El hombre y el mito: El Libertador de América Revolución. El cruce de los Andes (2010) es la vuelta a un cine épico nacional de grandes próceres patrios, a la que ya se suma el telefilme Belgrano (2010) protagonizado por Pablo Rago. El esta oportunidad y con un gran despliegue técnico, se representa la hazaña trazada por el General San Martín en la piel de un sobrio Rodrigo de la Serna. En el año 1817 el gral. José de San Martín se encuentra en una cruzada clave para la liberación de Latinoamérica: cruzar con su ejército la cordillera de los Andes a caballo. La hazaña plantea una serie de virtudes que San Martín (Rodrigo de la Serna) deberá demostrar: su capacidad de conducción, su ideología inquebrantable y su coraje para ponerle el pecho a situaciones que lo harán pasar a la inmortalidad como el gran prócer argentino. Revolución. El cruce de los Andes, es una producción conjunta entre Canal Encuentro, La Televisión Pública y el INCAA con el apoyo de televisión española (TVE) y del gobierno de la provincia de San Juan. El filme se destaca por su cuidado técnico que sorprende por su detallismo y calidad. La reconstrucción de época, las batallas filmadas en escenarios naturales, la coordinación de secuencias multitudinarias y el ritmo inusitado de las escenas de acción difícil de ver en la pantalla nacional, configuran un producto que nada tiene que envidiarle a producciones norteamericanas. El filme dirigido por Leandro Ipiña tiene a un Rodrigo de la Serna componiendo con gran firmeza a un San Martín seguro de sí mismo, con solvencia y eficacia frente a su ejército. Con pequeños gestos el actor de Crónica de una fuga (2006) describe al prócer argentino en su cotidianeidad sin quebrantar jamás su grandeza. Estamos frente a un San Martín actualizado, de acuerdo a los tiempos que corren. La nueva versión cinematográfica sobre el general –atrás queda la “billinesca” El santo de la espada (1970) de Leopoldo Torre Nilsson- propone un San Martín centrado en el medio del conflicto, en tiempos de decisiones trascendentales que sólo él puede tomar. El San Martín que veremos en Revolución. El cruce de los Andes es el estratega, el conductor, el ideólogo, el generoso y valiente luchador incansable a la par de sus soldados. Pero tampoco se deja de lado al San Martín humano, con una familia a la que cuidar y padecimientos físicos que sortear. Sin embargo, la película enfrenta al hombre con el destino para construir el mito. Es el hombre terrenal frente a grandes decisiones que lo transforman en héroe y mito de la historia Argentina: es San Martín, El Libertador de América.
Una epopeya bien contada Si existe un riesgo al abordar temas históricos es la manera de plasmarlos en la pantalla sin desvirtuarlos y mostrando a próceres que no son de bronce. En Revolución: El cruce de los Andes, el director Leandro Ipiña construye un relato sólido, entretenido y alimentado por datos de la historia argentina. El centro es la figura del Gral. José de San Martín (Rodrigo de la Serna, bien caracterizado), un hombre enérgico y duro, pero lleno de dudas y temores, que asumió el compromiso de formar un ejército para cruzar los Andes con fines libertadores. El San Martín es totalmente creíble y se ve muy alejado del que alguna vez interpretó Alfredo Alcón en El santo de la espada, de Leopoldo Torre Nilsson. La película muestra también el lado humano del prócer (cuando abandona a su esposa e hija o el fuerte dolor que lo aqueja) y su relacíón con un joven secretario (un convincente Juan Ciancio, el actor de El niño de barro) que se opone a los mandatos familiares y sigue sus ideales. Revolución: El cruce de los Andes viene a ocupar un espacio cinematográfico que estaba vacante y lo hace con buenas armas a través de una narración estructurada a manera de flashback (el joven secretario le cuenta la historia a un periodista) y en capítulos. Filmada en escenarios naturales, la película despliega escenas de acción resueltas con astucia, suspenso bien logrado y panorámicas con generosa presencia de extras en la provincia de San Juan, en el paisaje cordillerano del pueblo de Barrea, para mostrar con credibilidad la esencia de la cruzada libertadora.
SUEÑO DE LIBERTAD Revolución. El Cruce de Los Andes forma parte de un proyecto cinematográfico de ocho títulos que homenajean a grandes personajes de la historia latinoamericana. Lejos del acartonamiento y los lugares comunes, la película construye una interesante mirada sobre una figura histórica y, a la vez, sobre la de un héroe olvidado. Ya pasaron más de cuarenta años desde el estreno de El Santo de la espada (1970) de Leopoldo Torre Nilsson. Este film, de inevitable evocación cuando de cine histórico se trata, tuvo una popularidad gigantesca que formó –e impulsó- una larga serie de biopics de figuras históricas y momentos claves de nuestra historia. Pero el éxito del film fue directamente proporcional al desprecio que ha recibido la película desde el comentario de los expertos. Fue a partir de esa película que se crearon varios lugares comunes poco felices, que los críticos –los malos críticos- repiten como latiguillo. Entre ellos, el más común es comparar al film de Torre Nilsson con una reconstrucción de los hechos al estilo de la revista para chicos Billiken. Que un crítico argentino sea hoy capaz de repetir eso frente a un film como Revolución denigra a toda la profesión. Pero lo irónico es que, aunque lavado y mediocre, aquel film de Torre Nilsson (¿Los críticos lo han vuelto a ver? ¿Se tomaron el trabajo?) tenía elementos curiosos y personales. Sí, es verdad, naufragaba en situaciones acartonadas dignas de un trabajo didáctico de manual, y, luego, las escenas del Cruce eran particularmente pobres, a excepción de un brillante momento casi documental en el que caía por la ladera de una montaña parte del ejército. Pero lo más curioso del film radicaba en los instantes entre San Martín y Remedios de Escalada. Allí, ella era un arquetípico personaje de Nilsson, abrumado por un entorno opresivo y bordeando la locura, como las heroínas jóvenes de otros films del director. El film estaba basado en el libro de Ricardo Rojas, adaptado por, entre otros, por Ulyses Petit de Murat, guionista de La guerra gaucha, película cuya sobrevaloración ha ido mermando con los años. Este antecedente es imposible de no mencionar frente a cualquier producción que quiera narrar el Cruce de Los Andes, pero hasta acá han llegado las comparaciones. Porque Revolución es un film más ambicioso, mucho más sofisticado y lleno de hallazgos que lo colocan en un lugar completamente diferente. Revolución. El Cruce de Los Andes, dirigida por Leandro Ipiña, con guión de él y Andrés Maino, es una nueva mirada sobre San Martín y su gigantesca epopeya en pos de un ideal de libertad. ¿Cómo se puede encarar un hecho tan conocido y protagonizado por el máximo prócer de nuestro país? Sin duda es difícil, sin duda todos serán más sanmartinianos que San Martín y las exposición a las críticas históricas será extrema. Sin embargo, Revolución hace lo mejor que puede hacer una película de estas características: jugar su propio juego, elegir su propio camino y buscar que sus temas no partan exclusivamente del rigor histórico, sino del sentido final de los hechos que la historia narra. Y así es que la película comienza con el relato de un anciano militar a un joven periodista. Punto de partida de muchos films, pero aquí, como ocurre con los buenos films, sirve para generar una metáfora final, un significado que será lo más emocionante de todo el film. La historia entonces no estará narrada desde San Martín, sino desde el punto de vista de uno de sus colaboradores. Ese anciano llamado Manuel Corvalán -un personaje ficticio- es entrevistado por un periodista que desea que le cuente algunas cosas sobre el General San Martín. Este viejo pobre, abandonado al recuerdo de viejas épocas gloriosas, es un personaje interesante por su condición de haber sido testigo de la historia grande y aun así haber quedado en el olvido. La idea del héroe olvidado es una clave que abre y cierra el film. El resto es la epopeya del Cruce, con la figura de ese héroe histórico que la película intenta mostrar tanto en su grandeza como en su humanidad. El paisaje incomparable de la Cordillera ayuda a transmitir esa grandeza. Sólo algunas cosas atentan un poco contra el film. Una cierta timidez en la dirección de actores, fuera del gran talento de Rodrigo De la Serna, que compone un carismático y complejo San Martín, los demás personajes parecen no tener la misma intensidad y plenitud. En algunas escenas de batalla también se percibe una falta de lucimiento de la puesta en escena. Aunque finalmente esto último se dé vuelta en el crudo clímax de Corvalán peleando cuerpo a cuerpo con un “realista”. Lo que, sin embargo, es imposible de reclamarle al film es que sea didáctico o infantil, porque no lo es en ningún momento de todo su metraje. Por ejemplo: no se explica que San Martín tiene una úlcera ni tampoco qué es lo que toma. Estos elementos muestran clara ausencia de intencionalidad didáctica y un genuino interés en confiar en la historia y en la inteligencia de los espectadores. Tampoco parece comparable a una representación de revista infantil la imagen de un niño empalado o la mirada desencantada sobre el campo de batalla. También hay toques de humor brillantes, como el momento en el que San Martín se pone de pie de golpe cuando le avisan que, contrario a lo que parecía, los ejércitos están llegando al punto de encuentro. En un instante recupera toda la fuerza que parecía perdida y la simpatía de los espectadores. Siguiendo con el carisma del personaje de San Martín –extensión del carisma del actor- cada una de las escenas lo encuentra como una persona inteligente, apasionada, sufriendo físicamente, preocupado por las constantes traiciones, pero a la vez convencido de la gigantesca aventura que estaba llevando adelante. San Martín sigue siendo el máximo héroe de la historia argentina. Es un gran personaje cinematográfico, no una figura de bronce. El cine, un espacio tan rico para forjar imágenes que movilicen el imaginario popular, no había podido hasta ahora encontrar el rumbo para recrear su imagen, para mostrarlo creíble y a la vez inmenso. El cine argentino posterior al período clásico no ha sabido –o no ha querido- trabajar la figura del héroe. Revolución lo hace en dos niveles distintos: por un lado la figura del máximo prócer nacional y por el otro la de un héroe olvidado. Por eso la película termina con dos planos brillantes igualmente emocionantes. Por un lado la foto con la cara borrosa de Corvalán. Un anciano orgulloso de su participación en el Cruce, pero a la vez completamente alejado del afán de gloria. Él no ha sido un héroe “para la foto” y su rostro jamás será inmortalizado. Pero por el otro, la película le concede la inmortalidad y la grandeza a San Martín en un bello plano final digno de un héroe. Es un hallazgo de la película hacer convivir ambos finales, donde queda muy claro que detrás de la figura inmensa, de la historia grande, hay otra historia. La de aquellos que creyeron que la libertad era un valor lo suficientemente valioso como para arriesgar su vida y entregarlo todo por ella.
