casuales. Sin embargo, y para ser estrictos, no hay nada religioso en la película y hay muchas estructuras iguales en la historia del cine. Un gran héroe de acción, un monstruo espectacular, un equipo que lo acompaña (y que incluye a la hija de la heroína, una joven experta en exploración marítima y tiburones) sin perderse ni un solo tópico del género. El problema de la película es que su desequilibrio se impone por encima de todo. Varias escenas interesantes y con tensión, se suceden sin lograr que ninguna sea realmente memorable, al menos hasta el final. La película plantea tres territorios de combate que van desde el fondo recién descubierto del océano a la superficie del mismo. Pero a todas les falta una conexión fluida, todas podrían ser la última escena, lo que descoloca al espectador con este constante efecto anti climático. En la fundamental decisión de si la película va a ser delirante o seria, tampoco encuentra la manera de resolverlo, empezando con mucha solemnidad y terminando al final con algunos toques de humor y absurdo. Esto suena incoherente dentro de una trama que se alarga por su falta de fluidez. Hay, como corresponde, un homenaje a Tiburón (Jaws, 1975) de Steven Spielberg, porque es casi como un diezmo que debe pagársele al maestro. A pesar de sus buenos momentos aislados, la película no termina de armarse e incluso está desaprovechado Statham como héroe físico. Solo al final tiene un par de escenas memorables para que el actor pueda lucirse en lo que más sabe.
Statham contra el tiburón prehistórico Uno de los berretines más recurrentes del cine de terror especializado en monstruos pasa por los pobres tiburones, otra de las tantas especies que tienen la mala fortuna de convivir en el mismo planeta con el ser humano, sin duda el engendro más peligroso y nocivo de la fauna y flora globales: el rubro ha tenido recientemente exponentes bastante interesantes como Mar Abierto (Open Water, 2003), The Reef (2010), Miedo Profundo (The Shallows, 2016) y A 47 Metros (47 Meters Down, 2017), todos trabajos dignos dentro de la iconografía paradigmática de los escualos ridículamente homicidas. Hoy Megalodón (The Meg, 2018) se suma al lote sin alcanzar del todo la eficacia de aquellas aunque asimismo evitando caer en el terreno de los productos indigeribles, lo que genera una obra a mitad de camino entre la locura exploitation y el acervo pomposo actual de un mainstream aséptico. La película en sí combina una premisa extraída del horror, la susodicha centrada en una criatura que gusta de los apetitosos humanos, un contexto de aventuras old school, en línea con las exploraciones y los descubrimientos que resultan mortíferos, y una estructura formal muy deudora del cine de acción bobalicón de la década del 80, el enmarcado en una ristra de one liners, momentos remanidos y un júbilo simplón que en términos prácticos se desentiende de cualquier atisbo de discurso serio sobre lo que sea. Amén de todo lo anterior, el film tranquilamente puede resumirse en la fórmula “Jason Statham contra el tiburón gigantesco prehistórico del título”, circunstancia que le agrega sinceridad a la faena y la vuelca al campo de una amigable clase B con los esteroides que los presupuestos inflados del Hollywood más voluminoso -y su mega andanada de CGI- suele proporcionar. Aquí el asunto pasa por el hallazgo de una “bóveda” submarina y del escualo de turno por parte de unos científicos de una plataforma de investigación, quienes quedan atrapados a merced del primitivo animal y por ello resulta necesario llamar a Jonas Taylor (Statham), algo así como un especialista en misiones de rescate en las profundidades oceánicas que a su vez acarrea un pasado bien trágico debido a una operación de salvamento que salió mal y terminó con la vida de sus compañeros (detalle estereotipado infaltable, sin trauma no hay héroe que valga…). En otra de esas jugadas impagables del guión, su ex esposa está entre los cautivos del mar y -por supuesto- el temita se desmadra rápidamente porque el megalodón escapa del lecho donde habitaba feliz cortesía de la maldita intervención de los hombres, y así comienza una cacería más o menos sanguinaria que abarca toda la historia. El problema fundamental del producto -el cual también es el inconveniente central del cine de nuestros días- se condensa en el hecho de que en su pretensión de construir una epopeya para el cúmulo de los públicos posibles, termina cayendo en una medianía insípida que deja a todos con sabor a poco: el que busque gore y un sustrato trash símil la maravillosa Piraña (Piranha 3D, 2010) descubrirá un opus demasiado conservador, aquel lelo que pretenda chistecitos light en un entorno de pocas luces puede que no le convenza del todo el devenir semi circunspecto general, y el espectador que desee ver una de esas cataratas actuales de animación mezclada con live action se encontrará con una propuesta que respeta a rajatabla el formato clasicista de Tiburón (Jaws, 1975) sin mayores novedades. Los puntos fuertes pasan por la ausencia de esas insoportables introducciones de personajes (como si a alguien le importasen los seres humanos en films de esta clase) y un fluir retórico ameno que aprovecha a Jason “El Transportador” Statham como un héroe algo sensible/ cazatiburones improvisado (acompañan un pelotón de secundarios correctos que saben condimentar el desarrollo, hasta con un interés romántico proveniente de China por las necesidades que impone la coproducción). Tan absurda y repleta de clichés como simpática y medianamente satisfactoria, Megalodón es un claro ejemplo de cómo el tono narrativo neutro continúa echando a perder oportunidades como la presente, la cual se hubiese beneficiado mucho de una profundización de la faceta trash del convite y de un realizador más talentoso que el anodino Jon Turteltaub, otro arquetipo de estos asalariados impersonales de hoy en día…
“You´re gonna need a bigger boat” En 1975 se estrenaba Tiburón (Jaws), la diabólica obra maestra spielbergiana sobre un escualo devorador de hombres que aterrorizaba las playas de una ciudad costera. Con él nacía el blockbuster, y la historia hizo el resto. Cuando el personaje de Roy Scheider escupe aquella frase citada, a modo de quitarse los escalofríos y la adrenalina de quien vio de cerca la muerte, todos nosotros espectadores no estábamos preparados para su significación posterior. Dicha significación no estaba ligada al culto de la cinefilia, sino más bien al legado que fue magnificándose por su metalenguaje. La frase era “You´re gonna need a bigger boat” (“Vas a necesitar un barco más grande”). Con el paso del tiempo esta explotó como grito autoconsciente y simbólico de las formas adoptadas por el mainstream y los blockbusters. La frase determina en instancia que el tiempo todo lo agranda, sea por tamaño o por cantidad. Tiburón, como génesis del monstruo que es la misma parafernalia hollywoodense, quedó relegado a un plano de vejestorio por las demandas de un nuevo público adepto al bigger size. Los nuevos monstruos no son iguales a los viejos. Para confirmar esto existe Megalodón, película de monstruo acuático que toma parte de la obra spielbergiana y la mezcla con Piraña 3D (Piranha 3D, 2010) de Alexandre Aja y con la atrofiada Tiburón 3 (Jaws 3, 1983), pasando por un filtro de cine catástrofe y de ciencia ficción. Megalodón empieza con un rescate en las profundidades del océano, perpetrado por el aventurero y pragmático Jonas Taylor (Jason Statham) y su equipo. El submarino en el que desembarcan para llevar a cabo la tarea de rescate parece haber sido golpeado por algo desconocido. Cuando Jonas parecía tener todo bajo control, un problema lo obliga a dejar atrás a los restantes tripulantes ya que la amenaza vuelve a castigarlos. Como estamos ante una película clásica, no hay héroe sin conflicto interno, y no hay narración que no lo obligue a tomar un camino hacia la redención. Luego de cinco años, ya retirado tras aquel trágico incidente, el protagonista debe volver al ruedo cuando un viejo amigo lo contacta para una nueva misión: rescatar a su ex mujer, varada en las profundidades junto a dos colegas en una pequeña nave. Ese abismo alberga al enorme pez del título, una especie de animal que se creía extinto y que mide unos veinticinco metros de largo. Todo esto patrocinado por un inescrupuloso multimillonario y su empresa que investiga el fondo infinito de los océanos. Obviamente algo sale más que mal y el bicho del título sale a la superficie a hacer de las suyas. Y es en ese instante que el film encuentra sus mejores momentos. Megalodón, entonces, asume una enorme irresponsabilidad, pero sin desbordes en gran parte por su enorme simbología mitológica y bíblica. Acá no hay desnudeces en primer plano que impliquen un discurso hacia lo irreverente como en esa hermosa oda a la irresponsabilidad llamada Piraña 3D, la cual utilizaba chorros y chorros de sangre para hacerse con una festividad y una fisicidad que el cine clase B suele tener. Tampoco observamos los atributos cinematográficos de aquella épica de terror que fue Tiburón, donde las clases sociales (un científico aburguesado, un policía y un pescador) se unían para enfrentar a un enemigo en común. Las formalidades de Megalodón pasan por otro lado. No hay referencias a ninguna de las películas citadas, por lo que la obra niega la autoconsciencia para con su cine (el de peces asesinos) con la intención de hacer borrón y cuenta nueva. En cambio, supone una versión definitiva de films sobre tiburones o seres que pululan las profundidades del océano pues hace gala total de ese bicharraco enorme capaz de tragarse una familia entera de un solo bocado. Se ve salpicada en pequeños detalles por una operación de descentramiento narrativo logrando, ahora sí, un dejo de autoconsciencia. Tal es el caso del romance de Jonas con Suyin (Li Bingbing), evitando la tradición de las ex parejas que vuelven a unirse en medio de una situación límite y que en este tipo de relato es moneda corriente. Ahí, en lo que parece un detalle menor, se encuentra parte de un discurso que procura eliminar viejos clichés de este subgénero. Dicho rasgo se afianza en una charla que tiene Jonas con su ex mujer: ella lo invita a “probar algo nuevo”, que se anime a salir de su soledad (¿dejar de ser el héroe clásico?), incitándolo a probar suerte con la joven protagonista asiática. Jonas, interpretado con voz aguardentosa y cargado de humor irónico, es el alma de la película: un héroe con culpa, muy de la vieja escuela, que sabe quedarse con los diálogos más ocurrentes e hilarantes del film. Su nombre hace alusión al profeta del Antiguo Testamento Jonás, el intrépido que tras fallar en una misión y huir a bordo de una embarcación que se hundía en una gran tormenta fue arrojado a las aguas. El Jonas de Statham es culpado por las muertes ocasionadas en el rescate del inicio y tirado a los perros por sus errores. La resignificación del mito es una pieza fundamental en el cine clásico. El enorme tiburón, transformado por el cine mismo en un demonio de las profundidades, en un Leviatán bajo las oscuras imposiciones metafísicas del cine; emancipa el mito a medias para volverlo un símbolo reconfigurado de nuestros tiempos: Leviatán, el ser creado por Dios según el Antiguo Testamento y que gobernaba las aguas como un centinela, es en Megalodón el brazo de justicia moral, divina; un castigo que la ciencia afronta por su impronta de violentar el orden de la naturaleza y llevarla hacia el caos que predomina el mandato del ser humano. Por eso, cuando el monstruo escapa de su letargo, lo hace por mera ambición del hombre. Esta metatextualidad sobre los poderes (el científico, el empresarial, el de la naturaleza y su símbolo divino) habla de una postura moral, revistiendo una religiosidad culpógena que no se viste de axioma sino que por momentos hasta se puede tomar en solfa, como burla hacia los típicos discursos moralistas de turno. Dicha religiosidad católica (castigo y culpa) no molesta porque desde el vamos está asumida. Con todo, ello no evita el goce del espectador. Amén del argumento, la verdad del cine se encuentra detrás de las imágenes: ver a la enorme bestia desembarcar en las coloridas playas atestadas de turistas aburguesados paga de por sí el precio de la entrada. Megalodón es un infierno acuático encantador, una revisión absoluta y letal del blockbuster sobre monstruos marinos que deja ver en qué se convirtió el cine en estos tiempos. Lo que se dice una película actual, que no mira con ojos de nostalgia reaccionaria los éxitos de otras épocas. Al contrario, se los devora.