La espada del santo Fui a ver Revolución: El cruce de Los Andes con bastante expectativa: algún colega me la había recomendado durante el Festival de Mar del Plata, Rodrigo de la Serna es un actor confiable, el despliegue de producción había sido importante... y estaba convencido de que en pleno 2011 no iban a caer en la solemnidad de las viejas películas (tipo El santo de la espada), que iban a bajar al prócer del pedestal, que lo iban a transformar en un personaje de cine, visceral, contradictorio, de "carne y hueso". ERROR. Este film de Ipiña concebido con un fuerte apoyo oficial acumula casi todos los peores vicios de la biopic más convencional: es conservadora, timorata, previsible y, finalmente, aburrida como pocas. Diálogos ampulosos, escaso desarrollo de la psicología de los personajes, "evoluciones" dramáticas inverosímiles (como la del cura que termina empuñando las armas), conflictos obvios y torpes (como el de San Martín y su asistente adolescente), desniveles actorales (ni siquiera De la Serna está demasiado bien), moralejas subrayadas una y otra vez... y así podría seguir la enumeración. Lo mejor de Revolución: El cruce de Los Andes -que reconstruye la campaña de 1817 para la liberación de Chile en manos de los realistas- tiene que ver con su acabado técnico: se ve y se escucha muy bien, los efectos visuales/digitales para concretar escenas de masas en la batalla son de un profesionalismo incuestionable y no mucho más. Estamos ante un producto bienintencionado (a tono con estos tiempos políticos) y cuidado, pero que no cumple con ninguna de las dos premisas principales de toda película: entretener y hacer pensar. Y eso, se sabe, en cine es un pecado casi mortal.
El hombre, el mito Rodrigo de la Serna interpreta a San Martín en la campaña de 1817. Las biopics sobre famosos ilustres plantean dificultades. Las de los próceres, en este caso la del prócer de los próceres nacionales, muchas más. El San Martín de Rodrigo de la Serna elude algunas de estas complicaciones. No todas: aun en los momentos en que el realizador Leandro Ipiña intenta despegarse de los lugares comunes del subgénero -de la impostación y la solemnidad mitológicos-, la película tiene un aire de artificio: como si ciertas palabras coloquiales, algún escupitajo, algunos destellos de dolor, de desazón, de paranoia del protagonista estuvieran ahí para recordarnos, de un modo obvio, que sí, que San Martín era humano. El resto tiene una matriz clásica, un tanto antigua. Revolución... empieza con un planisferio y una voz en off que nos expone brevemente el conflicto en contexto: lo que veremos es la campaña para liberar a Chile de los realistas en 1817. A continuación, un personaje (ficticio), ya anciano, le cuenta a un periodista cómo fue haber participado de aquella epopeya durante su juventud: primero como amanuense de San Martín; luego, como soldado temeroso y por lo tanto heroico. La historia está contada con flashbacks en el que el gran prócer es visto desde la admirada distancia de un personaje secundario: una especie de subprócer anónimo, pobre y olvidado, desde un presente en el que irrumpe la Generación del ‘80. Rodada principalmente en la cordillera, la película luce una fotografía y una edición de sonido logrados, igual que algunos encuadres y efectos visuales y digitales. De la Serna, actor sólido, debe lidiar con un papel que sin duda le resultó complejo. Su San Martín es, desde luego, un hombre grave, apasionado, pertinaz. También un hombre que sufre la revolución en todo el cuerpo. Su mente, con toda lógica, está puesta en la batalla, no en las frases grandilocuentes, aunque a veces diga algunas (pocas), como: “Es más importante empuñar una pluma que un arma”. Las escenas de combates masivos tienden a cierta dispersión, lo que acaso les dé un toque más realista (con el perdón nacionalista de la palabra). Pero hay un combate cuerpo a cuerpo, medular, que tiene la doble función de ensayar la alegoría y de recordar que la guerra tiene algo de gloria y mucho, muchísimo de sangre y de barro. A la hora del fragor decisivo, el personaje de San Martín, gran estratega, dirige los movimientos y el coraje colectivo desde las alturas. No funciona, en este sentido, como un mero “santo de la espada” ni un héroe solitario. Los personajes secundarios tienen poco desarrollo, pero el filme, sin descollar ni sorprender, logra ser digno.
Hace muchísimo tiempo que no miraba una producción nacional que al terminar me dejara con ganas de querer ver más. La historia de San Martín es tan grande y poderosa que probablemente se necesitaría una trilogía de filmes para contar toda su vida en el cine. Revolución es un film que se enfoca principalmente en el Cruce de los Andes, que es considerada una de las máximas campañas logradas en la historia militar y la famosa batalla de Chacabuco de 1817. Esta producción dirigida por Leandro Ipiña es narrada desde la mirada de Manuel Esteban de Corvalán, un joven de 15 años que por el hecho de saber leer y escribir se convierte en uno de los secretarios principales de San Martín en el momento en que el militar emprende la campaña hacia Chile. Es un personaje ficticio que funciona como el narrador de la historia y representa la figura del héroe olvidado. Una imagen, que por cierto, llama a la reflexión en la última gran escena de este estreno. El director Ipiña le sacó el jugo a este capítulo de la historia argentina y brindó una película sumamente interesante y entretenida, cuya mayor virtud reside en que retrató a San martín como lo que fue, un ser humano de carne y hueso que hizo cosa extraordinarias en su vida, pero que tampoco era un superhéroe. Al dejar los bronces y las estatuas de lado, la película se convirtió en una historia apasionante y permitió que su figura del Libertador de América sea todavía mucho más grande. Rodrigo De la Serna brinda uno de los mejores trabajos de su carrera con una interpretación fabulosa que presenta distintos matices de la personalidad de San Martín. El personaje principal es un hombre de carácter irascible afectado por dolencias físicas que inclusive llega a dudar de la confianza de los altos mandos de su propio ejército. De la Serna encarnó a un líder sumamente humano que no es perfecto, tiene sus equivocaciones y se juega por sus convicciones personales. Lo que me encantó de esta película es que no es un resumen de Billiken, que insulta la inteligencia del espectador en su misión de ser didáctico. Un error en el que cayeron otra producciones en el pasado como El Santo de la espada (1970), de Lepoldo Torres Nilson que tenía momentos absolutamente patéticos, como la secuencia del Cruce de los Andes. Ya no hablemos de las escenas de acción que eran para llorar. Desde su realización Revolución es absolutamente impecable por donde se la mire y retrata los hechos con un mayor realismo. Las secuencias de acción, por ejemplo, son excelentes y describen con precisión la brutalidad y barbarie con la que se combatía en aquellos tiempos. Hay escenas fuertes donde corre sangre, como un par de empalamientos y algunas decapitaciones, pero son momentos muy bien logrados que describen con acierto la violencia de aquella época. Otro detalle que no es menor, es que la película rescata la figura de los afro-argentinos e indígenas que combatieron en el Ejército de San Martín y fueron totalmente olvidados en los libros de historia. Revolución es una gran película épica que resucita un género olvidado en el cine nacional y que tampoco nunca fue explotado como corresponde. Si hay algo que no se le pude objetar a la historia argentina es que no brinde material para hacer filmes apasionantes que logren capturar el interés del público. Ojalá que estas nuevas producciones como la de San Martín y Belgrano, que se emitió por televisión, cambien esta situación. El talento para hacer grandes películas está y estos últimos títulos lo dejaron claro.