[REVIEW] Megalodón: Un pelado contra la naturaleza. Jason Statham se enfrenta a un tiburón gigante, nada más ni nada menos. Basada en una serie de novelas que nadie puede creer que existan, y dirigida por la mente creativa detrás de La Leyenda del Tesoro Perdido (con Nicholas Cage), llega un blockbuster que promete renovar el panorama del cine de tiburones. Como un pez asesino gigante no fuese suficiente, la película pone a Jason Statham al frente de la acción. Statham es un rescatista especializado en operaciones en lo profundo del océano, que ahora se encuentra retirado luego de un trabajo que salió mal. Pero sus habilidades van a ser requeridas cuando una estación de investigaciones ubicada en las aguas de China se encuentre con un secreto que la naturaleza creyó era mejor esconder. El film se muestra bien desde el arranque con un flashback bastante resumido, y continuando con la introducción de la situación al igual que de sus personajes. Entregando rápidamente un problema a resolver: hay gente atrapada en el océano, y sólo una persona logró alguna vez realizar un rescate a esa profundidad. Pero en más de una forma es ahí cuando empiezan los problemas, la película entonces debe iniciar un segundo comienzo por tener no solo que reintroducir la actualidad del personaje de Statham sino llevarlo al lugar en cuestión e iniciar su descenso a la acción. Cuando la acción entra en juego todas son buenas, la realidad es que entrando a la sala uno podía esperar un uso barato de efectos especiales y que no haya mucho cuidado en la producción en general. Pero sorprendentemente se trata de un producto muy cuidado que denota su gran presupuesto desde las simples escenas con personajes conversando hasta los varios enfrentamientos con el titular Megalodón. Lo lamentable de todas formas es, que saliendo de las partes con el tiburón gigante, las únicas cosas positivas que uno puede decir son las que corresponden a la producción. La trama y personajes por supuesto que son muy poco interesantes, con la salvedad de una niña que dentro de todo puede aspirar a encariñar. Pero lo peor es que el film no parece entenderlo; muchas escenas son dedicadas a la relación entre sus personajes, una movida que suele venir de la mano de este tipo de producciones para salvar gastos con escenas de acción, pero que en esta ocasión casi logran pasar el punto en que dejan de ser molestas y somníferas. Quizás eso las haga todavía más frustrantes. Todo es especialmente lamentable siendo que no tienen poca cantidad de nombres interesantes, con Rainn Wilson (The Office) y Ruby Rose (John Wick 2, Orange is The New Black). Esta última es particularmente decepcionante siendo que no termina por ofrecer nada a la cinta a parte de su fuerte presencia en pantalla: no realiza escenas de acción, ni interpreta a un personaje realmente relevante. Sí la acción no alcanza para justificar las dos horas de película, deberíamos poder recurrir al drama o la comedia. Aunque Statham hace todo correctamente y la pequeña actriz termina siendo una apuesta positiva, es realmente complicado interesarse en la vida de los personajes; y respecto a la comedia, sacando unos gags puntuales es discutible que incluso termina ofreciendo menos garantías que el drama. La realidad es que Megalodón es muy poco recomendable, solamente es posible hacerlo cuando este disponible en streaming o para ver puntualmente las escenas con el tiburón que realmente valen la pena aún por si solas. Pero en la cinta en general hay mucha perdida de tiempo y la diversión esta apenas a cuentagotas.
Un grupo de científicos se encuentra estudiando las profundidades marinas. Todo parecía ir bien hasta que pierden contacto con un reducido escuadrón que había bajado al fondo del océano. El misterioso ataque que sufren es provocado por un enorme megalodon que no solo sobrevivió al paso de los años, sino que también ahora sube a la superficie para causar el terror. Megalodon es la tercera película (si contamos la floja Pacific Rim 2) de monstruos gigantes en lo que va del año, y sin despeinarse demasiado, podríamos decir que es la mejorcita; ya que contrario a las anteriores cintas (completa el trio Rampage), en esta ocasión el director Jon Turteltaub, decidió no tomarse en serio en ningún momento, a la novela que está adaptando. Quien les escribe perdió tiempo de su vida leyendo la obra de Steve Alten, quien sí quiso darle un marco científico a su historia, y más de una vez se caía en lo ridículo al ver como se intenta justificar todo. Por suerte en Megalodon esto no pasa y hasta los propios personajes se comportan de forma casi natural a la hora de enterarse que deben extinguir un tiburón prehistórico. Y hablando de los personajes, no esperen encontrar nada nuevo bajo el panorama. Ahí tendremos a los científicos sospechosamente carilindos, la genia de la computación medio rara, el millonario malo maloso y los comic relief; hasta tendremos la aparición de una niña. Por suerte los actores tampoco se tomaron demasiado en serio sus roles, y esto junto con una química natural que se nota entre ellos, hacen más llevadera la película. De todas formas, no todo es perfecto. Asombra bastante observar lo feo que se ve el propio megalodon, siendo que solo tenían que hacer un tiburón pero más grande; y aun así queda bastante falso en pantalla, a pesar de que todo sucede bajo el agua, y por ende, podría camuflarse más el pobre trabajo de CGI. También tenemos que decir que las dos horas de metraje se sienten bastante largas, y siendo que se estaba contando una historia bastante ridícula de forma liviana, con media hora menos `podría haberse resuelto todo de la misma manera. Megalodon termina siendo de esas películas para ver y olvidar a los pocos días, pero que en el momento de estar en el cine nunca se siente aburrida o con ganas de que nos devuelvan el dinero de la entrada. Solo hay que verla como lo que es, consumo rápido y adiós; mientras cruzamos los dedos para que dejen de poblarnos los cines con monstruos gigantes.
El Megalodón es una especie de tiburón que vivió hace millones de años, pero para una película de cine catástrofe vale la pena traerlo a la vida nuevamente, al menos para el entretenimiento. En ésta aventura, un multimillonario sostiene económicamente una Base Marina para estudiar y comprobar que hay vida en el océano mucho más lejos de lo que todos conocemos; sólo es cuestión de sumergirse. Para eso mandan un submarino de aguas profundas con tres tripulantes (dos hombres y una mujer) que, por una colisión con algo desconocido, queda varado. Una de sus integrantes es la ex-esposa de Jonas Taylor (Jason Statham), rescatista que no volvió a ejercer esa tarea luego de que, un grupo a su cargo tuvo un problema y todo salió mal. A partir de ese infortunado hecho se muda a Tailandia. Allí irán a buscarlo, y, aunque al principio se niega, cuando se entera de que su ex mujer está allí, como todo héroe, va a socorrerla. Lo que no saben en la Base es que al sumergirse tan profundo han despertado al enorme Megalodón de 22 metros dispuesto a comerse todo lo que pase cerca suyo, sean personas o cosas... A partir de ese momento comienza la acción, el plan de salvar a los tripulantes no será el único objetivo del grupo de la Base, ahora también será cazar al gran monstruo marino. Hay un leve dejo de romance entre Jonas y Suyin (Li Bingbing) y algo de suspenso entre tanta gente en la playa y el tiburón suelto y sediento de sangre. Para los amantes del cine de de aventuras cumple su cometido. Si te gustan las pochocleras, adelante... ---> https://www.youtube.com/watch?v=azI5fLoocDo ---> TITULO ORIGINAL: The Meg ACTORES: Ruby Rose, Jason Statham, Bingbing Li. Robert Taylor, Rainn Wilson, Jessica McNamee, Cliff Curtis, Masi Oka. GENERO: Terror , Ciencia Ficción , Acción . DIRECCION: Jon Turteltaub . ORIGEN: Estados Unidos. DURACION: 113 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años FECHA DE ESTRENO: 16 de Agosto de 2018 FORMATOS: 2D.
CUIDADO, TIBURÓN SUELTO Algunas producciones de Hollywood -y algunos héroes, por qué no- han aprendido con el tiempo que el ridículo es lo único que las salva del oprobio generalizado y de la descortesía programática del espectador (y el crítico) en piloto automático que no sabe encontrar lo encantador en este tipo de propuestas si no hay un tufillo a Clase B. Por eso que la cruza de Jason Statham con un tiburón gigantesco prometía en Megalodón uno de esos entretenimientos sin culpa lleno de momentos virtuosos y descontrolados, territorio en el que Dwayne Johnson viene jugando hace rato de la mano de Brad Peyton en films como Terremoto: la falla de San Andrés o Rampage: devastación. Y algo de eso hay en el film de Jon Turteltaub, lo que lo convierte en un sano y divertido espectáculo. Tenemos un grupo de exploradores y un empresario inescrupuloso, fusión necesaria para todo film que apuesta por la ciencia ficción en comunión con el cine catástrofe: el descubrimiento de una región de mayor profundidad en el océano termina abriendo la puerta para que el bicharraco del título, una especie extinta hace millones de años, vuelva otra vez a la superficie con una voracidad descomunal. Y como una misión científica sale mal, llaman al único que parece capacitado para resolver el asunto, un tal Jonas (Statham) a quien en el prólogo del film vimos tomar una decisión tan fundamental como clave en su vida: tuvo que dejar atrás a sus compañeros, quienes desaparecieron en el fondo del océano sin dejar rastro. Aunque él dice que una criatura monstruosa los devoró. Sea lo que sea, el pobre Jonas tendrá que lidiar toda la película con esa culpa, pero también aprendiendo algunos aforismos sobre que lo importante no es tanto la gente que murió sino la que se pudo salvar y sobrevivió. Dilemas existenciales básicos que la película de Turteltaub administra entre secuencia de acción y secuencia de acción. Si el arranque es un poco solemne, Megalodón va progresivamente desandando su costado más lúdico: el tiburonazo aparece en escena y la película va acumulando escapada salvadora tras escapada salvadora. Eso sí, no termina de arrojarse de cabeza al descontrol desvergonzado y se siente constantemente tironeada entre escenas espectaculares que estiran el verosímil y situaciones melodramáticas que no terminan de tener peso, como si Turteltaub creyera que la forma de generar empatía con los personajes es sumándoles conflictos en vez de ponerlos a prueba por medio de la acción física. De ahí que la película se estira un poco exageradamente hasta casi las dos horas. Y hay que decir que en un medio líquido como el que propone Megalodón Statham no luce tanto como sí lo hace en sus films de acción terrestres y pedestres. Sobre el final hay toda una situación relacionada con un perro (y un homenaje a la obra maestra Tiburón) que deja en claro las posibilidades de la película y cómo no termina de explotar: en determinado momento Statham mira al perro nadar con cara de “esto no está pasando”. Ese solo instante interpreta mucho mejor el sentido del humor absurdo que podría haber hecho de Megalodón algo mucho más festivo.
“Tiburón” recargado Desde Tiburón (1975) hasta la saga televisiva Sharknado –que el próximo domingo estrena en los Estados Unidos su sexta entrega en ¡cinco años!– y las recientes Miedo profundo (2016) y A 47 metros (2017), las películas sobre escualos con apetito de carne humana han sido una de las grandes recurrencias del cine catástrofe. En ese grupo se inscribe Megalodón, en la que, acorde a los tiempos que corren, todo es grande, ruidoso y espectacular, con un despliegue menos físico que técnico, con más pericia visual que narrativa. De allí que el tiburón pertenezca a la especie más grande de la que haya registro: el megalodón era el mayor predador de los vertebrados, con hasta 18 metros de largo y unos dientes triangulares de 18 centímetros capaces de penetrar la carne con la misma facilidad que un cuchillo afilado a una bondiola braseada. Los expertos afirman que se extinguieron hace tres millones de años, pero como el cine es un terreno donde todo es posible, ahora vuelven recargadísimos, con más hambre que nunca. Que nadie espere el suspenso y el carácter sugestivo de la mano maestra de Spielberg, ni tampoco el aura trágica tan propio del cine de los años ‘70 ante la imposibilidad de dominar a la bestia. A lo sumo, algunos homenajes más o menos explícitos al padre de la criatura y una módica intriga que dura hasta que el bicho se muestra en su esplendor, todo en medio de una comedia que tarda un buen rato en asumirse como tal y encontrar su tono. Dirigida por el veterano Jon Turteltaub (Jamaica bajo cero, Mientras dormías, Instinto, La leyenda del tesoro perdido), el film apuesta por una narración empujada por la acumulación de sucesos. Todo comienza con un multimillonario llegando a la plataforma marítima que financia y en la que un grupo de expertos busca probar que el océano es más profundo de lo que se cree. Según ellos, el piso de la Fosa de las Marianas, a una profundidad de once kilómetros, es una capa de gas bajo la que hay agua tibia y un ecosistema desconocido para la humanidad. Hasta allí llega una primera exploración que termina varada debido a la embestida de algo que no se sabe qué es. Y ahora, ¿quién podrá defenderlos? El elegido es Jonas Taylor (Jason Statham), un rescatista medio traumado desde su último trabajo fallido. El pelado baja y, claro, los rescata, desatando un festejo que se extiende hasta que un tiburón gigantesco le clave los dientes a la plataforma submarina. Sucede que la expedición abrió un “portal” de agua tibia que permitió el reingreso a la parte superior del océano de un megalodón, y ahora hay que hacer lo que hacen los norteamericanos con todo lo desconocido que les inspire peligro: matarlo. Allí comienza un largo segundo acto que tiene lugar en un barco que funciona como base operativa de una cacería exitosa. ¿Termina la película? Claro que no, porque el bicharraco vino con varios compañeros, y para colmo uno de ellos se dirige rumbo a una playa más densamente poblada que la Bristol en la segunda quincena de enero. Una playa china, dado que Megalodón es otro avance en la alianza estratégica de los grandes estudios para afirmarse en el gigante asiático mediante coproducciones con actores y actrices locales. Recién aquí, sobre la última media hora, el film asume su condición de disparate absoluto entregando algunas situaciones que de tan inverosímiles se vuelven divertidas, como aquélla en la que Statham maneja un pequeño vehículo subacuático con una destreza digna de Han Solo a bordo del Halcón Milenario, confirmando que, como señaló Variety, Megalodón es “Tiburón con esteroides”.
A una industria carente de imaginación, dominada por las franquicias, se le está sumando una nueva plaga: las remakes no oficiales. La angustia de las influencias parece un chiste perimido: la cuestión ya no pasa por tomar un par de viejas ideas y disimularlas más o menos con giros novedosos, sino lisa y llanamente desempolvar clásicos y repetirlos. Y cuanta más posibilidades de meterles pirotecnia visual haya, mejor. Una muestra reciente es Rascacielos(mix de Infierno en la torre y Duro de matar) y otra es esta Megalodón, una Tiburón con más presupuesto, mejores efectos especiales y sin el talento de Steven Spielberg. Estas dos producciones, además, son nuevos ejemplos de la tendencia actual de Hollywood de mirar hacia el gigantesco mercado chino. En este caso hay capitales de ese origen involucrados y por eso trabajan un par de actores de esa nacionalidad, todo transcurre en aguas orientales y hay diálogos en cantonés. Y está Jason Statham, heredero natural de Bruce Willis, que saca a relucir su pasado de clavadista con proezas dignas de Aquaman (pero, en un guiño bíblico, se llama Jonás). Aparentemente el británico es muy popular en China y su presencia, además, sirve para compensar un poco, a puro carisma, la insipidez general. Porque aquí hay tiburones pero no sangre; en el afán por evitar calificaciones restrictivas que recortaran la taquilla, las muertes están lo más lavadas posible. El propio Statham y el director se quejaron de esto, que tuvo como resultado que la película no terminara de encontrar el tono. Las oscilaciones del guión son tan constantes como las de los barcos atacados por el tiburón. Los diálogos explicativos y solemnes -entre un grupo de científicos que descubre y persigue al gigantesco bicho prehistórico- se alternan casi mecánicamente con alivios cómicos; la acción y el suspenso están descafeinados por esos pasos de comedia adolescentes; y los impresionantes efectos no disimulan el perfume clase B de todo el conjunto. La historia -basada en la primera novela de una saga de Steve Alten- está tácitamente dividida en tres partes. Para cuando llega la tercera, la tentación de mirar el reloj es muy fuerte, y esto es lo peor que se puede decir de una película concebida para entretener.
Las películas sobre tiburones conforman un prolífico subgénero: desde ese clásico de clásicos que es Tiburón hasta la saga de Sharknado, pasando por Alerta en lo profundo, Mar abierto o la reciente Miedo profundo. Megalodón retoma ciertas tradiciones del subgénero, pero su apuesta en todo sentido es gigantesca: en presupuesto, en el tamaño del tiburón, en la figura protagónica (Jason Statham) y en su búsqueda de conquistar al cada vez más importante mercado chino con personajes de ese origen y varias escenas ambientadas en ese país. Statham es un experto en rescates en las profundidades ya retirado luego de una traumática operación en un submarino, que se ve forzado a volver a trabajar en el laboratorio de una plataforma científica ubicada en altamar, financiada por un millonario. Hay cierta tensión romántica con una mujer china y una acumulación de ataques del megalodón. El film de Jon Turteltaub tiene la espectacularidad propia de una superproducción con sostificados efectos visuales y hasta escenas de masas, pero aun con sus buenos momentos de humor negro y con el aplomo de Statham deja una sensación agridulce. Los atractivos están, pero el resultado es menos convincente y estimulante de lo que prometía.
“Megalodón”, de Jon Turteltaub Por Jorge Bernárdez Alguien puede haber pensado que no podía ser mejor la propuesta de esta coproducción china-norteamericana, pero la realidad es que periódicamente Hollywood produce más o menos la misma película y el resultado suele ser igualmente frustrante. ¿¡Jason Stathamy un mega tiburón, qué podía salir mal?! Bueno, la respuesta es que sin un guión interesante, ni Statham ni el gigantesco escualo pueden hacer mucho. En el comienzo de Megalodón, una expedición de rescate escapa de algo que nunca supieron que fue. Bueno, alguien supo de qué se trataba, Jonas Taylor (Statham) sí vio lo que produjo esa catástrofe pero nadie le quiso creer. Cinco años después, en lo profundo de lo más profundo del océano, una misión científica trata de descubrir qué pasa más allá de donde nunca nadie pudo descender y al hacerlo, descubren un mundo que hasta ese momento estuvo oculto. Pero todo sale muy mal, hay que rescatar a parte de ese equipo y claro, sólo hay una persona capaz de hacerlo, el mismo que cinco años atrás perdió a una serie de expedicionarios y que como nadie le creyó lo que había visto, ahora vive retirado en Tailandia manejando un barco y tomando cerveza todo el tiempo. Así que un viaje relámpago el científico encargado el proyecto va a buscarlo a Jonas, que por supuesto de entrada se niega, pero que al saber que atrapada en lo profundo está su ex mujer, acepta. La película tiene casi todos los lugares comunes de esta clase de relatos, un millonario rapaz, una joven científica y su hija, los viejos compañeros del protagonista y por supuesto, el Megalodón del título, que se quiere comer a todos. El artefacto no es totalmente desastroso e incluso podría decirse que sobre el final, cuando el tiburón gigante ataca una playa con miles de bañistas, algunos planos están bastante bien. Pero de todas maneras una vez que se sale de la sala y se camina apenas unos metros, probablemente el espectador difícilmente recuerde buena parte de lo que acaba de ver, porque no les espera un megalodón sino la vida real, mucho más real y temible que un bicho de la prehistoria. MEGALODÓN The Meg, Estados Unidos/China, 2018. Dirección: Jon Turteltaub. Guión: Dean Georgaris, Jon Hoeber y Erich Hoeber. Intérpretes:Jason Statham, Bingbing Li, Rainn Wilson, Cliff Curtis, Winston Chao, Shuya Sophia Cai, Ruby Rose, Page Kennedy, Robert Taylor, Ólafur Darri Ólafsson. Producción: Lorenzo di Bonaventura, Belle Avery y Colin Wilson. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 113 minutos.
Desde el estreno de Tiburón (Jaws, 1975) hace ya casi 45 años, el subgénero “películas con tiburones” tomó inexorablemente dos caminos: La narración cruda sobre una historia de supervivencia como en Mar abierto (Open Water, 2003) y Miedo profundo (The Shallows, 2016), o el relato bizarro que hace de la premisa absurda su punta de lanza como en el caso de Alerta en lo Profundo (Deep Blue Sea, 1999) y la inesperadamente exitosa Sharknado (2013). Con Megalodón (The Meg 2018) el director Jon Turteltaub intenta combinar la parafernalia lisérgica de las producciones clase B con el presupuesto de una superproducción de primer nivel, obteniendo resultados dispares según la lectura que estemos dispuestos a hacer. La cuestión es la siguiente, el fondo oceánico no sería exactamente “el fondo” allá por las fosas de las Marianas en el Oceáno Pacífico, por ende un grupo de científicos se dispone explorar que hay más allá. Claro que al hacerlo liberan accidentalmente una criatura que se creía extinta, un megalodón, un tiburón de más de 25 metros que vivió en los océanos de nuestro planeta hace millones de años. Aquí entra en acción Jonas Taylor, interpretado por el héroe de acción por antonomasia del nuevo milenio que todos conocemos como Jason Statham (El transportador, El mecánico, Rápidos y furiosos). Taylor es un experto en rescates bajo las profundidades marinas quien inicialmente es traído del retiro para rescatar a un grupo de científicos, pero al suceder el problemita con el Megalodón se vuelve el hombre indicado para detener a dicha bestia... después de todo si algo nos enseño el star system es que los héroes de acción son definitivamente multitaskeadores todo poderosos. En un relato donde escena tras escena Taylor y su troupe improvisada de científicos, hackers y otros personajes descartables buscarán detener al leviatán prehistórico, se siente por sobre todo la falta de sangre, de visceralidad, de gore propiamente dicho. Aquellos que caen a las fauces del monstruo lo hacen fuera de campo, en planos oscuros, apenas dejando un rastro de sangre en el agua. Incluso la lista de víctimas es pequeña ante una amenaza tan grande. Toda película del género se toma su tiempo para mostrar a la bestia, pero en el caso de Meg prácticamente no vemos a la criatura en toda su espectacularidad en 113 minutos de film. En este sentido no sorprende que el director Eli Roth se haya bajado del proyecto cuando el estudio pidió una película PG-13 (para mayores de 13) dejando claras sus intenciones puramente comerciales. Hablando de intenciones comerciales, no sorprende la cantidad de actores y actrices asiáticas en el reparto, especialmente cuando reflexionamos sobre la importancia de la taquilla china en las producciones contemporáneas de Hollywood. Cuando su propio territorio deja de ser el más rendidor, a la meca del cine no se le mueve un pelo en cuestiones de expansión étnica en pantalla. Megalodón debe ser el ejemplo más directo de esta política hasta el momento. Las referencias al clásico de Steven Spielberg están a la orden del día, incluso algunas de sus infames secuelas también son disimuladamente homenajeadas. El guión de Dean Georgaris, Jon y Erich Hoeber incluso se anima a meter -por forzado que luzca- una subtrama romántica entre Taylor y la doctora Suyin, asíatica ella por supuesto. También habrá pequeñísimos momentos reflexivos sobre la mano del hombre en la naturaleza y el poco cuidado por el planeta, combinados con escuetas escenas de drama humano que intentan dar profundidad a personajes que todos sabemos están ahí solamente como carnada, literalmente. Con un ritmo algo desparejo y la escena de playa más desperdiciada en la historia de las películas de tiburones, Megalodón se las ingenia de todas formas para convertirse en otro eslabón aceptable dentro de la moda sharksxplotation, reconociéndose a si mismo como mero producto de entretenimiento descartable, a sabiendas que su propuesta podrá no ser la más inteligente, pero le alcanza con lo absurdo de su premisa... y eso a pesar de atreverse a mostarnos a Jason Statham sonriendo en más de una ocasión. Ese hombre no debería tener permitido JAMÁS sonreir delante de una cámara, cuando lo vean sabrán comprender.