Bastardos Sin Gloria Ni santo ni con espada. Esa es la nueva imagen del General San Martín, según la visión de Leandro Ipiña. Este proyecto, empezó a partir de que el Canal Encuentro, decidiera, con motivo del bicentenario nacional, lanzar una serie de episodios épicos que reconstruyeran los momentos más importantes de la historia Argentina. La idea era ambiciosa y su resultado superó las expectativas. Leandro Ipiña, comenzó como ayudante de Tristán Bauer, creador de Encuentro, en Iluminados por el Fuego, y gracias a visión y talento, llegó a dirigir para el canal el telefilm: San Martín, La Batalla de San Lorenzo. Los excelentes resultados de dicha propuesta, motivaron que se haga un segundo telefilm. Esta vez, acerca de “el cruce de los andes”. Dicha propuesta también iba a estar dirigida por Ipiña. Sin embargo, la inclusión dentro del canal, del realizador Juan José Campanella, junto al buen instinto de Bauer influyeron para que los responsables de la producción, con ayuda del gobierno nacional, decidieran llevar nuevamente a San Martín al cine. Para esto Ipiña tendría que reimaginar el telefilm y darle otra dimensión visual. Dicha decisión, encima, fue tomada con el rodaje ya comenzado. Además, era una buena oportunidad para dejar atrás la versión, que había dado Leopoldo Torre Nilsson con Alfredo Alcón como protagonista en 1970. Vi El Santo de la Espada por primera vez en 1990, en un contexto escolar, por lo que no puedo decir si era realmente un buen film, pero el recuerdo que tengo es bastante intenso. La recreación de batallas épicas es muy inusual en el cine argentino, así que estaba impresionado. Sin embargo, la estética elegida se acercaba más a una elevación mítica, legendaria, enalteciendo al personaje, en vez de buscar un retrato creíble de la historia. Era una visión romántica, de folletín. Lejos estaba la revisión histórica que llamara a la discusión y la reflexión sobre nuestro pasado. Este es el aspecto más interesante de Revolución, el Cruce de los Andes. Los primeros planos del film lo separan enseguida de una película hecha para la pantalla chica. La cámara sobrevuela la cordillera andina. El panorama es espectacular y pronto me empecé a plantear si incluso no hubiese sido una gran decisión, hacer esta película en 3D. Irónicamente la historia comienza en 1880. Van a traer los restos del General desde Europa a Buenos Aires. Un periodista decide entonces, entrevistar al único superviviente que queda del ejército andino. Se trata de Manuel de Corvalán, quien a los 15 años fue secretario y escriba del gran San Martín. De esta manera, un poco al estilo Titanic, nos remontamos a 1816, donde nos vamos enterando de los preparativos, las causas y motivos por los que San Martín creó el ejército y tenía urgencia por atacar a los realistas en Chile. Ipiña hace hincapie en el carácter del General. Hosco, inteligente, insultador como pocos. Pero a la vez, un gran estratega. El director trata de dejar un poco al margen la conocida gastritis que lo dominaba antes de las batallas, y la relación con Remedios de Escalada. Además, el director quiere dejar en claro, que no está haciendo un mero film didáctico. Hay violencia gráfica y una directa crítica a las familias más poderosas de Buenos Aires, que estaban en contra de la Independencia de la Nación. La primera hora del film, no cabalga. Vuela. A pesar de que no hay batallas ni conflictos, Ipiña sostiene las acciones gracias a personajes atractivos, diálogos que dan pie a múltiples lecturas. De esta forma se muestra la posición que ocupaban los esclavos en el ejército, ritos, costumbres, la posición del gaucho y el punto de vista religioso en la piel del Fray Bernardo García, miembro del ejército que toma narrativamente, un lugar cuestionador acerca de la “gloria” de la batalla. Justamente, acá es donde se van a generar los principales debates con respecto al film. No voy a develar mucho, si digo que el film concluye con la batalla de Chacabuco. Durante la última media hora, el ritmo venía decayendo, siendo un poco reiterativa en algunos diálogos y situaciones. Más allá de que no se perdía el interés, y algunos planos remitían directamente a westerns de Leone, Ford o Peckinpah, el relato no lograba sostener el interés como sucedía durante la primera hora. Sin embargo, cuando empieza la batalla de Chacabuco, no solamente vuelve a cobrar vida la película, sino que propone una relectura de la historia pocas veces vista en el cine. ¿Aun cuando se trata de la lucha por la libertad, se justifica la guerra, la batalla, el derramamiento de sangre? Muchos notarán que, a pesar del gran y meritorio despliegue técnico, los extras, los cañonazos, las luchas cuerpo a cuerpo, a la batalla le falta intensidad. O sea, el trailer prometía un conflicto épico más potente. Pero esto no es Corazón Valiente. San Martín está más cerca de Napoleón, con todo su despotismo que de la imagen heroica de Mel Gibson sobre William Wallace. Los últimos 10 minutos de película son para atesorar. No hay gloria en esta batalla. No hay gloria en la muerte ni en el hecho de que se pierdan tantas vidas. Esa es la imagen que nos da Revolución, y es la imagen que quiero destacar: un joven de 16 años llorando como un chico porque fue herido. Esto, si no recuerdo mal también había sido lo que más me había gustado de Iluminados por el Fuego: entender que no se trataban de máquinas de matar, sino de hombres sensibles. Muchos de ellos, sin experiencia en las batallas. Que los generales se quedan lejos de la batalla, y muchas veces sus segundos son inútiles. A nivel visual hay un enorme contraste escenográfico. Un 70% de la acción sucede en exteriores y realmente, el despliegue artístico es notable. Además Ipiña aprovecha la profundidad de campo y logra algunos planos sublimes, con el ejército avanzando en diversos lugares a lo largo de la cordillera. En cambio, las pocas escenas filmadas en interiores, son demasiado televisivas, sencillas, a tres cámaras. Como si se las hubiesen querido quitar rápidamente de encima. Más allá de eso es muy elogiable el gran trabajo fotográfico de Javier Juliá y la dirección de arte de Sergio Rud. El elenco es un punto fuerte. Rodrigo de la Serna construye un interesante San Martín, duro, austero, verborrágico, frío y calculador. Muy diferente a lo que venimos acostumbrado a verlo. Su interpretación es creíble. Incluso resulta divertido escucharlo. De la Serna le aporta un acento castizo al personaje. El mismo desaparece en algunas escenas intimistas. Muchos han criticado este punto, pero lo cierto es que según algunos historiadores, el verdadero San Martín podía pasar de un acento castizo al castellano cotidiano de un momento a otro. El resto de los actores cumplen de forma verosímil con sus interpretaciones, especialmente Victor Hugo Carrizo como el rastreador y Alberto Ajaka como Condarco. Revolución, El Cruce de los Andes, supera las expectativas, se aleja de la estética telefilm, y permite soñar un cine épico en nuestro país que deje lugar a la discusión y la reflexión es posible. Ahora le toca el turno al Belgrano de Pablo Rago, Juan José Campanella y Sebastián Pivotto.
El Gen Argentino Un film que retrate una de las mayores epopeyas militares de la historia latinoamericana es un hecho cinematográfico que rebalsa lo cultural. Se trata de un acontecimiento histórico, político, social y educativo, aunque no pretenda ser didáctico. Revolución, El Cruce de los Andes lo logra. Rescata con la mayor humanidad posible el espíritu de nuestro prócer más grande, muchas veces un tanto olvidado o reducido a la imagen del cuadro en la escuela primaria. El debutante cineasta, Leandro Ipiña, recrea esos acontecimientos cruciales que fueron la tremenda hazaña de cruzar, hace casi dos siglos, la riesgosa y elevada Cordillera de los Andes, para liberar a un país vecino y luego a un continente. Los que alguna vez estuvimos por esas geografías nos preguntamos cómo habrá hecho este tipo para internarse en esas prominentes pero heladas y peligrosas montañas, con tan solo algunos caballos y rifles, desprovisto de los medios y equipos con los que contamos hoy para hacer un pequeño trecking por ellas. La película comienza con un maravilloso plano que sobrevuela la imponente cadena montañosa andina (“espina dorsal del planeta”, diría la canción de Calle 13), plagada de glaciares eternos y encumbrados precipicios. Ya ahí, da escalofríos pensar en la proeza realizada por el general correntino y sus valientes soldados. Narrada a modo de flashback, por Manuel de Corvalán (León Dogony), un hombre anciano, sumido en la miseria y el olvido, pero que en su adolescencia (Juan Ciancio) fue el secretario del General San Martín durante la epopeya libertadora. Es así como se refleja el vínculo que entabló este joven con el General gruñón, mezcla de acento europeizado y criollo, encarnado magistralmente por Rodrigo de la Serna, quien ya ha interpretado notables actuaciones de personajes biográficos en Crónica de una Fuga y Diarios de Motocicleta. Aquí nos ofrece a un San Martín estratega, ideológico, visceral, carismático, obsesivo hasta la médula con su objetivo final, irritable, con miedos persecutorios que lo hacían absolutamente desconfiado y con algunos problemas de salud que ponían en peligro la realización de la utopía. Sí, él fue un revolucionario, arremetió contra los ideales conservadores de la clase dominante porteña. De hecho, recibió muy poco apoyo de Buenos Aires y eso incrementaba sus rasgos paranoicos, temía que se mezcle dentro de sus hombres algún “escorpión” que traicionara la causa. El film nos muestra la cocina de la hazaña y cómo se realizó todo a pulmón, gracias a la mentalidad y obstinación de este hombre; si uno no supiera el final de la historia, dudaría si se trataba de una gran estrategia militar o de ideas delirantes megalómanas. Técnicamente la película es impecable. Rodada en su mayoría en escenarios naturales, en el hermosísimo pueblo sanjuanino Barreal (lugar que si no se lo conoce, vale la pena hacerlo), por donde pasaron unas de las seis columnas sanmartinianas. Goza de una estupenda fotografía que logra captar con gran calidad impactantes imágenes panorámicas o detalladas del paisaje cordillerano. Entre estrategias, traiciones, controversias y sueños, presenciamos una serie de diálogos y debates atractivos que reflejan los ideales que imperaban en aquella época, tanto de un lado como del otro. El discurso final, que el General ofrece al batallón, es realmente estremecedor. La debilidad del film es justamente también su fortaleza; entre tanta planificación y cotidianeidad, se pierde cierta tensión narrativa, por momentos se vuelve fría, lenta y hasta puede llegar a aburrir. La histórica batalla de Chacabuco se torna bastante intimista, lo que la hace muy interesante, pero le resta en su puesta en escena potencia épica y carece de la emoción y exaltación que se merece tremenda página gloriosa de la historia argentina. También el guión da a entender ciertos aspectos y hechos históricos que no logra desarrollar del todo, dejando algo incompleta la trama que seguramente hubiese enriquecido el relato, como lo es la posición que adoptó Buenos Aires, el apoyo de Cuyo, la supuesta gastritis de San Martín o la rivalidad entre O´Higgins y Soler. De todos modos, no deja de ser una oportunidad para encontrarse con un film que apuesta al revisionismo histórico, rescata figuras y hechos trascendentes de nuestro pasado, reniega contra el olvido de los verdaderos héroes que apostaron a una América libre (el paralelo que hace con la vejez solitaria y pobre de Don Manuel de Corvalán denuncia lo injusta que suele ser a veces nuestra memoria), y nos interroga como pueblo y ciudadanos si es que optamos por el legado y compromiso liberador del “padre de la patria” o preferimos el conservadurismo de ciertos sectores sociales que solo cuidan sus propios intereses.
La cinematografía nacional no abrevó con calidad demasiadas veces en nuestro pasado histórico. Revolución viene a llenar ese vacío tan necesario para remontarse al pasado y descubrir a esos personajes que hicieron la grandeza del país a través de sus asombrosas hazañas. Esta vez es San Martín quien transita este relato sincero y lo eleva a la condición de imprescindible para quienes deseen internarse en aspectos de la vida y de la obra del prócer. El comienzo del film se fija en 1880, cuando, en una pensión, un periodista desea entrevistar a Esteban de Corvalán, uno de los últimos hombres vivos que cruzaron los Andes junto a San Martín cuando aquél tenía 15 años y que por saber leer y escribir se convirtió en uno de sus secretarios. La memoria del entrevistado se remonta a los tiempos en los que el Libertador se disponía a acometer el cruce de los Andes a caballo o en mulas desde Cuyo hacia Chile para borrar todo vestigio de la ocupación española. Y aquí aparece la figura del prócer con su valentía, sus dudas, sus temores, su salud quebrada y su notable pericia para sortear los más difíciles obstáculos. El director y coguionista Leandro Ipiña supo resolver con solvencia su propósito, ya que su film encara la historia desde la perspectiva no sólo histórica de San Martín, sino que se adentra en su pensamiento y en su casi escondida voluntad de hacer posible lo que parecía una quimera. Rodada en exteriores de San Juan, la película contó, además, con un enorme esfuerzo de producción, ya que tanto la reconstrucción de la batalla de Chacabuco como el cruce alcanzan picos visuales poco vistos en nuestra cinematografía. Rodrigo de la Serna tuvo a su cargo la misión de ponerse en la piel del prócer y lo hizo con enorme convicción, con medidos gestos y con esa ternura y valentía que, unidas, lograron del actor la necesaria fuerza para salir indemne de su propósito.
Un prócer de carne y hueso En el año 1970, la figura del General José de San Martín llegaba a la pantalla grande de la mano del director Leopoldo Torre Nilsson, con libro de Beatriz Guido y Ulises Petit de Murat, en el film El santo de la espada. La película contaba con un elenco integrado por Alfredo Alcón, Evangelina Salazar, Lautaro Murúa y Héctor Alterio en el rol de Simón Bolívar, entre otros. En esa oportunidad, más allá de los códigos de la época, el San Martín de Alfredo Alcón era demasiado pomposo en su discurso y poco creíble tratándose de un prócer latinoamericano. Claro que de aquella figura representada en los manuales escolares como el Padre de la patria, montado en un caballo blanco y con una postura solemne, su copia cinematográfica tomaba apenas el contorno para terminar delineando un personaje en el que quedaran representadas ideas como la lucha por la libertad, el sacrificio y el coraje, sin fisuras ni contradicciones. Sin importar el lado o el discurso político que cuente la gesta patriótica, resulta obvio a esta altura que don José de San Martín fue protagonista -junto a miles de almas anónimas- de una de las hazañas militares e históricas más importantes de la etapa libertaria de Latinoamérica, que asestó un duro golpe a la tiranía española e inspiró con sus acciones demenciales (¿acaso cruzar los Andes no lo era?) a pueblos sojuzgados, enseñándoles a levantarse contra los más poderosos a pesar de la indiferencia de quienes manejaban los destinos del país. Esa mezcla de sensaciones conforma uno de los elementos característicos de esta iniciativa educativa que se vale de la poderosa herramienta del cine para encontrar un espacio creativo, dinámico y aggiornado a los tiempos vertiginosos de la comunicación, apto para abrir el debate y la reflexión tanto dentro como fuera de las aulas sobre uno de los símbolos históricos, cuya trascendencia a su tiempo cronológico recién se llegó a comprender a partir de una mirada revisionista y despojada de excesiva admiración o exacerbado prejuicio. Revolución. El cruce de los Andes nace de la comunión productiva entre la Televisión Pública, Canal Encuentro y el INCAA, con el apoyo de la Televisión española (TVE) y del gobierno de la provincia de San Juan (ciudad donde se trasladó un equipo de rodaje compuesto por más de 100 técnicos y un total de 1400 extras). Filmada por Leandro Ipiña (asiduo colaborador de Tristán Bauer y responsable de algunos programas del canal Encuentro) y protagonizada por Rodrigo de la Serna (excelente elección del casting) la película intenta acercarse al prócer desde una visión más humanista resaltando tanto los aspectos positivos como contradictorios o negativos de su personalidad y pensamiento. La película está estructurada en dos tiempos que marcan el presente histórico del film en 1880 y partir del recuerdo de Manuel Corvalán, quien acompañara al Libertador como amanuense a sus tempranos quince años de edad en la travesía épica por las altas cumbres, que permitió luego la liberación de Chile tras el aplastante triunfo en la batalla de Chacabuco donde el ejército Realista sufrió una importante cantidad de bajas en manos de las filas comandadas por O’ Higgins y Soler, quienes se unieron a las diezmadas huestes del general San Martín. Vulnerable pero decidido; autoritario aunque justo con sus hombres a cargo; jugador de ajedrez y muchas otras facetas van armando el boceto de este San Martín de carne y hueso a quien Rodrigo de la Serna impregna rasgos de mortal y desmitifica saludablemente; atento a los mínimos detalles, incluidas sus expresiones con acento español y los achaques de una enfermedad que debió sobrellevar a fuerza de ingestas de láudano sin mostrar dolor ni flaqueza frente a sus subordinados. Del mismo modo que Leandro Ipiña y Andrés Maino, responsables del guión, se encargaron de resaltar el papel fundamental del entorno y el contexto tanto político como geográfico, revalorizando a esos hombres sin nombre que también fueron protagonistas de la historia, la mirada sobre el enemigo y acerca de la guerra como un mal necesario se resignifica a partir de poner el acento en la violencia y crudeza de los acontecimientos, con una puesta en escena prolija desde lo formal pero afortunadamente desprolija estéticamente para resaltar un tono realista y verosímil que atraviesa la trama, inclusive en la secuencia de la batalla de Chacabuco donde el despliegue de extras es notorio. No debe abordarse este film con una mirada sesgada a lo cinematográfico exclusivamente, aunque resulta meritorio el resultado alcanzado, sino desde un punto de vista más abarcador que contemple sus valores extra cinematográficos y sobre todas las cosas al público al que va dirigido: estudiantes de secundaria que seguramente encontrarán en este prócer humanizado algo que remotamente se aleje de la impoluta e inalcanzable imagen que durante muchos años supimos conseguir.
Anexo de crítica: No podemos más que celebrar la realización en nuestro país de obras ambiciosas destinadas al consumo masivo como Revolución, el Cruce de los Andes (2010), propuesta que aplica al pie de la letra el archiconocido esquema de las épicas históricas (crónica retrospectiva a través de un personaje secundario en el macro contexto de una hazaña imperecedera). A pesar de algunos detalles técnicos y su poca originalidad, la película cumple dignamente tanto en lo que respecta al contenido como a nivel formal: se destacan en especial la actuación de Rodrigo De la Serna como el General José de San Martín y la bienvenida profesionalidad del director Leandro Ipiña…
La pregunta por la patria Lejos de intentar la tarea titánica de un relato biográfico amplio, la película elige hacer foco en el clímax de la vida pública del prócer. En un momento histórico en que todo pide ser revisado a conciencia, no es extraño que aparezca una película como Revolución, el cruce de los Andes, tratando de encontrarle un perfil nada menos que a la figura fundacional de la nación, aquel a quien no por nada se lo sigue llamando Padre de la Patria: el general José de San Martín. Si bien no es la primera vez que el prócer es enviado a repetir sus éxitos militares en la pantalla del cine –es ineludible mencionar El santo de la espada, de Leopoldo Torre Nilsson, que causó gran impacto en su tiempo, con Alfredo Alcón como protagonista y un gran elenco acompañándolo–, Revolución vuelve a provocar curiosidad. Una curiosidad entre infantil y orgullosa, esperable en aquellos que crecieron escuchando las hazañas de ese hombre inquebrantable y justo, estratega genial al nivel de Alejandro, Napoleón, Julio César o Aníbal de Cartago, que fue capaz de imaginar una campaña imposible a través de los Andes, con la que parió no una sino tres naciones para la posteridad. A todo eso responde de uno u otro modo Revolución, que marca además el debut cinematográfico para su director, Leandro Ipiña. Lejos de intentar la tarea titánica de un relato biográfico amplio, Revolución elige hacer foco en el clímax de la vida pública del prócer, cuando contra todo decide cruzar hacia Chile por complicados pasos montañosos, para atacar al ejército realista, en lugar de esperarlo de este lado y no darle la ventaja de poder hacerse fuerte. Allí hay una primera marca de intención que sugiere que la película buscará centrarse en un relato de acción antes que político. Su segundo acierto consiste en evitar un narrador histórico, omnisciente y distante: lejos de querer contar desde el manual de escuela, Revolución elige otro, construido desde el barro. Se trata de Corvalán, un veterano del ejército de los Andes que en el año 1880 es entrevistado por un periodista que intenta encontrar una nota de color para adornar la noticia de la llegada al país de los restos del general desde Francia. El relato de este anciano, que en su adolescencia resulta haber oficiado de amanuense de San Martín durante la campaña, ofrece la posibilidad de una mirada íntima. Y si bien en algún momento la película traiciona esa elección, entregando retazos de la intimidad del héroe (al despedirse de su mujer o padeciendo los dolores de una úlcera en la soledad de su tienda de mando), no alcanza para arruinar el recurso. Aunque la figura del prócer se encuentra menos sacralizada, acorde a los tiempos que corren y lejos del pringoso patrioterismo de otras épocas, Revolución no puede evitar caer en escenas que buscan aprovechar ese espíritu, pero consigue evitar incómodas exaltaciones nacionalistas. En el camino se permite alguna lograda escena de proto-western, unas bien producidas secuencias de batalla, impactantes planos aéreos de los Andes y algunos toques de humor, que intentan darle dimensión humana al perfil de un hombre cristalizado en el bronce. El trabajo de Rodrigo de la Serna es importante en ese sentido, ya que aporta un buen abordaje de la figura –aun a pesar de la extraña música de un acento que es a medias español y criollo– y el elenco mayormente lo acompaña con justa eficiencia. Sobre el final, las historias de Corvalán y la del héroe confluyen para dejar en claro que la Historia no es monopolio de los jetones, sino que se levanta sobre las espaldas de hombres sin rostro, cuyas voluntades se ofrecieron a la causa de la patria, tal vez sin saber muy bien qué es exactamente una patria. Doscientos años después, la discusión sigue abierta.