Megalodón es una película donde resulta clave la compañía que tengas a tu lado en el momento de disfrutarla en el cine. Si la ves con amigos que tienen la misma afición que vos a las propuestas bizarras puedo asegurar que es una fiesta, pero la misma experiencia solo o con gente que no se engancha demasiado con estas cosas tiene un efecto diferente. En lo personal la disfruté bastante pero no puedo dejar de objetar una enorme debilidad que le resta muchísimo a este estreno. Lamentablemente el estudio Warner arruinó esta película en su intención de brindar un corte no apto para menores de 13 años, donde las secuencias de acción resultaron muy editadas. Esta misma historia con el tratamiento que le dio el director Alexandre Aja a la remake de Piraña, donde el gore estaba centrado en el humor negro, hubiera sido la gloria. Sobre todo por el hecho que el film ya se potencia con todos los diálogos cutres que tiene y un Jason Statham en modo Dios que brinda uno de los roles más divertidos de su carrera. Al cortar las secuencias de violencia (y cabe recordar que el propio Statham hace unos días se quejó por esta cuestión en los medios de prensa) el papel del Megalodón quedó muy desangelado. Al film de Jon Turteltaub (La Leyenda del tesoro perdido) le falta más sangre porque con este tratamiento conservador el concepto de la historia pierde su atractivo. Tenés un tiburón gigante que representa una gran amenaza (no importa que la idea sea absurda) y cuando ataca a sus víctimas no se luce porque las escenas están planteadas para que el público pre-adolescente pueda entrar al cine. Ante este inconveniente el trabajo de Turteltaub encuentra su mayor sostén en la desopilante interpretación de Statham, quien trae de regreso al arquetipo supremo del héroe de acción de los años ´80. Jonas, el rol que encarna en esta propuesta, no es otra cosa que el hijo no reconocido de John Matrix (Schwarzenegger) en Comando. Si Matrix hubiera tenido una relación extra matrimonial donde nació un hijo, Jonas sería su digno heredero. Sus hermosas frases trilladas, la expresión corporal y el modo que en encara la acción con humor nos remite claramente a Arnold en aquel clásico. El supermacho recio e invencible que este caso no se enfrenta solo a un ejército sino a un tiburón gigante. El resto del reparto está para acompañar ya que las verdaderas estrellas de este film son Statham y el Megalodón que cada tanto logra tener algún momento decente. Entiendo que a mucha gente le pueda resultar una idiotez esta película pero para el amante del cine del cine bizarro es una opción que se disfruta en la pantalla grande. No esperen la orgía lisérgica de Sharknado porque esto va por otro lado, si bien Turteltaub ofrece numerosas situaciones ridículas como para pasar un buen rato. Ojalá en una probable continuación (está funcionando bien en la taquilla norteamericana) el estudio se juegue un poquito más con el tratamiento de la acción.
Humanos versus tiburón “Megalodón” (The Meg, 2018) es una película de aventuras dirigida por Jon Turteltaub y escrita entre Jon y Erich Hoeber junto a Dean Georgaris. Basada en el libro “Meg: A Novel of Deep Terror” de Steve Alten, el reparto del film incluye a Jason Statham, Bingbing Li, Masi Oka, Shuya Sophia Cai, Jessica McNamee, Ruby Rose, Winston Chao, Page Kennedy, Robert Taylor, Rainn Wilson, entre otros. Está co-producida por Estados Unidos y China. En una escuela de biología marina, los científicos controlan desde cámaras y aparatos tecnológicos que el submarino comandado por Lori (Jessica McNamee) no presente problemas al atravesar una capa gaseosa que conduce al fondo del mar, donde pareciera existir un ecosistema de fauna y flora desconocido. Todo anda bien hasta que el vehículo prende sus luces, llamando la atención de una criatura gigantesca que se creía extinta: el megalodón. A los científicos no les quedará otra que viajar a Tailandia y buscar ayuda en Jonas Taylor (Jason Statham), un buzo de rescate que en el pasado afirmó haber visto al tiburón más grande de la historia pero todos lo tomaron por loco. Aunque Jonas no quiere saber nada sobre el tema, que su ex mujer sea la que está en peligro lo hará ponerse manos a la obra de inmediato. Vayamos a lo que importa: para disfrutar de Megalodón es requisito primordial tener claro de antemano que no se puede tomar a la película en serio. Si uno decide verla con esa idea en la cabeza, además de tener bajas expectativas, la cinta logrará entretener a pesar de la enorme cantidad de personajes superficiales y situaciones ultra inverosímiles como incoherentes. A la hora de analizarla como un todo, no hay un conflicto central. Sí, la amenaza del tiburón es lo más importante, pero tranquilamente la película podría dividirse en tres aventuras distintas: en un principio el rescate del submarino, en el medio la misión de inyectarle al animal un rastreador para luego envenenarlo y por último el acecho del megalodón en una playa de China. Aunque el último tramo se alargue demasiado, cada parte mantiene atento al espectador, haciendo reír más de una vez por las escenas bizarras y el ridículo guión. El que realmente llega a ser molesto es el personaje de Page Kennedy. Él interpreta a un hombre que trabaja bajo el mar pero nunca aprendió a nadar, por lo que sus chistes mientras chapotea en el océano se vuelven repetitivos y no causan gracia. Además, los momentos de tensión no logran su cometido así como tampoco los dramáticos. Esto se debe a que el tamaño del tiburón no es tan gigantesco como se lo detalló en un principio, y las emociones de Suyin (Bingbing Li), una de las protagonistas, no traspasan la pantalla. Es así como “Megalodón” se alza como una película pochoclera, divertida y estupenda para poner el cerebro a descansar durante casi dos horas. Aunque seguramente no quedará en tu memoria, ver a Jason Statham contra el majestuoso pez no tiene desperdicio.
Es el héroe de acción humano, irónico y carismático. El tipo que queremos que nos salve de la catástrofe. Por eso, la presencia de Jason Statham suma interés al ya atractivo subgénero de tiburones asesinos. Pero excepto Statham, el tiburón y alguna escena con flotadores, todo lo demás parece fallado en esta película que tarda en mostrar y nunca ajusta bien su narrativa dramática, como para que creamos en sus personajes.
Desde que Steven Spielberg revolucionó el concepto de tanque cinematográfico moderno con Jaws, todos amamos una buena película de tiburones. En ese sentido es que llama la atención que una como The Meg haya estado tanto tiempo en desarrollo. ¿Un escualo prehistórico de dimensiones titánicas? Es un concepto que se vende solo. Sin embargo, por dudas respecto al guión o su presupuesto, se pasó más de dos décadas en los planes en diferentes estudios. Pero el Megalodón por fin está libre para aterrorizar a la humanidad, con un producto final que busca ser una mezcla entre el clásico arriba mencionado y Jurassic Park, pero con un toque de Sharknado para darle al combo la suficiente autoconsciencia como para que se la disfrute. Más enfocada en la acción que en el terror, y con buenas dosis de humor, no abraza por completo un tono que Piranha 3D comprobó años atrás que era el adecuado.
El mar no siempre es tan sabroso Qué puede salir entre la mezcla de Jason Statham (Rápido y Furioso 8 ),un tiburón gigante de millones de años atrás, una co-producción china-estadounidense y una dirección bajo el polifuncional Jon Turteltaub (La búsqueda /2004) ? La respuesta no sorprenderá: Megalodón (2018), la adaptación de la novela escrita por Steve Alten MEG: A Novel of Deep Terror (1997) cuyo guión fue adaptado por Dean Georgaris (El mensajero del miedo), Erich Hoeber (Red 2) y Jon Hoeber (Battleship). Llegando a las primeros metros de la orilla debemos sacudirnos la arena y explicar lo que es un Megalodón: una especie extinta de tiburón que existió en nuestro planeta hace más de 2,6 millones de años durante el Cenozoico. Un descendiente directo del tiburón blanco pero todavía más amenazador, temerariO que llegó a alcanzar entre 18 y 30 metros pesando más de 60 toneladas. En Megalodón, un agente de rescate deberá volverse a poner el traje de neopren para acudir al llamado de rescate de un grupo de científicos en el cual, curiosamente, se encuentra su ex-esposa. En estos cliché cae, se sumerge y confunde Megalodón. ¿Por qué? Porque nunca termina de definirse sobre qué clase de película elige ser. Sí quiere parecerse a una película de consumo irónico como fue Sharknado, aclamada por sus fanáticos u otra relacionada al terror y el suspenso como fue Tiburón (1975) de Steven Spielberg marcando tendencia e historia sobre el terror en las profundidades. En esa dicotomia se desenvuelve Megalodón, logrando su cometido: entretener. Megalodón contó con el respaldo de un estudio de la envergadura de Warner Bros. con un gran presupuesto de 150 millones de dolares, similar a otras películas de este año como Pacific Rim: Insurrección o Ready Player One, también de Spielberg. Sin embargo, la producción apostó a co-producir el film junto a China para así abrirse paso en el mercado oriental de millones de espectadores. Bingbing Li es la figura rutilante de este país que acompañará a Statham para ser su co-protagonista y otra vez recaer en los clichés de siempre: una madre independiente que debe hacerse cargo de su hija mientras que su ex-esposo disfruta con otra mujer en una país paradisíaco. En estos focos es donde Megalodón resigna puntos para no decidir cual es su objetivo como película. No por caer en los clichés del género sino por no embarcar de una vez y profundizar sobre lo que quiere llevar a escena. Más allá del entretenimiento, con muchas escenas con un gran carácter audiovisual mediante la grata utilización de sus efectos especiales, el film queda a mitad de camino por lo inverosimil de su relato pero con protagonistas que se manejan todo el tiempo en esa delgada línea por tratar de hacer creíble el relato cuando no lo es. Megalodón entretiene en su objetivo final pero queda demasiado expuesto a un guión inexistente, personajes superficiales, burdamente explotados y sin contenido. Lo importante no recae en que sea poco creíble lo que expone, sino en que no construya un camino conciso y directo para hacer una buena película de estas envergaduras. Los personajes no son carismáticos ni logran producir una empatía con el espectador, desde su figura rutilante como el cast que lo acompaña. Ni siquiera ese elemento gore, tan esperado en películas de este género, tuvo lugar en la película: una de las escenas -tal vez más esperadas para el desarrollo de esta actividad- terminó por no suceder dejando al espectador con ganas de ver lo que realmente iba a buscar al cine.
Jurasicc Shark: Jason Stathan y un tiburón duro de matar. Desde que vimos el primer tráiler de Megalodón, inevitablemente nos sentimos atraídos. ¡Sí! Otras de tiburones gigantes que se devoran todo al paso. Si bien el clásico de Spielberg es un referente, siempre estamos esperando que nuevas criaturas nos sorprendan, más con el avance tecnológico que hoy en día experimenta el sector audiovisual. Ya vimos hasta dinosaurios recreados a la perfección, y nuestro Meg va por ese camino, ya que es un tiburón extinto hace millones de años. ¿Y cómo un escualo de miles de años llega a las plácidas aguas del océano Pacífico? Resulta que un multimillonario ha invertido millones de dólares en una plataforma submarina que investiga, o vigila, lo que sucede bajo el agua. Allí se encuentra un grupo internacional de científicos, liderado por un biólogo chino, que estudian los fenómenos que se presentan. Y sucede algo inesperado que puede marcar un antes y un después en la biología marina: tienen la posibilidad de traspasar lo que creen que es una aparente capa que lleva a una profundidad nunca antes explorada. Efectivamente, al traspasar la sima, descubren un nuevo y sorprendente ecosistema marítimo. Aquí habita el colosal megalodón, que atacará, y atascará, al sumergible y la tripulación, que fue a investigar la inhóspita área. Y aparecerá el otro protagonista, Jonas Taylor (Jason Statham), todo un especialista en rescates de esa índole. Borrachín, rebelde, pero adorable, llevará a cabo con éxito la misión, pero trayendo en sus espaldas al súper tiburón, que logrará escaparse de su hábitat. El monstruo marino será una amenaza latente para todo el que navegue por el lugar, incluida una playa repleta de turistas. Indudablemente Megalodón, es una súper producción, con todos los efectos especiales a su disposición para recrear al temible tiburón y sus feroces ataques. Si bien hay ciertos guiños a la de Spielberg, aquí hay poca escenas de playa y veraneantes en peligro, así como agua teñida de sangre. Se centra más en la persecución de la tripulación al escuálido en pos de detenerlo antes que provoque estragos en el común de la ciudadanía. Quizá es ese gore típico del subgénero lo que le falta a la cinta, más mordidas, miembros amputados y gente gritando; o esas escenas tan creativas en la que ataca el pez carnívoro. Pero vale rescatar la tensión narrativa que se genera a lo largo del metraje, cuando sabemos que la trama no importa tanto al haber un tiburón de protagonista. También hay un romance, una niña muy empática, un equipo que tiene química… y sobre todo un Jason Statham querible, con mucho punch. Sin dudas los amantes del género la van a disfrutar.
China muestra los dientes Son varias las acotaciones que pueden hacerse sobre Megalodón, un proyecto que viene postergándose desde hace muchos años. También te puede interesar esto: REVIEW: Hombre Irracional REVIEW: Café Society Cuando en 1997 Steve Allen escribió su primera novela Meg: A novel of Deep terror, inmediatamente se pensó en llevarla al cine. Debido a la competencia con dos películas de temática similar, Alerta en lo profundo y Agua viva (sumado al fracaso financiero de ambas), dieron marcha atrás. En estos veinte años, se cambió de estudio (originalmente Disney) y pasaron varios directores, entre ellos Guillermo Del Toro, Jan De Bont, y Eli Roth, que hasta llegó a realizar algunas escenas. Finalmente un dato sería clave para la concreción: la suma de China como país cabeza de producción, asociada a otro estudio hollywoodense. Hace años que el país asiático viene siendo el salvador de taquilla de muchos tanques cinematográficos. Películas como Warcraft o Titanes del Pacífico se salvaron del fracaso gracias a las enormes recaudaciones en ese país. Ahora la novedad es que junto a la reciente Rascacielos pasa a ser el país de origen, sumando a la meca estadounidense en segundo orden. ¿Quién se quedó finalmente con la silla del director? Ese es el otro dato de color de Megalodón: precisamente un eterno acreditado de Disney, que luego de un largo reposo vuelve a la cancha en otro terreno. Un director bajo la superficie El nombre de John Turteltaub puede traernos a la memoria todo tipo de películas; todas, o su mayoría, éxitos de grandes presupuestos en los más variados géneros. Desde Jamaica bajo cero a La leyenda del tesoro perdido 1 y 2, pasando por Mientras dormías, Mi encuentro conmigo, Instinto, o Fenómeno. Una carrera variada, pero ninguna lo había acercado a algo como Megalodón; abiertamente un homenaje a las películas de escualos, respirando estilo Clase B. Estos dos datos, China y el director de El aprendiz de brujo y Último viaje a Las Vegas, resultan fundamentales a la hora de valorar Megalodón. En principio, la locación de las novelas se cambió a aquel país, y hay mucho en Megalodón que nos recuerda al cine de kaijus japonés. El monstruo que presenta la película perfectamente podría integrar -por peso e historia- un universo como el de Godzilla o Mothra. China siempre quiso tener sus propios kaijus, en cine y en TV, quizás esta sea la oportunidad. Por el otro lado, Turteltaub toma la novela de Allen, adaptada al guion por Jon Hoeber, Erich Hoeber (ambos de Red 2 y Battleship), y Dean Georgaris (El embajador del miedo); y la lleva a su propio mundo. Turteltaub es un director de cine familiar, y esa es la sensación que deja Megalodón. Una historia que respira estilo Clase B, que homenajea a películas de bajo presupuesto, o films malditos como las secuelas de Tiburón. Pero revisada como un espectáculo que privilegia la acción y la aventura por sobre la sangre, que despliega un alto presupuesto y se nota, aportando una buena dosis de humor blanco. Megalodón corre el riesgo de ser una mezcla de muchas cosas (Eli Roth fue corrido por querer hacerla más terrorífica, sexual y sanguinaria, al estilo de Piraña 3D); y su mayor virtud es hallar el equilibrio para que todo salga bien. Moby Statham Dick En las profundidades del Océano Pacífico, un grupo de investigadores subvencionados por el millonario Morris (Rainn Wilson) que planea presentar un gran espectáculo en esa plataforma, se encuentran con un inconveniente durante su misión. Los exploradores se cruzan con un animal marino que creían extinguido en la prehistoria, el Megalodón del título; el tiburón más grande de la historia. Luego de que el primer rescate fracase, deciden ir en búsqueda de un rescatista, Jonas Taylor (Jason Statham) que parece ser el hombre adecuado (o no) por dos cuestiones: su ex esposa (Jessica McNamee) es una de las exploradoras atrapadas, y él mismo asegura haberse enfrentado en el pasado a un megalodón. Entre todos deberán rescatar a los extraviados e impedir que el tiburón emerja a la superficie. El guion es simple y presenta tres actos bien diferenciados. Quizás sea el segundo de ellos el que más se resienta en esta idea de aportar más aventura que sangre. El espectáculo visual es grande, está pensado para aprovecharse en pantallas gigantes como el IMAX y en el formato 3D que arroja varias cosas sobre la pantalla. Abundan los clichés, los lugares comunes, los personajes que están ahí en función de la historia, y hasta muchas líneas de diálogos y situaciones imposibles. Lo positivo es que nunca se asume en serio, por lo que todo lo anterior pasa a ser una virtud. Jason Statham es duro, en todo sentido, pero despliega carisma convirtiéndose en el ideal para su personaje. Su química con Li Bingbing es nula pero, nuevamente, funciona en el contexto de lo que presenta. Lo mismo puede decirse de personajes como Zhang (Winston Chao), la típica voz de la conciencia y emotividad, o DJ (Page Kennedy), el comic relief. No resultan creíbles, son efectivos para Megalodón. En Megalodón el ritmo es frenético y se ve siempre con una sonrisa. Mezcla Moby Dick, con Jurassic Park, Sharknado, Tiburón: La venganza, Alerta en lo profundo y Piraña; y entre todo eso sale algo que funciona muy bien sobre lo que fuimos a buscar. Turteltaub le aporta dimamismo, ritmo, y hace que la película se vea como una gran pochoclera. No importa que su estilo vaya a contramano del guion, esos caminos opuestos, en una diagonal se encontraron.
Una superproducción financiada por EEUU y China, una unión que promete seguir en el tiempo, que se inscribe en el fenómeno de las películas de tiburones que tienen un público fiel que llena las salas y fue una de las más vistas en el finde de su estreno en EEUU. En este caso el tiburón es un sobreviviente de las épocas del cenozoico, Una versión corpulenta del gran tiburón blanco que según los fósiles podía alcanzar hasta 18 metros de largo. En esta ficción le agregaron cuatro metros y listo. Sobrevivió, según la novela de Steve Alten, (un best seller, claro) en una fosa profundísima protegida hasta que llegaron los humanos y salió a la superficie a alimentarse con todo. Aquí el guión lo hicieron entre tres (Deán Georgaria, Jon y Eric Hoeber y si bien no tuvieron ninguna idea nueva, hasta reprodujeron una playa llena de gente pero esta vez en China, y el animal demonizado (una criatura prehistórico sobreviviente hubiera merecido un poco mas de respeto) se la pasa atacando sin cesar como corresponde. Allí esta Jason Statham que ya lo tenía visto (no hay ninguna explicación de cómo apareció el que lo atacó) y como nadie le creyó, y lo trataron como a un loco que encima provoco la muerte de sus amigos, se transforma en el único que puede salvarnos de tamaño monstruo. ¿Nos asusta todavía la boca llena de dientes que hizo famosa Spielberg? por la proliferación de estos productos parece que sí. Acá todo es bastante rutinario, salvo dos escenas muy logradas que no vamos a espoliar pero que están muy bien realizadas. Lo demás ya lo vimos, los personajes están apenas esquematizados, mas una nenita prodigio y un perrito que sorprenderán. No mucho más. Pero los fanáticos del género que son muchos la pasaran muy bien.
Nada más terrorífico que un tiburón merodeando en la playa. Hordas de ociosos humanos disfrutando de la arena, el sol y el mar, y porque no, alguna bebida espirituosa, hasta que, conflicto, la aleta acecha a sus próximas víctimas. Steven Spielberg fue el pionero del negocio. Con la primera “Jaws”, inauguró el “blockbuster”, una palabra que determinaría un subgénero asociado inevitablemente al pochoclo y el entretenimiento dentro de un universo de consumo que tras él se generó. Así, con ese mega éxito sin precedentes, aquel tanque inauguró un modelo de producción que salvaría las alicaídas cuentas de los grandes estudios. Films de receta, fórmulas probadas, el verano boreal como espacio para lanzar todas las películas de mero entretenimiento. Ese film, recordado también por su célebre melodía, repensaba el mito del hombre acechado por la naturaleza, desandando un estilo de historias que privilegian la mínima existencia y volatilidad humana ante inevitables fenómenos de índole impredecibles. “Jaws” habló del poder reestablecer el control y estadio inicial a hombres que también estaban agobiados por sus propios tormentos mentales, pero que, de alguna manera, y ante la urgencia del peligro, se corren de su mismidad para ayudar al otro. En “Megalodón” (The Meg, 2018) todo este preámbulo, que sirve para comprender algunas cuestiones relacionadas al cine de entretenimiento, y, en particular, al cine que utiliza tiburones como amenaza, es superado por la intención de generar un film de entretenimiento que se apoya, fundamentalmente, en su intención de reelaborar algunas leyes sobre el mismo. Lamentablemente en su intento por sumar una mirada asociada al consumo irónico, al poder cambiar algunas reglas, algo que viene haciendo con soltura e ingenio la cadena SyFy en la saga “Sharknado”, se queda en el intento y no avanza en una propuesta sólida que reivindique algunas decisiones. Acá, a partir de la fusión entre “ciencia” y “experiencia” se intenta narrar la existencia de un megalodón, ancestro del tiburón, que ha permanecido sumergido bajo una capa de una sustancia que lo ha mantenido intacto, pero también, oculto. Una expedición científica lo “despertará” y el gigantesco ser comenzará un camino de destrucción y sangre por doquier, animando una propuesta que busca con el efecto sorprender al espectador. Tras el megalodón irá un atribulado y conflictivo Jason Statham, quien hace las mil y una piruetas e intentos imposibles para detenerlo, hiperbolizando sus acciones a partir de una estructura narrativa que se ha olvidado, principalmente, de contar con un guion que, valga la redundancia, guie cada paso de los protagonistas. En el medio de la lucha por detener al inmenso monstruo, aparecen ex mujeres, nuevas posibilidades de parejas, fantasmas del pasado que le recuerdan al protagonista sus fracasos anteriores, todo enmarcado en un contexto de absurdo que no puede sostener un tempo adecuado (ni hablar de las actuaciones) para mantener la tensión y el conflicto hasta el desenlace. Aquellos fanáticos de las historias de tiburones sin importar ninguna cuestión ulterior ni lógicas internas del relato saldrán realizados. Aquellos que deseen encontrar una relectura inteligente de un subgénero con peso propio, es preferible que vean una vez más “Jaws” y sigan esperando una nueva oportunidad en un tiempo.
Nos enfrentamos a un animal prehistórico el Megalodón (El nombre científico es Carcharodon Megalodon) que significa “diente grande”. Este escualo gigante vivió durante el Cenozoico, entre 19.8 y 2.6 millones de años), aquí se dice que mide 27 metros un gran monstruo amenazante, va a destruir todo, es imponente, ofrece escenas de gran impacto, juega muy bien con el misterio, el terror, el miedo y ofrece algún que otro sobresalto. No tiene un buen guion pero esta Jason Statham (“Rápidos y Furiosos 7”) es el héroe, se luce y seduce, goza de todas las habilidades y un físico muy cuidado. Además hay personajes encantadores: un perrito y la niña Shuya Sophia Cai, el caso de Rainn Wilson es un multimillorario, serio pero no resulta creíble, no se la ve del todo cómoda en su papel a la actriz y cantante china Bingbing Li (“Transformers: La era de la extinción”), resulta poco aprovechadas Ruby Rose y Jessica McNamee y un abanico de personajes poco explotados. Si compras la entrada ya viste el tráiler y sin duda tiene un buen merchandising, al elegirla rápidamente sabes que es un pasatiempo, una distracción, divertida, con situaciones exageradas, absurdas y repleta de clichés, con un estupendo paisaje marítimo, no es sangrienta para que la puedan disfrutar adolescentes y adultos. Hasta se toma su tiempo para hacerle un buen homenaje a Tiburón (Jaws, 1975) de Steven Spielberg. Tuvo un presupuesto aproximadamente de 150 millones de dólares.