Un bello relato histórico 1817 fue un año que le cambió la vida a muchos. Revolución. El Cruce de los Andes narra lo sucedido ese año en la vida de Manuel Corvalán. Fue el mejor año, según cuenta el viejo (León Dogodny) al periodista Reynoso (Lautaro Delgado). La película de Leandro Ipiña entra a la gesta por los costados más sensibles. Corvalán, de muchacho, acompañó al general como su amanuense. La perspectiva se va multiplicando y el cuadro se abre hacia otros personajes de la hazaña. La película arma otro retrato del libertador, interpretado por Rodrigo de la Serna. El actor se juega su prestigio, calzando las botas del militar sagaz, directo, que habla con acento castizo y transmite desesperación o ira con sólo parpadear. Un carácter del demonio, esa es la sensación a poco de comenzar la película. El cuadro incluye a los negros libertos, una reivindicación novedosa en el relato. Ipiña va preparando el terreno, con escenas en la tienda del comando mayor, sus problemas, desconfianzas y estrecheces, hasta desplegar la artillería visual sobre las cumbres majestuosas, los pasos en la cordillera, el horizonte. Los 24 días de la campaña de Chile desembocan en la batalla de Chacabuco, un triunfo también para Ipiña, que transmite el nerviosismo, el miedo, la locura y las emociones de la lucha cuerpo a cuerpo. Se destacan en las actuaciones Juan Ciancio (Corvalán joven); Alberto Ajaka, (Álvarez Condarco); Alberto Morle (Sargento Blanco); Pablo Ribba (Fray Aldao). Crece la tensión y las cámaras cobran protagonismo en tramos como la tormenta de nieve, la noche y sus fuegos, el brillo de los arneses al sol esperando la señal de ataque. Revolución no cae en la lección de historia ilustrada. Sí se escuchan los textos de las cartas de San Martín, dictadas a Corvalán. Así, para el espectador que desconozca los hechos, el planteo es claro y evita los lugares comunes de manual. “No peleamos por cualquier libertad”, dice San Martín, encendido. En la arenga final, aparece la bravura del hombre que vio a través de las montañas. A su alrededor exigió, como pasaporte a la historia, fidelidad en los ojos, la palabra y el espíritu.
Brillante epopeya del hito más grande de la historia argentina Género olvidado, el de contar la historia de nuestros héroes. También un género difícil: hay que saber narrar y ser creíble, es una mezcla de documental de época con película épica y drama. La historia del General San Martin cruzando la cordillera la aprendemos en los manuales de nuestra primaria, la volvemos a ver en historia del secundario, y todos los años recordamos la muerte del héroe de bronce. Por lo tanto conocemos tanto esa historia que al verla plasmada en una pantalla, inmediatamente comienzan las criticas, y nos preguntamos, ¿San Martín era así? ¿Hablaba español con acento criollo? San Martin, muy bien logrado por Rodrigo de la Serna, muestra su carácter, humanidad y coraje. Pero por sobre todas las cosas el gran prócer de bronce nos muestra una faceta como comandante de tropa, jugando al ajedrez con sus soldados. Como hombre y padre de familia, mirando tiernamente a su hija, y pidiéndole perdón a su mujer. Vemos al personaje y nos encariñamos con él, mas allá del cariño y admiración que representa la figura de un señor actor de la Serna. Recordamos a El Santo de la Espada, película de Leopoldo Torres Nilson, y para aquellos que vieron la interpretación de Alfredo Alcon como nuestro icono cinematográfico de San Martin, tan acartonado y solemne, podrán notar la diferencia actualizada del Padre de la Patria. Revolución se filmó en escenarios naturales y las escenas de guerra lograron ser muy logradas y cuidadas, con una posproducción muy real a la hora de montar tomas con varios soldados caminando por la cordillera. Por momentos la película cae en algunos tics y situaciones que contienen cierta obviedad, y algunos diálogos algo escasos dentro del contexto de una guerra, de todas formas dejan abiertas ciertas vetas para la interpretación del espectador. El sonido y la fotografía son buenos y parejos, con calidez cuando el guion nos transporta al flashback y algo más azulada cuando estamos con el narrador un anciano llamado Manuel Corvalán, personaje de ficción que interpreta al secretario de San Martin en sus años mozos, el cual es entrevistado por un impaciente periodista en un asilo perdido de nuestro país, dejando entrever algo que sucede siempre en toda guerra: nuestros héroes, olvidados. Porque eso es Corvalan: un héroe olvidado. Revolución, lejos de ser un manual del alumno o una enciclopedia dándonos una clase de historia, es una pieza cinematográfica, lucida, y brillante.
Un héroe de carne y hueso La idea de relatar una serie de hechos históricos desde la perspectiva de un imaginario testigo directo no es nueva, pero siempre resulta eficaz. Leandro Ipiña apela a este recurso para estructurar el relato del cruce de Los Andes que protagonizó el ejército patriota liderado por José de San Martín. La epopeya permitió darle dimensión continental a las luchas por la emancipación del dominio de la corona española y puso irrevocablemente a las colonias en el camino de la independencia. La narración, desde el punto de vista de este adolescente que se convierte en amanuense del Gran Capitán simplemente porque sabe leer y escribir, se convierte en un testimonio vibrante, y le permite al director del filme mostrar a San Martín en toda su dimensión humana. Resulta natural, entonces, ver al prócer de mal humor, protestando a viva voz porque no recibe los recursos que necesita, o enojado con subalternos y superiores; o bien, ya en la instancia del cruce de la cordillera, enfermo y devastado por el dolor. Es decir, la pintura del personaje escapa del acartonamiento de la historia convencional para darle una carnadura que lo identifica con el público. Rodrigo de la Serna redondea una muy buena tarea en el papel protagónico; los rubros técnicos están cubiertos con gran nivel y la realización del filme en exteriores y en escenas con importantes desplazamientos de extras resulta más que satisfactoria. Todo esto, dicho de una producción nacional de época configura una muy buena noticia. Pero quizá el mayor acierto del filme está en el original tratamiento de estos importantes tramos de nuestra historia. Los hombres que toman decisiones trascendentales son eso: hombres, con dudas, con temores, con vacilaciones. Las batallas no son baños de gloria sino tumultos confusos y sangrientos. Y a tal punto se dejan de lado las convenciones de la historia oficial, que ni siquiera es blanco en la película el famoso caballo blanco del San Martín de las ilustraciones escolares.
Algo habrán hecho No llama la atención que en un momento revisionista como pretende ser este Bicentenario argentino, llegue a las salas una nueva película que narre la cruzada liderada por el general San Martín a través de la Cordillera de Los Andes, cuyo fin encuentra en la sangrienta Batalla de Chacabuco de 1817. Revolución - El cruce de Los Andes bien podría ser considerada el cierre de la “trilogía” que conforman Che, un hombre solo de Tristán Bauer y Belgrano, de Juan José Campanella, en donde el punto de vista no pasa por la idealización de la figura de prócer, sino al contrario, por la humanización de hombres “marcados por la historia” tal y como dirá el propio San Martín, encarnado por un correcto Rodrigo de la Serna en el film. Dirigida por el debutante Leandro Ipiña, la película cuenta con un importante apoyo de la Televisión Pública y el gobierno oficial. En este sentido, sorprende que la figura sanmartiniana inserta en el seno popular nacional (recordar El gen argentino, programa televisivo que definía al prócer como modelo social) se deje de lado, para resaltar los problemas y las dudas que cargaba. A no confundirse; la estampa de héroe sigue pululando por buena parte de la película, pero también existe una desestructuración de su imagen intocable. San Martín gritará, sufrirá, insultará y hasta vacilará respecto a su propia capacidad bélica. A cambio, se lo mostrará como un gran estratega y un valiente hombre entregado al cuerpo de infantería a su cargo. A diferencia de El santo de la espada (tal vez la única mancha en la gran carrera del enorme director argentino Leopoldo Torre Nilson), la figura de Remedios de Escalada estará prácticamente ausente, por lo que la historia pondrá énfasis en la relación que el general tenga con Manuel de Corvalán, un joven de 16 años devenido en su secretario personal. Si bien Revolución… cuenta con algunos altibajos en su historia (pasajes ampulosos, diálogos poco convincentes y actuaciones desparejas) el acabado técnico de la película termina ofreciendo un más que digno trabajo. Filmada mayoritariamente en San Juan, la fotografía de Javier Juliá y la dirección de arte de Sergio Rud fortalecen con creces los puntos más débiles de su guión, incluyendo las escenas de combate que se desarrollan con una sorprendente agudeza narrativa. Vale la pena aclararlo. Si bien Revolución… no será una película fundamental en la filmografía nacional, sí permitirá una mirada menos convencional del prócer. Si sumamos también que puede ser potencialmente una excusa para que las generaciones más jóvenes busquen una relectura sobre la historia de nuestro país, entonces ya estamos hablando de un film cuyo contenido es bastante más valioso. Eso también es algo a su favor.