¡Ya no las hacen así! Antes de mandar a los multiplex de todo el planeta algún megabodrio, hay un montón de filtros dedicados específicamente a evitarnos el placer de disfrutar este tipo de engendros fallidos, que pueden resultar mucho mas divertidos que tantas producciones mediocres, olvidables y supuestamente un poco más dignas. A favor de "The Meg" se puede decir: esto es un autentico megabodrio, y sus intermitentes idioteces argumentales mezcladas con imagenes impresionantes bien valen el precio de la entrada al cine. "The Meg" empieza como una especie de "El abismo" de James Cameron, sigue como si nadie se acordara de "Tiburón" de Steven Spielberg, e inclusive continúa manteniendo el centro de atención en la problemática de los personajes mas insulsos y obvios posibles. Dado que el "Meg" megalodón- de marras es un pantagruélico escualo prehistórico capaz de armar desastres al mejor estilo Godzilla, el guión se queda bastante corto a la hora de que el tiburón gigante del titulo haga de las suyas. Lo peor probablemente sean las interminables dos horas de duración, en general con las cosas mas enfocadas en el supuesto interés humano y no en las potenciales catástrofes provocadas por el monstruo en cuestión.
Por motivos que escapan a toda lógica, nos encantan las películas sobre tiburones (gigantes) asesinos. O por lo menos hay un gran público para este tipo de producciones. Ya sea la obra maestra de Spielberg Jaws (1975) o la franquicia -tan horrible que es buena- Sharknado, del canal SyFy. Sea como sea, los años pasan y estos seres del océano siguen nadando por las distintas tipo de pantallas. El secreto para disfrutar Megalodón como se debe es no tomársela en serio. O sea, no apuntar contra su verosimilitud, ni contra sus artistas. Bajo la vara estricta del arte, la película sale perdiendo por todos lados. Pero si la tomamos como puro entretenimiento se disfruta. El film es consciente de esto, los realizadores apuntaron hacia ello y lo lograron. Pero hay un lugar en donde pierde, y es en el tono bajo de violencia y sangre. Porque daba a full para eso, y el estudio (para mantener una calificación de “apta para mayores de 13”) no se la jugó. De todos modos, hay sensacionales secuencias en donde Jason Statham demuestra una y otra vez, que es el gran heredero de los héroes de acción de los 90s (junto a The Rock, claro). Los diálogos son horribles, one-liners sin sentido y mal estructurados. Pero es parte de la identidad del film y los diferentes personajes. El resto del elenco se encuentra en esa sintonía, donde los vínculos no son creíbles, y sin embargo es imposible no pasarla bien con eso. El director Jon Turteltaub maneja bien los tiempos y estructura de una película de este calibre e impronta, pero no hay un valor agregado como para destacar. Megalodón es entretenida y daba para más, con un guión un poco mejor hubiera sido una gran película dentro de esta temática. Aún así, es una gran opción para divertirse en el cine.
Un grupo de investigadores envía un submarino a una profundidad nunca alcanzada por el hombre y la tripulación termina varada tras ser atacada por una criatura desconocida. Con el agua al cuello (metafóricamente hablando), un prestigioso oceanógrafo chino a cargo de la misión convoca al especialista Jonas Taylor (Jason Statham) para que traiga de vuelta a los científicos. La criatura en cuestión es un Megalodón, un tiburón prehistórico gigante que se pensaba extinto hasta que es liberado de las profundidades por estos investigadores. Es sabido que Jason Statham es mandado a hacer para la acción. Pero incluso cuando ese es su fuerte, en este filme su trabajo es decepcionante. El problema no sólo tiene que ver con su actuación: el guion no ayuda en absoluto con diálogos inverosímiles, trilladísimos y con una chispa que nunca termina de prender. Porque Megalodón tiene una clara intención de reírse de sí misma, de no tomarse del todo en serio, pero se queda a mitad de camino en su objetivo. La película tiene humor y una seguidilla de líneas pensadas para hacer reír, aunque pocas veces lo logra. De cualquier manera, se agradecen los destellos de humor y su liviandad manifiesta, de otra manera sería un calvario llegar hasta el final. Aunque se trata de una superproducción, los efectos especiales son desparejos y en ocasiones sorprendentemente malos (como en uno de los enfrentamientos “cuerpo a cuerpo” de Jason con la criatura). Por fuera del protagonista, que hace lo que puede con lo que tiene, los personajes son llanos y predecibles. La química entre Statham y Bingbing Li es nula y la actriz china no logra ser lo graciosa que sus parlamentos pretenden. Además de estar pintada y peinada durante las dos horas que dura la película. Labial a prueba de megalodones. Si te gustan las películas de tiburones, siempre se puede volver a la película de Steven Spielberg de 1975, o incluso a la saga Sharknado, que logra lo que Megalodón no: reírse de sí misma y que los espectadores también lo hagan.
NO PARES, SIGUE, SIGUE, NO PARES, SIGUE, SIGUE Jason Statham yéndose a las piñas (¿?) con un tiburón gigante y prehistórico. No se diga más. Venimos de unas cuantas malas experiencias con bichos gigantes como kaijus y dinosaurios que no se terminan de extinguir. “Megalodón” (The Meg, 2018) perpetúa ese cine catástrofe y de monstruos con una propuestas que se enfoca en el drama, la sangre y la súper acción, pero nunca deja de reírse de sí misma… y de recordarnos que sólo hubo una gran película protagonizada por un escualo asesino. Jon Turteltaub, responsable de “La Leyenda del Tesoro Perdido” (National Treasure, 2004) y su secuela, es el director a cargo de esta coproducción entre Estados Unidos y China, que intenta sacar provecho del creciente mercado cinematográfico asiático y, de paso, le da un poco de contexto a esta disparatada aventura marina. Los guionistas Dean Georgaris, Jon Hoeber y Erich Hoeber toman como punto de partida el libro de Steve Alten “Meg: A Novel of Deep Terror”, publicado en 1997, para contar la historia de Jonas Taylor (Jason Statham), un buzo de rescate que, hace un tiempo, tuvo que tomar una de esas decisiones que trastocan cualquier vida, cuando durante el salvamento de la tripulación de un submarino, dejó a atrás a varios de sus hombres para proteger al resto. Taylor asegura haber experimentado el ataque de una criatura gigantesca, pero es obvio que nadie le cree, el médico de turno lo toma por loquito, y le dan la baja deshonrosa. Cinco años después nos vamos a Mana One, una plataforma de investigación ubicada a 300 kilómetros de la costa China, en el Océano Pacífico. Este emprendimiento es la inversión del multimillonario Jack Morris (Rainn Wilson) que, junto con el doctor Minway Zhang (Winston Chao), su hija Suyin (Li Bingbing) y el resto de su equipo, están explorando una sección todavía más profunda de la Fosa de las Marianas: un lugar escondido a la vista de los humanos tras una nube de sulfuro de hidrógeno que genera un termoclina. La misión parece tener éxito, pero mientras todos celebran el descubrimiento de este nuevo fondo marino y sus especies, el sumergible que contiene a los tres científicos –Lori (Jessica McNamee), ex esposa de Taylor, Toshi (Masi Oka) y ‘The Wall’ (Ólafur Darri Ólafsson)- es atacado por una criatura no identificable y pierde contacto con la base, quedando en muy serias condiciones. Ahí es cuando James ‘Mac’ Mackreides (Cliff Curtis) sale en busca de una solución: ir hasta Tailandia, encontrar a Taylor en uno de los tantos bares donde suele caer borracho y ofrecerle la oportunidad de redimirse y salvar a los científicos antes de que sea demasiado tarde. Con un gran “te lo dije” entre los labios apretados, Jonas acepta la tarea, pero el rescate no sale como lo planeado. La criatura en cuestión resulta ser un megalodón –un gigantesco tiburón prehistórico, supuestamente extinto hace millones de años- que logra atravesar el termoclina y ahora amenaza con destruir, no sólo la plataforma submarina, sino ir derechito hasta las playas rebosantes de turistas. “Megalodón” cae en todos los lugares comunes que se les ocurran, incluyendo elementos de otras historias acuáticas como “El Abismo” (The Abyss, 1989) y la mismísima “Tiburón” (Jaws, 1975). Hace gala de algunos buenos efectos (al menos no son tan chotos como en “Alerta en lo Profundo”) y una gran representación de la criatura en cuestión, pero a pesar del gore que debería ostentar –la película está calificada para mayores de 13 años, por lo tanto no hay tanta sangre como debería-, se contiene y prefiere darle prioridad al humor y la ironía. De ahí que nos banquemos esta oda al sinsentido, al romance en situaciones extremas, a las paparruchadas de los millonarios que meten la pata, y a cierto mensaje “ecologista”, donde el hombre siempre tiene la culpa de interferir en el curso de la naturaleza. “Megalodón” no da respiro y manda una acción detrás de la otra “sin solución de continuidad”. Los protagonistas corren contra reloj para frenar al escualo asesino, más allá de saber que no tienen muchas chances de salir con vida en un encuentro uno a uno con esta bestia marina. Por algún extraño motivo, todos se trasladan de un lugar a otro en manada para llevar a cabo la tarea, ya sean médicos, nerds tecnológicos, empresarios u oceanógrafos. Acá, la plataforma de investigación y todos sus recursos están medio al pedo, y Statham no duda en irse a las manos con el monstruito de turno. Si se ríen de sólo leerlo, la película de Turteltaub les va a resultar entretenida y divertida. Quiere ser verosímil cuando trata de explicar los temas científicos (esto no es NatGeo, obvio), pero no la podemos tomar en serio la mayoría de las veces. Y esa es la idea, suponemos, porque hasta Jason despotricó contra la abundancia de humor y la falta de violencia y gore extremo que se suele esperar de estas historias terroríficas. Los realizadores prefieren este otro enfoque porque saben que jamás van a poder estar a la altura del clásico de Steven Spielberg, el cual no se olvidan de homenajear. También se concentran en su elenco, un grupo variopinto y diverso, del que se destaca el carisma de Statham, mucho más relajado e imperfecto como héroe de acción que no tiene miedo de mostrar su lado más sensible. Aunque la estrella principal es el escualo, acá no tiene ese lugar de privilegio que uno esperaría de una película titulada “Megalodón”. Los realizadores pierden la oportunidad de centrar su historia en la criatura y toda la fauna que se pasea por la fosa de las Marianas, pero deciden concentrarse en los seres humanos, actores de segunda y muchas veces de madera, que nos hacen reír con sus ocurrencias y comentarios desafortunados mientras un tiburón gigante se mastica a su compañero de trabajo. No podemos buscarle la lógica, así que la única que queda es sentarse con el balde de pochoclos, disfrutar y reírse un poco de cómo Hollywood raspa el fondo del tarro. LO MEJOR: - Bancamos a Jason Statham. - Aguanten esas escenas en el agua. - Ese tercer acto en la playa. LO PEOR: - Poca sangre, pocas tripas derramadas. - ¡¿Alguien quiere pensar en la familia del escualo?!