El santo de la espada... Reloaded En relación con el estreno de esta película suena una frase repetida: San Martín es un personaje que siempre será difícil llevar al cine por las muchas visiones que existen sobre su gesta y sobre lo que representó. Por lo tanto todo film estará abierto a las polémicas. Dando por supuesto que esto pudiera ser cierto, Leandro Ipiña se curó en salud y decidió hacer una versión absolutamente enajenada de todo elemento polémico y, especialmente, de cualquier forma de originalidad. Muestra de esto es la construcción dramática, que parte del relato de un anciano que siendo adolescente participó del cruce de Los Andes; recurrir al ajedrez para sustentar la hipótesis del estratega; proponer el sujeto subalterno como ejemplo del conjunto y finalmente el momento de la epifanía, de la transformación, cuando el sacerdote comprende el sentido de la lucha. Todo ello es antiguo en el cine. El realizador articula una serie de anécdotas concretas sobre la historia del general San Martín en un largometraje que, por esa decisión dramática resulta fragmentada, como si cada uno de esos relatos casi estancos quisiera ilustrar una característica de la personalidad del libertador americano. Su tesón, su lucidez estratégica, su capacidad de liderazgo, su humildad para aceptar los errores, su valentía, su humanidad. Todo relatado, salvo en contadas ocasiones, con un tono almidonado, excesivamente controlado. La película es un proyecto desarrollado bajo una concepción educativa escolar, pedagógica. Demagógica. No hay desarrollo de pensamiento crítico. Entre otros temas, se pierde totalmente la relación entre San Martín y el gobierno central, siendo que este fue uno de los momentos más críticos para él. La participación popular, marcada por una selección musical que refleja una idea conservadora de la construcción cinematográfica. El pueblo está construido desde una mirada que lo instala en el lugar del personaje subordinado. Ipiña es capaz de llevar adelante una producción compleja y organizar el trabajo de un modo impecable técnicamente. Pero eso es todo. El guión es pobre, no supera, cuarenta años después, la acartonada visión de El santo de la espada (Torre Nilsson, 1970). La perspectiva histórica, más allá de la retórica de lanzamiento, es de manual. Ojalá San Martín tenga otra oportunidad en el cine.
Alejada de visiones escolares, acartonadas y esquemáticas, Revolución: el cruce de los andes redescubre la figura de un hombre esencial de nuestra historia, buscando reconstruir con crudeza y pocas concesiones una gran gesta épica. Con la preocupación de ser fiel a la verdad histórica, y a la vez, sin embargo, no estar completamente aferrado a ella, este film dirigido por el debutante Leandro Ipiña logra despertar un puñado de sensaciones que la acercan a sentimientos verosímiles y por qué no, genuinamente patrióticos. Ipiña es un sanluiseño que estudió cine en Córdoba y que finalmente se afincó en Buenos Aires, recorrido que seguramente lo habrá templado como para encarar un proyecto de esta envergadura, para nada sencillo y desbordante en significados. Sea como fuere, el joven realizador se las ha ingeniado para entregar una ópera prima sólida. Y desde su interesante arranque el film muestra una distinción para contar su trama, porque no estará narrada desde San Martín, sino desde el punto de vista de uno de sus colaboradores, ahora un anciano y antes un joven con vocación literaria que se volverá combatiente. Un testigo de la historia, un hombre obsesionado por el recuerdo de viejas épocas gloriosas que abre y cierra una película que se ocupa mayormente de la epopeya del cruce de la Cordillera, pero que no es sólo eso, Empresa que también resulta atrayente, por supuesto, fundamentalmente por la grandeza del marco y de sus artífices, junto a logradas escenas de batallas, masas en movimiento y de travesía. Lo mismo se puede decir de los diálogos del General con sus subordinados en pos de establecer las mejores estrategias de lucha. Revolución, título significativo, logra alcanzar un valioso y emotivo espíritu épico. Factores que se amalgaman con la intensa, visceral, apasionada composición de Rodrigo de la Serna para darle carnadura a un film nacional relevante.
De Patrias y Paternidades Un guión deshilachado que recrea situaciones en forma de viñetas para ejemplificar momentos que hoy se leen cruciales desaprovecha cualquier intento de construir una narración más sustanciosa. Nuestros próceres siempre fueron de bronce o de mármol. Estatuas que de ese material se forjaban y así lucían en su traslado a la pantalla grande. Hieráticos, solemnes, inalcanzables, impolutos, infalibles y aburridos. Poco de humanos y mucho de superhéroes. Pero la Historia bascula. Se balancea de un extremo al otro del arco y de un tiempo a esta parte, ya más académicamente (la historiografía francesa y su orientación por la historia de la vida privada que fue pregnando a las demás academias) o ya más popularmente (Pigna desde sus libros o su asesoramiento en programas televisivos como Algo habrán hecho), el acercamiento a los hechos y las figuras se alivianó y se los presenta más humanos, más falibles, más cercanos. Estas nuevas formas y estilos se acompañan con miradas sobre los contenidos que revisitan la Historia y rastrean otros costados, aristas no tenidas en cuenta, nuevos modos de análisis. Con motivo del Bicentenario de los movimientos independentistas americanos se pensó en realizar películas sobre nuestros patriotas que inevitablemente iban a responder a estas maneras. Así le tocó el turno a San Martín. Leandro Ipiña inicia su carrera cinematográfica con Revolución, el cruce de los Andes donde procura dar cuenta de la epopeya sanmartiniana entre los meses que llevaron a la formación del Ejército de los Andes y la batalla de Chacabuco en territorio chileno, durante 1817. Un guión deshilachado que recrea situaciones en forma de viñetas para ejemplificar momentos que hoy se leen cruciales desaprovecha cualquier intento de construir una narración más sustanciosa. Está el San Martín con su esposa y su hija, uno que enseña a su amanuense, uno que sufre dolores físicos, el que dispone de tiempo para acercarse a la tropa, el que juega ajedrez con el líder de la división de los negros. Un San Martín para armar que nunca termina de armarse. O se arma en función de la coyuntura sociopolítica que hoy en día está en auge, por ende hay secuencias más vívidas, otras más funcionales y otras para la fácil traslación epocal. Hay una notoria falta de tensión y de energía en la dirección que a pesar de los esfuerzos técnicos entrega un producto que no supera la medianía salvo en tramos determinados (ciertos pasajes de San Martín que también responden a la actuación de De la Serna; la batalla final) o desperdicia momentos clave (el cruce es uno de ellos, donde además la producción no consigue demostrar su presencia). Algo que uno percibe con solo volar en avión, la inmensidad majestuosa y sobrehumana de la cordillera, sus peligros y su fortaleza, su poderío en pugna con la pequeñez del hombre, algo que siempre llamó la atención en la gesta sanmartiniana y la hizo más admirable, aquí pasa como una secuencia más, lo que sumado entonces a ciertos parlamentos oxidados, algunas puestas envaradas y un pedagogismo didáctico que se muestra en el tono y el relato de la voz inicial en off y el marco elegido para contar la historia (Corvalán, el amanuense, pobre y olvidado, impone desde la humildad su visión patriótica y el valor de la dignidad y el coraje humanos ante un periodista que porta todas las características de la Generación del ’80 que será la forjadora del mito de San Martín), no ayudan demasiado sino todo lo contrario. Los carteles anunciando las fechas y los lugares donde transcurre la acción se diseñaron con tipos de letras y adornos en los que predominan los firuletes. Esos ornamentos, sin querer, dan cuenta de cierta manera de ver ese mundo representado que bien puede leerse como sinécdoque de la totalidad de la película.
El regreso de los grandes relatos “Revolución...” recupera un espacio cinematográfico que no había sido ocupado desde fines de los sesenta: el de los filmes sobre próceres nacionales y sus circunstancias históricas. El bienvenido y creciente interés de las nuevas generaciones por el conocimiento de los protagonistas que construyeron al país, ya demostrado con el auge de la novela histórica y el ensayo más desprejuiciado sobre próceres y acontecimientos autóctonos, se ha trasladado al cine, favorecido al calor de la conmemoración del bicentenario y el interés de las autoridades actuales en revisitar la historia argentina. “Revolución. El cruce de los Andes” es la vuelta a un cine épico nacional de grandes próceres patrios, donde precisamente “El santo de la espada” filmado en 1970 por Leopoldo Torre Nilsson, resulta un referente ineludible tanto como la discusión respecto de las diferencias entre ambos filmes que tienen como protagonista a José de San Martín, considerado el héroe por antonomasia de los argentinos. En cierto modo, presionada a tomar distancia de los puntos de vista que se abordaron anteriormente, la película se decanta por la brevedad, la síntesis y la intensidad. Consciente de que su objeto es inabarcable, se limita a narrar la primera de las epopeyas, que encuentra su punto culminante en la gloriosa batalla de Chacabuco de 1917, precedida de la hazaña de cruzar Los Andes, con un ejército que compensaba su escaso apoyo oficial con el abnegado sacrificio y participación popular. Persistencia del mito La historia no se narra desde San Martín, sino desde el punto de vista de uno de sus más jóvenes colaboradores. La acción se inicia con el relato de un anciano, Manuel Corvalán, entrevistado por un periodista que en la década del ochenta se interesa por la epopeya de San Martín, del que se están por repatriar sus restos. Con esa intención, visita al viejo combatiente, que malvive en una pobre pensión y fue testigo de la historia grande, como joven amanuense primero y como soldado después. El personaje (ficticio) está interpretado por un actor de edad avanzada y por el joven Juan Ciancio (el actor de “El niño de barro”) en su juventud. En la relación entre San Martín y su asistente adolescente de 15 años se da un guiño del guion, construido como un puente para facilitar la relación con el público más joven. Una estructura circular dividida en viñetas con subtítulos, hacen al film didáctico y ágil. Se va y viene del planisferio al paisaje, del pasado al presente (de 1880 a 1817). Lo mejor tiene que ver con su acabado técnico: se ve y se escucha muy bien, los efectos visuales para concretar escenas de masas en la batalla son de un profesionalismo incuestionable. El cuidado técnico sorprende por el grado de detallismo y calidad. La reconstrucción de época, las batallas filmadas en escenarios naturales, la coordinación de secuencias multitudinarias y el ritmo inusitado de las escenas de acción que por momentos se acerca al ritmo de un western con pistolones y bayonetas del siglo XIX. Realizada en democracia, la película de Ipiña tiene una mayor libertad que la de Torre Nilsson para mostrar los costados imperfectos del héroe pero más allá de algunos escupitajos, arranques de malhumor o desesperación, el héroe sigue quedando en su pedestal, con menos bronce y más humanidad, pero siempre en el molde arquetípico. Méritos y desméritos La película no puede evitar que algunos diálogos suenen ampulosos y retóricos (se apela a material de cartas históricas y reconstrucciones fidedignas a su contexto, que no puede eludir la utilización de un español que no es el que se habla en nuestros días). A eso contribuye una dicción actoral que por momentos parece recitada en un español antiguo. La novelización del argumento, con la introducción de personajes ficticios pero posibles, de acuerdo con la realidad de los hechos, no atenta contra la esencia histórica de lo narrado. Los personajes secundarios tienen poco desarrollo, pero eso no impide que “Revolución...” sea un relato digno y entretenido que acerca datos de la historia argentina con muy buen resultado en su feeling con el espectador.
La Gran Gesta Tomar la historia grande de la patria tiene sus cosas, el nóvel director Leandro Ipiña se metió en un brete grosso y sin embargo ha sido honesto, mal que les pese a unos cuantos opinólogos y criticos chapuceros que les deleita un cine nacional aburrido y mentiroso, como el de alguna directora agrandada por la crítica. El cine es una herramienta maravillosa, aleccionadora, definitivamente necesaria para traer a las nuevas generaciones la figura de próceres argentos, saludable de todo punto de vista, cosa que por ejemplo un crítico como Diego Battle sostiene que esta peli es "timorata y conservadora", o que San Martín está cerca del "modelo Billiken", nada más lejos que eso. Este filme se empeña en volcar un hombre de carne y hueso, por momentos histérico (acaso estar en su lugar era una acción relajada...? ), y controvertido por suerte. Las buenas intenciones están, como también las tenía en su época aquél discursivo ejemplo de Torre Nilsson en la exitosa "El santo de la espada", y vale recordar que el director tenía por entonces a su alrededor presenciando la filmación a incómodos militares y gente del Instituto Sanmartiano "vigilando" que el gral. no apareciera rascándose la nariz, o fuera de su impoluto bronce. Pese a todo aquella peli tambien debe ser rescatada, y respetada, son pocas las ocasiones del cine nacional en brindar argumentos de personajes históricos. Una reconstrucción adecuada, una meritorioa producción, sobrias actuaciones -empezando con Rodrigo de La Serna que está magnífico-, buena cantidad de efectos, tomando una ficticia historia de un supuesto participante de la gesta de los Andes que se desempeñaba como su amanuense y secretario personal cuando era un niño, que es el disparador del relato épico. Hay buenos momentos tales como la observación de San Martin del cruce sobre la cordillera que nos remonta a los cuadros clásicos, el destacar que su ejército estaba más integrado por negros que soldados blancos -algo que la historia siempre trató de no hacer figurar en los manuales escolares-, y escenas de la contienda con el ejército realista que realzan esta producción que hasta asemeja a géneros de intriga fílmica o hasta al propio western. La música de Sebastián Escofet es notoria, y si dudas algunos altibajos tiene el filme pero son aceptables. Ahora que los agoreros y detractores que nunca faltan -terrible mal nacional- insistan con que es cine "Kirchnerista", o porque no se habla de San Martín como masón, etc etc son parte de las reglas de juego de los que no saben que miércoles prefieren, y que no hay cine que les venga bien.
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Cuando la historia y el cine no van de la mano Todos sabemos que "Revolución - El cruce de los Andes", está hecha con fuerte apoyo oficial, en años importantes para nuestra historia. Necesitábamos, como país, una revisión moderna de las hazañas de nuestros próceres y es saludable que este tipo de películas comiencen a llegar a nuestras salas... Antes fue "Belgrano", ahora, le toca el turno a San Martín. Pero para hacer el análisis de este trabajo de Leandro Ipiña, hay que desdoblar el enfoque. Como ya dije antes, es positivo que como ciudadanos, y para las nuevas generaciones, haya material fílmico que ayude a reconstruir nuestro recorrido como Nación. Y desde ese punto de vista, abrazo sin dudar "Revolución". Una película hecha con buenas intenciones donde la producción se esforzó al máximo en lograr un resultado creíble, conmovedor y enmarcado en su época con sólido vestuario y reconstrucción precisa. Eso, no se le puede negar al trabajo de Ipiña y su gente. Los lugares donde la gesta tuvo lugar (el cruce de los Andes) ofrecen un serio nivel de trabajo, así como detalles históricos que suman, que uno no puede dejar pasar (la constitución del ejército de San Martín, con mayoría de mulatos y mestizos, por ejemplo). Fue un proyecto encarado con seriedad y los rubros técnicos (las batallas y el audio, por nombrar dos ejemplos) han estado a la altura de lo deseado. Por ende, desde esta mirada, y sobre todo para los docentes que enseñan nuestra historia, "Revolución" es un film que marcará un hito, como lo hizo, en su tiempo, "El santo de la Espada". La anterior biopic de la vida del Gran General fue cuestionada por no mostrarlo humano, sino, todo lo contrario, reforzando la idea de los viejos libros de historia que lo presentaban como un ícono de luz que jamás mostró su revestimiento terrenal, bajo ninguna circunstancia. Bueno, sabemos, ahora que somos adultos (digo, como espectadores, con mayor riqueza en la visión), que José de San Martín era humano. Era, sin dudas, un elegido, un hombre enviado a transformar los destinos de las entonces Colonias y volverlas Naciones. Esa dualidad, debería estar clara cuando observamos una película que aborda su imagen y tarea por la liberación. "Revolución" se centra en la reconstrucción de los momentos previos al cruce de los Andes en 1817 y cierra su periplo unos meses después luego de la primer gran batalla en suelo chileno. Es un relato enmarcado (hay una historia de un viejo soldado que en 1880 narra su encuentro con el General) y se arma a través de flashbacks, lo cual le da un toque más contemporáneo a la narración que otros relatos del mismo tenor. Lo cual, debemos decir, que a pesar de transitar estructuras narrativas simples, no logra trasmitir emoción, lo cual llama poderosamente la atención entiendo lo increíble de la hazaña por realizar. Porque "Revolución", es, mal que a algunos les pese, un producto cinematográfico. Se proyecta en cines, y si me permiten quitarle el halo de misticisismo que da acercarse a la figura del Padre de la Patria, (cosa difícil, reconozco), éste, es un producto, en ese aspecto, pobre. Muchas veces dijimos que en el cine, hay que hacer pensar, hay que emocionar o hay que entretener. Creo que este acercamiento a un recorte de la vida de San Martín el guión no logra hacer ninguna de esas tres cosas durante mucho tiempo, con lo cual la cinta, ofrece un nivel de intensidad escaso, sólo alterado por esporádicos combates durante el cruce de los Andes. Rodrigo de la Serna hace un buen trabajo, pero el libro le pide una economía de palabras (que quizás hayan sido características de San Martín, cosa que no niego, pero que desde lo fílmico requieren adaptación) que lo aprisiona y que lo deja haciendo gestos forzados durante gran parte de la cinta. En el cierre (y cuento esto porque todos sabemos que la película narra hasta la batalla de Chacabuco), el protagonista deja claro, con su arenga previa a la batalla, que lo fuerte, son las palabras. En ese momento, más allá de cómo se le transfigura el rostro a De la Serna, lo memorable de su actuación se produce por su discurso. El resto del tiempo que transita por la película, tenemos más suposiciones que certezas, dado que hay mucho silencio y un ritmo de narración demasiado apagado para el formato cinematográfico que en estos tiempos tenemos. Si hay que tener en claro, que San Martín, como prócer, ha sido el ejemplo de muchas generaciones de argentinos que lo sentimos, realmente, nuestro Padre, por sus valores y entrega incondicional hacia la libertad y la igualdad. Esto, juega mucho al entrar a la sala. La gente me dice, en todos lados que va a ver "Revolución" porque la vida de este hombre la atravesó desde su infancia. Lo cual, me parece muy bien. Creo que este film muestra un costado real del prócer que aporta a reforzar y enaltecer su figura, de cara a estos años en los que revisamos nuestra historia de independencia. Si me preguntan, como argentino, hay que ir a verla, solo por eso. Desde 1970 (cuando Torre Nilson hizo la biografía anterior), no tenemos a San Martín en los cines... casi 41 años no? Entonces, entiendo que es más un evento, un homenaje histórico, que una buena película de fin de semana. Y con esto cierro la idea, "Revolución" va en dirección a lo que como pueblo necesitamos, reconstruir historia. Pero si la intentamos analizar por sus valores cinematográficos puros, como producto de entretenimiento, falla. Propongo ir al cine como si fuera hojear un viejo libro de Ibañez que encontramos en nuestra biblioteca y deleitarnos con su relato del cruce de los Andes. Y en esa dirección, cuando rememoramos la gesta, la emoción disimulará aquello que este film no logra resolver. Una película, en síntesis, cuya fuerza reside en conmemorar y eso es algo que nuestro pueblo necesita, siempre.