Cuando la voracidad comercial da más miedo... Sabe Dios por qué nos gustan tanto las películas con tiburones asesinos pero desde la Jaws (1975) de Spielberg a esta parte no ha faltado año en que no se conozca alguna historia con estos animales de antagonistas, o bien cumpliendo algún rol secundario cuando se necesita un buen golpe de efecto. Porque en esto no hay dudas: los tibus te animan la fiestita. Siempre. ¿Son malas estas películas? Casi sin excepciones. Y en raras ocasiones llegan a estrenarse en salas de cine (Alerta en lo profundo, Mar abierto, Terror en lo profundo 3D y, más recientemente, Miedo profundo lo han logrado). Algunas son clase Z, como la saga de Sharknado realizada por SyFy Channel, y otras incursionan en una digna clase B (recuerdo la australiana Bait de Russell Mulcahy que aquí no se estrenó). Si se siguen manufacturando en serie debe ser nomás que el interés del espectador no ha ido mermando con el tiempo. La dudosa calidad de los títulos, por otra parte, exige cierta indulgencia o directamente el fanatismo de una audiencia conocedora del género que a esta altura sabe que los milagros cinematográficos son tan aislados que -cuando se dan- hay que atesorarlos porque nunca se puede anticipar si podrán volver a repetirse. Megalodón, el último ejemplo de este enfrentamiento entre hombre y escualo, no es uno de ellos. A diferencia de otros subproductos pobremente realizados, en The Meg la Warner Bros. no escatimó en gastos y erogó 130 millones de dólares que de a ratos se ven en la pantalla. El problema es que no han contratado a profesionales de talento para adaptar la novela de 1997 de Steve Alten -la primigenia de una lista que suma siete entregas hasta el momento- y para colmo de males, tras la partida del denostado Eli Roth, le confiaron la dirección a un realizador como Jon Turteltaub cuya obra ostenta más caídas que picos. El tipo es un asalariado de Hollywood con escasa imaginación y Megalodón se ve afectada por su sempiterno vuelo bajo como artista. Si de por sí el guion es un cúmulo de clichés irremontables la tarea “creativa” del responsable de Jamaica bajo cero tampoco ayuda mucho que digamos. La orden del estudio de bajar el grado de violencia para acceder a la calificación para mayores de 13 años condicionó y terminó perjudicando a la producción. Es lo lamentable del esquema piramidal de Hollywood. Por eso se agradece cuando vemos una película más chica con una autoría más evidente, sea ésta de un guionista o un realizador. Los auténticos artífices de una obra, recordemos… La presencia encabezando el elenco de Jason Statham parecía una elección de casting un tanto desconcertante debido a los antecedentes del actor británico que desde su consagratorio papel en El Transportador ha demostrado sentirse más cómodo en proyectos de acción. Vista la película queda claro que se le ha otorgado a Statham la trascendencia que el star-system demanda convirtiendo a Megalodón en un enfrentamiento monumental y épico entre Jonas Taylor (el personaje que encarna el pelado) y el monstruo prehistórico al que refiere el título. Es tan absorbente ese duelo que los demás actores quedan relegados en la atención del director no a un segundo sino más bien a un tercer plano. La verdad es que los guionistas Dean Georgaris, Jon Hoeber y Erich Hoeber no aprobarían el examen ni del profesor más benévolo de una escuela de cine. Así de malo es su trabajo: diálogos bochornosos y un rejunte de escenas sin ingenio ni ideas que salven una línea argumental que atrasa años. Si al menos las secuencias con el tiburón tuvieran un tratamiento lisérgico símil Sharknado distinta podría haber sido la recepción crítica. Megalodón tiene humor, pero uno tan burdo y limitado que no conforma a nadie. El grado de delirio debía venir de la mano de un contenido más bizarro que el estudio no estaba dispuesto a experimentar por temor a dejar afuera a una franja de público que no sintonizara con esa onda. No será la primera producción que se malogra por querer abarcar demasiado. No obstante, hay que decirlo, comercialmente se superaron las expectativas. Por eso sostengo que nunca podremos entender del todo los elementos que hacen un éxito o un fracaso de un filme… y mucho más en estos tiempos de Netflix donde es aún más complicado que la gente deje sus hogares para ir al cine. Una arista con la que se debe convivir en esta era moderna es el de las coproducciones con China que aporta -además de sus millones- un mercado inmenso y desde luego algunos actores para facilitar la identificación con su público. Quizás tenga que ver con el idioma inglés que no le resulta natural hablar, pero en todo caso es penoso el desempeño de la actriz Bingbing Li como la coprotagonista e interés romántico de Statham. Un poco más digna es la tarea del conocido Winston Chao (El banquete de boda). Igual ni el más prodigioso de los intérpretes hubiese podido mejorar a estos personajes concebidos sin ninguna carnadura. Da pena que buenos actores como Rainn Wilson y Cliff Curtis pasen completamente desapercibidos en la pantalla. No pueden aportar nada excepto la intriga de si se convertirán o no en víctimas del voraz megalodón. El aspecto más festivo de esta historia trillada hay que buscarlo por el aura de héroe indestructible que le han diseñado a un Jason Statham, como han dicho por ahí, “en modo Dios”. Las peripecias acuáticas de Jonas en su cruzada contra el tiburón son divertidas pero la película en su conjunto no se disfruta ni siquiera bajando el nivel de exigencia. Los efectos especiales son adecuados (el CGI no pasa vergüenza como en otras superproducciones). A no preocuparse: el subgénero no morirá por esta mala película.
Dentro del cine de acción y aventuras hay un subgénero que tiene como protagonistas a los tiburones, aquellos enormes animales marinos que desatan el terror en las playas y entre las personas que buscan relajarse a orillas del mar. Como siempre, el referente inmediato de estas películas es la obra de Steven Spielberg, “Jaws” (1975), que no solo fue pionera en este estilo de relatos sino que además consiguió permanecer en las retinas de los cinéfilos al contar una historia de corte clasicista de manera brillante y logrando que el antagonista sea una verdadera fuerza opositora implacable que hará la vida imposible a los protagonistas. A su vez, si tenemos en cuenta los problemas por los que Spielberg tuvo que atravesar durante la producción de la cinta, queda más que claro su potencial para aprovechar los recursos disponibles sin comprometer la calidad del producto. A lo largo de los años, le han seguido varias producciones que han pasado por la pantalla grande con diversos resultados. Entre los films más destacables podemos mencionar a “Open Water” (2003) y la más reciente “The Shallows” (2016). Por otro lado, han pasado varias producciones olvidables y desastrosas como “Shark Night” (2011) o “Sharknado” (2013). En un lugar en el medio se encuentra el largometraje que aquí nos convoca. “Megalodón” o “The Meg” en su título original, es la adaptación cinematográfica de una saga de novelas escrita por Steve Alten. El director encargado de llevar a la pantalla a este material literario inexplicable es Jon Turteltaub, a quien podrán recordar de películas como “National Treasure” (2004) y “Last Vegas” (2013). La cinta nos cuenta la historia de Jonas Taylor (Jason Statham), un especialista en rescates submarinos en aguas profundas, que decide retirarse luego de que una misión se haya complicado y le haya hecho perder a gran parte de su tripulación. Años más tarde, un submarino de aguas profundas, que forma parte de un programa internacional, es atacado por una enorme criatura y queda averiado en el fondo de la fosa oceánica más profunda del Pacífico, con su tripulación atrapada en el interior. El tiempo se acaba y un oceanógrafo chino, el Dr. Chang, recluta a Jonas, en contra de los deseos de su hija Suyin (Li Bingbing), que cree que puede rescatar a la tripulación por sus propios medios. Pero ambos deberán unir sus fuerzas para salvar al equipo y también al océano de una amenaza imparable: un tiburón prehistórico de 23 metros conocido con el nombre de Megalodón. Jonas tiene la oportunidad de redimirse, ya que se había encontrado con esta misma criatura aterradora durante la primera misión, pero nadie le creyó en ese momento. Ahora Jonas debe enfrentarse a sus miedos para regresar a las profundidades marinas donde volverá a verse cara a cara con el depredador más temible de todos los tiempos. Uno tiene que ser realista ante el tipo de película que está por ver y no exigirle más de lo que puede dar. “Megalodón” es un largometraje que abunda de lugares comunes como el héroe caído en desgracias que vuelve para redimirse, el millonario sin escrúpulos (interpretado por Rainn Wilson) que poco le importa su personal sino más bien su bolsillo y la opinión pública, entre tantas otras cosas. La trama es bastante formulaica y nos recuerda a la de “Piranha 3D” (2010), donde un monstruo prehistórico es liberado por humanos entrometidos y comienza a acechar a inocentes civiles que se encuentran en los alrededores llevando una existencia apacible. Lo que realmente sorprende de la película de Turteltaub tiene que ver con los efectos especiales y las secuencias de acción que implican al enorme escualo. A diferencia de muchas producciones de este estilo, aquí el CGI y los efectos visuales están muy por encima de los demás, algo que resulta ser estimulante pero a su vez esperable, ya que hablamos de una superproducción coproducida entre Estados Unidos y China. Nos encontramos ante un producto muy cuidado a nivel técnico, cuyas principales falencias se dan a nivel narrativo. Personajes como el de Ruby Rose (“John Wick 2”) y el de Jessica McNamee (“Battle of the Sexes”) son súper esquemáticos y no aportan nada a la trama. Como mencionamos anteriormente, el personaje de Rainn Wilson (“The Office”) es realmente decepcionante por el potencial del actor y por lo bastante estereotipado que resulta ser su rol. Por el lado de los aciertos, tenemos a Jason Statham, cuyo personaje puede ser poco interesante por como está escrito, pero que a nivel interpretativo está correcto. Hace tiempo que los roles en los que se ve involucrado el actor de “The Transporter” le quedan pequeños y podría aspirar a mayores desafíos actorales. A su vez, la porción asiática del elenco compuesto por Bingbing Li (“The Forbidden Kingdom”) y la pequeña Shuya Sophia Cai también cumplen con su parte, en especial Sophia, quien tiene uno de los personajes más atractivos de la cinta. “Megalodón” es un film entretenido si se lo mira sin pretensión alguna. Un relato plagado de defectos narrativos y con cierto aporte de situaciones sumamente inverosímiles que sorprenderán por el sumo cuidado que tuvo la producción a la hora de armar las secuencias de acción y todo lo referido a los efectos especiales que trae aparejada la temible criatura. Un film pasatista para pasar el rato.
Llega Megalodón a nuestra cartelera, un nuevo film de bestias marinas devora hombres, que nos trae muy poco para disfrutar en sus casi dos horas de duración. La expedición submarina Mega One pierde uno de sus submarinos en un confuso episodio en el fondo de la Fosa de las Marianas y sospechan que el incidente está relacionado con algo que le ocurrió al ahora retirado Jonas, un rescatista que fue tratado de loco cuando declaró que algo había mordido un submarino en el que trabajaba años antes. Así, Jonas (encarnado por el carilindo pero mediocre actor Jason Statham) es convocado para unirse al equipo de rescate. Estos, accidentalmente, abren un camino de salida para el Megalodón, un tiburón prehistórico capaz de devorar todo lo que encuentra a su alcance. Más de cuarenta años pasaron del estreno de Tiburón (Jaws, Steven Spielberg, 1975) y las películas de bestias que comen hombres (y particularmente las de escualos) nunca dejaron de interesar a cierto público. La apuesta fue diferente en algunos casos y repetitiva en otros. El último intento viene de la mano de Megalodón, un film ligeramente basado en la novela de Steve Alten. Al igual que en dicho libro, el film se encuentra con un problema fundamental, y es que se vuelve muy difícil empatizar con una víctima cuando el ser que la devora puede meter en su boca cinco personas al mismo tiempo. La trama intenta encontrar la forma de sortear ciertamente este problema cargando a la película de irrealidad, y entonces el escualo cambia de tamaños, cambia la velocidad a la que se mueve, y ni siquiera respetan la perspectiva de la distancia en las escenas de acción, pero todo realza la falta de clima del relato. Las actuaciones son pésimas en líneas generales, y a lo largo del film da la sensación de estar viendo una levemente elaborada película clase B. La trama es lenta y todo el principio es extremadamente aburrido. El poco juego con el fuera de campo en el film ya fue arruinado por los trailers y la falta de verosimilitud de las situaciones sólo contribuyen a quitarle realismo a una situación que apenas podría ser tomada en serio si el espectador se creyese lo que está pasando en pantalla.