“Escorpiones y patriotas están atrás de cualquier piedra...” Corre 1880 y Manuel Esteban de Corvalán recuerda frente a un periodista entre curioso e incrédulo los sucesos heroicos de los que fue protagonista junto al General San Martín hace poco más de 60 años. Su uniforme gastado y la austeridad de su cuarto podrían contar una historia de frustración pero este no es el caso. Entre copa y copa va apurar el relato de una pasión llamada libertad. Flash back mediante, el tiempo regresa al día en el que un adolescente Corvalán desaira las órdenes de su padre y decide ponerse a disposición del Libertador como su amanuense. Corren tiempos en que el saber leer y escribir son un plus para cualquier sujeto y si es hijo de godos y decide defender el suelo que pisa, el plus es mucho mayor. He aquí una pequeña épica individual. José de San Martín encarnado en un excelente Rodrigo de la Serna se dispone a cruzar la cordillera más alta y ardua del continente. Es mucho lo que dejará detrás de sí pero sin renuncia no hay héroe y entonces la gesta comienza de manos del relato del amanuense y a partir de ese momento todo se vuelve empatía en el espectador, no sólo por la organicidad de las actuaciones que de la Serna encabeza con una dignidad enorme, sino porque no hay afanes desmesurados ni en el guión ni en el modo de narrar esos sucesos. Lo que sí abunda es una factura que todo el tiempo desde el montaje, la fotografía y la música, muestra, exhibe y señala la dificultad sin grandilocuencia. La verdadera dificultad de libertar un país, una zona, un continente, no acaece sólo en lo escarpado del terreno, ni en lo magro del abrigo de esos uniformes ni en la posible inferioridad numérica. Tampoco en actitudes estridentes ni basadas en un autoritarismo propio de un hombre de las fuerzas armadas. No, la dificultad se halla en la entraña misma de la traición, en la desconfianza ineludible porque es mucho lo que hay en juego, en la posible disparidad de fuerzas y por sobre todo porque creer que es posible es lo más difícil de creer y regar con entusiasmo a la tropa mucho más. Revolución, el cruce los Andes, hace honor a su título no sólo porque es revolucionario querer acometer esa empresa de locos, sino porque su propia factura visual es revolucionaria. Muchas veces nos han mostrado a los héroes hermosamente acicalados, peinados, lustrados, opíparamente comidos como si en eso reposara la estatura de un héroe de una nación. Pero ocurre que después de haber corrido tanta agua debajo del puente, después de haber asistido a la caída de los héroes que no fueron, de los titanes de su propio beneficio, de la bochornosa masacre de Malvinas que nos hizo sentir perdedores a todos cuando el Estado ocultó como a leprosos a nuestros colosos de 18 o 20 años, recuperar una épica de un solo hecho, el cruce de los Andes, nos devuelve algo de lo mejor para atesorar. En los años 70’ los colegios nos llevaban a ver “El Santo de la Espada” dirigida por Torre Nilson y adaptación de éste y Ulises Petit de Murat de la novela de Ricardo Rojas quién le puso ese apodo a San Martín. Aún recuerdo que Alfredo Alcón brillaba en esa película como un héroe inmaculado, casi un semidios. Menciono este antecedente porque Revolución será proyectada masivamente e irá acompañada por un texto especialmente diseñado para una didáctica de la enseñanza de un retazo de nuestra Historia que se implementará en las escuelas con trabajos de discusión a cargo de docentes y alumnos. Hemos avanzado mucho y hoy es posible debatir con los jóvenes aquellos hechos que como relatos nos constituyen como Nación pero son pasibles de ser articulados en torno a otras cuestiones históricas conexas que es necesario aprehender y no de memoria, aprehender para comprender. Este es un excelente film para pensar en cómo un hecho casi fantástico en esa época y en esas condiciones, funda o re funda un punto de apoyo para pensar cómo, tanto en la memoria del amanuense Corvalán que guarda celosamente una libreta del Libertador, como en la memoria que podemos re construir, existe una posibilidad cierta de sentir que una patria es la suma de voluntades y traiciones, de héroes y cobardes, de verdades y mentiras (hoy a la orden del día en muchos medios) y por sobre todo de hombres cuya simplicidad sólo dispara destellos de heroísmo cuando los tiempos ameritan esos gestos. Ipiña con su acertada dirección logra mixturar en acertadas dosis todos los elementos cinematográficos logrando una película sólida y atractiva. Las imágenes por sí solas conforman un relato que por momentos puede prescindir de otros signos logrando captar lo esencial de cada segmento. Rodrigo de la Serna, en un comprometido trabajo actoral, aporta características de su personalidad al personaje que lo hacen más cercano a lo humano que al bronce. Logradas actuaciones en general entre las que se destacan las de León Dogodny (Corvalán-adulto)y Juan Ciancio (Corvalán-niño) entre otros. 5 años de investigaciones, 4 meses de preproducción, 6 meses de postproducción, 45 días de rodaje, 500 extras, 225 personas haciendo la producción, más de 300 caballos, mulas y vacas, 1000 kilos de pólvora para 40 fusiles y otras armas, un cuidadoso vestuario que muestra puños de camisa sucios por el combate y las condiciones topográficas del cruce, una confección carente de lujo resultado de una suma de voluntades que creyeron en la gesta, coronan un film que apela al realismo sólo en los pequeños y numerosos detalles que construyen su narración visual y acierta a mostrar seres posibles sin la pretensión de encumbrarlos antes de sus acciones. Sin grandilocuencias, estridencias ni discursos de una retórica rebuscada que una tropa no entendería y los interlocutores de hoy considerarían de una solemnidad irreal, hay un “Viva la Patria” que para muchos sigue teniendo el mismo significado y no necesita explicación ni debate, sólo y nada más que quien lo diga soporte un archivo. Todos los pueblos necesitan una épica, no importa si enorme o pequeña. Recuerdo ahora el escándalo de Seva (1984), el relato de Luis López Nieves que durante unos días hizo que los habitantes de Puerto Rico creyeran que de verdad habían resistido la invasión norteamericana hasta casi salir airosos. Fue muy dificultoso hacerles comprender que ese verosímil era sólo un constructo ficcional y que esa épica heroica no estaba ni estaría nunca inscripta en los anales de su Historia, porque nunca había ocurrido. Pero la creencia no obedecía a la imposibilidad del pacto que el lector entabla con una ficción, la creencia residía en la necesidad de una épica. Nosotros la tenemos y ella con sus imágenes de picos inalcanzables, con el perfil de un General como San Martín junto a sus soldados convencidos y también con sus traidores, nos permite hacer pié en un pasado en el que la palabra tenía un correlato en la acción y era capaz de proyectar futuro. Proyectemos futuro desde esa Historia que nos merecemos mucho más que las iniquidades de la década pasada.
Una superproducción argentina... que lo demás no importa nada Bueno, tampoco no importa nada. Importa, pero lo principal de este filme que cuenta la historia del cruce de los Andes del ejercito comandado por el General San Martín es que se trata de una superproducción con todas las letras, realizado con financiamiento del INCAA y de la Televisión Española. El dinero invertido en la película queda claro desde la primera imagen, una majestuosa vista aérea que sobrevuela los Andes nevados. Por lejos, la escena más bella del filme. Por supuesto que es una película que eleva al héroe nacional y lo muestra como un ser necesariamente rígido y bastante cascarrabias, aunque también como el notable líder y estratega que debió ser para planear estas guerras contra los españoles. Nada hay en el filme de esos rumores que se han vuelto vox populi gracias al sentido común encarnado que en nuestro país se llama Diego Maradona, que alguna vez dijo que el libertador cruzó los Andes en camilla y gravemente enfermo. La enfermedad de San Martín está presente en el filme, pero se lo ve firme a la hora de la lucha y del cruce. Aunque el debutante director (que también tiene un puesto importante dentro de canal Encuentro) Leandro Ipiña acierta al contar la historia mediante un personaje ficticio que hace las veces de secretario del General y puede así brindarle a la historia una perspectiva nueva, menos formal, más íntima y menos solemne, falla en la composición de algunos planos al perseguir durante una caminata a los protagonistas con cámara en mano que genera un efecto de documental que nos arranca inmediatamente de la historia (ficción) que estamos presenciando. Sin embargo, nos encontramos ante una película que pasa la prueba con comodidad, que entretiene y enseña, y que seguramente va a ser utilizada como material de apoyo estudiantil en muchas escuelas. Sin dudas, la película que el libertador de la patria merecía.
Esta palpitante narración comienza con un breve relato en off (Juan Carlos Gené), de la situación en Europa con la caída de Napoleón, luego vemos a un anciano Manuel Esteban de Corvalán (León Dogodny) , el 22 de mayo de 1880, en el momento en que está esperando la repatriación de los restos de José de San Martín, este se encuentra en una pensión perdida de Buenos Aires donde un periodista, Reinoso (Lautaro Delgado) lo entrevista, es uno de los últimos hombres que se encuentra vivo, que estuvo en uno de los momentos más importantes de la historia, cruzo Los Andes junto a San Martín. Cuando tenía unos 15 años de edad en 1816 conoció al padre de la patria el General José Francisco de San Martín (Rodrigo de la Serna), y fue su secretario personal, porque era el único que sabía leer y escribir. En su relato nos hace revivir esos momentos tan difíciles, Corvalán vivió en ese entonces, donde desafío a sus padres (Alfredo Castellani y Lucrecia Oviedo), y se incorporo el 7 de octubre de 1816 dentro de las filas de combate, este cruce tenía peligros, sus compañeros estaban armados para enfrentar a los godos, pero él no y menos aun en un territorio inhóspito. Notamos la personalidad del General San Martin un hombre enérgico, con un fuerte carácter, mirada firme, dicta rápido, juega al ajedrez, con sus dudas, sus dolores y sus temores, un gran estratega, y una lucha incansable contra el absolutismo. Un San Martín que confía en los hombres que recluta para su ejército, los más veteranos eran los chilenos; él desconfiaba de las decisiones de los altos mandos del Río de La Plata; y el 12 de enero de 1817 se inició el Cruce de los Andes en dirección a Chile, donde los godos arrasaban con las poblaciones, aquí las mujeres ayudaron a los soldados; era vital la comunicación como con O'Higgins (Javier Olivera), a través de notas, su encuentro con José Antonio Álvarez Condarco, luego con las fuerzas de O’Higgins y de Soler (Martín Rodríguez), se reunió el 8 de febrero en el Campamento de Curimón; y 12 de febrero se libró la Batalla de Chacabuco, obtuvo la victoria sobre los realistas, fue una batalle terrible, y fueron veinticuatro días para dar la libertad a todo un pueblo. Uno de los problemas en filmar sobre un personaje tan importante de nuestra historia no se puede narrar en tan solo 90 minutos, da para realizar una trilogía, y además con un título tan impactante, pero nos encontramos con desniveles actorales, algo moderada, diálogos obvios, por momentos aburre, el protagónico de Rodrigo De la Serna, en un personaje bastante difícil por momentos mas logrado que otros; eso si se notan los esfuerzos del rodaje, buena utilización del Flash back, van y vienen en el tiempo cuando Corbalán era un adolescente (Juan Ciancio), se conto con miles de extras, técnicamente muy cuidada, algunas de las locaciones el paisaje cordillerano del pueblo de Barreal en la provincia de San Juan. Coproducida por la Televisión Pública y Canal Encuentro, con el apoyo del INCAA, el Gobierno de la provincia de San Juan, la Televisión Española (TVE) y la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM); protagonizada por Rodrigo de la Serna relata el cruce de la Cordillera de Los Andes, que San Martín emprendió junto a su ejército en 1817.