La fiebre tiburonera está más alta que nunca y en este trending sobre los reyes de los mares se asoma Megalodón (The Meg en su idioma original). Protagonizada por Jason Statham, Li BingBing y Ruby Rose esta interesante película ofrece diversión en las profundidades. Statham está en su elemento. El actor de Snatch, cerdos y diamantes domina en totalidad una película que sin dudas no hubiera sido lo mismo sin él. Más allá de tener un pasado en competición como clavadista Jason muestra, como de costumbre, un total dominio de pantalla. Los secundarios, salvo en el positivo caso de Li BingBing , son caras que complementan pero tranquilamente pueden intercambiarse por otros nombres reconocidos. The Meg es inmensa, el tiburón se muestra en todo su esplendor y mantiene su poderosa figura presente desde el momento de su revelación hasta el final. Hay que olvidarse el clásico de Spielberg cuando uno ve a Meg; esta maquina asesina se reserva por pocos minutos pero a la hora de salir, se muestra y no tiene miedo de nada. Desafortunadamente para lo que es un standard en películas de “Animales al ataque” The Meg se queda corta en el nivel de sangre y viseras para posibilitar un rating de PG-13 y esto una verdadera pena. El film dirigido por Jon Turteltaub logra estabilizar el entretenimiento con la información que se nos da para comprender cómo Meg se encuentra entre nosotros ubicando a la película sobre un cómodo lugar de diversion. Explicaciones rápidas sin demasiadas vueltas y de alguna forma “válidas” se dan y sorpresivamente no dejan piezas flojas para desarrollar en una introspectiva. Quitando la exploit desaprovechada de sangre The Meg se siente bien In your face. Si se busca una película para despejar la cabeza con diversión sin culpa The Meg es la opción indicada para disfrutar en cines. Siempre es bueno ver a Statham repartiendo piñas y patadas, aquí lo tenemos luchando contra un friggin’ tiburón, ¿qué más se puede pedir?.
Submarino nuclear yace en profundidades tras ataque de enorme tiburón prehistórico presumiblemente extinto. El pelado Statham sale al rescate. Con esto puede tener una idea de qué es esta película, salvo por un pequeño detalle: hay mucho drama a pesar de lo divertido que suena el asunto (igual es bastante divertido a su manera, no vaya a creer). Lo bueno es que los actores, en general, saben a qué están jugando, aunque el realizador Turtletaub (un tipo con complejo de culpa, qué le vamos a hacer...) trata de incluir tensiones humanas porque siente que un tiburón monstruo devorando a troche y moche quizás no es demasiado interesante, o que el hecho de que el submarino pueda quedarse sin oxígeno en cualquier momento carece de la tensión suficiente. Es decir: el problema aquí no es precisamente la aventura sino cómo se trata de morigerarla cuando no hace falta. Por suerte, repetimos: Statham pelea contra un tiburón gigante. Si eso no alcanza, ya nada alcanza, amigos.
No se puede decir que es mala, ya que entretiene bastante, pero tampoco se puede decir que es excelente ya que su historia no depara muchas sorpresas, ni siquiera en la escena en la que parece que "ya reina la calma", pues creo que,,,,
Punto geográfico: un océano (o mar). Cámara subjetiva que desde la profundidad se dirige rápidamente hacia un ser humano que flota. Subjetiva de qué. ¿Adivine? Y, claro, desde “Tiburón” (Steven Spielberg, 1975) que se viene haciendo igual (desde antes en realidad, pero en aquella oportunidad quedó patentado para siempre) Cuarenta y tres años y todavía no han podido, ni querido, inventar nada, y así hacer una película de tiburones está difícil. Muy difícil, y con grandes posibilidades de caer en lo burdo. Al comienzo de “Megalodón” se instala el verosímil necesario para justificar todo, este es el punto más alto del guion de Dean Georgaris, Jon Hoeber y Erich Hoeber, y no es gran cosa. En la introducción, Jonas (Jason Statham) intenta el rescate de un grupo de personas atrapadas en un submarino que ha sufrido, y sufre, choques múltiples de “algo muy grande ahí afuera”. No llega a rescatar a todos. Una escena convencional para instalar la culpa en el protagonista. En la siguiente escena se explica todo. Un grupo de científicos descubre que lo que parecía el fondo de esa zona en realidad es una especie de nube que una vez atravesada descubre un nuevo mundo de especies, entre las cuales, claro, hay un megalodón, tatarabuelo de los tiburones de hoy. Más grande, más peligroso y más hambriento, el bicho arremete contra todo lo que se mueve y tiene luz. ¿Quién baja a investigar? La ex de Jason que estaba en la primera escena (todavía se quieren). ¿A quién van a buscar para un nuevo rescate?... Bueno, todo en Megalodón es así de predecible, pero además hay una apuesta por un humor generado desde la confección de algunos personajes que está no sólo forzada sino pobremente actuada. Específicamente en el dueño de la torta, una suerte de villano corporativo con mucha plata y poca sabiduría. El trabajo de Rainn Wilson (comediante de destacada participación en la serie “The Office”) está prácticamente fuera de registro y sólo termina funcionando cuando, por insistencia el film, pega un viraje definitivo hacia lo autoconsciente y paródico (sin haber querido serlo en los dos primeros tercios). Por suerte Jason Statham balancea todo porque si de algo entiende el actor irlandés es de este tipo de género. Gracias a la tecnología de hoy los efectos especiales de esta producción tienen; junto a la dirección de arte y diseño sonoro, algo apenas interesante para mostrar como la escena de una niña enfrentada cara a cara con el escualo, vidrio mediante. No mucho más. La nueva generación de espectadores no vio la original, y es una verdadera pena. La misma que causa ver este estreno.
Sutil como un martillo. También es cierto que gran parte del drama por el cual no funciona Megalodón es que existen toneladas de películas idiotas sobre tiburones (salve Steven Spielberg que estás en los cielos…) que los criminales de SyFy y The Asylum se encargaron de vomitar en los últimos años y arruinaron el género. Lo único decente que ha aparecido – desde el estreno de Tiburón en 1975 hasta la fecha – ha sido su segunda parte y The Shallows, que van de potable a lo notable. Pero si metés un tiburón grande como Godzilla en un playito, la sutileza se va al garete, y lo que obtenés es una especie de kaiju eiga – con elenco internacional incluido – armado en USA y listo para seducir al gran público asiático. Para colmo le enchufaron un director super mediocre como Jon Turteltaub (Tesoro Nacional), un tipo que te arma un filme como un videoclip de la MTV – puros cortes rápidos, cero suspenso -, lo cual termina de matar todas las pretensiones posibles de obtener un filme decente. Si hay un factor desquiciante en todo esto, es enterarse de que Megalodón está basada en una novela de éxito (con varias secuelas) que se publicó en 1997. Vale decir, los tipos se apañaron en cocinar esto durante 21 años para terminar arruinándolo. Los personajes son clichés, la mitad del cast es incapaz de actuar, el romance interracial de Jason Stathan y Bingbing Li no se concreta, el suspenso brilla por su ausencia, la gente se sacrifica en las fauces del mega tiburón como si tomaran una aspirina, y los submarinos van a velocidad luz como si fueran X-Wings. Nada de esto se ve realista. Mucho menos cuando cuerean a un bicho y aparece la pareja. Si todo esto se vuelve tolerable es gracias a Rainn Wilson; el tipo, con su habitual cinismo, es por lejos lo mejor del filme. Los mejores latiguillos le pertenecen (¿qué? ¿nadie vió acá “La Semana del Tiburón“?) y hasta le pasan cosas muy graciosas. Si Turteltaub hubiera optado por la vena cómica de Wilson – convirtiendo a esto en una versión gigante de Piraña 3D -, la película hubiera sido muchísimo mas divertida. Pero no, se lo toman todo muy a pecho, matan montones de gente, ves personas llorando, y ves gente intentando mover músculos faciales que le son desconocidos para intentar mostrarse compungidos, lo cual termina dando un resultado patético (sino vean cuando Statham intenta darle las condolencias a Bingbing Li). Es posible que, con el riesgo calculado del box office chino, esta mediocridad se gane el derecho a una secuela; pero lo cierto es que dicha posibilidad no me excita en absoluto. Todo es tan artificial y traído de los pelos que uno termina por soltarle la rienda a mitad de camino. La acción va de elaborada a lo rebuscada, todo va demasiado rápido y el bicho no impresiona. Había que darle espacio a lo Godzilla para que el monstruo se luzca y deje mostrar su enormidad en todo su esplendor… pero acá, cuando amenaza eso, el plano dura menos de dos segundos y la cámara pasa inmediatamente a otra cosa. Un desperdicio de plata y tiempo en algo que podía ser divertido y que solo termina teniendo gusto a comida recalentada.
Una película que queda a medio camino de lo que pretende ser. Es una mezcla despareja de aspectos de varios géneros, y eso le termina jugando en contra, incluso si se es amante de las pelis de tiburones. En 1975, un joven Steven Spielberg cambia el cine de género para siempre haciendo la introducción de lo que sería el terror de los mares contemporáneos y que se sostendría en diversos filmes de toda índole, como ese pánico primal a encontrarse con un tiburón en la playa en la cual estemos vacacionando. Filmes desde las continuaciones de JAWS, pasando por (las ya ahora mas allá del bien y del mal) Sharknado o una de de las que les puso una vuelta de tuerca, Deep Blue Sea, que aportaron a la lista de filmes sobre tiburones, manteniéndolo como el icono del terror marítimo, vivo a través de ya cuatro décadas. 2018, se estrena Megalodón, una producción chino-estadounidense, con Jason Statham en el papel protagónico, encarnando a un intrépido rescatista submarino, que luego de una misión fallida hace cinco años, es contactado para volver a la acción, ya que unos científicos quedan atrapados en un modulo submarino, que explorando profundidades nunca alcanzadas, son atacadas por un Megalodón, un escualo prehistórico que se creía extinto pero que aún vive en esas fosas marinas, hasta el momento nunca exploradas por el hombre. Mucho más del argumento y guion no se puede decir. Está vagamente basado en el primer libro de una saga de novelas del autor de ciencia ficción Steven Alten. Historia que estuvo desde hace 20 años en planes para llevarla a la pantalla grande, yendo y viniendo de productora en productora, de director en director, hasta que el proyecto cayó en manos de Warner Bros. y la productora china Gravity Pictures, con Jon Turteltaub como director (While You Were Sleeping, National Treasure). Si bien el diseño de producción es correcto, los efectos y hasta el CGI son creíbles, esta película peca de querer ser de varios géneros a la vez, presentado al comienzo, un rescate de tripulación de submarino de manera muy dramática, con una tensión digna de una película de acción o de guerra submarina. (Además de que a los hechos locales con el incidente de nuestro ARA San Juan, esta escena, va a hacer que el espectador pueda tener una idea más acabada de lo fue ese drama y su fatal desenlace). Luego de esta intro tan fuerte, con un Statham que ya se muestra como protagonista desde el minuto uno, la película empieza a mutar a un filme de expediciones con un tinte pseudo cientificista, aunque creíble. Pero después, con el correr de las situaciones, empieza a desinflarse de la “seriedad” o “solidez” que pretendía, para empezar a caer en clichés absurdos, donde Jason Statham parece ser el único personaje capaz de hacer lo más peligroso y hasta lo impensado, haciendo uso de su musculoso físico, sin faltar las situaciones con planos que hacen el deleite de la platea femenina. Y ni hablar del las partes donde las situaciones de comedia generan discordancia con el clima de la película, sin negar que son graciosas. La mano de la productora china se nota, no solo en el cast, con varios actores asiáticos (Li Bingbing y Masi Oka, tal vez los que más tengamos vistos de películas y series), sino también con las locaciones donde se desarrolla la acción, ya que pasamos desde las costas de Shanghái hasta playas del sudeste asiático. Más allá del protagónico de Statham, no hay mucho para destacar, los roles de soporte destacan lo suficiente para el funcionamiento de la historia y nada más. Si se preguntan qué tan bien actúa Ruby Rose en esta cinta, simplemente hace de una ingeniera marina con la personalidad de ella misma. Haciendo una comparación dentro de los parámetros en los que esta película se enmarca, se puede decir que si el protagonista hubiera sido The Rock, (remitirse a Rampage a modo de ejemplo) todo hubiera estado dentro de sus propias leyes, lo inverosímil, lo disparatado hubiera sido natural y aceptado, pero es tal vez que Statham, pese a ser un actor de cine acción, tiene otra aura donde uno lo ve más cercano a películas de un perfil más “serio”, bastante alejado de filmes de monstruos. Megalodón es una película pochoclera, que está a medio camino de lo que pretende ser. Si bien es disfrutable para pasar el momento, es una mezcla despareja de aspectos de varios géneros, y eso le termina jugando en contra, incluso si se es amante de las pelis de tiburones.